1 Veinte años no es nada: un balance de los debates teóricos acerca de la política exterior argentina Francisco Corigliano (∗) Introducción El objeto de este artículo es el de ofrecer al lector un panorama de los debates teóricos acerca de la política exterior argentina en los últimos veinte años. Al respecto, pueden reconocerse cuatro etapas: 1) la iniciada entre fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, en la que los trabajos dedicados a este ámbito de las políticas públicas comenzaron a marcar diferencias respecto del acento descriptivo de las historias diplomáticas y a otorgar una visión de las relaciones entre la Argentina y las grandes potencias más sofisticada que la ofrecida por los autores ligados a la escuela de la dependencia, al realismo geopolítico predominante en los círculos militares o a la corriente revisionista de la historia; 2) la que tuvo lugar durante la década de 1980, que consolidó la tendencia iniciada en la etapa anterior; 3) la de los años 90’, en la que se dio la emergencia de dos enfoques teóricos concebidos para orientar la política exterior argentina: el “realismo periférico” y el “neoidealismo periférico”; y 4) la de los años 2001 a 2005, en los que se acuñaron tres conceptos teóricos que pretendieron –y pretenden- responder a los actuales desafíos y oportunidades de la política exterior argentina: los de “autonomía relacional”; pérdida de vigencia del “realismo periférico” en un contexto de ingobernabilidad global; y colapso de la política exterior vinculado al carácter parasitario del Estado argentino. ∗ Doctor en Historia (UTDT) y Master en Relaciones Internacionales (FLACSO). Docente en la FLACSO y en las Universidades de Buenos Aires, San Andrés y Torcuato Di Tella. 2 1. La primera etapa de los debates teóricos: Puig y el CEINAR Entre fines de los años ’60 y la primera mitad de los ’70, surgieron espacios de investigación específicamente dedicados al ámbito de la política exterior y de las relaciones internacionales como el Centro de Estudios Internacionales de la República Argentina (CEINAR), cuya cabeza rectora fue el académico y ex canciller del gobierno de Héctor José Cámpora Juan Carlos Puig. En un artículo suyo de 1975 referido a las “tendencias profundas” de la política exterior argentina, Puig ofreció –y ofrece- a sus lectores una perspectiva más sofisticada de los vínculos entre la Argentina y Gran Bretaña durante el siglo XIX que la mostrada por los autores de las escuelas dependentista y revisionista. De acuerdo a esta óptica, los miembros de la elite dirigente argentina buscaron conscientemente la “afiliación a la esfera de influencia británica”, pero este vínculo de dependencia económica y financiera no implicó que fuesen meros títeres de Londres, ni excluyó la posibilidad de perseguir intereses nacionales propios, no necesariamente coincidentes con los del Reino Unido u otras potencias europeas. Entre los muchos ejemplos históricos que el autor cita para demostrar este comportamiento de la elite, uno fue el lanzamiento de la “Doctrina Drago” de 1902, por el que la Cancillería argentina condenaba la intervención de Londres, Berlín y Roma en Venezuela para exigir el cobro de deudas (1). Durante su desempeño como canciller, entre los meses de mayo y julio de 1973, Puig había elaborado con sus colaboradores un esquema de política exterior que procuraba maximizar el margen de maniobra internacional de la Argentina a través de la diversificación de los vínculos políticos y económicos externos. Esta opción, que años después llamaría de “autonomía heterodoxa”, era una equidistante de los extremos de la “autonomía secesionista” y de la “dependencia nacional” (2). Para el académico devenido 1 Puig, “La política exterior argentina y sus tendencias profundas”, en Revista Argentina de Relaciones Internacionales, Nº 1, Buenos Aires, CEINAR, enero-abril 1975, pp. 7-21. 2 Según Puig, el perfil de “autonomía heterodoxa” es aquél que permite a un Estado (Argentina) aceptar la conducción estratégica de la potencia dominante de un bloque (Estados Unidos, líder del bloque capitalista occidental) y, a la vez, tener discrepancias con ella respecto de tres cuestiones importantes: a) en el modelo de desarrollo interno, que puede no coincidir con las expectativas de la metrópoli; b) en las vinculaciones internacionales que no sean globalmente estratégicas; y c) en el deslinde entre el interés nacional de la potencia dominante y el interés estratégico del bloque. De acuerdo con el autor, las políticas exteriores del primer y segundo gobiernos de Perón (1946-1952 3 en ministro, ninguno de los dos extremos era recomendable en un contexto internacional y regional como el de principios de los años ’70. Cuba fue un caso del primero: a partir de la Revolución de 1959, Fidel Castro rompió el cordón umbilical con Washington al que la isla se había atado desde el fin de la guerra hispanonorteamericana de 1898. Sin embargo, el líder cubano no pudo mantener una línea de política interna y exterior “independiente” de las dos superpotencias de los años de la Guerra Fría -Estados Unidos y la Unión Soviética-, y pasó de formar parte de la órbita de influencia norteamericana a incorporarse a la soviética. Por su parte, la Argentina anterior a la llegada del peronismo al poder en 1946 era para Puig un ejemplo del otro extremo, el de la “dependencia nacional”, el cual tampoco era recomendable porque, según el canciller y su equipo de colaboradores –que también provenían del ámbito académico- el contexto internacional de fines de los años ’60 y principios de los ’70 brindaba un mayor margen de maniobra para la Argentina, debido a la crisis de hegemonía mundial de los Estados Unidos y la emergencia de polos económicos alternativos al norteamericano, como los países integrantes de la entonces Comunidad Económica Europea, Japón, las ricas petromonarquías del Golfo Pérsico y las “potencias medias o