ARQUITECTURA Y URBANIZACIÓN EN EL MÉXICO ANTIGUO “La obscura noche palpita con el sonido de los tambores y las flautas, y con los gritos de la multitud reunida abajo; el gran señor aparece en medio del humo y las llamas que salen de la boca del templo en lo alto de la Gran Pirámide. La multitud calla cuando el dirigente, con su gran capa de plumas adornada con jade, abre los brazos y llama a sus sacerdotes para traer los instrumentos para el sacrificio.” Este era el escenario del brillante espectáculo prehispánico en el cual los sacerdotes representaban dramas para las multitudes. En la actualidad, los visitantes pueden ver sólo austeras piedras y pilas de escombros sin forma, donde alguna vez hubo bellos templos y pirámides azules, rojas y verdes. El montículo del templo o pirámide, característica de las ciudades precolombinas que contaban ya con 25 siglos de tradición cuando los españoles llegaron a México en el siglo XVI. Los más grandes sitios eran verdaderos centros urbanos que funcionaban como áreas administrativas, religiosas, comerciales y de redistribución; su arquitectura reflejaba estos propósitos. Las características urbanas típicas pueden rastrearse fácilmente hasta la civilización Olmeca que se estableció en el Golfo de México. Las gigantescas y maravillosas pirámides, con grandes escalinatas; dominaban las ciudades que las rodeaban. La mayoría de ellas se componían de montículos de escombros sólidamente compactados en el centro, después cubiertos con roca cortada simétricamente y coronados por templos ceremoniales; las pirámides eran réplicas de las montañas sagradas o representaban tal vez el camino celeste hacia el Sol. Los recintos sagrados de la mayor parte de las ciudades mesoamericanas servían como áreas para la celebración de los rituales públicos y privados de sacerdotes y gobernantes. Las ciudades antiguas también contaban con magníficos palacios, centros administrativos, recintos para las cortes, esculturas monumentales e inmensos terraplenes. Los métodos de construcción y los diseños en general variaban considerablemente. Las ciudades en el Centro de México tendían a ser más compactas e incluir ya sea muros de defensa hechos por el hombre o formaciones naturales a manera de protección. Los centros mayas, al contrario y con excepción de Becán y Tikal, considerados como los recintos centrales, consistían en un grupo de construcciones desprotegidas rodeadas por caseríos dispersos. Las ciudades mayas no tenían el gran centro ceremonial como con el que contaban Tenochtitlan o Teotihuacán. No se ha encontrado evidencia en ningún lugar del país de la utilización del verdadero arco; los pueblos del México central utilizaron a lo largo de toda su historia la construcción con pilares y viga, en tanto que los mayas usaban la bóveda de tipo voladizo, sin puntos de apoyo en el área de intermedia; por lo tanto las habitaciones mayas y aún los palacios son relativamente angostos y con techos muy altos. La decoración externa es muy variada, en Teotihuacán la mayoría de las fachadas estaban adornadas con detalles esculpidos, ennegrecidos y pintados con brillantes colores como el rojo, azul, amarillo y verde, había también un gran número de murales. Otras culturas como la Totonaca y la Huasteca del Golfo de México, los mixtecos de Oaxaca y los mayas del sureste, decoraban profusamente sus edificios con mosaicos esculpidos o grabados y con estuco moldeado, también pintados con vivos colores. El gran centro clásico de Teotihuacán (150 a.C. – 750 d. C.) eran un verdadero centro urbano, veinte veces más grande que cualquier asentamiento en el Valle de México; su población alcanzó aproximadamente 125,000 habitantes y cubría un área de casi 32 kilómetros cuadrados. Hacia el año 150 d. C., fueron construidas la gran Pirámide del Sol y otras 20 más, cada una con tres templos. Las estructuras residenciales en la gran ciudad generalmente consistían de varios apartamentos cada uno con vista al patio interior. Estos apartamentos fueron dispuestos aparentemente como vecindarios, con frecuencia habitados con gente de regiones distantes. Cada uno de estos enclaves extranjeros pretendía conservar la identidad con el grupo étnico al que pertenecía dentro de la gigantesca urbe. Lo más sobresaliente de Teotihuacán era su tamaño, los visitantes modernos experimentan la misma sensación de pequeñez que una vez llevó a los aztecas a nombrar a la ciudad como la “Ciudad de los Gigantes”. Desde su irregular y enorme ciudadela de piedra, Teotihuacán extendía su influencia sobre toda el área de Mesoamérica. La cuestión de si los centros ceremoniales del período Clásico maya fueron verdaderamente urbanos, ha sido fuente de constante discusión hasta nuestros días. Las ruinas muestran numerosas características de las comunidades urbanas; sin embargo, todas ellas se construyeron en sitios sin urbanizar, por lo general en la selva. Probablemente la solución a este dilema está en que el período Clásico maya sea un caso único. El hecho de que Tikal no tenga la inmensa población de los centros como Teotihuacán o Tenochtitlan no significa que no haya sido un centro urbano importante. Hay irrefutable evidencia de que los centros mayas más importantes, tales como Tikal, Palenque, Naranjo y Copan, cumplían al igual que las ciudades del centro del país todas las funciones de una ciudad preindustrial. Por su parte, no hay acerca del carácter urbano de la capital azteca, Tenochtitlan. La arquitectura y los patrones utilizados en la construcción de Tenochtitlan representan la culminación de 25 siglos de herencia cultural, adoptada, reinterpretada, renovada, y absorbida por los aztecas. En 1519 el conquistador Hernán Cortés se sorprendió profundamente al llegar al valle de México. Tenochtitlan era una gran ciudad construida en el centro de un lago y unida a tierra firme por 4 grandes calzadas. Cortés vio la ciudad tan grande como Sevilla o Córdoba: “Gran número de mezquitas y moradas para sus ídolos se levantan en los diferentes distritos de esta gran ciudad, todos bellos edificios, uno de estos templos es tan grande que podría albergar a un pueblo de 15,000 habitantes dentro de las poderosas murallas que lo circundan”. La ciudad tenía también agradables casas con preciosos jardines llenos de flores; bajo los balcones de una de las casas del emperador Moctezuma se extendía un jardín espléndido lleno de pilares y baldosas de jaspe primorosamente labrado, y diez estanques en donde nadaban todas las especies conocidas de aves acuáticas, a cuyo cuidado se consagraban exclusivamente trescientos hombres, cada estanque daba a los balcones desde donde Moctezuma observaba los pájaros. Tenochtitlan fue sin duda alguna el más grande centro urbano jamás construido en el México prehispánico, con una población de 300, 000 habitantes, la ciudad siguió el plan básico de los centros urbanos prehispánicos, en donde la administración, ceremonias religiosas, distribución de bienes y servicios, organización de la guerra y vida económica estuvieron siempre estrechamente interrelacionados. Los espectaculares sacrificios públicos y los rituales fueron parte integral del gobierno, pues la religión era elemento central de la vida cotidiana. Las ciudades precolombinas constituían una combinación de lo práctico y lo sublime que sigue emocionando a la imaginación moderna. AUTORÍA DEL DOMINIO PÚBLICO “POR MI RAZA HABLARÁ EL ESPÍRITU” Ciudad Universitaria, D.F.