BARATCRA. IlilJSTRACIOK. irriLiDAD. LA SEMANA. LECTURA DE LAS FAMILIAS. NUEVA PUBLICACIÓN EN ESPAÑA. — SALE UNA ENTREGA CADA DOMINGO. SE SUSCRIBE EN BARCELONA. En la libr.?ria de J. VeRDARUBn, Kaml)la frente al Liceo; y mu.-has otras librorias do la t a u d a d . Toda correspondencia se diriyira franca á los Editores de LA PBMAXA , en la Litireria de JoargiiinVcrdat^uer, Rambla, n. ó , Barcelona. ENTREGA 42. E? propioílad. PRECIO. En BAKCEI.ONA , por i enlrcira? llevada.-» á domicilio • r^. Fuera de Barccli>na, id. francas de porte. 3 rs. •cfiíim li: gironios ju;it,-.s por vui-stro noble amigo. (l'ag. 329. ool á'.; SUMARIO. o d i o • b o r d o , por M. G. I>K I.A I.ANDIÍU.E. ~ E l m a l d e I n B e r n o . por PAPLO FEVAL. ODIO Á BORDO, P0)l M. G. DE LA LANDELI.E. SEGUNDA P.\RTK. SOR AGL&C. f Conclusión. ) Aiitmiiiia fui á visitnr ú sor .\Q;lae á quioii amaiia dcsiie su viaje ilo Francia á la isla de Borbon, iliirnnte d ciiai la joven erioila liabia lomado parle ron treciioncia en lo.s ejcreicio.s piadosos do las liei'wanas , y desde entonces la liabia coriiiinicado sus temores, SHS -esperanzas y su amor. I,a (|ue fne un dia lierinaiia y desposada "do Carlos de Pierremoril no soltó jamás una palabra amarga contra Emilio Kargeolles, ¡ pero cuántas veces elogió el rorazon í,'eii'fcroso de .Inlio ! Es verdad que de todas partes •llegaban á oidos I.\ÍÍ Antonina elogios semejantes. Sin embargo, se quejaba amargamente de ¡a partida de Jnlio Uenaiid. — De él tan sola depenilia el no partir, dijo; el conde de liellcgravo, qnc tanto le ama y aprecia, tenia intención tie tomarle por segundo, y si Julio fitibiera aceptado, estaría aq'íi y todo? los dias ven- dría á casa donde mi padre le recibiria como á un hijo. — Motivos poderosos le habrán obligado sin duda á renunciar á tanta dicha , dijo sor Aglae estremeciéndose. El único motivo que contenia á Julio era su odio j contra Fargeolles. I — Cielos!... añadió Antonina , abrigo horribles presentimientos, y tiemblo al pensar que está á bordo porque hay allí un hombre tan perverso !... Sor Aglae no rcspündió pero exhaló un prolongado suspiro. — .Mi! no conocéis como yo al señor Fargeolles , continuó Antonina: solo le visteis á bordo, pero ha estado dos meses en casa durante vuestro último viaje á Santa María , y no ¡lodeis figuraros en qné términos hablaba del señor llenand. Solo hablaba mal de él, se burlaba sin ce.sar, inventaba mil calumnias odiosas mezcladas de chiátes y le ridicnlizaha constantemente. Nunca lie creid(> sus palabras, pero desgraciadamente mi madre se deja cautivar por sus infames graciosidades. — Antonina... hija mia... dijo sor Aglae dominando sus emociones. Rogaré... rogaremos juntas por vuestro noble amigo. Dios os le conserve ! Ah! la hermana de"" la Caridad recordaba que Dios no le babia conservado á su desposado Carlos : de Pierremont. Antonina no comprendió hasta mas adelante el doloroso semillo ile sus palabras, hasta que una noche contó el conde de llellegrave la trágica historia de los Cordones de oró. — ¡ Como! murmuró, sor Aglae es Eglé de Pierremont'. Antonina se acordaba de su respuesta. — Sor Aglae conocía á Fargeollos mejor que nosotros! pensó con tristeza , á Fargeolles que asesinó á su desposado , al amigo de Julio... Oh! cielos ! si llegaran á batirse otra vez!... Acrecentáronse los temores de Antonina , é inclinó la cabeza para que no advirtieran su palidez. Era ya de noche y el señor de la Riziere y su hermana escuchaban con emoción al conde de llellegrave que continuó : — Mi muger acogió á Eglé en mi casa y le lii/o las veces de madre. 'Deseábamos consolar su dolor, y habíamos intentado hacerle agradable la vida , pero se resignó á vivir consagrándose á Dios. — Aglae !... sor Aglae ! pensaba Antonina, me parece que aun la amo mas ! No pasaba ningún dia sin que Antonina fuera á visitar á la angelical sor Aglae. La tregua. Aquí principia la última fiase de una lucha encarnizada : la envidia, los celos y el odio habian llegado á hacer tan aborrecible á" Fargeolles, que hasta Julio Renaud perdió su carácter natural. Tan- 3.30' í 1' # »?4 lo en tierra como á bordo, la perfídiá era el^rgtt del subteniente, y el teniente comMia á sujffversario con la severidad militar. Qpndo la mxta se halló en alia mar, calcgló \jg con.<:eciMcias del movimiento de ira que le'^ncmnaba á Bordo. — Me he dejado coger en el lazo, pensó; el miserable ha contado con la indignación que cabe en im corazón ultrajado. Es preciso acabar de una vez. Escribió á su amigo la carta siguiente: «Hasta ahora solo os despreciaba pero no os «odiaba: os desprecio ya y os odio. Guerra á « muerte! entefideis? No haya cuartel. La prime«ra vez que saltemos en tierra uno de los dos no «ha de volverá bordo.» Papillon llevó esta carta á FargeoUes que respondió : «Yo os odiaba pero ahora os desprecio. Estamos « de acuerdo sobre un punto: guerra á muerte! «Acepto de antemano cuantas proposiciones me «hadáis con este objeto.» El grumete contó á Gaussard que los dos oficiales se nabian escrito. — Ojo avizor , muchacho, dijo el gaviero, alerta ! cuéntame todo lo qne pase. — Mi amo me ha prohivido que os lo contara, respondió el grumete, pero conoziw que quieren batirse otra vez y cftie será con mas encarnizamiento que en Borbon. Por este motivo, y sabiendo cuanto amáis al señor Renaud, vengo a deéiroslo y á consultaros, tio Gaussard. — Has hecho bien, hijo mío; observa aparentando que nada ves, y cuando nos acerquemos á tierra, redobla tu vigilancia. — Estad tranquilo, dgo el grumete. Trocóse en melancólico el genio franco y alegfe de Julio , y nadie hubipÉlf'eoAoeido en él al joven y brillante oficial de los primeí'os fteSes de la campaña ; estaba pálido y esj^Ksto á repetidos acceSbs de calentura ; su constitocion se deDilitéba vlsiUbniente, y era tanto el oéo qfié ttirbaba una a l ^ tan buena y afable c o m o ' l a « ( | ^ , , : ^ iii siquiera podia conciliar el sueño.!' . ii J] Una oscitación violen(#Iiáln jmÁducido éfecbtt análogos en FargeoUes / I p e a i r déla enieldad fHa y tranquila que constituía so carácter. Las personas verdaderamente susceptibles de odio ocupan un término medio entre estos dos genios; ptfeden ser sensibles, cariñosos é impresionables como Julio, pero no llenen como él un fondo de generosidad completa, y hasta tienen por decirlo asi cierta dosis ae perversidad que se desenvuelve según las circunstancias, pero sin predominar jamás, como en FargeoUes, en los actos ordinarios de la vida. Asi pues, aunque su odio fue para cada uno de ellos un suplicio continujO , los dos oficiales hiibiun llegado á aborrecerse á muerte. Habia sido preciso qtie mediara la vida á bordo para sacarles del centro de sus instintos y hacerles implacables; por que un odio abordo, angosto recinto donde es forzoso vivir al lado del enemigo, en nada se parece á lo (]ue puede sentir en otras partes el corazón humano. En la mesa, por ejemplo , ambos oficiales se hallaban cara á cara ; á veces se cruzaban sus miradas , rechinaban sus dientes, apretaban convulsivamente los mangos de los cuchillos y se miraban sin pesteñear durante minutos enteros. Julio sentia entonces con frecuencia accesos de calentura, y salia trastornado, desesperado, casi loco. FargeoUes tuvo Tarias congestiones cerebrales á consecuencia (le escenas de esta clase , y fue preciso sangrarle. El teniente efa massevero en los actos del servicio , jiinque nunca sé desmintió su justicia respecto de la tripulación, pero habían enconado su corazón el recuerdo de su felicidad perdida , la incesante presencia de su odiado enemigo y la proximidad del desafio á muerte cuyos meaios de ejecución estaba continuamente meditando. Sor Aglae, y basta Antonina , hablan desaparecido casi de su memoria; y solo pensaba en su amor con estremeeimiento y espanto, pues la joven íe le aparecía en la imajíinacion, enojada de su conilrcta y celosa del sentimiento feroz que le domi- LA'SífteÁÑA. naba. Bnicamel neMp el adío llenaba su corazón antes tan tiflRo, e