El Jefe De Los Orientales Relato Histórico ©Fernando O. Assuncao yWilfredo Pérez, 1982 Derechos reservados de la Ira. Edición, Editorial Proceres S.R. L , José E. Rodó 1721, Montevideo, Uruguay Diseño y cubierta de W. Algaré Gervaso Estatua de Artigas - Bronce - Juan Luis Blanes. 1ra. edición: julio de 1982 Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay Imprenta Rosgal S.A. - Gral. Urquiza 3090 - Tel. 8 0 0 5 29 - Montevideo, Uruguay Comisión del Papel - Edición impresa al amparo del Art. 79 de la Ley 13.349. Depósito Legal: 179.582 AL LECTOR: Grande pretensión parece escribir y presentar un nuevo libro sobre nuestro procer el General José Artigas. Obras capitales hay escritas sobre su ser y quehacer, como las de los doctores Juan Zorrilla de San Martín y Eduardo Acevedo. Creemos, sin embargo, que esta generación de orientales, que tuvo que enfrentar una de las mas duras coyunturas de su historia y superarla, manteniendo la integridad de la Patria y sus valores, generación que debe asumir la responsabilidad de proyectar el país al próximo siglo XXI, debería tener en un libro, su propia visión del Héroe. Para estos jóvenes de hoy, a través del estilo de la novela histórica (siguiendo las huellas de ilustres antecesores, como el gran Eduardo Acevedo Díaz, o el General Edgardo U. Genta en su obra "Artigas, Sol de América"), con respeto total de los hechos, intentamos rescatar la presencia viva de Artigas hombre, sufriendo, palpitando, anhelando, disfrutando, soñando, sintiendo; en fin, admirado, amado, temido o rechazado por sus contemporáneos; conocedor, como nadie, de su tierra y de su pueblo, caudillo natural, jefe y conductor de sus conciudadanos; pensador y hombre de acción; estadista; genio, que supera por sus excelencias, su tiempo y su espacio, como verdadero profeta y fundador de Ja Nacionalidad Oriental. Capaz de crear e imaginar un Estado antes que sus gentes hubieran tomado real conciencia de Nación. Con la esperanza de hacerlo conocer y sentir como un ser vivo. Así todos los episodios tienen base real y están documentados. Las notas son un complemento didáctico, para el interesado en ahondar sus conocimientos —como la bibliografía y fuentes consultadas—, o principalmente para maestros y profesores, que dispondrán de un material seleccionado, no siempre de fácil acceso, que aspiramos les sea de particular utilidad. Finalmente, las frases y pensamientos de Artigas, al fin de cada capítulo, se destinan a una mayor difusión de sus ideas, relacionándose con aquéllos sólo en el espíritu de su contenido. LOS AUTORES I Allá en la Lejana Aragón de los Fueros UNAS GENTES MODESTAS Y SU BUEN NOMBRE Aragón, tierras templadas de clima, de las más bellas de España —tan pródiga en paisajes variados y hermosos— tierras de pan llevar, opimas en trigales lozanos, en huertos y pomares, olivares y viñedos. Pero, también tierras de autonomía, de hombres de carácter; de aquellos fueros y usos que son un modelo ideal de democracia en tiempos que el absolutismo monárquico más inapelable era el signo en la vieja Europa: Nos, que cada uno valemos tanto como vos, y que juntos podemos más que vos, os ofrecemos obediencia si mantenéis nuestros fueros y libertades, y si no, no. Es el1 casi increíble juramento a los Reyes de Aragón, pronunciado por el Justicia Mayor en nombre de los Prelados y Ricoshomes. Claro el concepto del valor individual que hace a los hombres todos ¡guales; definitiva la idea de poder, residente en los más. La obediencia se ofrece, no se entrega sumisa y está condicionada a que el Rey, en reciprocidad, les respete en sus fueros y libertades. EL JEFE DE LOS ORIENTALES Sólo gentes libres, sólo paladines de la igualdad, de la autodeterminación y de la federación, podían salir de tales tierras en que cada ciudad era un reino o se comportaba como si fuera cabeza de uno. Aragoneses, descendientes de los primitivos edetanos, los broncos pobladores que levantaban sus primarias chozas de planta circular en tiempos de la regional primavera de la Edad del Bronce. Y de aquellas centurias romanas fundadoras de Cesaraugusta, su capital, transformada por los tiempos en Zaragoza. O de los bárbaros y rudos suevos y godos, rubios y velludos. O de los morenos, barbados y no menos valientes hijos del desierto que hicieron presa de España para el Islam. Finalmente de la alianza cristiana reconquistadora. Hombres bautizados en profunda fe por la presencia de aquel legendario Santiago el Mayor, patrono caballero de la entraña misma de la nacionalidad española, y sus discípulos, igualmente Santos: Anastasio y Teodoro. Aragoneses que, al decir de Gracián: . . . odiaban la mentira y amaban la verdad. Eran gente buena, sin doblez, fuertes, discretos, reflexivos y sufridos. La vida agrícola —agrega— la dureza del clima y a veces la pobreza, forjaron hombres frugales y sobrios. 0 como señala Madéz: El aragonés tiene vivacidad natural; imaginación penetrante y juicio sólido; habla poco y defiende su opinión con firmeza, llega a lo sublime en cuanto al amor a la Patria; prudente y reflexivo, posee criterio sólido y sentimiento recto; es atento y cortés. Y para completar el retrato, que nos servirá a los efectos de comprender mejor a los protagonistas de la historia que ahora comenzamos, dice Julio Cejador: Jamás servil; lleva en sí el espíritu de justicia; franco y verídico, independiente y digno. Posee el aragonés tenacidad innata; es temperamental mente templado y mora/mente fuerte y seguro de sí mismo; lleva en su alma sólida reciedumbre y, en su corazón anidan elevados sentimientos. La luminosidad y claridad del cielo de Aragón; los horizontes infinitos de tierras áridas; y el variado colorido del paisaje de esa tierra, se infiltran en el hombre y forjan su personalidad (i). F.O. Assuncao - W. Pérez Estamos pues, en el antiguo reino de Aragón, aquél con pujos de federación, en que cada ciudad era una capital o actuaba como si fuera un reino ella misma; aquél del altivo, orgulloso, Fernando II, que junto a Isabel 'de Castilla, extraordinaria mujer estadista (quizás y sin quizás, la mayor, de su sexo, del orbe y de todos los tiempos), forjaron la grandeza de España. El centro mismo de su ser nacional, del carácter y de la historia, de la cultura, la religión y las artes, de las estirpes y las gentes de Aragón: Zaragoza, su capital. Muy cerca de ella, apenas veintidós quilómetros al suroeste, a la ribera diestra del patrio Ebro, Puebla de Albortón ve transcurrir la tranquila existencia característica de las pequeñas aldeas de provincia. Es el año de Nuestro Señor de 1693. Apenas una docena de casas, tan sobrias como recias y sencillas. Igual que las gentes que las habitan. Paredes de ladrillo con asiento de yeso (de los yacimientos que caracterizan la región) o de adobe o tapia, enjalbegadas, sin adornos ni originales dibujos de fachada. Lisas, deslumbrantes a la radiosa luz de los días de primavera o estío, integradas a las dulces medias tintas del paisaje lugareño en las grises jornadas del otoño e ¡invierno. Entonces, ahora —pues noviembre está en sus fines— los humos de los fuegos que señalan cada hogar y cada vivienda humana, agregan sus EL JEFE DE LOS ORIENTALES volutas a lo umbrío del cielo. Rojizas y manchadas de verdín las techumbres de viejas tejas apoyadas sobre recias vigas labradas a la hazuela. Plaza e Iglesia. Fuente para las bestias de carga y silla. Las callejas, sin calzar o apenas, son polvaderales en verano y lodazales en el invierno. Los hombres que trajinan por ellas, secos, de hablar quedo y conceja a flor de labios, son labriegos de clavar hondo la cuchilla del arado en el seno tierno de la tierra madre. Sembradores del trigo civilizador, o cultivadores de hortalizas, que habrán de llenar de olorosos perfumes las tiznadas cocinas-hogares, humeantes las ollas en cuyas negras panzas constituyen el corazón —grelos, nabos, cebollas, patatas— de abundosos cocidos, con su trozo de tocino o de carne ahumada. UN APELLIDO QUE DICE MUCHO Viven allí, en su torre (2), unos Artigas, vieja estirpe de vecinos del lugar. El es, como todos, un fuerte, sobrio y sufrido labriego, en la flor de la edad. Su nombre: Blas. Ella, como todas, una robusta y fornida moza de trenzas rubias y mejillas en arrebol, brillantes los claros ojos, su nombre, el de la madre de Dios: María, pero no María a secas, María de las Aguas, como si fuera una premonición de la masa líquida que su hijo estaba destinado a trasponer para fundar una estirpe nueva. Y aquel apellido ARTIGAS, que significa tierra roturada y pronta para la siembra , que cae como anillo al dedo, tanto a su quehacer vital diario y a sus costumbres, como al destino de su descendencia. Ese destino que empieza, también, con el nombre del padre de Blas, que lleva el del glorioso padre terreno de Jesús: José, el primer José Artigas. . . Maduros están los tiempos. Pronta la historia, abiertas sus páginas, como el oloroso surco recién hecho, para recibir ia semilla de una nacionalidad. Para dar cabida a quien dos veces habría de merecer ei nombre de fundador: de una ciudad y de la estirpe cuyo retoño mayor fundaría una patria, la nación Oriental. Pero esto, es años muy lejos. Tiempo al tiempo. 10 F .O. Assunqao - W. Pérez JUAN ANTONIO. ELEGIDO DEL DESTINO Dijimos que el invierno aún no ha llegado, pero los fríos de las sierras ya se sienten soplar entre el caserío de la Puebla de Albortón. La tierra, una vez más, como año tras año y siglo tras siglo, ha sido roturada para las nuevas siembras. Las tareas, de puertas adentro, prevén las cortas fiestas navideñas —ya próximas— como las largas necesidades invernales. Se engorda al cerdo, se preparan conservas y confituras, se reparan techos y aberturas, se arreglan los muros y tapiales, en especial de los huertos. Se hila, se teje y se espera. . . Esper.an realmente, el buen Blas y su María de las Aguas, el inminente nacimiento de un hijo. Noviembre expira ya y la vida renace en ese renuevo de hombre. El 2 de diciembre de ese año de 1693, en la iglesia parroquial de Puebla de Albortón, el señor cura, revestido en su alba, imponía el Sacramento del Bautismo a Juan Antonio, hijo legítimo de Blas Artigas y María de las Aguas Ordovas (3). Mientras mojaban su cabeza con la helada agua, tocaban su frente y su pecho con el santo óleo y ponían la sal en su boca, indiferente al recogimiento entre asombrado, tímido y orgulloso que exteriorizan las gentes de corazón puro ante el milagro de la vida física renovada y el misterio de la liturgia, el pequeño, en apariencia igual a todos los recién EL JEFE DE LOS ORIENTALES 11 nacidos, rubio y sonrosado, procuraba entreabrir los azulencos ojos y abría decididamente la boca, berreando estentóreamente, ajeno por completo, también, como los suyos, al destino que la historia tenía escrito para él. Niño con nombres de príncipe guerrero valeroso y de santo milagrero que, duerme ahora plácidamente en la cuna de su modesta casa de Aragón. Parafraseando al poeta, tampoco él tuvo águilas que lo velaran, sólo la sombra, preocupada y tierna de Blas; ni una loba para amamantarlo, sólo los pechos de aquella dulce María, su madre, y la buena esperanza del abuelo José : . . que preveía, en él, el nacimiento de una estirpe. . . UN TRONO Y DOS PRINCIPES El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey! Así debía pregonar el Justicia Mayor, normalmente, en una doble frase ceremonial, mezcla de luto y de alegría, para anunciar al pueblo el fallecimiento del monarca reinante y el advenimiento de uno nuevo al gobierno de la corona española, el mayor imperio del orbe. Pero en esta ocasión, por vez primera, sino adverso, hado siniestro, la oración quedaba trunca en su segunda parte. Aquel Carlos II, llamado con razón El Hechizado , que llegara a su vez al trono siendo un niño canijo que a los cuatro años de su edad casi no caminaba y bajo cuyo reinado tantas desgracias acaecieran a España: la independencia de Portugal; las rebeliones de Cataluña; las guerras de Don Juan de Austria, el bastardo de Felipe IV; la fundación de la Colonia del Sacramento en el R ío de la Plata por los portugueses, que ponía en riesgo la posesión de todos aquellos fértiles territorios. Aquel Carlos II había entregado el alma a su creador, el frío y triste 1D de noviembre de 1700. No dejaba heredero a la corona, a pesar de haber casado dos veces. Mucho se había murmurado en la Corte sobre su defecto. El trono de Fernando e Isabel quedaba vacante. Fenecía el siglo X V I I . Como siempre que una centuria expira, los astrólogos y augures hacían negras, catastróficas predicciones. Esta vez no se equivocaban demasiado. Con el siglo terminaba, también, una 12 F.O. Assuncao - W. Pérez era para España y para el mundo de aquel tiempo. Los cimientos del viejo imperio donde no se ponía el sol, crujían penosamente. Francia y Austria presentan sus candidatos al trono baldío. Los campeones son jóvenes príncipes, altivos y ambiciosos por igual. El primero, es Felipe de Anjou, nieto del viejo Rey Sol, Luis XIV, que sigue gobernando a Francia y parte de Europa - sus intrigantes ministros mediante— como un verdadero mito viviente. Felipe aspira también a ceñir sobre su cabeza la corona del declinante y agrio abuelo. El otro es Carlos, Archiduque de Austria, candidato de la casa que gobierna España desde los lejanos tiempos de aquel Carlos I de España o Carlos V de Alemania. Y España, la vieja España, llena de glorias y cicatrices, fatigada de guerras y rebeliones, queriendo una utopía, pensando en conservar la integridad del reino, tanto en la Península como en Flandes, Italia y las Indias, le vende el alma al diablo. Es decir, se da a los enemigos de dos siglos, se da a los franceses. Termina así el ciclo de los Habsburgos, aquellos príncipes que desde el mencionado Carlos I, por cuatro generaciones, gobernaran el trono que habían realmente creado, por igual, el talento y virtudes de Isabel y la astucia y ambiciones de Fernando. Tan extraños aquellos borgoñones a lo español, en sus principios, como ahora lo era este Felipe, proclamado el V, con todo y su Corte afrancesada. El resultado fue una larga, cruenta, dura guerra y que España, para lograr la paz, perdiera casi todo aquello por cuya conservación el Borbón llegara al trono. Carlos EL JEFE DE LOS ORIENTALES Luis X I V Felipe V 13 Los nefastos tratados firmados en Utrecht, dejaron girones del viejo Imperio diseminados a los cuatro vientos. El león fue despiadadamente carneado y malherido: se perdieron Flandes e Italia; Inglaterra ocupó Manon y Gíbraltar (dolor que aunque parezca increíble aún hoy perdura); la Colonia del Sacramento y su territorio (4) —es decir el de nuestra Banda Oriental— por su clausula 6 a pasaban a manos de Portugal y establecían allí el Asiento de Negros (5), inglés. Se entregaban, además, a Portugal, regiones inexploradas, ricas tierras vírgenes, entre el Orinoco y el Amazonas. LA GUERRA DE SUCESIÓN Ante la proclamación de Felipe V, el Archiduque Carlos declaró la guerra, conocida en la historia como Guerra de la Sucesión . En ella el espíritu patriótico y la belicosidad altiva del pueblo español, llegó a cumbres sólo alcanzadas y superadas en la Guerra de la Independencia de Francia —contra la invasión napoleónica— un siglo más tarde. Los aliados del pretendiente eran muchos y poderosos: Austria, Inglaterra, Holanda y el elector de Brandeburgo, a los que se sumarán, dos años después, Dinamarca, Suecia, Portugal y la casa de Saboya (Italia). Felipe V y la causa de España, sólo cuentan con el apoyo de Francia. Que, hay que decirlo, el viejo Luis XIV no escatimó a su nieto. Las hostilidades se abrieron en Italia, extendiéndose pronto a Alemania y los Países Bajos y, sobre todo, la guerra en los mares. Esos vastos océanos que la audacia española surcara en todas direcciones, pero cuyo efectivo dominio siempre le fue esquivo. En 1703, el Archiduque desembarca en Portugal y empieza la guerra en la Península. Aragón, Valencia y Cataluña apoyan sus pretensiones al trono. Los ingleses toman Manon y se apoderan de Gibraltar en 1704. Y en 1705, los reinos antes mencionados, proclaman, en Barcelona, adonde entonces desembarcara, aí Archiduque, como Carlos III de España. Paradojalmente, sería un descendiente, en segunda generación, 14 F.O. Assunpao - W. Pérez de Felipe de Anjou, quien reinará en España con ese nombre, pero ésa es otra historia. Dos hombres han de participar, entre tantos miles, en esa guerra. Ambos del bando de la Corona y de Felipe II. Uno, un distinguido oficial de noble estirpe, vizcaíno de nacimiento, Bruno Mauricio de Zavata de nombre. El otro, un modesto y joven labriego iletrado, enrolado como soldado raso en las tropas reales, a pesar de ser aragonés de nacimiento: Juan Antonio Artigas. El destino acercará a uno y otro, desconocidos todavía y entrelazará sus vidas en una larga aventura, insospechada entonces, en cuya trama se tejerá el nacimiento de una nueva nación. La nuestra. El labriego que sentó plaza de soldado, es un robusto mocetón, de cabellos casi rubios y ojos azules, de mirada franca, viva y penetrante, anguloso el rostro, acentuada nariz y tez blanca y fuertemente rosada por la ruda vida al aire libre propia del laboreo de la tierra. Tiene apenas dieciséis años y ha dejado la casa paterna, aquella vieja " t o r r e " de Puebla de Albortón, donde le vimos nacer y donde, entre juegos, trabajos, penurias y alegrías, transcurriera su ignota infancia y juventud, para servir al Rey. Por casi sesenta años continuará en ello. Con una fidelidad y constancia totales. Con asombrosa vitalidad. Dando todo de sí. Siempre igual: sobrio, sufrido, valiente, tenaz y de natural, despejada inteligencia. Firme y bondadoso, a la vez. Duro, puro, transparente, como un cristal de roca. Sentó plaza de voluntario en el Regimiento Nuevo Rosetlón. Corría el año 1709. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 15 Unos meses después de su enrolamiento, ya en 1710, Felipe V, que rehacía sus fuerzas después de la tremenda victoria de Al mansa —aquella imponente batalla campal que tantos miles de vidas costara a ambos bandos en pugna— se encuentra con que el Archiduque Carlos, deseoso de vengar aquélla, retoma la ofensiva y debe él jugarse el todo, otra vez, ahora para recuperar la totalidad de! reino o, quizás, perder la corona. En el llano junto a una vieja atalaya y castillo de origen árabe, cercano a Lérida (6), de nombre Almenar de Segre, se enfrentan las tropas del Rey, bajo su directo mando y las del pretendiente. Recibe allí su bautismo de fuego, luchando con denuedo y heroicidad, nuestro Juan Antonio Artigas, todavía no cumplidos los diecisiete años de su edad. A renglón seguido, junto a Zaragoza se reiteran los combates. Desgraciada ocasión, pues las tropas leales a Felipe V son derrotadas—poniendo a Carlos otra vez en camino a Madrid— y la compañía en la que servía nuestro joven soldado, cae prisionera y él con ella. Pero al cabo de cinco días, consigue escapar luchando con sus captores en demostración terminante de arrojo y audacia y logra reintegrarse a su regimiento, en la retirada del ejército realista hacia Valladolid. Poco después se reanudan las hostilidades y las tropas del Rey, entre las que estaba el regimiento Nuevo Rosellón y, por consiguiente, también Artigas, son reforzadas por el Mariscal francés Luis José Vendóme, que llega en su auxilio. Felipe V, sabedor que el 7 de diciembre, las tropas anglo-holandesas, al mando del Marqués de Stanhope habían sido sitiadas en la plaza de Brihuega (provincia de Guadaiajara) por las fuerzas de su vanguardia, al mando del Marqués de Valdecañas, se dirige hacia allí con el grueso de su ejército, en la madrugada del día 8. Y el 9, después de un recio bombardeo, ordena el asalto a la población por la puerta de Cozagón. Asalto que luego se continúa por las brechas de San Felipe y de la Cadena. Al Marqués de Stanhope no le cabe otra salida sino la capitulación y queda prisionero con 4.500 hombres, entre ellos los generales Carpenter, Wils y Pepper. 16 F.O. Assuncao - W. Pérez Entre los que se distinguieron por su particular arrojo en el asalto a la plaza de Brihuega, está el joven soldado Artigas, que luchó y se comportó de modo tal, que mereció que el Coronel Zerecera, su comandante, dejara constancia de ello (7). Esta tan dura como espectacular victoria de Brihuega y la que, al día siguiente, obtuviera en Villaviciosa el mencionado Marqués de Valdecañas sobre los restos del ejército del Archiduque Carlos, puede decirse decidieron el porvenir de la dinastía borbónica en el trono de España. El fallido pretendiente se aleja del país con destino al suyo natal, Austria, para hacerse cargo de aquella corona, vacante al fallecer el Emperador, su hermano. Queda en España un último foco de resistencia: Barcelona, sitiada por fuerzas reales en número de 20.000 hombres. En 1713, el Rey Felipe, con otros 20.000 hombres de refuerzo, franceses al mando del Duque de Berwick, se une al cerco de la antigua ciudad condal. Con increíble valor resisten los barceloneses, por un año y medio, al terrible asedio, abandonados por sus aliados e incumplidas las promesas de ayuda del Archiduque a su partida. Las acciones fueron sangrientas y su resultado se inclinó —después de abierta la brecha de la Puerta Nueva por los sitiados—alternadamente a uno y otro bando. Combatiéndose encarnizadamente hasta el centro mismo de la ciudad, contra una población que, entera, incluso las mujeres, clérigos y niños, estaba dispuesta a perecer antes que rendirse. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 17 Finalmente Barcelona cayó, abrumada por el número de los atacantes, rindiéndose a discreción, el 12 de setiembre de 1714, cuando ya en Utrecht (Holanda), las potencias en pugna habían redactado los célebres Tratados —tan nefastos para España— que sin embargo, traían, por fin, la paz a Europa —después de diez años largos de guerra sin cuart e l - y al mundo de su tiempo. También en el asalto y toma de Barcelona participó, ya ascendido a soldado de Caballería y tuvo nueva oportunidad, en sus tremendos combates, de mostrar su valor sin tacha y sus otros méritos militares, el aragonés Juan Antonio Artigas. Con la paz parecía terminada su breve, si que azarosa y dura carrera militar. No fue así. Otros horizontes y otro tiempo vital le aguardaban. Poco después supo que don Bruno de Zavala, a cuyas órdenes sirviera y que mucho lo distinguiera con su particular severa bonhomía, reclutaba gente para ir al Río de la Plata, donde estaba nombrado Gobernador. Y ya no tuvo dudas. . . Cumplía los 21 años de su edad. Era sano de cuerpo y de espíritu. Robusto e inteligente, a despecho de ser analfabeto. Tenía cicatrices en el cuerpo e ilusiones en la mente, el corazón rebosante de orgullo victorioso y el alma en vilo ante el destino abierto. .. .nada más satisfactorio, que el que se arbitrase lo conducente a restablecer con prontitud los surcos de la vida, .. 18 F.O. Assunijao - W. Pérez Notas al Capítulo I (1) Del Tratado de paz y amistad ajustado entra España y Portugal, en Utrecht a 6 de febrero de 1715. Citas tomadas del artículo de Lorenzo Ventura, "Capitán Juan Antonio Artigas" {en "Libro del ¡¡¡centenario de Canelones", 1982). (2) Torre, es el nombre que se da en la región a la casa de labor y residencia de labriegos. (3} Partida de bautismo de Juan Antonio Artigas "Don Domingo Cabello Pérez, cura párroco de La Puebla de Albortón, diócesis y provincia de Zaragoza, certifico: Que en el folio noventa y nueve, vuelto, del tomo tercero de bautizados de esta parroquia, hay una partida que copiada literalmente dice así: "Juan Antonio Artigas, hijo de Blas Artigas y de Mana de Aguas, cónyuges, fue bautizado en dos días del mes de diciembre del año mil seiscientos noventa y tres; fue madrina Gracia Castillo; advertile el parentesco que con su padre y madre había contraído y la obligación de enseñarle ia doctrina cristiana. Advierto que este asiento deste bautizo pertenece al año antecedente del que ahora corre, y que fue olvido el no ponerlo allí. El Dr. Juan de Arilla, vicario (Rubricado).