ABRIL: RECUERDOS MIL Fidel Narváez Yo creo que fuimos nacidos hijos de los días, porque cada día tiene una historia y nosotros somos las historias que vivimos... Eduardo Galeano ABRIL: RECUERDOS MIL Pasajes y vivencias personales de la rebelión “forajida”: 19 y 20 de Abril del 2005. I PARTE -19 de Abril 2005 Quito es un volcán, con “luna llena” todo el día y un palacio que fue esquivo. Muere Julio García. En la mañana del 19 de abril 2005, las organizaciones de derechos humanos que vehementemente habíamos denunciado la persecución en contra de periodistas, líderes sociales, defensores de derechos humanos y otros especímenes de similar peligrosidad, decidimos plegar a la demanda pública por la renuncia del Presidente. La hoy tan cuestionada CIDH, a nuestro pedido, ya había solicitado medidas cautelares a favor del director de radio “La Luna”, Paco Velasco; el periodista Orlando Pérez; el activista Diego Guzmán; el Concejal Antonio Ricaurte; la dirigente de Ruptura de los 25, María Paula Romo; y el empresario Blasco Peñaherrera Solah. Enfrentábamos un estado de emergencia decretado por el propio gobierno y la temperatura social había subido a un punto de hipertermia irreversible. Las cartas estaban echadas y la apuesta por la movilización ciudadana era total. Activistas “al aire” En la APDH (Asamblea Permanente de Derechos Humanos), los activistas preparábamos el monitoreo de la movilización, en esta ocasión equipados con radios de comunicación portátiles handies, enlazados directamente con “La Luna” para reportar en vivo los incidentes desde el terreno. Alexis Ponce, líder histórico de la organización, advertía sin ambages: - La marcha de esta noche intentará llegar al Palacio Presidencial de Carondelet… Es la arremetida final de la ciudadanía para lograr la renuncia de Gutiérrez... El Palacio está apertrechado con un dispositivo policial y militar de tres cercos, que blinda y acoraza al centro histórico… La represión será feroz... A quién no esté dispuesto a tomar riesgos mayores, le asignamos con el equipo de prensa que se quedará haciendo de base aquí en la oficina… – Luego, las indicaciones de rigor: instructivo para socorrer heridos; instructivo en caso de ser apresados; cómo receptar testimonios; siempre llevar puestos los chalecos identificativos que como monitores de derechos humanos nos conferían cierta protección. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 02 Para quienes se quedarían de base en la oficina: máxima difusión nacional e internacional; el equipo legal listo para actuar por los detenidos, etc… Paco Velasco, hasta hace poco Ministro de Cultura del actual gobierno, desde la cabina de la emisora organizaba nuestro debut como improvisados reporteros: -“Atentos compas, No olviden, la palabra la tienen siempre los ciudadanos, ustedes son solo el canal… No queremos escuchar a los politiqueros de siempre…Tomen testimonios al azar, a la gente común y corriente… - nos arengó La tarde y noche del 19 de abril del 2005, los “forajidos” logramos sin duda la movilización más multitudinaria en la historia del país, con una espontánea auto-convocatoria, sin maquinaria oficial de gobierno, ni promoción alguna de ningún medio de comunicación, salvo por “La Luna” que se cuenta más en el lado de los ciudadanos. Las poderosas “redes sociales” no existían aún en la forma y la magnitud de hoy. Quien conoce la ciudad de Quito sabe que desde la Av. Patria y Av. Amazonas, al borde del parque “El Ejido”, donde en determinado momento estaba la cabeza de la marcha, hasta la Av. Atahualpa y Amazonas, donde llegaba la “cola”, debe haber no menos de 30 sendas cuadras que, copadas “de bote a bote” en sus dos carriles, soportan una incalculable cantidad de almas bien apretadas. La movilización de esa tarde y noche mezcló al pueblo llano, acostumbrado a exponer el pellejo a la hora de la protesta, con jóvenes y adultos de clase media, amas de casa de todos los estratos sociales, familias enteras con niños y abuelos. Gutiérrez, todo un Record man La mayor movilización