s p | ^ v £ ^ generosoypern se acedaba de fwremont ,;tiellÍBVio-escílet|\ de |tt / w « y de la }mtoriosn,éi í$\'\a co^tannmente presentes en S6 memoria"il)doi los sarcasmos, ultrajes é infamias de FargeoUes. ¡ i -t ir á cunplimentar pl gobernador y entregarle sns d e s p e o s , y los dífm para pasear por la ciudad don^ninguno dejllos habia esiiado. ygeolTes jolvÍB=tarde, Julio le esperaba: amboffldversBriSl se Sicontraron sobre cnbJerta y dijeron en voz baja: Wat ttibíiitak (fim WiahlhlsbwU má&tk — Se acabó la tregua, caballero.... hasta madel servicio especialmente con su adversario; en ñana ! efecto, le reprendía en medio del puente y delan— Mañana morirá uno de los dos, te de la tripulación por el mas insignificante des— Porfin] cuido ; le mandaba que callase como á un grumete, Oh! cual había cambiado á Julio Renaud la ney le hostigaba y humillaba como si temiera no ser cesidad de vivir incesantemente en contacto con aborrecido tanto como él aborrecía. FargeoUes! su acento de odio no era menos feroz El señor de Kergal quiso interponer su media- que el de su adversario é igual furor brillaba en sus ción , pero le dijo Julio: ojos. —Mañana, dijo rechinando los dientes, maña— Una de dos, mi comandante, ó soy vuestro segundo y él me obedece ó quitadme la tenencia. na nuestro desafio á muerte ! Me acusasteis de debilidad y desplego toda mi firmeza. El señor de FargeoUes sirve mal, y yo no XI. hago mas que obligarle á cumplir con su delier. En otra ocasión , como el subteniente le responÜA desafio á muerte. diera con grosería , el teniente dirigió contra él una queja por escrito y pidió el castigo que por la Nadie sospechaba los siniestros proyectos de los ordenanza nlferecia. antagonistas, aunque sii enemistad era evidente y El oficial superior no se negó por conservar la esperasen todos una catástrofe, pero Papillon habia disciplina y el órd«a del buc|ae, y cuando Fargeo- hablado á Gaussard y el antiguo gaviero estaba de Ues .salió d e l ' a r i s t a , se hmitó á darle algun(^ guardia. consejos paternáties, tan tiernos como inútiles. A las diez de la mañana del siguiente día, cuanLa corbeta iba & Pondicher^ con tma misión titte do vio bajar al bote á Julio y á FargeoUes con un debía delenerb allí al(^nos días, pero tenia Arden bulto cuyo contenido adivinó, no vaciló un ÍDstande regresar inmediabimente á la isla de Borlwn. l e , y corrió á la cámara del comandante , y fallanCuanao se tftercaron á tierra , RenaUd^tseríbió á do á la consigna, se presentó al señor de Kergal sin anunciarse. FargeoUes: — Mi comandante, le dijo , el teniente y el se• He recibido el éltfflto v el mas gihgve de los • insultos, y me pertenece la elección de k s armas, ñor FargeoUes van á tierra para batirse. «la hora y el sitio, ti áa sjgpiertttde nuestra lleEl oficial superior subió al puente con precipita< gada' poiijáe el primer dia me Wfendñ&n á bor- ción , pero el note estaba ya á bastante distancia. «do mis dd^res de teniente), Multaremos en tier— A bordo ! á bordo! gritó el capitán Üe fra• ra á las d t s z ^ ta mañana, sin padrinos, con gata. El bote siguió su camino. (dos pistolas 'útítárplias y nn Á>lo cartucho. Tót maremos tlissIiMnBrés m pah'para que nos lle- — Maestre de guardia , mandó el señor de Ker.«ven á un ^tí(rojptortiHÍlb y iigoio. Allí, cargarán gal , llamad el bote al momento. «ellos lej(^ de nuestra préseMia'Ana de las pistoEl maestreadlo un silvido penetrante que debió «las, elesm^fHnréro y yot'tbní^ré la que quede. oírse desde la orilla. Julio volvió la cabeza, vio al « A una sml'-éónvcfnida,'dtiliMráremos á un mis- comandante qne le mandaba con ademan que vol• mn tieni!b,^i([)ueiinah)^ y apuntando al cora- viera , tiró del cordón del timón para hacer virar el bote, y dijo á FargeoUes al oido: «zon. — Ños han espiado ! «El oficial á quien escupisteis en el rostro.» — Mañana será otro dia. Papillon trajo esta respuesta escrita con lápiz: No era posible desobedecer. Cuando llegó el bo« Estoy contento; corriente. Que-no haya cirute, el capitán de armas lo registró escrupulosajano sobre todo! mente por orden del comandante y halló las dos • Vuestro enemigo mortal» Julio comió aquel día con apetito , FargeoUes se pistolas. — Venid á mi cámara, señores, dijo el oficial burló del comisario por primera vez después de mas de seis semanas, y los dos adversarios estaban con- superior cuando le entregaron las arm'as .fcusatíütentos viendo llegar porfin el anhelado instante de ras. su venganza. Y no les bastó el haberse escrito, Cuando Julio y FargeoUes estuvieron en presenpues se dijeron con júbilo siniestro estas palabras: cia de su capitán recibieron las mas severas repren— Me quedé á bordo, y rompí la ordf n de de- siones , pero ninguno de elkis respondió. — Comprometéis vuestra carrera, señores, y os sembarcar por tener la dicha de batirme con vos! mando formalmente que no os batáis mientras uno dijo Julio Renaud. — Me opuse á vuestra fuga y renuncié á ser te- de los dos sirva en mí buque. Sí infringís mi manniente de la corbeta por batirme á muerte... á dato , no vacilaré en haceros comparecer delante de un consejo de guerra por delito de insubordinamuerte! respondió FargeoUes. ción. Señor FargeoUes, advertid que atacáis á — A pistola y á quema ropa ! vuestro superior, y vos, señor Renaud, recordad — Muy bien ! que sois segundo y que vuestro principal deber con— Tregua pues hasta entonces, dijo Julio. siste en sacrificar vuestra venganza particular en — Tregua, pero á muerte... á muerte ! — Lo juro por la memoria de Carlos de Píerre- bien del servicio. Calláis, caballeros, á pesar de vuestra obstinación insensata , quiero ser indulgenmont! El fondeadero de Pondichery está cerca de la te y no os arrestaré como debía , pero os pronivo orilla batida continuamente por el oleage de alta que vayáis á tierra sin mí espresa autorización. mar y los botes no pueden llegar á tierra sin espo- Nunca saldréis del buque juntos, y si os batís á nerse á ir á pique , de modo que es preciso valerse bordo ya conocéis las leyes relativas á este crimen. fie barcas particulares llamadas chelingas, embar- Salid, señores, y no olvidéis que no os perderé do caciones ligeras y planas, tripuladas por naturales vista. del pais, cuyo oficio consiste en cruzar la barra, ir Los dos oficiales salieron , y FargeoUes se halló delante de los botes y tomar y dejar en la orilla las cara á cara de Julio que le dijo : personas y las mercancías. — No desisto, y vos ? Las exigencias del servicio detuvieron á bordo á — Hasta mañana! Julio Renaud el primer día de su llegada, y el co— Hasta mañana. mandante , Fargéniles y los demás indivicluos del — Con las mismas condiciones? estado mayor saltaron en tierra, el primero para — Con las mismas. 331 LA SEMANA. En el alcázar no se hablaba mas que del frustado desafio. Gaussard y Papillon continuaban vigilando sin descanso. A las once de la noche el grumete vio entrar á Fargeolles en el camarote ie Julio , pero los dos enemigos hablaban en VQZ tan baja que nada pudo oir. Guando salió eí*'subteniente, Papillon hizo ver que dormia y corrió ea seguida á aar cuenta al gaviero de bauprés. — Bien ! bien ! Estaré en mi puesto, dijo Gaussard ; voy á avisar á todos los compañeros, y yo no me acostaré en toda la noche. A las cuatro de la mañana Julio subió, al puente para tomar la guardia; según la ordenanza, el segundo del buque , cuando solo es teniente de navio, hace todos los dias la guardia llamada cuailo del día , porque el sol asoma mientras dura. El gaviero se Labia dormido sobre cubierta; uno de sus compañeros le despertó diciéndole: — Ya hay uno, tio Gaussard: me habláis encargado que os avisase cuando saliese; haced ahora lo que pensáis. — Creo que no tardará en salir el otro; esperemos. En efecto, pocos momentos antes del zafaranehii, cuando dormia aun la tripulación y el albor crepuscular blanqueaba apenas el horizonte , Fargeolles subió y se dirigió hacia el teniente. Gaussard se volvió a sus amigos y les dijo en voz