LA DEPRESIÓN y LA DESMOTIVACIÓN: ¿ES UNA CONSECUENCIA DE LA DEPRESIÓN INFANTIL O ES UN PROCESO PREVIO DE LOS ASPECTOS PSICOSOCIALES ANTE LA SORDERA? Francisco M. Mendoza Psicólogo En este artículo veremos muchas de las variables sociales que los psicólogos en depresión infantil consideran más relevantes y que consideraremos como factores de riesgo en la aparición de la Depresión Infantil. Hemos planteado que las relaciones y estructuras familiares, el rendimiento escolar, la socialización con compañeros, el género, la edad, la competencia social y los acontecimientos vitales son fuentes principales causas que mantienen y justifican la posible depresión. Muchos trabajos anteriores han demostrado que en los primeros años los acontecimientos relacionados con la familia son los más importantes, pero en la adolescencia se produce un cambio, y estos acontecimientos, tienen un carácter más social (la autonomía individual). Pero ¿los sordos tendrán esta causa y consecuencia? Hasta la fecha reciente el tema está poco estructurado en el campo de la Psicología sobre la depresión infantil y sordera. Sólo pretendo abordar cómo se vincula los factores que influyen en su aparición. Todo esto dependerá de lo que podamos entender por depresión y de ahí, a la desmotivación. Esto, a su vez, dependerá de los factores que consideremos que producen la depresión; que dependerán del concepto previo de trastorno del que se parte a la hora de evaluar el diagnóstico. El inicio a la historia sobre la existencia de la depresión infantil en la población general no ha sido hasta el año 1975, ya que antes se mencionaban sistemáticamente la no existencia de este cuadro. Definición e historia La depresión es una perturbación de la conducta con características fundamentalmente interiorizadas, es decir, con una mínima exteriorización por parte del menor debido a la escasa colaboración o por falta de capacidad para exponer lo que piensa y siente, especialmente por la pérdida de la audición. Uno de los problemas más serios de los sordos (niños y adolescentes) es la falta de recursos comunicativos con los padres y de otros miembros de la familia, así como la relación de sus iguales normoyentes que es el principal pilar del proceso de la socialización y de la autoestima del niño sordo. Hay corrientes psicológicas que no admitían la depresión infantil por falta de rigor científico o porque no existían signos fiables del menor. Era como un paso a la “prohibición ideológica” del cuadro depresivo infantil hasta el año que surgió la corriente psicodinámica, allá en 1915 con Freud, especialmente en su escrito “Duelo y Melancolía” donde lo define así: el duelo como una pérdida del yo, de la autoestima. O bien, como el anhelo de algo que se ha perdido. Esta pérdida del Yo sólo lo experimentaban los adultos. ¿Por qué? Se preguntaría cualquier adulto. Pues, porque un niño no tiene este “Yo” o porque no se ha desarrollado madurativamente. Así, pensaron los psicoanalistas que negaban la existencia de la Depresión Infantil, lo cual permaneció durante bastante tiempo. Pero afortunadamente, hubo gente a la que no convencieron de esta realidad contemplativa y que dudaron de estas teorías, que no podían interpretarla integramente. Así muchos profesionales encontraban a niños con patología que se asemejaban a una depresión como una gota a otra gota de agua. Es obvio ver también a los sordos por esta semejanza, salvo en la comprensión y la comunicación que es peculiar. Quizá el autor que más atención tuvo para explicar la existencia de la depresión anaclítica de los menores fue Spitz (1945) que expuso que tenía una estructura dinámica completamente distinta a la del adulto. El autor comentaba que la depresión infantil es consecuencia de la anomalía de las relaciones objetales: la pérdida del vínculo de la madre-hijo. Por tanto el niño deprimido no se produce una pérdida del objeto, sino que para poder explicar la relación madre-hijo, Spitz recurre al concepto de la “díada” en la dinámica de los tres “yos” (El Niño, El Padre y El Adulto, 1945) que explicaba por medio del método directo de la observación (opuesto al método psicoanalítico). Poco a poco se fue formando la idea de la existencia de la depresión infantil. Otro autor importante llamado Bowlby (1958) sostiene que la depresión es un sentimiento de impotencia por parte del niño que se genera en las relaciones fallidas habidas en la niñez, es decir, la inseguridad en la relación padres-hijo, la percepción del rechazo paterno por su propia incompetencia y la pérdida paterna que a su vez genera inseguridad. Paralelamente