-" Es copia fiel, etc. Puebla de Albortón a seis de junio de mil novecientos treinta y dos. Domingo Cabello, párroco". (Archivo Artigas, Torno 1, página 35). (4} Acto de garantía Ana Esiuardo, reina de Gran Bretaña, estableció propósitos y condiciones, después de la paz entre España y Portugal y entre ellos consigna: ". . . Prometemos también que llevaremos a efecto, que no sólo la colonia llamada del Sacramento u otra indemnización equivalente, a voluntad del rey de Portugal, se restituya y entregue; también que por parte de España se satisfaga a los subditos portugueses sobre las exigencias acerca del contrato llamado el Asiento. . ." (Carlos Calvo, "Tratados de la América latina", Vol. 2, pg. 127) EL JEFE DE LOS ORIENTALES Cláusula 6a, Art. 6 o - Su Majestad no solamente volverá á Su Majestad Portuguesa el territorio y Colonia del Sacramento, situada á la orilla septentrional del río de la Plata, sino también cederá en su nombre y en el de todos sus descendientes, sucesores y herederos toda acción y derecho que Su Majestad Católica pretendía tener sobre el dicho territorio y colonia, haciendo la dicha cesión en los términos más firmes y más auténticos, y con todas las cláusulas que se requieren, como si estuvieran insertas aquí, á fin que el dicho territorio y colonia queden comprendidos en los dominios de la corona de Portugal, sus descendientes, sucesores y herederos, corno haciendo parte de los Estados con todos los derechos de soberanía, de absoluto poder y de entero dominio, sin que Su Majestad Católica, sus descendientes, sucesores y herederos puedan jamás turbar á Su Majestad Portuguesa, sus descendientes, sucesores y herederos en la dicha posesión. En virtud de esta cesión, el tratado provisional concluido entre las dos coronas en 7 de mayo de 1681 quedará sin efecto ni vigor alguno. Y Su Majestad Portuguesa se obliga á no consentir que otra alguna nación de la Europa, excepto la portuguesa, pueda establecerse ó comerciar en la dicha colonia directa ni indirectamente, bajo de pretexto alguno: prometiendo además no dar la mano ni asistencia á nación alguna extranjera para que pueda introducir algún comercio en las tierras de los dominios de la España: lo que está igualmente prohibido á los mismos subditos de Su Majestad Portuguesa. (Carlos Calvo, "Tratados de la América Latina", Volumen 2, página 169 y siguientes). (5) Asiento de Negros (Arts. lo. y 2o.) "Tratado del asiento de negros concluido en Madrid el 26 de marzo de 1713, en tre España é Inglaterra". 19 I o - Primeramente: que para procurar por este medio una mutua y recíproca utilidad á las dos Majestades y vasallos de ambas coronas, ofrece y se obliga Su Majestad Británica por las personas que nombrará y señalará para que corran y se encarguen de introducir en las Indias occidentales de la América pertenecientes á Su Majestad Católica en el tiempo de los dichos treinta años, que darán principio en I o de mayo de 1713 y cumplirán en otro tal día del que vendrá de 1743, es á saber, ciento cuarenta y cuatro mil negros, piezas de Indias de ambos sexos y de todas edades, á razón en cada uno de los dichos treinta años de cuatro mil y ochocientos negros, piezas de Indias; con la calidad que las personas que pasaren á las Indias á cuidar de las dependencias del asiento eviten todo escándalo, porque si lo dieren, serán procesados y castigados en la misma forma que lo serían en España, si los tales delitos se cometiesen aquí. (6) Recordar este nombre, pues en la batalla homónima de la misma Guerra de Sucesión, perdió su mano derecha y consolidó su fama don Bruno Mauricio de Zavala. Chamizo, consta la foja de servicios de Juan Antonio Artigas en España, "W Juan Anttonio DeArtigas, Vecino Poblador da esta Ciudad y Capittan Déla Compañía De Corazas Españolas, Empleo q.e me confirió el Ex.mo Señor D" Bruno Mauricio Zavala, siendo GovPr y Capittan General de estas Provincias, en el año demil settecienttos y treintta, hasta cui'o serví á S.M. Vefntte y un años de Soldado da Cauallerfa en el Reximientto de Rosellón nuebo en la Compañía del Coronel D.n Juan de Zerecera, hastta el año de diez y seis que pasé á esttas Provincias donde fui agregado a la Compañía de DP Marttin _ Joseph de Echaurf, en la que serví hasta el Empleo Referido, hauiendome altado en el tiempo que serví en España, en el Reencuentro De Algacaira mandado personalmente por el Rey nuestro Señor D.n Phelipe Quintto; En la Battalla de Zaragoza, mandada por el Señor Marques de Bay, donde fui prisionero cinco días, y Autencfome escapado déla prisión, me incorporé con mi Regimiento en casa tejada; En la Battalla de Viruega en Campo de Calafre; En el Sittio de Cardona: En el de Barcelona y abanze que se hizo en dha Plaza al baluarte de Lebantte, con los Caravineros de Cavallería y Dragones, que mandava el Conde Mauny, Coronel de Dragones... (7) En la testamentaría de D. Martín José Artigas sobre tierras, entre Casupá y (Archivo Artigas -Tomo I- pág. 142) (Calvo, "Tratados de la América Latina", Vol. 2, página 78 y siguientes). 20 F.O. Assgntao - W. Pérez II Un Manco Heroico y Apuesto LA PARTIDA Es el año de N.S. de 1717. Como siempre, el puerto de Cádiz, puerta comercial de España a las Indias, negrea de gentes que vienen y van. Mozos de cordel, agobiados por el peso de cajas o fardos; comerciantes atareados en la vigilancia de cargas y descargas; vociferantes y coloridos marineros, curtidos los rostros, apergaminada la piel color rojo o cobrizo, de tanto sol y tanto salitre, entrecerrados los ojos de buscar horizontes, tatuados los brazos velludos, atlético el porte, un aro de oro pendiente de la oreja; banqueros de mirada de ave de presa, aguda y huidiza, andar vivo y manos cuidadas, holandeses o italianos (modo de disfrazar el real origen judío de muchos); soldados arrogantes de garrida estampa, empenachado sombrero a laichamberga (i), botas mosqueteóles, larga la guedeja, retorcido el mostacho y la bravata a flor de labios; mujeres vendedoras de pescado de rotundas formas y parla inacabable, o, en la sombra de los pórticos, jóvenes tapadas y viejas alcahuetas ofreciendo velada o desembozadamente, otros placeres a esa muchedumbre hormigueante de hombres, en su mayoría ajenos a la vida de hogar, solos en la real soledad del alma en tal apretujamiento humano; clérigos de sombrilla en ristre y hábito EL JEFE DE LOS ORIENTALES 21 más bien alicaído, como perdidos en la babel circundante; negros esclavos, lucientes los desnudos torsos, más blanco y redondo que nunca el globo de sus asombrados ojos; indianos , de latos sombreros de pajilla y colorida manta, el eterno puro en los labios, procurando a alguien a quien vender reales o imaginarias tierras allende el ancho mar, o simples ilusiones y vanidades, esos dos ingredientes tan caros a la humana naturaleza. Nadie parece estar. Todos parecen ir o venir, a despecho de los gesticulantes grupos que cortan el paso. Chiquillos semidesnudos, sucios y harrapiezos, corriendo por todas partes, pidiendo o hurtando, ciegos tocando el tiple y cantando monótonas e interminables coplas de sucedidos y hazañas de guapos y valentones. Animales de silla y carga, y bestias y aves exóticas en jaulas o atadas con cadenas y sogas. En fin: mucho color y muchos, variados y sólo excepcionaímente agradables olores. Como ajeno a todo, perdida la mirada de sus inteligentes ojos negros, sin ver en aquella masa móvil o en el deslumbrante blancor, al fuerte sol primaveral, del encalado caserío gaditano, con tanto aún de reminiscencia africano-mediterránea, acodado en la barandilla de lustrosa madera (ha poco abundantemente barnizada con aceite de linaza y nuez), un hidalgo caballero, larga la cabellera rizada, también negra, erguidas las guías de los bigotes, blanca y rosada la tez, de buen talle y singular apostura y varonil belleza, luce en el pecho la Cruz de Calatrava y parece sumido en íntimos recuerdos y agridulces o graves reflexiones. Si lo miramos con más detención, un singular detalle se destacará enseguida: está apoyado sólo en su codo izquierdo, cuya mano sirve de base, a su vez, a su barbilla. El brazo derecho carece de mano y antebrazo naturales: es manco. Pero suple la falta con una suerte de guante de plata que, para comodidad, pende de su cuello como un cabrestillo de una gruesa cadena del mismo metal. Su edad, como de treinta y cinco años y su andar honraría la majestad de un gran príncipe, (2) Su nombre, don Bruno de Zavala, recién designado Gobernador de la Provincia del Río de la Plata (3), en la América del Sur, por voluntad del Soberano, S.M. Católica el Rey Don Felipe V por la Gracia de Dios, en mérito a los altos servicios prestados a la Corona como distinguido oficial de sus ejércitos en la tan cercana y aún dolorosa Guerra de la Sucesión, que le valieran, igualmente, el flamante título y bastón de Mariscal de Campo. 22 F -O. Assuncao - W. Pérez LOS RECUERDOS ¿Hacia dónde volaban los pensamientos del gallardo y joven General?. Hacia donde el hombre, en trance de partir, de desgarrar la matriz de la patria, dirige normalmente los suyos: a la tierra natal, a los padres, a los siempre dulces, o endulzados por la distancia, recuerdos de infancia y juventud, pues su donjuanesca soltería, lógica consecuencia de su apostura viril y su aventuresca vida de soldado, no daba pie a otras ataduras o cosas del corazón. Como en un filme, pasaban por su mente, las escenas de aquella industriosa Villa de Durango - c o m o todas las de Vizcaya, de umbríos arbolados verdosos, afelpados montes y fértiles valles. La vieja casona familiar, solariegay noble, donde viera la luz un otoñal octubre de 1682, en cuyo día sexto, su ilustrado y orgulloso tío, el licenciado don Juan Ibáñez de Zavala, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, Arcipreste y Vicario, le tuviera en brazos ante la vieja pila bautismal de piedra de la antigua iglesia parroquial de Santa Ana, uno de los monumentos religiosos de la Villa. Tío-Arcipreste, que fuera su primer preceptor, tan rígido como bondadoso (en esto mucho se le parecía él}. Su altivo padre, don Nicolás Ibáñez de Zavala, que ya supiera, en su propia juventud, de la aventura indiana desarrollando funciones en el Virreinato del Perú, de donde le quedara el tratamiento de Gobernador que todos le daban y que orgulloso llevaba el título de Caballero de Calatrava que ahora él ostentaba. Su dulce madre, Catalina de Cortázar, Llamábase pues, en verdad, don Bruno Mauricio Ibáñez de Zavala y Cortázar, aunque él sólo usara aquel breve; Bruno de Zavala que antes le dimos. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 23 Recordaba sus juegos. Sus sueños. Sus anhelos. Aquellos imponentes y barbados antepasados guerreros, cuyos retratos y hazañas contadas por la vieja aya, el tío Vicario, o el padre, adquirían contornos de leyenda: los Zavala que pelearan en tiempos de don Pelayo y en especial aquel don Lope, vencedor de infieles, cuyas armas eran tres barras de gules, orladas de plata, en campo de azur. La sangre le bullía entonces, se le calentaba la cabeza y corría remedando las acciones de un torneo o la pelea con el enemigo infiel, blandiendo una espada de juguete. Desde entonces quedará marcado su destino: el ejercicio de las armas, al servicio del Rey y de la Patria, a despecho de las influencias contrarias del abuelo, el licenciado don Martín Ibáñez de Zavala, destacado hombre de letras. Aquella aventura de Flandes, cuando apenas alcanzaba los quince años de su edad. Las guerras y los amores. Amores que nunca le faltaron. Su porte y belleza física, la mezcla de altivez, de fuerza y mando, con dulzura y franqueza, que dibujaban su carácter, le abrían siempre el corazón de los hombres, sus amigos, soldados y servidores y la ternura y las alcobas de las mujeres. Así, su hija María Nicolasa de la Concepción, esa pequeña a la que dejaba al cuidado de las monjas de la Villa natal. Y su pobre hijo Carlos. Frutos de aquellas pasiones, bastardos de cuna aunque el padre siempre los reconociera y se ocupara de ellos. (4) 24 F.O. Assunfao • W. Pérez Y luego el regreso a España para luchar en la tremenda Guerra de la Sucesión. El duro cerco de Gibraltar, con el Mariscal de Tessé, como oficial de aquellos granaderos que varias veces, infructuosamente, intentaran el asalto de la plaza que los ingleses tomaran meses antes. (5) La cruenta acción de San Mateo y la victoriosa toma de Villarreal Y, . . —se ensombreció su frente— la rendición de Alcántara, de cuya guarnición formaba parte, bajo el mando del Mariscal Gaseo, teniendo que entregar la plaza al inglés Milord de Galloway. (6) Ahora, los recuerdos por igual tristes y alegres: la tomada de Lérida. (7). Aquella larga y terrible lucha en que vencieran las armas del Rey Felipe V, pero en la que él, arrojado como siempre, perdiera su mano diestra, separada violentamente de su cuerpo sin soltar la espada que blandía. Los largos meses de curación. La mano de plata. Tres años después, otra vez la lucha encarnizadísima y el hado adverso. La pérdida de Zaragoza, en la que tantos españoles murieron y tantos cayeron prisioneros(8). Una sonrisa: cuántos de aquellos soldados compartieron con él, el cautiverio. Cuántos con él, o por su ayuda lograron escapar del enemigo. Algunos quedaron en su recuerdo y en su confianza y ahora partían con él como sus más fieles, hacia aquella lejana Buenos Aires, en EL JEFE DE LOS ORIENTALES 25 el sur de las Indias, cuyo gobierno iba a asumir. Entre ellos, aquel impetuoso, sincero patriota, devoto a sus superiores, serio, casi reconcentrado, Juan Antonio Artigas, que apenas era más que un niño y había actuado como un hombre maduro en aquella ocasión de Zaragoza. Luego la campaña victoriosa, hasta 1713, en que obtuviera el grado de brigadier de los reales ejércitos. La paz signada en Utrecht, en aquella lejana Holanda de las tierras pantanosas y las mujeres rubias y rotundas, que tan bien conocía. El bastón de Mariscal, premio máximo a los desvelos y penurias de su hazañosa vida militar, tan intensa a despecho de su edad, florida aún. Y ahora esto, la aventura inesperada y la consagración de su existencia: el gobierno del Río de la Plata. Aquellas ignotas regiones, que había recorrido tantas veces con el dedo en el viejo mapamundi, desde que, eí 16 de febrero del pasado año de 1716, el Rey le hiciera conocer su nombramiento. Qué poco, en verdad, sabía de ellas. Según decían era benigno y excelente su clima templado y había abundancia de ganados, vacunos y yeguarizos. Brilló en sus ojos esa luz especial del hombre de caballería, cuando piensa en los hermosos brutos, sus amigos y aliados, casi la mitad de su ser y la seguridad de su vida en las batallas. También indios bravos que llaman guaraníes y charrúas, según recuerda. Y. . . —otra vez una nube tormentosa sobre su frente y el frío del rencor en su mirada— una colonia portuguesa, a la que llaman del Sacramento, violando los legítimos derechos de España y su Soberano, en la margen norte del río y frente a Buenos Aires. Esa iba a ser una dura piedra en el camino. Un hueso difícil de roer. El Tratado de Utrecht —y su mirada ahora brillaba decididamente como ascuas— le daba al lusitano su posesión y la del fértil y estratégico territorio que era llave principal del Plata y todo el Atlántico Sur, hasta el Estrecho de Magallanes, vía imprescindible para viajar a Chile. Para recuperar y defender territorios de la que llamaban Banda Oriental, le había dado el monarca las más precisas órdenes de fundar un presidio o puesto militar y poblado, en el sitio, península y cerro, llamados del Monte Ovidio o Monte Vidio. Recordaba de memoria las palabras contenidas en el documento: Os encargo así mismo deis la providencia que juzgaréis puede ser más efectiva a su logro, para que ni Portugueses, ni otra nación alguna, se apodere ni fortifique en estos 26 F.O. Assunijao - W. Pérez pasajes y que solicitéis poblarlos y fortificarlos vos en la forma y con la brevedad que pudiéredes. Nada fácil el encargo -pensaba- poblar tierras baldías y asoladas, al parecer, por indios hostiles que, gracias al caballo, traído por los propios españoles, se habían vuelto muy hábiles guerreros y, con esa amenaza portuguesa del Sacramento. . . Unos pasos a su espalda cortaron el hilo de sus inquietantes reflexiones. El capitán de la nave a cuyo bordo estaba, capitán a su vez del convoy que le acompañaba, le anunció, con el ceremonial debido a su rango, que todo estaba listo para partir y el viento - c o n la Gracia de Dios— soplaba de buen lado. Ahuyentando sus preocupaciones, erguido en toda su estatura y recuperado su talante a la vez altivo y simpático, concordó en la partida, recordándole con firmeza paternal casi —a pesar que el otro era de más edad que la suya propia— que de ahí, hasta el arribo, la responsabilidad de la navegación y de la seguridad de esa expedición, tan cara al servicio de Su Majestad, corría totalmente de su cuenta. Dirigióse luego con su andar largo y pausado, hacia la popa del barco, a su confortable recámara, mientras resonaban las órdenes: leven anclas!, arría!, vamos!, e hinchando el velamen, con crujido de maderas, cueros y cabos de gruesa cuerda, se despegaban, poco a poco del viejo muelle, entre la grita de los que quedaban y los que partían. Un joven veinteañero, en uniforme de soldado de caballería, aunque sin el pesado peto metálico, se le acercó respetuoso, brillan- EL JEFE DE LOS ORIENTALES 27 tes los azules ojos como si todo el fuego interior que en ese momento le consumía quisiera salirse por ellos: —Partimos mi Señor General. . . vamos al Plata!. . . El destino del hasta entonces casi anónimo soldado Juan Antonio Artigas, aragonés, natural de la Puebla de Albortón, empezaba a cumplirse. .en unos momentos en que es tan difícil conciliar los espíritus. 28 F.O. Assungao - W. Pérez Notas del Capítulo II (1) A la Chamberga o chambergo. Sombrero blando de fieltro, de copa mediana y alas anchas que se solía adornar con una pluma, así llamado por ser el oficial de los uniformes militares que, a imitación de los usados por las tropas de Luis XIV, impusiera en España, el General de Caballería Conde-Duque de Schomberg. Al regimiento de la Princesa por él organído, se le llamó "de la Chamberga", deformación de su apellido. que conocía muy bien los méritos de Zavala y los altos servicios que le prestara en la recién terminada Guerra de la Sucesión, otorgó a Zavala el bastón de Mariscal y le designó, por órdenes y título fechado el 18 de febrero de 1716, Gobernador y Capitán General de la Provincia del Paraguay y Ri'o de la Plata. (4) Zavala tuvo, soltero como era y de físico tan atractivo, una intensa vida amorosa, de la que le quedaron cinco hijos naturales, los mencionados María Nicolasa, que profesó como monja y Carlos, llamado sólo de Durango, que quedó también en la homónima villa natal, aunque figura en su testamento (tal vez no fuera completamente normal, sino mas bien retardado). Luego Francisco Bruno, que desarrolló intensa carrera al servicio del rey en el Plata y en particular en nuestro pa/s, nabiendo participado, en 1780 de la misión demarcadora de límites entre España y Portugal; en las campañas de Misiones (Guerra Guaraníticaf y en la conquista de Río Grande (1762 - 63) por el Gobernador y General don Pedro de Cevailos. Finalmente fue Gobernador de los pueblos de Misiones, desde 1768 y por nada menos que treinta años. Los otros hijos naturales que Zavala reconociera, fueron Luis Aurelio y José Ignacio. (5) El 7 de febrero de 1705. (6) El 14 de abril de 1706. (7) Del 25 de setiembre al 11 de noviembre de 1707. (8) Se estima que más de 20.000 hombres perecieron por ambas partes, el 20 de agosto de 1710. (2) Juicio de! Sacerdote jesuíta Padre Cayetano Cattáneo, que lo conociera en Buenos Aires en 1729 y dejara un excelente; retrato de Zavala, donde dice: "Con dificultad se encontraría un caballero más cumplido bajo todos respectos. Es alto v bien proporcionado; su andar honraría la majestad de un gran principe. Perdió en España durante la última guerra parte del brazo derecho en una batalla. Para no andar así manco, ha suplido dicho defecto con medio brazo y la mano de plata, que generalmente hace pender del cuello. Esto, más bien que una deformidad es un monumento propio para recordar su valor", (in "fíevista de Buenos Aires", tomo 8, página 205, año 1863). Otro contemporáneo, Charlevoíx, en su "Histoire du Paraguay" (París, 1756, Tomo I I I , página 149) completa así lo que podríamos llamar su retrato moral: "La dulzura y la moderación que formaban el fondo de su carácter, sostenidos por una prudencia, una actividad y una firmeza poco común, hacían que sus órdenes fueran igualmente amables y eficaces". (3) Acaecida la muerte del Gobernador Alfonso do Arce y Soria, el Rey Felipe V, EL JEFE DE LOS ORIENTALES 29 III Seis Años Después EL SEÑOR GOBERNADOR La: antigua gobernación del Paraguay y Río de ía Plata se ha dividido. Los levantamientos y problemas en el Paraguay justifican la medida desde el punto de vista español. Buenos Aires, entre tanto, sede del gobierno de la Provincia del Ri'o de la Plata, crece y se desarrolla. Poco a poco pierde el carácter de aldea indiana, tan pobretona y olvidada, de cuando era poco más que el desván del Virreinato del Perú. El comercio de cueros, el asiento de negros y, para qué negarlo, el contrabando con la Colonia portuguesa del Sacramento, que han convertido las islas de la boca del Paraná en depósito de mercaderías y refugio de portugueses extraperlistas, todo ha contribuido y contribuye a su crecimiento, desarrollo y riqueza. Su Gobernador, don Bruno de Zavala ha demostrado ser hombre activo, capaz y de carácter, aunque de maneras cortesanas y suaves, tono amable y actitud flemática y reflexiva. Es que prefiere el arreglo, la composición, antes que la acción bélica, que la solución violenta, que destruye y deja, siempre, secuelas negativas, resentimientos y sufrimientos muy difíciles de curar. Bien pudiera decir la bordura de su blasón: "Suaviter ¡n modo, fortiter in re" d ) . EL JEFE DE LOS ORIENTALES 31 Y a fe que han sido difíciles los tiempos que le ha tocado vivir en su gobierno del que tomara pose, después de una feliz travesía hasta el Plata, el 11 de julio de 1717: Duros tiempos, de pobreza, con la amenaza permanente del indio, con rebeliones internas y, para colmo, con esa presencia, siempre poco confiable, siempre amenazante, del portugués en aquella Colonia o factoría, cada vez mejor armada, cada vez más rica por el comercio lícito y sobre todo el ilícito, cada vez más sólida y siempre tentando, porfiadamente y, según los intereses lusitanos, de apoderarse y usar el territorio circundante, tan rico en ganados, según interpretaban lo dispuesto por la ya mencionada Cláusula 6a del Tratado de Utrech (2). Una peste desvastadora había asolado el país en el primer año de su gobierno. Y los ataques de los indios bravos, abipones y charrúas contra la población de Santa Fe le obligó a dejar Buenos Aires y ocurrir a allá, donde, mientras permaneció, trató de mejorar la situación general y la particular de defensa de aquella población. Su ausencia de la ciudad porteña, dio como resultado que se produjeran problemas jurisdiccionales y jerárquicos entre su Teniente de Gobernador y el Cabildo, por futilezas, en apariencia, pero que demostraban las dificultades que su gobierno y los sucesivos del Plata arrastrarían con los pobladores y sus representantes, generalmente criollos, casi siempre en estado de protesta en la defensa aparente de fueros y, en la realidad, de intereses económicos o personales. Hubo pues de dejar Santa Fe, precariamente en seguridad, tanto que apenas producida su partida, volvieron los indios al ataque, que reiteraron en el año de 1722, cuando tuvo que acudir nuevamente en auxilio de los pobladores y volver a Buenos Aires para poner orden ante aquellos sucesos cuya dilucidación jurídica llevó años, como todo el expedienteo burocrático español y, en especial, americano de la época. Volvía pues, de su segunda campaña contra los indios en Santa Fe y encontróse ante dos nuevos y graves problemas que por igual reclamarían su celo, su actividad,- su energía de militar y su buen sentido de gobernante. 