2 EL PAÍS, domingo 22 de febrero de 2009 MADRID El asedio policial a los inmigrantes 14 años parándoles “por su color” Una unidad de policía pide papeles a inmigrantes en el metro para mantener la estadística REBECA CARRANCO Madrid Ni es nuevo, ni se ha acabado. La identificación selectiva, en función del “color de piel” y de la “forma de hablar” se hace en Madrid desde hace 14 años. Así lo explica bajo el anonimato un trabajador de la unidad de Zodiacos, un grupo de agentes del Cuerpo Nacional de Policía que trabaja de noche para velar por la seguridad ciudadana. Y así lo pudo comprobar el viernes EL PAÍS en la parada del metro de Oporto (Carabanchel). La Jefatura Superior de Policía, sin embargo, mantiene que no se para a nadie porque tenga aspecto de inmigrante. Siempre, dice una portavoz, tiene que haber algún indicio de que esa persona va a infringir la ley. Aunque sea un amago de huir, una actitud sospechosa. Oliver, de 32 años, y Ramón Vázquez, de 30, caminan por la calle de la Oca. Van a cruzar, cuando un coche de policía toma la curva, se para y les pide la identificación. Son negros. “Siempre me pasa cuando voy contigo, me das mala suerte”, le dice en broma Ramón a Oliver. Ya se toman a guasa que les exijan su identificación y les tengan 10 minutos interrogándoles. “Es por esto”, dice Oliver, de Senegal, señalándose la piel. Él tiene permiso de residencia. Ramón, de la República Dominicana, está en situación irregular. Al primero le han detenido dos veces en sus seis años en España, una en 2006 en Cuatro Caminos, la segunda es la del viernes. Ramón va ya por la tercera en el medio año que lleva en el país; dos, en la parada de Oporto, otra en Cuatro Caminos. Por ahora se ha librado del calabozo. Es la primera identificación sin motivo aparente, más allá del color de piel, que presencia EL PAÍS el viernes alrededor del metro de Oporto. Las siguientes son pasadas las once de la noche. Llegan tres coches de la policía, aparcan al lado de la boca del suburbano y se meten en el interior. Seis agentes se sitúan detrás del torno. Empieza la elección indiscriminada. Personas con rasgos andinos, negros, viajeros con facciones caucásicas… “Es nuestro trabajo. Si hay ciudadanos ilegales en España, cometan o no delitos, ¿de qué forma se puede saber si tienen documentación? Sólo queda identificarles”, explica esa misma fuente de Zodiacos. Hace años que los policías de esa unidad lo hacen, dice. Al menos 14, que es lo que lleva este agente en el cuerpo. Antes iban a por las prostitutas de la Casa de Campo y de Cuzco o a por los marroquíes de Sol. Ahora, a por los viajeros del suburbano. “No existe una orden expresa de que bajemos al metro a identificar inmigrantes, pero sabemos que hay que hacerlo. Tenemos “Es la quinta vez que me paran esta semana”, explica Andrés Un agente reconoce que no hay una “orden expresa” de bajar al metro que mantener las estadísticas”, explica. Ni él ni varios de sus compañeros entienden el revuelo que se ha formado estos días a raíz de que se supiera, a través de una nota interna de una comisaría de Vallecas, que los agentes piden la identificación a inmigrantes indiscriminadamente, sólo por su apariencia. “No me parece ilegal identificar a alguien que es extranjero, lo triste es que se imponga un cupo a las comisarías. Hasta ahora, sólo lo hacíamos nosotros y la Brigada de Extranjería”, sigue esa misma fuente. Desde la jefatura lo niegan. “La Brigada de Extranjería y Documentación se dedica a prevenir el delito por parte de extranjeros, pero no van a los metros a identificar a nadie”, explica una portavoz. “Los Zodiacos se dedican a prevenir la seguridad ciudadana. Tienen que estar atentos ante potenciales delincuentes. Eso incluye también la inmigración, pero tampoco se les dice que paren a la gente porque sí”, añade. A su entender, el problema puede surgir por una mala interpretación: “A veces, en una investigación, los agentes detienen a inmigrantes y el que lo ve, se cree que es una detención indiscriminada, cuando no es el caso”. Pero el viernes no había ninguna operación especial, según confirmaron los propios policías. Los agentes del Cuerpo Nacional de Policía estaban en su turno habitual, de las once de la noche a las ocho de la mañana. Varios coches patrullas se dirigieron al metro, como cada día, para cumplir con el cupo de in- migrantes que se autoimponen. Según el agente de Zodiacos, unos “dos o tres detenidos por coche”. Al mes, asegura, la unidad puede