intermedias” como México, Venezuela o Brasil, por tan sólo citar algunas. El derrocamiento del régimen izquierdista chileno de Salvador Allende en septiembre de 1973 confirmaría que la flexibilización de la Guerra Fría en el mundo no incluyó a América Latina, y que el margen real de maniobra externo de la Argentina era mucho más reducido que lo que Puig y sus colaboradores pensaron en ese momento. Estos primeros pasos teóricos, vinculados a la cuestión de la autonomía en la política exterior, no se vieron interrumpidos a pesar del golpe de Estado y el éxodo de muchos especialistas al exterior desde el advenimiento del régimen militar en marzo de 1976. Fuera de la Argentina, el Instituto de Altos Estudios de la Universidad Simón Bolívar de y 1952-1955) y de las gestiones de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri y de Perón (1973-1974) siguieron este perfil. Puig, Juan Carlos, “Introducción”, en Puig, Juan Carlos, (compilador), América Latina: políticas exteriores comparadas, Tomo 1, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano (en adelante GEL), 1984, p. 78. Entre los numerosos trabajos de Puig referentes a la cuestión de la autonomía en política exterior y a los elementos de continuidad en la política exterior argentina, cabe citar “La política exterior argentina y sus tendencias profundas”, op.cit.; Doctrinas internacionales y autonomía latinoamericana, Caracas, Universidad Simón Bolívar, Instituto de Altos Estudios de América Latina, 1980; “Introducción” y “La política exterior argentina: incongruencia epidérmica y coherencia estructural”, en Puig (compilador), op.cit., pp. 24- 90 y 91169; “Integración y autonomía de América Latina en las postrimerías del siglo XX”, en Integración Latinoamericana, Vol. II, N° 109, Buenos Aires, BID, INTAL, enero-febrero 1986; y “Política internacional argentina”, en Perina, Rubén M., y Russell, Roberto, (editores), Argentina en el mundo 1973-1987, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1988, pp. 19-45. 4 Caracas recibió con los brazos abiertos a Puig, quien desde allí produjo en 1980 su trabajo Doctrinas internacionales y autonomía latinoamericana, en el que aparece esbozada la tipología acerca de las variantes de dependencia y autonomía ya mencionadas en los párrafos anteriores. Asimismo, el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Bogotá albergó a otro especialista argentino, Juan Gabriel Tokatlian, quien inspirado en las reflexiones acerca de la autonomía efectuadas por su compatriota Puig y por el brasileño Helio Jaguaribe (3), continuaría ese sendero produciendo una serie de trabajos referidos a la cuestión durante las décadas de 1980 y 1990 (4). Por su parte, y dentro de la Argentina, las Universidades de Rosario, El Salvador y Belgrano fueron espacios académicos que cobijaron a aquéllos que se quedaron en el país, y el proceso iniciado en el CEINAR no se interrumpió, haciendo eclosión en las dos décadas siguientes. 2. La segunda etapa: el debate Rapoport-Escudé y los primeros pasos hacia la emergencia del “realismo periférico” en los años ‘80 Como sostienen Roberto Russell y Myriam Colacrai (5), varios factores contribuyeron a la consolidación de los estudios sobre política exterior argentina a principios de los años ‘80: 3 Entre los trabajos de Jaguaribe en esa etapa de su trayectoria académica cabe destacar sus artículos “Dependencia e autonomia na America Latina”, CLACSO, s.l., s.e., 1968; y “Autonomía periférica y hegemonía céntrica”, revista Estudios Internacionales, N° 46, Revista del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, Santiago de Chile, abril-junio de 1979, pp. 91130. 4 Drekonja-Kornat, Gerard y Tokatlian, Juan Gabriel (editores), Teoría y práctica de la política exterior latinoamericana, Bogotá, CEREC/Centro de Estudios Internacionales, Universidad de los Andes, 1983; Pardo, Rodrigo y Tokatlian, Juan Gabriel, Política exterior colombiana ¿De la subordinación a la autonomía?, Bogotá, Tercer Mundo Editores/Ediciones Uniandes, 1988; Tokatlian, Juan Gabriel, “Autonomía y política exterior colombiana: Entre la necesidad y la oportunidad”, en Tokatlian, Juan Gabriel (editor), “Integración, autonomía y negociación: ¿Opción o utopía?”, Documentos Ocasionales CEI, N° 28, Bogotá, abril-junio 1992; Gómez G., María Mercedes; Drekonja-Kornat, Gerhard; Tokatlian, Juan Gabriel, y Carvajal, Leonardo, “Redefiniendo la autonomía en política internacional”, en Documentos ocasionales CEI, N° 31, Bogotá, Universidad de los Andes, julio-setiembre 1993; Tokatlian, Juan Gabriel y Carvajal, Leonardo, “Autonomía y política exterior en América Latina: Un debate abierto, un futuro incierto”, Revista CIDOB d’Afers Internacionals, N° 28, 1995; Tokatlian, Juan Gabriel, “¿Hacia una redefinición de la autonomía? Postguerra fría, política exterior e inserción internacional”, en Nasi, Carlo (compilador), Posmodernismo y relaciones internacionales, Santa Fé de Bogotá, Pontificia Universidad Javieriana/Universidad de los Andes/Universidad Nacional, 1998. 5 Russell, Roberto, “Introducción”; y Colacrai de Trevisán, Myriam, “Perspectivas teóricas en la bibliografía de política exterior argentina”, ambos en Russell, Roberto (editor), Enfoques teóricos y 5 a) el auge de las ciencias sociales en América Latina, que llevó a la aplicación creciente de una perspectiva politológica a los estudios de política exterior y a una crítica a los enfoques exclusivamente jurídicos o geopolíticos dominantes en las décadas anteriores; b) la creación de escuelas de relaciones internacionales y el inicio de investigaciones formales en instituciones académicas –las emergencias del Area y de la Maestría de Relaciones Internacionales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y de los debates en política exterior argentina nacidos en el Instituto Torcuato Di Tella bajo la conducción de Guido Di Tella fueron dos de los ejemplos de esta tendencia-; c) los