LAS IGLESIAS DE SALÓN EN ALBACETE. LA CATEDRAL DE SAN JUAN BAUTISTA LUIS GUILLERMO GARCÍA-SAÚCO BELÉNDEZ Obispado de Albacete. 24, noviembre, 2011. Hemos asistido en lecciones acteriores a aspectos religiosos, filosíficos y teológicos vinculados al fenómeno artístico. Ahora entramos ya directamente en el tema de la arquitectura eclesiástica en nuestra provincia, aunque en sentido estricto, y para seguir una línea cronológica, esta primera charla debería abordar el estudio de los primeros vestigios cristianos en nuestras tierras, centrados en el templo más antiguo conocido, la basísilica del tolmo de Minateda, que será tratado por Blanca Gamo. No obstante hemos querido iniciar esta serie acercándonos a nuestra primera iglesia diocesana, la catedral de San Juan Bautista, tan cercana y quizá tan desconocida. Lo hacemos siempre dentro del contexto de un tipo de iglesias que analizaremos un poco más detalladamente y que llamamos “de salón” y “columnarias”. El objetivo que se pretende es claro: sensibilizar sobre la realidad del patrimonio provincial y difundir y dar a conocer a personas de toda condición y preparación una riqueza histórica que quizá no sea muy llamativa, comparada con otras regiones, pero que es la nuestra. Un patrimonio material que tienen nuestros pueblos y ciudades y que, si se pierde, se pierde para siempre. Y ejemplos en este aspecto no nos faltan desgraciadamente. De ahí la importancia que tiene el que conozcamos esas riquezas, pues del conocimiento nace el respecto y el convencimiento de su conservación y, en consecuencia, la posible transmisión a generaciones futuras. En este primer curso dedicado a estos temas nos centraremos fundamentalmente en el plano arquitectónico, aunque tangencialmente se toquen otros aspectos de bienes muebles. La arquitectura es quizá lo más visible desde el exterior de nuestros pueblos. La silueta de la torre de la iglesia en el horizonte es el “sky line” de nuestra cultura, especialmente en estas tierras manchegas. La línea de estas lecciones, como hemos señalado, tendrá por lo general un carácter cronológico, aunque a veces ésta varía en función de un cierto sentido didáctico. Así, desde los primeros vestigios cristianos, fundamentalmente visigóticos, del Tolmo de Minateda, debemos pasar a aspectos de la arquitectura medieval cristiana, y al gótico en particular, o al mudéjar, ya que, lógicamente, nada hay románico en nuestras tierras, pues ese estilo paneuropeo de los siglos XI y XII difícilmente puede tener presencia entre nosotros, ya que, como de tods es sabido, en esas fechas, y hay que recordarlo, los actuales territorios albacetenses estaban bajo dominio islámico, y la presencia cristiana no se inició hasta el siglo XIII con la conquista de Alcaraz, en 1213, por parte de Alfonso VIII. La ulterior ocupación castellana no llegaría hasta mediada aquella centuria del doscientos, precisamente cuando ya en toda la Europa cristiana y occidental triunfaba el gótico con todo su esplendor, aunque a nosotros no nos llegaran más que tímidos vestigios a veces un tanto tardíos. Lo que hoy es objeto de nuestra atención es el templo de San Juan Bautista de Albacete, la primitiva y vieja parroquia, catedral también en 1949, que dentro de cuatro años, en 2015, cumplirá sus primeros 500 desde el inicio de la actual fábrica, y que pienso que deberían conmemorarse como una fecha tan redonda merece. Ya habrá tiempo de perfilar un proyecto al respecto. Como decíamos, el objetivo de nuestra lección de hoy es el estudio arquitectónico de nuestra catedral, incardinada en el modelo constructivo que llamamos “iglesias de salón”, hallenkirches a decir de los estudiosos alemanes. Un tipo de edificación muy particular que ofrece tres naves separadas por soportes –columnas o pilares– y con bóvedas de cerramiento a idéntica altura. Es decir, que en alzado las naves laterales alcanzan la misma altura que la central. Dadas las peculiaridades de este tipo de construcción, y al no existir diferencia de altura entre naves, al exterior, los estribos o contrafuertes alcanzan directamente la altura de las propias naves, con lo que estamos ante un sistema, sí, gótico, pero en el que se hace innecesaria la construcción de arbotantes, quedando el edifico perfectamente enmarcado y aun constreñido en el propio perímetro del templo, de ahí que la edificación en planta quede siempre delimitada en un rectángulo en el que, por lo general, nunca se aprecia crucero y, si éste existiera, tan sólo es visible por la mayor anchura del tramo y, a veces, con la presencia de un cimborrio o cúpula en la intersección de la nave central con ese tramo más ancho que haría de crucero. De este modo, pues, la planta habitual de este tipo de templos que llamamos de salón sería con un número variable de tramos, cuatro, cinco, sus tres naves y la central de ellas, terminada en el ábside donde se sitúa la capilla mayor. Las naves laterales no tienen por qué concluir necesariamente en otros ábsides, aunque sí ocurre en el caso que nos ocupa, San Juan. En cada tramo, y abiertas a las naves laterales se pueden situar capillas que pueden ser de fábrica distinta al edificio principal, por ser éstas normalmente de propiedad y fundación privada. El número de ellas por tramo puede variar (dos en San Juan, una en Villarrobledo o La Roda). Dejamos aparte la ubicación de la torre, sacristía y otras dependencias. Así ha quedado claramente definido el concepto de un tipo peculiar de templo, la iglesia de salón o hallenkirche, en cuanto a lo morfológico. A ello habría que añadir un estudio canónico de proporciones que, sin duda, varía en cada uno de los templos pero que, en el caso de Albacete, nos atrevemos a decir que la altura hasta la clave de la nave central es idéntica a la anchura de la misma más la lateral, dándose en consecuencia una proporción ¿áurea?, que todavía no he estudiado detenidamente pero que sin duda existe; del mismo modo que, de haberse concluido íntegramente el edificio con sus cuatro tramos –hoy hay tres– y seis columnas –hoy hay cuatro– habría un sistema de de proporciones equivalente a las propias de la figura humana, como ya hicimos ver en su momento, todo de acuerdo