LOST 7x02: La Isla (Parte II)

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LOST 7x02: La Isla (Parte II)
Carlos y Ana Belén
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Fecha de Publicación: 21 de junio de 2010
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Toni abrió los ojos despertando de un sueño placentero. Estaba en su
camarote, en el crucero de las Jornadas, vestido únicamente con un pantalón corto de pijama, desperezándose mientras deslizaba la mano entre
las suaves sábanas de su cama. Esperaba encontrar a alguien acostado a su
lado, pero tan sólo estaba él. Volvió la cabeza hacia el cuarto de baño, la
puerta se abrió lentamente y del interior apareció María M. que terminaba
de vestirse, con el cabello mojado tras haberse duchado.
— ¡Buenos días! — saludó cariñosa regalando una dulce sonrisa a un
Toni reconfortado
— Buenos días. Has madrugado. . .
— Es tarde — Ella le enseñó el móvil a Toni para que viese la hora. Él
sonrió, no podía ocultar sus sentimientos
— Vuelve a la cama, por favor — le rogó remoloneando entre las sábanas
utilizando su amplia sonrisa como arma
— Sabes que no puedo — respondió María M. algo intranquila — he de
aprovechar ahora que los chicos están durmiéndola para volver a mi
camarote sin que me vean
— Vas a despertar a Chus igualmente — él continuaba tratando de retenerla—
y te preguntará dónde has estado. Mejor quédate conmigo, ya inventaremos algo
— Chus seguro que lleva horas despierta. Y además, ella ya sabe lo nuestro
Toni torció el gesto. María M. se inclinó ligeramente sobre él y le despidió con un tierno beso en los labios.
— ¿Nos vemos luego? — Dijo María antes de abandonar la habitación
con voz cálida
Toni le sonrió.
—o—
María M. observaba fijamente el horizonte desde la orilla de la playa.
Su rostro estaba magullado y sus ropas algo ensangrentadas. Un profundo
sentimiento de tristeza le invadía. Tras ella, a lo lejos, José Francisco acudía
a su encuentro, cojeando y portando una bolsa de viaje
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— ¡María! — la joven sacudió sus pensamientos para atenderle — están
llegando restos a la orilla; mira — le mostró el interior de la bolsa—
aquí hay bastante ropa, y una bolsa de aseo. Seguro que encontramos
algo que nos sirva
— ¿Hay más bolsas? — preguntó con desgana
— ¡Sí! — Jose trataba de animar a María, había que eliminar los malos
pensamientos — Y también están llegando trozos del casco del barco.
Necesitamos tu ayuda para recuperar lo que podamos
María asintió con la cabeza y acompañó a Jose hasta una zona de la
playa donde ya estaban a la tarea José Enrique, Claudio, Ana [Navarro]
y Abel, todos igualmente magullados. Los restos que iban recogiendo del
agua, maderas, bolsas, botellas, ropa etc., lo iban llevando hasta el refugio
que los náufragos habían logrado construir en unas pocas horas. Jesús y
Zoe, junto a Alejandro y Juan, terminaban de acondicionar el campamento. Utilizaron cañas de bambú, troncos, ramas y lonetas para fabricar las
tiendas donde poder resguardarse hasta el momento de ser rescatados.
En una de las tiendas estaba Nacho, el médico del grupo, atendiendo
a Ana Belén, que permanecía inconsciente desde la llegada a la Isla. Con
un paño húmedo limpiaba la profunda brecha que la joven tenía en la sien.
Nacho no podía ocultar su preocupación. Carlos [Fernández] apareció en
la improvisada enfermería con gesto serio.
— ¿Cómo está? —preguntó Carlos
— Tiene el pulso muy débil. . . y no responde a ningún estímulo — Nacho estaba frustrado — Si no despierta, no podremos saber si hay
lesiones internas y el alcance que pueden tener
Carlos bajó la mirada pensativo
— No puedes hacer nada más Carlos — Nacho posó la mano en su hombro — si no hubieses buceado para encontrar mi maletín ni siquiera
estaríamos hablando de posibilidades
Aquello no pareció consolarle. Carlos se arrodilló a su lado y acarició
su mano.
— A simple vista no parece haber signos de fracturas en extremidades
superiores ni inferiores. Pero la herida de la cabeza. . . — Nacho torció
el gesto, cansado y desanimado
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— ¿Crees que puede tener algo grave? — preguntó Carlos
— De momento sólo podemos esperar. . . esperar a ver si pasa esta noche. . . Pero,
la verdad, no tengo esperanzas de que llegue a mañana. . .
Carlos miró a Ana Belén con amargura, permaneció un momento junto
a ella.