baja; —Atención muchachos: yo mando la maniobra; obedecedme! — Obedeceremos ! respondieron los marineros. Papillon estaba en pié cerca del gaviero que añadió: — Necesitaré una espada ahora mismo: búscame una al momento. Fargeol'es se reunia entonces con Julio en la toldilla , y enseñándole la orilla con la mano , anadia con voz sorda : — Ya es hora! El teniente vaciló, porque marchándose en semejante hora , no solo desobedecía al comandante, sino que desertaba en cierto modo del buque estando de guflrdia; pero su incertidumbre duró poco rato, y dijo : — Partamos I Después se descolgó por un cabo hasta un pequeño bote atado al caperol y le siguió Fargeolles: los dos oficiales desataron entonces la embarcación, cogieron los remos y se alejaron rápidamente de la corbeta. La fuga de los adversarios era resultado de su conversación nocturna en la cuaj Fargeolles habia decidido á Julio, no solo á abandonar el buque, sino á partir estando de guardia. Es verdad que antes de oajar al bote el teniente habia enviado las órdenes de servicio por escrito á un timonero para que se las comunicase á Desbagues. Este' se desperlfi algunos minutos después, pero llegó demasiado larde al puente, á donde habia subido ya el señor de Kergal, avisado por Gaussard, y habia mandado dar un silvido como el dia anterior para llamar á los fugitivos, los cuales remaban con mas fuerza al verse descubiertos y se dirigían hacia el punto donde estaban las chelingas. — Mi comandante , dijo el patrón de guardia , no hay peor sordo que el que no quiere oir. — Un bote! gritó el oficial superior. — El mió está en la escalera preparado, dijo Gaussard. —Mi espada ! dijo el capitán. Papillon entregó una al señor de Kergal qué bajó precipitadamente al bote. — Remad, dijo , con toda vuestra fuerza! — Descansad, mi comandante .respondió Gaussard , que pronto asocarán. El bote de los oficiales llevaba una ventaja considerable y vogaba por un mar tranquilo como una balsa de aceite; los dos enemigos rivalizaban en esfuerzos y se animaban mutuamente como si fueran dos hermanos. -Adelante! Animo ! decia Julio. — Antes de ilos minutos estaremos en las chelingas , respondía Fargeolles. — ¿Vamos á dirigirnos á la orilla sin detenernos para tomar una cheimga ? — Es imposible! Zozobraríamos y se mojarla la pólvora ! — Qué de^racia! Si la pistola estuviera cargada , nos batiríamos aquí. — Ya lo había pensado, pero era preciso un tercero para evitar una traición. — Es justo ! lo habéis combinado todo con mucha prudencia. Eran horribles la sangre fria de los dos adversarios , su concordia aparente , la entusiasta uhion de sus voluntades, siempre tan contrarías y ahora tan unidas, porque iba a ventilarse su contienda. Alcanzaron una chelinga que salió á buscarles. Los lascares (i) querían naturalmente esperar al otro bote para tomar doble carga pero Fargeolles y Julio essllü^on á un tiempo con voz amenazadora : — 4 tierra! á twfra ! Los indios <!l^^^f0aí, l§|dos enemigos salta- ron ei\ 'i0m ^jmm(^'^ mm wmi ks^ marineros «p ta che|i,i^, \^ ^eron. — Cebad las dos pistolas I — Cargad ujia aparte! pronto! — Pronto! Los lascares no entendían lo que se les mandaba. —Hacedlo, miserables! se os ha pagado, daos prisa! * — Caballero, dijo Julio á Fargeolles, retrocedamos y no miremos. Los dos ofíci|les dieron catorce ó quince pasos por la orilla. El bote del comandante habia llegado en tanto delante de la barra y los rayos oblicuos del sol iluminaban Li escena que tenia lugar en la orilla. El señor de Kergal veía á uno de los indios, vuelto de espaldas á los adversarios y mirando al mar, que cargaba una de las pistolas después de haber cebado la otra ; veía á Julio y á Fargeolles que hablaban con los otros dos lascares que les servían de padrinos, 7 como la chelinga que se preparaba para salir á esperar su bote no estaba aun en el mar, reflexionaba que un instante de tardanza podía causar la muerte de uno de sus oficiales. El capitán desenvainó la espada, se alzó sobre el banco y gritó con voz terrible: — En nombre del' rey , deteneos! Ninguno de los dos oficiales volvió la cabeza , porque el estruendo de las olas rompiendo en la narra asordaba tal vez la voz del señor de Kergal — Tendremos tiempo, caballero, dijo fríamente Julio á su adversario. — Felizmente! respondió Fargeolles. — Ea, majadero, las pistolas! — Aquí están, dijo el lascar uniéndolas antes de volverse. — A tierra sin parar! gritó el comandante á los remeros. El patrón penetró osadamente en la barra; el bo^ te pasó perfectamente la primera oleada, se inclinó á la segunda y se fué á pique á la tercera. Los doce marineros que lo tripulaban y el ofi'cial superior rodaron confundidos por la orilla donde se estrelló la embarcación. El comandante tenía la espada desnuda en la mano cuando se levantó y le siguieron de cerca Gaussard y sus remeros! Mientras los dos adversaríos habían estado en la creencia de que los del bote esperarían una chelinga para desembarcar, continuaron sus preparativos con calma feroz. Cada uno de los paarinos indios había de recibir una pistola del tercer lascar, quien , según sus instrucciones , solo habia cargado una; pero cuando Julio y Fargeolles vieron que el bote cruzaba la barra, y especialmente cuando conocieron al señor de Kergal , perdieron su serenidad. —Las armas! las armas! gritaron á sus padrinos. Los padrinos obedecieron. Julio y Fargeolles tomaron las pistolas y las amartillaron. Acercáronse entonces á largos pasos uno hacia otro para colocai-se recíprocamente el cañón sobre el pecho de su adversario; pero la señal de descargar no se oía, porque el indio encargado de hacerlo permanecía mudo, oyendo al señor de Kergal que corría precipitadamente dicie(i4o: — Detened! detened ! En nombre del rey , dejad las armas! — Cuenta, miserable ! gritó Julio. — Ya contaré yo, dijo Fargeolles. — Adelante, respondió su adversario. ^ U n o ! dos!... contó Fargeolles. — No contarás tres! gritó Gaussard empujándole bruscamente; y el subteniente cayó de lado y apretó el gatillo involuntariamente. Oyóse silvar una bala y la voz de Fargeolles que decia con rabia : — Maldición ! le hubiera muerto! Tengo derecho i su vida, y' la quiero ! — Silencio, señor de Fargeolles! dijo el capitán de |fágata tendiendo la espada entre los dos - ' Idiio estaba anonadado , con la mirada baja y bqca abierta como si no entendiera lo que pasaI en torno suyo. El populacho indio y los marineros de las chelingas corrían por todas partes amotinados , y los de la corbeta permanecían estupefactos. — Le he salvado , murmuró Gaussard , pero no le ha faltado lo recio de un hilo de vela. — Una chelinga y seguidme ! añadió el comandante. Señor Renaud, id delante! señor Fargeolles, seguidme ! Listo, Gausard, una chelinga ! Dos minutos después, una barca del país, cargada con los oficiales y marineros de la corbeta , llevaba á remolque el bote abandonado hasta entonces á la otra parte de la barra y que no habían arrojado aun las olas á la'orilla. Cuando llegaron al buque, la tripulación ocupada en lavar el puente , suspendió con curiosidaa el trabajo , y Desbagues recibió en la escalera al comandante, el cual dijo mirando alternativamente á Julio y á Fargeolles : — Llamad al capitán de armas! E primero estaba pálido y temblaba con el frío de la calentura sostenido por Gaussard y Papillon. pues á no ser por su ausilio se hubiera caído sobre el puente. Fargeolles estaba lívido, sus ojos giraban en sus órbitas y se inyectaban de sangre; un copioso sudor bañaba todo su cuerpo, sus facciones se contraían como las dé un hombre atacado de hidrofobia, y se asía convolsívameote de un cañón. Se presentó el capitán de armas, á quien dijo el comandante: — Acompañad uno después de otro á estos señores á sus camarotes, y poner un centinela en cada puerta con prohivicion espresa de dejarles salir bajo ningún protesto. Me entregareis las espadas de e.stos caballeros porque han de estar arrestados hasta nueva orden. Fue preciso conducir en brazos á Julio que