a una serie de conceptos propios del clasicismo renacentista del que habla el teórico Simón García en su “Compendio de arquitectura y simetría de los templos conforme a la medida del cuerpo humano”, que publicó el profesor Camón Aznar en 1941 y que tiene su origen en otros estudios parecidos del quattrocento italiano como el de Francesco del Giorgio. Dentro de estas iglesias que hemos denomindado de salón, encontramos una variante que refleja un mayor clasicismo. Se trata de las llamadas iglesias “columnarias”, un término acuñado por Elías Tormo cuando, en 1923, publicó su conocida guía “Levante”, que incluía las provincias valencianas y entonces murcianas, es decir, Albacete y Murcia. Aunque en aquel momento no se establecían diferencias, hoy sí podemos establecerlas y llamar estrictamente “columnarias” a aquellas de soportes clásicos y canónicos para la separación de sus naves. Estas columnas serán pues dóricas o, mejor, toscanas, como las desaparecidas de San Antón de Albacete o San Sebastián de La Roda; jónicas, como en San Juan de Albacete y en El Salvador de Caravaca y La Roda; o corintias, en un caso muy puntual de San Martín de Callosa de Segura (sur de la provincia de Alicante). Dentro de las iglesias columnarias se observa a veces una variante que hace referencia al mundo clásico; se trata de modelos estrictamente basilicales, con sus tres naves, arcos exclusivamente en dirección a las mismas y cubiertas de madera, no con bóvedas. Un ejemplo de este tipo fue la parroquia de San Bartolomé de tarazona de La Mancha, que, si bien hoy está abovedada, es evidente que se planteó exclusivamente con cerramientos de madera. Hoy se puede apreciar tal disposición al presentar los arcos longitudinales de cantería para separar las naves, mientras que los transversales, que delimitan los tramos, son de yeso y ladrillo, más otros detalles apreciables en las naves laterales. Lo que debe quedar claramente diferenciado es que las iglesias columnarias a las que nos refrimos son “de salón”, pero no todas las de salón tienen por qué ser “columnarias”, aunque a veces ambos conceptos se confundan. En lo que respecta al sistema de cubiertas de las iglesias columnarias, es de destacar el hecho de que, por lo general, éstas se suelen hacer por bóvedas de crucería, como estuvo proyectado para San Juan de Albacete, o lo está en El Salvador de Caravaca y aun en la de Santiago de San Clemente (Cuenca), aqunque en algunos casos hemos visto bóvedas baídas y de arista. Pero hemos de advertir que estos abovedamientos, normalmente, se hicieron en épocas tardías, en los siglos XVII o XVIII. Por otra parte, el uso de bóvedas de crucería no es ningún signo de arcaísmo en los años medios del siglo XVI, sino que era un sistema habitual en el pleno Renacimiento español. No hay más que recordar cómo la catedral de Granada, obra cumbre de Diego de Siloé, del Renacimiento, adoptó este sistema para sus bóvedas. Aparte, claro está, quedan las ya mencionadas “basílicas”, con cubiertas de madera, que pueden reproducir modelos romanos, aunque con menores proporciones, y que hemos mencionado en la desaparecida ermita de San Antón de Albacete o en la hoy recuperada de San Sebastián de La Roda, además de algunas de la provincia de Cuenca y que en España alcanzan su más hermoso ejemplo en Santa María de Antequera (Málaga), con columnas de grandes proporciones, casi de la altura de las nuestras de San Juan. Como hemos indicado, San Bartolomé de Tarazona pudo ser un templo de este tipo transformado con posterioridad, quizá en el siglo XVIII. El tipo de iglesia que llamamos de salón es de raíz estrictamente gótica, si bien por las circunstancias y fechas de construcción de muchas de ellas, ya en el siglo XVI, dieron paso sin ruptura al Renacimiento. En la provincia hay tres extraordinarios ejemplos: San Blas, de Villarrobledo; San Juan, de Albacete; El Salvador, de La Roda. Vinculadas entre sí, cercanas, pero que históricamente pertenecieron a tres diócesis distintas con las consiguientes diferencias de origen. Villarrobledo perteneció a Toledo, San Juan a la diócesis de Cartagena, y La Roda a Cuenca. Aparte quedan las estrictamente columnarias de Tarazona, la ermita de San Sebastián de La Roda (hoy sala de exposiciones), y la desaparecida de San Antón de Albacete, todas ellas con una concepción arquitectónica más renaciente y vinculadas a esquemas puramente basilicales y sencillos. También debemos dejar aparte la parroquia de Hellín, que si bien Tormo, acuñador del término, la calificó de columnaria, no lo es en realidad. Tanto San Juan como San Blas y El Salvador debieron empezar a construirse casi a la vez, especialmente las iglesias de Albacete y Villarrobledo, en torno al año 1515. Unas fechas en que todavía el gótico es el estilo común en los reinos peninsulares, cuando tímidamente y de manera puntual hacía su aparición el Renacimiento en algunas construcciones vinculadas directamente al “itálico modo”. El estilo Reyes Católicos es todavía el imperante. I. LA IGLESIA DE SAN BLAS EN VILLARROBLEDO En San Blas de Villarrobledo se levanta el primer tramo del templo, en el que unos soberbios pilares fasciculados sostienen tres complejas bóvedas estrelladas. La cabecera o ábside central mantiene un espacio ochavado de tres paños, aunque hoy esté oculto por un impresionante retablo barroco del XVIII. En los muros laterales los pilares ofrecen sus respuestas en los pilares adosados, que repiten igual morfología a base de baquetones o columnillas, tres por frente. Los capiteles son todo corridos y lisos. El segundo tramo ya es distinto, y los pilares siguientes ofrecen un núcleo cilíndrico con pilastras y un lenguaje enteramente clásico. Así pues, en villarrobledo se ha pasado sin problemas, de una morfología enteramente gótica a unas formas totalmente renacentistas que se aprecian en los soportes, pilares exentos y adosados, e incluso en los vanos de iluminación. Así, en el primer tramo los ventanales son góticos, y en el segundo hay unas ventanas bíforas que recuerdan modelos florentinos del quattrocento. La continuación del templo quedó truncada y, a los pies, todavía subsiste la portada gótica de una iglesia