DEBATE EL PAÍS, domingo 6 de junio de 2004 OPINIÓN / 17 Irak y los orígenes de la tortura La revelación de que soldados estadounidenses practicaron torturas de manera sistemática a los prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib ha tenido repercusiones políticas para la Administra- S on muchas las personas que afirman estar horrorizadas por los actos de perversión cometidos por los soldados estadounidenses contra los prisioneros iraquíes. Yo no he oído nunca que se haya producido una reacción semejante en respuesta a los intentos esporádicos de denunciar prácticas similares en las escuelas británicas y estadounidenses. Allí, dichas prácticas se presentan bajo el membrete de “educación”. Pero la crueldad es la misma. El mundo parece estar estupefacto porque semejante brutalidad haya asomado la cabeza entre las fuerzas estadounidenses. Después de todo, Estados Unidos se presenta a sí mismo ante la opinión pública internacional como el guardián de la paz mundial. Hay una explicación para todo esto, pero casi nadie quiere oírla. Definitivamente, ha sido bueno que se haya arrojado luz sobre la situación y que los medios de comunicación hayan desenmascarado esta mentira tal y como es. Básicamente, la historia viene a ser la siguiente: nosotros somos una nación civilizada y amante de la libertad y llevamos la libertad y la independencia al mundo entero. Siguiendo esta consigna, los estadounidenses entraron por la fuerza en Irak, con devastadores resultados, y siguen insistiendo en que están exportando valores culturales. Pero ahora resulta que junto a sus bombas y misiles, los soldados, bien entrenados y elegantemente vestidos, portan un enorme arsenal de rabia acumulada, invisible desde el exterior, invisible para ellos mismos, oculta en Q ue si el chador sí o el chador no”; “que si el velo hasta aquí o hasta allá” —¡y yo que recuerdo aún de cuando mi madre no podía entrar al templo sin mantilla!—. Pero la discusión continúa aún acerca de qué expresiones de la interculturalidad son aceptables y cuáles son intolerables. Nadie habla, sin embargo, del pudor y de sus múltiples manifestaciones. Un pudor que varía en distintos tiempos, culturas y lugares, pero que tiene que ver con algo que nos atraviesa y concierne a todos. Ayer pudo ser el tobillo y hoy (en Estados Unidos señaladamente) puede ser el pezón, al tiempo que exhibir el ombligo se ha ido convirtiendo en una aceptada convención. Todo es, pues, ocasional y variable; todo menos esa sensación pudorosa a la que vemos tomar las más variadas formas y colonizar los más diversos lugares. Y la razón es muy simple: puesto que no somos ni vacas ni ángeles, resulta que en nosotros se solapan y confunden eso que llamamos alma y eso que llamamos cuerpo, lo que somos como individuo y lo que somos como especie, nuestro yo más íntimo y ese chasis de carne que traemos puesto. De ahí, supongo, la clásica definición del pudor como confusionis sensum. Insisto: el qué, el cómo, ción de George W. Bush que son todavía difíciles de calibrar. Pero, además de los efectos del escándalo provocado por las imágenes de esas prácticas aberrantes, sus causas profundas —generalmente no visibles— remiten a esa zona gris en la que se cultiva el odio y la deshumanización del enemigo. En esta página se publican dos aproximaciones a los orígenes y finalidades de la tortura. Maltrato y perversión ALICE MILLER lo más profundo, pero inequívocamente peligrosa. ¿De dónde viene esa rabia reprimida, esta necesidad de atormentar, humillar, escarnecer y maltratar a seres humanos indefensos (prisioneros y niños por igual)? ¿De qué se están resarciendo estos soldados aparentemente tan duros? Y ¿dónde han aprendido esta conducta? Primero, cuando eran niños pequeños y se les enseñó obediencia por medio del “correctivo” físico; después, en la escuela, donde fueron el objeto indefenso del sadismo de algunos de sus maestros, y finalmente, en su etapa de reclutas, en la que fueron tratados como basura por sus superiores para que pudieran finalmente adquirir la muy dudosa habilidad de aceptar cualquier cosa que se les imponga y dar la talla de “duros”. La sed de venganza no surge de la nada. Tiene