aportar entre 150 y 200 detenciones por infringir la Ley de Extranjería. A dos mujeres, una boliviana y una colombiana, les toca el viernes sufrir los males de las estadísticas. La más joven, tiene permiso de residencia. Pero la otra, de unos 30 años, no. Es una sin papeles. “Pero no me pueden hacer nada, tengo un hijo español”, explica, muy seria, al lado del coche de policía, esperando que los agentes comprueben lo que dice. La situación le indigna. “Me han detenido muchas veces, muchas”, explica la mujer, apretando los labios. A los agentes tampoco les encanta tener que detener a inmigrantes. “Intentamos hacerlo lo más rápido posible, para quitárnoslo de encima”, explica ese mismo miembro de la unidad. A Andrés, de 40 años, le ha tocado el gordo de las identificaciones. “Es la quinta vez que me paran esta semana”, explica. Y todas en Oporto. Es dominicano y tiene la piel muy tostada. Cuando los agentes le dan el alto, se quita los auriculares, y saca sus papeles, con toda la calma del mun- 3 EL PAÍS, domingo 22 de febrero de 2009 El asedio policial a los inmigrantes MADRID En busca de una orden de expulsión para blindarse ante la policía Los agentes no pueden detener a un inmigrante con un expediente incoado DANIEL BORASTEROS, Madrid Un agente del Cuerpo Nacional de Policía pide los papeles el pasado viernes a un inmigrante en la entrada del metro de Oporto, en Carabanchel. / samuel sánchez do. “Tengo la residencia pedida, mientras esté la gestión en marcha, no me pueden echar”, afirma. En España espera “ambiente y mejorar”. Pero no cree que lo vaya a conseguir: “Las cosas están muy mal”. “¡Esto es la hostia. Siempre igual!”. Dos jóvenes que pasan por el metro, vecinos de la zona, no pueden contenerse. “Vienen los agentes, un día sí otro no, y se llevan siempre a un montón de personas detenidas y nadie puede hacer nada”, recriminan Damián y Cristina. Pero el viernes no hubo coches llenos. Los policías se fueron del metro de Oporto con las manos vacías. Posiblemente por la presencia de EL PAÍS. No quieren publicidad. Hacen su trabajo, dicen, igual que lo han hecho siempre, y punto. El Ministerio del Interior, preguntado por esta cuestión, se negó a valorar “procedimientos operativos”. El ministro Alfredo Pérez Rubalcaba, a raíz de la polémica por el cupo de 35 detenciones semanales, negó en el Senado el lunes que la policía hiciera “redadas indiscriminadas”. Pero la realidad, según pudo comprobar EL PAÍS, es que al menos en el metro de Oporto, el viernes por la noche, se hizo. Siguen agrupándose bajo el cartel del bar Yakarta, en una esquina achaflanada de la plaza Elíptica. Sólo que ahora de día. Son inmigrantes sin papeles. Ofrecen sus servicios para trabajar en la construcción. Son cientos. Cobran de 20 a 40 euros por jornada. Y, “con la crisis”, han ampliado horario: ahora llegan a las cinco y media de la madrugada y siguen aproximándose en grupitos hasta las cuatro de la tarde. “Hasta que haya suerte… si hay suerte”, dice Miguel enroscando las manos encallecidas en un arbolito famélico que sostiene un montón de papelitos con ofertas de pisos. Si viene la policía, que hasta la semana pasada “venía todos los días varias veces”, se avisan los unos a los otros. “¡La cana, que viene la cana!”. Entonces, empiezan a correr calle arriba, desde la esquina de Oporto y desaparecen en algún jardincillo. O no, se quedan quietos, tranquilos. Pero no es porque tengan papeles. La explicación la da Juan, chileno, diente de oro, sudadera con capucha, párpado guiñando al sol: “Si ya has pasado una noche durmiendo en el hotel de cinco estrellas de Aluche [el centro de internamiento para extranjeros] y te han dado la carta de expulsión, te dejan en paz”. Juan sonríe ante el asombro de quien le pregunta. “Sí, conseguimos aposta que nos detengan y nos den la orden. Así la cana te deja de molestar. Después, cuando se cumple el plazo, te dejas coger otra vez y vuelta a empezar”. Todo eso, claro, si no tienes delitos pendientes. Algunos aseguran que han hecho esa operación más de tres veces. Nunca los expulsan y sólo pasan una noche en el CIE, a la espera de que les reciba un abogado. Un juez puede internar a un inmigrante en un CIE hasta 40 días, pero no suele haber sitio pa- Un grupo de inmigrantes conversa en la plaza Elíptica. / claudio álvarez “Como salió en televisión que nos perseguían, ¡llevan dos días sin venir!” ra todos y sólo se quedan los que tienen antecedentes. “Te tratan mal, pero sólo es un