(Extensión del artículo sobre el origen del estado nacional preparada el curso de Relaciones Económicas Internacionales, 1980’s) I. EL ORIGEN DEL ESTADO NACIONAL MODERNO El orden despótico del mundo feudal La Edad Media europea es un período clave para comprender la génesis del mundo moderno. En el seno de su sociedad se gestaron una serie de procesos sociales que dieron origen a la supremacía política, económica y militar que condujo a las expansiones coloniales de los Estados europeos modernos, las cuales han determinado el actual orden político y social de todo el planeta. El Estado nacional moderno tiene también su origen en esos procesos; de manera que comprenderlos es un paso importante para entender la naturaleza y funciones del Estado y su relación con la economía capitalista en todas sus diferentes manifestaciones. Sin embargo, lo que comúnmente se define como Edad Media es un período de tiempo muy largo que cubre aproximadamente mil años, desde la deposición del último emperador romano de occidente hasta la caída de Constantinopla en 1453, para tomar como referencia dos fechas clásicas. Este largo período es conocido también como la época del feudalismo, nombre con el cual se caracterizan las prácticas sociales que cohesionan la sociedad. El feudo es la unidad económica, política, jurídica y también cultural entorno a la cual se desenvuelve la vida humana en esos siglos y en esa parte del mundo que hoy llamamos Europa occidental. Pero una mirada más atenta a ese período nos lo muestra como extremadamente variado y complejo en el cual la organización feudal propiamente dicha só1o abarca el período entre la segunda mitad del siglo VII y los últimos decenios del siglo X. El resto puede dividirse en el largo período que desde la época romana va preparando 41 el advenimiento de este orden y en el otro largo período que desde principios del siglo XI va modificando el feudalismo para dar paso al Renacimiento y a la modernidad. El rasgo central del período feudal propiamente dicho es la ausencia de prácticas sociales mercantiles en un orden esencialmente despótico, pero al mismo tiempo fragmentado y ambivalente en su jerarquía vertical. Tanto en el período anterior como en el posterior, las prácticas mercantiles están presentes y só1o se puede hablar de feudalismo en forma impropia para indicar la formación de las prácticas sociales feudales en el primer período o de su lenta y progresiva disolución en el segundo. Antes de entrar a analizar el surgimiento del mundo moderno detengamos un momento en la caracterización de los rasgos más resaltantes del orden despótico feudal. La expansión del mercado y sus prácticas sociales alcanza su máximo desarrollo a comienzo de la era cristiana en el mundo mediterráneo. Ya para esa época las antiguas relaciones de parentesco habían dado paso a la familia patriarcal y a la esclavitud como formas predominantes de organizar las conexiones productivas en la mayor parte del territorio del imperio romano. La familia patriarcal es una expresión de esa linearización y verticalización de la alianza de parentesco inducida por el despotismo. La esclavitud clásica es una relación mercantil que convierte al cuerpo humano, descodificado y desprendido de las relaciones de parentesco, en una mercancía que pertenece a un individuo soberano que se aloja en otro cuerpo humano distinto al del esclavo. Esto altera profundamente la relación entre las personas, puesto que el valor social de la persona del esclavo queda anulado y tienden a desaparecer como tal y a confundirse con el mundo natural de las cosas. En cambio, la persona libre - propietaria privada de por lo menos sí misma - se convierte en individuo con derechos.1 Curiosamente, la práctica de intercambio mercantil con su postulado fundamental de igualdad formal de los intercambiantes genera, como ya vimos, la nueva concepción de la igualdad natural de todos los hombres promocionada por los filósofos estoicos y por los cristianos; sin embargo, al convertir al cuerpo humano en una mercancía, introduce un corte en las relaciones personales que produce la ambivalencia, frecuente en esta época, de creer que