Para mujeres que se atreven a contar su historia TALLER DEMAC Para Las Mayores Año 17, No. 54 Verano 2015 2 directorio índice TALLER DEMAC Para Las Mayores Amparo Espinosa Rugarcía Directora Graciela Enríquez Enríquez Coordinadora editorial Amaranta Medina Méndez María Suárez de Fenollosa Ángeles Suárez del Solar Colaboradoras Blanca Delgado Ocampo Secretaria Zurdo Diseño Diseño Editorial: Rodolfo Taboada Ilustraciones: Mariana Zúñiga Impreso en Nea Diseño Dr. Durán No. 4 Desp. 118, Doctores Cuauhtémoc 06720 México, D.F. Para mujeres que se atreven a contar su historia, es el órgano de expresión y difusión de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C. Publicación trimestral. Año 17, Núm. 54 Fecha de impresión: junio de 2015 Con un tiraje de 2,000 ejemplares. Certificados de licitud de título y contenido: números 12493 y 10064 otorgados por la Secretaría de Gobernación. Certificado de reserva: número 04-2012-121817111500-102 demac Recibimos la correspondencia en: José de Teresa No. 253, Tlacopac, San Ángel Álvaro Obregón 01040 México, D.F. Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208 Correo electrónico: demac@demac.org.mx Internet: www.demac.org.mx Derechos reservados. Se prohíbe la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método, incluyendo electrónico o magnético, sin previa autorización del editor. Presentación 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 Angeles Suárez del Solar......................5 Esopo y mi mamá Acacia...................................................6 De amores y desamores Blanca Esperanza.......................................8 El Retrato Sylvia Feria y Ochoa................................10 La intangible Nora Marta Foglia López..................................12 Recuento de mi vida Josefina Fondón Mora.............................14 Algo de mí Julieta García de León Loza....................16 Recuperando mi salud Laura Mejía Bravo....................................17 In memoriam de Manolito (esposo) Ale de Roche............................................18 Algunas notas Estela Santiago y Gama..........................21 Mi último viaje Sweet........................................................22 Editorial Adultas mayores… Ahora somos adultas mayores. Antes éramos viejas y antes de antes, ancianas. También hemos sido llamadas brujas o hechiceras… ¿Significa algo el nuevo nombre? Ser adultas mayores y no viejas ni brujas, ¿significa que recibimos un mejor trato de parte de la sociedad? ¿Significa que hoy somos más respetadas? ¿Que nuestra causa está mejor atendida por los gobiernos? No lo sé… Lo que sí sé es que las adultas mayores de hoy, las antes llamadas ancianas, viejas, brujas, hechiceras o crones, estamos más conscientes de nuestros derechos y de nuestro valor y mucho más dispuestas que nuestras antecesoras a hacerlos valer. Los talleres de escritura autobiográfica para adultas mayores organizados por DEMAC, tienen por objeto rescatar las experiencias de esta nueva generación de mujeres a quienes la edad no detiene sino más bien estimula a seguir actuando para su propio beneficio, el de sus familias y su país. Amparo Espinosa Rugarcía Fundadora y directora DEMAC Año 17. No. 54 3 4 Año 17. No. 54 Presentación Angeles Suárez del Solar La idea de abrir un taller demac dirigido a mujeres mayores surgió al constatar que son un sector de la población poco reconocido y también aislado o que vive en solitario, por lo que este taller podría elevar los niveles de bienestar entre quienes participaran en él, al reforzar la confianza en sí mismas y darles un espacio de comunicación donde saberse escuchadas. Esto sería también un beneficio para el resto de la sociedad: los testimonios de mujeres mayores forman un entramado poco visto y poco reconocido, pero con definitiva influencia en la vida social. Con el apoyo de la doctora Amparo Espinosa Rugarcía, fundadora y directora de demac, el Instituto Angeles Suárez del Solar Mi inclinación por la historia me ha llevado por caminos inesperados. Empecé la carrera con la intuición de que al co- Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) fue nuestro anfitrión, e iniciamos la