se había desmayado , y el capitán de armas y el enfermero dieron el brazo á Fargeolles. — Señoi' Desbagues, prosiguió el comandante, mandad enjugar el puente y tocar llamada. S XII. Delirio. Aun no habia trascurrido un cuarto de hora desde la vuelta del comandante, de Renaud y de Fargeolles , cuando se mandó á la tripulación que reconociera como segundo al alumno de marina Desbagues. Los demás alumnos del buque se encargaron de los diversos deberes de los oficiales y el servicio continuó como antes. Únicamente en(1 } Nombre que se du á los mariiii-ros en la India, j lonces bajó á su cámara el comandante , y cuando ññ LA SEMANA. • >iMf!'';'>ii Los Jos eiien.igos se aniíiiabaii como si fupnin dos lti>rmanos. (Pjg. 331, col. 1'. ] estuvo solo , ya no se vio precisado por el decoro á permanecer impasible y frió como la justicia: había llegado para él el momento de las penosas rellexiones. — ¿Qué haré? se preguntaba ¿Cuál es mi deIter? Su deber como oficial era antes que el de hombre. ¿ Había de ejecutar su amenaza y hacer comparecer los dos adversarios ante un consejo de guerra , al uno por haber abandonado la guardia, haber Tallado á una orden espresa y haber dado á la tripulación ejem|)lo de desobediencia, y al otro por haber obedecido y por atentar á la vida de su superior ? Por otra parte , á pesar de los hechos y calumnias de Fargeolles, el capitán de la Severa reconocia en Julio cierta generosidad y nobleza , y en el caso presente la deserción era digna dp escusa, pues no era propiu de un hninbredespreciable la conducta de un olicial que olvida sus charreteras, su categoría y su posición á bordo para batirse con un subalterno. — Siendo joven , confesaba para si el oficial superior , yo también hubiera pisoteado la disciplina para responder á un insulto sin acordarme de los artículos de la ordenanza. ¿Quién de los dos tiene mas culpa? ¿ Me ha inlonnado acaso? No, lo ignoro. Si hubiera apoyado el desembarco del teniente cuando lo solicitó , estarla actualmente en tierra , lejos de un enemigo que, según empiezo á sospeeliai-) es tal vez el verdadero culpable. El capitán de fragata se acordaba entonces de mil insiruraciones de Fai'gcolles conti'a su adversario , y las veía bajo uli luievo aspecto, pOco honroso para el subteniente. — Renaud por el contrario , proseguía, siempre se ha mantenido en una generosa reserva, y únicamente hace un mes ó dos, impulsado quizás por el otro , se ha valido de su autoridad con rigor , pues ya entonces estaban dispuestos á batí i.sc. El recuerdo de los últimos instantes del señor t-abranche servía de contrapeso á estas consideraciones favorables al teniente: — ¿No estoy obligado á proteger á Fargeolles? íuladia el comandante de la Severa. Cómo ! un va- liente y digno marino que rehusaba los ascensos, porque á no ser por esta circunstancia no solo hubiera sido mí colega sino mi gefe; un hombi'e probo que al perder sus hijos legó sus bienes á los parientes; un oficial adicto que me dio mil pruebas de celo; muere pidiéndome la única recompensa de velar por Emilio Fargeolles, su único pariente en el mundo , según me dijo, el único ñor quien, vivia... un verdadero hijo para él.... su liijo !... su hijo ! Tres veces diferentes se sirvió de esta espresion con particular energía. A pesar del asombro que me causaba tal espresion , juré por mí honor cumplir su postrera y sagrada voluntad , y este jurahiento parecía que hacia menos amarga la hora de su muerte ! Y ahora le castigaría, siendo también culpable por no haber tenido prudencia? ¿He conocido acaso con tantos síntomas evidentes que existia un odio mortal entre mi teniente y el hijo de Renato Fargeolles? Dejé que creciese la tempestad , ha estallado, y solo entonces he tratado de oponer un dique impotente á un'furor que salia de cauce. Me desobedecen; esto i;s propio de nuestra Haca naturaleza : cuando uno se decide á jugar la vida á un azar ¿basta algún m¡mdato para impedirlo? Me descuidé de tomar medidas eficaces, y á no ser por la vigilancia de un simple marinero y una multitud de circunstancias accesorias, mi protegido hubiera cometido un asesinato. Cuando ¡lodia, no he sabido mas (|ue hacer irritantes amenazas. ¿Será forzoso acusar fríamente ante un consejo de guerra á dos jóvenes cuya condenación seria irrevocable ? Tales eran lo» pensamientos del señor de Kergal cuando el capitán de armas entró para entregarle las espadas de Julio y de Fargeolles. — Es preciso que os informéis de las causas de este desalió y de los antecedentes. Interrogad á la tripulación , á Gaussard y á los grumetes del estado mayor. Dad prueba de celo c inteligencia. Podría reprenderos por haber ejercido con negligencia la policía , pues debía saberlo lodo por conducto vuestro. — Mi comandante, mis atribuciones no se estienden al castillo de popa ni á la cámara del estado mayor; vigilo y dirijo la tripulación, pero... — Basta ! dijo el capitán interrumpiéndole; ya sabéis cuales son mis órdenes. — Me conformaré á ellas, respondió el sargento retirándose. Pocos instantes después se hizo anunciar el cirujano de la Severa , y dijo : — Los señores Renaud y Fargeolles se hallan en estado alarmante; el teniente tiene calentura, delira y llora, su cabeza arde, y su pulso es precipitado ; acabo de confiarle á un marinero que me ha suplicado que le permita reemplazar al enfermero. Este cuida al señor Fargeolles, á quien acabo de hacer una copiosa sangría; ha sido preciso aplicarle sinapismos porque se ahogaba y hace un momento estaba en un acceso de furor que me ha obligado á sujetarle por cuatro hombres mientras le sangraba. Ahora está mas tranquilo aunque dos veces ha tratado de arrojarse de la hamaca. El señor de Kcrgal bajó con el doctor á las cámaras del estado mayor : en las puertas de las de Julio y de Fargeolles se veían dos centinelas armados : Desbagues y el pacífico comisario , aterrados por el drama en el que habían representado un papel involuntario , estaban sentados con los alumnos en derredor de la mesa de los oficiales y oían con horror los gritos de los enfermos. — Me perteneces, Renaud i gritaba Fargeolles; tu vida es mía; tengo sed de tu sangre y quiero bebermela! Selladme! mí puñal! ¿quién me ha robado el puñal? Muera el teniente ! muera el infame ! Está de acuerdo con Caussard y Papillon! Julio exalaba también gritos roncos, aliogados é inínleligibles. A intervalos, vencidos y con tardo aliento, volvían á caer en sus lechos, y un silencio espantoso seguía á sus imprecaciones. Cuando enlrú el oficial superior todos los presentes se levantaron respetuosamente y los dos centinelas presentaron las arnuis. Visitó primero á Julio, en ciivo camarote estaban Gaussard y Papillon al lado del teniente v le presentaban una poción calmante que el enfermo rechazaba en su delirio. — Papillon, decía, no digas á Anlonina que me ha muerto. Es tan buena y la amaba tanto ! le contarás qiu^ me he quedado en Pondichery. ¿Oyes ? LA SEMANA. 