de la historia de Quito solo podría ser contenida con la más brutal de las represiones. La policía, asistida por perros adiestrados y caballería, durante más de 6 horas ininterrumpidas disparó en una sola noche miles de bombas lacrimógenas. La cifra de “miles” no exagera en absoluto lo que fue una tormenta de bombas desatada sobre los “forajidos”. Si alguien en la policía tiene esa cuenta, que intente registrarla en algún libro de récords: la mayor cantidad de gas lacrimógeno esparcida, medida por tiempo y espacio geográfico. Reportes de prensa describieron como, esa sola noche, la Cruz Roja y el Cuerpo de Bomberos atendieron aproximadamente a 300 personas por asfixia y a casi un centenar de heridos por disparos de bombas lacrimógenas al cuerpo. No se respetó ni el trabajo de los socorristas, de por sí ya insuficiente. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 03 La Maternidad “Isidro Ayora” y la guardería infantil del colegio nocturno “Gabriela Mistral” pasaron momentos de terror porque se vieron anegadas salvajemente por el gas. La consigna de la multitud esa noche, de alcanzar el Palacio de Carondelet a cualquier precio, pasaba por quebrar y penetrar todos los cercos policiales y militares; algo imposible de conseguir a puro pulso de cánticos y poesía. La multitud en pie de lucha era superior al basto contingente policial, en una proporción no menor de cien a uno. Dispuestas así las fuerzas, es de justicia reconocerles también a los policías mucho valor a la hora de detener la embestida de semejante tsunami humano. Carondelet inalcanzable Las primeras olas forajidas lograron avanzar un par de cuadras hasta las inmediaciones del Centro Histórico, a la altura del Concejo Provincial y del Colegio Espejo, donde la muralla policial se mostraba ya impenetrable. Era tal la marea humana su espíritu combativo que a la presión ciudadana tardaría horas en debilitarse; mientras los más jóvenes y arriesgados intentaban romper al primer anillo policial, el resto los alentaba con cantos y consignas, a la vez que se improvisaban tenaces barricadas y fogatas que, como hongos silvestres, florecían a cada paso para detener el acecho de los carros antimotines y mitigar la mordida de los gases. La táctica “forajida” para llegar al palacio se modificaba sobre la marcha: aprovechando que aún éramos decenas de miles, perforaríamos simultáneamente dos flancos por los costados y arremeteríamos: al oeste por el barrio de San Juan, y al este por el barrio de La Tola, mientras que en la vanguardia, esto es en el parque de la Alameda e inmediaciones del Banco Central, persistiríamos en el ataque frontal. Además, al escuchar que otro contingente de “forajidos” avanzaba desde el sur de la ciudad, desde el barrio de la Villa Flora, el ánimo de la gente se revitalizaba aún más. Mi teléfono receptaba llamadas sin fin, pidiéndome que a través de “La Luna” se diese todo tipo de instrucciones a la multitud “…anuncien que por la calle tal, sí estamos avanzando..!; “¡alerten que en este otro punto ya nos están reprimiendo, que cambien de ruta…!” Finalmente el ingreso al Centro Histórico fue posible por el popular barrio de San Juan; miles de “forajidos” se colaron para copar esas estrechas calles, testigos mudas de tantas sublevaciones a lo largo de la historia. Carondelet sin embargo nunca pudo ser alcanzado; un contingente militar apertrechado tras un cerco de alambres de púa, le cuidaba las espaldas a los policías. Gutiérrez pensaba vender muy cara su derrota. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 04 Muere Julio García A mí me tocó quedarme con la multitud que batallaba en el sector de La Alameda, reportando sobre los heridos, asfixiados y demás bajas en las huestes “forajidas”, cuando de pronto desde la radio piden que de urgencia alguien se dirija al hospital “Eugenio Espejo”, para confirmar el rumor de que se había producido un muerto. En desaforada carrera atravesé la interminable sábana de gas que invadía el parque, pensando que, de confirmarse el rumor, el impacto para la revuelta sería inmediato y quizá decisivo. Confieso, además, que la posibilidad de apuntarme una primicia que bendeciría mi bautizo como “reportero”, me motivó aún más para volar tras la noticia. Una vez en la recepción, la sorprendida encargada de turno al ver que yo aterrizaba de “La Luna”, accedió de inmediato a salir en entrevista en vivo. Tan nerviosa como yo, la enfermera, cual disparo letal, reportó al aire: - “El paciente llegó ya con paro cardiorrespiratorio, llegó sin signos vitales, aquí tratamos de reanimarlo, pero no fue posible y falleció…” En impulsivo atrevimiento que la enfermera supo entender, abruptamente tomé yo mismo el reporte médico de su mesa y le revelé a Quito, con todas sus letras, el nombre de la fatal víctima: Julio Augusto García Romero. La muerte de Julio García enardeció aún más la rebelión. El ahora ex Ministro de Cultura reportando para “La Luna” desde el terreno, muy a su estilo, sentenciaba, palabras más, palabras menos: “¡Gutiérrez, asesino!: Nos mataste a un compañero… mataste al “Cullo García” (sobrenombre con se conocía a Julio); ahora nosotros queremos TU CABEZA… ¿Escuchaste, hijo de p…! ¡No descansaremos hasta que caigas…!” Permanecí junto al cadáver de Julio mientras coordinaba por la radio el llamado público para que médicos forenses de confianza inspeccionaran el cuerpo. Convencí a los médicos de turno para que me mostraran las pertenencias de Julio; en su billetera portaba un carné que lo identificaba plenamente; la foto coincidía con el cuerpo fresco que yo cuidaba y que yacía incólume, como queriendo despertar de un letargo temporal. Su espesa barba, blanquecina y desarreglada, le daba un aurea majestuosa a ese primer mártir de la rebelión. Nunca lo conocí personalmente, solo hasta esa noche en que solitariamente y por azar lo velaba a solas, cuando ya nada podíamos decirnos, al menos no de viva voz. Y es que al hospital entró apenas el mero cuerpo de Julio; su alma se había quedado afuera, peleando en las calles del Centro Histórico de ese Quito irreverente; quizá ahí deambula desde entonces, para acompañar cada protesta ciudadana, junto al alma de los patriotas de la Rebelión de las Alcabalas, junto a la de los ajusticiados en Agosto de 1810… AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 05 La sensación de la derrota Abandoné el hospital y camino a “La Luna”, junto a mis colegas recibimos el llamado desesperado desde la radio: - “¡Urgente, urgente: nos disparan…!” En la cabina de la radio acababan de escuchar cuatro intimidantes balazos, disparados desde la calle. En “La Luna” se habían vivido momentos dramáticos todos esos días; días antes, una turba del Gobierno había amenazado con incendiar el local, como si acaso el fuego corriente pudiese contra el fuego de la rebeldía. Esa noche departimos un buen rato sobre las incidencias de la jornada. Exhaustos todos, sentados en el piso de la cabina, rodeados de los sediciosos micrófonos y teléfonos culpables de tan mágica subversión, digeríamos con bromas y buen humor la frustrante sensación de lo que parecía una derrota. Mi anécdota favorita es la de la locutora que al escuchar los disparos de bala esa noche, antes siquiera de que su colega terminase de gritar: - “¡Nos disparan, agáchense, cierren las puertas…!” ya ella, en fracciones de segundo, se había clavado debajo de la mesa de locución y desesperada con el handy en la mano nos urgía por auxilio. “La Luna” seguía transmitiendo las incansables llamadas telefónicas ciudadanas inclusive a esa hora de la madrugada. Desde el inicio de la rebelión todas las intervenciones empezaban con el mismo salmo: - “Soy fulano de tal, “forajido” número xxx…”- recitando orgullosamente su número de cédula. En toda la semana deben haber sido miles de llamadas al aire y por ahí debe haber otro récord: el mayor número de llamadas salidas al aire por radio, en el espacio de una semana. Predecíamos, además, que se avecinaba una mortal persecución selectiva, como venganza por el pandemónium social desatado. El personal de