experiencia en el Centro Cultural Cuauhtémoc de esta ciudad de México, facilitada en su realización por el doctor Sergio Salvador Valdés y Rojas, director de Atención Geriátrica. La participación de las señoras fue activa e interesada desde el primer día. Los textos revelaban imágenes y descripciones del entorno, sentimientos y reflexiones; eran auténticos, valientes. Las transformaciones en cada una de ellas se fueron manifestando: • Al escribir lloré mucho, lo cual no había podido hacer en años, aunque me lo propusiera. • Nunca pensé que estaría escribiendo. • Restablecí contacto con una prima, reacomodé mis recuerdos, me di cuenta con mayor amplitud de quién soy. • Siempre me sentí una mujer simple, insignificante, y gracias a este taller me di cuenta de que soy una mujer fuerte, valiente. Hay una anécdota que no quisiera dejar de relatar. Una de las integrantes del taller contó que, en una sala de espera para consulta médica, dejó caer sin fijarse las hojas del escrito que leería en la siguiente sesión. Más tarde entró al cubículo de la doctora, quien le preguntó si ella había escrito esas hojas (pues la enfermera las había encontrado y se las había entregado). Cuando recibió su respuesta afirmativa, le dijo que las había leído y la habían hecho llorar; felicitó conmovida a la autora, y le preguntó dónde estaba haciendo ese trabajo, interesada en proponerle a su madre que asistiera al taller. nocer el pasado nos conoceríamos mejor como sociedad. Ahora me doy cuenta de que, en el fondo, lo que necesitaba era explicarme a mí misma, mis orígenes y mi contexto inmediato. Siempre preferí la historia reciente, la historia de las mujeres, la de la vida cotidiana, la historia oral y la microhistoria. Pasé de los archivos históricos a las ediciones de libros de arte y de historia, hasta que llegué a DEMAC. Aquí, después de once años de aprendizajes constantes, y de más de 26 años de trabajo interno, descubro que lo que realmente andaba buscando era el acercamiento a las mujeres que tienen mucho que contar, a la historia cotidiana pero no desde la perspectiva del rigor científico, sino desde una realidad material y emocional que no tiene registros en las fuentes históricas tradicionales. Los talleres DEMAC Para las Mayores que estoy impartiendo, han constituido “la cereza en el pastel” para mí, pues me han permitido dar con la clave del sentido de mi actividad profesional. De manera que puedo decir con plena satisfacción y profundo agradecimiento, que mi intuición inicial no estaba tan errada: la escritura autobiográfica, las historias de las mujeres, son LA historia que me explica y explica a nuestra sociedad. Palpar la transformación de las mujeres que se están atreviendo a contar su ofrece en este boletín una pequeña muestra de los textos surgidos del primer grupo del Taller demac Para Las Mayores. demac historia por escrito es una compensación aún mayor que no imaginé cuando me inicié en los menesteres de la historia. Año 17. No. 54 5 6 Año 17. No. 54 1 Esopo y mi mamá Acacia Cierta vez, cuando tenía 10 años, para hacer la tarea buscaba algunas palabras en el diccionario y encontré mi nombre: Acacia, “árbol leguminoso que sirve de adorno en los paseos” (por cierto, muy profundo). Después de un momento de sorpresa al enterarme que me habían puesto el nombre de un árbol, quise saber más y me puse a investigar. El resultado fue que me enteré de que existen 4 700 distintas especies de acacias. Entró en mí la curiosidad de saber por qué mis papás habían elegido que su primera —y al final única— hija mujer se llamara Acacia, y también por cuál de todas las especies había sido elegido mi nombre; en conclusión, quería que me dijeran cuál de las acacias los había convencido de nombrarme así. Lo siguiente fue ir a buscar a mi mamá y le pregunte: —Ma, ¿por qué me pusieron Acacia? Volteó, me miro con cariño y me respondió: —Mira, Cachita (mi apócope), fue decisión mía porque tu papá le había puesto nombre a tus hermanos. Siempre soñé con tener una niñita exactamente como tú de linda, y ese nombre, desde que lo conocí, me encantó. (Tengo idea de que era práctica común que los papás pusieran nombre a los hombres y las