32 F.O. Assuncao - W. Pérez Por un lado, la actitud revolucionaria y desconocedora de la autoridad real a través de su legítimo representante, el Virrey, por parte de quien llegara a Asunción con cargo de Juez pesquisador designado por la Audiencia de Charcas, para entender de los cargos que se formularon contra el Gobernador don Diego de los Reyes Balmaceda, el licenciado don José de Antequera y Castro, que con audacia y verbo, las aristas más salientes de su carismática personalidad, se convirtiera en autoridad absoluta, motu propio de la Provincia. Preludio, —en tierra fértil como la paraguaya, acostumbradas sus gentes desde los tiempos fundacionales de Irala a los conductores fuertes, siempre levantiscos contra la presencia misionera que tanto perjuicio económico causara a los intereses de los antiguos encomenderos y yerbateros —de otras revoluciones que en el devenir del tiempo sacudirían la amerindia1 hasta la independencia. Por otro, lo que tanto se temiera, la presencia portuguesa en la bahía de Monte Vidio o Montevideo. Los sucesos de Buenos Aires y Santa Fe, el control de las actividades de los comerciantes de la Colonia del Sacramento, los filibusteros franceses en la costa del este de la Banda Oriental, a los que se atacara varias veces, se decomisaran y se quemaran miles de cueros y se acabara por alejar de allí, todo había contribuido a dificultara Zavala el cumplimiento de las Reales Ordenes que traía consigo y las que sucesivamente le llegaran, en los años 1718 y 20, sobre la necesidad de establecer una fuerte población en aquella bahía, cerro y península, que constituían punto estratégico para la defensa de la entrada del Plata y protección de los territorios y cuidado y aprovechamiento de la inmensa riqueza ganadera que poblaba sus fértiles campos. (3) EL JEFE DE LOS ORIENTALES 33 Pero, sobre todo, según reiteradamente lo hiciera saber al Gobierno y a su Consejo de Indias, eran materiales los obstáculos, hasta entonces insalvables, para la fundación de aquel fuerte y población. La situación de pobreza de los vecinos de Buenos Aires y la del erario, ya que para aliviar a aquéllos, había tenido, por su iniciativa, que aliviar la presión fiscal. La falta de gentes aptas y dispuestas a iniciar la aventura de poblar en un nuevo territorio, sujeto, igualmente a los ataques de indios y, en el caso, de los portugueses y, tal vez, de los piratas de otras naciones. Los conflictos ya mencionados con el Cabildo y vecinos de Buenos Aires, que se verían ciertamente agravados quien sabe hasta que límites si se intentaban levas y colectas forzosas a los efectos. Asi' como la escasez de recursos bélicos, tanto en armas como en personal, conflictuado éste también por la falta de pagos, lo mezquino de éstos y las carencias del equipamiento prometido, en especial lo referente a monturas, que ya había provocado entredichos cercanos a la insubordinación, sólo superados por la mezcla de firmeza y tolerante paternalismo con que solía moverse el Gobernador. Y ahora, lo que tanto se temiera acababa de producirse: los portugueses, confiados en el apoyo eventual de la Colonia y de Río de Janeiro y en la famosa Clausula 6a del último de los Tratados firmados en Utrecht, habían empezado una fundación en el sitio de Monte Vidio o Montevideo. HABRÁ QUE ENFRENTARLOS El día 22 de noviembre, de ese año de 1723, una escuadrilla de navios bien armados en guerra, llevando a su bordo varias compañías militares de desembarco, había echado anclas en la renombrada Bahía, 34 F.O. Assuncao - W. Pérez entre el Cerro denominador y la lengua de tierra o península orientada de este a oeste. A los pocos días de tareas febriles, habían levantado los invasores diez explanadas para la artillería, excavado trincheras, construido barracas y ranchos, armado carpas y formado corrales, estos últimos junto a las faldas del Cerro, donde iban metiendo ganados, para consumo y las caballadas en amanse, que recogían de los campos circundantes, donde tanto abundaban. Zavala, tan mesurado siempre y en apariencia reflexivo y lento de reacciones, no hesitaba jamás cuando era el momento de la acción. De inmediato envió a uno de sus capitanes con una misiva al Gobernador de la Colonia. Este respondióle, según podía esperarse, que la ocupación se llevaba a cabo en cumplimiento de reales órdenes de Su Majestad Fidelísima y que esas tierras pertenecían a Portugal, según los tratados vigentes. Zavala resolvió entonces prepararse para una guerra abierta a fin de desalojar a los lusitanos y lo hizo con prontitud y eficiencia tales, que tuvo el éxito deseado sin que se llegara a combatir. En Buenos Aires, y desde seis años atrás, también, vivía pacíficamente, aunque varias veces tuvo que integrar las milicias locales para enfrentar al indio, aquel joven aragonés, Juan Antonio Artigas, llegado con las tropas de Caballería desmontada que acompañaron al Gobernador como refuerzo para el Presidio de Buenos Aires (4)¡siempre inquieto y escudriñando el futuro con la mirada penetrante de sus ojos claros. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 35 Sólo tres meses después de su arribo, el apuesto Artigas que había conquistado el corazón de Ignacia Javiera Carrasco, de apenas diecinueve años de edad, hija menor del Capitán don Salvador Carrasco y con la complacencia de los padres, contrae matrimonio con ella. (5) Año a año, el hogar de los Artigas y Carrasco, la dicha de Juan Antonio e Ignacia, se vio completada con la llegada de un fruto de su amor. Una niña, cada vez, a las que se bautizó, respectivamente con los nombres de Antonia Josefa, Ignacia, María de la Encarnación y Catalina. (6) El destino, ese hado que iba marcando las etapas de su existencia, llevándolo hacia una meta para él insospechada e invisible, no había querido darle hijo varón, heredero de estirpe y apellido, nacido en aquella banda occidental del Plata. Es que el índice de la historia —de su propia historia familiar y de la otra mayor, que se escribe en el bronce perenne para ilustración de las generaciones venideras— apuntaba hacia la otra margen del antiguo Paraná-Guazú, hacia su ribera norte. Hacia aquella Banda Oriental que vivía aún la bucólica soledad salvaje del monte y el arroyo, de las cuchillas y los valles fértiles, del indio merodeador y alzado, de las toradas de morro babeante y enormes cuernos asesinos, de las yeguadas cimarronas de casco ligero y guedeja electrizada, del tigre sigiloso y sanguinario. Ese país paradisíaco y, como olvidado del mundo, que había entrevisto en el año 1720 cuando integraron la expedición que al mando del 36 F.O. Assuncao - W. Pérez Capitán don Martín José de Chauri, el mismo que en aquellas exóticas costas bajas de inmensos palmares y espejos lacustres, derrotara a bala a los cien filibusteros del pirata francés Esteban Moreau, apoderándose de miles de cueros que fueron quemados como en un Acto de Fe. Los aprestos bélicos del Señor Gobernador, para desalojar al portugués de Montevideo, le pondrían otra vez, en campaña. Ahora sí había sonado su hora. El destino habría de cumplirse. El reloj de la historia juntaba sus agujas en la incógnita de un minuto crucial. conducido siempre por la prudencia... EL JEFE DE LOS ORIENTALES 37 Notas al Capítulo III (1) Feliz frase-idea del historiador compatriota Héctor Miranda, al hacer el resumen caracterológico del fundador de Montevideo, en su libro "Bruno de Zavala". Ed. A. Barreiro y Ramos, Montevideo, 1913). (2) Ver la nota correspondiente, N° 4, en el capítulo primero. (3) El desarrollo de la ganadería en el territorio rioplatense tuvo su inicio, en el ganado vacuno, transportado a la Asunción desde San Vicente (hoy Santos) en la costa brasileña del Atlántico. El rodeo asunceño, acrecentado por una segunda introducción de ganado —cuyo origen sería el aporte realizado por el Adelantado Ortiz de Zarateefectuada desde La Plata (Perú) en 1569 por Felipe de Cáceres, se transformó así en la base de toda la pecuaria del Río de la Plata y Río Grande del Sur, incluyendo las Misiones. En efecto, de él provienen los ganados que Garay lleva al fundar Santa Fe y luego a la segunda fundación de Buenos Aires. Finalmente, para la fundación de San Juan de las Siete Corrientes se llevaron 3000 cabezas de ganado vacuno, que constituirán la base de los primeros rodeos de las Misiones Orientales. De acuerdo a la documentación estudiada, a las dos primeras introducciones de ganado vacuno en la Banda Oriental, realizadas por Hernandarias —la primera en 1611 en la isla del Vizcaíno en las bocas del Río Negro y la segunda en la tierra firme de San Gabriel, en 1617 —les siguieron las famosas "vacas oscuras" abandonadas en las Misiones por tos Jesuítas y sus indios catequizados, así como las que arriaron los indios que pueblan la región, charrúas y los minuánguenoas. El desarrollo excepcional del ganado vacuno en nuestro territorio, además de transformar los hábitos de vida de los indígenas naturales, hace precipitar sobre él a los tres grupos socio-cultural que lo 38 rodeaban: los españoles y criollos de Santa Fe y Buenos Aires; los tapes misioneros y los paulistas y lagunistas del Brasil que en su marcha hacia el sur empezaban a cruzar el territorio de Río Grande y parte del nuestro. (Fernando O. Assuncao, "El Gaucho", Tomo 1 - Montevideo, 1978). (4) El Comisario Ordenador de los Ejércitos de S.M., don Juan de Casanova, hizo una relación de los 96 soldados de caballería desmontada que por orden del Rey se embarcaron en el puerto de Cádiz el 1° de Abril de 1717, para pasar a servir de refuerzo al Presidio de Buenos Aires " , desde luego, en esa lista figura Juan Antonio Artigas. (Archivo Artigas. Tomo I, pg. 3) (5) Información de estado civil de soltero de Juan Antonio Artigas, Amonestaciones y Partida de Matrimonio. Información —Setiembre 8— octubre 9 de 1717. "Ynformazn de casamiento echa apediménto de Juan Anttonio Artigas nattural de la puebla de albortton enel Reino de Zaragoza para Casarse con CP Ygnazt'a Carrasco nattural de Sta Ciudad. Juez en ella el señor Provisor Y Vicario Gen.1 Nottario Diego Saenz S1". Prov.or y Vicario Gral. Jup Antonio Artigas NatJ déla Puebla de A/bortón del Obispado de Zaragoza Hijo Lexitimo deBlas Artigas Y de María Ordouas en la mejorforma Quemas haia lugar endro yalmio conbenga ante Vm peresco y Digo que para mejor servir a Dios nro Señor tengo tratado elcontraer Matrimonio con Ygnacia Carrasco hixa lexitima del Cap." Salbador Carrasco y de D° Leonor de Meló y parapoder/e efectuar Ofresco dar ynformacion de ser soltero atento lo qual a VM. pido y suplico sesirva de amitirrñe dha ynformacion que en hacerlo asi F.O. Assuncao - W. Pérez recivire mrd, con Justicia q0 pido enlo necesario 81a" Por Juan Antonio Artigas Luís herrera Auto de Amonestaciones-Octubre 9, 1717 on "Vístta, Sta. Ynformz por Sumerzed del Señor Provisor YVicario General Dijo Que la Aprobaba Y aprobó y queseledespachen al Cura recttor las amonesttaziones para q° las Corra y no resultando ympedimentto Se le despache la Licencia y asilo provéelo mando y firmo emBuenos Aires en nuebe de Octtubre de mil settezcentos y diez y siette a.s doi fee". Mro. Juan Guerrero de Escalona Partida de Matrimonio • Octubre 25, 1717 "En weintey sinco de octubre de mil setescientos y diez y diez y siete, el ¡_do pn Bernabé Gutt.2 con mi licencia Caso y Velo a Ju.n Antt.° Ortigas con 0a Ygn.a carrasco a viendo presedido las a monestaciones y demás dispuesto por el Sto' Concilio de trento se hallaron por testigos Salvador Carrasco; Alonzo Molina y Matheo Pintos" Dr. Marcos Rodrigue; de Figueroa. (Archivo Artigas -Tomo I - págs. 35 y siguientes). (6) Partidas de bautismo de las hijas mayores de Juan Antonio Artigas. Antonia Josefa-Enero 13 de 1719. "En trece de Hen°. de mil setecientos y diez y nueve bautizo puse oleo, y chrisma á Antonia Josepha de edad de quatro dias es hija legítima da Ju Antonio de Artigas y D3 Ignacia Xaviera Cerrazco. EL JEFE DE LOS ORIENTALES Padrinos Rodrigo Corrales, y D3 María Carrazco" Diego de Leyva Ignacia - Agosto 2 de 1720 "En Dos de Agosto de mili SetPs. y Veinte años Con mi: Licencia Bautizó puso oleo y Xma El Licenciado D" Clem*6. de quiñones a Ygnacia de quatro dias, hija Legítima de Juan Antonio D arjgas y 0a Ign3 Carrasco fueron sus Padrinos el CappP Thomas de Quiñones y 0a Inés de Gadea Su muper. D r . Marcos Rodríguez de Figueroa María de la Encarnación - Abril 7 de 1722. "En siete de Abril de mili setecientos y veinte y dos años El Ld°. D". Franco de Ybarra Presbítero y SaChristan Maor Conmilicencia puso Oleo y Chrismaaá María de la Encarnación de edad de trese dias hija legitima de Jun Antonio Artigas y D 8 Ygnacia Carrasco fue padrino Manuel de la Regióle." D r . Marcos Rodr.s defigueroa Catalina -Enero 26 de 1725. "En veinte y seis de enero de mil setecientos Y beinte Ysinco bautizo con mi licencia puso oleo y xma el Padre Fray Joseph Verdun del Orden de Predicadores a Catalina de edad de dos dias es hija Legitima de Antonio Artigas y D* Ygnacia Carrasco (.,,.} Ma drina 0a. Martina Carrasco-" l_d°. D Vizentte de Ribadeneyra (Archivo Artigas, Tomo I, págs. 38 y 39) 39 IV Montevideo ANTECEDENTES Antes de continuar el hilo de nuestro relato, vamos a dejar por unos instantes a sus protagonistas para referirnos lo más rápida y claramente posible a los antecedentes conocidos que hacen a su fundación y algo sobre su nombre que, siempre, ha sido como un misterio. Debemos descartar, totalmente, en el origen de la denominación del cerro, bahfa y lugar donde hoy se levanta nuestra ciudad, aquella leyenda de un marino portugués, de Magallanes o de las expediciones pre-solisianas de los lusitanos al Plata (i), que habría exclamado, a la vista del cerro, —Monte vi eu, o Monte vide eu. Las formas más antiguas que conocemos como denominación y las que siguen en la cartografía, y documentos portugueses hasta el siglo X V I I I , son Monte Ovidio o Monte Vidio, que eliminan por completo esa hipótesis. Por la misma razón tampoco consideramos válida una hipótesis criptográfica que dice que, para los marinos el cerro sería el Monte VI de E.O. (es decir la sexta altura desde Maldonado, yendo de estea oeste). EL JEFE DE LOS ORIENTALES 41 Lo más probable es que los primeros marinos que navegaron el Plata, denominaron Monte Ovidio el accidente geográfico, por similitud con otro para ellos conocido de su península, en el caso, el Cabo Ovidio acantilado en la boca de una ría cuya anchura recuerda la de nuestra bahía, en la costa de Asturias. Monte Ovidio se deformó en los mapas a Monte Vidio y de esta denominación que figura en muchas cartas, se pasó más tarde, en el siglo X V I I I , a Monte Video, o Montevideo. La fundación de población tan importante para nosotros, pues en ella empieza realmente la colonización efectiva y oficial por España de nuestro territorio y es la cuna de nuestro Procer, tiene tres etapas o tres tiempos bien definidos. La primera es la etapa de las iniciativas que no se concretaron, cuyo primer mojón lo puso ese criollo progresista y gobernante probo y activo que fue Hernandarias de Saavedra. En una carta al Rey Felipe I I I , fechada el 5 de mayo de 1607, le da a conocer su determinación de pasar el año próximo, de 1608, a la otra banda que llaman de los charrúas y poner alguna gente en un puesto que se ha descubierto en el paraje que llaman Monte Vidio, que me dicen es muy bueno, como treinta leguas de esta ciudad (Buenos Aires) y tiene un río muy acomodado (el Santa Lucía) y una isla cerca de la mar (la de Flores). Para que allí se nos pueda dar aviso por mar y tierra si se descubriesen algunas velas de enemigos, que es más cierto venir por aquella banda que por esta otra. Y si lo hallare dispuesto y fuerte de la suerte que yo imagino y me pare- F.O. Assunfao - W. Pérez cíese convenir a vuestro real servicio, será posible dejar poblado allí un pueblo, que entiendo sería de importancia para lo dicho y de no menos efecto para otras ocasiones... Hernandarias hizo su viaje de exploración a fines del mismo año y después de largas andanzas llegó a un río y puerto que llaman Monte Vidio y al río, por haber llegado allí el 13 de diciembre, le pusieron Santa Lucía, por ser la fecha de dicha Santa para los católicos. Casi veinte años después, el 10 de mayo de 1626, el nuevo Gobernador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, le escribió al Rey Felipe IV, proponiéndole: hacer población en Montevideo y un muy buen fuerte con gente pagada que la guarde y castellano (gobernador) que la gobierne. Como ocurriera con tantas otras, mientras estas inteligentes iniciativas morían o eran ignoradas entre el lentísimo papeleo burocrático español del Consejo de Indias, los portugueses, enseguida de consolidar su independencia con el Tratado de 1668, comienzan, desde 1670 a llevar adelante actos efectivos de posesión y dominio, que aún cuando culminan con la fundación de la Colonia del Sacramento, en las tierras de San Gabriel, por el General Manuel Lobo, a fines de enero de 1680, no dejan del todo de lado la posible fundación en Montevideo. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 43 Los mencionados movimientos de los portugueses vuelven a excitar el celo español y entonces es el Gobernador José de Herrera y Sotomayor que entiende conveniente levantar una ata/aya en lo alto del monte que aunque no es muy eminente, descubrirá lo bastante, y justamente a su abrigo, formar un corto pueblo de españoles e indios, para que puedan prevalecer (subsistir). Caída la Colonia del Sacramento en agosto del mismo año 1680, los portugueses, que en 1683 en virtud del Tratado Provisorio volverán a tomar posesión de ella, se dan cuenta de la conveniencia de disponer de una nueva población, que la apoye, en la bahía de Montevideo. Así lo aconseja en 1687, Thomé de Almeida. Más tarde, en dos oportunidades, en 1691 y en 1694, Naper de Lencastre que era por entonces gobernador de la Colonia después de haber sido de sus fundadores, insiste ante el ya rey D. Pedro II (antes fue Regente) sobre esa población en Montevideo. El Rey portugués ordena, en 1701, la creación de una población y fortificación en Montevideo. La guerra española de la Sucesión, que ya hemos visto, les complicó los planes, pues Colonia volvió a ser despoblada en 1704 y recién devuelta a Portugal, según también se indicó, en 1715, como consecuencia del, tantas veces mencionado, último Tratado de Utrecht. La segunda etapa del proceso fundacional de Montevideo, es la que llamamos de los hechos o actos preliminares positivos. Baltasar García Ros, un muy capaz funcionario, que ejerciera el gobierno provisorio del Plata entre 1715 y 1717 y luego, según ya dijimos fue Teniente de Gobernador de Zavala, procedió a establecer puestos de guardia, en Montevideo y en Castillos (Rocha) destinados a evitar los robos de ganados por los piratas y el aprovisionamiento (por el arreo de los mismos) por parte de los portugueses de la Colonia. Montevideo fue, pues, un lugar virtualmente ocupado por patrullas españolas de defensa, con mucha anterioridad a la creación de la población y fuerte. Ya señalamos la insistencia del Rey Felipe V, para que Zavala formara esa población y fuerte (presidio, se le llamaba en el lenguaje de la época), en sus sucesivas órdenes de 1716, 18 y 20. Las que reiteró en mayo de 1723 y, finalmente, el 20 de diciembre de ese año, cuando los portugueses ya se habían asentado allí. 44 F.O. Assuncao • W. Pérez Esta última instrucción, que Zavala recibió cuando ya había iniciado él la nueva población, es de una gran severidad y no deja dudas sobre lo que el Rey Felipe quería al respecto: que en el caso de no estar ejecutadas ya las órdenes anteriores mías, sobre la construcción de las referidas fortalezas, o no hallarse principiadas éstas, paséis desde luego sin malograr tiempo alguno a ejecutarlas y perfeccionarlas, según os tengo mandado, en inteligencia de que, de lo contrario me daré por deservido (no servido) de vos y se os hará gravísimo cargo. Dé haberlas tenido, semejante carta hubiera hecho a Zavala poner las barbas en remojo, que fue en realidad lo que hizo al ordenar la fundación según tantas veces se lo intimara su Rey. Las causas y razones por las que antes no lo hizo, también las vimos. Volvamos, entonces, a nuestra historia. LOS PORTUGUESES Es el 4 de diciembre de 1723. En las plácidas aguas de la Bahía de Monte Vidio o Montevideo, se mecen, anclados, arriado el velamen, la fragata "Nossa Senhora d'Oliveira" y los navios ligeros "Sacopira" y "Chumbado". Están bien artillados, tienen abundancia de víveres, las tripulaciones son numerosas. En la nave capitana, ondea el gallardete del jefe naval, el ilustre Capitán Manuel Henriques de Noronha, orgulloso y celoso de sus fueros, pero poco valiente. Sus relaciones con el jefe militar que, en tierra firme, organiza el nuevo fuerte y población, son regulares y tienden a empeorar. Sus personalidades son antagónicas y, una vez más, el giro de los hechos históricos va a depender del carácter, de las debilidades y de las actitudes de un par de hombres, antes que de las órdenes de un monarca o de una gran contienda militar, que sería lo previsto. Varias explanadas de tierra apisonada se levantan formando un cuadrilátero en el extremo de la península junto a la bahía. Son plataformas para colocar piezas de artillería a barbeta , es decir sin parapetos, sobre tarimas de madera giratorias, de modo de abanicar, literalmente, con sus posibilidades de tiro, en un amplio arco de círculo. La tierra para levantarlas, ha salido de anchos fosos, o trincheras, que completan el cuadro, exteriormente, destinados a impedir el asalto; entre las plataformas y uniéndolas, estacadas de palo a pique —troncos EL JEFE DE LOS ORIENTALES 45 clavados unos junto a otros con el extremo superior aguzado— a las que se agregan ramas espinosas. Para protección de los fusileros, en lo alto de las explanadas, barriles llenos de arena y piedras, también con zarzas, constituyen lo que, por eso, se llaman barricadas. Hay varios ranchos de fajina o adobe y techos pajizos y algunas tiendas de campaña y barracones. En el rancho que parece principal, más grande y prolijo, encaladas las paredes, algunos tapices cubriéndolas, sentado ante una mesa de gruesas patas engalletadas (2) en una silla de brazos, respaldo y asiento de cuero repujado con grandes tachas de bronce, un fraile, ayudado por la luz de un velón, amén de la que entra como un haz deslumbrante por la ventana de la sala, escribe con vivacidad, raspando con la pluma de ganso la hoja de papel de trapo con marca de agua. Su hábito pardo y pobladas barbas indican su condición de capuchino de la orden de San Antonio. Un hombre más bien bajo, fuerte, en desaliñado uniforme, golpeando con las botas mosqueteras el suelo de tierra apisonada, cubierto casi por completo por un tapiz de "arroiolos" (2). camina a grandes zancadas, gesticulando, a veces, mientras le dicta: Mi amigo y señor ya sabrá Vuestra Señoría que por mi negra suerte me llevaron los enemigos la caballería y ganados, sin que nos quedase caballo alguno sino los que los soldados tienen debajo suyo, y a estos tampoco los podemos conservar, por no tener donde llevarlos a beber y pastar, así no tengo cómo mandar descubiertas a las campañas. L os centinelas en las trincheras muy poco alcanzan a ver y así sólo tendré noticias de los enemigos cuando estén sobre mí y como me encuentro con muy poca guarnición para guarnecer las trincheras y sin reservas para poder andar a donde sea necesario, y temo que la ocasión sea de noche, lo que es aún más riesgoso, pido a Vuestra Señoría me quiera socorrer con 30 soldados y 6 artilleros, pues aún aquí dentro es que pueden serme útiles de noche cuando aumenta el peligro... Llegaba a las fórmulas corteses de estilo y, antes de ello y la fecha, que precedería a su propia firma, el capitán Manuel Freitas da Fonseca, jefe de las fuerzas portuguesas encargadas de la fundación, se detuvo, ahogó un suspiro, se dirigió hacia la ventana y mientras miraba, sin ver, a los hombres que trajinaban por el exterior, recortados contra el azul diáfano de un magnífico cielo primaveral, se embebió en sus pensamientos y recuerdos. 