Universidad de Chile Facultad de Filosofía y Humanidades Escuela de Postgrado AL-FARABI, PENSADOR DE LOS MEDIOS Elementos para una arqueología del sujeto en la época de la “gubernamentalidad”. Tesis para optar al grado de Doctor en Filosofía con mención en Filosofía Moral y Política. Profesor Patrocinante: Pablo Oyarzún Robles Doctorando: Kamal Cumsille Marzouka Santiago, Abril de 2013. AGRADECIMIENTOS A Pablo Oyarzún Robles, quien como director de esta tesis, se dio el tedioso trabajo de leer todos y cada uno de los capítulos aquí contenidos, haciendo agudas observaciones que posibilitaron el desarrollo de una investigación aceptable. A la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile-CONICYT, que financió mi doctorado. A mis padres, Esperanza y Guillermo, cuyo apoyo ha sido fundamental en mi dedicación a este oficio. A mis colegas del Centro de Estudios Árabes, especialmente a los profesores Marcela Zedán y Eugenio Chahuán, quienes han prestado un apoyo fundamental, sobre todo en lo que concierne a los aspectos filológicos de la tesis. A mi colega y amigo Rodrigo Karmy, con quien hemos abierto en conjunto la línea de investigación en que se inserta la presente tesis, y con quien he compartido largos años de investigación y discusión conjunta de ideas, que incluso se verán reflejados en la tesis. A la profesora Alessandra Beccarisi y a todos los amigos y profesores de la Universidad de Lecce, que durante mi estancia allí en 2010, enriquecieron de sobremanera el desarrollo de esta investigación. A mi amiga Fabiola Samhan, sin cuya ayuda el texto de esta tesis habría sido ilegible. A Viviana, que me ha dado la vitalidad y el ánimo necesarios para llegar a puerto en una empresa como esta. 2 INDICE Introducción, 4 Capítulo I: Gubernamentalidad, sujeto y verdad: esbozos de un diagnóstico del presente, 13 Capítulo II: Al-Farabi, el inicio de un nuevo modo de pensar, 52 Capítulo III: Una lectura de La Ciudad ideal, 87 Capítulo IV: Felicidad y verdad: El libro sobre la Información del camino de la felicidad, 171 Conclusiones, 196 Glosario de conceptos relevantes en árabe, 206 Bibliografía, 208 3 Introducción Lo que en esta tesis queremos proponer es que, Al-Farabi resulta un pensador decisivo para los problemas presentes expresados en el diagnóstico foucaultiano de la “gubernamentalidad”, en cuanto presenta, desde la misma herencia aristotélica, una concepción totalmente diferente del hombre, y por lo tanto del sujeto y su relación con los otros, y en general, lo otro, todo cuerpo que nos interpela; es un modo diferente de concebir la existencia sensible. De hecho, una de las vías que ha seguido este diagnóstico foucaultiano es la del filósofo italiano Giorgio Agamben, haciendo a lo largo de toda su obra, referencia a filósofos tanto árabes como judíos, lo que no es un mero gesto erudito, sino que son referencias que resultan fundamentales para sus planteamientos. Y la presente investigación, en cierta medida se inserta en esa vía que Agamben abre como posibilidad al evocar a Averroes y el averroísmo como contraparte del paradigma a través del cual se ha constituido al sujeto en occidente. Sin embargo, para Agamben, la evocación de Averroes y el averroísmo, no se trata simplemente de un autor o una corriente de pensamiento, sino que “averroísmo” para Agamben tiene un sentido muy preciso, tal como lo expresa en el estudio introductorio al libro de Emanuele Coccia sobre la temática: “Para definir el averroísmo no basta con la proposición subversiva «no soy yo quien piensa lo que pienso», sino que es preciso agregarla al apéndice igualmente inopinado: «pienso irregularmente, con agujeros, con intermitencias»” 1, en este sentido dirá Agamben, “son averroístas todos los que, desde Dante hasta Spinoza, desde Artaud hasta Heidegger, han suscrito esta tesis” 2. En definitiva, tanto Agamben, como Foucault, y ambos herederos de Heidegger, ven la necesidad de interrogar la imagen del hombre a través de la cual se nos ha constituido como sujetos históricamente. La versión foucaultiana de esta interrogante está en sus 1 Coccia, Emanuele. Filosofía de la imaginación. Averroes y el averroísmo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008. P. 15 2 Ibídem. 4 últimos trabajos, tanto sus cursos, conferencias y artículos sobre la tarea de la filosofía como una ontología del presente, así como sus últimas investigaciones sobre las técnicas de sí en la antigüedad. La versión agambeniana de esta posibilidad, está en su concepto de inoperosidad –en desarrollo-, de ausencia de obra, como forma de pensar al hombre, en la potencia que le es propia y que ninguna identidad puede reducir, frente a la manera en que la gubernamentalidad dispone de las poblaciones. Y es en ello, en la lectura que Averroes habría tenido de Aristóteles, y en lo que posteriormente se conocerá como el averroísmo, en donde Agamben rastrea las posibilidades de un pensamiento que sea capaz de interrogar la categoría de potencia. Este es uno de los principales aportes filosóficos que Agamben trae a la reflexión sobre la gubernamentalidad, porque al interrogar la categoría de potencia y ubicarla como centro del modo de ser del hombre, no permite que se agote su ser en común bajo ninguna forma, ya que como infinidad de formas hay, infinidad de formas el hombre puede recibir. Emanuele Coccia, en su reciente libro La vida sensible, reclama la posibilidad de una filosofía que sea capaz de dar autonomía ontológica a los medios, que es algo que viene de la interrogante agambeniana, pero que va más allá, ya que su idea es, bajo la misma línea de un pensamiento de lo posible, no asignar esta condición sólo para la vida humana, sino para lo sensible en general, lo que equivale a decir que no solo la vida humana es inoperosa, como diría Agamben, sino la vida como tal. Ahora, lo que justamente se puede extraer de Al-Farabi, quien además inicia la tradición de pensamiento en la que se forma Averroes, es que no solo el hombre, sino lo vivo, la vida, el viviente, son así de tal forma potenciales. En realidad, la génesis de esa línea filosófica bajo la que piensan Agamben y Coccia, que reivindican como averroísmo, está en AlFarabi, quien fuera el Segundo Maestro para todos los filósofos que –sean judíos, cristianos o musulmanes- escriben en árabe entre los siglos IX y XIII. Así también, Al-Farabi, en tanto iniciador de la tradición de la que se desprende Averroes y por tanto el averroísmo -lo que en términos de Agamben, no es una escuela de pensamiento sino una línea de fuerza en filosofía-, es quien da comienzo a ese modo de mirar, y por lo tanto de leer el legado filosófico antiguo, al margen de los dogmas de la fe, incluso llegando a la pregunta por el propio sujeto de fe (en el sentido que 5 se pregunta por cómo tiene lugar ley, cómo se inculca en los sujetos, y por qué estos obedecen, y también, por qué podrían no obedecer). Lo que significa que la génesis de ese pensamiento que posibilita el mantener a la potencia como irreductible al acto y otorgar autonomía ontológica a los medios, no se ubicaría en Averroes, sino en quien fuera para este mismo, la segunda autoridad filosófica después de Aristóteles, es decir, Abu Nasr Al-Farabi. Y es por ello, porque el modo de pensar que inicia Al-Farabi está siendo evocado hoy en relación a la discusión sobre la gubernamentalidad -a través de Averroes, en tanto proporcionaría los elementos para otra posible imagen del hombre-, que nos sentimos legitimados para proponer que Al-Farabi resulta un pensador decisivo para aquel diagnóstico foucaultiano en la medida en que: es en Abu Nasr donde podemos encontrar un pensamiento de lo posible, donde la potencia tiene su propio rango de modo de ser, y por lo tanto, hay una autonomía ontológica de los medios, donde las potencias del hombre (nutritiva, sensitiva, imaginativa y racional) adquieren sólo ese carácter, el de potencias que necesitan de la intervención de fuerzas exteriores para ser actualizadas, y que son puros medios, y este es el caso del deseo, de la potencia del pensamiento y del ethos. Así, nuestra hipótesis de trabajo consistirá en problematizar la idea de un sujeto de creencia, cognoscente, de interés y de deseo, a través de una propuesta filosófica (la de Al-Farabi) que dé rango ontológico a los medios, y en ese sentido sea capaz de pensar el problema de la circulación, del flujo, que es de lo que se ocupa el gobierno. El tema como lo esboza Foucault, veremos que se trata de una tecnología política dirigida hacia el medio y a gobernar el deseo. Justamente, nuestros estudios sobre Al-Farabi, consisten en desprender de su pensamiento, la posibilidad de una filosofía que piensa “lo que es” desde los medios que lo constituyen y lo mueven, y en este sentido, sería una manera de corresponder filosóficamente a la dominación ejercida por esta tecnología política dirigida al medio. Por otro lado, en cuanto la gubernamentalidad, tal como veremos que la describe Foucault, gobierna el deseo de los individuos expresado en un interés –el gobierno es lo que manipula intereses dirá-; por el contrario veremos que Al-Farabi nos presenta un deseo cuya estructura lo hace ingobernable, esto es, que no se pueda gobernar, en tanto no se trata de un 6 deseo que pueda ser campo de intervención de ningún poder, en la medida en que no pertenece al hombre como sujeto, y no existe sino sólo para hacernos tender hacia los objetos que nos son propios. Es decir, si Al-Farabi es un pensador decisivo para el problema de la gubernamentalidad, es porque de él podemos desprender un pensamiento de los medios, y por lo mismo, desprender de allí una imagen del hombre que desarticule la serie: sujeto de creencia-conciencia-deseo-interés, que es en definitiva, la imagen del hombre que ha hecho posible los dispositivos y razón gubernamentales. Hemos señalado que, nuestra investigación se inserta en la vía abierta por Agamben, en cuanto, en el marco de sus investigaciones sobre la gubernamentalidad, evoca el averroísmo como una fuerza en filosofía que, podría constituir una contrapartida a la constitución de sujeto que ha requerido la razón gubernamental. Sin embargo, en cuanto nuestra tesis se dirige a situar en Al-Farabi la génesis del modo de pensar “averroísta”, hay una deuda metodológica fundamental tanto de esta tesis, como de las investigaciones de Agamben, hacia las lecturas de Leo Strauss acerca de la filosofía árabe, sobre todo porque el horizonte sobre el que se plantean dichas lecturas, es en el de la confrontación de la filosofía con la ley, y de este horizonte se desprende el método straussiano de la lectura entre líneas, o lo que él mismo llama, la “enseñanza esotérica” de los textos3. Señalada la deuda, expondremos brevemente en qué consiste esto que Strauss llama la “lectura entre líneas”. Una de las tesis que ha revolucionado el campo de estudio de la filosofía política, es la de Leo Strauss basada en la distinción entre enseñanza exotérica y esotérica, 3 En un interesantísimo ensayo sobre el problema de la Ley en Walter Benjamin, Agamben deja entrever esta deuda filosófica con respecto al trabajo de Strauss: “Una investigación tal deberá ser entendida, a su vez, como una contribución a aquella historia de las difíciles relaciones entre la Filosofía y la Ley que Leo Strauss intentó delinear a lo largo de todas sus obras. No se trata aquí simplemente de un problema de filosofía política en sentido estricto, sino de una cuestión crucial que tiene que ver con la existencia misma de la filosofía en su relación con el entero texto codificado de la tradición, ya se trate de la shari’a islámica, de la halajá judía o del dogma cristiano. La filosofía está siempre ya constitutivamente en relación con la Ley y toda obra filosófica es siempre, precisamente, una decisión con respecto a esta relación”. (Agamben, Giorgio. “El Mesías y el soberano. El problema de la Ley en Walter Benjamin”. En Agamben, G., La potencia del pensamiento. Ensayos y conferencias. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2007.p.324). En 1970, Michel Foucault, en su primer curso dictado en el Colegio de Francia titulado Lecciones sobre la voluntad de saber, dirá que el horizonte de sus investigaciones consiste “en señalar la función y evaluar el efecto de un discurso de verdad en el discurso de la ley”. (Foucault, Michel. Lecciones sobre la voluntad de saber. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2012. P.18.) 7 tanto así que ha llegado a concebirse como una especie de “hermenéutica straussiana”. Además de su lugar como uno de los más influyentes teóricos políticos contemporáneos, e incluso, más allá de la conocida corriente de straussianos que actualmente se desempeñan, en su mayoría, como profesores en departamentos de ciencia política estadounidenses y canadienses; esta célebre tesis de Strauss ha sido asumida por un número no menor de investigadores dedicados a las filosofías clásica y medieval (sobre todo islámica y judía); así como para importantes filósofos actuales, cuando del problema teológico-político se trata. La tesis central ya está esbozada desde Filosofía y Ley, el primer libro del autor, publicado en 1935, pero cobra su forma ya más acabada en su afamado Persecución y arte de escribir de 1952, donde se enuncia así: “La expresión «escribir entre líneas» indica el tema de este artículo. Pues la influencia de la persecución sobre la literatura consiste precisamente en que obliga a todos los escritores que sostienen puntos de vista heterodoxos a desarrollar una peculiar técnica de escritura, la técnica que tenemos en mente al hablar de escritura entre líneas” 4. Esta tesis, constituye el núcleo central del citado libro, cuyo propósito según el autor, es el de proporcionar materiales que contribuyan a una futura sociología de la filosofía. Este propósito, surge de un cuestionamiento del autor respecto a la sociología del conocimiento como disciplina adecuada para comprender el contenido de verdad y las condiciones de aparición de determinadas filosofías. “La sociología del conocimiento –escribe Strauss- irrumpió en una sociedad que creía por garantida la armonía esencial entre el pensamiento y la sociedad o entre el progreso intelectual y el progreso social. Le concernía más la relación de los diferentes tipos de pensamiento con los diferentes tipos de sociedad, que la relación fundamental del pensamiento como tal con la sociedad como tal. No vislumbró un grave problema práctico en esta relación fundamental. Propendía a ver, en las diferentes filosofías, exponentes de sociedades diferentes o clases o espíritus étnicos. Fracasó al considerar la posibilidad de que todos los filósofos formen una clase por sí mismos, o de que lo que una a todos los filósofos genuinos sea más importante que lo que 4 Strauss, Leo. “Persecución y arte de escribir”. En Persecución y arte de escribir y otros ensayos de filosofía política. Ediciónes Alfons el Magnanim, Valencia, 1996.p.76. 8 une a un filósofo con un grupo particular de no-filósofos. Este fracaso puede explicarse directamente por la inadecuación de la información histórica sobre la que el edificio de la sociología del conocimiento se ha erigido” 5. La motivación por la necesidad de una sociología de la filosofía, le surgió al autor mientras estudiaba las filosofías medievales islámica y judía. El problema que vislumbró allí Strauss, era que no se podía estudiar las mencionadas filosofías con los mismos criterios que se estudiaba la escolástica cristiana, ya que mientras en este último caso, la filosofía había sido asumida (y en cierta manera absorbida) como disciplina necesaria para una adecuada formación en la teología oficial, en el caso del judaísmo la teología rechazaba la filosofía, y en el caso del Islam, los filósofos eran para los teólogos, por decir lo menos, hombres sospechosos de difundir enseñanzas que confundían sobre asuntos fundamentales a quienes no tuvieran bien afirmada su fe, ni una formación sólida en la Ley divina. A la luz de este conflicto entre la filosofía y la Ley, que había sido profundamente trabajado en su primer libro, Strauss desprende que los filósofos islámicos y judíos de la Edad Media, debieron hacer uso de la escritura entre líneas para mostrar a través de la enseñanza exotérica su acuerdo con las opiniones generalmente aceptadas, y ocultar con una enseñanza esotérica sus puntos de vista heréticos sobre asuntos fundamentales. El principal criterio que usa nuestro autor para advertir la presencia de ciertas tesis heréticas en los escritos de pensadores en contextos de persecución, es que si encontramos “dos tesis contradictorias estamos legitimados para presumir que la tesis más secreta, o sea, la que aparece con menos frecuencia, representa la auténtica posición del autor”6. Quien más llama la atención de Strauss a este respecto es Al-Farabi (870-950 d.c), y su tratado dedicado a exponer la filosofía de Platón. En primer lugar, porque en su Platón, es decir, utilizando a otro hombre como portavoz, es donde según Strauss, el filósofo árabe expone de manera más abierta su pensamiento. Además, la intención de presentar una enseñanza oculta en el Platón, se advierte según Strauss, ya desde el lugar que ocupa aquel pequeño tratado en la obra mayor de la que es 5 Ibid.p.p.57-58 Strauss, Leo. “Sobre un modo olvidado de escribir”. En ¿Qué es filosofía política?. Guadarrama, Madrid, 1970.p.314 6 9 parte. Hace notar que el Platón Al-Farabi constituye la segunda parte (y por lo tanto, menos expuesta) de una obra tripartita dedicada a la unidad de los propósitos de Platón y Aristóteles, de la cual es también la parte más breve. En segundo lugar, este texto interesa también a Strauss, porque en él, el mismo Al-Farabi hace mención al hecho de que en época de Platón los filósofos corrían peligro por sus enseñanzas, y en consecuencia le fue necesario escribir de manera que ocultara lo que realmente pensaba sobre asuntos fundamentales, a través del uso de símbolos y enigmas. “Lo que Al-Farabi indica respecto al proceder de los verdaderos filósofos –escribe Strauss-, se confirma por la cantidad de advertencias sobre la distinción filosófica entre la enseñanza exotérica y la esotérica que aparecen en los escritos de sus sucesores. El Platón de Al-Farabi nos informa de la más obvia y cruda razón porque esta anticuada u olvidada distinción era necesaria. La filosofía y los filósofos estaban en «grave peligro». La sociedad no reconocía el derecho a filosofar. No había armonía entre la filosofía y la sociedad” 7. Así, en la presente tesis, asumimos el horizonte foucaultiano de la gubernamentalidad en cuanto a la búsqueda de una contrapartida en cuanto a la constitución del sujeto, y lo hacemos a través del método straussiano, pero tal como lo asume Agamben, esto es: siendo toda obra filosófica una decisión con respecto a la Ley, aquí se trata de que las obras filosóficas de Al-Farabi son una decisión de confrontación con el sujeto constituido por la revelación, y en este sentido, en cuanto génesis del averroísmo como otra recepción de Aristóteles (o más ampliamente del legado clásico), se trata de desprender desde el modo de pensar iniciado por Al-Farabi, una filosofía pagana que permita pensar al hombre al margen de la teología y sus saberes herederos8. El primer capítulo de esta tesis, tiene como propósito, dar cuenta de los rasgos fundamentales del diagnóstico foucaultiano expresado en el neologismo de la “gubernamentalidad”, así como llegar al trazado de la constitución de sujeto que la hace posible (la serie sujeto-de-creencia-conciencia-interés) de manera de plantear 7 Strauss, L. Persecución…, Op.cit.p.69 Hemos visto cómo según Strauss, en el occidente latino la filosofía es absorbida por la teología. Veremos en nuestro primer capítulo, en qué sentido Foucault establece una especie de continuidad entre el sujeto de la teología y el del pensamiento moderno, y también veremos una mayor fundamentación –desde Coccia- de porqué las ciencias sociales serían saberes herederos de la teología. 8 10 la necesidad y posibilidad de pensar una contrapartida a dicha construcción, la cual hemos situado en Al-Farabi. En el segundo capítulo, trazamos un panorama general sobre el modo de pensar que inaugura Al-Farabi. Allí, nos dedicamos fundamentalmente a examinar cómo, tanto el filósofo, como sus tesis plasmadas en sus sucesores, son condenadas, tanto en el propio contexto del Islam clásico, así como en el medio evo latino. La segunda parte del capítulo, que ocupa más de la mitad, se dedica a aclarar algunas cuestiones sobre la filosofía árabe en general que, hemos agrupado bajo el rótulo de “prejuicio straussiano”, ya que cada una de estas cuestiones se encuentra enunciada en una extensa cita de un ensayo de Leo Strauss. Ello nos sirve para reforzar la tesis de la presencia en Al-Farabi de una filosofía pagana, y también para esbozar la manera en que desde la filosofía de nuestro autor, podemos desprender una contrapartida a la constitución de sujeto de la gubernamentalidad, en la medida en que se trata de un sujeto que funda su experiencia en otro cogito y en otra manera de concebir lo sensible. El tercer capítulo, trata de un estudio detallado de una de las obras más importantes de Al-Farabi, a saber, La ciudad ideal. Se trata del capítulo más extenso de la tesis, pues es donde se encuentra el núcleo de la concepción de Al-Farabi acerca del sujeto, sus potencias y cómo estas operan. Así, el estudio de La ciudad ideal se ha dividido en tres partes: cosmológica, noética y política. En la parte cosmológica, hemos podido ver que la imagen del hombre de Al-Farabi, consiste en la de un viviente cuya diferencia con el animal es solo de grado y no de naturaleza, y que al igual que todos los cuerpos de la esfera de debajo de la luna, tiene existencia a partir de una “materia común” que es la posibilidad de todos los cuerpos. La parte noética, al darnos cuenta de la concepción de Al-Farabi acerca de las potencias humanas, es el lugar de la obra en que presenta de manera más clara su ontología de los medios. La existencia de las cosas, así como su conocimiento por parte nuestra, no tienen lugar si no es por la acciones de “potencias auxiliares” (el deseo y el pensamiento) que son medios puros que actúan solamente en razón de ayudarnos a “usar” los objetos que nos son propios. Hablamos de uso puesto que, el devenir intelecto en acto de nuestro intelecto material en potencia es llamado por nuestro 11 autor ‘aql al mustafad, tradicionalmente entendido y traducido como “intelecto adquirido”, para el que nosotros hemos propuesto la traducción de “intelecto que usa”. En la parte política, hemos visto cómo Al-Farabi resuelve el problema de la profecía en política, reforzando así la tesis de que se trata de una filosofía pagana, y también es el lugar donde podemos ver el horizonte cosmopolita planteado por nuestro autor en su idea de una comunidad universal de todos los hombres, dada por el conocimiento de la felicidad, independiente de la lengua y la ley religiosa de que se trate. Finalmente, el cuarto capítulo, se dedica al comentario de un breve tratado de AlFarabi titulado Libro de la información sobre el camino hacia la felicidad, el cual tiene por objeto desprender el sentido ético y práctico de la ontología farabiana de los medios. Así, a las potencias auxiliares del deseo y el pensamiento, se viene a agregar una tercera el ethos, julq que, se trata de la potencia que nos orienta al actuar en dirección a la búsqueda de la felicidad. En la medida en que la felicidad se conoce a través de los inteligibles perfectos ofrecidos por el intelecto agente, que son comunes, y el pensamiento a través del que los conocemos se trata de un “uso”, entonces hablamos en Al-Farabi de una “ética del uso de lo común”. 12 Capítulo I Gubernamentalidad, sujeto y verdad: esbozos de un diagnóstico del presente 1. Foucault: la “gubernamentalidad” y las relaciones entre sujeto y verdad La problemática del gobierno, de lo que Foucault llamará “gubernamentalidad”, se inserta en su trabajo desde la cuarta lección de su curso de 1978, en el que se proponía continuar con el análisis del ‘biopoder’, luego de venir concluyendo su ciclo anterior: Defender la sociedad (1976), con el tema de la biopolítica. Es entonces, en la cuarta lección de Seguridad, territorio, población (1978), que aparece la problemática del gobierno de los hombres, la cual en todo su trabajo sucesivo será central. El biopoder y la biopolítica son nociones que Foucault ya había planteado hacia el final de Historia de la sexualidad 1.- La voluntad de saber (1976): “Durante milenios, el hombre siguió siendo lo que era para Aristóteles: un animal viviente y además capaz de existencia política; el hombre moderno es un animal en cuya política está puesta en entredicho su vida de ser viviente. (…) Habría que hablar de biopolítica para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana” 9. Y enunciando lo mismo, pero en otras palabras, terminaba su curso del mismo año: “Me parece que uno de los fenómenos fundamentales del siglo XIX fue y es lo que podríamos llamar la consideración de la vida por parte del poder; por decirlo de algún modo, una especie de ejercicio del poder sobre el hombre en cuanto ser viviente, una especie de estatización de lo biológico o, al menos, cierta tendencia conducente a lo que podría denominarse la estatización de lo biológico”.10 Luego, en 1978, consagra como la temática del curso el análisis del biopoder -del cual en su cuarta lección desprenderá la problemática sobre el gobierno, la gubernamentalidad-, entendiéndolo como: “el conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que, en la especie humana, constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general de poder; en otras palabras, 9 Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 1.- la voluntad de saber. Argentina: Siglo XXI Editores, 1977.p.173 10 Foucault, Michel. Defender la sociedad. Fondo de Cultura Económica. Argentina, 2000.p.217 13 cómo a partir del siglo XVIII, la sociedad, las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana”11. De modo que la problemática de la “gubernamentalidad”, se desprende de una discusión de Foucault en torno a una noción –la de biopolítica- que no durará mucho en su léxico (desplazándose a hablar de dispositivos de seguridad), pero que es importante como diagnóstico que acompaña a lo que será la gubernamentalidad. Es cierto que se ha hecho casi una línea de investigación independiente, que incluso abarca desde la pedagogía a la ciencia política, la sociología, los estudios de género, culturales e incluso parte de la filosofía, haciendo biopolítica sobre diversas temáticas; asimismo, se ha hecho de ella casi una categoría de uso ideológico; pero lo cierto es que como concepto o noción, las ideas de biopoder o biopolítica indican algo que no se puede excluir de la reflexión política de nuestra época y, sobre todo, de lo que posteriormente será lo que predominará la reflexión foucaultiana –la problemática del gobierno-, a saber: la preocupación político-estatal por la vida biológica de los individuos. La biopolítica es algo tan simple y tan esencial para esta época como lo es que el Estado se preocupe por la vida de sus ciudadanos, por la conservación de la vida biológica, por su salud, por su natalidad o mortalidad, causas y medidas de prevención, extensión de la esperanza de vida, es decir, de la longevidad, la reproducción, etc. Estos temas que novedosamente, como indica Foucault, comienzan a formar parte de la preocupación de los estados a partir del siglo XVIII, esto es, el hecho que el control sobre estos temas pase a formar parte de las tareas que se da un estado, y que es una particularidad de la política moderna, para Foucault habría que ponerlos bajo la categoría de biopolítica o biopoder, poder sobre la vida. Desde el comienzo del curso de 1978, a esta forma de poder la inscribirá dentro de una matriz de ejercicio del poder que difiere tanto del poder soberano, como del disciplinario, y se trata de los “dispositivos de seguridad”, y serán los rasgos de estos dispositivos (como modos de operar), junto a la emergencia del fenómeno de 11 Foucault, Michel. Seguridad, territorio, población. Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2006. p.15 14 la población (como sujeto-objeto productivo de gobierno), que en la mentada cuarta lección –también apartada como ensayo titulado “La gubernamentalidad”producirán el desplazamiento del tema de la biopolítica a la problemática del “gobierno”: “Cómo gobernarse, cómo ser gobernado, cómo gobernar a los demás, por quién se debe aceptar ser gobernado, cómo ser el mejor gobernante posible” 12 Las anteriores serán las preguntas que, según el autor, van a constituir la inquietud central de la literatura política europea desde el siglo XVI (que como teoría se mantuvo bloqueada hasta el siglo XVIII), y que darán lugar a una creciente “gubernamentalización de las relaciones de poder”, característica clave de la política moderna, nuestra política. A partir de estas preguntas que focalizan la problemática del gobierno, Foucault en aquella clase denominada “La gubernamentalidad”, se propone hacer el inventario de la problemática. Por cierto, como el proyecto foucaultiano trata finalmente sobre las relaciones entre el sujeto y la verdad, de la historia de las veridicciones 13, entonces este inventario consiste, sobre todo, en identificar las condiciones que hacen que una determinada cosa, en una determinada época, se convierta en una problemática. Por otro lado, como se trata de las condiciones de veridicción de un asunto bien preciso, como es el tema del gobierno en todos sus niveles y dentro de todos estos niveles, lo que le interesa mostrar a Foucault es identificar cómo desde entonces, el gobierno en su forma política, esto es, el gobierno del Estado adquiere diferentes preocupaciones, diferentes ideas sobre el buen gobierno (que ha sido siempre la pregunta de la filosofía política), por lo tanto, diferentes maneras de operar y actuar sobre los individuos, un modo de operar que, como veremos, no es posible si no es a partir de una imagen específica del sujeto, o bien, una imagen 12 Foucault, Michel. “La gubernamentalidad”; en Ensayos sobre biopolítica. Gabriel Giorgi y Fermín Rodriguez (comps.). Buenos Aires: Paidós, 2007.p.188 13 Con la expresión “historia de las veridicciones”, Foucault quería señalar la historia de las “posibilidades de verdad” de las cosas. Las condiciones de posibilidad para un asidero de las cosas como verdaderas. La veridicción es aquello que en La arqueología del saber es llamado la positividad de un discurso. las positividades dice: “Son aquello a partir de lo cual se construyen proposiciones coherentes (o no), se desarrollan descripciones más o menos exactas, se efectúan verificaciones, se despliegan teorías. Forman lo previo de lo que se revelará y funcionará como un conocimiento o una ilusión, una verdad admitida o un error denunciado, un saber definitivo o un obstáculo superado”. (Foucault, Michel. La arqueología del saber. Argentina: Siglo XXI, 2004.p.305). 15 específica del hombre que constituye a un sujeto. Veamos pues, brevemente, este inventario que Foucault nos presenta de la problemática del gobierno en el texto aludido. Desde el siglo XVI, dice, hasta fines del siglo XVIII, se dio en Europa toda una literatura sobre las “artes de gobernar”, que se alejaba de los clásicos “espejos de príncipe” y de su objetivo inicial. Estos tratados, nos dice Foucault, ya no se referían a las “artes de gobernar”, como la relación de equilibrio que debiera mantener un príncipe con sus súbditos para preservar su lealtad y, así, garantizar su soberanía sobre el territorio que abarca su principado. En esta literatura, el gobierno será entendido de otra manera. En este cuerpo de textos que el filósofo francés denomina como anti-Maquiavelo (en cuanto éste representaría la culminación de la teoría de la soberanía y no, como se suele decir, un pensador que da inicio a la modernidad política), es donde verá que esa “otra cosa” que van formulando esos tratados sobre las “artes de gobernar”, es el gobierno entendido como una tecnología política. En la formulación de las preguntas que constituyen la problemática, Foucault en se refiere a la diversidad de situaciones y, por lo tanto, niveles que abarca este asunto del gobierno, gobierno de sí mismo, de las almas (que ha constituido el problema de la pastoral católica y protestante), de los niños (la pedagogía), y finalmente, de los Estados14. Este fenómeno se daría por el cruce de dos procesos: 1. La instalación de los grandes estados territoriales, administrativos, coloniales 15. 2. Los procesos de Reforma y contra-reforma, que van a poner en cuestión la manera bajo la cual se quiere ser dirigido espiritualmente hacia la salvación 16. El cruce consistiría en, por un lado, concentración territorial y, por otro, disidencia religiosa. 14 Foucault, M. “La gubernamentalidad”, En Obras esenciales, Barcelona: Paidós Ibérica, 2010. Ibíd. 838 16 Ibídem 15 16 Para Foucault, es tan significativa la etiqueta de literatura “anti-Maquiavelo” que para identificar ciertos puntos relativos al gobierno del Estado en este cuerpo de textos, lo hace justamente oponiéndolos a El Príncipe. De hecho algunos de los textos que cita se subtitulan “contra Maquiavelo”, así como en el siglo XIII se había hecho moda en la escolástica latina subtitular los tratados sobre el intelecto como “contra Averroes” o “contra averroístas” 17. En este sentido, tampoco es casualidad que esta literatura anti-Maquiavelo provenga, como nos dice Foucault, principalmente de medios católicos. Bueno, ¿qué es lo que se encuentra en esta literatura anti-Maquiavelo y cuáles son los puntos relativos a la nueva tecnología política del gobierno, que Foucault desprende de su oposición a El Príncipe de Maquiavelo? “En primer lugar, por un principio: en Maquiavelo el príncipe está en relación de singularidad, de exterioridad, de trascendencia con respecto a su principado. El príncipe de Maquiavelo recibe su principado, sea por herencia, sea por adquisición, sea por conquista; de cualquier modo, no forma parte de él, le es exterior. El vínculo que le une a su principado es o bien de violencia, o de tradición, o incluso un 17 Sobre este asunto volveremos en el siguiente capítulo. El tema de un posible averroísmo en Maquiavelo es algo por estudiar, pues como veremos en el segundo capítulo, así como hay querella de la escolástica contra Averroes por un tema de principios morales, en cuanto a constitución de sujeto, asimismo hay una querella contra Maquiavelo por el tema del arte de gobernar, digamos, en Averroes-Maquiavelo tendríamos un cruce muy interesante de ataques desde el pensamiento teológico o técnico, uno en el siglo XIII y el otro en el siglo XVI, en que ambos son atacados, desde diferentes medios, el primero por la fragilidad del pensamiento en cuanto exterior al hombre siendo un problema para la constitución de principios morales y, el otro, por la fragilidad sobre la que se sostiene la relación del príncipe con su principado, en realidad la fragilidad de la política, siendo un problema para el gobierno entendido como orden de las cosas que se encuentran bajo jurisdicción de un estado. El paralelo que ya ha sido establecido entre él e Ibn Jaldún, quien es heredero de la misma tradición de Averroes, puede decir algo (Véase: Rosenthal, Erwin. El pensamiento político en el Islam medieval. Madrid: Revista de Occidente, 1967; y Laroui, Abdallah, El islam árabe y sus problemas. Barcelona: Península, 1996 ). Sin embargo, en cuanto a relaciones más directas entre Maquiavelo y el averroísmo hay dos pistas que habría que seguir, ambas de Paul Rahe, son un artículo y un libro. El artículo: “In the Shadow of Averroes: Machiavelli and the Question of Civil Religion”. Annual Meeting of the American Political Science Association, August 30th-September 2nd, 2007. En la introducción de su libro Against Throne and Altar: Machiavelli and Political Theory Under the English Republic, llega incluso a sostener que si Maquiavelo es bien entendido, debe ser inscrito en la tradición de pensamiento iniciada por Al-Farabi: “I argue that, if he is properly understood, his political science must also be situated with regard to a conceptually powerful tradition of thought crafted in tenth-century Baghdad in response to the epochal political transformation that the emergence of universal, monotheistic religions equipped with clerical establishments brought about. This tradition, which reached Europe by Latin translation of works written by the Arab philosophers Al-Farabi, Avicenna, and Averroes and by Averroes fellow Cordoban Maimonides, provided Machiavelli with a point of departure”. Rahe, Paul. Against Throne and Altar: Machiavelli and Political Theory Under the English Republic, Cambridge University Press, 2008.p.2. 17 vínculo que ha sido establecido por la transacción de tratados y la complicidad o el acuerdo de otros príncipes, poco importa. De todos modos, es un vínculo puramente sintético: no hay pertenencia fundamental, esencial, natural y jurídica entre el príncipe y su principado. Exterioridad, trascendencia del príncipe, éste es el principio. Corolario del principio: en la medida en que esta relación es de exterioridad, es frágil, y no dejará de estar amenazada. Amenazada desde el exterior por los enemigos del príncipe que quieren tomar o retomar su principado; desde el interior igualmente, pues no hay razón a priori, razón inmediata para que los súbditos acepten la autoridad del príncipe. (…) este principado como relación del príncipe con sus súbditos y con su territorio es lo que se trata de proteger, y no directa o fundamentalmente el territorio y sus habitantes. El vínculo frágil del príncipe con su principado es lo que el arte de gobernar, el arte de ser príncipe presentado por Maquiavelo, debe tener como objetivo. (…) El príncipe de Maquiavelo, tal como se muestra en filigrana en estos diferentes tratados, explícita o implícitamente abocados al antimaquiavelismo, aparece esencialmente como un tratado de habilidad del príncipe para conservar su principado. Creo que este tratado de la habilidad del príncipe, del savoirfaire del príncipe, es lo que la literatura antiMaquiavelo quiere sustituir por algo distinto, y en relación, de nuevo, con el que es un arte de gobernar: ser hábil en conservar su principado no es, en absoluto, poseer el arte de gobernar”18. A partir de este par de pasajes podemos identificar el primero de los puntos que las nuevas artes de gobernar tienen por objeto, atacar la fragilidad de una relación política en cuanto al gobierno de los hombres concierne. Se trata de eliminar la aparición de lo posible entre los cuerpos que son objeto de gobierno. Se trata, también, de internalizar el dominio, contra la relación de exterioridad que pudiera tener un príncipe con su principado - lo que implica, la no existencia de una razón a priori para obedecer-, las nuevas artes de gobernar oponen la internalización de la obligación de obedecer, con unas técnicas que consisten en hacer del gobierno algo natural, necesario, que fluye. En definitiva, lo que se proponían las artes de gobernar inscritas, según Foucault, en el anti-Maquiavelismo era reducir al máximo posible la fragilidad de la relación de gobierno y la posibilidad de no obedecer. Aún teniendo en cuenta el hecho de no existir una razón primordial para ello (la obediencia), estas artes intentaban gobernar no por medio de la imposición, sino por medio del “dejar hacer”, hacer que las cosas pasen, y administrar el pasar de las cosas. Este constituye, según Foucault, el principio del liberalismo, que es una condición fundamental para esta 18 Foucault, M. “La gubernamentalidad” (2010)… op.cit., p.840-841 18 nueva razón gubernamental. Esto implica tratar de administrar la libertad de los individuos a través de técnicas en lugar de restringirla a través de leyes. Por otro lado, estas artes de gobernar intentan sustituir lo que desde la antigüedad era visto como una de las principales virtudes políticas: la sabiduría de un gobernante y su habilidad en el manejo de los asuntos de su reino 19. Las artes de gobernar pretenden sustituir esta virtud política por una multiplicidad de técnicas de gobierno, que hagan que éste sea ejercido independientemente del rey, por lo tanto, que una cosa sea el orden de las cosas y otra la investidura de rey. ¿En qué consiste entonces el arte de gobernar, pregunta Foucault?, dirá él mismo que toda esta diversidad de autores “al tratar del arte de gobernar, recordarán del mismo modo gobernar una casa, niños, almas, una provincia, una orden religiosa, una familia” 20. Estas cuestiones, que “parecen de puro vocabulario, tienen de hecho implicancias políticas importantes.”21 En definitiva, se trata de una “pluralidad de formas de gobierno e inmanencia de prácticas de gobierno respecto del Estado, multiplicidad e inmanencia de estas actividades, que se oponen radicalmente a la singularidad trascendente del príncipe de Maquiavelo”22. Hay otro rasgo esencial de esta nueva razón gubernamental, que tiene que ver con una pregunta que finalmente resume la tarea esencial a la que intenta responder la cuestión de las artes del gobierno, ésta es: “¿cómo introducir la economía, es decir, la manera de administrar como es debido a los individuos, los bienes, las riquezas, cómo puede hacerse en el interior de una familia, cómo puede hacerlo un buen padre de familia que sabe dirigir a su mujer, a sus hijos, a sus sirvientes, que sabe hacer prosperar la fortuna de su familia, que sabe procurar para ella las alianzas convenientes, cómo introducir esta atención, esta meticulosidad, este tipo de relación del padre de familia para con ella en el interior del Estado? (…) La introducción de la economía dentro del ejercicio político: eso es, creo, lo que constituirá el desafío del gobierno”. 23 19 Veremos desde el próximo capítulo, cómo en Al-Farabi, lo más importante del gobernante excelente es una facultad superior sensible. 20 Foucault, Michel. “La Gubernamentalidad”. En Estética, Ética y Hermenéutica. Obras Esenciales Vol.III. Paidós, Barcelona, 1999. p. 180 21 Foucault, “La Gubernamentalidad” (2010), op.cit. p.841 22 Ibídem. 23 Ibíd., p.843 19 Según lo anterior, la brecha que en filosofía política recorre esta preocupación, se remonta incluso a Rousseau, cuando en su artículo “Economía Política”, se plantea la pregunta de cómo introducir en la administración del gobierno el prudente gobierno de la casa, que es lo que originariamente designaba el término “economía”, como el mismo Rousseau sostiene 24. De manera que si en el siglo XVI el término “economía” designaba una forma específica de gobierno, ya en el siglo XVIII llegará a constituir otra cosa, llegará a constituir ese nivel de realidad en el que pensaban los teóricos de estas artes desde el XVI, esto es: “un campo de intervención a través de una serie de procesos complejos y –dice Foucault- creo que absolutamente capitales para nuestra historia. En esto consiste, por tanto, lo que es gobernar y ser gobernado” 25. Sin embargo, es en las clases anteriores a la del primero de febrero de 1978 -“La gubernamentalidad”- donde, identificando los rasgos esenciales de los dispositivos de seguridad (nombre que definitivamente adoptará la biopolítica a lo largo del curso), y en el cruce de la emergencia no de la noción, sino de la realidad de la población, y de la economía que pasa de ser una forma de gobierno en el siglo XVI a designar un nivel de realidad en el XVIII, Foucault logra establecer el foco hacia el que se dirige esta nueva razón gubernamental como tecnología política. Esto es, logra establecer aquello de lo que debe ocuparse el gobierno según esta nueva razón gubernamental. Los principales rasgos que identifica de los dispositivos de seguridad son cuatro: 1. El tema de los espacios de seguridad, 2. Lo que llama “el tratamiento de lo aleatorio”, o bien, la gestión del acontecimiento, de lo impredecible; 3. La forma de normalización específica de la seguridad, que a él le parece muy diferente de la de la disciplina; 4. La correlación entre las técnicas de seguridad y la población como sujeto y objeto de estos dispositivos, esto es, analizar el surgimiento no solamente de la noción de población sino el surgimiento de la realidad de la población, se trata 24 25 Ibídem. Ibid.pp.843-844 20 de una realidad absolutamente moderna, que también concierne a los saberes y la teoría política desde el siglo XVIII. En lo que sigue, pretendemos ver cómo describe Foucault cada uno de estos rasgos y desprender de allí, un camino específico que concierne al problema de esta tesis: el problematizar la idea de un sujeto de creencia, cognoscente, de interés y de deseo, a través de una propuesta filosófica (la de Al-Farabi) que dé rango ontológico a los medios, y en ese sentido sea capaz de pensar el problema de la circulación, del fluido, que es de lo que se ocupa el gobierno. El tema como lo esboza Foucault, veremos que se trata de una tecnología política dirigida hacia el medio y a gobernar el deseo. Justamente, nuestros estudios sobre Al-Farabi, que suceden a este capítulo, consisten en desprender de su pensamiento la posibilidad de una filosofía que piensa las cosas desde los medios que las constituyen y las mueven y, en este sentido, sea capaz de corresponder filosóficamente a la dominación ejercida por esta tecnología política. También, consisten en la búsqueda de un deseo que no sea posible de gobernar, en tanto no se trata de un deseo que pueda ser campo de intervención de ningún poder, en la medida en que no pertenece al hombre como sujeto y no existe sino, solo, para hacernos tender hacia los objetos que nos son propios. Si Al-Farabi es un pensador decisivo para el problema de la gubernamentalidad, es porque de él podemos desprender un pensamiento de los medios y, por lo mismo, desprender de allí una imagen del hombre que desarticule la serie sujeto-de-creencia-conciencia-deseo-interés, que es, en definitiva, la imagen del hombre que ha hecho posible los dispositivos y razón gubernamentales. En cuanto al primer rasgo, el problema del espacio, Foucault distingue cuatro modos de acuerdo a los cuales la seguridad se relaciona con este: 1. La seguridad “se apoyará en una serie de datos materiales”. (…) trabajar,…, con el emplazamiento, con los desagües, con las islas, con el aire, etc.”; 2. “Se trata simplemente de maximizar los elementos positivos,…, y minimizar, al contrario, los aspectos riesgosos e inconvenientes…, sin desconocer,…, que jamás se suprimirá del todo”. Esto es, lo que se trata de maximizar es la mejor circulación posible de las cosas, bienes, gente, etc., y de minimizar los aspectos como el robo, la 21 enfermedad, la contaminación, etc. En consecuencia, no solo se trata de apoyarse en los datos sino trabajar sobre las probabilidades de que ocurra lo deseable o indeseable, a sabiendas que esto último es imposible de suprimir. 3. “en esos ordenamientos de las ciudades se intentará organizar elementos que se justifican por su polifuncionalidad”. El ejemplo de Foucault a este respecto es propiamente la calle, “¿Qué es una buena calle?”, pregunta: “Una calle en cual habrá, desde luego, circulación de lo que se denomina miasmas, y por ende de las enfermedades, y será preciso manejarla en función de ese papel necesario aunque poco deseable. La calle será también el lugar a través del cual se trasladan las mercaderías y en cuya extensión se instalan las tiendas. Será igualmente la vía de tránsito de los ladrones y, llegado el caso, de los amotinados, etc. Por consiguiente, el ordenamiento consistirá en poner en juego todas esas diferentes funciones de la ciudad, unas positivas y otras negativas. Para terminar, el cuarto punto importante es que se va a trabajar con vistas al futuro: la ciudad no será concebida ni acondicionada en función de una percepción estática que asegure la perfección instantánea de su funcionamiento, y se abrirá en cambio hacia un porvenir no exactamente controlado ni controlable, no exactamente medido ni mesurable; el buen ordenamiento de la ciudad será justamente eso: tener en cuenta lo que puede pasar. En síntesis, creo que se puede hablar de una técnica que en lo fundamental se ajusta al problema de la seguridad, es decir, en el fondo, al problema de la serie. Serie indefinida de los elementos que se desplazan: la circulación, cantidad x de carros, cantidad x de transeúntes, cantidad x de ladrones, cantidad x de miasmas, etc. Serie indefinida de acontecimientos que se producen: tantos barcos van a atracar, tantos carros van a llegar, etc. Serie indefinida, asimismo, de las unidades que se acumulan: cuántos habitantes, cuántas casas, etc. Lo que caracteriza en esencia el mecanismo de seguridad es, creo, la gestión de esas series abiertas y que, por consiguiente, sólo pueden controlarse mediante un cálculo de probabilidades”26. Así como este pasaje sirve de ejemplo a ese tercer rasgo de la seguridad, que trata de organizar la polifuncionalidad, de este mismo, Foucault desprende el cuarto rasgo que caracteriza la relación de la seguridad con el espacio: la seguridad trabaja en vistas a un futuro, en base a un porvenir, no controlable, pero que hay que tener en cuenta; el gobernar, dirá Foucault, se trata de tener en cuenta lo que puede pasar. De manera que ya no se trata de la capitalización del territorio, como consistía en la soberanía, y cuyo problema era la sede del gobierno, o como en la disciplina, donde se trataba de la arquitectura de un espacio, y cuyo principal problema era el de la 26 Foucault, M. Seguridad, territorio…, op.cit. p. 39 22 distribución de los elementos de manera funcional y jerárquica. La seguridad “tratará de acondicionar un medio en función de acontecimientos o de series de acontecimientos posibles, series que será preciso regularizar en un marco polivalente y transformable” 27. Así, la relación de la seguridad con el espacio, es una que remite a lo temporal y la aleatoriedad, que enmarcadas en un espacio dado, se trata de series abiertas de acontecimientos posibles, y como nunca es posible eliminar del todo lo impredecible y que puede ser catastrófico, se trata de acondicionar el espacio, de manera que al menos la buena circulación, minimice los aspectos riesgosos para el gobierno. Nótese, no se trata de una arquitectura que ordena y jerarquiza elementos como en la disciplina, se trata del acondicionar un medio transformable en función de la circulación. El tema del espacio en la seguridad es la circulación de las cosas, gente, bienes, capitales, vehículos, aguas, todo lo que además hace que para la misma población, la gestión del gobierno sea necesaria y suficiente. Ahora, que el espacio adopte la forma de medio, es decir, que el espacio de la seguridad sea, como dice Foucault, “lo que llamamos un medio”, en cuanto espacio en que se despliegan los elementos aleatorios en esa temporalidad, nos llama la atención, y nos detendremos en ello, particularmente, en la aparición de la noción de “medio” en el discurso de Foucault respecto de la seguridad, de la razón gubernamental. El concepto ya existía en física, Newton y los newtonianos lo habrían ocupado entendiéndolo como: “lo necesario para explicar la acción a distancia de un cuerpo sobre otro. Se trata, por lo tanto, del soporte y el elemento de circulación de una acción” 28. Así, el foco al que estaría dirigido el gobierno, sería: “el enredo perpetuo de un medio geográfico, climático y físico con la especie humana, en cuanto esta tiene un cuerpo y un alma, una existencia física [y] moral; y el soberano será quien tenga que ejercer su poder en ese punto de articulación donde la naturaleza, en el sentido de los elementos físicos, interfiere con la naturaleza en el sentido de la especie humana; en ese punto de articulación donde el medio se convierte en determinante de la naturaleza. (…) Creo que ese es uno de los ejes, uno de los elementos fundamentales de la introducción de los mecanismos de seguridad, es decir, la aparición aún no de una noción de medio, sino de un proyecto, una técnica política que se dirige al medio” 29. 27 Ibíd., p.40 Ibíd., pp. 40-41 29 Ibíd., 44 28 23 De este pasaje habría que destacar dos puntos: 1. La idea de que el hombre tiene una existencia física [y] moral, y que el gobierno debe ejercerse allí, en ese punto de articulación en que los elementos físicos interfieren con la especie humana. Y, es precisamente en ese punto de articulación, donde el medio se vuelve determinante de la naturaleza, en el sentido que se trata de la articulación de dos naturalezas que se cruzan, la naturaleza de los cuerpos físicos y la naturaleza de la especie humana. 2. Ese eje es planteado como uno de los principales de los dispositivos de seguridad, esto es, la aparición de una tecnología política que se dirige al medio. ¿Qué significa una tecnología política que se dirige al medio? Foucault da cuenta del uso que le daban los físicos y, también, de cómo esto que se llama “medio”, es el foco de esta nueva tecnología política. Esto nos llama a pensar filosóficamente el medio 30. La necesidad de una filosofía que dé autonomía ontológica a los medios es una exigencia para pensar la gubernamentalidad. Para poder aprehender los dispositivos, la circulación, hay que pensar en categorías mediales y no en entes, y esto también significa dejar de pensar en términos causales y hacerlo en términos de intervención y afección. Pues es la propia existencia medial del hombre, lo que se ha convertido en foco del gobierno como nueva tecnología política. Lo que habría que pensar, es un sujeto que ha sido históricamente constituido, pensado, como un compuesto de una existencia física y moral. En esta articulación, de lo que ha de ocuparse el gobierno, en tanto se ocupa del medio, esto es, de producir formas que acondicionen el espacio, deben producirse también las condiciones para que se dé en los sujetos la disposición a ser parte de este manejo de la población, lo que sería el régimen de 30 Al respecto dice Coccia: “Quizá sea preciso aprender a captar en términos mediales todos los “órganos” espirituales que Occidente ha considerado relacionados con el conocimiento –intelecto, razón, lenguaje-: no se trata de facultades o potencias con que las que solo individuo ejerce su propia soberanía (el juicio) sobre las cosas y sobre el mundo, ni de simples facultades colectivas o genéricas sino, más exactamente, de formas de medialidad, de potencias anónimas y absolutas, capaces de recibir todo lo que está en su ser medial y, por lo tanto, de hacer existir las cosas y las formas por separado como cognoscibilidades o decibilidades absolutas, como si se tratara de sustancias neutras y tan límpidas que permitiesen a las formas subsistir en ellas mismas del modo más puro. (Coccia, E. Filosofía de la imaginación…op.cit.pp.210-211). Comenzando el punto inmediatamente aparte, el mismo autor sostiene: “Fue Averroes quien sugirió ubicar en el intelecto material la paradójica realidad de un medio absoluto”. (Ibíd., p.211). En esta tesis sostenemos que el referente que aquí Coccia –y como veremos más adelante, Agamben- sitúan en Averroes, como uno desde el cual se puede desprender un pensamiento de los medios, tiene sus elementos ya trazados en la filosofía de Al-Farabi. 24 verdad31. De esta manera, se da entidad a un sujeto que es objeto de gobierno, en colectivo y como individuo, a través del acondicionamiento de un medio. Se trata de la gestión del medio; de la gestión, del gobierno del modo en que los hombres son afectados por el exterior. Y por eso mismo, es que es susceptible de ser gobernado y dirigido, porque en rango de verdad, aquello que no se da aun en entidad es superior a su entidad. Por lo tanto, el acondicionamiento del medio y la imagen del hombre como articulación de una existencia física y moral –articulación, por cierto, gobernable- hacen en los sujetos esta disposición a ser manejados como población. Si el hombre forma parte de un manejo como población, que es la nueva razón gubernamental que se dirige al medio, es porque se le ha constituido (esto es, pensado y hacerlo pensarse como tal) en obra y en ausencia de medios. Pensar al hombre dando autonomía ontológica a los medios, significa pensarlo desde los medios que lo constituyen y en ausencia de obra, es decir, en su condición de posible. Lo que significa indagar en la articulación que hace del hombre una existencia física y moral; pero no tomándola como dato sino indagando en la articulación misma, lo que significa pensar el porqué de la producción de esta imagen para un animal sensible que habla. Estos elementos son los que, veremos, nos proporciona Al-Farabi. Por lo que respecta al segundo rasgo de los dispositivos de seguridad, el tratamiento de lo aleatorio y la gestión del acontecimiento, Foucault recordará que: “desde las experiencias del siglo XVII, la revuelta urbana es desde luego la gran cosa que el gobierno debe evitar. Flagelo por el lado de la población; catástrofe o crisis, si lo prefieren, por el lado del gobierno”32. De manera que la revuelta, que es la catástrofe para el gobierno generada por la crisis de algo, y que es el momento en que la población hace ver su descontento al manejo, la gestión, la administración que el gobierno está haciendo de las cosas, es lo que éste deberá evitar. Antes de continuar con cómo estas artes de gobernar responderán al problema de la revuelta, que es en el fondo, el acontecimiento, nos detendremos en un punto brevemente: las 31 Se trata de una expresión foucaultiana similar a la de “veridicción”. Ver nota anterior sobre “historia de las veridicciones”, en este mismo capítulo. 32 Ibíd. p., 47 25 experiencias del XVII a las que se refiere sirven de referencia como para pensar la revuelta urbana como el gran flagelo para el gobierno. Pues, estas experiencias están inscritas en un ejemplo que Foucault ha puesto en el curso para tratar el problema del acontecimiento. Se trata de las crisis que hubo en Europa por el precio del grano, lo cual generó revueltas urbanas. El autor plantea que en una ciudad estalla la revuelta cuando los precios se desbordan. Y es cierto, en general las más grandes revoluciones y revueltas que han cambiado la historia, se han originado en un problema de este tipo. Pero ello no debe ser motivo para dar razón a los economistas para quienes, finalmente, todo es un problema económico y, que por ende, incluso tratándose de política, habrá que introducir el análisis económico. No, cuando los precios se desbordan y estalla una revuelta que pone en peligro un gobierno, es porque esa población siente sus necesidades elementales, las que, podríamos decir, corresponden a la potencia nutritiva en peligro y, por ese hecho, desestabilizan un sistema político. ¿Qué significa esto más precisamente? La articulación desde la que se piensa al hombre, de una existencia física [y] moral no es una novedad de los fisiócratas, es una concepción que, filosóficamente, tiene su raíz en la idea de que el hombre es un animal/racional y un animal/político, ello significa, en la herencia romana de la fundamentación política del hombre de Aristóteles que predicaba de él un zoon loghon ekhon –un animal con capacidad de pensamiento y lenguaje-. En esta articulación, habría una dimensión animal, que sería la correspondiente a lo nutritivo, sensible e imaginativo, y seríamos humanos en tanto racionales, y por ello mismo, es que nos constituimos en comunidades políticas. Pero resulta que la historia nos enseña que cuando esa partición considerada la animalidad se siente amenazada, entonces el gobierno político que, se supone, es nuestra expresión más humana, se ve amenazado. Esto no significa otra cosa que esa misma articulación es una ficción, y que si un gobierno se ve amenazado por los precios de los alimentos es porque el hombre no tiene una dimensión más animal y otra más humana; sino, simplemente, se trata de un viviente cuya intensidad de las sensaciones, a diferencia 26 de los otros animales, es mayor 33. Así, en cuanto nuestra diferencia con los demás animales se debe a un mayor grado de intensidad en las sensaciones, se trata de que entre el hombre y el animal hay solo una diferencia de grado y no de naturaleza. Y, así como tenemos la potencia de pensar, construir y organizarnos, tenemos también la potencia de no pensar, no construir y no organizarnos. De ser así, todo gobierno estaría siempre en permanente amenaza que, en tanto impredecible, sería imposible de administrar, de calcular, de prever; es lo que en teoría política hasta Maquiavelo se llamó “la fortuna”. Es de esta noción, la de la fortuna, de la que esta nueva razón gubernamental intenta hacerse cargo en términos de la administración de la posibilidad de que ocurra lo deseable o indeseable. Según Foucault, a través de un dispositivo que sea capaz de intervenir sobre la misma realidad de las oscilaciones de la fortuna, un dispositivo cuyo objetivo sea poco a poco, compensar o bien limitar, incluso anular si es posible, el fenómeno o el conjunto de fenómenos que pueden producir una revuelta. Se trata de un cálculo y cruce de factores, reflexión sobre las combinaciones, probabilidades y efectos esperados de estos factores e intervenciones producto de su análisis. “En otras palabras –dice Foucault-: “hay un trabajo sobre el elemento mismo de esa realidad que es la oscilación abundancia/escasez, carestía/baratura, y al intervenir en ella pero sin tratar de impedirla por anticipado, se introducirá un dispositivo que es precisamente, me parece, un dispositivo de seguridad y ya no un sistema jurídico disciplinario” 34. En este sentido, el dispositivo de seguridad se dirige a captar el punto en donde las cosas van a producirse, sean éstas deseables o indeseables. El dispositivo va a la gestión de la potencia, de la posibilidad, y captar el punto donde las cosas van a producirse es, precisamente, gobernar el medio. Una tarea filosófica actual es pensar los medios (algo que no estuvo ausente de la reflexión medieval, pero que, sin embargo, se clausura desde Descartes, por la idea según la cual no hay nada entre medio de las cosas y las mentes 35), en tanto la gubernamentalidad -como técnica política de gobierno de las poblaciones-, se dirige al medio. Esto hace necesario que también, filosóficamente, seamos capaces de 33 Véanse a este respecto las referencias a Emanuele Coccia en los capítulos II y III. Foucault, M. Seguridad, territorio…, p. 57 35 Coccia, E. La vida sensible. Buenos Aires: Marea, 2011. p.26 34 27 captar el medio. No se trata de un punto de vista metafísico. Simplemente de otro punto de vista desde la física, uno que, desde Aristóteles, entiende al medio como un receptor, y desde este punto de vista, podemos también desprender otra idea de individuo que no haga el compuesto constituido con la población, sino en tanto ser medial, que existe en los medios, y en un medio que es, de hecho, común, pueda ser pensado como un singular-plural en lugar de un miembro de una población económicamente regulada. He ahí, una de las más interesantes enseñanzas que podemos encontrar en esa “otra” recepción de Aristóteles, que fue la árabe. Y es por ello que cobra un particular sentido la interesante oposición que introduce Foucault entre pueblo y población que, aunque es breve, en ningún momento escapa a la posibilidad del acontecimiento. El pueblo se va constituyendo por todos aquellos que, en el nivel de la misma población, se niegan a ser parte de un manejo tal; en ese sentido, interrumpen el funcionamiento del buen gobierno, de la circulación. El pueblo es esa partición que se da en la población que se niega a ser parte de ella. Se trata de una oposición que se da al nivel de la misma población, que se hace al margen de esta, no se trata de elaborar un concepto que se oponga al de población, sino que la oposición pueblo/población se perfila paralelamente desde la emergencia de esta última, “como el elemento resistente a la regulación de la población, el elemento que trata de sustraerse al dispositivo por cuyo conducto la población existe, se mantiene y subsiste, y lo hace en un nivel óptimo”36. Sin embargo, esta partición que se hace al margen de la población e interrumpe la circulación gestionada por el gobierno -cuando el “medio” se muestra puro, no gobernado-, en la medida en que es esporádica, ocurre sólo a veces y, en general, en períodos de corta duración. Y por ello, ha de haber un fundamento del gobierno que más allá de las “técnicas” en sentido estricto, haga esta disposición a ser gobernados como poblaciones, que es de hecho, lo que hace que el gobierno funcione “en sentido óptimo” en relación a la existencia y gestión de la población. Se trata de algo que está en el nivel de las ideas y principios, lo que bien podría ser leído como ideología, pero en este caso, es el fondo de la tecnología política gubernamental. Se trata del principio del Liberalismo, dice Foucault, la Libertad, entendida en su 36 Foucault, M. Seguridad, territorio…, p. 65 28 sentido moderno y en el sentido preciso de la razón gubernamental –la libertad, sin embargo, puede ser pensada de múltiples maneras, dice el mismo Foucault-. La libertad individual de un sujeto de derecho, es esto lo que debe administrar el gobierno, por ello Foucault señala la necesidad de un estudio paralelo de la historia del derecho al de los regímenes de verdad. Es así como se diferencia la “gubernamentalidad” de la soberanía y de la disciplina, mientras la soberanía en cuanto ley prohíbe, la disciplina en cuanto orden prescribe, la gubernamentalidad sin tener ninguno de los dos elementos anteriores como distintivos, aunque incorporando algunos aspectos de ambos-, se diferencia porque, en cuanto gestión de una circulación, consiste en un “dejar hacer”, los flujos de población son posibles en la medida en que las poblaciones sean libres de circular. Para que haya gobierno, es necesario que haya libertad. Que la gente haga lo que quiera. Obviamente dentro de ciertos límites, que son los que el gobierno fija de acuerdo al principio de utilidad para la población. La libertad –según Foucault expone aquí el principio del liberalismo, tomado a la vez como ideología y tecnología política- “no es otra cosa que el correlato de la introducción de los dispositivos de seguridad” 37. Es decir, los dispositivos de seguridad, digamos la introducción de estos dispositivos necesitaron que se diera en cierto nivel de realidad el concepto de libertad, así con el sentido que adopta en el siglo XVIII. Pues la libertad, desde entonces, ya no es entendida como los privilegios asociados a unos pocos sino una soberanía sobre sí mismo, en lugar de propiedad de bienes asociados a una persona, desde Locke a Stuart Mill 38, 37 Ibíd. p., 71 Debemos decir que Foucault no se centra, en todo caso, en los teóricos políticos del liberalismo como los que hemos nombrado, sino fundamentalmente en los economistas, sin embargo, es la filosofía de Locke una de las fuentes de este concepto de libertad como régimen de verdad, y las teorías de John Stuart Mill son la fundamentación filosófica y ética, del actuar en razón del principio de utilidad sin limitar la libertad individual, lo que significa justamente, hacerse cargo del problema de la población y la libertad de los individuos que la componen. A este respecto John Stuart Mill, no tratado por Foucault, sólo mencionado al paso, es un autor fundamental. Si bien, el gobierno de las poblaciones requiere de, y se basa en la libertad de los individuos, esa misma libertad es la que en un sentido más amplio, hace emerger al pueblo junto a la población, como amenaza permanente de desarreglo del funcionamiento del sistema de los dispositivos de seguridad. Los tratados de Mill sobre la Libertad, el gobierno representativo, las mujeres, y otros temas, incluso sus opiniones sobre las colonias, intentan dar en el punto en que se pueda generar un equilibrio entre las distintas manifestaciones de individualidad y la utilidad de todos. En ese sentido, J.S. Mill como filósofo, a nuestro entender, es la expresión de ese correlato que señala Foucault entre la libertad y la introducción de los dispositivos de seguridad. El advertir sobre la necesidad –por cierto sin menoscabar el cálculo de utilidadde dar los más amplios espacios de autoexpresión individual, significando con ello un enriquecimiento de la utilidad de todos; de la representatividad en el gobierno de la mayor cantidad de “intereses” que manifiesten 38 29 se trata de la propiedad situada en el cuerpo y la conciencia, lo que exige de parte de esa población libertad de trabajo, movimiento, circulación de bienes, en fin, lo que son los procesos de la gente y de las cosas. Y es ese concepto de libertad, pero ya no solo como concepto, sino instalado en el nivel de realidad de la población, es decir, el régimen de verdad, la veridicción (las condiciones de posibilidad de verdad) de realidades tales como la necesidad de un gobierno que nos acondicione y garantice un medio en el cual poder desenvolver nuestras actividades individuales. De aquí, también desprende un elemento sobre el que trabajarán los teóricos de la población, que es algo que concierne a su naturalidad. En un primer aspecto, esta naturalidad de la población consistirá en asumirla como un fenómeno de la naturaleza que no se puede cambiar por la voluntad de algún soberano o por las prescripciones de las disciplinas, en palabras de Foucault: “la población aparece entonces como un fenómeno de la naturaleza. Un fenómeno de la naturaleza que no se puede cambiar por decreto, lo cual no significa, empero, que la población sea una naturaleza inaccesible e impenetrable; al contrario. Y el análisis de los fisiócratas y los economistas se torna interesante en este punto: la naturalidad que se advierte en el hecho de que la población sea permanentemente accesible a agentes y técnicas de transformación, siempre que esos agentes y esas técnicas sean a la vez ilustrados, meditados, analíticos, calculados y calculadores. Es preciso, desde luego, tomar en cuenta no solo el cambio voluntario de las leyes si éstas son desfavorables a la población. Lo necesario, si se pretende favorecerla o lograr que mantenga una relación justa con los recursos y las posibilidades de un Estado, es ante todo actuar sobre una multitud de factores, en elementos que en apariencia están lejos de la población misma y su comportamiento inmediato, lejos de su fertilidad, de su voluntad de reproducción. (…). …, a través del juego de todos esos factores lejanos va a ser posible actuar efectivamente sobre la población. (…), se perfila una técnica muy distinta: no obtener la obediencia de los súbditos a la voluntad del soberano, sino influir sobre cosas aparentemente alejadas de la población, pero que, según hacen saber el cálculo, el análisis y la reflexión, pueden actuar en concreto sobre ella. Esta naturalidad penetrable de la población constituye, esas formas de autoexpresión que se dan en la sociedad; de incorporar a las mujeres en la población trabajadora como aumento de recursos, no solo de enriquecimiento económico sino también cultural e intelectual, ya que para calificarse para los trabajos, las mujeres serán incorporadas en la educación. En fin, J. S. Mill es el filósofo de la gubernamentalidad, el filósofo que intenta captar por anticipado el acontecimiento, de manera que, regular y reguladamente, la población (como compuesto constituido por individuos) circule libremente. (Véase: Mill, John Stuart. Sobre la libertad. Madrid: Alianza, 1970. Particularmente el capítulo III.). 