Palabras pronunciadas en el Museu d’Art Modern de Tarragona por Concha García-Bragado Acín en nombre de la Fundación Ramón y Katia Acín Hola a todos: En esta ocasión no me correspondía a mí dirigiros estas palabras. Es mi hermana Kati, como presidenta de la Fundación Ramón y Katia Acín, la que debería estar en mi lugar. Pero a mí me hacía ilusión el poder trasmitiros nuestro más sincero agradecimiento, a pesar de no ser mi fuerte hablar en público. Este agradecimiento se dirige en primer lugar a la Escuela de Arte y Diseño de esta ciudad dependiente de la Diputación de Tarragona-, a su dirección y a sus profesores que, además de realizar los estudios reglados con alumnos de muy diversas especialidades, acogen a personas de muy distintas edades, todas ellas con ilusiones e inquietudes artísticas, unas mejores y otras no tanto, pero todas vivas. Este es el caso de Katia Acín. Y esa vida es la que yo encontraba en la Escuela cada día que, a las 9 de la noche, iba a buscarla y la encontraba agotada, pero feliz. Por una vez en su vida le resultaba fácil hacer lo que siempre había querido, dibujar, dibujar y dibujar. Por supuesto este agradecimiento lo extendemos a este precioso Museo de Arte Moderno y a su directora Rosa Ricomá, artífice, junto con sus colaboradores, de la hermosura de esta exposición. Vuelvo a reiterar nuestro agradecimiento a las comisarias, Antonia Vilà y Alicia Vela por todo lo que apoyaron a Katia en vida, y a nosotros, sus hijos, en la selección y catalogación de su obra. Empresa nada fácil conociendo a la artista. Y por supuesto reiterar nuestro agradecimiento a la Diputación de Huesca y al Gobierno de Aragón, ya que sin su apuesta por Katia, tanto la exposición de Huesca como ésta que hoy inauguramos habría sido no difícil, sino imposible. Ha pasado año y medio desde que se inauguró la exposición de Katia en Huesca. Para nosotros, esa primera exposición después de su muerte tenía un significado especial. Significó que con su desaparición física no se había acabado todo, que esa parte del desarrollo de su vida artística que consistía en dar a conocer su obra la habíamos logrado. Con esta nueva exposición y con las próximas, esperamos que sean muchas, nuestros objetivos son más exigentes. No queremos mostrar únicamente la obra de Katia, queremos transmitir al mismo tiempo todo lo que, pensamos, ella quiso expresar con su trabajo. Primero querría poner de manifiesto que esta obra que hoy os presentamos fue realizada por Katia a partir de los 71 años. Como sabéis la carrera de Bellas Artes la inició a los 65 años, una vez jubilada, y cuando la terminó se especializó en grabado. Es decir, en la gestación de esta obra hay toda una vida. En la presentación de la primera exposición mencioné dos frases suyas que siempre utilizaba y que, aún a riesgo de repetirme, las mencionaré otra vez. La primera es “hija mía…que no tengo tiempo”. Ella sabía que su tiempo era limitado, ley de vida. Esta frase me la decía a mí cuando le invitaba a poner orden en su taller y en sus trabajos.Y la repetía también a sus compañeros de la Escuela de Arte y Diseño de Tarragona cuando le decían “Katia descansa por favor que nos agotas a nosotros”. Trabajó incansablemente, tenía muchas cosas que decir y lo dijo con sus planchas. Esas planchas -que a pesar de no ser lo más importante según los profesionales del grabado ya que lo importante es la estampación- creo que, en Katia, tienen una importancia extraordinaria. Yo lo intuía, no había más que verla luchar, discutir, conversar, acariciar, atacar aquel trozo de material. Lo intuía, pero no era capaz de poner palabras a esta intuición. Fue su amiga Cristina Plaza la que me lo tradujo en palabras: “Para Katia, que nunca pudo escribir, que era incapaz de traducir sus sentimientos en palabras, cada una de esas planchas es una página de ese libro que jamás escribió”. La segunda frase es “y me quité la espina”. Katia, en su vida