— Os dejaré solos — Dijo Nacho mientras salía a tomar un poco de aire
—o—
Cerca del campamento, en otra zona de la playa, junto a unas rocas,
Serdula iba al encuentro de Guillermo. Ambos despeinados, magullados y
con rotos en su vestimenta. Guillermo estaba sentado en una roca, se había
fracturado el brazo y lo llevaba en cabestrillo; la vista perdida en el océano,
gesto melancólico. Serdula llegó a su altura, no dijo nada, se sentó junto a
él, con cierta dificultad, dolorido por las contusiones. Guillermo lloraba en
silencio.
— ¡No puedo creer que no esté. . . ! — Se lamentaba el joven con gran
amargura — ¡La tenía agarrada! ¡La tenía. . . !
— Lo siento mucho Guillermo — Serdula trató de reconfortarle — Ahora
tienes que ser fuerte, y no venirte abajo. Y por favor, piensa que Máriam puede estar viva. Mira a tu alrededor, es una Isla grande. Puede
haber alcanzado la costa por otra parte — Guillermo se derrumbaba por momentos — No hemos encontrado ningún cuerpo, piensa en
ello
— ¡Los cuerpos se han hundido Serdula! — sentenció un inconsolable
Guillermo — se han hundido con el barco. . .
Serdula rodeó con el brazo a Guillermo, apoyando la mano en su hombro.
— Escúchame: Si nuestros compañeros aún siguen con vida. . . si Máriam
está viva, te prometo que la encontraré — Serdula estaba crecido —
Confía en mí; los encontraremos a todos.
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—o—
La comida fue muy animada, pero Raquel parecía en otro mundo. Las
risas y los comentarios jocosos de los miembros del grupo parecían no divertirle. En más de una ocasión incluso parecieron molestarle.
— ¿Te pasa algo? — Le dijo Carlos en una ocasión
— Nada. . . estoy bien — Respondió Raquel con una terriblemente forzada sonrisa
Carlos decidió dejarle espacio, incluso la protegió de los ataques sarcásticos de Rubén generando una irónica guerra dialéctica que hizo que las
carcajadas del grupo fueran cada vez mayores.
Pero Carlos no fue el único preocupado por la actitud de Raquel. Juan
no paró de lanzar miradas a la joven . No entendía qué era lo que le pasaba
ni por qué actuaba de esa manera. No era normal en ella.
Nada más terminar de comer, los chicos se levantaron preparándose
para ir a las zonas comunes. Raquel evitó ir con ellos.
— ¿No vienes con nosotros? — Preguntó Carlos preocupado
— De verdad, que estoy cansada. . . he pasado mala noche — Respondió
Raquel visiblemente nerviosa
— ¡Si es que a estos de la ciudad no se les puede sacar de casa! — Se
burlaba Rubén — ¿Os he contado del día que querían que la feria
durara un mes?
— Ala tira p’alante Rubén — David le empujó hacia la salida de la habitación
— Bueno si quieres algo . . . ya sabes donde estamos — Se ofreció Carlos
Raquel desapareció en dirección a las habitaciones.
—o—
A la mañana siguiente, el grupo se reunió junto a las tiendas para hacer
inventario y organizarse.
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— Deberíamos adentrarnos en la selva y buscar ayuda — Dijo Serdula
— Y tratar de encontrar agua — apuntó Ana N.— casi hemos acabado
la que recogimos de la tormenta
— ¡Agua y comida, quilla. . . ! ¡que me muero de hambre! — Jesús hizo
un gesto con su mano en el vientre — como no empecemos a pescar
le hinco el diente a uno de vosotros. ¡Lo que daría yo por una barra
de pan!
Los chicos se organizaron enseguida. Serdula se llevó a José Enrique,
Jesús, Guillermo y Juan hacia el interior de la Isla, mientras que Zoe, David,
Abel, Alejandro, Ana N. y Álvaro tomaron el paso de la orilla en dirección
a las rocas. José Francisco, Carlos, Claudio y María M. se quedaron en la
playa junto a Nacho que seguía al cuidado de Ana Belén .
El grupo de Zoe bordeó la playa hasta que no pudo avanzar más. Una
vez traspasadas las rocas, el mar se abría en un pequeño acantilado, y
comenzó el debate sobre si debían adentrarse en la zona de bosque.
— Yo creo que podemos encontrar comida si entramos en el bosque —
Expuso Abel— Tiene que haber árboles frutales.
— No sé. . . me da mal rollo — David mostraba su desacuerdo — Ahí
dentro debe haber de todo: lagartos, arañas del tamaño de mi puño,
serpientes. . .