46 F-O. Assuncao - W. Pérez Cuántos acontecimientos. Cuántos preparativos, cuántas ilusiones y todo parecía ahora naufragar, casi sin haber empezado. Todo comenzó, un año atrás, cuando el Gobernador Antonio Pedro de Vasconcellos, de la Colonia del Sacramento, escribiera al de Río, Ayres de Saldanha de Alburquerque sobre la conveniencia de fundar, pronto, una población en esos parajes de Monte Vidio, para apoyarse y apoyar a aquella población. Saldanha consulta a Lisboa y Su Majestad Fidelísima, que Dios Guarde muchos años, el Señor Don Juan V, le ordena, por Real Cédula de 29 de junio de este mismo año de 1723, que tome posesión del Monte Vidio, si hubiese castellanos los desaloje y construya un fuerte allí. Desde entonces la actividad en el Janeiro fue febril. Con 40.000 cruzados (moneda de plata portuguesa), de la Casa de Moneda, se prepara la expedición: se seleccionan 150 hombres de tropa, en tres compañías de 50 cada una, al marido de los capitanes Antonio Regó de Brito, Luis Peixoto da Silva y Bernardo da Silva Ferráo. Con cien ayudantes y servidores, entre hombres sacados de la prisión, indios y esclavos. A él, Fonseca, se le nombra como jefe y de segundo e ingeniero, el Sargento Mayor Pedro Gomes Chaves. Y los barcos, y aquel jefe naval, Noronha, tan orgulloso y difícil para él en el trato, siempre ceremonioso y frío, al que ahora escribe. La llegada. El desembarco. El comienzo de las construcciones. Las dos primeras semanas todo parecía perfecto. El Gobernador de la Colonia le había enviado una compañía de 40 hombres de caballería, con sus animales y esos hombres habían levantado corrales del otro lado de la bahía, al pie del Cerro, encerrando en ellos las caballadas y los ganados vacunos que arrearon de los alrededores. Hasta que esa noche aciaga del 3 de diciembre, de las sombras salen hombres castellanos, criollos en su mayoría —prácticos de la tierra, acostumbrados a la volteada en las vaquerías a los ganados cimarrones— con algunos indios y mestizos y, con gran sigilo, abren los corrales y les llevan todos los ganados. Su pre- EL JEFE OE LOS ORIENTALES 47 sencia, merodeando en los montes cercanos, era la que le hacía temer un desastre mayor s¡ autorizaba la salida de los caballos restantes del recinto, para llevarlos a abrevar y pastar. Aquellos hombres eran muy duchos y astutos y usaban como armas, eficaces para liquidar a los caballos, el lazo y las boleadoras, éstas según el modo de los indios. . . Una tocesilla discreta del fraile le trajo a la realidad. Volvióse vivamente y fue hacia la mesa, alargando la mano en busca de la pluma para estampar su firma al pie de aquella carta lacrimosa y casi humillante. LOS ESPAÑOLES El día había sido bochornoso. El sol se ponía tras la masa verdusca del Cerro, como una bola de fuego, tiñéndose el horizonte de rojos, rosas, verdes y violetas. El villorrio casi no nacido aún, se preparaba al descanso. Los cañones parecían extraños animales negros, suerte de yacarés embarrancados dormitando, la fauce abierta hacia el río, sobre las explanadas de tierra. Se habían reforzado las estacadas y se construía un fortín, en la punta de la península, que miraba al este, bajo la dirección del ingeniero Domingo Petrarca, quien también delineaba el trazado de futuras calles, manzanas y plaza mayor. Todavía, debido al calor, algún indio tape, con su chiripá de jerga, desnudo el torso y descalzo, merodeaba por el lugar. En los ranchos —pulperías, por ahora tendejones de poca monta y servicio— de Pedro Gronardo y de Gregorio Collazo, reina el bullicio; algunos soldados, así de caballería como infantes, beben las once (4), charlan sobre los trabajos del día y las promesas que Su Excelencia el Señor Gobernador ha hecho a quienes quieran quedar allí como pobladores del nuevo pueblo y presidio (5). Tentadoras resultan estas promesas: título de HijosDalgo desolar conocido, solares para levantar sus viviendas en el repartimiento. Tierras para chácaras en los propios y suertes de estancias y ganados en las fértiles campiñas circundantes. Es el gran tema para todos, después que, un mes atrás, el portugués resolviera irse sin ofrecer resistencia al sitio (6), levando anclas los 48 F.O. Assun?ao - W. Pére2 buques, y haciendo velas hacia el Brasil, después que se embarcaran en ellos todos los soldados, auxiliares y sirvientes de la recién instalada guarnición. Bajo el alero de un bastante precario rancho de adobes con techo de cueros vacunos, sentados en un rústico banco bajo, mientras toman el mate; bebida nacional de la región, infusión de la yerba del Paraguay, frío, que resulta un gran alivio para la alta temperatura, dos hombres cambian impresiones. Ambos son jóvenes; uno es moreno, menudo, nervioso; el otro más alto, mucho más blanco aunque curtida la piel, leonados los cabellos, avizores los ojos claros, mesurado el gesto, queda la voz, no obstante las ideas que bullen en su cabeza. Son cuñados. El joven es Sebastián Carrasco enrolado en la expedición a Montevideo y el soldado veterano de caballería, Juan Antonio Artigas. Ya están resueltos. Quedarán en Montevideo. Traerán hasta aquí a sus familias. Artigas argumenta que por fin podrá salir avante. No es el título de hidalgo que lo tienta, son los solares, las tierras, los ganados... El bien .sabe cuanto puede obtenerse en estas tierras con tesón y con valor. Aquí será un vecino fundador, respetable y respetado. En Buenos EL JEFE DE LOS ORIENTALES 49 Aires, entre los orgullosos porteños, no es nadie. Un pobre soldado. . . El quiere mucho más para los suyos.. . y .. .sise trata de servir al Rey.. . también ha sabido y sabrá desempeñarse, según cuadre la ocasión. El otro asiente. . . él también quiere mejores tiempos para los suyos, en especial ahora que ya no tienen el apoyo de su padre, el viejo capitán don Salvador Carrasco, muerto unos meses antes . . . sabe de los peligros, sabe de los indios y los portugueses que pueden regresar en cualquier momento. Pero también intuye el futuro, ve las posibilidades de aquella población en un verdadero puerto como este de Montevideo, con ese riquísimo país fértil a sus espaldas. Y concuerda con su buen cuñado, con quien le une entrañable amistad. Zavala, en aquella misma sala que sirviera al jefe portugués, vestida ahora con mayor sencillez, con sus propios muebles de campaña, sentado en su sitial de brazos, medita sobre sus planes futuros. Ahora sí, habrá de dar cabo cumplidamente a las órdenes de su soberano. Mil indios tapes de servicio, camiluchos y vaqueros enviados por los Padres de la Compañía, de sus Siete Pueblos del Alto Uruguay, ya están trabajando en la construcción de las fortificaciones, bajo las órdenes de don Domingo Petrarca, que ha trazado los planos de la futura ciudadela. El mismo y don Pedro Millán, se encargarán de trazar el amanzanamiento y éste de repartir solares, fijar el ejido y los propios (?) y destinar, de acuerdo con sus resoluciones en cada caso, tierras para chácaras y suertes de estancias. •-•»—jj1* 50 V F.O. Assunipao - W. Pérez Algunos de sus soldados y vecinos de Buenos Aires, como ese buen Gronardo, práctico del río, que le llevara la noticia del establecimiento portugués y al que ha autorizado a establecerse con pulpería para atender las pobrezas de todos, ya están dispuestos a quedarse y poblar. Y esto a pesar de que a diferencia de aquél, o de las familias de su fiel soldado Artigas y sus cuñados los Carrasco y los Burgués, la mayoría de los porteños y en especial su Cabildo y, comerciantes y hacendados, miran con desconfianza y se oponen sorda y tercamente a la nueva fundación (como lo hacían desde antes), mirándola como a competidora o adversaria con su puerto natural y profundo y su abundancia de ganados 18). No obstante, Dios mediante, este Presidio y Real Ciudad de San Felipe de Montevideo, habrá de medrar. Y sonríe, al pensar que ese nombre, de San Felipe, en honor de Su Católica Majestad, es el mejor modo de dar satisfacción a los agrios apremios reales por no haber llevadoadelante antes esa fundación. Además.. .además, está ese comerciantenaviero Alzaibar, dispuesto a traer familias de Galicia y Canarias, a cambio de fuertes mercedes y privilegios. Sí, claro, que medrará San Felipe. Y siente correr por su cuerpo, como un bienestar extra, en aquella noche estival, el orgullo. . . Las sombras han caído sobre la escueta población, todos los sonidos se han ido apagando. — ¡Arma, arma! grita el centinela que hace la ronda en el fortín del este. Un barco portugués se dirige para entrar a la bahía. Es el 24 de febrero de 1724. El barco viene con auxilios del Janeiro y cree estar ante la fundación de sus compatriotas, ignorando la defección y retiro de éstos. Se producirá un breve combate, con cañoneo de ambas partes. Luego la calma y la hidalguía de Zavala, que les permite volverse sin más consecuencias. . . EL JEFE DE LOS ORIENTALES 51 Es la primera defensa de la aún no definida población. Nace una ciudad y nace una nación. El apellido de aquel aragonés de Puebla de Albortón, aquel inquieto hijo de Blas y María, ese denominador Artigas, ¡a tierra que está laborada y pronta para la siembra, está para siempre ligado como símbolo mayor a su destino; será más que el timbre de su mundo, su raíz, su entraña. . . su idea misma. .ya es tiempo de recoger el fruto de tantos afanes. . . 52 F.O. Assuni;ao - W. Pérez Notas al Capítulo IV (1) Laguarda Trías, Rolando A., "El Predescubrimiento del Río de la Plata por la Expedición Portuguesa de 1511-1512", Lisboa, 1973. (2) "Mesas de bolachas" fas llaman los portugueses, pues están torneadas con sucesivos ensanchamientos que parecen galletones. (3) Famosa localidad portuguesa cercana a Lisboa, cuyos habitantes viven solamente de la confección, a mano, de tapices y alfombras. (4) En toda América española se señaló, de este modo eufemístico, al tomar aguardiente, palabra de once letras. (5) Auto de Zavala expedido en Buenos Aires el 28 de agosto de 1726, relativo a la fundación de Montevideo, y a los privilegios acordados a sus pobladores y la Real Cédula de Felipe V , aprobando sus términos, expedida el 15 de julio de 1728. "En la muy noble y muy leal ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Ayres a veinte y ocho de agosto de mil setecientos veinte y seis años: El Exmo, Sr. D. Bruno Mauricio de Zavala, Teniente General de los Reales Ejércitos de S.M. Caballero de la orden de Calatrava y su Gobernador y Capitán General de estas Provincias del Río de la Plata, dijo: Que por cuanto se halla S.Exa. con una Real Cédula de S.M., su fecha en Aranjuez en diez y seis de abril del año pasado de mil setecientos y veinte por la cual se sirve aprobar la Expedición que en el año antecedente se ejecutó cont (contra) los portugueses que intentaron ocupar el Puerto de San Felipe de Montevideo, como también la erección y nueva planta de su población, dando las gracias a todas las personas que concurrieron a dicha facción y en especial a esta Ciudad por haber concurrido con su vecindario a la sobredicha Expedición: Y mediante que la nueva población de aquel puerto es en conocida utilidad de esta ciudad y EL JEFE DE LOS ORIENTALES provincia asi para su mayor lustre y aumento, como también para su seguridad y quietud de esta costa, impidiendo con ella a las naciones de Europa el que se apoderen de aquella parte de la tierra, tan útil y necesaria para el bien de esta Provincia, por cuya razón se ha servido S.M. contribuir a su mayor aumento con cincuenta familias de Gallegos y Canarios además de cuatrocientos infantes para el aumento de esta guarnición. Y siendo tan de la utilidad de esta ciudad el comercio que se debe esperar con la venida de Galeones. [ Los galeones de comercio, como a México o Cartagena, o Portobelo, era el ideal, el desiderátum anhelado por los comerciantes y hacendados de Buenos Aires \ Por este puerto si se consiguiese la seguridad y población del de Montevideo, pasa S.E. a proponer al Cabildo de esta ciudad cual (cuan) conveniente y del Real servicio será el que las familias que se esperan de España hallen otras del país en aquel paraje con quien (quienes) comunicar y comerciar inmediatamente que lleguen, y que para ello ponga de su parte el Cabildo los medios que tuviere por más conveniente en orden a consular algunas familias de las muchas que vagan esta jurisdicción sin tener tierras propias en que habitar y otras que voluntariamente se quieran disponer a pasar a aquella población para cuyo efecto por lo que mira a esta ciudad podrán nombrar capitulares y por lo tocante a la jurisdicción en falla de éstos a las personas que le pareciere y fueren más de su satisfacción para que corran todos los pagos y que al mismo tiempo las tales personas y los capitulares que se nombraren hagan padrón con toda individualidad de toda la vecindad desta ciudad y su jurisdicción sin exceptuar a nadie y con distinción de los sujetos foráneos y familias que se hallen en ella y se han venido desamparando, sus vecindades y domicilios, expresando de donde son y qué tiempo ha que se hallan en esta ciudad y su jurisdicción por convenir al servicio de S.M. el que se ejecute esta diligencia en la forma que va expresada, y a las familias que se dispusieren a pasar a dicha"población se les hará saber lo que con que, por ahom, se puede contribuir para su manutención y bien estar y es tó siguiente —Primero— Que deberán gozar los Pobladores, sus 53 hijos y descendientes legítimos el de la honra y privilegio que S.M. les concede a los que se asentaron para pobladores en la Ley Sexta, TítuloSexto, Libro Cuarto, de las de Indias, que para su mayor inteligencia se pone aquí a la letra —Ley— Por honrar las personas, hijos y descendientes legítimos de los que se obligaren hacer población y la hubieren acabado y cumplido su asiento les haremos HijosDalgo de Solar conocido, para que en aquella población y otras cualquiera partes de las Indias sean HijosDalgo y personas nobles de linaje y solar conocido y por tales sean habidos y tenidos y les concedemos todas las honras y preeminencias que deben haber y gozar todos los HijosDalgo y Caballeros de estos Reinos de Castilla según fueros, leyes y costumbres de España —Segundo— Que el pasaje de sus personas, familias y bienes que puedan ser navegables se les ha de suministrar sin que les cueste diligencia alguna —Tercero— Quede presente se les ha de repartir solares en la Plaza de la nueva ciudad y lugares para chacras y estancia a cada uno de los pobladores, esto se entiende por repartimiento, quedando a su arbitrio de cada uno el pedir de merced los parajes que por bien hubieren, como se observó en la población de esta ciudad. —Cuarto— Que se formará una Vaquería en aquellos campos (recogida de ganados) y a cada vecino y nuevo poblador se le darán doscientas varas para principio de sus crianzas y también cien ovejas. —Quinto— Que se han de poner a costa de S.M. el número de carretas, bueyes y caballos que parezca conveniente según el número de vecinos que se alistaren para que en comunidad sirvan en todos los menesteres de acarreos de maderas y materiales para tos edificios que de pronto se fundaren (construyeren), ayudándoles así mismo con indios costeados (pagados por el erario), para el corte y conducción de las maderas. —Sexto— Que también a costa de S.M. se les ayudará con todo género de herramientas que servirán en comunidad a distribución de la persona o personas que S.E. disputare para este ministerio. —Séptimo— Que se les ha de ayudar con aquella cantidad de granos que sea competente para semillarse, y que por el primer año han de ser asistidos regularmente con la subsistencia de bizcocho, yerba y tabaco, sal y ají. [ Estos elementos reputábanse indispensables a 54 la subsistencia en la región, como complemento de la carne. El bizcocho, en tanto no hubiera colecta y molienda de trigo. La yerba del Paraguay, bebida universal, que completaba con sus vitaminas y alcaloide (mateína), un carácter de dinamoforo y digestivo la dicha dieta cárnica. La sal y el ají para condimentarla (la carne), en vista de que la misma rara vez (sólo en la faena al momento en el campo) era totalmente fresca, sobre todo en época estival, estaba casi siempre algo abombada, y era necesario el ají para quitarleel gusto y hacerla comible ] , que pareciere precisa: como también la carne que se les ha de suministrar por semanas. —Octavo— Que se les ha de señalar jurisdicción de terreno competente en que puedan tener sus graseadas y demás faenas de campo y monte.[ Las graseadas o graserias y cuereadas, se hacían en ganados cimarrones y en un ámbito jurisdiccional de cada población {para no tener conflictos con otras como permanentemente ocurría entre Buenos Aires y Santa Fe, en tierras de Entre Ríos), pues se obtenían así materiales de uso y comercio necesarios a la comunidad, sobre todo la grasa que se usaba, fundamentalmente como combustible e iluminante (velas), y aún el cuero usado en la construcción de las casas y de todo el utilaje de uso diario en esta verdadera cultura o "edad del cuero" en el Plata, como se la ha llamado; desde las botas de potro a los noques para guardar el grano o la yerba, techos y puertas de los ranchos, asientos, jergones, aperos del caballo y de labranza, todo se hacía con cuero. La leña para consumo, habida cuenta la escasez de grandes montes y árboles corpulentos, creaba un problema semejante. De ahí' la necesidad, también, de fijar lugares o áreas de monteo para cada población ] . Para que en la erección de otras nuevas poblaciones tengan su distrito conocido y amojonado. —Noveno— Que para gozar de lo referido y contarse por pobladores y tener el derecho de propiedad a la nobleza que S.M. les comunica en la Ley citada y también para adquirir el derecho de propiedad a las cuadras y solares, chacras y estancias que se les repartieren, hayan de ser obligados a mantener la vecindad por cinco años precisos, y si alguno la desamparase (abandonare) por convenirle, haya perdido lo que así se le repartiere y quede F.O. Assuncao - W. Pérez en cabeza (en poder) deS.M. para poderlo dar y repartir a otras personas, pero habiendo mantenido la dicha vecindad el tiempo referido de los cinco años adquieran el derecho de propiedad a las tierras que se les hubieren repartido para poderlas vender o enajenar. —Décimo— Que también han de ser (estar) exentos de pagar alcabala ni otro derecho de mojoneria, ni otro alguno por todo aquel tiempo que S.M. hubiese concedido o concediere a las familias que están alistadas en España, y las que de aquí pasaren han de gozar de todo aquello que S.M. hubiese concedido o concediere a las familias europeas por haber de correr con igualdad en todo, excepto si S.M. hubiere preferido en algo alguna o algunas familias por especial privilegio. Y para que S.M. pueda mas cómodamente costear lo arriba expresado será muy bien y muy del Real agrado que el cabildo en nombre de esta muy noble y muy leal ciudad se esfuerce a servir con algunos efectos y cantidades, que estas se podrán sacar de los repartimientos de< cueros hechos para los navios españoles e ingleses.. ." etc. (6) Copia de la carta que el Capitán de Mar y Guerra, D. Manuel de Noronha le escribiera al Comandante del destacamento, el 11 de diciembre de 1723: Mi comandante nadie podía dudar la venida de los Castellanos que supuse con algún fundamento, en esta materia, siempre he entendido había que observar las circunstancias que hemos visto y para tomar la resolución de atacar en esa fortificación en que V. Señoría tanto se ha desvelado, me parecía imposible por el estado en que ella se encuentra, mas cuando se lo intente será gloria de V. Señoría, por el buen suceso que conseguirán nuestras armas. No hay duda en recibir aqu í los enfermos que V. Señoría me remita por encontrarme con comodidad para tenerlos y darles alimentos. Pero como los muchos enfermos que nuestra fragata ha tenido y "el próximo arribo" tengo ocupada la comodidad destinada para este fin y los alimentos se han acabado, es motivo de mi repugnancia, a más que esta fragata está en un puerto abierto donde debo estar "safo" EL JEFE DE LOS ORIENTALES y no embarcado para cualquier ocasión que pudiera acontecer, por cuanto V. Señoría se encuentra aún con algunas obras para la cabal defensa de esa Plaza. Con tan poco tiempo si no pudiera acabar todo en cuanto a lo que respecta a mi gente, aseguro a V. Señoría no faltaré en continuar mandándola "como hasta aquí lo he hecho", aún cuando me encuentre con bastantes enfermos, permitiéndome el tiempo llegar, no faltaré. Pero tenga V. Señoría entendido que antes de la noche se han de recoger a bordo de esta fragata, por que así me ordena mi reglamento cuya orden se extiende, no sólo para la fajina sino para cualquier proyecto militar y así no debo dejar fuera persona alguna que hasta las Ave-Marías no se recoja a bordo de esta fragata. El Capitán Fernando Botelho manda a la orden de V. Señoría con el propósito de recoger a las horas arriba referidas y juntamente 4 artilleros que todos han de venir en compañía de dicho capitán, pues como esta fragata se encuentra tan falta de gente para su defensa que no quiero exponerme a algún sinsabor. Esto es lo que se me ofrece decir a V. Señoría a quien pido me de ocasiones en que le sirva que no faltaré. Con pronta ventura Dios guarde a V. Señoría muchos años. Fragata N a . Sra.daOliveira a once de diciembre de 1723. Fragata Nuestra Señora de Oliveira Once de Diciembre de 1723. Sr. Manuel de Freitas da Fonseca. M° Servidor de V. Sa —D. Manuel HenriquesdeNoronha. Y como leí la dicha carta en presencia de todos los oficiales de Guerra de esta Fragata N a . S ra . de Oliveira hago yo de escribiente de este término de justificación que sobrescribí y firmé con todos los sobre dichos oficiales de Guerra etc. Ignacio Nogueira, Domingo de Vasconcelos, Joao de Mesquita Correa, Carlos Miguel Pimentel, Fernando Botelho, D. Joseph Henriques, Joseph de Moraes. (Orig. Archivo de Octavio C. Assuncao). (7) Las divisiones en solares, ejidos y propios estaban establecidas en las Leyes de In- 55 días, al fundarse una ciudad. Los solares constituían la planta urbana de laciudad; el ejido era el campo existente a la salida de la ciudad. En el mismo no se podía plantar ni labrar y era común para todo el vecindario, el que lo utilizaba para algunos trabajos agrícolas. Las tierras de los propios eran destinadas para los arrendamientos, proporcionándoles a los Cabildos recursos para atender los gastos públicos. Las chacras estaban reservadas para los agricultores. En los ejidos estaba prohibido edificar y plantar y al. igual 56 que los propios estaban amojonados y en muchos casos zanjeados. (Intendencia Municipal de Montevideo, "El Cabildo de Montevideo", 1977, recopilado y redactado por Rubén H. Bresciano). (8) La misma o parecida desconfianza y antagonismo con que Lima, o los intereses limeños, habían mirado, en 1580, la fundación de Buenos Aires, cuando Garay resolviera "abrir las puertas a la tierra", aún contrariando la voluntad del Virrey. F.O. Assuncao - W. Pérez V Juan Antonio Artigas "EL VIEJO" Las vecinas que con rápido paso, agitando los abanicos para refrescarse, avanzaban por la acera de la sombra, cuchichearon al pasar por la puerta de la casona de paredes de piedra y asiento de cal, con el revoque desconchado en partes. — Está muy enfermo. — No ha podido superar su pena. — Es un viejo hidalgo como ya no hay . . . — Dios tenga piedad de su alma, ¡es tan bueno!. . . El sol cae violento sobre ef polvaderal de la calle, arrojando luces de cromo y sombras violetas. En el interior hay movimientos extraños al quehacer de la casa. Se aguarda la llegada del Juez Don Luis Jiménez, Alcalde Ordinario de la ciudad y otras personas, algunos amigos de la casa, como don Nicolás Zamora. Martín José, el buen hijo, se pasea nervioso por la sala. Allá en su habitación, bajo el dosel del antiguo lecho, en donde nacieran buen EL JEFE DE LOS ORIENTALES 57 número de sus hijos, el mismo en que, pero más de un año atrás diera su alma al Creador su buena Ignacia, la compañera de toda su vida, madre y esposa ejemplar, Juan Antonio Artigas, velados y opacos los celestes ojos por la fiebre y los años, muy delgado su cuerpo curtido por la fatiga de tantos trabajos, yace entre tas sábanas de recio lino crudo. Espera y recuerda. Como a todo anciano ía memoria de lo más antiguo se le hace clara y precisa; así desfilan por su mente, como en pantalla iluminada por una luz especial, los acontecimientos más lejanos y otros más próximos de su vida tan trabajosa, sobre todo desde su llegada a estas playas de Montevideo, donde su existencia definió su rumbo. Sabe que debe ser preciso en la redacción del documento testamentario (i), pero, por encima de todo tiene idea muy exacta, como hombre sólido y pragmático que siempre fue, que la hora final se acerca, que está muy próxima y como cristiano viejo, de convicción arraigada y fe profunda, sabe que pronto deberá rendir cuentas ante el Tribunal de su Creador y ese repaso es, ante todo, un examen de conciencia. . . Le emocionaba recordar cuando, después del desalojo de los portugueses y en 1725, trasladáronse a aquello que no era sino la esperanza de una población, con sus familias, su amada Ignacia, las cuatro niñas (Antonia, Ignacia, María y Catalina); su cuñado mayor Sebastián Carrasco y su mujer Dominga (Rodríguez) con sus niños, Domingo y María Josefa; su concuñado Jorge Burgués, aquel buen genovés emprendedor, la mujer de éste, su cuñada, María Martina, recién casados entonces. Cuantos sueños e ilusiones traían. Y los primeros fueron colmados en el reparto de solares que don Pedro Millán hiciera a los pobladores, aquel ya lejano 24 de diciembre de 1726, al recibir el solar y cuadra N9 4. Cuánto agradecían al Niño Jesús esa noche, en misa, en la Iglesia-rancho, las bendiciones que derramaba sobre ellos y a la Inmaculada, su madre, que presidía el rústico altar, su intervención. Al siguiente año, en marzo, el día 12, cuando el mismo señor don Pedro, les asignara las chacras junto al arroyo de los Migueletes, sus cuatrocientas varas 12a}, entre la de Burgués y la de Carrasco. Todavía en el año siguiente, de 28, lo más importante, su estancia de Pando, en aquellos barros blancos , que le otorgaron siendo ya Capitán de Vecinos OJ. esa suerte de estancia (4) (5), que fue el centro 58 F.O. Assun^ao - W. Pérez de sus desvelos durante tantos años, donde hubo de levantar ranchadas y aquellos enormes corrales de palo a pique, con pozo exterior, para encerrar las vacadas cimarronas, bravos bichos de pupilas como brasas, cornamenta enorme, flaqueronas, ágiles y terriblemente agresivas, como los toros de Pamplona, y las yeguadas bagualas, con sus pelos vistosos,1 atronando con el ruido de sus disparadas, cuando sentían el tufo del tigre (jaguar) que se venía desde los montes cercanos de las riberas del arroyo. Por último, en 1730, cuando ya era Alcalde de la Santa Hermandad, aquella segunda chacra de los Migueletes . , . Alcalde de la Hermandad . . . su primer alto cargo público. Con cuánta emoción, recibió de S. .Excelencia el General y Gobernador, don Bruno de Zavala, siempre tan afable de maneras y tanto porte y gallardía, lavara (2b) de justicia que le acreditaba; él. Cabildante, él, Alcalde y recordando a su abuelo José que tantas veces le dijera —sé que tú triunfarás, nieto mío—, las lágrimas llenaron los ojos del viejo memorioso. . . i Había sido, tres semanas después, el 22 de enero de ese año, para él tan importante, de 1730, cuando S.E. formara la compañía de Caballos Corazas Españoles de la Dotación de Milicias de la Ciudad de San Felipe de Montevideo, eligiendo sus hombres entre los vecinos y designándolo a él como su Capitán (6). Poco después, en abril, tuvo oportunidad de mostrar sus cualidades en el cargo, al ordenársele salir, con una partida de vecinos armados,, a recorrer los campos e impedir las faenas clandestinas, de volteadas, cuereadas y sebeadas que venían llevando adelante, consumiendo de las vacadas cimarronas, en los rincones de los ríos Yí y San Salvador, unos faeneros portugueses, changadores (7). EL JEFE DE LOS ORIENTALES 59 Un fulano Timóte, que era el que andaba por el Yí, con graseria (8) y un fulano Carneiro, merodeando por el sitio donde se quemaron los carros de Monzón o). La misión fue cumplida; leguas y leguas a caballo para perseguir a aquellos hombres. Treinta años más seguiría en ello, hasta convertirse en uno de los que mejor conocía el país, un verdadero baqueano (10). En la primavera de ese año, supo en carne propia de la brutal violencia de los indios cuando se levantaban y atacaban en malón, una horda lanzada al galope de sus caballos de guerra, blandiendo lanzas y boleadoras. Atacaron su estancia de Pando, con la de su compadre José de Mitre y la de Gaytán. Qué dura podía ser la vida en aquella tierra tan rica y fértil. SIGUEN LOS RECUERDOS... En 1732 le honraron, otra vez, designándolo Alférez Real y Regidor Decano del Cabildo de Montevideo. Ostentando ese cargo, debió intervenir en el primer acuerdo de paz con los caciques minuanes y fue él quien trajo a los caciques hasta Montevideo, para su celebración, el 22 de marzo. Como premio a sus afanes, el Cabildo le otorgó una licencia de vaquería. Fue ésta, para él, otra experiencia entonces nueva e importante. Salir a aquellos campos crudos con pastizales de más de un metro de altura que ocultaban casi, por completo a las reses. Seguir el rastro de las toradas, por huellas, entre el monte bajo. Encontrarse ante el espectáculo de las manadas de aquellos animales de cuero casi negro y peludo, enormes cuernos, secos y huesudos, agresivos, desconfiados y veloces casi como venados. El arreo a galope tendido, formando los hombres un gran semi-círculo y tratando de embretarlos en la horqueta de dos arroyos. La habilidad de los vaqueros (n) en el manejo del desjarretador {12), la velocidad con que se desmontaban, degollaban la bestia y volvían a subir de un salto para proseguir la carrera. El tufo acre de la sangre, el sudor de caballos y jinetes, las deyecciones, la polvareda, los mugidos de las bestias, gritos de los hombres, relinchos, batir de cascos y pezuñas, el colorido de las ropas, todo hacía de ello una escena 60 F.O. Assuncao - W. Pérez bárbara, épica, en definitiva, inolvidable. Con los fogones nocturnos y, luego, la faena de los animales. La cuereada y estaqueada de los cueros y la sebeada, incluyendo el derretir el sebo y la grasa en enormes calderos de hierro negro y luego cargar todo en aquellos rústicos carretones de gigantescas ruedas macizas, tirados por cuatro yuntas de poderosos bueyes mansos. En una función de éstas, participaba una veintena de hombres; pero había que llevar casi un centenar de cabal los, las boyadas y carros, todo lo cual significaba un movimiento imponente de gentes y animales. Así era ese país nuevo, reflexionaba el viejo Capitán: agreste, imponente, vacío, fértil, atrayente y tentador de aventuras. En esa casi total libertad salvaje y la abundancia de carne, que hacían proliferar, cada vez en mayor número, aquellos grupos de hombres sueltos, sin control, sin ley ni Dios. Cuidado con ellos; el día que se agavillasen con uno de más luces a su frente, serían capaces de enfrentar y vencer a las tropas de S.M. o las de cualquier potencia extranjera. El ansia de independencia era en ellos demasiado fuerte . . . A su nieto Pepe, ese chico blanco y rubio al que él prefería a los otros, quizas por hijo de su buen Martín José, quizás por lo que veía en la inquieta mirada de aquellos ojos claros, tan iguales a los suyos, quizás le tocaría vivir días muy especiales sí esos pueblos se rebelaban . . . Quién sabe . . . a lo mejor tendría que sujetarlos . . . o ¿sería él quién los acaudillase?.. . — Oh! la fiebre, esta fiebre que me lleva a soñar cosas extrañas -pensódebo centrarme sólo en lo mío . . . EL JEFE DE LOS ORIENTALES 61 Sonrió. Con el producto de aquella vaquería se construyeron —¿o no se llegaron a hacer?