30 me parece, una mutación muy importante en la organización y la racionalización de los métodos de poder”39. Se trata de que la relación de obediencia a la Ley, o a las prescripciones de las disciplinas, cambia por una gestión de lo que los individuos quieren hacer, pero que es penetrable por el acondicionamiento del medio. Ahora, podemos ver esta mutación de las técnicas de poder, lo que significa actuar de manera calculadora sobre una multiplicidad de factores, sin embargo, dentro de todos estos factores, hay uno que aparece como preponderante en cuanto sería el principio motor de la población, y este factor, que es el deseo de los individuos, aparece en el segundo rasgo que Foucault distingue de la concepción de esta naturalidad de la población de la siguiente manera: “la naturalidad de la población se pone de manifiesto en un segundo aspecto, el hecho de que, después de todo, esa población está compuesta de individuos, individuos perfectamente diferentes unos de otros y cuyo comportamiento, al menos dentro de ciertos límites, no se puede prever con exactitud. No por ello deja de ser verdad que, según los primeros teóricos de la población del siglo XVIII, hay al menos un invariante por el cual, tomada en su conjunto, ella tiene y solo puede tener un único motor de acción. Ese motor de acción es el deseo. El deseo- vieja noción que había hecho su entrada en la dirección de conciencia (…)- reaparece ahora en las técnicas de poder y gobierno. El deseo es el elemento que va a impulsar la acción de todos los individuos. Y contra él no se puede hacer nada. (…)Pero –y aquí la naturalidad del deseo marca la población y la técnica gubernamental puede penetrarlo- ese deseo, (…), es tal que, si se lo deja actuar y siempre que se lo deje actuar, dentro de determinados límites y en virtud de una serie de relaciones y conexiones, redundará en suma en el interés general de la población. El deseo es la búsqueda del interés para el individuo. Por otra parte, aunque éste pueda perfectamente ser engañado por su deseo en lo concerniente al interés personal, hay algo que no engaña: el juego espontáneo, o en todo caso, a la vez espontáneo y regulado del deseo permitirá, en efecto, la producción de un interés colectivo por el juego del deseo: esto marca al mismo tiempo la naturalidad de la población y la artificialidad posible de los medios que se instrumentarán para manejarla.” 40. Como se ve, aunque el gobierno de la población debe siempre consistir en la consideración y cálculo de una multiplicidad de factores, los teóricos de la población fueron capaces de captar un principio motor, una razón para la acción y el movimiento, podríamos decir por analogía “un principio de vida” incluso, de la 39 40 Ibíd. p, 95 Ibíd. p., 96. El destacado es mío. 31 población. Éste es el deseo de cada individuo, el cual en su conjunto produce el movimiento de la población, y la acción del gobierno deberá consistir en cómo hacer coincidir lo más posible el deseo de los individuos con un interés general de la población. Aquí el deseo está considerado de una manera muy precisa: la búsqueda del interés para el individuo. De manera que, la razón gubernamental requiere del concepto liberal de la libertad, que es una libertad de conciencia y movimiento, la cual tiene como consecuencia la circulación de la gente y las cosas en el marco del manejo de una población. Solo así, puede concebirse un sujeto que sea susceptible de ser gobernado de tal forma; que el deseo sea concebido como algo que viene de la conciencia individual y se expresa en esa noción de interés, que en cuanto tal puede ser gobernado a través de los cálculos y el balance de los intereses del resto de la población. “El problema –del gobierno- será cómo decir sí a ese deseo”, dirá Foucault; esto requiere de la concepción de un sujeto según la cual este sea cognoscente de suyo, es decir, de por sí capaz de verdad, capaz de acceder a la verdad, un viviente al que el pensamiento le va unido desde el comienzo y en acto, en la medida en que tiene un alma. En síntesis, si el soporte de la gubernamentalidad es el principio liberal de libertad, el soporte de este principio es una concepción específica del hombre que lo constituye en un sujeto susceptible de ser afectado y de actuar en un marco artificialmente acondicionado para manejar su deseo. Que el problema del gobierno sea cómo decir sí al deseo de los individuos y que su tarea finalmente consista en su gestión, es decir, que la gubernamentalidad se trate de gobernar el deseo a través del interés. El hecho de que el deseo sea gobernable, que pueda ser expresado en la noción de interés, obedece a ese sujeto portador de alma y conciencia, según la teología, cognoscente, según la filosofía moderna, y gobernable por su deseo a través de/expresado en “un interés” según la economía; hace necesaria una indagación arqueológica acerca de la articulación de esa serie sujeto-de-creenciaconciencia-interés, como aquella imagen específica del hombre que hace posible la gubernamentalidad. 32 Esta serie, por cierto la encontramos a la inversa en los cursos. Hemos visto en Seguridad, territorio población la emergencia de la problemática de la gubernamentalidad, su dirección del deseo, y la aparición de la noción de interés como operadora de la posibilidad del gobierno del deseo. A continuación, veremos cómo Foucault profundiza esta relación entre lo que es la gubernamentalidad como tecnología política y su relación con el interés como expresión del deseo individual en el curso siguiente, titulado Nacimiento de la biopolítica (1979), dedicado más precisamente a la razón gubernamental actual, a través del estudio de los teóricos del neoliberalismo. En el momento en que está tratando acerca de cómo el principio de utilidad va englobando progresivamente todos los problemas tradicionales del derecho, se detiene a hacer una interesante observación sobre el mercado como lugar de veridicción41, e introduce también sugerentes palabras acerca de la relación de la razón gubernamental con la noción de interés: “querría hacer una observación con referencia al mercado. Hace un rato comprobamos que uno de los puntos de anclaje de la nueva razón gubernamental era el mercado, entendido como mecanismo de los intercambios y lugar de veridicción en cuanto a la relación del valor y el precio. Ahora encontramos un segundo punto de anclaje de esa nueva razón gubernamental. Se trata de la elaboración del poder público y la medida de sus intervenciones ajustadas al principio de utilidad. Intercambio por el lado del mercado, utilidad por el lado del poder público. Valor de cambio y veridicción espontánea de los procesos económicos, medidas de utilidad y jurisdicción interna de los actos del poder público. Intercambio para las riquezas, utilidad para el poder público: así articula la razón gubernamental los principios fundamentales de su autolimitación. Intercambio de un lado, utilidad de otro; y verán con claridad, me imagino, que para abarcar el todo o como categoría general que va a englobar el intercambio y la utilidad, tenemos desde luego el interés, pues el interés es principio de intercambio y criterio de utilidad. La razón gubernamental en su forma moderna, la forma que se establece a fines del siglo XVIII, esa razón gubernamental que tiene por característica fundamental la búsqueda de su principio de autolimitación, es una razón que funciona con el interés. Pero éste ya no es, por supuesto, el del Estado íntegramente referido a sí mismo y que no busca más que su crecimiento, su riqueza, su población, su poder, como sucedía con la razón de Estado. Ahora, el interés cuyo principio debe obedecer la razón gubernamental es el interés en plural, un juego complejo de los intereses individuales y colectivos, la utilidad social y la ganancia económica; entre el equilibrio del mercado y el régimen de poder público. Es un juego complejo entre derechos fundamentales e 41 Ya nos hemos referido a esta expresión como aquello que hace posible que algo sea verdadero, algo que otorga las posibilidades de verdad a una cosa o a un determinado orden de cosas. 33 independencia de los gobernados. El gobierno, o en todo caso, el gobierno en esta nueva razón gubernamental, es algo que manipula intereses” 42. Si es que, de acuerdo a lo que venimos viendo hasta ahora, esta nueva razón gubernamental consiste en gobernar el deseo de los individuos -a través del principio de utilidad para la población- el interés aparecía como aquello que expresa el deseo de los individuos; en este curso, la misma noción va a adquirir un carácter mucho más decisivo en lo que es la nueva tecnología política gubernamental, al punto de llegar a decir que es una razón que funciona con el interés, y que finalmente el gobierno en su forma política consiste en la manipulación de intereses. Es decir, vemos que en ambos cursos o al menos en los pasajes que hemos comentado para articular nuestra propuesta, podemos distinguir dos sentidos del interés: 1. En Seguridad, territorio, población, el interés aparece como la expresión del deseo de los individuos. 2. En Nacimiento de la biopolítica, el interés es el criterio que crea la posibilidad de la elaboración de un poder público, a partir de la veridicción que se da en el intercambio del mercado, y la utilidad para la población, aunque no por ello en este curso la noción pierde el significado anterior, podríamos decir que este segundo significado se suma a la aparición del problema del interés en Seguridad, territorio, población, y eleva de hecho, la noción, a ser el criterio articulador de la nueva razón gubernamental, o como la categoría que engloba el resultado de la elaboración del poder público en función del intercambio y la utilidad. Las premisas son: 1. La razón gubernamental funciona con el interés. 2. El gobierno consiste en manipular intereses. Hay una cita de Nacimiento de la biopolítica que expresa de la manera más clara y precisa la articulación del interés individual y el interés colectivo, hecho que hace que el objeto del gobierno sean los intereses: “A partir de la nueva razón gubernamental –y allí está el punto de desenganche entre la vieja y la nueva, la de la razón de Estado y la de la razón del menor Estado-, en lo sucesivo, el gobierno ya no tiene que intervenir, ya no tiene influjo directo sobre las cosas y las personas ni puede tenerlo, sólo está legitimado, fundado en el derecho y la razón para intervenir en la medida en que el interés, los intereses, los juegos de los intereses hacen que tal o cual individuo o tal o cual cosa, tal o cual bien o riqueza, o proceso, tenga cierto interés para los individuos, para el conjunto 42 Foucault, Michel. Nacimiento de la biopolítica. Argentina: FCE, 2007.p, 64, los destacados son míos. 34 de éstos o para los intereses de tal o cual individuo enfrentados a los de todos, etc. El gobierno sólo se interesa en el los intereses. El nuevo gobierno, la nueva razón gubernamental, no se ocupa de lo que yo llamaría esas cosas en sí de la gubernamentalidad que son los individuos, las cosas, las riquezas, las tierras. Ya no se ocupa de esas cosas en sí. Se ocupa de esos fenómenos de la política –y que constituyen precisamente la política y sus objetivos- que son los intereses o aquello por lo cual tal individuo, tal cosa, tal riqueza, etc., interesan a los otros individuos o a la colectividad”43. Frente a lo anterior, lo que filosóficamente habría que indagar, si es que el problema es el gobierno de los hombres, es -junto con la historia de la constitución de ese sujeto de interés, que por lo tanto puede ser gobernado en el marco de un manejo de intereses, que viene desde la concepción moderna del sujeto cognoscente, heredera del sujeto de creencia medieval occidental latino-, la posibilidad de pensar al hombre de otro modo, no para volver a ser como en el pasado, sino sólo para tener en cuenta que si hemos sido de otro modo, es porque también podemos hoy ser de otro modo, y de esa manera poder mantener en el pensamiento una especie de permanente sospecha y duda sobre cómo se nos va constituyendo como sujetos de acuerdo al progreso como norma histórica. Sería la manera más simple quizá, de dar una tarea precisa a esa “ontología histórica de nosotros mismos” u “ontología del presente” que traza Foucault como tarea de la filosofía, desprendiéndola de un nuevo “modo de filosofar” que inauguraría Kant en su respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración?, en la medida en que se trata de una pregunta acerca de qué es lo que somos. Esto, haría de la tarea del filósofo la de un “analista crítico de nuestro mundo”, algo que es, según Foucault, “cada vez más y más importante”; y tal vez, “el más importante de todos los problemas filosóficos es el problema del tiempo presente y de lo que somos en este preciso momento”, y el objetivo más importante dentro de este gran problema, será según nuestro filósofo: “descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”, es decir, esta tarea trazada a la filosofía, la mantiene como un espacio resistente, donde la indagación acerca de cómo se nos ha constituido históricamente como sujetos, consiste en “promover nuevas formas de subjetividad 43 Ibíd. p., 65 35 a través de esta especie de individualidad que nos ha sido impuesta por siglos” 44, algo que da suma actualidad a nuestra búsqueda de un sujeto cuyo deseo sea ingobernable, un sujeto sensible y receptor de afecciones, como lo veremos en los capítulos siguientes. Y es por ello que desde el curso siguiente a Nacimiento de la biopolítica, el de 1981 Subjetividad y verdad (momento en que se encuentra escribiendo los últimos dos volúmenes de su Historia de la sexualidad), Foucault introduce nuevas variantes en las preguntas que guían su investigación, enmarcando todo su trabajo anterior y posterior en una empresa que podría ser una historia de la verdad, de las veridicciones, de las relaciones entre el sujeto y la verdad, lo que, en general, podría articularse como una “historia crítica del pensamiento”, como la definirá el filósofo en su curso Hermenéutica del sujeto (1982). En realidad, el problema de esta nueva razón gubernamental, lleva a Foucault a una profunda indagación acerca del nacimiento del gobierno de los hombres referido a la problemática, más amplia, de las relaciones entre el sujeto y la verdad. Así lo enunciará en el resumen de su curso Subjetividad y verdad: “se trata de iniciar una indagación sobre los modos instituidos del conocimiento de sí y sobre su historia: ¿cómo ha sido establecido el sujeto, en diferentes momentos y en diferentes contextos institucionales, como un objeto de conocimiento posible, deseable e incluso indispensable? ¿Cómo la experiencia que se puede hacer de sí mismo y el saber que de ello se forma han sido organizados a través de ciertos esquemas? ¿Cómo se han definido, valorado, aconsejado o impuesto estos esquemas? (…) El hilo conductor que parece más útil para llevar a cabo esta indagación está constituido por lo que podríamos llamar «técnicas de sí», es decir, por los procedimientos, existentes sin duda en cualquier civilización, que son propuestos o prescritos a los individuos para fijar su identidad, mantenerla o transformarla en función de cierto número de fines, y todo ello gracias a las relaciones de dominio de sí sobre uno mismo o de conocimiento de uno por sí mismo. En suma, se trata de volver a situar el imperativo del «conocerse a sí mismo», que nos parece tan característico de nuestra civilización, en la interrogación más amplia que le sirve de contexto más o menos explícito: ¿qué hacer de sí mismo? ¿Qué trabajo llevar a cabo sobre sí? ¿Cómo «gobernarse» al 44 Foucault, M. “El sujeto y el poder”, en Dreyfus y Rabinow, Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica. Buenos Aires: Nueva Visión, 2001.p.249 36 ejercer acciones en las que uno mismo es el objetivo de dichas acciones, el dominio en el que se aplican, el instrumento al que han recurrido y el sujeto que actúa?” 45. En fin, la gubernamentalidad como problemática, y las relaciones entre sujeto y verdad como pregunta matriz, hacen que el punto de partida del estudio del problema del gobierno de los vivientes, sea la propia constitución del sujeto en cuanto a las reglas, prescripciones, y no la ley, sino las prescripciones que para todo sujeto en toda cultura y en todo momento, existen como modos de subjetivación, que Foucault va a llamar “técnicas de sí”. Esto para Foucault es lo esencial de la problemática del gobierno, es decir, como un sujeto se constituye y se piensa a sí mismo en un determinado régimen de verdad: “La historia del «cuidado» y de las «técnicas» de sí sería,… … a través del emplazamiento y las transformaciones en nuestra cultura de las «relaciones consigo mismo», con su armazón teórico y sus efectos de saber. Y de este modo se podría recuperar, bajo otro aspecto, la cuestión de la «gubernamentalidad»: el gobierno de sí por uno mismo en su articulación con las relaciones habidas con algún otro (autrui) (según lo encontramos en la pedagogía, en los consejos de conducta, en la dirección espiritual, en la prescripción de modelos de vida, etc.)”46. Como vemos, el estudio del problema del cuidado de sí, sería “otro” aspecto de trabajar la problemática de la gubernamentalidad, que tiene que ver con discutir sobre el modo en que se constituye el sujeto, sus posibles relaciones con los otros, y cómo se dan, de manera simultánea, la posibilidad de múltiples modos de vida y las prescripciones. Esta idea del cuidado de sí, de volcar la mirada hacia uno mismo, de ocuparse de sí, persistirá durante toda la antigüedad grecolatina en una relación indisoluble con la filosofía, relación que estará también presente en la espiritualidad cristiana. Sobre esta relación Foucault dice: “Llamemos filosofía, si quieren, a esta forma de pensamiento que se interroga, no desde luego sobre lo que es verdadero y lo que es falso, sino sobre lo que hace que haya y pueda haber verdad y falsedad y se pueda o no se pueda distinguir una de otra. Llamemos filosofía a la forma de pensamiento que se interroga acerca de lo que permite al sujeto tener acceso a la verdad, a la forma de pensamiento que intenta determinar las condiciones y los límites de acceso del sujeto a la verdad. Pues bien, si llamamos filosofía a eso, creo que podríamos llamar espiritualidad a la búsqueda, la práctica, la experiencia por las cuales el sujeto efectúa en sí mismo las 45 46 Foucault, M. “Subjetividad y verdad”, En Obras… (Ed. 2010) op.cit.p., 907 Ibíd. p, 908 37 transformaciones necesarias para tener acceso a la verdad. Se denomina espiritualidad, entonces, el conjunto de esas búsquedas, prácticas y experiencias que pueden ser las purificaciones, las ascesis, las renuncias, las conversiones de la mirada, las modificaciones de la existencia, etcétera, que constituyen, no para el conocimiento sino para el sujeto, para el ser mismo del sujeto, el precio a pagar por tener acceso a la verdad”47. Una idea como esta solo se puede sostener sobre la base de una concepción del hombre que en cuanto tal, no es capaz de verdad, y que para acceder a ella, debe ejercer una transformación de sí. Es decir, el hombre no conoce por el hecho de ser hombre, y para conocer debe transformar su ser. El conocimiento estaría, en consecuencia, separado del sujeto, y este debe transformarse para alcanzarlo, pero no le pertenece por disposición natural. Esto cambia, según Foucault, con lo que él llama “el momento cartesiano”, a partir del cual, el sujeto cognoscente es puesto en una relación directa con el objeto de conocimiento. Lo que supone que, por el hecho de ser sujeto se es capaz de verdad, y que para acceder a la verdad, ya no es necesaria ninguna transformación de sí. Se supone desde entonces a un “animal racional”, al cual por naturaleza le pertenece la facultad del pensamiento, y que por lo tanto para alcanzar la verdad, sólo le son necesarios ciertos procesos formativos e indicaciones de método, pero la racionalidad le pertenece al individuo como tal. Si bien Foucault habla de un “momento cartesiano”, reconoce igualmente que este corte no es tan abrupto y, que la idea de un hombre capaz de verdad como tal se venía forjando desde antes de Descartes. Según él mismo, la proveniencia de esta noción debemos situarla en la teología escolástica: “La teología (…) al darse como una reflexión formal que, a partir del cristianismo, funda una fe que tiene en sí misma una vocación universal, fundaba al mismo tiempo el principio de un sujeto cognoscente en general, sujeto cognoscente que encontraba en Dios, a la vez, su modelo, su punto de cumplimiento absoluto, su más alto grado de perfección y simultáneamente su Creador y, por consiguiente, su modelo. La correspondencia entre un Dios que lo conoce todo y sujetos susceptibles de conocer, por supuesto con la reserva de la fe, es sin duda uno de los elementos principales que hicieron que el pensamiento occidental -…-, y en particular el pensamiento filosófico, se deshiciera, liberara, separara de las condiciones de 47 Foucault, Michel. La hermenéutica del sujeto. México: Fondo de Cultura Económica, 2004.p.33 38 espiritualidad que lo habían acompañado hasta entonces, y cuya formulación más general era el principio de la epimeleia heautou”48. Esta teología, encontró una oposición en el seno de la propia filosofía occidental durante el siglo XIII, lo que se ha dado en llamar el averroísmo latino. Se trata de un grupo de pensadores que fueron duramente condenados, siendo acusados de profesar las doctrinas de un filósofo musulmán de Córdoba llamado Averroes, cuya teoría más peligrosa era la de un intelecto posible, separado y común a todos los hombres, idea que mantenía la separación del hombre y el pensamiento, y en consecuencia, ponía en peligro el dogma teológico del sujeto cognoscente dotado de un alma individual. Esta idea, tiene lugar en el marco de una tradición de pensamiento más vasta, que corresponde al aristotelismo árabe, iniciado por AlFarabi, de lo que nos ocuparemos desde el siguiente capítulo en adelante. Por lo que respecta al tratamiento específico de la problemática que estamos siguiendo en este capítulo, la observación anterior, nos hace volcar la mirada hacia los trabajos de Giorgio Agamben, filósofo italiano reciente que inscribe sus investigaciones en las genealogías de la gubernamentalidad (yendo fundamentalmente a cómo se han ido construyendo las formas católicas occidentales y, cómo de allí es heredada una razón gubernamental económica). Y pues, se trata de que, precisamente uno de sus más importantes aportes a la discusión, es el concepto de “inoperosidad”, es decir, la posibilidad del hombre de “no obrar”, como algo que se aloja en un presunto hilo secreto de la filosofía. Este hilo secreto, él lo sitúa en Averroes, y es desde donde se nos permitiría pensar otra imagen del hombre, y por tanto, otra política, que es de lo que no ocupamos en la siguiente sección. 48 Ibid.p.40 39 2. Agamben: potencia, inoperosidad, averroísmo Agamben se ha convertido en uno de los pensadores referenciales respecto de las problemáticas de la biopolítica y la gubernamentalidad. Sobre todo por la profundidad con que ha abordado la genealogía del cristianismo, y particularmente, planteada como una genealogía teológica de esta razón económica de gobernar 49. Sin embargo, no es nuestra intención entrar en el comentario o seguimiento del itinerario de estos estudios de Agamben, sino que - haciendo caso a Foucault, que hay filósofos que son arqueólogos y otros que abren nuevos caminos al pensamiento, si bien ambos (Foucault y Agamben), son a la vez arqueólogos y abren nuevos caminos al pensamiento- lo que aquí nos interesa del pensador italiano, es un hilo preciso que tiene que ver con toda una nueva interrogante que Agamben plantea a la filosofía, abriendo, por cierto, nuevos caminos al pensamiento, se trata de interrogar la categoría de potencia: “La potencia (la sola potencia que interesa a Aristóteles, la que surge de una héxis) no pasa al acto sufriendo una destrucción o una alteración; su páschein, su pasividad consiste más bien en una conservación y en un perfeccionamientos de sí (epídosis, literalmente ‘don adjuntado’, significa también ‘acrecentamiento’: Guillermo de Moebercke traduce in ipsum id additio [agregándolo en él], y Temistio glosa teléoiosis, ‘cumplimiento’. Debemos ahora medir todas las consecuencias de esta figura de la potencia que, donándose a sí misma, se salva y acrecienta en el acto. Ella nos obliga a repensar completamente no sólo la relación entre la potencia y el acto, entre lo posible y lo real, sino también a considerar de modo nuevo, en la estética, el estatuto del acto de creación y de la obra y, en política, el problema de la conservación del poder constituyente en el poder constituido. Pero es toda la comprensión del viviente lo que debe cuestionarse, si es verdad que la vida debe ser pensada como una potencia que incesantemente excede sus formas y sus realizaciones” 50. 49 En realidad, por toda su saga Homo Sacer. Esta saga cuenta con cuatro partes publicadas hasta el momento: Homo sacer I. El poder soberano y la nuda vida (1995); Homo sacer II, 1. Estado de excepción (2003); Homo sacer II, 2. El reino y la gloria. Una genealogía teológica de la economía y del gobierno (2007); Homo sacer II, 3. El sacramento del lenguaje. Arqueología del juramento (2008); Homo sacer II, 5 : Opus Dei : Archeologia dell’ufficio (2011, sin traducción al castellano, todavía); Homo sacer III. Lo que queda de Auschwitz: el archivo y el tes�go (1998) y Homo sacer IV, 1: Altissima povertà : regole monastiche e forme di vita (2011, sin traducción al castellano, tampoco). 50 Agamben, G. “La potencia del Pensamiento”, En La potencia del pensamiento, Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2007. p.p.367-368 40 Según Edgardo Castro, este pasaje sería, en el caso de Agamben, “uno de esos párrafos en los que, raramente y en pocas líneas, un filósofo indica la dirección general de su pensamiento”51. Esto es importante, porque, más allá de los estudios de biopolítica, el pensamiento de Agamben abre una interrogante mucho más amplia y profunda para la filosofía actual, y se trata de volver a pensar la potencia. A un gobierno que se dirige al medio corresponde una filosofía que piensa el medio, la potencia, el “entre”, el pasaje. Es por ello que para Agamben, no se trata solo de un nuevo estatuto de la obra en estética, o de una política que en su poder constituido conserve al poder constituyente, sino también de poner en cuestión toda la comprensión del viviente, que es algo cuya posibilidad abre el medir todas las consecuencias de repensar la categoría de potencia. También Castro hace ver sabiamente que, la conferencia de la que proviene el pasaje recién citado, precede sólo en dos años al volumen que Agamben junto a Deleuze publicarán sobre Bartleby. En su ensayo del mencionado libro, Agamben comenzará diciendo: “Como escribiente, Bartleby pertenece a una constelación literaria…Pero hay también una constelación filosófica para Bartleby”52. Se trata de una constelación filosófica que despierta preguntas tales como: “¿Quién mueve la mano del escriba para hacerla pasar al acto de escritura? ¿Qué ley gobierna el tránsito de lo posible a lo real? Si hay algo como una posibilidad o una potencia, ¿qué es lo que dentro o fuera de ella, la dispone a la existencia? Esta pregunta señala la ruptura, en el seno del Islam, entre los motakallimun (los teólogos sunníes) y los falasifa”. 53 Excurso: Los falasifa y las formas de problematización de la Ley La exigencia planteada a los filósofos por la teología ash’arí, una vez convertida esta última en corriente oficial tras su triunfo en la polémica con los mu’tazilíes54, era una que 51 Castro, Edgardo. Giorgio Agamben, una arqueología de la potencia. Buenos Aires: UNSAM. p,138 Agamben, G. En Agamben, G., Deleuze, G. y Pardo, J.S. Preferiría no hacerlo… Bartleby, el escribiente. Valencia: Pre-textos, 1998. p.96. sobre todo en el Capítulo III, sobre la Ciudad Ideal, veremos cómo AlFarabi da respuesta a estas preguntas a través de las potencias del deseo y del pensamiento, que son externas tanto al viviente en potencia como al objeto del acto. 53 Ibíd.p.102. 52 54 La primera corriente de teólogos fueron los llamados mu´tazilíes, esto significa, “los que se apartan”, “los escindidos”. Se les llamó así, porque asumiendo ciertos elementos de la filosofía griega – especialmente la lógica-, e intentando encontrar justificación racional a los dogmas de la fe, sus elaboraciones teológicas los llevaron a ciertas innovaciones doctrinarias que se separaban de la tradición de los primeros musulmanes. Su sistema se articula en torno a cinco tesis centrales, a saber: 1. La unicidad de Dios; 2. La justicia divina, la que 41 minaba todo fundamento y derecho de la actividad filosófica. La tesis del Corán increado, significaba que todo acto de creación (sea divino o humano) estaba reservado solamente a Dios, se trataba de la eliminación de toda posibilidad, de toda potencia, en el ser humano. Los falasifa, conscientes del hecho que pensar es un acto de creación, debieron fundamentar su actividad frente a este dogma teológico que se convertía en prescripción legal. Desde Al-Farabi (consagrado por sus seguidores como el Segundo Maestro, el primero era Aristóteles), los falasifa manejarán tres tesis centrales que muestran cómo, a través de una problematización de la teología, reservaron el lugar de la verdad para la filosofía: 1) 2) 3) La filosofía demostrativa es el conocimiento verdadero de todos los seres (divinos y humanos) y de la creación. En este sentido, es cosa necesaria para quien quiera comprender la revelación de un modo acabado. Es decir, es la verdad. Puesto que la filosofía no es accesible a todos, sino sólo a unos pocos, la religión es la encargada de mostrar al vulgo mediante la retórica, lo que la filosofía enseña a través de la demostración. En este sentido, la religión es la imagen de la verdad. Por la misma razón que la filosofía no es accesible a todos, para que exista una comunidad política virtuosa, es necesaria una Ley divina revelada por un profeta, con el fin de que lo que la filosofía enseña en la Ética, sea practicado por el pueblo mediante las obligaciones legales de la religión. está ligada a la libertad y responsabilidad de sus hombres en cuanto a sus actos; 3. La promesa de la otra vida, es una tesis compartida por todas doctrinas teológicas, sin embargo, los mu´tazilíes la vinculan a la libertad y responsabilidad humanas, dando menos cabida a la gracia divina; 4. La situación intermedia, esto es que, quien no cumpla con los mandatos de la religión pero no ha renegado de la fe, no es verdaderamente creyente, pero tampoco infiel; y 5. El imperativo moral, se refiere a la aplicación de los principios de justicia y libertad en el comportamiento de la comunidad (Corbin, Henry. “La filosofía islámica desde sus orígenes hasta la muerte de Averróes”. En Historia de la filosofía. Del mundo romano al Islam medieval. Siglo XXI editores. España, 1998.pp.285-287). Dos de sus innovaciones más polémicas son las relativas a los atributos de Dios y la del carácter creado del Corán. En cuanto a los atributos, sostenían que “el predicar de Dios un atributo positivo era lo mismo que sostener que existen dos Dioses. Dios es un ser rigurosamente Uno y absolutamente Necesario; todo lo demás es estrictamente posible” 54. Respecto del Corán, sostenían que era palabra creada por Dios y transmitida a los hombres, al contrario del dogma de los antiguos musulmanes según el Corán era palabra increada, siendo la revelación, un atributo mismo de la palabra. El hecho de ser palabra creada, no sólo admitía, sino que exigía una libre exégesis, y así los antropoformismos del Corán podrían ser interpretados como metáforas (Ramón Guerrero, Rafael. Filosofías Árabe y Judía. Editorial Síntesis, Madrid, 2001.p.p.55-58). Como reacción a estas innovaciones, nació la escuela ash’arí, que debe el nombre a su fundador Abu-l-Hasan al Ash’arí. Los ash’aríes no desdeñaron por completo la demostración racional como tampoco pretendieron por medio de ésta transformar los dogmas de la fe, lo que los situó en una postura intermedia entre el literalismo absoluto y el racionalismo mu´tazilí. Defendieron las tesis de los atributos divinos y la del Corán increado, lo que los llevó a sostener que los antropofromismos de los versículos ambiguos, debían ser asumidos con la predisposición de “sin saber cómo”. Además, sostuvieron que ningún acto escapa a la voluntad de Dios, sin embargo, en tanto que Dios crea también la adquisición de los actos por quien los realiza, entonces por esta vía el hombre era responsable jurídicamente ante él para recibir recompensa o castigo en el más allá, tesis que se situaba en un lugar intermedio entre los que defendían la coacción divina y los partidarios de la total libertad humana, como era el caso de los mu´tazilies. 42 Las dos primeras tesis, ya las podemos ver enunciadas y algo desarrolladas en el Libro de las letras de Al-Farabi, especialmente en su segunda parte, que lleva por título: El origen de las palabras, la filosofía y la religión. En el primer capítulo, consagrado a la consideración del lugar de la filosofía y la religión en la comunidad según su anterioridad y posterioridad, escribió: “Hemos mostrado que la teología y el derecho religioso son posteriores a la religión, y que la religión es posterior a la filosofía, y las disposiciones dialécticas y sofísticas son anteriores a la filosofía, y la filosofía dialéctica y la filosofía sofística son anteriores a la filosofía demostrativa. Pues en suma, la filosofía es anterior a la religión como el usuario de los instrumentos es anterior a los instrumentos. Y las facultades dialécticas son anteriores a la filosofía como el alimento del árbol es anterior al fruto o como la flor precede al fruto. Y la religión es anterior a la teología y al derecho religioso como el amo es anterior al sirviente y como el usuario del instrumento es anterior al instrumento”55. Este pasaje, enuncia también, la tercera de las tesis mencionadas arriba, es decir, la religión como un instrumento de la filosofía, lo que también podría significar, la teología y el derecho religioso, como instrumentos de la Ética y la filosofía política. Y es lo que se lee en Avicena, en su pequeño tratado titulado Sobre la división de las ciencias racionales, cuando habla de la ciencia de la política: “A través de esta ciencia uno conoce los tipos de regímenes políticos, autoridades y asociaciones, tanto virtuosas como malas; y hace saber la vía para preservar cada una, la razón para su desintegración y la manera de su transformación. De esta ciencia, el tratamiento del reinado está contenido en el libro de Platón y en el de Aristóteles sobre el régimen, y el tratamiento de la profecía y la Ley está contenido en sus dos libros sobre las leyes”56. Si en este contexto, la comunidad política se sostiene sobre la Ley divina, es decir, en un fundamento sagrado, la operación de Avicena, al decir que el tratamiento de la profecía y la Ley divina ya están en los libros de los “paganos” Platón y Aristóteles, consiste en plantear un origen profano de la necesidad de un fundamento sagrado de lo político. Los problemas de persecución y exilio que estas tesis trajeron a sus antecesores, llevaron a Averroes a hacerse cargo de la justificación legal de la filosofía en términos de la Ley divina. Así, en su Tratado decisivo, cuyo propósito es determinar si el estudio de la filosofía está prohibido, es recomendado u obligatorio según la Ley, dice: “Si, pues, consta según esto que la revelación nos impone el estudio y la consideración de los seres por medio de la razón, y si esta consideración no es otra cosa que el acto de deducir de lo conocido lo desconocido, haciéndolo como salir de aquél –y esto es el raciocinio, o cosa que se hace con el raciocinio-, resulta que tenemos la obligación de aplicar nuestra especulación a los seres existentes por medio del raciocinio intelectual”57. Una vez argumentada la obligación legal de la filosofía, Averroes sostiene en el mismo tratado, que la filosofía consiste en el estudio de los libros de los antiguos, aunque éstos no sean correligionarios, o lo que es lo mismo, a pesar de que sean paganos. Lo que significa, al 55 Al-Farabi. El libro de las letras. Madrid: Trotta, 2004. p.59 Avicena. “On the Divisions of the Rational Sciences”. En Mahdi, M. y Lerner, R. Eds. Medieval Political Philosophy: A Sourcebook. New York: The Free Press of Glencoe, 1963. p.97 57 Averroes. “Fasl al Maqal o Doctrina decisiva y fundamento de la concordia entre la revelación y la ciencia”. En Alonso, M. Teología de Averroes (Estudios y Documentos). Madrid- Granada: Consejo superior de investigaciones científicas, 1947. p.151 56 43 igual que en Al-Farabi y Avicena, que la verdad está en la filosofía y no en la religión revelada. *** Y es así como pasando por Avicena, Averroes, Maimónides, Abufalia (es decir, toda la constelación del aristotelismo árabe iniciado por Al-Farabi), Agamben llegará a afirmar que esta es la constelación filosófica a la que pertenece Bartleby, quien, según el filósofo italiano, representa de manera extrema la figura de la potencia: “Esta es la constelación filosófica a la que pertenece Bartleby, el escribiente. Como escriba que ha dejado de escribir es la figura extrema de la nada de la que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta”.58 Es así como Agamben, partiendo de los problemas de la biopolítica y la gubernamentalidad, inserta su reflexión en un marco más general -que es toda la interrogación de la comprensión del viviente, en tanto la vida sería una pura potencia que excedería todas sus formas-, que se trata de repensar la categoría de potencia con todas sus implicancias filosóficas. Así, la recepción árabe de Aristóteles, resultará fundamental para el filósofo italiano al momento de establecer una contrapartida a la compresión occidental del viviente. De este modo, en un libro de reciente aparición, Rodrigo Karmy sostiene: “lejos de ser casual, la lectura que hace Giorgio Agamben de la filosofía de Averroes, resulta esencial a su pensamiento. «Esencial» -escribe Karmy- aquí comporta un sentido preciso: dar lugar a una nueva lectura de la ontología aristotélica que ya no sitúe al acto por sobre la potencia, sino que salve a la potencia en su propia e inoperosa consistencia” 59. Agamben, nos tiene habituados a numerosas referencias a Averroes, sin embargo, estas aparecen, en general, como menciones (al parecer, de puro “adorno erudito”) en alguna glosa o párrafo final de algún ensayo o capítulo de libro, y por lo tanto, carecen de tratamiento amplio, así como de referencias a las fuentes (algo que, en 58 Agamben, G. Bartleby…op.cit..p.111 Karmy, Rodrigo (Ed.). Políticas de la interrupción: ensayos sobre Giorgio Agamben. Santiago: Escaparate, 2011. p, 156. 59 44 todo caso, es común al general de los pensadores clásicos que cita nuestro autor). Lo que el ensayo de Karmy hace explícito, es que esa estrategia teórica de la inoperosidad y la profanación, la vida de la potencia; se anida en un “hilo secreto” de la tradición filosófica, que remite a la recepción de Aristóteles que tuvo lugar en la atmósfera cultural del Islam clásico entre los siglos IX y XII, que corresponde a toda una producción de traducciones, clasificaciones, resúmenes, comentarios, paráfrasis y tratados sobre el legado filosófico griego, en lengua árabe, por parte de pensadores musulmanes, cristianos y judíos. Desde Al-Farabi, quien fuera la segunda máxima autoridad filosófica de este “hilo secreto”, el hombre fue entendido como un ser posible, donde posible, como lo contrario a necesario, significa algo que puede tener o no tener lugar, puede obrar o no obrar. Una concepción del hombre tal, significará que la noción aristotélica de potencia será trabajada de un modo muy diferente y mucho más radical de cómo lo fue en su versión latina. Veamos a continuación, cómo es que nuestro autor establece esta relación, desde la problemática contemporánea de la biopolítica, a una posible contrapartida que se ubicaría en Averroes. En el pensamiento de Agamben, la problemática de la biopolítica conjuga la tesis de Benjamin según la cual “el estado de excepción es la regla”, con las tesis de Hannah Arendt y Michel Foucault referentes al ingreso de la vida en el espacio político; en el caso de la primera, sería el ascenso de la labor (por sobre el trabajo y la acción) y su consecuente canalización de los procesos de la vida hacia el espacio público, y en el caso del segundo, la consideración de la vida por parte de los cálculos del podersaber, produciendo así una creciente “gubernamentalización” de las relaciones de poder, que vendría no a sustituir, sino a complementar el viejo derecho soberano. “En un estado de excepción que ha pasado a ser normal – dice Agamben-, la vida es la nuda vida que separa en todos los ámbitos las formas de vida de su cohesión en una forma de vida. La escisión marxiana entre el hombre y el ciudadano, es pues, sustituida por la escisión entre la nuda vida, portadora última y opaca de la soberanía, y las múltiples formas de vida abstractamente recodificadas en identidades jurídico-sociales (el elector, el trabajador por cuenta ajena, el periodista, 45 el estudiante, pero también el seropositivo, el travestido, la estrella porno, el anciano, el padre, la mujer) que reposan todas sobre aquélla” 60. Es por ello que, con el objeto de desactivar la máquina biopolítica, pensar una vida a la que no se le pueda aislar una nuda vida, es decir, una vida que no pueda desprenderse de su forma, una vida que sea forma-de-vida es para Agamben un tema fundamental. Con esto se refiere a una vida de potencia que no pueda ser consignada a otra cosa que la felicidad, lo que sería una vida auténticamente política. Escribe: “Una vida política, es decir orientada según la idea de felicidad y que se aglutina en una forma-de-vida, sólo es pensable a partir de la emancipación de aquella escisión, del éxodo irrevocable de cualquier soberanía. La pregunta sobre la posibilidad de una política no estatal reviste, pues, necesariamente esta forma: ¿Es posible hoy, se da hoy algo como una forma de vida, es decir como una vida a la que en su vivir le va el vivir mismo, una vida de la potencia?”61. Justamente esta posibilidad, para Agamben, residiría en la lectura que hace Averroes de Aristóteles, y específicamente en sus comentarios al De Anima, a la Metafisica y en lo que hay de la Ética a Nicómaco en su Exposición sobre la «República» de Platón. A renglón seguido de la pregunta recién citada, Agamben escribe: “Llamamos pensamiento al nexo que constituye las formas de vida en un contexto inseparable, en forma-de-vida. (…) La experiencia del pensamiento de que aquí se trata es siempre de una potencia común. Comunidad y potencia se identifican sin fisuras, porque el que a cada potencia le sea inherente un principio comunitario es función del carácter necesariamente potencial de toda comunidad. (…) Por esto, la filosofía política moderna no empieza con el pensamiento clásico, que había hecho de la contemplación, del bios theoréticos, una actividad separada y solitaria (“el exilio de uno solo en uno solo”), sino sólo con el averroísmo, es decir con el pensamiento del único intelecto posible común a todos los hombres (…)” 62. El que una vida de la potencia haga posible una política sin soberanía, está dado, según Agamben, por la idea de una inoperosidad esencial del hombre, es decir, de pensar al hombre como un ser carente de obra, inoperoso. Esta idea le viene a 60 Agamben, Giorgio. “Forma-de-vida”, En Medios sin fin, notas sobre política. Valencia: Pre-textos, 2001.p.16 61 Ibid.p.18 62 Ibid.p.19 46 Agamben de la lectura de un pasaje de la Ética a Nicómaco que él considera decisivo: “Pero tal vez parece cierto y reconocido que la felicidad es lo mejor, y, sin embargo, sería deseable mostrar con mayor claridad qué es. Acaso se lograría esto si se comprendiera la función propia del hombre. En efecto, del mismo modo que en el caso de un flautista, de un escultor y de todo artífice, y en general de los que hacen alguna obra o actividad, parece que lo bueno y el bien están en la función, así parecerá también en el caso del hombre si hay alguna función que le sea propia. ¿Habrá algunas obras y actividades propias del carpintero y del zapatero, pero ninguna del hombre, sino que será éste naturalmente inactivo? (10097b)”63. No es que Aristóteles esté afirmando que el hombre sea naturalmente inoperoso, sin embargo, el planteamiento de la pregunta, deja abierta la posibilidad de pensar el legado aristotélico en una u otra dirección, es decir, al hombre como un ser-en-obra o bien, como un ser esencialmente carente de obra. Sin embargo, advierte Agamben, en el pasaje siguiente, Aristóteles procede a la determinación de la obra del hombre: “Y si la función propia del hombre es una actividad del alma según la razón o no desprovista de razón, y por otra parte decimos que esta función es específicamente propia del hombre y del hombre bueno, como el tocar la cítara es propio de un citarista y de un buen citarista, y así en todas las cosas, añadiéndose a la obra la excelencia de la virtud (pues es propio del citarista tocar la cítara y del buen citarista tocarla bien), siendo así, decimos que la función del hombre es una cierta vida, y ésta una actividad del alma y acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y primorosamente, y cada uno se realiza bien según la virtud adecuada; y, si esto es así, el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud, y si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más perfecta, y además en una vida entera (1098a)”64. Así, dirá Agamben: “La determinación aristotélica de la obra del hombre implica, pues, dos tesis sobre la política: 1) en tanto se define en relación a un ergón, la política es de la operosidad y no de la inoperosidad, del acto y no de la potencia; 2) este ergón es, sin embargo, en último término «una cierta vida», que se define ante todo por la exclusión del simple hecho de vivir, de la vida desnuda” 65. La manera en que este legado ha sido adoptado en la tradición filosófico-política de occidente, es desde el punto de vista de la operosidad: “Desde la perspectiva de los comentadores 63 Aristóteles. Ética a Nicómaco, Madrid: CSIC, 2002.p.8 Ibid.p.9 65 Agamben, Giorgio. “La obra del hombre”. En La potencia del pensamiento….op.cit, p.472 64 47 cristianos de Aristóteles, (…), la hipótesis de una inoperosidad esencial del hombre no podía sino parecer escandalosa” 66, y a su vez: “En la Edad Moderna, la política occidental ha sido pensada consecuentemente como asunción colectiva de una tarea histórica (de una «obra») por parte de un pueblo o de una nación. Esta tarea política coincidía con una tarea metafísica, es decir, con la realización del hombre en tanto ser viviente racional” 67. Sin embargo, para Agamben, es posible “una lectura diferente del pasaje de Aristóteles. Esta está contenida en dos textos heterogéneos pero que no carecen de relación. El primero es el comentario de Averroes a la República de Platón…”68, donde el filósofo árabe sostiene en relación a la parte teórica del alma: “pero como esta parte teórica no la poseemos desde el comienzo en su perfección definitiva y en acto, su existencia es potencial” 69. En El Reino y la Gloria, que es hasta el momento su principal estudio sobre la gubernamentalidad, Agamben vuelve sobre este tema y, en un lugar muy estratégico del libro, el capítulo VIII, donde según el mismo autor se encuentra uno de los núcleos del libro. Partiendo del mismo pasaje de la Ética a Nicómaco, y de la posibilidad de pensar una inoperosidad que de éste se desprende, plantea la lectura que en esta dirección haría Averroes, pero ahora haciendo explícita su relevancia política: “La idea se deja de lado enseguida y la obra del hombre es identificada con aquella ‘operosidad’ (enérgeia) particular que es la vida según el lógos. Pero la relevancia política del tema de una inoperosidad esencial del hombre como tal no se le había escapado a Averroes, quien hace de la potencia y no del acto del pensamiento el carácter específico de la especie humana” 70. La tesis que pretendemos sostener, es que esta idea de Averroes está arraigada histórica y filosóficamente en la tradición de la filosofía árabe iniciada por AlFarabi, o dicho de otro modo, el concepto agambeniano de “inoperosidad” encuentra sus fuentes clásicas en lo que podríamos llamar una “recepción árabe de 66 Ibid.p.468 Ibid.p.473 68 Ibid.p.474 69 Averroes, Exposición sobre la República de Platón. Traducción y estudio preliminar de Miguel Cruz Hernández. Madrid: Tecnos, 2001.p.91 70 Agamben, Giorgio. El Reino y la Gloria. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2008. p.430 67 48 Aristóteles”, aunque él mismo no lo advierta así, y sus alusiones se remitan a Averroes y el averroísmo latino. Será necesario pues, como advierte Coccia, aprender a leer a Averroes en el marco de esa tradición que Gilson llegó a reconocer en sus investigaciones sobre el influjo de un nuevo movimiento doctrinal en el siglo XIII latino, tras la recepción del pensamiento de Avicena, llamado “agustinismo avicenizante” por el mismo autor y cuyas fuentes árabes se situaban en la tradición de la noesis derivada de Alejandro de Afrodisia. “Lanzando una mirada a los manuscritos que contienen las traducciones latinas de obras árabes-dice Gilson-, se constata con facilidad la existencia de una tradición que quería que ciertos tratados De intellectu fuesen copiados en el mismo volumen y reunidos para la mayor facilidad del lector. Alejandro de Afrodisia, Al-Kindi, Alfarabi, el De anima de Avicena parecen llamarse los unos a los otros y complementarse recíprocamente”71. Como se ve, el reconocimiento de una “recepción árabe de Aristóteles”, no es nuevo. La particularidad de dicha tradición consiste en que además de la herencia peripatética de Alejandro de Afrodisia, la tradición árabe recibió a Aristóteles a través de los comentarios neoplatónicos, así como a través de otras obras apócrifas como el Liber de Causis. Se trata entonces de la elaboración de una cosmología aristotélica a través de una hibridación con el neoplatonismo, donde el hombre “no es el ser viviente eminentemente racional y la racionalidad no es en lo absoluto un atributo exclusivo de la humanidad” 72, sino que por sobre está el mundo supralunar, donde está la causa primera y las causas y cuerpos celestes, donde las inteligencias son sustancias separadas, estructuradas en función de una jerarquía del cosmos que deriva desde el Ser primero como Causa primera. Aquí, la facultad del pensamiento –en cuanto el intelecto está separado- le pertenece al hombre sólo de manera potencial, y en consecuencia el pensamiento no es una afección de un alma individual, sino que al formar parte de las sustancias separadas, es una afección desde fuera, desde otro ser. En último término, el pensamiento, cuyo objeto último 71 Gilson, Etienne. Les sources greco-arabes de l’augustinisme avicenissant, Paris, Vrin, 1981.p.7. Citado en Coccia, Emanuele, Filosofía de la imaginación. Averroes y el averroísmo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2007.p. 154 72 Ibídem 49 según Al-Farabi es la felicidad, y la felicidad política (según lo que la tradición ha transmitido sobre su comentario a la Ética a Nicómaco), es algo que no nos pertenece desde el comienzo en acto, sino sólo en potencia. La potencia de la que se trata es de aquella a la que se transfirió el nombre de posibilidad, ya que como bien sostiene Avicena: “esta potencia no exigía como condición que por ella la cosa fuese agente en acto, sino que ésta, en tanto estaba en potencia, tuviera la posibilidad de obrar y de no obrar” 73; o como también afirmará más tarde Averroes: “Más no se sigue que las cosas que obran por apetito y elección hayan de obrar necesariamente, al ser aplicadas a su sujeto pasivo” 74. Según Avicena, esta potencia a la cual se le ha dado el nombre de posibilidad, es la potencia más perfecta, y consiste en una preparación tan acabada que “puede actualizarse cuando se quiera sin tener necesidad de adquirir nada más; antes al contrario, es de tal modo perfecta que sólo es preciso proponérselo, como el escriba consumado en su arte cuando no escribe” 75, aquella que Agamben en Homo Sacer, y a la luz de la noción de potencia perfecta acuñada por Avicena, llamará potencia de no. Averroes advertirá que no debemos confundir esta clase de potencia con aquella disposición del ser para poder existir en acto, concepto que no sería aplicable a cuando se dice que “algo es infinito en potencia, como cuando decimos del movimiento y del tiempo que son infinitos en potencia, porque lo infinito no puede ser reducido a acto, hasta el punto de separarse de la potencia; antes al contrario, tal concepto (de infinito en potencia) indica que el acto está siempre unido a la potencia”76. Es lo que sucedería con la potencia del pensamiento, particularmente con el intelecto en potencia, para Averroes, el último de los géneros del ser. En este sentido, tanto el pensamiento, como la felicidad (que desde AlFarabi viene pensada como una afección del intelecto), pertenecen a este género de cosas que, siendo infinitos en potencia, no pueden agotarse en la reducción al acto. Pues están siempre unidos a su potencia, y en su obrar exponen siempre, por lo 73 Avicena. Sobre Metafísica. Selección, introducción y notas de Miguel Cruz Hernandez. Madrid: Revista de Occidente, 1950.p.121 74 Averroes. Compendio de Metafísica. Traducción de Carlos Quiroz Rodríguez, Presentación de Josep Puig Montada. Madrid: Fundación del Monte, 1998.p.133 75 Avicena, op.cit.p.121 76 Averroes, op.cit.p.137 50 tanto, su posibilidad de no obrar. La dimensión práctica, es decir, política, de este concepto del no obrar, Agamben lo enuncia en las siguientes palabras, y ligándolo al “sentido político del averroísmo”: “La política es lo que corresponde a la inoperosidad esencial de los hombres, al ser radicalmente sin obra de las comunidades humanas. Hay política porque el hombre es un ser argos, que no es definido por ninguna operación propia; es decir un ser de pura potencia, que ninguna identidad y ninguna vocación pueden agotar (este es el sentido político del averroísmo, que liga la vocación política del hombre al intelecto en potencia)”77. Veremos en los capítulos sucesivos, que este “sentido político del averroísmo”, es en realidad el sentido político de la filosofía de la tradición iniciada por Al-Farabi. 77 Agamben, “Heidegger y el nazismo”, en La potencia del pensamiento… op.cit. p, 421. El destacado es mío. 51 Capítulo II Al Farabi, el inicio de un nuevo modo de pensar 1. El Segundo Maestro Si bien el título de “el filósofo de los árabes” pertenece a Al-Kindi (801-873)- ya que además de haber sido el primer filósofo propiamente tal en tierras del islam, de entre los grandes falasifa78, salvo los andalusíes, fue el único de etnia árabe, pues Al-Farabi (870-959) y Avicena (980-1037) eran ambos persas-, este no fue quien dio inicio a la tradición del pensamiento filosófico árabe del Islam clásico, que influirá también decisivamente en los debates de la filosofía medieval latina, sino que fue Al-Farabi (que tampoco se vio influenciado por Al-Kindi), y es por ello que es él quien mereció el nombre de “el Segundo Maestro”, es decir, después de Aristóteles era, en este contexto, considerado como la segunda máxima autoridad filosófica. Si Al-Kindi fue considerado el primer filósofo en tierras del islam es porque, fue el primer hombre que decidió dedicar su vida a la búsqueda de la verdad, ocupándose para ello, de los textos de los grandes maestros antiguos, Platón y Aristóteles. Es así como se entendió al filósofo en todos los “medios evos” 79. Fuera esta una disciplina institucionalizada (como en el cristianismo), o más bien marginal (como en los casos del islam y el judaísmo). De manera que la producción filosófica de Al-Kindi (los comentarios a Aristóteles y los tratados propios sobre temas similares), así como la discusión teológico-política de la que participa (con los teólogos en relación al conflicto entre filosofía y ley divina), no lo diferencian de la tradición posterior. Lo que significa que, lo que hace la diferencia con Al-Farabi y, hace de este “el Segundo Maestro”, no es meramente una posición cronológica en la historia, sino la introducción de una “mirada” diferente en cuanto a la recepción de los textos de Platón y Aristóteles, entonces, de la filosofía. Y es esto lo que nos autoriza a situar en Al-Farabi la génesis de este “hilo secreto” del pensamiento 78 79 Plural de “failasuf”, filósofo en árabe. De Libera, Alain. La filosofía medieval. Buenos Aires: Editorial Docencia, 2000. 52 occidental del que habla Agamben (quien sitúa tal punto en Averroes y el Averroísmo), y desde el cual podemos desprender los elementos de una “ontología de la potencia”. De esto se ocupa esta sección, es decir, de dar una explicación filosófica al hecho de que Al-Farabi sea llamado “el Segundo Maestro”, que vaya más allá de la atribución de tal posición de autoridad a su lugar en el calendario. Esto es importante, porque es la “mirada” filosófica, el modo de filosofar que con este hombre se inaugura y su herencia, lo que será condenado en 1277 por el Obispo de París. Con esta condena, se intenta clausurar la posibilidad de pensar al hombre de otra manera que no sea desde la concepción de Tomás de Aquino, que siendo la génesis de lo que Foucault en su curso La hermenéutica del sujeto llama “el momento cartesiano”, produce la serie “sujeto de creencia- sujeto de conocimiento”80. Indagar en la problematización81 de esta serie, y sobre todo, en la unión de la creencia o el conocimiento con el sujeto, es lo que posibilita la filosofía de AlFarabi. Y en este sentido, se trata de un pensamiento a través del cual podemos ir más allá de la “querella entre los antiguos y los modernos” de la que nos habla Strauss, como una de las fracturas fundamentales de la filosofía occidental, y de la que también se hace eco Hannah Arendt en La condición humana y en general, en su concepción de la política82. Pues, se trata de una filosofía que, en su integridad de 80 Foucault, Michel. La hermenéutica del sujeto. México: Fondo de Cultura Económica, 2004.p.40 “Problematización- decía Foucault- no quiere decir representación de un objeto preexistente, así como tampoco creación mediante el discurso de un objeto que no existe. Es el conjunto de las prácticas discursivas o no discursivas que hace que algo entre en el juego de lo verdadero y lo falso y lo constituye como objeto para el pensamiento (bien sea en la forma de la reflexión moral, del conocimiento científico, del análisis político, etc.)” (Michel Foucault,“El cuidado de la verdad”, Obras Esenciales Vol.III, .p.371) 81 82 En un texto dedicado a “Jerusalén y Atenas”, cuyo propósito era una crítica a Hermann Cohen sobre el mismo tema, Leo Strauss expone de la manera más breve y precisa el sentido de lo que él llamaba “la querella entre los antiguos y los modernos”, escribe: “Cohen entendía a Platón a la luz de la oposición entre este y Aristóteles, una oposición que, a su vez, interpretaba a la luz de la oposición entre Kant y Hegel. Sin embargo, a nosotros nos impresionan más que él el parentesco entre Platón y Aristóteles, por una parte, y el parentesco entre Kant y Hegel, por la otra. En otras palabras, la querella entre los antiguos y los modernos nos parece más fundamental que la querella entre Platón y Aristóteles o la querella entre Kant y Hegel” (Strauss, Leo. “Jerusalén y Atenas: algunas reflexiones preliminares” En Cf, Estudios de filosofía política platónica. Amorrortu: Buenos Aires, 2008.pp. 237-238). Hannah Arendt también derivó su concepción de la política, critica de la modernidad, desde una especie de querella entre los antiguos y los modernos. En general, casi toda la obra de Arendt está orientada a una crítica del presente moderno, desde los referentes antiguos, expresando una cierta decadencia de los genuinos conceptos con los cuales el hombre se concebía a sí mismo 53 cosmología, noesis y ética, permite –como había dicho Alhtusser sobre el psicoanálisis-: “recorrer la larga marcha forzada que de larvas mamíferas hace niños humanos, sujeto masculinos o femeninos”83. Antiguos o modernos, los individuos han sido constituidos en sujetos, y la tarea de la filosofía, trazada por Al-Farabi, será develar la forma en que el viviente sensible, pensante y hablante, en cuanto ser posible, toma formas, individuales y colectivas, que se traducen en reglas, sobre sí mismo y sobre la relación con los otros, pero estas reglas, en cuanto imágenes de la verdad, serán siempre relativas y contingentes, y por lo tanto, revocables, algo que es incluso, inevitable. Así, con Al-Farabi se abre esa “fuerza” en la filosofía, que Agamben llama “Averroísmo” y, que intermitentemente aparece en filosofía extendiéndose “desde Dante a Spinoza, desde Artaud hasta Heidegger” 84, y que se trata del pensamiento de la contingencia, de la potencia, de la potencia de ser y de la de no ser también, la potencia de “no obrar”, de la inoperosidad. Agamben, en su estudio introductorio al libro de Coccia, define el “averroísmo” de un modo muy preciso: “Para definir el averroísmo no basta con la proposición subversiva «no soy yo quien piensa lo que como un ser político y en la historia, incluso en lo que sería el mismo concepto de vida. Estas ideas las podemos ver en obras como: La condición humana, ¿Qué es la política?, Sobre la Revolución, El concepto de Historia: antiguo y moderno, y quizá seguiría un largo etcétera, ya que como hemos dicho, el referente antiguo es recurrente en la obra de Arendt. Caso diferente del de Foucault, quien al preguntarse por los modos de operar de aquellos conceptos y discursos que dictan las reglas del gobierno de los hombres (algo común a antiguos y modernos), toma en la última parte de su obra, la ética de los antiguos, pero no como el referente genuino de lo que sería la ética, sino meramente como un gesto de mostrar que si hemos sido de otro modo, es porque también podemos ser de otro modo, y en este sentido, la tarea de la filosofía, no sería como en Strauss o Arendt, dar cuenta de nuestra crisis a través de la decadencia de nuestros conceptos, sino la descripción de nosotros mismos, se trata de las relaciones entre el sujeto y la verdad, de los juegos de verdad, por lo tanto las preguntas son otras: ¿Por qué ser gobernados? ¿Por qué por estas reglas y métodos? ¿Cómo poder ser gobernados de otro modo, bajo otras reglas, otros supuestos, otras instituciones? O quizá, porqué no, ¿Cómo no ser gobernados? (Sobre esto léase: Foucault, Michel; Hubert Drefus y Paul Rabinow. “Sobre la genealogía de la ética: una visión de conjunto de una trabajo en proceso”, en Michel Foucault: más allá del estructuralismo y la hermenéutica, por Hubert Dreyfus y Paul Rabinow. Buenos Aires: Nueva Visión, 2001, pp.261-296. Y Foucault, Michel. “¿Qué es la crítica?”, En Cf. Sobre la ilustración. Tecnos: Madrid, 2004.pp.3-52). Veremos que este tipo de interrogantes ya los podemos desprender de la filosofía de Al-Farabi, y es por ello que hablamos de la inauguración de un nuevo modo de filosofar, que ha constituido una especie de tradición de pensamiento marginal. 83 Althusser, Louis. “Freud y Lacan”. En Posiciones. Anagrama: Barcelona, 1977.p.23 84 Agamben, Giorgio. “Estudio Preliminar”, En Coccia, Emanuele. Filosofía de la imaginación: Averroes y el averroísmo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2007.p.15 54 pienso», sino que es preciso agregarla al apéndice igualmente inopinado: «pienso irregularmente, con agujeros, con intermitencias»” 85. Ya desde el Tabaqat el umam (“Categorías de las naciones”, o “Historia de la Filosofía y de las ciencias”) de Sa’id Al-Andalusí (m.1286)- que es la primera gran historia de los saberes que abarca desde los antiguos egipcios y griegos hasta AlAndalus, al menos en el contexto árabe-, podemos notar el testimonio sobre un AlFarabi que, no solo es quien mejor expuso las obras de los antiguos, sino que inauguraría un nuevo modo de filosofar: el enseñar los “secretos” de las ciencias filosóficas: “hemos de mencionar a Abu Nasr Muhammad b. Nasr al-Farabi, el mayor filósofo de los musulmanes, sin duda alguna. Estudió la lógica con Yuhanna b. Haylan, (…), y superó en esta materia a todos los sabios musulmanes, a los cuales aventajó debido al profundo conocimiento que había adquirido sobre esta materia, lo que lo llevó a explicar sus partes oscuras, a descubrir sus secretos y a hacerla más asequible. Al-Farabi reunió todos los elementos necesarios para conocer esta ciencia en unos libros, compuestos con un lenguaje correcto y unas imágenes sutiles, que recogen todo aquello que Al-Kindi y otros autores habían omitido acerca del método analítico y el desvelamiento de las matemáticas (al-ta’alim86). En estas obras hizo una clara exposición de las cinco partes de la lógica, informó de los casos en que esta resulta de utilidad, mostró las vías que permiten servirse de ella y el medio para conocer el razonamiento silogístico en cada una de estas materias. Sus libros en relación con estas cuestiones son lo mejor que hay y lo más perfecto que existe”87. Desde los testimonios que encontramos en la tradición, hasta la misma concepción que Al-Farabi tendría de sí mismo (la imagen del filósofo personificado en Platón), podríamos decir que la descripción que nos presenta Al-Andalusí de Al-Farabi, no puede ser más fiel al personaje. Efectivamente, es el mismo Abu-Nasr quien 85 Ibídem. Es necesario hacer notar que el sentido que se le da a las matemáticas, es totalmente diverso de lo que es para nosotros hoy como disciplina que se ocupa de los números, el uso contemporáneo que corresponde a esa disciplina en el árabe actual es riadiyat. En cambio al-ta’lim, si bien en este contexto se ocupa como “matemáticas”, tiene un significado mucho más amplio y también preciso, que es “Educación”. De hecho, según la misma clasificación de Al-Farabi, las matemáticas, además de la aritmética, el algebra y la geometría, incluyen a la música, la astronomía, la óptica, la mecánica, y la ingeniería. De manera que aquí, “matemáticas, educación”, significan “modo de pensar”, y esto según la filosofía de Al-Farabi es la manera en que aprehendemos los cuerpos sensibles del mundo, por ser los que definen la vida. A esto nos referiremos más en profundidad en el tercer capítulo, dedicado a nuestra propuesta de lectura de la Ciudad Ideal. 87 Al-Andalusí, Sa’id. Historia de la filosofía y de las ciencias o Libro de las Categorías de las Naciones. Traducción, notas e índices de Eloísa Llavero Ruiz, Introducción de Andrés Martínez Lorca. Madrid: Trotta, 2000. Pp. 125-127. Los destacados son míos, y así será en lo que sigue de esta tesis, todo destacado con negrita en una cita, indica una opción propia por destacar algo en el texto citado. 