— ¡Perdona!¡Serpientes. . . , no jodas! - protestó Ana N., asqueada- Yo paso. . .
— Venga chicos, hay que echarle un poco de valor — Zoe apoyaba la
idea de Abel — podemos pasar algún día más sin comer pero, si no
encontramos agua moriremos. Iremos con cuidado
Álvaro la miró decidido y emprendió el paso hacia el bosque. Los demás
le siguieron, unos más conformes que otros.
Mientras tanto, el grupo de Serdula avanzaba por la selva en dirección
opuesta a sus compañeros.
— Deberíamos dejar algún rastro para saber por dónde regresar — Guillermo miraba continuamente a su alrededor, intentando memorizar el
camino
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— Buena idea Guillermo — dijo Juan — yo llevo un rato perdido, todos
los árboles me parecen iguales
— Yo voy rompiendo ramas — apuntó José Enrique — A ver si nos
sirve. . .
— Creo que siguiendo este pequeño sendero no tendremos problemas
— Serdula estaba confiado de saber el camino
El grupo llegó a una zona de claro. Encontraron un pequeño remonte, y
a lo lejos, vislumbraron un valle. Jesús perdía la paciencia por momentos.
— ¡Cago en mi vida. . . ! ¡Que no encontramos na! Ni un triste conejo. Me
voy a comer los muñones, te lo juro
— Yo ya veo doble — dijo Juan, igualmente hambriento
— Yo veo un oso — apostilló Guillermo
Los chicos se giraron a donde miraba Guillermo y, atónitos, descubrieron
un enorme oso blanco parado frente a ellos, a unos veinte metros de distancia. No podían creer lo que veían
— ¡Que es blanco, quillo! — susurró Jesús sin salir de su asombro
— Como que es un oso polar — aclaró Serdula
Los muchachos estaban petrificados. Observaban al animal y no se veían
capaces de reaccionar. Al fin, Guillermo, con su habitual tono templado y
pausado, propuso, siempre en voz baja.
— Yo creo que deberíamos dejar de mirarlo a los ojos, dar la vuelta muy
lentamente y marcharnos por donde hemos venido
— Parece tranquilo — José Enrique sentía curiosidad
— ¿Qué cojone hace un oso polar en la selva? — El miedo de Jesús iba
en aumento, más aún cuando el animal de volumen descomunal les
sorprendió echando a correr hacia ellos
— Yo voto por. . . ¡¡Salir echando hostias!! — gritó Serdula
Todos salieron despavoridos dirección a la selva. El oso avanzaba rápido a pasos agigantados, rugiendo y mostrando sus afilados colmillos. Los
chicos parecían competir en una pista de atletismo, y huían todo lo rápido
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que podían. Guillermo era el que más dificultad tenía por la lesión en su
brazo. Un par de veces tropezó, pero tenía a sus compañeros para ayudarle
a levantarse. El animal era más rápido y poco a poco iba recortando distancia. En un momento, el grupo se dispersó, corrían sin dirección fija y, de
repente, Juan y Serdula se encontraron solos mientras el resto huía hacia
otra parte. Jesús saltó para encaramarse a la rama de un árbol, Guillermo
optó por esconderse en una zona de arbustos, y José Enrique no paró de
correr hasta comprobar que el oso no le perseguía; fue entonces cuando
cayó al suelo agotado.
Mientras, el fiero animal trataba de dar caza a Serdula y Juan, que trataban de ir más rápido, sin éxito. En un momento, Juan tropezó y se dio de
bruces contra el suelo.
— ¡¡Juan!! — Serdula trató de regresar a por su compañero
Entonces el oso se les echó encima. Lanzó un terrible zarpazo al pecho
de Serdula, que le hizo caer violentamente y retorcerse de dolor. Después
saltó sobre Juan atacándole con brutalidad. El joven gritaba e intentaba liberarse, pero no podía competir en fuerza con el animal. Atrapó al muchacho
con un tremendo mordisco y lo retorció hasta arrancarle el antebrazo. Entonces apareció Serdula por detrás y, utilizando un tronco, asestó al animal
un duro golpe en la cabeza. Aturdido, se giró hacia Serdula que volvió a la
carga con otro golpe certero que empujó al oso por un terraplén. Después,
soltó el tronco y aprovechó para recoger a su compañero y tratar de escapar.
Serdula ayudó a Juan a levantarse, y a alejarse tan rápido como pudieron.
—o—
Raquel llevaba un buen rato en su habitación cuando los demás estaban
dispersos por el barco. Carlos, que bajaba de cubierta, se encontró con Juan
en los sillones del Bar.