3:?3 Mo perteneces , Uenaud : lu viil:i es inl;i ! (Pág. "32 , col, 3.'). va pasa el cortejo; es mi entierro ! Los sacerdotes apenas desaparecían las alucinaciones do su ima- • — (Jué inqiorta? respondió el otro con voz somcantan... ¿oyes cómo cantan? ginacion cuando volvían á enconarse las heridas de ¡ bría. — Silencio! gritaba Fargcoücs cslrcnaeciéndose; su alma, el odio recobraba su imperio, los mas | Los accesos de Fargeolles no se parecían á los vov á contar: Una! dos! tres!... Ja! ja! ja! sombríos pensamientos les oprimían y pronto se ' de Julio : su locura era siempre frenética , veía en 'Esta carcajada salvagc interrumpió á Julio que i declaraba nuevamente la caleiitura. Cuanto mas se todas partes manchas de sangre y se reia después esclamó: ' aproximaba el término del viajo mas frecuentes y á carcajadas. Varias Veces el doctor salió de su cá| mara aterrado con las inauditas blasfemias que vo— Se rie de haberme innerlo! Pero nunca será I terribles eran los accesos. teniente de navio! Serás juzgado, miserable ! Acá- 1 Se trató de hacer creer á cada uno de ellos que ! mitaba. bo de ver ei consejo de guerra. Te fusilarán ! | su adversario habia sucumbido , pero no se deja- i — ¿Quién liabla <le consejo de guerra ? dccia j ron engañar por este ardid , y decían quehubicran XIII. oido el cañonazo de honor qué se dispara al morir Fargeolles; ¿quién habla de fusilarme? El hospitaL — Los muertos resucitan , asesino de Picrre- i un oficial en el mar. ¿Y por qué les impedían ir á ' niont y de Julio Renaud ! Ja 1 ja I ja! «1 teniente Icerciorarse del hecho ? Labranche ha entrado en mi ataúd v me ha hablado ! Después de largos combates interiores, el señor La ausencia de la Severa se prolongaba y no se lie tí! • ¡ de Ivorgal se decidió á no dirigir queja alguna ; y recibía en Rorbon noticia alguna de la corbeta de — Mi padre ! ha nombrado á mi padre! respon- j se aprovechó de un momento lúcido de Julio para cai'ga. Combatían la imaginación de Antonina mil dio Fargeolles con un estertor feroz, y ron un es- anunciarle esta determinación. pensamientos opuestos, y se figuraba á Julio Refuerzo desesperado salló de la cama , se desprendió \ — Gracias, nú comandante, dijo el oficial, asi naud y á Fargeolles mortalmente exasperados uno de los brazos del enfermero, rechazó á los dos ccn- I moriré mas tranquilo sabiendo qite no estoy trajo contra'otro , viviendo juntos siempre, viéndose á tinelas y entró como un energúmeno en el cama- | el imperio de la ley. No os sorprendáis, pero es todas horas, comiendo en la misma mesa , tenienpreciso que muera ; muero de no haber podido ven- do relaciones de servicio continuas, y no podiendo rote de Julio que quiso arrojársele al cuello. — Mi asesino ! gritó, y se travo entonces una ¡ garme. Pnrípic ¿ me será permitido en adelante mirarse sin arrebatos de cólera. Sí; se decía intelucha entre los dos delirantes. Casi al mismo tiem- [ crnzai' el acero contra un hombre que tiene dere- riormente ; á bordo se está desenvolviendo sin dupo se apoderaron diez personas de Fargeolles y le ',cho á mi vida? Le pertenece, mi comandante: tie- da un siniestro drama ! Aunque la joven habia villevaron en su camarote donde permaneció sin s"en- 1ne razón en decirlo. vido en un buque durante su viaje y estaba iniciada lido durante algunos momentos. Julio continuó • — No os exaltéis así, hijo mió , respondió el co- en los pormenores de la vida marítima, y aunque cantando. El señor de Kergal estaba consternado. í mandante; nuestra existencia solo pertenece á Dios conocía á fondo el carácter mordaz de F"argeolles y — Mi comandante, dijo el doctor, es absoluta- i y á la patria. Tranquilizaos y curaos, que ya osre- sus perversos antecedentes, no podía figurarse la inmensidad de los tormentos de Julio Renaud , ni mente indispensable separarles. Si lo permitís, va-1 conciliat"emos. mos á construir una tienda de lona en la balería ¡ — Imposible! esrlanió Julio á quien la idea de concebía mas que á medias las consecuencias de para uno de ellos. Estas cámaras son muy angostas ¡ una reconciliación causaba el delirio. Me ha calum- su odio á bordo : sus suposiciones y temores eran para el clima de la India y están poco ventiladas. \ niado , me ha insultado, me ha escupido en el ros- menos terribles que la realidad. Desearía también que se colocase ai otro en la lol- ¡ tro ! añadió llorando como un niño. — íTI señor de Kergal es justo, pensaba Antodilla. ¡ Mas triste aun que la desesperación del teniente nina : Julio tiene tacto y gran firmeza; goza ahora — Os autorizo para que dispongáis todo lo que i en sus momentos lúcidos era su debilidad cuando de toda la autoridad necesaria para dominar á Farjuzguéis necesario, respondió el otieial superior que ' la razón le abandonaba. El comandante dijo tam- geolles , y acabará por arrancarle la máscara y se retiró lleno de dolor. ! bién á Fargeolles que m le acusaría ante un conse- ¡ triunfar de sus calumnias á bordo lo mismo que ! en nuestra casa. Pocos dias después se aparejó para volver á Bor- ¡ jo de guerra, y preguntó el subteniente: Antonina olvidaba que el conde de Rellegravc, lion. Durante la travesía se reprodujeron con fre- | — 'í á Renaud? que había desengañado á su madre, no habia dicho cuencía estas escenas. Aunque separados por un \ — Tampoco. piso, los dos enemigos conocían que estaban i bor-1 — Hubiera preferido que fuera juzgado, añadió nada al señor de Kergal, é ignoraba que el resultado del mismo buque. Todos los desvelos del médico •*el oficial, porque al menos moriría degradado, des- do de la muerte del teniente Lahranche y hasta del I ascens-o de Julio liahia sido acrecentar la parcialieran inúliles: apenas lograba calmar el padecí- \ honrado y envilecido. miento fisico de sus enfermos, el mal moral volvía | -^También vos lo seríais, replicó el señor de ¡ dad del oficial superior en favor de Fargeolles. No 1 sabia que Fargeolles se había disculpailo con irtferá sumirles en su estado de demoncia ó furor, y i Kergal. 334 LA SEMANA. nal destreza, que engañaba al señor de Kergal y Una risa frenética agitaba los labios del subteque hacia esfueraos de iriMnio para demostrar que niente. La religiosa preparaba las vendas destinaJulio le tenia ojeriza desde que entró en el servi- das para la sangría que ordenaba el médico. Los cio. El subteniente , mezclando la verdad con la marineros se retiraron horrorizados. Sor Aglae samentira , hablaba también de su desafio con Pier- caba de los tesoros de su caridad cristiana la enerremont como de una fatalidad que contribuía á ha- gía que necesitaba para servir como á un hermano cerle hostil al teniente, y finalmente, se había al execrable delirante que lé conchan. grangeado el aprecio de todo* los miembros del esPapillon fué á ver á Antonina , la cual se levantado mayor, inclusos los alumnos y el comisario. tó de ios brazQiide su nodriza para preguntarle. Muy terrible debia ser el odio para apoderarse «s— Y el séñ^lRenaud ? clusivainente de un carácter perverso con frialdad, — El señor Iteoaud, respondió el grumete mohasta entonces insensible átodo , hasta para la mal- viendo la cabeza» está muy malo. dición de su padre; pero es verdad que el odio es —Herido , ciéh» ! dijo Antonina con espanto. una pasión que adquiere á bordo proporciones in— No, gractts I Gaussard y al comandante, calculables. no; pero muY:«f(fefino. No está tan furioso confo El odio dominaba también el alma de Julio sLoiBdenado >fieiitp de proa, pero mas abatido y llenaud y llegaba á hacerle á su vez irqusK) con roas débil. Ob ! dé lástima', señorita, da lástima ! Fargeolles, de lo cual sp alegraba este gíorque las Es ui» picardía ! faltas del teniente justificábanla prevención conque; —1 Qué ha sucedido pues, hijo mió ? Me haces le juzgaba el señor de Kergal. Antonina,no sospe- :tentbwr. chaba la exasperación de Julio cuyo juicio fitcto y Eljgrumele contó lo acontecido en el último viahonradez á prueba conocía , ni sospechaba tampo- je de la Severa, con su lenguage sencillo y con co que hubiera llegado á un estremo deitreeiaad ac^to de tristeza, y dijo que Julio y Fargeolles hala guerra declarada entre los dos enemi^., ,y sin bían enfermado de rabia. embargo, vencida por su continua inquiettri, no: Escenas horribles de ardiente fiebre, de venpudo ocultar mucho tiempo á sor Aglae que -sabia. ganza y de delirio se habían sucedido á borda hasta toda la historia de su vida. llegar á Borbon. Julio Renaud estaba en la agonía: — Todos los dias, respondió la religiftw, rwe- el odio habia envenenado su noble corazón. Cuan-r unen dos nombres en mis oraciones, el del.iamwo do la Severa ancló en la bahía, los oñciales pare-, V el del matador de Carlos de Pierremont; tams cían dos espectros. La travesía bahía sido teatro de los dias ruego por Julio Renaud y por Fargei^ies un drama siniestro que debía desenlazarse en el después de haber rezado por el alma de mi hcríiHi- diospital de San Dionisio. El cirujano oiajor acomno! pañó ai subteniente, atado en una parihuela. MienSor Aglae no dio á Carlos el nombre