86 55 plantea en varios de sus textos, el propósito de develar el sentido oculto (las partes oscuras, los secretos) tras los tratados de filosofía (como el caso de su comentario a Metafísica de Aristóteles88), o incluso, que esta actividad sea específicamente la tarea del filósofo, que es como describe a Platón en la introducción de su comentario a Las Leyes, donde según Leo Strauss, se estaría describiendo a sí mismo y a sus posibilidades de hacer filosofía en unas sociedades que no la tienen precisamente por una actividad que contribuya a la obediencia del orden establecido, sino más bien a su examen89. De ahí la necesidad de usar imágenes sutiles para enseñar aquellos aspectos del desvelamiento de las matemáticas (alta’lim, la educación) que los autores anteriores habían omitido. Hechos como que el mismo Avicena (el conocido “Príncipe de los filósofos”) haya declarado haber leído más de cuarenta veces la Metafísica de Aristóteles, incluso haberla memorizado, pero sin entender una palabra hasta leer el comentario de AlFarabi90; o como el que Averroes (que en muchos lugares de su obra se muestra crítico del Segundo Maestro), en su Exposición de la «Republica» de Platón, de por sentadas las principales tesis filosóficas farabianas sobre el cosmos y el intelecto sin mayor examen91; o las mismas condenas de las que fue objeto por “sus perversas 88 En un breve tratado dedicado a “Los propósitos de Aristóteles en la Metafísica”, Al-Farabi abre el texto con las siguientes líneas: “En este tratado queremos indicar el propósito oculto en la obra de Aristóteles conocida con el nombre de Metafísica, también sus principales subdivisiones”. De “Antología”, por Martini Bonadeo, Cecilia y Cleophea Ferrari. En: D’Ancona, Cristina, Storia della filosofía nell’islam medievale. Vol I. Einaudi: Turín, 2005. 89 El texto al que nos referimos, proviene de la introducción a su comentario sobre Las Leyes de Platón: “Nuestro propósito en hacer esta introducción es el siguiente: el sabio Platón no se sintió libre para revelar y desvelar toda clase de conocimiento para toda la gente. Por lo tanto él siguió la práctica de usar símbolos, enigmas, oscuridad y dificultad, de modo que el conocimiento no cayera en manos de quienes no lo merecen y ser deformado, o cayera en manos de alguien que no conoce su valor o lo usa incorrectamente. En esto él tuvo razón. Una vez que él sabía y se aseguró de que se había hecho famoso por esta práctica, y que era extendido entre la gente que él expresaba todo cuanto tenía intención de decir por medio de símbolos, a veces daría vuelta el asunto acerca del cual tenía la intención de discutir y lo plantearía abierta y literalmente; pero quienquiera que lea u oiga su discusión supone que es simbólica y que él se propone algo diferente de lo que declara abiertamente. Esta noción es uno de los secretos de sus libros”. (Al-Farabi, Plato’s Laws. Traducción del árabe al inglés por Muhsin Mahdi. Recurso electrónico obtenido de www.islambook.com. La traducción al español es mía. No dispongo de una versión del texto en árabe, en consecuencia me he visto obligado a tomar sólo el texto en inglés). 90 Véase Ramón-Guerrero, Rafael. Filosofías árabe y judía. Síntesis: Madrid, 2001.p.139 Nos referimos en particular, a dos textos que pertenecen al “Tratado primero” de la mencionada obra, y se ubican en el contexto de la formación filosófica y como ha de tener lugar en el régimen modelo. El primero dice: “En cuanto a los asuntos teóricos que deben ser imitados hasta el grado más alto, como Abu-Nasr al91 56 teorías que profesa respecto de la profecía, que él cree una propiedad natural de la facultad imaginativa, inferior en rango a la filosofía, con otras muchas cosas que no tenemos necesidad de recordar aquí”, como nos informan las palabras de Ibn Tufayl en su conocido Hayy ibn Yaqzan o El filósofo autodidacta92; nos dan cuenta de un filósofo excepcional, que inauguró en su época un modo de filosofar que no se basa en la obediencia, sino en el cuidado de sí93, algo que nos debería hacer tomar con mayor sospecha la tesis ampliamente aceptada acerca de Al-Farabi como un filósofo religioso en el campo de la política, que han sostenido autores como Muhsin Mahdi o Salvador Gómez Nogales94. 2. Crítica del “prejuicio straussiano” y algunas cuestiones sobre Al-Farabi y la filosofía árabe en general Tanto en trabajos de Mahdi como de Gómez Nogales, veremos planteada la tesis según la cual Al-Farabi, a pesar de ser un gran filósofo en la interpretación del mundo y la naturaleza, en el campo de la política es un filósofo religioso, es decir, un filósofo que concibe el orden político perfecto como el orden figurado por la ley divina. Es justamente esto lo que queremos discutir. Este tipo de lecturas, se apoyan en unas ideas que derivan de la interpretación de Leo Strauss sobre las filosofías islámica y judía medievales (es decir, árabe), pero que entran ya en supuestos filosóficos y políticos de tipo doctrinario, algo que va más allá del método straussiano de lectura entre líneas, en el que nos hemos apoyado desde la introducción del presente estudio, por ser uno de los aportes Farabi habla de ellos en su libro Sobre los grados del ser (más conocido como Política), pueden aquí tomarse de él”. (El paréntesis es mío). El segundo texto, que trata sobre los límites de la imitación en la operación intelectiva, dice: “al igual que nosotros intentamos imitar al Primer Principio Divino y al Segundo Principio o Intelecto Agente, como dice Al-Farabi”. Averroes, Exposición de la Republica de Platón. Tecnos: Madrid, 2001.pp. 18 y 19. 92 Ibn Tufayl. El filósofo autodidacto. Risala Hayy ibn Yaqzan. Traducción de Ángel González Palencia. Trotta: Madrid, 2003.p.38 93 Y con esto nos referimos a la Ética así como la entendían los griegos, tal como mostró Foucault en “El uso de los placeres”, y como sostiene Avicena en su Clasificación de las ciencias racionales, en donde la “ciencia de sí”, la ética, constituye una parte importante de la ciencia política, y su objeto es el gobierno de sí. Véase Lomba, Joaquín. Avicena Esencial, Ediciones de Intervención cultural Montesinos: España, 2009.p.80 94 Véanse: Mahdi, Muhsin. Alfarabi y la fundación de la filosofía política islámica. Editorial Herder, Madrid, 2003 y, Gómez Nogales, Salvador. La política como única ciencia religiosa en Alfarabi. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1980. 57 metodológicos más importantes en la renovación de los estudios sobre la filosofía árabe. Entonces, ya hemos señalado antes los puntos de la interpretación de Strauss que son, por decirlo de alguna manera, los acertados para la presente propuesta. Identifiquemos ahora esos puntos de la interpretación de Strauss que, como dijimos, entran ya en supuestos filosóficos y políticos de tipo doctrinario, que a nuestro juicio son muy discutibles. La mentadas ideas se podrían resumir en lo siguiente: una especie de división de las temáticas filosóficas, es decir, de las ciencias teóricas y las ciencias prácticas; una supuesta coincidencia teórica entre la escolástica latina y la filosofía árabe (al menos en lo que se refiere a “tradición”), y por último, un casi exclusivo platonismo en el ámbito político, que además habría sido por una opción casi estratégica que es la adecuación perfecta entre el sistema platónico y el paradigma islámico de la profecía y el tawhid, además de la supuesta ausencia del texto aristotélico de la Política. Así lo expresa Strauss en su ensayo titulado “Cómo iniciar el estudio de la filosofía medieval”: “Musulmanes y judíos conciben la religión, primordialmente como una ley. En consecuencia, la religión entra en el horizonte de los filósofos, sobre todo como un hecho político. La disciplina filosófica que se ocupa de la religión no es, por lo tanto, la filosofía de la religión, sino la filosofía política o la ciencia política. La ciencia política en cuestión es específica: la ciencia política platónica, la doctrina de la Republica y las Leyes de Platón. Ninguna diferencia entre la filosofía judeoislámica, por una parte, y la escolástica cristiana, por otra, es más palpable que esta: mientras que en el mundo occidental el clásico de la ciencia política era la Política de Aristóteles, los clásicos correspondientes en el mundo judeo- islámico eran la República y las Leyes de Platón. De hecho, la Política de Aristóteles era desconocida en el mundo judeo-islámico, y la República y las Leyes hicieron su aparición en Europa no antes del siglo XV” (…) “La ley islámica, así como la ley judía, se consideraba, desde luego, una ley divina, una ley dada por Dios a los hombres por intermedio de un profeta. El profeta es interpretado por Al-Farabi, Avicena y Marimondas en términos del rey filósofo platónico: como el fundador de la comunidad política perfecta. Esos filósofos consideran la doctrina de la profecía, en cuanto tal, como parte de la ciencia política. Avicena describe las Leyes de Platón como la obra básica sobre la profecía” (…) “La diferencia entre la filosofía judeo-islámica y la escolástica cristiana se advierte con suma claridad en el campo de la filosofía practica. En lo que respecta a la filosofía teórica, tanto la filosofía judeo- islámica como la escolástica cristiana se apoyan en una tradición que es sustancialmente la misma. Empero, en materia de filosofía política y moral, la diferencia es fundamental” 95. 95 Strauss, Leo. “Como iniciar el estudio de la filosofía medieval”. En Cf El renacimiento del racionalismo político clásico. Amorrortu: Buenos Aires, 2007.pp.313-314. 58 Dada la extensión de la cita, para comentarla desprenderemos cinco puntos en los que, creemos, podemos concentrar nuestra crítica a esta especie de “prejuicio straussiano” y que, a propósito, nos llevará a algunas cuestiones generales sobre la filosofía árabe que son de necesaria aclaración. 1. Sobre la división de las ciencias. Era común entre los falasifa componer tratados que clasificaran y dividieran las ciencias, testimonio de ello son la Clasificación de las ciencias de Al-Farabi y la División de las ciencias racionales de Avicena, en las cuales los autores se proponen identificar las diversas ramas del saber y sus subdivisiones. Pero esto no significa que pueda darse una diferencia fundamental de propósito entre unas y otras ramas del saber, el fin de todas es el conocimiento del ser, la felicidad práctica conduce a la felicidad teórica, y cada una depende de la otra, más bien, coinciden. Dada esta coincidencia, resulta muy difícil sostener, como hace Strauss, que en materias teóricas, entre la escolástica y los falasifa no habrían diferencias sustanciales, mientras que en materias de política y moral habría una diferencia fundamental. De ello nos ocupamos en profundidad en el punto que sigue. 2. Los falasifa y la escolástica. Una de las ideas más problemáticas que presenta el texto de Strauss, es aquella con la que finaliza la cita, que afirma que en cuanto a la filosofía teórica, tanto la filosofía árabe como la escolástica se apoyan en una tradición que es “sustancialmente” la misma, sin embargo, en el campo de la filosofía política y moral habría una diferencia “fundamental”. Es cierto que en materia política hay una diferencia que es fundamental, sin embargo, el juicio de Strauss es falso en relación a lo que plantea sobre la coincidencia en materias teóricas, por el hecho de apoyarse ambos (falasifa y escolásticos) en una tradición que es “sustancialmente” la misma. Esto, porque si en materia política hay una diferencia fundamental, es porque en materias teóricas hay diferencias, que son, también sustanciales. Tanto es así, que uno de los hechos políticos más decisivos de la historia de la filosofía medieval occidental, tiene lugar por un desacuerdo teórico fundamental entre la escolástica y la filosofía árabe, a saber, el problema del origen y la naturaleza del pensamiento, es decir, la relación entre el viviente y el 59 intelecto96. Se trata de la discusión teórica más fundamental, de la cual se derivan los problemas teóricos más sustanciales, los conceptos de vida, hombre, animal, viviente, pensamiento, lenguaje, técnica, sensaciones, el sueño, etc., y en los cuales, también se juega la definición del objeto de la política, es decir: si acaso hay algo que defina a ese viviente que siente, piensa y habla, y si en función de ese algo hay que gobernarlo, y cómo. “Este momento crítico se situará hacia el fin del siglo XIII, cuando el mundo occidental tenga que elegir entre el necesitarismo griego de Averroes y una metafísica de la libertad divina”97 dirá Étienne Gilson, como filósofo católico. Se trata de las sucesivas condenas eclesiásticas de París, donde en 1270 se promulgaban trece artículos en relación a los conflictos de verdad entre religión y filosofía, todos ellos con el objeto de clausurar lo que proponían un grupo de filósofos que se hacían llamar a sí mismos “averroístas”, porque decían profesar las doctrinas de Averroes. Luego, en 1277, el mismo Obispo Étienne Tempier, promulga una condena de 219 proposiciones filosóficas, todas ellas calificadas de “averroístas”98. Consecuencia de ello fue que todos aquellos maestros de artes que profesaban dichas doctrinas fueron expulsados de la universidad, y que las proposiciones contenidas en la condena fueran prohibidas de enseñar, tanto en teología como en artes. El conjunto de las proposiciones condenadas tenían relación con: la eternidad del mundo, la naturaleza del intelecto humano, la unión del intelecto con el hombre, la superioridad en rango de verdad de la filosofía por sobre 96 Sobre este tema, el más profundo aporte es el libro de Emanuele Coccia, Filosofía de la imaginación, Op.cit. 97 Gilson, Ettiene. La filosofía en la edad Media. Gredos: Madrid, 2007.p.12 98 Sobre esto véanse: León Florido, Francisco. “1277. La condena de la filosofía”. Estudio y traducción del texto, Cfr. A parte rei Revista de Filosofía, 2007. Y del mismo autor: Las filosofías en la Edad Media. Biblioteca Nueva: Madrid, 2010. Algunas de las proposiciones condenadas son: 7. “El intelecto no es el acto del cuerpo, si no es como el piloto en el navío, ni es la perfección esencial del hombre”. 8. “El intelecto cuando quiere se introduce en el cuerpo y cuando no quiere no se introduce”. 9. “No hubo primer hombre y no habrá un último; por el contrario, siempre ha habido y habrá generación del hombre por el hombre”. 11. “El hombre es hombre independientemente del alma racional”. (p.71). En fin, se trata de varios textos más, semejantes a estos, en muchos de los cuales se exponen lugares comunes de los falasifa o teorías fácil y explícitamente atribuibles a autores como Al-Farabi, Avicena, Avempace, Averroes o Maimónides. Textos que contienen tesis, a veces, expuestas exageradamente, y que todas tienen en común los temas del intelecto y su unión con el hombre, en cuanto la teoría de los árabes (que también era prohIbída por su ley divina) sostenía que, el intelecto no se une si no es por medio de una operación, es decir, no existe el alma en sí dotada de razón, sino que necesita de un medio que se la transmita. Lo que representaba un grave peligro para la imagen del hombre que enseñaban las religiones y, a través de la cual se gobernaba. Pues, la idea de la criatura dotada de alma individual, debe necesariamente prescindir del medio para ser un alma racional siempre en acto. 60 la religión, etc., todas ellas atribuibles igualmente tanto a Al-Farabi, Avicena, Avempace, Averroes o Maimónides. Esto da cuenta que la diferencia fundamental entre los falasifa y la escolástica cristiana no está en las diversas fuentes literarias en materia de filosofía moral y política, sino en el modo de leer la filosofía heredada en su conjunto, y en sus asuntos teóricos más profundos99. No es un mero detalle que, Tomás de Aquino en su Sobre la unidad del intelecto (cuyo subtitulo es: “Contra los averroístas”) y no precisamente en un libro manifiestamente político, afirmara sobre la doctrina de Averroes acerca del intelecto posible (material) expuesta en sus comentarios al De Anima que: “desde la posición de Averroes es imposible salvar el hecho que este hombre concreto entienda” y que, “si su posición fuera la correcta se destruirían los principios de la filosofía moral” 100. La noesis (o la física, por ser más amplios) sería así, una rama tan política de la filosofía como la propia filosofía política, o quizá más, ya que es desde la noesis que surgen los principios de la filosofía moral101. 99 Gilson llegó a reconocer en sus investigaciones sobre el influjo de un nuevo movimiento doctrinal en el siglo XIII latino, tras la recepción del pensamiento de Avicena, llamado “agustinismo avicenizante” por el mismo autor y cuyas fuentes árabes se situaban en la tradición de la noesis derivada de Alejandro de Afrodisia. “Lanzando una mirada a los manuscritos que contienen las traducciones latinas de obras árabesdice Gilson-, se constata con facilidad la existencia de una tradición que quería que ciertos tratados De intellectu fuesen copiados en el mismo volumen y reunidos para la mayor facilidad del lector. Alejandro de Afrodisia, Al-Kindi, Alfarabi, el De anima de Avicena parecen llamarse los unos a los otros y complementarse recíprocamente” ( Gilson, Etienne. Les sources greco-arabes de l’augustinisme avicenissant, Paris, Vrin, 1981.p.7. Citado en Coccia, Emanuele, Filosofía de la imaginación. Averroes y el averroísmo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2007.p. 154) 100 Aquino, Tomas. Sobre la unidad del intelecto. Contra los averroístas. Ediciones Universidad de Navarra: Pamplona, 2005.pp. 102 y 107 respectivamente. 101 En el siglo XIII en los centros más importantes de la escolástica, como por ejemplo la Universidad de París, se hizo prácticamente una moda, el escribir tratados De intellectu contra averroístas, así como también se hizo común entre los teólogos, la práctica de compilar, resumir y refutar las ideas de los filósofos en relación a la fe, en esta categoría entraban Aristóteles y sus seguidores árabes. Un buen ejemplo de esta práctica, es el pequeño opúsculo de Gil de Roma titulado precisamente Los errores de los filósofos (Traducción del texto latino, introducción y notas de Rafael Ramón Guerrero, Madrid: Trotta, 2012). Dando una vista rápida a este texto, nos daremos cuenta que los principales puntos de condena política hacia los filósofos, tiene que ver con temas físicos y noéticos: el tiempo, el movimiento, el intelecto. Veamos en primer lugar, cómo expone los errores de Aristóteles, para luego leer su crítica a Averroes, de la que deduce un punto político decisivo, la actitud general de los falasifa de oponerse a la ley mediante la operación de su relativización filosófica. Los errores que enumera de Aristóteles son: “1. Que el movimiento no tiene comienzo. 2. Que el tiempo es eterno. 3. Que el mundo no ha tenido comienzo. 4. Que el cielo no ha sido hecho. 5. Que Dios no puede hacer otro mundo. 6. Que la generación y la corrupción no tienen comienzo ni fin. 7. Que el sol siempre causará generación y corrupción en estos cuerpos inferiores. 8. Que nada nuevo puede proceder de Dios de manera directa. 9. Que no es posible la resurrección de los muertos. 10. Que Dios 61 Entonces, si de fracturas decisivas en filosofía se trata, así como Strauss sostenía que la “querella entre los antiguos y los modernos” era mucho más fundamental que la que pudiera existir entre Platón y Aristóteles o entre Kant y Hegel, nosotros podríamos sostener que, la querella entre Averroes y Tomás de Aquino, es mucho más fundamental (al menos para un pensamiento que se propone identificar y describir cómo es que los individuos han sido constituidos en sujetos) que la “querella entre los antiguos y los modernos”. Esta querella entre Averroes y Tomás de Aquino, que finalmente es la querella entre dos recepciones de Aristóteles, y su manifestación política más palpable son las condenas ya mencionadas, constituye un hito fundamental en la filosofía: con esto, se clausura en Europa el debate acerca de la relación entre el individuo y el pensamiento; se trate de medievales o modernos, de progresistas o reaccionarios, de marxistas o liberales, de izquierdas o de derechas, de religiosos o seculares, lo que se afirma es una imagen específica del no puede hacer un accidente sin sujeto. 11. Que en cualquier compuesto solo hay una forma sustancial. 12. Que no se pueden admitir un primer hombre y una primera lluvia. Que dos cuerpos no pueden estar en el mismo lugar de ningún modo. Que hay tantos ángeles cuantos orbes son. A causa de ello se sigue que ellos son solo cincuenta y cinco o cuarenta y siete.” (p.60). Sobre Averroes dice: “El Comentador (Averroes) afirmó todos los errores del Filósofo (Aristóteles), pero con mayor contumacia, y habló contra los que afirman que el mundo ha comenzado de manera más irónica que lo que había hecho el Filósofo. Por tanto, sin comparación merece ser inculpado mucho más que el Filósofo, porque ha atacado de manera más directa nuestra fe, presentando como falso aquello que no puede estar expuesto a la falsedad, porque se apoya en la primera verdad. / 1. Además de reprendérsele por aceptar todos los errores del Filósofo, también [se le ha de reprender] porque criticó toda ley, como se deduce de los libros II y XI de la Metafísica, allí donde critica la Ley de los cristianos, nuestra ley católica, y también la ley de los sarracenos, porque establecen la creación de las cosas y que algo puede ser hecho de la nada”. (p.63, los paréntesis y destacados son míos, los corchetes son del traductor). Como vemos, la crítica a Averroes, nos muestra cómo, de esos errores del Filósofo en materia física, se deduce de Averroes un pensamiento que critica toda ley, incluso la de su religión, la ley islámica, la de los sarracenos como dice Fray Gil. Y es por lo mismo, que podemos sostener que la filosofía árabe iniciada por Al-Farabi no es un pensamiento político religioso, sino un pensamiento que se opone a la ley desde el propio pensamiento, es decir, pensándola. Pensar la Ley, significa aquí, interrogar su porqué, el porqué de sus existencia y necesidad, y si acaso es la verdad primera como sostienen los teólogos, o es la imagen de una verdad primera que viene dada por la filosofía, que piensa al mundo desde su materia primera (los elementos) hasta sus especies animales, y como éstas viven e imaginan el mundo sensible. Es decir, se trata de una filosofía, como hemos dicho, que intenta establecer el cómo se ha constituido el sujeto de la Ley y el asentimiento que ésta ha tenido como discurso verdadero. A este respecto, algo que no se ha abarcado en esta tesis, y que es sumamente interesante para una futura investigación, es el comentario de Averroes a Retórica, donde sostiene que hasta entonces, el estudio de la retórica se había centrado en la forma correcta de argumentar un discurso, sin embargo, hace notar que se ha olvidado la pregunta por el asentimiento de los discursos, lo que Foucault llamaría “las veridicciones”, las condiciones de posibilidad de verdad que tiene un discurso. Allí, también establece que como tipo de discurso, el testimonio es el que produce mayor asentimiento, de lo que se desprende porqué las religiones han tenido el rango de verdad que han tenido, se trata de discursos que consisten en los testimonios de los profetas. (Averroes. Three short Commentaries on Aristotle’s “Topics”, “Rhetoric”, and “Poetics”. Edición y traducción de Charles Butterworth. Nueva York: SUNY Press, 1977). 62 hombre, una concepción del sujeto que, a pesar de expresarse públicamente en diversas ideologías, diversos proyectos de mundo e incluso conceptos de vida y de hombre, tienen en común la idea del animal racional y el animal político, y es lo que en términos generales, se ha dado en llamar humanismo. Y resulta muy sintomático que el mismo Strauss haya ignorado la dimensión de esta querella, refiriéndose como sigue, a una posible comparación entre la figura de Al-Farabi y los averroístas latinos: “Farabi was a man of a different stamp. But let us assume that his mind was of the type conveniently attributed to the Latin Averroists. It almost suffices to state that assumption in order to realize its absurdity. The Latin Averroists limited themselves to giving a most literal interpretation of extremely heretical teachings. But Farabi did just the reverse: he gave an extremely unliteral interpretation of a most tolerable teaching”102. Precisamente, lo que no logró captar Strauss fue que, los averroístas latinos, que a su juicio, era tan absurdo compararlos con la figura de Al-Farabi, justamente eran herederos de la tradición iniciada por ese subversivo filósofo, la cual había hecho su aparición entre los latinos a través de los textos de Avicena y Averroes. En todo caso, es muy sugerente lo último que Strauss dice de Al-Farabi: este habría sido un filósofo cuya “mirada” de las enseñanzas de Platón y Aristóteles -que al parecer eran tolerables para la religión-, fue muy herética. 3. Sobre el Platonismo en la filosofía política árabe. Strauss insiste exageradamente en sus estudios sobre filósofos árabes, en que para ellos habría habido una presencia casi absoluta, en materia de filosofía política, de La República y las Leyes de Platón versus los textos políticos de Aristóteles, algo que debe ser relativizado. No se trata de negar la indudable importancia de estas obras platónicas en la filosofía política árabe, se trata en cambio de moderar la exageración de Strauss que lleva al punto de poder afirmar que: la filosofía política árabe es filosofía política platónica. Recordemos lo que, a este respecto, dice en la cita que más arriba expusimos en extenso: 102 Strauss, Leo. “Farabi’s Plato”. 1945, p.374. 63 “…, mientras que en el mundo occidental el clásico de la ciencia política era la Política de Aristóteles, los clásicos correspondientes en el mundo judeo- islámico eran la Republica y las Leyes de Platón”. A lo que se debe agregar lo que dice en la introducción de Persecución y arte de escribir: “Dos de los más celebres filósofos islámicos escribieron comentarios sobre ellas: Al-Farabi se ocupó de las Leyes y Averroes de la República”103. Tendríamos que partir por el mismo hecho que esto último no significa nada. Pues Al-Farabi se ocupó de las Leyes de Platón, y de varias otras obras del filósofo, como el Timeo, el Fedro, así como también se ocupó de varias obras de Aristóteles, tales como la Metafísica, el De Anima, Sobre la interpretación, Sobre las Categorías, y podríamos seguir con un largo etcétera. Y a partir de esto, debemos recordar lo que sostuvimos arriba: que en la filosofía árabe -si bien se usaba clasificar las ciencias entre teóricas y prácticas- no hay una diferencia fundamental de propósito entre unas y otras ramas del saber, el fin de todas es el conocimiento del ser, la felicidad práctica conduce a la felicidad teórica, y cada una depende de la otra, y en este sentido, hay una coincidencia fundamental (como vimos, en el caso de la politicidad de la ciencia física –de la que la noesis es una subdivisión- de la cual se derivarían los principios de la filosofía moral). Pero incluso, si asumiéramos la división que supone Strauss, no debemos olvidar que Al-Farabi escribió un –importante, polémico y lamentablemente extraviado- comentario a la Ética a Nicomaco, un texto político de Aristóteles igualmente importante que la Política, siendo, de hecho, esta última, la segunda parte de la primera. Es más, es justamente por ello que Averroes comentó la República, y no porque necesariamente constituyera uno de los clásicos políticos más importantes de la época. Al menos así nos lo dice el propio testimonio de Averroes, quien al explicar el porqué comentar la República de Platón, en circunstancias que se trataba de la segunda parte de la ciencia política, cuya primera parte había sido el comentario de la Ética a Nicómaco afirma: “ya que el tratado de Aristóteles sobre la Política no ha llegado a nuestras manos” 104, puesto 103 104 Strauss, Leo. La persecución y el arte de escribir. Amorrortu: Buenos Aires, 2009.p.13 Averroes. Exposición de la «República» de Platón. Madrid: Tecnos, 2001.p.5 64 que su proyecto filosófico consistía en la exposición y comentario de todo el corpus aristotélico. Bajo la idea farabiana según la cual Platón y Aristóteles eran uno y el mismo filósofo -al menos desde el punto de vista de las fuentes de búsqueda del saber-, entonces, al encontrarse a falta de la Política comentó la República, y pudo así, completar la segunda parte de la ciencia política en la compilación del corpus de lo que en ese tiempo se consideraba la tradición de la filosofía, a saber, los legados de Platón, Aristóteles y sus comentadores antiguos. En todo caso, más adelante volveremos sobre el asunto de la ausencia de la Política en árabe, cosa cuya veracidad es también relativa. Volvamos ahora al extraviado comentario de Al-Farabi a la Ética a Nicómaco y, también a la importancia que tuvo como referencia filosófica para sus sucesores. Sobre el texto solo existen referencias, sean estas citas, acusaciones o defensas, pero no se ha conservado manuscrito ni fragmento alguno. Una de las acusaciones más conocidas que existen sobre el mentado texto, y que es una de las referencias más importantes sobre la polémica que generó en su época, es la de Ibn Tufayl en el mismo texto del que también ya citamos una referencia sobre el Segundo Maestro: “En cuanto a los escritos de Abu Nasr [al-Farabi] que han llegado hasta nosotros, la mayor parte se refieren a la lógica; y los que tratan de la filosofía, contienen muchas cosas dudosas. Así, en el Kitab al-milla al-fadila [El libro de la religión virtuosa] afirma que las almas de los malos, después de la muerte, permanecen eternamente en tormentos sin fin 105; pero después, en su Siyasa al- 105 El título del libro citado, Kitab al milla al fadila, en realidad confunde acerca del texto sobre el que se trataría, ya que podría ser el Libro de la religión, Kitab al milla, así como la Ciudad Ideal, conocida en su nombre breve como Kitab al madina al fadila. De todas maneras, por el sentido que tiene el titulo citado, y por el contenido del que se habla, suponemos que se trata de la Ciudad ideal. En cuanto al título, ya que milla como concepto de religión tiene el sentido de comunidad religiosa, así como la había definido el mismo AlFarabi en su Kitab al milla: “La religión consiste en opiniones y acciones, determinadas y delimitadas por reglas que promulga para una comunidad su gobernante primero; por el uso que esta haga de ellas, el intenta obtener, para ella o por medio de ella, un determinado objetivo que es suyo. La comunidad puede ser un clan; puede ser una ciudad, una comarca, una nación grande o muchas naciones. (Al-Farabi. Obras filosóficopolíticas. Edición bilingüe y traducción de Rafael Ramón Guerrero. Madrid: CSIC, 1992.p.73). Aquí nación o naciones quieren decir umma o umam, que tiene relación con la noción de comunidad de creyentes. Es decir, milla puede perfectamente tener el sentido de comunidad, y en cuanto fadila significa virtuosa, modelo, ideal, entonces suponemos que con nombrar al texto Kitab al milla al fadila, se refiere a un libro sobre la comunidad ideal, esto es: la Ciudad ideal. Además, en cuanto al contenido referido, suponemos lo mismo porque a lo que se alude aquí, es a lo planteado por Al-Farabi en el capítulo de la Ciudad ideal titulado “De la unión de las almas entre sí”, sobre el que nos ocuparemos en el siguiente capítulo, dedicado a un estudio del libro completo. 65 madaniyya [La política ciudadana 106], dice francamente que estas almas se disuelven y reducen a la nada, y que no sobreviven, sino las almas virtuosas y perfectas; finalmente, en su comentario al Kitab al ajlaq [El libro de la Ética], describe algo de lo que se refiere a la felicidad humana, y allí dice que sólo se la halla en esta vida y en este mundo. A continuación añade una frase cuyo sentido es: «Y todo lo que se diga, fuera de esto, son chocheces y cuentos de viejas». Esta doctrina hace desesperar a los hombres de la misericordia de Dios, pues pone al bueno y al malo en el mismo nivel, al afirmar que el fin de todos es la nada. Tal aserto es un error que no tiene nombre y una falta que no tiene perdón”107. Es muy probable que con motivo de esta y, muchas otras acusaciones que circulaban sobre Al-Farabi y sus enseñanzas, que Avempace haya entonces escrito un texto en cuyo título alude directamente a la defensa del Segundo Maestro. Se trata de un breve escrito: “Sobre la felicidad política y la felicidad en la otra [vida] o defensa de Abu Nasr [Al-Farabi]”108, en el que Avempace afirma que todo lo que se dice sobre Al-Farabi en cuanto a esa presunta herejía que sostiene que no hay felicidad en la otra vida, es falso, puesto que para el Segundo Maestro la felicidad última, consistía en la felicidad intelectual, estado en el cual los objetos se hacen perceptibles sin necesidad de su materia, lo que sería otra existencia que la sensible109. Además de la polémica sobre el texto farabiano, algo más importante aún, es que fue una referencia filosófica fundamental, tanto en materia política como en noesis, lo que también nos muestra que la noesis no está separada de las problemáticas políticas. Es así como en el Gran comentario al Libro III del De Anima de Averroes podemos encontrar algunas referencias bastante interesantes a Al-Farabi y en particular al texto en cuestión. Cosa que también nos hará tomar con sospecha el juicio común sobre una presunta ruptura de Averroes con Al-Farabi. En el texto de Averroes, encontramos cuatro menciones a Al-Farabi. Tres de ellas se refieren en 106 En el árabe moderno, la palabra correspondiente para “ciudadano” es muwaten, por lo tanto, no debemos entender el sentido de madaniya de Al-Farabi en la dirección moderna, sino más bien pensando en la vida de la ciudad antigua. Quizá una buena traducción para madani en este contexto, sea “civil”, más que ciudadano, que en árabe (muwaten), está ligado al concepto moderno de patria (watan). 107 Ibn Tufayl, El filósofo autodidacto, op.cit.pp.37-38. 108 En Avempace, Carta del adiós y otros tratados filosóficos. Edición y traducción de Joaquín Lomba. Trotta: Madrid, 2006.pp.117-130. 109 Ibíd.pp.124-125. 66 particular al comentario a la Ética, y la otra en general a un par de trabajos físicos. Aquí, nos ocuparemos de la primera referencia, que se ubica en el contexto de la discusión acerca de la posibilidad de pensar las formas separadas de la materia, dice: “El intelecto, en efecto, debe ser inteligible en todos los modos, y principalmente en las cosas liberadas de materia. Así pues, si fuese posible que la sustancia generable y corruptible pensara las formas separadas y se convirtiera en lo mismo que ellas, entonces sería posible que la naturaleza de lo posible se hiciera necesaria, como dijo Al-Farabi en [el Comentario a la Ética] nicomaquea; y esta es una deducción necesaria según los principios de los sabios” 110. Esta referencia es decisiva. Está atribuyendo a Al-Farabi, y particularmente a su comentario a la Ética, la apertura a la posibilidad de pensar un intelecto separado de los hombres, un “dador de formas” (como fue el lugar común de la tradición111) que, en consecuencia, no haga posible acto intelectivo sin una afección exterior, que fue la matriz común de la noesis árabe, y que fue lo que tanto indignó a Tomás de Aquino y al Obispo Tempier, así como antes había indignado a los mutakallimun, los teólogos musulmanes. Más allá de esto, hay un detalle que llama mucho la atención, de lo que según Averroes, dice Al-Farabi en el comentario a la Ética: “…si fuese posible que la sustancia generable y corruptible pensara las formas separadas y se convirtiera en lo mismo que ellas, entonces sería posible que la naturaleza de lo posible se hiciera necesaria, como dijo Al-Farabi en [el Comentario a la Ética] nicomaquea…”. Esta proposición, que Averroes califica incluso de “deducción necesaria según los principios de los sabios”, puede constituir el núcleo del modo de pensar que inaugura Al-Farabi y que tiene una de sus expresiones más radicales en Averroes, lo que hemos llamado una ontología de la potencia, y es de hecho, una proposición muy subversiva. La filosofía árabe del islam clásico oponía lo posible (mumkin) a lo necesario (daruri), significando con esta oposición que, lo necesario es aquello que es y que no puede no ser, mientras que lo posible es aquello que es y que puede no ser. Para un ser necesario, su única posibilidad de existencia, es el ser en acto; 110 Averroes. Sobre el intelecto. Edición de Andrés Martínez Lorca. Trotta: Madrid, 2004.p.p.143-144. Véase Ramón Guerrero, Rafael. La recepción árabe del De Anima de Aristóteles: Al Kindi y Al-Farabi. CSIC: Madrid, 1992. Y También Coccia, Emanuele. Filosofía de la imaginación. Op.cit. 111 67 mientras que para un ser posible, existe un modo de ser, que es la potencia dispuesta para actualizarse (o genérica) y, también la posibilidad, que sería la llamada potencia pasiva o privación, cual es, una que puede no obrar, o que, no necesariamente debe obrar. De manera que si, como dice Averroes, según el extraviado texto de Al-Farabi sobre la Ética a Nicomaco: “sería posible que la naturaleza de lo posible se hiciera necesaria” ¿quiere decir que es posible que todo lo existente sea posible, es decir, que devenga necesaria la naturaleza de lo posible? ¿Incluso los seres que nosotros llamamos necesarios, dentro de los cuales, ubicamos en el más alto grado al primero, “del que se debe decir que es Dios” 112? Esta idea que Averroes rescata del extraviado texto del Segundo Maestro, y que estratégicamente ubica a modo de interrogante al final de su Gran comentario al Libro III del De Anima de Aristóteles, parece querer decirnos que un devenir necesario de la naturaleza de lo posible sería volverse necesaria, o sea que lo necesario se vuelva posible, o bien, que la potencia genérica se vuelva potencia pasiva. Se trata, en todo caso, de textos demasiado oscuros como para sostener posiciones en su nombre, pero lo que sí podemos afirmar, es que, en una proposición -o más bien, interrogante- como esta, se funda ese modo de pensar, que escandalizó por igual a sus contemporáneos musulmanes, como a medievales y modernos occidentales113 -llamado alguna vez averroísmo-, que aloja en su seno esa concepción del existir que Heidegger tan sutilmente expuso en sus Seminarios de Zollikon, y que “consiste en «meras» posibilidades-de-percibir, óptica y táctilmente 112 Al-Farabi, “Libro de la política”, En Cfr. Obras filosóficas y políticas. Trotta: Madrid, 2008, p.54. La traducción de esta cita será discutida en el capítulo siguiente, en la parte referida a la determinación del Ser Primero en Al-Farabi. 113 Ver Coccia, Emanuele. Filosofía de la imaginación, op.cit.. Pp.59ss, 64ss, 93, 94ss, 96ss, 98ss, 100ss, 102ss.Resultan interesantes ciertos lugares en que Coccia advierte la condena del averroísmo en la filosofía moderna. Sobre eso véanse las primeras dos indicaciones que damos arriba, donde están las referencias de Leibniz y Budde al averroísmo, con juicios como “doctrina falsa”, o incluso la interrogación de si acaso existe algo más ridículo, en referencia a la idea de que el intelecto sea uno en número y separado de los cuerpos humanos. Pues, así como la separación del viviente con el intelecto, suponía para la teología la imposibilidad de un alma individual, cuya eternidad debe encaminarse hacia la salvación; para el pensamiento moderno, esta separación pone en juego la idea de sujeto cognoscente, la idea de personalidad, y muchos otros supuestos de la psicología, la antropología y la lingüística, y en general de las ciencias sociales, que como dirá Coccia, son saberes herederos de la teología, siguiendo así, la idea que Foucault planteaba en la Hermenéutica del sujeto sobre la continuidad entre la teología de Tomas de Aquino y el “momento Cartesiano”. “Solo a través del artificio de una vida que coincide trascendentalmente con el ser del pensamiento, la teología (en todas sus versiones y en cada uno de los saberes que se han convertido en sus herederos) ha podido hacer de la imagen del hombre como animal rationale el más banal de los lugares comunes de la filosofía” (Coccia, Filosofía…, p.93). 68 no aprehensibles, que están orientadas hacia aquello que, interpelando, se le enfrenta”114. Se trata, en definitiva, de que el comentario farabiano a un texto “político” de Aristóteles, abre la posibilidad de leer su noesis de un modo políticamente muy subversivo. Tal vez Strauss, como no captó la necesidad de no separar entre ciencias prácticas y ciencias teóricas, tampoco fue capaz de captar el grado más alto de subversión del pensamiento de Al-Farabi y tampoco del averroísmo. 4. Sobre la Política de Aristóteles en el mundo árabe. “De hecho, la Política de Aristóteles era desconocida en el mundo judeo- islámico,…”, afirma Strauss en esa cita larga que ya expusimos de “Cómo iniciar el estudio de la filosofía medieval”. Este juicio es, simplemente falso, y es sorprendente que un “atento y cuidadoso lector”, como se definía a sí mismo Strauss, no haya indagado más profundamente en el asunto. Sobre todo, si tomamos en cuenta que, entre sus amistades de juventud se encuentra Shlomo Pines, uno de los filólogos más sugerentes en el campo de la filosofía árabe y, de cuya clásica traducción de la Guía de Maimónides, fue Strauss quien escribió el ensayo introductorio –a todo esto, su más famoso texto sobre Maimónides-. Y pues, se trata de que ha sido Pines uno de los que ha demostrado la falsedad de tal juicio, paralelamente con Mohamed Arkoun. En su estudio titulado precisamente “Aritotle’s Politics in Arabic Philosophy” se muestra sorprendido por el hecho que M. Steinchneider en su Hebräische Übersetzungen des Mittelalters und die Juden als Dolmetscher sostenga, sin cuidado, en su entrada sobre el texto aristotélico en cuestión: “«La Política de Aristóteles nunca fue traducida al árabe»”115. Afirmaciones como esta y la de Strauss, se apoyan mayoritariamente en el hecho que en los catálogos de obras filosóficas árabes, no figura comentario alguno de la Política. Y lo que vendría a explicar esta ausencia, sería el testimonio de Averroes al señalar que no dispuso del tratado de Aristóteles sobre política. Según Pines, en el epílogo del Comentario Medio a la Ética a Nicomaco, Averroes 114 Heidegger, Martin. Seminarios de Zollikon. Red Utopía A.C. Editorial: México. .p.23. Es necesaria una indagación filosófica sobre una comparación entre el intelecto agente como “dador de formas” y el Dasein como aquello que “da lugar” a las cosas. Esto es algo que excede con mucho las posibilidades de la presente investigación. 115 Pines, Shlomo. “Aristotle’s Politics in Arabic Philosophy”. En Cfr. The Collected Works of Shlomo Pines. Vol. III. The Magnes Press: Jerusalem, 1996.p. 251 69 se refiere a un libro de Aristóteles Sobre el gobierno de la ciudad (De Regimine Villae)116, el cual, si bien no habría sido posible de conseguir en Al-Andalus, sí pudo haberse encontrado según Al-Farabi, en “esas tierras” (illis villis), palabras con las que pareciera referirse al oriente musulmán 117. De acuerdo a su interpretación, este añadido 118 en la mención de Averroes en su comentario a la Ética, sugeriría que, al menos, alguna traducción árabe de la Política o parte de esta obra, existió en tierras del Islam en tiempos de Al-Farabi119. Sin embargo, para el mismo Pines, la mera mención por parte de algunos autores árabes que vagamente recuerda un texto de Aristóteles que trata sobre política, no es suficiente 120. Otro tipo de evidencia es necesaria, dice, y es así como procede a ilustrar la presencia clara del texto aristotélico en algunos escritos políticos importantes del tiempo de Al-Farabi. Entre los textos en que indaga Pines, están: el Kitab al sa’ada wa l-Is’ad (Libro sobre la felicidad y del ser feliz), del siglo X y autoría de Abu-l-Hasan Muhammad al-Amiri; el Kitab al sa’ada (Libro sobre la felicidad) de Ahmad Miskawayh, también contemporáneo (respecto del cual hubo hallazgos paralelos con Arkoun). Lo más importante de este último texto, es que señala expresamente que, habría una obra de Aristóteles sobre el Régimen de las ciudades (tadbir almudun), del cual se encontró una porción que consiste en dos libros 121, lo cual es una evidencia que al menos una traducción parcial de la Política en árabe circuló en las tierras de Al-Farabi, como había dicho Averroes. 116 Seguramente es el mismo tratado “sobre política” al que se refiere en el comentario a la República. Ibídem. 118 Añadido, en el sentido que en el comentario a la República, solo se refiere a un tratado de Aristóteles sobre política que no llegó a sus manos, aquí añade que este, sin embargo, pudo haberse conocido en el oriente musulmán según Al-Farabi. 119 Ibídem. 120 Ibídem. No está de más recordar el hecho que, en el Tabaqat al umam, cuando se menciona al estagirita y sus obras políticas dice: “las composiciones sobre política tratan, por un lado, de la sociedad [sugiero ciudad] (siyasat al mudun) y, por otro, de la familia (siyasat al manzil)” (Tabaqat, op.cit.p..87). El paréntesis de corchete es mío. 117 121 Ibíd.p.254. Pines explica en la nota 27 su diferencia con Arkoun. Ambos por separado, en el mismo año, se encontraron con el hallazgo del manuscrito el Kitab al sa’adat de Miskawayh. En la frase en que se habla de que la obra consiste en “dos libros”, en realidad esta es la propuesta de traducción de Pines, mientras que la propuesta de Arkoun, sería que se refiere solo a un libro. La disputa existe porque en el manuscrito la palabra no es clara, dice m.qal.na, que no tiene ningún sentido, por ello Arkoun propone leerlo como maqala (un libro, o artículo) y Pines como maqalatani (dos libros). 70 Pines aporta además, datos sobre la presencia de la Política de Aristóteles en obras de Al-Farabi tales como: El Libro de las Letras, La ciudad ideal y el Libro del gobierno político o brevemente llamado Política122. La cita en el Libro de las letras, es acerca de la relación entre el amo y el esclavo (en Política, I, 1253b.), a la que Al-Farabi añade que Aristóteles se refiere a la debilidad de dicha relación, al describirla como basada en una convención, además injusta y violenta. Las referencias a la Política presentes en la Ciudad Ideal y el Siyasa al madaniya (Política), más que citas, serían en cierta manera, paráfrasis o imitación del modelo de escritura tal vez (que no es extraño por estar imbuido de la lógica aristotélica) y, se refieren a los tipos de comunidades. Se ubican en las partes de cada texto en que Al-Farabi describe las comunidades desde la más perfecta a la más imperfecta, y, difieren entre la Ciudad ideal y el Siyasa (Política) en que, en la primera, la comunidad más perfecta es la comunidad universal de todas las ummas (dígase hoy naciones), mientras que en el segundo texto, la ciudad es directamente aludida como “el primer grado de las comunidades perfectas”123, que es de hecho, lo que sostiene Aristóteles. Además de los hallazgos de Pines y Arkoun, podemos leer la presencia de la Política de Aristóteles en, al menos, cuatro fragmentos de los Fusul muntaza’ (O Aforismos políticos) y en uno del Catalogo de las ciencias. La primera mención en los Aforismos al texto aristotélico de la Política, no es precisamente una que haga Al-Farabi, sino que es una asociación que establece el editor del texto en español y, que corresponde a su traducción del enunciado de la obra: “Artículos que contienen muchos principios, extractados de los discursos de los antiguos, acerca de cómo se han de gobernar las ciudades para hacerlas prósperas, para mejorar la conducta de sus habitantes y dirigirlos hacia la felicidad” 124. La segunda mención, tendría 122 Ibíd.p.255-257. Al-Farabi, “Libro de la Política”, 2ed.Trotta, op.cit.p.94. Sobre el tema en la Ciudad ideal se verá en el tercer capítulo de esta tesis. 124 Al-Farabi, “Artículos de ciencia política”, en Cfr. Obras filosófico políticas. Edición, traducción, introducción y notas de Rafael Ramón Guerrero. CSIC: Madrid, 1992, p.97. Ramón Guerrero compara estas palabras con lo dicho por Aristóteles en Política VII, 2, 1324ª. “Pues bien, que el régimen mejor será forzosamente aquel cuya organización permita a cualquier ciudadano prosperar más y llevar una vida feliz”. (Política, op.cit. 1324a , p.112). Este parentesco que establece Ramón Guerrero, resulta problemático porque 123 71 relación con la facultad racional, y según Ramón Guerrero, sería en Política IV (VII, 1333a) donde se encontraría la mejor descripción de lo propuesto por AlFarabi en el pasaje en cuestión125. La tercera referencia se es del aforismo 24, en donde la descripción de los tipos de relaciones partiendo desde las que componen la casa hasta las que componen la ciudad, es prácticamente una paráfrasis del pasaje sobre el tema en la Política de Aristóteles. De hecho, a pesar de haber establecido ya dos comparaciones, es a propósito de esta cita que Ramón Guerrero se aventura a decir: “Este pasaje de Al-Farabi es uno de los que nos plantea el problema de si conoció la Política o parte de ella”126. Por último, la cuarta aparición, muy interesante por cierto, que trata sobre la prudencia. Aquí, Al-Farabi establece cinco clases de prudencia: 1. “la excelente deliberación para gobernar la casa; es la prudencia económica”. 2. “…la excelente deliberación sobre lo más eficaz para según Miskawayh, Pines y Arkoun, solo se habrían conocido uno o dos libros de la obra aristotélica, y la cita pertenece al Libro IV (VII). 125 El texto de Al-Farabi en cuestión, se trata de la quinta división del aforismo 7, en que divide las partes del alma, dice lo siguiente: “La facultad racional es aquella por la que el hombre entiende, por la que tiene reflexión, por la que adquiere las ciencias y las artes y por la que distingue lo bello de lo ignominioso de las acciones. Puede ser práctica o teórica. La práctica, a su vez, es técnica o reflexiva. La teórica es aquella por la que el hombre conoce los existentes cuya naturaleza es tal que no los podemos hacer ni cambiarlos de un estado a otro, como por ejemplo, que el tres sea número impar y el cuatro número par. No podemos cambiar el tres para convertirlo en par, mientras permanezca como tres; ni podemos cambiar el cuatro para convertirlo en impar, mientras permanezca como cuatro, como sí podemos cambiar un tablón de madera, haciendo redondo al que era cuadrado: en ambos casos será un tablón de madera a la vez. La práctica es aquella por la que se disciernen las cosas cuya naturaleza es tal que las podemos cambiar de un estado a otro. La técnica y propia del arte es aquella por la que se adquieren las diversas técnicas, como, por ejemplo, la carpintería, la agricultura, la medicina y la náutica. La reflexiva es aquella por la que reflexionamos sobre aquello que queremos hacer cuando queremos hacerlo, si es posible hacerlo o no, y, si es posible, cómo se debe hacer esa acción” (Artículos de ciencia política, pp. 101-102). Al parecer, el fragmento de la Política de Aristóteles con el que Ramón Guerrero pretende emparentar sería el siguiente: “Ahora bien, en el alma se distinguen dos partes; una de ellas tiene la razón por sí, la otra no la tiene por sí misma, pero es capaz de obedecer a la razón, y decimos que las virtudes de estas partes del alma son las que hacen que se llame bueno a un hombre. En cuál de ellas reside más bien el fin no es cuestión difícil de contestar para los que admiten la misma división que nosotros. En efecto, lo inferior existe siempre por causa de lo mejor, esto es manifiesto tanto en lo artificial como en lo natural, y es mejor lo que posee razón. La razón se divide según acostumbramos a dividirla, en práctica y teorética; es evidente, pues, que forzosamente se dividirá de la misma manera aquella parte del alma; análogamente diremos que ocurre con las actividades, y las de la parte mejor por naturaleza deben ser preferibles para los que pueden alcanzarlas todas o dos, porque siempre es preferible para cada uno lo más alto que puede alcanzar”. (Aristóteles, Política, Op.cit. 1333ª, p.138). Establecer la relación que pretende Ramón Guerrero es problemático por dos motivos. Primero, que como bien ya hemos dicho, nuevamente este fragmento pertenece al Libro IV (VII), que según los hallazgos efectivamente no se tradujo al árabe, además la similitud en cuanto a la división que se establece, no es mayor que si hacemos el contraste con otros textos aristotélicos. Segundo, porque el pasaje citado de la Política, viene siguiendo a toda una serie de fragmentos que parten de la premisa que para la formación de un buen gobernante, es preciso que éste primero sea gobernado y sepa obedecer. Algo que se aleja de la visión del mejor gobernante según Al-Farabi, que no debe ser gobernado por nadie. 126 Al-Farabi, “Artículos de ciencia política”, En Obras…op.cit., 1ª ed. CSIC, p.108,n42. 72 gobernar las ciudades, es la prudencia política”. 3. “…la excelente deliberación sobre lo mejor y más apropiado para alcanzar excelentes medios de vida y para que se obtengan los bienes humanos, …, después de suponer que son un bien y que tienen utilidad para alcanzar la felicidad”. 4. “Otra es consultiva y consiste en descubrir no lo que el hombre ha de utilizar para sí mismo, sino para aconsejar con ello a otro en el gobierno de una casa, de una ciudad o de otra cosa distinta”. 5. “Otra es la litigiosa, que es la capacidad para descubrir una excelente opinión para oponerse o combatir al enemigo y al antagonista en general” 127. En nota al pie, Ramón Guerrero sugiere que sobre estas últimas dos clases de prudencia, se habla en la Política, IV, 4, 1291ª, donde Aristóteles dice respecto de las partes de la ciudad, que deben existir la consultiva o deliberativa y, la que juzga en caso de litigio128. En cuanto a la mención a la Política en el Catálogo de las ciencias, igualmente ignorada por Pines que las apariciones en los Fusul muntaza’, tiene lugar cuando Al-Farabi está exponiendo en el artículo V lo que enseña la filosofía política, en el 127 Ibíd.p.118. Véase Ibídem, nota 69. El texto de la Política al que alude Ramón Guerrero, pertenece al Libro VI (IV), que tampoco se tradujo al árabe según Miskawayh, Pines y Arkoun, quienes sostienen que solo llegaron posiblemente los dos primeros. En todo caso, en cuanto a lectura, la de Ramón Guerrero es sugerente, pues si es solo en la Política donde se habla de estas dos clases de prudencia, efectivamente habría que sospechar que algo más que los dos primeros libros del texto en cuestión pudo haber conocido Al-Farabi. Hay que tomar en cuenta que la relación de los textos, no está solo en que nombre esas clases de prudencia que al parecer aparecen solo en la Política, sino que también, en la descripción de las clases de prudencia, se ve que AlFarabi, en cierta manera sigue el orden que se corresponde con la función de cada elemento de la ciudad, que es sobre lo que versa el párrafo. Veamos: “también las ciudades constan, no de una sino de muchas partes, como hemos dicho muchas veces. Una está constituida por la muchedumbre de ciudadanos dedicados a la alimentación: los llamados campesinos; la segunda por los llamados obreros (…); una tercera es la de los mercaderes(…); la cuarta es la de los braceros; la quinta, la de los defensores, que no es menos necesaria que las otras si la ciudad no quiere ser reducida a la esclavitud por los que la ataquen, (…). (…). Sin embargo, aun entre los cuatro elementos, o cualquiera que sea su número, que participan en el gobierno tiene que haber necesariamente uno que haga justicia y juzgue, (…), también debe considerarse que partes tales como la clase guerrera, la que desempeña la administración de justicia y la deliberativa, que es obra de la prudencia política, pertenecen más a la ciudad que las ordenadas a la satisfacción de las necesidades. (…) Una séptima clase es la de los que sirven a la ciudad con su patrimonio, la que llamamos los ricos; la octava es la que sirve en los servicios públicos y las magistraturas, (…). (…) Quedan las clases que acabamos de definir: la deliberativa y la que juzga en caso de litigio”. (Política, 1291ª, p.173-174). En todo caso, a pesar de las posibilidades de cercanía entre los textos que expusimos antes de la cita, hay algo, que es más bien una omisión en la obra política farabiana, que es la omisión de la fractura rico/pobre y su importancia en la formación de los regímenes. Quizá es algo que no le interesó, pero no pensamos que algo de importancia tal hubiera pasado desapercIbída a Al-Farabi. 128 73 que luego de haber establecido los primeros aspectos esenciales de esta ciencia, prosigue: “Todo esto se contiene en el libro de Política, es decir, en el libro del Gobierno de Aristóteles y en el libro del Gobierno de Platón y en otros libros de Platón y de otros autores” 129. Pero más interesante aun es una de las enseñanzas de la filosofía política según AlFarabi, que no tiene precisamente que ver con la Política, pero que tal vez nos podría explicar mejor las diferencias entre las filosofías políticas árabe y latina. Se trata de la idea según la cual los gobernantes no necesitarían de la filosofía ni de las artes prácticas, sino de una facultad natural superior sensible. El texto dice así: “Enseña… Que no necesitan los reyes en ninguno de sus métodos y maneras de gobierno de la filosofía, tanto especulativa como práctica, sino que, por el contrario, conviene que llegue a conseguir su fin en la ciudad y en el pueblo puesto debajo de su autoridad por medio de la virtud probada, que resulta de la continuidad de aquel género de actos de los cuales se deriva su fin y con los cuales llega a conseguir su propósito respecto de las buenas obras, cuando coincide en la misma persona una virtud natural sensible superior, capaz de inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es su fin, utilizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y capaz de relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas” 130. Esto muestra que, efectivamente existe una diferencia importante en la recepción de Aristóteles entre los árabes y el occidente latino, pero esta diferencia, no es atribuible a la recepción de la filosofía política, sino a la diferente lectura de la física, y con un lugar preponderante de la noesis (donde se juegan los principios de la filosofía moral, como decía Tomas de Aquino), pues finalmente es la ciencia del alma en la que se establece el sustrato (y la posibilidad) de las reglas, y no la descripción de los tipos de asociaciones, que son por accidente, y; si es que la filosofía platónica tuvo importante resonancia en la filosofía política árabe, fue porque entre los falasifa, lo importante en la política es la ley que rige (y por ende también quien legisla), y no cuántos gobiernan y cómo administran la ciudad. En 129 Al-Farabi, Catalogo de las ciencias. Traducción de Ángel Gonzales Palencia, Madrid, 1932. Edición Facsímil, Editorial MAXTOR: Madrid, 2008.p.70 130 Ibíd.p.72 74 pocas palabras, la fractura entre la filosofía medieval latina y la filosofía árabe clásica, es una que tiene que ver con la imagen física del hombre y sus facultades. Esto es muy importante de comprender, pues incluso un filósofo como Derrida, ignoró la dimensión filosófico-política de la querella “averroísta” y, llegó a asumir casi por completo el “prejuicio straussiano” en el planteamiento de una problemática contemporánea muy decisiva: la comprensión de cierto Islam en términos políticos, ya que, al ser la única cultura que se ha resistido a un proceso de secularización y democratizador, constituye el “porvenir de lo político” para nosotros, todos los que estamos bajo regímenes políticos que se proclaman democráticos por cierta herencia greco-latina131. Esta cuestión, plantea en primer lugar, una tarea teórica, cual es: “la de un trabajo histórico inmenso, urgente y serio no únicamente sobre aquello que autoriza o no, en esta o en aquella herencia de lectura coránica y en su lengua misma, la traducción de un paradigma propiamente democrático. En cuanto a ese paradigma democrático, sería indispensable estudiar aquí y tener seriamente en cuenta (el por qué, el tiempo y la competencia me fallan), desde la Grecia de Platón y de Aristóteles, desde la historia y discursos políticos de Atenas pero también de Esparta, y del helenismo y del neo-Platonismo, lo que ocurre, se transfiere y se traduce en Europa por medio tanto del árabe pre y post-coránico como de Roma. No sé hasta qué punto pueda contar en esa historia el hecho, en efecto, inquietante de que la Política de Aristóteles haya estado, por una curiosa excepción, ausente de la importación, la acogida, la traducción y la mediación islámica de la filosofía griega, especialmente en Ibn Rushd (Averroes) que solo incorporaba en su discurso político islámico, la Ética a Nicómaco o, como Al-Farabi, el tema del filósofo-rey procedente de la República de Platón. Este último tema parece haber sido, desde el punto de vista de lo que se puede llamar la «filosofía política» islámica, un locus classicus. Me ha parecido entender que, para algunos historiadores e intérpretes del Islam hoy en día, la ausencia de la Política de Aristóteles en el corpus filosófico árabe habría tenido un significado sintomático, si no determinante, lo mismo que el privilegio que esa filosofía teológico-política musulmana le otorga al tema platónico del filósofo rey o monarca absoluto, privilegio que corre parejo a un juicio severo respecto de la democracia”132. Sin desconocer que Derrida es uno de los filósofos más agudos de nuestro tiempo, debemos decir que, si bien la tarea planteada es necesaria, las bases desde las cuales se plantea, que son la misma ignorancia y prejuicios de Derrida, están llenas de 131 Derrida, Jacques. “La ley del más fuerte”, en Canallas. Dos ensayos sobre la razón. Trotta: Madrid, 2005. Pp.47ss y 50ss. 132 Ibíd, pp.50-51. Los destacados son míos. 75 errores históricos, y concepciones preconcebidas como certezas que, se nota, tal vez, han omitido lecturas necesarias por parte de este gran filósofo. Ya hemos visto que, al menos, parte de la Política de Aristóteles se conoció en el mundo árabe en época de Al-Farabi. También ya sabemos que Averroes no solo comentó la Ética a Nicómaco, sino también la República de Platón. También hemos visto que la filosofía árabe del islam clásico iniciada por Al-Farabi, en lugar de ser una filosofía «teológico-política» al menos en la rama de la «filosofía política», es más bien un modo de pensar que no separa cosmología, noesis y ética, y; en ese sentido se trata de un estilo de pensamiento que se opone a la Ley en la medida en que piensa los fundamentos del sujeto humano en los términos de un intelecto agente y un intelecto posible que es común a todos los hombres, por lo que nunca es posible el conocimiento de algo si no es a través de una operación producida por un medio, y en este sentido, este sujeto puede no siempre obedecer a la ley, en la medida en que es posible que no perciba sus imágenes –las de la religión-, sino otras, que no por eso no representarían también la verdad, como pudo haber sido en otros tiempos. En el punto que sigue, se verá en qué sentido el mejor gobernante no es interpretado como el profeta por los falasifa y en particular, por Al-Farabi. Queda por decir, que, nuestra indagación sobre la filosofía árabe, en busca de elementos filosóficos para una política de la inoperosidad, supone como primaria la querella sobre la “imagen del hombre” que se da entre las tradiciones latina y árabe, más que la búsqueda de un paradigma democrático, que puede ser una forma política entre otras. La cuestión está en interrogar al posible sujeto de esa democracia, que es también sujeto de una economía, y de un régimen de verdad, y sus posibilidades de ser de otro modo, como hemos visto que es la propuesta de Foucault. En este sentido, tal vez, lo más sintomático de la supuesta ausencia de la Política de Aristóteles entre los árabes, no sea precisamente su ausencia real, sino su recepción, aunque parcial, y la atención que a este texto se le haya prestado. Y es que, por el mismo título con que hemos visto que se conoció el texto aristotélico, tadbir al mudun –el orden o régimen de las ciudades-, así como la versión de sus conceptos en árabe, como el caso de las asociaciones, vertido bajo el término ashtarikat, que tiene un significado más contractual y económico que jama’a o ijtima’at, que eran los términos con que 76 usualmente esta tradición de pensamiento se refirió a las asociaciones o comunidades. Por lo tanto, podemos pensar que dicho libro haya sido entendido por los falasifa más bien como un tratado que se ocupa de la administración de la casa y de la ciudad133, y por lo mismo, haya sido desatendido puesto que el interés de la filosofía política de Al-Farabi, como hemos visto, intenta justamente encontrar el cómo se producen los sujetos humanos en el mundo sensible y de las imágenes, y en este sentido, es un pensamiento del que difícilmente podemos desprender los orígenes de una economía política o gobierno económico de los hombres 134. Hay que ser justos en todo caso, la agudeza de Derrida no perdona. Su pregunta por la historia del “alegato democrático”, que finalmente es la esencia de la democracia más que las instituciones, la posibilidad de “alegar” por igual ante el poder, es una tarea pendiente y, por cierto, muy importante en cuanto a la filosofía árabe. Sin embargo (y esto bajo la ignorancia de este momento), es probable que la discusión sobre el “alegato” estuviera ausente en la reflexión de los falasifa, precisamente porque la discusión se trataba de la posibilidad de un sujeto que pudiera no internalizar permanentemente el conocimiento, y por lo mismo, la ley, y por lo tanto, el “alegato” aquí tendría otro lugar, sería como el no, como la privación, el no obrar, sería como el “preferir no”135. 5. Al-Farabi y el profeta. “El profeta es interpretado por Al-Farabi, Avicena y Maimónides en términos del rey filósofo platónico: como el fundador de la comunidad política perfecta. Esos filósofos consideran la doctrina de la profecía, en cuanto tal, como parte de la ciencia política”. 133 Ibn Jaldún, heredero renegado de la tradición de Al-Farabi, sostiene al describir su ciencia de la política: “Las disertaciones en que vamos a tratar nuestro tema integran una ciencia novedosa, que será notable por la originalidad de sus miras así como por el alcance de su utilidad. (…) Esta ciencia no tiene nada en común con la retórica, que es una rama de la lógica, y que se limita al empleo de discursos persuasivos , propios para inducir a las multitudes a una opinión o en contra de ella. Tampoco tiene nexos con la ciencia administrativa, que comprende por objeto el gobierno de una familia o de una ciudad,…”. (Ibn Jaldún, Introducción a la Historia Universal, Al-Muqaddimah. México: FCE, 1977.p.145). 134 Hannah Arendt expone en La condición humana, la presencia de una permanente búsqueda de un modo de gobierno económico incluso en Platón y Aristóteles. Véase sección 31 del capítulo V: “La tradicional sustitución del hacer por el actuar”. Arendt, Hannah. La condición humana, Paidós: Barcelona, 2005. Pp.242250. 135 Véase el ensayo de Agamben sobre “Bartleby” de Melville, “Bartleby o de la contingencia”, En Deleuze, Gilles; Giorgio Agamben y José Luis Pardo. Preferiría no hacerlo. Bartleby el escribiente seguido de tres ensayos sobre Bartleby. Pre-Textos: Valencia, 2005. Pp.93-136. 77 Esta afirmación -que corresponde al quinto punto de interés de la extensa cita que hemos venido comentando como referente del “prejuicio straussiano”-, que en algunos aspectos no carece de verdad (porque en Avicena es así y en Maimónides tal vez), pero que no es completamente cierta, ha difundido extendidamente la supuesta razón por la cual los falasifa habrían tenido tanto interés por la filosofía política de Platón, pues esta les permitía la justificación de su orden político de acuerdo a la ley divina, en la medida en que articulaban la idea del rey-filósofo con la figura del profeta. Sobre cómo se presenta este asunto en la Ciudad ideal lo veremos en el siguiente capítulo, dedicado a una lectura detallada del libro. Aquí, nos dedicaremos a ver el problema en algunos otros textos importantes de AlFarabi, partiendo por la mención que hace al asunto en el Catálogo de las ciencias que acabamos de citar más arriba, y otros como Siyasa al madaniya, Fusul muntaza’, El libro de la religión y El Libro de las Letras, y veremos que, la afirmación que tan categóricamente sostiene Strauss, según la cual Al-Farabi interpretaría al profeta en el rey filósofo platónico, es relativa hasta el punto que podríamos llegar a afirmar incluso lo contrario. Esto no significa negar que AlFarabi en algún texto utilice la figura del profeta en política, o que no se refiera a la profecía, sino significa simplemente afirmar que el gobernante primero de Al-Farabi no es el profeta. La sorprendente136 cita que anteriormente leíamos perteneciente al Catálogo de las ciencias ¿puede llevarnos a la interpretación de que aquella persona en la que se da esa facultad sensible superior, y que no necesita de la filosofía para gobernar, es efectivamente un profeta? Veamos: “cuando coincide en la misma persona una virtud natural sensible superior, capaz de inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es su fin, utilizando los placeres o los honores u otras cosas parecidas, y capaz de relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas”. 136 Y usamos este calificativo porque de verdad, se trata de un fragmento único en la obra farabiana, en todos sus otros textos políticos, está arraigada la idea del filósofo como el gobernante modelo, no necesariamente profeta, pero sí filósofo, pues es algo que, por lo demás, afirmaron todos los falasifa, y es por ello que es tan sorprendente una referencia en que Al-Farabi diga que “la filosofía política enseña … que el gobernante no necesita de la filosofía”, es algo que quizá sí podría ser muy esperable leer en Ibn Jaldún por ejemplo, pero no en Al-Farabi. 