todos los hombres son 1 En el tercer siglo d.C. todos los individuos dentro del imperio adquieren la ciudadanía romana; con esto, la igualadad formal -tiene su primera expresión jurídica 41 42 iguales por naturaleza o frente a Dios, al tiempo que se cree que los esclavos son inferiores. A finales del segundo siglo d.C. el mundo romano muestra una gran difusión de las prácticas sociales mercantiles hasta tal punto que el derecho romano se convertirá desde entonces en la fundamentación jurídica del individuo soberano y el Estado imperial romano, un orden despótico profundamente mercantilizado, se convirtió en la expresión más acabada de Estado mercantil anterior al Estado moderno. Todo el cuerpo de leyes producto de siglos de prácticas sociales de este tipo fue recogido por el Emperador bizantino Justiniano en el siglo VI. Sin embargo, la cristiandad medioeval de occidente reemplazará este cuerpo legal con el derecho canónico derivado de aquel, más adecuado a las necesidades de la iglesia como expresión sublimada -espiritual- del viejo imperio El exuberante ascenso de la sociedad mercantil, sin embargo, se estanca a finales del segundo siglo d.C. y empieza a decaer en el siguiente por causas aún no muy bien establecidas por los historiadores. Toda la estructura despótica se resquebraja, las ciudades y la vida urbana inician su larga decadencia al tiempo que decrece la prosperidad comercial. En la parte occidental del imperio, la propia organización política imperial se va fraccionando y a partir del V siglo - después que el rey bárbaro Teodorico depone al último emperador romano en el año 476 d.C.-, da origen a una serie de estados separados que mantienen el orden romano, pero combinándolo con muchas prácticas sociales germánicas del tipo propio de las sociedades primitivas. Comienza así el período de los llamados reinos romano-barbáricos en toda la Romania occidental que – nótese bien- no significan el fin de la sociedad romana en cuanto a cultura, lengua y costumbres, no obstante la presencia bárbara y su predominio político militar. No hay que olvidar además que la mayor parte de los bárbaros habían estado bajo la influencia cultural de Roma por mucho tiempo, de manera que no eran del todo ajenos a sus prácticas sociales. En la parte oriental, la unidad política sobrevivirá mil años más – el llamado imperio bizantino -, pero se irá cerrando en un orden despótico cada vez más rígido y asfixiante que lo irá debilitando hasta hacerlo desaparecer a manos de los turcos en 1453, cuando estos toman su capital, la ciudad de Constantinopla 42 43 En estos primeros siglos, después de la perdida de la unidad político territorial se mantenía la presencia de las prácticas sociales mercantiles: las actividades comerciales en el mediterráneo tuvieron incluso períodos de prosperidad, aunque breves y localizados; la vida urbana, aunque gravemente afectada por la inestabilidad política, siguió, sin embargo, viva en ciertas zonas de occidente, mientras Constantinopla vivía una época de esplendor. Todo esto tuvo una interrupción abrupta en la segunda mitad del siglo VII d.C. a consecuencia del cierre del mediterráneo occidental a la navegación. Las invasiones árabes cortaron la Romania occidental de las grandes rutas comerciales con el oriente medio y con el lejano oriente y crearon grandes dificultades también a Constantinopla. A partir de ese momento el mundo romano cristiano se contrae geográficamente y se va cerrando sobre sí mismo agudizando en forma extrema esa tendencia iniciada en el II siglo. El comercio desaparece totalmente de la Romania occidental, reducida a la Europa que empezaba al sur de los Pirineos y se perdía en las tierras bárbaras del Norte y el Este. A finales del siglo VIII, la propia necesidad de defensa frente a la amenaza árabe que ya estaba perdiendo su empuje inicial desde el sur y la de las nuevas invasiones de los bárbaros del nordoriente, condujo a desaparición de lo que quedaba de los reinos romanobárbaros y la organización de una nueva alianza despótica con características muy particulares que se conoce con el nombre de Imperio Carolingio. En el año 800 d.C., el rey de