avances teóricos en el campo de las relaciones internacionales en Estados Unidos; la formación de una nueva generación de académicos argentinos en universidades e institutos de investigación norteamericanos y europeos; y d) el advenimiento de la democracia en la Argentina a partir de 1983, que abrió un mayor espacio para el debate, enriquecido con el aporte de los especialistas que regresaron del exterior. Estos estudios se preocuparon por hacer “teoría empírica”, es decir, rechazaron el supuesto positivista que la evidencia histórica habla por sí misma; y diseñaron modelos de interpretación complejos, que abandonaron las explicaciones unicausales y combinaron múltiples variables internas y externas provenientes de distintos enfoques teóricos desarrollados en Estados Unidos y en Europa, tanto a nivel “macro” -el marxista gramsciano de Robert Cox, la matriz de interdependencia compleja de Robert Keohane y Joseph Nye, el realismo clásico de Hans Morgenthau y el realismo estructural de Kenneth Waltz, entre otros- como “micro” –los enfoques de política burocrática de Graham Allison y los referidos a procesos de toma de decisiones, como, entre otros, los de Alexander George, Charles y Margaret Hermann, Joe Hagan o Jerel Rosati, por tan sólo mencionar algunos autores ubicados en esta veta de exploración teórica-. Asimismo, los autores de este período procuraron estudiar la vinculación existente entre las esferas interna e metodológicos para el estudio de la política exterior, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano (en adelante GEL), 1992, pp. 12 y 38, respectivamente. 6 internacional, que el realismo clásico había analizado como dos ámbitos separados entre sí (6). Entre los muchos trabajos de principios de la década del ’80, merecen destacarse por su impacto posterior las respectivas tesis doctorales de dos académicos argentinos que buscaron explicar las relaciones de nuestro país con las grandes potencias en momentos claves de su historia reciente, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata posguerra. Ellas fueron las de Mario Rapoport, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas 1940-1945, y Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina 1942-1949. En ambos casos, se percibe la preocupación por buscar explicaciones sobre las relaciones entre la Argentina y los centros de poder mundial más sofisticadas que las adoptadas por los autores ligados al enfoque de la dependencia. Así, retomando un camino ya iniciado por Puig a través de su distinción conceptual entre “dependencia colonial” y “dependencia nacional” (7), Rapoport critica la percepción de las elites dirigentes argentinas como simples víctimas de los intereses británicos, expuesta por Raúl Scalabrini Ortiz en su Política británica en el Río de la Plata, que recopilaba artículos de este último escritos durante las décadas de 1930 y 1940. Advierte al respecto que las relaciones de estas clases privilegiadas con el Reino Unido estaban plagadas de contradicciones y no habían sido establecidas de una vez para siempre, sino que evolucionaron de acuerdo a la coyuntura nacional e internacional (8). Asimismo, en un artículo posterior, el autor destaca la necesidad de reconocer el espacio propio del factor político en el estudio de las relaciones internacionales, a menudo subestimado por los teóricos de la dependencia (9). 6 Idem nota anterior. 7 Puig caracteriza al proyecto de la elite de la generación del ’80 como un caso de “dependencia nacional”. En este caso de dependencia, los miembros de la clase dirigente “racionalizan” la situación dependiente. A diferencia del caso de “dependencia colonial”, logran imponer algunos límites a la acción de los repartidores supremos de la potencia dominante. Puig, “Introducción”, op.cit., pp. 74-77. 8 Rapoport, Mario, Gran Bretaña, Estados Unidos y las clases dirigentes argentinas 1940-1945, Editorial de Belgrano, 1980, especialmente Capítulo III. 9 Rapoport, Mario, “El factor político en las relaciones internacionales. ¿Política internacional vs. teoría de la dependencia?: un comentario”; en Desarrollo Económico, Volumen 23, N° 92, eneromarzo 1984, pp. 617-629. 7 Por su parte, Escudé destaca que las enunciaciones generales de la –de acuerdo con Gabriel Palma- mal llamada “teoría de la dependencia” (10) no explican en forma adecuada el problema de la declinación argentina posterior a la Segunda Guerra Mundial. Esta fue producto de una compleja interacción de factores externos e internos que, actuando a la vez como variables dependientes e interdependientes, se retroalimentaron mutuamente: las tensiones preexistentes en el triángulo de relaciones comerciales Argentina-Gran Bretaña-Estados Unidos y su agravación con los cambios producidos durante la posguerra; los negativos efectos del boicot económico y de la desestabilización política impulsados por Estados Unidos a partir de 1942 en las posibilidades de desarrollo económico y político de un país periférico como la Argentina, como castigo por la neutralidad adoptada por esta última; la presencia de un “síndrome de irrelevancia de la racionalidad” en los procesos de toma de decisión en la política norteamericana hacia países no relevantes estratégicamente como la Argentina; y, finalmente, la adopción de políticas equivocadas por el gobierno de Juan Perón -ligadas en el plano económico a la adopción de una versión extrema del modelo de sustitución de importaciones y en el político a un creciente autoritarismo- (11). Junto a esta crítica al enfoque dependentista, Rapoport y Escudé han hecho otros importantes aportes teóricos al estudio de la política exterior argentina. En el caso del primero, se destaca la refutación del supuesto realista clásico del “actor racional”, al destacar la coexistencia, en el seno de la dirigencia argentina, de intereses distintos y actitudes contrapuestas respecto de los vínculos con los otros dos actores del triángulo – Gran Bretaña y Estados Unidos- y respecto de la posición argentina en la Segunda Guerra Mundial (12). Cabe destacar, asimismo, la preocupación del autor por analizar la complejidad de las relaciones triangulares en el período 1940-1945 a través del empleo de múltiples variables externas e internas: el papel de Estados Unidos y de Gran Bretaña 10 Como explica Palma, la de la dependencia es más una “escuela” que una “teoría”, ya que sus representantes no lograron construir un corpus teórico. Palma, Gabriel, “Dependency: A Formal Theory of Underdevelopment or a Methodology for the Analysis of Concrete Situations of Underdevelopment?”, en World Development, Vol. VI, 1978. 