78 Si bien podríamos pensar que, ya con el puro hecho de la inspiración (esa facultad superior sensible), puede estar refiriéndose a un profeta, sin embargo, la misma descripción de esta persona, que sería el gobernante modelo según enseña la filosofía política, nos lleva por otro camino de interpretación. El que sea “capaz de inventar lo que necesita respecto de los actos de los cuales se deriva el bien, que es su fin”, es la principal característica del profeta en política, en tanto que es el legislador primero. Pero por lo mismo, tratándose de un profeta, este no debería usar (como dice Al-Farabi que sí lo hace este gobernante inspirado) “los placeres o los honores u otras cosas parecidas”, ya que la ley divina gobierna de acuerdo a los privilegios que se obtendrán en el paraíso, por lo tanto, los placeres y honores no corresponden a sus incentivos para el gobierno. Menos es característico de un profeta el que sea “capaz de relacionar con todo esto la excelencia de la imitación de los reyes que le han precedido y cuyas intenciones eran las mismas suyas”, ya que en tanto profeta, es el legislador primero, y quienes deben imitarlo a él han de ser, precisamente, los reyes que le sigan, pero el profeta, quien es fundador de la ley, no es nunca imitador. Incluso, si este gobernante fuera interpretado en términos de un profeta por el mismo AlFarabi, esta sería una de sus “perversas teorías que profesa respecto de la profecía, que él cree una propiedad natural de la facultad imaginativa, inferior en rango a la filosofía”, como decía Ibn Tufayl en el Hayy ibn Yaqzan. En el Kitab al siyasa al madaniya (Política), nos encontramos con algo parecido a lo planteado en el Catálogo respecto de la inspiración. Pero con la diferencia que en este libro, como en el común de la obra farabiana, la filosofía sí es necesaria para un gobernante como el saber que le permite conducir a los habitantes de su ciudad hacia la felicidad -en la medida en que es el saber que le aporta el conocimiento de los seres, sus grados, principios y causas- 137. Sin embargo, lo planteado en este texto, tampoco nos conduce por el camino de plantear que “Al-Farabi interpreta al profeta en términos del rey filósofo platónico”, como sostiene Strauss. La descripción del gobernante virtuoso en el 137 En el siguiente capítulo quedará más clara la idea de la filosofía como el conocimiento de los seres, sus grados, principios y causas, cuando estudiemos desde el Ser primero hasta los seres del segundo y tercer grado tal como los expone Al-Farabi en La ciudad ideal. 79 Siyasa la podemos leer al comienzo del tercer capítulo de la segunda parte, concerniente a las diferentes clases de ciudades, que parte desde la ciudad virtuosa, y por lo tanto de su gobernante: “El que es gobernante primero de manera absoluta no necesita para nada de hombre alguno que le gobierne, sino que a él ya se le han realizado en acto las ciencias y los conocimientos, y no tiene necesidad de ningún hombre que lo guíe en algo, pues dispone de una excelente percepción de cada una de las cosas particulares que debe hacer; también es capaz de guiar excelentemente a todos los otros hacia todo aquello que les enseña, es capaz de utilizar a todo aquel que realiza alguna de las acciones para las que está preparado, y es capaz de determinar, definir y dirigir esas acciones hacia la felicidad. Esto solo existe en quien tiene disposiciones naturales grandes y superiores, cuando su alma se une con el intelecto agente. Solamente puede lograr esto cuando se actualiza primeramente el intelecto pasivo y luego, a continuación, el intelecto que se llama adquirido, pues la actualización del intelecto adquirido consiste en la unión con el intelecto agente, como se dice en el Libro sobre el alma”138. ¿Qué podemos concluir de esta descripción acerca de la interrogante en cuestión? Esto es, si acaso Al-Farabi hace coincidir en el gobernante primero, al profeta con el rey filósofo platónico. En primer lugar, debemos hacer la constatación, necesaria, sobre la ausencia absoluta de la palabra profeta o figura similar (necesariamente) en la descripción del gobernante virtuoso. Más adelante, al revisar otra cita tendremos ocasión de comprender el modo en que van entrando los filósofos en la categoría de gobernante primero, y en qué sentido, este podría también ser o no un profeta. Pero prosigamos con las conclusiones acerca de este primer texto. Debemos, en segundo lugar, describir brevemente las facultades que el Segundo Maestro menciona sobre este gobernante: se trata de alguien que tiene una excelente percepción, y que por ello se han actualizado en él todos los conocimientos, por lo que conoce la felicidad, que es el fin, y en consecuencia, 138 Al-Farabi, “Libro de la política”, En Al-Farabi, Obras filosóficas y políticas. Edición y traducción de Rafael Ramón Guerrero (2da edición no bilingüe), Madrid: Trotta, 2008, p.103. El hecho que en la descripción del gobernante primero, termine haciendo referencia al De Anima de Aristóteles, da cuenta de lo que habíamos afirmado antes, que, primero hay que relativizar la supuesta excesiva presencia del Platonismo en la filosofía política árabe y, segundo, que si hay una fractura entre la filosofía árabe y latina, no está en la diversidad de fuentes en la filosofía política, sino que la querella moral tiene su origen en la física. También es un claro indicio de que las cualidades del gobernante primero, vienen de la filosofía, pues lo que muestra Al-Farabi con la descripción de esa operación intelectiva de unión entre los intelectos agente y material, remitiendo al De anima, es que la cualidad más importante del gobernante primero, está ya establecida desde antes de la revelación en el libro de Aristóteles. 80 es capaz de enseñar a los demás lo que es y, guiarlos hacia ella. Es decir, gobernarlos. En cambio, él no necesita de nadie que lo gobierne ni que lo guíe. Una tercera conclusión, sería que aquello que determina lo que es el gobernante virtuoso son unas facultades grandes y superiores que tienen que ver con operaciones intelectivas, la imaginación y las sensaciones. Más aún, el que AlFarabi remita al De Anima para describir estas operaciones, muestra que la verdad sobre las principales cualidades gobernante primero (sea este un profeta o no) están ya dichas desde antes de la revelación, y que la filosofía política de Al-Farabi intenta lo más posible prescindir de los elementos de la revelación para referirse al gobernante perfecto, partiendo por el hecho que ni mencione, como hemos dicho, las palabras profeta o profecía. “Los principios de los seres y sus grados, la felicidad y el gobierno de las ciudades virtuosas, o bien son concebidos y entendidos, o bien son imaginados por el hombre. Concebirlos consiste en que se impriman en el alma del hombre sus esencias, tal como existen realmente. Imaginarlos consiste en que se impriman en el alma del hombre sus imágenes, sus representaciones y cosas que los imitan. Esto es semejante a lo que ocurre en las cosas visibles, como por ejemplo el hombre: lo vemos a él mismo, o vemos una representación suya, o vemos su imagen en el agua o en otras clases de espejos. Verlo no sotros a él mismo es como concebir los principios del ser, la felicidad y lo demás. Ver nosotros al hombre reflejado en el agua o verlo en representación se parece a la imaginación, porque nuestro verlo en representación o reflejado en el espejo, es ver aquello que imita al hombre. Así también, cuando imaginamos estas cosas estamos en realidad concibiendo aquello que las imita, no concibiéndolas en sí mismas” 139. Lo primero que podemos concluir de este texto, tiene relación con lo que tratamos anteriormente sobre el platonismo en la filosofía política árabe y, sobre la Política de Aristóteles en árabe. Y se trata pues, que si nos detenemos a pensar: la ciencia política de Al-Farabi, no tiene que ver con una ciencia del mejor régimen bajo el criterio de cómo se administra la ciudad, ni con el numero de gobernantes, sino con la perfección del gobernante, porque de él depende que la ciudad sea virtuosa o no; es por ello que los textos políticos platónicos pudieron haber sido más interesantes que la Política (y no así que la 139 Ibíd.p.110. Quizá respecto de este pasaje, sea interesante recordar la proposición 112 condenada en el syllabus de París de 1277: “112. Las inteligencias superiores imprimen en las inferiores del mismo modo que un alma intelectiva imprime en otra, y también en un alma sensitiva; y por una impresión semejante, cualquier mago proyecta un camello en una fosa solo por la vista”. (León Florido, F. 1277. La condena…, p.89) 81 Ética a Nicomaco) para los falasifa. Ahora, esto nos dice todavía otra cosa: que el núcleo de la filosofía política árabe inaugurada por Al-Farabi, no aparta a la noesis (y por lo tanto a la física) de la reflexión sobre el gobierno, porque precisamente el gobierno tiene que ver con lo que imaginamos, sentimos y pensamos según tiempo y lugar 140. Y es que la teoría política farabiana es, al mismo tiempo, una teoría del conocimiento y de la imagen, cuyo sustrato , en donde situar la posibilidad de concebirse a sí mismo y al mundo físico, es la imagen que se refleja en el agua o en el espejo, y no Dios ni el sí mismo. Y es por eso mismo que esta filosofía se encuentra al margen de la querella entre los antiguos y los modernos. Porque aquí estaría alojado otro cogito, un cogito basado en la experiencia de la exterioridad. A esto, sin hacer referencia a AlFarabi pero sí al averroísmo, Emanuele Coccia lo ha llamado el cogito del espejo, que “en el fondo es el siguiente: ya no soy ahí donde existo ni ahí donde pienso. O incluso: soy sensible solo ahí donde ya no se vive y ya no se piensa” 141. Coccia, partiendo de los supuestos averroístas (o farabianos) que: “Lo sensible, el ser de la imagen, no es algo meramente psíquico” 142; que “lo sensible tiene lugar solo porque además de las cosas y de las mentes existe algo que tiene una naturaleza intermedia” 143; que “ese cuerpo intermedio, al mismo tiempo exterior a los sujetos y a los objetos, donde estos transforman su propio modo de ser y devienen fenómenos y aquellos extraen lo sensible que necesitan para vivir, se da a conocer en todas sus propiedades en el espejo”; y que “las formas son capaces de transitar en un estado que no corresponde ni al ser natural que tienen en su existencia corpórea (física, mundana) ni al estado espiritual en el que se hallan cuando son conocidas o percibidas por alguien”; concluye que la determinación de lo sensible de acuerdo a este cogito del espejo, se define por una doble exterioridad: “una exterioridad respecto de los cuerpos, ya que se genera fuera de ellos, y una exterioridad respecto de las almas, ya que las imágenes existen antes de entrar en el ojo de un sujeto que observa un espejo” 144. (Sobre esto volveremos en el tercer capítulo). 140 Sobre la contingencia de las leyes y los gobiernos derivados de la reflexión noética trataremos en el capítulo III dedicado a la Ciudad Ideal. 141 Coccia, Emanuele. La vida sensible. Buenos Aires: Marea, 2011.p.31 142 Ibíd.p.21 143 Ibíd.p.26 144 Ibíd.p.31. 82 Una tercera conclusión desprendida del texto citado de Al-Farabi del Siyasa, sería la que nos da cuenta de la entrada de los filósofos en el grupo de los que pueden ser gobernantes primeros. Si el gobernante perfecto, ha de ser aquel que tiene conocimiento de los principios de los seres y sus grados y, de la felicidad, y este conocimiento según Al-Farabi puede ser concebido y entendido, o bien imaginado –siendo que cuando es concebido se trata del grado más alto de percepción porque, de acuerdo a la analogía del espejo, es como ver la imagen real y no su representación-, este conocimiento solo pueden obtenerlo los filósofos. En cambio, cuando el conocimiento de las cosas necesarias para el gobierno virtuoso, se obtiene por medio de la imaginación, según la explicación que da en la Ciudad ideal (que veremos más adelante), entonces se trata de un profeta. Sin embargo, esto es algo que no se sostiene en el texto que estamos leyendo, el Siyasa al madaniya. Pero debemos añadir que, aun la figura del profeta en la Ciudad ideal, en la medida en que estamos frente a un hombre cuya principal característica es una mayor perfección de su imaginación –es decir, un profeta es alguien con exceso de imaginación-, es inferior en rango a la filosofía, lo que no significa que el filósofo sea superior al profeta, pero su modo de aprehensión de las cosas sí lo es. Es decir, la filosofía, que nos lleva a concebir la realidad, sería superior a la imaginación profética, que solo nos lleva a ver la representación o imitación de la realidad. Y en ese sentido, tiene razón Ibn Tufayl desde el punto de vista de la religión, de tratar la teoría farabiana sobre la profecía como perversa. En el Fusul muntaza’ o Artículos de ciencia política, vemos que solo en uno de cien aforismos, aparece la posibilidad de adquirir el conocimiento por revelación, llamando a quien lo obtiene de esta manera y al filósofo, a ambos como “cognoscentes”, pero de manera equívoca. Pues, la obtención del saber por medio de la revelación, es un camino diverso e inferior en rango a la filosofía, por lo tanto, el término de “cognoscente” se les aplica a ambos de 83 manera equívoca, dice Al-Farabi, así “como también se aplica equívocamente al físico y al adivino” 145. En el Libro de la religión, es todavía más sorprendente la aparición del profeta (sobre todo por el libro del que se trata). Quizá, para comprender el lugar y el rango de esta aparición, sea conveniente revisar brevemente cómo Al-Farabi entiende la religión en el citado libro. Dice en el primer párrafo: “La relig ión consiste en opiniones y acciones, determinadas y delimitadas por reglas que promulga para una comunidad su gobernante primero” 146. En árabe, la palabra religión tiene dos acepciones. Una es din, que tiene el sentido de Fe, así se habla de al din al masihi o al din al islami, como la fe cristiana o la fe islámica. La segunda acepción, milla, le da a la religión el carácter de un conjunto de reglas a través de las cuales se gobierna una comunidad; es esta acepción la que, de hecho, da nombre al libro, Kitab al milla. Y es en este contexto y bajo este concepto que, tiene lugar la aparición de la figura del profeta en este libro, pues como la religión consiste en opiniones, de estas, “unas versan sobre cosas teóricas y sobre cosas voluntarias 147. Las opiniones teóricas versan sobre Dios, sus cualidades, los seres espirituales, sus grados, etc. Las opiniones voluntarias en cambio, versan sobre: “las cualidades de los profetas, reyes ilustres, gobernantes piadosos e imanes de la recta vía y de la verdad 148 que se han sucedido en épocas pasadas;…” 149. Es decir, en la ciencia de la religión planteada por Al-Farabi en este libro, el lugar del profeta está en los asuntos prácticos (inferiores en rango a los teóricos), y luego, el estudio de sus cualidades, no se diferencia del de las de otros gobernantes virtuosos (no profetas) de épocas pasadas. Es decir, la virtud, que en definitiva es la expresión práctica de la verdad, y su reflexión, son anteriores a la religión, y por lo tanto superiores en rango, y es esto lo que Al-Farabi se dispone a mostrar en el Libro de las letras: 145 Al-Farabi. Artículos de ciencia política. Madrid: Trotta, 2010 , p. 223. Al-Farabi, Libro de la Religión, Madrid: Trotta, 2010, p.135. 147 “Se refiere a los asuntos prácticos, que dependen de la voluntad del hombre”. Nota del T. Ibíd.p.137 148 Se refiere a los cuatro primeros califas que hubo después de Mahoma, antes que el califato se transformara desde los Omeyas (661-750 d.C., aprox.), en una monarquía dinástica. 149 Ibíd.p.138 146 84 “Hemos mostrado que la teología y el derecho religioso son posteriores a la religión, y que la religión es posterior a la filosofía, y las disposiciones dialécticas y sofísticas son anteriores a la filosofía, y la filosofía dialéctica y la filosofía sofística son anteriores a la filosofía demostrativa. Pues en suma, la filosofía es anterior a la religión como el usuario de los instrumentos es anterior a los instrumentos. Y las facultades dialécticas son anteriores a la filosofía como el alimento del árbol es anterior al fruto o como la flor precede al fruto. Y la religión es anterior a la teología y al derecho religioso como el amo es anterior al sirviente y como el usuario del instrumento es anterior al instrumento”150. Este pasaje deja clara la superioridad de la filosofía por sobre la religión; mientras la sofistica es a la filosofía como la flor al fruto, la filosofía es a la religión como el usuario es a los instrumentos. No es solo una cosa de anterioridad sino de rango. De la flor de la sofistica, menos verdadera que la filosofía, estaría diciendo Al-Farabi, surgió el fruto de la filosofía, es decir, algo superior en rango porque es el fin. Mientras que la religión no está puesta como fin, como verdad de lo que es la felicidad, sino como medio de hacer ver la verdad a través de imágenes, a aquellos que no llegan más allá de la existencia imaginada (que es la mayoría) 151. Es por ello que para Al-Farabi, el conjunto de reglas con las que se gobierna una ciudad y se la intenta guiar hacia la felicidad –que es la religión (virtuosa)- son “imágenes de la verdad”152. En cuanto a la cuestión del profeta en este libro, aparece como una función legislativa, la de llevar a su máximo grado (con la imaginación) el arte de hacer leyes y hacerlas obedecer mediante la perfección del arte de la persuasión, de lo que surgiría la religión: “El arte que establece las leyes tiene en su grado máximo la capacidad de representar, de forma imaginativa, aquellos conceptos teóricos que resultan difíciles para el pueblo, y es el que mejor puede descubrir las acciones políticas útiles para conseguir la felicidad, y el que dispone de la máxima capacidad de persuasión acerca de los asuntos teóricos y prácticos, pues en su enseñanza al pueblo cuenta con todos los métodos con los que se puede producir la convicción. Cuando se han establecido las leyes en estas dos categorías, y se les ha añadido los métodos con los que se convence, se enseña y se educa al pueblo, surge la religión, mediante la que 150 Al-Farabi. El libro de las letras. Madrid: Trotta, 2004. p.59 Quizá sea interesante recordar a este respecto el primer error que Gil de Roma señala y condena de Averroes: “Que ninguna ley es verdadera, aunque puede ser útil” (Los errores…op.cit.p.67). En este sentido, la verdad estaría en la filosofía, pero la religión en cuanto ley, sería útil como imagen de la verdad para conducir hacia la felicidad a quienes no son capaces de aprehenderla por vía del conocimiento demostrativo. 152 Ibíd., 93 151 85 el pueblo recibe la enseñanza y educación, y con la que es tomado todo lo que se lleva a la felicidad”153. Lo más interesante de esta cita, que en realidad lleva a extremo argumentos similares del Segundo Maestro que hemos venido viendo, es que la religión surge como un asunto práctico, para el gobierno de la ciudad, y es producto del arte de hacer leyes, del arte de legislar, no de la revelación. Esto nos debería dejar muy claro que, al contrario de cómo han sostenido Strauss, Campanini, Gomez Nogales y otros, en el sentido que Al-Farabi sería un filósofo político religioso, que habría interpretado al profeta en términos del rey filósofo platónico en el intento de ajustar un modelo filosófico a uno religioso, su propósito sería más bien, el de desenmarañar los elementos políticos de un modelo religioso (el islámico, predominante en su contexto) a partir de unas ideas filosóficas heredadas y reelaboradas. Esto no significa que en al-Farabi esté ausente la idea del gobernante filósofo. Exceptuando el pasaje del Catálogo de las ciencias, en todos los demás textos, sí hay una coincidencia entre la filosofía y los conocimientos que debe tener el gobernante modelo y, también la hay (y esto incluye al Catálogo) en cuanto a la otra vía por la que se es un gobernante primero, que consiste en un exceso de imaginación y excelente persuasión: es en esta categoría de gobernantes virtuosos donde se ubican los profetas, como también otros reyes ilustres que haya habido en el pasado. 153 Ibíd.p.86 86 Capítulo III Una lectura de La Ciudad ideal Cuando se describen las obras de Al-Farabi en el Tabaqat al umam, destacan: El Catálogo de las ciencias, La filosofía de Platón y Aristóteles. Obras que, según AlAndalusi, serían de “la mayor ayuda para aprender el camino de la especulación y conocer las vías de la investigación”. “Además de eso –dice Al-Andalusi-, AlFarabi compuso otros dos libros incomparables sobre metafísica y sobre política (‘ilm al madani). Uno de ellos lleva por título El gobierno político (al-Siyasa alMadaniya) y el otro el Proceder perfecto (al-sirat al fadila)”154, que vendría a ser la Ciudad ideal, en realidad, al-madina al-fadila, considerada una de las más grandes obras del Segundo Maestro. De los dos libros “incomparables” de los que nos habla Al-Andalusi, uno sobre metafísica y el otro sobre política, pareciera ser que es a la Ciudad ideal al que se refiere que trata de metafísica y, por su título, sería evidente que es al Libro sobre el gobierno político, el que se trataría sobre política. Sin embargo, ambos textos, tienen una estructura muy similar, partiendo desde una descripción del cosmos, seguida de una descripción del alma humana y sus potencias, para luego dar paso a la reflexión política cuyo objeto es la felicidad, cómo obtenerla y cómo debe hacerse para que una ciudad conduzca a sus habitantes hacia ella, de manera que sea la ciudad virtuosa, ideal o modelo 155; lo que nos debería hacer pensar de inmediato y de hecho es así como ha sido visto tradicionalmente- que la Ciudad ideal es una obra de filosofía política y, sin embargo, Al-Andalusi nos lo menciona como el libro “incomparable” sobre metafísica de Al-Farabi. Ya hemos visto que, si bien, en esta tradición filosófica era una práctica común dividir las ciencias para tener en cuenta 154 Al-Andalusi, Said. Tabaqat…, pp.126-127. Hay que hacer notar que, si bien, la traducción de fadila por perfecto no es correcta en sentido literal, en este contexto, es muy admisible y no altera mayormente el significado del título de la obra aludida: La ciudad ideal. Perfecto es kamel y, perfección kamal, término con el que los falasifa traducían la perfección virtuosa en cada obra (en los términos de Aristóteles), y también tenía un sentido de lo completo o de la integridad, que permita llegar a esa eudaimonía de la que nos hablaba Aristóteles como felicidad autosuficiente, y que en árabe se tradujo por sa’adah, exactamente: felicidad. Estos términos, aparecen en abundancia en un libro de Al-Farabi que es una especie de paráfrasis de los primeros libros de la Ética a Nicomaco, que es el texto del que nos ocupamos en el capítulo siguiente. (Al-Farabi, El camino de la felicidad. Trotta: Madrid, 2002.) 155 Estas tres palabras: virtuosa, ideal y modelo son sinónimos de Fadila. 87 sus grados, partes y objetos; veíamos que en la práctica filosófica, es decir, en el dar cuenta de su pensamiento y conocimiento del saber antiguo a través de su arte de escribir (que consistía en tratados, cartas, artículos, comentarios, paráfrasis y resúmenes), no hay separación entre las diferentes ramas de la filosofía, al punto que llegamos a concluir que la ciencia política farabiana aloja en su núcleo una noesis (que siendo parte de la física, la cual es una rama de la filosofía tan política como la propia filosofía política) cuyo principal objeto es develar las potencialidades del sujeto de la ley y, a partir de ello, discernir sobre la justicia de las leyes pero en su relación con las verdades primeras descubiertas por la filosofía. De este modo, la religión es solo un instrumento para transmitir estas verdades a través de imágenes a quienes solamente son capaces de una existencia imaginada, que es la mayoría del pueblo.156 De manera que no es de extrañar que la obra que ha sido vista como el texto político por excelencia de Al-Farabi, en lo que es su conocimiento moderno -o sea, la Ciudad ideal-, haya sido vista por sus contemporáneos como un “incomparable libro sobre metafísica”. En el presente capítulo, queremos proponer una lectura detallada del libro en cuestión. Como toda lectura detallada tradicional se dividirá el libro en partes y se las analizará en grupos, como si cada parte tuviese sentido por sí sola. Sin embargo, y a pesar de que nuestra propuesta de lectura tendrá esta apariencia, queremos plantear un modo de leer la Ciudad ideal, buscando explicarnos con mayor profundidad los aspectos generales del modo de pensar que inaugura Al-Farabi a los que nos venimos refiriendo. Y si hemos escogido este texto, es porque es el más apropiado para estos fines. Pues, es justamente en la Ciudad ideal donde, si bien el objeto del libro es político -determinar en qué consisten las opiniones de los gobernantes y habitantes de una ciudad virtuosa-, no por ello la reflexión 156 Con esto nos referimos a lo que sostiene Al-Farabi en el Libro de las letras acerca de la superioridad de la filosofía por sobre la religión; mientras la sofistica es a la filosofía como la flor al fruto, la filosofía es a la religión como el usuario es a los instrumentos. No es solo una cosa de anterioridad sino de rango. De la flor de la sofistica, menos verdadera que la filosofía, estaría diciendo Al-Farabi, surgió el fruto de la filosofía, es decir, algo superior en rango porque es el fin. Mientras que la religión no está puesta como fin, como verdad de lo que es la felicidad, sino como medio de hacer ver la verdad a través de imágenes, a aquellos que no llegan más allá de la existencia imaginada (que es la mayoría, esto es, la mayoría que no escoge el camino de la vida contemplativa). Véase, Al-Farabi, Libro de las letras. Madrid, Trotta, 2004. p.59. 88 cosmológica y noética tienen menor profundidad, como sería el caso de otras obras del Segundo Maestro. La lectura que queremos proponer consiste en dividir la Ciudad ideal en tres partes: A) Cosmológica: que incluye desde los capítulos 1 a 19. B) Noética: que incluiría desde los capítulos 20 a 24. C) Política: que vendría a ser todo lo que resta del libro, es decir, desde los capítulos 25 a 37. Haciendo un cálculo rápido de lo que acabamos de presentar, podríamos pensar que, efectivamente, la noesis ocupa la menor parte del libro (5 capítulos), mientras la cosmología ocupa poco más de la mitad y la política ocupa un tercio. ¿Significaría esto que la cosmología es primordial a la política y la noesis? De ningún modo. Se trata, en primer lugar, que la reflexión que tiene que ver con el intelecto, es decir, la noesis –que como sugirieron Aristóteles y sus seguidores, es parte de la ciencia física-, y que es transversal a todo el libro. Y, por otro lado que, si la parte cosmológica ocupa la mayor parte es también porque, como hemos visto, la física en general tampoco es menos política que la propia filosofía política157. Pues, es esta la que da fundamento a todo: nuestra concepción de la vida, los cuerpos que nos rodean y cómo estos tienen lugar en el mundo y nos afectan a nosotros en tanto vivientes. De hecho, perfectamente, también pudimos haber dividido el libro en dos: parte física y parte política. De ser así, diríamos que dos tercios del libro tratan de física y uno de política (No lo hemos hecho por mantener cierta separación didáctica entre la reflexión cosmológica como descripción de lo externo, mientras la noética es la descripción de la relación entre nosotros y las sustancias intermedias). Lo que queremos plantear con esto es que: lo que hay en la Ciudad ideal de Al-Farabi, es una física de la existencia política. La interrelación entre un ser que “da” mundo y lo pone a disposición para su conocimiento, a través de sustancias intermedias –los intelectos- que interpelan a los vivientes que lo habitan y, se relacionan de manera potencial y no siempre en acto con estas sustancias, enseña que el único modo de existencia es sensible y en común. 157 Véase capítulo II. 89 A) Parte Cosmológica: Esta se constituye de los siguientes capítulos: I. Sobre el Ser Primero; II. El Ser Primero no tiene semejante a él; III. El Ser Primero no tiene contrario; IV. El Ser Primero es infalible; V. Su unicidad es su propia esencia: además es cognoscente, sabio, verdadero, vivo y vida; VI. De la grandeza, majestad y gracia del Ser Primero; VII. De cómo todos los seres provienen del Ser Primero; VIII. Gradación de los seres realizados, o existentes; IX. De los nombres con los que conviene llamar al Ser Primero; X. De los seres del segundo grado y cómo se produce la multiplicidad; XI. De los seres y de los cuerpos de aquí abajo; XII. De la materia y la forma; XIII. De la división entre los diversos grados, cuerpos hílicos y seres divinos; XIV. De las cosas comunes a los cuerpos celestes; XV. En dónde, adónde y por qué se mueven los cuerpos celestes; XVI. De las modalidades de los movimientos giratorios y de la naturaleza común a todos; XVII. De las causas que dan origen a la forma primera y a la materia primera; XVIII. De los grados de los cuerpos materiales en su misma producción (en su mismo fieri); XIX. De cómo las formas se suceden en la materia (Hyle). A.1) El Ser Primero En primer lugar, debemos determinar qué entiende Al-Farabi por el Ser Primero. En el Siyasa al-madaniya dice directamente que: “El Primero es aquel del que se debe creer que es Dios y la causa próxima de la existencia de las causas segundas y del intelecto agente”158. Es también por esta proposición, que se ha extendido la tesis que Al-Farabi es un filósofo religioso cuyo entramado conceptual es una justificación racional del orden político divino 159, sin embargo, ya hemos discutido 158 Al-Farabi, “Libro de la Política”, Op.cit., p.6. (1ra Ed. Bilingüe, CSIC), p. 1, texto árabe. Véase especialmente Campanini, Massimo. Introducción a la filosofía islámica. Madrid: Biblioteca Nueva, 2006.pp.104-105. Es justamente de los lectores que no puede no leer a Dios en el Ser Primero de Al-Farabi, sea por la afirmación del Siyasa, sea porque se aproxima a leerlo predispuesto por lo que se ha dicho sobre Farabi en cuanto a la coincidencia de su doctrina de la emanación con el tawhid islámico. A modo de ejemplos, una de las tantas partes en que afirma cosas por el estilo: “Con todo los atributos más propios para Dios o el Primer Ser son los de existencia e inteligencia, atributos que, si bien potencialmente son deducidos del Corán, poseen una segura base filosófica. La existencia, dice al-Farabi, es aquello que distingue a Dios de las criaturas”, donde a continuación cita un pasaje de la Ciudad ideal, donde pretende leer eso, pero es el mismo Campanini el que incorpora a Dios entre corchetes en el pasaje que cita, veamos: “Lo perfecto referido 159 90 ampliamente en el capítulo anterior sobre la necesidad de relativizar este juicio. Es por ello que, la cita del Siyasa merece un atento examen para develar su sentido político y conceptual. Es decir, si es que efectivamente hay al menos una analogía entre Dios y Ser Primero, si es que la hay, el porqué de esta y su significado, y en cualquier caso –la haya o no-, si es que podemos establecer una distinción conceptual entre Dios y Ser Primero. Una traducción más literal del árabe, nos haría ver que la propuesta de Al-Farabi es mucho más subversiva que como podría mostrar lo que ha traducido Ramón Guerrero. El texto árabe dice: “Fi al-awwal huwwa al-ladi iunabghi an iu´taqt fihi annahi huwwa al-ilahi…”, esto sería literalmente: “Del Primero, él es el que queremos (deseamos) que se crea sobre él que es Dios”. Lo primero que debemos constatar es que no hay un “deber creer”, sino un “querer que se crea”, la expresión de que es deseable que se crea sobre el Primero, que es Dios. Esto nos indica que el argumento, en lugar de afirmar a un Dios como verdad primera sobre el que se deba creer, va en la dirección del tratamiento farabiano de la religión como un instrumento práctico para transmitir la verdad en imágenes a quienes tienen una vida sin examen, es decir, la creencia religiosa como instrumento político para el gobierno de la ciudad en cuanto ley. En segundo lugar, también debemos constatar que la expresión utilizada para el “creer”, “que se crea”-iu’taqd-, no es la común utilizada por el léxico islámico para el acto de Fe –shahada-160. Esto refuerza la idea anterior acerca de que no habría un intento por establecer una primacía conceptual y política de un Dios como Ser Primero, sino más bien, un intento de analogía entre el Dios de la religión y el Ser primero de la filosofía que es deseable aplicarla a los habitantes de las ciudades para un buen gobierno; que tengan en cuenta la ley y actúen en función de ella, de manera de ser ciudadanos virtuosos (iu’taqd como “creer” tiene más bien el sentido de “tener en cuenta, en consideración”, se trataría entonces de que sería deseable a la sustancia es aquello fuera del cual no se da sustancia semejante. […] Poseyendo lo Primero la existencia perfecta, no es posible que tal existencia [perfecta] forme parte de algo diferente de Él. Él es por tanto el único que posee este [modo de] ser [perfecto]. Desde este punto de vista, [Dios ] es absolutamente Uno”. (Campanini, Op.cit.p.104). 160 Palabra que significa literalmente “testimonio”, la creencia islámica se trata de un “testimonio de Fe”, su llamado a la oración dice: ash-hadu inna muhammadan rasul allah, atestiguo que Mahoma es el mensajero de Dios. Véase a este respecto el final de la nota 24 del capítulo II, donde se habla del comentario de Averroes a Retórica. 91 para una ciudad, que se actúe teniendo en cuenta la ley, siempre que esta sea virtuosa). De manera que si alguna distinción conceptual entre Dios y el Ser Primero hemos de extraer del texto farabiano, esta podría traducirse en la siguiente fórmula: El Ser primero, es el Ser, ese nivel de realidad inmaterial que da lugar a la presencia de las formas en la materia, en los elementos corpóreos. Dios es el nombre bajo el cual es deseable que, quienes viven sin examen, tengan en cuenta a este Ser que interpela a los seres sensibles como creador de la forma de la vida (el mundo) y, en consecuencia, de la forma de vida (las reglas). A partir de lo anterior, podríamos decir que en la determinación farabiana del Ser Primero encontramos el núcleo de una ontología de la potencia, algo que también se podría emparentar con la noción plotiniana de la primera hipóstasis, como aquello que corresponde a ese nivel de realidad en que tiene lugar “la organización de los principios, seres y categorías universales”; una concepción –dice García Bazán“que capta la totalidad de los seres, eternos o mudables, como imágenes de una realidad inimaginable o que por propia exigencia de naturaleza rehúye toda posibilidad de manifestación: allende lo óntico y lo ideativo o ideal en sentido platónico”161. Leamos como nos expone Al-Farabi al Ser Primero en el primer capítulo de La ciudad ideal: “El Ser Primero es la causa primera a la que deben su entidad 162 todos los demás seres. Él está libre de toda imperfección, mientras que todos los demás seres no 161 García Bazán, Francisco. Plotino y la mística de las tres hipóstasis. Buenos Aires: El Hilo de Ariadna, 2011.p.29. Edward Booth plantea que, si bien en Al-Farabi coexisten elementos neoplatónicos y aristotélicos, su ontología sería radicalmente aristotélica. Según él, el Libro de la política y La ciudad ideal exponen la yuxtaposición de estos elementos, los cuales se expresan en una ontología aristotélica (concebida fundamentalmente de su estudio de la Metafísica) y, una cosmología noética, en la cual, la tríada plotiniana de las hipóstasis se habría asociado a la noción de un intelecto agente separado de los cuerpos, como lo concibió Alejandro de Afrodisia. (Booth, Edward. Aristotelian Aporetic Ontology in Islamic and Christian Thinkers. New York: Cambridge University Press, 2008.pp.96-97). 162 El traductor señala que se trata de la palabra wuyud, esta significa en realidad presencia o ser, pero no entidad. Veremos que a lo largo del texto, el traductor usa en forma indistinta las palabras entidad y ser o esencia (juhr, traducido como substancia) incluso, para expresar lo que en el texto se dice como wuyud, es decir, como presencia. Nosotros proponemos la traducción literal de wuyud como presencia, porque de esta manera no hacemos la confusión entre el ser y la entidad de las cosas, si wuyud es a la vez ser y presencia, pues se trata que el ser da presencia, o hace presencia. El traductor también hace uso sinonímico de existencia para wuyud, sinonimia que aquí también asumiremos como acertada, pues esta sí consideramos que da a wuyud su significado potencial, al contrario de entidad. En todo caso, las ambigüedades de la traducción respecto a las palabras wuyud y mawyud, no se deben a una negligencia del traductor, sino que la propia polisemia del término “ser” en árabe, representó desde el comienzo de la actividad filosófica en esta lengua, uno de los más importantes problemas filosóficos para la recepción de los textos griegos. De este problema, se hace cargo Al-Farabi en el decimoquinto capítulo de la primera parte del Libro de las Letras. Este texto, 92 contiene lo más fundamental de la doctrina de nuestro filósofo sobre el Ser, por lo que su estudio merece una investigación de exclusiva atención. Sin embargo, aquí dedicaremos un breve espacio, que consistirá en una lectura comentada de algunos pasajes de dicho texto, que nos permitan dar cuenta de cómo Al-Farabi entenderá el estin griego o el hast persa (tal como él lo dice), en su propia polisemia en la que se puede recibir en lengua árabe, de manera de comprender su planteamiento de un Ser primero, como se dice en el libro que estudiamos en el presente capítulo y, en definitiva, del Ser en su filosofía como principio (y en este sentido causa), como algo des-sustancializado, que es lo que queremos plantear en este capítulo para una lectura no teológica de la Ciudad Ideal, y en general para la tesis, la idea de una ontología de la potencia. “desde su creación –dice Al-Farabi-, no hay en árabe una palabra que ocupe el lugar del hast persa, ni del estin griego,…” (Al-Farabi, “El concepto de Ser”, Traducción de Rafael Ramón, En Revista de Filosofía [Universidad Complutense de Madrid], ISSN 0034-8244, Nº 11, 1994 , págs. 27-50.p.33). Sin embargo, continúa, “esta palabra es imprescindible y necesaria en las ciencias teóricas y en el arte de la lógica. Y cuando la filosofía llegó a los árabes y los filósofos de lengua árabe y que expresan en árabe sus ideas filosóficas y lógicas tuvieron necesidad <de ella>, no encontraron en la lengua árabe desde su creación palabra alguna con la que pudiera traducir los casos en los que son empleadas estin en griego y hast en persa, y ponerla en lugar de estas palabras en los casos en que ellas son empleadas en las otras naciones” (Ibídem). Este pasaje ya nos da cuenta del problema filosófico al que se ven los filósofos árabes frente al ser como concepto, y al detenimiento que nuestro autor le dedica para articular su ontología desde un término acertado. Así, hará el recorrido por los diversos términos árabes con que se ha vertido la palabra ser en la traducción de los textos y en las reflexiones filosóficas. Así, dice: “Unos creen que hay que utilizar la palabra huwa en lugar del persa hast y del griego estin. (…) De él han propuesto el nombre original de al-huwiyya. En árabe, esta forma es la del nombre original (masdar) de todo término que es ejemplo primero y que no tiene flexión, como al insaniyya (humanidad), que deriva de al insan (el hombre);…” (Ibíd.pp. 33-34). Prosigue: “Otros creen que en lugar de huwa hay que emplear como equivalente de estas palabras el término al-mawyud, que es una palabra derivada y que tiene flexiones. En lugar de al-huwiyya han establecido el término al-wuyud (existencia) [que nosotros hemos sugerido como presencia] y han utilizado los verbos que proceden de ella como verbos que indican existencia (wuyudiyya), (…) Han empleado el término al-mawyud en los dos casos: para indicar todas las cosas y para unir copulativamente el nombre predicado con el sujeto allí donde no se pretende expresar tiempo en la proposición. Estos dos casos son aquéllos en los que <se emplean> hast en persa y estin en griego” (Ibídem. El paréntesis de corchete es mío). Frente a este dilema, Al-Farabi declara: “En cuanto a mí, creo que el hombre puede utilizar cualquiera de los dos” (Ibíd.p.36). Esto nos da cuenta que, para Al-Farabi, el problema que presenta la traducción de “ser” por su polisemia en árabe, en lugar de representar un embrollo de difícil resolución, es por el contrario, una ventaja que enriquece la comprensión de un término que, como concepto filosófico, es, a la vez, tenaz e inasible. Como veremos más adelante en la Ciudad ideal dice de la manera en que se refiere a El Ser Primero, es por la “falta de un nombre menos impropio”. Pero sigamos con el texto del Libro de las Letras, para ver cómo, luego de la exposición del dilema y la opción por la recepción polisémica del concepto de “ser”, Al-Farabi nos expone la manera en que él precisa el sentido del concepto, que es desde donde se articula, como hemos dicho, su ontología de la potencia: “El «ser» (al-mawyud) es un término homónimo: se predica de todas las categorías; ellas son las que se predican de «la cosa a la que se alude», y él se predica de «toda cosa a la que se alude», esté o no en un sujeto; es mejor decir que es el nombre de cada uno de los géneros supremos, pero sin que designe su esencia (dati-hi). Se predica también de todo lo que está bajo cada uno de ellos en tanto que es el nombre de su género supremo. Se predica de todas sus especies unívocamente – (…)-. Se predica también de todo lo que está bajo cada especie unívocamente en tanto que es el nombre en primer lugar de esa especie, y de todo lo que está bajo esa especie en tanto que se predica de ellos unívocamente. Puede decirse que el nombre se predica homónimamente de una manera general de la totalidad de los géneros; (…). / Puede predicarse de toda proposición en la que el objeto comprendido sea fuera del alma idéntico a como es comprendido, y, en general, de todo lo que es representado [mutasawwar, más bien pre-formado, trazado, dotado de forma, de sura, imagen, forma, en árabe moderno: fotografía] e imaginado [mutakhayyul] en el alma y de todo lo que es entendido que esté fuera del alma y sea idéntico a como es en el alma. Esto es lo que significa «que es verdadero», porque lo verdadero y el ser son sinónimos” (Ibíd.p.37, los corchetes son míos). Así precisa AlFarabi su concepto del “ser”. Es un término que se aplica a todas las categorías y a la totalidad de los géneros. Es también, verdadero, en la medida en que se manifiesta en lo sensible. Así, podremos comprender mejor la formula de la Ciudad ideal que veremos más adelante, según la cual “el ser (lo verdadero) marcha paralelo a lo ente)”. Esto es, el ser es verdadero, porque da lugar a aquello que somos capaces de aprehender por 93 pueden carecer de algo que envuelva algún modo de imperfección, sea ella una sola, o sea, más de una. Si, pues, el Ser Primero está inmune de cualquier modo de imperfección, su ser (al-wuyud) es más excelente y más antiguo que otro ser cualquiera y aun es absurdo que pueda haber ser más excelente y antiguo que el suyo. Entre los modos perfectos de ser, Él está en el más alto de los modos; y entre los grados perfectos de existir, está en el supremo de los grados. Por eso mismo es absurdo que en su entidad y substancia vaya entremezclada o implícita alguna privación o potencialidad. La privación y contrariedad se hallan tan solo en lo que cae debajo de la esfera de la luna. La privación es el no ser de algo cuya propiedad es ser. Repugna, pues, que de algún modo tenga existencia (wuyud) en potencia o de algún modo tenga posibilidad de no existir. De aquí que necesariamente es eterno y de existencia permanente en sí misma y por sí misma, sin que para ser eterno necesite otra cosa que le alargue la permanencia; al contrario, en sí mismo tiene suficiencia (completa) para preservar y dar continuidad a su existencia. Imposible que haya ser como el ser que Él tiene. Ni en tal grado de entidad puede darse otro ser, ni puede darse otra entidad que supere o pueda completar la suya. Él es el único ser que absolutamente no puede tener causa: ni eficiente (bihi = cuius), ni material o formal (‘anhu = exquibus), ni final (lahu = ratione cuius). No es, pues, materia ni de subsistencia en materia, ni puede absolutamente estar en algo como sujeto suyo. Al contrario, su entidad está inmune de toda materia y de todo sujeto. Tampoco tiene forma, porque la forma no puede existir más que en la materia, y si tuviese forma, ya su esencia constaría de materia y forma, y si así fuese, subsistiría con dependencia de las dos partes de que constaba y su ser tendría necesariamente causa, ya que cada una de las partes sería causa de la existencia del todo. Pero ya dimos por supuesto que Él es la causa primera. Su ser no es tampoco por razón de algún motivo o finalidad, de modo que ese su ser se dé tan solo en la realidad para llevar a cabo aquella finalidad o intención. Si así fuese, eso en cierto modo sería causa de su existencia y ya no nuestras facultades; aquí la imaginación (takhayyul) para recibir las imágenes (suwwar) a través de su trazado (tassawur) en tanto dotadas de forma (mutasawwur). Como podemos ver, el concepto del “ser” en Al-Farabi sería algo des-sustiancializado de Dios o de cualquier otra entidad determinada como causa de todas las cosas. Es causa, no en la medida en que los demás seres deben su existencia a él, sino porque está antes de la existencia de los demás seres. Tiene el carácter de ese “principio” del que, según Aristóteles, es evidente que existe y que es eterno (véase Aristóteles, Metafísica, 994ª y 994b. Madrid: Gredos, 1994, pp.123-125). Veamos un último pasaje, que tratando del ser en potencia y el ser en acto, hace evidente que el ser conserva siempre su reverso, sea en potencia o sea en acto, que según él, es algo a lo que los filósofos no han prestado consideración (y es justamente la misma forma que, como vimos en el capítulo I, Agamben trata de salvar una categoría de potencia que en su actuar conserve su propia potencialidad): “En lo que se refiere al término «ser» que se predica en general de todo esto, los filósofos siguen el mismo ejemplo que para las cosas particulares de aquello de lo que se dice «ser», en tanto que llaman a lo que aún está en potencia con el mismo nombre de lo que está en acto. Lo llaman «ser» en los dos momentos a la vez, y distinguen entre ambos por la condición «en potencia» y «en acto» que le añaden, pues dicen: «ser en potencia» y «ser e acto». También se puede decir: «que es no en potencia» y «que no es en potencia». Te corresponde a ti expresarlo con cualquiera de las dos expresiones que quieras. Y lo mismo sucede para lo que está en acto; si quieres, puedes decir «es no en acto» o «no es en acto»” (Ibíd.pp.42-43). 94 sería causa primera. Tampoco proviene su entidad de otra cosa más antigua que El, como que entonces provendría de algo inferior a sí mismo” 163 (cap.I). Aquí es necesario hacer una aclaración sobre aquella privación de la que carece absolutamente el Ser Primero, que la traducción incluso nos da a entender que este estaría libre de toda “potencialidad”, lo que nos exigiría explicar cómo desprender de esto, una ontología de la potencia. Pues, el término que Al-Farabi utiliza para señalar la privación de la que está libre el Ser Primero es ‘adim164 (pobre, indigente, privado de, desprovisto de165), no quwwa que es el concepto filosófico de potencia, que como veremos significa, a la vez, potencia, poder y facultad. Es de este concepto del que proponemos que se articula la ontología farabiana. Por lo demás, ádim no corresponde ser traducido por “potencialidad”. Y, por el contrario, en términos de quwwa, el Ser Primero sería el más potente, el lugar que encuentra la potencia absoluta. “…, el Primero es entidad perfecta, no puede ya esta entidad pertenecer a otra cosa distinta de Él. Es, pues, singular y único en esa entidad. Y bajo este respecto es uno solo”166 (cap.II). “El ser primero es indivisible, aun mediante la definición, en cosas distintas que constituirían su substancia. Es imposible que la definición o enunciado que expresara lo que significa, designe una parte o las dos partes, que constituirían su substancia. La razón es porque en ese caso las partes constitutivas de la substancia serían causa de su entidad (al-wuyud), de la misma manera que los conceptos que designan la definición de un ser cualquiera, son causa (lógica) de la entidad del definido y de la misma manera que la materia y la forma son causa (física) de la entidad de su compuesto”167 (cap.IV). Veíamos justamente antes de transcribir las citas que, el modo en que Al-Farabi define el Ser Primero, sobre todo en el Siyasa al madaniya, ha sido uno de los 163 Al-Farabi, La ciudad ideal, Traducción de Manuel Alonso. Madrid: Tecnos, 2da ed. 1995. p.p.3-4. Los destacados en negrita de las citas, son míos, como se ha hecho también en los capítulos anteriores. Cuando se quiera destacar algo por sobre una frase o pasaje ya destacado con negritas, se usarán subrayados. 164 Al-Farabi, Abi Nasr. Al madina al fadila. Ed. Ali Abu Melhem. Beirut: Dar wa Maktaba al-Hilal, 1995.p.25 165 Corriente, Federico. Diccionario Árabe Español, Madrid: Herder, 1991.p.751. 166 Al-Farabi, La ciudad….p.7 167 Ibid.p.10 95 motivos por los cuales se le ha leído como un filósofo religioso. En cuanto a la lectura de la determinación del Ser Primero en la Ciudad ideal, ha sucedido algo similar, y esto, a pesar que, como veremos, en este libro no aparece Dios como el lugar en el que haya que representar al Ser Primero, tampoco lo es, como vimos, en el Siyasa. Varios autores como Mahdi, Campanini, en realidad, la mayoría de los especialistas, han hecho lecturas en esta dirección, lo que ha producido que uno de los filtros que impone esta lectura, es que, al aproximarse a Al-Farabi, debemos tener en cuenta que se trata de un filósofo musulmán, aristotélico y neoplatónico, cuyo orden cósmico, cumple la función de reproducir el paradigma del tawhid (unicidad de Dios) islámico 168. El modo de leer al que insta este filtro es a leer 168 Según Massimo Campanini, la doctrina del Tawhid (la unicidad de Dios) sería un pilar de un “pensamiento islámico” que él ve en conjunto. Al punto que sostiene que es de esta doctrina que se desprende el orden cósmico de filósofos como Al- Farabi. (Véase: Campanini, Massimo. Introducción a la filosofía islámica. Madrid: Biblioteca Nueva, 2006. Pp.97-116). Muhsin Mahdi,quien ha hecho uno de los grandes aportes a los estudios tradicionales sobre filosofía árabe, incluyendo en sus reflexiones el problema del orientalismo en las visiones tradicionales sobre la tradición de pensamiento en cuestión. Desde este punto de vista, haciendo notar que, la gran mayoría de las historias de la filosofía tienen al Medioevo como un período de congelamiento del pensamiento, en términos de estar atado a la religión, el mismo caso se daría para la filosofía del Islam clásico, la cual, al estar también determinada por la religión (según opinión generalizada dice Mahdi), su producción no sería otra cosa que repeticiones del Corán y compilaciones del saber de los griegos, que fue lo que se trasmitió a occidente y por lo que se les valora. Al contrario de esta postura, señalará Mahdi, más que filósofos atados a la religión, se trata de filósofos en el contexto de las religiones reveladas, por lo que su reflexión sobre el presente los impele a pensar el hecho de la revelación y la existencia de leyes religiosas. Sin embargo, como hemos visto en el capítulo anterior, Mahdi, además de hacerse eco de la lectura straussiana de la presencia, casi indiscutible, de la idea platónica del filósofo rey encarnada en el profeta, cae por lo mismo, en el problema de interpretar a El Primero de Al-Farabi como Dios, en la medida en que acercarse al conocimiento de la verdad sería acercarse a la revelación, es esto lo que transmitiría el intelecto agente (Véase: Mahdi, Muhsin. Al-Farabi y la fundación…op.cit.p.196). En el capítulo anterior, nos referíamos también a Salvador Gómez Nogales, como uno de los especialistas que ha contribuido profundamente a esta visión con su conocido estudio sobre la política como ciencia religiosa en Al-Farabi. En el trabajo aludido, el autor hace coincidir la felicidad de la vida especulativa planteada por el filósofo, con una apertura a Dios a través de la iluminación del intelecto agente, de lo que Gómez Nogales desprende incluso, lo que él llama un “panteísmo gnoseológico” (Gómez Nogales, Salvador. La política como única ciencia religiosa en AlFarabi. Madrid: Instituto Hispano Árabe de Cultura, 1980. P.p. 91-95). Edward Booth por su parte, sostiene que en La ciudad ideal, la tríada plotiniana de las hipóstasis, está fundada en Dios, lo que equivaldría a interpretar a El Ser Primero como Dios. (Booth, Edward. Aristotelian Aporetic Ontology…op.cit.p.98). Olga Lizzini, interpreta el orden cósmico farabiano y su teoría del intelecto como una especie de “angelología filosófica”, lo que también equivale a plantear, desde Al-Farabi, un orden descendente desde Dios. (Lizzini, Olga. “L’angelologia filosofica di al-Farabi: il cosmo, l’anima, l’uomo”. En Agamben, Giorgio y Coccia, E. [Comps], Angeli: Ebraismo Cristianesimo Islam. Vicenza: Neri Pozza, 2010.pp.1779-1844). Valga la pena hacer notar que, en primer lugar, la palabra Dios no aparece en el texto, como hemos visto, en lo que se refiere a la determinación del Ser Primero. Por lo tanto, hacer esa coincidencia, es una suposición antojadiza, que se basa más en datos históricos y contextuales, que en el tratamiento conceptual que el propio autor hace del problema en el texto. En segundo lugar, y esto corre especialmente para el estudio de Lizzini, sostener una angelología filosófica desde Al-AFarabi resulta muy problemático y antojadizo. Pues, en los únicos textos en los que aparece de alguna forma el tema de los ángeles, son el Siyasa y La ciudad ideal, sin embargo, esta aparición no es tan decisiva, como afirma Lizzini, al punto que se pueda equiparar al orden farabiano del 96 separadamente todo lo que concierne al Ser Primero, como si se tratara de la definición de Dios. Sin tomar en cuenta el detalle que Dios no aparece en esta determinación, tampoco esta lectura toma en cuenta el detalle del paralelismo que permanentemente establece Al-Farabi con “nosotros, los hombres”, al describir al Ser Primero. Con esta noción de paralelismo entre el Ser Primero con “nosotros los hombres” que, decimos, establece Al-Farabi (y que desarrollaremos en profundidad en lo que sigue de este capítulo) nos referimos a la manera en que nuestro autor propone la manifestación de la verdad (El Ser primero) en lo ente (los cuerpos de la esfera debajo de la luna). Y pues, de lo que se trata, dirá Al-Farabi en el capítulo V169, es de una marcha paralela; esto es, que lo verdadero va marchando en paralelo con lo ente. Si bien la verdad de una cosa es la presencia singular que tiene en acto, como ente; la verdad, lo verdadero, se sitúan en el Ser Primero. Es así como este paralelo sirve a Al-Farabi para distinguir toda perfección del Ser Primero, a diferencia de “nosotros, los hombres” que, no teniendo la perfección, tenemos la potencia de alcanzarla. Esa potencia nos haría ir conociendo las manifestaciones de lo verdadero, a través de esta marcha paralela entre, digamos, el ser y lo ente. Si la mayoría de los especialistas, incluso filósofos mediados por sus estudios (veíamos como ejemplos a Strauss o Derrida), ha leído el Ser Primero de Al-Farabi en cuanto perfecto, verdad y verdadero, como si se tratara de Dios, olvidando la marcha paralela de este con lo ente, lo que nosotros queremos proponer es que tomando la debida atención a este paralelo, podemos desprender que nuestro modo de existir es potencial, en la medida en que, no pudiendo conocer la verdad desde el principio y en acto, la podemos ir conociendo en la marcha paralela que esta va teniendo con lo ente. Esto es de suma importancia para el propósito de desprender una ontología de la potencia desde Al-Farabi. cosmos y las inteligencias. En ambos textos, la aparición de los ángeles es muy breve, y es tratada como parte de las visiones que cualquier hombre con exceso de imaginación puede tener (salvo en el Siyasa, donde el intelecto agente es llamado “espíritu fiel”, más adelante se enfrenta ese problema hermenéutico). Más adelante, al comienzo de lo que hemos subdividido como parte política de La ciudad ideal, trataremos el problema político que Al-Farabi trata en el capítulo en que hacen su aparición los ángeles, y justamente tiene que ver con la discusión de si acaso una profecía hace necesaria la instauración de un orden político. 169 Más adelante se cita el fragmento en que lo dice explícitamente. 97 El modo de leer que entonces queremos proponer, es una lectura no teológica 170 de Al-Farabi y su Ciudad ideal, y esta sería una que no se base en una determinación del Primero como Dios, sino justamente en el paralelismo de este con “nosotros los hombres”, de manera de poder salvar en Al-Farabi la herencia de una filosofía pagana. Pues, es a partir de este paralelismo que se hace más prístina para nosotros la idea farabiana del Ser, lo que conlleva también su concepto de la verdad y la vida, de cuyas definiciones depende, en realidad, todo conjunto de reglas morales y formas de gobierno político. Estos motivos en el texto farabiano están explícitamente en los fragmentos que siguen. Pero veamos ahora, qué podemos extraer de los pasajes anteriores que sean de utilidad para los principios de nuestra lectura en relación a la determinación farabiana del Ser Primero basada en el paralelismo con “nosotros, los hombres”. En primer lugar, se nos describe al Ser Primero como la causa primera a la que todos los demás seres deben su presencia – wuyud, su existencia o presencia posible (wuyud sa’er171). En esa primera línea del pasaje citado, el texto árabe dice 170 Esto no significa que el registro filosófico farabiano no lidie ni haga uso de ciertos conceptos teológicos, ya sea a modo de afirmación, cuestionamiento o uso común. Lo importante de situar el pilar de la ontología farabiana en un Primero que no es Dios, y que tampoco tiene entidad ni forma alguna, es que podría significar también que, la verdad, lo verdadero, la vida y lo vivo, no tienen entidad ni forma. Pues el ser (Primero) es verdad, verdadero, vivo y vida, dirá Al-Farabi en un fragmento citado más adelante. En cuanto al planteamiento de una lectura no teológica, necesitamos hacer una aclaración. Ya hemos explicado el sentido de “no teológico” que damos a esta lectura. Sin embargo, la aclaración tiene que ver con la interpretación que se pueda hacer de este planteamiento mirándolo desde las claves teológico-políticas schmittianas, que son las que han dominado la reflexión al respecto en la filosofía contemporánea. Lo que habría que aclarar es que, nuestro estudio sobre Al-Farabi (que se inscribe en una reflexión más amplia sobre la gubernamentalidad y la filosofía árabe como potencial crítico), no busca la raíz teológica de conceptos políticos secularizados, sino que, al margen de ello, busca elementos conceptuales que contribuyan a pensar sobre posibilidades clausuradas para el hombre en cuanto a la visión sobre sí mismo. Esto último, ha sido producido (como vimos en el capítulo I) tanto por la teología como por sus conceptos secularizados. En este sentido, podríamos decir que nuestra lectura puede situarse al margen de la crítica schmittiana, de la misma manera que, como sostuvimos en el segundo capítulo, la querella contra el averroísmo está al margen de la querella entre los antiguos y los modernos. Nuestro objeto, no es el estudio de estructuras y conceptos políticos ya pensados sobre la base de una imagen específica del hombre. Es, por el contrario, poner en evidencia la relatividad de todos estos conceptos y estructuras, a través de la relativización del hecho de que deba haber algo específico que caracterice al hombre. 171 El diccionario que hemos utilizado en esta tesis, sugiere la traducción de “restante” para este término que en la traducción del texto aparece como “todos los demás”, dejando de lado la importancia filosófica que pueda tener la inclusión de “lo restante” en la presencia de las cosas a las que da lugar el ser que está primero. Es por ello que, como se verá arriba, aquí ofrecemos la opción de leer la frase al-wuyud sa’er-la presencia restante, como presencia posible, entendiendo lo restante como posible, en el sentido de lo que aún no ha tenido lugar y que “resta” porque tenga lugar. Esta fórmula que abre la Ciudad Ideal, es de primera importancia para fundamentar desde Al-Farabi una ontología de la potencia y, para establecer un diálogo 98 exactamente: “al-mawjud al awwal huwwa al sabab al awwal li-wuyud sa’er almawyudat kulha”172. Si aplicamos a esta primera frase del libro una traducción un poco más literal y tomando atención conceptual a ciertos términos, encontraremos importantes señales hermenéuticas para el texto farabiano, en vistas de nuestra propuesta de leer en Al-Farabi a un filósofo en cuyo pensamiento se encuentran trazados los lineamientos de una ontología de la potencia. Esto implica, dessustancializar al Ser primero, sea de Dios, sea de cualquier otra entidad. Veamos cómo sería esta traducción que proponemos: “al-mawjud al awwal (el que está primero) huwwa al sabab al awwal (él es la causa primera) li-wuyud sa’er (de la presencia posible) al-mawyudat kulha (de todos los que están o, de todo lo que está). Entonces quedaría así: “el que está primero, él es la primera causa de la presencia posible de todos los que están o, de todo lo que está”. Al wuyud sa’er sería como un “venir a Ser”, el primero sería lo que “trae a presencia”, es la causa del wuyud (presencia o existencia) de todos los mawyudat (los presentes, los que están) al-sa’er (que restan) –por estar-. En segundo lugar, se dice que el Ser Primero está libre y es inmune de cualquier modo de imperfección (naqs), lo que significa que su ser es más excelente y más antiguo que cualquier otro ser. Naqs, como falta, es el opuesto de Kamal, la perfección, lo completo, como lo es el ser que está primero y que va dando lugar a lo que resta por completar –istikmal-. Tercero: En cuanto está libre e inmune de cualquier imperfección, en consecuencia no se hallan en él pobreza o falta alguna (ádim). La privación, nos dice el mismo Al-Farabi, es el no ser de algo cuya propiedad es ser, y esto ocurre sólo con lo que está bajo la esfera de la luna (con nosotros), mientras el Ser Primero es imposible que tenga la posibilidad de no existir. Ya hemos explicado el sentido de esta privación; no se trata de la privación en el sentido de potencia pasiva (quwwa-poder, sí o no) sino de una forma de pobreza o indigencia (‘adim); la que no se trata de una potencialidad sino simplemente de un “no poder”. La propiedad de una potencialidad (quwwa) es que, pudiendo ser, tiene la posibilidad de no ser. La fructífero con la filosofía contemporánea acerca del problema del “resto”. Esto es, sin duda, un enorme tema que requiere una investigación aparte. 172 Al-Farabi, Al-Madina… op.cit.p.25 99 propiedad de la pobreza (‘adim) es que no puede ser, necesitando ser. Más adelante, veremos que este tipo de privación tampoco es el que caracteriza a los vivientes sensibles, sino justamente la potencia- quwwa, poder y poder no. Cuarto: por esto mismo es eterno, su existencia es permanente en sí misma y por sí misma; esto es porque siendo él causa primera de todo, nada puede ser causa suya. La interpretación de esta idea entraña la tarea de responder a una interrogante que se nos plantea ya desde párrafos anteriores: ¿cómo entender de manera no- teológica y des- sustancializada a un ser que se nos plantea como causa de todo, eterno, y que no tiene causa? Ya habíamos señalado, antes de la cita, el carácter neoplatónico que tendría esta noción del Ser Primero, equiparándola a la primera hipóstasis plotiniana. En nota anterior se ha señalado la tesis de Edward Booth a este respecto, en cuanto a que, si bien, en Al-Farabi coexisten elementos neoplatónicos y aristotélicos, su ontología sería radicalmente aristotélica; afirmación que en esta tesis compartimos. Vimos, a su vez, en la nota sobre el término al-wuyud, cuál es el sentido que tiene en Al-Farabi el concepto del “ser” y, por lo mismo, cuál es el sentido que se da al hecho que sea causa. Allí hemos propuesto que podemos desprender de Al-Farabi a un “ser” des-sustancializado, es decir, el “ser” es simplemente todo lo que puede ser y principio de todo lo que es. Hemos establecido en esa misma nota, el parentesco con el término “primero” de Aristóteles en la Metafísica, el cual según él es imposible que se destruya porque “es eterno” (Met., 994b). Aquí lo eterno es el mundo, el mundo generable y corruptible. Es con esta tesis -la de la eternidad del mundo-, con la que los filósofos –Al-Farabi, el primero de ellos- se confrontaron con la teología que sostenía la creación del mundo por Dios. Se trata de la interrogante por el principio: ¿es la eternidad de la materia generable y corruptible o es la creación de Dios? Los teólogos lo situaban en este último, los filósofos, en cambio, optaban por la primera proposición. Es en este sentido que podemos tomar un punto de partida para una lectura no teológica de AlFarabi y su Ciudad ideal. En quinto lugar, podemos extraer que el Ser Primero es “informe”, no tiene forma, porque la forma solo existe en la materia. Esto explicita algo que se ha venido anunciando: el que la noción farabiana del “ser” viene desde el comienzo planteada 100 en su diferenciación con lo ente. Lo ente tiene forma, es en acto. El “ser” no tiene forma, es lo que contiene a todo lo que está por tenerla y por ser en acto, pudiendo también no serlo. Por último y, en sexto lugar, el Ser Primero es un ser sin fin, es decir no tiene motivo o finalidad alguna. Si fuera lo contrario, este fin sería causa de su existencia, lo que es imposible. Esta idea, hay que leerla con mucha atención. Puede guiarnos por una interpretación teológica, en la medida en que ese Ser Primero del que se nos habla pueda ser un Dios que ha creado todo y que él mismo no tiene causa alguna. Sin embargo, veremos más adelante que, realmente, la ontología de Al-Farabi se articula sobre la base de la idea de la eternidad de la materia, del mundo generable y corruptible. ¿Cómo hemos de leerlo entonces? Si es un ser sin fin, que no tiene motivo o finalidad alguna, es porque es la posibilidad de venir a ser de todo lo que resta, y en ese sentido no tiene fin, pues lo que resta no tiene fin, en el sentido que siempre “resta” algo por haber. En los pasajes que siguen, veremos cómo va apareciendo en los capítulos V, VI y IX, el paralelismo con “nosotros, los hombres”, en la determinación del Ser Primero: “La entidad (al-wuyud) por la que el Ser Primero tanto se separa y distingue de todos los demás seres in actu, no puede ser otra cosa que aquello por lo que substancialmente es un ser existente in actu. Lo que lo separa y distingue de todo lo que no es Él mismo, es su unidad que le hace ser uno en sí. Uno de los significados de la palabra «unidad» es el de entidad propia (al-wuyud al jass173), por la que todo el que es existente in actu, queda separado y alejado de todo lo que es distinto de él. Consiste esta unidad en aquello por lo que todo el existente in actu, se llama uno en cuanto que un existente in actu con entidad propia. […] No está el Ser Primero en la materia ni en modo alguno puede tener materia, sino que, más bien, en sí mismo es entendimiento in actu. Lo que a la forma impide ser entendimiento y entender in actu, es precisamente la materia en la que el ser subsiste. Si un ser para existir no necesita de materia, ese ser en sí mismo será entendimiento in actu. Tal es la índole 173 En realidad, también se podría traducir al-wuyud al-jass como la presencia particular o singular. Este pasaje además nos debe llamar la atención, porque es en fragmentos como este, en los que se avalan quienes afirman que Al-Farabi es un filósofo religioso, pues sostienen que intenta hacer calzar su filosofía con el paradigma islámico del tawhid, la unicidad de Dios. Pero aquí, claramente Al-Farabi establece que el sentido en el que él está entendiendo la unidad del Ser Primero es como presencia singular, es decir, en un lenguaje filosófico que se sitúa por sobre la revelación religiosa, que para Al-Farabi, como ya vimos, no es más que una imagen de la verdad. 