la radio permanecía las 24 horas atrincherado en su local y esa noche pernoctaron ahí una vez más, expuestos más que nunca a los fantasmas de la represión. La tarde del 19 de abril algunos de ellos, por recomendación nuestra, habían ya puesto a sus familias a buen y seguro recaudo, fuera de la ciudad. Siendo ya de madrugada, logré escuchar algunos mensajes que ardían en el buzón de voz de mi teléfono; el que más me conmovió fue del amigo, abogado defensor de derechos humanos, Pepe Serrano, hoy, por obra del destino, nada menos que el Ministro del Interior, precisamente al mando de la policía que controla las protestas ciudadanas, que con voz entrecortada por el llanto me pedía: - “Fidel: no dejes que nadie toque el cuerpo de Julio... No dejes que se lo lleven a ningún lado, hasta que acudamos con una veeduría ciudadana a supervisar la autopsia…” AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 06 II PARTE -20 de Abril 2005 QUITO huele a dignidad: se va Gutiérrez, sin “morir en el intento” La defensa de Quito En la mañana del 20 de abril, desde muy temprano, las llamadas ciudadanas a la radio denunciaban indignadas la siniestra llegada a la ciudad de autobuses repletos de trasnochados viajeros que Gutiérrez traía desde otras regiones del país, como fuerza de choque para enfrentarnos a los “forajidos” que le habíamos declarado la guerra. La mayoría era gente muy pobre que por 10 o 15 dólares, y un escueto refrigerio, estaba dispuesta a apoyar al “dictócrata”. Muchos venían armados con palos, machetes y armas corto punzantes, que exhibían en provocadora actitud para amenazar a todo aquel que desde la calle se atreviese a increparlos. Después se evidenciaría que otros tantos también cargaban en su poder bombas lacrimógenas y armas de fuego. En su desesperación, Gutiérrez, aún a riesgo de manchar de sangre las calles, trataría de vencer con atroz vandalismo lo que la policía con todo su arsenal de bombas no conseguía hacer. Los quiteños reaccionaron con hidalguía en defensa de su ciudad; pronto empezaron a reportarse los primeros enfrentamientos cuando indignados ciudadanos con sus vehículos bloqueaban el paso a los autobuses “gutierristas”. El “volcán” Quito solo había tenido un par de horas de descanso y volvía a encenderse de manera vertiginosa. ¿Quién lleva la batuta? Quito había vivido días maravillosos de una atmósfera combativa; miles de quiteños cargaban afiches y camisetas con slogans “forajidos”. “La Luna” ya tenía sonando una pegajosa canción dedicada a los “forajidos”. Pasé por la APDH para revisar el correo electrónico y constaté que las redes internacionales de derechos humanos respondían de inmediato a nuestros comunicados y ofrecían acciones internacionales. Desde Chile en particular repudiaban la muerte de Julio García, quien había escapado de la dictadura militar chilena para refugiarse en Ecuador, su patria adoptiva a la que le ofrendó la vida. ¡Qué ironía: salvarse de Pinochet, pero no de Gutiérrez! Ya en la calle acudí primeramente a reportar desde la avenida de Los Shyris donde se preveía el desembarco de autobuses agresores. En su lugar encontré una concentración de estudiantes, adolescentes de colegios privados aledaños, mujeres en su gran mayoría, que habían respondido a la convocatoria de “La Luna” al denominado “mochilazo”. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 07 En inusual y emotiva forma de protesta, mochila en la espalda, las casi niñas se sentaban en la mitad de la vía para bloquear el tráfico. En ese momento me dije a mí mismo que las horas de Gutiérrez estaban contadas, más aún cuando luego, cogidas de las manos a manera de ronda infantil, cantaban eufóricas: “¡Vamos a ver…, vamos a ver… quién lleva la batuta, si el pueblo organizado, o el Lucio hijo de puta!” Sintonía “lunática” La sintonía con “La Luna” era total: la escuchaban en los autobuses, en los taxis, en las tiendas; en muchos locales comerciales tenían altoparlantes expuestos a la calle, con “La Luna” arengando a todo volumen. Acudí a la Politécnica