se asemeja con la indefensión aprendida de Seligman. A partir de ahí se fue sustituyendo la “pérdida del yo” por la “pérdida de la confianza” en la autoeficacia percibida del niño. ¿Qué consiste la depresión? La sintomatología encontrada en este cuadro infantil la podemos enumerar, según unos criterios diagnósticos aproximativos: • • • • • • • • • • Baja autoestima Trastornos de sueño Disminución de la socialización Trastornos de apetito Agitación motora Conducta agresiva e impulsiva Irritabilidad Posible ideación suicida Llantos inmotivados Astenia y ralentización motora (apatía o lentitud motora). ¿Qué factores de riesgo la produce? Antes de ampliar este apartado quiero destacar que en muchos trabajos anteriores realizados por otros expertos se revisan que las variables SOCIALES en la depresión infantil se consideran las más relevantes del riesgo en la aparición, aunque también se han analizado las relaciones y estructuras familiares, el rendimiento escolar, la socialización con compañeros, el género, la edad, la competencia social y los acontecimientos vitales, incluyendo la propia sordera, tienen un valor muy importante. Una revisión reciente de distintos trabajos muestra que en los primeros años los acontecimientos relacionados con la FAMILIA son más importantes, pero en la adolescencia se produce un cambio y tales acontecimientos tienen un carácter más SOCIAL. Ahora realizaré paso a paso un análisis de los orígenes de la depresión infantil con todas sus características que pueden influir en la futura desmotivación: • Género Es habitual oír que hay un mayor porcentaje de depresión en las mujeres que en los hombres. Las explicaciones son múltiples y se pueden categorizar en varios aspectos biopsicosociales. Se pensaron, desde una perspectiva social, que estaba ligado funcionalmente a los papeles del sexo (género). Curiosamente los estudios actuales demuestran que no existe diferenciación en la aparición de síntomas de depresión entre niños y niñas antes de cumplir los 12 años. A partir de esa edad comienzan a ser más frecuentes en las niñas e incluso va incrementando a medida que aumenta la edad (adolescencia) lo que apunta a una dimensión fuertemente social de género. El sexo femenino es uno de los más potentes predictores de desarrollar una depresión en el futuro junto con problemas de interiorización (ansiedad, pensamientos suicidas y depresión). La prevalencia es similar en la población sorda y en la oyente; no obstante, se observa un ligero aumento dentro de la primera, antes de los 12 años. Así mismo, dentro de la población sorda, en la etapa de la adolescencia el número de casos es mayor en mujeres debido a mayor asistencia de ayudas psicológicas que los hombres • Edad La incidencia de la depresión infantil ha sido un tema bastante controvertido y con datos discrepantes. La razón de ello ha sido múltiple. Primero se partía de concepciones de la depresión diferentes; luego se evaluaba con distintos criterios y las muestras diferían en la edad. Sin embargo, a medida que avanza el tiempo, se emplean instrumentos adecuados y seleccionados para la equiparación de las muestras cuyos resultados se fueron homogeneizando. A partir de ahí, los estudios epidemiológicos detectan un incremento de la depresión a medida que la edad avanza. . Así, en la primera infancia se estima una prevalencia entre un 1-4%, en la segunda infancia entre un 5-9%, y en la adolescencia entre un 10-15%. En España, se han encontrado porcentajes similares en un rango de edad entre 8-11 años, pero no hay que olvidar que en la población sorda infantil y adolescente se incrementará sensiblemente el porcentaje. Por otra parte también se ha señalado que los niños con menor edad tienden a presentar una depresión acompañada de más problemas de exteriorización de conducta que los adolescentes, lo que justifica una similitud entre la depresión infantil y la adulta a medida que el niño crece. Sin embargo, la población sorda puede no igualar la depresión infantil con la del adulto debido al mantenimiento del rol pasivo (sobreprotección) y de la indefensión aprendida. Curiosamente se ha demostrado que la edad de los padres en relación con la depresión en los niños está bastante influida, por dos motivos: primero, el interés o preocupación para la búsqueda de recomendaciones preventivas; y segundo, por la falta de planificación en qué poblaciones se incrementan los factores de riesgo. Se han encontrado en niños sordos que padecen este síntoma depresivos cuando la edad de los padres superan los 40 años. • Clase social Últimamente se