101 del Ser Primero. Es, pues, entendimiento in actu. Pero, además, es también en sí mismo inteligible. Porque lo que a una cosa impide ser inteligible in actu, es la materia. En cuanto, pues, el Ser Primero es entendimiento, es también inteligible. El ser cuya individualidad (huwiyyatu-hu174) es ser entendimiento, no necesita para ser también inteligible de otra esencia distinta de Él para conocerse; mejor dicho, por sí mismo conoce su esencia, deviene inteligente y entendimiento in actu y por serle conocida su esencia es ella inteligible in actu. Para ser, pues, entendimiento in actu y cognoscente o inteligente in actu no necesita el Ser Primero entender antes alguna otra esencia que en cuanto distinta de Él entendería y adquiría. Mejor dicho, es entendimiento y es inteligente porque conoce su esencia. Si, pues, la esencia inteligente es al mismo tiempo conocida o entendida, será entendimiento en cuanto es inteligible, porque ser entendimiento y ser inteligible y ser inteligente todo ello resulta en realidad de una misma esencia y una misma substancia única e indivisible. El hombre, por ejemplo, puede ser inteligible, pero lo que de suyo tiene el hombre de inteligible, no es un inteligible en acto sino un inteligible en potencia175. Inteligible en acto devendrá después de haber sido entendido por el entendimiento. En el hombre, pues, no es siempre el inteligible el sujeto mismo que entiende, ni siempre el inteligible es su entendimiento. En nosotros nuestro entendimiento no es inteligible en cuanto es entendimiento; entendemos, mas no porque nuestra substancia sea entendimiento. Lo que conocemos no se identifica precisamente con lo que constituye nuestra substancia. En cambio, en el Ser Primero no es así, sino que en Él entendimiento, inteligente o cognoscente e inteligible significan una sola y misma cosa, una sola esencia, una sola substancia indivisible”176. (Cap. V) Veamos ahora, qué podemos extraer entonces de este primer conjunto de citas sobre el Ser Primero en paralelo con “nosotros, los hombres”, o bien, el mundo de lo ente; que corresponde al capítulo V titulado: “Su unicidad es su propia esencia: además es cognoscente, sabio, verdadero, vivo y vida”. Como leíamos, el texto comienza con el propósito de determinar aquello que distingue al Ser Primero. Aquí Al-Farabi nos da algunas características como: ser sustancialmente existente en acto; ser uno en sí –a propósito de esto Farabi recuerda que uno de los significados de la palabra unidad es al-wuyud al jass, la presencia singular-; ser en sí mismo entendimiento en acto en cuanto que para existir no necesita de materia; por lo mismo que no necesita materia, es en sí mismo inteligible; en cuanto es entendimiento, es inteligible –el ser cuya identidad 174 Sugerimos que identidad puede ser una mejor traducción del término que individualidad. Una imagen. El destacado es mío. El sentido en que el inteligible en potencia se relaciona con la imagen será tratado posteriormente en este mismo capítulo, en la descripción de las potencias humanas. 176 Al-Farabi, La ciudad…pp.12-13 175 102 (huwiyyatu-hu, individualidad en la traducción), es ser entendimiento, dice AlFarabi, no necesita para ser inteligible de otra esencia distinta de la suya para conocerse a sí mismo-; y posee una sustancia única e indivisible que consiste en ser al mismo tiempo intelecto, inteligible e inteligente. Para dar cuenta de esta completa perfección del Ser Primero, Al-Farabi recurre a un paralelismo muy interesante. Se trata que la perfección del Ser Primero no se puede ilustrar sino con la imperfección del hombre, lo que significa que el ser en acto del Ser Primero, no se puede explicar sino a través del ser en potencia del hombre. Así, el ejemplo de Al-Farabi para mostrar la existencia sin carencias y, la coincidencia entre el intelecto, el inteligible y el inteligente en el Ser Primero, es la existencia de esto mismo en el hombre, pero de manera potencial, es decir, con privación, sobre todo en lo que concierne a la separación entre el intelecto, el inteligible y el inteligente. De esta manera, el hombre puede ser inteligible, pero lo que hay de inteligible en él -a diferencia del Ser Primero-, no es un inteligible en acto sino un inteligible en potencia (esto es porque lo que hay de inteligible en el hombre son las imágenes, su propia imagen177). Asimismo, a diferencia del Ser Primero, cuya sustancia es ser entendimiento en acto, dice Al-Farabi que, en el hombre no es siempre lo inteligible el sujeto mismo que entiende (porque no es la imagen el sujeto que entiende, pero tampoco lo es el cuerpo sensible), ni es siempre el inteligible su entendimiento (porque no es siempre la imagen de su cuerpo sensible su propio entendimiento). Lo que conocemos, nos dice el Segundo Maestro, es ajeno a (no se identifica con) nuestra sustancia (no coincide con nosotros, no nos pertenece sino como potencia y, no lo recibimos sino a través de un medio). El uso del ejemplo del hombre para explicar la perfección del ser Primero, así como el significado de la tesis que plantea el mismo ejemplo –a saber, la separación entre el viviente y el logos, que ha sido la subversiva tesis condenada como “averroísta”-, constituyen el inicio más explícito del paralelismo señalado y sobre el que queremos conducir nuestra lectura, en lugar 177 A este respecto, recordamos la referencia a la noción de un cogito de la exterioridad señalado en el capítulo anterior, el cogito del espejo como lo ha llamado Coccia. La teoría farabiana de la imagen, y cómo esta se relaciona con el problema de los medios y su autonomía ontológica, se profundiza en la segunda sección de este capítulo, en la parte noética, y particularmente en los comentarios al capítulo XXI y XXV. 103 de la usual lectura teológica que ha separado la determinación del Ser Primero de su paralelo material. El siguiente párrafo, sugiere algo todavía más interesante y más explícito en dirección a la lectura que estamos proponiendo: “Asimismo, el Ser Primero es verdadero. Lo verdadero es convertible (purificatur, marcha paralelo) con el ente178. La verdad es convertible con la entidad propia. La verdad (haqiqa) de una cosa es su entidad propia (al-wuyud al-jass)179. (…) Lo verdadero también se predica del inteligible con el que el entendimiento existente in actu deviene conforme (encontrado con) en cuanto ambos mutuamente se corresponden. De este ser en acto en cuanto es inteligible y entendido, se dice que es verdadero, mientras que en cuanto relacionado con la esencia sin referirse al inteligente se dice que es un ente. De dos maneras, pues, se predica del Ser Primero lo verdadero: en primer lugar, porque su entidad es la más perfecta de todas; en segundo lugar, en cuanto cognoscible, porque el que lo conoce, deviene, por su medio, conforme con el ser existente en acto en cuanto existente en acto, sin que para ser verdadero bajo este respecto de cognoscible necesite conocer otra esencia distinta de la suya. Además, Él es más digno que todos los demás seres de que se predique de Él lo verdadero de los dos modos dichos. Su verdad no puede ser otra que su ser real in actu.”180 Aquí nos dice que el Ser Primero es verdadero, pero ¿según lo que describe como verdadero, qué significa que el Ser Primero sea verdadero? Significa que -siendo causa primera de todo, perfecta, intelecto, inteligente e inteligible en acto, también eterna, permanente, informe e inmaterial-, lo verdadero no es algo que podamos ver y conocer permanentemente, sino que se nos manifiesta como ente, sin relación con su esencia. En consecuencia, conocer lo verdadero, significará saber de dónde y de qué modo lo ente ha obtenido al-wuyud al-jass, esa presencia singular que hace que algo sea distinguible de todos los demás seres. El modo en que Al-Farabi lo enuncia podría ser leído así: Lo verdadero marcha paralelo a lo ente. La verdad, puede convertirse, es decir, manifestarse, en una presencia singular. También dice que cuando el inteligible y el intelecto en acto se corresponden, entonces de ello también se dice que es lo verdadero. Cuando un ser en acto, es inteligible y entendido (es decir, pensado), se dice que es verdadero, mientras que cuando se 178 Los paréntesis son del traductor, solo las negritas son mías. Léase presencia particular o singular, como sugerimos antes. 180 Ibíd.pp.14-15 179 104 presenta en acto, relacionado con su esencia pero sin ser pensado, entonces se dice que es un ente. A este respecto, resulta muy interesante la segunda manera de acuerdo a la cual se predica lo verdadero en cuanto al Ser Primero: “en cuanto cognoscible, porque el que lo conoce, deviene, por su medio, conforme con el ser existente en acto en cuanto existente en acto, sin que para ser verdadero bajo este respecto de cognoscible necesite conocer otra esencia distinta de la suya”. Estas tres líneas se podrían parafrasear de la siguiente manera: se dice del Ser Primero que es verdadero en cuanto que es cognoscible- porque como también lo verdadero es aquello que marcha paralelo a lo ente-, entonces conocer el Ser Primero como lo verdadero es conocer cómo han adquirido los seres su presencia singular, y esto significa corresponder al ser en acto por medio de lo verdadero (el intelecto y el inteligible) sin necesidad de conocer otra esencia que la suya. Veamos en los dos fragmentos que siguen, en qué sentido el Ser Primero es también vivo y vida y, por cierto, tomemos atención al paralelo material del Ser Primero, que en esta parte nos aparece como la percepción sensible: “Del mismo modo, el Ser Primero es un ser vivo y aun la misma vida. El concepto de ser vivo indica el ser que entiende el mejor inteligible con el mejor de los entendimientos, o sea, que conoce el mejor de los cognoscibles con el acto cognoscitivo más excelente, como entre nosotros los hombres primariamente se dice de uno que es ser vivo cuando percibe el más hermoso perceptible con la más excelente percepción. De nosotros los hombres predicamos la vida cuando percibimos los sensibles –que son los objetos mejor perceptibles- mediante una sensación –que es la mejor percepción-, y mediante las mejores facultades perceptivas- que son los sentidos [externos]. Pues bien: el ser que sea el más excelente entendimiento para conocer y entender el mejor inteligible con el acto cognoscitivo más noble, será el más digno de llamarse ser vivo, porque en tanto en entiende en cuanto es entendimiento. Y así en él se identificará el que entiende y el entendimiento, el cognoscente y el conocimiento. De este modo las expresiones ser vivo y vida designan una misma cosa. El término ser vivo se aplica también, metafóricamente, a seres distintos de los animales, a saber, a todo ser que está en su última perfección, a todo ser que en razón de entidad y de hermosura llega a tal grado que de él provienen las cosas de cuya naturaleza es que de él provengan, y provienen de él con la perfección de cuya naturaleza es que así provengan. Según esto, siendo el modo de entidad 181 del Ser Primero el más perfecto de todos, también El será el más digno de llamarse ser vivo, cuando este vocablo se emplea metafóricamente o por extensión. Cuanto más 181 Al wuyud, quizá aquí debiera emplearse literalmente presencia cosa que además permite leer el texto de otra forma. 105 perfecta sea la razón de su entidad, tanto más perfecto –claro está, caso de conocerla y entenderla- será aquello que entendemos y conocemos. Y es que en nuestras almas el inteligible ha de convenir y corresponderse con lo que existe in actu. Según esto, su modo de ser fuera de nuestras almas convendrá, en cuanto entendido en nuestras almas, con su propio modo de ser. Si su modo de ser fuese imperfecto, entonces en cuanto inteligible y en nuestras almas será aun más imperfecto”182. (Cap. V) Aquí nos propone su concepto de ser vivo: ser que entiende el mejor inteligible con el mejor de los entendimientos, que conoce el mejor de los cognoscibles con el mejor de los conocimientos. Y he aquí entonces, el paralelo material: como entre “nosotros, los hombres” se dice que uno es ser vivo cuando percibe el más hermoso perceptible con la mejor percepción. Es decir, si antes Al-Farabi nos decía que en nosotros no siempre el inteligible es el entendimiento mismo, ni el sujeto mismo que entiende, sino que lo que conocemos es ajeno a nosotros, y que si nos correspondemos con lo inteligible, es a través de un medio, este medio es la percepción. Es de esta forma que se predica una permanente posibilidad de corresponder a los inteligibles y a lo existente en acto; por lo tanto, al mundo de las cosas sensibles, que se constituye a partir de de esta marcha paralela entre el Ser y lo ente. Digamos: ser vivo, significa percibir sensiblemente las imágenes (inteligibles) y los cuerpos (entes) con que externamente el Ser interpela nuestro cuerpo e imaginación. Es así como el concepto de vida aparece por primera vez en referencia a “nosotros, los hombres” y, dice Al-Farabi, hablamos de vida cuando percibimos los sensibles –que él mismo señala como los objetos mejor perceptibles. Hablamos de vida, en definitiva, cuando hay una sensación, esta es, pues, la mejor percepción y que, además tiene lugar mediante las mejores facultades perceptivas que serían los sentidos, de esta manera logran identificarse en el hombre el intelecto y el inteligente, el conocimiento y el cognoscente. “Lo sensible tiene lugar solo porque además de las cosas y de las mentes existe algo que tiene una naturaleza intermedia”183, escribe Emanuele Coccia en su reciente libro La vida sensible. Sabemos que estamos vivos porque sentimos, sentimos porque percibimos, y 182 183 Ibíd.p.p.15-16 Coccia, La vida…, op.cit.p.26 106 percibimos porque se nos da la potencia de la percepción. Así, la vida, que se hace percibir a través de lo sensible, tendría una naturaleza intermedia. Al final de la última cita extensa de Al-Farabi que veníamos comentando, el filósofo vuelve sobre el tema de la separación entre el ser vivo y el conocimiento. Pues, “en nosotros”, el inteligible se tiene que corresponder con lo que existe en acto. De acuerdo con esto, el modo de ser del inteligible fuera de nosotros, pero en cuanto entendido por nosotros, se corresponderá con su propio modo de ser. Así, si su modo de ser es imperfecto, inteligible y en nosotros, será aún más imperfecto. Y esto es porque, el modo de ser de los inteligibles en potencia es ser un medio, en cuanto en nosotros no son sino imágenes, y en cuanto tales, están entre el inteligible pensado (es decir, que ya es entendimiento en acto) y el ente como manifestación no pensada de una esencia. Así, continúa: “el movimiento, el tiempo, lo infinito, la privación y otras cosas parecidas…Uno cualquiera de estos inteligibles en nuestras almas es un inteligible muy imperfecto, porque esas cosas en sí mismas son seres imperfectos. En cambio, los números, el triángulo, el cuadrado y otras cosas parecidas, son en cuanto inteligibles en sí mismas más perfectas, porque tienen en sí un modo de ser más perfecto. Según esto, estando el Ser Primero en el grado más alto de perfección entitativa, debería ser entendido dentro de nuestras almas en el grado más alto de entender. Y, sin embargo, no sucede así. Debemos, pues, saber que el Ser Primero, por su parte, fácilmente se deja percibir, porque realmente está en el supremo grado de perfección. Pero son tan débiles nuestras facultades intelectivas y se hallan tan entremezcladas y revueltas con la materia y tan llenas de deficiencias, que se nos hace difícil el llegar a percibirlo y el formarnos de Él algún concepto (menos impropio184). Somos demasiado débiles para entender cómo Él es en su entidad. Su excesiva perfección nos deslumbra y no podemos percibirlo con perfecta exactitud. Nos sucede en esto como con la luz que es el primer visible y el más perfecto y el más claro y mediante su rayo se nos hacen visibles los demás objetos y ella es la causa de que nos sean visibles los colores. Debería, pues, parecer según esto que cuanto el rayo de luz es más perfecto y más intenso, tanto más perfectamente lo percibiría nuestra vista. Sin embargo, advertimos y vemos que nos sucede lo contrario: cuanto mayor es el rayo, tanto más débil es nuestra visión. Esto acaece no por su oscuridad y por su defecto, siendo como es en sí mismo muy claro y brillante, sino porque su perfección en lo que tiene de luz, ofusca nuestra vista y la aparta de sí. Esto mismo nos sucede con la Causa Primera, con el Entendimiento Primero y con el Verdadero Primero. Su 184 Es decir, incluso el nombre de Ser Primero es impropio, y el concepto que nos logramos hacer de El también lo es. 107 inteligibilidad respecto de nuestro entendimiento no es defectuosa por defecto que en sí Ella tenga, ni tampoco Él es difícil de percibir por la dificultad que ofrezca su entidad, sino por la debilidad de nuestros entendimientos, a los que el concebirlo es cosa difícil. En nosotros los inteligibles son deficientes y nuestras aprehensiones son débiles. El caso de no conocer nos acontece de dos modos: primero, puede ser imposible concebir y formar de una cosa concepto perfecto por razón de la debilidad de su ser o entidad, por la imperfección de su esencia y de su substancia; segundo, porque aun siendo accesible su inteligibilidad y siendo su comprehensibilidad muy perfecta y aun la más perfecta de todas, halla, sin embargo, impedimento en la debilidad de nuestro espíritu y facultades intelectuales; por estar tan alejados de la esencia del objeto repugna a nuestras facultades que lo puedan ellas concebir según la perfección y excelencia de su entidad. Estos dos modos son entre sí sumamente opuestos respecto del ser, como que uno está en la meta de la perfección, mientras el otro está en el límite mismo de lo deficiente. Como andamos atascados en la materia, ella nos es causa de que nuestra substancia sea una substancia tan alejada de la substancia primera. Cuanto nuestra substancia más se acerque al Ser Primero, tanto mejor será nuestra percepción y más cierta y más verdadera. Cuanto más nos alleguemos a los seres separados de la materia, tanto más perfectamente lo podremos representar y conocer. El modo de acercarse consiste precisamente en devenir entendimiento en acto. Cuanto más perfectamente nos apartemos de la materia, tanto más perfectamente cognoscible será Él a nuestros entendimientos.” (cap. V.pp. 16-17). Al menos dos cosas podemos desprender, en primera instancia, de este largo pasaje: 1. Nos dice Al-Farabi, con cierto asombro, que: si el Ser Primero está en el mayor grado de perfección, entonces debería ser entendido por nosotros en el más alto grado del entender, y sin embargo, no es así, a tal punto que, esto ocurre porque precisamente está en el más alto grado de perfección. 2. Esto se debe a la debilidad de nuestras facultades intelectuales, por el hecho de estar tan mezcladas con la materia al punto de estar alojadas en ella 185, y caracterizadas por –a diferencia del ser primero- no ser poseedoras del entendimiento, del inteligible y tampoco del inteligente, pues somos aquellos a quienes nos acontece la posibilidad de no 185 Más adelante, en la parte noética, se comprenderá mejor el sentido de esta formulación. Brevemente, se trata de que, si bien tenemos facultades perceptivas, estas no actúan si no es por la acción auxiliar de un medio exterior a nosotros, y que nos hace tender hacia objetos que están fuera de nosotros. Es por ello que no siempre coinciden en el hombre el sujeto que piensa, la cosa por pensar y la cosa pensada. Es en este sentido que nos acontece el hecho de no conocer, dice Al-Farabi. Como veremos más adelante, la intermitencia del conocer que caracteriza al hombre es fundamental en su determinación como un ser sin obra, inoperoso. Ahora, la proposición acerca de que nuestras facultades intelectuales están alojadas en la materia, que también se aclarará en lo sucesivo, puede resumirse en que Al-Farabi propone que todo lo que hay, y con ello, también los medios a través de los cuales sabemos de aquello, provienen de una sola materia común dadora de toda forma posible. 108 conocer, porque lo que conocemos nos es ajeno. En este sentido, padecemos de tantas deficiencias, privaciones y potencialidades que, se nos hace difícil poder percibir al Ser Primero y formarnos de Él un concepto “menos impropio”. ¿Qué significa esto de formarse un concepto “menos impropio” del Ser Primero, caso que se tratara de Dios? Y nuevamente vemos que no es así. Pues, el nombre de Ser Primero, aparece simplemente como uno que indica su grado en el mundo de los seres; con él nombramos y con él hacemos coincidir la multiplicidad de perfecciones existentes, y que se traducen en valores, conceptos, normas, etc., por ejemplo: la justicia, la verdad, lo permitido, lo correcto, lo bello, lo sublime, lo extático, el placer, la salud; es la perfección de todo ser en general, pero que no logramos aprehenderlo en sí mismo y en una sola esencia, si no es a través de su presencia en lo ente o en imágenes. Esto en consecuencia, reafirma la propuesta de una lectura no teológica; aquí no solo vemos que Dios no aparece en la determinación del Ser Primero, sino que este mismo es visto como el posibilitador de nuestras relaciones con las cosas y las imágenes. Para aquello que da lugar a todo eso, no hay un nombre menos impropio que el de Ser Primero. Y es porque todo ello (la multiplicidad representada en valores y conceptos) visto como una única y misma esencia, es tan perfecto que nos encandila, nos ocurre como con la luz, dice Al-Farabi. Siendo ésta el primer visible y el más claro y brillante, debería ser que, a mayor intensidad suya, nuestra visión sea mejor y, sin embargo, ocurre lo contrario, mientras mayor es el rayo, más débil es nuestra visión, y ello ocurre porque la perfección en lo que el rayo tiene de luz excede la capacidad de nuestra vista. Y lo mismo sucede con el Ser Primero, que es ese principio inasible al que se deben todas las cosas. Es por ello que a “nosotros, los hombres” se nos da el caso de no conocer. Y esto, puede ocurrir de dos formas: 1. Que el ser o ente sean tan imperfectos que sean imposibles de concebir. 2. Que la perfección del ser o ente exceda nuestras facultades intelectuales. Ahora, la misma potencia de no conocer, se plantea como una polaridad que constituye nuestra aproximación al ser: la meta de la perfección y el límite de la deficiencia. Mientras más atascados en la materia estemos, entonces estaremos más cerca del límite de la deficiencia, y mientras más cerca estemos de los seres separados de la materia, más cerca estaremos de la meta 109 de la perfección. El modo de acercarse, según Al-Farabi, consiste en devenir entendimiento en acto. Ya habíamos dicho, como deducción de un pasaje anterior que conocer al Ser Primero como lo verdadero es conocer cómo han adquirido los seres su presencia singular, su lugar específico en el mundo: esto no es otra cosa que el estudio de la ciencia física como la entendía Aristóteles. En palabras de Coccia –quien lúcidamente ha sabido traer al presente estos aspectos del aristotelismo-: “Se llama ciencia física –o ciencia natural- la ciencia del nacimiento de las cosas, es decir, el saber que deja coincidir la esencia de las cosas con el mundo en el que se generan, que deduce la identidad de todo objeto del mundo en el que se genera”186. Es en esta dirección que, hemos dicho que en la Ciudad ideal hay una “física de la existencia política”. En el sentido que, desde un primer momento, se define el universo sensible sobre el que actúan los hombres, a la vez que, lo que compone a estos en cuanto cuerpos vivientes que sienten, piensan y hablan y, además, se asocian políticamente 187. Hasta el momento tenemos que, en la determinación farabiana del Ser Primero, este se da como un único, indivisible, causa primera de todo, inmaterial e informe, pero que aloja en sí todas las perfecciones. Este ser marcha en paralelo con lo ente; es decir, sus perfecciones se manifiestan en lo ente, es la causa por la que conocemos el mundo de las cosas y por la que éstas tienen lugar. En la medida en que nos encontramos atascados en la materia, no somos capaces de algo más que de una existencia imaginada188; el conocer no es siempre nuestra posibilidad de ser, sino también está el caso de no conocer. Así, vivimos en el mundo sensible una especie de polaridad entre el límite de lo deficiente y la meta de la perfección. La meta de la perfección es el acercamiento a los inteligibles que son los que nos informan de las 186 Ibid.p.22 No pretendemos aquí establecer una relación originaria entre lo humano y lo político. La interrogante filosófica acerca de ello es inasible para esta tesis, sin embargo, debido a nuestra propia debilidad en ese sentido, la asumimos tan obvia como la asumen los filósofos que aquí estudiamos. 188 Aclaramos aquí que, cuando Al-Farabi habla de existencia imaginada, se refiere a quienes no optan por la vía de la vida contemplativa, esto es, por la vía del conocimiento entendido de las cosas. No se trata, sin embargo, de una formulación que reste importancia a la imagen y la imaginación en el hecho del conocer. Veremos más adelante, de hecho, que el conocer, sólo tiene lugar por una “potencia del pensamiento”, que es el deseo cuando versa sobre los objetos de la razón. Los objetos de la razón, son el ser de las imágenes y las sensaciones. 187 110 perfecciones de la marcha paralela que el Ser Primero, es decir, lo verdadero, va teniendo en relación a lo ente, el mundo de los cuerpos. Y la manera de corresponder (a los inteligibles, informaciones del Ser Primero), es a través del desvelamiento del modo en que las cosas han adquirido su presencia singular, es decir, de una física. Los fragmentos que siguen, son de suma importancia para el problema de nuestra lectura no teológica, así como para la bases que ha de tener esta física, si es que a nosotros los hombres, el conocer nos ocurre de manera intermitente. Todo esto, lo plantea Al-Farabi, en el capítulo VI, que trata sobre la grandeza, gloria y majestad del Ser Primero. “De un modo análogo, deben entenderse su grandeza, majestad y gloria. En otros seres esta grandeza, majestad y gloria se dan tan solo en conformidad con la perfección de ellos, ya en su esencia, ya en sus accidentes propios y característicos. Cuando se trata de nosotros, los hombres, la mayoría de las veces se habla tan solo de la perfección que tenemos por razón de algo accidental, v. gr., el ser rico, el ser sabio, el tener cierto accidente corporal. Ahora bien: como la perfección del Ser Primero se distingue claramente de la de otro ser perfecto, también su grandeza, majestad y gloria, se distinguirán evidentemente de las de todo otro ser dotado de grandeza y gloria. (…). Si, pues, la entidad del Ser Primero es la más excelente, su belleza ha de superar también a la belleza de todo ser bello. Y lo mismo se ha de entender de su esplendor y gracia. Además, el Ser Primero posee todo esto esencial y substancialmente. Lo posee todo por sí mismo y en cuanto por sí mismo lo entiende. En nosotros, los hombres, la belleza, la gracia y esplendor se reducen a nuestros accidentes y no entran en nuestra esencia sino que pertenecen a algo distinto de nuestra entidad, distinto de nuestra substancia, mientras que en el Ser Primero la belleza y perfección no son más que su misma y única esencia. Lo mismo han de entenderse otros atributos. El placer, gozo y felicidad se producen en nosotros y llegan a su meta con la percepción de lo más hermoso, gracioso y bello, cuando esa perfección es la más alta y perfecta. Siendo, pues, el Ser Primero el más hermoso, esplendoroso y gracioso percibirá de sí mismo un placer sumo con una percepción altísima en sumo grado. Su conocimiento de su propia esencia será en grado absoluto un conocimiento excelente. El placer con que se complace el Ser Primero, es un placer cuya esencia nosotros no podemos comprender como que no podemos conocer la intensidad de su grandeza más que mediante alguna analogía y refiriéndolo al placer que nosotros experimentamos cuando lo que para nosotros es muy perfecto y esplendoroso, lo percibimos con una percepción muy alta y cumplida, ya mediante una sensación (externa), ya mediante la imaginación, ya mediante el conocimiento intelectual. Experimentamos a veces tanto placer que llegamos a creer que en intensidad no hay placer que pueda superarlo y nos 111 sentimos tan felices que nos parece haber obtenido el colmo de la felicidad, aunque ciertamente en nosotros tal estado es de corta duración y fácilmente desaparece. Comparar la percepción y ciencia del Ser Primero respecto de lo más excelente, hermoso y esplendoroso de su esencia con nuestra percepción más hermosa y espléndida es como comparar el gozo, el placer y felicidad del Ser Primero con el placer, gozo y felicidad que nosotros sentimos. Ninguna proporción se da entre nuestra percepción y la suya, entre nuestro cognoscible y el suyo, entre la belleza que conocemos y la belleza de su esencia; o si alguna proporción se admite, será ella bien ínfima. Porque ¿cómo habrá proporción entre una partecita mínima y una grandeza infinita y sin tiempo, entre lo que es sumamente imperfecto y lo que está en la cumbre de la perfección? Cuanto el gozo y regocijo que alguno tenga de sí mismo, y cuanto su felicidad sea más cumplida e intensa, tanto más se querrá a sí mismo y tanto más se amará y se maravillará de sí mismo. Pues bien: es cosa evidente que el Ser Primero se ama y se quiere y se maravilla de sí de un modo correspondiente a su grandeza. Comparar su amor a sí mismo con el amor con que nosotros nos amamos y regocijamos de la excelencia de nuestro ser, es como comparar la excelencia y belleza de su esencia con la excelencia y belleza que en nosotros admiramos. El acto mismo del amor en el Ser Primero es el objeto mismo del amor como el acto mismo de su maravilla es el objeto mismo de su admiración y como el acto de su deleite es el objeto mismo de su deleite. En nosotros sucede esto de muy distinto modo, porque en nosotros el objeto amado es la excelencia y hermosura, pero el amante mismo no es aquella hermosura y excelencia; el amante posee una potencia que no pertenece al objeto amado y así se distinguen entre sí el amante y el amado, el ser que quiere y el objeto querido. Él es, pues, el Amado Primero y el Querido Primero, ámenle los otros seres o no le amen, quiéranle los otros seres o no le quieran” (Cap. VI, pp.18-20). En estos pasajes ya adquiere mayor profundidad el paralelo material del Ser Primero, así como la tesis de la separación entre el viviente y el pensamiento. Se afirma que la grandeza, majestad y gloria del Ser Primero han de entenderse de modo análogo a lo que se decía respecto de la posibilidad de su aprehensión conceptual; mientras que en los otros seres, esta grandeza, majestad y gloria solo ocurriría en conformidad con la perfección de ellos, sea en su esencia o en sus accidentes. Cuando se trata de “nosotros, los hombres”, nos referimos en general a cosas accidentales; los ejemplos de Al-Farabi son: ser rico, sabio, o tener cierto accidente corporal (nótese que ser sabio está entre las cosas accidentales, algo de extrañar para el léxico aristotélico que establece una disposición natural hacia el ser sabio). En nosotros, insistirá Al-Farabi, la belleza, la gracia y el esplendor, se reducen a nuestros accidentes y no entran en nuestra esencia, sino que pertenecen a algo distinto de nuestra presencia - wuyud, de nuestro venir a estar, mientras en el 112 Ser Primero la belleza, la gracia y el esplendor se deben precisamente a su presencia, su ser. De este modo, el placer con que se complace el Ser Primero, es uno de cuya esencia o intensidad no podemos enterarnos si no es por medio de analogía. Esto es, refiriéndolo a un placer que nosotros experimentamos cuando sentimos que éste es muy perfecto y que, por lo mismo, es percibido con una percepción muy perfecta, sea ésta una sensación, la imaginación o el conocimiento intelectual. Sin embargo, estos momentos en que sentimos tal placer y, en los que sentimos cierta correspondencia con lo que puede ser la más alta perfección, nosotros, los hombres, los experimentamos a veces y, además cuando tienen lugar – nos reitera el filósofo nuestra condición de privación y débil potencia-: tal estado es de corta duración, lo que significa que desaparece fácilmente. Esto ya nos deja un supuesto sobre la condición física del hombre y también sobre su condición política, si es que el fin en esta materia es la felicidad. Y es que, si en tanto vivientes, lo que conocemos no nos pertenece de suyo y, por lo demás, es sólo una débil potencia lo que tenemos para conocerlo y es solo a veces cuando conocemos y solo por instantes: lo que significa que experimentamos algún placer cercano a la perfección solo de manera intermitente. Lo que implica que, incluso la felicidad -la cual está unida al devenir entendimiento en acto y por lo tanto a conocer los inteligibles-, es intermitente y es por eso que no tiene una sustancia -en la medida en que pertenece a nuestras representaciones de lo que puede acercarse en una mínima porción a la perfección del Ser Primero-, sino que es un medio, un camino. Veamos porqué ocurre esto, es decir, porqué nuestra experiencia de la perfección es intermitente. Esto sucede, nos dice el Segundo Maestro, porque el Ser Primero, en tanto causa primera, es de una grandeza infinita y sin tiempo que se encuentra en la meta de la perfección, mientras nosotros somos una partecita mínima que está en el límite de la deficiencia. Pero es precisamente esta privación lo que posibilita la existencia del deseo, deseamos algo porque no lo tenemos, porque no está en nosotros, porque no nos pertenece, pero que si es deseable, es porque nos hace felices, aunque esto por condición sea para nosotros un instante de corta duración. Recordemos las últimas palabras de la cita a este respecto: “en nosotros el objeto amado es la excelencia y hermosura, pero el amante mismo no es aquella hermosura y excelencia; el amante posee una potencia que no 113 pertenece al objeto amado y así se distinguen entre sí el amante y el amado, el ser que quiere y el objeto querido”. En consecuencia, la tesis de la separación entre el viviente y el conocimiento nos enseña que: 1. Hay pensamiento porque por naturaleza no somos pensantes; 2. Hay deseo, porque por naturaleza no nos pertenecen nuestros objetos amados y queridos y de los que requerimos para acercarnos a la felicidad. Tenemos sólo una débil potencia para experimentar a veces el placer, la perfección o la felicidad. El último capítulo que queremos comentar en lo que respecta a la determinación del Ser Primero es el IX, dedicado justamente a “los nombres con los que conviene llamar al Ser Primero”: “Los nombres con los que debe denominarse el Ser Primero, son aquellos mismos que en los seres que nos rodean, sobre todo en los que nos parecen más excelentes, significan cierta perfección y excelencia en la entidad, sin que, a pesar de eso, ninguno de esos nombres designe tan solo la perfección y excelencia que acostumbramos a aplicar a los seres que nos rodean, aun en los más excelentes, sino que designan la perfección característica y propia de la substancia del Ser Primero. Además, las especies de perfecciones que con tan variados nombres acostumbramos a significar, son múltiples y no debemos creer que en el ser Primero las especies de perfecciones que con esa variedad de vocablos designamos, sean especies distintas en que pueda dividirse el Ser Primero y que de su conjunto y unión resulte Él formado; al contrario, con esa variedad de nombres designamos una especie única e indivisible. Entre los vocablos que en las cosas que nos rodean, indican perfección y excelencia, unos designan lo esencial de las cosas en sí mismas sin designar algo relativo a otras cosas distintas, v. gr., ente, uno, vivo; otros, por el contrario, designan algo relativo a otra cosa distinta, v.gr., justicia, generosidad. Estos vocablos en las cosas que nos rodean, designan una excelencia y perfección que respecto de otra cosa distinta no es más que una parte de su perfección, de modo que ese respecto será parte del conjunto o compuesto designado con aquel nombre por el hecho mismo de que aquel nombre o aquella excelencia y perfección consisten en algo relativo a otra cosa. Cuando con estos nombres en sentido traslaticio designamos al Ser Primero, intentamos significar aquella relación que el Ser Primero dice a otras cosas en cuanto éstas han recibido de Él la entidad. Pero no debemos tomar esa relación como parte de su perfección, ni debemos tomar la perfección misma designada con ese nombre como reducida a aquella relación; antes bien, lo que significamos es una substancia y perfección que necesariamente es subsiguiente a esa relación de modo que la subsistencia de esa relación se debe a aquella substancia y de modo que la relación sea subsiguiente a aquello cuya 114 substancia es aquella que entre nosotros se designa con ese nombre” (Cap. IX, pp. 26-27). A lo largo de esta lectura hemos venido sosteniendo fundamentalmente dos tesis: 1. Que hemos de leer la determinación del Ser Primer en su paralelo material. 2. Que, como se ha planteado ya desde el comienzo de este trabajo, que es el tema del hombre como ser potencial, como un viviente cuya potencia ningún sistema político o económico pueden agotar. Estas dos tesis se apoyan en dos supuestos: 1. El supuesto en cuanto al texto, que es nuestra propuesta de una lectura no teológica de la Ciudad ideal. 2. El supuesto más general de que somos vivientes en cuya sustancia no está el pensamiento. En cuanto a lo anterior, podemos extraer dos cosas de importancia de los pasajes citados, esto es, en cuanto la lectura no teológica de la Ciudad ideal y, respecto de la separación entre el hombre y el conocimiento y, de cómo este ocurre por causa de medios. Habíamos visto en el segundo capítulo que, es exactamente esta tesis la que caracteriza al “averroísmo” e, incluso, que es justamente este punto de la teoría del intelecto de Averroes, el que pareció más escandaloso a la escolástica latina. Más adelante, en la parte noética de este capítulo, veremos cómo es el mismo Al-Farabi quien sostiene que ni el conocimiento ni aquello que conocemos pertenecen a nuestra sustancia. Nos dice Al-Farabi, en primer término, que los nombres con los que se debe llamar al Ser Primero son los mismos con los que llamamos a los demás seres que nos rodean, pero siempre tendiendo al mayor grado de perfección, cosa de no resolver con este nombre al Ser Primero en la multiplicidad y se mantenga de esta manera, su esencia única. Los ejemplos que pone Al-Farabi en este capítulo son: ente, uno, vivo, generosidad, justicia; antes dijo vida y verdadero. Podría ser también bello, sublime, extático, etc. Lo que sí queda claro es que Dios no es de los términos preferidos por Al-Farabi, al menos técnicamente hablando en filosofía; sin embargo, podría serlo quizá de un religioso lector de Al-Farabi, o bien, de un filólogo orientalista que un su carácter de “texto árabe-islámico”, busca islam e idioma árabe, pero no teoría. 115 En segundo lugar, cuando con estos términos tendemos a nombrar al Ser Primero, dice Al-Farabi, queremos significar la relación por la que el Ser Primero informa a otras cosas, de manera que de Él reciban su presencia singular. Sin embargo, la relación por la que se informa de una perfección no es parte de esta; es decir, el medio a través del cual el Ser Primero informa a los demás seres no pertenece al inteligible. Y tampoco la perfección designada debe verse reducida a esa relación, es decir, no se agota en esa relación (en ese instante en que informa). De esto, concluimos entonces que, efectivamente existe un medio a través del cual el Ser Primero informa a los demás seres. Este medio no pertenece ni deriva del Ser Primero, como tampoco pertenece ni deriva de los cuerpos a los cuales informa. Es simplemente un medio, un medio que significa una relación. O bien, la relación que Al-Farabi dice que no pertenece a la perfección designada, pero que tampoco se reduce a ella, significa que es intermitente y, por lo tanto, inagotable. A.2) Los seres segundos, la multiplicidad, la materia y la forma No basta con la determinación del Ser Primero para abordar por completo la parte cosmológica de la “física de la existencia política” de la Ciudad ideal. Ya vimos que el Ser Primero es finalmente el nombre “menos impropio” para designar aquello con lo que queremos referir la perfección, la esencia, el valor, el concepto, o bien, lo que hace que algo sea lo que es, que todo lo que es, sea lo que es. Sin embargo, este ser indefinible, infinito y sin tiempo, causa primera de todo, es uno, único e indivisible, nos dice Al-Farabi, y es de una naturaleza tan perfecta que, de Él no procede la multiplicidad de los seres y los cuerpos. En los capítulos X, XI y XII de lo que habíamos dicho, constituye la parte cosmológica, podremos ver ahora, cómo, una vez determinado el Ser Primero (en un permanente paralelo material), se desprenden de Él las segundas causas que dan lugar a la multiplicidad, cómo se estructura el cosmos farabiano entre los seres separados, y los de abajo de la esfera de la luna y veremos, en definitiva, que esta existencia potencial e inagotable, AlFarabi la extiende a todo el mundo sublunar con una materia primera como sustrato y una infinidad de formas. 116 Leamos en primer lugar el capítulo X: “De los seres del segundo grado y cómo se produce la multiplicidad”: “Del Ser primero emana el ser (wuyud) del segundo grado. Se llama así cierta substancia incorpórea e inmaterial que se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. Lo que conoce de sí misma, no es más que su esencia propia. En cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella la entidad de un ser tercero, mientras que en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta de ella la entidad del primer cielo. La entidad de aquel tercero es también inmaterial y en sí misma en una inteligencia que igualmente se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero y de ella en cuanto constituida por su esencia propia resulta necesariamente el orbe de las estrellas fijas, mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta de ella un cuarta entidad (wuyud). Esta también es inmaterial y se conoce a sí misma y al Ser Primero. De ella, pues, en cuanto constituida por su esencia propia, necesariamente resulta el orbe de Saturno, mientras que en cuanto conoce al Ser Primero, necesariamente resulta una quinta entidad.”189 Continúa exactamente constituyendo así los orbes de: Júpiter, Marte, el Sol, Venus, Mercurio, incluso la Luna, de la cual resulta una undécima entidad que también se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero. “Sin embargo, con ella cesan los seres que para existir no necesitan de materia y sujeto. Tales son los seres separados que esencialmente son a la vez entendimiento e inteligible. En el orbe de la Luna no se dan cuerpos celestes, esto es, cuerpos que se mueven circularmente”. (Cap. X, pp. 29-30) El ser del segundo grado (que es el que produce la multiplicidad), nos dice AlFarabi, es una sustancia inmaterial, que se conoce a sí misma y conoce al Ser Primero, pero no por ello constituye una entidad particular, sino que de ella resulta un tercer ser que es el que viene a constituir el primer cielo. De aquí hacia abajo, continúa la serie de los seres separados de la materia, todos ellos con las mismas características: son inmateriales, se conocen a sí mismos y conocen al Ser Primero. Así, estos se suceden hasta llegar a la esfera de la Luna, de la cual resulta la undécima entidad, con la que termina la existencia de este modo de ser, es decir, de los seres separados de la materia. La sucesión, ha tenido lugar así: Ser Primero; ser del segundo grado del que resulta el tercero que es el primer cielo, del que resulta un cuarto que es la esfera de las estrellas fijas, de la que resulta el quinto que es el 189 Al-Farabi, La ciudad…op.cit, p.p. 28-29. 117 orbe de Saturno, siguiéndose así el sexto Júpiter, el séptimo Marte, el octavo el Sol, el noveno Venus, el décimo lo constituye la esfera de la Luna, de la cual resulta una undécima sustancia. De aquí podemos concluir algo muy interesante y es que aparecen, entre las sustancias inmateriales, dos seres cuya función es ser medio puro; incluso el filósofo no les da un nombre o una identidad particular, lo que hacen es solamente generar multiplicidad, de imágenes y formas, desde el Ser Primero hasta abajo. Estos son: el ser del segundo grado, y la undécima inteligencia, que como veremos más adelante, Al-Farabi identifica como el intelecto agente. Aunque aún falta ver el lugar de los elementos y los cuerpos en la estructura del cosmos, hay una nota que debemos agregar de todos modos, y que tiene que ver con la propuesta de lectura no teológica. Pues, como ya también lo veíamos en relación al Ser Primero, en cuanto a la estructura del cosmos sucede algo similar: se intenta identificar la jerarquía que Al-Farabi presenta de los seres inmateriales con la jerarquía que habría desde Dios hasta los hombres, esto es, los profetas, los ángeles, las revelaciones, etc. Pero, de ver la cosmología como la presenta el Segundo Maestro en la Ciudad ideal, es la física aristotélica teñida de la emanación plotiniana. Ahora, los seres que ocupan esta jerarquía y constituyen el mundo supralunar, son astros; cabe destacar que la preocupación por los astros en lugar de Dios y los seres divinos era algo permanentemente condenado por los teólogos, en todas las religiones monoteístas, no solo en el Islam. Ahora, lo que comienza desde la Luna hacia abajo, al igual que como del Ser Primero hasta la Luna, que ocurre por medio del ser del segundo grado, de la Luna emana la undécima inteligencia, siendo ella la encargada de informar a los cuerpos del mundo sublunar, de las múltiples formas que provienen desde una única esencia que es el ser (primero). Veamos cómo esto se acentúa, o más bien, cómo podemos ir completando el cosmos farabiano con la lectura de los pasajes que siguen: “Los seres que hemos enumerado,” continúa Al-Farabi en el capítulo que sigue: “obtienen por sí mismos desde el comienzo de su existencia su última perfección substancial. Con aquellos dos (últimos: el orbe de la luna y la inteligencia undécima) cesa ya tal modo de entidad. Los que siguen, pues, no obtienen por sí mismos desde el comienzo su mayor perfección substancial; al contrario, de su concepto mismo es precisamente el tener, al principio, un modo de ser menos 118 perfecto y a partir de ahí se van elevando uno en pos de otro hasta que cada especie obtiene su última perfección más elevada: primero en sus esencias propias y luego en los otros accidentes. Tal modalidad y circunstancia depende de la naturaleza de este género de seres sin que eso se les introduzca por intervención de alguna cosa extraña. Algunos de estos seres son meramente naturales, otros son voluntarios y finalmente otros son a la vez naturales y voluntarios. Lo natural es una especie de preliminar para lo voluntario y en el tiempo precede su esencia a la del ser voluntario y repugna que exista lo voluntario sin que le haya precedido lo natural. Entre tales cuerpos naturales se dan los elementos, a saber, el fuego, el aire, el agua y la tierra, y otros seres parecidos como el vapor y la llama y otros; se dan también los minerales, v. gr., las piedras y sus especies, las plantas, los animales irracionales y los racionales”(Cap. XI, pp.31-32). Con la esfera de la Luna y la undécima inteligencia, se corta el modo de ser que consiste en tener desde el comienzo de su ser su última perfección en acto, ya que esta pertenece a su sustancia. En cambio, no está en la naturaleza de los seres que siguen, el tener desde un principio y en acto, su última perfección. Es más, nos dice Al-Farabi, es de su concepto, o sea, de su sustancia incluso desprendida de la materia –de su imagen-, el tener un modo de ser menos perfecto; de privación de lo más perfecto (de potencia pasiva en cuanto a lo perfecto, por tanto, receptor de lo perfecto), de manera que uno se vaya elevando (mediante su pasión) hacia lo que es su última perfección; uniéndose o correspondiéndose con los objetos e imágenes que para ello requiere. Este modo de ser: la privación, insiste Al-Farabi, está en la naturaleza de este género de seres. Entre estos seres, dice, algunos son meramente naturales, otros voluntarios, existiendo unos solo por naturaleza y otros por la voluntad de otro; y existen también los seres que son naturales y voluntarios a la vez, o sea, que tienen ambos modos de ser. En ese caso, lo natural es como aquello que presenta190 a lo voluntario, esto es, un preliminar que lo precede en tiempo y esencia, y en consecuencia, no es posible (la yumkin) que exista lo voluntario sin que antes haya existido lo natural. Ahora, entre los seres naturales se encuentran: los elementos –fuego, agua, aire, tierra-, están también los minerales, como las piedras y cosas parecidas; los vivientes que no sienten, como es el caso de las plantas, y los animales (hayawanat), que son los vivientes sensibles, entre ellos, los hay no 190 Sería lo más literal al texto árabe que dice “tuqaddem”. Al-Farabi, Al-Madina…. P.p.55-56. 119 hablantes (gher natq) y los hay hablantes (natq)191. Es aquí que se completa el cosmos farabiano en cuanto a los seres existentes. Falta precisamente la física de ese cosmos; esto es, cómo es que tienen lugar las cosas y los animales, cómo adquieren su wuyud al jass – presencia singular. Esto es lo que contiene el capítulo XII sobre la materia y la forma, leamos: “Cada uno de estos seres inferiores” –continúa Al-Farabi- consta de dos cosas: una tiene la misma función que la madera tiene en la cama, mientras que la otra tiene la misma función que tiene la configuración de la cama. Lo que equivale a la madera, se llama materia y hayula mientras que lo que equivale a la configuración de las maderas en la cama, se llama forma y figura192. En los seres que reúnen estas dos cosas, la materia es un supuesto o un substratum para que en ella se sustente la forma. Repugna que sin la materia pueda la forma sustentarse ni tener existencia. El devenir a existir la materia es por la forma, que si no se diese realmente ninguna forma, tampoco se daría la materia. La existencia de la forma no es para que la materia reciba existencia actual sino para que la substancia corpórea venga a ser substancia en acto. Porque existencia actual y perfecta solo puede llegar a tener un ser cualquiera, cuando obtiene su forma. Mientras se diese tan sólo la materia sin forma, el ser no existiría más que en potencia. La madera de la cama mientras no se halle informada por la forma de la cama, no será más que una cama en potencia. Cama in actu solamente lo será cuando su forma se aplique a la materia. La más imperfecta de las dos entidades de que consta un ser [inferior] cualquiera, consiste en la materia, la de la forma es más perfecta. Las formas de estos cuerpos inferiores se oponen mutuamente. Una cualquiera de ellas puede existir y puede no existir. La materia de un cuerpo cualquiera es susceptible de una forma y de su contraria; es capaz de que pueda existir en ella in actu la forma de un ser y para que pueda no existir; antes bien, esa materia puede existir con alguna otra forma. Los elementos son cuatro y sus formas se oponen mutuamente. La materia de cada uno de esos elementos puede recibir la forma de cualquier otro elemento su contraria misma. La materia, pues, de todos los cuatro elementos es común a todos ellos y es materia no solamente de los elementos sino también de todos los cuerpos inferiores a los cuerpos celestes. Todos estos cuerpos inferiores están formados de los cuatro elementos. Esta materia de los cuatro elementos no presupone a su vez otra materia sino que ella misma es 191 Ibídem. El término en árabe es sura o en plural suwar, pues en árabe significa al mismo tiempo forma e imagen, de manera que, como igualmente ocurre con wuyud, según el contexto, y sujeto a decisión del traductor, se traduce de una u otra forma. Ahora, esto es importante, porque cuando se trata del intelecto por ejemplo, como “dador de formas”, también podría ser “dador de imágenes”. Además, mientras en latín y derivados, imagen se emparenta directamente con imaginación, no ocurre lo mismo en árabe, donde imágenes coincide con formas, es decir, suwar, pero imaginación se dice takhayyul (que Lucchetta traduce como fantasía en su versión italiana de la Epístola sobre el intelecto. Farabi, Epistola sull inteletto. Traduzione, introduzione e note a cura di Francesca Lucchetta. Padova: Editrice Antenore, 1974. 192 120 la materia primordial y común a todos los cuerpos inferiores. A ninguno de éstos se les da desde luego la forma; al contrario, primariamente se le da la materia por la que existe sólo en potencia remota y no en acto, pues tan solo se le da la materia primera. De aquí que ellos siempre van buscando la forma por la que quedarán perfectamente constituidos y nunca cesan de subir de grado por grado hasta obtener la forma con la que existirán en acto” (Cap.XII, pp.33-34). Habiendo ya descrito el cosmos en cuanto a los seres que lo componen, desde el ser que Al-Farabi llama el Primero a falta de un nombre “menos impropio” –que es la causa de todas las cosas-, hasta los seres naturales –desde los elementos hasta los animales, hablantes y no hablantes-, en el capítulo que acabamos de leer, tenemos una breve física de la parte natural del cosmos, es decir, una descripción de cómo los seres –naturales- adquieren su presencia singular-wuyud al jass. Se nos dice que cada uno de estos seres consta de materia y forma. La materia es el sustrato sobre el que se sustenta la forma, mientras que la forma es la configuración, la figura, la imagen, en árabe sura. Mientras no puede darse existencia de forma sin materia, al mismo tiempo, el devenir a existir de la materia es por la forma, porque si se diese sólo materia sin forma, dice Al-Farabi, el ser existiría sólo en potencia. Pero además, si bien entre materia y forma, es ésta última la más perfecta, las formas en los cuerpos naturales se oponen. Esto es que, cualquiera de ellas puede existir y puede no existir, lo que significa que la misma materia puede recibir cualquier forma, la de un ser y la de su contrario. Esto ocurre, porque la materia supuestamente común a los cuatro elementos, no lo es sólo a los elementos, sino que es materia común de todos los cuerpos naturales. A ella la llama Al-Farabi “materia primera”, que es el sustrato de todos los seres naturales; seres potenciales que van buscando las formas a través de las cuales logran dar con la que existirán en acto, y es así como los seres se van constituyendo de camino a la perfección que les corresponde. Esto significa que desde la esfera de la Luna hasta aquí abajo, todos los seres naturales (elementos, minerales, plantas, animales) están constituidos por una sola materia común, y esta es el sustrato sobre el que van adquiriendo forma sus pasiones, esto es, sus movimientos en búsqueda de correspondencia con la perfección, pasiones que según género o especie pueden ser comunes, en la medida en que su propia perfección lo requiera. La materia es común a todos, la forma es 121 singular –y esa singularidad puede existir y puede no existir-, se trata literalmente que todo cuerpo es un ser singular-plural, en la medida en que se identifica por su forma singular, sin embargo, su sustrato, su materia es común. Es decir, si Averroes escandalizó al medio evo con la teoría de un solo intelecto posible para todo el género humano, no sabemos cómo Al-Farabi no escandalizó a su tiempo con esta teoría de una “materia primera, común a todos los seres naturales, sustrato de toda forma posible”, pero sin duda, aquí se aloja el núcleo de la querella averroísta, en la naturaleza de la posibilidad, que es justamente a propósito de uno de los temas con que más importancia Averroes cita al Segundo Maestro en su comentario mayor a De Anima. B) Parte noética Necesariamente para abordar la noesis de la Ciudad ideal, debemos comenzar por la lectura del capítulo que define su objeto, este es: las partes del alma humana y sus potencias. Escribe Al-Farabi: “Cuando nace el hombre, la potencia que primero aparece en él, es aquella por la que puede alimentarse –la potencia nutritiva, al quwwat al ghadiyyah -. Después de esta aparece la potencia con que percibe los objetos del tacto, v.gr., el calor, el frío. Después, el sentido del gusto, del olfato, del oído y el sentido propio de los colores y visibles, como v.gr., los rayos de luz. Con tales sentidos se despierta un apetito o tendencia respecto del objeto percibido, deseándolo o aborreciéndolo. Después de estas se desarrollan otras potencias para conservar las huellas de los sensibles aun después de cesar la observación de los sentidos (externos). Tal es la imaginativa, de la cual también es propio componer unos sentidos con otros –así como también separarlos y dividirlos- con diferentes composiciones y divisiones, falsas unas, verdaderas otras. Con ellas va ligado también cierto apetito o tendencia a lo que se ha imaginado. Después de esto se desarrolla la potencia racional con la que puede el hombre conocer los inteligibles y distinguir entre lo bueno y lo malo y es la misma que hace posibles las artes y las ciencias. También con ella va asociado un apetito o tendencia 193 hacia lo que se ha conocido. (…) La potencia sensitiva (quwwat al-hassa) tiene también una potencia dominante y otras potencias que le sirven. Estas últimas son los cinco sentidos bien conocidos de todo el mundo y van divididos en los dos ojos, en los dos oídos y los demás sentidos externos. Cada uno de estos cinco sentidos percibe un sensible característico. La potencia predominante será aquella que perciba ella sola todo lo que los cinco sentidos juntos pueden percibir, pues estos cinco sentidos no son más que los que sirven para avisar a aquel y los encargados de darle noticias, cada uno de ellos, está 193 Nuzu’ nahw, Deseo intencional. En dos notas sucesivas se explica el por qué de esta preferencia. 122 encargado de un género de noticias, a saber, de las noticias de una de las regiones de su principado. Su dominio total se parece al de un rey a quien llegan las noticias de todos los distritos y provincias de su reino mediante los encargados de dárselas. El principado de todos estos miembros reside también en el corazón. La potencia imaginativa (quwwat al-mtjayalah) no tiene suministradores repartidos por diversos miembros, sino que más bien es una sola y reside igualmente en el corazón. Conserva los sensibles aun cuando ya no estén presentes a los sentidos y es como el juez natural de los sensibles y éstos se dejan juzgar por ella. La imaginación separa unos sensibles de otros y los compone de diferentes maneras coincidiendo unas veces con los sensibles de los sentidos externos y discrepando otras. La potencia racional (quwwat al-natqa) no tiene, entre los miembros u órganos, ni suministradores ni sirvientes que sean de su misma especie; más bien ejerce su predominio sobre todos los objetos de la potencia imaginativa. En cada género, la potencia principal manda y es mandada. La potencia racional manda a la imaginativa, esta manda a los sentidos y estos a la potencia nutritiva. El apetito (quwwat al-nuzu’iyyah) ama y aborrece o detesta y es también potencia principal y tiene otras a su servicio. Con esta potencia va unida la voluntad o querencia, pues la voluntad no es más que una tendencia o para acercarse a lo que percibe o, al contrario, para alejarse de lo que percibe, ya provenga de la percepción de los sentidos, ya de la imaginación, ya de la potencia racional. Ese apetito decide sobre lo que conviene tomar o dejar. El apetito unas veces desea conocer algo, otras veces desea hacer algo, ya sea utilizando todo el cuerpo, ya sea utilizando tan sólo algún miembro. Se origina siempre el apetito en la potencia principal de tendencia. Las acciones corporales son ejecutadas mediante las potencias que sirven al apetito. Tal potestad se halla distribuida por los miembros que están preparados para ejecutar con ella aquellas acciones (…). Tenemos en primer lugar, una descripción de las potencias de lo que se dice “el alma”194 al más puro estilo aristotélico, así, nos presenta a las potencias: nutritiva, que como dice Al-Farabi, es la primera que viene cuando nace el hombre, porque cuya función es la de alimentarse; la sensitiva, cuya función es percibir los sensibles externos a través de los sentidos; imaginativa, cuya función es guardar las huellas de los sensibles percibidos una vez desaparecida la sensación percibida a través del sentido del que se trata, también tiene la función de componer o dividir los sensibles, dice Al-Farabi, unas veces estas son verdaderas y otras falsas, y va ligado a esta potencia un apetito hacia lo imaginado; racional, con ella podemos conocer 194 Y lo ponemos entre comillas porque según nuestra lectura, la existencia de una sustancia llamada alma, no se encontraría en Al-Farabi. Ahora, esto es algo, que simplemente no es claro, pero más adelante, Avempace –gran farabiano y primera referencia filosófica para Averroes- será claro en decir que el alma no es más que “la entelequia de un cuerpo natural orgánico” (Avempace, Libro sobre el alma. Madrid: Trotta, 2007.p.23). Algo parecido se puede deducir del capítulo de Al-Farabi pero no de modo tan explícito como en Avempace. 123 los inteligibles, distinguir entre lo bueno y lo malo, y hace posible, según Al-Farabi, las artes y las ciencias, y también lleva ligado un deseo, una cierta tendencia hacia lo conocido. La potencia sensitiva, tiene una potencia dominante y tiene también otras que le son subordinadas –los cinco sentidos-, y el centro de esta potencia reside en el corazón. La potencia imaginativa, nos dice Al-Farabi, es una sola y no tiene suministradores –así como los sentidos a la facultad sensitiva-, y también reside en el corazón. Ésta también conserva los sensibles cuando han desaparecido para los sentidos, y es además como el juez natural de los sensibles y a la vez, éstos se dejan juzgar por ella, sostiene Al-Farabi. Esto es, los sensibles se dejan intervenir y tomar forma por razón de nuestras sensaciones (escultura, decoración, música, perfumería, vestimenta, etc.). También es parte de la descripción de la imaginación el componer y dividir los sensibles de diferentes maneras, unas veces –dicecoinciden con los sensibles externos y otras no. Esta última afirmación, a diferencia de la primera sobre esta función de la imaginación –esto es, que las composiciones y divisiones a veces son verdaderas y otras falsas-, abre la posibilidad de crear cosas que no existen en la naturaleza, para producirnos sensaciones que nos son agradables, en la medida en que en las composiciones y divisiones de la imaginación no dependen de pretensión de verdad alguna, sino solo de su coincidencia con los sensibles o no. La potencia racional, al igual que la imaginación, es una sola y no tiene suministradores, tampoco tiene nada de su especie por los miembros del cuerpo dice Al-Farabi, y lo que parece distinguirla según su descripción, es que su función es ejercer el predominio sobre los objetos de la imaginación. Esto es, en la medida en que logra comprenderlos, y, esto significa conocerlos de modo inteligible, luego se es capaz incluso de crear cosas que los imitan o símiles, o bien, de reproducir sensaciones que nos producen placer, como decíamos arriba. Lo que significa que, porque razonamos, podemos ser incluso más hipersensibles; tener más intensidad en nuestras sensaciones e imaginación. En cada género, prosigue Al-Farabi su descripción, la potencia principal manda y es mandada, así: la racional sobre la imaginación, esta sobre la sensación, y esta última sobre la nutritiva. Luego de esto, el Segundo Maestro introduce un elemento ético 124 que es potencia principal. Es algo que ama o aborrece, que es una potencia principal y tiene otras a su servicio. ¿De qué se trata? Veíamos que Al-Farabi situaba en la sensación, en la imaginación y en el pensamiento algo que va ligado a la percepción, y que es necesario como medio para que el acto se realice, ese algo, en la traducción española sobre la que estamos trabajando aparece como “apetito” lo que en el texto árabe es al quwwa al-nuzu’iyyah. Nuzu’ significa tendencia, inclinación, posición, parecerse a, desear. Ahora, quwwa al-nuzu’iyyah podríamos traducirlo entonces como “potencia de desear, del deseo”. Planteábamos más arriba que, el pensamiento de Al-Farabi, en tanto concibe al hombre desde la posibilidad y la privación, significa también una imagen del hombre basada en el deseo. Es decir, en tanto el fin del hombre es la felicidad, y ni los objetos ni los inteligibles que necesita para ser feliz le pertenecen de suyo, debe buscarlos, y para ello debe primero, desearlos. Deseamos algo porque no lo tenemos desde el comienzo y en acto. Diríamos entonces: la potencia del deseo –que es un medio que va ligado a las percepciones y que es necesario para que éstas se realicen- es la tendencia para acercarse a lo percibido (en tanto deseable) o alejarse (en tanto no es deseable), ya provenga la percepción de las sensaciones, de la imaginación o de la razón. Finalmente, es el deseo lo que decide sobre lo que tomamos o dejamos, y de esto podemos sacar una conclusión muy interesante. Se trata de que, la noesis farabiana es desde un comienzo, también una ética, es decir, consiste en definir las potencias del animal hablante, pero le acompañan dos cosas decisivas: 1. Esta noesis que busca develar las potencias humanas, nos enseña que hay otra potencia (además de las descritas del alma humana), que es un medio puro que va ligado a ciertos actos de tres de las facultades (sensitiva, imaginativa y racional), que es el deseo. 2. Es el deseo el que decide sobre lo agradable o desagradable, lo que conviene y no conviene conocer, lo bueno y lo malo. Al-Farabi en ocasiones, atribuye esta función a una de las de la imaginación, cuando se refiere a ella como el juez natural de los sensibles, sin embargo, después vemos cómo introduce esta otra potencia, la potencia del deseo, que en cuanto tal, ama y aborrece lo que desde el exterior la interpela, y por lo tanto, es esta potencia como un deseo intencional195(lo que en la 195 Nuzu’ nahw. Esta expresión, que es traducida como “apetito o tendencia” y que quiere señalar el 125 traducción se señalaba como apetito o tendencia), lo que hace que nosotros tomemos un determinado camino en cuanto a la búsqueda de los objetos e inteligibles que nos proporcionan la felicidad. Veamos cómo termina este primer capítulo de la que hemos separado como parte noética: El conocimiento de una cosa es unas veces de la potencia racional, otras de la imaginativa y otras de los sentidos externos. Cuando el apetito versa sobre el conocimiento de un objeto que la potencia racional debe percibir, entonces el acto con el que uno obtiene lo que desea, depende de otra potencia que se relaciona con la racional. Tal es la potencia de pensar,196[o del pensamiento- (quwwat al fikriyyah)] de la cual depende la reflexión, la consideración, meditación e invención. En cambio cuando el apetito versa sobre el conocimiento de un objeto que percibe por los sentidos externos, aquello con que se obtiene el acto, se compone a la vez de actos corpóreos y de actos psíquicos 197, por ejemplo en aquel que se esfuerza en ver algo, el cual primeramente levanta los párpados, dirige luego la vista hacia el objeto que desea ver y si el objeto está lejos, marchamos hacia él, y deseo que necesariamente acompaña a un acto perceptivo para que se realice, hemos propuesto además de dar a nuzu’ su carácter de deseo y quwwa al-nuzu’iyyah – potencia del deseo o de desear, hay un problema con el termino nahw. Uno de sus significados, es intención, por lo que no decidir sobre este término, tiene que ver con la modernidad de la traducción, es decir con un asunto del paradigma de pensamiento bajo el cual se recibe el texto, y no con un tema lingüístico, o sea, se trata de algo filosófico, no lingüístico. Hablamos de una traducción moderna, en la que hemos visto, en varias ocasiones se traducen términos que no tienen el sentido moderno e intentan adaptarse, como el caso de umma como nación, u otros. En este caso nos enfrentamos a otra cosa, nos enfrentamos a un esfuerzo del traductor por encontrar una palabra que reflejara lo subjetivo que significa el acto de percibir, y es por eso que se usa apetito en lugar de intención que puede ser más literal. Pero resulta que intención no solo tiene un sentido más literal, sino que hablar en la noesis farabiana de que para que se completen los actos sensibles, imaginados o pensados, es necesario un medio, que es como una inclinación hacia el objeto, que se llama intención, es recordar ese lenguaje filosófico que, según Coccia se armaron en su contra, desde el mundo tardo antiguo, no solo el poder político, sino también la teología, y en la modernidad fue la filosofía la que por unanimidad intentó eliminar bajo la idea cartesiana de que nada hay entre los sujetos y las imágenes. “Solo la prohibición de la especie intencional permitió hacer coincidir al sujeto con el pensamiento (y lo pensado) en todas sus formas”195. Es por ello que para nuestra lectura queremos proponer la traducción más literal de intención, que además de ser más literal, corresponde más al modo de pensar farabiano. “Una intención –dice Coccia- es una astilla de objetualidad infiltrada en el sujeto; a la inversa, esta expresa al sujeto en tanto proyectado hacia el objeto y la realidad exterior, no psíquica (literalmente hablando tendido hacia ellos). Si es gracias a estas species que podemos sentir, y pensar, toda sensación y todo acto de pensamiento demostrarán por cierto no la verdad del sujeto ni su naturaleza, sino la existencia de un espacio en el que sujeto y objeto se confunden” (Coccia, La Vida Sensible. p.17) 196 Esta es una intervención nuestra. En la traducción de Manuel Alonso dice “Tal es la cogitativa…” véase nota del T. ibid p. 58. La intervención se debe a un motivo filosófico importante. Fikr significa pensamiento, por lo tanto, traducir quwwat al fikriyyah como potencia “cogitativa” es poner, en el lugar en donde se quiere decir “del pensar, o del pensamiento”, “del cogito”, poniendo así un latinismo ajeno al paradigma de pensamiento del filósofo que tratamos, y que por lo demás, hace leer el texto de otra forma. 