- unos bancos para el Cabildo, tanta era la pobreza de aquel vecindario entonces . . . Recordaba ahora, por asociación de ideas, las festividades de San Felipe, él, a su cargo. Todos los cabildantes y el señor Comandante con sus ropas más lucidas, algunos de golilla, todos con vara. Los estandartes, las imágenes y palios; el señor Cura y las hermandades —él integró luego siempre la del Santo Patriarca San Francisco— a quien ahora pedía su intercesión para la salvación eterna de su alma. Y los gremios, con sus comparsas, cantos, bailes y coloridos trajes; los soldados, los indios de Misiones, los esclavos . . . Estos, sobre todo, cómo gustaban a todos, con el son de sus tambores y masacallas . . . Las mujeres rezando el santo rosario, todas vestidas de negro . . . Por ese año de 1733, que ahora creía recordar como sí todo hubiera acontecido ayer, había nacido Martín José, el predilecto entre sus hijos, el mayor de los varones que sobrevivieron. Su orgullo, sin lugar a duda alguna y la persona a quien confiaba sus bienes, como albaceay, en buena medida, la custodia de toda la familia . . . En 1735, el 1o. de enero según uso, nuevos honores y responsabilidades recayeron sobre él. Fue designado Alcalde Provincial. Poco después, en marzo, recuerda haber salido a la campaña para proteger las estancias, de los faeneros clandestinos, que reunióse con Bernardo Gaytán y ambas partidas juntas lograron traer a la ciudad dieciséis carros con cueros, sebo y otras mercaderías decomisadas a los portugueses. Recordaba muy bien que el señor Comandante de la Vega hizo merced a cada uno de ellos de un carro con sus ocho bueyes, que muy bien le vinieron para su estancia de Pando, Casi enseguida se declaró la guerra con los portugueses de la Colonia que duró hasta el año de 37 en que se hizo la paz. Y él colaboró con las fuerzas sitiadoras del Gobernador Salcedo, recorriendo las campañas para impedir que paulistas y lagunistas les dieran su apoyo desde el Río Grande . . . Dos años casi ininterrumpidos sobre el caballo, atravesando el país, cuando ya se hacían sentir en su robusto físico los achaques de los cuarenta de edad cumplidos y largos . . . Fue en el año de 42 que le reeligieron Alcalde Provincial y llevó a cabo el recuento del ganado existente en las estancias. Tantos miles y miles, como había en las de Alzaibar, tan pocos en la suya . . . El 62 F - 0 - Assuncao - W. Pérez honrado servicio público, llevado adelante como debe ser, sólo conduce a la tranquilidad de conciencia y a la pobreza digna y, si acaso, al reconocimiento de los vecinos y al buen nombre . . . . Y OTROS MAS.. . Recuerda haber denunciado, entonces, a los hacendados que protegían en sus campos a vagabundos que así decían estar con amos y conchavados, cuando en verdad no eran sino malentretenidossin oficio ni beneficio, que vivían hurtando y haciendo otros daños en las chacras y estancias. Como aquel tal José Suárez que había querido matar a Antonio Xenes y atacado al Juez Manuel Duran e intentado raptar una mujer honesta de la casa de don Pedro Pereira, para llevarla a los montes como si fuera una china. Eran esos picaros y matreros que infestaban las campañas y que ahora llaman gauderios o gauchos . . . En el 43 le volvieron a elegir Alcalde Provincial . . . Los años siguientes fueron de mucho trabajo en el campo y las sementeras . . . Se frunció el ceño del anciano soldado y cabildante, se enarcaron sus cejas y aquellos ojos nublados por las cataratas pareció volvían a brillar en ascuas de fuego, como relámpagos en un cielo azul, como en sus tiempos juveniles . . . Recordaba aquel día de febrero de 1746, cuando lleno de ira y amargura hubo de presentarse ante el Cabildo para denunciar a un mal hombre, un tal Jacinto Morales, entonces Alcalde de la Hermandad que, en público le imputara de traidor al EL JEFE DE LOS ORIENTALES 63 Rey y encubridor de juegos en su casa por interés de las coimas. A él, justamente, que por fiel servidor de la Corona nunca hiciera fortuna, cuando tantos advenedizos la amasaban de la noche a la mañana, con el juego, el contrabando e ilícito comercio, el abasto, el pan, y tantas cosas malas como él había visto crecer junto con la ciudad . . . Palabras pecaminosas y pesadas que obligaron al Morales a retractarse de ellas ante el Alcalde Don Diego de Mendoza, en sus declaraciones y se le halló culpable de calumnias . . . Al año siguiente comandó, lo recordaba muy claramente, una partida numerosa de soldados, vecinos y forasteros que persiguió y sacó fuera del territorioa los gauderios y ladrones que asolaban las campañas. En el año de 5 1 , se produjo la gran sublevación de los indios minuanes, que amenazaban las sementeras, robaron ganado e incendiaron estancias . . . Salieron a combatirlos, con el Maestre de Campo don Manuel Domínguez y el Alférez de Dragones Francisco Piera al mando de las tropas veteranas y él a la de los vecinos, obteniendo una gran victoria, tocándole a él lucida actuación . . . sonrió, y eso a pesar de los años y achaques; en sus campos de Pando se reunieron en seguro las caballadas . . . Los Gobernadores V.iana, de Montevideo y el del Plata, don José de Andonaegui, habían destacado a S.M. aquellos servicios . . . con cuánto orgullo, Martín José les leyó a su madre Ignacia y a él, las notas de sus Señorías . . . Que por el año 53 empezaron las guerras con los rebeldes indios de los pueblos de Misiones, sublevados con el aliento de los Padres de la Compañía, contra el Tratado del año 50 03). El Gobernador Andonaegui convocó a todos los Capitanes, y él se presentó.ante el Gobernador Viana, el primero de todos, aunque éste le había excusado por encontrarlo ya imposibilitado por su edad y enfermedad debida a los trabajos que había continuamente padecido en sus tantas salidas por estas campañas. . . (14). Todavía en los años de 1760 y 61 había andado recorriendo la campaña y tuvo la satisfacción de tener como soldados de su Compañía de Vecinos de Montevideo, a sus hijos Martín José, Esteban y José Antonio y a ese buen vecino, Felipe Pascual Aznar, que era suegro del primero de ellos. 64 F.O. Assuncao - W. Pére2 Su' última recorrida por aquellos campos por el año de 63, cuando las campañas del señor Cevallos contra los portugueses y entonces su querido Martín José ya era Teniente de su Compañía. En el año de 64, le dieron la estancia de Casupá, por sus servicios, pero fue Martín José quien tomó posesión de ella. Teifiía la boca seca, la fiebre subía, estaba cansado, muy cansado de vivir,. . . le abrumaban ahora las fatigas y los esfuerzos de tantos años, sólo le consolaba no haberlo hecho en vano. Se sentía fundador. Y lo era. Había fundado una familia, casi una estirpe. Había contribuido a fundar una ciudad y con ella una sociedad y un país . . . Sólo quería cumplir con sus deberes de padre y cristiano y descansar . . . Un fuerte rumor de voces y de pasos llegaba hasta su puerta: —Con su permiso, padre—, y Martín José la entreabrió y entraron aquellos caballeros a quienes esperaba. Sus rostros eran graves, de acuerdo a la ocasión. En la Iglesia de San Francisco dieron las cuatro de la tarde, el calor lera agobiante, ni una brisa llegaba desde la bahía, donde los barcos con sus velas arriadas, parecían pájaros dormitando al sol, apenas mecidos en suavísimo vaivén, un carretón, tirado por dos bueyes, venía desde la Aguada, cargando una enorme pipa llena de precioso líquido. El muchachón que estaba colgado casi, más que sentado, conduciendo los animales con la picanilla, voceaba, de trecho en trecho: — Agua, agua fresca!.. . / Yo nada podía temer, porque la fuerza EL JEFE DE LOS ORIENTALES 65 Notas al Capítulo V (1) 66 La escena se refiere al Codicilo, extendido en 1775 y rio al siguiente: Testamento de Juan Antonio Artigas, fechado en Montevideo el 24 de diciembre de 1766. Después de las declaraciones de práctica sobre su fe católica y sobre estar en su sano juicio, pide se le entierre amortajado en el hábito de San Francisco, de cuya hermandad era cofrade, y en su Iglesia. Designa a su legítima esposa doña Ignacia Carrasco y al mayor de sus hijos varones Martín José, como sus albaceas; indica como hijos y herederos legítimos a: Antonia, Ignacia, Catalina, Petrona, María de la Encarnación, Francisca, Martín José, Esteban y José Antonio (con este último que administraba la estancia de Barros Blancos, da ta sensación que las relaciones familiares no eran muy buenas; señala hubo otros hijos pero murieron sin dejar descendencia. Dice se le adeudan cinco años (del 62 al 66 inclusive) de su sueldo de Soldado Dragón de la Compañía de D. Bruno Mauricio de Zavala, cargo y rango que conserva y encarga a sus albaceas el cobro de esos haberes. Dice también, son sus deudores: Martín Lezcano, pariente de Pedro Lezcano, vecino de Montevideo, a quien le dio efectos en Buenos Aires, $2.800,oo; Joaquín de la Siri $800.oo, en Buenos Aires; Luis Jiménez de Montevideo, $87.oo, y que él debe a Jaime Soler $60.oo; a Martín Urquizu $80.oo; a José Más de Ayala $8; a Salvador Barrancos, Capitán de Dragones $18.oo; a José Collantes un poncho, cuyo precio no fue ajustado. Dice que "en Zaragoza, de donde soy natural" y "como hijo legítimo de Blas Artigas y María Ordovas, mis padres, vecinos de la sobre dicha ciudad y los que tenían su habitación en la calle nombrada Castellana, tengo y me corresponden las siguientes posesiones: primeramente una casa de vínculo que me dejó mi abuslo José Artigas, en la Villa de la Puebla (de A/bortón), otependíente a la misma capital de Zaragoza, la cual casa se componía de dos altos con balcones de fierro, sita enfrente da la iglesia de San Sebastián y declaro que dicha casa corresponde a dicho mi hijo Martín José, como el mayor de los ya dichos varones, con declaración de que así mismo corresponden a los dichos mis hijos aquel haber que me toque de parte, por razón de mis herencias paterna y materna, las que deben constar de varios bienes raíces, como son: viñas, olivar, tierras de pan llevar, etc., en lo que sólo somos interesados como herederos legítimos yo y mi único hermano, Ignacio, que me dicen haber entrado (en religión) y ser sacerdote, después de estar yo en este país". Dec|ara con respecto a los bienes que posee con su esposa Ignacia Carrasco, que son todos gananciales por no haber aportado ninguno de ellos capital al matrimonio, que en caso de tenerse que hacer solemne inventario de ellos, los manifestarán sus albacRas, esposa e hijo, "como que tienen ellos el suficiente conocimiento y noticia". Declara como sus herederos, en partes iguales, a sus nueve hijos, aclarando que aunque María Encarnación ya murió la declara para que lo sean sus herederos legítimos. Fue otorgado ante Rudesindo Sáenz, subteniente de Infantería y ayudante y firmó por el otorgante y a su ruego, Nicolás de Zamora, amanuense del Cabildo, quien lo escribió en seis fojas útiles, que rubricó. Codicilo • que aumenta, aclara y complementa el testamento anterior - otorgado el 3 de febrero de 1775 (Juan Antonio Artigas falleció en Montevideo el 6 o 7 de abril de 1775, siendo sepultado en San Francisco el día 8, con vara alta y entierro mayor, según hace constar el Cura Fel i pe 0 rtega, de la Catedral, constando que murió con todos los sacramentos). (Doña Ignacia, su esposa, había muerto en 1773 y "Artigase! Viejo", como se le llamaba cariñosamente en Montevideo, no pudo resistir, o no quiso sobrevivir, a la pérdida de la compañera de toda la vida) donde F.O. Assuncao - W. Pérez señala que su esposa ya es difunta, dice deber ai Pablo Trías (su yerno) $25.oo y mayor cantidad a su querido yerno Manuel Francisco Bermúdez; que su hijo José Antonio deberá rendir cuenta a sus demás herederos (los hermanos y sobrinos de José Antonio) de la posesión y producción de la estancia de Pando (Barros Blancos) que ha usufructuado y dispuesto en su beneficio y que en su poder se halla un negro llamado Joaquín (¿sería algo del Joaquín Lenzina que luego fue el "Ansina" compañero del Procer?)1. El Codicilo fue otorgado, a falta de escribano, ante D. Luis Jiménez, Alcalde Ordinario de 1er. voto, firmó por Artigas, Nicolás Zamora y como testigos, además, Juan Jerpe o Xerpe y José González. (2) a) Vara, medida antigua del sistema de Castilla, se usaba en medidas lineales.de superficie y de volumen. La vara lineal equivale en el Sistema Métrico Decimal a metros 0,836, Usada también en otras provincias, variaba su longitud. b) Vara de alcalde, bastón de mando. (3) Significa Capitán de milicias, es decir cuerpos voluntarios para defensa, no tropas regulares y profesionales o de veteranos. (4) La suerte de estancia era una superficie de tierra, de forma rectangular, generalmente cruzada o dado fonao con una corriente de agua, que ten ía 3.000 varas de frente y 1 legua y media de fondo, es decir, traducido a medidas actuales, una superficie de 1992 Hectáreas 2787 metros cuadrados. (5) Adjudicaciones a Juan Antonio Artigas. A) Padrón de los solares distribuidos entre los pobladores por D. Pedro Mjllán; 24 de diciembre de 1726: "Y luego, calle real en medio, siguiendo la ribera ' del puerto, se sigue la cuadra número tercero que tan bien fue delineada por el Capitán Ingeniero (D. Petrarca) y halló poblada una casa de p/edra cubierta de tejas con ranchos y EL JEFE DE LOS ORIENTALES oficinas y una huerta con plantas de arboleda de Jorge Burgués quien ha tiempo de tres años se halla poblado en ella con decreto del Señor Gobernador y Capitán General, por pasado con toda su familia a avecindarse en esta nueva planta y le quedó repartida toda la cuadra de cien varas de cuadro con las demás. Y luego a su linde, calle real en medio, siguiendo siempre la ribera del puerto hacia la Batería se sigue la cuadra del número cuarto que también fue delineada por el capitán Ingeniero y repartida a Juan Antonio Artigas con decreto del Señor Gobernador". B) Reparto de chacras en la zona del Arroyo Miguelete, marzo 12 de 1727 y demarcación del Ejido y los Propios: "Salf de ella {la ciudad) en compañía de Manuel Blanco Araiz de la Lancha del Rey, quien con la aguja de marcar (brújula), con asistencia de muchos de los pobladores que se hallaron presentes, hizo conocimiento del rumbo a que debe correr el Ejido que ha de señalar a esta dicha ciudad y según el terreno de su situación declaro que de ancho ha de tener dicho ejido lo que hay de mar a mar, corriendo de la costa de él hasta la ribera del puerto siguiendo la quebrada de los manantiales y desde dicha quebrada ha de correr su fondo la vuelta del Este con una legua de largo y lo que hubiere desde el fin de dicha legua hasta la mar y deresera de Montevideo chiquito {el Cerrito) corriendo su deresera hasta el arroyo que llaman de los Migueletes de Reserva y señalo para defensa y propios de esta ciudad en conformidad con la ley trece y catorce, libro cuarto título siete de las recopiladas de Indias y declaro que estas defensas han de correr desde la costa de la mar y fin de la legua del Ejido por la falda de Montevideo chiquito (el Cerrito) hasta topar con dicho arroyo de los Migueletes, por esta parte del Oeste, hasta la ribera de la ensenada de este puerto . . . se ha de seguir a la suerte de José González de Meló, cuatrocientas varas (v. esta medida, en nota 2 de este capítulo) para José Burguez (Burgués) y luego a su lin- 67 de ha de entrar Juan Antonio Artigas con otras cuatrocientas ¡/aras y luego a su linde Sebastián Carrasco con trescientos cincuenta varas". C) Reparto de estancias en 1728 "En la banda de acá del arroyo Pando, poniendo la aguja (brújula) en una isleta de ceibos que está entre el bañado y los médanos, se encontró una barranca de tierra colorada y tosca y allí se hizo un mojón, dándoles a reconocer a los interesados qi.e allí estaban que aquella barranca es el mojón principal que dejo señalado en dicho Arroyo de Pando y como cosa de cien varas del mojón referido está un gran zanjón que lo declaro por seña de dicho mojón y barranca referida, de esta banda de dicho arroyo se midieron treinta varas (tres mil) para el Capitán Juan Antonio Artigas (ya era Capitán en 1728) 1 suerte" (cada suerte tenía 3 mil varas de frente por legua y media de fondo, la tierra adentro). D) Segundo reparto de chacras -Enero de 1730- en dirección al Cerro de Montevideo, desde el Miguelete. Se le otorgaron, con número ordinal 18, 400 varas para el Depositario General Jorge Burgués, "y luego (No. 19) a su lindero cuatrocientas varas para el Capitán Juan Antonio de Artigas Alcalde de la Santa Hermandad", ". . . y luego a su lindero (No. 20) trescientas cincuenta varas para Sebastián Carrasco". 3e dejaba entre suerte y suerte un callejón de 12 varas de ancho "para que sirva de abrevadero según está ordenado por la Ley citada en Cabeza de Padrón , . . " (6) Capitán: Juan Antonio Artigas Teniente: Ramón Sotelo Alférez: José de Metrio Sargento: Lorenzo Calleros Alférez (reformado): José Burgués. (7) Changador. El eminente filólogo catalán Joan Corominas, en su "Diccionario Crítico Etimológico de Lengua Castellana " (volu- (8) men 11, ch-k, páginas 17/18) dice: "Changador: arg.-urug., "mozo de cordel"; significó antiguamente el que se dedica a matar animales para sacar provecho de los cueros y parece extraído de changada, cuadrilla de changadores dedicada al transporte de cueros, tomado del portugués, ¡angada, "almadía", por hacerse este transporte en balsa por los ríos Paraná y Uruguay; la voz portuguesa procede del malayálam cángádam id., lengua dráudica de la India. 1a. doc. 1730. Actas del Cabildo de Montevideo". En efecto, changador se aplica no sólo al faenero, sino a un particular faenero, que realiza su tarea para contrabandear u ofrecer su producto en otro punto y que lo hace por su cuenta, actuando como patrón. De acuerdo con una numerosa documentación consultada, principalmente partes del Corregidor de Santo Domingo Soriano, en las primeras décadas del siglo XVIII, nos enteramos que el contrabando de cueros faenados en el interior, se hace a la Colonia del Sacramento, por medio de barcos livianos de un solo palo y almadías (balsas), a los que en esos mismos documentos se da el nombre castellano -pero también de origen asiático- de champanes. Se utilizaba para ello los numerosos cursos de agua que desembocan en el Uruguay y el Plata y después por la costa de estos ríos hasta el puerto de la Colonia. Es lógico suponer que los portugueses aplicaron a estas almadías el nombre de jangadas, denominación que aún se les da en el Paraná y Alto Uruguay y a los patrones de ellas, su derivado, usual aun hoy día en dicha lengua: jangadeiro o ¡angadoiro, que habría de hacerse extensivo a todos los patrones que les vendían cueros de contrabando. El término recogido por los españoles, se transforma fácilmente en changador: jangadoiros = changadores, teniendo en cuenta que la " J " con prosodia portuguesa suena casi igual que la " c h " , chicheante española. Timóte dio el nombre al arroyo homónimo en el departamento de Florida y EL JEFE DE LOS ORIENTALES quedan aún restos de los galpones de su graseria, en sus cercanías, testimonio histérico-arqueológico del mayor interés, en campos de la sucesión del Dr. Alejandro Gal I i na I Hober, Estancia "Santa Clara", Ruta 6. (9) Monzón fue un accionero de vaquería; los carros a que se refiere eran para el transporte de cueros y dio su nombre al arroyo del departamento de Soriano, campos de la familia Sáenz Gallinal. (10} Baqueano, práctico de la tierra, piloto. Generalmente se elegían indios para ello. Reconocían los lugares o "pagos", hasta por el tipo de tierra o el sabor de los pastos y conocían todos los "pasos", picadas en los montes y demás accidentes geográficos imprescindibles para moverse en un país totalmente salvaje. El General Artigas, como Lavalleja y Rivera, por ejemplo, fueron grandes baqueanos, condición característica de los gauchos. (11) Los "vaqueros" eran los hombres que se dedicaban a la vaquería como peones. Semilla misma del gaucho. Criollos, muchos mestizos e indios tapes, formaban cuadrillas que se "conchababan" a los españoles o actuaban clandestina- EL JEFE DE LOS ORIENTALES mente para los portugueses. Hábil ísimos jinetes, pasaban casi toda la vida a campo abierto y usaban con pasmosa capacidad el cuchillo, el lazo y el desjarretador, de herencia europea, o las h " ' ' ...-.ds de origen indígena. (12) Desjarretador, media luna de acero o hierro con filo, colocada en el extremo (enastado) de un palo de 1m50 a 2m. aproximadamente de largo, Con ella, desde el caballo y a la carrera se cortaba el garrón de una pata (trasera) del vacuno, que quedaba así sin poder moverse. Por este procedimiento un hombre bien entrenado en su uso, derribaba muchos animales en una sola cacería. (13) Tratado de Madrid, que daba la Colonia a España y los Siete Pueblos de las Misiones Orientales del Alto Uruguay a Portugal, división que provocó la llamada Guerra Guaran ítica. (14) En 1753 se hace un censo de ganado vacuno existente en la jurisdicción de Montevideo y Juan Antonio Artigas figura con 60 cabezas. (Si se comparan con las 4.200 de Manuel Duran o las 40.000 de Francisco de Alzaibar, iqué pobre era Juan Antonio Artigas después de tantos anos de servicios al Rey y tantos sacrificios!). 