— ¿Has visto a Raquel? — Preguntó Carlos
— No, sigue en la habitación — Informó Juan
— ¿¡Sigue en la habitación!? — Exclamó Carlos
— Sí — Respondió Juan algo preocupado
— ¿Nadie ha ido a ver cómo está? — Volvió a preguntar Carlos
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— No lo sé . . . No lo creo — Dijo Juan
— ¡Joder! — Carlos se lamentó — Escúchame una cosa . . . ¿Y porqué no
vas tú?, A lo mejor te hace más caso.
Juan miró el reloj
— Tienes razón, creo que lleva demasiado tiempo sola — Dijo Juan cabizbajo
— Eso. . . a ver si la consuelas Don Juan — Carlos le hizo un guiño
Juan no respondió y se dirigió a la habitación de Raquel.
Apenas Juan se asomó al pasillo donde se encontraba el camarote de
Raquel, la vio salir de su habitación, pero en lugar de dirigirse a la zona de
cubierta exterior se encaminó a la zona de mantenimiento que se encontraba en la misma cubierta de camarotes. Raquel estaba visiblemente nerviosa
y tensa. Juan no le dijo nada, se limitó a seguirla.
Raquel se plantó delante del mostrador de mantenimiento. Encima del
mismo había un manojo de llaves. Sin hacer ruido y con toda la delicadeza
que pudo, cogió las llaves para no alarmar a nadie
Unas voces se oían en el interior de la zona de mantenimiento
— ¡Me cago en la hostia! ¡ Dónde coño habré dejado mis llaves! Pedro
¿Las has visto?
— ¡Me ha parecido verlas en el mostrador! — Una voz lejana contestó a
la primera
Al oír aquello, Raquel, asustada, se agachó tras el mostrador.
— ¡Pues aquí no están!
La voz sonaba justo encima de donde se encontraba Raquel. Un sudor
frío recorrió su frente y el color rojo pronto pobló sus mejillas
— ¡Pero qué coño es esto! — la voz se tornó enfadada. A Raquel se le
paró el corazón.
— Pedro, ¡Te has vuelto a dejar abierta la escotilla de la sala de máquinas!
— Gritó aquella voz. Raquel suspiró — ¡El capitán te va a meter el
timón por el culo esta vez, y a mi me despedirá por ir perdiendo las
llaves!
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La voz se iba perdiendo hacia el interior de la bodega de mantenimiento. Raquel salió gateando de allí hacia las escaleras más próximas que encontró.
Juan la siguió de cerca. Raquel, mucho mas tranquila pero con el corazón
en un puño bajó las escaleras hasta la cubierta 2. Entonces se paró frente a
una puerta. En ella había un cartel donde rezaba No pasar. Zona fuera de servicio. Raquel sacó las llaves y la abrió. Después de suspirar, entró y dejó la
puerta abierta.
Juan, despacio, entró tras ella . A continuación cerró la puerta tras de sí.
Raquel oyó el ruido y se quedó totalmente paralizada. estaba de espaldas a
la puerta sin estar segura de quién había entrado
Juan se acercó sin prisa a Raquel. Ella no se movió. Cuando estaba justo
tras ella, rompió el silencio.
— ¿ Qué haces aquí? — Juan susurró dulcemente al oído de Raquel a la
vez que besaba su hombro que dejaba descubierto su vestido palabra
de honor
— Juan. . . tenemos que dejar de hacer estas cosas. . . algún día nos van a
pillar — La tensión de Raquel desapareció tan pronto como los labios
de Juan acariciaron la suave piel de Raquel.
— No me digas que no te ha gustado — Contestó mientras la abrazaba
por detrás con sus fuertes brazos y masajeaba sus pechos por encima
del vestido
— mmmm. . . Sí me gusta mmmm. . . pero como nos pillen me moriré de
vergüenza — dijo Raquel con una enorme sonrisa de placer .
— No te preocupes más y dime cómo se quita esto.
— ¿Estás seguro de que este Jacuzzi funciona? — preguntó Raquel
— Totalmente — contestó Juan — Ayer oí hablar a los operarios de lo
bien que iba. . . mañana lo dejarán disponible, así que aprovechemos
hoy.
Raquel tiró de una cremallera en el lado izquierdo del vestido que deslizó
hacia abajo hasta quedar totalmente desnuda. La manos de Juan comenzaron a recorrer el cuerpo de Raquel. Ella giró la cabeza y fundió sus labios
con los de Juan en un intenso beso. Raquel utilizó un pie para encender
el Jacuzzi. En un momento se zafó de Juan y se dispuso a sumergirse de
espaldas en sus aguas, poco a poco, mirándole con una pícara sonrisa.