197 Nafsani, corresponde más espiritual o intencional 126 si está debajo de algo que impide verlo, apartamos eso con las manos. Todas estas acciones son corporales, pero las percepciones sensitivas en sí son del orden psíquico198. Otro tanto se diga de los demás sentidos. Cuando se desea imaginar algo, se puede eso obtener de varios modos. Primeramente mediante la potencia imaginativa, como se imagina el objeto que se espera y aguarda, o como se imagina una cosa ya pasada, o cuando se quiere volver a imaginar un objeto que la imaginación había compuesto. En segundo lugar, mediante las sensaciones que a la potencia imaginativa presentan un objeto cualquiera. Se imagina este como algo temeroso o como algo que se espera, o como algo que se presentará mediante la acción de la potencia racional. Tales son las potencias del alma” (Cap. XX, pp. 55-59). Dos cosas podemos desprender de estos dos últimos pasajes que, componen el capítulo en que Al-Farabi describe las potencias del “alma” humana: 1. Al igual que a la imaginación y a la sensación, que llevan ligado un deseo por lo percibido, cuando esto ocurre con un objeto que debe percibir la facultad racional, entonces, la potencia del deseo adquiere el nombre de potencia del pensamiento. Es decir, es la potencia del pensamiento (literalmente: quwwat al fikriyyah), el medio puro que hace posible que la facultad racional perciba los objetos que le son propios. La potencia del pensamiento, es lo que nos hace buscar el conocimiento de algo y rechazar el de algo otro, o bien, tomar una posición (nuzu’ significa también posición, además de deseo), frente a lo conocido. Es esta potencia la que hace posible según Al-Farabi las artes y técnicas (al sana’at199) y los saberes (al-‘ulum). 2. En segundo lugar, en la medida en que la función de la facultad racional es ejercer el predominio sobre los objetos de la imaginación, ya descrita la potencia del pensamiento, que es a través de la cual la facultad racional se acerca a los objetos – que son en definitiva los de la imaginación, pero bajo su predominio-, entonces, AlFarabi procede a describir los modos de acuerdo a los cuales la imaginación tiene lugar. Primero, nos dice, cuando tiene lugar el recuerdo o la espera, es decir, cuando se evoca una cosa pasada, o cuando se quiere volver a imaginar algo que la imaginación imaginó antes o haya ya compuesto. Segundo, tiene lugar cuando, mediante los sentidos, un objeto cualquiera interpela a la imaginación, a veces, dice Al-Farabi, se le presenta como temeroso, y otras como esperado. También hay otras 198 199 Léase espiritual nuevamente Sana’ es sobre todo técnica, fabricación, con esto Al-Farabi se refiere a las artes. 127 que se presentan difusas ante la imaginación de manera tal que se espera la acción de la facultad racional, y por ende la mediación del deseo como potencia del pensamiento. Veíamos, anteriormente, en la determinación del Ser Primero, que Al-Farabi ponía como condición de actualización de la facultad racional, al intelecto agente, que es una de las sustancias separadas de la materia, y que incluso en teología puede ser, y de hecho ha sido, y por el mismo Al-Farabi en ocasiones, como vimos (ej: siyasa al madaniya: intelecto agente es espíritu fiel, ángeles). Si esto es así ¿qué filosofía pagana podríamos salvar en Al-Farabi, qué filosofía no teológica? ¿podemos encontrar en Al-Farabi una verdad que no pueda ser desprendida de su condición de camino y, por lo tanto, de interrumpidos encuentros con ella? Y en cuanto a nosotros, para quienes la verdad tiene lugar a través de las interpelaciones del cuerpo con el exterior, por nuestra percepción (sensaciones, imaginación, pensamiento): ¿será posible una verdad que no se pueda desprender de su materialidad que representa también su potencia? Pues vemos que (sin obviar lo que significa el intelecto agente como “dador de formas” e inteligibles en la filosofía farabiana), la potencia del pensamiento, que es el medio a través del cual tiene lugar el razonar (el llevar las sensaciones de la imaginación al nivel de la decisión y de la expresión del lenguaje), es el mismo deseo que mueve a la imaginación, porque de hecho, la función de la facultad racional, es decir, el motivo por el cual la facultad racional se relaciona con el intelecto agente, es para recibir información inteligible sobre los objetos sensibles que la interpelan a través de las sensaciones exteriores y la imaginación. Si bien, la inteligencia está separada de la materia y no nos pertenece desde el comienzo y en acto, sí tenemos una débil potencia, la potencia del pensamiento, que es parte de la materia común –por cuanto tiene relación con el deseo y la imaginación-, y es ésta la que nos mueve hacia la felicidad. Porque la felicidad se halla en el mundo sensible, en el mundo de las cosas que nos interpelan. Pero la inteligencia y la potencia del pensamiento son los medios por los cuales sabemos de la sensación que experimentamos en la medida en que somos capaces de formarnos una imagen de ella, y llevarla a la expresión del lenguaje. Esa es la filosofía pagana que podemos salvar en Al-Farabi. Esa que nos aloja la potencia del 128 pensamiento en la materia común en lugar del soplo divino que hace al alma según la tradición profética. Y si la inteligencia está separada y no nos pertenece de suyo, no es porque tengamos un Dios superior al que estamos determinados, y de quien recibimos información a través de sus ángeles o profetas, o bien, un orden normal – no fundado en la religión, pero en la normalidad psicológica, social y económica-, un gobierno al que tengamos que obedecer porque pertenece a la naturaleza de lo necesario. Éstos, los gobiernos, las reglas, la ley, pertenecen todas al orden de lo posible, en la medida que se dan ya en el pensamiento humano. Lo único que pertenece a la naturaleza de lo necesario, es aquello que se nos da materialmente a través del mundo sensible y sus causas; por tanto, aquello que no puede no existir. Todo lo demás, es potencial. De manera que no es por determinación de un ser superior al que hay que obedecer, que se debe la proposición del hombre como un ser de privación, a quien los inteligibles no le pertenecen sino que son exteriores y, solo tiene la potencia de aprehenderlos. Sino que es precisamente que la inteligencia está separada, porque no nos pertenece, la deseamos, pero debemos buscarla, es decir, está separada porque existe el deseo (la tendencia hacia, hace también la separación). Es porque somos una partecita mínima de todo el cosmos, en tanto meros animales, que no nos pertenecen de suyo los inteligibles, no por la sumisión a un orden divino. Y en los pasajes que siguen, incluso veremos cómo esta potencia del pensamiento –que es tan plástica (es tal la multiplicidad que puede recibir) y sin tiempo como la materia común-, es tan corporal y tan material, que incluso depende de cierta temperatura y textura. “La potencia nutritiva principal es como la materia de la potencia sensitiva principal, mientras que la sensitiva viene a ser su forma. La sensitiva principal a su vez es como la materia de la imaginativa, mientras que la imaginativa viene a ser su forma. La imaginativa principal, es la materia de la racional principal mientras que la racional viene a ser su forma, pero ya no puede ser materia de otra potencia sino que es como la forma de todas las formas precedentes. El apetito es un concomitante de la de la potencia sensitiva principal, de la imaginativa y de la racional, como el calor proviene del fuego una vez que queda constituida la substancia del fuego. El corazón es un miembro principal a quien no domina ningún otro miembro del cuerpo. Le sigue inmediatamente el cerebro que también es miembro principal, pero su principalidad no va en primer lugar sino en segundo lugar, porque sobre él 129 predomina el corazón y él predomina sobre todos los demás miembros. El cerebro está al servicio del corazón y al servicio del cerebro están todos los demás miembros, en cuanto naturalmente tiene como fin el corazón. Sirva de ejemplo el mayordomo que sirve al señor de la casa y a él le sirven todas las demás gentes de la casa, y en ambos casos se procede según la intención del dueño. El cerebro substituye al corazón, está en su lugar, le reemplaza y se acomoda a lo que el corazón no podría acomodarse. Así, está el cerebro al servicio del corazón en sus más altas funciones. Es el corazón la fuente del calor natural congénito (harar algharizi) y de ella corre por los demás miembros que de ese modo lo reciben y en virtud del espíritu vital natural (ruh al hayawani al gharizi) corre por las arterias y así en virtud del calor que el corazón expende y reparte, se conserva el calor natural congénito en todos los miembros. Mas el cerebro es el órgano que distribuye el calor equitativamente atemperado, aunque la eficacia le ha de venir del corazón, de modo que el calor que debe llegar a cada miembro venga en su justa y atemperada y conveniente medida. Tal es la primera función del cerebro y el primero y más general servicio que hace a todos los miembros. De aquí que los nervios sean de dos clases: primeramente unos son instrumentos u órganos que sirven a la potencia sensitiva principal residente en el corazón, dándoles virtud para moverse con movimiento voluntario 200. El cerebro sirve, pues, al corazón prestando su ayuda a los nervios de la potencia sensitiva para que sus funciones continúen dando el suministro necesario para velar por su conservación. El cerebro sirve también al corazón prestando su ayuda a los nervios del movimiento voluntario para que sus funciones continúen dando a los miembros orgánicos el movimiento voluntario que sirve al apetito residente en el corazón 201. Las raíces de muchos de estos nervios que salen del cerebro mismo, van cubiertas con lo que conserva sus potencias, mientras que muchas otras de esas raíces nacen de la médula espinal. Por su parte superior, la médula espinal se une con el cerebro, el cual de consuno con la médula presta su ayuda a los nervios. De aquí que la función de la potencia imaginativa sólo tiene lugar cuando el calor del corazón le viene en una medida determinada. Del mismo modo el pensamiento de la potencia racional se da únicamente cuando el calor le viene con cierta medida determinada, esto es, en la propia de su acción. Otro tanto se diga de la conservativa (de las formas) y de la memorativa respecto de sus objetos. (…) El calor no viene del corazón en esa medida que convendría a las acciones propias. Para esto el cerebro, frío naturalmente y húmedo, lo proporciona respecto de los otros miembros. En el cerebro se da también una potencia espiritual o intencional202 por la que el calor del corazón se distribuye en una medida justa y determinada. Como los nervios que 200 Aquí es impresionante lo diferente de la traducción, en árabe dice: “…al-quwwa al hissa al ra’isiyyah allati fi al-qalb fi inna yuhiss kul wahed minha al hiss al jass bi-hi “, p.88 texto árabe. Traducción propuesta: ”…potencia sensitiva principal residente en el corazón, que siente como si sintiera cada una de las sensaciones particulares (de los órganos)”. 201 Esta frase en el texto árabe es anterior a la que la precede, y además dice lo siguiente: “wa al-‘ajir alat ala’Da’ al-lati tujaddim al-quwwa al-nuzu’iyyah al-lati fi al-qalb”, según nosotros esto sería:” y el último instrumento de los miembros que sirve a la potencia del deseo que está en el corazón”. 202 La cursiva indica intervención nuestra, y reemplaza el término propuesto por nosotros en lugar de la traducción española que “energía psíquica” es lo que se traduce por “Quwwa nafsaniyyah” que dice en el texto árabe (p.89). Esto podría más bien traducido como potencia espiritual o intencional. 130 sirven a la potencia sensitiva (sensitivos) y para el movimiento (motores), son de naturaleza térrea y quedan fácilmente secos, exigen el ser humedecidos y tener cierta blandura que les facilite el alargarse o encogerse. Los nervios que sirven a la potencia sensitiva, necesitan además el espíritu natural congénito203 que en manera alguna puede contener humo. Ahora bien, el espíritu natural congénito que corre por las partes del cerebro, es de esta condición. (…) De ahí pasa a los miembros cierta humedad que los conserva blandos y muelles y así se conservan las potencias intencionales (o bien espirituales)204. (…) Toda potencia que reside en un miembro debe ejercer una acción corpórea, en virtud de la cual el miembro emite cierto cuerpo que se dirige a otro cuerpo. Para esto es necesario o que este otro cuerpo esté unido con el primero al modo como muchos nervios se unen con el cerebro o con la médula o que al menos tengan ciertos canales y vías que los unan a los miembros y por los cuales correrá o circulará aquel cuerpo. (…) Los objetos exteriores producen en las potencias sensitivas auxiliares las representaciones (rsum) de los sensibles. Los sensibles de distintas especies percibidos por los cinco sentidos convergen todos en una potencia sensitiva principal. De esos sensibles producidos en estas potencias se originan las representaciones (rsum) de los fantasmas (al-metjayalat) en la potencia imaginativa, en la cual se conservan, aun desaparecida la constatación de los sentidos externos. La imaginación como juez los examina; unas veces separa unos de otros, otras veces los compone entre sí en tantas especies de composiciones que no se pueden contar; y unas veces son falsas y otras verdaderas” (Cap.XXI, pp.60 y 67). Lo primero que habría que preguntarse después de la lectura de estos pasajes del capítulo que versa sobre cómo las potencias anteriormente descritas forman una sola alma, es precisamente: ¿cuál es la sola alma que forman todas las potencias? Este capítulo es oscuro, además, el mismo Al-Farabi usa indistintamente conceptos para indicar ciertas cosas que tienen que ver con lo espiritual, lo motor, lo innato, instintivo, etc. Es sorprendente además porque, si nos fijamos bien, si la noesis farabiana partía describiendo unas determinadas potencias, luego examinaba cómo estas producían sus acercamientos a sus objetos propios, empujados, o más incluso, arrojados por el deseo o la potencia del pensamiento; del cómo formaran todas estas potencias una sola alma, quizá una lectura teológica esperaría una dotación divina, que sea el principio de unión y de existencia psíquica. En cambio, de lo que se trata es de la fuente física, material y corporal –el corazón-, que a través de cierta 203 En el texto árabe, la expresión aquí traducida por “espíritu natural congénito” es “al-ruh al gharizi”.p.90. Gharizi significa: natural, innato, instintivo, espontáneo. De manera que en la traducción lo de congénito está de más. Y por otro lado, también podría traducirse por espontáneo por ejemplo, en lugar de natural, que en el lenguaje de los falasifa corresponde más a Tabi’. 204 Nuevamente intervención nuestra, el texto español dice “potencias psíquicas”, y nosotros estamos usando lo que hemos propuesto traducir por “nafsaniyyah”. 131 temperatura innata (hararat al-ghaziriyyah), cuyas medidas son transmitidas a los órganos por el cerebro, se mezcla con una sustancia inmaterial, que es un espíritu innato (al-ruh al-ghaziri). Se trata en definitiva del núcleo físico o material en el que puede fundarse toda noesis y toda ética, lo que significa poder pensar una imagen del hombre y un gobierno de sí y de los otros que sea tan plástico como los son nuestros sentidos, nuestra imaginación y nuestro pensamiento. El cómo ocurre esto, o bien, el cómo esta posibilidad la abre la filosofía de Al-Farabi es lo que contiene este capítulo. Cada potencia principal, dice Al-Farabi, es materia de la que le sigue en grado superior, siendo esta su forma, es decir, la nutritiva es materia de la sensitiva y esta es su forma, y lo mismo con la imaginativa respecto a la potencia racional. Sin embargo, con esta última ocurre algo, ésta no puede ser materia de nada, y es, dice, “como la forma de todas las formas precedentes”. ¿Qué quiere decir con esto? Pues ya habíamos visto arriba que, en realidad, la función de la facultad racional es predominar sobre los objetos de la imaginación que a la vez ha recibido de las sensaciones, les da forma, las entiende, formándose imagen y concepto de aquellos objetos. Es por ello que no puede ser materia de nada más, y efectivamente es la potencia en que podemos reunir la mayor cantidad de objetos percibidos. El deseo, nos dice luego, viene a ser un concomitante de las potencias sensitiva, imaginativa y racional, una especie de potencia auxiliar, no en el sentido que lo son los sentidos para la sensibilidad, que informan de algo. Estas potencias auxiliares, el deseo, la potencia del pensamiento, son potencias que nunca obran, son solo medios puros que ayudan a otras potencias a tender hacia los objetos que le son propios, y a la vez, esta potencia que es ayudada, digamos la facultad, tampoco puede obrar sino es mediante la ayuda de la potencia auxiliar. Es decir, no basta con la imaginación y lo imaginable para poder imaginar, debe haber un deseo de imaginar que nos aproxime hacia los objetos imaginables. Lo mismo con la facultad racional, pues no basta con esta y la existencia de objetos que esta puede percibir y formar concepto de ello, sino que es necesaria la mediación de algo, la ayuda, lo que es el deseo de conocer, la potencia del pensamiento. Este deseo, que es lo que produce la tendencia hacia el objeto de pasión, Al-Farabi lo ejemplifica en el calor que proviene del fuego. Y es 132 que el tema físico y corporal no viene aquí solo por analogía, pues efectivamente para Al-Farabi pareciera ser que la fuente de la sensación de lo vivo (que luego representamos en imágenes y pensamos) fuera de hecho una especie de calor, una temperatura que debe tener una medida justa respecto de la acción propia de cada cuerpo. El calor del que se habla tiene su fuente en un miembro del cuerpo, el corazón205. Este sería entonces el miembro principal, sin embargo, hay otro miembro principal, que es el cerebro, que es menos principal que el corazón en cuanto sirve a aquel, y más principal que los demás en cuanto los manda. Porque, si bien, el corazón es la fuente del calor innato (al hararat al-ghaziriyyah), es el cerebro, los sesos206, el órgano encargado de distribuir a los demás miembros el calor proveniente (en exceso) del corazón, en la proporción justa para su acción propia. El corazón es así, la fuente del calor innato que hace que corra por los órganos lo que Al-Farabi llama al-ruh al-hayawani al- gharizi, que en la traducción aparece como “espíritu natural vital”, que da el sentido de “vital” a algo que claramente significa “animal”, propio del animal, es hayawani. Esto es, el corazón sería la fuente del espíritu animal innato, que es algo que tiene lugar a través de la recepción de informaciones sobre los sensibles externos, los cuales son percibidos gracias al servicio del cerebro, que es según Al-Farabi, como un gobernador que envía noticias sobre su principado al rey. Es así como la imaginación y el pensamiento tienen lugar solamente cuando a sus potencias les es enviado el calor en la medida justa y propia de la acción. El porqué el cerebro ha de tener esta facultad de distribuir el calor en medida justa, sería el que en él se aloja una quwwa nafsaniyyah, potencia espiritual, en la traducción vertido como energía psíquica, algo que no corresponde. Si bien en el árabe actual se habla de psicología como ‘il al-nafs, por lo que muchos tratados noeticos han sido traducidos bajo los títulos de “psicología”, pues al ‘ilm al-nafs para los falasifa es la ciencia del alma, y ésta es parte de la física. Y es por ello que no ha de extrañar una reflexión sobre la 205 Queremos señalar que no es relevante para esta investigación la validez médica de las teorías sobre el corazón y el cerebro actualmente, sino más bien el sentido filosófico, de ser capaz de pensar al hombre desde su fuente sensible, y desde su confusa naturaleza entre ser material e inmaterial, cuerpo e imagen. 206 Aclaramos esto porque el texto árabe habla claramente de damagh, cerebro como seso, no como intelecto que en árabe moderno se tiende a equiparar con la palabra ‘aql, que para los falasifa significaba intelecto, que obviamente no es lo mismo que cerebro. 133 distribución del calor en la parte noética de un tratado político. En fin, el cerebro tiene esta propiedad porque es húmedo y por lo mismo blando, es decir, plástico, puede acomodarse a lo que el corazón no puede, y puede con más facilidad encogerse o alargarse. Es flexible, tiene elasticidad, plasticidad. Es por ello que hace posible que los sentidos conserven las potencias intencionales hacia los sensibles (las tendencias hacia, la susceptibilidad de), que es la potencia material de acercarse a los objetos propios que se deben desear. Es también, el sustrato material sobre el que el deseo y el pensamiento tienen lugar. En tanto materia blanda, que se caracteriza por su plasticidad, es susceptible de recibir múltiples formas, tantas como son las intenciones. Con lo que cierra Al-Farabi esta descripción, es con el cómo se relaciona esta materia preparada para recibir objetos, con el sentido común, en el cual convergen todos los rsum al-mahsusat, que la traducción vierte como representaciones de los sensibles 207, podríamos más bien pensarla como: contornos, dibujos, formas preliminares, bosquejos, prefiguras de los sensibles, porque se trata más de una susceptibilidad de captar que de una representación, la imagen es una impresión más que una representación, la imagen se forma cuando plasmamos la forma de algo, la representación ya contiene discurso, está “puesta en escena”. La “puesta en escena” equivale al régimen de verdad, a la ley. Aquí se trata de pensar la potencia de desear y de pensar, más allá de lo prohibido en términos de verdad establecida y principio de exclusión. Pues se trata de que el sustrato material de la imaginación y el pensamiento pueda captar tantas sensaciones, imágenes e inteligibles como intenciones hay en la materia común, a la cual pertenece el hombre como especie animal. Es por ello que Al-Farabi habla de “cierta blandura”, pareciera ser que sentimos y conocemos (el placer, algo que nos acerca a lo perfecto si tenemos por fin a la felicidad), más bien por un flujo de realidades sensibles, imaginables y racionales, que por obediencia a normas que por lo general, tienden a ser rígidas, y en ese sentido, en términos de Al-Farabi, son secas, no logran hacer correr la información sobre los sensibles percibidos; sería como un rey que no 207 No debemos olvidar que el Islam como religión carece de representación, es decir, la prohíbe, por lo tanto en sus culturas no se desarrollaron las artes representativas, recuérdese a este respecto el notable texto de Borges sobre Averroes. Borges, Jorge Luis. “La busca de Averroes”. En El aleph, Buenos Aires: Emecé, 1989.pp. 91-103. Además viene de la raíz r-s-m que hace al verbo rasama – dibujar. 134 percibe las noticias de todos sus principados, y en consecuencia, sus decisiones sobre el reino en total, serían tal vez equivocadas por falta de información. En este sentido, todos los gobiernos serían defectuosos, en la medida en que su forma de gobernar sea a través de leyes o normas. Recapitulemos: de los rsum al-mahsusat bosquejos de los sensibles, nacen las representaciones de los llamados fantasmas, cuya expresión árabe es rsum al-metjayalat, es decir, los contornos o bosquejos, o las formas preliminares, de lo imaginable, son la susceptibilidad de captar todas las intenciones que existen en cuanto sensibles, imaginables y pensables hay. En esta multiplicidad de experiencias por las que nuestra sensibilidad e imaginación se ven interpeladas, queda por examinar cómo es que las piensa o las recibe la potencia racional. Sin embargo, pareciera ser que es en la convergencia de la plasticidad de los bosquejos de los sensibles con la plasticidad de los bosquejos de los imaginables, que el acto del pensar tiene lugar. De manera que, la potencia racional vendrá a ser la que nos hace saber acerca de la experiencia, y de cómo ejercer el predominio sobre esas interpelaciones que nos causan deseo o rechazo. “Después de esto resta que en la potencia racional se impriman las diversas clases de inteligibles. Entre los inteligibles cuya naturaleza es imprimirse y representarse en la potencia racional, unos son inteligibles que en sí mismos son entendimientos en acto e inteligibles en acto – son seres exentos de materia-; otros inteligibles no son en sí inteligibles en acto, v. gr., las piedras, las plantas, y, en general, los cuerpos o lo que existe en cuerpos dotados de materia, la materia misma y cuanto por ella subsiste –estos seres no son ni entendimientos en acto ni inteligibles en acto-. En el entendimiento humano que naturalmente desde el comienzo conviene al hombre208, hay una cierta disposición que, en una materia preparada para recibir los inteligibles209, es en potencia un entendimiento, el entendimiento material, y en potencia es también un inteligible. Todas las demás cosas que existen en la materia y la materia misma y las que están dotadas de materia, no son en sí mismas entendimiento en acto ni entendimiento en potencia, sino que son inteligibles en potencia y pueden devenir inteligibles en acto. Por sí solas no son suficientes para devenir inteligibles en acto. Tampoco en la potencia racional ni en lo que la naturaleza le ha concedido, hay suficiencia para devenir entendimiento en acto, sino que, por el contrario, para convertirse en entendimiento en acto es necesario 208 El texto árabe dice: “Al ‘aql al-insani al-ladi iuhassil lahi bi-al-tabi’ fi awal amr-hi”, p. 96. Que más se podría traducir: “el intelecto humano el cual se da para él por naturaleza desde el comienzo”. 209 Aquí el traductor omite una palabra, el texto árabe dice “materia preparada para recibir –rsum al-ma’qulat – los ‘dibujos’ de los inteligibles”. Al ma’qulat es los inteligibles. Rsum, es literalmente los dibujos, y en el contexto en que estamos, es difícil darle el significado de forma o imagen, ya que para eso se usaba sura o su plural suwar. 135 un ser externo que la reduzca de la potencia al acto. El entendimiento en potencia se convierte en entendimiento en acto, cuando llegan a realizarse y actuarse en él los inteligibles. Igualmente los inteligibles en potencia se reducen a inteligibles en acto, cuando llegan a ser objeto del entendimiento en acto, pero primero preexigen un ser externo que de la potencia los reduzca al acto. Este agente que de la potencia reduce al acto, es una esencia cuya substancia es ser entendimiento en acto y separado de la materia. Este tal entendimiento es el que confiere al entendimiento hílico o material que es entendimiento en potencia, algo que equivale a la luz que el sol confiere a la vista. La proporción del entendimiento inmaterial al entendimiento material o hílico es análoga a la del sol a la vista. La vista es cierta potencia y disposición en la materia. Antes de ver, es visión en potencia y los colores antes de ser vistos son colores visibles en potencia. En la naturaleza de la potencia visiva que se da en el ojo, no hay suficiencia para convertirse en visión en acto, ni la naturaleza de los colores es suficiente para convertirlos a ella por sí sola en colores visibles en acto. El sol ha de dar a la vista la luz que la alumbre y dará a los colores la luz que los alumbre. Mediante la luz que viene del sol, la vista llegará a ser vidente en acto y se convertirá en vista en acto. Igualmente mediante la luz los colores llegarán a ser visibles en acto después de haber sido visibles en potencia. Del propio modo, un entendimiento en acto confiere al entendimiento material o hílico algo que se imprime en él. Esa huella (ese algo) respecto del entendimiento material o hílico es como la luz respecto de la vista. Como la vista mediante la luz ve a la luz misma que es la causa de su visibilidad y ve al sol que es la causa de la misma luz y ve los objetos que de visibles en potencia han llegado a ser visibles en acto: así el entendimiento material o hílico mediante algo que es como la luz respecto de la vista, conoce ese algo y mediante él ese entendimiento material o hílico conoce al entendimiento en acto que es la causa de las representaciones de aquel algo en el entendimiento hílico y conoce los objetos que de inteligibles en potencia han llegado a ser inteligibles en acto y así después de haber sido entendimiento en potencia se convierte en entendimiento en acto. La acción de aquel entendimiento separado en el entendimiento material o hílico es como la acción del sol en la vista. Por eso se llama entendimiento agente. Su puesto y grado entre los seres separados que mencionamos al hablara de la Causa Primera, es el décimo. El entendimiento material se llama también entendimiento paciente. Cuando en la potencia racional produce el entendimiento agente aquello que es como la luz respecto de la vista, entonces los sensibles conservados en la imaginativa se convierten en inteligibles de la potencia racional y esos son los inteligibles primeros comunes a todos los hombres, v. gr., que «el todo es mayor que la parte» y que «las magnitudes iguales a una misma cosa son iguales entre sí». Los inteligibles primeros comunes a todos los hombres son de tres clases: la primera contiene los principios de la geometría especulativa; la segunda, los principios de lo honesto e inhonesto en las cosas que el hombre debe hacer; la tercera, los principios útiles para comprender las maneras de ser de los seres cuya existencia no puede ser objeto de una acción humana, dando a conocer sus principios y grados, v. gr., el conocimiento de los cielos, de la Causa Primera y de los demás principios últimos y lo que debe su origen a esos principios.” (Cap. XXII, pp.68-70). 136 El mismo comienzo de este capítulo sobre cómo conoce la potencia racional, muestra cómo Al-Farabi concibe al hombre separado del logos, lo que significa descartar lo psíquico de su léxico filosófico. Y es que saber cómo conoce la potencia racional, no es preguntarse por un proceso psíquico o mental del conocer, sino que es preguntarse cómo se imprimen; esto es, cómo se plasman en el intelecto humano –que es una cierta disposición que se da desde el comienzo y en potencia, en una materia preparada para recibir formas, imágenes-, las diversas clases de inteligibles. Esta “cierta disposición”, es en potencia un intelecto, el intelecto material –como lo llama Al-Farabi-, y nos dice, en potencia es también un inteligible. Previamente a proponer esto, ha explicado que entre los inteligibles que son susceptibles de ser captados por el intelecto humano, hay los que son entendimientos e inteligibles en acto, este es el caso de las cosas exentas de materia. Pues bien, también hay los que no son inteligibles en sí y en acto, sino que son solo inteligibles en potencia, este es el caso de los cuerpos dotados de materia. Luego, nos dice sobre el hombre –que es cuerpo y animal- que, si bien no es entendimiento e inteligible en acto, a diferencia de los demás animales y seres dotados de materia, puede, además de ser inteligible en potencia y poder devenir inteligible en acto, ser intelecto en potencia y devenir intelecto en acto. Lo que significa que de entre los cuerpos animados y no animados, el animal racional o hablante (Hayawan natq), es el único que puede, además de ser inteligible en potencia y poder devenir inteligible en acto, ser entendimiento en potencia y poder devenir entendimiento en acto. Ahora, con todos los seres dotados de materia ocurre, que no son suficientes por sí mismos para devenir inteligibles en acto. Igualmente ocurre con la facultad racional del hombre, tampoco basta por sí misma para devenir entendimiento en acto, requiere de un ser externo que la lleve de la potencia al acto, tal es el intelecto agente, que como vimos en la descripción del cosmos, es la última sustancia separada de la materia, es por decirlo de alguna forma, el medio entre el mundo supralunar y el mundo sublunar, es decir, entre el separado de la materia y el material. Es una sustancia intermedia que garantiza la marcha paralela entre lo verdadero y lo ente. 137 Hay que decir que, este es un capítulo que da para mucho. Muchas páginas se han escrito sobre este tema y miles más se podrían escribir, desde Aristóteles, el mundo tardo antiguo, el islam clásico y el Medioevo, o bien, los medios evos en los términos de De Libera. Pues trata sobre lo que contiene el Libro Tercero del De Anima de Aristóteles, y particularmente en el parágrafo 430a, del que según Andrés Martínez Lorca, sus primeras dieciséis líneas “han provocado tal cantidad de comentarios que constituyen por sí mismas un importante apartado en la historia de la filosofía”210. Además, sobre el tema en particular, en la constelación de investigaciones en la que se inscribe la presente, difícilmente se puede superar La trasparenzza dell’immagine de Emanuele Coccia211, por lo que para una discusión más profunda sobre el medio de la transparencia, su presencia e importancia en la diversidad de tradiciones filosóficas, remito a esta obra. Aquí, la parte acerca de lo que el intelecto agente otorga al intelecto material, no la abordamos profundamente, sino que la trabajamos solo en la medida en que nos sea útil o necesaria para el propósito de nuestra lectura en cuanto a este pasaje. Lo que aquí nos interesa, es saber si podemos establecer algún tipo de relación, más bien, conexión, contacto, percusión (entendida como acciones de cuerpos sobre cuerpos), entre lo que arriba veíamos que eran el deseo y la potencia del pensamiento, y el intelecto agente. En la medida en que ambos cumplen, según su acción propia descrita, la función de “ayudar a hacer” que la potencia racional imprima los inteligibles; en el caso del deseo y la potencia del pensamiento es el calor, en el caso del intelecto agente, es eso que equivale a la luz. Quizá es aquí donde podamos encontrar la correspondencia entre la plasticidad de las intenciones y la plasticidad de los inteligibles; el deseo y la potencia del pensamiento desde lo material y, el intelecto agente desde lo inmaterial. Ambos (potencia del pensamiento e intelecto agente), ayudan como medios (si tal acción no existiera ellos no obrarían) a que la facultad racional conozca aquello que quiere, el primero, preparando la plasticidad de la materia, el segundo, otorgando eso que como la luz, que es el primer y más perfecto visible, es posibilitador de la visibilidad, en cuanto al intelecto, significa hacer 210 Averroes. Sobre el intelecto. Edición e introducción de Andrés Martínez Lorca. Madrid: Trotta: 2004. p.33 Este libro ya ha sido citado en su versión española: Coccia, E. Filosofía de la imaginación: Averroes y el…op.cit. 211 138 posible la plasticidad de los inteligibles. Y así como el calor, que proviene en exceso desde el corazón, es moderado por el cerebro para que la imaginación y el pensamiento tengan lugar, la luz que otorga el intelecto agente en tal intensidad, es moderada por nuestra condición animal de privación, por lo que nos encandila, y se torna en una débil potencia de conocer. Y así como la polaridad que habitamos, entre el límite de la deficiencia y la meta de la perfección, conceptualmente su escala de perfección se da desde la meta al límite, sensiblemente ocurre lo contrario. El exceso de sensaciones y de imaginables, que es nuestra mayor posibilidad de llegar a la perfección en caso que lográramos hacernos concepto de la mayor parte de ellos o de su totalidad, es percibido racionalmente por una débil potencia. Finalmente, hay unas palabras de Al-Farabi que pertenecen casi al cierre del capítulo, las cuales podrían ser leídas como el fundamento noético de una comunidad política universal, como la describirá él mismo más adelante, cuya verdad, es decir, cuyos principios que conducen a la felicidad, son independientes de la religión y de la ley. Recordemos: “Cuando en la potencia racional produce el entendimiento agente aquello que es como la luz respecto de la vista, entonces los sensibles conservados en la imaginativa se convierten en inteligibles de la potencia racional y esos son los inteligibles primeros comunes a todos los hombres” Este es el momento en que, según nuestro filósofo, el intelecto agente le ha otorgado al intelecto material eso que en la visibilidad equivale a la luz, y entonces los sensibles conservados en la imaginación se convierten en inteligibles de la potencia racional, es decir, se forma conceptos de ellos, y estos son los inteligibles primeros y comunes a todos los hombres. Aquí, primero, Al-Farabi da la clave para la conexión entre la potencia del pensamiento – que es un deseo atemperado e intencional, con el intelecto agente – que es una sustancia inmaterial-. Y es que la acción del intelecto agente, hace posible la función de la potencia racional, en la medida en que, a través de lo que da –que son los inteligibles-, hace posible el predominio sobre los objetos de la imaginación, que provienen a su vez, de la interacción con los sensibles exteriores. Y asimismo, la potencia del pensamiento y el deseo son lo que produce el acercamiento, la tendencia hacia que, lo que nos da el intelecto agente, nos haga sentido. Por lo tanto, ni los inteligibles, ni la potencia 139 racional, ni los sensibles bastan por sí solos para ser sentidos, imaginados o pensados, es necesaria para que ello se produzca, la acción de medios. Eso es el deseo y la potencia del pensamiento, que en su caso, se conecta con el intelecto agente porque acerca al intelecto humano a lo que este le ofrece. Aquello que se ofrece en el intelecto agente, según Al-Farabi, cuando llega a coincidir que todos los hombres lo desean por igual, entonces será posible la comunidad universal. Si la filosofía política de Hobbes enseñó a la economía posterior a gobernar la escasez de recursos, es porque antes había enseñado que el deseo de algo de parte de todos por igual significa la guerra de todos contra todos. Eso es porque clausura la posibilidad de experiencia común. Mientras Al-Farabi enseña que la imagen del hombre y sus posibilidades tanto de conocer como de hacer comunidad, se basan en una ética que busca justamente la felicidad en común, la experiencia común, y ese es el deseo, la tendencia a los inteligibles. Incluso hay unos inteligibles primeros comunes a todos los hombres. Si hay inteligibles comunes a todos hombres, es porque hay un intelecto en potencia dispuesto a recibirlos, en su carácter de comunes a todos los hombres, por lo que debe ser también el intelecto común a todos los hombres. Veamos a continuación, cómo Al-Farabi explica el nacimiento del deseo y las formas que toma, al momento en que al hombre se le ofrecen, se le dan, los inteligibles desde el intelecto agente. Podríamos decir también, y continuando con la hipótesis planteada, que se trata de un capítulo que profundiza la conexión entre la plasticidad material para recibir formas y la plasticidad inmaterial existente en las intenciones de los inteligibles. Este se titula: “Sobre la diferencia entre la voluntad y la elección, y sobre la felicidad”. Leamos: “Cuando al hombre se ofrecen esos inteligibles, naturalmente se despierta en él la consideración, la reflexión, el recuerdo y el deseo de llegarlos a descubrir, un apetito o tendencia tanto hacia aquellos que ya conoce y ama, como hacia aquellos que anda por descubrir, o, por el contrario, es tendencia contra aquello que siente aversión. A ese apetito respecto de lo que percibe, se reduce, en general, la voluntad, la cual cuando proviene de los sentidos o de la imaginativa recibe el nombre general de irada = voluntad, querencia212, mientras que cuando se debe precisamente a la reflexión y a la razón se llama ijtiyar = libre albedrío, elección. Este se encuentra en el hombre como algo característico. El apetito o querencia que 212 También Deseo 140 proviene de los sentidos externos y de la imaginativa tiene igualmente lugar en los animales. Con la posesión de los primeros inteligibles posee el hombre tan solo una perfección primitiva. Tan sólo esos inteligibles lo capacitarán para llegar a su última perfección. En ésta consiste su felicidad, la cual se reduce a que el alma humana llegue a un modo de ser tan perfecto que ya para subsistir no necesite de la materia, sino que llega a ser de la reunión de los seres exentos de cuerpos y de la reunión de substancias separadas de la materia que perpetuamente perseverarán en ese estado, si bien siempre quedarán inferiores al entendimiento agente. Esta felicidad se llega a poseer mediante actos voluntarios, algunos de los cuales serán espirituales, mientras que otros serán corpóreos. (…) Hay acciones voluntarias que impiden la felicidad. Es ésta un bien que se busca por sí mismo. No se busca para que, teniéndolo por cierto tiempo, mediante ese bien obtengamos otros ni después de la felicidad puede el hombre obtener otro bien mayor. Las acciones voluntarias que sirven para obtener la felicidad, son acciones honestas. Las disposiciones y hábitos interiores que han de proceder de tales acciones, son las virtudes. Estos son bienes no precisamente por sí y por sus esencias, sino que son bienes en cuanto que sirven para la felicidad. Las acciones que impiden la felicidad son acciones malas y deshonestas. (…). La razón de la potencia nutritiva en el hombre no es otra que el servicio del cuerpo; en cambio los sentidos externos y la imaginación sirven a la vez al cuerpo y a la potencia racional, y aun el servicio que al cuerpo hacen estas tres facultades, debe reducirse al bien y al servicio de la potencia racional, porque la subsistencia de la potencia racional es primordialmente debida al cuerpo. La potencia racional puede ser práctica y puede ser especulativa. La práctica sirve a la especulativa, pero ésta no está al servicio de otras facultades; mejor dicho, tan solo mediante ella se llega a la felicidad. Todas estas facultades están relacionadas con el apetito; el apetito sirve a los sentidos externos, a la imaginativa y a la razón. Las facultades serviles perceptoras no pueden prestar su servicio ni su acción sin la intervención del apetito. Las sensación externa, la imaginación interna y la reflexión no bastan por sí solas para obrar, cuando no van acompañadas del amor a lo que se siente o imagina o conoce y reflexiona. La voluntad consiste en esta tendencia del apetito a lo que se ha percibido. Cuando la facultad especulativa conoce la felicidad y se la propone como fin y la ama con verdadera querencia e investiga con reflexión lo que en el caso conviene hacer hasta lograr eso con la ayuda de la imaginativa y de los sentidos; cuando finalmente se ejecutan esas acciones mediante los órganos del apetito: entonces esas acciones humanas serán buenas y honestas. En cambio, cuando no se conoce la felicidad o conociéndola, no se la propone como fin de sus amores, sino que se proponen por fin otras cosas distintas de ella y las ama el apetito y la reflexión investiga lo que entonces conviene hacer para obtener eso con la ayuda de los sentidos externos y de la imaginativa; cuando finalmente se ejecutan esas acciones mediante los órganos de los sentidos: entonces ninguna de esas acciones será buena y honesta”. (Cap. XXIII, pp.71-73). Nuestro propósito al comentar este pasaje es ver cómo se explica el nacimiento del deseo y las formas que toma, al momento en que al hombre se le ofrecen, se le dan, los inteligibles desde el intelecto agente. Veremos también que es un capítulo que 141 propone cierta estructura del deseo, que nos pone ya en condiciones de concluir ciertas cosas de importancia en cuanto al pensamiento de Al-Farabi como uno que otorga autonomía ontológica a los medios. Cuando se dan al hombre estos inteligibles primeros, vienen a él (la-hi) por naturaleza (bi-al-tabi’), la consideración, la reflexión y el recuerdo, y desea (al modo de amor, pasión, en árabe tashuq) ir hacia su descubrimiento. Le vienen también, un deseo, un tender a, por aquellos objetos que ha conocido y por los que no, y amor o aversión por los que no ha descubierto. Este deseo hacia lo percibido, recibe el nombre de voluntad (irada) –el querer-. Cuando este deseo es sobre las sensaciones o la imaginación, recibe el nombre general de voluntad, y cuando este deseo versa sobre la razón (o la capacidad de hablar, natq) recibe el nombre de elección – ijtiyar, y ésta se encuentra particularmente en el hombre. Mientras que la voluntad proveniente desde los sentidos y la imaginación está también en los demás animales. Con la recepción de los inteligibles primeros comunes (que son como la luz a la vista), el hombre obtendría su primera perfección, que es la capacidad de ver y decidir sobre las formas, imágenes, inteligibles, cuando su deseo le produzca tendencia de amor o aversión hacia ellos, de manera de llegar a la última perfección. Y esta es la felicidad, dice. Sin embargo, recordemos que antes Al-Farabi nos decía que la luz encandila al hombre, por lo tanto, esta primera perfección, que es como la primera capacidad para recibir los inteligibles, es sólo una débil potencia para conocerlos, ya que al recibir la luz, es decir, la visibilidad, hemos sido al mismo tiempo encandilados. Porque si pudiéramos ver todo con claridad y en una sola esencia desde que se nos da esta capacidad, entonces devendríamos rápidamente entendimiento en acto, lo que simplemente no es nuestra condición. Obtenemos esta capacidad de conocer, de manera que llegar a la última perfección es la búsqueda de las formas e inteligibles que por instantes nos producen placer y nos hacen sentir cercanos a la perfección. En esto consiste la felicidad, en la búsqueda de los inteligibles que nos corresponden en tanto nos los ofrece el intelecto agente, y en tanto, nuestro deseo, nuestra potencia del pensamiento, nos llevan hacia ellos. Por lo tanto, la potencia racional en tanto potencia de conocer es débil, por lo que no basta por sí sola para conocer, como hemos visto, por eso existe el deseo, que sin 142 su intervención no son posibles el imaginar o el pensar. Pero también, es por esto, por debilidad de nuestra potencia, que las ideas y/o acciones se mantendrán siempre inferiores al intelecto agente. La estructura del deseo que Al-Farabi describe en este capítulo, la podríamos definir así: nace de las afecciones de los cuerpos exteriores y del ofrecimiento de los inteligibles al hombre; no es cuerpo ni sustancia; tampoco es intelecto, inteligible ni inteligente, sea en potencia o en acto; tiene causas naturales que son materiales – el calor innato (hararat al-gharizi)- e inmateriales – espíritu animal o innato (al ruh al hayawani, al ruh al gharizi). Su naturaleza es solo una función: ayudar a que la potencia racional conozca o que la imaginativa imagine o que la sensitiva sienta, es decir, ayudar a que estas facultades impriman las impresiones que les corresponden según sus perfecciones, las impresiones que necesitan para completar su privación (istikmali-hi213). Pues sin su intervención (la del deseo) es imposible que las potencias sensitiva, imaginativa o racional obren. El deseo es un puro medio que actúa como: tendencia, inclinación, querencia, voluntad, decisión, amor, aversión, rechazo, repulsión. Produce la tendencia, la conexión que hace posible el acto de algo, y en ese sentido es una potencia (al quwwa al-nuzu’iyyah, al quwwa alfikriyyah, del deseo, del pensamiento), una potencia que, sin embargo, no obra. No obra porque el deseo es una potencia auxiliar, lo que se actualiza en los actos en que interviene son las potencias que éste ayuda, la sensitiva, la imaginativa y la racional, pero no él mismo. El deseo es una potencia sin acto, un medio sin fin. Cuando el deseo es sobre lo que corresponde al conocimiento intelectual, se llama, como ya hemos dicho, potencia del pensamiento y, es característica de los hombres, así como la elección o decisión, mientras que la voluntad (el deseo) proveniente de los sentidos o de la imaginación, la tenemos en común con los animales que “no hablan como nosotros”214. 213 Istikmal viene de Kamal, perfección, por lo tanto puede ser traducido como perfeccionamiento o alcanzar la perfección. El sufijo hi indica su perfección, en este caso, la del hombre. Ahora, Kamal también significa acabamiento en el sentido de completar algo que requiere ser completado. 214 Hemos propuesto esta expresión por varios motivos. Primero, como hemos visto Al Farabi cuando habla de la potencia racional, la llama Quwwa al natqa, natq es tanto racional como hablante. Como él permanentemente hace referencia a nosotros los hombres, que tenemos el pensamiento y habla como característicos, sin embargo, hemos visto que establece solo una diferencia de grado y no de naturaleza entre el animal y el hombre. En segundo lugar, toda la diferencia entre el animal y el hombre, nosotros la hemos 143 Hasta aquí, en cuanto se trata de leer en Al-Farabi una cierta ontología de la potencia, o bien, una filosofía que otorgue autonomía ontológica a los medios, podemos enumerar y caracterizar brevemente ciertos medios que, no son más que eso, medios, que no obran, no se actualizan, pero que en cierta manera “hacen el mundo conocido por nosotros”. Estos son: - El ser del segundo grado: no tiene nombre más que ese, habíamos dicho por lo mismo que, no tiene identidad. Su función es sólo producir la multiplicidad a partir de la generación del primer cielo (que es el tercer ser separado de la materia). - El intelecto agente: es una sustancia inmaterial (la undécima), cuya única función es ofrecer, dar, al hombre los inteligibles, que son infinitos, tantos como infinidad de formas. - Materia común: no es la materia de ningún cuerpo en particular, pero es la posibilidad de existencia de todos los cuerpos, naturales o voluntarios, animados o inanimados, a partir de ésta existen desde los elementos (aire, tierra, agua, fuego) hasta los animales. - Deseo: es aquello que hace posible que los sentidos, la imaginación o la razón actúen. Es la tendencia hacia los objetos. Produce el amor o la aversión por ellos. En consecuencia, es en última instancia, el medio por el que decidimos qué cosas tomar y qué cosas dejar. - Potencia del pensamiento: es el deseo cuando versa sobre objetos de la potencia racional, por lo que es solo característico de los hombres. Porque además de constituir la tendencia, al ser el medio de la facultad racional produce también otras cosas, con mayor nivel de perfección, con mayor acabamiento de privación. Es igualmente un medio, pero al ser el medio característico del deseo humano, a lo que ayuda es a la expresión de palabras y acciones. No solo genera la aprehensión sensible, imaginal o intelectual de algo, sino que al ser lo que hace que actúe la potencia racional, sus objetos, o bien las acciones en las que interviene, tienen que ver con la razón práctica y la teórica. Es decir, interviene en la invención de los modos de producción para la subsistencia, así como los modos del goce, y los recibido de la diferencia que establece Aristóteles entre phoné y logos, es decir, entre voz y lenguaje. Los animales sólo tendrían voz, mientras que los hombres lenguaje. Esto es porque los objetos de su potencia racional requieren expresarse de esta forma. 144 modos de gobierno, las reglas, las normas, las leyes, las instituciones, para el dominio o la convivencia, o la aversión hacia esos objetos. También interviene en las acciones de la razón especulativa, que sin servir para otra cosa, son las que constituyen el camino hacia la felicidad. Dicho esto, quizá convenga referirnos a la mirada filosófica de Al-Farabi como una que da autonomía ontológica a los medios (como lo reclama Coccia de las imágenes), lo que sería precisamente, una ontología de la potencia. Es decir, AlFarabi indaga allí donde es posible que surjan todas las formas posibles, y de qué modo puedan éstas ofrecerse al hombre, y de qué modo éste las toma o las deja, y de qué manera se gobierna al deseo por la razón cuando es constituido en objeto pensado y hablado. Es a esto, a lo que Foucault llamaba una problematización 215, a la manera en que las cosas se constituyen en objetos del pensamiento. Bueno, además de esta problematización, Al-Farabi nos ofrece una tentativa del nacimiento del pensamiento que constituye a determinados sensibles en sus objetos, y nos enseña que todo esto no ocurre solo con la existencia de las facultades y de los objetos sensibles exteriores, sino que es necesario que para que sintamos, imaginemos y pensemos, intervenga una potencia exterior, un medio, que es el deseo, que en cuanto a como lo bosqueja, y expresa el hombre en el habla, se llama potencia del pensamiento, de modo que la potencia racional no solo conoce, sino que posibilita la reproducción de objetos artificiales que intensifican ciertas sensaciones o evocan ciertos recuerdos o despiertan ciertas experiencias en la imaginación, o se hace concepto de todo ello, por eso dice que “es la potencia que hace posible las artes y las ciencias”. Pero como él mismo ha señalado, es imposible que ésta actúe si no es movida por el deseo, por la potencia del pensamiento. De esta manera, en lugar de ser una ontología que se le oponga a la ontología del acto, simplemente se trata de una filosofía que da autonomía ontológica a los medios, en la medida en que entiende que lo verdadero es la marcha paralela entre el ser y el ente, y que a todo ente, o acto, va unida una potencia que no puede reducirse a ese solo acto. Pero para ello es necesario comenzar por la primera conexión necesaria, y esta Al-Farabi justamente la sitúa en una que es necesaria para el acto de pensar. Y 215 Véase capítulo II. 145 de ahí hacia atrás, el Segundo Maestro indaga allí donde ya hay una premisa asumida para la ontología, y es que el hombre es un animal racional. Al-Farabi parte de la constitución del cosmos en cuanto sustancias que hay sobre la luna, y el mundo material, del que formamos una partecita mínima, en cuanto meros animales, pero que a diferencia de los demás, podemos ejercer el predominio sobre las sensaciones y la imaginación, a través del concepto y la palabra, y dar forma a las acciones según el concepto y el discurso. Se problematiza al propio sujeto que hace posible a la ontología, al sujeto cognoscente. Quizá en los términos metodológicos de Foucault, diríamos que Al-Farabi inicia una mirada, que puede ser vista como arqueológica, y es propiamente una arqueología de lo humano, en la medida en que, su supuesto, no es el sí mismo que puede conocer, sino el conocer lo demás para llegar al conocimiento de sí mismo, pero en paralelo, así como se dan los mundos material e inmaterial, que son según las formas que vayan adquiriendo, lo verdadero. No hay un sujeto que de suyo conoce, ni actúa, ni imagina, ni siente, ni cosas que lo interpelan para ello que basten por sí solas para producir una relación, sino que, en cada grado de perfección se hace necesaria la ayuda de un medio, que es medio puro porque no necesita de obrar, y tampoco actuaría si no existiera tal acción, que es el deseo. Y es en ese sentido que, simplemente se trata de una filosofía que da autonomía ontológica al medio, o bien, reconoce un propio modo de ser a los medios y la potencia, y en consecuencia, más que algo que se le oponga a una ontología del acto, se trata de salvar en todo acto la propia potencia. Se trata de una línea del pensamiento aristotélico que quedó al margen, condenada intermitentemente, así como ella misma conoce, y que, es lo que hemos visto que se llama averroísmo, cuya fuerza tiene una intermitente historia en la filosofía. C) Parte Política De tomar tan solo el índice del libro de la Ciudad ideal, ante la interrogante de dónde comienza la parte política del texto si es que alguna división así es propuesta, la respuesta quizá más esperada sería decir que comienza en el capítulo XXVI, que trata sobre la necesidad del hombre de vivir en comunidad. En cambio, hemos 146 comenzado nuestra parte política, con el comentario al capítulo XXV, “sobre la inspiración y las visiones de los ángeles”, que podría de hecho ser visto como el último capítulo de la parte noética, y sin embargo, si es que se ha ubicado aquí, es porque en este capítulo, Al-Farabi expone un problema político muy importante, el de cómo acontece una profecía y si esto autoriza de inmediato un orden político. Ya habíamos visto antes, en la sección sobre el prejuicio straussiano del capítulo anterior, el problema de Al-Farabi y el profeta, abordamos la cuestión en varios de sus textos, y reservamos lo que sobre el tema dice en la Ciudad ideal para la presente sección. Sin embargo, no solo hemos comenzado la parte política con este capítulo porque es aquí donde se hace cargo del problema de la relatividad de la profecía en cuanto a otras leyes políticas, sino también porque, en la medida en que es un capítulo que profundiza la teoría de la imagen, es decir, la teoría según la cual nos reconocemos en una imagen, y en un cuerpo que no somos nosotros –y que en cuanto seres posibles, somos seres de exterioridad-, es necesario que preceda en una lectura política al siguiente capítulo que es sobre la necesidad de la comunidad. Es decir, hemos comenzado la parte política con este capítulo porque antes de definir la necesidad de comunidad, es necesario definir el sujeto posible sobre el que se funda la comunidad, por lo tanto, el sustrato común intermedio – entre lo material e inmaterial- desde el que tiene lugar toda comunidad. “Pues bien: cuando la imaginativa en cierta persona es muy activa y perfecta y cuando de fuera se le ofrecen sensibles que no la llegan a dominar absorbiéndola por completo, aunque tampoco prestan entonces un servicio especial al entendimiento, sino que aun ocupándose de ella ambas cosas todavía hay en ella virtud múltiple (bastante) para ejecutar las acciones que la caracterizan; y cuando su estado al ocuparse de ambas cosas en tiempo de vigilia, es como el estado que tiene al dejarlas en tiempo del sueño y por eso muchas de esas cosas que el entendimiento agente les comunica, las imagina ella mediante los sensibles visibles que imita: entonces la representación se repite e imprime en la potencia sensitiva. Cuando esas imágenes se producen en el sentido común, la potencia visiva reacciona pasivamente con esas imágenes y también se imprimen en ella. De la impresión que hay en la vista, se produce la impresión del mismo objeto en el aire iluminado y contiguo a la vista y atravesado por el rayo visual. Cuando se forma en el aire aquella impresión queda en el aire una nueva imagen y ésta directamente se imprime en la potencia visiva de los ojos y se refleja de nuevo hacia el sentido común y hacia la imaginativa. Todas estas cosas se realizan uniéndose unas con otras, y así lo que el entendimiento agente había 147 comunicado al hombre, le llega a ser visible. Si aquellos objetos que la imaginativa imita, eran sensibles de suma belleza y perfección, el que los ve dirá que Allah tiene cosas grandes, magníficas y maravillosas y verá maravillas que no se pueden encontrar en todos los demás seres existentes. Nada impide el que un hombre cuya imaginativa es perfecta, reciba del entendimiento agente, aun en el estado de vigilia, objetos particulares, presentes y futuros o sus representaciones o imitaciones sensibles, o que reciba representaciones referentes a los inteligibles separados y demás seres nobles y que el hombre los esté viendo. Así mediante los inteligibles que recibe, habrá una profecía de cosas divinas. Tal es el más prefecto grado a que puede llegar la imaginativa y el más alto grado a que mediante esa potencia puede llegar el hombre”. (Cap. XXV, pp.79-80) Debemos señalar en primer lugar, que se trata de un capítulo sobre la imaginación y la imagen. Cosa que no es menor. En la medida en que aquí se hace evidente la teoría de la transparencia de la imagen, es decir, que: “De la impresión que hay en la vista, se produce la impresión del mismo objeto en el aire iluminado y contiguo a la vista y atravesado por el rayo visual”216; lo que significa que hay un algo intermedio que contacta al inteligible con el inteligente para que este devenga intelecto en acto, un medio exterior, exterior al inteligible y al sujeto inteligente, pero es lo que acerca al sujeto a los inteligibles, ya hemos visto en profundidad esto en paginas anteriores, este medio se llama deseo, y cuando versa sobre objetos de la expresión del lenguaje se llama potencia del pensamiento. Por eso, introducir la parte política con un texto sobre la imagen, es introducir a la parte política con un texto que evidencia la potencialidad del sujeto de la comunidad. Luego, el cómo tiene lugar una profecía, no dista mucho de las ideas que ya habíamos visto planteadas en otros textos: el que en una persona coincidan excelente imaginación, percepción y persuasión. Sin embargo, lo que aquí hace la diferencia es que previamente ha habido una reflexión sobre el sueño 217 y sobre la imaginación que es más profunda, y lo que 216 Esto es lo que Aristóteles identificó como lo diáfano, lo transparente, la transparencia que hace posible toda visión e imagen. 217 “La imaginativa es una facultad intermedia entre los sentidos externos y la facultad racional. Cuando las potencias auxiliares de los sentidos externos sienten in actu y ejecutan también sus actos, la imaginativa funciona pasivamente y se ocupa de los sensibles que los sentidos le presentan y va recibiendo sus impresiones, pero al mismo tiempo se ocupa también en servir a la razón y de ayudar a la facultad apetitiva. Cuando los sentidos externos, la potencia apetitiva y la razón llegan a sus primeras perfecciones, de modo que ya no ejecutan obra ninguna más, como acaece en el sueño, la imaginativa queda a solas y desocupada de las impresiones de los sensibles que le presentan los sentidos externos, ni tiene ya entonces que servir a la razón ni a la razón ni a la potencia apetitiva. Se 148 vuelve, pues, entonces a las impresiones que en ella produjeron los sensibles allí guardados y conservados. Sobre ellos ejercita su actividad, componiéndolos y dividiéndolos entre sí. Pero además de emplearse en conservar las impresiones de los sensibles y en componerlos unos con otros, tiene una tercera función que consiste en la imitación. Entre todas las potencias del alma es característico de la imaginativa este poder de imitar los objetos sensibles que guardados perseveran en ella. Unas veces forma una imagen a imitación de los sensibles propios de los cinco sentidos, componiéndolos con los sensibles que guarda, a imitación de aquellos; otras veces imita los inteligibles; otras remeda a la potencia nutritiva; otras a la apetitiva; forma finalmente imágenes mixtas a imitación de lo que hay en los cuerpos. (…) Cualquier objeto que obre sobre esta facultad, si ella es en sí capaz de recibir su influjo y de recibirlo como se encuentra a parte rei, lo podrá recibir de dos modos: Primeramente podrá recibirlo como él es en sí mismo y como se encuentra en las cosas; en segundo lugar, puede formarse una imagen del objeto mediante los sensibles que para eso puedan servir. Ahora bien, si en sí misma es capaz de recibir el objeto como este es en sí mismo, lo recibirá formando una imagen del mismo mediante los sensibles que en sí encuentra entre los que son más a propósito para la representación de ese objeto; pero los inteligibles en cuanto tales no es ella capaz de recibirlos, porque al presentarle el entendimiento los inteligibles que de sus actos resultan, no los recibe como están en el entendimiento, sino que se forja una imagen a imitación de los sensibles. Si los objetos corpóreos le ofrecen una combinación que por algún tiempo le representan, tomará la combinación o mixtión de los sensibles que más a propósito tenga para eso. Cuando se ofrece a la imaginativa algo perceptible por los sentidos, lo recibirá ella unas veces tal cual se lo ofrecen, otras veces imaginando aquellos sensibles mediante otros sensibles semejantes. Cuando la potencia imaginativa encuentra a la apetitiva dispuesta con una disposición parecida a su cualidad esencial, sea por ejemplo, la ira, la concupiscencia, o en general, una acción cualquiera, imita ella al apetito componiendo las acciones correspondientes a aquel hábito o disposición que en el apetito encuentra entonces dispuesta a recibirlas. En tal caso las potencias auxiliares prestan su ayuda a los miembros serviles para que ejecuten los actos que esos miembros deben ejecutar cuando en la potencia apetitiva se dan aquellas acciones. En tales acciones la imaginativa se deja llevar o como incapaz de otra cosa, o como un muerto y tal vez no interviene absolutamente. Pero cuando la mixtión o combinación corpórea es tal que debe seguirse con el apetito cierta reacción, entonces forma una imagen de esa combinación mediante los actos de la potencia apetitiva debidos a aquella reacción, y, entonces antes que la reacción tenga lugar, los miembros en que reside la potencia auxiliar del apetito, se inclinan a realizar aquella acción, de manera que, cuando la mixtión o combinación corpórea es tal que con ella debe seguirse el apetito del acto conyugal, se forma la imagen de esa mixtión el acto conyugal y se despiertan los miembros de esa acción disponiéndose a ejecutarla, no por el deseo que en ese momento había, sino por la representación de la imaginativa que representa aquel gusto si la ejecuta. Lo mismo sucede en las demás reacciones. De este modo en el sueño se pone uno de pie y hiere a otro, o se levanta y huye sin que nada de afuera intervenga en eso. La imagen que del objeto se hace la imaginativa, hace las veces del objeto mismo como si fuera real. También la imaginativa imita al entendimiento en cuanto imita los inteligibles que se producen in actu mediante los objetos con que esos inteligibles suelen formarse. De ese modo imita los inteligibles de los objetos que rayan en el límite de la perfección, v. gr., la Causa Primera, los seres inmateriales, los cielos, etc., esto es, los imita mediante los sensibles más excelentes o más perfectos, v. gr., los objetos más hermosos de ver; en cambio, imita los inteligibles viciosos con los sensibles más viles e imperfectos, v. gr., los objetos feos a la vista. Del mismo modo imita los demás sensibles agradables a la vista. El entendimiento agente es la causa que reduce al inteligible en potencia al inteligible en acto y al entendimiento en potencia al entendimiento en acto. Aquello cuya naturaleza es convertirse en entendimiento en acto, es la potencia racional, la cual tiene dos funciones: la de especular y la de ejecutar. La naturaleza de su función práctica o ejecutiva es realizar acciones particulares, presentes y futuras, mientras que la naturaleza de la función especulativa es concebir los inteligibles que debe conocer. En ambas funciones acompaña siempre la potencia imaginativa a la racional. Lo que del entendimiento agente recibe la potencia racional es como la luz respecto de la vista; del entendimiento agente viene unas veces a la imaginativa cierta emanación y el entendimiento agente realizará entonces en ella una acción que proporcionará aquellos inteligibles de cuya naturaleza es que se produzcan en la razón especulativa, otras veces presentará los objetos particulares sensibles de 149 hay planteado aquí con la posibilidad de un profeta como jefe político, es la posibilidad, en cualquier momento, de un gobernante soñador (o que es capaz en ciertos momentos de transmitir en vigilia lo que el intelecto agente a los demás les transmite solo en el sueño), pues lo característico del tratamiento de la perfecta imaginación de un profeta, en este texto, tiene relación con que al individuo poseedor de esta imaginación tal, el intelecto agente le comunica en vigilia, lo que a otros solo les puede llegar a comunicar en el sueño, y este pequeño exceso hace más perfecta su imaginación, y le da una facultad superior sensible. Pero es una facultad superior sensible, no un imperativo divino. Una facultad común e, incluso, en la medida en que es sensible, es en uno de sus modos, material. El sueño es incluso, según lúcidamente nos dice Coccia 218, la única instancia en que creemos cuya naturaleza es que se produzcan en la razón práctica. De este modo la imaginativa recibirá los inteligibles mediante las representaciones e imitaciones sensibles que ella misma compuso y recibirá los objetos particulares, unas veces imaginándolos como ellos son en sí, y otras imaginándolos mediante otras imitaciones o representaciones sensibles. Estos últimos objetos particulares son los que hace la razón práctica cuando obra con reflexión y pueden ser presentes o futuros. Pero si estas cosas se producen en la imaginativa sin que la reflexión intervenga, entonces es que, después que anteriormente intervino la reflexión, se producen los mismos objetos. Durante los sueños el entendimiento agente comunica a la imaginativa los objetos particulares y las visiones verdaderas y le comunica los inteligibles que ella recibe, sustituyendo con ellos a los fantasmas propios e imitaciones en conformidad con las cosas divinas. Todo esto acontece en el sueño y algunas veces también en el estado de vigilia; pero en el estado de vigilia más raras veces y en menor número de personas. En el sueño es más frecuente la emanación de cosas particulares y más rara la de cosas inteligibles”. (Cap. XXIV, pp.74-78). 