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El Jefe
De Los Orientales
Relato Histórico
©Fernando O. Assuncao yWilfredo Pérez, 1982
Derechos reservados de la Ira. Edición, Editorial Proceres S.R. L , José E. Rodó 1721,
Montevideo, Uruguay
Diseño y cubierta de W. Algaré Gervaso
Estatua de Artigas - Bronce - Juan Luis Blanes.
1ra. edición: julio de 1982
Impreso en Uruguay - Printed in Uruguay
Imprenta Rosgal S.A. - Gral. Urquiza 3090 - Tel. 8 0 0 5 29 - Montevideo, Uruguay
Comisión del Papel - Edición impresa al amparo del Art. 79 de la Ley 13.349.
Depósito Legal: 179.582
AL LECTOR:
Grande pretensión parece escribir y presentar un
nuevo libro sobre nuestro procer el General José Artigas.
Obras capitales hay escritas sobre su ser y quehacer,
como las de los doctores Juan Zorrilla de San Martín y
Eduardo Acevedo.
Creemos, sin embargo, que esta generación de orientales, que tuvo que enfrentar una de las mas duras coyunturas de su historia y superarla, manteniendo la integridad
de la Patria y sus valores, generación que debe asumir la
responsabilidad de proyectar el país al próximo siglo XXI,
debería tener en un libro, su propia visión del Héroe.
Para estos jóvenes de hoy, a través del estilo de la
novela histórica (siguiendo las huellas de ilustres antecesores, como el gran Eduardo Acevedo Díaz, o el General Edgardo U. Genta en su obra "Artigas, Sol de América"), con
respeto total de los hechos, intentamos rescatar la presencia
viva de Artigas hombre, sufriendo, palpitando, anhelando,
disfrutando, soñando, sintiendo; en fin, admirado, amado,
temido o rechazado por sus contemporáneos; conocedor,
como nadie, de su tierra y de su pueblo, caudillo natural,
jefe y conductor de sus conciudadanos; pensador y hombre
de acción; estadista; genio, que supera por sus excelencias,
su tiempo y su espacio, como verdadero profeta y fundador
de Ja Nacionalidad Oriental. Capaz de crear e imaginar un
Estado antes que sus gentes hubieran tomado real conciencia de Nación.
Con la esperanza de hacerlo conocer y sentir como
un ser vivo.
Así todos los episodios tienen base real y están documentados.
Las notas son un complemento didáctico, para el
interesado en ahondar sus conocimientos —como la bibliografía y fuentes consultadas—, o principalmente para
maestros y profesores, que dispondrán de un material
seleccionado, no siempre de fácil acceso, que aspiramos les
sea de particular utilidad.
Finalmente, las frases y pensamientos de Artigas, al
fin de cada capítulo, se destinan a una mayor difusión de
sus ideas, relacionándose con aquéllos sólo en el espíritu de
su contenido.
LOS AUTORES
I
Allá en la Lejana
Aragón
de los Fueros
UNAS GENTES MODESTAS Y SU BUEN NOMBRE
Aragón, tierras templadas de clima, de las más bellas de España
—tan pródiga en paisajes variados y hermosos— tierras de pan llevar,
opimas en trigales lozanos, en huertos y pomares, olivares y viñedos.
Pero, también tierras de autonomía, de hombres de carácter; de
aquellos fueros y usos que son un modelo ideal de democracia en tiempos que el absolutismo monárquico más inapelable era el signo en la
vieja Europa:
Nos, que cada uno valemos tanto como vos, y que juntos podemos más que vos, os ofrecemos obediencia si mantenéis nuestros
fueros y libertades, y si no, no.
Es el1 casi increíble juramento a los Reyes de Aragón, pronunciado por el Justicia Mayor en nombre de los Prelados y Ricoshomes.
Claro el concepto del valor individual que hace a los hombres todos
¡guales; definitiva la idea de poder, residente en los más. La obediencia
se ofrece, no se entrega sumisa y está condicionada a que el Rey, en
reciprocidad, les respete en sus fueros y libertades.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
Sólo gentes libres, sólo paladines de la igualdad, de la autodeterminación y de la federación, podían salir de tales tierras en que cada
ciudad era un reino o se comportaba como si fuera cabeza de uno.
Aragoneses, descendientes de los primitivos edetanos, los broncos
pobladores que levantaban sus primarias chozas de planta circular en
tiempos de la regional primavera de la Edad del Bronce. Y de aquellas
centurias romanas fundadoras de Cesaraugusta, su capital, transformada
por los tiempos en Zaragoza. O de los bárbaros y rudos suevos y godos,
rubios y velludos. O de los morenos, barbados y no menos valientes
hijos del desierto que hicieron presa de España para el Islam. Finalmente de la alianza cristiana reconquistadora. Hombres bautizados en profunda fe por la presencia de aquel legendario Santiago el Mayor, patrono caballero de la entraña misma de la nacionalidad española, y sus
discípulos, igualmente Santos: Anastasio y Teodoro.
Aragoneses que, al decir de Gracián: . . . odiaban la mentira
y amaban la verdad. Eran gente buena, sin doblez, fuertes, discretos,
reflexivos y sufridos. La vida agrícola —agrega— la dureza del clima y
a veces la pobreza, forjaron hombres frugales y sobrios.
0 como señala Madéz: El aragonés tiene vivacidad natural;
imaginación penetrante y juicio sólido; habla poco y defiende su opinión con firmeza, llega a lo sublime en cuanto al amor a la Patria; prudente y reflexivo, posee criterio sólido y sentimiento recto; es atento y
cortés.
Y para completar el retrato, que nos servirá a los efectos de comprender mejor a los protagonistas de la historia que ahora comenzamos,
dice Julio Cejador: Jamás servil; lleva en sí el espíritu de justicia; franco y verídico, independiente y digno.
Posee el aragonés tenacidad innata; es temperamental mente templado y mora/mente fuerte y seguro de sí mismo; lleva en su alma sólida
reciedumbre y, en su corazón anidan elevados sentimientos.
La luminosidad y claridad del cielo de Aragón; los horizontes infinitos de tierras áridas; y el variado colorido del paisaje de esa tierra, se
infiltran en el hombre y forjan su personalidad (i).
F.O. Assuncao - W. Pérez
Estamos pues, en el antiguo reino de Aragón, aquél con pujos de
federación, en que cada ciudad era una capital o actuaba como si fuera
un reino ella misma; aquél del altivo, orgulloso, Fernando II, que junto
a Isabel 'de Castilla, extraordinaria mujer estadista (quizás y sin quizás,
la mayor, de su sexo, del orbe y de todos los tiempos), forjaron la grandeza de España.
El centro mismo de su ser nacional, del carácter y de la historia, de
la cultura, la religión y las artes, de las estirpes y las gentes de Aragón:
Zaragoza, su capital.
Muy cerca de ella, apenas veintidós quilómetros al suroeste, a la
ribera diestra del patrio Ebro, Puebla de Albortón ve transcurrir la tranquila existencia característica de las pequeñas aldeas de provincia.
Es el año de Nuestro Señor de 1693.
Apenas una docena de casas, tan sobrias como recias y sencillas.
Igual que las gentes que las habitan. Paredes de ladrillo con asiento de
yeso (de los yacimientos que caracterizan la región) o de adobe o tapia,
enjalbegadas, sin adornos ni originales dibujos de fachada. Lisas, deslumbrantes a la radiosa luz de los días de primavera o estío, integradas a
las dulces medias tintas del paisaje lugareño en las grises jornadas del
otoño e ¡invierno.
Entonces, ahora —pues noviembre está en sus fines— los humos de
los fuegos que señalan cada hogar y cada vivienda humana, agregan sus
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
volutas a lo umbrío del cielo. Rojizas y manchadas de verdín las techumbres de viejas tejas apoyadas sobre recias vigas labradas a la hazuela.
Plaza e Iglesia. Fuente para las bestias de carga y silla. Las callejas,
sin calzar o apenas, son polvaderales en verano y lodazales en el invierno.
Los hombres que trajinan por ellas, secos, de hablar quedo y conceja a flor de labios, son labriegos de clavar hondo la cuchilla del arado
en el seno tierno de la tierra madre. Sembradores del trigo civilizador, o
cultivadores de hortalizas, que habrán de llenar de olorosos perfumes las
tiznadas cocinas-hogares, humeantes las ollas en cuyas negras panzas
constituyen el corazón —grelos, nabos, cebollas, patatas— de abundosos
cocidos, con su trozo de tocino o de carne ahumada.
UN APELLIDO QUE DICE MUCHO
Viven allí, en su torre (2), unos Artigas, vieja estirpe de vecinos del
lugar. El es, como todos, un fuerte, sobrio y sufrido labriego, en la flor
de la edad. Su nombre: Blas. Ella, como todas, una robusta y fornida
moza de trenzas rubias y mejillas en arrebol, brillantes los claros ojos, su
nombre, el de la madre de Dios: María, pero no María a secas, María de
las Aguas, como si fuera una premonición de la masa líquida que su hijo
estaba destinado a trasponer para fundar una estirpe nueva.
Y aquel apellido ARTIGAS, que significa tierra roturada y pronta
para la siembra , que cae como anillo al dedo, tanto a su quehacer vital
diario y a sus costumbres, como al destino de su descendencia. Ese destino que empieza, también, con el nombre del padre de Blas, que lleva
el del glorioso padre terreno de Jesús: José, el primer José Artigas. . .
Maduros están los tiempos. Pronta la historia, abiertas sus páginas,
como el oloroso surco recién hecho, para recibir ia semilla de una nacionalidad. Para dar cabida a quien dos veces habría de merecer ei nombre
de fundador: de una ciudad y de la estirpe cuyo retoño mayor fundaría
una patria, la nación Oriental. Pero esto, es años muy lejos. Tiempo al
tiempo.
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F .O. Assunqao - W. Pérez
JUAN ANTONIO. ELEGIDO DEL DESTINO
Dijimos que el invierno aún no ha llegado, pero los fríos de las sierras ya se sienten soplar entre el caserío de la Puebla de Albortón.
La tierra, una vez más, como año tras año y siglo tras siglo, ha sido
roturada para las nuevas siembras.
Las tareas, de puertas adentro, prevén las cortas fiestas navideñas —ya próximas— como las largas necesidades invernales. Se engorda
al cerdo, se preparan conservas y confituras, se reparan techos y aberturas, se arreglan los muros y tapiales, en especial de los huertos. Se hila,
se teje y se espera. . .
Esper.an realmente, el buen Blas y su María de las Aguas, el inminente nacimiento de un hijo. Noviembre expira ya y la vida renace en
ese renuevo de hombre. El 2 de diciembre de ese año de 1693, en la
iglesia parroquial de Puebla de Albortón, el señor cura, revestido en su
alba, imponía el Sacramento del Bautismo a Juan Antonio, hijo legítimo de Blas Artigas y María de las Aguas Ordovas (3).
Mientras mojaban su cabeza con la helada agua, tocaban su frente
y su pecho con el santo óleo y ponían la sal en su boca, indiferente al
recogimiento entre asombrado, tímido y orgulloso que exteriorizan
las gentes de corazón puro ante el milagro de la vida física renovada y el
misterio de la liturgia, el pequeño, en apariencia igual a todos los recién
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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nacidos, rubio y sonrosado, procuraba entreabrir los azulencos ojos y
abría decididamente la boca, berreando estentóreamente, ajeno por
completo, también, como los suyos, al destino que la historia tenía escrito para él.
Niño con nombres de príncipe guerrero valeroso y de santo milagrero que, duerme ahora plácidamente en la cuna de su modesta casa
de Aragón. Parafraseando al poeta, tampoco él tuvo águilas que lo velaran, sólo la sombra, preocupada y tierna de Blas; ni una loba para amamantarlo, sólo los pechos de aquella dulce María, su madre, y la buena
esperanza del abuelo José : . . que preveía, en él, el nacimiento de una
estirpe. . .
UN TRONO Y DOS PRINCIPES
El Rey ha muerto. ¡Viva el Rey! Así debía pregonar el Justicia
Mayor, normalmente, en una doble frase ceremonial, mezcla de luto y
de alegría, para anunciar al pueblo el fallecimiento del monarca reinante y el advenimiento de uno nuevo al gobierno de la corona española,
el mayor imperio del orbe.
Pero en esta ocasión, por vez primera, sino adverso, hado siniestro,
la oración quedaba trunca en su segunda parte.
Aquel Carlos II, llamado con razón El Hechizado , que llegara a
su vez al trono siendo un niño canijo que a los cuatro años de su edad
casi no caminaba y bajo cuyo reinado tantas desgracias acaecieran
a España: la independencia de Portugal; las rebeliones de Cataluña; las
guerras de Don Juan de Austria, el bastardo de Felipe IV; la fundación
de la Colonia del Sacramento en el R ío de la Plata por los portugueses,
que ponía en riesgo la posesión de todos aquellos fértiles territorios.
Aquel Carlos II había entregado el alma a su creador, el frío y triste
1D de noviembre de 1700. No dejaba heredero a la corona, a pesar de
haber casado dos veces. Mucho se había murmurado en la Corte sobre
su defecto. El trono de Fernando e Isabel quedaba vacante.
Fenecía el siglo X V I I . Como siempre que una centuria expira,
los astrólogos y augures hacían negras, catastróficas predicciones. Esta
vez no se equivocaban demasiado. Con el siglo terminaba, también, una
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F.O. Assuncao - W. Pérez
era para España y para el mundo de aquel tiempo. Los cimientos del
viejo imperio donde no se ponía el sol, crujían penosamente.
Francia y Austria presentan sus candidatos al trono baldío. Los
campeones son jóvenes príncipes, altivos y ambiciosos por igual. El
primero, es Felipe de Anjou, nieto del viejo Rey Sol, Luis XIV, que
sigue gobernando a Francia y parte de Europa - sus intrigantes ministros mediante— como un verdadero mito viviente. Felipe aspira también
a ceñir sobre su cabeza la corona del declinante y agrio abuelo. El otro
es Carlos, Archiduque de Austria, candidato de la casa que gobierna
España desde los lejanos tiempos de aquel Carlos I de España o Carlos
V de Alemania.
Y España, la vieja España, llena de glorias y cicatrices, fatigada de
guerras y rebeliones, queriendo una utopía, pensando en conservar la
integridad del reino, tanto en la Península como en Flandes, Italia y las
Indias, le vende el alma al diablo. Es decir, se da a los enemigos de dos
siglos, se da a los franceses. Termina así el ciclo de los Habsburgos,
aquellos príncipes que desde el mencionado Carlos I, por cuatro generaciones, gobernaran el trono que habían realmente creado, por igual,
el talento y virtudes de Isabel y la astucia y ambiciones de Fernando.
Tan extraños aquellos borgoñones a lo español, en sus principios, como
ahora lo era este Felipe, proclamado el V, con todo y su Corte afrancesada.
El resultado fue una larga, cruenta, dura guerra y que España, para
lograr la paz, perdiera casi todo aquello por cuya conservación el Borbón llegara al trono.
Carlos
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
Luis X I V
Felipe V
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Los nefastos tratados firmados en Utrecht, dejaron girones del
viejo Imperio diseminados a los cuatro vientos. El león fue despiadadamente carneado y malherido: se perdieron Flandes e Italia; Inglaterra
ocupó Manon y Gíbraltar (dolor que aunque parezca increíble aún hoy
perdura); la Colonia del Sacramento y su territorio (4) —es decir el de
nuestra Banda Oriental— por su clausula 6 a pasaban a manos de Portugal y establecían allí el Asiento de Negros (5), inglés. Se entregaban,
además, a Portugal, regiones inexploradas, ricas tierras vírgenes, entre el
Orinoco y el Amazonas.
LA GUERRA DE SUCESIÓN
Ante la proclamación de Felipe V, el Archiduque Carlos declaró la
guerra, conocida en la historia como Guerra de la Sucesión . En ella el
espíritu patriótico y la belicosidad altiva del pueblo español, llegó a
cumbres sólo alcanzadas y superadas en la Guerra de la Independencia
de Francia —contra la invasión napoleónica— un siglo más tarde.
Los aliados del pretendiente eran muchos y poderosos: Austria,
Inglaterra, Holanda y el elector de Brandeburgo, a los que se sumarán,
dos años después, Dinamarca, Suecia, Portugal y la casa de Saboya (Italia).
Felipe V y la causa de España, sólo cuentan con el apoyo de Francia. Que, hay que decirlo, el viejo Luis XIV no escatimó a su nieto.
Las hostilidades se abrieron en Italia, extendiéndose pronto a Alemania y los Países Bajos y, sobre todo, la guerra en los mares. Esos
vastos océanos que la audacia española surcara en todas direcciones,
pero cuyo efectivo dominio siempre le fue esquivo.
En 1703, el Archiduque desembarca en Portugal y empieza la guerra en la Península. Aragón, Valencia y Cataluña apoyan sus pretensiones al trono.
Los ingleses toman Manon y se apoderan de Gibraltar en 1704.
Y en 1705, los reinos antes mencionados, proclaman, en Barcelona, adonde entonces desembarcara, aí Archiduque, como Carlos III de
España. Paradojalmente, sería un descendiente, en segunda generación,
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F.O. Assunpao - W. Pérez
de Felipe de Anjou, quien reinará en España con ese nombre, pero ésa
es otra historia.
Dos hombres han de participar, entre tantos miles, en esa guerra.
Ambos del bando de la Corona y de Felipe II. Uno, un distinguido oficial de noble estirpe, vizcaíno de nacimiento, Bruno Mauricio de Zavata
de nombre. El otro, un modesto y joven labriego iletrado, enrolado
como soldado raso en las tropas reales, a pesar de ser aragonés de nacimiento: Juan Antonio Artigas.
El destino acercará a uno y otro, desconocidos todavía y entrelazará sus vidas en una larga aventura, insospechada entonces, en cuya
trama se tejerá el nacimiento de una nueva nación. La nuestra.
El labriego que sentó plaza de soldado, es un robusto mocetón,
de cabellos casi rubios y ojos azules, de mirada franca, viva y penetrante,
anguloso el rostro, acentuada nariz y tez blanca y fuertemente rosada
por la ruda vida al aire libre propia del laboreo de la tierra. Tiene apenas
dieciséis años y ha dejado la casa paterna, aquella vieja " t o r r e " de Puebla de Albortón, donde le vimos nacer y donde, entre juegos, trabajos,
penurias y alegrías, transcurriera su ignota infancia y juventud, para
servir al Rey.
Por casi sesenta años continuará en ello. Con una fidelidad y constancia totales. Con asombrosa vitalidad. Dando todo de sí. Siempre
igual: sobrio, sufrido, valiente, tenaz y de natural, despejada inteligencia. Firme y bondadoso, a la vez. Duro, puro, transparente, como un
cristal de roca.
Sentó plaza de voluntario en el Regimiento Nuevo Rosetlón. Corría el año 1709.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Unos meses después de su enrolamiento, ya en 1710, Felipe V, que
rehacía sus fuerzas después de la tremenda victoria de Al mansa —aquella
imponente batalla campal que tantos miles de vidas costara a ambos
bandos en pugna— se encuentra con que el Archiduque Carlos, deseoso
de vengar aquélla, retoma la ofensiva y debe él jugarse el todo, otra
vez, ahora para recuperar la totalidad de! reino o, quizás, perder la
corona.
En el llano junto a una vieja atalaya y castillo de origen árabe, cercano a Lérida (6), de nombre Almenar de Segre, se enfrentan las tropas
del Rey, bajo su directo mando y las del pretendiente. Recibe allí su
bautismo de fuego, luchando con denuedo y heroicidad, nuestro Juan
Antonio Artigas, todavía no cumplidos los diecisiete años de su edad.
A renglón seguido, junto a Zaragoza se reiteran los combates. Desgraciada ocasión, pues las tropas leales a Felipe V son derrotadas—poniendo a Carlos otra vez en camino a Madrid— y la compañía en la que
servía nuestro joven soldado, cae prisionera y él con ella. Pero al cabo
de cinco días, consigue escapar luchando con sus captores en demostración terminante de arrojo y audacia y logra reintegrarse a su regimiento,
en la retirada del ejército realista hacia Valladolid.
Poco después se reanudan las hostilidades y las tropas del Rey,
entre las que estaba el regimiento Nuevo Rosellón y, por consiguiente,
también Artigas, son reforzadas por el Mariscal francés Luis José Vendóme, que llega en su auxilio.
Felipe V, sabedor que el 7 de diciembre, las tropas anglo-holandesas, al mando del Marqués de Stanhope habían sido sitiadas en la plaza
de Brihuega (provincia de Guadaiajara) por las fuerzas de su vanguardia,
al mando del Marqués de Valdecañas, se dirige hacia allí con el grueso
de su ejército, en la madrugada del día 8. Y el 9, después de un recio
bombardeo, ordena el asalto a la población por la puerta de Cozagón.
Asalto que luego se continúa por las brechas de San Felipe y de la Cadena.
Al Marqués de Stanhope no le cabe otra salida sino la capitulación
y queda prisionero con 4.500 hombres, entre ellos los generales Carpenter, Wils y Pepper.
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F.O. Assuncao - W. Pérez
Entre los que se distinguieron por su particular arrojo en el asalto
a la plaza de Brihuega, está el joven soldado Artigas, que luchó y se
comportó de modo tal, que mereció que el Coronel Zerecera, su comandante, dejara constancia de ello (7).
Esta tan dura como espectacular victoria de Brihuega y la que,
al día siguiente, obtuviera en Villaviciosa el mencionado Marqués de
Valdecañas sobre los restos del ejército del Archiduque Carlos, puede
decirse decidieron el porvenir de la dinastía borbónica en el trono
de España.
El fallido pretendiente se aleja del país con destino al suyo natal,
Austria, para hacerse cargo de aquella corona, vacante al fallecer el
Emperador, su hermano.
Queda en España un último foco de resistencia: Barcelona, sitiada por fuerzas reales en número de 20.000 hombres.
En 1713, el Rey Felipe, con otros 20.000 hombres de refuerzo,
franceses al mando del Duque de Berwick, se une al cerco de la antigua
ciudad condal.
Con increíble valor resisten los barceloneses, por un año y medio,
al terrible asedio, abandonados por sus aliados e incumplidas las promesas de ayuda del Archiduque a su partida.
Las acciones fueron sangrientas y su resultado se inclinó —después
de abierta la brecha de la Puerta Nueva por los sitiados—alternadamente a uno y otro bando. Combatiéndose encarnizadamente hasta el centro mismo de la ciudad, contra una población que, entera, incluso las
mujeres, clérigos y niños, estaba dispuesta a perecer antes que rendirse.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Finalmente Barcelona cayó, abrumada por el número de los atacantes, rindiéndose a discreción, el 12 de setiembre de 1714, cuando ya
en Utrecht (Holanda), las potencias en pugna habían redactado los
célebres Tratados —tan nefastos para España— que sin embargo, traían,
por fin, la paz a Europa —después de diez años largos de guerra sin cuart e l - y al mundo de su tiempo.
También en el asalto y toma de Barcelona participó, ya ascendido
a soldado de Caballería y tuvo nueva oportunidad, en sus tremendos
combates, de mostrar su valor sin tacha y sus otros méritos militares,
el aragonés Juan Antonio Artigas.
Con la paz parecía terminada su breve, si que azarosa y dura carrera militar. No fue así. Otros horizontes y otro tiempo vital le aguardaban.
Poco después supo que don Bruno de Zavala, a cuyas órdenes sirviera y que mucho lo distinguiera con su particular severa bonhomía,
reclutaba gente para ir al Río de la Plata, donde estaba nombrado Gobernador. Y ya no tuvo dudas. . .
Cumplía los 21 años de su edad. Era sano de cuerpo y de espíritu.
Robusto e inteligente, a despecho de ser analfabeto. Tenía cicatrices en
el cuerpo e ilusiones en la mente, el corazón rebosante de orgullo victorioso y el alma en vilo ante el destino abierto.
.. .nada más satisfactorio, que el que
se arbitrase lo conducente a restablecer
con prontitud los surcos de la vida, ..
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F.O. Assunijao - W. Pérez
Notas al Capítulo I
(1)
Del Tratado de paz y amistad ajustado
entra España y Portugal, en Utrecht
a 6 de febrero de 1715.
Citas tomadas del artículo de Lorenzo
Ventura, "Capitán Juan Antonio Artigas"
{en "Libro del ¡¡¡centenario de Canelones", 1982).
(2)
Torre, es el nombre que se da en la región a la casa de labor y residencia de
labriegos.
(3}
Partida de bautismo de Juan Antonio
Artigas
"Don Domingo Cabello Pérez, cura párroco de La Puebla de Albortón, diócesis
y provincia de Zaragoza, certifico: Que
en el folio noventa y nueve, vuelto, del
tomo tercero de bautizados de esta parroquia, hay una partida que copiada
literalmente dice así: "Juan Antonio
Artigas, hijo de Blas Artigas y de Mana
de Aguas, cónyuges, fue bautizado en
dos días del mes de diciembre del año
mil seiscientos noventa y tres; fue madrina Gracia Castillo; advertile el parentesco
que con su padre y madre había contraído y la obligación de enseñarle ia doctrina cristiana. Advierto que este asiento
deste bautizo pertenece al año antecedente del que ahora corre, y que fue
olvido el no ponerlo allí. El Dr. Juan
de Arilla, vicario (Rubricado).-" Es
copia fiel, etc. Puebla de Albortón a
seis de junio de mil novecientos treinta
y dos. Domingo Cabello, párroco".
(Archivo Artigas, Torno 1, página 35).
(4} Acto de garantía
Ana Esiuardo, reina de Gran Bretaña,
estableció propósitos y condiciones,
después de la paz entre España y Portugal y entre ellos consigna: ". . . Prometemos también que llevaremos a efecto,
que no sólo la colonia llamada del Sacramento u otra indemnización equivalente, a voluntad del rey de Portugal, se restituya y entregue; también
que por parte de España se satisfaga
a los subditos portugueses sobre las
exigencias acerca del contrato llamado
el Asiento. . ."