— Te espero dentro, Cariño. — Raquel le lanzó un beso
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Juan se desnudó tan rápido como pudo y se sumergió en el Jacuzzi.
intentó acorralarla , pero ella tenía otros planes.
— ¡Hoy mando yo! — Advirtió Raquel
— Tú mandas — respondió Juan condescendiente con una enorme sonrisa en la boca.
Raquel se sentó a horcajadas sobre Juan y comenzaron a hacer el amor
mientras las burbujas acariciaban su cuerpo. De repente, cuando estaban a
punto de llegar al climax ella paró. Le había parecido oir un ruido.
— ¡Qué ha sido eso! — Exclamó Raquel
Un extraño pitido se oía en la lejanía. Raquel salió del agua y se vistió
asustada
— No te preocupes
— No será nada — Intentó tranquilizarla Juan desde el Jacuzzi
De repente una fuerte explosión les sobresaltó. Las paredes del casco
parecieron no aguantar, y el agua entró a borbotones. Una cegadora luz
blanca entró por el agujero del barco. Juan se hundió bajo el agua. pudo
ver la silueta de Raquel al contraste de la luz. Sin embargo, ésta era tan
intensa que tuvo que cerrar los ojos. A tientas la buscó desesperado, pero
no la encontró. De repente, encontró el agujero del casco y salió por el,
esperanzado de que ella hubiese hecho lo mismo. Juan salió con la silueta
de Raquel grabada en su retina. Las lágrimas inundaban sus ojos con tal
intensidad que se sentía nadando entre ellas.
—o—
En la playa, mientras tanto, María M. ayudaba a Nacho a cambiar el
vendaje de Ana Belén, aún inconsciente, cubriendo con mimo la herida de
su cabeza. Jose y Claudio intentaban pescar con un improvisado anzuelo,
que en realidad era un alfiler largo de un kit de costura encontrado en una
de las maletas, al que habían dado forma curva y atado con una cuerda
fina. Su esfuerzo y paciencia por atrapar algún pez no daba sus frutos, pero
no desesperaban.
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— Y que no vamos a parar hasta pescar uno de estos maricones — dijo
Claudio con empeño
— Pues nos quedamos sin cebo — apuntó José Francisco— se han comido casi todos los gusanos.
— Hay que buscar más larvas o lo que sea. ¿Dónde está Carlos?
— Date la vuelta – José Francisco señaló detrás de Claudio, donde se
encontraba Carlos, en la orilla, bastante alejado de ellos —No sé qué
está haciendo, pero lleva un buen rato ahí
Carlos estaba parado en la orilla; descalzo, permitía que las cálidas
olas murieran en sus pies. Miraba fijamente el horizonte. Después, giró la
cabeza y también buscó con la mirada hacia el interior de la Isla. Empezó
a caminar muy pausado y, tras recorrer unos metros, se detuvo, sacó de su
bolsillo un pequeño bloc de notas y un lápiz y comenzó a escribir. Segundos después volvió a reanudar el paso, después se paró y siguió escribiendo. Parecía como si estuviera contando. Entonces, María M. interrumpió su
actividad
— Hola — saludó María con tono apesadumbrado
— ¿Cómo sigue Ana? — preguntó Carlos con interés
— Mal. . . aunque la herida parece estar curando rápido, el hecho de que
no haya despertado. . . es mala señal
Carlos quería evitar pensar en lo peor, y cambió de tema enseguida
— ¿Tú cómo estás?
— No lo sé. . . — Contestó María con desánimo— aún no soy consciente
de lo que nos ha pasado. . . Me siento angustiada por mi familia, por
las familias de los compañeros que no están aquí. . . No sé si nos estarán buscando o. . .
— Ahora sólo tienes que pensar en que tú estás bien — Carlos intentaba
consolarla — y que tu familia también lo está. Que tu chico está a
salvo, en casa. Que todos estarán esperándote cuando regreses, felices
por reencontrarse contigo.
Las palabras de Carlos no la consolaron. Él, prudente, mantuvo un momento de silencio. María ladeó la cabeza, evitando la mirada de Carlos. No
quería que le viese llorar. Éste lo advirtió, quedó pensativo unos segundos,
y después rompió el silencio
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— Quiero caminar un poco playa abajo. ¿Me acompañas? — Preguntó
Carlos
María asintió con la cabeza y ambos marcharon alejándose de la zona
del campamento.
—o—
El grupo de Zoe avanzaba entre el espesor del bosque. Parecían relajados, y también un poco aburridos de caminar.
— ¿Vamos a seguir mucho más? Lo digo porque a este paso se va a hacer
de noche, y no hemos encontrado una mierda — protestó Ana N.