218 “Puede sorprender la idea de que sea una imagen sensible la que da forma a nuestro yo. Y sin embargo, hacemos experiencia de este fenómeno con mucha más frecuencia de lo que pensamos. Todas las noches, justamente cuando creemos interrumpir el contacto con el mundo para estrechar lazos de intimidad absoluta con nosotros mismos nuestros sueños no nos proponen la ininterrumpida contemplación de nuestro rostro. Si lo hacen, es solo a través de la alegóresis de un sinfín de imágenes. Aferrado a sí mismo, abandonado a su sola naturaleza, liberado de las distracciones que el mundo ofrece durante la vigilia, en ese cotidiano callejón sin salida existencial en el que todo viviente está obligado a no tener que ver más que consigo mismo, la experiencia de sí deviene paradójica. Siempre que se sueña, la propia naturaleza deja de ser definida por el cuerpo anatómico o por ese fantasma espiritual que llamamos ‘yo’. El sueño parece sustituir por un cogito más inseguro la certeza de poder reconocernos en una suma de órganos o en una psiquis que gobierna sus movimientos. (…) La imaginación humana deja de definir una relación con algo externo, y coincide por completo con el hecho, las formas, el ritmo de nuestra existencia. Puesto que soñando se existe solo porque se es capaz de imaginar, y sólo en las formas que la imaginación es capaz de crear: lo que imaginamos es lo que nos da nuestra propia forma, y es el hecho mismo de que imaginamos el que nos asegura nuestra existencia. Es la imaginación misma la que toma cuerpo, una corporeidad indivisible y no-orgánica la que define nuestro primer espesor. En el sueño, la vida sensible deviene tan intensa que ‘parece una cierta vida, pero menor y existente en una naturaleza propia’ había dicho Sinesio de Cirene (…) Cada vez que soñamos, explica Sinesio, ‘vemos colores, escuchamos sonidos, experimentamos sensaciones táctiles muy claras, aunque los órganos de nuestro cuerpo no están activos’. Imaginamos, pero esa vida imaginativa o se apoya en los órganos de los sentidos, sino en algo así como una vida autónoma si bien inferior a la de la vigilia, en tanto 150 contactarnos con la intimidad de nosotros mismos, pero la invasión del mundo de las imágenes, nos muestra lo contrario, no podemos dejar de existir sin una interpelación exterior, ni siquiera cuando estamos durmiendo. Aquí, el estado del sueño es un estado en que los mundos material e inmaterial se confunden. Es el momento en que estamos solos con nosotros mismos, es decir, no puede haber menor posibilidad de interpelación de objetos exteriores. Y sin embargo, es el momento de mayor flujo de imágenes sobre las interpelaciones exteriores, que incluso evocan, en el momento del sueño, las sensaciones del momento que se está viviendo en tal estado, se haya vivido o no, imaginamos múltiples formas, sin sentido unas, con sentido otras, y creemos saber en exceso cosas que en vigilia apenas tenemos una noción. El sueño, que vivimos por varias horas a diario, o sea, una experiencia que forma gran parte del tiempo de cada uno de nuestros días, nos evidencia la existencia potencial y de comercio con lo exterior que tenemos, algo que nos debe urgir a considerar filosóficamente en serio los estados intermedios. Lo que se enuncia en este capítulo como profecía, es lo que luego veremos que sucede con cualquier comunidad política virtuosa, que tuvo alguna vez su gobernante primero (fundador), que reunió las virtudes para fundar una comunidad, sin embargo, una vez desaparecido, solo vienen imitadores, que administran la ley fundada por el primer legislador, e introducen modificaciones según las necesidades del momento. Es decir, un legislador, o grupo de legisladores virtuosos, hayan recibido un mensaje divino o no, han descubierto el camino de conseguir la felicidad, si logran fundar una comunidad, es porque logran que el camino depende y parece más efímera que ella. Sinesio llama a esta sustancia ‘espíritu fantástico’. El sueño en este sentido es la vida del espíritu propio de lo sensible, de ese espíritu intermedio entre lo objetivo y lo subjetivo, y que les permite a ambos confundirse el uno en el otro. (…) es una suerte de facultad sensorial genérica, más universal que todos los sentidos, ya que puede ser afectado por todas las cosas en todos sus aspectos. Este representa el ‘primer cuerpo’ del alma, por ser lo que define la primera consistencia de todo sujeto: somos ante todo lo que somos capaces de imaginar, y nuestros límites llegan hasta donde llega nuestra imaginación.(…) En tal sentido, el lazo que nos vincula con lo sensible es una verdadera relación de consanguinidad: en el sueño coincidimos materialmente con el medio del conocimiento, somos la misma materia de las imágenes que les dan un rostro y un cuerpo a nuestros deseos y a nuestros miedos, y tenemos un cuerpo definido por la sola capacidad de ser y de devenir lo que logramos imaginar. Por eso ya no podemos defendernos de las imágenes que nos conmueven y por las cuales somos afectados. El sueño en este sentido es la facultad suprema de la identificación que se produce frente al espejo”. (Coccia, Emanuele. La vida sensible, op.cit. pp.85-87) 151 planteado por ellos sea más cercano a la felicidad, de modo de ser deseable, esto es, que produzca la mayor tendencia y haga el mayor sentido a parte importante de los habitantes de algún lugar. Esto ocurre en los comienzos de las comunidades porque, en la medida en que los primeros son los capaces de ver en vigilia lo que los demás sólo ven en sueño, pues harán coincidir sus discursos en vigilia con los sueños de los demás, pero apelando a ellos en su estado de vigilia. Sin embargo, veremos que Al-Farabi nos dice que esto ocurre pocas veces en la historia, y que luego, si es que hay completa ausencia de filósofos, todo gobierno se transforma en gobierno de la imitación. Vistas las potencias del hombre, sus funciones, por lo que son movidas, y teniendo en cuenta que les acontece el hecho de no obrar; visto también el lugar de la imaginación (que en el sueño aumenta) en la constitución de nosotros mismos, en la medida en que: 1. Necesitamos de potencias externas auxiliares para actualizar las nuestras y, 2. En la medida en que, lo que conocemos y donde nos reconocemos, son lugares y objetos exteriores a nosotros; es decir, visto que el hombre además de ser un ser posible, cuya condición es la privación, movido por el deseo –que es aquello que lo hace acercarse hacia las cosas para realizar cualquier acción-, y un ser que no se reconoce como tal sin su comercio con el exterior; entonces teniendo clara la imagen del hombre, se puede recibir lo que nos dice Al-Farabi sobre la necesidad que esta especie de animales que puede hablar (por lo tanto pensar, decidir, etc.) tiene de reunirse en comunidades para poder alcanzar las perfecciones que le son propias. Leamos entonces el capítulo XXVI, titulado “A los hombres les es necesaria la sociedad y mutua asistencia de unos a otros”: “El hombre es de tal condición y naturaleza que, para subsistir y alcanzar su más alta perfección, tiene necesidad de tantísimas cosas que es imposible que viviendo uno aisladamente se ocupa de todas: al contrario, necesita de compañeros, cada uno de los cuales se ocupe de algo que los otros necesitan. Uno cualquiera estaría en situación idéntica a la de otro cualquiera. Imposible que el hombre obtenga la perfección para la que sus dotes naturales fueron creadas a no ser formando sociedades generales y muy variadas donde mutuamente se ayuden y se ocupen unos a favor de otros, de parte de lo que necesitan para vivir. Se asocian, pues, para así poder encontrar en la labor de todos lo que necesitan para que cada uno subsista 152 y obtenga la perfección. Por eso son tantos los individuos humanos (ashjas) y por eso se han establecido en las partes habitables de la tierra. De este modo se han formado diversas sociedades humanas: perfectas unas y otras imperfectas. Las perfectas son tres: las mayores, las intermedias y las menores. La mayor es la reunión universal de todos los hombres que habitan la tierra. Las intermedias son la congregación de un pueblo o nación (umma219) en una parte de la tierra. Las menores están formadas por la gente de una ciudad en una parte de lo ocupado por una nación. Imperfectas son las sociedades formadas por una aldea, por un barrio de la ciudad, por una calle o por una sola casa. Esta última es la menor de todas. Los barrios y las aldeas son parte de una ciudad. Las aldeas con respecto de una ciudad, como una entidad puesta a su servicio, mientras que los barrios son partes integrantes de la misma ciudad. Las calles son partes integrantes de los barrios y las casas son partes integrantes de una calle. Las ciudades mismas son partes integrantes de una nación, y las naciones integran el conjunto de los habitantes de la tierra. El bien más excelente y soberano y la perfección 220 más alta se obtiene ya en primer lugar en la ciudad, pero no en sociedades menores y más imperfectas. Como realmente la naturaleza del bien es que se obtenga con la intervención de la libertad y la voluntad221 - y asimismo los males tan solo voluntaria y libremente puede la ciudad llevarlos a cabo ayudando a obtener alguno de los fines en sí malos, y de ahí viene que en la ciudad se puede obtener la felicidad – de ahí es que en la ciudad en que se puede obtener la felicidad, es aquella en que la mutua ayuda mediante la sociedad está ordenada a las cosas con que se obtiene la felicidad 222. Tal es la Ciudad Modelo (la Ciudad Ideal, la Ciudad Virtuosa). La sociedad en que todos se ayudan para obtener la felicidad es la Sociedad Modelo. El pueblo o nación cuyas ciudades todas se ayuden mutuamente para la obtención de la felicidad, es el Pueblo Modelo (Nación Modelo 223). Del propio modo, la tierra será la Tierra Modelo entonces solamente cuando las naciones que la forman se ayudan mutuamente a obtener la felicidad. La Ciudad Modelo se parece a un cuerpo perfecto y sano, cuyos miembros se ayudan todos para hacer perfecta y conservar la vida animal. Como en el cuerpo los miembros son diferentes y de distintas propiedades y energías, y, además, hay entre ellos un miembro principal único que es el corazón, (…). Pero es de advertir que los miembros del cuerpo humano son naturales y las disposiciones que tienen son potencias naturales, mientras que los elementos que integran la ciudad aunque sean naturales, sin embargo, las disposiciones y hábitos en cuanto trabajan a favor de la ciudad no obran como naturales, sino como voluntarios, 219 Hemos señalado en otros momentos de esta tesis, los problemas que presenta la traducción española, con respecto a traducir ciertos conceptos con su sentido moderno. Este es el caso de umma, que significa comunidad de creyentes, primero acuñada para designar a la comunidad de los musulmanes, luego ocupada para reconocer a otras comunidades de creyentes (otras ummas), algo así como un equivalente de milla (véase cap I.) es en el árabe moderno en el que umma adquiere el significado de nación. 220 El texto árabe dice: “Al-jir wa-al afdal wa-al kamal”, lo que debería simplemente traducirse por: “el bien, las virtudes y la perfección”. Al-jir es “el bien”, el “estar bien”, Al afdal -plural de fadil, virtud, modelo- son las virtudes y, al Kamal, la perfección. No hay lugar para eso de “bien excelente y soberano”, se trata del lenguaje aristotélico de las virtudes, la perfección y la búsqueda del bien. 221 Que son las dos formas que toma el deseo, lo que el traductor ponía como apetido, es decir: ijtiyar – elección, e irada-voluntad. 222 La “felicidad verdadera” dice el texto árabe: “al saada al haqiqa”. 223 Umma al fadila 153 porque, aunque por ser naturalmente partes de la ciudad, si bien de diferente modo, hacen los hombres unos a favor de otros, una cosa y no otra, sin embargo no son parte de la ciudad estas propiedades y disposiciones solamente, sino por hábitos voluntarios que han adquirido, por ejemplo lo de las artes y cosas parecidas. Así las potencias que naturalmente pertenecen a los miembros del cuerpo se parecen, respecto de las partes de la ciudad, a los hábitos y disposiciones voluntarias” (Cap. XXVI, pp.82-85). Como hemos podido leer, comienza con lo que era el lugar común de la filosofía, desde los griegos hasta su tiempo, en cuanto a la necesidad de asociación política de los hombres. Sería la misma insuficiencia que lo caracteriza (un ser de privación), insuficiencia que incluso hace que prescindiendo de comunidad, un hombre por sí solo no es capaz de subsistir ni de obtener la felicidad, es decir, capaz de alcanzar las virtudes, ya sean estas éticas, o las artes o las ciencias. El suplir su insuficiencia (completar su privación, istikmali-hi) es lo que llevaría al hombre a reunirse en comunidades. Al igual que Aristóteles, Al-Farabi describe los tipos de comunidades según si son perfectas o imperfectas. Ente las perfectas, nos dice el Segundo Maestro, hay mayores, intermedias y menores. La mayor entre las comunidades perfectas, es la que reúne a todos los hombres de la tierra, es decir, aquella comunidad en que todos los hombres desean la felicidad, la buscan y para ello se asisten mutuamente entre todos los pueblos. Las comunidades intermedias son los pueblos o ummas, digamos, comunidades que se rigen por una ley común, quizá aquí podrían entrar los imperios bajo cuyo dominio estén las ciudades, que vienen a ser la menor, sin embargo, la primera de las comunidades en las cuales los hombres pueden alcanzar sus perfecciones. Y las imperfectas como vimos, serían las aldeas, los barrios, una calle o una casa, es decir, todo lo que incluye el ámbito de la necesidad y el parentesco, lo doméstico. Ahora, resulta interesante que, si bien, al parecer Al-Farabi toma su descripción de las comunidades de Aristóteles, introduce algo que es sorprendente: la idea de una comunidad de todos los hombres de la tierra. Pues una idea como esta viene de acuerdo a la concepción del sujeto posible de tal comunidad que el Segundo Maestro ya nos ha trazado a lo largo del libro: un ser cuya condición- como viene planteada desde la determinación del Ser Primero y, a diferencia suya que es entendimiento en acto-, es la privación, el no tener desde el comienzo y en acto el sentir, el imaginar y el pensar, sino como potencias, que 154 deben ser movidas por un medio, cual es, el deseo hacia lo percibido, el amor hacia los objetos queridos, porque se sienten como modos de acercarse a la perfección. En la medida en que todo aquello que deseamos, incluso, los lugares en los que nos reconocemos (o sea donde podemos ver nuestra propia imagen) son exteriores a nosotros, entonces, la felicidad nos proviene siempre desde fuera, desde algo otro, y es esa condición del sujeto humano planteada por Al-Farabi, la que hace posible una comunidad universal de todos los hombres; pues, puede acontecer, como también no, que en determinados momentos, todos los pueblos logren ver más allá de sus propias leyes, y sean capaces de ver lo que hay tras ellas en el sentido de una ética que es superior a toda ley particular, y que es la ética del camino de la felicidad, es decir, la ética de adquirir los hábitos, realizar los actos, y aproximarse a los inteligibles necesarios para ello. Ahora, como el mismo Al-Farabi, es el que nos ha dicho que toda operación de conocimiento humano se mantendrá inferior al intelecto agente, y que, en cuanto la luz nos encandila, solo nos queda una débil potencia para percibir los inteligibles, de tal manera que es imposible devenir de una vez y por siempre, entendimiento en acto y ser capaz de subsistir sin la materia, sino sólo con intermitencias. Recordemos que el Segundo Maestro nos decía que cuando nos acontece que sentimos tal sensación o conocemos una cosa de tal maravilla que pensamos que hemos contactado con el Ser Primero, cosa que expresamos en un concepto que designa una perfección, que se manifiesta de manera esporádica y de corta duración. Y en este sentido, una comunidad tal, es decir, una comunidad universal de todos los hombres en búsqueda de la felicidad, está sujeta a la intermitencia y corta duración de que constan los estados de placer (es decir en que el deseo de perfección coincide con un objeto que lo hace sentirse muy cerca de ella), y por lo tanto sujeta a la privación de los hombres, y sin ninguna intervención para gobernarla más que de las potencias del deseo y del pensamiento. Por decirlo en términos más explícitos: la comunidad universal de los hombres es sólo una posibilidad, el límite de las posibilidades que los hombres tienen para buscar la felicidad en común. 155 Aun siendo la ciudad, la primera asociación en la que desde ya el hombre puede alcanzar la perfección (y para Aristóteles es la comunidad por excelencia en que se alcanza), Al-Farabi nos ofrece una comunidad posible, una comunidad que es solo posible en la medida en que cada hombre pueda ver más allá de la verdad que le representa la ley bajo la que es gobernado, y desee conocer los inteligibles desde los que esta ley se ha desprendido como imagen, de manera de también, poder decidir en relación a la ley bajo la que es gobernado, la posibilidad de amor o aversión por sus imágenes, esto es, la posibilidad de obedecerla o no. Y también, si es que el modo de vida que le impone su ley no va de acuerdo con el camino de la felicidad, significa también, la posibilidad de ser de otro modo. Es algo así como la comunidad inoperosa que busca Agamben, esa vida política a la que en su vivir (en el hecho mismo de vivir) le va una forma-de-vida (pues en la medida en que el viviente está escindido del pensamiento, su vivir mismo, es la forma de vida de búsqueda de los objetos que nos llevan a la perfección224) que esté orientada sólo a la idea de felicidad (que constituye precisamente esa búsqueda, ya que, al ser la nuestra una débil potencia –como cuerpos materiales- nuestro conocimiento siempre se mantendrá inferior al intelecto agente y dependiente de ser movido por el deseo, lo que significa que nuestro conocimiento nunca excederá la infinidad de formas posibles y que, por sí solo como potencia, no basta para conocer225. Habíamos visto antes que la misma condición de privación del hombre y, la naturaleza misma del conocimiento en cuanto intermitente, lo hacían, por ello mismo, inagotable. Ahora, la teoría política de los falasifa no se reduce, como dice Ibn Jaldún, a esa ciudad ideal que nunca tiene lugar226 (quizá en directa alusión a Al-Farabi), sino que 224 Podríamos decir que la imagen del hombre en su separación con el logos, hace imposible la escisión entre vida biológica y vida calificada, que es para Agamben la posibilidad de cualquier soberanía. 225 “Una vida política, es decir orientada según la idea de felicidad y que se aglutina en una forma-de-vida, sólo es pensable a partir de la emancipación de aquella escisión, del éxodo irrevocable de cualquier soberanía. La pregunta sobre la posibilidad de una política no estatal reviste, pues, necesariamente esta forma: ¿Es posible hoy, se da hoy algo como una forma de vida, es decir como una vida a la que en su vivir le va el vivir mismo, una vida de la potencia?” (Agamben, Giorgio. “Forma-de-vida”, En Medios sin fin, notas sobre política. Valencia: Pre-textos, 2001.p.18) 226 “según los mismos filósofos, la ciudad perfecta no ha de existir sino muy raramente o difícil del todo, y si la toman por tema de sus discusiones, es únicamente como una hipótesis y una simple suposición” (Ibn 156 la teoría política farabiana se hace cargo de temas políticamente muy concretos: el lugar de los filósofos en la ciudad (por lo tanto la posibilidad permanente de revisión del dogma), las formas de relatividad que puede tomar la verdad al convertirse en imagen y, por último, la posibilidad de la existencia de una comunidad más allá de toda ley. Y es por ello que nuestra lectura, en su parte política, no abordará en profundidad cuestiones que quizá desde el punto de vista estricto de la filosofía política se deberían abordar, esto es: las cualidades de los gobernantes o la descripción de las ciudades opuestas a la virtuosa; tampoco entraremos en el detalle de la estructura de la ciudad ideal. Pues los anteriores -que constituyen los aspectos formales, digamos legales, institucionales de cómo situar ciertas ideas-, están evidentemente imbuidos de los lugares comunes de la filosofía política clásica y medieval; esto es, gentes dotadas naturalmente para mandar y otras naturalmente para obedecer, sociedades jerarquizadas, etc. Sin negar que todos estos elementos aparecen en las partes manifiestamente políticas del texto, ya hemos visto que de acuerdo a la filosofía de Al-Farabi podemos desprender otra imagen del hombre, el cual sería un ser potencial y que por naturaleza habita un cosmos del que es una parte mínima, y cuya diferencia con todos los demás vivientes es solo de grado y no de naturaleza. Hemos visto, también, que en tanto vivientes sensibles y hablantes, no obtenemos el conocimiento de los sensibles e inteligibles si no es por la intervención de un medio exterior que es el deseo y sin la transmisión desde el intelecto agente; es decir, nos acontece el conocer y el saber de nosotros mismos por una interacción con el exterior, y ocurre también que la operación del conocer puede no acontecer. Es porque, en tanto somos seres posibles, tenemos la potencia de obrar así como de no obrar; pertenecemos al orden de lo posible y, por lo tanto, todo lo que hacemos pertenece a ese orden. Esta misma imagen del sujeto es la que trae aparejada una concepción de la verdad cuya característica es marchar en paralelo a lo ente, el Jaldún. Introducción a la Historia Universal, Al-Muqqaddimah. México: Fondo de Cultura Económica, 1978.p.543). 157 representarse en el mundo material y del lenguaje en imágenes. Ahora, toda esta concepción potencial del hombre y de la verdad -a pesar de los otros elementos que hemos señalado como los lugares comunes de los aspectos formales de la filosofía política-, en la parte política de la Ciudad ideal diremos, se profundiza esta imagen en la posibilidad de una comunidad universal de todos los hombres basada en la búsqueda de la felicidad, la que hemos identificado como la comunidad inoperosa, puesto que está sujeta a las intermitencias del obrar y el conocer. Ahora, se podrá decir de nuestra lectura, al evadir los capítulos sobre los aspectos formales que sí deberían ser abordados desde el punto de vista estricto de la filosofía política, que es forzada en cuanto se plantea como no teológica. Pues, precisamente, es en aquellos capítulos sobre las cualidades de los gobernantes, la descripción de las ciudades opuestas a la virtuosa y la estructura de la ciudad ideal, donde introduce varios elementos religiosos, como el hecho de la revelación y la necesidad de su conocimiento; incluso podremos leer algunos pasajes en que identifica al Ser Primero con Dios, en cuanto dice que los Estados ignorantes no lo conocen. Sin embargo, como ya hemos visto en las partes cosmológica y noética, Dios no aparece como fundamento filosófico de nada, es más, no es mencionado siquiera en la determinación del Ser Primero. Por lo tanto, si es que en aquellos capítulos sobre los aspectos formales de la filosofía política aparecen más motivos religiosos, es porque esos elementos constituyen el léxico político y el régimen de verdad sobre el cual Al-Farabi escribe. Continuaremos nuestra lectura en su parte política comentando algunos pasajes del capítulo XXVII, el cual se refiere al miembro principal de la ciudad ideal. En éste, además de estar el problema político del filósofo y el profeta, Al-Farabi introduce a su noesis un cuarto intelecto, el intelecto adquirido, que vendría a ser intermedio entre el pasivo o material y el agente: “… el jefe del Estado en su función propia es el más perfecto elemento que compone el Estado y supera a todos los demás aun en lo que tienen de común con él. Bajo él están no solamente aquellos a quienes inmediatamente manda, sino también aquellos que mandan otros. (…) así es necesario que el jefe del Estado Modelo sea el primero y que luego dé él mismo existencia al Estado y sus partes, engendrando en los demás aquellos hábitos voluntarios que han de tener sus partes 158 para que queden ordenadas en sus grados, y si una se perturba, el primero habrá de ayudarle a salir de aquella perturbación. (…) Según esta coordinación, todos los seres van tras la finalidad de la Causa Primera. (…), el arte especial de gobernar al Estado Modelo no puede ser un arte cualquiera ni una conducta o un hábito cualquiera. Como lo primero en un género debe ser tal que ninguna cosa particular de aquel género llegue a sobreponérsele, (…); así el arte especial del jefe supremo del Estado Modelo debe ser tal que no sea servil en anda ni pueda sobreponérsele otro arte ninguno. Mejor dicho, su magisterio o arte según su finalidad debe ser tal que le sigan como a principal todos los otros magisterios o artes, y ese es el fin que el Estado Modelo debe pretender en todas sus acciones. Ese hombre debe ser tal que nadie le gobierne, sino que él debe ser ya perfecto y haber llegado a ser entendimiento e inteligible en acto. Su imaginativa debe ser también naturalmente de una perfección suma, según lo que ya dijimos. Esta facultad debe estar naturalmente preparada para recibir, ya sea en el estado de vigilia, ya durante el sueño, las cosas particulares que el entendimiento agente le revelará, ya en sí mismas, ya en sus imágenes e imitaciones, y aun los inteligibles mismos que mediante esas imágenes le revelará. Su entendimiento pasivo debe ser perfecto respecto de todos los inteligibles, de modo que no se le oculte cosa alguna, sino que haya llegado a ser entendimiento en acto. A cualquier hombre cuyo entendimiento pasivo mediante los inteligibles todos haya llegado a ser perfecto y a ser entendimiento en acto e inteligible en acto, y con eso el cognoscible haya venido a convertirse en el mismo sujeto que conoce: habrá cabido227 en suerte cierto entendimiento en acto, cuyo grado es superior al del entendimiento pasivo y es más perfecto y más inmaterial y más unido con el entendimiento agente. Se llama entendimiento adquirido y es intermedio entre el entendimiento pasivo y el entendimiento agente. Ninguna cosa media entre él y el entendimiento agente. El entendimiento pasivo es como la materia y el substractum del entendimiento adquirido, y éste es como la materia y substractum del entendimiento agente. La facultad racional como forma o disposición natural es materia presupuesta por el entendimiento pasivo, que es entendimiento en acto 228. El primer grado por el que el hombre es hombre, consiste en poseer esa forma o disposición natural respectiva y capaz de convertirse en entendimiento en acto. A todos los hombres es común y entre ella y el entendimiento agente habrá dos grados: el entendimiento pasivo (que llegará a estar) en acto y el entendimiento adquirido. Entre el hombre que ha adquirido el primer grado humano y el entendimiento agente hay pues dos grados. Pero si supone que el entendimiento pasivo perfecto y aquella forma o disposición natural forman un solo ser, al modo que todo compuesto de materia y forma constituye un solo ser, y si, además, se considera a ese hombre como 227 Debería decir caído, sin embargo, transcribimos lo que dice en la traducción, “cabido”. El texto árabe de Ali bumelhem dice: “wa al quwwa al-natqa, al-lati hya hayatha tabi’iya, tikun mada mawdu’a li-l-‘aql al- fa’’al al-ladi huwa bi-al-fi’il ‘aql”. Cuya traducción sería: “Y la facultad racional, que es ella una disposición natural, es materia presupuesta para el intelecto agente el que es en acto intelecto”. Es por ello que la frase de la traducción confunde porque hace pensar que dice que el intelecto pasivo es al mismo tiempo el intelecto en acto. En cambio, esta versión deja claro que se trata que la facultad o potencia racional (ya tomada en el texto como sinónimo de intelecto pasivo en el caso de la frase), que es una disposición natural, hace a la materia preparada para recibir los inteligibles del intelecto agente que es él intelecto en acto. Pero eso se refiere al mismo intelecto agente. 228 159 revestido de forma humana, es decir, de un entendimiento pasivo efectuado y actuado: entonces entre él y el intelecto agente habrá un solo grado. En cambio si se supone que esa forma natural es la materia del entendimiento pasivo (que se convertirá en entendimiento en acto) y que el entendimiento pasivo es la materia del entendimiento adquirido y que el adquirido es la materia del entendimiento agente, y si, además, se toma el conjunto de todo eso como un solo ser: entonces ese hombre será como la morada del entendimiento agente. Cuando se da esto no solamente respecto de las dos partes de la potencia racional que son el entendimiento especulativo y el entendimiento práctico, sino también respecto de la imaginativa: entonces ese será el hombre que recibirá la revelación y Allah le comunicará la revelación mediante el entendimiento agente, y una misma cosa será la que emana de Allah al entendimiento agente y la que del entendimiento agente emanará al entendimiento pasivo; mediará luego en el entendimiento adquirido y de ahí pasará finalmente a la imaginativa. Por lo que emana del entendimiento agente al entendimiento pasivo, será ese hombre un sabio, un filósofo, un inteligente perfecto. Por lo que de ese entendimiento emana a la imaginativa, será un profeta que avisará del provenir y manifestará en qué estado existen ahora las cosas particulares, y mediante ese estado conocerá las cosas divinas. Ese hombre se halla en el más perfecto grado de la humanidad y en el escalón más alto de la felicidad. (…) Será capaz de toda acción con que se pueda adquirir la felicidad. Tal es la primera condición del jefe del Estado Modelo. Debe estar además, dotado de buena imaginativa para pintar229 con el lenguaje todo lo que ha conocido y debe ser capaz de instruir a otros acerca de la felicidad y de la práctica de las cosas con que la felicidad se obtiene. Debe finalmente gozar de buena salud corporal para el buen manejo de los negocios particulares” (Cap. XXVII, pp.86-91). Según Al-Farabi, es necesario que el jefe de la ciudad virtuosa sea su fundador, en tanto él sería el miembro más perfecto de la ciudad, por lo que, es necesario que…dé él mismo existencia al Estado”, según las palabras del Segundo Maestro. Siendo así, como se trata de la ciudad virtuosa; aquella cuyo fin es la felicidad en la medida en que ésta se obtiene mediante el acercamiento al Ser Primero, entonces, en esta ciudad, todos deben ir tras la Causa Primera, nos dice Farabi. Dado que el arte de gobernar la ciudad ideal será uno cuya finalidad sea la Causa Primera, entonces este no puede ser cualquier arte, hábito o acción y, obviamente, en cuanto es el arte que trata de la Causa Primera, ningún arte se le puede sobreponer (quizá pueda estar de más señalar que este arte es la filosofía). Así, quien sea el fundador, debe ser alguien a quien nadie le gobierne y él debe haber llegado a ser inteligible e intelecto en acto. Además, nos dice Al-Farabi, su imaginación debe ser tan perfecta 229 Yursum, del verbo rasama: figurar, dar forma, dibujar, bosquejar, etc. Habíamos mencionado el término a propósito de las formas de los inteligibles, rsum al ma’qulat. 160 que pueda recibir tanto en sueño como en vigilia lo que el intelecto agente transmite a todos solo en el sueño. Su intelecto material (en potencia), debe estar preparado para recibir todos los inteligibles, es decir, debe ser perfecto, de manera que no se le oculte ninguna cosa, que sea capaz de ver todos los inteligibles, y haya devenido entendimiento en acto. Cuando sucede esto, que en palabras del mismo Al-Farabi, le puede ocurrir a cualquier hombre (como destacamos), ha tenido lugar, ha acontecido, ha venido en suerte, un cierto intelecto en acto, que es lo que Al-Farabi llama al-‘aql al mustafad, que ha sido tradicionalmente entendido y traducido desde la recepción latina de la noesis árabe como “intelecto adquirido”. Entendido como el intelecto que significaría el momento en que el intelecto en potencia del animal racional imprime o alcanza todos los inteligibles que ofrece el intelecto agente. Se ha llamado intelecto adquirido a la forma o manifestación material del intelecto agente, que es cuando un intelecto material o en potencia deviene intelecto en acto; cuando el intelecto agente tiene lugar en cierta materialidad, particularmente, esa materia predispuesta para los inteligibles, que es el intelecto humano en potencia. Ahora, este es uno de los elementos que ha hecho que Al-Farabi y su Ciudad ideal sean leídos como una filosofía política religiosa, o que se diga que los falasifa en general, explican la profecía a través de su equiparación al rey filósofo en una ciudad ideal, esto es: los profetas y los filósofos serían hombres en quienes se ha dado el intelecto adquirido – al-‘aql al-mustafad. Los elementos están a la vista: - No se trata de cualquier arte el de gobernar la ciudad ideal. - No es cualquier hombre el que la puede ejercer. - Se trata del arte superior en cuanto busca la Causa Primera, es decir, la filosofía o al menos un arte que es capaz de “instruir” sobre la verdad, sobre las manifestaciones del ser en lo ente. Ahora, el filósofo “adquiere” este intelecto desde la persistencia en las virtudes prácticas y el estudio en el ámbito de las ciencias especulativas, mientras que el profeta es dotado naturalmente de una imaginación tan perfecta que es capaz de recibir durante la vigilia lo que el intelecto agente puede transmitir a los demás hombres sólo en el estado del sueño. Entonces, según los elementos trazados como requisitos para ser el jefe primero y ejercer su arte de gobernar, o bien el gobernante 161 filósofo coincide con el profeta, o incluso, existiría entre los grados de los hombres, uno de naturaleza superior al filósofo, que sería el profeta porque tiene una dotación especial –su imaginación-, y ha recibido las mismas verdades que los filósofos, pero por revelación, no por un proceso de estudio, lo que también hace que tenga mayor capacidad de prever el futuro. Sin embargo, nosotros queremos hacer una lectura no teológica de la Ciudad ideal, y que corresponda con la concepción del sujeto que hemos venido viendo desde las partes cosmológica y noética del texto y, desde los comienzos de la parte política. En esta dirección, queremos proponer dos cosas sobre este pasaje en particular, que tal vez a las lecturas tradicionales han pasado como meros detalles, pero que son parte del texto, que están ahí a la mano, y se trata de afirmaciones que no tienen menor peso filosófico que los elementos comúnmente expuestos y en los que la lectura teológica de Al-Farabi ha centrado su atención. Estas dos cosas que queremos proponer son las siguientes: En primer lugar, si bien el mismo Farabi dice que “este arte no lo puede ejercer cualquier hombre”, lo que nos puede hacer pensar en sus teorías de los grados sociales (lo que está expuesto en la estructura de la ciudad modelo), es él mismo el que dice que el acontecer del intelecto adquirido, que finalmente es lo que hace a un gobernante primero, le puede ocurrir a cualquier hombre, es más, el mismo Segundo Maestro afirma que, la capacidad de devenir intelecto en acto es común a todos los hombres, de hecho, es la primera razón por la que el hombre es hombre (al-insan insanan230). La segunda proposición, tiene que ver con indagar y en cierta manera poder dar otro sentido a la traducción de “intelecto adquirido” para al-‘aql al mustafad. El término en árabe deriva de la misma raíz de mufid, útil, y también del verbo istafad, que significa: sacar partido, provecho de; adquirir; utilizar, hacer útil. Hemos visto desde el comienzo que Al-Farabi nos presenta dos cosas fundamentales: 1. Lo verdadero marcha en paralelo a lo ente. 2. Al hombre le es dada una capacidad de conocer solo en potencia, y su encuentro con los inteligibles perfectos es a veces y 230 Al-Farabi, Al-Madina..p..119 162 de corta duración. Ahora, el sentir, el imaginar y el conocer, nos ha dicho Al-Farabi, no pueden tener lugar sin un medio que haga a estas potencias acercarse, tender hacia los objetos que le corresponden, y este medio es el deseo, que en cuanto se refiere a los objetos de la razón se llama potencia del pensamiento. Ninguna relación nuestra con lo sensible ocurre sin su intervención. Por lo tanto queremos proponer entender a al ‘aql al mustafad como: el intelecto agente utilizado por la potencia del pensamiento en función del intelecto material para que devenga en acto. O bien, un intelecto que, por el deseo de la potencia racional, hace útiles para el pensamiento y la acción los inteligibles recibidos del intelecto agente. Es decir, se trata de un intelecto que es común a todos los hombres, que garantiza la marcha paralela entre lo verdadero y lo ente, en la medida en que hace útiles para el pensamiento y la acción los inteligibles a partir de los cuales nos representamos las cosas en imágenes. Es en definitiva, el uso del intelecto agente por parte del deseo. Un último tema que debemos abordar en cuanto a este pasaje, es el del filósofo y el profeta. Ya hemos visto cómo Al-Farabi los sitúa en este capítulo, en cuanto a rango y a cómo contactan con el intelecto agente. Ahora, ya hemos visto también que, la capacidad de devenir intelecto en acto le puede ocurrir a cualquier hombre, de hecho, nos había dicho el Segundo Maestro, es la primera razón por la que el hombre es hombre (al-insan insanan). Entre profeta y filósofo, quién tiene en este capítulo la categoría de gobernante primero de manera primordial es una cuestión que queda indecisa. Sin embargo, hay algunos detalles que del capítulo que sigue, que nos pueden iluminar algo sobre esta indecisión. Allí, enumera una serie de condiciones y cualidades que ha de tener el gobernante modelo, que no vale la pena reproducir aquí, para ello remitimos al texto. Lo que sí nos interesa es el detalle con que termina el capítulo: “Si no se encuentra un solo hombre en quien se den reunidas todas estas condiciones, pero se encuentran dos: de los cuales uno es sabio, mientras que el otro está dotado de las cinco condiciones restantes, entre los dos deben gobernar el Estado. En cambio, si se hallan divididas entre muchos: en uno la sabiduría, en otro otra cualidad, y así las seis cualidades; si además son hombres que se entiendan entre sí, todos juntos serán excelentes jefes. Si llegase un tiempo en que el gobernante no estuviese dotado de sabiduría, aunque se cumpliesen en él todas las demás condiciones, entonces el Estado Modelo estaría sin rey, el jefe que ocupase el 163 mando de ese Estado no sería rey y el Estado vendría a arruinarse. Si no se hallase un sabio en que apoyarse, no tardaría mucho tiempo sin arruinarse todo” (Cap. XXVIII, pp.94-95) De aquí podemos concluir tres cosas: - Primero: está claro que no siempre puede ocurrir una profecía, sin embargo, su desvelamiento, es capacidad de cualquier hombre, en tanto ocurre por un exceso de la facultad de la imaginación. - Segundo: Lo que importa es el fin del gobierno para el cual deben reunirse ciertas cualidades, porque es de allí de donde salen las leyes. El número de gobernantes es indiferente, son seis las cualidades, si en seis hombres se reúnen, podrán hacer un gobierno excelente. - Tercero: hay una cualidad que no puede estar ausente, esta es la sabiduría, la filosofía, sin un sabio, sin un filósofo, la ciudad se arruina. En conclusión, si tuviéramos que dirimir el asunto, tendríamos que optar más por el filósofo que por el profeta: 1. Porque este último es mucho más improbable que exista en relación al filósofo. 2. Porque manifiestamente según Farabi, con la ausencia de un sabio, es decir, de un filósofo, y no de quien posea otra de las cualidades, es que la ciudad se arruina. Resta, para finalizar la parte política, analizar el capítulo sobre las cosas que tienen en común los ciudadanos de una ciudad virtuosa: “Las cosas que todos los habitantes del Estado Modelo deben conocer, son varias: la primera es el conocimiento de la Causa Primera y de todas sus propiedades y atributos; sigue luego el conocimiento de los seres inmateriales con los atributos que les caracterizan en todas sus propiedades y grados, hasta llegar entre esos seres inmateriales al entendimiento agente y hasta conocer qué es lo que hace cada uno de esos seres; el conocimiento de las substancias celestes y lo característico de cada una; el conocimiento de los cuerpos naturales que están debajo de aquellas substancias y cómo se engendran y cómo se corrompen; el conocimiento de lo que en ellos sucede y acaece y tiene lugar según los juicios, la certeza, la providencia, la justicia y la sabiduría divina, y cómo en ellos ninguna negligencia aparece, ningún defecto, ninguna injusticia de ninguna clase; el conocimiento del modo de ser del hombre, cómo en él se originan las facultades psíquicas231 y cómo el entendimiento agente irradia sobre ellas su luz hasta producir en ellas los inteligibles primordiales y la voluntad y la libre elección; el conocimiento del jefe primero y cómo tuvo lugar 231 Ya habíamos mencionado lo erróneo de traducir nafsani por psíquico, más bien puede ser espiritual, o del alma (nafs), o incluso, de sí mismo, ya que nafsi-hi, que viene de la misma raíz, significa sí mismo. 164 la revelación; el conocimiento de los jefes que deben suceder al desaparecer el antecesor en un tiempo cualquiera; el conocimiento del Estado Ideal y de sus moradores y de la felicidad a que llegarán sus almas; el conocimiento de los Estados opuestos al Estado Modelo o Ideal y el del lugar a donde van sus almas después de muerte: unos a la felicidad, otros a la nada; finalmente el conocimiento de las Naciones Modelos y de sus opuestos. De dos modos se pueden conocer estas cosas: o imprimiéndose ellas en el alma como ellas son en sí o imprimiéndose en el alma mediante analogías y semejanzas en cuanto que se produce en el alma una imagen que las representa. Los sabios de los Estados Modelo son los que conocen estas cosas mediante demostraciones apodícticas y mediante la perspicacia de sus almas; a estos sabios siguen los que conocen estas cosas, como se dan en la perspicacia de los sabios a quienes siguen, a quienes creen y en quienes confían. Los demás, las conocen por las imágenes que las representan, porque en su espíritu carecen de disposición para entender las cosas en sí mismas o porque no puede más su naturaleza, o porque tal es su costumbre de conocer. Ambas formas de conocimiento son aceptables; pero la de los sabios es sin duda mejor. Entre los que conocen las cosas por las imágenes que las representan, unos se sirven de imágenes muy próximas a las cosas mismas, otros de imágenes un poco más remotas, otros de imágenes muy remotas y otros finalmente de imágenes enteramente lejanas. Tales cosas se representan a cada Nación y aún los habitantes de cada ciudad mediante las imágenes que más y mejor conocen. Pero tal vez varían mucho o poco esas imágenes según las diversas Naciones, de manera que unas Naciones representan esas cosas de un modo distinto de cómo las representan otras. De donde puede ocurrir que Naciones Modelo y Estados Modelo difieran en la religión, a pesar que busquen una misma felicidad y todos intenten un mismo fin” (Cap. XXXIII, pp.109-111). Podríamos dividir el texto en dos pasajes. El primero relativo a lo que deben conocer los habitantes de la ciudad, y el segundo acerca de los modos que se obtiene el conocimiento de estas cosas. Sobre el primer pasaje, tenemos que decir, en primer lugar, que lo que Al-Farabi plantea como lo que deben conocer todos los ciudadanos de la ciudad virtuosa es, en realidad, todo lo que debe saber un filósofo, se trata de que la vida del ciudadano está orientada a ir conociendo esas cosas. Sin embargo, en este pasaje, aparecen un par de motivos religiosos ubicados con importancia, de los cuales una lectura como la nuestra, planteada como no teológica y con la motivación de salvar una filosofía pagana en Al-Farabi, debe hacerse cargo. El primero se refiere al conocimiento de lo que acaece en los cuerpos naturales y el lugar que en ello tienen la providencia y la justicia divinas. El segundo se refiere al conocimiento del jefe primero y cómo ha tenido lugar la revelación. En cuanto al 165 primero, apelamos a la tesis de Persecución y arte de escribir de Strauss232, pero quizá aquí ocurre a la inversa que en sus ejemplos. Es decir, la Ciudad ideal, como vimos en las partes cosmológica y noética, es un libro que, en general, carece de lenguaje religioso-político, de acuerdo al discurso predominante de su época, más bien se trata te tesis bastante heréticas las que propone este libro, incluso para nosotros hoy233. Por tanto, como es un libro que en sus partes cosmológica y noética, traza los fundamentos de la existencia del universo y el modo de ser del hombre en cuanto viviente, quizá Al-Farabi se vio en la necesidad de, en la parte política, introducir ciertos motivos religiosos, que -sin alterar su propósito filosófico y el mensaje para quienes lo sepan leer- escondieran sus enseñanzas heréticas en cuanto al orden religioso-político establecido y la ley divina. En cuanto al segundo motivo, va escondida una incitación a la crítica. Esto es, a conocer quién es el que gobierna, y cómo tuvo lugar la revelación, es decir, conocer por qué gobierna quien gobierna, y saber cómo se constituyó en ley el hecho de la revelación que tuvo lugar en la imaginación de un profeta (que como quedó claro en varios lugares, es algo que le puede suceder a cualquier hombre). No olvidemos que Al-Farabi vive en tiempos de califato, donde el orden político es fundamentado en la religión y la ley divina, por lo tanto, tener en cuenta cómo tuvo lugar la revelación, significa interrogar cómo tuvo lugar aquello que se estableció como la ley (divina). Al-Farabi es un filósofo que permanentemente pone en cuestión a la ley frente a la filosofía, lo vimos en textos anteriores que analizamos, y lo veremos en la parte del texto que sigue. En cuanto a la segunda parte del pasaje, lo que fundamentalmente dice Al-Farabi, es que hay dos maneras de conocer las cosas que debe saber todo ciudadano de una ciudad virtuosa. El primer modo, es el de la filosofía, es decir, las demostraciones y la perspicacia de los sabios. En este modo de conocer están incluidos tanto los sabios como los que los siguen. Los demás, dice Al-Farabi, los que no han escogido el camino del saber, o bien, su disposición natural no es tal, conocen estas mismas cosas pero solo a través de imágenes. Ambos, dice, son aceptables, pero el de los 232 Ver Introducción. La tesis de la separación entre hombre y pensamiento, y la idea de que todo se deba a una “materia común” de la que vienen “todas las formas posibles”, por ejemplo. 233 166 sabios es, sin duda mejor. Y esto no es por un asunto “gremial” como diría un sociólogo del conocimiento, sino que en este contexto, la filosofía constituye una forma de vida, la cual está orientada a cierta búsqueda. Esta es la búsqueda de la felicidad. Esta consiste, como nos ha dicho el Segundo Maestro, en saber cómo se ha constituido el mundo que conocemos y con el que interactuamos más que a diario, a cada segundo, en la medida en que toda sensación es una interacción con el exterior. Desde el respiro, al tacto, a la visión, oído, al oído y el pensamiento. Este mundo, según nos enseña Al-Farabi, tiene su origen en un Primero, que es indefinible, pero que es la causa de todas las cosas. Y en la medida en que es perfecto, nos dice Al-Farabi, es que lo expresamos en virtudes, valores o perfecciones tales como: lo bello, lo justo, lo verdadero, lo sublime, lo extático, lo perfecto, etc. Y este ser no genera multiplicidad, sino que es a través de los del segundo grado, que como dijimos, son meros medios que generan multiplicidad, ni siquiera son seres con nombre. Vimos también que nos decía Farabi que del Primero se predica lo verdadero, y que a su vez, lo verdadero marcha en paralelo con lo ente. Es decir, el Primero da lugar a lo ente a través de los segundos que producen los terceros y la multiplicidad hasta la undécima sustancia inmaterial, que es el intelecto agente. De este, habíamos visto que es otro de esos meros medios que aparecen en Ciudad ideal. En este caso, este no tiene otra función y no existe para otra cosa que para trasmitir los inteligibles a los cuerpos naturales. Además, es un medio que está para su uso por el deseo, ya que sin la intervención de este es imposible que las potencias capaces de sentir, operen y expresen su contacto con lo sensible, se acerquen, tiendan a, quieran, amen a los objetos que les son propios para la felicidad. Ahora, Al-Farabi también nos ha enseñado que no somos más que una ´partecita en este cosmos, y que somos unos meros vivientes, como cualquier animal, tan pobres en existencia pero ricos en sensaciones, y que nuestra diferencia con los demás vivientes, como veíamos también Coccia, es de grado y no de naturaleza, y es también la intensidad en las sensaciones, somos tan hipersensibles que tenemos una cuarta facultad adicional a los demás animales que nos permite llevar la expresión de lo sensible al nivel del lenguaje: la que los griegos llamaron logos, los árabes 167 natq y los latinos ratio. La discusión sobre esta facultad no ha dejado de ocupar a la filosofía, y es que en esta facultad, que es la característica de la especie, se ha situado siempre la fundamentación política del hombre. Es decir, necesitamos asociarnos, vivir en comunidad porque, a diferencia de los demás animales, tenemos una facultad que nos hace buscar la perfección, que no logramos si no es con otros. Pues no hay que olvidar la dimensión ética que se le da a esta facultad: es la que nos permite discernir entre lo bueno y lo malo. Tanto el logos griego como el natq árabe indican al pensamiento en una relación indisoluble con el lenguaje, ambos significan a la ve pensamiento y capacidad de hablar, es decir, poder pensar significa poder hablar, y es porque en la palabra está la expresión más perfecta de cualquier cosa, en tanto se hace inmaterial. Aquí la razón, el logos, el quwwa al natqa, en realidad, la facultad racional-hablante, no es más que una potencia que nos diferencia de los otros animales. Pero no es más que una facultad que se hace necesaria por nuestra naturaleza hipersensible. Algo parecido plantea Coccia en La vida sensible: “Entre hombre y animal existe una diferencia de grado y no de naturaleza: lo que hace humano al hombre es sólo la intensidad de la sensación y de la experiencia, la fuerza y la eficacia de las imágenes en su vida. Lo sensible en cuyo medio vivimos y donde somos seres mundanos no nos es dado como un destino irreparable. No hay un solo pelaje, una sola voz, ya sea humana o animal: los sonidos, las luces y los olores en los que nos damos al mundo pueden cambiar a cada instante”234. La ratio latina en cambio, tiene un sentido diferente. Necesariamente se refiere a una psiquis individual que une indisolublemente al viviente humano con el pensamiento, con el conocimiento. El logos griego y el natq árabe así, nos permitirían pensar al sujeto desde otra forma que como a nosotros se nos ha constituido. Sobre todo cosas que Aristóteles deja abiertas, Al-Farabi las profundiza o incluso innova al intensificar la autonomía ontológica de los medios. Y es en el entramado de toda esta concepción del mundo y del hombre que AlFarabi nos introduce definitivamente la idea de que, el lugar de la verdad, está manifiestamente en la verdad filosófica, por sobre la ley divina; la afirmación 234 Coccia, E. La vida…, op.cit..p.12 168 “puede ocurrir que Naciones Modelo y Estados Modelo difieran en la religión” es incontestable. Hay una verdad superior que es la filosófica, la religión, la ley, son imágenes de la verdad, y por lo tanto, la felicidad es independiente de lo que imponga una religión o ley divina y, en este sentido, apunta hacia un horizonte cosmopolita. En esa afirmación, Al-Farabi claramente dice que lo que lleva a conocer la causa primera puede no ser la religión. Aquí la religión es la ley. Es decir, puede haber pueblos, ummas, que difieran en su religión y por lo tanto en sus leyes, pero que sin embargo, busquen una misma felicidad y, en ese sentido tengan una misma verdad, aunque difieran en las imágenes a través de las cuales se la representan. Es decir, esa comunidad universal de todos los hombres –que Al-Farabi pone como la mayor de las comunidades perfectas- es la que se puede dar cuando esto ocurre. Esa comunidad inoperosa, porque como habíamos dicho, está sujeta a la condición de privación del hombre, o bien, la mantiene unida a su intermitente obrar; si ser habitante de la ciudad virtuosa significa conocer todo lo que hay que conocer, según el mismo Al-Farabi, no se puede ser habitante de tal comunidad sino a veces y por corta duración. En consecuencia, se trata de una comunidad que, además de estar orientada a la búsqueda de la felicidad, se basa en la idea según la cual el hombre necesita de lo otro para constituirse y reconocerse en y a sí mismo; en tal condición, le puede acontecer el sentir, el imaginar o el pensar, o bien el no sentir, no imaginar o no pensar. Tenemos las facultades sensitiva, imaginativa y racional, pero puede suceder que estas no obren. La posibilidad de su obrar, depende del deseo235 y de la potencia del pensamiento236. Medios puros que no se alojan en materia ni cuerpo alguno, tampoco pertenecen al orden de las sustancias inmateriales, son más bien como vías que conectan al cosmos con la imaginación, así como el corazón se conecta con el cerebro y éste produce y distribuye las temperaturas necesarias para que tenga lugar la condición material del deseo, que es lo que produce la tendencia hacia las cosas. Y como el encuentro de los inteligibles, de las perfecciones, se da a veces y es de corta duración, y puede acontecer el no conocer, en la comunidad universal de Al-Farabi, así como la única verdad es la 235 236 Irada, ijtiyar Al-quwwa al fikriyyah 169 búsqueda de la felicidad y está más allá de toda ley en tanto imagen de esta, entonces, el viviente racional-hablante no tiene una tarea que cumplir, un destino histórico a realizar ni como individuo ni como pueblo o nación 237. Sino que la única verdad es que somos hombres, precarios animales que sentimos intensamente, y que tenemos una débil potencia de obrar y de conocer. 237 Esto es lo que en la introducción veíamos que Agamben critica de la concepción del hombre en la filosofía occidental y que hace posible al sujeto de la gubernamentalidad económica contemporánea, recurriendo como contrapartida a lo que él llama “averroísmo”, que ya a estas alturas estaríamos llamando “farabisno”. 170 Capítulo IV Felicidad y verdad: El libro sobre la Información del camino de la felicidad El propósito de este breve capítulo tiene que ver con el núcleo que constituye el objetivo central de esta tesis. Nuestro propósito es, a partir de la filosofía de AlFarabi, en tanto génesis del averroísmo que evoca Agamben para su concepto de inoperosidad, extraer ciertos elementos que permitan tener noción de los sustratos físico y político que ha de tener una política inoperosa, esto es, la concepción del mundo y la imagen del hombre sobre las que han de sostenerse una comunidad o una vida política tales, que es lo que hemos hecho fundamentalmente en los capítulos anteriores. Agregado a eso, uno de los propósitos centrales de este trabajo, es develar el sentido práctico de lo que el concepto de inoperosidad trae aparejado; interrogación del concepto de potencia, de las potencias sensible, imaginativa y del pensamiento, el deseo, es decir, todo aquello a lo que hemos llamado medios y que en el pensamiento de Al-Farabi hemos podido identificar su autonomía ontológica, ahora se trata de hacerse cargo del sentido práctico, es decir, ético y político de los medios sin fin de los que nos habla Agamben, y que hemos identificado en AlFarabi en lo que son los conectores entre el cosmos, los vivientes, el deseo, las intenciones y la materia. Parte de esta tarea, es abordable a partir del análisis de ciertos pasajes del Kitab altanbih ‘ala al-sabil al-sa’adah, el Libro de la información acerca del camino de la felicidad. Se trata de un breve tratado farabiano, que es casi una paráfrasis de la Ética a Nicómaco, pero las paráfrasis farabianas, a diferencia de las averroístas que se caracterizaban por ser muy fieles al texto y al autor, son más bien (y en esto Strauss tenía razón) un tratado propio, en el que el filósofo autor del texto estudiado hace casi solo de portavoz, pero en el que el “arte de citar sin comillas” 238 está desarrollado al máximo, y es por eso que mantienen su estatuto de paráfrasis, en la medida en que a veces se encuentran párrafos exactos o con pocas modificaciones en relación al texto parafraseado. 238 Benjamin, Walter. La dialéctica en suspenso. Fragmentos sobre la historia. Traducción, introducción y notas de Pablo Oyarzún Robles. Santiago: LOM, 1995.p.122 171 El primer pasaje que llama la atención, tiene que ver con el lugar que da a la potencia de no, esto es, a la posibilidad que nosotros los hombres tenemos de no obrar, en la adquisición de los hábitos morales, y cómo el deseo interviene en las posibilidades de tendencia hacia lo bello o lo feo. Dice: “Desde el comienzo de su existencia cada hombre ha sido creado con una facultad por la que sus acciones, las afecciones de su alma y su discernimiento son tal como conviene. Por esta facultad realiza acciones bellas y por esta misma facultad comete acciones feas; por causa de esto, la posibilidad que el hombre tiene de hacer lo feo es la misma que la que tiene de hacer lo bello. Por ella misma puede también adquirir la excelencia del discernimiento y por ella misma puede adquirir un mal discernimiento. Ésta es también la situación de esta facultad respecto a las afecciones del alma, pues la posibilidad de que sean feas es la misma que la posibilidad de que sean bellas. / Después de esto, le sobreviene al hombre otra disposición por la que estas tres cosas son según solamente dos casos: o bien lo según lo que conviene es bello solamente, o bien no conviene es feo solamente, sin que sean igual la posibilidad de hacer lo que conviene y la posibilidad de hacer lo que no conviene: por esta nueva disposición uno de los dos casos tendrá más posibilidad”. 239 Esta nueva disposición se llama deseo, la potencia del deseo – al quwwa alnuzu’iyyah, ya hemos visto, que viene después de las facultades perceptivas, sin embargo estas no actúan sin ella. No bastan por sí solas para las acciones, es necesario que algo decida hacia una u otra cosa frente a lo que se ofrece, y eso es el deseo. Y como bien hemos visto, el deseo no pertenece a las potencias del alma, a las potencias perceptivas que se relacionan con los sensibles, pero es el medio a través del cual nos inclinamos hacia ellos. O sea, tenemos unas facultades que no obran si no es por el deseo, y este a su vez no existe si no es por estas potencias, no tiene una existencia propia, y esto, que ya habíamos visto en la Ciudad ideal, AlFarabi lo vuelve a afirmar en este libro: “La facultad con la que el hombre ha sido creado desde el comienzo de su existencia no le llega al hombre por adquisición; en cuanto a la otra disposición, sólo comienza a ser por la adquisición que el hombre hace de ella” 240. Esta facultad, con la que Al-Farabi se refiriere a la racional, requiere de esa otra disposición, de esta otra potencia, que no comienza a ser si no es por el uso que el 239 240 Al-Farabi, El camino de la felicidad, Madrid: Trotta, 2002.p.48-49 Ibid.p.49 172 hombre hace de ella. Se nos han dado facultades desde el comienzo, pero tanto los objetos que les son propios, así como el movimiento hacia ellos, no se dan si es que no actúa una cosa intermedia, el deseo, que veíamos en cuanto trata de objetos de la razón se llama potencia del pensamiento. Ahora veremos que el deseo cuando trata de hábitos o acciones éticas se llama julq, traducido por hábito moral. Su plural es ajlaq, y es ética, de hecho la ética aristotélica ha sido recibida como kitab al ajlaq, libro de la ética. Ahora, en este sentido, quizá sería más acertado traducir julq por acción ética, o bien, en la medida en que viene a hacer de medio de la acción ética en realidad, porque tiene el lugar del deseo, entonces debiera ser algo así como la disposición a actuar éticamente, en realidad es un ethos241; el mismo traductor propone en nota al pie: “manera de ser”, “carácter”242. Al igual que el deseo y la potencia del pensamiento, la disposición a actuar éticamente, el ethos, existe para hacer tender a los hombres hacia lo bueno y a rechazar lo malo. No pertenece al orden de las acciones, y tampoco pertenece al sujeto poseedor de las facultades, julq, al ajlaq, el ethos, la ética, son el medio del deseo cuando este se refiere a los demás de nuestra misma especie. Si el propio deseo, nuzu’, se refiere a la inclinación hacia las sensaciones y la imaginación, su figura para los objetos de la razón es la potencia del pensamiento, pues el julq, ethos es ese medio cuando se refiere a nuestras acciones en cuanto a los otros, y es a través del cual el discernimiento (tamyiz) opta por una acción bella o fea. Del mismo modo que el deseo y la potencia del pensamiento se relacionan, o más que eso, no tienen lugar si es que no se da el comercio con lo sensible, la exterioridad; la disposición a actuar éticamente no tiene lugar sin la interacción con los otros de nuestra misma especie. Si el mero deseo (nuzu’) se refiere a los sensibles y la potencia del pensamiento a los inteligibles, pues el julq, ethos, la ética, al ajlaq, tiene lugar por la recepción de sensibles e inteligibles, pero no solo ofrecidos por todo el entorno, sino particularmente por el entorno de nuestra especie (y de cómo nuestra especie hace su modo de ser con el entorno). Se trata del deseo cuando tiene que ver con nosotros 241 Porque es como lo que en el pensamiento o la sensación actúa entre la materia preparada para recibir los sensibles o imágenes y los cuerpos o el intelecto agente. 242 Ibidem, nota 28 173 mismos y con los otros, en la medida en que, en las acciones en que interviene (el deseo, el ethos, julq), son aquellas con las que tendemos hacia lo que recibimos de parte de los que sienten, imaginan, piensan y hablan como nosotros. Y, del mismo modo, el cómo se da nuestro ofrecer a esos otros, en la medida en que en toda acción ética, ofrecemos algo a un otro, un gesto. Y el deseo en relación a cómo recibimos aquello, tiene que ver con todo nuestro modo de ser humano: la amistad, el amor, la vida pública, la vida contemplativa, etc. Y así también como el mero deseo (nuzu’), nos acerca hacia lo placentero y nos aleja de lo dañoso y, la potencia del pensamiento nos acerca a los inteligibles perfectos en cuanto verdaderos, y nos aleja de los imperfectos en cuanto falsos. Del mismo modo, el deseo, el ethos, julq nos lleva a cometer acciones bellas, buenas, y, a evitar y, no cometer las feas y malas. Y así como el deseo y la potencia del pensamiento, nos decía Al-Farabi, dependen de una temperatura corporal en justa medida, así para que el julq, ethos cumpla su función de acercarnos a lo bello y alejarnos de lo feo, las acciones deben tener un “termino medio” como dijo Aristóteles y reprodujo aquí Al-Farabi. Es decir, si el deseo nos hace tender hacia las sensaciones e imágenes bellas, y la potencia del pensamiento hacia los inteligibles que nos llevan al conocimiento, asimismo el ethos nos hace tender hacia la acción moral bella. En el cuerpo orgánico, la temperatura necesaria para que se den las potencias del alma es natural e innata. Por lo que en esos ámbitos, el deseo no requiere de un instrumento inteligible como condición para que se dé la acción orientada al fin. En otras palabras, veíamos que así como Al-Farabi nos decía que la sensación, imaginación y pensamiento se mueven por el deseo, y que para que éstas se den se requiere de una temperatura innata (hararat al gharizi), en ética, el término medio, que es lo que hace la decisión del ethos, julq no es innato. Requiere de otra cosa, requiere de otros, sin otros no hay ética, y como con los otros hablamos, entonces requiere también de la palabra. Donde más se juega el problema de la verdad (más que en el conocer lo que corresponde a lo especulativo), es en la ética, porque, como veremos, el instrumento para que intervenga aquello que en ética toma la forma del deseo, es decir, el ethos, julq, no es innato, sino que es la lógica, en la medida en que es la ciencia que permite discernir entre lo verdadero y lo falso, y es finalmente 174 la veracidad, lo verdadero que contiene el tender hacia una u otra acción, es de donde obtenemos el término medio. Para revisar toda esta problemática del deseo como ethos en el Tanbih de Al-Farabi, comentaremos algunos pasajes que agruparemos como sigue: 1. Lo sensible y el término medio “Algunos placeres pertenecen a lo sensible, como los placeres que dependen de lo que se oye, de lo que se ve, de lo que se gusta, de lo que se toca y de lo que se huele. Otros dependen del concepto243, como los placeres que dependen del gobernar, el ejercer el poder, el dominar, de la ciencia y de otras cosas semejantes244. En la mayoría de los placeres, nosotros siempre tendemos hacia aquellos que pertenecen a lo sensible, pues creemos que son el fin de la vida y perfección del vivir por pretenderlos desde el comienzo de nuestra existencia. (…) Además, lo sensible es más conocido para nosotros, lo percibimos mejor y accedemos a ello con más posibilidad. Por medio de la reflexión y del examen atento está claro que esos placeres nos alejan de la mayoría de los bienes y nos apartan de las cosas más importantes por las que obtenemos la felicidad; cuando vemos que un placer sensible se nos escapa por una acción bella, tendemos a rechazar lo bello, pero cuando el hombre es capaz de llegar a rechazar estos placeres o a obtener el término medio, entonces está próximo a los hábitos morales dignos de elogio”245. Sin duda se trata de un pasaje que pertenece a lo que Foucault llamaría la “problematización moral de los placeres” 246, en el sentido que trata acerca de cómo los placeres sensibles nos confunden en relación a lo que son los verdaderos placeres y que constituyen el fin del vivir. Y es que la cuestión ética aquí se plantea en los mismos términos en los que la develó Foucault en El uso de los placeres, es decir, la cuestión ética no es: “¿qué deseos, qué actos, qué placeres, sino: ¿con qué 243 El traductor hace una nota al pie en esta palabra para indicar que el texto árabe dice mafhum, que significa más bien entendido, comprendido. Y que la palabra usual para indicar concepto era Tassawur, concepción, representación, dice el traductor. (Ibid.p.61, n.40). Pero no hay que dejar pasar lo emparentado que está la palabra concepto con la de imagen y forma en árabe. Sura, forma, suwwar, formas, por lo tanto no hay que dejar de entender la palabra tasawwur, es decir, concepto, como impresión o concepción de imágenes. 244 Con un párrafo muy parecido de la sobre los el placera comienza el libro X de la versión árabe de la Ética a Nicómaco. Akasoy, Anna y Alexander Fidora (eds.). The Arabic Version of the Nicomachean Ethics. Leiden: Brill, 2005.pp.529-530 245 Ibid.p.61 246 Foucault, Michel. Historia de la sexualidad 2- el uso de los placeres. Editorial Siglo XXI: Argentina, 2004. 175 fuerzas nos dejamos llevar ‘por los placeres y los deseos’?” 247. Foucault planteaba esto en relación particularmente a la moral sexual, donde ya desde la introducción, oponía a ese héroe virtuoso “que es capaz de apartarse del placer como de una tentación en la que sabe que no caerá –que- es una figura familiar en el cristianismo”248, a otros para quienes la abstención estaba “perfectamente vinculada con una forma de sabiduría que los ponía directamente en contacto con algún elemento superior a la naturaleza y que les abría acceso al ser mismo de la verdad”249. Ahora bien, este último es exactamente el camino ético de Al-Farabi y los falasifa, como hemos visto desde el comienzo y, en este preciso pasaje, tiene lugar cuando Al-Farabi, tras tender a la abstención al referirse a la confusión que producen los placeres sensibles, acto seguido, afirma que esta confusión se dirime a través del examen atento de si acaso lo que se ofrece pertenece al orden de lo verdadero o lo falso, y es una abstención que tiene lugar en vistas de la felicidad, y la felicidad está orientada al conocimiento de la verdad. Y es por la idea farabiana del deseo, que la cuestión ética se plantea en los mismos términos que en los que la sitúa Foucault, es decir, veremos que la función que asume el deseo como julq, ethos, en cuanto necesita del término medio para orientarnos hacia la acción moral bella, no se da como tarea la prescripción de actos, sino el establecimiento de criterios con los que el deseo en su forma de ethos nos haga tender hacia la acción bella, y son criterios que parten de la base que: “el equilibrio en las acciones está en su abundancia y escasez, en su intensidad y debilidad, en la longitud y brevedad de su tiempo”250, se trata de que una acción solo puede ser juzgada en comparación con “las circunstancias que la rodean” 251, y considerando “el tiempo de la acción, el lugar en el que ocurre, de quién procede, a quién se dirige, de qué es acción, por medio de qué se hace, por qué y para qué se hace” 252, de manera que el término medio solo se obtiene a través de un examen atento, que considere lo que hace al 247 Ibid.p.42 Ibid.p.22 249 Ibídem. 