11 Escudé, Carlos, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina 1942-1949, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1983, especialmente Capítulo VII y Conclusiones. 12 Rapoport, Gran Bretaña… op.cit., p. 42. 8 en la economía mundial y en la economía argentina; la desagregación de los diferentes “intereses nacionales” al interior del Estado, como lo haría el enfoque de “política burocrática” de Allison; la vinculación entre la clase dirigente argentina, los diferentes sectores sociales y económicos (oligarquía tradicional y sectores industriales), los partidos políticos, y las Fuerzas Armadas, variable ponderada por el enfoque marxista en su versión de materialismo histórico; la percepción del carácter contradictorio y complejo entre las clases dirigentes argentinas y las británicas, poco proclive a ser definido en términos simplistas de subordinación o de dependencia como estarían tentados a hacerlo los autores ligados a la escuela de la dependencia; y, finalmente, la identificación del carácter catalizador de la política exterior en los conflictos políticos internos de la Argentina y del intenso debate que la Segunda Guerra Mundial provocó en el seno de la clase dirigente y los sectores económicos locales. En el caso de Escudé, cabe destacar la identificación del “síndrome de irrelevancia de la racionalidad” como un rasgo especial del proceso de toma de decisiones de la política exterior norteamericana aplicable a países que, como la Argentina, son estratégicamente irrelevantes para las autoridades de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono. De acuerdo con el autor, dicho síndrome reúne las siguientes características: a) conduce a la casi total pérdida de significación del modelo de actor racional en la teoría de toma de decisiones en política exterior; b) aumenta el nivel de conflicto burocrático respecto de la adopción de políticas hacia el país considerado como no relevante (en este caso la Argentina), las cuales fluctúan fácilmente entre dos extremos: las medidas de boicot diplomático y económico para obligar a la Argentina a seguir a Washington y las medidas pragmáticas orientadas hacia la “luna de miel” o la “buena vecindad” entre ambos países. El secretario de Estado Cordell Hull y el embajador norteamericano en Buenos Aires, Spruille Braden, se identificaron con la primera opción, mientras que sus respectivos sucesores, Edward Stettinius Jr. y George Messermith, y el subsecretario para Asuntos Latinoamericanos Nelson Rockefeller, abandonaron los “palos” o “garrotes” y optaron por atraer a la Argentina con “zanahorias económicas”; c) otorga una mayor libertad de acción para decisiones caprichosas de burócratas de rango inferior hacia el o los países de baja o nula importancia estratégica; y 9 d) permite la convivencia entre inercia burocrática y cambios rápidos y frívolos (13). Otro aporte es la referencia a la incidencia de los factores individuales en el proceso de toma de decisiones en política exterior, como, por ejemplo, las tácticas administrativas del presidente Franklin Delano Roosevelt, que incrementaban el conflicto burocrático al promover la competencia entre los distintos funcionarios; la existencia de “zonas grises” entre las distintas agencias, o el peso personal del presidente Juan Perón, variable que el propio Escudé define como “crucial” en su explicación acerca de la declinación argentina (14). A partir de la publicación de sus respectivas tesis doctorales, Rapoport y Escudé han desarrollado una estimulante polémica. La misma, iniciada en la revista Desarrollo Económico (15), destaca, por el lado del primero, la excesiva concentración del segundo en el mundo de las ideas y de las ambiciones personales; la reducción del sistema económico y político norteamericano a una disputa esquemática entre conservadores y liberales o entre “halcones” y “palomas”; la mención, sin incluir en el cuadro de las variables explicativas principales, de los grupos y sectores económicos y sociales influyentes en el gobierno norteamericano (el agrario, al que se hallaban vinculados funcionarios como el mencionado Hull y el secretario de Agricultura Henry Wallace; o el industrial y financiero, representado en el mencionado Rockefeller; o las organizaciones laborales y los grupos “newdealers” de izquierda, que daban a la lucha antifascista un carácter prioritario); la ausencia de desarrollo del rol de las alianzas trasnacionales en las relaciones internacionales para superar las obsoletas teorías de la dependencia; la crítica al “síndrome de irrelevancia de la racionalidad” como caso extremo del modelo de “política burocrática” de Allison, en el cual la burocracia llega a independizarse completamente del poder que la sustenta, síndrome que púdicamente encubre el concepto más directo de irracionalidad y que llevaría a la ciencia política a ceder su lugar en el estudio de las relaciones internacionales a la interpretación psicológica o psicoanalítica de los individuos o de las instituciones. Para Rapoport el cierto grado de incoherencia de la política exterior 13 Escudé, op.cit., pp. 238-240. 14 Ibid., p. 26 y pp. 339-343. 