— ¡Y dale. . . !, tranquila mujer, un poco de paciencia — David se mostraba más optimista
— Yo también me estoy cansando — apuntó Alejandro — ¿No sería
mejor regresar? A lo mejor Serdula y los otros han encontrado algo
para comer
— Venga chicos, sigamos un poco más — Zoe no se rendía — Y si encontramos gente que nos ayude. . .
— ¿Aquí? — Dijo de forma escéptica Ana — ¡Ni de coña!
— Me da que hemos caído en tierra desierta — apoyó Álvaro
De repente, algo extraordinario sobresaltó a los chicos. Una especie de
sonidos extraños que surgieron de la nada les alertaron.
— ¿Qué es eso. . . ? — Preguntó Abel — ¿Vosotros oís lo que yo?
— ¿Qué coño ocurre? — David miraba a su alrededor, giraba la cabeza
a un lado y otro con rapidez.
Aquellos sonidos susurrantes les envolvieron. Ninguno de ellos fue capaz de localizar el origen de los extraños ruidos.
— ¿De dónde vienen? ¡Parecen voces! — Zoe estaba asustada
— Alguien nos está observando. . . — aventuró Abel — parece como si
trataran de hablarnos
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— ¡Hablarnos! ¡no me jodas! ¡Yo me voy de aquí! — Ana echó a correr
muerta de miedo, y los demás la siguieron.
Sin rumbo fijo, intentaban dejar los inquietantes sonidos atrás. El grupo
siguió corriendo volviendo la vista de vez en cuando para comprobar que
nadie les seguía. Al fin, los susurros parecieron desvanecerse. Los muchachos relajaron la marcha hasta que David puso freno.
— ¡Vale, vale! — Se detuvo agotado David — Ya no se oye nada. . . Creo
que no he corrido tanto en mi puta vida
— ¡Me cago en to! — Gritaba Alejandro mientras intentaba recobrar el
aliento — ¡que yo no he visto a nadie! ¿Qué era eso?
— Me da que nos estamos volviendo paranoicos. . . tendríamos que volver—
apuntó David
El grupo intentaba recuperar el aliento, algunos se apoyaron en los árboles, otros directamente se sentaron
— ¿Pero, qué coño era eso? — Álvaro se mostraba desconcertado
— ¡Yo me he cagao! — respondió Alejandro — No quiero creerlo, pero
a mi me suenan a fantasmas ¡No es coña! Un día en la Rosa de los
Vientos escuché algo muy parecido a eso. . .
— No. . . , si ahora tendremos que llamar a Iker Jiménez a que resuelva
esto — Dijo David Incrédulo
— Esperad. . . callad un momento — Algo alarmó a Zoe, que agudizó el
oído —- ¿Oís eso. . . ?
Cuando los chicos guardaron silencio empezó a escucharse el sonido de
un arroyo.
— ¡Es agua! — Dijo alegre Abel— ¡Vamos!
Se dirigieron con determinación hacia el lugar donde se escuchaba el
fluir del agua. Enseguida encontraron un pequeño arroyo de agua dulce
que salía de unas rocas macizas. Álvaro no perdió tiempo en comprobar si
era potable.
— ¡Está buena! — informó animado
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Los demás se acercaron a beber con ansia. Saciaron su sed intentando
respetar los turnos, pero las ganas les podían
— ¡Qué gusto por dios! — exclamó Ana N. — ¡Qué alegría!
— Vale, ya hemos encontrado el agua — Exclamó David — Ahora ya
podemos volver y avisar a los demás
— ¿Pensáis que podremos encontrar fácilmente el camino de vuelta? —
Zoe se mostró preocupada — nos hemos puesto a correr a lo loco
— A ver. . . — organizó David — No es tan complicado. Yo al menos he
corrido en línea recta. . . Mi mente no daba para más
— Ah, pero. . . ¿Es que pretendéis volver por el bosque de los fantasmas?
— Ana no daba crédito
— Hombre, si prefieres quedarte a pasar la noche aquí. . . en mitad de la
selva misteriosa — Alejandro tenía claro que iba a regresar
Comenzó una discusión airada, y mientras Abel observaba con interés
la zona de las rocas.
— Chicos — llamó su atención — me parece que eso de ahí son unas
cuevas
El grupo entero calló y dirigió la mirada hacia las rocas.
— ¿Cuevas? — preguntó extrañada Zoe
Se acercaron con prudencia, Álvaro el primero de ellos, que tomó la decisión de escalar las piedras. En efecto, en la parte alta encontró la entrada
a una oscura y fría cueva. Se asomó intentando ver algo en el interior. Los
demás le miraban desde abajo.