(Carlos Calvo, "Tratados de la América
latina", Vol. 2, pg. 127)
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
Cláusula 6a,
Art. 6 o - Su Majestad no solamente volverá á Su Majestad Portuguesa el territorio y Colonia del Sacramento, situada
á la orilla septentrional del río de la Plata, sino también cederá en su nombre y
en el de todos sus descendientes, sucesores y herederos toda acción y derecho
que Su Majestad Católica pretendía tener
sobre el dicho territorio y colonia, haciendo la dicha cesión en los términos
más firmes y más auténticos, y con todas las cláusulas que se requieren, como
si estuvieran insertas aquí, á fin que el
dicho territorio y colonia queden comprendidos en los dominios de la corona
de Portugal, sus descendientes, sucesores
y herederos, corno haciendo parte de los
Estados con todos los derechos de soberanía, de absoluto poder y de entero dominio, sin que Su Majestad Católica, sus
descendientes, sucesores y herederos
puedan jamás turbar á Su Majestad Portuguesa, sus descendientes, sucesores y
herederos en la dicha posesión. En virtud
de esta cesión, el tratado provisional concluido entre las dos coronas en 7 de mayo
de 1681 quedará sin efecto ni vigor
alguno. Y Su Majestad Portuguesa se
obliga á no consentir que otra alguna
nación de la Europa, excepto la portuguesa, pueda establecerse ó comerciar
en la dicha colonia directa ni indirectamente, bajo de pretexto alguno: prometiendo además no dar la mano ni asistencia
á nación alguna extranjera para que pueda
introducir algún comercio en las tierras
de los dominios de la España: lo que
está igualmente prohibido á los mismos
subditos de Su Majestad Portuguesa.
(Carlos Calvo, "Tratados de la América
Latina", Volumen 2, página 169 y siguientes).
(5)
Asiento de Negros (Arts. lo. y 2o.)
"Tratado del asiento de negros concluido
en Madrid el 26 de marzo de 1713, en tre
España é Inglaterra".
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I o - Primeramente: que para procurar
por este medio una mutua y recíproca
utilidad á las dos Majestades y vasallos
de ambas coronas, ofrece y se obliga Su
Majestad Británica por las personas que
nombrará y señalará para que corran y
se encarguen de introducir en las Indias
occidentales de la América pertenecientes
á Su Majestad Católica en el tiempo de
los dichos treinta años, que darán principio en I o de mayo de 1713 y cumplirán
en otro tal día del que vendrá de 1743,
es á saber, ciento cuarenta y cuatro mil
negros, piezas de Indias de ambos sexos
y de todas edades, á razón en cada uno
de los dichos treinta años de cuatro mil
y ochocientos negros, piezas de Indias;
con la calidad que las personas que pasaren á las Indias á cuidar de las dependencias del asiento eviten todo escándalo,
porque si lo dieren, serán procesados y
castigados en la misma forma que lo
serían en España, si los tales delitos se
cometiesen aquí.
(6)
Recordar este nombre, pues en la batalla
homónima de la misma Guerra de Sucesión, perdió su mano derecha y consolidó su fama don Bruno Mauricio de
Zavala.
Chamizo, consta la foja de servicios de
Juan Antonio Artigas en España,
"W Juan Anttonio DeArtigas, Vecino
Poblador da esta Ciudad y Capittan Déla
Compañía De Corazas Españolas, Empleo q.e me confirió el Ex.mo Señor
D" Bruno Mauricio Zavala, siendo GovPr
y Capittan General de estas Provincias,
en el año demil settecienttos y treintta,
hasta cui'o serví á S.M. Vefntte y un años
de Soldado da Cauallerfa en el Reximientto de Rosellón nuebo en la Compañía del Coronel D.n Juan de Zerecera,
hastta el año de diez y seis que pasé á
esttas Provincias donde fui agregado a la
Compañía de DP Marttin _ Joseph de
Echaurf, en la que serví hasta el Empleo
Referido, hauiendome altado en el
tiempo que serví en España, en el Reencuentro De Algacaira mandado personalmente por el Rey nuestro Señor D.n Phelipe Quintto; En la Battalla de Zaragoza,
mandada por el Señor Marques de Bay,
donde fui prisionero cinco días, y
Autencfome escapado déla prisión, me
incorporé con mi Regimiento en casa
tejada; En la Battalla de Viruega en
Campo de Calafre; En el Sittio de Cardona: En el de Barcelona y abanze
que se hizo en dha Plaza al baluarte
de Lebantte, con los Caravineros de
Cavallería y Dragones, que mandava
el Conde Mauny, Coronel de Dragones...
(7)
En la testamentaría de D. Martín José
Artigas sobre tierras, entre Casupá y
(Archivo Artigas -Tomo I- pág. 142)
(Calvo, "Tratados de la América Latina",
Vol. 2, página 78 y siguientes).
20
F.O. Assgntao - W. Pérez
II
Un Manco
Heroico
y Apuesto
LA PARTIDA
Es el año de N.S. de 1717.
Como siempre, el puerto de Cádiz, puerta comercial de España a
las Indias, negrea de gentes que vienen y van. Mozos de cordel, agobiados por el peso de cajas o fardos; comerciantes atareados en la vigilancia
de cargas y descargas; vociferantes y coloridos marineros, curtidos los
rostros, apergaminada la piel color rojo o cobrizo, de tanto sol y tanto
salitre, entrecerrados los ojos de buscar horizontes, tatuados los brazos
velludos, atlético el porte, un aro de oro pendiente de la oreja; banqueros de mirada de ave de presa, aguda y huidiza, andar vivo y manos cuidadas, holandeses o italianos (modo de disfrazar el real origen judío de
muchos); soldados arrogantes de garrida estampa, empenachado sombrero a laichamberga (i), botas mosqueteóles, larga la guedeja, retorcido
el mostacho y la bravata a flor de labios; mujeres vendedoras de pescado
de rotundas formas y parla inacabable, o, en la sombra de los pórticos,
jóvenes tapadas y viejas alcahuetas ofreciendo velada o desembozadamente, otros placeres a esa muchedumbre hormigueante de hombres, en
su mayoría ajenos a la vida de hogar, solos en la real soledad del alma
en tal apretujamiento humano; clérigos de sombrilla en ristre y hábito
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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más bien alicaído, como perdidos en la babel circundante; negros esclavos, lucientes los desnudos torsos, más blanco y redondo que nunca el
globo de sus asombrados ojos; indianos , de latos sombreros de pajilla
y colorida manta, el eterno puro en los labios, procurando a alguien a
quien vender reales o imaginarias tierras allende el ancho mar, o simples
ilusiones y vanidades, esos dos ingredientes tan caros a la humana naturaleza.
Nadie parece estar. Todos parecen ir o venir, a despecho de los
gesticulantes grupos que cortan el paso. Chiquillos semidesnudos, sucios
y harrapiezos, corriendo por todas partes, pidiendo o hurtando, ciegos
tocando el tiple y cantando monótonas e interminables coplas de
sucedidos y hazañas de guapos y valentones. Animales de silla y carga,
y bestias y aves exóticas en jaulas o atadas con cadenas y sogas.
En fin: mucho color y muchos, variados y sólo excepcionaímente
agradables olores. Como ajeno a todo, perdida la mirada de sus inteligentes ojos negros, sin ver en aquella masa móvil o en el deslumbrante
blancor, al fuerte sol primaveral, del encalado caserío gaditano, con
tanto aún de reminiscencia africano-mediterránea, acodado en la barandilla de lustrosa madera (ha poco abundantemente barnizada con
aceite de linaza y nuez), un hidalgo caballero, larga la cabellera rizada,
también negra, erguidas las guías de los bigotes, blanca y rosada la tez,
de buen talle y singular apostura y varonil belleza, luce en el pecho la
Cruz de Calatrava y parece sumido en íntimos recuerdos y agridulces
o graves reflexiones. Si lo miramos con más detención, un singular
detalle se destacará enseguida: está apoyado sólo en su codo izquierdo,
cuya mano sirve de base, a su vez, a su barbilla. El brazo derecho carece de mano y antebrazo naturales: es manco. Pero suple la falta con una
suerte de guante de plata que, para comodidad, pende de su cuello
como un cabrestillo de una gruesa cadena del mismo metal. Su edad,
como de treinta y cinco años y su andar honraría la majestad de un
gran príncipe, (2)
Su nombre, don Bruno de Zavala, recién designado Gobernador
de la Provincia del Río de la Plata (3), en la América del Sur, por voluntad del Soberano, S.M. Católica el Rey Don Felipe V por la Gracia de
Dios, en mérito a los altos servicios prestados a la Corona como distinguido oficial de sus ejércitos en la tan cercana y aún dolorosa Guerra de
la Sucesión, que le valieran, igualmente, el flamante título y bastón de
Mariscal de Campo.
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F -O. Assuncao - W. Pérez
LOS RECUERDOS
¿Hacia dónde volaban los pensamientos del gallardo y joven General?. Hacia donde el hombre, en trance de partir, de desgarrar la matriz
de la patria, dirige normalmente los suyos: a la tierra natal, a los padres,
a los siempre dulces, o endulzados por la distancia, recuerdos de infancia y juventud, pues su donjuanesca soltería, lógica consecuencia de su
apostura viril y su aventuresca vida de soldado, no daba pie a otras
ataduras o cosas del corazón.
Como en un filme, pasaban por su mente, las escenas de aquella
industriosa Villa de Durango - c o m o todas las de Vizcaya, de umbríos
arbolados verdosos, afelpados montes y fértiles valles. La vieja casona
familiar, solariegay noble, donde viera la luz un otoñal octubre de 1682,
en cuyo día sexto, su ilustrado y orgulloso tío, el licenciado don Juan
Ibáñez de Zavala, comisario del Santo Oficio de la Inquisición, Arcipreste y Vicario, le tuviera en brazos ante la vieja pila bautismal de piedra de la antigua iglesia parroquial de Santa Ana, uno de los monumentos religiosos de la Villa. Tío-Arcipreste, que fuera su primer preceptor,
tan rígido como bondadoso (en esto mucho se le parecía él}.
Su altivo padre, don Nicolás Ibáñez de Zavala, que ya supiera, en
su propia juventud, de la aventura indiana desarrollando funciones en el
Virreinato del Perú, de donde le quedara el tratamiento de Gobernador
que todos le daban y que orgulloso llevaba el título de Caballero de Calatrava que ahora él ostentaba. Su dulce madre, Catalina de Cortázar,
Llamábase pues, en verdad, don Bruno Mauricio Ibáñez de Zavala y
Cortázar, aunque él sólo usara aquel breve; Bruno de Zavala que antes
le dimos.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Recordaba sus juegos. Sus sueños. Sus anhelos. Aquellos imponentes y barbados antepasados guerreros, cuyos retratos y hazañas
contadas por la vieja aya, el tío Vicario, o el padre, adquirían contornos de leyenda: los Zavala que pelearan en tiempos de don Pelayo y
en especial aquel don Lope, vencedor de infieles, cuyas armas eran
tres barras de gules, orladas de plata, en campo de azur. La sangre
le bullía entonces, se le calentaba la cabeza y corría remedando las
acciones de un torneo o la pelea con el enemigo infiel, blandiendo una
espada de juguete.
Desde entonces quedará marcado su destino: el ejercicio de las
armas, al servicio del Rey y de la Patria, a despecho de las influencias
contrarias del abuelo, el licenciado don Martín Ibáñez de Zavala, destacado hombre de letras.
Aquella aventura de Flandes, cuando apenas alcanzaba los quince
años de su edad. Las guerras y los amores. Amores que nunca le faltaron. Su porte y belleza física, la mezcla de altivez, de fuerza y mando,
con dulzura y franqueza, que dibujaban su carácter, le abrían siempre
el corazón de los hombres, sus amigos, soldados y servidores y la ternura y las alcobas de las mujeres.
Así, su hija María Nicolasa de la Concepción, esa pequeña a la que
dejaba al cuidado de las monjas de la Villa natal. Y su pobre hijo Carlos.
Frutos de aquellas pasiones, bastardos de cuna aunque el padre siempre
los reconociera y se ocupara de ellos. (4)
24
F.O. Assunfao • W. Pérez
Y luego el regreso a España para luchar en la tremenda Guerra de
la Sucesión. El duro cerco de Gibraltar, con el Mariscal de Tessé, como
oficial de aquellos granaderos que varias veces, infructuosamente, intentaran el asalto de la plaza que los ingleses tomaran meses antes. (5)
La cruenta acción de San Mateo y la victoriosa toma de Villarreal
Y, . . —se ensombreció su frente— la rendición de Alcántara, de cuya
guarnición formaba parte, bajo el mando del Mariscal Gaseo, teniendo
que entregar la plaza al inglés Milord de Galloway. (6)
Ahora, los recuerdos por igual tristes y alegres: la tomada de Lérida. (7). Aquella larga y terrible lucha en que vencieran las armas del Rey
Felipe V, pero en la que él, arrojado como siempre, perdiera su mano
diestra, separada violentamente de su cuerpo sin soltar la espada que
blandía.
Los largos meses de curación. La mano de plata. Tres años después,
otra vez la lucha encarnizadísima y el hado adverso. La pérdida de Zaragoza, en la que tantos españoles murieron y tantos cayeron prisioneros(8). Una sonrisa: cuántos de aquellos soldados compartieron con él,
el cautiverio. Cuántos con él, o por su ayuda lograron escapar del enemigo. Algunos quedaron en su recuerdo y en su confianza y ahora
partían con él como sus más fieles, hacia aquella lejana Buenos Aires, en
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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el sur de las Indias, cuyo gobierno iba a asumir. Entre ellos, aquel impetuoso, sincero patriota, devoto a sus superiores, serio, casi reconcentrado, Juan Antonio Artigas, que apenas era más que un niño y había
actuado como un hombre maduro en aquella ocasión de Zaragoza.
Luego la campaña victoriosa, hasta 1713, en que obtuviera el grado de brigadier de los reales ejércitos. La paz signada en Utrecht, en
aquella lejana Holanda de las tierras pantanosas y las mujeres rubias y
rotundas, que tan bien conocía. El bastón de Mariscal, premio máximo
a los desvelos y penurias de su hazañosa vida militar, tan intensa a despecho de su edad, florida aún.
Y ahora esto, la aventura inesperada y la consagración de su existencia: el gobierno del Río de la Plata. Aquellas ignotas regiones, que
había recorrido tantas veces con el dedo en el viejo mapamundi, desde
que, eí 16 de febrero del pasado año de 1716, el Rey le hiciera conocer
su nombramiento.
Qué poco, en verdad, sabía de ellas. Según decían era benigno y
excelente su clima templado y había abundancia de ganados, vacunos
y yeguarizos. Brilló en sus ojos esa luz especial del hombre de caballería, cuando piensa en los hermosos brutos, sus amigos y aliados, casi
la mitad de su ser y la seguridad de su vida en las batallas. También
indios bravos que llaman guaraníes y charrúas, según recuerda. Y. . .
—otra vez una nube tormentosa sobre su frente y el frío del rencor
en su mirada— una colonia portuguesa, a la que llaman del Sacramento,
violando los legítimos derechos de España y su Soberano, en la margen
norte del río y frente a Buenos Aires. Esa iba a ser una dura piedra en el
camino. Un hueso difícil de roer. El Tratado de Utrecht —y su mirada
ahora brillaba decididamente como ascuas— le daba al lusitano su posesión y la del fértil y estratégico territorio que era llave principal del Plata y todo el Atlántico Sur, hasta el Estrecho de Magallanes, vía imprescindible para viajar a Chile.
Para recuperar y defender territorios de la que llamaban Banda
Oriental, le había dado el monarca las más precisas órdenes de fundar
un presidio o puesto militar y poblado, en el sitio, península y cerro,
llamados del Monte Ovidio o Monte Vidio. Recordaba de memoria las
palabras contenidas en el documento: Os encargo así mismo deis
la providencia que juzgaréis puede ser más efectiva a su logro, para que
ni Portugueses, ni otra nación alguna, se apodere ni fortifique en estos
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F.O. Assunijao - W. Pérez
pasajes y que solicitéis poblarlos y fortificarlos vos en la forma y con la
brevedad que pudiéredes.
Nada fácil el encargo -pensaba- poblar tierras baldías y asoladas,
al parecer, por indios hostiles que, gracias al caballo, traído por los
propios españoles, se habían vuelto muy hábiles guerreros y, con esa
amenaza portuguesa del Sacramento. . .
Unos pasos a su espalda cortaron el hilo de sus inquietantes reflexiones. El capitán de la nave a cuyo bordo estaba, capitán a su vez del
convoy que le acompañaba, le anunció, con el ceremonial debido a su
rango, que todo estaba listo para partir y el viento - c o n la Gracia de
Dios— soplaba de buen lado. Ahuyentando sus preocupaciones, erguido
en toda su estatura y recuperado su talante a la vez altivo y simpático,
concordó en la partida, recordándole con firmeza paternal casi —a pesar
que el otro era de más edad que la suya propia— que de ahí, hasta el
arribo, la responsabilidad de la navegación y de la seguridad de esa expedición, tan cara al servicio de Su Majestad, corría totalmente de su cuenta.
Dirigióse luego con su andar largo y pausado, hacia la popa del barco, a su confortable recámara, mientras resonaban las órdenes: leven
anclas!, arría!, vamos!, e hinchando el velamen, con crujido de maderas,
cueros y cabos de gruesa cuerda, se despegaban, poco a poco del viejo
muelle, entre la grita de los que quedaban y los que partían.
Un joven veinteañero, en uniforme de soldado de caballería,
aunque sin el pesado peto metálico, se le acercó respetuoso, brillan-
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
27
tes los azules ojos como si todo el fuego interior que en ese momento
le consumía quisiera salirse por ellos: —Partimos mi Señor General. . .
vamos al Plata!. . .
El destino del hasta entonces casi anónimo soldado Juan Antonio
Artigas, aragonés, natural de la Puebla de Albortón, empezaba a cumplirse.
.en unos momentos en que es tan
difícil conciliar los espíritus.
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F.O. Assungao - W. Pérez
Notas del Capítulo II
(1) A la Chamberga o chambergo. Sombrero
blando de fieltro, de copa mediana y alas
anchas que se solía adornar con una
pluma, así llamado por ser el oficial de
los uniformes militares que, a imitación
de los usados por las tropas de Luis XIV,
impusiera en España, el General de Caballería Conde-Duque de Schomberg. Al
regimiento de la Princesa por él organído, se le llamó "de la Chamberga", deformación de su apellido.
que conocía muy bien los méritos de
Zavala y los altos servicios que le prestara en la recién terminada Guerra de la
Sucesión, otorgó a Zavala el bastón de
Mariscal y le designó, por órdenes y título fechado el 18 de febrero de 1716, Gobernador y Capitán General de la Provincia del Paraguay y Ri'o de la Plata.
(4)
Zavala tuvo, soltero como era y de físico
tan atractivo, una intensa vida amorosa,
de la que le quedaron cinco hijos naturales, los mencionados María Nicolasa, que
profesó como monja y Carlos, llamado
sólo de Durango, que quedó también en
la homónima villa natal, aunque figura
en su testamento (tal vez no fuera completamente normal, sino mas bien retardado). Luego Francisco Bruno, que desarrolló intensa carrera al servicio del
rey en el Plata y en particular en nuestro
pa/s, nabiendo participado, en 1780 de
la misión demarcadora de límites entre
España y Portugal; en las campañas de
Misiones (Guerra Guaraníticaf y en la
conquista de Río Grande (1762 - 63)
por el Gobernador y General don Pedro
de Cevailos. Finalmente fue Gobernador
de los pueblos de Misiones, desde 1768
y por nada menos que treinta años. Los
otros hijos naturales que Zavala reconociera, fueron Luis Aurelio y José Ignacio.
(5)
El 7 de febrero de 1705.
(6)
El 14 de abril de 1706.
(7)
Del 25 de setiembre al 11 de noviembre
de 1707.
(8)
Se estima que más de 20.000 hombres
perecieron por ambas partes, el 20 de
agosto de 1710.
(2) Juicio de! Sacerdote jesuíta Padre Cayetano Cattáneo, que lo conociera en
Buenos Aires en 1729 y dejara un excelente; retrato de Zavala, donde dice:
"Con dificultad se encontraría un caballero más cumplido bajo todos respectos.
Es alto v bien proporcionado; su andar
honraría la majestad de un gran principe. Perdió en España durante la última
guerra parte del brazo derecho en una
batalla. Para no andar así manco, ha
suplido dicho defecto con medio brazo
y la mano de plata, que generalmente
hace pender del cuello. Esto, más bien
que una deformidad es un monumento
propio para recordar su valor", (in "fíevista de Buenos Aires", tomo 8, página
205, año 1863).
Otro contemporáneo, Charlevoíx, en su
"Histoire du Paraguay" (París, 1756,
Tomo I I I , página 149) completa así lo
que podríamos llamar su retrato moral:
"La dulzura y la moderación que formaban el fondo de su carácter, sostenidos por una prudencia, una actividad y
una firmeza poco común, hacían que sus
órdenes fueran igualmente amables y eficaces".
(3)
Acaecida la muerte del Gobernador Alfonso do Arce y Soria, el Rey Felipe V,
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
29
III
Seis Años
Después
EL SEÑOR GOBERNADOR
La: antigua gobernación del Paraguay y Río de ía Plata se ha dividido. Los levantamientos y problemas en el Paraguay justifican la medida
desde el punto de vista español. Buenos Aires, entre tanto, sede del gobierno de la Provincia del Ri'o de la Plata, crece y se desarrolla. Poco
a poco pierde el carácter de aldea indiana, tan pobretona y olvidada, de
cuando era poco más que el desván del Virreinato del Perú. El comercio
de cueros, el asiento de negros y, para qué negarlo, el contrabando con
la Colonia portuguesa del Sacramento, que han convertido las islas de la
boca del Paraná en depósito de mercaderías y refugio de portugueses
extraperlistas, todo ha contribuido y contribuye a su crecimiento, desarrollo y riqueza. Su Gobernador, don Bruno de Zavala ha demostrado
ser hombre activo, capaz y de carácter, aunque de maneras cortesanas
y suaves, tono amable y actitud flemática y reflexiva. Es que prefiere
el arreglo, la composición, antes que la acción bélica, que la solución
violenta, que destruye y deja, siempre, secuelas negativas, resentimientos y sufrimientos muy difíciles de curar. Bien pudiera decir la bordura
de su blasón: "Suaviter ¡n modo, fortiter in re" d ) .
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Y a fe que han sido difíciles los tiempos que le ha tocado vivir en
su gobierno del que tomara pose, después de una feliz travesía hasta
el Plata, el 11 de julio de 1717:
Duros tiempos, de pobreza, con la amenaza permanente del indio,
con rebeliones internas y, para colmo, con esa presencia, siempre poco
confiable, siempre amenazante, del portugués en aquella Colonia o factoría, cada vez mejor armada, cada vez más rica por el comercio lícito y
sobre todo el ilícito, cada vez más sólida y siempre tentando, porfiadamente y, según los intereses lusitanos, de apoderarse y usar el territorio
circundante, tan rico en ganados, según interpretaban lo dispuesto por
la ya mencionada Cláusula 6a del Tratado de Utrech (2).
Una peste desvastadora había asolado el país en el primer año de
su gobierno. Y los ataques de los indios bravos, abipones y charrúas
contra la población de Santa Fe le obligó a dejar Buenos Aires y ocurrir
a allá, donde, mientras permaneció, trató de mejorar la situación general
y la particular de defensa de aquella población.
Su ausencia de la ciudad porteña, dio como resultado que se produjeran problemas jurisdiccionales y jerárquicos entre su Teniente de
Gobernador y el Cabildo, por futilezas, en apariencia, pero que demostraban las dificultades que su gobierno y los sucesivos del Plata arrastrarían con los pobladores y sus representantes, generalmente criollos,
casi siempre en estado de protesta en la defensa aparente de fueros y,
en la realidad, de intereses económicos o personales.
Hubo pues de dejar Santa Fe, precariamente en seguridad, tanto
que apenas producida su partida, volvieron los indios al ataque, que reiteraron en el año de 1722, cuando tuvo que acudir nuevamente en auxilio de los pobladores y volver a Buenos Aires para poner orden ante
aquellos sucesos cuya dilucidación jurídica llevó años, como todo el expedienteo burocrático español y, en especial, americano de la época.
Volvía pues, de su segunda campaña contra los indios en Santa Fe
y encontróse ante dos nuevos y graves problemas que por igual reclamarían su celo, su actividad,- su energía de militar y su buen sentido de
gobernante.
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F.O. Assuncao - W. Pérez
Por un lado, la actitud revolucionaria y desconocedora de la autoridad real a través de su legítimo representante, el Virrey, por parte de
quien llegara a Asunción con cargo de Juez pesquisador designado por
la Audiencia de Charcas, para entender de los cargos que se formularon
contra el Gobernador don Diego de los Reyes Balmaceda, el licenciado
don José de Antequera y Castro, que con audacia y verbo, las aristas
más salientes de su carismática personalidad, se convirtiera en autoridad
absoluta, motu propio de la Provincia. Preludio, —en tierra fértil como
la paraguaya, acostumbradas sus gentes desde los tiempos fundacionales de Irala a los conductores fuertes, siempre levantiscos contra la
presencia misionera que tanto perjuicio económico causara a los intereses de los antiguos encomenderos y yerbateros —de otras revoluciones
que en el devenir del tiempo sacudirían la amerindia1 hasta la independencia.
Por otro, lo que tanto se temiera, la presencia portuguesa en la
bahía de Monte Vidio o Montevideo.
Los sucesos de Buenos Aires y Santa Fe, el control de las actividades de los comerciantes de la Colonia del Sacramento, los filibusteros
franceses en la costa del este de la Banda Oriental, a los que se atacara
varias veces, se decomisaran y se quemaran miles de cueros y se acabara
por alejar de allí, todo había contribuido a dificultara Zavala el cumplimiento de las Reales Ordenes que traía consigo y las que sucesivamente
le llegaran, en los años 1718 y 20, sobre la necesidad de establecer una
fuerte población en aquella bahía, cerro y península, que constituían
punto estratégico para la defensa de la entrada del Plata y protección
de los territorios y cuidado y aprovechamiento de la inmensa riqueza
ganadera que poblaba sus fértiles campos. (3)
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
33
Pero, sobre todo, según reiteradamente lo hiciera saber al Gobierno y a su Consejo de Indias, eran materiales los obstáculos, hasta entonces insalvables, para la fundación de aquel fuerte y población. La situación de pobreza de los vecinos de Buenos Aires y la del erario, ya que
para aliviar a aquéllos, había tenido, por su iniciativa, que aliviar la presión fiscal. La falta de gentes aptas y dispuestas a iniciar la aventura de
poblar en un nuevo territorio, sujeto, igualmente a los ataques de indios
y, en el caso, de los portugueses y, tal vez, de los piratas de otras naciones. Los conflictos ya mencionados con el Cabildo y vecinos de Buenos
Aires, que se verían ciertamente agravados quien sabe hasta que límites
si se intentaban levas y colectas forzosas a los efectos. Asi' como la escasez de recursos bélicos, tanto en armas como en personal, conflictuado
éste también por la falta de pagos, lo mezquino de éstos y las carencias
del equipamiento prometido, en especial lo referente a monturas,
que ya había provocado entredichos cercanos a la insubordinación, sólo
superados por la mezcla de firmeza y tolerante paternalismo con que
solía moverse el Gobernador.