de despo- tras se hallaba suspendido de las cuerdas para basado; únicamente añadió con sublime resignación jarle al bote , se volvió hacia la tripulación y dijo: pero con voz trémula ; — Malditos seáis todos, mis^íbles ! ¡ Ojalá se — Todos los dias pido á Dios, señorita , que les vaya á piqiie la corbeta! ', ojalá nó vuelva á pisar el reconcilie é inspire al señor de Fargeolles un arre- puerto ninguno de nosotros! pentimiento igual al del pobre teniente Labranche. Tal fue su despíulída que los marinos recibieron — Fargeolles no cree en Dios, murmuró Anlo- con indiferencia y repugnancia. Pero cuando vienina; el demonio domina en su alma. ron en la misma posición á Julio Renaud , pálido — Boguemos .pues por él ya que es el mas cul- como un cadáver, y tendiendo sus miradas tristes pable y ciego. hacia sus amigos deLaleazar,unadolorosaemoción Y tomando de la mano á Antonina, se arrodilló. angustió todos los corazones. . En aquel instante entraron en el hospital algunos — Nosotros tenemos lu culpa, murmuraron los marineros de la Severa, llevando en unas parihue- marineros, debíamos haberle dejado desembarcar. las un hombre delirante que hablan sujetado con ! Pobre Corazón franco ! noble y valiente oficial I cuerdas. Aquel hombre furioso era el sublenionte Eras digno de mejor suerte ! Fargeolles. Se presentó entonces Gaussard que apenas habia — Renaud !... Renaud !... cobarde y traidor! aparecido sobre cubierta desde la partida de Pongritaba. Su vidaesmia... me pertenece... la quie- dichery; dio un apretón de mano silencioso á sus ro!... Me han robado su vida ! mejores compañeros, y siguió con Papillon al desAntonina conoció la voz del subteniente, y oyó venturado teniente que trató de levantar la mano estas lúgubres imprecaciones sin entender su sig- en señal de dcspedíaa. Los marineros se quitaron nificado , pues hubiera sido preciso saber las peri- la gorra y gruesas lágrimas surcaban sus tostadas pecias del drama que habia tenido lugar durante la mejillas. Nadie reparó en Papillon , porque todas ausencia de la corbeta: sin embargo, entendió bas- las miradas estaban fijas en su amo, y sin embartante para que se helase su corazón y casi cayera go , el grumete estaba muy cambiado ; una palidez sin sentido. estrema y una sombría tristeza habían amortiguaSor Aglae la sostuvo diciendo: do su fisonomía franca, su aspecto risueño , su vi—Amrao ,.hija mia! No desesperéis del cielo ! veza y travesura y el carmín ae sus mejillas. Después la confió al cuidado de su nodriza (|ue El bote se alejó del buque por segunda vez y la eia la negra que la acompañaba por lo regular des- tripulación lo siguió con los ojos hasta el puerto, y de su casa á la ciudad. lo mismo hacían desde la loldilla los señores KerSor Aglae tuvo que dejar á Antonina para ¡r á gal y Desbagues: un silencio sombrío reinaba descuidar del nuevo enfermo porque estaba especial- de la popa á la proa de la corbeta. mente encargada del servicio de la sala de oficiales. — Era un joven apreciable! dijo el comandante, Fargeolles repetía sin cesar de blasfemar: á quien el capitán de armas habia revelado porfin — Me pertenece como Montaix, como Carlos de tocio lo que pudo averiguar sobre las relaciones paPierfernont! sadas , la rivalidad y el odio reciproco de los dos Sor Aglae tu\p bastante presencia de ánimo para oficiales. decir á los marmeros:Fargeolles fue colocado en el hospital en una sa— Seguidme , amigos míos; traslademos con la y Julio en un aposento reservado , pudiendo precaución este enfermo á la sala n." 1. creer los dos que su enemigo se había quedado á Envió á llamar al médico de guardia y no se se- bordo. Manifestóse al momento una mejora sensible paró ya de Fargeolles cuyas palabras le despedaza- en el estado de Fargeolles; Julio no deliraba ya, ban el alma. pero estaba sin fuerzas, tenia palpitaciones y des— En la turba de esos espectros que giran en varios , y parecía que se habia emnolado el resorte torno mío adorándome , decía , veo á Montaix , á , de su vida. Pierremont, á su madre, y á la rnimíta Pierre- ! uiont!... Ja! ja ! ja! También veo á mi padre, el viejo Labranche ! . . Pero no veo á Julio Renaud... Ya viene , va á venir... y bailará I XIV. Venganza y perdón. El. conde de Bellegrave y el comandante de la SeVisra, desengañado aunque tardíamente acerca de la conducir de Fargeolles, fueron á visitar áJuSf Renaud. Hacia ün mes que Gaussard no se apartaba de su, M p , asi como Papillon que había conseguido el pérmisoile continuar sirviéndole .de enfermero. — Señor Renaud! le decia el gaviero , á no ser or nosotros, hubierais desembarcado y estaríais a&ao y tranquilo^ bordo del Cazador: nosotros 800)08 la causare wuestra enfermedad. Olvidad á ese infaoe ¥idnto|le proa. Recobrad las fuerzas!... vivid paiá ^jUMÍN'o teniente, señor Renaud ! Julio; ée^ii^ill-por reconocimiento , después frunciiiÍl8iÉ||9 j ipivia á caer sobre su almohada. El 8¿{b»r d6 I p l ^ junia sus exhortaciones á las del gaviieii y.l les v«((os de toda la tripulación , pero Julio p<pcía é t O f ^ p o r ^ pesadilla del odio. El conde i e BelÍe|^iii@ fe^ndaba con espanto un hectaoi^ido de;to9li|ajilpplacion , que liabia pas a d o ^ «I mismo piiált^iiÉl^ta ó sesenta años antes. .^Sbsa .horrible !.||)i(|<iis adversarios. dos ofi" ^ " I ^ R ^ n , if iirié^^rie rabia por no haber poliM^'rme en é^tfí) (Histórico.'. n sudor frío recorrió los miembros del teniente cuando Antonina entró en su aposento. . — Perdonad, señorita, esclamó; venís á acusarme por mi desobediencia. — Ño os acuso de nada, señor Renaud; vengo á veros y consolaros. — Bien , bien , señorita! murmuró Gaussard al oido de Antonina, continuad; vos sola podéis salvarle! — Ya estáis en tierra, Renaud, dijo el conde de Bellegrave , tened esperanza; á vuestra edad la convalecencia es muy rápida. El oficial se sonrió dolorosamente. — Cómo! esclamó Antonina que entendió su triste ademan, ya no tenéis esperanza! Julio , por lo que me amáis, esperad... os.lo suplico i Dios mío, tened piedad de nosotros! Papillon fué por mandato de Antonina á la casa de la Riziere, La noticia de la catástrofe se había esparcido ya por la isla. Cuando se presentó el grumete , el empleado y su esposa le interrogaron con ahinco. — Venid á verle pronto , señores, venid á consolar á mi pobre amo que está en el hospital muriéndose ! No pudo continuar porque los sollozos ahogaban su voz. El señor de la Biziere se volvió hacia la vieja criolla como para decirla : — lié aqui tu otra I Este reproche era severo y sin einbar^ la señora de la Riziere no hizo ninguna observación , pues la pobre mujer sentía un amargo pesar por lo que había pasado. Llamó á Papillon aparte y le preguntó tímidamente: — ¿ Y él señor de Fargeolles ? — El señor Fargeolles, respondió el grumete con dureza , está en la sala n.» 1. Dios libre á la tripulación de que se, cure! Papillon , el subcomisario y su esposa se dirigieron hacía el hospital. El conde de Bellegrave iba á implorar el ausílio de sor Aglae. Julio dijo con cariño respondiendo á Anloniíia : — Pensaré en vos con ternura hasta mi último suspiro. — Dedícadla todos vuestros pensamientos. amigo mío , dijo el señor de Kergal, olvidad vuestro odio. . . —Fargeolles tiene derecho á mi vida, señor de Kergal, respondió Julio; ya que no podemos batirnos , es preciso que muera... y muerp . — Por compasión... vivid, amigo mío, vivid por mi! esclamó Antonina bañando con sus lagrimas las manos del teniente de navio. El conde de Bellegrave encontró á sor Aglae E 335 LA SEMANA. prodigando á FargeoUes sus desvelos solicites y cristianos: acababan de sangrar al enfermo cuyo espantoso delirio se había calmado — Hermana , dijo el comandante del bri", tarabien el otro reclama vuestra solicitud: venida aconsejarle que perdone y viva. FargeoUes conoció entonce? 