anterior y algunos otros restos. Es posible que en esta iglesia interviniera, aparte de los habituales canteros vascos, un diseñador o arquitecto cercano a Enrique Egas, al que vemos también en Albacete como tasador de lo construido. Después, la construcción villarrobledana se vinculó a la órbita de Vandelvira, y así es apreciable en la portada del lado sur, concebida como un gran arco de triunfo con dos cuerpos y detalles manieristas. La portada del lado norte quedó inconclusa y el perímetro del templo, ya definido, con la torre mutilada verticalmente ofrece detalles plenamente adivinables en su conclusión nunca alcanzada. Es interesante la presencia de una escalera de caracol que repite el modelo, de raíz gótica, que Alonso de Vandelvira denomina el “caracol de Mallorca” y que vemos en la parroquial de El Bonillo y en el acceso a lo alto de la torre del Tardón de Alcaraz. La singularidad de esta escalera está en ser un “caracol” espiral ascendente sin eje central. (Quizá un posible tema de estudio arquitectónico podría ser el de las escaleras de caracol y sus despieces, que aparecen tratados por Alonso de Vandelvira en su manuscrito y que hace años fue publicado por Barbé Cocquelin de Lisle en la Caja de Ahorros de Albacete. Aquí, pues, en Villarrobledo, vemos cómo una obra plenamente gótica de inicios del XVI cambia su morfología hacia formas renacentistas apreciables principalmente en los pilares y, después, en otros elementos. El espacio permanece pero las formas varían. II. IGLESIA DEL SALVADOR EN LA RODA El segundo edificio, antes de entrar en nuestra iglesia de San Juan de Albacete, es la parroquial de El Salvador de La Roda. Un templo que también habrá que relacionar con otras iglesias conquenses: San Andrés, de Campillo de Altobuey; San Gil, de Motilla del Palancar y, naturalmente, con la de Tarazona de La Mancha, San Bartolomé. El templo de La Roda es el único de los tres que estudiamos con más detalle que está íntegramente concluido, con sus tres naves y cinco tramos. Su conclusión no llegó hasta finales del siglo XVII, pero la grandeza espacial está completa aun con sus defectos, que los tiene. El conjunto arquitectónico ofrece detalles peculiares. Aunque carecemos de documentación del siglo XVI que nos dé nombres y circunstancias específicas, vemos que los tramos son desiguales en anchura, los arcos de separación unos son apuntados y otros de medio punto, y los soportes-columnas también ofrecen otras irregularidades. Pensamos, y así nos lo sugiere la obra, que aquí el templo comenzó a levantarse desde los pies, contrariamente a lo que suele ocurrir en otras ocasiones, y en los flancos norte y sur, lo que justificaría la presencia de los pilares adosados, muy parecidos a los primeros de Villarrobledo y a los que veremos en Albacete, delimitándose entonces los dos accesos por sendos arcos. Después, el espacio rectangular del templo continuaría la obra desde la cabecera y sus laterales, lo que justificaría la presencia de capillas con cubiertas de crucería, todo antes del año 1525, ya que esa fecha aparecía en una tablilla del retablo plateresco de la capilla de la Concepción. Posteriormente y ya mediado el siglo XVI, se erigirían las columnas jónicas, las del tramo de los pies y las de la cabecera paralelamente, quedando entre las cuatro primeras y las dos últimas otros dos soportes pseudotoscanos con ábaco circular. Todo de una manera un tanto irregular, visible por la diversidad de anchura de los tramos. Así, una inscripción en una de estas gruesas columnas señala: “A 21 de julio de / 1564 se aca / varon los ar / cos de cerrar”, aunque no así las bóvedas, que lo debieron hacer en el siglo XVII. La forma de construcción, aunque carecemos de datos documentales del quinientos, permitió que la fábrica se hiciera íntegramente, contra lo ocurrido en Villarrobledo o Albacete, pero el resultado, aunque noble, está lleno de inperfecciones. Todo ello por la desigualdad de tramos, de arcos e incluso de columnas. Así, las columnas o bien ofrecen un excesivo éntasis o carecen del mismo las adosadas y, por otra parte, los capiteles jónicos en dirección a los tramos cortan visualmente la direccionalidad de las naves. Un detalle a destacar es la presencia de una cúpula sobre pechinas en el segundo tramo, absurdamente decorada en una desafortunada restauración, que no sobresale al exterior ya que el trasdós de la misma queda oculto bajo la armadura del tejado, una solución que se repite en San Miguel de Alcaraz o en El Bonillo. Las portadas, situadas en los lados norte y sur ofrecen un lenguaje clasicista en arco de triunfo con un par de columnas a cada lado enmarcando un arco de medio punto y hornacina superior. Un modelo de portada casi idéntico al de San Bartolomé de Tarazona de La Mancha. Ambas construcciones son de fines del siglo XVII con evidente arcaísmo, pues tienen detalles que nos retrotraen a cien años antes, como el caso de junquillos a distinta altura, propios de la estirpe vandelviresca. La torre, a los pies del templo, situada en el espacio de la nave central, es también obra del siglo XVII y delimita al exterior el característico perfil de este templo íntegramente columnario, que pudo concluirse con cierta homogeneidad, frente a tantos que quedaron interrumpidos. III. IGLESIA DE SAN JUAN BAUTISTA DE ALBACETE Después de haber visto algunos aspectos de dos templos especialmente significativos, como los de villarrobledo y La Roda, el paso siguiente nos conduce a San Juan Bautista de Albacete, nuestra catedral pero siempre parroquia, quizá desde el siglo XIV, desde el mismo momento del villazgo de Albacete en 1375, si no fue antes. Para mí es una verdadera satisfacción el difundir los aspectos arquitectónicos y artísticos de nuestra catedral. Un edificio que desde mi más tierna infancia me sedujo especialmente. Además, soy consciente de su presencia imperativa cuando yo tenía cinco años. Todavía no estaban las pinturas, pero las cuatro columnas me impactaron, como hoy lo siguen haciendo, para crearme, desde aquel momento, una auténtica afición a estos soportes a los que he mirado y estudiado siempre con auténtico deleite, hasta buscarle incluso las posibles