15 Rapoport, Mario, “El factor político en las relaciones internacionales…”; y Escudé, Carlos, “Réplica al comentario sobre “La declinación argentina”, Desarrollo Económico, volumen 23, N° 92, enero-marzo 1984, pp. 617-629 y 630-636, respectivamente. 10 norteamericana hacia la Argentina no se explica por la presencia del “síndrome de irrelevancia de la racionalidad”, sino por la existencia de intereses estratégicos, económicos y políticos divergentes dentro del gobierno y los sectores socioeconómicos norteamericanos (16). En su réplica a Rapoport, Escudé sostiene que este último tergiversa su pensamiento, ya que su modelo explicativo del proceso de declinación argentina incorpora todas las variables, tanto externas como internas (17). Esta polémica inicial entre Rapoport y Escudé tuvo la virtud de tener un “efecto derrame”, atrayendo a otros especialistas. Tal el caso de Roberto Russell, quien en 1989 ofreció una interpretación diferente a la de su colega Escudé respecto del impacto que tuvo en el conjunto de los vínculos entre la Argentina y los Estados Unidos la abstención del gobierno de Raúl Alfonsín respecto de la moción de condena a la situación de los derechos humanos en Cuba impulsada por la delegación norteamericana en marzo de 1987 y marzo de 1988 (18). Dicha divergencias tenían una interesante implicación teórica en el análisis del proceso de toma de decisiones en política exterior argentina. Para Escudé, no cabía ninguna duda que la posición de abstención argentina respecto de la iniciativa norteamericana de condena a la situación de los derechos humanos de Cuba colocaba al país en una posición confrontativa a los ojos de Washington, y, junto a otras decisiones, como, entre otras, el rechazo a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), a ratificar Tlatelolco, y a declarar el cese de hostilidades exigido por Londres como condición para iniciar las negociaciones diplomáticas rotas tras la guerra de 1982, constituía una de las tantas acciones de confrontación política que no otorgaba ningún beneficio material concreto a los intereses vitales de la nación argentina y generaba obstáculos políticos que trababan la consolidación de un vínculo fluido entre Washington y Buenos Aires (19). 16 Rapoport, “El factor político en las relaciones internacionales…”, op.cit. 17 Escudé, “Réplica al comentario sobre “La declinación argentina”, op.cit. 18 Russell, Roberto, "Las relaciones argentino-norteamericanas: reflexiones sobre la experiencia reciente" y Escudé, Carlos, "De la irrelevancia de Reagan y Alfonsín: hacia el desarrollo de un ‘realismo periférico’ ”, ambos en Bouzas, Roberto y Russell, Roberto (comps.), Estados Unidos y la transición argentina, Buenos Aires, Legasa, 1989. 19 Escudé, "De la irrelevancia de Reagan y Alfonsín…", p. 258. 11 A diferencia de Escudé, quien coloca a este gesto de política exterior de Alfonsín como uno contrario al “realismo periférico”, según el cual la Argentina debe limitar las confrontaciones con los Estados Unidos solamente a aquéllas que afecten el bienestar material del ciudadano argentino –y éste no era el caso del voto argentino respecto de la situación de los derechos humanos en Cuba-, Russell minimiza el impacto de esta decisión en el conjunto de los vínculos bilaterales, destacando las divergencias de intereses al interior de la administración Reagan, en una aplicación de los enfoques de toma de decisiones y política burocrática. Al respecto, destaca que, salvo el caso del secretario de Estado adjunto para Asuntos Interamericanos, Elliot Abrams, quien comunicó al embajador argentino en Washington el "enfado" de la Casa Blanca por el voto de la Argentina, tuvo un impacto mínimo en los actores relevantes del país del Norte: los negociadores de la deuda informaron a Alfonsín que el efecto de dicho voto había sido "imperceptible" en la relación con los bancos acreedores; el subsecretario para Asuntos Latinoamericanos, Robert Gelbard, subrayó al embajador argentino en Washington que era un "idiota" quien sostuviera que las relaciones bilaterales pudieron haberse deteriorado después del voto argentino en Ginebra; y destacó, como prueba del excelente nivel alcanzado por las relaciones bilaterales, el apoyo de Washington al gobierno de Alfonsín durante los sucesos de Semana Santa (20). 3. La tercera etapa de los debates teóricos sobre política exterior argentina: los años ’90: la expansión del debate y la emergencia de dos propuestas teóricoprácticas para la política exterior argentina en tiempos de posguerra fría: el “realismo periférico” de Escudé y el “neoidealismo periférico” de Russell Con el cambio de década, la tendencia señalada en el apartado anterior se profundizó. En sendos artículos aparecidos en la América Latina/Internacional de la FLACSO en 1991, Escudé y Russell presentaron en sociedad sus respectivas propuestas teóricas para la política exterior argentina: el “realismo periférico” y el “neoidealismo periférico” (21). Por el 20 21 Russell, "Las relaciones argentino-norteamericanas: reflexiones….”, pp. 350-351. Escudé, Carlos, “La política exterior de Menem y su sustento teórico implícito”, en América Latina / Internacional, Volumen 8, N° 27, Buenos Aires, enero-marzo 1991 pp. 394-406; y Russell, Roberto, “El neoidealismo periférico: Un esquema para orientar la política exterior de los países del Cono Sur en la posguerra fría”, América Latina / Internacional, Volumen 8, Número 29, JulioSetiembre 1991, pp. 442-445. 