69 Capitán de Caballos Corazas Juan A. Artigas Bronce - autor Ulrico Habegger Balparda 70 F .0. Assuncao - W. Pérez VI Martín José Artigas EL VELATORIO Es, la mañana del 9 de abril de 1775. Montevideo se ha visto conmovido por la noticia del fallecimiento de uno de sus vecinos fundadores y más conspicuos en su trayectoria, como Cabildante, como Capitán de Milicias. El Viejo Artigas ha muerto la vi'spera. Esa figura patriarcal, respetada de todos, característica, señera, con su actitud paternal, severa y bondadosa, tan querida, ha desaparecido. Las campanas de San Francisco tañen a muerto. En la capilla se levanta el túmulo negro con estrellas y galones de plata, los cirios esparcen su luz mortecina y temblequeante, llenando los rincones de sombras móviles.; Vaharadas de incienso perfuman y llenan de humo el ambiente, cálido, pesado de presencia humana, silenciosa, recogida, excepción del llanto de las plañideras, que arrebujadas en negros mantos penitenciales hacen coro gemebundo a los rezos de los barbudos frailes envueltos en las espumosas albas flotantes sobre los rústicos y pardos hábitos talares. Todos oran por el buen Hermano d ) , el viejo Capitán, tan cristiano. Junto al túmulo, frente al altar, un hombre de mediana talla, ni EL JEFE DE LOS ORIENTALES 71 bajo ni alto, pero de buena estampa, todo vestido de terciopelo negro: chaquetón, armador y calzones. Descubierta la cabeza redonda, de ralos cabellos agrisados aunque castaños, afilada la nariz, inquieta la mirada de sus ojos, igualmente grises, pálido, sereno, aunque el dolor le marca hondas las ojeras y acentúa el surco de los labios, en un cuasi rictus. Toda la angustia de su espíritu se proyecta en la mano diestra posada, crispada y temblorosa, sobre el hombro del jovencito que está a su lado, junto a otro de mayor edad. Ambos igualmente vestidos de riguroso luto. Es el Capitán Martín José Artigas, hijo y albacea del muerto, con sus hijos Nicolás y José (2). Mira el cadáver vestido con el hábito del Pobrecito de Asís , sobre el cual reposan su espada, la vara de Alcalde y su sombrero e insignias, y recuerda . . . Su infancia, en aquel Montevideo de intramuros, con más de pueblo casi mísero que de fuerte o presidio y ciudad. La juventud entre ella y el campo, alternando estudios con tareas rurales, de las más rudas y sacrificadas: los rodeos de ganados casi chucaros, para amadrinarlos, las volteadas épicas, con cuereadas y graserias, las sementeras y cosechas, las entradas de indios bravos. Su enrolamiento como soldado en las milicias de vecinos, cuando no había cumplido los dieciocho años de su edad. A servir él, junto a su padre, tan admirado y querido siempre. Esa figura familiar, severa y dulce a la vez, austera y bondadosa, que en todo momento constituyera para él un paradigma: el modelo. Cuan grande el orgullo indisimulado de ambos; cuánta emoción en su actitud al pedirle su bendición, besando su mano, rodilla en tierra; cuánta en el abrazo recio que se dieron luego. Y, al cumplir los veinte, su ingreso en esa Orden Tercera de San Francisco, de la que devotos eran él y su santa madre, cuya muerte, dos años ahora pasados, el Viejo nunca pudiera superar. Los ojos se le nublaron, a pesar de su fortaleza y, en apariencia, fría serenidad. Cerca suyo estaban, su entrañable amigo y compadre, Nicolás Zamora, su cuñado, José Villagrán, hombre bondadoso aunque algo hipocondríaco de temperamento, también José Torgués, antiguo soldado de su padre y ahora inválido arrimado a su casa (3). El aire cada vez más caliente y viciado, se hacía por momentos casi irrespirable. 72 F.O. Assuncao - W. Pérez Volvió a sumirse en el ayer, como en un antídoto, en una manera dü evasión-comunicación . . . Su boda, en la Matriz, aquel gris día de mayo, dieciocho años atrás, ante el Reverendo Dr. Bárrales, su párroco, con su amadísima Francisca Antonia Aznar, hija de aquel bonachón y querido Felipe Pascual Aznar —Dios le guarde— fallecido meses atrás, viejo soldado que sirviera con su padre y como él, un aragonés rectilíneo, sobrio y simple, sin las luces ni las ambiciones de éste. Y, por sobre todo, avasallante, como la propia personalidad de ella, le asaltó el recuerdo de su buena suegra: María Rodríguez Camejo (4). Aquella canaria exuberante, vivaz, alegre, laboriosa, ahorrativa y más que nada jefa de hogar hasta la médula. Organizadora de la vida de los suyos, criteriosa, capataceando la administración familiar para que los esfuerzos de los hombres rindieran los mejores frutos, que adoraba a aquella hija de su vejez, dulce Francisca, y que sentía un auténtico amor de madre y un gran respeto por él, ese yerno capaz, de actitud patriarcal ya en su juventud, en quien reconocía al hombre de ideas y de acción, de empaque y de mando, de honor y de férrea voluntad: el jefe de familia por antonomasia. ¡Qué bien se llevaban suegra y yerno! A tal punto que la casa de ella y don Felipe, aquella casona solariega, de recias paredes de piedra, en una sola planta, con amplio terreno (5), en la esquina de la calle de la Fuente (luego San Luis y hoy Cerrito) y una calle sin nombre (que se llamaría más tarde de San Benito y hoy es la calle Colón} fue su hogar desde entonces y el centro de su tan feliz vida familiar y donde nacieron sus hijos tan queridos: Martina la regalona, heredera de las dotes de su abuela y su madre; ese reservado y serio Nicolás, que ahora, con quince años, estaba a su lado y . . . la mano derecha otra vez se crispó sobre el EL JEFE DE LOS ORIENTALES 73 hombro del niño, quien volvió hacia él la mirada penetrante, vivísima e interrogante de sus grandes ojos acelestados, este José, su Pepe. Ese niño rubión, sensible, tan inteligente como inquieto, tan curioso como introvertido, tan caudillo entre los de su edad, como reservado (sin ser nunca tímido), ante los mayores, a los que escuchaba, más con avidez que con mero respeto. Ese predilecto de entrambos abuelos, al que su suegro dejara una capellanía, que esperaba su edad adecuada y al que el Viejo Capitán, su padre, ése a quien ahora despedían en el viaje sin regreso, también distinguía en forma particular, mirándose en él como en la esperanza de su vejez, como si aquel muchacho fuera el predestinado a cumplir los sueños que él no pudiera materializar. En esa mezcla de recuerdos alegres y tristes, cuando ya la muerte tantos dolores causara a su hogar, evocaba cómo, unos meses atrás, en la estanzuela de don Melchor de Viana, que oficiara de padrino y con la presencia patriarcal de don Juan Antonio, todavía entonces en bastante buena salud, en las vísperas de la Navidad de 1774, fueron confirmados sus hijos varones, Nicolás, José, Manuel y Pedro, pues el pequeño Cornelio apenas tenía un año. Cuánta alegría y bullicio por la ceremonia cristiana, tan cara a su sencilla y profunda fe. Con dolido deleite volvía a pensar en su padre, y en aquella enorme felicidad que el Viejo sintiera cuando a su Martín, a él, le dieran por vez primera, la vara de Cabildante o Regidor, designándosele Alguacil Mayor. Tenía apenas veinticinco años, llevaba uno de matrimonio y la vida se presentaba ante él —con su porte severo y, un si es no es, casi altivo, o más bien tan seguro de sí—, como algo a conquistar, etapa por etapa, con esfuerzo, pero sin vacilaciones ni dudas. 74 F.O. Assungao - W. Pérez Y . . . ¡las cosas que se pueden recordar en momentos así!. . . su primer fallo judicial, el perdón que pidió para dos muchachitos que habían sido presos —el principal culpable, un portugués de la Colonia, se escapó— con una tropilla de yeguas, muías y caballos, en las cercanías del Chuy, próximos a pasarlos a tierras de Portugal. Eran tan jóvenes, parecían, tan ingenuos y acaso el quehacer normal de los campos ¿les decía que eso estaba mal? La actitud paternal, comprensiva, que parecía ser la esencia del ser de su familia, salió a luz y había pedido el perdón para ellos . . . Después, en 1761, la elección como Alcalde de la Santa Hermandad, ese cargo que, al fundarse la ciudad, ocupara su padre con tanto celo y dignidad, a lo que se sucedieron el ascenso a Teniente de Milicias, la designación en el año de 65 como Alcalde Provincial, cargo que ahora y desde enero del 74 ocupa, por segunda vez, en e! 1768 la dignidad de Alférez Real y en el año de 71, el ascenso a Capitán. En verdad que eran ya largos e importantes los servicios prestados al país y a la Corona, siendo, a pesar de estar aún en edad florida, uno de los más antiguos regidores y un, en verdad, veterano oficial de milicias de Caballería. Esto le hizo reflexionar. La situación con el Portugal se agravaba día a día, la guerra era un hecho sin vuelta. Esa guerra que aparecía periódicamente como algo inevitable, ese tema que como un ritornelo trágico envolvía el destino de los dos pueblos ibéricos, hermanos de sangre, de religión y costumbres y fraternalmente unidos por las íntimas y reiteradas alianzas matrimoniales entre sus príncipes y princesas, en cada generación y que cada generación de sus pueblos veía frustrar sus esperanzas de paz y unión duraderas, con un nuevo conflicto, en la Penínsuta y en América. Que reencendía pasiones, separaba a los hermanos, traía, como todas las guerras, la desolación, la muerte, la miseria, el odio, el temor, el dolor, el hambre, la enfermedad . . . . a veces la victoria, muy pocas la gloria . . . EL JEFE DE LOS ORIENTALES 75 Todo esto pensaba, recordando, en particular, la campana contra los indios guaraníes de los Siete Pueblos y, muy en especial, por las actuales circunstancias, la de 1762 y 63, las guerras del Señor Don Pedro de Cevallos contra los lusitanos, con el asalto y toma de la Colonia del Sacramento y del Presidio del Río Grande de San Pedro del Sur. . . Los rezos terminaban. Un cuchicheo de voces ahogadas fue tomando su lugar; muchas manos venían a encontrarse con la suya, en saludo de pésame; las lloronas proferían sus últimos gemidos y sollozos para justificar la tarea concienzudamente cumplida; un rumor de pasos indicaba que las gentes se dirigían, con alivio, a la salida de la capilla en búsqueda del aire, ya que no del sol, ausente ante un techo de nubes bajas, plomizas, torvas en su amenaza de un seguro y pronto chubasco otoñal; cálida y pesada la brisa llegada desde la bahía, portando fetideces varias . . . SANTA TECLA 27 de febrero de 1776. Cae la tarde sobre el Fuerte de Santa Tecla. El día ha sido bochornoso, casi insorportable la temperatura, que ahora, con una suave virazón del sureste, empieza a descender. Los cinco baluartes están bien compuestos, limpios y alisados los terraplenes de tierra, reforzadas las empalizadas y barricadas. Listos los cañones. Levantado el rastrillo (6). Todo a pesar que no se ve un enemigo en redondo, entre los verdes valles y cuchillas circundantes. Se han sacado el ganado y las caballadas del corral antiguo para hacerlos pastar y abrevar en la noche, a cubierto de un ataque sorpresivo de las fuerzas del 76 F.O. Assunqao - W. Pérez Comandante Rafael Pintos Bandeira. Hombre conocido entre los merodeadores de la raya de frontera, más que oficial de milicias, jefe de gauchos, esos temibles hombres sueltos dedicados al contrabando, el abigeato, el asalto a pulperías, el robo de mujeres y el tráfico de caballos y muías, que desarrollaban una dura guerra de guerrilllas, con algo de horda y mucho de aquellos ancestrales jinetes de la vieja berbería que señoreaban por tierras de España y Portugal. Sobre la explanada del baluarte de San Agustín, se recorta una figura no exenta de señorío, a despecho de su falta de uniforme y el cierto desaliño de sus ropas provocado por el calor de la dura jornada transcurrida en esa tensa espera. Es su jefe, el Capitán de Milicias de Montevideo, don Martín José Artigas. Cuarentón, apuesto, delgado y de buena contextura muscular, algo echado a los ojos el tricornio, para hacer sombra a los ojos de modo de mejor poder mirar a lo lejos desde su atalaya.. Perfilado, un pie sobre la banqueta de piedra, cerca de una pieza de artillería, viste chaqueta y chaleco de bayetón azul —ambos desprendidos— calzón de tripe (7) también azul, cinto de ante con su porta espadas, botas altas, granaderas, de cuero flexible. La camisa de bretaña (8), abierta, deja ver sus puños con cribos por los de la chaqueta y aquellas dos manos nervudas, aunque no rústicas que, con cierta parsimonia golosa, abren una caja de tabaco en polvo, de aspa con finos soajes de plata. Toma una pulgarada, se la lleva a la nariz, afilada y algo aguileña, más bien pronunciada, sorbe, estornuda, guarda la rapetera, en una bolsa de fino descarne, colgante del cinto a modo de escarcela o limosnera y vuelve a mirar a lo lejos, y a reflexionar, en un repaso mental, como gusta hacer con frecuencia, de los hechos de los últimos tiempos. Bisiesto, tenía que ser ese año de 76, para presentarse tan difícil con esa guerra . . . Y él metido en ella. No era la primera, no señor, y ciertamente no sería la última, si Dios guardaba su alma de ésta. . . EL JEFE DE LOS ORIENTALES 77 El sol caía a sus espaldas, alargando frente a él su propia sombra, la de la batería y de una enorme higuera tuna que predominaba el paisaje cercano. Todo parecía tan sereno a esa hora, los rumores del campo se acallaban y ni el grito alerta de los teros indicaba movimiento alguno extraño, aunque todos esperan un inminente ataque de los portugueses. Después de la muerte de su querido padre, el viejo Capitán, Martín José aceptó el encargo de organizar y comandar un convoy de carretas para traer auxilios .en armas, municiones, víveres, ropas y gentes a la guarnición de Santa Tecla, visto el desarrollo de los acontecimientos beligerantes con Portugal. Dos viajes había hecho hasta allí, el primero redondo, soportando los rigores de un crudo invierno, superando pasos desbordados, lodazales que hacían enterrar los pesados vehículos hasta los ejes, lluvias torrenciales que impedían hacer buenos fogones nocturnos, heladas terribles que arriesgaban la vida de hombres y animales. Habían sido jornadas durísimas, sin sosiego ni descanso. Siempre sobre el caballo, o en continuo trajín para evitar problemas o accidentes. En el segundo viaje, mucho mejor pues fue veraniego el tiempo, él, con hombres de las milicias que le acompañaban, quedaron en el fuerte al que llegaron el 4 de enero, reforzando su guarnición y a la espera de esos acontecimientos bélicos que ahora parecían inminentes. La noche ha cerrado sin novedades. La tropa descansa en los ranchos del fuerte de Santa Tecla; sólo los guardias siguen sus rondas por los paseos en lo alto de los baluartes, protegidos por las estacadas y barricadas a modo de parapetos. Son las tres del día 28 de febrero del año del Señor de 1776. Una patrulla de caballería, de las que guardaban de los ganados fuera del fuerte, advierte la presencia de un "bombero" o espía portugués y avisa, después de darle la voz de alto, descerrajarle un tiro e intentar, infructuosamente, detenerlo. Se inició, entonces, el movimiento previsto en el plan de defensa, que consistía en primer término en recoger las caballadas de reserva y ganados de abasto encerrándolos en el gran corral contiguo a la fortaleza. Al intentarlo, fueron rechazados por nutrido fuego de los enemigos, que iniciaban su ofensiva a la fortaleza, amparados en las sombras. 78 F .O. Assuncao - W. Pérez Hubo ataques y contraataques. Los defensores consiguieron recoger cincuenta caballos en el corral, pero lo más de las caballadas de reserva, la boyada de las carretas del Rey, que condujera el Capitán Artigas —una cincuentena de animales— y los ganados de los1 indios tapes misioneros que trabajaban en las obras, todos fueron copados por los portugueses; estos llevaron a cabo varios avances, siendo repelidos, y desalojados, en algunos casos, por fuerzas salidas de Santa Tecla o por los tiros de cañón, principalmente de los baluartes de San Miguel y de San Agustín, el que comandaba el Capitán Artigas. Hubo, igualmente, intercambio de misivas entre el Comandante Luis Ramírez y Rafael Pintos Bándeira. Este siempre insistiendo en la rendición, aquél firme en la defensa del puesto encargado a su mando y custodia. Y hasta un encuentro entre los dos capellanes. Los buenos oficios para lograr un alto a las hostilidades y negociaciones, son tan viejos como la misma guerra que el hombre en su tosudez bárbara ha inventado. Lo divertido del encuentro de los dos frailes, es el contenido de las quejas del español. Pide a su colega que cesen las bufonadas groseras de los sitiadores a los sitiados, que insistían entre palabras gruesas, según relata la crónica coetánea, en bajarse los calzones y mostrarles el trasero. En todos los tiempos se han cocido habas . . . como señala el viejo refrán. El día 17 de marzo, como casi todos los de esta época de clima ideal en nuestro país, amaneció claro y sereno. A poco de amanecer unos jinetes portugueses bajaron a la carrera, hasta el sitio de la gran higuera tuna para llevarse un caballo que allí estaba; se les hizo una fuerte descarga de fusilería, lo que les sacó la ¡dea, pues se retiraron más rápido de lo que bajaron. El Comandante Ramírez dispuso entonces una salida del fuerte a fin de cortar forraje para los caballos y pocos animales de consumo restantes., Formaron para salir, cincuenta hombres de infantería y dragones desmontados, divididos en dos partidas de veinticinco hombres cada una, la primera bajo el mando del Sub-Teniente de Infantería don José Joaquín de Viana (hijo del Mariscal y ex-Gobernador de Montevideo) y la segunda por el Sargento Juan Caballero, a los que acompañaban veinte hombres de milicias (verdaderos gauchos) e indios tapes vaqueros, a caballo, al mando del Capitán Martín José Artigas. EL JEFE DE LOS ORIENTALES . 79 Salieron en tres columnas y marcharon hasta un gran bajo donde los buenos pastos altos aseguraban su propósito de recoger forraje. A l l í se apostó la infantería y los milicianos e indios empezaron a cortar el pasto y embolsarlo al par que sus propios animales aún enfrenados, pastaban el abundante gramillal. En ese momento los portugueses atacaron con violencia a la caballería. Martín José Artigas, puso en retirada en orden a sus hombres, ayudado por el fuego bien calibrado y nutrido de la infantería, hasta que, llegado Ramírez al lugar de las acciones, ordenó detener la retirada de la caballería y avanzar la infantería, esto es, dar frente al enemigo. Visto lo cual, éste se retiró y así se consiguió el regreso al fuerte, de las partidas, sin experimentar desgracia alguna y cumplido el propósito de cargar el forraje. El 24 de marzo, una semana después y cumplido un mes del sitio, la situación de los sitiados se hacía insostenible; hecho recuento de bastimentos de boca, se concluyó que alcanzaban para cinco o seis días. Ya no había forma de abrevar y alimentar los caballos que les quedaban. Tan estrecho se había vuelto el cerco. En este estado de cosas, habiendo sido dado como rehén de buena fe a los portugueses el Sub-Teniente de Viana, se empezaron a pactar las capitulaciones. Las que se establecieron en su redacción definitiva, el siguiente día 25. Por ellas se respetaba la vida de todos los sitiados, permitiéndoseles salir, con toda la tropa y llevando sus efectos, gozando ésta de los honores de la guerra. Así lo efectuaron el día 26, saliendo por la puerta del fuerte, con todas sus armas, con doce cartuchos cada hombre, a tambor batiente, con la bandera o estandarte desplegado y mecha de cañón encendida. Les escoltaban las seis carretas del Rey, una de ellas bien entoldada con cueros y quincho de paja, a efectos de trasladar sus avíos hasta Montevideo. Se les dieron, por parte de los portugueses 150 caballos para la marcha y 20 reses para su sustento (9). Martín José Artigas iba, erguido sobre su caballo, terciado el poncho de seda veraniego, golpeando su espada contra las caronas de su lomillo, algo inclinado el sombrero gacho o chambergo de paño negro, firmemente cerrados sus labios finos, con la mirada aparentemente perdida en el horizonte lejano hacia el rumbo suroeste. Sólo los agujazos de las espuelas de plata que se sujetaban en los calcañares de sus botas granaderas, sacando sangre de los flancos de un buen caballito zaino colorado que montaba y que a cada toque amenazaba con un bote, contenido por su mano firme de buen jinete, sólo esos agujazos demostraban su estado de ánimo interior. . . 80 F -O. Assuneao - W. Pérez Varios paisanos e indios, que cabalgaban cerca suyo, le miraban y se miraban entre sí, asombrados de verlo descompuesto, a él, un hombre siempre sereno y reflexivo, pero comprendían sus sentimientos. También ellos sentían el gusto amargo, el sabor de cenizas en la boca. Martín José Artigas, los miraba, a su vez, de rabillo de ojo: - Tal vez sean estos hombres, los hijos de la tierra, los destinados a lavar estas afrentas, de expulsar al intruso y poner en segundad y fijar las fronteras. A él, como a su padre, les había tocado intentarlo, pero en vano . . . Tome de mi un ejemplo: obre y calle, que al fin nuestras operaciones se regularán por el cálculo de los prudentes. 17/XW18I4 EL JEFE DE LOS ORIENTALES 81 Notas al Capítulo VI (1Í El Capitán Juan Antonio Artigas, su esposa y su hijo Martín José, eran Hermanos o Cofrades de la Orden Tercera de San Francisco. (2) Martín José Artigas casó con Francisca Aznar Rodríguez, hija legítima de Felipe Pascual Aznar y María Rodríguez Camejo, en la Iglesia Matriz de Montevideo, el 23 de mayo de 1757, siendo testigos Nicolás Zamora, Blas Mendoza "y otros muchos". Tuvieron los siguiente hijos: Martina Antonia el 4 de noviembre de 1758, bautizada por el cura Bárrales el día 7, siendo sus padrinos José Escobar y María de la Encarnación Artigas (sus tíos); José Nicolás (llamado siempre Nicolás) el 8 de setiembre de -1760 bautizado por el mismo cura el día 17, siendo sus padrinos también los mismos; José Gervasio (llamado siempre Pepe o José, a secas) el 19 de junio de 1764, bautizado igual que sus hermanos, en la Matriz, el día 21, por el Tte. Cura Dr. Pedro García, siendo padrino Nicolás Zamora; Manuel Francisco, el 21 de julio de 1769, bautizado el día 24 por el Dr. José Manuel Pérez Castellano, siendo sus padrinos Francisco Bermúdez e Ignacia Artigas (abuelos de Miguel y Manuel Barreiro, amigos del Procer, que tanto sirvieron la causa artiguista y patriota); Pedro Ángel, el 28 de junio de 1771, bautizado también por Pérez Castellano el I o de julio, siendo sus padrinos Ángel Rodríguez y Josefa de la Sierra; finalmente, Cornelio Cipriano, el 15 de setiembre de 1773, bautizado el día 18 por el P. Felipe Ortega, siendo padrino el mismo Ángel Rodríguez. Agregamos que ya está fuera de toda duda el lugar de nacimiento del Gral. Artigas, en Montevideo, esquina de las calles Colón y Cerrito y que se le llamó José por tradición familiar y Gervasio por ser el 19 de junio el día de los Santos Gervasio y Protasio. Por último, cabe acotar que su madre, Francisca Antonia Aznar, en realidad —y pese a que siempre usó tal apellido, segundo de su padre, a veces 82 con diferencia de grafía, como Arnal, Asnal o Arnat— se llamaba Francisca Antonia Pascual Rodríguez, pues su padre Felipe era hijo de Jacinto Antonio Pascual, —hijo a su vez, de Jacinto Pasc u a l - y de María Aznar, hija de Francisco Aznar, (31 Estos, son personajes que luego estarán ligados a la vida del Gral. José Artigas: Villagrán era el padre de su esposa (y su tío político) Rafaela Villagrán y el Tcrgués u Otorgues, que aqu í se menciona, padre de Fernando Otorgues que fuera uno de sus lugartenientes en la guerra de la Emancipación. (4| María Rodríguez Camejo era una pobladora canaria, llegada a Montevideo en 1729 con su primer esposo Francisco Ruiz; con cuatro hijos, viuda joven aún, casó con Felipe Pascual A2nar, soldado aragonés de nacimiento, menor que ella, un hombre sencillo, fuerte, trabajador, humilde y de recia apostura. Con él tuvo esa sola hija, Francisca, su predilecta, la imagen de la madre, que fue su entrañable compañera hasta su muerte y, no sólo la heredera de sus bienes, sino también de esas particulares funciones de administradora del patrimonio familiar, y madre de nuestro Procer. (5) Lo forman, en definitiva, tres solares, con un área total de cincuenta varas (m. 41,75) de frente por setenta y cinco (m. 62,63) de fondo, en la esquina de las hoy calles Cerrito y Colón, con una casita anexa, también de piedra, donde vivían los suegros de Martín José, desde 1767 en adelante. Esa es la verdadera casa natal del Héroe, sin dudas de especie alguna y remitimos al lector al minucioso trabajo al respecto de Juan A. Gadea del 14 de junio de 1974 en Suplemento Especia!, publicado por el Ejército Nacional (Departamento de Estudios Históricos del Estado Mayor del Ejército) apartado del Boletín F.O. Assuncao - W. Pérez Histórico del Ejército N*> 132 • 135 (Tercera edición), en el cual la describe asi': "La casa no era amplia. Tampoco podía llamársele bella. Pero resultaba cómoda". "En 1832, en que le fue adjudicada a la hija primogénita Martina Antonia, la acción del tiempo ya le había causado deterioros, pero mantenía todavía cubiertos sus gruesos muros de piedra y firme su alargado techo de teja, a dos aguas, de aleros rasantes, techo cuya construcción había demandado en su lejana época —y vaya el detalle para los que gustan de cifras exactas— el empleo de 5.000 tejas, sin una más ni una menos ". "De acuerdo a su orientación en aquella esquina, la casa recibía el embate de los vientos del sur, por la parte de su mojinete, proyectado hacia la calle San Luis (Cerrito hoy y anteriormente llamada de la Fuente) y por la parte del frontis propiamente dicho, proyectado a su vez hacia la calle San Benito (Colón hoy y anteriormente sin nombre) la bañaban desde el amanecer los rayos del sol". "En este frente se abrían dos pequeñas ventanas' sin rejas, flanqueando a distancia proporcionada la principal abertura, o sea la que, en su lengua/e corrien te, los familiares denominaban desde vieja data con cierto énfasis "portal de entrada". Sus dinteles [sic. Se refiere a los umbrales ] se apoyaban sobre un escalón de piedra. Hacia la esquina se abría la segunda pu erta, también con su escalón ". "Construidas en un solo cuerpo, la casa alargaba allí su planta rectangular de unas 18 varas de largo [ m. 15,03] por 6 y media de ancho [ m. 5,4275 J. teniendo una altura de 3 varas [ m . 