imperfecciones que, como toda obra humana, las tiene, pero no las voy a desvelar. No obstante son verdaderamente hermosas, quizá las más bellas del Renacimiento español, como he repetido en varias ocasiones. Ciertamente tenemos muchos datos sobre la historia constructiva de esta parroquial “del Señor San Juan Bautista”, cuyos orígenes, como decía, deben fijarse en el mismo momento en que Albacete alcanzaba su condición de villa en 1375, e incluso antes. Lo cierto es que, desde 1414, hay una referencia documentalen la que se dice: “… e otros omes buenos, vezinos e moradores de la dicha villa estando ayuntados en conçejo general… en el altoçano delante de la eglesia de Sant Juan de la dicha villa, segund que lo avemos de uso e costumbre de nos juntar a conçejo general…” Estamos hablando de treinta y nueve años después de la obtención del villazgo. De aquel templo que Amador de los Ríos quiso identificar con una antigua mezquita quedan escasas fotografías de la zona más occidental, y un relieve del que que hablaremos después. Desconocemos el superficial estudio arqueológico que se hizo en la última restauración, que a mi entender estaba mal enfocado. Yo pude identificar en la inspección visual que hice la zona donde se levantaba la fachada occidental, con una serie de enterramientos de época indefinida. Parece que aquel primitivo templo constaba de tres naves en dirección este-oeste, con sencilla cubierta artesonada de madera aunque oculta tras unas bóvedas de yeso posteriores. Esta información la pudimos recoger de personas que, siendo niños en 1918, conocieron el momento de la demolición y que se ratifica por una fotografía publicada en una revista llamada Vida Manchega. Junto a estos restos se levantaba en el lado sur una torre cuyo cuerpo inferior era de tapial y, el segundo, quizá incluso del XVI, de cantería para las campanas. Estos restos mudéjares fue necesario hundirlos para proceder a la construcción del tercer tramo y dejar las segundas columnas exentas, proceso que se llevó a cabo en la primera mitad del siglo XX, construyéndose entonces la fachada principal según proyecto, no concluido, de Julio Carrilero, que tan importantes edificaciones dejó en nuestra ciudad. Otro resto visible de aquel primitivo templo es un relieve de la Virgen con el Niño, muy tosco, que está situado en el contrafuerte del ángulo suroriental y que sin duda fue recolocado allí al proceder a la construcción de la actual fábrica en los primeros años del siglo XVI. Dicho relieve, en teoría gótico, quizá del siglo XIV, está envuelto en una poética leyenda. De aquel primitivo templo tenemos otras noticias, como la de la existencia de un retablo y algunos otros datos, pero nada más podemos señalar, ya que lo que ahora nos interesa es la actual fábrica, de salón y columnaria, que según el cronista Mateos y Sotos, comenzó a levantarse muy probablemente en el año 1515. Así, dos años antes, en 1513, se menciona “la obra que se ha de hacer”, y, en 1517, se habla de un tal “maestre Pedro, cantero, para que viniese a dar concierto para la obra de la iglesia que nuevamente xe hace…” Por otra parte, en 1555 se menciona textualmente que “se comenzó el dicho edificio nuevo que puede haber cuarenta años, poco más o menos”. Por tanto, la fecha de 1515 debe ser la más adecuada como la de inicio de la actual fábrica, por lo que en el año 2015, como ya hemos indicado, ha de conmemorarse debidamente el quinto centenario de nuestro primer templo diocesano. Marcada pues esta fecha de inicio, los datos de que disponemos sobre la construcción, principalmente en el siglo XVI, son relativamente abundantes y nos los suministran el primer libro de fábrica de la parroquia (1524-1583), así como la sección de Municipios, en este caso de Albacete, del Archivo Histórico Provincial en diversos legajos (nº 314) y algunos aislados datos en protocolos notariales. Lamentablemente falta el libro segundo de fábrica, que correspondería al siglo XVII, conservándose otros dos, correspondientes al XVIII y parte del XIX. Otra documentación proviene de las actas mucicipales. Por tanto, las referencias documentales son amplias, aunque siempre nos parecerán incompletas. Bibliográficamente hay referencias importantes en el Roa y, por supuesto, en Sánchez Torres. Una muy importante aportación es la que hace Mateos y Sotos en un trabajo que debió realizar a principios del siglo XX pero que no vio la luz hasta 1951, en el que el inolvidable don Joaquín Sánchez Jiménez incluye como artículo en los anales del Seminario de Historia y Arqueología de Albacete y que, de otro modo hubiera quedado perdido e inédito. Ya después publicamos en el IEA, en 1979 un librito –parte de mi tesis de licenciatura de 1976– que hoy se ha convertido casi en rareza bibliográfica local, bajo el título de La Catedral de San Juan Bautista de Albacete. Después, mi inolvidable amigo Alfonso Santamaría, al que desde aquí recuerdo, espigó algunos datos más documentales del quinientos en un artículo para la revista Al-Basit. Otros artículos también de mi mano se refieren a la custodia del Corpus (1976) o al desparecido retablo mayor barroco (1978), más otras referencias en catálogos u obras generales. Espero que no demore su salida mi última aportación dedicada a las grisallas de la sacristía, un notable conjunto pictórico del XVI, que no por ser poco conocidas son menos importantes. Aparte sabemos que existe, aunque inédita, una tesis doctoral de 2010, obra de Valentín Gallego Gallardo, sobre las enormes pinturas murales que forran los muros interiores del templo. A este respecto hay un pequeño trabajo que realizó el propio autor de las pinturas, Casimiro Escribá, que justifica la iconografía de todo el conjunto y que se publicó en 1962 tras la conclusión del mismo. Quizá el año 2015 sea el momento de actualizar todos los datos y, de la mejor manera posible, publicar un libro más completo sobre nuestra catedral albacetense. En ello estoy. Pero volvamos a lo que es objeto de nuestra atención, la iglesia de San Juan Bautista. Sabemos que en 1515 más o meno,s y dado el aumento de la población en la villa, se decidió construir la actual fábrica, para lo cual, como era