Nacional, frente al coliseo Rumiñahui, donde los estudiantes le habían hecho honor al guerrero inca que se enfrentó a los españoles en defensa de Quito: un autobús de los “invasores”, atravesado en media vía, totalmente destrozado, había sido incendiado con su propio combustible, por la infranqueable barricada de jóvenes que ahora saltaban victoriosos en el techo de un esqueleto metálico, al tiempo que ondeaban banderas patrias y coreaban consignas contra Gutiérrez. Pude recabar testimonios y constatar las heridas de arma corto punzante que mostraba en su brazo uno de los valientes. Los tripulantes del bus ya habían puesto pies en polvorosa, salvo el pobre y asustado chofer que impotente contemplaba el flagelo de lo que, minutos antes, fuera la fuente de su sustento. Con rabia y arrepentimiento me contó que había sido contratado para transportar gente a lo que sería una pacífica marcha: - “Si hubiera sabido a lo que me traían, nunca lo hubiese aceptado”- lamentaba. La batalla del MBS El llamado más urgente vino desde el Ministerio de Bienestar Social, MBS, que albergaba a una cantidad considerable de los mercenarios, traídos por el inefable Viceministro de Bienestar Social, Bolívar González. Desde temprano, un grupo de “forajidos” se había atrevido a increpar a los sorpresivos visitantes, recibiendo, como era de esperarse, mercenaria respuesta, empezando una batalla campal que en un comienzo era dirimida con la misma moneda desde ambos lados, esto es, una tempestuosa lluvia de piedras. Los mercenarios contaban con el cobarde resguardo de los policías que les cuidaban las espaldas y les hacían de retaguardia. Las armas de fuego no tardaron en aparecer y con estupor empezamos a ver que los mercenarios nos amenazaban con pistolas de pequeño calibre, mucho más intimidantes que cualquier juguete de disuasión de la policía. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 08 Los “forajidos” crecíamos cada vez más en número y en coraje; en su desesperación, los mercenarios empezaron a disparar esporádicamente, a vista y paciencia de la policía que jugaba en su mismo equipo. Cada vez que apretaban el gatillo, corrían a refundirse entre los policías. Me pregunto si existe algún otro lugar en el mundo en que la policía sea capaz de proteger, en el acto y a la luz del día, a un civil que intenta matar a otro… La contundencia del ataque “forajido” obligó a los pistoleros a entrar y refugiarse en el edificio del MBS, desde cuyas ventanas, cual francotiradores, continuaban disparándonos, ahora con la ventaja de estar fuera de nuestro alcance. Durante esa fatídica jornada me tocó reportar varios heridos de bala, piedras y bombas lacrimógenas, que nosotros mismos transportábamos en camilla humana hasta las ambulancias apostadas a casi tres cuadras de distancia, ya que los socorristas no querían acercarse al edificio más de lo prudente. Por momentos debía ausentarme para reportar desde una clínica aledaña, que atendía de emergencia a los heridos y desde donde se escuchaba el trueno aterrador de los disparos. Cae Gutiérrez A eso de la una de la tarde, “La Luna” catapultaba la noticia por todos esperada: el Congreso Nacional declaraba cesante a Gutiérrez, quien huía, con mucha pena y sin ninguna gloria, a pesar de que solía decir que “cambiaría al país, así tenga que morir en el intento”. En “La Luna” el triunfo se celebraba con el himno nacional y abrazos triunfales y en las calles hicimos lo propio. En el MBS sin embargo el festejo aún no era pleno, pues los cerca de mil “forajidos” apostados en el lugar sentían que quedaba un asunto de honor pendiente por saldar. La policía súbitamente dejaba semi desguarnecido el edificio que representaba todo lo nefasto de ese poder que la erupción quiteña de abril quería demoler. Una muchedumbre enardecida y con sed de venganza sentía que había ganado esa batalla y que tenía por tanto el derecho de cobrar justicia. La gente quería irrenunciablemente atrapar a los mercenarios refugiados en el edificio y no estaba dispuesta a confiarle esa tarea a una policía que hasta hace poco había estado protegiendo al enemigo. No sabíamos cuántos estaban refugiados en el interior. Se sospechaba que adentro estaría, además, nadie menos que el mismísimo Viceministro González. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 09 Para entonces ya el tumulto había optado por quemar el edificio como la manera más eficiente de obligar a los pistoleros a salir de su escondite y, de paso, deleitarse con la imagen de las llamas consumiendo a lo que simbolizaba el país de la corrupción y la “partidocracia”. La atención pública en ese momento estaba volcada a otros puntos clave para la revuelta: el Palacio de Carondelet, en el Centro Histórico, desde donde Gutiérrez fugaba en helicóptero hacía el aeropuerto ante la mirada iracunda de cientos de indignados; el propio aeropuerto, donde otros “forajidos” se tomaban la pista para intentar arrancarle las alas al vuelo del fugitivo; el CIESPAL, donde el Congreso, a saltos y tropezones, posesionaba a Palacios como Presidente. Pronto logramos la presencia de los bomberos que, a la larga, con diligencia suprema apagaron las llamas que estaban devorando los pisos inferiores del edificio y con su ayuda empezó un desalojo a cuenta gotas. De a poco empezaban a salir aterrorizados burócratas que habían quedado ahí atrapados en la peor pesadilla de sus vidas. Los “forajidos” afuera cuidaban minuciosamente que no se vaya a escapar alguno de los enemigos; sobre todo, dios no lo permita, que no se les escabulla el trofeo más codiciado: el González. En tres oportunidades me tocó socorrer a aquellos mal aventurados que en su fallido intento por salir “desapercibidos”, fueron brutalmente atacados a golpes y a palos por la muchedumbre. Frente a la virulencia de las agresiones, ni mi chaleco “protector” de derechos humanos me logró blindar plenamente de los golpes perdidos, cuyo destinatario ciertamente no debía ser yo. Lamentablemente, no siempre llegaba a tiempo para mediar en los ajustes de cuentas; a alguien lo agredieron tanto que tuvimos que subirle de emergencia a una ambulancia. La ira “forajida” era tal que atacó ferozmente al vehículo de emergencias, que huía desenfrenado abriéndose paso entre los ahora agresores y poniendo en riesgo más vidas de las que intentaba salvar. Mis sentimientos ya para ese entonces eran encontrados. Las víctimas se habían transformado en victimarios, y viceversa. De repente debía contener a aquellos con quienes hasta hace poco había peleado “hombro con hombro” y proteger a quienes me habían estado apuntado con armas de fuego y que de haber tenido la oportunidad, me hubieran matado. La civilizada captura de los principales mercenarios fue liderada por el amigo Diego Guzmán, con quien me encontré con él cuando ingresé al edificio para observar la captura. A los prisioneros se les habían requisado sus documentos y se los mantenía celosamente vigilados, hasta definir su suerte. Estaban en una terraza, sentados en el piso contra la pared, sudando miedo por los poros y temblando como conejillos con frío, inermes al cálido sol quiteño. Ahora solo disparaban súplicas con sus sumisas miradas, aún más clamorosas al tener AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 10 que elevarse desde el suelo; las que intentaban gesticularse con voz desesperada, aduciendo error o arrepentimiento, eran acalladas con un golpe aleccionador de sus vigilantes “forajidos”. Cuando un oficial de policía se nos acercó para indicarnos lo qué se debería hacer con los prisioneros, “forajido mayor” lo mandó a callar: - “¡En este momento estamos a cargo los ciudadanos, usted no tiene ninguna autoridad sobre nosotros!” – Acto seguido, mi amigo, que en ese momento tenía virtualmente el control sobre los prisioneros, me dijo: “Hacemos lo que tú decidas…”. Acordamos que por nada del mundo sacaríamos a los prisioneros a la calle. Mi esperanzada propuesta era que viniese la policía metropolitana que no estaba desacreditada frente a los “forajidos” para que junto a una comisión ciudadana se