encuentra una relación entre la pertenencia a una clase social y salud mental. Las clases sociales bajas suelen presentar más elevadas tasas de perturbación. Esto se ha interpretado desde el punto de vista del estrés, sugiriendo que las clases sociales más desfavorecidas suelen tener una mayor acumulación de situaciones estresantes, lo que las convierte en especialmente vulnerables, siendo más relevante en el adulto que en el niño. Y esto podría ser por dos razones: a) un menor tiene una inferior percepción de pertenencia a clase social que un adulto y b) las desventajas son más numerosas y funcionan con más potencia cuanto más se han vivido, debido a los acontecimientos vitales negativos (los adultos). Es obvio, que la sordera es una de las razones de mayor incidencia por la desventaja situacional estresante, siendo mayor la persistencia de los síntomas depresivos que en la población normal. Hay un trabajo reciente de Rodgers (1998) que no encuentra relación entre pertenencia a clase social y niveles de depresión en niños. Apunta efectivamente a la menor relevancia de pertenencia a clase social en población infantil. Por ejemplo, en un trabajo realizado en España en niños de entre 8-11 años no se han encontrado diferencias entre clases sociales ni tampoco con otros indicadores como el nivel de estudios y nivel de trabajo (del Barrio y Párraga, 1990), Sin embargo, sí encontraron en la comunidad valenciana, gracias a la información del maestro, que la clase social media y baja alcanzan niveles más elevados de síntomas depresivos. También se encuentran diferencias de niveles depresivos entre las diferentes clases sociales en relación con acontecimientos vitales en la población adolescente. • Urbano vs rural La importancia de lo rural frente a lo urbano en relación con la depresión quedó patente en la obra de Durkheim sobre el suicidio (Durkheim, 1987). Los estudios realizados por Rutter y colaboradores comprobaron que en las tasas de incidencias depresivas hay un mayor número de alteraciones en los ambientes urbanos, excepto el retraso mental o alteraciones sensoriales (incluyendo la sordera), que suele ser mayor y más frecuentes en los rurales debido a la mayor probabilidad de la poca eficacia de la estructura sanitaria, preventiva e informativa. • Familia La familia es el pilar natural de la vida del niño, su nicho. El niño aprende de manera precoz y preferentemente de la persona de referencia : la madre. El aprendizaje se basa especialmente en todos los patrones de enfrentamiento al mundo: el miedo, la atracción, la alegría, la tristeza y la comprensión de todo lo que le rodea. Todo ello está ordenado de una manera muy importante y potente en el esquema mental: el lenguaje. Por ello, la familia es el caballo de batalla de todas las ideologías. En su seno descansa la manera de entender el mundo que corresponde al niño. El niño sordo puede acarrear serias dificultades para comprender lo que está pasando en la realidad en la que vive cotidianamente, si no se siente comprendido, y de ahí se puede considerar como uno de los elementos fundamentales de las conductas patológicas infantiles. Concretamente hablando sobre la Depresión Infantil junto con la sordera se puede implicar en dos grandes apartados: a) los problemas de la familia intacta: La relación de los problemas infantiles con el desajuste familiar, la falta de cohesión y la adaptación familiar ha sido frecuentemente sostenida por investigadores de la conducta infantil. Los factores de riesgo por parte de la familia a lo largo de todos los tiempos han sido: alteraciones psicopatológicas, abuso de drogas, rechazo, falta de entendimiento o cariño, actitudes excesivamente críticas, control excesivo o ausencia de control de la conducta del hijo, método excesivos de castigo, abuso físico o sexual. Todos estos factores de riesgo están asociados con la posible aparición de depresión junto con cualquier otro tipo de perturbaciones psicológicos y conductuales, tanto en la población general infantil como en la población específica de la sordera. Dentro de las alteraciones psicopatológicas más frecuentes en relación con la aparición con la Depresión Infantil está la DEPRESIÓN PATERNA y fundamentalmente la MATERNA: 1. La influencia de la depresión paterna sobre el niño (la figura de referencia) se da desde etapas muy precoces (momento del descubrimiento e impacto de su hijo sordo) 2. La depresión materna tiene un mayor impacto que la paterna. 3. La duración de la depresión materna es un dato relevante en la vulnerabilidad. 