Y ahora, lo que tanto se temiera acababa de producirse: los portugueses, confiados en el apoyo eventual de la Colonia y de Río de Janeiro y en la famosa Clausula 6a del último de los Tratados firmados en
Utrecht, habían empezado una fundación en el sitio de Monte Vidio
o Montevideo.
HABRÁ QUE ENFRENTARLOS
El día 22 de noviembre, de ese año de 1723, una escuadrilla de
navios bien armados en guerra, llevando a su bordo varias compañías
militares de desembarco, había echado anclas en la renombrada Bahía,
34
F.O. Assuncao - W. Pérez
entre el Cerro denominador y la lengua de tierra o península orientada
de este a oeste. A los pocos días de tareas febriles, habían levantado
los invasores diez explanadas para la artillería, excavado trincheras,
construido barracas y ranchos, armado carpas y formado corrales, estos
últimos junto a las faldas del Cerro, donde iban metiendo ganados, para
consumo y las caballadas en amanse, que recogían de los campos circundantes, donde tanto abundaban.
Zavala, tan mesurado siempre y en apariencia reflexivo y lento
de reacciones, no hesitaba jamás cuando era el momento de la acción.
De inmediato envió a uno de sus capitanes con una misiva al Gobernador de la Colonia. Este respondióle, según podía esperarse, que la ocupación se llevaba a cabo en cumplimiento de reales órdenes de Su Majestad Fidelísima y que esas tierras pertenecían a Portugal, según los tratados vigentes.
Zavala resolvió entonces prepararse para una guerra abierta a fin
de desalojar a los lusitanos y lo hizo con prontitud y eficiencia tales,
que tuvo el éxito deseado sin que se llegara a combatir.
En Buenos Aires, y desde seis años atrás, también, vivía pacíficamente, aunque varias veces tuvo que integrar las milicias locales para
enfrentar al indio, aquel joven aragonés, Juan Antonio Artigas, llegado
con las tropas de Caballería desmontada que acompañaron al Gobernador como refuerzo para el Presidio de Buenos Aires (4)¡siempre inquieto y escudriñando el futuro con la mirada penetrante de sus ojos claros.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Sólo tres meses después de su arribo, el apuesto Artigas que había
conquistado el corazón de Ignacia Javiera Carrasco, de apenas diecinueve años de edad, hija menor del Capitán don Salvador Carrasco y con la
complacencia de los padres, contrae matrimonio con ella. (5)
Año a año, el hogar de los Artigas y Carrasco, la dicha de Juan
Antonio e Ignacia, se vio completada con la llegada de un fruto de su
amor. Una niña, cada vez, a las que se bautizó, respectivamente con los
nombres de Antonia Josefa, Ignacia, María de la Encarnación y Catalina. (6)
El destino, ese hado que iba marcando las etapas de su existencia,
llevándolo hacia una meta para él insospechada e invisible, no había
querido darle hijo varón, heredero de estirpe y apellido, nacido en aquella banda occidental del Plata.
Es que el índice de la historia —de su propia historia familiar y de
la otra mayor, que se escribe en el bronce perenne para ilustración de
las generaciones venideras— apuntaba hacia la otra margen del antiguo
Paraná-Guazú, hacia su ribera norte. Hacia aquella Banda Oriental que
vivía aún la bucólica soledad salvaje del monte y el arroyo, de las cuchillas y los valles fértiles, del indio merodeador y alzado, de las toradas de
morro babeante y enormes cuernos asesinos, de las yeguadas cimarronas
de casco ligero y guedeja electrizada, del tigre sigiloso y sanguinario.
Ese país paradisíaco y, como olvidado del mundo, que había entrevisto en el año 1720 cuando integraron la expedición que al mando del
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F.O. Assuncao - W. Pérez
Capitán don Martín José de Chauri, el mismo que en aquellas exóticas
costas bajas de inmensos palmares y espejos lacustres, derrotara a bala a
los cien filibusteros del pirata francés Esteban Moreau, apoderándose
de miles de cueros que fueron quemados como en un Acto de Fe.
Los aprestos bélicos del Señor Gobernador, para desalojar al portugués de Montevideo, le pondrían otra vez, en campaña. Ahora sí había
sonado su hora. El destino habría de cumplirse. El reloj de la historia
juntaba sus agujas en la incógnita de un minuto crucial.
conducido siempre por la
prudencia...
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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Notas al Capítulo III
(1)
Feliz frase-idea del historiador compatriota Héctor Miranda, al hacer el resumen caracterológico del fundador de
Montevideo, en su libro "Bruno de
Zavala".
Ed. A. Barreiro y Ramos, Montevideo,
1913).
(2)
Ver la nota correspondiente, N° 4, en el
capítulo primero.
(3)
El desarrollo de la ganadería en el territorio rioplatense tuvo su inicio, en el
ganado vacuno, transportado a la Asunción desde San Vicente (hoy Santos)
en la costa brasileña del Atlántico.
El rodeo asunceño, acrecentado por
una segunda introducción de ganado
—cuyo origen sería el aporte realizado
por el Adelantado Ortiz de Zarateefectuada desde La Plata (Perú) en 1569
por Felipe de Cáceres, se transformó así
en la base de toda la pecuaria del Río de
la Plata y Río Grande del Sur, incluyendo las Misiones. En efecto, de él provienen los ganados que Garay lleva al
fundar Santa Fe y luego a la segunda
fundación de Buenos Aires. Finalmente,
para la fundación de San Juan de las
Siete Corrientes se llevaron 3000 cabezas
de ganado vacuno, que constituirán la
base de los primeros rodeos de las Misiones Orientales.
De acuerdo a la documentación estudiada, a las dos primeras introducciones de
ganado vacuno en la Banda Oriental,
realizadas por Hernandarias —la primera
en 1611 en la isla del Vizcaíno en las
bocas del Río Negro y la segunda en la
tierra firme de San Gabriel, en 1617 —les
siguieron las famosas "vacas oscuras"
abandonadas en las Misiones por tos
Jesuítas y sus indios catequizados, así
como las que arriaron los indios que pueblan la región, charrúas y los minuánguenoas.
El desarrollo excepcional del ganado
vacuno en nuestro territorio, además de
transformar los hábitos de vida de los
indígenas naturales, hace precipitar sobre
él a los tres grupos socio-cultural que lo
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rodeaban: los españoles y criollos de
Santa Fe y Buenos Aires; los tapes misioneros y los paulistas y lagunistas del
Brasil que en su marcha hacia el sur
empezaban a cruzar el territorio de
Río Grande y parte del nuestro.
(Fernando O. Assuncao, "El Gaucho",
Tomo 1 - Montevideo, 1978).
(4)
El Comisario Ordenador de los Ejércitos de S.M., don Juan de Casanova, hizo
una relación de los 96 soldados de caballería desmontada que por orden del
Rey se embarcaron en el puerto de Cádiz
el 1° de Abril de 1717, para pasar a servir de refuerzo al Presidio de Buenos
Aires " , desde luego, en esa lista figura
Juan Antonio Artigas.
(Archivo Artigas. Tomo I, pg. 3)
(5)
Información de estado civil de soltero
de Juan Antonio Artigas, Amonestaciones y Partida de Matrimonio.
Información —Setiembre 8— octubre 9
de 1717.
"Ynformazn de casamiento echa apediménto de Juan Anttonio Artigas nattural
de la puebla de albortton enel Reino
de Zaragoza para Casarse con CP Ygnazt'a
Carrasco nattural de Sta Ciudad.
Juez en ella el señor Provisor
Y Vicario Gen.1
Nottario
Diego Saenz
S1". Prov.or y Vicario Gral.
Jup Antonio Artigas NatJ déla Puebla
de A/bortón del Obispado de Zaragoza
Hijo Lexitimo deBlas Artigas Y de María
Ordouas en la mejorforma Quemas haia
lugar endro yalmio conbenga ante Vm
peresco y Digo que para mejor servir
a Dios nro Señor tengo tratado elcontraer
Matrimonio con Ygnacia Carrasco hixa
lexitima del Cap." Salbador Carrasco
y de D° Leonor de Meló y parapoder/e
efectuar Ofresco dar ynformacion de ser
soltero atento lo qual a VM. pido y suplico sesirva de amitirrñe
dha ynformacion que en hacerlo asi
F.O. Assuncao - W. Pérez
recivire mrd, con Justicia q0 pido enlo
necesario 81a"
Por Juan Antonio Artigas
Luís herrera
Auto de Amonestaciones-Octubre 9,
1717
on
"Vístta, Sta. Ynformz
por Sumerzed
del Señor Provisor YVicario General
Dijo Que la Aprobaba Y aprobó y queseledespachen al Cura recttor las amonesttaziones para q° las Corra y no resultando ympedimentto Se le despache la
Licencia y asilo provéelo mando y firmo
emBuenos Aires en nuebe de Octtubre
de mil settezcentos y diez y siette a.s
doi fee".
Mro. Juan Guerrero
de Escalona
Partida de Matrimonio • Octubre 25,
1717
"En weintey sinco de octubre de mil
setescientos y diez y diez y siete, el
¡_do pn Bernabé Gutt.2 con mi licencia Caso y Velo a Ju.n Antt.° Ortigas con 0a Ygn.a carrasco a viendo
presedido las a monestaciones y demás
dispuesto por el Sto'
Concilio de
trento se hallaron por testigos Salvador
Carrasco; Alonzo Molina y Matheo
Pintos"
Dr. Marcos Rodrigue;
de Figueroa.
(Archivo Artigas -Tomo I - págs. 35 y
siguientes).
(6)
Partidas de bautismo de las hijas mayores
de Juan Antonio Artigas. Antonia Josefa-Enero 13 de 1719.
"En trece de Hen°. de mil setecientos y
diez y nueve bautizo puse oleo, y chrisma
á Antonia Josepha de edad de quatro
dias es hija legítima da Ju Antonio de
Artigas y D3 Ignacia Xaviera Cerrazco.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
Padrinos Rodrigo Corrales, y D3 María
Carrazco"
Diego de Leyva
Ignacia - Agosto 2 de 1720
"En Dos de Agosto de mili SetPs. y
Veinte años Con mi: Licencia Bautizó
puso oleo y Xma El Licenciado D"
Clem*6. de quiñones a Ygnacia de quatro
dias, hija Legítima de Juan Antonio
D arjgas y 0a Ign3 Carrasco fueron
sus Padrinos el CappP Thomas de Quiñones y 0a Inés de Gadea Su muper.
D r . Marcos Rodríguez
de Figueroa
María de la Encarnación - Abril 7 de
1722.
"En siete de Abril de mili setecientos
y veinte y dos años El Ld°. D". Franco
de Ybarra Presbítero y SaChristan
Maor Conmilicencia puso Oleo y Chrismaaá María de la Encarnación de edad
de trese dias hija legitima de Jun Antonio Artigas y D 8 Ygnacia Carrasco fue
padrino Manuel de la Regióle."
D r . Marcos Rodr.s defigueroa
Catalina -Enero 26 de 1725.
"En veinte y seis de enero de mil setecientos Y beinte Ysinco bautizo con mi
licencia puso oleo y xma el Padre Fray
Joseph Verdun del Orden de Predicadores a Catalina de edad de dos dias es hija
Legitima de Antonio Artigas y D* Ygnacia Carrasco (.,,.} Ma drina 0a. Martina
Carrasco-"
l_d°. D Vizentte de Ribadeneyra
(Archivo Artigas, Tomo I, págs. 38 y 39)
39
IV
Montevideo
ANTECEDENTES
Antes de continuar el hilo de nuestro relato, vamos a dejar por
unos instantes a sus protagonistas para referirnos lo más rápida y claramente posible a los antecedentes conocidos que hacen a su fundación y algo sobre su nombre que, siempre, ha sido como un misterio.
Debemos descartar, totalmente, en el origen de la denominación
del cerro, bahfa y lugar donde hoy se levanta nuestra ciudad, aquella
leyenda de un marino portugués, de Magallanes o de las expediciones
pre-solisianas de los lusitanos al Plata (i), que habría exclamado, a la
vista del cerro, —Monte vi eu, o Monte vide eu. Las formas más antiguas
que conocemos como denominación y las que siguen en la cartografía,
y documentos portugueses hasta el siglo X V I I I , son Monte Ovidio o
Monte Vidio, que eliminan por completo esa hipótesis.
Por la misma razón tampoco consideramos válida una hipótesis
criptográfica que dice que, para los marinos el cerro sería el Monte VI
de E.O. (es decir la sexta altura desde Maldonado, yendo de estea oeste).
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
41
Lo más probable es que los primeros marinos que navegaron el Plata, denominaron Monte Ovidio el accidente geográfico, por similitud
con otro para ellos conocido de su península, en el caso, el Cabo Ovidio
acantilado en la boca de una ría cuya anchura recuerda la de nuestra
bahía, en la costa de Asturias.
Monte Ovidio se deformó en los mapas a Monte Vidio y de esta denominación que figura en muchas cartas, se pasó más tarde, en el siglo
X V I I I , a Monte Video, o Montevideo.
La fundación de población tan importante para nosotros, pues en
ella empieza realmente la colonización efectiva y oficial por España de
nuestro territorio y es la cuna de nuestro Procer, tiene tres etapas o tres
tiempos bien definidos.
La primera es la etapa de las iniciativas que no se concretaron, cuyo primer mojón lo puso ese criollo progresista y gobernante probo y
activo que fue Hernandarias de Saavedra. En una carta al Rey Felipe I I I ,
fechada el 5 de mayo de 1607, le da a conocer su determinación de pasar el año próximo, de 1608, a la otra banda que llaman de los charrúas y poner alguna gente en un puesto que se ha descubierto en el paraje que llaman Monte Vidio, que me dicen es muy bueno, como treinta leguas de esta ciudad (Buenos Aires) y tiene un río muy acomodado
(el Santa Lucía) y una isla cerca de la mar (la de Flores). Para que allí se
nos pueda dar aviso por mar y tierra si se descubriesen algunas velas de
enemigos, que es más cierto venir por aquella banda que por esta otra.
Y si lo hallare dispuesto y fuerte de la suerte que yo imagino y me pare-
F.O. Assunfao - W. Pérez
cíese convenir a vuestro real servicio, será posible dejar poblado allí un
pueblo, que entiendo sería de importancia para lo dicho y de no menos
efecto para otras ocasiones...
Hernandarias hizo su viaje de exploración a fines del mismo año
y después de largas andanzas llegó a un río y puerto que llaman Monte
Vidio y al río, por haber llegado allí el 13 de diciembre, le pusieron
Santa Lucía, por ser la fecha de dicha Santa para los católicos.
Casi veinte años después, el 10 de mayo de 1626, el nuevo Gobernador del Río de la Plata, don Francisco de Céspedes, le escribió al
Rey Felipe IV, proponiéndole: hacer población en Montevideo y un
muy buen fuerte con gente pagada que la guarde y castellano (gobernador) que la gobierne.
Como ocurriera con tantas otras, mientras estas inteligentes iniciativas morían o eran ignoradas entre el lentísimo papeleo burocrático
español del Consejo de Indias, los portugueses, enseguida de consolidar
su independencia con el Tratado de 1668, comienzan, desde 1670 a llevar adelante actos efectivos de posesión y dominio, que aún cuando
culminan con la fundación de la Colonia del Sacramento, en las tierras
de San Gabriel, por el General Manuel Lobo, a fines de enero de 1680,
no dejan del todo de lado la posible fundación en Montevideo.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
43
Los mencionados movimientos de los portugueses vuelven a excitar el celo español y entonces es el Gobernador José de Herrera y
Sotomayor que entiende conveniente levantar una ata/aya en lo alto
del monte que aunque no es muy eminente, descubrirá lo bastante, y
justamente a su abrigo, formar un corto pueblo de españoles e indios,
para que puedan prevalecer (subsistir).
Caída la Colonia del Sacramento en agosto del mismo año 1680,
los portugueses, que en 1683 en virtud del Tratado Provisorio volverán
a tomar posesión de ella, se dan cuenta de la conveniencia de disponer
de una nueva población, que la apoye, en la bahía de Montevideo. Así
lo aconseja en 1687, Thomé de Almeida. Más tarde, en dos oportunidades, en 1691 y en 1694, Naper de Lencastre que era por entonces gobernador de la Colonia después de haber sido de sus fundadores, insiste
ante el ya rey D. Pedro II (antes fue Regente) sobre esa población en
Montevideo. El Rey portugués ordena, en 1701, la creación de una población y fortificación en Montevideo.
La guerra española de la Sucesión, que ya hemos visto, les complicó los planes, pues Colonia volvió a ser despoblada en 1704 y recién devuelta a Portugal, según también se indicó, en 1715, como consecuencia
del, tantas veces mencionado, último Tratado de Utrecht.
La segunda etapa del proceso fundacional de Montevideo, es la que
llamamos de los hechos o actos preliminares positivos.
Baltasar García Ros, un muy capaz funcionario, que ejerciera el
gobierno provisorio del Plata entre 1715 y 1717 y luego, según ya
dijimos fue Teniente de Gobernador de Zavala, procedió a establecer
puestos de guardia, en Montevideo y en Castillos (Rocha) destinados
a evitar los robos de ganados por los piratas y el aprovisionamiento
(por el arreo de los mismos) por parte de los portugueses de la Colonia.
Montevideo fue, pues, un lugar virtualmente ocupado por patrullas
españolas de defensa, con mucha anterioridad a la creación de la población y fuerte.
Ya señalamos la insistencia del Rey Felipe V, para que Zavala
formara esa población y fuerte (presidio, se le llamaba en el lenguaje
de la época), en sus sucesivas órdenes de 1716, 18 y 20. Las que reiteró
en mayo de 1723 y, finalmente, el 20 de diciembre de ese año, cuando
los portugueses ya se habían asentado allí.
44
F.O. Assuncao • W. Pérez
Esta última instrucción, que Zavala recibió cuando ya había iniciado él la nueva población, es de una gran severidad y no deja dudas
sobre lo que el Rey Felipe quería al respecto: que en el caso de no
estar ejecutadas ya las órdenes anteriores mías, sobre la construcción de
las referidas fortalezas, o no hallarse principiadas éstas, paséis desde luego sin malograr tiempo alguno a ejecutarlas y perfeccionarlas, según os
tengo mandado, en inteligencia de que, de lo contrario me daré por
deservido (no servido) de vos y se os hará gravísimo cargo.
Dé haberlas tenido, semejante carta hubiera hecho a Zavala poner
las barbas en remojo, que fue en realidad lo que hizo al ordenar la fundación según tantas veces se lo intimara su Rey. Las causas y razones
por las que antes no lo hizo, también las vimos. Volvamos, entonces,
a nuestra historia.
LOS PORTUGUESES
Es el 4 de diciembre de 1723. En las plácidas aguas de la Bahía de
Monte Vidio o Montevideo, se mecen, anclados, arriado el velamen, la
fragata "Nossa Senhora d'Oliveira" y los navios ligeros "Sacopira" y
"Chumbado". Están bien artillados, tienen abundancia de víveres, las
tripulaciones son numerosas. En la nave capitana, ondea el gallardete
del jefe naval, el ilustre Capitán Manuel Henriques de Noronha, orgulloso y celoso de sus fueros, pero poco valiente. Sus relaciones con el
jefe militar que, en tierra firme, organiza el nuevo fuerte y población,
son regulares y tienden a empeorar. Sus personalidades son antagónicas
y, una vez más, el giro de los hechos históricos va a depender del carácter, de las debilidades y de las actitudes de un par de hombres, antes
que de las órdenes de un monarca o de una gran contienda militar,
que sería lo previsto.
Varias explanadas de tierra apisonada se levantan formando un
cuadrilátero en el extremo de la península junto a la bahía. Son plataformas para colocar piezas de artillería a barbeta , es decir sin parapetos, sobre tarimas de madera giratorias, de modo de abanicar, literalmente, con sus posibilidades de tiro, en un amplio arco de círculo.
La tierra para levantarlas, ha salido de anchos fosos, o trincheras, que
completan el cuadro, exteriormente, destinados a impedir el asalto;
entre las plataformas y uniéndolas, estacadas de palo a pique —troncos
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
45
clavados unos junto a otros con el extremo superior aguzado— a las
que se agregan ramas espinosas. Para protección de los fusileros, en lo
alto de las explanadas, barriles llenos de arena y piedras, también con
zarzas, constituyen lo que, por eso, se llaman barricadas.
Hay varios ranchos de fajina o adobe y techos pajizos y algunas
tiendas de campaña y barracones.
En el rancho que parece principal, más grande y prolijo, encaladas
las paredes, algunos tapices cubriéndolas, sentado ante una mesa de
gruesas patas engalletadas (2) en una silla de brazos, respaldo y asiento
de cuero repujado con grandes tachas de bronce, un fraile, ayudado por
la luz de un velón, amén de la que entra como un haz deslumbrante por
la ventana de la sala, escribe con vivacidad, raspando con la pluma de
ganso la hoja de papel de trapo con marca de agua. Su hábito pardo y
pobladas barbas indican su condición de capuchino de la orden de San
Antonio. Un hombre más bien bajo, fuerte, en desaliñado uniforme,
golpeando con las botas mosqueteras el suelo de tierra apisonada, cubierto casi por completo por un tapiz de "arroiolos" (2). camina a grandes zancadas, gesticulando, a veces, mientras le dicta:
Mi amigo y señor ya sabrá Vuestra Señoría que por mi negra suerte me llevaron los enemigos la caballería y ganados, sin que nos quedase
caballo alguno sino los que los soldados tienen debajo suyo, y a estos
tampoco los podemos conservar, por no tener donde llevarlos a beber y
pastar, así no tengo cómo mandar descubiertas a las campañas.
L os centinelas en las trincheras muy poco alcanzan a ver y así sólo
tendré noticias de los enemigos cuando estén sobre mí y como me encuentro con muy poca guarnición para guarnecer las trincheras y sin
reservas para poder andar a donde sea necesario, y temo que la ocasión
sea de noche, lo que es aún más riesgoso, pido a Vuestra Señoría me
quiera socorrer con 30 soldados y 6 artilleros, pues aún aquí dentro
es que pueden serme útiles de noche cuando aumenta el
peligro...
Llegaba a las fórmulas corteses de estilo y, antes de ello y la fecha,
que precedería a su propia firma, el capitán Manuel Freitas da Fonseca,
jefe de las fuerzas portuguesas encargadas de la fundación, se detuvo,
ahogó un suspiro, se dirigió hacia la ventana y mientras miraba, sin ver,
a los hombres que trajinaban por el exterior, recortados contra el azul
diáfano de un magnífico cielo primaveral, se embebió en sus pensamientos y recuerdos.
46
F-O. Assuncao - W. Pérez
Cuántos acontecimientos. Cuántos preparativos, cuántas ilusiones
y todo parecía ahora naufragar, casi sin haber empezado. Todo comenzó, un año atrás, cuando el Gobernador Antonio Pedro de Vasconcellos,
de la Colonia del Sacramento, escribiera al de Río, Ayres de Saldanha
de Alburquerque sobre la conveniencia de fundar, pronto, una población en esos parajes de Monte Vidio, para apoyarse y apoyar a aquella
población. Saldanha consulta a Lisboa y Su Majestad Fidelísima, que
Dios Guarde muchos años, el Señor Don Juan V, le ordena, por Real
Cédula de 29 de junio de este mismo año de 1723, que tome posesión
del Monte Vidio, si hubiese castellanos los desaloje y construya un fuerte allí. Desde entonces la actividad en el Janeiro fue febril. Con 40.000
cruzados (moneda de plata portuguesa), de la Casa de Moneda, se prepara la expedición: se seleccionan 150 hombres de tropa, en tres compañías de 50 cada una, al marido de los capitanes Antonio Regó de Brito,
Luis Peixoto da Silva y Bernardo da Silva Ferráo. Con cien ayudantes y
servidores, entre hombres sacados de la prisión, indios y esclavos. A él,
Fonseca, se le nombra como jefe y de segundo e ingeniero, el Sargento
Mayor Pedro Gomes Chaves. Y los barcos, y aquel jefe naval, Noronha,
tan orgulloso y difícil para él en el trato, siempre ceremonioso y frío,
al que ahora escribe.
La llegada. El desembarco. El comienzo de las construcciones. Las
dos primeras semanas todo parecía perfecto. El Gobernador de la Colonia le había enviado una compañía de 40 hombres de caballería, con sus
animales y esos hombres habían levantado corrales del otro lado de la
bahía, al pie del Cerro, encerrando en ellos las caballadas y los ganados
vacunos que arrearon de los alrededores. Hasta que esa noche aciaga del
3 de diciembre, de las sombras salen hombres castellanos, criollos en su
mayoría —prácticos de la tierra, acostumbrados a la volteada en las
vaquerías a los ganados cimarrones— con algunos indios y mestizos y,
con gran sigilo, abren los corrales y les llevan todos los ganados. Su pre-
EL JEFE OE LOS ORIENTALES
47
sencia, merodeando en los montes cercanos, era la que le hacía temer
un desastre mayor s¡ autorizaba la salida de los caballos restantes del
recinto, para llevarlos a abrevar y pastar. Aquellos hombres eran muy
duchos y astutos y usaban como armas, eficaces para liquidar a los caballos, el lazo y las boleadoras, éstas según el modo de los indios. . .
Una tocesilla discreta del fraile le trajo a la realidad. Volvióse vivamente y fue hacia la mesa, alargando la mano en busca de la pluma para
estampar su firma al pie de aquella carta lacrimosa y casi humillante.