12 lado del primero, sus rasgos, ya presentados en los citados trabajos de 1989 y 1991 y condensados en su Realismo periférico de 1992 (22), son los siguientes: a) un país dependiente, vulnerable, empobrecido y poco estratégico para los intereses vitales de los Estados Unidos, como la Argentina, debe eliminar sus confrontaciones políticas con las grandes potencias, reduciendo el ámbito de sus confrontaciones externas a aquellos asuntos materiales vinculados en forma directa a su bienestar y base de poder; b) la política exterior debe calibrarse no sólo en términos de un riguroso cálculo de costos y beneficios materiales, sino también en función de los riesgos de costos eventuales. Los desafíos políticos a las grandes potencias pueden no acarrear costos inmediatos, pero casi siempre llevan implícito el riesgo de costos eventuales; y c) la autonomía debe definirse no en términos de la libertad de acción (que es potencialmente enorme y llega al límite de la autodestrucción) sino en términos de los costos relativos de hacer uso de esa libertad de acción frente a una problemática determinada. Frente a esta propuesta de Escudé, la del “neoidealiso periférico” de Russell tenía los siguientes rasgos: a) la definición de la política exterior exclusivamente en términos del bienestar material de los ciudadanos, abandonando el apego a principios del Derecho Internacional, es esquiva políticamente y defectuosa desde el punto de vista ético, dado que, al dejar el campo libre para la adopción de políticas ambiguas o de doble standard, socava la credibilidad externa del país periférico y lleva implícito el riesgo de costos eventuales, particularmente en tiempos de emergencia internacional, que son los costos que Escudé pretende precisamente evitar; b) el cálculo de costos y beneficios adquiere nuevas dimensiones y se hace más complicado en el orden de la posguerra fría que lo que Escudé supone; 22 Escudé, Carlos, Realismo periférico: fundamentos para la nueva política exterior argentina, Buenos Aires, Planeta, 1992. 13 c) el ámbito de la confrontación de un país periférico no puede quedar reducido a cuestiones que sólo afecten las base de poder material: también se debe confrontar cuando las acciones de las grandes potencias vulneran principios que hacen a la definición del interés nacional y que puede no afectar el interés material de los argentinos” pero sí directa o indirectamente, sus intereses de seguridad; y d) la propuesta de Escudé de adaptarse a los objetivos políticos de la superpotencia en la región presenta varios problemas: a) deja al otro la iniciativa (la política exterior se acomoda, se adapta, se adecua, es básicamente pasiva, extremando el argumento hasta no sería necesaria, podría prescindirse de ella, salvo cuando sean afectados los “intereses materiales”; b) implica seguir los cambiantes objetivos políticos de Estados Unidos en la región con excepción de las situaciones en las que están en juego los “intereses materiales”. Así, la Argentina tendría que haber acompañado a la CIA y a Castillo Armas en Guatemala en 1954, a Henry Kissinger en Chile luego del triunfo de Salvador Allende en 1970, y a Ronald Reagan y los contras en la década de 1980, dado que ninguna de estas políticas norteamericanas afectaban el interés material de los argentinos –aunque sí principios muy caros al interés nacional-; c) no toma en cuenta que las políticas latinoamericanas de la superpotencia en la región no resultaron de amplios consensos internos, sino que, por el contrario, fueron resistidas y cuestionadas por importantes sectores sociales y políticos de Estados Unidos. De acuerdo con Russell, si la política exterior argentina siguiera el criterio de Escudé, se vería obligada a seguir la versión oficial de turno e incluso cambiar con cada golpe de timón realizado por una misma administración norteamericana. (23) Junto a los mencionados Rapoport y Russell, otro académico argentino que se ha destacado en sus críticas al enfoque teórico de Escudé es José Paradiso, quien en Debates y trayectoria de la política exterior argentina (1993), demuestra el nexo existente entre modelo de desarrollo interno y política exterior e identifica los contenidos de los distintos debates acerca de modelos de inserción internacional y política exterior argentina a lo largo de su historia. En dicha obra, Paradiso señala que el enfoque “revisionista” de 23 Russell, Roberto, “El neoidealismo periférico...”, op.cit, pp. 444-445. 14 Escudé no otorga una explicación completa de las circunstancias que condicionaron las decisiones supuestamente “erróneas” adoptadas durante la posguerra y de sus consecuencias. Según el autor, este enfoque incurre en un error al referirse a la posguerra como un escenario homogéneo y pierde de vista la existencia de dos momentos política, económica e ideológicamente diferenciados: la etapa que se extiende entre los tramos finales de la guerra y los años 1947-1948, que tiene las características propias de los períodos de transición, en los que predomina la incertidumbre respecto del futuro; y la que se abre a partir de 1947-1948, de rasgos mucho más definidos. Asimismo, Paradiso sostiene que Escudé interpreta equivocadamente a la clase dirigente argentina del período como carente de información respecto de lo que ocurría en el mundo o como rehén de una supuesta “cultura del aislamiento”. Finalmente, argumenta que su contrincante intelectual parece percibir a las “erróneas” políticas económicas de Perón como una exclusividad argentina, ya que las considera una variable “clave” en su explicación de la “declinación”. Lejos de ello, las medidas de planificación económica y la posibilidad de una futura conflagración mundial formaron por entonces parte del menú de opciones y de las hipótesis de conflicto de los dirigentes de todas las potencias (24). Pero las críticas de Paradiso no sólo se limitan a la interpretación que Escudé hace de las políticas exteriores adoptadas por la Argentina durante la Segunda Guerra Mundial y la temprana posguerra. También adopta una visión escéptica respecto de las ventajas de adopción del “realismo periférico” como criterio orientador de la política exterior argentina durante la década de 1990. Estimulado por estas críticas, Escudé escribió los libros El realismo de los Estados débiles (1995) y Foreign Policy Theory in Menem’s Argentina, su versión en inglés de 1997. En ambos trabajos contrapuso el realismo periférico a las variantes clásica y estructural del realismo procedentes de la literatura académica angloamericana, destacando las siguientes debilidades de estas últimas: a) su carácter Estado-céntrico (en realidad toda la teoría realista es para Escudé una gran falacia antropomorfa, en tanto sirve al Estado y no al individuo, hace abstracción del hecho de que el Estado administra vidas humanas, y, sin quererlo, alienta al 24 Paradiso, José, Debates y trayectoria de la política exterior argentina, Buenos Aires, GEL, 1993, pp. 114-115. 