los francos Carlomagno, después de haber impuesto su supremacía militar, fue coronado en Roma por el papa como nuevo Emperador romano de occidente, dando inicio a lo que se debía conocer con el nombre de Sacro Romano Imperio. El evento quería ser una simple reconstitución del viejo poder imperial después de más de dos siglos de anarquía y fragmentación política. Pero este acto formal se llevaba a cabo en un mundo totalmente distinto al de la antigüedad clásica, distinto incluso a esa Romania de los reinos bárbaros antes de las invasiones árabes. La coronación era la expresión de un nuevo orden donde la jerarquía eclesiástica, heredera del despotismo romano espiritualizado y la nobleza militar de origen bárbaro se unían en una nueva relación de alianza política para darle un vértice político, militar y pastoral coherentemente articulado y un reordenamiento territorial a la sociedad 43 44 cristiana cuya cohesión social se establecía mediante la adhesión de la doctrina revelada, mediante la fe en la palabra evangélica tal como la predicaba y la administraba la Iglesia Cató1ica. De este modo la ciudad terrenal establecía vínculos orgánicos con la Ciudad de Dios y todos los súbditos, fieles y creyentes devotos, entraban a formar parte de un gran Cuerpo Místico que desde su residencia terrenal en Europa occidental se extendía más allá de las fronteras de este mundo para alcanzar las divinas regiones del mundo trascendente. El universo todo se convertía así en la morada provisoria del hombre caído en este mundo corruptible y transitorio, pero desde el cual el hombre iniciaba su ascenso al mundo eterno y trascendente. En efecto, durante ese siglo y medio que transcurre entre el cierre del mediterráneo por los árabes y la coronación del nuevo Emperador romano, se habían dado cambios profundos en todas las prácticas sociales y más que la restauración de viejo mundo romano, ese acto simbolizó el nacimiento de un nuevo mundo feudal. La Romania desapreció y en su lugar apareció la Christianitas, la cristiandad como nuevo orden despótico teocrático. Entonces desapareció definitivamente la distinción entre romanos y bárbaros y todo se convirtieron en cristianos súbditos del emperador y del papa, ambos representantes terrenales de Dios. El nuevo orden despótico establece una alianza lineal y vertical basada en la palabra, pero que mantiene una ambivalente dualidad de jerarquías que ordenan los aspectos terrenales y los divinos de la nueva sociedad. La promesa de obediencia organiza toda una estructura jerárquica que desde los siervos de la gleba sube por los diferente peldaños de la nobleza feudal hasta el emperador y el papa. En la relación entre ambos la promesa de obediencia se hace ambigua y esta ambivalencia caracterizará la permanente pugna entre ambos por la supremacía. Una supremacía que era indiscutiblemente del papa en cuanto vicario de Cristo en la tierra, pero también del Emperador en cuanto personificación del poder temporal de ese mismo Dios. La promesa que teje toda la textura del cuerpo místico se sustenta en la verdad de la palabra revelada por Dios en las sagradas escrituras. Cada persona ya no es un individuo como lo conoció el mundo romano, sino un fiel creyente en la palabra y como tal es una 44 45 persona que vale tanto como cualquier otra a los ojos de Dios, es decir, es una parte equivalente del nuevo cuerpo social despótico así construido: el cuerpo místico de todos los creyentes en la palabra revelada. El súbdito cristiano, en cuanto persona humanan es formalmente igual a cualquier otra, puesto que expresa un alma creada por Dios. En este sentido, la persona cristiana expresa la máxima linearización de las viejas relaciones de alianzas laterales: frente a Dios desaparecen todas las diferencias que hacen distintas a las personas en las relaciones de parentesco. El hombre cristiano se convierte en propietario privado de su alma, única posesión intransferible que lo hace formalmente igual a cualquier otro hombre. Propiedad que se garantiza a través de la alianza con Dios, es decir, acatando la palabra revelada que lo hace miembro de la Iglesia universal. Pero esta igualdad