LOS ESPAÑOLES
El día había sido bochornoso. El sol se ponía tras la masa verdusca
del Cerro, como una bola de fuego, tiñéndose el horizonte de rojos,
rosas, verdes y violetas. El villorrio casi no nacido aún, se preparaba
al descanso. Los cañones parecían extraños animales negros, suerte de
yacarés embarrancados dormitando, la fauce abierta hacia el río, sobre
las explanadas de tierra. Se habían reforzado las estacadas y se construía
un fortín, en la punta de la península, que miraba al este, bajo la dirección del ingeniero Domingo Petrarca, quien también delineaba el trazado de futuras calles, manzanas y plaza mayor. Todavía, debido al calor,
algún indio tape, con su chiripá de jerga, desnudo el torso y descalzo,
merodeaba por el lugar. En los ranchos —pulperías, por ahora tendejones de poca monta y servicio— de Pedro Gronardo y de Gregorio Collazo, reina el bullicio; algunos soldados, así de caballería como infantes,
beben las once (4), charlan sobre los trabajos del día y las promesas que
Su Excelencia el Señor Gobernador ha hecho a quienes quieran quedar
allí como pobladores del nuevo pueblo y presidio (5). Tentadoras resultan estas promesas: título de HijosDalgo desolar conocido, solares para
levantar sus viviendas en el repartimiento. Tierras para chácaras en los
propios y suertes de estancias y ganados en las fértiles campiñas circundantes. Es el gran tema para todos, después que, un mes atrás, el portugués resolviera irse sin ofrecer resistencia al sitio (6), levando anclas los
48
F.O. Assun?ao - W. Pére2
buques, y haciendo velas hacia el Brasil, después que se embarcaran en
ellos todos los soldados, auxiliares y sirvientes de la recién instalada
guarnición.
Bajo el alero de un bastante precario rancho de adobes con techo
de cueros vacunos, sentados en un rústico banco bajo, mientras toman
el mate; bebida nacional de la región, infusión de la yerba del Paraguay,
frío, que resulta un gran alivio para la alta temperatura, dos hombres
cambian impresiones. Ambos son jóvenes; uno es moreno, menudo, nervioso; el otro más alto, mucho más blanco aunque curtida la piel,
leonados los cabellos, avizores los ojos claros, mesurado el gesto, queda
la voz, no obstante las ideas que bullen en su cabeza. Son cuñados. El
joven es Sebastián Carrasco enrolado en la expedición a Montevideo
y el soldado veterano de caballería, Juan Antonio Artigas.
Ya están resueltos. Quedarán en Montevideo. Traerán hasta aquí
a sus familias. Artigas argumenta que por fin podrá salir avante. No es el
título de hidalgo que lo tienta, son los solares, las tierras, los ganados...
El bien .sabe cuanto puede obtenerse en estas tierras con tesón y con
valor. Aquí será un vecino fundador, respetable y respetado. En Buenos
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
49
Aires, entre los orgullosos porteños, no es nadie. Un pobre soldado. . .
El quiere mucho más para los suyos.. . y .. .sise trata de servir al Rey.. .
también ha sabido y sabrá desempeñarse, según cuadre la ocasión.
El otro asiente. . . él también quiere mejores tiempos para los suyos,
en especial ahora que ya no tienen el apoyo de su padre, el viejo capitán
don Salvador Carrasco, muerto unos meses antes . . . sabe de los peligros,
sabe de los indios y los portugueses que pueden regresar en cualquier
momento. Pero también intuye el futuro, ve las posibilidades de aquella
población en un verdadero puerto como este de Montevideo, con ese
riquísimo país fértil a sus espaldas. Y concuerda con su buen cuñado,
con quien le une entrañable amistad.
Zavala, en aquella misma sala que sirviera al jefe portugués, vestida
ahora con mayor sencillez, con sus propios muebles de campaña, sentado en su sitial de brazos, medita sobre sus planes futuros. Ahora sí,
habrá de dar cabo cumplidamente a las órdenes de su soberano. Mil
indios tapes de servicio, camiluchos y vaqueros enviados por los Padres
de la Compañía, de sus Siete Pueblos del Alto Uruguay, ya están trabajando en la construcción de las fortificaciones, bajo las órdenes de don
Domingo Petrarca, que ha trazado los planos de la futura ciudadela. El
mismo y don Pedro Millán, se encargarán de trazar el amanzanamiento y
éste de repartir solares, fijar el ejido y los propios (?) y destinar, de
acuerdo con sus resoluciones en cada caso, tierras para chácaras y suertes de estancias.
•-•»—jj1*
50
V
F.O. Assunipao - W. Pérez
Algunos de sus soldados y vecinos de Buenos Aires, como ese buen
Gronardo, práctico del río, que le llevara la noticia del establecimiento
portugués y al que ha autorizado a establecerse con pulpería para atender las pobrezas de todos, ya están dispuestos a quedarse y poblar. Y
esto a pesar de que a diferencia de aquél, o de las familias de su fiel
soldado Artigas y sus cuñados los Carrasco y los Burgués, la mayoría
de los porteños y en especial su Cabildo y, comerciantes y hacendados,
miran con desconfianza y se oponen sorda y tercamente a la nueva fundación (como lo hacían desde antes), mirándola como a competidora o
adversaria con su puerto natural y profundo y su abundancia de ganados 18). No obstante, Dios mediante, este Presidio y Real Ciudad de
San Felipe de Montevideo, habrá de medrar. Y sonríe, al pensar que ese
nombre, de San Felipe, en honor de Su Católica Majestad, es el mejor
modo de dar satisfacción a los agrios apremios reales por no haber llevadoadelante antes esa fundación. Además.. .además, está ese comerciantenaviero Alzaibar, dispuesto a traer familias de Galicia y Canarias, a
cambio de fuertes mercedes y privilegios. Sí, claro, que medrará San Felipe. Y siente correr por su cuerpo, como un bienestar extra, en aquella
noche estival, el orgullo. . .
Las sombras han caído sobre la escueta población, todos los sonidos se han ido apagando.
— ¡Arma, arma! grita el centinela que hace la ronda en el fortín del
este. Un barco portugués se dirige para entrar a la bahía.
Es el 24 de febrero de 1724.
El barco viene con auxilios del Janeiro y cree estar ante la fundación de sus compatriotas, ignorando la defección y retiro de éstos. Se
producirá un breve combate, con cañoneo de ambas partes. Luego la
calma y la hidalguía de Zavala, que les permite volverse sin más consecuencias. . .
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
51
Es la primera defensa de la aún no definida población. Nace una
ciudad y nace una nación. El apellido de aquel aragonés de Puebla de
Albortón, aquel inquieto hijo de Blas y María, ese denominador Artigas, ¡a tierra que está laborada y pronta para la siembra, está para
siempre ligado como símbolo mayor a su destino; será más que el timbre de su mundo, su raíz, su entraña. . . su idea misma.
.ya es tiempo de recoger el fruto
de tantos afanes. . .
52
F.O. Assuni;ao - W. Pérez
Notas al Capítulo IV
(1)
Laguarda Trías, Rolando A., "El Predescubrimiento del Río de la Plata por la
Expedición Portuguesa de 1511-1512",
Lisboa, 1973.
(2)
"Mesas de bolachas" fas llaman los portugueses, pues están torneadas con sucesivos ensanchamientos que parecen galletones.
(3)
Famosa localidad portuguesa cercana a
Lisboa, cuyos habitantes viven solamente
de la confección, a mano, de tapices y
alfombras.
(4)
En toda América española se señaló, de
este modo eufemístico, al tomar aguardiente, palabra de once letras.
(5)
Auto de Zavala expedido en Buenos Aires el 28 de agosto de 1726, relativo a la
fundación de Montevideo, y a los privilegios acordados a sus pobladores y la
Real Cédula de Felipe V , aprobando sus
términos, expedida el 15 de julio de
1728.
"En la muy noble y muy leal ciudad de la
Santísima Trinidad y Puerto de Santa
María de Buenos Ayres a veinte y ocho
de agosto de mil setecientos veinte y
seis años: El Exmo, Sr. D. Bruno Mauricio de Zavala, Teniente General de los
Reales Ejércitos de S.M. Caballero de la
orden de Calatrava y su Gobernador
y Capitán General de estas Provincias
del Río de la Plata, dijo: Que por cuanto
se halla S.Exa. con una Real Cédula de
S.M., su fecha en Aranjuez en diez y
seis de abril del año pasado de mil setecientos y veinte por la cual se sirve
aprobar la Expedición que en el año
antecedente se ejecutó cont (contra)
los portugueses que intentaron ocupar
el Puerto de San Felipe de Montevideo,
como también la erección y nueva planta de su población, dando las gracias a
todas las personas que concurrieron a
dicha facción y en especial a esta Ciudad
por haber concurrido con su vecindario
a la sobredicha Expedición: Y mediante
que la nueva población de aquel puerto
es en conocida utilidad de esta ciudad y
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
provincia asi para su mayor lustre y aumento, como también para su seguridad
y quietud de esta costa, impidiendo con
ella a las naciones de Europa el que se
apoderen de aquella parte de la tierra,
tan útil y necesaria para el bien de esta
Provincia, por cuya razón se ha servido
S.M. contribuir a su mayor aumento con
cincuenta familias de Gallegos y Canarios
además de cuatrocientos infantes para el
aumento de esta guarnición. Y siendo
tan de la utilidad de esta ciudad el comercio que se debe esperar con la venida
de Galeones. [ Los galeones de comercio,
como a México o Cartagena, o Portobelo,
era el ideal, el desiderátum anhelado por
los comerciantes y hacendados de Buenos Aires \ Por este puerto si se consiguiese la seguridad y población del de Montevideo, pasa S.E. a proponer al Cabildo
de esta ciudad cual (cuan) conveniente
y del Real servicio será el que las familias
que se esperan de España hallen otras
del país en aquel paraje con quien (quienes) comunicar y comerciar inmediatamente que lleguen, y que para ello ponga
de su parte el Cabildo los medios que tuviere por más conveniente en orden a
consular algunas familias de las muchas
que vagan esta jurisdicción sin tener
tierras propias en que habitar y otras
que voluntariamente se quieran disponer
a pasar a aquella población para cuyo
efecto por lo que mira a esta ciudad
podrán nombrar capitulares y por lo
tocante a la jurisdicción en falla de
éstos a las personas que le pareciere y
fueren más de su satisfacción para que
corran todos los pagos y que al mismo
tiempo las tales personas y los capitulares que se nombraren hagan padrón con
toda individualidad de toda la vecindad
desta ciudad y su jurisdicción sin exceptuar a nadie y con distinción de los sujetos
foráneos y familias que se hallen en ella
y se han venido desamparando, sus vecindades y domicilios, expresando de donde
son y qué tiempo ha que se hallan en
esta ciudad y su jurisdicción por convenir al servicio de S.M. el que se ejecute
esta diligencia en la forma que va expresada, y a las familias que se dispusieren
a pasar a dicha"población se les hará
saber lo que con que, por ahom, se
puede contribuir para su manutención
y bien estar y es tó siguiente —Primero—
Que deberán gozar los Pobladores, sus
53
hijos y descendientes legítimos el de la
honra y privilegio que S.M. les concede
a los que se asentaron para pobladores en
la Ley Sexta, TítuloSexto, Libro Cuarto,
de las de Indias, que para su mayor
inteligencia se pone aquí a la letra
—Ley— Por honrar las personas, hijos y
descendientes legítimos de los que se
obligaren hacer población y la hubieren
acabado y cumplido su asiento les haremos HijosDalgo de Solar conocido, para
que en aquella población y otras cualquiera partes de las Indias sean HijosDalgo
y personas nobles de linaje y solar
conocido y por tales sean habidos y tenidos y les concedemos todas las honras
y preeminencias que deben haber y gozar
todos los HijosDalgo y Caballeros de
estos Reinos de Castilla según fueros,
leyes y costumbres de España —Segundo—
Que el pasaje de sus personas, familias y
bienes que puedan ser navegables se les
ha de suministrar sin que les cueste
diligencia alguna —Tercero— Quede
presente se les ha de repartir solares en
la Plaza de la nueva ciudad y lugares para
chacras y estancia a cada uno de los
pobladores, esto se entiende por repartimiento, quedando a su arbitrio de cada
uno el pedir de merced los parajes que
por bien hubieren, como se observó en la
población de esta ciudad. —Cuarto— Que
se formará una Vaquería en aquellos
campos (recogida de ganados) y a cada
vecino y nuevo poblador se le darán
doscientas varas para principio de sus
crianzas y también cien ovejas. —Quinto—
Que se han de poner a costa de S.M. el
número de carretas, bueyes y caballos
que parezca conveniente según el número de vecinos que se alistaren para que
en comunidad sirvan en todos los menesteres de acarreos de maderas y materiales
para tos edificios que de pronto se fundaren (construyeren), ayudándoles así
mismo con indios costeados (pagados
por el erario), para el corte y conducción
de las maderas. —Sexto— Que también
a costa de S.M. se les ayudará con todo
género de herramientas que servirán en
comunidad a distribución de la persona
o personas que S.E. disputare para este
ministerio. —Séptimo— Que se les ha de
ayudar con aquella cantidad de granos
que sea competente para semillarse, y
que por el primer año han de ser asistidos
regularmente con la subsistencia de bizcocho, yerba y tabaco, sal y ají. [ Estos
elementos reputábanse indispensables a
54
la subsistencia en la región, como complemento de la carne. El bizcocho, en
tanto no hubiera colecta y molienda de
trigo. La yerba del Paraguay, bebida
universal, que completaba con sus vitaminas y alcaloide (mateína), un carácter
de dinamoforo y digestivo la dicha dieta
cárnica. La sal y el ají para condimentarla (la carne), en vista de que la misma
rara vez (sólo en la faena al momento en
el campo) era totalmente fresca, sobre
todo en época estival, estaba casi siempre
algo abombada, y era necesario el ají
para quitarleel gusto y hacerla comible ] ,
que pareciere precisa: como también
la carne que se les ha de suministrar por
semanas. —Octavo— Que se les ha de
señalar jurisdicción de terreno competente en que puedan tener sus graseadas
y demás faenas de campo y monte.[ Las
graseadas o graserias y cuereadas, se
hacían en ganados cimarrones y en un
ámbito jurisdiccional de cada población
{para no tener conflictos con otras como
permanentemente ocurría entre Buenos
Aires y Santa Fe, en tierras de Entre
Ríos), pues se obtenían así materiales
de uso y comercio necesarios a la comunidad, sobre todo la grasa que se usaba,
fundamentalmente como combustible
e iluminante (velas), y aún el cuero usado en la construcción de las casas y de
todo el utilaje de uso diario en esta verdadera cultura o "edad del cuero" en el
Plata, como se la ha llamado; desde las
botas de potro a los noques para guardar
el grano o la yerba, techos y puertas de
los ranchos, asientos, jergones, aperos
del caballo y de labranza, todo se hacía
con cuero.
La leña para consumo, habida cuenta
la escasez de grandes montes y árboles
corpulentos, creaba un problema semejante. De ahí' la necesidad, también,
de fijar lugares o áreas de monteo para
cada población ] . Para que en la erección
de otras nuevas poblaciones tengan su
distrito conocido y amojonado. —Noveno— Que para gozar de lo referido y
contarse por pobladores y tener el derecho de propiedad a la nobleza que S.M.
les comunica en la Ley citada y también
para adquirir el derecho de propiedad a
las cuadras y solares, chacras y estancias
que se les repartieren, hayan de ser obligados a mantener la vecindad por cinco
años precisos, y si alguno la desamparase
(abandonare) por convenirle, haya perdido lo que así se le repartiere y quede
F.O. Assuncao - W. Pérez
en cabeza (en poder) deS.M. para poderlo
dar y repartir a otras personas, pero habiendo mantenido la dicha vecindad el
tiempo referido de los cinco años adquieran el derecho de propiedad a las tierras
que se les hubieren repartido para
poderlas vender o enajenar. —Décimo—
Que también han de ser (estar) exentos
de pagar alcabala ni otro derecho de
mojoneria, ni otro alguno por todo aquel
tiempo que S.M. hubiese concedido o
concediere a las familias que están alistadas en España, y las que de aquí pasaren
han de gozar de todo aquello que S.M.
hubiese concedido o concediere a las
familias europeas por haber de correr
con igualdad en todo, excepto si S.M.
hubiere preferido en algo alguna o algunas familias por especial privilegio. Y
para que S.M. pueda mas cómodamente
costear lo arriba expresado será muy
bien y muy del Real agrado que el cabildo en nombre de esta muy noble y
muy leal ciudad se esfuerce a servir
con algunos efectos y cantidades, que
estas se podrán sacar de los repartimientos de< cueros hechos para los navios
españoles e ingleses.. ." etc.
(6)
Copia de la carta que el Capitán de Mar
y Guerra, D. Manuel de Noronha le
escribiera al Comandante del destacamento, el 11 de diciembre de 1723:
Mi comandante nadie podía dudar la
venida de los Castellanos que supuse con
algún fundamento, en esta materia,
siempre he entendido había que observar las circunstancias que hemos visto y
para tomar la resolución de atacar en esa
fortificación en que V. Señoría tanto se
ha desvelado, me parecía imposible por
el estado en que ella se encuentra, mas
cuando se lo intente será gloria de V.
Señoría, por el buen suceso que conseguirán nuestras armas. No hay duda en
recibir aqu í los enfermos que V. Señoría
me remita por encontrarme con comodidad para tenerlos y darles alimentos.
Pero como los muchos enfermos que
nuestra fragata ha tenido y "el próximo
arribo" tengo ocupada la comodidad
destinada para este fin y los alimentos
se han acabado, es motivo de mi repugnancia, a más que esta fragata está en un
puerto abierto donde debo estar "safo"
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
y no embarcado para cualquier ocasión
que pudiera acontecer, por cuanto V.
Señoría se encuentra aún con algunas
obras para la cabal defensa de esa Plaza.
Con tan poco tiempo si no pudiera
acabar todo en cuanto a lo que respecta
a mi gente, aseguro a V. Señoría no faltaré en continuar mandándola "como
hasta aquí lo he hecho", aún cuando me
encuentre con bastantes enfermos, permitiéndome el tiempo llegar, no faltaré.
Pero tenga V. Señoría entendido que
antes de la noche se han de recoger a
bordo de esta fragata, por que así me
ordena mi reglamento cuya orden se
extiende, no sólo para la fajina sino
para cualquier proyecto militar y así
no debo dejar fuera persona alguna que
hasta las Ave-Marías no se recoja a bordo
de esta fragata.
El Capitán Fernando Botelho manda a la
orden de V. Señoría con el propósito de
recoger a las horas arriba referidas y juntamente 4 artilleros que todos han de
venir en compañía de dicho capitán,
pues como esta fragata se encuentra tan
falta de gente para su defensa que no
quiero exponerme a algún sinsabor.
Esto es lo que se me ofrece decir a V.
Señoría a quien pido me de ocasiones
en que le sirva que no faltaré. Con
pronta ventura Dios guarde a V. Señoría
muchos años. Fragata N a . Sra.daOliveira
a once de diciembre de 1723.
Fragata Nuestra Señora de Oliveira
Once de Diciembre de 1723. Sr. Manuel
de Freitas da Fonseca. M° Servidor de
V. Sa —D. Manuel HenriquesdeNoronha.
Y como leí la dicha carta en presencia de
todos los oficiales de Guerra de esta Fragata N a . S ra . de Oliveira hago yo de escribiente de este término de justificación
que sobrescribí y firmé con todos los
sobre dichos oficiales de Guerra etc.
Ignacio Nogueira, Domingo de Vasconcelos, Joao de Mesquita Correa, Carlos
Miguel Pimentel, Fernando Botelho,
D. Joseph Henriques, Joseph de Moraes.
(Orig. Archivo de Octavio C. Assuncao).
(7)
Las divisiones en solares, ejidos y propios
estaban establecidas en las Leyes de In-
55
días, al fundarse una ciudad. Los solares
constituían la planta urbana de laciudad;
el ejido era el campo existente a la salida
de la ciudad. En el mismo no se podía
plantar ni labrar y era común para todo
el vecindario, el que lo utilizaba para
algunos trabajos agrícolas. Las tierras
de los propios eran destinadas para los
arrendamientos, proporcionándoles a los
Cabildos recursos para atender los gastos
públicos. Las chacras estaban reservadas
para los agricultores. En los ejidos estaba
prohibido edificar y plantar y al. igual
56
que los propios estaban amojonados y en
muchos casos zanjeados.
(Intendencia Municipal de Montevideo,
"El Cabildo de Montevideo", 1977,
recopilado y redactado por Rubén H.
Bresciano).
(8)
La misma o parecida desconfianza y
antagonismo con que Lima, o los intereses limeños, habían mirado, en
1580, la fundación de Buenos Aires,
cuando Garay resolviera "abrir las
puertas a la tierra", aún contrariando
la voluntad del Virrey.
F.O. Assuncao - W. Pérez
V
Juan Antonio
Artigas
"EL VIEJO"
Las vecinas que con rápido paso, agitando los abanicos para refrescarse, avanzaban por la acera de la sombra, cuchichearon al pasar por
la puerta de la casona de paredes de piedra y asiento de cal, con el revoque desconchado en partes.
— Está muy enfermo.
— No ha podido superar su pena.
— Es un viejo hidalgo como ya no hay . . .
— Dios tenga piedad de su alma, ¡es tan bueno!. . .
El sol cae violento sobre ef polvaderal de la calle, arrojando luces
de cromo y sombras violetas.
En el interior hay movimientos extraños al quehacer de la casa.
Se aguarda la llegada del Juez Don Luis Jiménez, Alcalde Ordinario de
la ciudad y otras personas, algunos amigos de la casa, como don Nicolás
Zamora. Martín José, el buen hijo, se pasea nervioso por la sala. Allá en
su habitación, bajo el dosel del antiguo lecho, en donde nacieran buen
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
57
número de sus hijos, el mismo en que, pero más de un año atrás diera
su alma al Creador su buena Ignacia, la compañera de toda su vida,
madre y esposa ejemplar, Juan Antonio Artigas, velados y opacos los celestes ojos por la fiebre y los años, muy delgado su cuerpo curtido por
la fatiga de tantos trabajos, yace entre tas sábanas de recio lino crudo.
Espera y recuerda. Como a todo anciano ía memoria de lo más antiguo
se le hace clara y precisa; así desfilan por su mente, como en pantalla
iluminada por una luz especial, los acontecimientos más lejanos y otros
más próximos de su vida tan trabajosa, sobre todo desde su llegada a
estas playas de Montevideo, donde su existencia definió su rumbo.
Sabe que debe ser preciso en la redacción del documento testamentario (i), pero, por encima de todo tiene idea muy exacta, como hombre sólido y pragmático que siempre fue, que la hora final se acerca, que
está muy próxima y como cristiano viejo, de convicción arraigada y fe
profunda, sabe que pronto deberá rendir cuentas ante el Tribunal de su
Creador y ese repaso es, ante todo, un examen de conciencia. . .
Le emocionaba recordar cuando, después del desalojo de los portugueses y en 1725, trasladáronse a aquello que no era sino la esperanza
de una población, con sus familias, su amada Ignacia, las cuatro niñas
(Antonia, Ignacia, María y Catalina); su cuñado mayor Sebastián
Carrasco y su mujer Dominga (Rodríguez) con sus niños, Domingo y
María Josefa; su concuñado Jorge Burgués, aquel buen genovés emprendedor, la mujer de éste, su cuñada, María Martina, recién casados
entonces. Cuantos sueños e ilusiones traían.
Y los primeros fueron colmados en el reparto de solares que don
Pedro Millán hiciera a los pobladores, aquel ya lejano 24 de diciembre
de 1726, al recibir el solar y cuadra N9 4. Cuánto agradecían al Niño
Jesús esa noche, en misa, en la Iglesia-rancho, las bendiciones que derramaba sobre ellos y a la Inmaculada, su madre, que presidía el rústico
altar, su intervención.
Al siguiente año, en marzo, el día 12, cuando el mismo señor don
Pedro, les asignara las chacras junto al arroyo de los Migueletes, sus
cuatrocientas varas 12a}, entre la de Burgués y la de Carrasco.
Todavía en el año siguiente, de 28, lo más importante, su estancia
de Pando, en aquellos barros blancos , que le otorgaron siendo ya
Capitán de Vecinos OJ. esa suerte de estancia (4) (5), que fue el centro
58
F.O. Assun^ao - W. Pérez
de sus desvelos durante tantos años, donde hubo de levantar ranchadas
y aquellos enormes corrales de palo a pique, con pozo exterior, para
encerrar las vacadas cimarronas, bravos bichos de pupilas como brasas,
cornamenta enorme, flaqueronas, ágiles y terriblemente agresivas,
como los toros de Pamplona, y las yeguadas bagualas, con sus pelos
vistosos,1 atronando con el ruido de sus disparadas, cuando sentían el
tufo del tigre (jaguar) que se venía desde los montes cercanos de las
riberas del arroyo.
Por último, en 1730, cuando ya era Alcalde de la Santa Hermandad, aquella segunda chacra de los Migueletes . , .
Alcalde de la Hermandad . . . su primer alto cargo público. Con
cuánta emoción, recibió de S. .Excelencia el General y Gobernador, don
Bruno de Zavala, siempre tan afable de maneras y tanto porte y gallardía, lavara (2b) de justicia que le acreditaba; él. Cabildante, él, Alcalde
y recordando a su abuelo José que tantas veces le dijera —sé que tú
triunfarás, nieto mío—, las lágrimas llenaron los ojos del viejo memorioso. . .
i
Había sido, tres semanas después, el 22 de enero de ese año, para
él tan importante, de 1730, cuando S.E. formara la compañía de
Caballos Corazas Españoles de la Dotación de Milicias de la Ciudad de
San Felipe de Montevideo, eligiendo sus hombres entre los vecinos y
designándolo a él como su Capitán (6).
Poco después, en abril, tuvo oportunidad de mostrar sus cualidades
en el cargo, al ordenársele salir, con una partida de vecinos armados,,
a recorrer los campos e impedir las faenas clandestinas, de volteadas,
cuereadas y sebeadas que venían llevando adelante, consumiendo de las
vacadas cimarronas, en los rincones de los ríos Yí y San Salvador, unos
faeneros portugueses, changadores (7).
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
59
Un fulano Timóte, que era el que andaba por el Yí, con graseria
(8) y un fulano Carneiro, merodeando por el sitio donde se quemaron
los carros de Monzón o).
La misión fue cumplida; leguas y leguas a caballo para perseguir
a aquellos hombres. Treinta años más seguiría en ello, hasta convertirse
en uno de los que mejor conocía el país, un verdadero baqueano (10).