15 Estado a usar sus “partes” (individuos) con la misma “libertad” con la que el individuo usa sus brazos); b) su ceguera respecto de la jerarquía de ámbitos que existe entre riqueza y poder, inconveniente que no sólo conduce al descuido de los vínculos entre el poder económico y otros tipos de poder, sino también al descuido de los efectos de esta jerarquía de ámbitos sobre la estructura del sistema internacional, menos anárquica y más jerárquica de lo que reconocen las teorías realistas. A diferencia del supuesto de similitud funcional de Waltz, Escudé señala que hay grandes potencias y estados débiles, funcionalmente diferenciados en 3 tipos de estados: a) los que mandan; b) los que obedecen y c) los rebeldes). A diferencia de la premisa compartida por todos los realistas acerca de la diferencia entre la jerarquía del sistema político interno y la anarquía del sistema internacional, dada por la presencia en el primero de una autoridad central ausente en el segundo, este especialista nos advierte que en los temas de la agenda ligados a la seguridad internacional puede observarse una tendencia jerárquica, por la cual los Estados que mandan imponen a los demás sus reglas de juego –tendencia que puede observarse en ejemplos como la intolerancia de los EE.UU. hacia el misil argentino Cóndor II o respecto de la nunca fehacientemente comprobada existencia de armas de destrucción masiva en Irak-, mientras que en las cuestiones ligadas al comercio internacional imperaría un mayor grado de dificultad para que los poderosos ejerzan control sobre los movimientos de los demás Estados – es decir un mayor grado de anarquía, comprobable en la mayor capacidad de la Argentina, Brasil y los países del Tercer Mundo para jaquear en la OMC los intentos de las potencias desarrolladas por imponer sus puntos de vista- y; c) la insensibilidad de las variantes anglosajonas del enfoque realista frente a dos hechos empíricamente comprobables: a) que los Estados pueden subordinar la búsqueda de poder y/o “seguridad” a la búsqueda (entre otras posibilidades) del bienestar ciudadano; y b) que en realidad no son los Estados mismos los que buscan poder político-militar (cuando los buscan), sino las elites dirigentes que en medida variable los dominan o manipulan (25). 25 Escudé, Carlos, El realismo de los estados débiles, La política exterior del primer Gobierno Menem frente a la teoría de las relaciones internacionales, Buenos Aires, GEL, 1995; y, del mismo 16 En ambos libros, Escudé avanzó en la delimitación de cuatro tipos de políticas exteriores, vinculadas con el comportamiento de los agentes estatales no sólo en el escenario internacional sino también respecto de las sociedades civiles: a) políticas exteriores estado-céntricas malignas, cuyo objetivo principal es el de aumentar el poder militar del Estado, frecuentemente a costa de la integridad física de los ciudadanos. Tales los casos de las políticas exteriores argentinas durante la Segunda Guerra Mundial y el primer peronismo porque, en aras de la ilusión de autonomía, desencadenaron entre los años 1942 y 1949 un boicot económico norteamericano contra el país que perjudicó enormemente a sus ciudadanos; b) políticas exteriores estado-céntricas benignas, cuyo objetivo es el de crear desde el aparato estatal un país económicamente poderoso, cuyos ejemplos serían Brasil o México; c) políticas exteriores elite-céntricas, que procuran el bienestar económico y político de un grupo reducido (como, por ejemplo, las políticas exteriores de los dirigentes argentinos durante los períodos 1880-1943); y d) políticas exteriores ciudadano-céntricas, cuyo objetivo es el de despejar el camino al crecimiento de obstáculos políticos externos, sacrificando cierta medida de poder estatal en aras del bienestar ciudadano. Desde la perspectiva de Escudé, las políticas exteriores argentinas durante la década de 1990 ingresan en esta última categoría, porque se acercaron al tipo ideal de “Estado comercial” de Rosecrance al sacrificar el poder del Estado, desactivando proyectos militares, a fin de que el país deje de ser percibido por Estados Unidos como peligroso y así facilitar el crecimiento económico. autor, Foreign Policy Theory in Menem’s Argentina, Gainesville, University Press of Florida, 1997, Capítulos 3 y 4. 17 4. La cuarta etapa de los debates teóricos acerca de la política exterior: las reflexiones acerca del impacto del fin de las “relaciones carnales” con los Estados Unidos y el colapso estatal argentino post-2001 en la formulación y ejecución de la política exterior de los gobiernos de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner El estallido de la crisis política, económica y social de diciembre de 2001 en la Argentina no sólo derrumbó al gobierno de la Alianza presidido por el radical Fernando de la Rúa. También llevó a un cambio en la reflexión de los autores que trabajaron el período posterior al anuncio del default y su impacto en el terreno específico de la política exterior. Dicho cambio se orientó en dos direcciones: a) la necesidad de buscar una estrategia de política exterior como respuesta a los desafíos y oportunidades resultantes de los cambios en el contexto internacional y regional tras los atentados del 11-S y en el contexto interno tras la crisis de diciembre de ese mismo año; y b) el análisis de la vinculación existente entre el tipo de Estado emergente