4 Eglé de Pierremont, y dijo con acento de horror: ' — Ella... vos!... ah!... la hermana de... ¿Qué queréis de mi? ^ — Quiero cuidaros como i a a henoano en nombre del Dios de paz!... No hüjf ainannira en mi alma , caballero ; dejad que os tivaqtttnée mi voz, y fiaos en el celo de sor Aglae.,.' ; FargeoUes vaciló un in^ta^e /«stupefacto inte tanta aonegacion y generosíM-t pero una estíÜii sonrisa contrajo en segoídt $us labios,.voWi|4 caer sobre el lecbo y «aro los (jos. . . Sor Aglae no mostró menos foi;t^Éi||á la cabecera de Julio Renaud, y por fá/Sj^^íí^ieséeqae habia tomado el velo, hizo eun#^Mlu8Íon á su existencia pasada. ' < ' — Perdonad... perdonada dlUa d meribando: si Carlos era vuestro bdrmaA|Í% I* era también niio?... Si FargeoUes, vnea|Éi|peffiigo, ha herido vuestra alma y ha duMntpebataros la\ida ¿ no ha destruido la dicmjr^npHlo el porvenir de Eglé de Pierremont ?... Diof^ídevuelto Bmyá otro á sor Aglae que perdom! • — Si perdono... no será {ttOf^ivir... si pwpdono. moriré! dijo Julio con trist«ia. Desde su desafio á muerte , un odio ardiente é implacable era el violento tópico que conservaba la vida febril y por decirlo asi artificial de Julio, que se creia demasiado débil para renacer por medio de un sentimiento puro como su amor; pero la hermana de la Caridad se inclinaba de vez en cuando hacia el moribundo, porque veia que se acercaba su última hora y casi no sentid bajo su mano los latidos irregulares del desgraciado Julio. Finalmente la santa joven hizo un*sfuerzo y dijo á Antonina: — Decididle, señorita, á que renuncie á su venganza ; si algún imperio ejercéis sobre él, combatid so obstinación. Si aceptase la bendición de Dios, el reposo del alma podría acarrearle la curación del cuerpo. El doctor, que se hallaba presente, corroboró estas palabras, y entonces tuvo lugar una de esas tiernas escenas que es preciso renunciar á describir. Antonina imploraba á Julio, induciéndole llorando á que alejara la idea que le perseguía , á que olvidara sus crueles pensamientos y á que diese entrada en su corazón á sentimientos mas dignos de él; y hablaba con tanto anlor y con tan penetrante dulzura , ane todos los presentes estaban conmovidos y con los ojos bañaiios en lágrimas. — Cuando me falte el odio , dijo Julio Renaud vacilando, cesará de latir mi corazón. — Perdonad , hermano mió , perdonad, aunque debáis morir! añadió la religiosa con tono enérgico. — Bien... perdono , y muero ! respondió Julio. — Sino temiera ser imprudente y que me arrojaran de su lado, murmuró Gaussard , le diria que le aconsejan una maniobra de quinto. ; Que perdone á Viento de proa! Pues me gusta la ocurrencia! Ya le daria yo en la cabeza con nn remo... pero felizmente hay diablos en el infierno que no entienden de perdones, y alli las pagará todas. Entró el cura y se quedó solo con el teniente. La señora de la Riziere , que habia ido primero á ver á FargeoUes, le oyó maldecir á Julio con tai rabia, porque el carácter de su enfermedad era una exaltación febril y biliosa, y le repugnaron tanto la crueldad, la Irajeza y la perversidad que le revelaban las palabras del subteniente , que se levantó indignada y fué á reunirse con su hija on el aposento de Julio Renaud. Cuando se retiró el sacerdote todos se acercaron á su cama. — He perdonado y estoy contento porque voy á morir, decia el oficiiil. Adiós, Papiilon ! adiós, Gaussard ! adiós, señor de la Riziere 1 adiós, noble sor Aglae !... y vos, Antonina , adiós! Habré cumplido al menos uno de mis juramentos, el de amaros hasta mi último suspiro. Inclinó entonces la cabe/a y quedósin movimiento. Sacaron dehaposento á la joven desconsolada. — Muerto! muerto! empezó á gritar Gaussard corriendo por dbospU«rcomo un loco. Se paró delanleilVla cama i^nrgeoUes, y le dijo con tono de voz feroz y copiphian -^ Ha oinertft f ¿H oís ? —Bluerto imó el subteniente: ha muerto y no de ni, Y|l«ciri labras dio un 'sallo, y se inco||#ó en hi; baciendo rechinar los dientes. El'Biviero T0t aterrado. Los enfermeros se arrojaron soEfitel iiAtenienle y le contuvieron. Sor Aglae trató m^ftagaarh^ filiB la maldijo vomitando uHJMIMnlt * blaMM». ; mirando fijameníe ||pÉiiM<^ <1¿<MImu ronca: - A | | p M M » a ^ ! To te maldigo ! Dijo ^IktwqpfilkalKlM cayó para no levan"" ' <in9^ inmóvil y aterrado, ; g e s t a b a enfrente del liviiegb hacia él Papiilon corrien- EL MAL DE INFIERNO ( * ) . pon PABLO F E T A L . CAPITÜLO I. DuuJe et lector conoce á Malbrulí, á Pichenet y á la señoril* Blanca. El día 9 de junio de 1749 se cen-aban los Estados de Bretaña, y el marqués de Noyal, diputado de la nobleza por la ciudad de san Aulin del Comier escogió este dia para obsequiar á las damas. El marqués era rico y espléndido, do familia antíquisima, honrado yroascortesano que guerrera, cuaiÑtades que tal vez no hubieran bastado para hacer de moda su nombre en una ciudad de Estados , «dlimie abundaban las familias ricas é históricas y las IIMÁB parlamentarias aguzaban los ingenios, pectt'^íUeFto sin embargo, que hacia furor el nomlMiti#j|)yal. 6Msnrd, no os desesperéis; elgfllw^ Di8||9S porqué: en el lujoso palacio del marqués iAp> aun: solamente estaba (iismapdli labia « I maravilla, que era Mariella de Noyal, éiéKÍmio á la señorita Antonina qm hk ta ji|WH¿Barable, la divina joven de diez y ocho años que palé cada uno de sus años tenia al menos diez • I n tú. i verle. "—4ft Im^mó el gaviero tréttiio de goaO, ñ amWtea. La ciudad de Rennes adoraba en masa vít«iNI,,aia desdigo y creo en la justicia de)l||^ astftherw^sura, á pesar de ser una ciudad que apeLa smnin la Riziere estaba arrodillada oeeoí imv digna lanzar una mirada desdeñosa á tas mas de la cama ikiulio cuyas heladas manos c a l e n t e hatta». por estar acostumbrada á ver brillar las gra—Vivid, mi teniente, vivid! dijo Gaussard cia»flUsu nebulosa atmósfera; pero la seguía ido.abriendo la puerta; el otro si que ^tá muerto, y latra , subyugada , triste con su tristeza y risueña con sus sonrisas... bien muerto! Los jardines del palacio de Noyal ocupaban la Julio abrió los ojos. Habia perdonado solemnemente creyendo espirar pronto, peiro habia consen- falda del único collado de la ciudad bretona , cuya tido en morir y no á *ivir sin odio. En lo sucesivo corona forman los corpulentos árboles del Tabor y árale ya imposible; cuando supo que Fai^eolles ha- baja hasta el puerto de Viarmes en el Vilaine, pabia muerto, su pecho se alivió al parecer de un sando por el Crono y el Hospital General. El paseo del Taoor era entonces el cercado abacial de Santa peso enorme y respiró mas libremente. Antonina estaba al lado de su madre que tomó Melania; no existían la mayor parte de los edificios su mano y la puso en la de Julio como para unirlas. que se ven alli en nuestros días, y desde las pareUn ligero carmin sonrosó las mejillas oel joven que des del monasterio hasta el terraplén de la Mota., pareció revivir enteramente , y lágrimas de ternu- no había mas que dos ó tres casas, campos y jardines. La misma Mota, dividida en dos partes., cuyo ra y alegría brotaron sus ojos. Sor Aglae continuaba-orando por el matador do- diferente nivel indicaba su origen guerrero, esperaba aun esa fuente sin igual con surtidores y casCarlos de Pierremont. cadas que solo tienen agiía en días de lluvia. , CONCLUSIÓN. Entre la antigua abajia y las paredes del jardín Entre los papeles de Emilio FargeoUes se encon- del palacio se veía un terreno arenoso donde hatró el manuscdlo del teniente Labianche que el se- bía construido una cabana ur. pobre hombre cuyo oficio era volatinero , y á quien en Rennes conoñor de Kergal no pudo leer sin llorar. — ¡ Desgraciado padre! piurmiiró el capitán de cían por el nombre de Malbruk. Era joven, robusto fragata; por grandes que fueran sus faltas ¿mere- y no carecía de belleza, de esa belleza rústica que cautiva á las veces el corazón de las mujeres. Una cia tener tallílijo Emilio FargeoUes fue enterrado con toda la costurera de Rennes, viuda, acomodaí^ y joven aun se habia enamorado de él cuando Ilep al país, popipa que merecia por su clase. y aunque se había eisado con el bailarín de cuerda, continuaban llamándola la Chaumei que era el apeEl comandante de la