— ¿Hay algo? — preguntó David
— Barro. . . ramas. . . hojas. . .
— ¿Comida? — apuntó Zoe que empezaba a sentir hambre
De repente, Álvaro dejó de hablar. Tras unos segundos, contestó a Zoe.
— Bueno. . . digamos que en su momento podría haber sido carne. . . —
Dijo Álvaro
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— ¡Ahh. . . un animal muerto! — Zoe interpretó el comentario de Álvaro
Álvaro se volvió al grupo, estaba blanco.
— ¿Pero qué has encontrado? — Alejandro sentía gran curiosidad
— No estamos solos. Aquí hay dos esqueletos. . . — Explicó Álvaro
—o—
Nacho regresaba desde la orilla hacia las tiendas después de haberse
tomado unos minutos de descanso. Mantenerse al cuidado de Ana Belén
estaba resultando agotador, y el eternamente optimista médico perdía la
fe cada minuto que pasaba. Tras refrescarse y respirar hondo, volvió junto
a la enferma, a la que había sacado de la tienda y mantenía en el exterior
echada sobre una pequeña manta. Se sentó en la arena, a su lado, y le tomó
el pulso. Se distrajo un instante observando cómo Claudio y José Francisco
trataban de pescar en vano. Mientras les miraba, algo alteró su calma: de
repente, el débil pulso de Ana Belén se aceleró considerablemente. Nacho
no daba crédito. Se levantó rápidamente y entró en la tienda en busca de su
maletín; apareció a los dos segundos y, al arrodillarse de nuevo, encontró a
la joven con los ojos abiertos, las pupilas muy dilatadas.
— ¡Ana! — exclamó Nacho sorprendido. Ella no respondía — Ana, ¿puedes
oírme? Soy Nacho
Ana Belén no pestañeaba, mantenía los ojos muy abiertos, mirando al
cielo.
— No puede ser. . . ¿cómo es posible. . . ? — El médico no podía creer lo
que estaba viendo; entre la incredulidad y el alivio insistía — Ana,
¿me oyes?
Entonces, ella reaccionó: su rostro se tensionó y estremeció en un momento. Horrorizada, con respiración entrecortada por unos nervios que
iban en aumento, fue desviando la mirada hasta encontrar la de Nacho.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, comenzó a pestañear mientras trataba de
decir algo. El doctor intentó calmarla, sabedor que de quería hablar.
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— Tranquila. . . tranquila. . . está bien, no pasa nada — el tono de Nacho
trataba de ser un bálsamo.
Entonces Ana Belén pronunció un angustioso e inquietante lamento
— Máriam. . .
—o—
Mariam se encontraba nerviosa ante aquel hombre que decía llamarse
Benjamin Linus
— Encantada — Dijo Máriam con una mezcla de nerviosismo y curiosidad — tienes un nombre curioso.
— ¿Curioso? — Ben no perdía su sonrisa.
— Nada . . . es una tontería — Dijo Máriam visiblemente sonrojada
— Tranquila, puedes decírmelo . . .
— Si, ¿Nunca te han dicho que tienes nombre de sistema operativo —
Expresó ella
— No . . . pero tampoco sé lo que es un sistema operativo. ¿Parezco un
sistema operativo? María Amparo — Preguntó Ben
— No, un sistema operativo no puede ser una persona, es una parte de
un ordenador, la parte que hacer funcionar los dispositivos electrónicos. Es como un medio para comunicarse con ellos— Máriam notaba
que esa conversación no tenía sentido — Bueno . . . da igual.
— Igual no soy tan diferente a un sistema operativo entonces — Ben
amplió su sonrisa
— Qué quieres decir ¿Tienes algún tipo de mando o poder aquí?, ¿En
esta isla? — Preguntó Máriam intrigada por la críptica respuesta de
Ben
— ¿Te parezco poderoso? — Ben inquietaba a Máriam con sus preguntas
— No sé. . . has aparecido así . . . de repente, sabiendo mi nombre, tan
misterioso, bien vestido con tu caballo . . . — Máriam cayó en la cuenta — Espera . . . ¿ Podrías ayudarnos para volver a casa? . . . es decir,
salir de de la isla.
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Ben mantuvo un momento de silencio sin dejar de mirar fijamente a
Máriam. Ella se sentía cada vez más nerviosa.
— Siento desilusionarte María Amparo, no puedo hacer que salgas de
la isla — Dijo Ben al fin — ¿Por qué tienes miedo? — Ben no había
movido ni un músculo de su cara
— No lo sé, esta situación es un poco rara.