250 Al-Farabi, El camino…, p.54 251 Ibídem 252 Ibid.p.55 248 176 acto, y no la determinación de ciertos actos como dañosos sin considerar la contingencia de toda acción, que es lo que ocurre con la ley: “O bien el daño se sigue de la acción porque se ha prescrito en la ley religiosa, [el daño] sigue a la acción sin que esa acción sea tal en sí misma que de ella se siga siempre ese daño, como flagelar al adúltero y matar al homicida” 253. Lo que el segundo maestro nos deja claro, es que, las acciones sobre las que la ley religiosa predica el daño, no son necesariamente dañosas en sí, esto ocurre, porque, como veremos luego, la ley pertenece al orden de lo sensible, y en ese sentido al orden de aquello que nos confunde en cuanto a la búsqueda de la felicidad, y por tanto, de la verdad. Así, la abstención de los placeres sensibles en Al-Farabi no tiene que ver con un modelo religioso, sino con una concepción filosófica de lo posible, y también con la clásica idea de que los fines del vivir están en la política y la contemplación, y no en la alimentación ni en la reproducción, y tampoco en la acumulación de riqueza. En todo caso, el alcance político de esta filosofía es muy radical: si la ley pertenece al mismo orden de confusión en relación al encuentro de la verdad, entonces así como es recomendable abstenerse de determinados placeres sensibles, también podría ser perfectamente recomendable el abstenerse de obedecer a una determinada ley. Así, la abstención aquí toma la forma del “preferir no”, de la posibilidad de que nuestro julq, ethos pueda no inclinarse hacia una determinada acción, pero esa acción no es rechazada en cuanto prescrita por la ley, sino por un examen de sus circunstancias contingentes que producen la inclinación de alejamiento de nuestro julq, ethos, y en ese sentido, como dijo Deleuze en relación a la fórmula de Bartleby (el preferir no): “al dejar indeterminado aquello que rechaza, le confiere un carácter radical, una especie de función límite”254. 2. El ocultamiento de lo verdadero en lo sensible “De los placeres que siguen a las acciones, unos son más conocidos y más perceptibles para nosotros y otros son más ocultos. Los más conocidos son los más inmediatos, que constituyen un placer sensible. Así son también los daños: lo que 253 Ibid.p.62 Deleuze, Gilles. “Bartleby o la fórmula”, En Deleuze, Gilles, Giorgio Agamben y José Luis Pardo. Preferiría no hacerlo. Pre-textos: Valencia, 2005.p.59 254 177 procede de ellos de manera inmediata y proviene de lo sensible es claro para nosotros, sobre todo si es un daño establecido en la ley religiosa. Los más ocultos son los otros placeres y daños; los más ocultos de ellos son aquellos que se dan por naturaleza, en el futuro, y proceden de lo comprendido. Los que son inmediatos y por naturaleza son inferiores a esos en cuanto a ocultamiento y lo mismo ocurre con los que se dan en el futuro y proceden de lo sensible”255. Ya veíamos desde arriba el porqué de la abstención ante los placeres sensibles, pues éstos nos confunden en el mundo de las cosas sensibles entre lo verdadero y lo falso, y no siempre el placer sensible inmediato significa una acción moral bella o un placer para el futuro. Ahora Al-Farabi nos añade otra cosa: esta confusión proviene de un ocultamiento de la verdad que se produciría en lo sensible. Es decir, si bien “el ser marcha en paralelo a lo ente” según el mismo Al-Farabi, esto no significa que lo verdadero se manifieste permanentemente en lo ente, sino todo lo contrario, como ya hemos visto, esto solo ocurre “a veces” y por “corta duración”, también en palabras del mismo Farabi. Por lo tanto el julq, consistirá en actuar en función de obtener los placeres ocultos, que son los que tienen más que ver con el fin del vivir, y por lo tanto con la verdad. Así pues, por lo respecta a los placeres, “los más inmediatos son inferiores en cuanto a ocultamiento”, es decir son inferiores en cuanto a lo que nos pueden mostrar de la verdad, y lo mismo con los daños, y aquí, Al-Farabi arremete nuevamente contra la ley religiosa: pues, los daños que esta prohíbe son igual de inferiores e inmediatos que los daños sensibles, lo que significa que están igual de lejos de la verdad, lo que significa en definitiva que toda ley y por lo tanto todo gobierno de los vivientes es imperfecto. Porque en la medida en que las leyes y artes de gobernar sancionan actos y no conceptos, se ven obligados a no considerar la contingencia de toda acción, lo que equivale según Al-Farabi, a tener en consideración todo lo que tiene que ver con que esa acción haya llegado a tener lugar: tiempo, lugar, sujeto, objeto, intención, etc. Es así entonces como el examen atento no es solo cosa de filósofos, sino que es cosa de todo aquel que quiera tener un modo de existencia, una forma de vida, más allá de la existencia imaginada, y eso significa también, tener la tendencia, la predisposición a 255 Ibid.p.63 178 no obedecer, igualmente como se le produce a cualquier sujeto en cuanto a cualquier otra acción. 3. ¿Obra del hombre? “Cada una de estas tres artes tiene un cierto fin humano, quiero decir un fin que es propio del hombre. Los fines humanos son tres: lo agradable, lo útil y lo bello. Lo útil es útil en lo placentero o en lo bello. El fin de las artes por las que el hombre obra libremente en las ciudades es lo útil. El fin de aquellas por las que elige los modos de conducta y por las que adquiere la capacidad de hacer lo que elige es lo bello. El fin de aquellas artes por las que alcanzamos lo que solamente consiste en ser conocido es también lo bello, por el hecho de que su adquisición de la ciencia y la certeza es por la verdad, pues el conocimiento de la verdad y la certeza es indudablemente bello. Resulta, en consecuencia, que el fin de todas las artes es lo bello o lo útil”256. Este pasaje interroga el núcleo de esta tesis, presupuesto desde la introducción. Se trata de un oscuro pasaje de la Ética a Nicomaco (1097b – 1098ª) en el cual Agamben identifica la posibilidad de una política inoperosa, es decir, una a la que en su obrar le vaya su propia inoperosidad. Una lectura de Aristóteles en esta dirección, sería posible según Agamben, desde Averroes. La inoperosidad sería así, el sentido político del averroísmo, que hacia el final del capítulo anterior, ya nos autorizábamos a llamar “farabismo”. La interrogante que plantea el oscuro pasaje aristotélico es: ¿hay un fin, una obra, propia del hombre? Incluso, desde Al-Farabi podríamos extender la pregunta hacia la propia vida: si el Ser primero, ya a estas alturas digamos simplemente el ser, que es aquello que hace posible que los sensibles que nos interpelan tanto como nosotros, existamos y seamos capaces de reconocernos, no tiene fin, si es el ser, lo que por extensión merece, según las mismas palabras de Farabi en la Ciudad ideal, más que ningún otro ser llamarse vivo y vida, y si este ser, el más digno de llamarse vivo y vida no tiene fin, entonces para Al-Farabi, la vida, no tiene fin, ahora, esto no significa que la naturaleza no tenga cierto orden, que por supuesto es alterado, modificado, reelaborado, por sus propios animales y cuerpos. Pero sí hay algo claro hasta el momento: la vida y el viviente son sin fin, es decir, no existen por otra cosa más que por sí mismas. Ahora, 256 Ibid.p.67 179 si es que la misma vida, no tiene fin, entonces el viviente, ningún viviente tampoco lo tiene: la vida y el viviente son sin fin, en la medida en que la felicidad como fin en sí misma, se trata de una permanente búsqueda, es decir, es un sin fin. Desde esta ausencia de obra desde el comienzo, podemos pensar el actuar ético igualmente intermitente como lo es el pensar. Dice Al-Farabi: “El hombre puede realizar las bellas acciones por su libre elección, pero sólo en algunas cosas y en ciertos momentos; por esto, no adquirirá la felicidad a no ser que elija lo bello en todo lo que hace y en el tiempo de toda su vida” 257. Ahora, a estas alturas258, ya es casi obvio decir que la vida, en cuanto vida biológica, y que el sujeto viviente, en cuanto persona, existen por sí mismos y no por otra cosa y en ese sentido no tienen fin, pues es el dogma de la sacralidad de la vida sobre el que se funda el paradigma político occidental según Agamben 259. Pero la interrogante de Agamben, y la que nosotros desde Farabi y Coccia extendemos a tolo lo vivo, la pregunta por el fin, por una obra, naturalmente no se refiere a la vida biológica, sino a lo vida calificada, esa que los griegos llamaban bíos. Desde ese punto de vista: ¿es obvio hoy decir que lo viviente no tiene un fin o una obra a realizar? La respuesta es no, y sobre todo, en términos políticos y gubernamentales260. Recapitulemos las formas en que Al-Farabi nos recuerda la intermitencia de nuestras sensaciones, imaginación o conocimiento: se refiere a que el placer de algo cercano a la perfección lo sentimos, imaginamos o conocemos solamente a veces y por corta duración. A su vez, la tercera de estas facultades, es decir, la racional, le pertenece solo al hombre (entre todos los animales), y es la capacidad a través de la cual hace concepto de lo que conoce y lo expresa a través del lenguaje, cosa que constituye el predominio de los objetos de la sensación y la imaginación. Pero esta facultad no le pertenece desde el comienzo ni en acto. No está en su sustancia ni en su esencia. Tiene solamente una disposición, una tendencia, que es el deseo, que lo 257 Ibid.p.47 Me refiero al contexto del paradigma del occidente moderno y la sacralización de la vida, sobre lo que se basa de hecho, la biopolítica. 259 Véase Agamben, Giorgio. Homo Sacer, op.cit. especialmente, parte tercera, pp. 151-240. 260 Esto ha sido explicado en profundidad en el primer capítulo. 258 180 inclina hacia ciertos objetos y no a otros. Esta disposición, a su vez, en la facultad racional, asume la forma de la potencia del pensamiento, que cumple la función del deseo en cuanto se trata de cosas relativas al concepto, así, nos inclina hacia unos inteligibles y no a otros. Y por último, el pensamiento viene desde fuera, no es una psiquis interna, subjetiva, la que actualiza la facultad racional. En la medida en que esta facultad se llama intelecto material, es la preparación de la materia para recibir a los inteligibles, y este intelecto es común a todos los hombres, como hemos visto en la Ciudad ideal. Y así como todos los hombres tienen la capacidad de conocer, también les acontece el no conocer. De la misma forma en ética Al-Farabi trae la intermitencia del pensamiento a la intermitencia en los actos éticos bellos, es decir, el hombre puede cometer acciones bellas sólo en relación a determinadas cosas y en determinados momentos. Así dice el comienzo del breve pasaje recién citado. Lo que muestra que tal como estamos separados del pensamiento, estamos igualmente separados de la acción moral bella, y debemos alcanzarla, así como alcanzamos la verdad. Este supuesto, contrarresta los supuestos modernos de que “las leyes hacen buenas costumbres”, o las ideas como las que Agamben critica de las consecuencias que tuvo la lectura de la operosidad del mentado pasaje de Aristóteles, que constituye la política de occidente, como el haber asignado a ese sujeto racional una tarea y un destino histórico en tanto pueblo o nación, como vimos en la introducción. Y es por ello que el averroísmo ha llamado la atención de Agamben. Pues aunque él no menciona a Al-Farabi, y quizá no lo haya leído, lo importante no es el nombre del filósofo, sino el modo de ver, ese modo de ver que decíamos inauguró el segundo maestro. En esta tradición que concibe a un sujeto separado del pensamiento, es donde Agamben encuentra una política que pueda orientarse a la idea de felicidad como forma de vida, porque su concepción de la política está orientada a la búsqueda de la verdad, y el alcance de esta es la felicidad. Se trata de una política que debe ir más allá de toda ley, como ya hemos visto en el capítulo anterior, y en las relativizaciones que Al-Farabi hace de la ley religiosa en el mismo texto que comentamos en el presente capítulo, y también se trata de una comunidad que va más allá de toda cultura, como vimos en la Ciudad Ideal, la idea de que la comunidad universal es independiente de la ley, también es independiente de la 181 cultura, idea que veremos reforzada más adelante en el presente capítulo. Ahora, se trata también que en lugar de una ley se basa en un julq, ethos. Ese mismo ethos, que es la forma del deseo en ética, es la inclinación hacia las acciones bellas, pero se basa en el término medio, que consiste fundamentalmente en no actuar ni en exceso ni en defecto de acuerdo a las circunstancias que rodean la acción. Se trata de que la tendencia opera en función de criterios y no de actos. Ahora, el discernimiento (tamyiz), que es la forma que tiene la decisión en una acción ética, la forma de la decisión del julq, ethos, en tanto pertenece a la potencia racional, pero en su parte común, padece de la misma intermitencia en cuanto a la inclinación hacia lo propio que todas las demás facultades del hombre; si el placer, la imaginación de algo placentero, o el conocimiento ocurren a veces y por corta duración, la acción bella en ética, también será en determinados momentos y en relación a ciertas cosas. De manera que se trata de una concepción de la ética que admite la precariedad de la débil potencia del hombre, y en cuanto tal, lleva unida su potencia. Así, en cuanto las acciones bellas son intermitentes, la excelencia en el discernimiento (tamyiz), en cuanto corresponde absolutamente a la adquisición de los inteligibles, es igualmente intermitente, por lo tanto aquello que juzga, el discernimiento, no es más permanente que aquello que es juzgado, la belleza de la acción. Finalmente, si AlFarabi planteaba una comunidad inoperosa en la Ciudad ideal, basada en la universalidad de la verdad, que constituye en sí misma una búsqueda, aquí plantea una ética inoperosa en cuanto dos cosas: se basa en la abstención de los placeres inmediatos y los somete a examen (así puede ser con los sensibles o la ley); y en segundo lugar, tiene en cuenta que el hombre actúa en dirección a lo bello sólo a veces y en determinadas cuestiones. Queda una cuestión pendiente y que es de importancia capital para la presente investigación: se trata del fin del hombre. Es algo que Al-Farabi ya refiere al comienzo del primer pasaje citado. Dice que cada una de estas tres artes: la filosofía teórica, la ciencia política y la ética, tiene un fin humano, y por eso, aclara, un fin propio de lo humano. ¿A qué se refiere con eso? Pues, según él mismo, los fines de estas artes son lo útil y lo bello, son asuntos que tienen que ver con la facultad racional, con la concepción de las imágenes y su expresión en el lenguaje. Sólo se 182 puede conocer lo bello a través del lenguaje, y es el motivo por el que tenemos la expresión del lenguaje, porque somos de tal forma hipersensibles que necesitamos expresar en palabras la experiencia de lo bello. Ahora, esto nos mantiene en el ámbito de las facultades, sin embargo, qué nos dice, Al-Farabi sobre el fin del hombre, ¿asigna un fin específico? O ¿efectivamente se trata de una concepción inoperosa del hombre? La segunda parte del pasaje recién citado: “[el hombre] no adquirirá la felicidad a no ser que elija lo bello en todo lo que hace y en el tiempo de toda su vida”, puede darnos quizá una respuesta. Primero, debemos constatar que es prácticamente una paráfrasis de la última parte del pasaje de la Ética a Nicomaco, de donde Agamben desprende luego la lectura de la inoperosidad que sería la del averroísmo. A pesar de haberlo citado, recordemos solo sus últimas palabras, para ver el paralelo con Al-Farabi: “la función del hombre es una cierta vida, y ésta una actividad del alma y acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y primorosamente, y cada uno se realiza bien según la virtud adecuada; y, si esto es así, el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud, y si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más perfecta, y además en una vida entera” (1098a)”261. En realidad Al-Farabi parafrasea cuatro líneas en dos –de manera muy sintética y sin igual-, en cuatro líneas nos ofrece la tesis de la intermitencia del pensamiento y la ética inoperosa-; la felicidad sería esta cierta vida, que adquirimos eligiendo lo bello en todo lo que hacemos y en el tiempo de toda nuestra vida. Es decir, la felicidad es una ética de la inoperosidad, en la medida en que para adquirirla necesitamos de lo bello en todo lo que hacemos permanentemente, y es el mismo Al-Farabi, quien nos dice que lo bello lo podemos escoger solo a veces, es decir, intermitentemente. Es decir, la felicidad es el fin, pero estamos privados de obtenerlo permanentemente, sólo podemos alcanzarlo o sentirnos cerca, de manera intermitente. Es por ello que debemos incesantemente buscarlo. Esa cierta vida, 261 Ética a Nicomaco, op.cit..p.9. Según nosotros la versión árabe no presenta mayores diferencias, de todos modos, ponemos a disposición su traducción al inglés: “the function of the man is a certain life, and this life is a function belonging to the soul and an action with intellectual discrimination, and the function of the good man is with this function according to the neccessary excellence (15) and the function of every single thing is excellent according to its virtue”. The Arabic Version of…, op.cit.p.134 183 consiste en la búsqueda. En lo que sigue, veremos, en qué sentido la felicidad y la verdad son una sola cosa (algo que viene ya planteado desde la Ciudad ideal) y se obtienen de la misma forma, pero no son sin embargo, como dijimos antes, solo cosa de filósofos, sino que es cosa de todo aquel que quiera tener un modo de existencia, una forma de vida más allá de la existencia imaginada, lo que sería poder no ser gobernado de ese modo, bajo esas reglas, como diría Foucault 262. 4. La lógica como ciencia de los juegos de verdad “Este arte es aquel por el que se llega a conocer cuál es la opinión verdadera y cuál es la opinión falsa; las cosas por las que el hombre llega a la verdad y aquellas por las que la mente del hombre se aparta de la verdad; aquellas por las que el hombre cree que la verdad es falsa y aquellas que le hacen imaginar lo falso bajo forma de verdad e inducen a la mente del hombre a lo falso sin que se dé cuenta de ello; por ese arte se llega a conocer el camino por el que el hombre aparta lo falso de su mente, cuando resulta que lo cree así sin saberlo, y aquel por el que aparta lo falso de los otros si son llevados a ello sin saberlo” 263. Si tuviéramos que comentar este pasaje en términos foucaultianos tal vez debiéramos decir: según Al-Farabi, la lógica es una ciencia que se ocupa de las relaciones entre el sujeto y la verdad, lo que significa un análisis de los “juegos de verdad” decía Foucault, “de los juegos de falso y verdadero a través de los cuales el ser se constituye históricamente como experiencia, es decir, como poderse y deberse ser pensado”264 . Es decir, trata de cómo el sujeto sabe qué cosa se corresponde con la verdad o no, de las razones por las que un sujeto se acerca a la verdad y por las que se aleja; también trata acerca de que puede ocurrir que el sujeto crea que la verdad es falsa, y también que se puede hacer imaginar lo falso bajo la forma de lo verdadero; pero este arte tiene también una finalidad ética, se trata de que aquel que tiene noción de lo verdadero, utiliza este arte para apartar a los otros de lo falso. Es decir, es un arte que se ocupa de cómo ciertas cosas se constituyen en objetos del pensamiento para los hombres, de cómo los hombres dirimen entre esos objetos lo que es verdadero y lo que es falso, de cómo aparecen las formas de lo verdadero y 262 Foucault, “¿Qué es la crítica?”, op.cit.pp. 7-8 Al-Farabi. El camino….p.69, el destacado es mío 264 Foucault, El uso de los placeres…, op. cit., p.10 263 184 lo falso, y en cuanto también consiste en apartar a los otros de lo falso, también constituye un saber de lucha; tiene todos los elementos de lo que Foucault diría una problematización265. Se trata de un arte filosófico y ético a la vez, el de conocer lo verdadero y apartar de lo falso, a nosotros mismos y también a los otros; pero la primera verdad de este arte, es que, en relación al ser, nosotros en tanto animales somos una partecita mínima del cosmos que tenemos una débil e intermitente potencia de sentir, imaginar, conocer o actuar de manera cercana a la perfección. Porque, desde la Ciudad ideal, ya podemos decir que quien se aplica a este arte (la búsqueda de la felicidad, la verdad), tiene en consideración que la “marcha paralela del ser y lo ente” consiste en la totalidad del ser y en la privación de su paralelo material. Por eso es necesario indagar en la autonomía ontológica de los medios, porque son los que nos conectan en esos intermitentes momentos con lo placentero, lo verdadero, y en ese sentido, asumiendo nuestra necesaria condición de absoluta potencia pero como existencia en privación (sobre todo porque el fin -la felicidadno se nos da de manera permanente), la cuestión filosófica de la verdad, y la cuestión ética de lo bello y lo útil, se juegan no en sus manifestaciones de lo ente o en la perfección de los conceptos como ideas, sino en los medios que conectan los inteligibles con la experiencia del viviente en su relación sensible con lo ente, cómo la siente, la imagina, la piensa, la expresa y actúa en relación a ella, y esto en los hombres, se da en comunidad –un modo de ser, una vida en común-, y eso es porque las potencias que van más allá de la imaginación, son comunes a la especie, al género humano y se trata particularmente de la facultad racional. Hay un interesante pasaje del Catálogo en donde Al-Farabi define los objetos de la lógica en tanto la relación de los inteligibles con el lenguaje que corresponde traer a la discusión: “Los objetos de la lógica, es decir, aquello sobre lo cual la lógica da reglas, son las ideas o inteligibles, en cuanto guardan relación semántica o significativa con las palabras, y las palabras en cuanto significan las ideas” 266. 265 266 Véase nota 4, capítulo I. Al-Farabi, Catálogo…, p.p.20-21 185 Dividamos el pasaje en dos y digamos lo siguiente: 1. Hasta “inteligibles”, el pasaje nos muestra que la felicidad y la verdad son una misma cosa, y su sentido práctico, que es lo bello y lo útil, también, pues se trata del conocimiento de los inteligibles. 2. La lógica da reglas sobre los inteligibles en cuando tienen “relación” con las palabras, y las palabras dice, en cuando significan ideas. La relación que guardan los inteligibles con las palabras es, entonces, la capacidad de expresión que está unida a la percepción, en este caso, racional; se trata de si un concepto es correcto para un determinado inteligible o no. Es decir, la lógica es la parte de la filosofía que nos conduce a la búsqueda de la verdad, porque es el arte que se ocupa de la relación entre los inteligibles y las palabras. Podríamos decir, se fija en la posibilidad de verdad de los conceptos. Su “veridicción”, diría Foucault. En el pasaje que sigue, tenemos una interesante reflexión de Al-Farabi sobre la razón, al-natq, el logos. Esto es importante para la imagen del hombre que hemos venido sosteniendo que es la de nuestro filósofo -y la del averroísmo-, y para el objeto particular de este capítulo, porque es la facultad por la que podemos aplicarnos al arte de la lógica, y es ésta la que lleva esta facultad a su perfección. 5. La razón: percepción, pensamiento y lenguaje “A aquello por lo que se da la percepción del hombre, que es una de las cosas a las que se aplica el término «intelecto», fue costumbre de los antiguos llamarlo «razón». El término «razón» se aplica también a la palabra y a la expresión por medio del lenguaje. A este significado del término «razón» es al que se refiere la gente, pues es el significado más conocido de este nombre. Sin embargo, los antiguos que practicaban esta ciencia aplicaban este nombre a los dos significados a la vez, pues del hombre puede decirse verdaderamente que es racional en ambos sentidos a la vez, es decir, en tanto que es capaz de expresarse y en tanto que tiene aquella cosa por la que percibe. Sin embargo, los antiguos, al decir del hombre que es racional, se refieren a que tiene aquello por medio de lo cual percibe lo que pretende conocer. Puesto que este arte proporciona a la razón su perfección, se llama arte de la lógica. Aquello por lo que el hombre percibe lo que busca se llama también la parte racional del alma. El arte de la lógica es aquello por lo que la parte racional obtiene su perfección” 267. 267 Ibid.pp.70-71 186 Lo primero y más importante que debemos destacar de este pasaje, es la concepción del sujeto que nos presenta: es manifiesta la ausencia de un animal racional del que podríamos desprender una psiquis individual, pues la razón es tal en tanto da la facultad de percibir y de expresarse, y también de conocer aquello que percibimos, cosa que logramos luego de haber expresado la experiencia, es decir, luego de haber significado las ideas en palabras. Pues, en lo que más se centra Al-Farabi es en lo que es la percepción en su relación con la expresión. Ahora, en cuanto a la razón, nuestro filósofo señala que respecto al término intelecto (áql)268, los antiguos, es decir, los griegos, lo llamaban razón (logos, natq), pues logos para los griegos, así como en árabe natq, tienen el significado de la capacidad de hablar, de tener la palabra. De hecho, según Al-Farabi, la razón en sentido de capacidad de hablar es la noción de sentido común, mientras los filósofos, es decir, los aplicados al arte de la lógica, entienden que además de la capacidad de hablar, el tener logos, natq, implica tener la capacidad de conocer aquello que deseamos. Finalizábamos el capítulo anterior con una breve reflexión, en donde considerábamos la diferencia entre el logos griego y el natq árabe frente a la ratio latina, que parece haber perdido la noción del doble significado de potencia de pensar y capacidad de hablar, que es algo que viene a recordar la filosofía contemporánea en discusión con el paradigma cartesiano, sobre todo Foucault, siendo él mismo quien rastrea la génesis del “momento cartesiano”, en que el sujeto deviene cognoscente de por sí, en la teología de Tomás y la necesidad de su sujeto de creencia 269. Heidegger, Arendt, Foucault, Agamben (solo por nombrar algunos entre una larga lista de filósofos contemporáneos), todos vuelven a situar en sus reflexiones la noción de logos en esta doble significación de pensamiento y habla, y obviamente, lo hacen porque sienten que ese significado se ha perdido desde hace tiempo en la filosofía occidental. Como Al-Farabi y sus sucesores no tenían sujeto de creencia que salvar, sino más bien que indagarlo como animal con todas sus facultades, fue posible 268 De hecho, Al-Farabi usa al-quwwa al natqa como potencia o facultad racional, pero en el general de los falasifa es más usual hablar de al-quwwa al ‘aqliya, es decir, potencia intelectual, diferenciándola como potencia de inteligir, aun manteniendo la idea de hayawan natq, es decir, del hombre como animal hablante. En todo caso, como se advierte, en cuanto capacidad de pensar, ‘aql y natq parecieran ser equivalentes para Al-Farabi, aunque él prefiere usar quwwa al natqa, para mantener en la potencia racional la dimensión de la expresión. 269 Véase nota 3, capítulo I. 187 salvar en esta línea una filosofía pagana, que no une al pensamiento con el viviente (la unión es cosa necesaria para cualquier religión profética que promete al creyente la salvación, y para insertarse en la salvación es necesaria un alma individual que crea ella misma en esa posibilidad), sino como potencias de percibir y expresar lo percibido. He ahí el estatuto sensible y común que se aloja en la filosofía de AlFarabi270: razón- natq, es sobre todo potencia perceptiva y capacidad de expresión, ser un animal con capacidad de percibir y expresar, es ser un animal común, un animal que recibe lo que percibe y lo da a los otros a través de la expresión, o sea, es quizá una facultad que incluso no sería necesaria (y por tanto no tendríamos porque la naturaleza no hace nada en vano) si no existiéramos en comunidad. Digámoslo así: si el intelecto material es común a todos los hombres y los inteligibles que se ofrecen también, y el medio que nos hace tender a…, el deseo, tampoco nos pertenece –es una fuerza exterior-, significa que lo que hay en la expresión de la razón y el habla, no es una subjetividad individual, sino una singularidad sensible, una expresión singular de lo sensible común. En tanto efectivamente somos un animal singular-plural hipersensible (la percepción de los sensibles comunes por cada cuerpo es singular, pero la expresión, el lenguaje, es plural), por lo que tenemos la capacidad de expresar y pensar lo percibido, entonces el ser racional no consiste en un cogito ergo sum, sino que radica en la singularidad con que cada cuerpo percibe y por lo mismo expresa lo que en común recibe y da, pero ni los objetos ni los medios de expresión nos pertenecen, solamente poseemos las potencias. Ahora, es el arte de la lógica el que nos lleva a la perfección de esta facultad (que Al-Farabi llama la parte teórica del alma y que no tenemos desde el comienzo y en acto), en tanto da reglas sobre los inteligibles y su relación con las palabras en cuanto significan ideas. Es decir, nos da reglas sobre el cómo indagar en la 270 El capítulo V de El libro de las letras, titulado “El origen de las artes silogísticas en las naciones”, comienza así: Cuando han completado las artes prácticas y las otras artes comunes que hemos mencionado, ansían el conocimiento de las causas de las cosas sensibles que hay en la tierra, encima de ella y en torno de ella, y de las demás cosas que se perciben en el cielo, y de lo que se muestra en el universo, así como el conocimiento de las causas de muchas de las cosas que han sido inventadas por las artes prácticas, relativas a las formas, los números, las imágenes en los espejos, los colores y otras cosas aparte de estas”. (Al-Farabi, Libro de las Letras, op.cit. p.83). Que el origen de la filosofía se deba a las ansias de conocer “las causas de las cosas sensibles”, es ya la muestra más palpable de la tarea de la filosofía para Al-Farabi. 188 constitución de la facultad racional desde las potencia de percibir y de expresar. Entonces, la lógica da reglas sobre cómo lo percibido ha sido llevado al nivel del lenguaje, lo que no es lo mismo que decir las cosas correctamente, como veremos a continuación. 6. Lógica y gramática: la universalidad de la verdad “Puesto que los nombres «razón» y «lógica» pueden aplicarse a la expresión por medio del lenguaje, muchos hombres creen que el objetivo de este arte es proporcionar al hombre el conocimiento de la expresión correcta de la cosa y la capacidad de expresarse correctamente; pero esto no es así, sino que el arte que proporciona la ciencia de la correcta expresión y la capacidad de ello es el arte de la gramática”271. En relación al propósito de la lógica hay una confusión, dice Al-Farabi, y es que tanto el “habla” o “razón” (natq), como la “lógica” (mantiq), se emparentan, la raíz de ambas es n-t-q, es decir, habla, razón y lógica, pertenecen a la misma raíz, y por lo tanto semánticamente guardan relación, pero eso no implica, dice Al-Farabi, que deba atribuirse a la lógica la tarea de dar las reglas sobre cómo decir las cosas correctamente, esa es una tarea de la gramática que es un arte diferente al de la lógica. La tarea de la lógica es conceptual, es el cómo llevar al nivel de una palabra a un inteligible para que signifique una idea, y las reglas que hay para ello. Hay, a este propósito, un pasaje del Catálogo que es de necesaria citación: “La lógica tiene de común con la gramática el dar, como ésta, reglas acerca del uso de las palabras; y se distingue de ella en que la gramática da tan sólo las reglas propias y privativas de las palabras de un pueblo determinado, mientras que la lógica da las reglas comunes y generales para las palabras de todos los pueblos” 272. Es decir, las reglas sobre el recto decir, no son las mismas que para señalar un inteligible que pretende verdad, y lo dice el mismo Farabi en el Tanbih: “la relación del arte de la gramática es como la relación del arte de la lógica con los inteligibles” 273, es decir hay una relación análoga, pero no de objeto, el objeto 271 Ibid.p.71 Al-Farabi, Catálogo…op.cit, p.22 273 Al-Farabi, El camino…, op.cit.p.72 272 189 de la lógica es universal, pues es lo verdadero; el objeto de la gramática es particular de cada pueblo, se trata de decir las palabras de manera correcta en una determinada lengua, los conceptos verdaderos constituyen “las palabras de todos los pueblos” y de eso se ocupa la lógica, los idiomas son privativos de cada pueblo y de eso se ocupa la gramática; lo que significa que la verdad no tiene cultura, la lengua sí, por ello es que Al-Farabi podía servirse de Platón y Aristóteles, pero para los gramáticos árabes contemporáneos a Al-Farabi era absolutamente inútil servirse de gramáticos griegos. Esto es algo que nos viene a reafirmar dos cosas sobre la verdad en Al-Farabi que son muy interesantes: 1. Es el carácter de desocultamiento que tiene el conocer lo verdadero. Lo veíamos cuando nos referíamos a la confusión que produce lo sensible en cuanto oculta lo verdadero. 2. El asunto de la universalidad de la verdad, cosa que hasta el momento no había sido común en los maestros griegos de los falasifa y, tampoco lo fue, posteriormente, en los escolásticos latinos; para los primeros todos los demás eran bárbaros, y para los segundos, en cuanto hacían de teólogos y filósofos a la vez, defendían verdades primarias dadas por la fe, de las que se asumía su no examen. Ya habíamos visto en la Ciudad ideal, que la ciudad virtuosa es independiente de la religión, ahora nos dice el segundo maestro que, la verdad es independiente del pueblo y la lengua, por lo tanto también de la religión y de la cultura. Si sumamos, la noción dada en la Ciudad ideal más la sostenida en este texto, tenemos que Al-Farabi nos ofrece una idea de comunidad universal, basada en una misma verdad, que en realidad es una misma búsqueda, la búsqueda de la felicidad, de la que podríamos descr ibir algunas características: su búsqueda (por lo que nace, su génesis) es el deseo por el conocimiento de las causas de las cosas sensibles; esta verdad es universal, y la transmite el intelecto agente, a veces, y solo con intervención de la potencia del pensamiento al intelecto material; de igual forma, en ética solo a veces se logra adquirir el discernimiento (tamyiz) para obtener el término medio de manera que el julq, ethos nos haga tender hacia la acción moral bella, es decir, se trata de una intermitencia del conocimiento y del actuar bello; en consecuencia, es una comunidad que se basa en la privación, pues el fin que 190 constituye la búsqueda (que es en sí misma la verdad) nos está privado de manera permanente. O sea se trata de una comunidad cuya única regla puede ser aquella que conduce hacia la obtención de lo verdadero, y que además asume que esta obtención es privativa de ciertos momentos. Y si para el actuar éticamente se asume la misma condición de privación e intermitencia, entonces es una comunidad que no se rige por una ley, sino por un ethos, julq, que es el deseo de actuar bien, la tendencia a actuar bello, y que para que tenga lugar es necesario el discernimiento a través de la lógica, que es el arte que se ocupa de la relación entre los inteligibles y las palabras en cuanto significan ideas. Que la verdad sea independiente de la lengua también es importante porque indica la traducibilidad de cualquier concepto, o es más, que todo concepto se gesta en una especie de traducibilidad, ya que nace en un ámbito en el que aún no es palabra, así lo enuncia en el Libro de las Letras: “Es manifiesto desde un principio que la realidad sensible es cognoscible a través de los sentidos. Y que en la realidad sensible hay cosas semejantes y cosas diferentes. Y que las realidades sensibles que son semejantes sólo se asemejan a través de un significado único, mediante un concepto que se asocia a ese significado, de manera que este significado es común para todos los objetos semejantes, y lo que se concibe de cada uno de ellos se concibe de los otros. A este concepto, que se atribuye a muchos, se le llama «universal» y «significado común». En cuanto al objeto percibido mismo, si bien el significado es uno, no existe una clase común a la multiplicidad de las cosas (similares), no hay un original (al que esos objetos se asemejen). [Los objetos sensibles] se llaman individuos y sustancias y todos los universales se llaman géneros y especies. En cuanto a las palabras, algunas se refieren a los géneros y especies, e n suma: a los universales, otras a las sustancias y a los individuos. Los significados son más o menos adecuados en función de la universalidad y la particularidad” 274. Hay que partir por el hecho de que es en la traducibilidad de los conceptos, del pensamiento, donde radica la posibilidad de universalidad de la verdad. La traducibilidad hace posible, en consecuencia, la comunidad universal de los hombres, que a pesar de diferir en religión, ley y lengua, puedan estar tras una misma búsqueda, tras una misma verdad. Debemos decir que la traducibilidad tiene su origen en la sensibilidad, en la medida en que de lo que se hace 274 Al-Farabi, Libro de las Letras…, op.cit. p.69 191 concepto es de la realidad sensible. Como la realidad sensible nos presenta cosas semejantes y cosas diferentes que, nos interpelan del mismo modo, entonces son realidades sensibles que tienen un significado único y común, y a esto Al-Farabi le llama universal. Se trata de cómo significamos nuestra experiencia con el mundo sensible en la medida en que nos interpela en tanto vivientes humanos, y de cómo, en tanto que esa experiencia que los hombres hacen con lo sensible es común, entonces quienes se ocupan de las artes filosóficas y construyen conceptos, independientemente de la lengua, tienden a agrupar ciertas realidades sensibles que tienen un significado único, común, decía Al-Farabi, en la medida en que son palabras que buscan significar ideas, lo que equivale a decir que, no hay un referente material exacto al que referir el universal: en tanto es género o especie, no refiere a un original al que pueda asemejarse el objeto, y tampoco refiere a un tipo de objetos sensibles, sino que refiere a una sensación ya imaginada y pensada. Esto nos deja claro entonces que son los sentidos en tanto potencias, los que nos permiten percibir los objetos que ofrecen las realidades sensibles. El encontrar el concepto universal correcto para agrupar el mayor número de sensaciones posibles, ese será el concepto más cercano a la perfección. Como ya sabemos, según la filosofía de Al-Farabi esto ocurre sólo a veces, por lo que la intermitencia del bello actuar ético, se debe entonces a la manera interrumpida que tiene de actuar la facultad racional del hombre, y en general, sus sentidos, sobre todo la imaginación y la sensación, cuyas percepciones de los objetos sensibles son variables. Por último, un universal, es un significado común. Y es por estos significados comunes, que se hace posible una política de la felicidad, que tiene su sentido práctico en el actuar bello, pero en la medida en que este actuar bello debe su término medio al arte de la lógica, que es por excelencia el arte filosófico puesto que se ocupa de, como hemos dicho, los “juegos de verdad”, es decir, de cómo significamos las realidades del mundo sensible que nos interpelan, pero no en la propia lengua, sino en las palabras de todos los hombres, como nos dice Al-Farabi, que son las palabras de lo verdadero, es decir, las palabras que nombran los inteligibles, los conceptos. Conceptos que agrupan realidades 192 sensibles mayores, es decir, que abarcan varias multiplicidades, y que no son reducibles a un original. Ahora, si esto es así, no hay ley que pueda ser correspondiente al arte de la lógica, y en consecuencia que pueda guiar a la felicidad, porque las leyes sancionan actos; y tampoco hay cultura que pueda tener la verdad sobre las realidades sensibles de la tierra, porque las realidades sensibles son comunes, lo que sí, esta verdad tiene una historia, que es posible de estudiar a través de la lógica. Pues en esto Al-Farabi es consciente que, políticamente, es necesaria una verdad superior a toda ley y cultura, y que él salva en la lógica, por eso es tan enfático en diferenciar la lógica de la gramática. Pues se trata para Al-Farabi también de la relación entre el lenguaje y el poder, pues según él, como dice en El libro de las letras, en relación a la aparición de las lenguas entre los pueblos: “Y no dejan de aparecer voces singulares, una tras otra, para todo lo que acuerda la gente de ese país, hasta que aparece alguien que regula sus asuntos, y establece aquellas voces que necesitan los habitantes del país, para las que se disponía anteriormente de expresiones adecuadas. Este personaje, es el fundador de la lengua de aquella nación. Y no cesa el fundador, desde aquel principio, de establecer la ley, hasta que hay establecidas palabras para todo lo que los habitantes necesitan” 275. Es decir, quien funda la lengua, funda la ley, en el sentido que funda un régimen de verdad primero. Pues establece las palabras necesarias para la ley que va fundando. Quizá una mirada culturalista, diría que esto hay que entenderlo como que se está refiriendo al profeta Muhammad, que desde su profecía, los diversos dialectos árabes que se unificaron en el árabe conocido como clásico, fusha, el coránico, que simplemente en época preislámica constituía el dialecto de la tribu Quraish, a la que pertenecía el profeta. Pero no, hay que ver en esto un fenómeno general del poder y del gobierno, todo reino y todo gobierno, necesitan de una lengua oficial, la tuvieron todos los imperios, y se conocieron atroces guerras por el problema de las nacionalidades, que pasaban, en gran medida por una politización de la lengua, que es justamente lo que Agamben refiere cuando habla del animal racional con destino histórico. En este sentido, ir más allá de las lenguas y las culturas, a los conceptos 275 Al-Farabi, Libro de las Letras, pp. 67-68 193 universales, implica también ir más allá de la ley, conocer cómo se ha constituido, y de acuerdo a ello saber si corresponde o no a lo verdadero, lo que significaría no obedecer, algo así podemos quizá desprender de este pasaje del Catálogo: “Otra utilidad de la lógica consiste en que con ella nos ponemos en guardia y podemos tomar las precauciones precisas contra lo imprevisto, cuando queramos examinar tesis que sean contradictorias o decidir entre dos adversarios que discutan, o acerca del valor de las afirmaciones y argumentos invocados por cada uno de ellos en apoyo de su opinión y en refutación de la de su adversario. Porque si ignoramos la lógica, no podremos certificarnos de parte de quién está la verdad, ni cómo atinó con ella el que atinó, ni por qué razón acertó, ni cómo resulta que sus argumentos demuestran necesariamente la verdad de su tesis. De modo que, en tal caso, nos expondremos, o a quedarnos perplejos ante todas las opiniones sin saber cuál de ellas es verdadera y cuál falsa, o a sospechar que todas ellas son igualmente verdaderas, a pesar de ser contradictorias, o a creer que en ninguna de ellas está la verdad, o a resolvernos a admitir unas y a rechazar otras, sin saber por qué razón las admitimos o las rechazamos. Por lo cual, si alguno de los contendientes nos contradice en algo que hemos admitido o rechazado, no podremos demostrarle la razón en que nos hemos fundado” 276. La lógica nos sirve para estar en guardia nos dice Al-Farabi. Y, si la ignoramos, no podemos saber de parte de quién está la verdad, ni cómo llegó a ella quien ha llegado, es decir, no podemos tomar posición frente a qué es lo verdadero, tampoco demostrar en qué se funda nuestra acción. A modo de ejemplo: si estimamos que una determinada acción que prescribe la ley se contradice con la verdad, y por eso la desobedecemos, deberemos saber demostrar por qué desobedecemos. Decíamos antes que Al-Farabi intenta salvar una verdad por sobre la ley y la cultura, si agregamos a esto, la relación entre la lengua y la ley que el mismo Farabi establece, y la idea de que la lógica nos permite mantenernos en guardia, esto significa mantenernos en guardia frente al poder, que permanentemente nos gobierna a través de imágenes de la verdad, por lo tanto debemos estar atentos para saber en qué momento y dónde está la verdad y por qué. Finalmente, aplicarse al arte de la lógica, que aquí venía inserta como la ciencia del término medio en ética, es la filosofía misma, la búsqueda de la verdad orientados hacia la felicidad. O más bien, 276 Al-Farabi. Catálogo…,op.cit..p.17 194 si en un tratado ético como este, la lógica tiene un lugar tal, es porque la vida filosófica es esa cierta vida orientada hacia la felicidad, que permite mantenerse en guardia frente al poder. 195 Conclusiones 1. Desde el primer capítulo, hemos inscrito nuestra investigación sobre Al-Farabi en el marco del diagnóstico filosófico de Foucault sobre la “gubernamentalidad”. Particularmente, en lo necesario de indagar en la articulación del sujeto que hace posible ese modo de gobernarnos, y de plantearnos la interrogante filosófica acerca de si hemos sido pensados –y por lo mismo si podemos ser pensados- de otro modo. Así, hemos llegado a distinguir desde Foucault, los rasgos más importantes que tiene este nuevo arte de gobernar, a saber: son técnicas dirigidas a acondicionar un medio, a poner los límites positivos al deseo de los individuos, y a manipular los intereses, entendiendo estos como la expresión de los deseos individuales. Todo esto hace que, el gobierno de las poblaciones sea algo que se ocupa de la circulación. Luego, hemos llegado a identificar –en el mismo Foucault-, la serie que ha supuesto la articulación de aquel sujeto, se trata de la serie: sujeto-de-creencia-concienciainterés. Al establecer la serie –que construye a partir de lo que llama “el momento cartesiano”- sitúa la herencia de este sujeto cognoscente de por sí, en el sujeto de creencia poseedor de un alma, de la teología. Con respecto a este punto, hemos señalado como decisivo –tanto para las investigaciones sobre la gubernamentalidad en general, como para esta en particular-, el aporte de Giorgio Agamben en cuanto a, la necesidad de interrogar la categoría de potencia con todas sus implicancias. Interrogar esta categoría, supone para Agamben pensar en la posibilidad de que todo acto, conserve en sí mismo, la potencia que lo constituye. La raíz de esta posibilidad, Agamben la encuentra en Averroes y en su teoría del intelecto. Particularmente en estas dos premisas: la separación entre el viviente y el ser del pensamiento y, la existencia de un solo intelecto en número y común a todo el género humano. Según el filósofo italiano, estas premisas -que corresponden a otra recepción de Aristóteles que la católica latina, y que a diferencia suya, en lugar de asumir el carácter arquitectónico de la política que perfiló el estagirita, se dirigió hacia una reelaboración de su noesis y su ética, en los términos de una filosofía de los medios que ninguna arquitectura puede resolver- demuestran que la vocación 196 política del hombre es potencial y común, y que ninguna identidad o destino histórico pueden agotar. La propuesta de esta tesis, ha consistido en situar en Al-Farabi al iniciador del modo de pensar del que surgen aquellas premisas. Es más, esas premisas están ya explícitamente planteadas en sus escritos. Es a partir de ello que, hemos propuesto la idea de desprender de Al-Farabi una ontología de la potencia, o bien, una filosofía de los medios. 2. Hemos comenzado nuestro segundo capítulo, haciendo una vista a cómo Al-Farabi fue reconocido desde su época como el Segundo Maestro, por sus enseñanzas filosóficas que, en la esfera cultural de lengua árabe, habían sido inéditas hasta la aparición de sus escritos. Luego, la mayor parte del capítulo, se dedicó a disipar algunos aspectos de necesaria aclaración, en relación a lo que hemos llamado el “prejuicio straussiano”, y también a cuestiones sobre la interpretación de la filosofía árabe en general. En este panorama, hemos destacado dos tesis centrales: la primera, dirigida a salvar en Al-Farabi una filosofía pagana que no sitúe el principio en divinidad alguna, sino en la materia y el mundo sensible. La segunda, desprendida de la anterior, que, en consecuencia, no somos seres cognoscentes de suyo, pues solo conocemos a través de las interpelaciones del exterior; y, tampoco somos cognoscibles de suyo, solo nos hacemos cognoscibles para nosotros mismos cuando enfrentamos a nuestra propia imagen. Es por ello que, hemos dicho que la filosofía de Al-Farabi nos plantea otro cogito, uno basado en la experiencia de la exterioridad, de lo otro de sí, “el cogito del espejo” en términos de Emanuele Coccia. Es en este sentido que, Al-Farabi da inicio a un modo de pensar que da autonomía ontológica a los medios. En la medida en que asume que entre las cosas y las mentes hay algo, e indaga precisamente en el entre. 3. Hemos planteado, en nuestro tercer capítulo, un modo de leer la Ciudad ideal, de manera de explicarnos con mayor profundidad, esos aspectos generales del modo de pensar que inaugura Al-Farabi. Es justamente en la Ciudad ideal, donde si bien el objeto del libro es político -determinar en qué consisten las opiniones de los gobernantes y habitantes de una ciudad virtuosa-, no por ello la reflexión 197 cosmológica y noética tienen menor profundidad. Y lo que llegamos a plantear con ello fue que: lo que hay en la Ciudad ideal de Al-Farabi, es una física de la existencia política. La interrelación entre un ser que “da” mundo y lo pone a disposición para su conocimiento, a través de sustancias intermedias –los intelectosque interpelan a los vivientes que lo habitan y, se relacionan de manera potencial y no siempre en acto con estas sustancias, enseña que el único modo de existencia es sensible y en común. Este modo de existencia, tiene su concepción en un paralelismo que permanentemente establece Al-Farabi con “nosotros, los hombres”, al describir al Ser Primero. Con esta noción de paralelismo entre el Ser Primero con “nosotros, los hombres” nos referimos a, la manera en que nuestro autor propone la manifestación de la verdad (El Ser primero) en lo ente (los cuerpos de la esfera debajo de la luna). Y pues, de lo que se trata, como hemos visto que dice Al-Farabi en el capítulo V del mencionado libro, es de una marcha paralela, lo verdadero va marchando en paralelo con lo ente. Si bien la verdad de una cosa es la presencia singular que tiene en acto, como ente; la verdad, lo verdadero, se sitúan en el Ser Primero. Es así como este paralelo, sirve a Al-Farabi para distinguir toda perfección del Ser Primero, a diferencia de “nosotros, los hombres” que, no teniendo la perfección, tenemos la potencia de alcanzarla. Esa potencia nos haría ir conociendo las manifestaciones de lo verdadero a través de esta marcha paralela entre, digamos, el ser y lo ente. El ser Primero, sería según Al-Farabi, la causa de un “resto”, del “resto” de los cuerpos que permanentemente tienen la posibilidad de actualizarse. Se trata, al mismo tiempo, de una ontología de la potencia, de los medios y del resto. Del estudio de la noesis farabiana, hemos desprendido la figura de un deseo que es posible que no siempre sea gobernado –en la medida en que no se expresa en un interés individual-, y por lo mismo, es posible que no siempre obedezca a la ley. Así, la estructura del deseo que Al-Farabi nos presenta, la podríamos definir así: nace de las afecciones de los cuerpos exteriores y del ofrecimiento de los inteligibles al hombre; no es cuerpo ni sustancia; tampoco es intelecto, inteligible ni inteligente, sea en potencia o en acto; tiene causas naturales que son materiales – el calor innato (hararat al-gharizi)- e inmateriales – espíritu animal o innato (al ruh al 198 hayawani, al ruh al gharizi). Su naturaleza es solo una función: ayudar a que la potencia racional conozca o que la imaginativa imagine o que la sensitiva sienta, es decir, ayudar a que estas facultades impriman las impresiones que les corresponden según sus perfecciones, las impresiones que necesitan para completar su privación (istikmali-hi). Pues sin su intervención (la del deseo) es imposible que las potencias sensitiva, imaginativa o racional obren. El deseo es un puro medio que actúa como: tendencia, inclinación, querencia, voluntad, decisión, amor, aversión, rechazo, repulsión. Produce la tendencia, la conexión que hace posible el acto de algo, y en ese sentido es una potencia (al quwwa al-nuzu’iyyah, al quwwa al-fikriyyah, del deseo, del pensamiento), una potencia que, sin embargo, no obra. No obra porque el deseo es una potencia auxiliar, lo que se actualiza en los actos en que interviene son las potencias que este ayuda, la sensitiva, la imaginativa y la racional, pero no él mismo. El deseo es una potencia sin acto, un medio sin fin. Cuando el deseo es sobre lo que corresponde al conocimiento intelectual, se llama, como ya hemos dicho, potencia del pensamiento y, es característica de los hombres, así como la elección o decisión, mientras que la voluntad (el puro deseo) proveniente de los sentidos o de la imaginación, la tenemos en común con los animales que “no hablan como nosotros”. En fin, es por el deseo que nos sabemos vivientes, ya que es por el deseo que sentimos (y porque sentimos sabemos que estamos vivos) y conocemos el mundo de la vida. En cuanto se trata de leer en Al-Farabi una cierta ontología de la potencia, o bien una filosofía que otorgue autonomía ontológica a los medios, podemos enumerar y caracterizar brevemente ciertos medios que –como hemos señalado- son meramente lo que su nombre dice, no obran, no se actualizan, sin embargo, en cierta manera “hacen el mundo conocido por nosotros”. Estos son: - El ser del segundo grado: no tiene nombre más que ese, habíamos dicho por lo mismo que, no tiene identidad. Su función es sólo producir la multiplicidad a partir de la generación del primer cielo (que es el tercer ser separado de la materia). - El intelecto agente: es una sustancia inmaterial (la undécima), cuya única función es ofrecer, dar, al hombre los inteligibles, que son infinitos, tantos como infinidad de formas hay. Es el dador de formas (suwar, imágenes). 199 - Materia común: no es la materia de ningún cuerpo en particular, pero es la posibilidad de existencia de todos los cuerpos, naturales o voluntarios, animados o inanimados, a partir de esta existen desde los elementos (aire, tierra, agua, fuego) hasta los animales. Es el lugar de todas las formas posibles. - Deseo: es aquello que hace posible que los sentidos, la imaginación o la razón actúen. Es la tendencia hacia los objetos. Produce el amor o la aversión por ellos. En consecuencia, es en última instancia, el medio por el que decidimos qué cosas tomar y qué cosas dejar. - Potencia del pensamiento: es el deseo cuando versa sobre objetos de la potencia racional, por lo que es solo característico de los hombres. Porque además de constituir la tendencia, al ser el medio de la facultad racional produce también otras cosas, con mayor nivel de perfección, con mayor acabamiento de privación. Es igualmente un medio, pero al ser el medio característico del deseo humano, a lo que ayuda es a la expresión de palabras y acciones. No solo genera la aprehensión sensible, imaginal o intelectual de algo, sino que al ser lo que hace que actúe la potencia racional, sus objetos, o bien las acciones en las que interviene, tienen que ver con la razón práctica y la teórica. Es decir, interviene en la invención de los modos de producción para la subsistencia, así como los modos del goce, y los modos de gobierno, las reglas, las normas, las leyes, las instituciones, para el dominio o la convivencia, o la aversión hacia esos objetos. También interviene en las acciones de la razón especulativa, que sin servir para otra cosa, son las que constituyen el camino hacia la felicidad. A partir de este cuadro, hemos propuesto dar otro sentido a la traducción de “intelecto adquirido” para al-‘aql al mustafad. Hemos sugerido que, podría llamarse “intelecto que usa”. El término en árabe deriva de la misma raíz de mufid, útil, y también del verbo istafad, que significa: sacar partido, provecho de; adquirir; utilizar, hacer útil. Hemos visto desde el comienzo que Al-Farabi nos presenta dos cosas fundamentales: 1. Lo verdadero marcha en paralelo a lo ente. 2. Al hombre le es dada una capacidad de conocer solo en potencia, y su encuentro con los inteligibles perfectos es a veces y de corta duración. Ahora, el sentir, el imaginar y el conocer, nos ha dicho Al-Farabi, no pueden tener lugar sin un medio que haga a 200 estas potencias acercarse, tender hacia los objetos que les corresponden, y este medio es el deseo, que en cuanto se refiere a los objetos de la razón se llama potencia del pensamiento. Ninguna relación nuestra con lo sensible ocurre sin su intervención. Por lo tanto queremos proponer entender a al ‘aql al mustafad como: el momento en que el intelecto agente es utilizado por la potencia del pensamiento en función del intelecto material para que devenga en acto. O bien, un intelecto que, por el deseo de la potencia racional, hace útiles para el pensamiento y la acción los inteligibles recibidos del intelecto agente. Es decir, se trata de un intelecto que es común a todos los hombres, que garantiza la marcha paralela entre lo verdadero y lo ente, en la medida en que hace útiles para el pensamiento y la acción los inteligibles a partir de los cuales nos representamos las cosas en imágenes. Es en definitiva, el uso del intelecto agente por parte del deseo. Es la potencia del pensamiento que usa los bosquejos de los sensibles que nos interpelan desde fuera. La noción de “uso”, es decisiva para nuestro planteamiento de una ontología de los medios. Pues, se trata de que el acto de pensar constituye en sí mismo un “uso”, el uso de los inteligibles perfectos ofrecidos por el intelecto agente, de parte de la potencia del pensamiento. Así, sería el “uso” de las imágenes de los sensibles la operación decisiva por la cual se expresa el deseo, y en ese sentido, lo que caracterizaría la propia vida animal sería el “uso”. Al mismo tiempo, si el acto de inteligir constituye en sí mismo un uso, se trata de una concepción del pensamiento que no olvida nunca su dimensión práctica, incluso en lo que es la propia operación de pensar. Es esta noción del sujeto, la de un ser sensible y común (singular-plural), que permite a Al-Farabi llegar a su propuesta de la real posibilidad de una comunidad universal de todos los hombres, independiente de la cultura, la ley y la religión. Es el bosquejo de un horizonte cosmopolita, pero no basado en una imagen específica y precisa del hombre, de acuerdo a la cual se pueda evaluar o prescribir una suerte de progreso histórico del género. Es una idea cosmopolita, pero acogiendo justamente la participación cosmológica del sujeto humano que perfila. En este sentido, lejos de haber un destino histórico para el hombre, un pueblo o el género, lo que hay es la comunidad de una pura potencia que nos mantiene en la permanente búsqueda de la felicidad. Esta a su vez, se trata de una vida destinada al 201 permanente examen de las cosas, desde nosotros mismos hasta las leyes y las divinidades. Así, termina siendo una filosofía política que conserva el poder constituyente en el poder constituido, desde el momento en que su ciudadano “ideal” es uno que tiene pleno conocimiento de la “infancia” de las leyes que lo gobiernan. Esto se logra con la lógica. Se trata de una teoría política cosmopolita que, otorga un grado de primera importancia a la ciencia de la lógica, como ciencia de lo verdadero (que se ocupa de los “juegos de verdad”, como hemos dicho). La lógica nos permite tener conocimiento de lo verdadero en el pensamiento de los otros independientemente de su lengua de expresión y de su ley religiosa. Y al mismo tiempo, es una ciencia que nos ayuda a estar siempre en guardia frente al poder y, por lo tanto mantiene la permanente posibilidad de no obedecer. 4. Finalmente, para develar el sentido práctico, ético y político del modo de pensar farabiano, hemos dedicado nuestro cuarto capítulo a su Libro sobre la información del camino de la felicidad. El estudio de dicho libro, nos ha revelado un asunto de sumo interés para la presente investigación. Vimos que, en la Ciudad Ideal los medios principales que nos hacen tender hacia nuestros objetos de placer son: el deseo (quwwa al-nuzu’iyya) y la potencia del pensamiento (quwwa al fikriyya, el deseo cuando versa sobre asuntos de la razón). En este texto, veremos aparecer un tercer medio, y pues, se trata del ethos (la disposición a actuar éticamente, el hábito bello), que es la forma que toma el medio del deseo cuando se trata de objetos que versan sobre la ética, sobre nuestra relación con los otros animales de nuestra misma especie. En cuanto a ello, una de las cosas más interesantes que podemos desprender de dicho estudio, es la paráfrasis farabiana al mismo pasaje de la Ética a Nicómaco en el cual, según Agamben, se encuentra la interrogante por la inoperosidad. Se trata de la pregunta de ambos filósofos –Aristóteles y Al-Farabi- acerca de si acaso hay un fin propio del hombre en cuanto hombre (Et. Nic. 1098a)277. Como hemos visto, en 277 Dice Aristóteles: “la función del hombre es una cierta vida, y esta una actividad del alma y acciones razonables, y la del hombre bueno estas mismas cosas bien y primorosamente, y cada uno se realiza bien según la virtud adecuada; y, si esto es así, el bien humano es una actividad del alma conforme a la virtud, y si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más perfecta, y además en una vida entera” (Aristóteles, Ética a 202 realidad Al-Farabi parafrasea cuatro líneas en dos –de manera muy sintética y sin igual-, en cuatro líneas nos ofrece la tesis de la intermitencia del pensamiento y la ética inoperosa-; la felicidad sería esta cierta vida, que adquirimos eligiendo lo bello en todo lo que hacemos y en el tiempo de toda nuestra vida. Es decir, la felicidad es una ética de la inoperosidad, en la medida en que para adquirirla necesitamos de lo bello en todo lo que hacemos permanentemente, y es el mismo Al-Farabi, quien nos dice que lo bello lo podemos escoger solo a veces, es decir, intermitentemente. Finalmente, si el julq, ethos es la expresión del deseo cuando se trata de nuestra relación con los otros, y a través del conocemos las acciones bellas, entonces al igual que con el deseo y el pensamiento, su operación propia es el “uso”. Se trata, en consecuencia, de una “ética del uso”. Sería esta la dimensión práctica de una vida inoperosa, de una vida de la potencia. La ética del uso, no parte de las prescripciones de una razón recta para la obediencia de los poseedores de la racionalidad que ven (sea de la manera que sea) su necesidad. La ética del uso, parte de la comunidad de las potencias del deseo y del pensamiento, y por lo tanto, desde el “uso” que estas potencias hacen de los inteligibles, y desde el uso que nosotros mismos hacemos de ellos mediante la ayuda de dichas potencias. En la medida en que, los inteligibles son comunes y la potencia del pensamiento es también común, y que ambas cosas están separadas de nosotros los individuos, entonces estamos hablando de una “ética del uso de lo común”. 5. ¿En qué sentido esta “ética del uso de lo común”, fundada en una ontología medial y un cogito de la exterioridad, podría contribuir como una contrapartida genealógica al problema del sujeto en la época de la gubernamentalidad? Vimos que, según Foucault, la gubernamentalidad es fundamentalmente una tecnología política dirigida al medio y se ocupa de manipular intereses. Esta tecnología política, si bien, tiene lugar a partir del siglo XVIII tras la emergencia del fenómeno de la población, Nicómaco, 1098a)”. Y Al-Farabi: “[el hombre] no adquirirá la felicidad a no ser que elija lo bello en todo lo que hace y en el tiempo de toda su vida”. (Al-Farabi, El camino de la felicidad, op.cit.p. 47). 203 tiene su presupuesto en una imagen específica del sujeto más antigua, y que hace posible que este sea campo de intervención, y particularmente su deseo, al partir del supuesto que “el deseo es la expresión del interés de un individuo”. Esta es la serie que a partir de Foucault hemos establecido como sujeto de-creencia-concienciainterés. El filósofo francés habla de un “momento cartesiano” como aquel acontecimiento en la historia del pensamiento occidental que, habría hecho de la idea de la coincidencia entre el ser del hombre y el ser del pensamiento, un lugar común para la filosofía y las ciencias. El supuesto de un hombre que por el hecho de ser hombre conoce. Está dotado de una conciencia individual. Esta imagen del hombre, sería según el mismo filósofo, heredera de la teología cuyo referente sería Tomás de Aquino, la cual requería de un sujeto de creencia poseedor de un alma individual para internalizar los dogmas de la fe, de manera de seguir sus principios morales como la elección correcta del camino hacia la salvación. Alma individual, conciencia individual, la primera habría sido necesaria a la teología para hacer regir los principios morales en dirección a la salvación. La segunda, la conciencia, fue necesaria para la instalación del antropocentrismo moderno, así como derivó en el supuesto del concepto liberal de libertad (que es condición de la gubernamentalidad según Foucault), del que se origina la idea según la cual el interés es la expresión de un deseo individual. 6. Lo que hemos propuesto en esta tesis es, justamente la idea según la cual desde la concepción del hombre de Al-Farabi, se hace posible un sujeto cuyo deseo no es puede expresarse en un interés. Esto, porque ni el deseo, ni el pensamiento (potencia que como veíamos, es para Al-Farabi, el deseo cuando se trata de cosas concernientes a la razón) pertenecen al individuo. Usamos el pensamiento, pero no nos pertenece de suyo. Somos seres capaces de usar el pensamiento, no seres pensantes por naturaleza. Lo que usamos al pensar, son los inteligibles comunes a todos los hombres. Así, la posibilidad del conocer, al mismo tiempo que es intermitente (por su condición potencial), es también común. La consecuencia ética de esta concepción del hombre, es que así como los inteligibles son comunes, su expresión en la búsqueda del bien, es también común, no correspondiente a un deseo individual, que tendría su origen en la idea de un hombre poseedor de un alma 204 individual, que luego devino en el sujeto cognoscente moderno, el cual Foucault sitúa en el “momento cartesiano”. Así, como tenemos en potencia un deseo que nos hace tender hacia las cosas que nos son placenteras, y un pensamiento que nos hace concebir lo inteligible de aquello placentero, tenemos también un ethos, julq, una disposición a la búsqueda de la felicidad a través de la concepción comprendida del bien, que es verdadero de acuerdo a la ciencia de la lógica. Recordando siempre, que la lógica en Al-Farabi comporta un sentido filosófico y político esencial, y no un carácter meramente metodológico de la ciencia filosófica como saber. Y cuando decimos que comporta un sentido filosófico y político esencial, queremos decir que, el sujeto político perfilado por Al- Farabi, es uno que requiere de la lógica para distinguir lo verdadero de lo falso, pero no en el sentido de enunciar las cosas correctamente, sino en el sentido que lo verdadero – que es independiente de la lengua y de la ley religiosa, es decir, es universal, común a todos los hombres- es el ser: ese nivel de realidad que constituye la posibilidad de todas las cosas, y por lo mismo, es lo vivo, la vida y la felicidad. En este sentido, lo vivo, la vida y la felicidad, son absolutamente potenciales, desde el momento en que constituyen la posibilidad de sentir, de conocer y de actuar. Sabemos de la vida por las sensaciones, conocemos los inteligibles por la potencia del pensamiento cuyo fin es la felicidad, y también, actuamos éticamente en busca de la felicidad. La felicidad, entendida como una posibilidad común de un ser singular-plural y no como el cumplimiento del deseo de un individuo expresado en un “interés”. 205 GLOSARIO DE CONCEPTOS RELEVANTES EN ÁRABE ق وة, quwwa = Potencia, poder, facultad. ف عل, fi’il = Acto, viene del verbo actuar fa’ala. ب ال قوة, bil-quwwa = en potencia ب ال ف عل, bil-fi’il = en acto ال موجود, al-mawyud = el ser, el que está, el presente. ال وجود, al-wuyud = presencia, posibilidad del estar, existencia. سائ ر, sa’ir = lo restante, lo que resta. م ف يد, mufid = útil, sacar partido, provecho de, perfeccionarse a partir de. م س ت فاد, mustafad = usado, dispuesto para el uso, en uso, utilizado. خ لق, julq = hábito moral, disposición a actuar éticamente, ethos. = أخ القplural de julq, ha sido tradicionalmente entendido y traducido como ética. ال قوة ال غاذي ة, al-quwwa al ghadiya= potencia nutritiva. ال قوة ال حا سة, al-quwwa al hassa= potencia sensitiva. 206 ال قوة ال م تخ ي لة, al-quwwa al-metjayalah= potencia imaginativa. ال قوة ال ناط قة, al-quwwa al-natqa= potencia racional. ال قوة ال نزوع ية, al-quwwa al-nuzu’iyyah= la potencia del deseo. ال قوة ال ف كري ة, al quwwa al-fikriyyah= la potencia del pensamiento. 207 BIBLIOGRAFÍA Al-Farabi. 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