de esa crisis y su conducta externa. Respecto de la primera cuestión, tanto Roberto Russell como Juan Tokatlian han analizado en sus trabajos el reemplazo, especialmente tras el segundo año de gestión de Duhalde, de una política exterior basada en el acoplamiento o bandwagoning hacia los Estados Unidos iniciado en la década de 1990, por otra cuyos ejes rectores son la construcción de una “relación de amistad” con Brasil y la de un vínculo con los Estados Unidos alejado de los extremos de la confrontación o el alineamiento –las tres opciones complementarias y no mutuamente excluyentes entre sí que proponen son el multilateralismo vinculante, la obstrucción limitada y el compromiso selectivo con Washington- (26). Respecto de la segunda cuestión, quien escribe estas líneas construyó, en los meses anteriores y posteriores a la crisis de diciembre del 2001, un trabajo de tesis que si bien tenía puesto el acento en un tema histórico –la política exterior del gobierno de María Estela Martínez de Perón-, dicho foco estaba notoriamente estimulado por los rasgos comunes que unían a la débil gestión isabelina con el gobierno caído por las mencionadas 26 Ver al respecto los siguientes trabajos de Roberto Russell y Juan Tokatlian, El lugar de Brasil en la política exterior argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003; “Argentina, Brasil y EE.UU: el desafío de una esfera de cooperación”, en revista Agenda Internacional, Año 1, Nº 2, septiembre/octubre/noviembre 2004, pp. 16-30; y “Argentina-Estados Unidos: opciones estratégicas”, diario La Nación, Buenos Aires, 14 de septiembre de 2005, sección Opinión, p. 19. 18 turbulencias de diciembre, el de De la Rúa; y con las gestiones que debieron lidiar con los efectos de dicha crisis, las de Adolfo Rodríguez Saá, Eduardo Duhalde y la actual de Néstor Kirchner. Mientras Isabel Perón y de la Rúa representaron dos gobiernos “en tránsito hacia una situación de colapso” (27), los de Duhalde y Kirchner ejemplifican un Estado ya “colapsado” o “fallido”. Como destaca Escudé en su libro El Estado parasitario (28), el principal condicionante de la política exterior argentina post 2001 es el carácter fallido y parasitario del Estado. Según este autor, el Estado parasitario constituye un tipo aún no estudiado por los especialistas, que se caracteriza por los siguientes rasgos: 1) es un país improductivo que se empobrece mientras gasta más de lo que tiene; 2) vive a costas del resto del mundo a la vez que su burguesía posee activos en el exterior superiores a la deuda del Estado; 3) condena a sus mayorías a la miseria, a pesar de la sobreabundancia de recursos de la economía argentina; y 4) padece de crisis de gobernabilidad que emparientan a este Estado parasitario con la variedad de los Estados fallidos o colapsados (29). Agrega Escudé que el Estado fallido y parasitario argentino no es el producto de la perversión de un gobierno de turno sino el de un proceso de degradaciones sucesivas del orden constitucional, cuya fecha de inicio fue la del golpe de 1930. Dicho proceso tuvo tres elementos distintivos: a) el dominio de una clase política delictiva, asociada a ciclos de vaciamiento financiero o de redistribución regresiva de la riqueza en los años 1975, 1982, 1985, 1989 y 2001-2002; b) la emergencia de poderes de veto a las acciones de los gobiernos (como, por ejemplo, las Fuerzas Armadas y la cúpula sindical); y c) a emergencia de “instituciones subterráneas” que tuvieron mayor poder que las legalmente establecidas en la Constitución (como, por ejemplo, el aparato del Partido Justicialista o el consenso entre gobernadores provinciales, un mecanismo de resolución de la crisis de gobernabilidad posterior a diciembre de 2001 no establecido por la Carta Magna). 27 Corigliano, Francisco, “La política exterior del gobierno de María Estela Martínez de Perón (1° de julio de 1974 al 24 de marzo de 1976): los lineamientos de cambio y de continuidad respecto de la política exterior del gobierno de Juan Perón”, Tesis de Doctorado, Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires, diciembre 2002, 28 Escudé, Carlos, El Estado parasitario: Argentina: ciclos de vaciamiento, clase política delictiva y colapso de la política exterior, Buenos Aires, Ediciones Lumiere, 2005. 29 Ibid., pp. 34 y 47. 19 Todos estos elementos constituyen síntomas de la progresiva pérdida de gobernabilidad, cuyo correlato es lo que Escudé dramáticamente llama la “muerte de la política exterior”, fenómeno que, como él mismo aclara, constituye más una agonía que una muerte súbita. Ante la creciente ingobernabilidad global y crisis de las grandes organizaciones intergubernamentales (FMI, OTAN afectada por las divisiones que entre sus miembros causó la segunda guerra del Golfo; y la ONU salpicada por el escándalo del programa petróleo por alimentos en Irak y fuertemente dividida por la delicada cuestión de la reforma del Consejo de Seguridad); y frente a un escenario interno de progresivo achicamiento de la clase media, creciente poder de extorsión al Estado por parte de los piqueteros y tenedores de planes asistenciales -actores que ocupan el vacío dejado por los sindicatos en un contexto social mayoritariamente signado por la desocupación-, los gobiernos argentinos posteriores a la crisis de diciembre de 2001 no pueden retomar el camino del “realismo periférico” transitado en la década de 1990. En reemplazo de ese sendero, adoptan el omnibalancing: viran de táctica permanentemente en función de equilibrios de poder interno, que si no se atienden pueden conducir a la caída del gobierno de turno, como le pasó a Rodríguez Saá. Renuncian a los lineamientos de política de mediano y largo plazo para cuidar la gobernabilidad en el corto plazo. En síntesis, exacerban el vínculo entre política interna y política exterior, subordinando la última a los caprichos de la primera (30). 30 Ibid., Capítulo III, pp. 117-118 y 121.