En la primavera de ese año, supo en carne propia de la brutal violencia de los indios cuando se levantaban y atacaban en malón, una horda
lanzada al galope de sus caballos de guerra, blandiendo lanzas y boleadoras. Atacaron su estancia de Pando, con la de su compadre José de
Mitre y la de Gaytán. Qué dura podía ser la vida en aquella tierra tan
rica y fértil.
SIGUEN LOS RECUERDOS...
En 1732 le honraron, otra vez, designándolo Alférez Real y Regidor Decano del Cabildo de Montevideo. Ostentando ese cargo, debió
intervenir en el primer acuerdo de paz con los caciques minuanes y fue
él quien trajo a los caciques hasta Montevideo, para su celebración, el
22 de marzo.
Como premio a sus afanes, el Cabildo le otorgó una licencia de
vaquería. Fue ésta, para él, otra experiencia entonces nueva e importante.
Salir a aquellos campos crudos con pastizales de más de un metro
de altura que ocultaban casi, por completo a las reses. Seguir el rastro
de las toradas, por huellas, entre el monte bajo. Encontrarse ante el
espectáculo de las manadas de aquellos animales de cuero casi negro y
peludo, enormes cuernos, secos y huesudos, agresivos, desconfiados y veloces casi como venados. El arreo a galope tendido, formando los hombres un gran semi-círculo y tratando de embretarlos en la horqueta de
dos arroyos. La habilidad de los vaqueros (n) en el manejo del desjarretador {12), la velocidad con que se desmontaban, degollaban la bestia
y volvían a subir de un salto para proseguir la carrera. El tufo acre de
la sangre, el sudor de caballos y jinetes, las deyecciones, la polvareda,
los mugidos de las bestias, gritos de los hombres, relinchos, batir de
cascos y pezuñas, el colorido de las ropas, todo hacía de ello una escena
60
F.O. Assuncao - W. Pérez
bárbara, épica, en definitiva, inolvidable. Con los fogones nocturnos y,
luego, la faena de los animales. La cuereada y estaqueada de los cueros
y la sebeada, incluyendo el derretir el sebo y la grasa en enormes calderos de hierro negro y luego cargar todo en aquellos rústicos carretones
de gigantescas ruedas macizas, tirados por cuatro yuntas de poderosos
bueyes mansos.
En una función de éstas, participaba una veintena de hombres; pero
había que llevar casi un centenar de cabal los, las boyadas y carros, todo lo
cual significaba un movimiento imponente de gentes y animales.
Así era ese país nuevo, reflexionaba el viejo Capitán: agreste,
imponente, vacío, fértil, atrayente y tentador de aventuras. En esa
casi total libertad salvaje y la abundancia de carne, que hacían proliferar,
cada vez en mayor número, aquellos grupos de hombres sueltos, sin
control, sin ley ni Dios. Cuidado con ellos; el día que se agavillasen con
uno de más luces a su frente, serían capaces de enfrentar y vencer a las
tropas de S.M. o las de cualquier potencia extranjera. El ansia de independencia era en ellos demasiado fuerte . . . A su nieto Pepe, ese
chico blanco y rubio al que él prefería a los otros, quizas por hijo de su
buen Martín José, quizás por lo que veía en la inquieta mirada de aquellos ojos claros, tan iguales a los suyos, quizás le tocaría vivir días muy
especiales sí esos pueblos se rebelaban . . . Quién sabe . . . a lo mejor
tendría que sujetarlos . . . o ¿sería él quién los acaudillase?.. .
— Oh! la fiebre, esta fiebre que me lleva a soñar cosas extrañas -pensódebo centrarme sólo en lo mío . . .
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
61
Sonrió. Con el producto de aquella vaquería se construyeron
—¿o no se llegaron a hacer?- unos bancos para el Cabildo, tanta era la
pobreza de aquel vecindario entonces . . . Recordaba ahora, por asociación de ideas, las festividades de San Felipe, él, a su cargo. Todos los
cabildantes y el señor Comandante con sus ropas más lucidas, algunos
de golilla, todos con vara. Los estandartes, las imágenes y palios; el
señor Cura y las hermandades —él integró luego siempre la del Santo
Patriarca San Francisco— a quien ahora pedía su intercesión para la
salvación eterna de su alma. Y los gremios, con sus comparsas, cantos,
bailes y coloridos trajes; los soldados, los indios de Misiones, los esclavos . . . Estos, sobre todo, cómo gustaban a todos, con el son de sus
tambores y masacallas . . . Las mujeres rezando el santo rosario, todas
vestidas de negro . . .
Por ese año de 1733, que ahora creía recordar como sí todo hubiera
acontecido ayer, había nacido Martín José, el predilecto entre sus
hijos, el mayor de los varones que sobrevivieron. Su orgullo, sin lugar a
duda alguna y la persona a quien confiaba sus bienes, como albaceay,
en buena medida, la custodia de toda la familia . . .
En 1735, el 1o. de enero según uso, nuevos honores y responsabilidades recayeron sobre él. Fue designado Alcalde Provincial. Poco después, en marzo, recuerda haber salido a la campaña para proteger las
estancias, de los faeneros clandestinos, que reunióse con Bernardo
Gaytán y ambas partidas juntas lograron traer a la ciudad dieciséis
carros con cueros, sebo y otras mercaderías decomisadas a los portugueses. Recordaba muy bien que el señor Comandante de la Vega hizo
merced a cada uno de ellos de un carro con sus ocho bueyes, que muy
bien le vinieron para su estancia de Pando,
Casi enseguida se declaró la guerra con los portugueses de la Colonia que duró hasta el año de 37 en que se hizo la paz. Y él colaboró con
las fuerzas sitiadoras del Gobernador Salcedo, recorriendo las campañas
para impedir que paulistas y lagunistas les dieran su apoyo desde el
Río Grande . . . Dos años casi ininterrumpidos sobre el caballo, atravesando el país, cuando ya se hacían sentir en su robusto físico los
achaques de los cuarenta de edad cumplidos y largos . . .
Fue en el año de 42 que le reeligieron Alcalde Provincial y llevó a
cabo el recuento del ganado existente en las estancias. Tantos miles y
miles, como había en las de Alzaibar, tan pocos en la suya . . . El
62
F
- 0 - Assuncao - W. Pérez
honrado servicio público, llevado adelante como debe ser, sólo conduce
a la tranquilidad de conciencia y a la pobreza digna y, si acaso, al
reconocimiento de los vecinos y al buen nombre . . . .
Y OTROS MAS.. .
Recuerda haber denunciado, entonces, a los hacendados que protegían en sus campos a vagabundos que así decían estar con amos y
conchavados, cuando en verdad no eran sino malentretenidossin oficio
ni beneficio, que vivían hurtando y haciendo otros daños en las chacras
y estancias.
Como aquel tal José Suárez que había querido matar a Antonio
Xenes y atacado al Juez Manuel Duran e intentado raptar una mujer
honesta de la casa de don Pedro Pereira, para llevarla a los montes como
si fuera una china. Eran esos picaros y matreros que infestaban las
campañas y que ahora llaman gauderios o gauchos . . .
En el 43 le volvieron a elegir Alcalde Provincial . . . Los años
siguientes fueron de mucho trabajo en el campo y las sementeras . . .
Se frunció el ceño del anciano soldado y cabildante, se enarcaron
sus cejas y aquellos ojos nublados por las cataratas pareció volvían a
brillar en ascuas de fuego, como relámpagos en un cielo azul, como en
sus tiempos juveniles . . . Recordaba aquel día de febrero de 1746,
cuando lleno de ira y amargura hubo de presentarse ante el Cabildo
para denunciar a un mal hombre, un tal Jacinto Morales, entonces
Alcalde de la Hermandad que, en público le imputara de traidor al
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
63
Rey y encubridor de juegos en su casa por interés de las coimas. A
él, justamente, que por fiel servidor de la Corona nunca hiciera fortuna,
cuando tantos advenedizos la amasaban de la noche a la mañana, con
el juego, el contrabando e ilícito comercio, el abasto, el pan, y tantas
cosas malas como él había visto crecer junto con la ciudad . . .
Palabras pecaminosas y pesadas que obligaron al Morales a retractarse de ellas ante el Alcalde Don Diego de Mendoza, en sus declaraciones y se le halló culpable de calumnias . . .
Al año siguiente comandó, lo recordaba muy claramente, una
partida numerosa de soldados, vecinos y forasteros que persiguió y sacó
fuera del territorioa los gauderios y ladrones que asolaban las campañas.
En el año de 5 1 , se produjo la gran sublevación de los indios
minuanes, que amenazaban las sementeras, robaron ganado e incendiaron estancias . . . Salieron a combatirlos, con el Maestre de Campo don
Manuel Domínguez y el Alférez de Dragones Francisco Piera al mando
de las tropas veteranas y él a la de los vecinos, obteniendo una gran
victoria, tocándole a él lucida actuación . . . sonrió, y eso a pesar de los
años y achaques; en sus campos de Pando se reunieron en seguro las
caballadas . . . Los Gobernadores V.iana, de Montevideo y el del Plata,
don José de Andonaegui, habían destacado a S.M. aquellos servicios
. . . con cuánto orgullo, Martín José les leyó a su madre Ignacia y a él,
las notas de sus Señorías . . .
Que por el año 53 empezaron las guerras con los rebeldes indios de
los pueblos de Misiones, sublevados con el aliento de los Padres de la
Compañía, contra el Tratado del año 50 03).
El Gobernador Andonaegui convocó a todos los Capitanes, y él se
presentó.ante el Gobernador Viana, el primero de todos, aunque éste
le había excusado por encontrarlo ya imposibilitado por su edad y
enfermedad debida a los trabajos que había continuamente padecido
en sus tantas salidas por estas campañas. . . (14).
Todavía en los años de 1760 y 61 había andado recorriendo la
campaña y tuvo la satisfacción de tener como soldados de su Compañía
de Vecinos de Montevideo, a sus hijos Martín José, Esteban y José
Antonio y a ese buen vecino, Felipe Pascual Aznar, que era suegro
del primero de ellos.
64
F.O. Assuncao - W. Pére2
Su' última recorrida por aquellos campos por el año de 63, cuando
las campañas del señor Cevallos contra los portugueses y entonces su
querido Martín José ya era Teniente de su Compañía. En el año de
64, le dieron la estancia de Casupá, por sus servicios, pero fue Martín
José quien tomó posesión de ella.
Teifiía la boca seca, la fiebre subía, estaba cansado, muy cansado
de vivir,. . . le abrumaban ahora las fatigas y los esfuerzos de tantos
años, sólo le consolaba no haberlo hecho en vano. Se sentía fundador.
Y lo era. Había fundado una familia, casi una estirpe. Había contribuido a fundar una ciudad y con ella una sociedad y un país . . . Sólo
quería cumplir con sus deberes de padre y cristiano y descansar . . .
Un fuerte rumor de voces y de pasos llegaba hasta su puerta:
—Con su permiso, padre—, y Martín José la entreabrió y entraron aquellos caballeros a quienes esperaba. Sus rostros eran graves, de acuerdo
a la ocasión. En la Iglesia de San Francisco dieron las cuatro de la tarde,
el calor lera agobiante, ni una brisa llegaba desde la bahía, donde los
barcos con sus velas arriadas, parecían pájaros dormitando al sol,
apenas mecidos en suavísimo vaivén, un carretón, tirado por dos bueyes,
venía desde la Aguada, cargando una enorme pipa llena de precioso
líquido. El muchachón que estaba colgado casi, más que sentado,
conduciendo los animales con la picanilla, voceaba, de trecho en trecho:
— Agua, agua fresca!.. .
/ Yo nada podía temer, porque la fuerza
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
65
Notas al Capítulo V
(1)
66
La escena se refiere al Codicilo, extendido en 1775 y rio al siguiente:
Testamento de Juan Antonio Artigas,
fechado en Montevideo el 24 de diciembre de 1766. Después de las declaraciones de práctica sobre su fe católica y
sobre estar en su sano juicio, pide se le
entierre amortajado en el hábito de San
Francisco, de cuya hermandad era
cofrade, y en su Iglesia. Designa a su
legítima esposa doña Ignacia Carrasco
y al mayor de sus hijos varones Martín
José, como sus albaceas; indica como
hijos y herederos legítimos a: Antonia,
Ignacia, Catalina, Petrona, María de la
Encarnación, Francisca, Martín José,
Esteban y José Antonio (con este
último que administraba la estancia de
Barros Blancos, da ta sensación que las
relaciones familiares no eran muy
buenas; señala hubo otros hijos pero
murieron sin dejar descendencia.
Dice se le adeudan cinco años (del 62
al 66 inclusive) de su sueldo de Soldado
Dragón de la Compañía de D. Bruno
Mauricio de Zavala, cargo y rango que
conserva y encarga a sus albaceas el
cobro de esos haberes. Dice también,
son sus deudores: Martín Lezcano,
pariente de Pedro Lezcano, vecino de
Montevideo, a quien le dio efectos en
Buenos Aires, $2.800,oo; Joaquín de la
Siri $800.oo, en Buenos Aires; Luis
Jiménez de Montevideo, $87.oo, y que
él debe a Jaime Soler $60.oo; a Martín
Urquizu $80.oo; a José Más de Ayala $8;
a Salvador Barrancos, Capitán de Dragones $18.oo; a José Collantes un poncho,
cuyo precio no fue ajustado.
Dice que "en Zaragoza, de donde soy
natural" y "como hijo legítimo de Blas
Artigas y María Ordovas, mis padres,
vecinos de la sobre dicha ciudad y los
que tenían su habitación en la calle
nombrada Castellana, tengo y me corresponden las siguientes posesiones: primeramente una casa de vínculo que me
dejó mi abuslo José Artigas, en la
Villa de la Puebla (de A/bortón), otependíente a la misma capital de Zaragoza, la cual casa se componía de dos
altos con balcones de fierro, sita enfrente
da la iglesia de San Sebastián y declaro
que dicha casa corresponde a dicho mi
hijo Martín José, como el mayor de los
ya dichos varones, con declaración de
que así mismo corresponden a los dichos
mis hijos aquel haber que me toque de
parte, por razón de mis herencias paterna
y materna, las que deben constar de varios bienes raíces, como son: viñas,
olivar, tierras de pan llevar, etc., en lo
que sólo somos interesados como herederos legítimos yo y mi único hermano, Ignacio, que me dicen haber entrado
(en religión) y ser sacerdote, después de
estar yo en este país".
Dec|ara con respecto a los bienes que posee con su esposa Ignacia Carrasco, que
son todos gananciales por no haber aportado ninguno de ellos capital al matrimonio, que en caso de tenerse que hacer
solemne inventario de ellos, los manifestarán sus albacRas, esposa e hijo, "como
que tienen ellos el suficiente conocimiento y noticia".
Declara como sus herederos, en partes
iguales, a sus nueve hijos, aclarando que
aunque María Encarnación ya murió
la declara para que lo sean sus herederos
legítimos.
Fue otorgado ante Rudesindo Sáenz,
subteniente de Infantería y ayudante y
firmó por el otorgante y a su ruego,
Nicolás de Zamora, amanuense del
Cabildo, quien lo escribió en seis fojas
útiles, que rubricó.
Codicilo • que aumenta, aclara y complementa el testamento anterior - otorgado
el 3 de febrero de 1775 (Juan Antonio
Artigas falleció en Montevideo el 6 o 7
de abril de 1775, siendo sepultado en
San Francisco el día 8, con vara alta y
entierro mayor, según hace constar el
Cura Fel i pe 0 rtega, de la Catedral,
constando que murió con todos los
sacramentos). (Doña Ignacia, su esposa,
había muerto en 1773 y "Artigase! Viejo", como se le llamaba cariñosamente
en Montevideo, no pudo resistir, o no
quiso sobrevivir, a la pérdida de la
compañera de toda la vida) donde
F.O. Assuncao - W. Pérez
señala que su esposa ya es difunta, dice
deber ai Pablo Trías (su yerno) $25.oo
y mayor cantidad a su querido yerno
Manuel Francisco Bermúdez; que su
hijo José Antonio deberá rendir cuenta
a sus demás herederos (los hermanos y
sobrinos de José Antonio) de la posesión y producción de la estancia de Pando (Barros Blancos) que ha usufructuado
y dispuesto en su beneficio y que en su
poder se halla un negro llamado Joaquín
(¿sería algo del Joaquín Lenzina que
luego fue el "Ansina" compañero del
Procer?)1. El Codicilo fue otorgado, a
falta de escribano, ante D. Luis Jiménez,
Alcalde Ordinario de 1er. voto, firmó
por Artigas, Nicolás Zamora y como
testigos, además, Juan Jerpe o Xerpe y
José González.
(2)
a) Vara, medida antigua del sistema de
Castilla, se usaba en medidas lineales.de
superficie y de volumen. La vara lineal
equivale en el Sistema Métrico Decimal
a metros 0,836, Usada también en otras
provincias, variaba su longitud.
b) Vara de alcalde, bastón de mando.
(3)
Significa Capitán de milicias, es decir
cuerpos voluntarios para defensa, no
tropas regulares y profesionales o de
veteranos.
(4)
La suerte de estancia era una superficie
de tierra, de forma rectangular, generalmente cruzada o dado fonao con una corriente de agua, que ten ía 3.000 varas de
frente y 1 legua y media de fondo, es
decir, traducido a medidas actuales, una
superficie de 1992 Hectáreas 2787
metros cuadrados.
(5) Adjudicaciones a Juan Antonio Artigas.
A) Padrón de los solares distribuidos
entre los pobladores por D. Pedro Mjllán;
24 de diciembre de 1726:
"Y luego, calle real en medio, siguiendo
la ribera ' del puerto, se sigue la cuadra
número tercero que tan bien fue delineada por el Capitán Ingeniero (D.
Petrarca) y halló poblada una casa de
p/edra cubierta de tejas con ranchos y
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
oficinas y una huerta con plantas de
arboleda de Jorge Burgués quien ha
tiempo de tres años se halla poblado en
ella con decreto del Señor Gobernador
y Capitán General, por pasado con toda
su familia a avecindarse en esta nueva
planta y le quedó repartida toda la cuadra de cien varas de cuadro con las demás. Y luego a su linde, calle real en medio, siguiendo siempre la ribera del
puerto hacia la Batería se sigue la cuadra
del número cuarto que también fue
delineada por el capitán Ingeniero y
repartida a Juan Antonio Artigas con
decreto del Señor Gobernador".
B) Reparto de chacras en la zona del
Arroyo Miguelete, marzo 12 de 1727
y demarcación del Ejido y los Propios:
"Salf de ella {la ciudad) en compañía
de Manuel Blanco Araiz de la Lancha del
Rey, quien con la aguja de marcar (brújula), con asistencia de muchos de los
pobladores que se hallaron presentes,
hizo conocimiento del rumbo a que debe
correr el Ejido que ha de señalar a esta
dicha ciudad y según el terreno de su
situación declaro que de ancho ha de
tener dicho ejido lo que hay de mar a
mar, corriendo de la costa de él hasta la
ribera del puerto siguiendo la quebrada
de los manantiales y desde dicha quebrada ha de correr su fondo la vuelta del
Este con una legua de largo y lo que
hubiere desde el fin de dicha legua hasta
la mar y deresera de Montevideo chiquito {el Cerrito) corriendo su deresera
hasta el arroyo que llaman de los Migueletes de Reserva y señalo para defensa
y propios de esta ciudad en conformidad con la ley trece y catorce, libro cuarto título siete de las recopiladas de Indias y declaro que estas defensas han de
correr desde la costa de la mar y fin de
la legua del Ejido por la falda de Montevideo chiquito (el Cerrito) hasta topar
con dicho arroyo de los Migueletes,
por esta parte del Oeste, hasta la ribera
de la ensenada de este puerto . . . se ha
de seguir a la suerte de José González
de Meló, cuatrocientas varas (v. esta
medida, en nota 2 de este capítulo) para
José Burguez (Burgués) y luego a su lin-
67
de ha de entrar Juan Antonio Artigas
con otras cuatrocientas ¡/aras y luego a su
linde Sebastián Carrasco con trescientos
cincuenta varas".
C) Reparto de estancias en 1728
"En la banda de acá del arroyo Pando,
poniendo la aguja (brújula) en una isleta
de ceibos que está entre el bañado y los
médanos, se encontró una barranca de
tierra colorada y tosca y allí se hizo un
mojón, dándoles a reconocer a los interesados qi.e allí estaban que aquella
barranca es el mojón principal que dejo
señalado en dicho Arroyo de Pando y
como cosa de cien varas del mojón referido está un gran zanjón que lo declaro
por seña de dicho mojón y barranca
referida, de esta banda de dicho arroyo
se midieron treinta varas (tres mil) para
el Capitán Juan Antonio Artigas (ya era
Capitán en 1728) 1 suerte" (cada suerte
tenía 3 mil varas de frente por legua y
media de fondo, la tierra adentro).
D) Segundo reparto de chacras -Enero
de 1730- en dirección al Cerro de Montevideo, desde el Miguelete.
Se le otorgaron, con número ordinal 18,
400 varas para el Depositario General
Jorge Burgués, "y luego (No. 19) a su
lindero cuatrocientas varas para el Capitán Juan Antonio de Artigas Alcalde de
la Santa Hermandad", ". . . y luego a su
lindero (No. 20) trescientas cincuenta
varas para Sebastián Carrasco". 3e dejaba
entre suerte y suerte un callejón de 12
varas de ancho "para que sirva de abrevadero según está ordenado por la Ley
citada en Cabeza de Padrón , . . "
(6)
Capitán: Juan Antonio Artigas
Teniente: Ramón Sotelo
Alférez: José de Metrio
Sargento: Lorenzo Calleros
Alférez (reformado): José Burgués.
(7)
Changador.
El eminente filólogo catalán Joan Corominas, en su "Diccionario Crítico
Etimológico de Lengua Castellana " (volu- (8)
men 11, ch-k, páginas 17/18) dice:
"Changador: arg.-urug., "mozo de cordel"; significó antiguamente el que se
dedica a matar animales para sacar
provecho de los cueros y parece extraído de changada, cuadrilla de changadores dedicada al transporte de cueros,
tomado del portugués, ¡angada, "almadía", por hacerse este transporte en
balsa por los ríos Paraná y Uruguay;
la voz portuguesa procede del malayálam
cángádam id., lengua dráudica de la
India. 1a. doc. 1730. Actas del Cabildo
de Montevideo".
En efecto, changador se aplica no sólo
al faenero, sino a un particular faenero,
que realiza su tarea para contrabandear
u ofrecer su producto en otro punto y
que lo hace por su cuenta, actuando
como patrón.
De acuerdo con una numerosa documentación consultada, principalmente
partes del Corregidor de Santo Domingo
Soriano, en las primeras décadas del
siglo XVIII, nos enteramos que el
contrabando de cueros faenados en el
interior, se hace a la Colonia del Sacramento, por medio de barcos livianos de
un solo palo y almadías (balsas), a los
que en esos mismos documentos se da
el nombre castellano -pero también de
origen asiático- de champanes. Se utilizaba para ello los numerosos cursos de
agua que desembocan en el Uruguay y
el Plata y después por la costa de estos
ríos hasta el puerto de la Colonia.
Es lógico suponer que los portugueses
aplicaron a estas almadías el nombre de
jangadas, denominación que aún se les
da en el Paraná y Alto Uruguay y a los
patrones de ellas, su derivado, usual
aun hoy día en dicha lengua: jangadeiro o ¡angadoiro, que habría de hacerse
extensivo a todos los patrones que les
vendían cueros de contrabando.
El término recogido por los españoles,
se transforma fácilmente en changador:
jangadoiros = changadores, teniendo en
cuenta que la " J " con prosodia portuguesa suena casi igual que la " c h " ,
chicheante española.
Timóte dio el nombre al arroyo homónimo en el departamento de Florida y
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
quedan aún restos de los galpones de su
graseria, en sus cercanías, testimonio
histérico-arqueológico del mayor interés,
en campos de la sucesión del Dr. Alejandro Gal I i na I Hober, Estancia "Santa
Clara", Ruta 6.
(9)
Monzón fue un accionero de vaquería;
los carros a que se refiere eran para el
transporte de cueros y dio su nombre
al arroyo del departamento de Soriano,
campos de la familia Sáenz Gallinal.
(10} Baqueano, práctico de la tierra, piloto.
Generalmente se elegían indios para ello.
Reconocían los lugares o "pagos",
hasta por el tipo de tierra o el sabor de
los pastos y conocían todos los "pasos",
picadas en los montes y demás accidentes geográficos imprescindibles para
moverse en un país totalmente salvaje.
El General Artigas, como Lavalleja y
Rivera, por ejemplo, fueron grandes
baqueanos, condición característica de
los gauchos.
(11) Los "vaqueros" eran los hombres que se
dedicaban a la vaquería como peones.
Semilla misma del gaucho. Criollos,
muchos mestizos e indios tapes, formaban cuadrillas que se "conchababan"
a los españoles o actuaban clandestina-
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
mente para los portugueses. Hábil ísimos jinetes, pasaban casi toda la vida
a campo abierto y usaban con pasmosa
capacidad el cuchillo, el lazo y el desjarretador, de herencia europea, o las
h
" ' ' ...-.ds de origen indígena.
(12) Desjarretador, media luna de acero o
hierro con filo, colocada en el extremo
(enastado) de un palo de 1m50 a 2m.
aproximadamente de largo, Con ella,
desde el caballo y a la carrera se cortaba
el garrón de una pata (trasera) del vacuno, que quedaba así sin poder moverse.
Por este procedimiento un hombre
bien entrenado en su uso, derribaba muchos animales en una sola cacería.
(13) Tratado de Madrid, que daba la Colonia
a España y los Siete Pueblos de las Misiones Orientales del Alto Uruguay a
Portugal, división que provocó la llamada Guerra Guaran ítica.
(14) En 1753 se hace un censo de ganado
vacuno existente en la jurisdicción de
Montevideo y Juan Antonio Artigas
figura con 60 cabezas. (Si se comparan
con las 4.200 de Manuel Duran o las
40.000 de Francisco de Alzaibar, iqué
pobre era Juan Antonio Artigas después
de tantos anos de servicios al Rey y
tantos sacrificios!).