2,52] hasta los aleros y 5 [ m. 4,18 ] hasta la cumbrera. En esta planta se contaban tres piezas corridas, también con denominación propia en el lenguaje familiar, o sean "el cuarto esquina", "la sala" y "el cuarto dormitorio". "Entre e/primero y la segunda se mantenía interiormente la separación de ambientes mediante una divisoria de adobe, y entre ésta y el último cuarto, rea/izaba EL JEFE DE LOS ORIENTALES igual objetivo otra divisoria en la que se abría una abertura con marco, sin batientes. La sala que no era otra cosa que el comedor [ sic. No compartimos eí aserto de Gadea; en esta época no existía el comedor como tal, y sí la sala o estrado ] , comunicaba a la calle por el "portal de entrada' y recibía la luz también por una de las ven tan ¡tas (ventana a la calle) ya mencionadas. La segunda ventana correspondía al "cuarto dormitorio", que además tenía otra en opuesto sentido (¿o sería una puerta?), con vista al gran patio, sin corredor, (¿no tendría alero?), todo pavimentado de piedra loza y hacia el cual sólo se tenía salida desde las dos piezas primeramente mencionadas ". "En este patio se veía implantado hacia la parte de la calle San Luis (hoy Cerrito), el llamado "cuarto de los viejos", para cuya construcción contribuyó con los materia/es correspondientes Martín José Artigas, según lo ha comprobado ya el lector en ios documentos fotografiados que exhibimos en este trabajo". "En el mismo patio, situada frente al "cuarto dormitorio", del que distaba unas pocas varas, estaba la cocina, lugar de estar de la familia, como todas las de su tiempo, y donde a la hora del asado confraternizaban en rueda cordial amos y esclavos. Era bastante amplia y disponía de un fogón con estribadero, campana y chimenea. Tenía como únicas aberturas una puerta y una ventanita. Sobre sus paredes de piedra, reposaba un techo armado con 18 tijeras [vigas de madera ] y cubierto con 800 tejas. Tal era en sus principales características la casa de Artigas". (6) Rastrillo, verja levadiza a la puerta de algunas plazas de armas. (7) Tripe, especie de terciopelo basto de lana o esparto. (8) Bretaña, lienzo fino del lugar homónimo. (9) La información del sitio y rendición que hemos dado en el relato, proviene del "Diario de lo acaezido en el Fuerte 83 de Santa Tecla Posesionado por SMC (Su Majestad Católica) en el Abanze echo á el por los Basaltos de S.M.F. (Su Majestad Fidelísima) entregado por aquellos a estos en los términos que 84 espresa la Capitulación que Inclué. prinzipiado en 28 de Febrero: y Dexado en 28 de Marzo de 1776". (Archivo Artigas, Tomo 1, pgs. 331 y sgtes.). F.O. Assuncao - W. Pérez VII Una Vida Aventuresca POR TIERRAS SORIANAS La luna riela sobre las plácidas aguas del Uruguay, que lame la ancha y larga extensión del arenal grande o playa de la Graseada ID. El monte criollo se recorta contra el límpido horizonte, como un desigual encaje negro, deshilacliado y roto en partes, lleno de formas sugerentes que semejan, ya un brazo descarnado, ya una mano nudosa de dedos implorantes. El movimiento ágil de algún pequeño animal, sacude por un momento los juncales y una brisa suave, casi imperceptible, mueve apenas las hirsutas, densas, matas de paja brava. Sólo el rezongo bronco de un tigre, merodeando de lejos, al olor excitante de la sangre y la grasa, productos de la volteada, rompe el silencio, poblado de cantos de ranas y grillos nocheros y hace el efecto de una corriente eléctrica entre la caballada, encerrada en un muy rústico corral de palo a pique: las orejas apuntando nerviosamente, las narinas dilatadas, amedrentados los ojos, repentinamente bañados en sudor, lanzando cortos y sordos relinchos, entre movimientos histéricos de vaivén, agrupamiento y mutua.protección. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 85 En un claro del monte, cerca de la playa, bajo la enorme ramazón de un higuerón de copa asombrillada y raíces tortuosas como un nidal de serpientes, un fogón amplio, donde el braserío va amenazando extinguirse, entre la indiferencia general por la calidez de la hermosa noche que preludia el ya cerca verano. Hay una ancha rueda de hombres, en su torno, deformada por la preferencias de cada uno, que se sientan, acuclillados, o se recuestan displicentes, sobre cabezas vacunas —calvas y de ornamental cornamenta- o sobre sus propios recados de montar usando los cojinillos y pelegos, de colores vivos y espesas lanas, como almohadas o cojines. Un pedazo de carne asada pende aún del fierro clavado junto a las brasas. Varios perros, de hirsuta pelambre, pardos y barcinos, grandes, con mucho de mastines, dormitan o roen, por gula o juego, bien saciada el hambre, algún hueso totalmente mondo. Un hombrón, cubiertos cráneo y cara por una maraña de pelos, sobresaliendo apenas entre ella una roja nariz y no menos rojos pómulos y labios; brillando los ojillos, bajo las cejas igualmente pobladas; echado hacia la nuca un sombrerito, corto de ala y copa, en un inverosímil y ridículo equilibrio, indefinible de color y material; gran pañuelo de hierbas <2> de golilla; abierta y arremangada la rústica camisa de algodón dudosamente blancuzca, mostrando así que el vello, espeso y oscuro, era cosa total en su anatomía; envueltos, pelvis y muslos en un gran chiripá, amarillento, de ponchillo a pata (3) y enfundadas las piernas en unas toscas y mal sobadas botas de garrón (4), abiertas desde el medio pie, dejando al descubierto los dedos, ennegrecidos y deformes de estribar entre ellos, con más de garra de loro barranquero o extremidad de antropoide que de pie humano. Acuclillado, literalmente sentado sobre sus talones, se inclina sobre el fuego, lo sopla y aviva con un palito, a efectos de recalentar el agua de una jarrita o calderilla de cobre batido, panzona, abollada y con una 86 F.O. Assuncao - W. Pérez sola asa (5). Mientras ello i ocurre, ensilla (6) el mate que, un momento antes yacía olvidado contra un tronquito, a su lado. Con una habilidad y delicadeza, impropias de sus manazas rústicas, anida la negra y lustrosa galleta en la izquierda y con la derecha, saca la bombilla de latón, lo hace bostear, da vuelta la yerba, vuelve a clavar la bombilla, se acomoda el pecho, escupe, por la izquierda, le pone un poco de agua, prueba el tiraje y, entonces sí, lo llenadel líquido y luego empieza a sorberlo, solemne, con aire goloso y satisfecho con su obra. Cuatro congéneres, igualmentesiniestra la apariencia, rancíoel tufo, colorido y desaliñado el aspecto, semejantes las pelambres, aunque a alguno le cae el cabello en larga trenza a la espalda y otro lo embolsa en el pañuelo atado al cráneo (a la corsaria o marinera), usando una carona como carpeta, juegan a la brisca (juego de naipes) con un mazo de barajas en estado realmente crítico. Una limeta de caña, ambarina, lanza tentadores reflejos golpeada por la luna, pronta a ser besada a turno por los cuatro. Siguen jugando, pero han dejado de cantar tantos a gritos^ blasfemar o burlarse unos de otros, para escuchar. Recostado contra el gran tronco, entrecerrados los ojos, un pajilla, de alas anchas y quebradas, echado sobre la frente, largas las crenchas, poco poblada la barba y el bigote, un aro de oro brillando pendiente del lóbulo de su oreja derecha, metido en un ponchito de verano, ni azul, ni gris, ni verde, cruzada la pierna, cubierta la mitad inferior del cuerpo por un chiripá de bayeta colorada, puesto de mantilla o a lo tape, largos los calzoncillos con cribos (o puntilla), tapándole las botas de potro, bajas las cañas a los tobillos, un cantor pulsa una guitarrita de cinco órdenes o tiple,,y cantaren falsete, alargando y levantando los finales, entre rasguidos rápidos y acordes, unas coplas o romance (7): ¿Es posible Cantarito que hayas venido de día? El Capitán del Salado para vos ha puesto espías. ¿Qué importa que el Capitán ponga espías para mí si yo vengo destinado al Carrizal a morir. . . • '• Cerca de él como tres esfinges, hieráticos, fijos los ojos en el cantor, sin parpadear, tres jóvenes indios. Dos eran tapes de los pueblos de Misiones, tenían el cabello recogido en una trenza a la espalda; uno EL JEFE DE LOS ORIENTALES 87 gastaba un viejo y desteñido gorro de manga <8); ambos, camisas bastas de algodón de la tierra, tejido burdamente, y chiripas, también de jerga, en pata desnuda; el primero fumaba, cachaciento, en un viejo pito de barro, colgándole al cuello de un tiento, a modo de amuleto, un diente de yacaré. El tercer indio era un charrúa, de rostro achatado y color oliva oscuro, sobre la cabeza, recogido el cabello en un extraño moño, un sombrero panza e' burra <9), el torso desnudo, mezclados tatuajes y costurones de heridas, chiripá cortón, de poncho veraniego, entre las piernas, desnudas también; un cinto de tirador, punteado de monedas y adornado de mostacillas (io), sobre una faja de tejido multicolor y las boleadoras, rodeándole la cintura. A su lado un vistoso poncho pampa agenciado quién sabe cómo. Más allá, otro faenero, un mocetón de unos veinte años, cabellos rojizos y ojos claros, tan exóticamente vestido como los anteriores, le sacaba punta, por hacer algo, mediante el filo de un cuchillo de marca mayor que desenvainara de su cintura, a un trozo de madera. Acostado sobre un recado, chapeado y lujoso, envuelto en un poncho de vicuña, la cabeza en un pañuelo de seda roja, vistiendo calzón corto de tripe azul, calzoncillos flecudos y botas, bien sobadas, de ternera, dormitaba, o aparentaba hacerlo, quien parecía ser el jefe del heterogéneo grupo, afeitadas la pera y mejillas como el bigote, el sombrero de fina pajilla, colgando por el barbijo-de una rama cercana. Entre él y el cantor, recostado sobre un lado, escuchando a éste con atención, casi inquisidora la mirada de unos ojos claros, gris-celeste, mirada que pareci'a atravesar la oscuridad de la noche y la de las almas humanas, tan penetrante y fuerte era, un casi niño. Delgado pero de contextura precozmente atléttca, a despecho de una estatura apenas F.O. Assungao - W. Pérez mediana, castaños leonados los cabellos, abundantes, recogidos a la nuca en iuna trenza breve, camisa y chaleco, calzón corto y unas flexibles botas de gatoc\-\) sobadas como guantes, las manos fuertes y delgadas jugueteaban con las hebillas de su cinto, que se había quitado, para más comodidad al dormir, junto a su buen cuchillo, mediano, de puño con gavilán en S. Se Mama José Artigas, aunque todos le dicen Pepe; tiene apenas quince años cumplidos de edad; ha dejado pocos meses ha el hogar paterno y siendo, como es, un hijo y nieto de regidores de Montevideo, anda por esos campos semi-salvajes, haciendo vida de gaucho, aunque no pueda decirse que no tenga ni oficio ni beneficio H2). ¿Por qué esta vida, en lugar de la cómoda y segura, entre los muros de Montevideo o en los campos familiares de sus cercanías? Ni él mismo lo sabe de seguro. Es un imaginativo, un inquieto, por ahora anhela cambios/algo distinto, conocer, ver, sobre todo a la gente (13), esa gente del campo, sin ilustración alguna, que no conoce más reloj que el sol, más libro que el cielo y su experiencia, más motivo de solaz que la libertad del caballo, el hartazgo de carne y, a ocasiones, la pasión fugaz por una china (i4).Sin destino y sin metas, teniendo sólo el horizonte por límite a su libre vaguear; sin bienes y sin hogar, siendo los que movilizaban toda la economía de la región, esa economía basada en la vaquería cimarrona, sin ningún arreglo a normas, condición pastoril casi bárbara. . . Claro que el joven Artigas no comprende todavía tantas cosas con esa claridad, pero muchas las intuye y le inquietan aún más, son como brasas secretas que van prendiendo en su interior, preparando con sorda lentitud, pero sin pausa, un futuro estallido, un hondo incendio futuro. Porque es sí, un inquieto, pero también un reflexivo; tiene siempre necesidad de hacer algo, de moverse en distintas direcciones, pero a la vez lo hace con aparente parsimonia, llena de una especie de energía contenida. A despecho de su edad, tan corta, no levanta la voz, sólo grita en el arreo, es parco de gestos y no muy conversador, pero cuando habla, a los hombres ya grandes y duchos, trasijados por la vida, les sorprende por su lenguaje culto, casi refinado, pero más que eso, por sus observaciones, siempre agudas, siempre penetrantes como su mirada misma. Hay algo de magnético en sus ojos, en esa cabeza noble de frente despejada, cejas no demasiado pobladas, nariz clásica y boca de labios finos, apenas dorado el superior por un fino bozo rubio. Los indios lo EL JEFE DE LOS ORIENTALES 89 quieren con fidelidad instintiva, con esa cosa pura de las culturas simples, sin dobleces ni alambicamientos. Para ellos hay un espíritu en aquel joven, algo trascendente, que no precisa explicación; él, será, ciertamente, para ellos, un payé {15) o un cacique, un jefe de hombres, cuando él, a su vez, lo sea. Hace unos meses que se vino, que dejó el encierro de los muros montevideanos, para entregarse a esa libertad salvaje de la antigua Banda Oriental, cumplimentada con esa abundancia de ganados, que integran el par constituyente básico de la cultura del país. Ese aún indefinido país—frontera, distinto de todo, de marcada individualidad en la América española y, desde luego, ajeno a la portuguesa, no puede ser comprendido ni estudiado, si no se parte de ese binomio libertad salvaje-carne-en-abundancia,. que es la explicación de sus esencias, razones y sinrazones de su íntimo ser y quehacer. Se vino a los campos de su pariente, el Procurador del Cabildo de Soriano, Patricio José Gadea, saliéndose del estrecho marco familiar, del corsé de piedra del Montevideo amurallado, de aquella capellanía, que más que como una promesa, pendía sobre él como una amenaza a su personalidad: —Sacerdote él! Los respetaba, era creyente de corazón, pero no sentía la menor vocación por el sacerdocio, no estaba aún seguro de cuáles, pero sí de que muy otras eran sus miras V futuro— reflexionaba, mientras una casi sonrisa encendía luces en sus ojos entrecerrados, al escuchar los bravios versos del cantor, recordando, simultáneamente, sus días infantiles, sus estudios en el Colegio de San Bernardino, en que los buenos franciscanos tantas cosas útiles le enseñaban y ponían especial empeño en que se esmerara en leer mucho y bien y escribir con buena ortografía y prolija forma, soñando, ellos también, como su abuelo materno, que estaban preparando un siervo de! Señor, un futuro colega. . . 90 F.O. Assunfao • W. Pérez Y él andaba de correrías y aventuras; templando su cuerpo, cada vez más fuerte y vigoroso, cada vez más hábil con el lazo, las boleadoras o el desjarretador, cada vez mejor jinete —había que ver cómo se le apilaba a un bagual— entre la cariñosa admiración y aliento de aquellos hombres sencillos y templando su alma. Sobre todo adquiriendo experiencia, experiencia de vida, conocimiento de sus gentes. El no lo sabía, ni lo intuía entonces, pero estaba destinado a ser profeta de su nación, a darle movimiento con su pensamiento, verbo y acción y para ello era necesario, imprescindible, que viviera así, mezclado con su pueblo, compartiendo su quehacer diario, la dureza de las faenas, la realidad de sus probíemas, reconociendo sus virtudes y profesando sus carencias. Estaba forjándose, como una buena hoja de acero a la acción alternada del fuego, candente y el agua, helada. Cuando el filo de su carácter estuviera listo para la gran tarea, él iniciaría su vida pública en el servicio de la patria y esto sería, al doblar su, actual edad, como el Profeta de nuestra religión, como aquel Mesías que fue carpintero en Judea, al pisar el umbral de su trigésimo tercer año de vida. Entretanto, ahora, había andado de vaquerías por los montes del Queguay, donde se uniera con ellos aquel joven charrúa, gran bombero y excepcional baqueano, como aquellos tapes de los pueblos de Misiones; de ellos aprendía, día a día, los secretos para reconocer un pago o descubrir la presencia de gentes en un lugar, por los detalles más sutiles: gusto del agua o del pasto, inclinación de los árboles al viento, calidad del terreno, en el primer caso; estado de los pastos, señales en el suelo o en la vegetación, olores, en el segundo. Ahora terminaban una gran volteada, con ganados arreados desde el norte: cuereada y sebeada; pronto, changadores de las islas del Paraná, vendrían en busca de los productos para cargarlos en sus almadías. Habrían de marchar, entonces, para recibir una gran cantidad de muías, y algunas yeguas y caballos, del otro lado, en las bajas tierras entrerrianas de monte áspero, animales de las grandes reservas de don Pancho Candiotti, llamado el Príncipe de los Gauchos, un hombre joven en aquel tiempo, de llamativa estampa y carácter, con quien le llegaría a unir amistad grande. Luego, otra vez el arreo, del Arapey al Norte y, en particular, por las tierras misioneras y paraguayas. Ya soñaba con ese gran viaje hasta aquella imantada laguna de Ipacaray, llena de leyendas, entre palmares, en aquellas cálidas tierras, tan rojas como la sangre misma. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 91 Esa gente que formaba el abigarrado grupo, representaba, fielmente, a la población trashumante que constituía el núcleo rural de la vieja Banda Oriental, la gauchería original. Dos de los que jugaban a las cartas eran portugueses, es decir nacidos en la extensa y casi desierta Provincia del Río Grande de San Pedro del Sur, uno de Viamao, el otro del Presidio de Río Grande mismo, como aquel hombrón que sorbía filosófico el mate, que era riopardista. Había un cordobés, el más florido en el juego y un paraguay, que era su compinche o aparcero. El jefe del grupo era tan oriental como el propio Artigas, sorianense por más datos; el muchacho que sacaba punta al palito era un entrerriano, pero nación de origen. En cuanto al cantor, era uno de aquellos hombresmisterio, extrovertido en la charla general, ocurrente y buen relator de sucedidos, pero impenetrable respecto de si mismo; su edad difícil de establecer, aunque parec/a pasar de los treinta. Cuando se le preguntaba donde era nacido, donde residía habitualmente, de qué servía y quien podía dar razón de él, como más de una vez hicieran las partidas, su rostro ancho y varioloso, con claros indicios de ser mestizo o, quizás, un zambo muy claro, se quebraba en mil arrugas, agrandaba la boca en una gran sonrisa y enseñando blancos y agudos dientes de carnívoro, dec ía: —Si pues, nací en el país; transito por el campo a la voz de gaucho; mi techo es el cielo grande y mi cama la tierra buena; cuando preciso una camisa o un poncho, me conchavo; cuando los tengo, me paseo 06); no tengo más amigos que mi caballo y mi perro. 92 F.O. Assun ? ao • W. Pérez LA VARA DE ALCALDE PROVINCIAL Es el día de los Santos Reyes, 6 de enero, del recién iniciado año de 1781; las murallas de piedra de San Felipe de Montevideo, mohosas, llenas deiorín y bastante deterioradas —casi ruinosas en tantas partesparecen iieverberar en un día realmente canicular; de las aguas bastante sucias y fétidas, se desprende como un vaho, compitiendo con el hedor que se eleva de los fosos, más allá del portón de San Pedro. Ni una brisa llega del sur, sobre cuyas negras piedras costeras, desnudas y brillantes por la pronunciada bajante; algunas gaviotas, agobiadas, abren sus picos y graznan, como airadas. El cielo es una perfecta bóveda de cerúleo color, deslumbrante como si la hubieran pulido, apenas salpicada por una vaporosa mota de algodón, que hace soñar a algún optimista con un futuro chubasco que acabe con la canícula. En el recinto del ilustre Cabildo y Cárcel, hay un desacostumbrado bullicio, colgaduras y pendones, servidores y regidores que van y vienen, en medio y a pesar del bochorno, trajeados con sus mejores galas, se aprestan a participar de una ceremonia tradicional en la fecha. Gentecillas del pueblo, curiosas, se agolpan sobre el espacio de la plaza, donde el sol recorta sombras violetas y parece hacer hervir el suelo convertido en un polvaderal. Un mendigo, envuelto en los harapos de un poncho cribado de tiempos y vicisitudes e ignoto color, quitándose el sombrero —con ¡guales virtudes y textura— que cubría apenas su coronilla, ha apostado su cabaüejo, flaquerón, grabado por mataduras y herido de garrapatas y violencias humanas varias, cerca de la entrada, con la intención de obtener algo, de aquellos señores, en tan señalado día para ellos; al igual que un grupo bullicioso de harrapiezos que poco caso hacen de los sudorosos guardias de la puerta, enfundados en uniformes totalmente inadecuados al tiempo reinante, polainas, calzones, chaleco, chaqueta, tricornio, correajes y fusil de piedra con bayoneta de cubo, mediante. Entre los asistentes, entre aquellos que van a recibir de Su Excelencia el Señor Gobernador, las varas e investiduras de sus cargos, se encuentra don Martín José Artigas, su vestimenta toda en negro, blanca la gola de encajes y los puños de su camisa, asomando por las bocamangas de la levita, ceñido y corto el calzón, medias de seda y brillantes hebillas de plata en los zapatos. Está de cabeza descubierta y pasa un pañuelo de seda fina por su frente ancha de incipiente calvicie, EL JEFE DE LOS ORIENTALES 93 sus finos cabellos castaños cada vez más grises en las sienes. Va a ser designado por tercera vez, honor y prueba de confianza realmente muy grandes hacia su persona, como Alcalde Provincial. Siente que, de algún modo, su vida ha culminado; ha llegado a lo más que puede aspirar un criollo, sin noble origen y bienes regulares, en el servicio del Rey, en el marco cachaciento y rutinario de la administración colonial. Es uno de los regidores que más años lleva y más funciones y cargos ha desempeñado, siempre con general beneplácito. Su reelección ha sido unánime; su parecer es respetado por todos; su carrera de armas, limitada también por su carácter de oficial de milicias, ha sido extensa y honrosa: mantiene su grado de Capitán y se le confían, habitualmente, misiones de especial confianza; como vecino es muy apreciado por los de mayor alcurnia y por la generalidad; su consejo requerido y de continuo se le nombra tasador de bienes o buen componedor de disputas entre herederos. La familia, unida y laboriosa, vive a su alrededor, en una estructura patriarcal que heredara de sus padres, teniendo a su mujer como fiel y puntual administradora de los gastos de todos, como le enseñara su bendita suegra —Dios la tenga a su lado-. Se siente satisfecho, con una pizca de sano orgullo, sin dejo aíguno de vanidad, que desconoce su formación austera y profundamente cristiana. Viene pensando en hacer obras en las casas de la estancia del Sauce, propiedad de su Francisca, con la intención que todos pasen allí lo más del año, para lo cual es necesario levantar una nueva vivienda, de cal y canto, con buenas techumbres y acomodos. Una sola sombra vela su espíritu. No es un disgusto. Es una natural inquietud de padre. Su hijo Pepe, el predilecto de los abuelos, está lejos. Ese que él en el fondo 94 F.O. Assunfao - W. Pérez de su corazón paterno, que deseaba ser justo e igual para todos, también prefería, quizás por ser el que más se le parece físicamente, o por esa cosa honda, como una nota de melancolía ante lo que vendrá, que siempre le pareció ver en la mirada del niño, el más inteligente y vivaz de todos, aunque siempre tan suave, casi dulce en las maneras, circunspecto, podría decirse. Ese Pepe, tan querido, movido por el impulso de esa imaginación suya -esa loca de la casa, como le llamara Santa Teresa— que siempre le tenía en alerta, como un ave prontaa elevarse hacia el cielo, había levantado vuelo dejando el nido natal. Quien sabe dónde andaría ahora; lo sabía trajinando las más duras y riesgosas tareas camperas, no las de la labor, más o menos ruda y rutinaria, de la chacra o la estancia organizada que ya conocía desde niño, sino esas otras, mucho más difíciles, mezcla de deporte atlético, de tremenda acción dinámica, con riesgos mortales ciertos, la acechanza de los tigres o los indios bravos o alzados, los propios gauchos y gauderios que cumplían esas funciones, hombres de cuchillo siempre pronto, hoscos, de reacciones imprevisibles a poco que un excitante externo, la vanidad, el alcohol, una mujer, íes afectara. Las toradas cimarronas, agresivas y fieras, las no menos fieras bagualadas, permanente peligro para quien transitara aquellos campos vacíos. El sudor se le había helado, a despecho del calor, en las sienes y en la espalda. Ni sacerdote de Cristo ni cabildante sería, ciertamente, su Pepe, ni soldado. . . ¡quién sabe!, soldado podría serlo, la dureza de EL JEFE DE LOS ORIENTALES 95 físico, la solidez de carácter que estaba adquiriendo, la energía vital que tenía, a despecho de su apariencia más bien linfática, su natural dominio o atracción simpática sobre los que le estaban próximos, todas eran virtudes para un futuro oficial de campaña. . . ¡quién sabe! — se repetía— no sea él, el militar, el jefe, que no logramos llegar a ser, ni su abuelo ni yo. . . iquién sabe!. . . Y sintió que la tensión anterior, que se le había cerrado como una tenaza en la nuca, aflojaba. . . Un murmullo mayor y, luego, el silencio de todos, convergentes las miradas hacia la portada interior de la sala, le sacó de su ensimismamiento. Acababan de entrar Su Excelencia, el señor Gobernador y el Regidor Decano. La ceremonia iba a comenzar.. yo presento ahora unos hombres comprometidos por la necesidad. 