4. La gravedad de la depresión paterna correlaciona positivamente con la de sus hijos. 5. Las depresiones agudas tienen mayor impacto que las crónicas. 6. La acumulación de otros factores de riesgo en los padres incrementa la tasa de depresión en los hijos. Estudios actuales demuestran que cuanto mayor es la severidad de la depresión, más fuerte es la exposición de sentimientos negativos. La intensidad de la expresión de alguno de estos sentimientos negativos, por ejemplo, ansiedad y abatimiento, es mayor en relación con las hijas y en las personas con problemas auditivos. La hipótesis de que las madres deprimidas, además, someten a sus hijos a un ambiente de estrés ha sido suficientemente probada. Por ejemplo, los hijos de madres con depresión unipolar (sólo depresión) presentan un nivel de estrés superior al de los hijos de madres bipolares (manía y depresión), enfermas y normales, siendo estos últimos los que alcanzan niveles más bajos; además son los que generan peor adaptación a los acontecimientos negativos con el paso del tiempo. Las MALAS RELACIONES con los padres son fuente de muchos desajustes infantiles y también de la depresión (Lewinshohn et al., 1994). Este autor demostró que las malas relaciones familiares aparecen en el 15% de los sujetos normales y en el 51% de los deprimidos. Sin embargo, las buenas relaciones familiares amortiguan las reacciones emocionales ante las dificultades infantiles.. Precisamente, la Depresión Infantil se ha asociado con la EXCESIVA PRESION que los padres ejercen sobre los hijos y las nulas o malas relaciones entre ellos los agravan. Hay datos que explicitan que los altos niveles de coerción, agresión e ira en los padres correlacionan positivamente con los problemas conductuales de los hijos. Sin embargo, los niños deprimidos no muestran niveles altos de agresividad ni de ira sino solo de coerción. Pero no sólo se trata de una exclusividad, sino que hay datos de síntomas depresivos infantiles por una mala relación. O bien, la atención paterna es escasa aunque las relaciones no sean malas, pero no promueven actitudes de solidaridad ante sus problemas. El niño que sienta querido por sus padres se formará como un escudo antidepresivo. Dentro de la ESTRUCTURA FAMILIAR, en relación con la aparición de la depresión, se encuentran a veces mayores niveles de síntomas depresivos en niños que ocupan un puesto o lugar medio entre hermanos y también en niños con hermanos adoptivos o hermanastros. Paliando a los síntomas, la cohesión familiar correlaciona negativamente con la Depresión Infantil; además los niños con más altos niveles de depresión desean mayores niveles de adaptación familiar. La ENFERMEDAD de uno de los padres o de ambos ha sido frecuentemente relacionada con la depresión en los niños La relación dependencia/ independencia supone un equilibrio difícil de guardar; el punto medio de esa interacción es el APOYO SOCIAL como elemento suavizador de cualquier tipo de acontecimientos estresantes. Normalmente se considera tres importantes niveles de apoyo: comunitario, redes de recursos sociales y personales. De lo contrario, la carencia aumenta esa probabilidad, especialmente en las niñas y en familias con varios hermanos (sean adoptados o no y sordos o no). b) La Familia Rota: 1) Separación La ruptura de la pareja se ha relacionado clásicamente con diferentes tipos de problemas en los niños y aún con la permanencia de ellos cuando los sujetos se convertían en adultos. Se puede observar una evolución clara de los datos a lo largo de los años de la vida de un niño: se da evidencia a encontrar una fuerte relación entre problemas infantiles y separación o divorcio de los padres, pero también se advierte una suavización en los últimos años de la vida de los sujetos (Gregory, 1958). Es decir, para muchas opiniones de los profesionales actuales que la separación o el divorcio tal cual no es la causa única de los problemas infantiles, sino que cuentan algunas circunstancias adheridas a la separación (la pérdida de contacto de unos de los padres, el descenso de la situación social o económica, reducción de encuentros o relaciones paternas, etc...) Hay estudios que demuestran el peligro de los niños que conviven constantemente en el seno de una pareja conflictiva. (Amato, 1993). Para englobar la correlación entre ruptura familiar con la Depresión infantil podemos destacar por el conocido investigador de la depresión es el de Lewinsohn et al. (1994). Un ejemplo de un estudio de la muestra española de niños entre 8-14 años se ha encontrado que los pertenecientes de familias intactas y rotas no presentan diferencias significativas en los niveles de depresión; sin embargo, si se estudian los niños pertenecientes a familias rotas, encontramos niveles de depresión significativamente más altos en los niños más jóvenes y en aquellos cuyos padres tienen malas relaciones antes y después del divorcio. También se han hallado mayores niveles de depresión en aquellas familias en las que los niños viven con un solo progenitor (del Barrio, 1990). 