69
Capitán de Caballos Corazas Juan A. Artigas
Bronce - autor Ulrico Habegger Balparda
70
F .0. Assuncao - W. Pérez
VI
Martín José
Artigas
EL VELATORIO
Es, la mañana del 9 de abril de 1775. Montevideo se ha visto
conmovido por la noticia del fallecimiento de uno de sus vecinos
fundadores y más conspicuos en su trayectoria, como Cabildante,
como Capitán de Milicias. El Viejo Artigas ha muerto la vi'spera. Esa
figura patriarcal, respetada de todos, característica, señera, con su
actitud paternal, severa y bondadosa, tan querida, ha desaparecido. Las
campanas de San Francisco tañen a muerto. En la capilla se levanta
el túmulo negro con estrellas y galones de plata, los cirios esparcen su
luz mortecina y temblequeante, llenando los rincones de sombras
móviles.; Vaharadas de incienso perfuman y llenan de humo el ambiente,
cálido, pesado de presencia humana, silenciosa, recogida, excepción del
llanto de las plañideras, que arrebujadas en negros mantos penitenciales
hacen coro gemebundo a los rezos de los barbudos frailes envueltos en
las espumosas albas flotantes sobre los rústicos y pardos hábitos talares.
Todos oran por el buen Hermano d ) , el viejo Capitán, tan cristiano. Junto al túmulo, frente al altar, un hombre de mediana talla, ni
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
71
bajo ni alto, pero de buena estampa, todo vestido de terciopelo negro:
chaquetón, armador y calzones. Descubierta la cabeza redonda, de ralos
cabellos agrisados aunque castaños, afilada la nariz, inquieta la mirada
de sus ojos, igualmente grises, pálido, sereno, aunque el dolor le marca
hondas las ojeras y acentúa el surco de los labios, en un cuasi rictus.
Toda la angustia de su espíritu se proyecta en la mano diestra posada,
crispada y temblorosa, sobre el hombro del jovencito que está a su lado,
junto a otro de mayor edad. Ambos igualmente vestidos de riguroso
luto.
Es el Capitán Martín José Artigas, hijo y albacea del muerto,
con sus hijos Nicolás y José (2). Mira el cadáver vestido con el hábito
del Pobrecito de Asís , sobre el cual reposan su espada, la vara de
Alcalde y su sombrero e insignias, y recuerda . . .
Su infancia, en aquel Montevideo de intramuros, con más de
pueblo casi mísero que de fuerte o presidio y ciudad. La juventud entre
ella y el campo, alternando estudios con tareas rurales, de las más rudas
y sacrificadas: los rodeos de ganados casi chucaros, para amadrinarlos,
las volteadas épicas, con cuereadas y graserias, las sementeras y cosechas,
las entradas de indios bravos.
Su enrolamiento como soldado en las milicias de vecinos, cuando
no había cumplido los dieciocho años de su edad. A servir él, junto a su
padre, tan admirado y querido siempre. Esa figura familiar, severa y
dulce a la vez, austera y bondadosa, que en todo momento constituyera
para él un paradigma: el modelo. Cuan grande el orgullo indisimulado
de ambos; cuánta emoción en su actitud al pedirle su bendición, besando su mano, rodilla en tierra; cuánta en el abrazo recio que se dieron
luego.
Y, al cumplir los veinte, su ingreso en esa Orden Tercera de San
Francisco, de la que devotos eran él y su santa madre, cuya muerte, dos
años ahora pasados, el Viejo nunca pudiera superar. Los ojos se le
nublaron, a pesar de su fortaleza y, en apariencia, fría serenidad.
Cerca suyo estaban, su entrañable amigo y compadre, Nicolás
Zamora, su cuñado, José Villagrán, hombre bondadoso aunque algo
hipocondríaco de temperamento, también José Torgués, antiguo
soldado de su padre y ahora inválido arrimado a su casa (3). El aire
cada vez más caliente y viciado, se hacía por momentos casi irrespirable.
72
F.O. Assuncao - W. Pérez
Volvió a sumirse en el ayer, como en un antídoto, en una manera
dü evasión-comunicación . . . Su boda, en la Matriz, aquel gris día de
mayo, dieciocho años atrás, ante el Reverendo Dr. Bárrales, su párroco,
con su amadísima Francisca Antonia Aznar, hija de aquel bonachón y
querido Felipe Pascual Aznar —Dios le guarde— fallecido meses atrás,
viejo soldado que sirviera con su padre y como él, un aragonés rectilíneo, sobrio y simple, sin las luces ni las ambiciones de éste. Y, por sobre
todo, avasallante, como la propia personalidad de ella, le asaltó el
recuerdo de su buena suegra: María Rodríguez Camejo (4). Aquella
canaria exuberante, vivaz, alegre, laboriosa, ahorrativa y más que nada
jefa de hogar hasta la médula. Organizadora de la vida de los suyos,
criteriosa, capataceando la administración familiar para que los esfuerzos de los hombres rindieran los mejores frutos, que adoraba a aquella
hija de su vejez, dulce Francisca, y que sentía un auténtico amor de
madre y un gran respeto por él, ese yerno capaz, de actitud patriarcal
ya en su juventud, en quien reconocía al hombre de ideas y de acción,
de empaque y de mando, de honor y de férrea voluntad: el jefe de
familia por antonomasia.
¡Qué bien se llevaban suegra y yerno! A tal punto que la casa de
ella y don Felipe, aquella casona solariega, de recias paredes de piedra,
en una sola planta, con amplio terreno (5), en la esquina de la calle de
la Fuente (luego San Luis y hoy Cerrito) y una calle sin nombre (que se
llamaría más tarde de San Benito y hoy es la calle Colón} fue su hogar
desde entonces y el centro de su tan feliz vida familiar y donde nacieron
sus hijos tan queridos: Martina la regalona, heredera de las dotes de su
abuela y su madre; ese reservado y serio Nicolás, que ahora, con quince
años, estaba a su lado y . . . la mano derecha otra vez se crispó sobre el
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
73
hombro del niño, quien volvió hacia él la mirada penetrante, vivísima
e interrogante de sus grandes ojos acelestados, este José, su Pepe. Ese
niño rubión, sensible, tan inteligente como inquieto, tan curioso como
introvertido, tan caudillo entre los de su edad, como reservado (sin ser
nunca tímido), ante los mayores, a los que escuchaba, más con avidez
que con mero respeto. Ese predilecto de entrambos abuelos, al que su
suegro dejara una capellanía, que esperaba su edad adecuada y al que el
Viejo Capitán, su padre, ése a quien ahora despedían en el viaje sin regreso, también distinguía en forma particular, mirándose en él como en
la esperanza de su vejez, como si aquel muchacho fuera el predestinado
a cumplir los sueños que él no pudiera materializar.
En esa mezcla de recuerdos alegres y tristes, cuando ya la muerte
tantos dolores causara a su hogar, evocaba cómo, unos meses atrás, en
la estanzuela de don Melchor de Viana, que oficiara de padrino y con la
presencia patriarcal de don Juan Antonio, todavía entonces en bastante
buena salud, en las vísperas de la Navidad de 1774, fueron confirmados
sus hijos varones, Nicolás, José, Manuel y Pedro, pues el pequeño
Cornelio apenas tenía un año. Cuánta alegría y bullicio por la ceremonia cristiana, tan cara a su sencilla y profunda fe.
Con dolido deleite volvía a pensar en su padre, y en aquella
enorme felicidad que el Viejo sintiera cuando a su Martín, a él, le dieran
por vez primera, la vara de Cabildante o Regidor, designándosele Alguacil Mayor. Tenía apenas veinticinco años, llevaba uno de matrimonio y
la vida se presentaba ante él —con su porte severo y, un si es no es, casi
altivo, o más bien tan seguro de sí—, como algo a conquistar, etapa por
etapa, con esfuerzo, pero sin vacilaciones ni dudas.
74
F.O. Assungao - W. Pérez
Y . . . ¡las cosas que se pueden recordar en momentos así!. . . su
primer fallo judicial, el perdón que pidió para dos muchachitos que
habían sido presos —el principal culpable, un portugués de la Colonia,
se escapó— con una tropilla de yeguas, muías y caballos, en las cercanías
del Chuy, próximos a pasarlos a tierras de Portugal. Eran tan jóvenes,
parecían, tan ingenuos y acaso el quehacer normal de los campos ¿les
decía que eso estaba mal? La actitud paternal, comprensiva, que parecía
ser la esencia del ser de su familia, salió a luz y había pedido el perdón
para ellos . . . Después, en 1761, la elección como Alcalde de la Santa
Hermandad, ese cargo que, al fundarse la ciudad, ocupara su padre con
tanto celo y dignidad, a lo que se sucedieron el ascenso a Teniente de
Milicias, la designación en el año de 65 como Alcalde Provincial, cargo
que ahora y desde enero del 74 ocupa, por segunda vez, en e! 1768 la
dignidad de Alférez Real y en el año de 71, el ascenso a Capitán. En verdad que eran ya largos e importantes los servicios prestados al país y
a la Corona, siendo, a pesar de estar aún en edad florida, uno de los más
antiguos regidores y un, en verdad, veterano oficial de milicias de
Caballería.
Esto le hizo reflexionar. La situación con el Portugal se agravaba
día a día, la guerra era un hecho sin vuelta. Esa guerra que aparecía
periódicamente como algo inevitable, ese tema que como un ritornelo
trágico envolvía el destino de los dos pueblos ibéricos, hermanos de
sangre, de religión y costumbres y fraternalmente unidos por las íntimas
y reiteradas alianzas matrimoniales entre sus príncipes y princesas, en
cada generación y que cada generación de sus pueblos veía frustrar sus
esperanzas de paz y unión duraderas, con un nuevo conflicto, en la
Penínsuta y en América. Que reencendía pasiones, separaba a los
hermanos, traía, como todas las guerras, la desolación, la muerte, la
miseria, el odio, el temor, el dolor, el hambre, la enfermedad . . . . a
veces la victoria, muy pocas la gloria . . .
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
75
Todo esto pensaba, recordando, en particular, la campana contra
los indios guaraníes de los Siete Pueblos y, muy en especial, por las actuales circunstancias, la de 1762 y 63, las guerras del Señor Don Pedro
de Cevallos contra los lusitanos, con el asalto y toma de la Colonia
del Sacramento y del Presidio del Río Grande de San Pedro del Sur. . .
Los rezos terminaban. Un cuchicheo de voces ahogadas fue tomando su lugar; muchas manos venían a encontrarse con la suya, en
saludo de pésame; las lloronas proferían sus últimos gemidos y sollozos
para justificar la tarea concienzudamente cumplida; un rumor de pasos
indicaba que las gentes se dirigían, con alivio, a la salida de la capilla
en búsqueda del aire, ya que no del sol, ausente ante un techo de nubes
bajas, plomizas, torvas en su amenaza de un seguro y pronto chubasco
otoñal; cálida y pesada la brisa llegada desde la bahía, portando fetideces varias . . .
SANTA TECLA
27 de febrero de 1776. Cae la tarde sobre el Fuerte de Santa Tecla.
El día ha sido bochornoso, casi insorportable la temperatura, que ahora,
con una suave virazón del sureste, empieza a descender. Los cinco
baluartes están bien compuestos, limpios y alisados los terraplenes de
tierra, reforzadas las empalizadas y barricadas. Listos los cañones. Levantado el rastrillo (6). Todo a pesar que no se ve un enemigo en redondo, entre los verdes valles y cuchillas circundantes. Se han sacado el
ganado y las caballadas del corral antiguo para hacerlos pastar y abrevar
en la noche, a cubierto de un ataque sorpresivo de las fuerzas del
76
F.O. Assunqao - W. Pérez
Comandante Rafael Pintos Bandeira. Hombre conocido entre los
merodeadores de la raya de frontera, más que oficial de milicias, jefe de
gauchos, esos temibles hombres sueltos dedicados al contrabando, el
abigeato, el asalto a pulperías, el robo de mujeres y el tráfico de caballos y muías, que desarrollaban una dura guerra de guerrilllas, con algo
de horda y mucho de aquellos ancestrales jinetes de la vieja berbería
que señoreaban por tierras de España y Portugal.
Sobre la explanada del baluarte de San Agustín, se recorta una
figura no exenta de señorío, a despecho de su falta de uniforme y el
cierto desaliño de sus ropas provocado por el calor de la dura jornada
transcurrida en esa tensa espera. Es su jefe, el Capitán de Milicias de
Montevideo, don Martín José Artigas. Cuarentón, apuesto, delgado y
de buena contextura muscular, algo echado a los ojos el tricornio, para
hacer sombra a los ojos de modo de mejor poder mirar a lo lejos desde
su atalaya.. Perfilado, un pie sobre la banqueta de piedra, cerca de una
pieza de artillería, viste chaqueta y chaleco de bayetón azul —ambos
desprendidos— calzón de tripe (7) también azul, cinto de ante con su
porta espadas, botas altas, granaderas, de cuero flexible. La camisa de
bretaña (8), abierta, deja ver sus puños con cribos por los de la chaqueta
y aquellas dos manos nervudas, aunque no rústicas que, con cierta
parsimonia golosa, abren una caja de tabaco en polvo, de aspa con finos
soajes de plata. Toma una pulgarada, se la lleva a la nariz, afilada y algo
aguileña, más bien pronunciada, sorbe, estornuda, guarda la rapetera,
en una bolsa de fino descarne, colgante del cinto a modo de escarcela o
limosnera y vuelve a mirar a lo lejos, y a reflexionar, en un repaso mental, como gusta hacer con frecuencia, de los hechos de los últimos
tiempos.
Bisiesto, tenía que ser ese año de 76, para presentarse tan difícil
con esa guerra . . . Y él metido en ella. No era la primera, no señor, y
ciertamente no sería la última, si Dios guardaba su alma de ésta. . .
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
77
El sol caía a sus espaldas, alargando frente a él su propia sombra,
la de la batería y de una enorme higuera tuna que predominaba el paisaje cercano. Todo parecía tan sereno a esa hora, los rumores del campo
se acallaban y ni el grito alerta de los teros indicaba movimiento alguno
extraño, aunque todos esperan un inminente ataque de los portugueses.
Después de la muerte de su querido padre, el viejo Capitán, Martín
José aceptó el encargo de organizar y comandar un convoy de carretas
para traer auxilios .en armas, municiones, víveres, ropas y gentes a la
guarnición de Santa Tecla, visto el desarrollo de los acontecimientos
beligerantes con Portugal. Dos viajes había hecho hasta allí, el primero
redondo, soportando los rigores de un crudo invierno, superando pasos
desbordados, lodazales que hacían enterrar los pesados vehículos hasta
los ejes, lluvias torrenciales que impedían hacer buenos fogones nocturnos, heladas terribles que arriesgaban la vida de hombres y animales. Habían sido jornadas durísimas, sin sosiego ni descanso. Siempre
sobre el caballo, o en continuo trajín para evitar problemas o accidentes.
En el segundo viaje, mucho mejor pues fue veraniego el tiempo, él,
con hombres de las milicias que le acompañaban, quedaron en el fuerte
al que llegaron el 4 de enero, reforzando su guarnición y a la espera de
esos acontecimientos bélicos que ahora parecían inminentes.
La noche ha cerrado sin novedades. La tropa descansa en los
ranchos del fuerte de Santa Tecla; sólo los guardias siguen sus rondas
por los paseos en lo alto de los baluartes, protegidos por las estacadas y
barricadas a modo de parapetos. Son las tres del día 28 de febrero del
año del Señor de 1776. Una patrulla de caballería, de las que guardaban
de los ganados fuera del fuerte, advierte la presencia de un "bombero"
o espía portugués y avisa, después de darle la voz de alto, descerrajarle un tiro e intentar, infructuosamente, detenerlo. Se inició, entonces, el movimiento previsto en el plan de defensa, que consistía en primer término en recoger las caballadas de reserva y ganados de abasto
encerrándolos en el gran corral contiguo a la fortaleza. Al intentarlo,
fueron rechazados por nutrido fuego de los enemigos, que iniciaban su
ofensiva a la fortaleza, amparados en las sombras.
78
F .O. Assuncao - W. Pérez
Hubo ataques y contraataques. Los defensores consiguieron recoger
cincuenta caballos en el corral, pero lo más de las caballadas de reserva,
la boyada de las carretas del Rey, que condujera el Capitán Artigas
—una cincuentena de animales— y los ganados de los1 indios tapes
misioneros que trabajaban en las obras, todos fueron copados por
los portugueses; estos llevaron a cabo varios avances, siendo repelidos,
y desalojados, en algunos casos, por fuerzas salidas de Santa Tecla o por
los tiros de cañón, principalmente de los baluartes de San Miguel y de
San Agustín, el que comandaba el Capitán Artigas.
Hubo, igualmente, intercambio de misivas entre el Comandante
Luis Ramírez y Rafael Pintos Bándeira. Este siempre insistiendo en la
rendición, aquél firme en la defensa del puesto encargado a su mando y
custodia. Y hasta un encuentro entre los dos capellanes. Los buenos
oficios para lograr un alto a las hostilidades y negociaciones, son tan
viejos como la misma guerra que el hombre en su tosudez bárbara ha
inventado. Lo divertido del encuentro de los dos frailes, es el contenido
de las quejas del español. Pide a su colega que cesen las bufonadas
groseras de los sitiadores a los sitiados, que insistían entre palabras
gruesas, según relata la crónica coetánea, en bajarse los calzones y
mostrarles el trasero. En todos los tiempos se han cocido habas . . .
como señala el viejo refrán.
El día 17 de marzo, como casi todos los de esta época de clima
ideal en nuestro país, amaneció claro y sereno. A poco de amanecer
unos jinetes portugueses bajaron a la carrera, hasta el sitio de la gran
higuera tuna para llevarse un caballo que allí estaba; se les hizo una
fuerte descarga de fusilería, lo que les sacó la ¡dea, pues se retiraron
más rápido de lo que bajaron.
El Comandante Ramírez dispuso entonces una salida del fuerte a
fin de cortar forraje para los caballos y pocos animales de consumo
restantes., Formaron para salir, cincuenta hombres de infantería y
dragones desmontados, divididos en dos partidas de veinticinco hombres cada una, la primera bajo el mando del Sub-Teniente de Infantería don José Joaquín de Viana (hijo del Mariscal y ex-Gobernador de
Montevideo) y la segunda por el Sargento Juan Caballero, a los que
acompañaban veinte hombres de milicias (verdaderos gauchos) e indios
tapes vaqueros, a caballo, al mando del Capitán Martín José Artigas.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
.
79
Salieron en tres columnas y marcharon hasta un gran bajo donde
los buenos pastos altos aseguraban su propósito de recoger forraje.
A l l í se apostó la infantería y los milicianos e indios empezaron a cortar
el pasto y embolsarlo al par que sus propios animales aún enfrenados,
pastaban el abundante gramillal. En ese momento los portugueses
atacaron con violencia a la caballería. Martín José Artigas, puso en
retirada en orden a sus hombres, ayudado por el fuego bien calibrado y
nutrido de la infantería, hasta que, llegado Ramírez al lugar de las
acciones, ordenó detener la retirada de la caballería y avanzar la infantería, esto es, dar frente al enemigo. Visto lo cual, éste se retiró y así
se consiguió el regreso al fuerte, de las partidas, sin experimentar desgracia alguna y cumplido el propósito de cargar el forraje.
El 24 de marzo, una semana después y cumplido un mes del sitio,
la situación de los sitiados se hacía insostenible; hecho recuento de bastimentos de boca, se concluyó que alcanzaban para cinco o seis días.
Ya no había forma de abrevar y alimentar los caballos que les quedaban. Tan estrecho se había vuelto el cerco.
En este estado de cosas, habiendo sido dado como rehén de buena
fe a los portugueses el Sub-Teniente de Viana, se empezaron a pactar
las capitulaciones. Las que se establecieron en su redacción definitiva, el
siguiente día 25. Por ellas se respetaba la vida de todos los sitiados,
permitiéndoseles salir, con toda la tropa y llevando sus efectos, gozando
ésta de los honores de la guerra. Así lo efectuaron el día 26, saliendo
por la puerta del fuerte, con todas sus armas, con doce cartuchos
cada hombre, a tambor batiente, con la bandera o estandarte desplegado y mecha de cañón encendida. Les escoltaban las seis carretas del Rey,
una de ellas bien entoldada con cueros y quincho de paja, a efectos de
trasladar sus avíos hasta Montevideo. Se les dieron, por parte de los
portugueses 150 caballos para la marcha y 20 reses para su sustento (9).
Martín José Artigas iba, erguido sobre su caballo, terciado el poncho de seda veraniego, golpeando su espada contra las caronas de su
lomillo, algo inclinado el sombrero gacho o chambergo de paño negro,
firmemente cerrados sus labios finos, con la mirada aparentemente
perdida en el horizonte lejano hacia el rumbo suroeste. Sólo los agujazos de las espuelas de plata que se sujetaban en los calcañares de sus
botas granaderas, sacando sangre de los flancos de un buen caballito
zaino colorado que montaba y que a cada toque amenazaba con un bote, contenido por su mano firme de buen jinete, sólo esos agujazos demostraban su estado de ánimo interior. . .
80
F -O. Assuneao - W. Pérez
Varios paisanos e indios, que cabalgaban cerca suyo, le miraban y
se miraban entre sí, asombrados de verlo descompuesto, a él, un hombre siempre sereno y reflexivo, pero comprendían sus sentimientos.
También ellos sentían el gusto amargo, el sabor de cenizas en la boca.
Martín José Artigas, los miraba, a su vez, de rabillo de ojo:
- Tal vez sean estos hombres, los hijos de la tierra, los destinados
a lavar estas afrentas, de expulsar al intruso y poner en segundad y
fijar las fronteras. A él, como a su padre, les había tocado intentarlo,
pero en vano . . .
Tome de mi un ejemplo: obre y calle,
que al fin nuestras operaciones
se regularán por el cálculo
de los prudentes.
17/XW18I4
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
81
Notas al Capítulo VI
(1Í
El Capitán Juan Antonio Artigas, su esposa y su hijo Martín José, eran Hermanos o Cofrades de la Orden Tercera de
San Francisco.
(2)
Martín José Artigas casó con Francisca
Aznar Rodríguez, hija legítima de Felipe Pascual Aznar y María Rodríguez
Camejo, en la Iglesia Matriz de Montevideo, el 23 de mayo de 1757, siendo
testigos Nicolás Zamora, Blas Mendoza
"y otros muchos". Tuvieron los
siguiente hijos: Martina Antonia el 4 de
noviembre de 1758, bautizada por el
cura Bárrales el día 7, siendo sus padrinos José Escobar y María de la Encarnación Artigas (sus tíos); José Nicolás
(llamado siempre Nicolás) el 8 de setiembre de -1760 bautizado por el
mismo cura el día 17, siendo sus padrinos también los mismos; José Gervasio
(llamado siempre Pepe o José, a secas)
el 19 de junio de 1764, bautizado igual
que sus hermanos, en la Matriz, el día
21, por el Tte. Cura Dr. Pedro García,
siendo padrino Nicolás Zamora; Manuel
Francisco, el 21 de julio de 1769, bautizado el día 24 por el Dr. José Manuel
Pérez Castellano, siendo sus padrinos
Francisco Bermúdez e Ignacia Artigas
(abuelos de Miguel y Manuel Barreiro,
amigos del Procer, que tanto sirvieron
la causa artiguista y patriota); Pedro
Ángel, el 28 de junio de 1771, bautizado
también por Pérez Castellano el I o de
julio, siendo sus padrinos Ángel Rodríguez y Josefa de la Sierra; finalmente,
Cornelio Cipriano, el 15 de setiembre
de 1773, bautizado el día 18 por el
P. Felipe Ortega, siendo padrino el
mismo Ángel Rodríguez. Agregamos
que ya está fuera de toda duda el lugar
de nacimiento del Gral. Artigas, en
Montevideo, esquina de las calles Colón
y Cerrito y que se le llamó José por
tradición familiar y Gervasio por ser el
19 de junio el día de los Santos Gervasio
y Protasio. Por último, cabe acotar que
su madre, Francisca Antonia Aznar, en
realidad —y pese a que siempre usó tal
apellido, segundo de su padre, a veces
82
con diferencia de grafía, como Arnal,
Asnal o Arnat— se llamaba Francisca
Antonia Pascual Rodríguez, pues su padre Felipe era hijo de Jacinto Antonio
Pascual, —hijo a su vez, de Jacinto Pasc u a l - y de María Aznar, hija de Francisco Aznar,
(31 Estos, son personajes que luego estarán
ligados a la vida del Gral. José Artigas:
Villagrán era el padre de su esposa (y su
tío político) Rafaela Villagrán y el
Tcrgués u Otorgues, que aqu í se menciona, padre de Fernando Otorgues que
fuera uno de sus lugartenientes en la
guerra de la Emancipación.
(4|
María Rodríguez Camejo era una pobladora canaria, llegada a Montevideo
en 1729 con su primer esposo Francisco
Ruiz; con cuatro hijos, viuda joven aún,
casó con Felipe Pascual A2nar, soldado
aragonés de nacimiento, menor que ella,
un hombre sencillo, fuerte, trabajador,
humilde y de recia apostura. Con él
tuvo esa sola hija, Francisca, su predilecta, la imagen de la madre, que fue su
entrañable compañera hasta su muerte
y, no sólo la heredera de sus bienes,
sino también de esas particulares funciones de administradora del patrimonio
familiar, y madre de nuestro Procer.
(5)
Lo forman, en definitiva, tres solares,
con un área total de cincuenta varas
(m. 41,75) de frente por setenta y
cinco (m. 62,63) de fondo, en la esquina
de las hoy calles Cerrito y Colón, con
una casita anexa, también de piedra,
donde vivían los suegros de Martín
José, desde 1767 en adelante. Esa es la
verdadera casa natal del Héroe, sin dudas
de especie alguna y remitimos al lector
al minucioso trabajo al respecto de Juan
A. Gadea del 14 de junio de 1974 en
Suplemento Especia!, publicado por el
Ejército Nacional (Departamento de
Estudios Históricos del Estado Mayor
del Ejército) apartado del Boletín
F.O. Assuncao - W. Pérez
Histórico del Ejército N*> 132 • 135
(Tercera edición), en el cual la describe
asi':
"La casa no era amplia. Tampoco podía
llamársele bella. Pero resultaba cómoda".