frecuente en la época, habría de mantenerse siempre abierta al público la parroquia. Así pues, la obra se iniciaba desde el ábside y, una vez levantados éste y el primer tramo, comenzaría la demolición de la cabecera del viejo templo medieval. Antes de seguir con la historia constructiva del edificio conviene contemplar un poco la fábrica que hoy vemos, pues el análisis de la misma nos da las claves para entender su historia. Así, vemos tres naves con bóvedas de igual altura, con tres tramos y las cuatro columnas. Un conjunto relativamente corto en sentido longitudinal. Cada nave termina en su correspondiente ábside, sin perder altura el central, donde se sitúa la capilla mayor, hoy con el coro; más bajos los ábsides laterales (el del lado de la epístola sustituyó en 1960 a una capilla anterior –la de la Santa Cruz– que era de menor tamaño. La del lado del Evangelio, la actual capilla de la Virgen de los Llanos forma parte de la misma fábrica, con arco de acceso de medio punto, aunque gótico, y con una extraordinaria bóveda de crucería estrellada con lucernario cenital. Los muros perimetrales se articulan exteriormente con contrafuertes que soportan los empujes de los arcos transversales y longitudinales, recibidos en los pilares adosados que son de pura traza gótica y están formados por haces de columnillas o baquetones de complicados basamentos, recientemente restaurados. Los capiteles son desornamentados y se prolongan a modo de cornisa en todo el perímetro interno del templo. Al exterior, los contrafuertes, de sección rectangular, ofrecen un perfil en talud que en lado sur se adornan con ménsulas invertidas de diseño renacentista. Bajo ellas hay una decoración con bolas de tipo abulense, muy mutiladas, de carácter gótico. Como señalábamos anteriormente, los cuatro soportes exentos son las cuatro columnas plenamente clásicas, de lo más depurado de nuestro Renacimiento, con capiteles en dirección a las naves; son superiores a las de Caravaca o San Clemente. Alcanzan los 13,5 metros de altura con un diseño perfecto y canónico. En palabras de Chueca Goitia, son “impresionantes y admirablemente dibujadas un poco al estilo de Machuca”. No hay que olvidar que Machuca realiza el extraordinario palacio de Carlos V de Granada, en cuya fachada despliega sus columnas heredadas de los tratados de Vitrubio. Nuestras columnas, y en otro momento hablaremos de nuevo de ellas, se apoyan sobre un plinto prismático. La basa trae dos toros, dos escocias y molduras intermedias. El fuste es acanalado, con junquillos en el tercio inferior y un medido y discreto éntasis –casi inperceptible– que ahí está, corrigiendo visualmente el soporte. El capitel, correctísimo en su dibujo, ofrece el cuerpo de volutas en dirección a la nave, siempre con la habitual decoración jónica de ovas, flechas y contarios. Sobre el capitel hay un proporcionado ábaco en talón. Todo el conjunto es rotundidad, armonía y perfección. Las columnas nacieron en 1540, de la mano técnica de Diego de Siloé y del diseño artístico de Jerónimo Quijano, arquitecto y escultor. Los elementos sustentados son los arcos en piedra, de diseño también renacentista, y las bóvedas realizadas en ladrillo, yeso y estuco, con motivos decorativos geométricos y ricos florones pinjantes a base de hojarasca con multitud de cabezas de angelitos y frutos. Todo ello de un abigarrado barroquismo y exaltada ornamentación propios de finales del siglo XVII. Al cuerpo general del edificio se añaden, en los laterales, las capillas, dos a cada tramo, que, aunque tienen cierta diversidad, traen arcos góticos y bóvedas estrelladas en los dos primeros tramos. El tercer tramo tiene arcos de medio punto y bóvedas modernas como la fachada principal. Tan sólo es antigua la actual capilla del bautismo, internamente desfigurada. Esta fachada principal es de gusto ecléctico y presenta una portada peculiar neogótica, sobre la que se eleva la torre inconclusa. Una escalinata de cierta monumentalidad ensalza el valor simbólico del templo. Esta escalera sigue un diseño de Sebastiano Serlio que fue construida en 1986. En el lado sur, la portada neorrománica sustituye a un antiguo y simple arco cerrado de reja que algunos todavía llegamos a conocer. Éste es, brevemente, el conjunto arquitectónico del templo, al que hay que añadir, en el lado noreste, la sacristía, con sus tres plantas. Resumiendo todo lo expuesto hasta aquí, vemos que, de los tres tramos que hoy tiene el templo, dos son antiguos, y en ellos observamos unos muros perimetrales, pilares adosados, ábsides y capillas laterales de estilo gótico final que se observa en la complejidad de los pilares y el diseño estrellado de las bóvedas. Las columnas responden a un renacimiento pleno y puro. Las bóvedas que cierran en altura las naves son enteramente barrocas y bastante atrevidas. El tercer tramo repite la morfología anterior y la fachada es obra contemporánea construida para cerrar de manera económica algo que había quedado inconcluso ya en el siglo XVI y que, según el primitivo plano (1597), suponía un cuarto tramo y un par de columnas más. Además, debemos recordar que hasta el siglo XX en que se construyó el tercer tramo y la fachada principal, quedaban restos de la vieja iglesia medieval en los pies del templo que tuvieron que ser domolidos para dejar exentas las segundas columnas y dar paso a la fachada, levantándose en consecuencia unas bóvedas que copian con bastante fidelidad las originales barrocas. El resultado será armónico pero todavía las naves se nos hacen cortas. La historia de nuestro templo, como decíamos, se inicia en 1515, cuando comenzó a demolerse la cebcera de la primitiva parroquia medieval. Hasta 1538 prácticamente se construyó la mitad del edificio. Fueron 23 años en los que intervinieron diferentes maestros de cantería. El primero fue un tal maestre Mateo, que en 1517 “había errado la obra” y que quizá fue el primero en dar las trazas del templo. El segundo artíficde conocido es Enrique Egas, que vino de Toledo a ver lo construido con fines de tasación. Desde 1524 son los maestros Pedro de Echevarría y Ortín Pérez los que dirijan las obras, ambos vascos. Del primero de ellos sabemos