2) Muerte paterna Rodgers (1990) hipotetiza que no existe relación entre la pérdida paterna y los problemas mentales en la edad adulta, aunque sí pueden encontrarse en algunas circunstancias especiales tales como pérdida de la situación de atención y cuidados previos. Uno de los trabajos recientes sostiene que durante el primer año la pérdida alcanza al 70% de los niños y descendencia a un 39% a los tres años de la pérdida. Hay algunos investigadores que se debaten que la muerte se relaciona con la ansiedad misma, pero no con la depresión. El autor Rodgers afirma que sí se puede encontrar una reacción depresiva en el caso de que la relación de apego, el vínculo entre el hijo y el progenitor fallecido haya sido muy fuerte (frecuente entre los 5 y los 11 años). • Competencia social El tema arranca en muchos de los estudios de Erikson sobre la socialización como proceso del desarrollo del individuo, que va desde el apego, pasando por la autonomía y finalizando en la socialización con los compañeros o con las amistades.. Una manera de subrayar la depresión es cuando la incompetencia social, que aleja las fuentes de refuerzos positivos, se hace patente. Un ejemplo del trabajo de Lewinsohn que distingue varias facetas de la competencia social como la autopercibida, la heteropercibida y la aplicada en las distintas áreas (académica, social, amorosa) son variables que afectan a la depresión e incluso a la depresión infantil. Siendo la sordera una de las variables predominante de este estado mental. Ainsworth et al., (1990) confirma que los niños con una relación de apego deficiente presentan una tasa de depresión del 30% superior al de la población general, cuya competencia social académica es más baja en los niños con síntomas depresivos, así como una significativa diferencia en la capacidad de resolver problemas, en autoeficacia y en autosatisfacción. Otro factor predominante del síntoma depresivo es el poco dominio y orientación en situación social y de rendimiento. Lewinshon y col (1992) sostiene que la competencia social autoinformada por adolescentes mantiene una fuerte correlación con sintomatología depresiva así como los déficits de habilidades sociales que lo predicen esta aparición. Los niños dependientes de sus padres muestran también unos mayores tasas de depresión (del Barrio, 1990). También cabe manifestar consistentemente de los niños sordos deprimidos sean más sensibles a los problemas de la interacción con compañeros que a los familiares. A veces, se dudan de la capacidad de los niños sordos para percibir el estado emocional de sus compañeros los cuales no sólo son sensibles al estado emocional del otro, sino que también pueden encontrar soluciones de ayuda; es decir que las emociones de los niños pueden ser socialmente controladas por sus compañeros o amigos. Los otros son con frecuencia desencadenantes de depresión como puede suceder en situaciones de rechazo y crítica. Un ejemplo típico es en niños que no hablan la lengua propia de la comunidad en que viven provocan más casos de depresión que entre los que sí la hablan (un claro enfoque a la dificultad de la comunicación entre sus iguales y se rehuyen en los juegos escolares). Otro factor importante de la depresión infantil es la fuente de contagio de unos niños, puesto que la empatía les puede arrastrar a compartir sentimientos negativos. Así renace en este sentido un nuevo concepto de “búsqueda de amparo en los compañeros” en relación con la Depresión Infantil (“Reasurance seeking”). • Interacción con compañeros La buena relación con los compañeros o amigos es a menudo uno de los mejores indicadores de normalidad o el amortiguador de la conducta de todos los niños. Por el contrario, la mala relación con los padres se relaciona con todo tipo de problematicidad y por supuesto también con la depresión. Un ejemplo claro de este síntoma es el AISLAMIENTO SOCIAL: son más sensibles a los problemas de interacción con los compañeros que con los familiares, especialmente la adolescencia. Habitualmente se duda de la capacidad de los niños sordos para percibir el estado emocional de sus compañeros. Hay datos que demuestran lo contrario