"En 1832, en que le fue adjudicada a la
hija primogénita Martina Antonia, la
acción del tiempo ya le había causado
deterioros, pero mantenía todavía cubiertos sus gruesos muros de piedra
y firme su alargado techo de teja, a dos
aguas, de aleros rasantes, techo cuya
construcción había demandado en su
lejana época —y vaya el detalle para los
que gustan de cifras exactas— el empleo
de 5.000 tejas, sin una más ni una
menos ".
"De acuerdo a su orientación en aquella esquina, la casa recibía el embate
de los vientos del sur, por la parte de
su mojinete, proyectado hacia la calle
San Luis (Cerrito hoy y anteriormente
llamada de la Fuente) y por la parte
del frontis propiamente dicho, proyectado a su vez hacia la calle San Benito
(Colón hoy y anteriormente sin nombre)
la bañaban desde el amanecer los rayos
del sol".
"En este frente se abrían dos pequeñas
ventanas' sin rejas, flanqueando a distancia proporcionada la principal abertura,
o sea la que, en su lengua/e corrien te, los
familiares denominaban desde vieja data
con cierto énfasis "portal de entrada".
Sus dinteles [sic. Se refiere a los umbrales ] se apoyaban sobre un escalón de
piedra. Hacia la esquina se abría la
segunda pu erta, también con su escalón ".
"Construidas en un solo cuerpo, la casa
alargaba allí su planta rectangular de
unas 18 varas de largo [ m. 15,03] por
6 y media de ancho [ m. 5,4275 J. teniendo una altura de 3 varas [ m . 2,52]
hasta los aleros y 5 [ m. 4,18 ] hasta la
cumbrera. En esta planta se contaban
tres piezas corridas, también con denominación propia en el lenguaje familiar,
o sean "el cuarto esquina", "la sala" y
"el cuarto dormitorio".
"Entre e/primero y la segunda se mantenía interiormente la separación de ambientes mediante una divisoria de adobe,
y entre ésta y el último cuarto, rea/izaba
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
igual objetivo otra divisoria en la que se
abría una abertura con marco, sin
batientes. La sala que no era otra cosa
que el comedor [ sic. No compartimos eí
aserto de Gadea; en esta época no existía
el comedor como tal, y sí la sala o estrado ] , comunicaba a la calle por el "portal
de entrada' y recibía la luz también por
una de las ven tan ¡tas (ventana a la calle)
ya mencionadas. La segunda ventana
correspondía al "cuarto
dormitorio",
que además tenía otra en opuesto sentido (¿o sería una puerta?), con vista al
gran patio, sin corredor, (¿no tendría
alero?), todo pavimentado de piedra
loza y hacia el cual sólo se tenía salida
desde las dos piezas primeramente mencionadas ".
"En este patio se veía implantado hacia
la parte de la calle San Luis (hoy Cerrito),
el llamado "cuarto de los viejos", para
cuya construcción contribuyó con los
materia/es correspondientes Martín José
Artigas, según lo ha comprobado ya el
lector en ios documentos fotografiados
que exhibimos en este trabajo".
"En el mismo patio, situada frente al
"cuarto dormitorio", del que distaba
unas pocas varas, estaba la cocina,
lugar de estar de la familia, como todas
las de su tiempo, y donde a la hora
del asado confraternizaban en rueda
cordial amos y esclavos. Era bastante
amplia y disponía de un fogón con
estribadero, campana y chimenea. Tenía
como únicas aberturas una puerta y una
ventanita. Sobre sus paredes de piedra,
reposaba un techo armado con 18
tijeras [vigas de madera ] y cubierto con
800 tejas. Tal era en sus principales
características la casa de Artigas".
(6)
Rastrillo, verja levadiza a la puerta de
algunas plazas de armas.
(7)
Tripe, especie de terciopelo basto de
lana o esparto.
(8)
Bretaña, lienzo fino del lugar homónimo.
(9)
La información del sitio y rendición
que hemos dado en el relato, proviene
del "Diario de lo acaezido en el Fuerte
83
de Santa Tecla Posesionado por SMC
(Su Majestad Católica) en el Abanze
echo á el por los Basaltos de S.M.F. (Su
Majestad Fidelísima)
entregado por
aquellos a estos en los términos que
84
espresa la Capitulación
que Inclué.
prinzipiado en 28 de Febrero: y Dexado
en 28 de Marzo de 1776".
(Archivo Artigas, Tomo 1, pgs. 331
y sgtes.).
F.O. Assuncao - W. Pérez
VII
Una Vida
Aventuresca
POR TIERRAS SORIANAS
La luna riela sobre las plácidas aguas del Uruguay, que lame la
ancha y larga extensión del arenal grande o playa de la Graseada ID.
El monte criollo se recorta contra el límpido horizonte, como un desigual encaje negro, deshilacliado y roto en partes, lleno de formas sugerentes que semejan, ya un brazo descarnado, ya una mano nudosa de
dedos implorantes. El movimiento ágil de algún pequeño animal, sacude por un momento los juncales y una brisa suave, casi imperceptible,
mueve apenas las hirsutas, densas, matas de paja brava. Sólo el rezongo
bronco de un tigre, merodeando de lejos, al olor excitante de la sangre
y la grasa, productos de la volteada, rompe el silencio, poblado de
cantos de ranas y grillos nocheros y hace el efecto de una corriente
eléctrica entre la caballada, encerrada en un muy rústico corral de palo
a pique: las orejas apuntando nerviosamente, las narinas dilatadas,
amedrentados los ojos, repentinamente bañados en sudor, lanzando
cortos y sordos relinchos, entre movimientos histéricos de vaivén,
agrupamiento y mutua.protección.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
85
En un claro del monte, cerca de la playa, bajo la enorme ramazón
de un higuerón de copa asombrillada y raíces tortuosas como un nidal
de serpientes, un fogón amplio, donde el braserío va amenazando extinguirse, entre la indiferencia general por la calidez de la hermosa noche
que preludia el ya cerca verano. Hay una ancha rueda de hombres, en
su torno, deformada por la preferencias de cada uno, que se sientan,
acuclillados, o se recuestan displicentes, sobre cabezas vacunas —calvas
y de ornamental cornamenta- o sobre sus propios recados de montar
usando los cojinillos y pelegos, de colores vivos y espesas lanas, como
almohadas o cojines. Un pedazo de carne asada pende aún del fierro
clavado junto a las brasas. Varios perros, de hirsuta pelambre, pardos
y barcinos, grandes, con mucho de mastines, dormitan o roen, por gula
o juego, bien saciada el hambre, algún hueso totalmente mondo.
Un hombrón, cubiertos cráneo y cara por una maraña de pelos,
sobresaliendo apenas entre ella una roja nariz y no menos rojos pómulos
y labios; brillando los ojillos, bajo las cejas igualmente pobladas; echado
hacia la nuca un sombrerito, corto de ala y copa, en un inverosímil y
ridículo equilibrio, indefinible de color y material; gran pañuelo de
hierbas <2> de golilla; abierta y arremangada la rústica camisa de algodón dudosamente blancuzca, mostrando así que el vello, espeso y
oscuro, era cosa total en su anatomía; envueltos, pelvis y muslos en un
gran chiripá, amarillento, de ponchillo a pata (3) y enfundadas las
piernas en unas toscas y mal sobadas botas de garrón (4), abiertas desde
el medio pie, dejando al descubierto los dedos, ennegrecidos y deformes
de estribar entre ellos, con más de garra de loro barranquero o extremidad de antropoide que de pie humano.
Acuclillado, literalmente sentado sobre sus talones, se inclina sobre
el fuego, lo sopla y aviva con un palito, a efectos de recalentar el agua
de una jarrita o calderilla de cobre batido, panzona, abollada y con una
86
F.O. Assuncao - W. Pérez
sola asa (5). Mientras ello i ocurre, ensilla (6) el mate que, un momento
antes yacía olvidado contra un tronquito, a su lado. Con una habilidad
y delicadeza, impropias de sus manazas rústicas, anida la negra y lustrosa galleta en la izquierda y con la derecha, saca la bombilla de latón,
lo hace bostear, da vuelta la yerba, vuelve a clavar la bombilla, se acomoda el pecho, escupe, por la izquierda, le pone un poco de agua, prueba el tiraje y, entonces sí, lo llenadel líquido y luego empieza a sorberlo,
solemne, con aire goloso y satisfecho con su obra.
Cuatro congéneres, igualmentesiniestra la apariencia, rancíoel tufo,
colorido y desaliñado el aspecto, semejantes las pelambres, aunque
a alguno le cae el cabello en larga trenza a la espalda y otro lo embolsa
en el pañuelo atado al cráneo (a la corsaria o marinera), usando una
carona como carpeta, juegan a la brisca (juego de naipes) con un mazo
de barajas en estado realmente crítico. Una limeta de caña, ambarina,
lanza tentadores reflejos golpeada por la luna, pronta a ser besada a
turno por los cuatro. Siguen jugando, pero han dejado de cantar tantos
a gritos^ blasfemar o burlarse unos de otros, para escuchar. Recostado
contra el gran tronco, entrecerrados los ojos, un pajilla, de alas anchas
y quebradas, echado sobre la frente, largas las crenchas, poco poblada
la barba y el bigote, un aro de oro brillando pendiente del lóbulo de su
oreja derecha, metido en un ponchito de verano, ni azul, ni gris, ni
verde, cruzada la pierna, cubierta la mitad inferior del cuerpo por un
chiripá de bayeta colorada, puesto de mantilla o a lo tape, largos los
calzoncillos con cribos (o puntilla), tapándole las botas de potro, bajas
las cañas a los tobillos, un cantor pulsa una guitarrita de cinco órdenes
o tiple,,y cantaren falsete, alargando y levantando los finales, entre
rasguidos rápidos y acordes, unas coplas o romance (7):
¿Es posible Cantarito
que hayas venido de día?
El Capitán del Salado
para vos ha puesto espías.
¿Qué importa que el Capitán
ponga espías para mí
si yo vengo destinado
al Carrizal a morir. . .
• '•
Cerca de él como tres esfinges, hieráticos, fijos los ojos en el cantor,
sin parpadear, tres jóvenes indios. Dos eran tapes de los pueblos de
Misiones, tenían el cabello recogido en una trenza a la espalda; uno
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
87
gastaba un viejo y desteñido gorro de manga <8); ambos, camisas
bastas de algodón de la tierra, tejido burdamente, y chiripas, también de
jerga, en pata desnuda; el primero fumaba, cachaciento, en un viejo
pito de barro, colgándole al cuello de un tiento, a modo de amuleto,
un diente de yacaré. El tercer indio era un charrúa, de rostro achatado y
color oliva oscuro, sobre la cabeza, recogido el cabello en un extraño
moño, un sombrero panza e' burra <9), el torso desnudo, mezclados
tatuajes y costurones de heridas, chiripá cortón, de poncho veraniego,
entre las piernas, desnudas también; un cinto de tirador, punteado
de monedas y adornado de mostacillas (io), sobre una faja de tejido
multicolor y las boleadoras, rodeándole la cintura. A su lado un vistoso
poncho pampa agenciado quién sabe cómo. Más allá, otro faenero,
un mocetón de unos veinte años, cabellos rojizos y ojos claros, tan
exóticamente vestido como los anteriores, le sacaba punta, por hacer
algo, mediante el filo de un cuchillo de marca mayor que desenvainara
de su cintura, a un trozo de madera. Acostado sobre un recado, chapeado y lujoso, envuelto en un poncho de vicuña, la cabeza en un pañuelo
de seda roja, vistiendo calzón corto de tripe azul, calzoncillos flecudos
y botas, bien sobadas, de ternera, dormitaba, o aparentaba hacerlo,
quien parecía ser el jefe del heterogéneo grupo, afeitadas la pera y
mejillas como el bigote, el sombrero de fina pajilla, colgando por el
barbijo-de una rama cercana.
Entre él y el cantor, recostado sobre un lado, escuchando a éste
con atención, casi inquisidora la mirada de unos ojos claros, gris-celeste,
mirada que pareci'a atravesar la oscuridad de la noche y la de las almas
humanas, tan penetrante y fuerte era, un casi niño. Delgado pero de
contextura precozmente atléttca, a despecho de una estatura apenas
F.O. Assungao - W. Pérez
mediana, castaños leonados los cabellos, abundantes, recogidos a la
nuca en iuna trenza breve, camisa y chaleco, calzón corto y unas flexibles botas de gatoc\-\) sobadas como guantes, las manos fuertes y delgadas jugueteaban con las hebillas de su cinto, que se había quitado,
para más comodidad al dormir, junto a su buen cuchillo, mediano, de
puño con gavilán en S. Se Mama José Artigas, aunque todos le dicen
Pepe; tiene apenas quince años cumplidos de edad; ha dejado pocos meses ha el hogar paterno y siendo, como es, un hijo y nieto de regidores
de Montevideo, anda por esos campos semi-salvajes, haciendo vida de
gaucho, aunque no pueda decirse que no tenga ni oficio ni beneficio H2).
¿Por qué esta vida, en lugar de la cómoda y segura, entre los muros
de Montevideo o en los campos familiares de sus cercanías? Ni él mismo
lo sabe de seguro. Es un imaginativo, un inquieto, por ahora anhela
cambios/algo distinto, conocer, ver, sobre todo a la gente (13), esa gente
del campo, sin ilustración alguna, que no conoce más reloj que el sol,
más libro que el cielo y su experiencia, más motivo de solaz que la libertad del caballo, el hartazgo de carne y, a ocasiones, la pasión fugaz por
una china (i4).Sin destino y sin metas, teniendo sólo el horizonte por
límite a su libre vaguear; sin bienes y sin hogar, siendo los que movilizaban toda la economía de la región, esa economía basada en la vaquería
cimarrona, sin ningún arreglo a normas, condición pastoril casi bárbara. . .
Claro que el joven Artigas no comprende todavía tantas cosas con
esa claridad, pero muchas las intuye y le inquietan aún más, son como
brasas secretas que van prendiendo en su interior, preparando con sorda
lentitud, pero sin pausa, un futuro estallido, un hondo incendio futuro.
Porque es sí, un inquieto, pero también un reflexivo; tiene siempre
necesidad de hacer algo, de moverse en distintas direcciones, pero a la
vez lo hace con aparente parsimonia, llena de una especie de energía
contenida. A despecho de su edad, tan corta, no levanta la voz, sólo
grita en el arreo, es parco de gestos y no muy conversador, pero cuando
habla, a los hombres ya grandes y duchos, trasijados por la vida, les
sorprende por su lenguaje culto, casi refinado, pero más que eso, por
sus observaciones, siempre agudas, siempre penetrantes como su mirada
misma.
Hay algo de magnético en sus ojos, en esa cabeza noble de frente
despejada, cejas no demasiado pobladas, nariz clásica y boca de labios
finos, apenas dorado el superior por un fino bozo rubio. Los indios lo
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
89
quieren con fidelidad instintiva, con esa cosa pura de las culturas simples, sin dobleces ni alambicamientos. Para ellos hay un espíritu en
aquel joven, algo trascendente, que no precisa explicación; él, será,
ciertamente, para ellos, un payé {15) o un cacique, un jefe de hombres, cuando él, a su vez, lo sea.
Hace unos meses que se vino, que dejó el encierro de los muros
montevideanos, para entregarse a esa libertad salvaje de la antigua
Banda Oriental, cumplimentada con esa abundancia de ganados, que
integran el par constituyente básico de la cultura del país. Ese aún
indefinido país—frontera, distinto de todo, de marcada individualidad
en la América española y, desde luego, ajeno a la portuguesa, no puede
ser comprendido ni estudiado, si no se parte de ese binomio libertad
salvaje-carne-en-abundancia,. que es la explicación de sus esencias,
razones y sinrazones de su íntimo ser y quehacer. Se vino a los campos
de su pariente, el Procurador del Cabildo de Soriano, Patricio José
Gadea, saliéndose del estrecho marco familiar, del corsé de piedra
del Montevideo amurallado, de aquella capellanía, que más que como
una promesa, pendía sobre él como una amenaza a su personalidad:
—Sacerdote él! Los respetaba, era creyente de corazón, pero no sentía
la menor vocación por el sacerdocio, no estaba aún seguro de cuáles,
pero sí de que muy otras eran sus miras V futuro— reflexionaba, mientras una casi sonrisa encendía luces en sus ojos entrecerrados, al escuchar
los bravios versos del cantor, recordando, simultáneamente, sus días
infantiles, sus estudios en el Colegio de San Bernardino, en que los
buenos franciscanos tantas cosas útiles le enseñaban y ponían especial
empeño en que se esmerara en leer mucho y bien y escribir con buena
ortografía y prolija forma, soñando, ellos también, como su abuelo
materno, que estaban preparando un siervo de! Señor, un futuro colega. . .
90
F.O. Assunfao • W. Pérez
Y él andaba de correrías y aventuras; templando su cuerpo, cada
vez más fuerte y vigoroso, cada vez más hábil con el lazo, las boleadoras
o el desjarretador, cada vez mejor jinete —había que ver cómo se le
apilaba a un bagual— entre la cariñosa admiración y aliento de aquellos
hombres sencillos y templando su alma. Sobre todo adquiriendo experiencia, experiencia de vida, conocimiento de sus gentes. El no lo sabía,
ni lo intuía entonces, pero estaba destinado a ser profeta de su nación,
a darle movimiento con su pensamiento, verbo y acción y para ello era
necesario, imprescindible, que viviera así, mezclado con su pueblo,
compartiendo su quehacer diario, la dureza de las faenas, la realidad de
sus probíemas, reconociendo sus virtudes y profesando sus carencias.
Estaba forjándose, como una buena hoja de acero a la acción alternada
del fuego, candente y el agua, helada.
Cuando el filo de su carácter estuviera listo para la gran tarea,
él iniciaría su vida pública en el servicio de la patria y esto sería, al
doblar su, actual edad, como el Profeta de nuestra religión, como aquel
Mesías que fue carpintero en Judea, al pisar el umbral de su trigésimo
tercer año de vida. Entretanto, ahora, había andado de vaquerías por
los montes del Queguay, donde se uniera con ellos aquel joven charrúa,
gran bombero y excepcional baqueano, como aquellos tapes de los
pueblos de Misiones; de ellos aprendía, día a día, los secretos para
reconocer un pago o descubrir la presencia de gentes en un lugar, por
los detalles más sutiles: gusto del agua o del pasto, inclinación de los
árboles al viento, calidad del terreno, en el primer caso; estado de los
pastos, señales en el suelo o en la vegetación, olores, en el segundo.
Ahora terminaban una gran volteada, con ganados arreados desde el
norte: cuereada y sebeada; pronto, changadores de las islas del Paraná,
vendrían en busca de los productos para cargarlos en sus almadías.
Habrían de marchar, entonces, para recibir una gran cantidad de muías,
y algunas yeguas y caballos, del otro lado, en las bajas tierras entrerrianas de monte áspero, animales de las grandes reservas de don Pancho
Candiotti, llamado el Príncipe de los Gauchos, un hombre joven en
aquel tiempo, de llamativa estampa y carácter, con quien le llegaría a
unir amistad grande. Luego, otra vez el arreo, del Arapey al Norte y,
en particular, por las tierras misioneras y paraguayas. Ya soñaba con
ese gran viaje hasta aquella imantada laguna de Ipacaray, llena de
leyendas, entre palmares, en aquellas cálidas tierras, tan rojas como la
sangre misma.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
91
Esa gente que formaba el abigarrado grupo, representaba, fielmente, a la población trashumante que constituía el núcleo rural de la vieja
Banda Oriental, la gauchería original. Dos de los que jugaban a las cartas
eran portugueses, es decir nacidos en la extensa y casi desierta Provincia
del Río Grande de San Pedro del Sur, uno de Viamao, el otro del Presidio de Río Grande mismo, como aquel hombrón que sorbía filosófico
el mate, que era riopardista. Había un cordobés, el más florido en el
juego y un paraguay, que era su compinche o aparcero. El jefe del
grupo era tan oriental como el propio Artigas, sorianense por más datos;
el muchacho que sacaba punta al palito era un entrerriano, pero nación de origen. En cuanto al cantor, era uno de aquellos hombresmisterio, extrovertido en la charla general, ocurrente y buen relator de
sucedidos, pero impenetrable respecto de si mismo; su edad difícil
de establecer, aunque parec/a pasar de los treinta. Cuando se le preguntaba donde era nacido, donde residía habitualmente, de qué servía y
quien podía dar razón de él, como más de una vez hicieran las partidas,
su rostro ancho y varioloso, con claros indicios de ser mestizo o, quizás,
un zambo muy claro, se quebraba en mil arrugas, agrandaba la boca en
una gran sonrisa y enseñando blancos y agudos dientes de carnívoro,
dec ía:
—Si pues, nací en el país; transito por el campo a la voz de gaucho; mi
techo es el cielo grande y mi cama la tierra buena; cuando preciso una
camisa o un poncho, me conchavo; cuando los tengo, me paseo 06); no
tengo más amigos que mi caballo y mi perro.
92
F.O. Assun ? ao • W. Pérez
LA VARA DE ALCALDE PROVINCIAL
Es el día de los Santos Reyes, 6 de enero, del recién iniciado año
de 1781; las murallas de piedra de San Felipe de Montevideo, mohosas,
llenas deiorín y bastante deterioradas —casi ruinosas en tantas partesparecen iieverberar en un día realmente canicular; de las aguas bastante
sucias y fétidas, se desprende como un vaho, compitiendo con el hedor
que se eleva de los fosos, más allá del portón de San Pedro. Ni una brisa
llega del sur, sobre cuyas negras piedras costeras, desnudas y brillantes
por la pronunciada bajante; algunas gaviotas, agobiadas, abren sus picos
y graznan, como airadas.
El cielo es una perfecta bóveda de cerúleo color, deslumbrante
como si la hubieran pulido, apenas salpicada por una vaporosa mota de
algodón, que hace soñar a algún optimista con un futuro chubasco que
acabe con la canícula.
En el recinto del ilustre Cabildo y Cárcel, hay un desacostumbrado
bullicio, colgaduras y pendones, servidores y regidores que van y vienen,
en medio y a pesar del bochorno, trajeados con sus mejores galas, se
aprestan a participar de una ceremonia tradicional en la fecha. Gentecillas del pueblo, curiosas, se agolpan sobre el espacio de la plaza, donde el
sol recorta sombras violetas y parece hacer hervir el suelo convertido
en un polvaderal. Un mendigo, envuelto en los harapos de un poncho
cribado de tiempos y vicisitudes e ignoto color, quitándose el sombrero
—con ¡guales virtudes y textura— que cubría apenas su coronilla, ha
apostado su cabaüejo, flaquerón, grabado por mataduras y herido de
garrapatas y violencias humanas varias, cerca de la entrada, con la intención de obtener algo, de aquellos señores, en tan señalado día para ellos;
al igual que un grupo bullicioso de harrapiezos que poco caso hacen de
los sudorosos guardias de la puerta, enfundados en uniformes totalmente inadecuados al tiempo reinante, polainas, calzones, chaleco, chaqueta, tricornio, correajes y fusil de piedra con bayoneta de cubo, mediante.
Entre los asistentes, entre aquellos que van a recibir de Su Excelencia el Señor Gobernador, las varas e investiduras de sus cargos, se
encuentra don Martín José Artigas, su vestimenta toda en negro, blanca
la gola de encajes y los puños de su camisa, asomando por las bocamangas de la levita, ceñido y corto el calzón, medias de seda y brillantes
hebillas de plata en los zapatos. Está de cabeza descubierta y pasa
un pañuelo de seda fina por su frente ancha de incipiente calvicie,
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
93
sus finos cabellos castaños cada vez más grises en las sienes. Va a ser
designado por tercera vez, honor y prueba de confianza realmente muy
grandes hacia su persona, como Alcalde Provincial. Siente que, de
algún modo, su vida ha culminado; ha llegado a lo más que puede aspirar un criollo, sin noble origen y bienes regulares, en el servicio del Rey,
en el marco cachaciento y rutinario de la administración colonial. Es
uno de los regidores que más años lleva y más funciones y cargos ha
desempeñado, siempre con general beneplácito. Su reelección ha sido
unánime; su parecer es respetado por todos; su carrera de armas, limitada también por su carácter de oficial de milicias, ha sido extensa y honrosa: mantiene su grado de Capitán y se le confían, habitualmente,
misiones de especial confianza; como vecino es muy apreciado por los
de mayor alcurnia y por la generalidad; su consejo requerido y de
continuo se le nombra tasador de bienes o buen componedor de disputas
entre herederos. La familia, unida y laboriosa, vive a su alrededor, en
una estructura patriarcal que heredara de sus padres, teniendo a su
mujer como fiel y puntual administradora de los gastos de todos, como
le enseñara su bendita suegra —Dios la tenga a su lado-. Se siente
satisfecho, con una pizca de sano orgullo, sin dejo aíguno de vanidad,
que desconoce su formación austera y profundamente cristiana.
Viene pensando en hacer obras en las casas de la estancia del Sauce, propiedad de su Francisca, con la intención que todos pasen allí lo
más del año, para lo cual es necesario levantar una nueva vivienda, de
cal y canto, con buenas techumbres y acomodos. Una sola sombra vela
su espíritu. No es un disgusto. Es una natural inquietud de padre. Su
hijo Pepe, el predilecto de los abuelos, está lejos. Ese que él en el fondo
94
F.O. Assunfao - W. Pérez
de su corazón paterno, que deseaba ser justo e igual para todos, también
prefería, quizás por ser el que más se le parece físicamente, o por esa
cosa honda, como una nota de melancolía ante lo que vendrá, que siempre le pareció ver en la mirada del niño, el más inteligente y vivaz de
todos, aunque siempre tan suave, casi dulce en las maneras, circunspecto, podría decirse.
Ese Pepe, tan querido, movido por el impulso de esa imaginación
suya -esa loca de la casa, como le llamara Santa Teresa— que siempre
le tenía en alerta, como un ave prontaa elevarse hacia el cielo, había
levantado vuelo dejando el nido natal. Quien sabe dónde andaría ahora;
lo sabía trajinando las más duras y riesgosas tareas camperas, no las de
la labor, más o menos ruda y rutinaria, de la chacra o la estancia organizada que ya conocía desde niño, sino esas otras, mucho más difíciles,
mezcla de deporte atlético, de tremenda acción dinámica, con riesgos
mortales ciertos, la acechanza de los tigres o los indios bravos o alzados,
los propios gauchos y gauderios que cumplían esas funciones, hombres
de cuchillo siempre pronto, hoscos, de reacciones imprevisibles a poco
que un excitante externo, la vanidad, el alcohol, una mujer, íes afectara.
