TEXTO PARA EL HOMENAJE A ENCARNACIÓN FERRÉ Tuve el placer de conocer a Encarnación Ferré gracias a mis casuales andanzas por el extravagante mundo de la docencia. Pronto, quizás por nuestra similar manera de entender algunas cosas, amistamos. Como ya suponía, su obra me atrapó desde un primer momento. Desde el balcón de la curiosidad, comencé a leer los poemas de Cartas de desamor1, intuyendo que, ante todo, nos hermanaba el respeto por la literatura. En estos tiempos que corren, donde a muchos les gusta jugar a escritores, movidos por esas fanfarrias estériles que crea una sociedad para la que todo es mercado y superficie, y a la que yo calificaría de verbenera, su poética voz se me antojó desnuda de vanidad, como si buscara un sentido que hiciera del discurso algo auténtico y latente. Su literatura no es belleza entendida como pose sino como trascendencia. Encarnación Ferré ignora lo fácil abrazando lo complejo. Siempre obvia lo meramente sencillo y placentero, entregándose con frenesí al beso de éxtasis del dolor2 de crear, uno de los lugares comunes de su obra, en la que el proceso de aprendizaje también es entendido desde existencial perspectiva sufriente. Tras sus letras late una labor de cuidadoso acabado para crear una sensación diamantina, tal es el grado de pulimento y concreción conceptual. Leyendo Diario de un profesor escéptico3 puede sentirse que la autora acaba de superar su naufragio en las procelosas aguas de lo caótico, esas que todo artista conoce y de las que toma la materia que irá puliendo hasta lograr el hermoso espejo que refleje lo que existe más allá; tal que se trabaja la piedra para que surja la joya. Más debe el buen hacer a aquello que se relega al silencio que a lo que se explicita; de los sublimes terrenos de la Arcadia sólo permite el vate que se vislumbre un resquicio. Porque escribir es silenciar, pues al escoger una palabra asesinamos con sutileza posibilidades infinitas y, en este sentido, escribir es sufrir, tal que Gustave Flaubert lo hizo, en soledad, durante esos cinco años en los que gestó el texto preciso: esa Madame Bovary que acabó poseyéndolo. ¿Acaso no late en Encarnación Ferré su Saturna4, su Hierro en barras5 o sus todavía no publicadas Meditaciones? Por eso, tal y como ella misma dice, las mejores cartas no deberían tener destino,6 para que nadie sea testigo de la literatura entendida como pasión criminal, mutiladora, de la literatura que está más cerca de la locura; ese terreno que quizás deba conocer todo artista, pues sólo tras visitar los infiernos se es capaz de expresar las bellezas. Así las cosas, es posible que Memorias de una loca tengan algo del recuerdo de lo vivido más allá de la razón o, mejor dicho, como toda sucesión de recuerdos, no sean sino un mal sueño de lo que fue: ¿una meditación? 1 2 Encarnación Ferré, Cartas de desamor, Colección Poemas, Zaragoza, 1982. El dolor es uno de los temas vertebradores de la literatura de Encarnación Ferré. Muy presente en Meditaciones. 3 Encarnación Ferré,Diario de un profesor escéptico, Mira, Zaragoza, 2007. 4 Encarnación Ferré, Saturna, ialda Editorial, Zaragoza, 2005. 5 Encarnación Ferré, Hierro en barras, Planeta, Barcelona, 1974. 6 Encarnación Ferré, 13 Cartas sin destino, Colección Poemas, Zaragoza, 1984. Los textos son memoria, pues no sólo evocan a quienes los escriben sino que despiertan en el lector lo que ya se creía olvidado. El texto pervive además gracias a la repetición, pues todo texto es evocación de sus ascendientes, rendido homenaje a los ilustres antepasados, alumbrador de continuadores. Preparando este humilde ensayo, releyendo hace ya algunas semanas algunos de los libros de la autora aquí homenajeada, se me antojaron vasos comunicantes. Sus oraciones son como esos jardines de senderos que se bifurcan de los que hablaba Borges. Así, en Boceto de mujer, Ferré dice que “Cuando un libro acabó de escribirse siente el autor esa tranquilidad que propicia la obra coronada. Con el tiempo aprendemos que no concluye nada definitivamente.”7 Pero dichos senderos, en la literatura de la autora, están marcados por un dolor existencial que emparenta su obra con la filosofía poética de E. M. Cioran. Así, algunos de sus Pensamientos audaces V8 evocan aquellas cimas de la desesperación con las que el bohemio pensador rumano bautizaba una de sus más conmovedoras obras: “¿Dónde encontrar la dicha? En la cima más alta de las dificultades y en el más hondo abismo de sollozos.” (Citar