día”, revela Juan, que asegura que los policías sólo se exceden “si eres muy picante con ellos”. Un compañero, que escucha apoyado en la pared, tercia: “La mayoría son educados, sólo algunos se pasan”. Los obreros sin documentación que se reúnen frente al bar no tienen códigos secretos para avisarse del peligro policial. “Eso es cosa de los delincuentes”, pun- 24 horas en la vida de una ilegal ANA MARÍA SAAVEDRA, Madrid Rosa lee una y otra vez la carta camino del metro. Tiene arrugado el papel de tanto meterlo y sacarlo del bolsillo de su chaqueta. “Siempre estaremos juntos, el amor que te tengo no acabará, perdóname por todo lo que estás pasando por mi culpa”, le escribió su esposo. Es el único contacto que han tenido desde el domingo pasado, cuando él fue detenido en una de las redadas de inmigrantes sin papeles. Como ella también es una sin papeles no puede entrar al Centro de Internamiento para Extranjeros, CIE, de Aluche. Rosa, de rasgos indígenas, es una boliviana de 45 años. “Mi único objetivo era comprar una casa en Bolivia, trabajando allá es imposible conse- guir casa propia”, dice (el sueldo mínimo en Bolivia es de 90 euros, mientras en España es de 624). Son las 12.05, Rosa debe llegar hasta la parada de metro de Manuel Becerra para recoger a los dos niños de la casa donde trabaja. “Son una buena familia y me tratan bien, llevo casi un año con ellos”. En el vagón, Rosa recuerda que le pidió prestado a un amigo 2.300 euros para viajar a España y dejó a sus cuatro hijos al cuidado de su padre. Es una de los 1.086.000 inmigrantes que viven en Madrid. Son historias que se repiten, sin importar la nacionalidad. Vidas duras, ajetreadas, sin tiempo... Trabajar, soñar con su casa propia en Bolivia y una vez más trabajar. Como Rosa. Dos empleos de lunes a viernes y otro los domingos para juntar los 1.200 tualiza muy serio Manuel, que explica que ellos sólo se limitan a gritar y salir pitando. Cristóbal, boliviano, tiene la cara marcada con cicatrices que parecen una madeja de arañazos. Él tampoco tiene códigos con sus amigos, pero ha desarrollado algunas precauciones. “No bajo al parque los sábados porque sé que van a aparecer”, concede. Ha cambiado sus horarios a la hora de coger el metro y procura estar el mayor tiempo posible en su casa. Igual que María: “Me paso la vida del cuartito al trabajo cuidando personas mayores y del trabajo al cuartito. Tengo miedo”. El viernes, todos estaban de fiesta. Todo el barrio de Carabanchel lo comentaba. “¡Llevan dos días sin venir!”. Se referían a la policía. “Claro, como salió que nos perseguían en la tele”, comenta María. Juan está de acuerdo, pero es menos optimista: “En una semana todo rulará igual”. Pero ni eso. Por la noche, a las once, la policía pilla in fraganti en el metro de Oporto a un hombre de 29 años, de Bolivia. Saca su orden de expulsión de hace dos meses. Está blindado. Los agentes le dejan en paz. “Cuando me pillaron tuve que dormir en Aluche. Aquí no hay trabajo y quiero irme, pero antes necesito reunir dinero para el billete de avión”, explica. “La orden tiene una vigencia de seis meses, luego se incoa de nuevo otro expediente”, confirmó una portavoz de Interior. Aunque eso no asusta al hombre: “Una, dos, tres órdenes... El caso es que no te repatrían. He pedido el retorno voluntario. Y ni con esas”. Mientras espera a los dos niños que cuida, Rosa cuenta cómo después debe ir a hacerles el almuerzo; los trae de regreso al colegio a las tres; tiene tres horas para hacer la limpieza. A las seis de la tarde toma una vez más el metro y llega a su segunRosa, esposa de un inmigrante detenido. / l. sevillano do trabajo: cuidar a una pareja de euros que necesita para sobrevi- ancianos toda la noche. Ella tiene vir: 400 para enviar a su país, 300 alzhéimer y él es ciego y no camidel piso de dos habitaciones que na. Les da la comida y los acuesta. comparte con cuatro personas Rosa duerme por momentos, demás. Luego va restando lo del me- be estar pendiente de que la señotro, la comida y, desde hace ocho ra no salga del cuarto a caminar días, la paga para el abogado de por la casa. A las diez de la mañasu esposo. na del día siguiente los lleva a un Cuando llegó a Madrid, hace centro especial, donde se quedan casi tres años, dos meses después todo el día. De allí, toma el metro de la última regulación de inmi- para encontrarse con su primo y grantes, Rosa comenzó a trabajar desayunar. Él es quien le da las de empleada doméstica. noticias de su esposo.