mamás a las niñas. Antes de mi nacimiento, mi mamá tuvo cuatro hombres, uno cada dos años, y sólo había sobrevivido mi hermano Joaquín.) Insistí: —¿Me pusiste así porque te gustan las acacias? Sé que existen muchas especies, ¿cuál de ellas te gustó? —Efectivamente, las acacias son árboles hermosos —me contestó—, pero tú no te llamas acacia por los árboles. Oí el nombre en una película donde la actriz principal se llama así. Después de eso, decidí que si tenía una niñita le pondría Acacia. —¿Y cuál película es? —La Malquerida, donde trabajan Dolores del Rio y Columba Domínguez. Columba hace a Acacia y ella es “la Malquerida”. Me quedé sin palabras, pero esto no era el final. —Te voy a contar como naciste —continuó mi mamá—. Era domingo y tu papá y yo salíamos de los toros. Iba sentada un poco de lado y recargada en la puerta del auto platicando con él. En esa época, los agentes dirigían el tránsito parados sobre un banquito de madera en el centro de las calles, y cuando tu papá dio una vuelta, se abrió la puerta. Me fui hacia atrás, me iba a salir del coche, pero entre tu papá, que me detuvo de las piernas, y el agente, que me empujó de regreso, no llegué al suelo. Pero con el esfuerzo y el susto, se rompió la fuente y nos tuvimos que ir de urgencia al hospital. Tu papá logró encontrar en el camino un hospital psiquiátrico. Salió corriendo a buscar un médico y, desde luego, lo que encontró fue un psiquiatra. El problema fue que ya no dio tiempo de que me llevaran dentro del hospital y naciste en la puerta. Mi parto lo atendió el psiquiatra y una enfermera miope. Tu papá, a las primeras de cambio, se desmayó y no lo pudieron atender hasta después de tu nacimiento. Eras una ratita, pesabas 1.800 gramos y fuiste sietemesina como resultado del accidente. No teníamos cuna y dormiste unos días en la caja de zapatos de tu papá. Nos trasladaron a la maternidad y llegó mi mamá a vernos. Tu abuela fue al cunero a verte y, cuando regresó, con el buen tino que siempre la caracterizó y pensando que yo estaba dormida, comentó con alguien que estaba de visita: “Pobre Blancucha, tanto que quería una niñita y tan feíta que le salió”. Acacia Soy una mujer, mexicana, chilanga y feliz de vivir en el Distrito Federal, nacida hace más de sesenta años, hija de una guerrerense y un valenciano; casada en primeras nupcias con un madrileño con quien tuve la oportunidad de criar a sus tres hijas, consideradas como propias y que me han dado nietos y un bisnieto; hermana orgullosa, tía consentidora, trabajadora desde siempre, algunas veces en casa (pocas), cuarenta años trabajando fuera de ella. Actualmente dirijo una empresa editorial especializada en la industria farmacéutica, apoyando todos los días a los colaboradores. Estoy encantada de continuar diariamente con la vida que me generé, luego de haber sorteado dos matrimonios, varias relaciones sin futuro, superado embarazos extrauterinos, placentas previas, cáncer y algunas otras monerías. Hoy tengo como único interés estar sana, Estabas tan chiquita que quisimos bautizarte de inmediato. El sacerdote que lo iba a hacer no quiso ponerte Acacia, pues dijo: “No es nombre de niña y, pobrecita, hay que darle una alternativa para cuando crezca”. Tu padre se enojó y le dijo que te pusiera como quisiera, pero que te bautizara, y te puso también María. Para finalizar esta linda historia, les informo que nací el día de san Acacio, por eso mi conclusión es que se eligió mi nombre porque nací el día de san Acacio y no por “la Malquerida”. Acacia es un nombre con personalidad y fuerza que siempre me ha gustado, pero mi adorada madre tenía tanta habilidad como Esopo para aderezar sus historias. ser feliz y procurar felicidad a las personas que me rodean, buscando la abundancia para todos y, sobre todo, respeto. Año 17. No. 54 7 8 Año 17. No. 54 De 2 amores y desamores Blanca Esparza A partir de mi divorcio dejé de ser invitada por los amigos; en el círculo familiar fui señalada como la primera en divorciarse, y en el trabajo era acosada sexualmente. Además, a la edad de 23 años tenía que enfrentar la responsabilidad de mantener y educar a mi hijo. No supe lo que hacía cuando me casé y