que dio las trazas de la parroquial de Almansa. Otros artífices serán Antonio Flores, de Cuenca, que actuó de tasador, y Juan de Marquina, que también trabajó en Moratalla. El tal Ortín Pérez y Domingo de Vergara –otro vizcaíno– habían concluido la capilla mayor en 1529 y acababan la del lado de la epístola, es decir, la que hoy es de la Virgen de los Llanos. En la década de los años 30 hace su aparición Jerónimo Quijano, maestre mayor de las obras del obispado de Cartegena y artista de especial relieve. En 1536, según la documentación, la obra empezaba a tener problemas serios, por lo que se pensó en la presencia de tres artífices de más reconocido nombre: Andrés de Vandelvira, Jerónimo Quijano y Diego de Siloé. Ya se había construido la mitad del templo: la capilla mayor, ochavada, de cinco paños con bóveda; dos tramos en las tres naves, con sus capillas (todas concluidas en 1530); ocho pilares adosados (dos de rincón, dos de acceso a la capilla mayor y cuatro en los muros laterales), todos ellos existentes en la actualidad; cuatro pilares exentos en el lugar que hoy ocupan las columnas, quizá idénticos a los primeros de San Blas de Villarrobledo, labrados en piedra blanca, como los adosados; seis bóvedas correspondientes a los dos tramos y tres naves, sin duda de “primorosa crucería” estrellada, también semejantes a las de Villarrobledo. Es decir, se había terminado todo un conjunto puramente gótico que debió ser de gran monumentalidad, luz y riqueza. Sin embargo, el problema seguía latente: las bóvedas de las naves, las que hemos llamado de “primorosa crucería”, debían pesar mucho, y los pilares que las soportaban, también góticos, eran de piedra de mala calidad, si es que no había además otros problemas, quizá grietas. La posible ruina había que detenerla. Así, el concejo de Albacete, después de no pocas pesquisas, consiguió traer a la villa desde la ciudad de Granada a Diego de Siloé, “el mejor maestro que había en Castilla de fama”, quien visita las obras el 24 de mayo de 1538 y da un detallado informe, hoy conservado en el Archivo Histórico Provincial, que ya publicó Mateos y Sotos. Dicho informe consta de tres aspectos: 1) Solución inmediata de la inminente ruina del templo. 2) Diseño técnico de los nuevos soportes que habrían de sustituir a los existentes y deteriorados con el menor coste posible. 3) Tasación del segundo tramo. En el primer aspecto, Siloé planeó el apuntalamiento de arcos y bóvedas alrededor de los pilares existentes mediante un sistema de entibamiento de madera (cuatro entibos alrededor de cada pilar) con cuatro jácenas, “las más gruesas que hallarse puedan”. Cada una de ellas debería tener 44 o 45 pies, es decir, unos trece metros teniendo en cuenta que un pie mide 28 centímetros (en realidad se quedó un poco corto) y distantes en la base 9 o 10 pies. “E por la parte alta an de ser enclavadas y engastadas ençima de los capytels de los dichos pilares muy sotylmente syn dar grandes golpes al faser las muescas donde an de yr a juntar las dichas jáçenas”. Asimismo, en la parte baja se colocarían otros trozos de viga “en talud corriente hacia la parte del pilar”, y en la parte alta “se le an de poner çiertas suelas de alpargata, las que bastaren para que sean almohada e reposo…” Lo que se pretendía, pues, con otros andamiajes, era mantener las bóvedas para poder eliminar, en principio, los pilares dañados y después sustituirlos por otros que de ningún modo habrían de ser menos gruesos que los que había, y éstos se deberían hacer de piedra parda, “la qual es pyedra perfeta e durable e syn vicio alguno”, con grandes tambores de una sola pieza o todo ello de grandes bloques unidos sin pequeños ripios y unidos por “fijas de hierro”, pues “con el arte se suple muchas veces el defecto de natura”. Este sería el segundo aspecto puramente técnico que posteriormente llevará a efecto Jerónimo Quijano. El tercer aspecto fue la tasación del segundo tramo, dando lo construido por bueno. Natuaralmente, una obra de esta envergadura se prolongará en el tiempo. En 1540 se le pide a Jerónimo Quijano un nuevo informe ratificando lo planteado por Siloé, y en él se señala que “de presente de la orden e traza de los dichos pilares”. La obra era arriesgada y costosa. Se hicieron nuevos pilares, es decir, las columnas para sustituir a las deterioradas góticas, pero éstasse desplomaron, causando deterioro de los muros y otros problemas. Los cultos pasaron a la capilla del Hospital de San Julián, y el Ayuntamiento pidió un reparto de 6.000 ducados para proseguir las obras. Tornó el culto luego a la iglesia vieja y hubo nuevas tasaciones y enfrentamientos entre el mayordomo de la parroquia con el Ayuntamiento y los canteros. Aquí aparace como tasador Andrés de Vandelvira, “natural de la ciudad de Alcaraz, que está en la ciudad de Úbeda”. De 1545 a 1562 son varios los canteros que intervienen en la obra: Juan de Aranguren, Martín de Gazaga y Juan de Urquiaga. En 1553 el Ayuntamiento solicitó licencia del Rey Carlos I para un repartimiento de 400 ducados entre los vecinos, contestando en Consejo de Castilla que se hiciera una información al respecto a fin de poder autorizar tal repartimiento. Poco a poco, los muros perimetrales se habían ido reconstruyendo y es posible que se hicieran entonces los actuales ventanales (en los pilares adosados se aprecia una diferencia en el color de la piedra que se deberá a esta reconstrucción). La bóveda de la capilla mayor se había reconstruido y los arcos entre pilares y muros quedaban ya cerrados, no así las bóvedas, de las que sólo estaban los jardamientos, es decir los arranques de los nervios de estas bóvedas que deberían ser de crucería. Por otra parte, el carpintero albacetense Benito de Villanueva hizo la armadura de la cubierta que hoy existe, con lo que el edificio se cerraba en altura con un gran tejado a dos aguas. Se trasladaba asimismo el “retablo grande pintado de pinzel y dorado e un tabernáculo encorporado en él dorado e labrado de maçonería con sus puertas e cerraduras, con las ymagenes de San Juan e Nuestra Sennora de bulto”. Es decir, el retablo gótico de la vieja iglesia que desaparecería en 1700, cuando se construyó