y que buscan soluciones para encontrar algún tipo de ayuda. Es decir, que las emociones de los niños pueden ser socialmente controladas por sus compoñeros. Incluso los sordos buscan en su propia identidad sociocultural con la comunidad sorda. Sin embargo, también se ha señalado que los compañeros son con frecuencia desencadenantes de depresión como puede suceder en situaciones de rechazo y crítica (la comunicación poco fluida de los sordos). La dependencia de los compañeros se suele intensificar en los jóvenes deprimidos y con problemas familiares. Cuando no existen problemas familiares, el menor apoyo social de los compañeros correlaciona con depresión (Lewisohn, et al., 1994). Por otra parte, se advierte una mayor propensión a tener malas relaciones con sus iguales cuyas madres sufren una depresión unipolar (Adrian y Hammen, 1992). Junto con la aportación de Erikson sobre el proceso de socialización como un todo en el estrecho vínculo afectivo madre-hijo para el desarrollo de la autoestima y la autoconfianza. • Rendimiento Aunque con frecuencia rendimiento escolar y la depresión infantil se hallan unidos, pero esta unión realmente no está clara y es frecuentemente discutible, especialmente con el tema de la sordera. Unos piensan que la depresión es la causa del bajo rendimiento y otros que el bajo rendimiento es causa de la depresión. En mi opinión, lo más probable es que se den ambas relaciones. Muchos estudios empíricos avalan que la depresión es la causa del descenso (bajo rendimiento) y no el descenso como causa de la depresión. Lewinsohn et al (1994) han encontrado que el disgusto con las propias calificaciones escolares es un fuerte predictor de desencadenamiento de una depresión futura. Es decir, la depresión puede ser causa y consecuencia de un deficiente rendimiento escolar según las circunstancias. Así las tasas de fracaso escolar se estiman en un 40%-60% con las Depresión Infantojuvenil. Es evidente que no puede sostenerse que el fracaso sea causa de depresión sin más. Los estudios muestran que los niños deprimidos presentan dificultades para atender en la clase, para ejecutar las tareas de clase y presentan más muestras de fatiga y tristeza que sus compañeros no deprimidos (datos obtenidos por las observaciones de los profesores y por los propios padres). Por otra parte, los niños o adolescentes deprimidos informan de la percepción de un descenso escolar significativamente mayor que el de los niños no deprimidos. En un estudio longitudinal muestra la correlación con altas puntuciones de DI en la infancia como un buen predictor de dificultades escolares en la adolescencia (Mestre y García-Ros 1992). También se puso en importancia a los grandes acontecimientos vitales del niño, el estrés crónico producido por la acumulación de tensión generada por pequeños acontecimientos o fastidios y por el carácter crónico de los acontecimientos más que por el agudo. Y también se ha hecho notar un aumento de la relación entre acontecimientos vitales y depresión. Se ha ido precisando que la población juvenil cuyos acontecimientos vitales se relacionan con la pérdida junto con la depresión de manera frecuente que aquellos otros relacionados con amenaza o daño que se asocian con ansiedad; la recencia (1 año) es el período considerado como más relevante ya que después de este tiempo las relaciones psicológicas negativas suelen remitir con frecuencia. Se ha señalado suficientemente con claridad que la depresión infantil se manifiesta de acuerdo con las capacidades cognitivas que en cada momento evolutivo son apropiadas al niño. Por tanto se afirma que en un primer estadio los desencadenantes ambientales de la depresión infantil tienen una dimensión afectiva e íntima que concuerda con los intereses inmediatos del niño en este momento de su evolución. Por el contrario cuando el niño deja de serlo y comienza la adolescencia se va ampliando su mundo y los desencadenantes sociales de su depresión tienen una mayor semejanza con los que son activos en el mundo adulto y se vuelven más amplia y estrictamente sociales. Se podría afirmar de nuevo, que los desencadenantes sociales de la depresión infantil no son naturales sino evolutivos e históricos. Como conclusión final, se ha encontrado que la depresión en niños y adolescentes es a su vez fuente y origen de las más variadas alteraciones juveniles, tales como el fracaso académico, delincuencia, droga, accidentes, desempleo, hospitalizaciones y dificultades matrimoniales futuras (datos avalados por los estudios de Kovacs, Kandel, Davis, de Barrios, Lewinsohn y Erikson).