Las toradas cimarronas, agresivas y fieras, las no menos fieras bagualadas, permanente peligro para quien transitara aquellos campos vacíos.
El sudor se le había helado, a despecho del calor, en las sienes y
en la espalda. Ni sacerdote de Cristo ni cabildante sería, ciertamente,
su Pepe, ni soldado. . . ¡quién sabe!, soldado podría serlo, la dureza de
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
95
físico, la solidez de carácter que estaba adquiriendo, la energía vital
que tenía, a despecho de su apariencia más bien linfática, su natural
dominio o atracción simpática sobre los que le estaban próximos,
todas eran virtudes para un futuro oficial de campaña. . . ¡quién sabe!
— se repetía— no sea él, el militar, el jefe, que no logramos llegar a ser,
ni su abuelo ni yo. . . iquién sabe!. . . Y sintió que la tensión anterior,
que se le había cerrado como una tenaza en la nuca, aflojaba. . .
Un murmullo mayor y, luego, el silencio de todos, convergentes
las miradas hacia la portada interior de la sala, le sacó de su ensimismamiento. Acababan de entrar Su Excelencia, el señor Gobernador y el
Regidor Decano. La ceremonia iba a comenzar..
yo presento ahora unos hombres
comprometidos por la necesidad.
96
F.O. Assuncao - W. Pérez
Notas del Capítulo VII
(1)
Creemos conveniente recordar aquí, lo
que respecto del nombre de la histórica
playa, señalara don Leonardo Daníerí
en un interesante trabajo sobre el particular.
(Revista Histórica, Tomo X I I , Primera
que inmortalizaron los Treinta y Tres
héroes de Lavalleja.
(2)
"Pañuelo de hierbas". Decíase, en campaña, del pañuelo estampado en flores de
varios colores.
(3)
Poncho apala o "a pala". Hecho en telar
con "pala". De lanilla de color natural o
vicuña, a listas más claras y oscuras y,
por extensión cualquier poncho castaño
o amarronado claro con rayas amarillentas.
(4)
"Cronológicamente,
según los datos
obtenidos, tendríamos como nombres:
"Gradan, Graceada, Graciada, Graseada,
Gracia y Agraciada". ¿Cuál de estos
nombres seria el original?".
"Se sabe bien que habiendo sido desembarcados en las Vacas los primeros ganados, fue allí y en toda esa región, donde
al principio fueron más abundantes; se
explica, pues que una playa tan extensa
como la del Arenal Grande, haya sido
de las primeras elegidas, por su proximidad y por sus condiciones para cancha
de matanza".
Botas de garrón o de potro. Consisten
básicamente en el tubo de cuero sacado
de las extremidades posteriores (patas)
de caballares o vacunos. Para obtenerlo
se hacen dos cortes transversales en el
animal muerto, como en el muslo,
lo más arriba posible, el otro en la pierna
poco más arriba del pichico (cualquiera
de las falanges de los dedos de un animal).
Se quita tironeándolo y dándole vuelta
de arriba abajo. Se hace necesario, la
mayor parte de las veces para una extracción correcta, ir aflojando o desprendiendo con el cuchillo y la mano, el cuero de los tejidos subcutáneos y cortarle
los vasos o pezuñas al animal, para que
el tubo de cuero salga perfectamente.
Sacados ambos tubos con el pelo hacia
adentro y la superficie intersticial hacia
afuera, la primera operación a cumplir,
mientras se halla fresco, incluso mojándolo, es despojarlos de lodos los restos
de tejido subcutáneo, raspándolos cuidadosamente con el cuchillo y tironeándolos con los dedos que actúan como
"Allí en la rinconada de la playa y del
arroyo fueron establecidos los primeros
barracones para almacenar los cueros
y envasar la grasa, de allí, lógicamente,
proviene el nombre: el arroyo de la
"Graseada", la "Graseada" del Arenal
Grande, transformado después en la
Graceada, la Graciada, y por último en
la "Agraciada "como todos conocemos".
Como se puede comprobar una muy
interesante y documentada hipótesis
sobre la etimología de la histórica playa
. pinzas. Esta operación es la que se llama
descarne. Luego torna a darse vuelta
el tubo de cuero dejándolo otra vez con
el pefo hacia afuera. Sí va a ser despojado
de éste, como ocurría en la mayoría de
los casos, la operación que sigue es la
denominada lonjeado. Se hnce manteniéndolo bien mojado y afeitando el
peto con el filo de un cuchillito (varíjero
o capador) muy bien afilado y siguiendo
la dirección del pelo, es decir "alpelo" y
no a "contra pelo".
Época, 1924, pg. 689 y sig.L
"Solamente dos escritores han dado una
interpretación del nombre del paraje:
Ordoñana y Berra. Opina el primero,
que fue propietario del lugar después
de 1860, en sus "Con ferencías", a I
señalar el origen de los nombres de esta
costa, que lo toman de los primeros
pobladores estables: Chaparro, Polonio,
Ruiz, Gutiérrez. Hace excepción de la
"Agraciada", que manifiesta provenir
de una chinita a quien el P. Larrosa
bautizara en ese punto. Según Berra,
no es admisible otra interpretación que
la general, apoyándose en documentos
del siglo XVIII, que no señala, que le
ha exhibido el señor Domingo Ordoñana".
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
97
por Fernando O. Assuncao en el Uruguay,
éste último a Luis Sosa, en Mercedes,
el 30 de mayo de 1965.
(Fernando O. Assuncao, "El Gaucho"
Torno II, pág. 50 v sgtes.)
(5)
Calderita de tropero. Durante toda ta
época colonial y también avanzado el
siglo XIX, fue de uso universal en la
campaña, para calentar el agua para el
mate, una calderilla de cobre batido,
de una sola pieza, con asa del mismo
metal, parecida a un jarrito o teterilla más que a una caldera, que normalmente eran, en la península hispánica,
chocolateras, de fabricación catalana,
aunque muchas veces los artesanos que
las hacían eran gitanos de la región de
Andalucía.
Estas calderitas de tropero, el último
ejemplar humano de la tipología rural
que podemos considerar heredero de
buena parte del bagaje cultural del gaucho, formaron parte de las pilchas o
ajuar personal, en esa suerte de hogar
ambulante que él mismo y su caballo
constituían, en su austera economía
vital. Integrando el funcional menaje,
junto al chifle y el vaso o chambao,
el cuchillo y el mate, ía calderita iba
colgada de la barriguera de la cincha.
(6)
"Bastear" el mate es la operación de
quitarle algo de yerba para facilitar
la operación siguiente, "ensillar" el
mate, que equivale a agregarle un poco
de yerba nueva para "componerlo"
o mejorar su apariencia, exactamente
como se puede hacer poniendo un
recadito cantor o un chapeado sobre un
caballo mediocre, que ayuda a tapar sus
defectos y mejorar su aspecto. También se dice "arreglarle la cara al mate".
(Fernando Assuncao, "El Mate", ARCA,
Montevideo, 1967-pág. 52).
(7)
Sobre el dibujo del antiguo cantar coplero español, que servía al relato de hechos
o sucedidos, en especial hazañas de guapos y valentones, sé organizó la "cifra"
criolla, destinada, igualmente, a contar
episodios de neto corte de gauchería.
Los versos que siguen, auténtico relato
parlante de un sucedido, del romance
de "Cantarito", 1u«ron recogidos por
Juan Alfonso Carrizo en la Argentina y
(8)
Gorro de pisón, de manga o frigio. Fue
de frecuente uso, de acuerdo a la documentación manejada, este tipo de tocado
masculino consistente en una especie
de cono o tronco de cono, de tela gruesa
y basta (lana, tripe, bayeta, punto) de un
color fuerte (rojo, verde, azul) y ribeteado o forrado en contraste vivo, cuyo
origen hay que buscarlo precisamente,
en aquel antiguo pueblo de Asia que le
prestó el nombre (los frigios), de extendido uso en Grecia y Roma y en las
varias culturas marineras del Mediterráneo europeo, retomado, con carácter
simbólico, por los revolucionarios franceses que derrotaron a Luis XVI, relacionado con la idea de libertad.
(9)
Sombrero "panza e'burra". Este sombrero, que por mucho tiempo ha sido considerado entre quienes no han hecho
estudios científicos y menos comparados
sobre estos ternas, como un atributo
propio, característico y caracterizante
del gaucho rioplatense, especialmente
en la época de las independencias nacionales y que nosotros hemos encontrado
en uso en la América española desde
México a Chile y al que hemos definido
en sus orígenes, como herencia cultural
europea, particularmente de los arrieros
y acemileros de Asturias y León, recibe
su nombre por el material con el que se
le confeccionaba. Este material se obtenía cortando en redondo el cuero, de
la barriga de las burras, normalmente de
color blanco o blanquizco. Luego, este
redondel de cuero, con pelo, de forma
ya naturalmente abombada, se colocaba
sobre el extremo de un poste, estirándolo
y moldeándolo, hasta darle forma
cónica y se ' e ataba un tiento en redondo, para mantener esa forma y se le doblaba el borde de manera de formarle
el ala, que siempre era angosta e irregularmente cambrada.
Después de seco, como la bota de potro,
todo era cuestión de ir amoldándolo con
el uso. Debido a la brevedad de las alas
F.O. Assuncao - W. Pérez
si: 11 salín generalmente volcado sobre la
frente y c;l barbijo, quu también era de
cuurtj, habituolmente tejido de finos
liemos de potrillo, se llevaba sujeto hacia
atrás do la cabeza (de retranca), o dehajo
di! la nariz.
(remando O. Assuncao, "Pilchas Criollas", pg. 88!.
(10) El cinto de nuestra gente rural, changadores, gauderios, gauchos, hacendados,
peones, etc., tiene, como casi todas las
pilchas 'de su JSO, origen en el viejo
mundo y en antiguas culturas.
Precisamente una antigua tradición peninsular, de origen arábico, la de los
finos trabajos en cuero curtido, conocidos
como marroquinería, con el agregado
de verdaderos bordados en hilos de color
(que aquí en el Plata y ya en plena Edad
del Cuero del siglo XVIII, serían sustituidos por finos tientos de cuero crudo
de potrillo) daría bases artesanales de
especial interés a los tiradores, hechos
en cueros finos, tafiletes, gamuzas o
ante, etc., de colores combinados, recortados y sobrepuestos y con dibujos
finamente realizados con tientos también
teñidos, siguiendo la mencionada tradición. A veces al cuero también se le
pintaba, sobre todo, motivos fitomorfos (flores y hojas) en colores vivos.
Otra vertiente cultural, hispánica y provinciana, la de la pasamanería y arte
del bordado, vino a coadyuvar en la
espectacular confección de tiradores.
(11) Botas de gato. Hemos descrito ampliamente en la anterior nota número 4, las
botas de potro o de garrón. Las hubo
también de vacuno, las cuales era fama
que resultaban más flexibles y hermosas
que las de potro y otras, por ejemplo,
hechas con el cuero enterizo de gato
(montes o pajero), también con ef pelo
o sin él, o hechos con las patas de puma
o de tigre (jaguar). Estas variantes eran
predilectas entre los indios (charrúas,
minuanes, tapes, pampas, tehuelches)
más que entre los gauchos, aunque
éstos también las usaran, a veces, por
lujo o por fantasear.
EL JEFE DE LOS ORÍ ENTALES
(12) Respecto de la etimología de la palabra
gaucho, hay un interesante trabajo de
don Juan Escayola publicado en la
Revista "Cimarrón", Año I, N* 5, abril
25 de 1936, pg. 9. Por su parte, uno de
los autores, Fernando O. Assuncao, ha
llegado en su libro "El Gaucho" Tomo
II, pg. 549 y sgtes. a las siguientes conclusiones: "Del valor que se dio al vocablo
en los diccionarios castellanos, del significado y la ortografía provenzal, y del
significado en francés y su origen etimológico, concluímos que la semántica en
castellano sí bien fue por alabeado,
también debió ser por "desviado", por
"decadente", desde que declivis tiene
ese valor, por, en una palabra; "Mal
inclinado", "descarriado" o "cimarrón",
o "vagabundo", "montaraz", en sentido
figurado, aplicación perfectamente lógica
con respecto al tipo y que coincide con
la línea de los calificativos que se le aplicaron, incluso "gauderio".
En realidad la línea semántica en castellano, que corresponde tota/mente con
el francés, natural y figurado, es la siguiente de acuerdo con la sinonimia:
gaucho - el defecto de una superficie
gaucha - gaucha - declivis - declive o
declivio - declinación o decadencia
(de una raza o de un tipo),
declive - desviación - descarrío - extravío
- de malas inclinaciones o costumbres,
desviarse • vagar • senderear-desencaminar".
(13) La historia de nuestro país y la historia
de su prototipo humano, el gaucho, es la
historia del ganado mayor. Negado a las
verdes praderas baldías del oriente del
Plata antes que los colonos y fundadores
de pueblos. El desarrollo descomunal que
ellos alcanzaron entre 1611-17 (ingresos
de ganados por Hernandarías) y desde
1620 (por la diáspora provocada desde
las Misiones Jesuíticas del Alto Uruguay
y Paraná), hasta 1680 (fundación de la
I a Colonia del Sacramento), justifica la
precipitación de grupos de hombres
sueltos de los más diversos orígenes
regionales o no, y/o racial-culturales, que
han de dedicarse a la explotación, en
diversas etapas de dicha riqueza: cue-
99
readas, sebeadas, arreos de vacunos, de
caballares y mulares; comercio lícito o
ilícito de los animales o de aquellos
productos.
Por el oeste la vaquería, realizada por
gentes de la región litoral occidental
(porteños, santafecinos, entrerrianos),
por el este el siempre profundo avance
portugués, originado en el caminar por
la hinterland en el proceso bandeirante
-paulísta, con sus arrieros de ganados y
contrabandistas. Por el oeste el comercio
de las muías, vía Córdoba hacia Lima,
por el este el comercio ilícito de las
muías, vía Colonia— San Pablo a Minas
Gerais.
Se va modelando a través de estas actividades la fisonomía de la realidad
socio-económica de la región y de los
diversos tipos que la sirven, que se complementan y se amalgaman entre sí.
Todos precipitan sobre el mismo rico
territorio de las cuchillas verdes de las
invernadas naturales de la Banda Oriental, poseen un mismo objetivo, la depredación ganadera, caracteres, costumbres
y hábitos de vida similares, un casi igual
origen étnico europeo, con idéntica
interpolación y colaboración sanguínea y
cultural de los elementos indígenas,
locales y circundantes, y el aporte,
circunstancial y periódico, de desertores
militares y, sobre todo de la marinería de
barcos llegados a nuestros puertos.
Entre ellos se definen los mismos tipos
especializados de cuyas habilidades y
cualidades, todos tienen algo: el bombero, que es el custodio de tropas o de
frutos de laiaena (cueros,sebo};centinela
avisor de milicianos o de indios cimarrones. El baqueano, práctico o piloto de la
tierra, profundo conocedor de la misma,
con un prolijo mapa de pasosy accidentes
100
naturales, escondrijos y aguadas, grabado
indeleblemente en su retina, en su olfato
y hasta en su gusto (diferenciar por el
sabor del pasto de distintos sitios). El
domador, aunque casi cada uno de ellos
lo era, capaz de convertir, en pocas
horas, al más salvaje de los potros, en
un animal suficientemente amansado
como para relativo, aunque siempre
riesgoso, uso de andar.
Todos estos tipos se van a agrupar
también, o a "agregarse", a la primitiva
estancia, la que hemos dado en llamar
"estancia cimarrona". Que no era un
establecimiento para criar y engordar
ganados, sino para juntarlos y agruparlos,
y cuyas condiciones básicas, para ello,
eran la existencia de buenas aguadas y
de rincones u horquetas naturales, donde
acorralar esos ganados que eran de diversas procedencias.
Las "casas" no eran tales, sino unos
míseros ranchos de fdjina y techo de
paja y cueros.
(Fernando 0 . Assuncao "Artigas y los
gauchos" in Artigas, Revista de la
Asociación Patriótica del Uruguay, Junio
19 de 1977).
(14) Sirvienta o "agregada" y manceba,
india o mestiza, en el lenguaje colonial.
Equivalente a mujer de vida desarreglada,
fácil o libre, en nuestro campo, en la
época.
(15) Sacerdote,
guaraníes.
brujo, caudillo, para los
(16) Frase tomada, casi literal, de las declaraciones de Venancio Benavídez en un
sumario de su juventud (V. "El Gaucho",
Fernando O. Assuncao, Tomo I, pg. 313
y sgtes.)
F .O. Assuncao - W. Pérez
VIII
Hacia
la definición
de una vida
UN GRAN AMOR
El sol cae casi a plomo sobre la quieta y escueta Villa de Santo Domingo Soriano, esa población de misterioso origen y asentamiento, con
algo de reducción de indios en su etapa prologal y un mucho de factoría,
de un fecundo si que irregular —tanto público como ilícito— comercio,
a varias puntas: con las Misiones, con los portugueses de la Colonia del
Sacramento, con Buenos Aires, con Santa Fe y hasta con Montevideo y
el Brasil, igualmente portugués entonces. Comercio tras el que se recortaba, entre otras menores —como una silueta en contraluz— la figura de
un personaje nimbado de los colores extraños de la leyenda: Ei Chatre
d i . Contrapartida oriental de aquel Pancho Candiotti, de Santa Fe y
Entre Ríos, llamado El Príncipe de los Gauchos. Al parecer un petimetre a la criolla, de vida aventurera, comerciante de gran volumen,
con relaciones tanto con la administración de Misiones, como con Cabildantes y Gobernadores, extraperlistas portugueses, registreros, monseñores y una larga y, a veces, poco clara lista de etcéteras.
i
Santo Domingo Soriano, un sitio de paso, un nudo de rutas, una
encrucijada de caminos, de gentes, de vidas. Donde eran vecinos de
arraigo y pro, de influencia más allá de toda discusión, los Gadea.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
101
Es la sacramental hora de la siesta. Apenas, si rompen el silencio
total, el zumbido de las moscas y el cloqueo de una gallina sedienta, que
escarba nerviosa entre la tierra arenosa y las piedrecillas de la llamada
calle principal. Ancho polvaderal, sin calzar, flanqueado, a trechos irregulares, por ranchos de adobe y techo pajizo y un par de casas de albañilería de ladrillos y techo de tejas.
Frente a una de ellas, sujeto a un elemental palenque, hecho con
un solo tronco_rústico de curupay, provisto de un argollón de hierro orinoso, el caballejo de un descuidado, se adormita insolándose, bajo el
peso de recado y peludos cojinillos y el bochorno del sol de la primera
hora de la tarde. Ni perros se ven u oyen, dormidos al amparo de cualquier ángulo de sombra. Todo es calma. El aire parece dorado y lleno de
pequeñas partículas de polvo como miríadas de minúsculos astros de una
micro galaxia.
La sola nota de frescor y real vida, la da la multiverde presencia de
una avanzada del monte natural, entorno del cercano río, que se
extiende y adelanta, corno telón de fondo, a un lado de la breve población.
Es la siesta y todos duermen. Isabel, no.
Está ansiosa, nerviosa, desasosegada.
En la penumbra de la sala de su vivienda —rancho también—
más modesta que acomodada, reposando en una bastante desvencijada
silla de brazos, de asiento y respaldo de suela ennegrecida por el uso; el
volado en cribos de su camisa, blanquísimo, deslumbrante, destacaba
aún más la belleza de sus redondeados hombros y hermoso escote, tersa
la piel morena, ligeramente aceitunada, mate, apenas irisada por pequeñas gotas de sudor, como su rostro y cuello. La mata bravfa de su cabeIjera, renegrida, en ligero desorden, semi suelto el moño, dejando en
libertad pequeños rizos rebeldes en la nuca. Entreabiertos los labios,
gordezuelos, frutales y entrecerrados los párpados pesados, velados por
espesas pestañas ocultando sus ojos no muy grandes, pardos, intensos.
Sólo la leve acentuación de sus ojeras, un aumento apenas de la redondez de sus formas, rotundas, y ese desasosiego, que no la dejaba, acusaba
su estado: estaba grávida (2).
102
F.O. Assun?ao - W. Pérez
Su creciente inquietud del momento obedecía, más bien, a otras
causas, espirituales y no físicas. Sabía que su amado Artigas, el hombre
que ocupaba todos sus pensamientos, que trastornara su corazón, que,
sin proponérselo, sólo por ser él, le había hecho olvidar cualquier otro
sentimiento o deber, incluso las conveniencias sociales; tan bueno con
sus hijos; tan paternal, firme y suave, a pesar de su juventud, tan tierno
y considerado con ella, volvía. Ciertamente estaba por llegar, de acuerdo a las noticias que le adelantaran. Amor, gratitud, pasión, admiración
rayana en la adoración, tales los sentimientos y estados de ánimo que la
agitaban cada vez que pensaba en él. Tan apuesto y gentil de maneras,
nada rústico ni zafio, como solían serlo los hombres de la recia campaña.
Jamás una palabra grosera o una blasfemia salían desús labios. Nunca la
voz levantada. Siempre reposada la actitud, pero trasmitiendo fuerza
cada uno de sus gestos, fuerza interior, tan intensa como el brillo, enajenante para ella, de aquellos ojos claros, que podían ser de acero, metálicos y terribles cuando afrontaba un peligro o sabía de un doblez o una
traición; de una profunda ternura, casi melancólica, cuando dialogaba
con quienes apreciaba o quería; o que despedían, por momentos, luces,
como pequeñas estrellas, cuando el arrebato de la pasión encendía los
sentidos de su cuerpo joven.
Como habitualmente, había marchado para las faenas de la primavera. Desde Misiones, al Queguay y el Arapey, sabía que había andado
faenando, tropeando, comprando yerba, recibiendo mercaderías para
El Chatre. Ignoraba por tanto, su situación. No sabía que iba a ser
padre. Una sonrisa jugueteó en sus labios y su mano diestra, con el leve
pañuelo con que se enjugaba cada tanto frente y cuello, se posó sobre
su vientre, como tratando de sentir la vida que allí latía.
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
103
No sabía por qué, pero soñaba, desde que lo supo, que llevaba en
su seno la semilla de un héroe. Ella presentía que estaba desposada,
era la novia, o como los demás quieran llamarla, de alguien preparado
para un destino grande y grave: era la mujer de un profeta. Una hoja en
la tormenta. Tal vez el instrumento de un sino que no lograba alcanzar.
Pero no le importaba. No le importaba cuando le tenía cerca. Se sentía
tan segura en su presencia.
Como para no pensar así. Sólo el prestigio personal y el respeto
que inspiraba. Sólo la condición de pariente de los Gadea, que eran
señores, realmente, del pueblo y su relación con el legendario Chatre.
Sólo esos imponderables que pesan tanto para las gentes sencillas, pero
también para las pequeñas autoridades locales, regidores, cura, jefe de
milicias, pudieron silenciar toda voz de escándalo, evitar represalias,
provocar consecuencias negativas O Í , conocida públicamente su relación.
Todos la toleraban, con condescendiente silencio, cuando no tácito y
simpático apoyo. Faltaba ver cómo recibirían ahora la noticia de su maternidad. . .
Estas y muchas otras ideas, recuerdos y sentires encontrados,
bullían en su cabeza y agitaban su corazón. Claro que sin alambicamientos ni retórica. Simples, sencillos, como su propia personalidad. Era una
mujer de temple, que había enfrentado problemas, carencias y dolores
en su vida, que estaba alcanzando la plenitud de la treintena de sus años.
Por tanto recibía su felicidad presente, aún con todas sus inquietudes,
con la naturalidad de una bendición, de una compensación, pero con el
fatalismo de lo circunstancial, aunque ella quisiera que se prolongara
por siempre... Sabía que la vida estaba llena de asperezas y sinsabores
y, por eso, las mieles del presente había que apurarlas hasta la última
gota.
Tenía acelerado el pulso y un suspiro ahogado se escapó de sus
labios. Algo la sobresaltó. Más que una realidad, un presentimiento. Se
puso rápido de pie; acomodando los pliegues de la falda de liviana tela y
secando, una vez más, las gotas que perlaban su frente. Arreglando con
femenil gracia y gesto rápido, el moño casi deshecho, se acercó a la
puerta apenas entreabierta, por la que se colaba una raya de luz que lastimaba el piso de cupí (4) bien apisonado e impecable, humedecido rato
antes para refrescar el ambiente. Si, no se engañaba, a lo lejos se oían
ladridos desganados de perros somnolientos y como un rumor todavía
104
F.O. Assungao • W. Pérez
débil, llegaba del extremo de la calle principal. Tenía todos los sentidos
en alerta y un toque de carmín arreboló sus mejillas morenas. . .
El sol golpeaba con violencia insólita. Una nube de polvo se levantaba bajó cada uno de los cascos del brioso caballito oscuro, espumosa
la tabla del pescuezo, testereando al pedir rienda, agitando la cola larga,
casi al piso, para espantar las moscas insoportabales, sonando a compás
los chapeados de plata del apero, de categoría, pero sin aspavientos ni
charrerías: la bocha del fiador (5), los chapines del pretal (6). las medialunas de1 la frentera y del propio pretal, los estribos de corona (7), las
espuelas,; también de plata, más chicas que grandes.
Bien sentado sobre el lomillo (8), de pequeños cabezales de plata,
cojinillo de hilo (9), azul, de largos flecos y gran carona n o ) de piel de
tigre (jaguar). Erguido el busto cubierto por una fina camisa de lino,
chaleco de seda y un ponchito, muy liviano, igualmente de seda; firmes
las piernas de acero, de jinete avezado, enfundadas en los ceñidos calzones azules y altas botas negras de cabra. Un gran pajilla protegía su
noble, cabeza y sombreaba su rostro, sin conseguir apagar la mirada
avizora de sus ojos de aguilucho.
Venía ansioso, pero como siempre, sin que eso se tradujera en su
semi-sonrisa flemática. Estaba satisfecho, sentía el cuerpo liviano y alegre el corazón.
Todo había ¡do bien. Las jornadas de labor habían sido duras pero
muy provechosas. Habían hecho recogidas y volteadas de ganados gordos, en excelente estado en esa primavera de excepción. Casi no sucedieron accidentes. El comercio de las mercaderías se concretó sin con-
EL JEFE DE LOS ORIENTALES
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