formal de las personas en cuanto componentes del cuerpo místico no borra ni atenúa las diferencias funcionales entre ellas. Como dijimos, el mundo feudal es un mundo ordenado por una jerarquía que desde los seres más bajos del mundo contingente y corruptible sube hasta donde moran los seres eternos e incorruptibles. La persona como expresión del alma eterna es siempre del mismo valor, pero la persona vinculada a su cuerpo corruptible, vale tanto menos cuanto más bajo sea su ubicación en la escala social, cuanto más cerca esté de las necesidades animales. El dualismo feudal se expresa también en esta doble significación de la persona que, en tanto que expresión de su esencia eterna hace del hombre un individuo soberano, mientras que como realidad contingente de un mundo corruptible y transitorio diluye las viejas relaciones personales según la posición en la jerarquía social hasta confundirlas con el mundo animal. Esta es la sociedad que se consolida en la época carolingia. Poco tiempo después de la muerte del Emperador, la unidad militar se derrumba y en poco tiempo el feudo se convierte en la unidad territorial política y económica entorno a la cual se desenvuelve la vida medieval. Una sociedad profundamente fragmentada en pequeñas unidades sobre las que se extiende la jerarquía unificadora de la iglesia cató1ica que asume muchas de las funciones políticas y administrativas que otrora eran del poder temporal. El Estado feudal, por lo tanto, no se parece en nada ni al viejo imperio romano del cual se cree y se siente continuador ni a los estados modernos. 45 46 Después de casi un siglo, en el 962 la institución imperial se renueva con la coronación de 0tón I como Emperador romano, dando nueva vida al Sacro Imperio Romano. Pero esta vez su influencia quedará restringida a los territorios alemanes y al norte de Italia. A partir de ahora la autoridad imperial só1o llegará hasta donde llegue su presencia militar; de ahí el carácter itinerante de los emperadores que en la práctica no eran más que nobles feudales con una mayor capacidad de convocatoria militar, dependiendo de la voluntad de sus vasallos para honrar su obediencia para con ellos. Todo esto no impide desde luego, que en términos formales e ideológicos el Emperador se ubique y se le reconozca como la cabeza de la jerarquía feudal, como jefe seglar del orden despótico universal. Hecho que lo llevará a un profundo conflicto con el papado a medida que las pretensiones hegemónicas de éste se vayan acrecentando. En efecto, desde principio de siglo XI, el papa Gregorio VII decide reactualizar la antigua doctrina del papa Gelasio reivindicando una supremacía absoluta sobre el orden feudal incluyendo al Emperador. El poder del papado irá creciendo en la medida en que las prácticas mercantiles reaparecen y se desarrollan en Italia creando nuevas fuentes de riquezas que le dan mayor poder frente a los territorios feudales del norte. Con el papa Inocencio III (1198-1216), el papado parecía estar a punto de unificar al mundo feudal en un nuevo Estado imperial mercantil, el orden teocrático se acercaba a una reconstitución de una unidad política como la clásica. Pero el Estado mercantil unitario no era posible, porque las actividades mercantiles, al penetrar en el orden feudal, desde principios del siglo XI, estaban dando origen a toda una serie de prácticas sociales distintas, a la formación de un nuevo tipo de sociedad. En el año 1303, el papa Bonifacio VIII, último gran representante de la autocracia papal muere humillado y con é1 se desvanece su sueño de imponer el poder temporal de la iglesia a toda la Cristiandad. Un nuevo poder se le había opuesto y lo había derrotado: el Estado nacional, representado por el rey de Francia quien en nombre de la soberanía de la nación francesa no reconocía ya ninguna otra autoridad temporal por encima de la propia. Veamos pues como es que se gesta en las entrañas de la sociedad feudal, irrigadas por las nuevas y fértiles corrientes del comercio renovado con el oriente, esta nueva organización nunca antes vista en la historia de la humanidad que es aún 46 47 hoy parte importante de nuestra realidad. 47