— ¿Rara?, ¿Te parece rara? — Preguntó Ben — ¿Qué pensarías si encontraras a unos extraños en tu casa?
Máriam no supo qué contestar
— Si quisiera hacerte daño . . . ya lo habría hecho. ¿No lo crees? — La
afirmación de Ben sonaba terriblemente convincente
— En eso tienes razón.
— Me caes bien María Amparo, y me gustaría ayudarte, si me dejas
— ¿Y qué puedes hacer por mí?— Preguntó Máriam
— Sígueme — propuso Ben a Máriam
Máriam no podía creer lo que estaba haciendo, confiando en aquel hombre. No sabía por qué, pero sentía que podía hacerlo. Algo dentro de ella
no sentía ningún tipo de temor. De hecho, se sentía reconfortada a su lado.
Ben le mostró una caja de madera con una marca a pintura donde se
podía leer DHARMA initiative. Ben abrió la caja y le mostró kilos de comida
enlatada y agua embotellada. A Máriam se le abrieron los ojos como platos.
Ben sonrió complacido
— Con esto tendréis para una semana más o menos.
— ¡Muchísimas gracias!
— En fin, he de irme ya — dijo Ben — Pero me gustaría volver a verte.
Quizá me necesites en un futuro próximo.
— ¡Espera! te presentaré a los demás — dijo Máriam animada
— Lo mejor es que tus amigos desconozcan de momento mi existencia
— expuso Ben — tal vez se sientan amenazados, y yo no querría eso.
— ¿Y cómo les explico lo de la comida? — Máriam estaba confusa
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— Diles que simplemente la has encontrado — Respondió Ben — La
próxima vez volveré a traer a John
— ¿Quién en John?
— Mi caballo — explicó Ben — Escogí el nombre por su color negro.Verás,
tuve un viejo amigo . . . en fin es una larga historia y ahora tengo prisa
María Amparo. Entonces ¿Guardarás el secreto?
— De acuerdo — afirmó sinceramente Máriam
— Buena chica . . . Buena chica, estoy convencido de que seremos grandes
amigos. Mejor aún, serás como una hija para mí.
Ben dedicó una amplia sonrisa a Máriam. Ella le correspondió. Luego
dio media vuelta y desapareció, andando por la espesura de la selva tan
silencioso como había llegado.
—o—
Carlos y María M. caminaban despacio y en silencio. Carlos garabateaba
su bloc de notas
— ¿Qué haces? — Preguntó María con curiosidad.
— Intento averiguar dónde estamos — Contestó Carlos con seguridad
— ¿Cómo?
— Simplemente busco referencias, algo que me pueda dar alguna pista.
— dijo Carlos sin parar de escribir — Intento mantener la mente ocupada.
— Pero eso es como buscar una aguja en un pajar, no vas a llegar a ninguna conclusión
— Pues no te creas. . .
María M. paró de andar, se colocó frente a Carlos obstaculizando su
paso con los brazos cruzados
— ¿Ah sí? ¿Y qué has descubierto? — Dijo María incrédula con cierta
ironía.
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Carlos dirigió la mirada hacia ella
— De momento, que no hemos sido los únicos habitantes de la isla — Dijo Carlos sin turbar su gesto — Como mínimo ha habido una decena
de habitantes. . . creo que incluso más. Pero eso no puedo probarlo.
— ¿¡Cómo!? — María miraba a Carlos con la boca abierta.
— Además, puede que hayan sido rescatados, o incluso que esta isla esté
habitada. . . — continuó Carlos
María miraba a Carlos totalmente maravillada.
— ¿Cómo. . . Cómo es posible? ¿Cómo lo has averiguado ?
— Muy fácil. Tan sólo tienes que observar los pequeños detalles — Dijo
Carlos mientras señalaba en dirección al interior de la isla
María M. y Carlos alcanzaron a ver un pequeño conjunto tumbas en
un montículo cercano al bosque. Rápidamente se acercaron al pequeño cementerio .
El grupo funerario estaba formado por nueve tumbas marcadas con
una cruz de madera. Conforme se acercaron, pudieron leer los nombres
de aquellas personas tallados a mano en la madera.
En el primero aparecía el nombre de Scott Jackson, al que le seguían
Boone Carlyle, Shannon Rutherford, Ana Lucía Cortez, Libby Smith. . .
— Mira aquí hay dos juntos: Nikki Fernández y Paulo — Dijo María —
Debían de ser pareja
Las tres ultimas tumbas parecían las más nuevas. La primera pertenecía
a John Locke. En la segunda se podía leer Jack Shepard, y finalmente, la
última de ellas, decía contener los restos de Benjamin Linus.
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