una causa claramente identificable. La sed de venganza tiene sus orígenes en la infancia, cuando los niños se ven obligados a padecer en silencio y soportar la crueldad que se les inflige en nombre de la educación. Aprenden cómo atormentar a otros, primero de sus padres y después de sus maestros y superiores. No es nada más que una instrucción sistemática por medio del ejemplo sobre cómo destruir a otros. Y sin embargo hay mucha gente que cree que eso no tiene consecuencias nocivas. Co- mo si un niño fuera un recipiente que se puede vaciar de vez en cuando. Pero el cerebro humano no es un recipiente; las cosas que aprendemos en las primeras etapas de nuestra vida permanecen con nosotros en la edad adulta. En mi último libro, The Body Never Lies, señalaba que en 22 Estados de esta nación los niños y adolescentes pueden ser golpeados, humillados y, a veces, estar sometidos al más claro sadismo sin que esto tenga ninguna conse- Los soldados pervertidos son el fruto de una educación que inculca la violencia cuencia legal. Un trato así es equivalente a la auténtica tortura. Pero no se le llama así. Se conoce más bien con el nombre de educación, disciplina, liderazgo. Estas prácticas son activamente respaldadas por la mayoría de las religiones. No hay protestas contra ellas, excepto en algunas páginas de Internet. Pero Internet también está llena de anuncios de látigos y otros artefactos para castigar a los niños pequeños y hacerlos temerosos de Dios, para que Dios los apruebe y les conceda su amor. El escándalo de Irak muestra qué es de esos niños cuando alcanzan la edad adulta. Los soldados pervertidos son el fruto de una educación que inculca activamente la violencia, la vileza y la perversión a los más jóvenes. Los medios de comunicación citan a expertos en psicología que sostienen que la brutalidad mostrada por los soldados es la consecuencia del estrés causado por la guerra. Es cierto que la guerra desata la agresividad latente. Pero para poder desatarla es necesario que esté allí previamente. A las personas que no han estado expuestas desde muy temprana edad a la violencia, bien sea en casa o en la escuela, les resultaría imposible maltratar y escarnecer a prisioneros indefensos. Sencillamente no podrían hacerlo. Sabemos por la historia de la última guerra mundial que muchos soldados fueron capaces de mostrar un rostro humano, incluso en el estrés de la guerra, si se habían criado sin contacto con la violencia. Muchos relatos de la guerra y de las condiciones en los campos de concentración nos dicen que incluso las situaciones más extremas de estrés no convierten necesariamente a los adultos en seres pervertidos. La perversión tiene una historia larga y oscura, invariablemente enraizada en la infancia del individuo. No es sorprendente que estas historias se oculten generalmente a los ojos de la sociedad. El pudor en prisión XAVIER RUBERT DE VENTÓS el cuándo o el dónde se produce pueden variar; la propia “confusión de los sentidos” puede incluso mutarse en gratificante provocación. Pero todo ello no hace sino confirmar que el pudor no es algo banal ni coyuntural. Lo universal y variado de sus manifestaciones —desde el canuto fálico del Amazonas al corsé armado de la reina Victoria— es el mejor testimonio de ello. ¿Y no decía ya Freud que “la universalidad de la prohibición del incesto y del asesinato, presente en todos los códigos morales o legales conocidos, no hace sino probar que somos una especie incestuosa y asesina”? Ahora bien, esta “dialéctica” entre lo visto y lo oculto, entre lo exhibido y lo resguardado, yo creo que opera en todos los organismos. Pongamos por caso un árbol. Un árbol necesita del resguardo oscuro en la tierra donde penetran sus raíces, del tronco que se muestra ya al aire libre pero protegido aún por la corteza, y de las hojas desnudas, volátiles y clorofílicas que absorben y metabolizan la luz del sol. Como el árbol, también nosotros necesitamos de una justa proporción entre lo oculto y lo mostrado, entre lo protegido y lo exhibido. Pero al no ser vacas, ni ángeles, ni tampoco árboles, y al estar condenados, encima, a tomar una posición respecto de nosotros mismos, la cosa se nos