INICIATIVA CON PROYECTO DE DECRETO QUE REFORMA LA

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INICIATIVA CON PROYECTO DE DECRETO QUE REFORMA LA FRACCIÓN I DEL ARTÍCULO 27
CONSTITUCIONAL.
José Luis Lobato Campos, senador de la LX Legislatura del Congreso de la Unión, integrante del Grupo
Parlamentario de Convergencia, con fundamento en los artículos 71, fracción II, 72 y 135 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos; y 55, fracción II, y 56 del Reglamento para el Gobierno Interior del
Congreso General de los Estados Unidos Mexicanos, someto a la consideración de esta soberanía la siguiente
Iniciativa con Proyecto de Decreto mediante el que se reforma la fracción I del artículo 27 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, al tenor de la siguiente:
Exposición de Motivos
El tema de la tenencia y propiedad de la tierra ha sido siempre un tema sensible a nuestros constituyentes por
motivos histórico-sociales bien conocidos que se remonta hasta las medidas independentistas tomadas por Hidalgo
y Morelos a fin de proteger la propiedad indígena.
Se trata de un tema de definiciones como bien lo apuntaron en los debates del Constituyente de 1917, Heriberto
Jara y don Andrés Molina Enríquez en sendas exposiciones, cuya lucidez trasciende hasta nuestros días con
vigencia inusitada. Decía Heriberto Jara: “¿Quién ha hecho la pauta de las constituciones? ¿Quién ha señalado los
centímetros que debe tener una Constitución? ¿Quién ha dicho cuántos renglones, cuántos capítulos y cuántas
letras son las que deben formar una Constitución? es ridículo sencillamente; eso ha quedado reservado al criterio
de los pueblos.” Y Molina Enríquez, en la Exposición de Motivos del artículo 27 expresaba: “es absolutamente
necesario que en lo sucesivo nuestras leyes no pasen por alto los hechos que palpitan en la realidad”[1]
La concepción singular de la propiedad privada que permite la nación sobre su territorio se expresa en la fracción I
del artículo 27, que a la letra dice:
I. Sólo los mexicanos por nacimiento o por naturalización y las sociedades mexicanas tienen derecho para adquirir
el dominio de las tierras, aguas y sus accesiones o para obtener concesiones de explotación de minas o aguas. El
Estado podrá conceder el mismo derecho a los extranjeros, siempre que convengan ante la Secretaría de Relaciones
Exteriores en considerarse como nacionales respecto de dichos bienes y en no invocar por lo mismo la protección
de sus gobiernos por lo que se refiere a aquéllos; bajo la pena, en caso de faltar al convenio, de perder en beneficio
de la Nación, los bienes que hubieren adquirido en virtud de los mismo. En una faja de cien kilómetros a lo largo
de las fronteras y de cincuenta en las playas, por ningún motivo podrán los extranjeros adquirir el dominio directo
sobre tierras y aguas.
La medida que establece la fracción citada, obedece a una aplicación de la cláusula ideada por el publicista
argentino Carlos Calvo, que fue, según nos explican los internacionalistas César Sepúlveda y Modesto Seara
Vázquez, una respuesta latinoamericana a las por entonces frecuentes intervenciones de los países poderosos,
quienes presionaban a sus ciudadanos, que siguiendo los conductos diplomáticos para dirimir sus controversias, no
se atenían a las disposiciones nacionales.
La prohibición expresa de no permitir que "por ningún motivo" los extranjeros puedan adquirir el
dominio directo de la propiedad, es explicable si se tiene en cuenta el espíritu intervencionista que reinó durante el
siglo XIX en nuestro país, como en muchos otros de nuestro continente.
Es posible encontrar los antecedentes directos de la fracción en comento en el artículo 4º del Decreto sobre
Colonización, dictado por el Soberano Congreso General Constituyente de los Estados Unidos Mexicanos, el 18 de
agosto de 1824:
Artículo 4o. No podrán colonizarse los territorios comprendidos entre las veinte leguas limítrofes con cualquiera
nación extranjera, ni diez con litorales sin la previa aprobación del Supremo Poder Ejecutivo General.
Los legisladores decimonónicos tenían fresca aún la colonización de la cual México acababa de independizarse.