96 F.O. Assuncao - W. Pérez Notas del Capítulo VII (1) Creemos conveniente recordar aquí, lo que respecto del nombre de la histórica playa, señalara don Leonardo Daníerí en un interesante trabajo sobre el particular. (Revista Histórica, Tomo X I I , Primera que inmortalizaron los Treinta y Tres héroes de Lavalleja. (2) "Pañuelo de hierbas". Decíase, en campaña, del pañuelo estampado en flores de varios colores. (3) Poncho apala o "a pala". Hecho en telar con "pala". De lanilla de color natural o vicuña, a listas más claras y oscuras y, por extensión cualquier poncho castaño o amarronado claro con rayas amarillentas. (4) "Cronológicamente, según los datos obtenidos, tendríamos como nombres: "Gradan, Graceada, Graciada, Graseada, Gracia y Agraciada". ¿Cuál de estos nombres seria el original?". "Se sabe bien que habiendo sido desembarcados en las Vacas los primeros ganados, fue allí y en toda esa región, donde al principio fueron más abundantes; se explica, pues que una playa tan extensa como la del Arenal Grande, haya sido de las primeras elegidas, por su proximidad y por sus condiciones para cancha de matanza". Botas de garrón o de potro. Consisten básicamente en el tubo de cuero sacado de las extremidades posteriores (patas) de caballares o vacunos. Para obtenerlo se hacen dos cortes transversales en el animal muerto, como en el muslo, lo más arriba posible, el otro en la pierna poco más arriba del pichico (cualquiera de las falanges de los dedos de un animal). Se quita tironeándolo y dándole vuelta de arriba abajo. Se hace necesario, la mayor parte de las veces para una extracción correcta, ir aflojando o desprendiendo con el cuchillo y la mano, el cuero de los tejidos subcutáneos y cortarle los vasos o pezuñas al animal, para que el tubo de cuero salga perfectamente. Sacados ambos tubos con el pelo hacia adentro y la superficie intersticial hacia afuera, la primera operación a cumplir, mientras se halla fresco, incluso mojándolo, es despojarlos de lodos los restos de tejido subcutáneo, raspándolos cuidadosamente con el cuchillo y tironeándolos con los dedos que actúan como "Allí en la rinconada de la playa y del arroyo fueron establecidos los primeros barracones para almacenar los cueros y envasar la grasa, de allí, lógicamente, proviene el nombre: el arroyo de la "Graseada", la "Graseada" del Arenal Grande, transformado después en la Graceada, la Graciada, y por último en la "Agraciada "como todos conocemos". Como se puede comprobar una muy interesante y documentada hipótesis sobre la etimología de la histórica playa . pinzas. Esta operación es la que se llama descarne. Luego torna a darse vuelta el tubo de cuero dejándolo otra vez con el pefo hacia afuera. Sí va a ser despojado de éste, como ocurría en la mayoría de los casos, la operación que sigue es la denominada lonjeado. Se hnce manteniéndolo bien mojado y afeitando el peto con el filo de un cuchillito (varíjero o capador) muy bien afilado y siguiendo la dirección del pelo, es decir "alpelo" y no a "contra pelo". Época, 1924, pg. 689 y sig.L "Solamente dos escritores han dado una interpretación del nombre del paraje: Ordoñana y Berra. Opina el primero, que fue propietario del lugar después de 1860, en sus "Con ferencías", a I señalar el origen de los nombres de esta costa, que lo toman de los primeros pobladores estables: Chaparro, Polonio, Ruiz, Gutiérrez. Hace excepción de la "Agraciada", que manifiesta provenir de una chinita a quien el P. Larrosa bautizara en ese punto. Según Berra, no es admisible otra interpretación que la general, apoyándose en documentos del siglo XVIII, que no señala, que le ha exhibido el señor Domingo Ordoñana". EL JEFE DE LOS ORIENTALES 97 por Fernando O. Assuncao en el Uruguay, éste último a Luis Sosa, en Mercedes, el 30 de mayo de 1965. (Fernando O. Assuncao, "El Gaucho" Torno II, pág. 50 v sgtes.) (5) Calderita de tropero. Durante toda ta época colonial y también avanzado el siglo XIX, fue de uso universal en la campaña, para calentar el agua para el mate, una calderilla de cobre batido, de una sola pieza, con asa del mismo metal, parecida a un jarrito o teterilla más que a una caldera, que normalmente eran, en la península hispánica, chocolateras, de fabricación catalana, aunque muchas veces los artesanos que las hacían eran gitanos de la región de Andalucía. Estas calderitas de tropero, el último ejemplar humano de la tipología rural que podemos considerar heredero de buena parte del bagaje cultural del gaucho, formaron parte de las pilchas o ajuar personal, en esa suerte de hogar ambulante que él mismo y su caballo constituían, en su austera economía vital. Integrando el funcional menaje, junto al chifle y el vaso o chambao, el cuchillo y el mate, ía calderita iba colgada de la barriguera de la cincha. (6) "Bastear" el mate es la operación de quitarle algo de yerba para facilitar la operación siguiente, "ensillar" el mate, que equivale a agregarle un poco de yerba nueva para "componerlo" o mejorar su apariencia, exactamente como se puede hacer poniendo un recadito cantor o un chapeado sobre un caballo mediocre, que ayuda a tapar sus defectos y mejorar su aspecto. También se dice "arreglarle la cara al mate". (Fernando Assuncao, "El Mate", ARCA, Montevideo, 1967-pág. 52). (7) Sobre el dibujo del antiguo cantar coplero español, que servía al relato de hechos o sucedidos, en especial hazañas de guapos y valentones, sé organizó la "cifra" criolla, destinada, igualmente, a contar episodios de neto corte de gauchería. Los versos que siguen, auténtico relato parlante de un sucedido, del romance de "Cantarito", 1u«ron recogidos por Juan Alfonso Carrizo en la Argentina y (8) Gorro de pisón, de manga o frigio. Fue de frecuente uso, de acuerdo a la documentación manejada, este tipo de tocado masculino consistente en una especie de cono o tronco de cono, de tela gruesa y basta (lana, tripe, bayeta, punto) de un color fuerte (rojo, verde, azul) y ribeteado o forrado en contraste vivo, cuyo origen hay que buscarlo precisamente, en aquel antiguo pueblo de Asia que le prestó el nombre (los frigios), de extendido uso en Grecia y Roma y en las varias culturas marineras del Mediterráneo europeo, retomado, con carácter simbólico, por los revolucionarios franceses que derrotaron a Luis XVI, relacionado con la idea de libertad. (9) Sombrero "panza e'burra". Este sombrero, que por mucho tiempo ha sido considerado entre quienes no han hecho estudios científicos y menos comparados sobre estos ternas, como un atributo propio, característico y caracterizante del gaucho rioplatense, especialmente en la época de las independencias nacionales y que nosotros hemos encontrado en uso en la América española desde México a Chile y al que hemos definido en sus orígenes, como herencia cultural europea, particularmente de los arrieros y acemileros de Asturias y León, recibe su nombre por el material con el que se le confeccionaba. Este material se obtenía cortando en redondo el cuero, de la barriga de las burras, normalmente de color blanco o blanquizco. Luego, este redondel de cuero, con pelo, de forma ya naturalmente abombada, se colocaba sobre el extremo de un poste, estirándolo y moldeándolo, hasta darle forma cónica y se ' e ataba un tiento en redondo, para mantener esa forma y se le doblaba el borde de manera de formarle el ala, que siempre era angosta e irregularmente cambrada. Después de seco, como la bota de potro, todo era cuestión de ir amoldándolo con el uso. Debido a la brevedad de las alas F.O. Assuncao - W. Pérez si: 11 salín generalmente volcado sobre la frente y c;l barbijo, quu también era de cuurtj, habituolmente tejido de finos liemos de potrillo, se llevaba sujeto hacia atrás do la cabeza (de retranca), o dehajo di! la nariz. (remando O. Assuncao, "Pilchas Criollas", pg. 88!. (10) El cinto de nuestra gente rural, changadores, gauderios, gauchos, hacendados, peones, etc., tiene, como casi todas las pilchas 'de su JSO, origen en el viejo mundo y en antiguas culturas. Precisamente una antigua tradición peninsular, de origen arábico, la de los finos trabajos en cuero curtido, conocidos como marroquinería, con el agregado de verdaderos bordados en hilos de color (que aquí en el Plata y ya en plena Edad del Cuero del siglo XVIII, serían sustituidos por finos tientos de cuero crudo de potrillo) daría bases artesanales de especial interés a los tiradores, hechos en cueros finos, tafiletes, gamuzas o ante, etc., de colores combinados, recortados y sobrepuestos y con dibujos finamente realizados con tientos también teñidos, siguiendo la mencionada tradición. A veces al cuero también se le pintaba, sobre todo, motivos fitomorfos (flores y hojas) en colores vivos. Otra vertiente cultural, hispánica y provinciana, la de la pasamanería y arte del bordado, vino a coadyuvar en la espectacular confección de tiradores. (11) Botas de gato. Hemos descrito ampliamente en la anterior nota número 4, las botas de potro o de garrón. Las hubo también de vacuno, las cuales era fama que resultaban más flexibles y hermosas que las de potro y otras, por ejemplo, hechas con el cuero enterizo de gato (montes o pajero), también con ef pelo o sin él, o hechos con las patas de puma o de tigre (jaguar). Estas variantes eran predilectas entre los indios (charrúas, minuanes, tapes, pampas, tehuelches) más que entre los gauchos, aunque éstos también las usaran, a veces, por lujo o por fantasear. EL JEFE DE LOS ORÍ ENTALES (12) Respecto de la etimología de la palabra gaucho, hay un interesante trabajo de don Juan Escayola publicado en la Revista "Cimarrón", Año I, N* 5, abril 25 de 1936, pg. 9. Por su parte, uno de los autores, Fernando O. Assuncao, ha llegado en su libro "El Gaucho" Tomo II, pg. 549 y sgtes. a las siguientes conclusiones: "Del valor que se dio al vocablo en los diccionarios castellanos, del significado y la ortografía provenzal, y del significado en francés y su origen etimológico, concluímos que la semántica en castellano sí bien fue por alabeado, también debió ser por "desviado", por "decadente", desde que declivis tiene ese valor, por, en una palabra; "Mal inclinado", "descarriado" o "cimarrón", o "vagabundo", "montaraz", en sentido figurado, aplicación perfectamente lógica con respecto al tipo y que coincide con la línea de los calificativos que se le aplicaron, incluso "gauderio". En realidad la línea semántica en castellano, que corresponde tota/mente con el francés, natural y figurado, es la siguiente de acuerdo con la sinonimia: gaucho - el defecto de una superficie gaucha - gaucha - declivis - declive o declivio - declinación o decadencia (de una raza o de un tipo), declive - desviación - descarrío - extravío - de malas inclinaciones o costumbres, desviarse • vagar • senderear-desencaminar". (13) La historia de nuestro país y la historia de su prototipo humano, el gaucho, es la historia del ganado mayor. Negado a las verdes praderas baldías del oriente del Plata antes que los colonos y fundadores de pueblos. El desarrollo descomunal que ellos alcanzaron entre 1611-17 (ingresos de ganados por Hernandarías) y desde 1620 (por la diáspora provocada desde las Misiones Jesuíticas del Alto Uruguay y Paraná), hasta 1680 (fundación de la I a Colonia del Sacramento), justifica la precipitación de grupos de hombres sueltos de los más diversos orígenes regionales o no, y/o racial-culturales, que han de dedicarse a la explotación, en diversas etapas de dicha riqueza: cue- 99 readas, sebeadas, arreos de vacunos, de caballares y mulares; comercio lícito o ilícito de los animales o de aquellos productos. Por el oeste la vaquería, realizada por gentes de la región litoral occidental (porteños, santafecinos, entrerrianos), por el este el siempre profundo avance portugués, originado en el caminar por la hinterland en el proceso bandeirante -paulísta, con sus arrieros de ganados y contrabandistas. Por el oeste el comercio de las muías, vía Córdoba hacia Lima, por el este el comercio ilícito de las muías, vía Colonia— San Pablo a Minas Gerais. Se va modelando a través de estas actividades la fisonomía de la realidad socio-económica de la región y de los diversos tipos que la sirven, que se complementan y se amalgaman entre sí. Todos precipitan sobre el mismo rico territorio de las cuchillas verdes de las invernadas naturales de la Banda Oriental, poseen un mismo objetivo, la depredación ganadera, caracteres, costumbres y hábitos de vida similares, un casi igual origen étnico europeo, con idéntica interpolación y colaboración sanguínea y cultural de los elementos indígenas, locales y circundantes, y el aporte, circunstancial y periódico, de desertores militares y, sobre todo de la marinería de barcos llegados a nuestros puertos. Entre ellos se definen los mismos tipos especializados de cuyas habilidades y cualidades, todos tienen algo: el bombero, que es el custodio de tropas o de frutos de laiaena (cueros,sebo};centinela avisor de milicianos o de indios cimarrones. El baqueano, práctico o piloto de la tierra, profundo conocedor de la misma, con un prolijo mapa de pasosy accidentes 100 naturales, escondrijos y aguadas, grabado indeleblemente en su retina, en su olfato y hasta en su gusto (diferenciar por el sabor del pasto de distintos sitios). El domador, aunque casi cada uno de ellos lo era, capaz de convertir, en pocas horas, al más salvaje de los potros, en un animal suficientemente amansado como para relativo, aunque siempre riesgoso, uso de andar. Todos estos tipos se van a agrupar también, o a "agregarse", a la primitiva estancia, la que hemos dado en llamar "estancia cimarrona". Que no era un establecimiento para criar y engordar ganados, sino para juntarlos y agruparlos, y cuyas condiciones básicas, para ello, eran la existencia de buenas aguadas y de rincones u horquetas naturales, donde acorralar esos ganados que eran de diversas procedencias. Las "casas" no eran tales, sino unos míseros ranchos de fdjina y techo de paja y cueros. (Fernando 0 . Assuncao "Artigas y los gauchos" in Artigas, Revista de la Asociación Patriótica del Uruguay, Junio 19 de 1977). (14) Sirvienta o "agregada" y manceba, india o mestiza, en el lenguaje colonial. Equivalente a mujer de vida desarreglada, fácil o libre, en nuestro campo, en la época. (15) Sacerdote, guaraníes. brujo, caudillo, para los (16) Frase tomada, casi literal, de las declaraciones de Venancio Benavídez en un sumario de su juventud (V. "El Gaucho", Fernando O. Assuncao, Tomo I, pg. 313 y sgtes.) F .O. Assuncao - W. Pérez VIII Hacia la definición de una vida UN GRAN AMOR El sol cae casi a plomo sobre la quieta y escueta Villa de Santo Domingo Soriano, esa población de misterioso origen y asentamiento, con algo de reducción de indios en su etapa prologal y un mucho de factoría, de un fecundo si que irregular —tanto público como ilícito— comercio, a varias puntas: con las Misiones, con los portugueses de la Colonia del Sacramento, con Buenos Aires, con Santa Fe y hasta con Montevideo y el Brasil, igualmente portugués entonces. Comercio tras el que se recortaba, entre otras menores —como una silueta en contraluz— la figura de un personaje nimbado de los colores extraños de la leyenda: Ei Chatre d i . Contrapartida oriental de aquel Pancho Candiotti, de Santa Fe y Entre Ríos, llamado El Príncipe de los Gauchos. Al parecer un petimetre a la criolla, de vida aventurera, comerciante de gran volumen, con relaciones tanto con la administración de Misiones, como con Cabildantes y Gobernadores, extraperlistas portugueses, registreros, monseñores y una larga y, a veces, poco clara lista de etcéteras. i Santo Domingo Soriano, un sitio de paso, un nudo de rutas, una encrucijada de caminos, de gentes, de vidas. Donde eran vecinos de arraigo y pro, de influencia más allá de toda discusión, los Gadea. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 101 Es la sacramental hora de la siesta. Apenas, si rompen el silencio total, el zumbido de las moscas y el cloqueo de una gallina sedienta, que escarba nerviosa entre la tierra arenosa y las piedrecillas de la llamada calle principal. Ancho polvaderal, sin calzar, flanqueado, a trechos irregulares, por ranchos de adobe y techo pajizo y un par de casas de albañilería de ladrillos y techo de tejas. Frente a una de ellas, sujeto a un elemental palenque, hecho con un solo tronco_rústico de curupay, provisto de un argollón de hierro orinoso, el caballejo de un descuidado, se adormita insolándose, bajo el peso de recado y peludos cojinillos y el bochorno del sol de la primera hora de la tarde. Ni perros se ven u oyen, dormidos al amparo de cualquier ángulo de sombra. Todo es calma. El aire parece dorado y lleno de pequeñas partículas de polvo como miríadas de minúsculos astros de una micro galaxia. La sola nota de frescor y real vida, la da la multiverde presencia de una avanzada del monte natural, entorno del cercano río, que se extiende y adelanta, corno telón de fondo, a un lado de la breve población. Es la siesta y todos duermen. Isabel, no. Está ansiosa, nerviosa, desasosegada. En la penumbra de la sala de su vivienda —rancho también— más modesta que acomodada, reposando en una bastante desvencijada silla de brazos, de asiento y respaldo de suela ennegrecida por el uso; el volado en cribos de su camisa, blanquísimo, deslumbrante, destacaba aún más la belleza de sus redondeados hombros y hermoso escote, tersa la piel morena, ligeramente aceitunada, mate, apenas irisada por pequeñas gotas de sudor, como su rostro y cuello. La mata bravfa de su cabeIjera, renegrida, en ligero desorden, semi suelto el moño, dejando en libertad pequeños rizos rebeldes en la nuca. Entreabiertos los labios, gordezuelos, frutales y entrecerrados los párpados pesados, velados por espesas pestañas ocultando sus ojos no muy grandes, pardos, intensos. Sólo la leve acentuación de sus ojeras, un aumento apenas de la redondez de sus formas, rotundas, y ese desasosiego, que no la dejaba, acusaba su estado: estaba grávida (2). 102 F.O. Assun?ao - W. Pérez Su creciente inquietud del momento obedecía, más bien, a otras causas, espirituales y no físicas. Sabía que su amado Artigas, el hombre que ocupaba todos sus pensamientos, que trastornara su corazón, que, sin proponérselo, sólo por ser él, le había hecho olvidar cualquier otro sentimiento o deber, incluso las conveniencias sociales; tan bueno con sus hijos; tan paternal, firme y suave, a pesar de su juventud, tan tierno y considerado con ella, volvía. Ciertamente estaba por llegar, de acuerdo a las noticias que le adelantaran. Amor, gratitud, pasión, admiración rayana en la adoración, tales los sentimientos y estados de ánimo que la agitaban cada vez que pensaba en él. Tan apuesto y gentil de maneras, nada rústico ni zafio, como solían serlo los hombres de la recia campaña. Jamás una palabra grosera o una blasfemia salían desús labios. Nunca la voz levantada. Siempre reposada la actitud, pero trasmitiendo fuerza cada uno de sus gestos, fuerza interior, tan intensa como el brillo, enajenante para ella, de aquellos ojos claros, que podían ser de acero, metálicos y terribles cuando afrontaba un peligro o sabía de un doblez o una traición; de una profunda ternura, casi melancólica, cuando dialogaba con quienes apreciaba o quería; o que despedían, por momentos, luces, como pequeñas estrellas, cuando el arrebato de la pasión encendía los sentidos de su cuerpo joven. Como habitualmente, había marchado para las faenas de la primavera. Desde Misiones, al Queguay y el Arapey, sabía que había andado faenando, tropeando, comprando yerba, recibiendo mercaderías para El Chatre. Ignoraba por tanto, su situación. No sabía que iba a ser padre. Una sonrisa jugueteó en sus labios y su mano diestra, con el leve pañuelo con que se enjugaba cada tanto frente y cuello, se posó sobre su vientre, como tratando de sentir la vida que allí latía. EL JEFE DE LOS ORIENTALES 103 No sabía por qué, pero soñaba, desde que lo supo, que llevaba en su seno la semilla de un héroe. Ella presentía que estaba desposada, era la novia, o como los demás quieran llamarla, de alguien preparado para un destino grande y grave: era la mujer de un profeta. Una hoja en la tormenta. Tal vez el instrumento de un sino que no lograba alcanzar. Pero no le importaba. No le importaba cuando le tenía cerca. Se sentía tan segura en su presencia. Como para no pensar así. Sólo el prestigio personal y el respeto que inspiraba. Sólo la condición de pariente de los Gadea, que eran señores, realmente, del pueblo y su relación con el legendario Chatre. Sólo esos imponderables que pesan tanto para las gentes sencillas, pero también para las pequeñas autoridades locales, regidores, cura, jefe de milicias, pudieron silenciar toda voz de escándalo, evitar represalias, provocar consecuencias negativas O Í , conocida públicamente su relación. Todos la toleraban, con condescendiente silencio, cuando no tácito y simpático apoyo. Faltaba ver cómo recibirían ahora la noticia de su maternidad. . . Estas y muchas otras ideas, recuerdos y sentires encontrados, bullían en su cabeza y agitaban su corazón. Claro que sin alambicamientos ni retórica. Simples, sencillos, como su propia personalidad. Era una mujer de temple, que había enfrentado problemas, carencias y dolores en su vida, que estaba alcanzando la plenitud de la treintena de sus años. Por tanto recibía su felicidad presente, aún con todas sus inquietudes, con la naturalidad de una bendición, de una compensación, pero con el fatalismo de lo circunstancial, aunque ella quisiera que se prolongara por siempre... Sabía que la vida estaba llena de asperezas y sinsabores y, por eso, las mieles del presente había que apurarlas hasta la última gota. Tenía acelerado el pulso y un suspiro ahogado se escapó de sus labios. Algo la sobresaltó. Más que una realidad, un presentimiento. Se puso rápido de pie; acomodando los pliegues de la falda de liviana tela y secando, una vez más, las gotas que perlaban su frente. Arreglando con femenil gracia y gesto rápido, el moño casi deshecho, se acercó a la puerta apenas entreabierta, por la que se colaba una raya de luz que lastimaba el piso de cupí (4) bien apisonado e impecable, humedecido rato antes para refrescar el ambiente. Si, no se engañaba, a lo lejos se oían ladridos desganados de perros somnolientos y como un rumor todavía 104 F.O. Assungao • W. Pérez débil, llegaba del extremo de la calle principal. Tenía todos los sentidos en alerta y un toque de carmín arreboló sus mejillas morenas. . . El sol golpeaba con violencia insólita. Una nube de polvo se levantaba bajó cada uno de los cascos del brioso caballito oscuro, espumosa la tabla del pescuezo, testereando al pedir rienda, agitando la cola larga, casi al piso, para espantar las moscas insoportabales, sonando a compás los chapeados de plata del apero, de categoría, pero sin aspavientos ni charrerías: la bocha del fiador (5), los chapines del pretal (6). las medialunas de1 la frentera y del propio pretal, los estribos de corona (7), las espuelas,; también de plata, más chicas que grandes. Bien sentado sobre el lomillo (8), de pequeños cabezales de plata, cojinillo de hilo (9), azul, de largos flecos y gran carona n o ) de piel de tigre (jaguar). Erguido el busto cubierto por una fina camisa de lino, chaleco de seda y un ponchito, muy liviano, igualmente de seda; firmes las piernas de acero, de jinete avezado, enfundadas en los ceñidos calzones azules y altas botas negras de cabra. Un gran pajilla protegía su noble, cabeza y sombreaba su rostro, sin conseguir apagar la mirada avizora de sus ojos de aguilucho. Venía ansioso, pero como siempre, sin que eso se tradujera en su semi-sonrisa flemática. Estaba satisfecho, sentía el cuerpo liviano y alegre el corazón. Todo había ¡do bien. Las jornadas de labor habían sido duras pero muy provechosas. Habían hecho recogidas y volteadas de ganados gordos, en excelente estado en esa primavera de excepción. Casi no sucedieron accidentes. El comercio de las mercaderías se concretó sin con- EL JEFE DE LOS ORIENTALES 105