complica mucho. En nuestro cuerpo se entrecruzan lo fisiológico con lo fisionómico, lo funcional con En esa masa de carne amontonada se pretende profanar el alma de cada prisionero lo expresivo, dando lugar a esos locus sensibles donde un contacto o una mirada indiscreta puede vulnerarnos. Algo que en principio no ocurre en la inspección médica o en la caricia amorosa, tan centradas y monográficas ellas, pero algo que se hace evi- dente cuando tratamos de hacer compatibles, por ejemplo, el romanticismo y el bidet. Todos ustedes habrán visto las fotos y vídeos de las torturas en la cárcel Abu Ghraib de Irak —cuerpos desnudos, echados sobre orines, esposados, sodomizados—. Esas fotos me han devuelto el recuerdo de una experiencia parecida, aunque infinitamente más light y de intensidad incomparable. Fue en la Dirección General de Seguridad, en Madrid, donde dos policías nacionales me sacaron el cinturón, me abrieron la bragueta y riéndose me bajaron los pantalones delante de cinco mujeres presas (eran las huelgas de Asturias de 1962, y con mi motocicleta yo había tratado de coordinar la manifestación de mujeres solidarias en la misma Puerta del Sol, hasta que me detuvieron junto a 32 de ellas). El juego de los policías consistía en investigar, delante de las detenidas, si yo era de verdad un hombre o sólo un travesti disfrazado para la ocasión. No fue más que eso, no me Las personas a las que se enseñó a obedecer infligiéndoles violencia tienen buenas razones para rehuir el recuerdo de los sufrimientos padecidos en la infancia y tomar medidas de precaución para que los hechos suprimidos para siempre no salgan jamás a la luz del día. Muchos prefieren someterse a flagelaciones en clubes sadomasoquistas, de las que afirman disfrutar, en vez de preguntarse a sí mismos por qué se entregan a tales perversiones. En nuestra sociedad sigue predominando el culto al inconsciente. No es cierto que todos llevemos dentro la “bestia”, como afirman algunos expertos en psicología. Solamente las personas que han recibido un trato perverso, pero niegan este hecho, buscarán chivos expiatorios sobre los que puedan descargar inconscientemente esta rabia, contando en las entrevistas que lo hicieron “sólo por divertirse” (exactamente lo mismo que podrían haber declarado los “inocentes” padres que los maltrataron). O se destruyen a sí mismos tomando sustancias que alivien su dolor. Los niños, naturalmente, son incapaces de soportar el dolor de verse convertidos en víctimas ni de comprender que se está cometiendo un delito contra ellos. Pero cuando son adultos pueden aprender a identificarse con el niño herido y, al hacerse conscientes, se pueden liberar a sí mismos (y al mundo) de la “bestia” que llevan dentro. Alice Miller, filósofa y psicóloga suiza, es autora, entre otros libros, de Por tu propio bien: raíces de la violencia en la educación del niño y El saber proscrito (Tusquets Editores). Traducción de News Clips. © Alice Miller, 2004. tocaron, pero sentí mucha, mucha vergüenza. La tortura física se ceba en el cuerpo para ablandar el alma. La aplicada en Bagdad o en Guantánamo pretende penetrar por esos entresijos donde ambos se confunden. Como en la Alemania nazi, pero con lenguaje más “científico”, los generales responsables han atribuido esas torturas a “disfunciones sistémicas en la cadena de mando”. Pero yo creo que es todo lo contrario: que es un deliberado intento de introducir el bisturí por aquellas comisuras del cuerpo por las que puede llegarse a violar al núcleo mismo del individuo: su integridad personal, sus mêmes culturales, sus creencias. En esos cuerpos desnudos, encadenados, obligados a comer cerdo dentro de letrinas, en esa masa de carne amontonada, se pretende profanar el alma particular de cada uno de los prisioneros antes de que la muerte (son ya más de 40 los fallecidos en el interrogatorio mismo), alcance a librarlos de la humillación. Paradójicamente, al violar su sentido del pudor y de la decencia, los americanos reconocen que enfrentan y tratan de aniquilar lo que de más sublime y espiritual tiene su enemigo. La Inquisición y los juicios de Moscú suenan a lo lejos. Xavier Rubert de Ventós es filósofo.