Así, en el Decreto por el que se expulsa del país a los extranjeros, de 20 de marzo de 1829, encontramos la
siguiente disposición:
Artículo 19. Los españoles que hayan de permanecer en la república, no podrán fijar en lo sucesivo su residencia
en las costas, y los que actualmente residan en ella, podrá el gobierno obligarlos a que se internen en caso de que
tema una invasión próxima de tropas enemigas.
Aunado a lo anterior, las leyes expedidas el 11 de marzo de 1842 y 10 de febrero de 1856, prohibieron a los
extranjeros la adquisición de terrenos situados en una zona distante de 20 leguas de las fronteras y 5 de las costas.
En 1937, apareció la figura de los fideicomisos, a fin de alentar el desarrollo económico mediante la inversión
extranjera en las zonas prohibidas siempre y cuando el objeto de la adquisición fuera transmitir la posesión, goce o
usufructo a extranjeros mediante contrato de fideicomiso. Ávila Camacho lo autorizó en 1941 y Luis Echeverría en
1971.
Resulta contradictorio que la Ley de Inversión Extranjera, publicada el 27 de diciembre de 1993 en el Diario
Oficial de la Federación, regule este tipo de fideicomisos que permiten la propiedad de los extranjeros, mientras
que el artículo 27 sigue contemplando en su fracción I que “En una faja de cien kilómetros a lo largo de las
fronteras y de cincuenta en las playas, por ningún motivo podrán los extranjeros adquirir el dominio directo sobre
tierras y aguas”.
El mundo global en el que nos vemos inmersos justifica hoy una Ley como la de Inversión Extranjera. Somos
conscientes de que las zonas costeras de nuestro país guardan enormes riquezas que deben ser aprovechadas y
permitirse la inversión extranjera como ya lo hace la Ley secundaria. Consideremos que en la mayoría de las veces
se trata de zonas con un alto índice de pobreza que requieren activarse y en donde es necesario generar fuentes de
empleo, antes que mano de obra barata que emigre a los Estados Unidos.
Reformar la prohibición ya citada es dar curso legal a las disposiciones ya contenidas en la Ley de Inversión
Extranjera, cuyos trámites desalientan la inversión en turismo, que de otro modo produciría una derrama
económica importante que permitiría, desde luego, mejores condiciones de vida para quienes han vivido por siglos
en esas regiones, a menudo marginadas y que carecen de la infraestructura básica porque no existen fuentes de
empleo bien remuneradas que les permita vivir con decoro.
Por lo anteriormente expuesto y fundado, someto a consideración de esta Honorable Cámara de Senadores la
presente iniciativa con Proyecto de Decreto mediante el que se reforma la fracción I del artículo 27 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, eliminando la frase “y de cincuenta en las playas”
para quedar como sigue:
Artículo 27
(…)
I. Sólo los mexicanos por nacimiento o por naturalización y las sociedades mexicanas tienen derecho para adquirir
el dominio de las tierras, aguas y sus accesiones o para obtener concesiones de explotación de minas o aguas. El
Estado podrá conceder el mismo derecho a los extranjeros, cuando los bienes inmuebles sean para fomentar la
inversión inmobiliaria, turística y productiva, siempre que convengan ante la Secretaría de Relaciones Exteriores
en considerarse como nacionales respecto de dichos bienes y en no invocar por lo mismo la protección de sus
gobiernos por lo que se refiere a aquéllos; bajo la pena, en caso de faltar al convenio, de perder en beneficio de la
nación, los bienes que hubieren adquirido en virtud de los mismo. En una faja de cien kilómetros a lo largo de
las fronteras, por ningún motivo podrán los extranjeros adquirir el dominio directo sobre tierras y aguas.
Transitorios
Único. La presente ley entrará en vigor al día siguiente de su publicación en el Diario Oficial de la Federación.
Dado en el Salón de Sesiones de la Cámara de Senadores, a los 16 días del mes de abril de 2009.
Senador José Luis Lobato Campos
[1] Artículo 27 Constitucional, … Derechos del pueblo mexicano, México, XLVI Legislatura de la H. Cámara de
Diputados, 1967, t. IV, pp. 640 a 643.
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