llevase a los detenidos. A la caza de González El paradero de la humanidad del Viceministro González era un misterio que tenía a la muchedumbre obsesionada exigiendo por su cabeza. La iracunda demanda colectiva de: “!Queremos al González!, !Queremos al González!”, coreada a una sola voz por cientos de indignados, retumbaba en el lugar y de seguro que el más buscado del día la estaría escuchando en algún rincón, así hubiera estado ya a buen recaudo en el mismo infierno. Las versiones que sobre su ubicación se me confiaban al oído, eran de lo más inverosímiles: - “El González ya se escapó por atrás del edificio…”; -“Está escondido en los baños…”; “Está en el subsuelo, escondido en los parqueaderos…” En un episodio tragicómico tuve que auxiliar a un inocente bombero que salía del interior del edificio equipado con un traje especial tipo “astronauta”, cubierto por completo la cabeza con una máscara protectora. A su salida alguien sentenció: “¡Ese es el González!, ¡Ese es el González!, ¡Está disfrazado!, ¡Cuidado que se escapa!” Decidimos que una patrulla ciudadana de 10 personas espulgaría el edificio de cabo a rabo. Así, vulneramos cada puerta; rompimos cuanto candado se nos ponía en frente; entramos a cada oficina, a cada bodega y a cada baño; abrimos cada armario y rebuscamos en cada mueble y rincón, donde la redonda figura del folclórico político podría caber; rastreamos en los parqueaderos y en cada vehículo ahí abandonado; levantamos cada piedra posible. El temor de que todavía quedasen mercenarios armados escondidos era latente, de AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 11 manera que la patrulla “forajida” lanzaba furibundas advertencias: “¡Gonzáles: te llegó la hora…! ¡Sabemos que estás aquí…! ¡No tienes escapatoria…!” “¡Entrégate!”, todo esto bien aliñado de una andanada de no muy gentiles adjetivos calificativos. Ahora confieso que mi voluntaria presencia en esa patrulla no tenía el mismo fin que la del resto; en mis adentros, yo no quería que se encuentre a González; cada vez que irrumpíamos tras alguna puerta y parecía que habíamos dado con él, sentía un alivio redentor al comprobar que no estaba ahí. Rogaba que se hubiera escapado, pues de llegar a ser capturado sencillamente no hubiera podido salvarle el pellejo. El olor de la dignidad Nuestro plan de desalojo para los mercenarios capturados no cuajó. La policía metropolitana nunca llegó. Tuvimos que acceder al plan de la Policía de rescatar a los prisioneros en operativo relámpago con la participación de comandos especiales, por la parte trasera el edificio. No menos de 200 policías llegaron de sorpresa y para dispersar a la iracunda multitud, anegaron nuevamente toda la cuadra con gas lacrimógeno. Mientras tanto, un camión blindado se ubicaba estratégicamente bajo el muro de la casa posterior, desde donde los prisioneros debieron saltar, en medio de un ciclón de palos y piedras “forajidas” que los despedía, y una coraza de escudos policiales que los protegía. Del González nunca apareció ni su fantasma. Exhausto emprendí mi retirada. Llevaba impregnada en la mente un secuencia desordenada de imágenes, presintiendo con razón que no se me desprenderían nunca: las barricadas nocturnas, el rugir de las combativas consignas, el cadáver de Julio García, los pistoleros vencidos y arrodillados, el autobús en llamas, los linchamientos… sobre todo, los linchamientos. Me preguntaba además si todo eso valdría la pena; si en realidad estábamos en el punto de inflexión que cambiaría de rumbo de mi país; si tendríamos la fuerza para expulsar a esa base militar extranjera y para evitar un TLC; si incluso, quizá, nos despojaríamos de la vergüenza que significa usar una moneda ajena… Confiaba que al menos la policía cambiaría para bien, sin intuir que solo 5 años más tarde, esa misma policía dispararía desde un hospital en contra de civiles, e intentaría matar al Presidente. El volcán Quito volvía a descansar, dejando tras su erupción: un fecundo olor a dignidad. AUTOR: fidel narváez ABRIL: RECUERDOS MIL | 12