Severa, el conde de Belle- Hido de su primer marido. grave y Bertaut, el antiguo gefe de la cámara de Su hijo. que tendría unos catorce años, se llalos alumnos de la Telis, á la sazón oficial del Ca- maba Adriano Chaumei, pero Malbruk le habia zador , asistieron al casamiento de Julio Renaud, puesto el apodo de Píquenet. Malbruk se había codel míe fue testigo Desbagues que habia ascendido mido , ó bebido , en algunas semanas los ahorros á subteniente. de su mujer, y pasado este corlo intervalo se acosGaussard y Papiilon dieron ejemplo de la mas tumbró á pegar á su cara mitad cuando estaba de franca alegría á los viejos y jóvenes marinos de la mal humor, lo cual era por desgracia muy frecuenSevera; toda la tripijlacion celebró con mil locuras te. Y como Malbruk era robusto como un hércules, la dicha de su querido teniente, y el contador, es fácil adivinar si seria ó no pesada su mano. que no habia perdido la afición á los equívocos, inUn día se interpuso Píquenet entre el verdugo y currió lo menos en veinte y cuatro durante la co-, su madre para protegerla, y Malbruk le asió del mida de boda. cuello y le arrojó á cuatro ó cinco pasos de distanEl relato de los festejos que siguieron al enlace cia, pero con grande asombro del fumánbulo, el de Julio Renaud con Antonina de la Riziere serian una digresión después de las páginas dramáticas de (•) El mo/ </e infierno, mal de Levante , enfernuestra verídica historia, y nos limitaremos á de- medad húngara , viruela negra, carbón de Huncir que durante la ceremonia nupcial repararon los f/ria, etc., se estendió jior Rennes v sus cercanias desde convidados en una hermana de la Caridad que su- el año en que principia esta novela hasta el otoño de plicaba á Dios con toda su alma por la dicha de los es- 1756. Esta enfermedad horrible , (te carácter tifoideo posos, yqueera laque habia regalado á Julio Renaud y exantemático , dejaba el rostro tan desfigurafc, que ios convalecientes causaban horror con su deforme aslos cordones de oro de Carlos de Pierremont. jiecto, y los que sobrevivían con el espantoso sello de la epidemia, envidiaban á los que morían. FIN. 33G LA SEMANA. :3::íi«iiSiiii?aifíí-^ t i olro si que eblá iiiucrlo , y bien niuorlo: (Púg. 333 , col. i!.' ) nmcliaclio cayó de pin y no se hizo mas que dos ó entre sus manos su cabeza y estrechándola contra el corazón. tres Contusiones. Si en aquellos momentos llamaba de pronto á — Por vida de Satanás! esclamú Malbi'nk iluminado por una idea súbita y olvidándose de conti- Blanca la voz de Mariela ó del marques, la niña miar zurrandoá su mujer, este chico seria un es- se estremecía y se asombi-aba de hallar sus ojos bañados en lágrimas. relente volatinero! ¿Por qué hemos de ocultarlo? Blanca confesaba Diclioy hecho: aquel mismo dia principió á darle lección de funambulisnio. Plantó una estaca de- que Alberto era el mas airoso ginete de la provinlante de la puerta de su choza y ató en el esli'emo tia. .Mberto tenia entonces diez y seis años; era una cuerda ipu; ase;j,uró en la gruesa rama de un alto; sus negros y lustrosos cabellos caían rizados árbol del jai-din del marqués de Noval y que salla sobre su frente; montaba á caballo tan bien como Lacuzan ; bailaba y tiraba el llórete con destrera , por encima de la pureil. La vencidad del saltimbanquis no tra del gusto y sí Lacuzan no hubiera existido, hubiese sido el de! uiaripiés, quien plantó una hilera de álauíos Aquiles de tlennes. Enrique Grail Lacuzan, conde de Lacuzan, ipie obsti'uyese el repugnante aspecto de la cabana, pero como los árboles tardaban en crecer, el pobre teniente coi'onel de los dragones de Contí, era en Piquenet se pasaba las horas muertas mirando hacia efecto un caballero incomparable. Una mañana Blanca se levantó antes que el sol, las paredes del jardín en las cuales brillaba con frecuencia alguna hermosa aparición : era Mariela bajó al jardín por la magnífica escalinata del palacon su corona de cabellos rubios, que nimca habia cío , se dirigió á la puerta de la casita del anciano reparado quizás en el andi'ajoso Volatinero. No obs- Lapierre, jardinero del marqués de Noyal, y emtante, el marqués de Noval tenia además otra bija, pezó á llamar dando golpes con una piedi'a que graciosa , esbelta , lisueña y bondadosa que se lla- apenas podían sostener sus blancas manecitas. maba í'lanca ; niña traviesa de doce ai'ios escasos , — ¿Qué ipici'eis tan temprano, señorita? preque á las veces miraba pensativa bácia la casiudia gimtó Lapíei're que salió á abrir soñoliento y amos(le .Malbruk, y presenciaba en cierto nmdo el triste tazado. lirama que se representaba debajo de los jardines Blanca estaba mas encamada que una cereza, se del palacio entre el volatinero , la Chaumcl y Pi- sonreía con esfuerzo y no se atrevía á alzar los ojos. quenet. ¡Cuántas veces vio llorar á la pobre mujer — Ha sido una locura dcspcrtarie por tan poca mientras el niño la consolaba de rodillas! ; Que cosa , resp(mdió con ademan /le indiferencia , pero angustia oprimía entonces su corazón ! es una iilea que he tenido esta noche... Dime, Cuando el infame Malbrbruk había maltratado á cuando se caen las pai'edes del jardin ¿cuesta musu gusto á la desdichada madre , iba á tranquilizar- cho dinero el reedilicarlas? se á la taherna, y se quedaban solos Piquenet y la El buen l>ap¡erre volvió á frotarse los ojos por(Jhanmel. Entonces presenciaba Blanca las escenas que realmente creyó que soñaba. de consoladora ternura, y aunque no oía loque de— ¡ Cómo ! escíamó para sí ¿ esta señorita piencían, su alma compasiva lo adivinaba. Pi'orrumpian sa en las reparaciones en vez de dormir? madre é hijo en amai'go llanto , y los besos del niño — ¿ No es verdad que cuesta mucho dinero ? i'cenjugaban las lágrimas de la pobre mujer que se pitió Blanca. sonreía. Después alzaba Piquenet su talle delicado — Es preciso hacer una distinción, respondió el y gracicso y Blanca comprendia por sus ademanes jardinei'o; si el trozo de pared caído es tan ancho ((uc amenazaba, como si dígera: como la puerta del patio del palacio, algunos escu— Cuando sea hombre, no os pegai'á mas, ma- dos de seis libras sei'án necesarios para componerlo. dre mía ! — Ya me lo figuraba, dijo Blanca con ademan Via Chi'ium'l le tranniij|i7!iba á su vez cociendo triunfante. Lapierre la miró con asombro. — Si no tenéis cuidado, añadió la niña con acento imperioso, pronto habrá en la pared una abertura mas ancha que la puerta del patio. — ¿ Qué decís, señorita ? — Venid á verlo... ya que es preciso que os haga advertir lo que debierais haber advertido. Y principió á andar por el céspeii húmedo de roclo, seguida del jardinero que no adivinaba á qué irían á parar tantos preámbulos. Llegóálapared.que separaba eljai'din del terreno arenoso doniJe se alzaba la casa de Malbruk v le dijo; — .Mirad ! El buen Lapierre miró por todos lados pero confesó que no veía nada. — i Cómo ! esclamó Blanca que pateó con impaciencia la ai'ena del jardin ¿no veis que esta rama gruesa va gastando la pared ? Lapierre se sonrió. — Ah ! dijo el anciano; ¿no es mas que eso , señorita ? •— ¿ Y creéis que es tan poco, tío Lapierre ? dijo Blanca con tono severo. —• Hace veinte años que estoy en casa del señoi' marqués, señorita ; ocho años antes que vos vinierais-al mundo y siempre be visto esa rama en el .sitio donde está. La pobre Blanca no supo que responder porque no había contado con tanta resistencia. — Asi pues , señorita , prosiguió el victoriosi' Lapierre , sino tenéis oti'o cuidado de mas gravedaiJ que ese , ya podéis volveros á la cama y dormir á pierna suelta. Y llevándose la manoá su gorro de lana se dirigió hacía su cabana. — Cuando digo que ya no hay niños! murmuraba mientras seguia su camino. Si es co.sa que asombra ! Una niña que apenas levanta dos ó tres palmos del suelo y ya habla de negocios. Se pai'ó bi'uscameiite y se volvió: Blanca le llamaba. (Se continuará en la sUjuienlt enirap.) t,!i!KERiA,lir-: J. VI:RI>AÜUKK. RAMBLA. >" In^'^TD'-i'!.> ,'unn Oüver*!? y S