la colosal máquina barroca que llenaba el presbiterio, hoy sólo visible en fotografías y que desapareció también como consecuencia de la desgraciada guerra civil. En 1562 el visitador de la diócesis mandó que se hiciera una nueva sacristía en el lugar de la vieja, por lo que todos los caudales irían destinados a este nuevo proyecto, abandonándose la prosecución de la obra del templo, únicamente se procedía a enladrillarlo y poco más. Según las cuentas de estos años, entre 1568 y 1578, se llevó a cabo la construcción de la sacristía, cuyo maestro cantero es Juan Cubero, del cual sabemos que también era vasco y que, previamente, había estado trabajando en la reedificación del Ayuntamiento de Chinchilla. El edificio de la sacristía presenta tres plantas, adaptándose al desnivel del espacio donde se sitúa, en el lado noreste del templo. Es una sacristía destacable, con artesonado plano obra del carpintero Benito de Villanueva. Se trata de uno de los espacios más gratos de esta iglesia de San Juan, en donde se sitúan las pinturas a la grisalla de las que podremos hablar en otro momento. Otros maestros canteros aparecen ocasionalmente en estos años finales del siglo XVI, como Juan Pérez de Arteaga, Blas de Uría o Juan de Anglés, que murió en 1594 en Albacete y que previamente intervino en Santo Domingo de Orihuela. La obra de San Juan Bautista realmente había quedado inconclusa en torno a 1560. La falta de caudales y la crisis económica del reinado de Felipe II impedían la prosecución de aquel ambicioso edificio que se había iniciado en torno a 1515, que sufrió la contrariedad de la ruina que paralizó la obra para arreglar lo construido pero que provocó que, materialmente, lo gótico diera paso al Renacimiento con los nuevos soportes, las columnas. Todavía en 1597 y ante la obra paralizada, se hizo una nueva aportación, un plano en el que, con visión de futuro, se epecificaba lo construido y lo que quedaba por hacer. El documento, en el Archivo Histórico, se hizo a instancias del obispo de la diócesis, don Sancho Dávila, y aparece firmado por el maestro mayor del Obispado, Pedro de Monte. Según este dibujo, la iglesia había de tener cuatro tramos y seis columnas, todo ya en una línea plenamente renacentista. La fachada principal ofrecía una portada de tipo vandelviresco, con una gran torre en el lado del Evangelio que en un momento reconstruimos hipotéticamente en alzado corrigiendo algunos detalles. El siglo XVI terminaba, el templo estaba en uso, con dos tramos constuidos, sin bóvedas y con cuatro columnas, las segundas todavía pegadas a los restos del primitivo templo medieval. A lo largo de todo el siglo XVII son muchos los intentos por proseguir la obra para cubrir el templo entre 1605 a 1690, año en que se tomó al fin esta decisión. Hay más de veinte referencias en los libros de actas municipales a lo largo de ese siglo. Sin embargo, la crisis del XVII era verdaderamente dura. Tan sólo a final de siglo pareció vislumbrarse algo de luz… Como decíamos, en 1690 se inició la construcción de las sies atrevidas bóvedas de las tres naves en sus dos tramos, siendo el maestro Gregorio Díaz de Palacios el arquitecto que proyectó tales elementos. Así, sabemos que este artífice venido de Noja, Arzobispado de Burgos, planteó por economía la construcción de estas bóvedas con ladrillo y yeso, adornándose de estucos en las claves, donde se muestra una auténtica explosión barroca. La obra diseñada por Díaz de Palacios la ejecutó Jerónimo Carrión, que trabajó en la parroquial de La Roda. El tipo de bóvedas que vemos en Albacete se repite con menos opulencia en otros templos del valle y comarca del Júcar, con una serie de artífices todos originarios de la Trasmiera. La conclusión de las bóvedas llegó en 1699 o 1700. La primera fecha apareció grabada en el trasdós de las bóvedeas, durante la restauración, y en un documento notarial a propósito de los pagos que realizó, como los más importantes, el Ayuntamiento de la villa. El templo quedaba, al iniciarse el siglo XVIII, flamante. Lamentablemente no se conserva el libro de fábrica segundo de la parroquia, que ocuparía todo el siglo XVII (desde 1583 hasta 1704). Ello nos priva de algunos datos, el principal de los cuales es la ejecución del nuevo retablo que se hizo al concluir las bóvedas y que en 1705 se ordena que se dore, lo que indica que ya estaba “plantado”. A lo largo del siglo XVIII seguía viva la idea de concluir el templo y, así, en un documento redactado con este fin en 1766, se dice textualmente: “Tiene (Albacete) una parroquial (su titular el Señor San Juan Bautista) que la fábrica de ella para su conclusión cessó en el año 1597, siendo dignísimo obispo deste Obispado el ilustrísimo señor don Sancho Dávila y maestro maior de la obra Pedro Monse (sic) de quien está firmado el pitipie y diseño de los tercios que devía tener esta parroquial quedando como quedaron los dos primeros concluidos y los cimientos de terreno sacados a la perfección. Son de tanta altura, claridad y hermosura en la arquitectura los dos tercios desta parroquial que no se hallarán otros, no sólo en este obispado, sino en muchas leguas en contorno, sin faltarle el adorno de un suntuoso y dorado retablo y preciosas alajas para el servicio de los divinos oficios. Se compne un cabildo, clero, de un parrocho, un vicario y más de cinquenta yndividuos eclesiáticos, algunos canónigos de las santas yglesias, otros beneficiados en la misma parroquial y otros curas en pueblos del arzobispado de Toledo, conocidos y notados por su literatura…” Este intento del siglo XVIII aprobado por el obispo de la diócesis, don Diego de Rojas y Contreras, no fructificó y la obra siguió como estaba. De este modo pasamos al siglo XIX, tan importante en tantas cosas. Así, la parroquia escondería la plata ante el temor de la francesada, aunque quizá después el clero la entregara sin problemas para apoyar al ejército frente al invasor. En 1812, el 2 de agosto, vio jurar la Constitución de Cádiz. Dos años después, en 1814, el templo sería visitado por Fernando VII, que en su retorno a España hizo estancia en nuestra villa. El reinado de Isabel II se inaugura con la capitalidad de la