familiar, dibujó siempre. Las listas de la compra estaban siempre llenas de dibujos, sus apuntes siempre tenían detalles gráficos. A nosotros, sus hijos, nos embellecía los cuadernos de clase. Pero esa no era la espina de Katia, la espina de Katia es esta obra que hoy os presentamos aquí. Es la espina con la que vivió toda su vida. El libro de su vida. Si la mirada hacia su obra fuese muy rápida se podría pensar que la herida de esta espina tuvo que dolerle mucho, ¡mucho! Y, sin embargo, todos los que la conocimos sabemos que si algo le caracterizó fue ese carácter tan tremendamente positivo que le permitió -a pesar de los pesaresdisfrutar de la vida en plenitud. Disfrutó de sus amistades, de su marido, de sus hijos, de sus alumnos, de sus profesores y de sus compañeros. Y todo ello a pesar de que siempre dejaba detrás algo que querría haber realizado. Y como siempre la habíamos visto disfrutar, este “libro” nos sorprendió a todos los que la conocimos. Sus hijos fuimos los primeros sorprendidos, y eso que estábamos acostumbrados a su carácter. No nos sorprendió que a los cuarenta años, con cinco hijos, se pusiera a preparar oposiciones encerrándose en una habitación de casa quitando el picaporte para que no la molestáramos.No nos extrañó cuando nos comunicó su deseo de marchar a las Palmas de Gran Canaria el último año de su vida profesional, no nos extrañó cuando nos dijo que se había matriculado para hacer el examen que le permitiría entrar en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, mucho menos nos sorprendió su aprobado y su decisión de ir a vivir al Colegio Mayor San Raimundo de Penyafort. Pero su obra sí nos sorprendió, no era una obra de soles y rosas. Nos sorprendió mucho porque descubrimos a “Katia”, la madre que siempre había estado allí pero sin mostrarse. Como hija suya, cuando reconstruyo su pasado, tengo una laguna. Hay un período de tiempo, el que va de sus 12 hasta los 18 años, del que no conozco casi ninguna anécdota, salvo la manifestación del cariño que sentía por sus tíos Santos Acín y Rosa con los que vivió después del asesinato de sus padres. Pienso que, seguramente, fue en esos años cuando creció la espina, cuando se gestó su libro, cuando Katia ordenó sus recuerdos… La tercera frase no la mencioné en la inauguración de la exposición de Huesca, la mencionó, de alguna manera, la entonces Consejera de Cultura del Gobierno de Aragón Mª Victoria Broto. Yo la incorporo ahora y espero saber transmitiros lo que con ella pienso que Katia quería decirnos: “yo perdonar, perdono, pero olvidar nunca”. Esta frase tiene su origen temporal en la época en que Katia ordenaba sus recuerdos. Una época en la que Katia tendría que haber estado jugando sin pensar permanentemente que todo su mundo afectivo había sido destruido por un “tsunami” inhumano; y estos recuerdos, casi todos ellos dolorosos, no los consideraba propiedad de ella, todos los que vivieron esos momentos terribles de la historia participan de ellos. Lo que Katia querría transmitirnos a todos los que observamos su obra no es únicamente la valoración artística sino también la emocional, el “no olvidar”. Y estos recuerdos, este “no olvido” son precisamente, las raíces tanto estéticas como expresivas sobre las que se asienta la obra de Katia. Mi madre decía que había tenido mucha suerte con los padres que había tenido. Nosotros pensamos que hemos tenido muchísima suerte con los abuelos y padres que hemos tenido. Pero utilizo la palabra suerte antes que orgullo. La suerte la da la Naturaleza, el orgullo nos lo proporcionáis vosotros con vuestro reconocimiento, con vuestra presencia en este acto, con todo el cariño que nos transmitís. Nuevamente os doy las gracias, a los mencionados al inicio de mis palabras y a todos los amigos que hoy nos acompañáis. La verdad es que es emocionante estar aquí. Muchas gracias a todos y espero que volváis a disfrutar de Katia. Concha, Ana y Kati García-Bragado Acín