página) Dolor, conmoción, desesperación son conceptos que creo vertebran la obra de Encarnación Ferré. A través de sus textos, su naturaleza de artista se antoja trágicamente atormentada, decididamente trascendente. Así, dice ella misma: “Quien diga que la auténtica poesía (la que brota de la célula más íntima del cuerpo para que todo él no se diluya) es ejercicio lúdico, maldito sea. La poesía-poética, emocionética, ascética, sensualética, apocalíptica, sinestésica, dramática, alucinógena… es huella de cuanto penetró el círculo de fuego que rodea al poeta. Y eso significa vivir el peor drama. Pero hablo del poeta-poeta. No del muñidor de rimas, tañedor de arpas polvorientas para distraer a damas no-hacientes que se arrellanan en el escaño del vivir y ven pasar la vida frente a sus caducos ojos (sus vientres llenos de hijos de su precaria lujuria o de fermentados alimentos que solicitó su gula). Tampoco del que intenta suavizar el humor vinagroso que suscitó la vida -vivida en su quince por ciento- en el varón que careció de arrestos para vivirla plena. No debe contentar a niñatos consentidos ni a mocitas de buen casar ni a abortadoras ni a accionistas de lo que sea ni a prostitutas de domingopara-mis-gastos. Ni ni ni… El poeta ha de ser purgaborrachos, lázaro de ciegos vitales, maestro de espíritus, arañador de la burla. Y hacer poesía tiene que ser sudarla por los poros como pasión fundida en cada verso; desollarse en aras de sí mismo y también de los otros (que a lo peor son nadie o a lo mejor son todo); evadirse en una especie de evaporación. Porque el poeta auténtico es ese intuitivo que intenta acercarse, braceando en la bruma, a la luz de la verdad.”9 Pero esa verdad es, como diría Unamuno, su verdad, aquello que la vivencia intensa ha grabado en su alma haciéndola más sabia; pues son sus relatos y novelas como sus audaces pensamientos, carentes de anécdota y peripecia fútil. Así las cosas, en Un perro para Judas10 o en Boceto de mujer contemplamos el envés de la hoja, la parte secreta e íntima de la maldita bendición del existir, los gozos y las sombras que día a día pulen el espíritu. Su literatura es íntimo diario, odisea que se aleja del Ulises de Homero para abrazar complacida el de James Joyce. Sus textos adolecen de exterioridades, son ventanas al interior y jamás 7 Boceto de mujer; Mira Editores; Zaragoza; 2009; p. 119. Pensamientos audaces V; Fundación Cultural Bajo Martín; 2008; p. 9 La naturaleza del artista, extraído de La naturaleza del artista y otros relatos; Fundación Cultural Bajo Martín; 2009; pp. 29-30. 10 Un perro para Judas; en La naturaleza del artista y otros relatos; Fundación Cultural Bajo Martín; 2009 8 complacen a quien apetezca de chascarrillos y novelilla de rosáceos tonos. Estamos ante una obra compleja que puede entenderse como miscelánea autobiografía, perfecta fusión de arte y artista, espejo a lo largo de un camino (espiritual). Sus textos describen esas vivencias que pertenecen a las moradas del mundo interior, cántico espiritual que mezcla lo místico y lo pagano. Más que la acción, su obra nos plantea la reflexión, pues a sus lectores no debe interesarles la violencia del golpe sino la huella sutil. No lo que mata sino lo que hace más fuerte. No quisiera concluir mi discurso sin llamar la atención, aunque sea brevemente, sobre el estilo de su escritura. En este tiempo de fastuosidades, afectaciones y vacías arrogancias estéticas (o, por el contrario, simplicidades chabacanas) llama la atención la clásica elegancia de la que Encarnación Ferré hace gala. Armonía mesurada que nos retrotrae no sólo a Cicerón, Séneca, o al ya citado Marco Aurelio, sino incluso a la placidez renacentista de un fray Luis, cuya escritura también era labor de delicada selección, esmero, y pulimento; ayudando a que la belleza del concepto no quede así empañada por la frondosidad del adorno. Así pues, concluyo esperando haber animado a la distinguida audiencia, en caso de no haberlo ya hecho, a inmiscuirse en las páginas de una gran autora, buena amiga de todos, cuya personalidad y presencia nos han alumbrado durante todos estos años. Se acallarán las risas y se secarán las lágrimas, el viento barrera toda efímera soberbia. Pero, con el pasar de los años, cuando ya nadie sobreviva al naufragio inexorable, tu voz seguirá viva en la palabra escrita, tu nombre, Encarna, grabado a fuego donde los libros siguen morando, más allá de nuestro tiempo y de nuestro espacio. Alberto Jiménez Liste (Zaragoza, 2010)