provincia (1833) y, poco después, instalado el liberalismo en España, en 1836 se procede a la desafortunada Desamortización de Mendizábal, con lo que las menguadas rentas parroquiales quedaron seriamente mermadas. Sin embargo, como consecuencia de la misma ingresaron en la parroquia algunas imágenes y cuadros de conventos y ermitas clausurados. Un hecho importante fue el depósito, por parte del Ayuntamiento, de la imagen de la Patrona, la Virgen de los Llanos, que quedó instalada en el retablo mayor. En 1861/62 se colocaron los dos grandes cuadros del bautismo de Jesús y la degollación del Bautista a ambos lados del presbiterio, pintados expresamente por don José María García (es la primer vez que se hace público el nombre del autor), quizá también entonces se pintarían y colocarían los lienzos de los cuatro evangelistas de los lunetos de la capilla mayor, y de este modo culminó, sin más novedad, el siglo XIX, aunque en algunos momentos siempre estuvo presente el deseo de la conclusión del templo (1862, 1864 y 1886). El siglo XX traerá importantes novedades: - Desde 1916-17 el culto se trasladó provisionalmente a las Justinianas. - Se planteó la terminación para dejar las segundas columnas exentas y construir una fachada, la actual, según proyecto de los arquitectos Julio Carrilero y Manuel Muñoz. - Se recibió en 1919 un importante donativo de doña Leocadia Peral (126.436,05 pesetas) para terminar las obras. - En 1921 se colocó la primera piedra (desde 1918 ya estaban hundidos los restos del primitivo templo). Se optaba por construir el tercer tramo, pero no así un tercer par de columnas que implicaban un cuarto tramo. - En 1923 quedó demolida la vieja torre. Diez años después, en 1933, la fachada principal estaba terminada, aunque no el tramo abovedado. Es curioso que en 1935 el Ayuntamiento republicano acordara dar una subvención de 40.000 pesetas para continuar las obras. Por otra parte, ese mismo año, al demolerse la delegación de Hacienda, que era el antiguo convento de Justinianas en el Altozano, se pudo aprovechar la piedra vieja para edificar el tramo que se estaba levantando. - En 1936, el 17 de marzo, antes de comenzar la guerra civil, el templo fue incendiado y asaltado. Los daños artísticos fueron totales, valorados según el Juzgado en 385.893,50 pesetas. Todo quedó ahumado y negro, como los momentos trágicos que se avecinaban. La imagen de la Virgen de los Llanos se trasladó a la parroquia de La Purísima y el templo quedó cerrado para ser convertido después en almacén militar. Ciertamente, no sabemos lo que se perdió durante la desgraciada guerra civil e incluso después, en la posguerra: imágenes, cuadros, rejas… En 1939, el templo, en sus dos tramos, se volvió a abrir, pero quedaba todavía pendiente la conexión de la fachada principal con las segundas columnas, obra que se llevó a efecto durante la década de los años cuarenta y en cuya labor interrvinieron represalidados políticos, dándose en alguna ocasión situalciones que hoy podríamos llamar hasta cómicas. Hacia 1948, las bóvedas del tercer tramo ya estaban terminadas y el tejado también cerrado. Se pudo, por fin, demoler la pared que separaba la parte antigua de la obra con el tercer tramo, homogeneizándose la pintura de las paredes y colocando años después un nuevo pavimento. El interior ya era como el actualmente existente. A la fachada y a la torre le quedaban algunos detalles, pero así se quedaron. En noviembre de 1949, la bula “Inter Praecipua” de Pío XII creaba la diócesis de Albacete y el viejo templo parroquial de San Juan pasaba también a ser catedral. El primer obispo de la diócesis, doctor Tabera y Araoz, entraba en Albacete en septiembre de 1950. Desde el primer momento, el nuevo prelado quiso monumentalizar el templo y, tras la coronación de la Virgen de los Llanos (1956), se plantearpon algunas reformas, la más espectacular de las cuales sería la colocación y forrado de todos los muros internos con unas pinturas realizadas por el presbítero de Ayora Casimiro Escribá, que se hicieron entre 1958 y 1962. Desde nuestra perspectiva actual quizá no debieron colocarse, pero hoy forman ya parte sustancial de nuestro templo y son un poco reflejo de unos momentos todavía previos al Concilio Vaticano II. No entramos en más detalles. Consideramos que el espacio interno de nuestra catedral es plenamente armónico, como corresponde a las iglesias de salón y a la nuestra en particular. Aquí hay un contrarresto de las líneas ascendentes de los pilares adosados, de las acanaladuras de las calumnas, frente a las de profundidad que se ven señaladas por las de los muros en el suelo o por la moldura que, a modo de cornisa, envuelve todo el ámbito interno, e incluso los capiteles, al estar de frente y en sucesión, nos invitan a entrar desde la nave central hacia la cabecera, donde se sitúa la capilla mayor, antes con un dorado retablo y hoy con tres vidrieras. El espacio es diáfano y abierto. En las naves laterales, debido a que también terminan en ábsides, la direccionalidad espacial nos invita a acercarnos hacia estos lugares como foco de atención simbólico, sea en la nave derecha o en la izquierda. Nuestra iglesia de San Juan Bautista de Albacete ofrece poesía en su espacio interno, con armonía constructiva, con “eurytmia” como repetición armónica de elementos y de intervalos entre ellos, “symetria”, con reflejo de un lateral frente al otro; una correcta “distributio” de llenos y vacíos, y un contenido “decor” apreciable en el correcto diseño del orden jónico que sabiamente articula lo gótico de los pilares adosados y capillas con la exuberancia barroca de las bóvedas, consiguiéndose, curiosamente, un perfecto espacio arquitectónico, aunque quizá quede corto. De este modo, los principios vitrubianos se cumplen holgadamente en nuestro templo, donde la funcionalidad, como otro elemento a tener en cuenta, se alcanza sobradamente para el fin que se hizo en su momento, como iglesia mayor de una villa que en el siglo XVI alcanzaba los 5.000 habitantes y hoy, ya como catedral, dignamente cumple la función real y simbólica de ser el primer templo de una diócesis que, con poco más de sesenta años, es la albacentense.