tampoco sabía lo que me esperaba cuando me divorcié. Así fui dando tumbos, y a base de golpes hice mi propio código de conducta. Mis principios se habían tambaleado después de la traumática experiencia del matrimonio, no sabía lo que quería, pero sí lo que no quería: volverme a casar. No obstante, la tía Lola me preguntaba cada vez que me veía: “¿Cuándo vas a rehacer tu vida?” Y mi mamá insistía en buscarme candidatos para matrimonio. “Hija, no todos los hombres son iguales”, me decía. Era terriblemente vergonzoso para ella que me vieran salir con uno y con otro. ¿Las mujeres solas estamos condenadas a no ejercer más nuestra sexualidad porque el medio en el que estamos lo reprueba? ¿Quién se prostituye más, la esposa que repudia al marido y lo acepta porque él la mantiene o una mujer que se entrega al hombre que ama aunque no estén casados? No sabemos, no podemos juzgar. Las circunstancias que nos rodean nos hacen actuar de una u otra forma, y cada uno sabe si se siente satisfecho o no con lo que hace. En lo particular y con toda la experiencia que me pueden dar mis 65 años, todavía no logro entender dónde se pierde el amor y empieza la genitalidad, ni cuándo la genitalidad se convierte en un profundo acto de amor. Hay veces que el amor duele, pues tiene muchas facetas. Las mujeres, por atávicas normas, buscamos formar una familia. Queremos un esposo ideal, buen proveedor, con un sentido del humor maravilloso, buen amante, atlético, guapísimo, buen padre, y que sea muy inteligente. Pero ese dechado de virtudes, si lo encontramos, se hace añicos cuando se convierte en un esposo demandante, infiel y que, en pocas palabras, se casó con nosotras para tener un pie de casa y una madre honesta para sus hijos, pero que a quien realmente ama es a sí mismo. Entonces nos convertimos en esclavas de la sociedad y pasamos toda una vida buscando compensaciones a nuestra decepción. Otras veces, encontramos a ese hombre que, sin ser tan rico ni tan guapo ni tan inteligente, nos hace sentir amadas, protegidas, es nuestro mejor amigo y nos brinda la seguridad que necesitamos para formar esa familia que la sociedad nos dice que debemos tener si somos decentes, y no importa que no sea muy buen amante, el sexo sólo sirve para tener hijos. En ocasiones, no encontramos al hombre para nosotras, y nos casamos y nos divorciamos y caminamos solas por la vida. Como les dije, después de mi divorcio toda mi estructura moral se movió, así como mi escala de valores: primero estaba mi hijo, después mi trabajo, luego mi madre y mis hermanos. Ahí si era honesta, entregada, responsable, todo lo demás eran caras y lugares que pululaban a mi alrededor y podían ir y venir sin importarme gran cosa. No creía en los amigos ni en los novios, y mucho menos en los compañeros de trabajo. Lo que la gente pensara de mí no me importaba. Como mujer joven, tenía necesidad de una pareja sexual y tuve varias. No sé con claridad si ellos se servían de mí o yo de ellos. Mis relaciones eran pasajeras, tenía la firme convicción de que no me volvería Blanca Esparza a casar y también de que no le impondría a mi hijo la presencia de un hombre que no fuera su padre. Lo cierto es que mi manera de proceder en ese aspecto indignaba a los que me conocían, tanto fue así que mi tío Jesús, hermano de mi papá, y mi propio hermano Humberto, me pidieron a mi hijo para criarlo ellos, porque consideraban que yo no iba a poder, pero mi mamá, que acababa de enviudar, adoraba a Rubén, y yo sentía que nadie tenía más esa obligación de criarlo que yo, así que ésa fue nuestra familia: mamá, Rubén y yo. El vínculo entre mi hijo y yo se hizo cada día más fuerte. Mi mamá ayudaba con todo lo de la casa, y yo me mantuve trabajando durísimo, aunque mi vida sentimental era un desastre. Guardo gratos recuerdos de algunos de mis novios, aprendí mucho de ellos, de otros no tanto. Ahora mismo tengo una relación desde hace un par de años que, espero, sea la última. Nací en el centro de la ciudad de México, el 22 de diciembre de 1948. Tuve una niñez feliz y una juventud común. Como maestra de educación física me dediqué a inculcar a mis alumnos la práctica del deporte. Mi mamá me tildaba de demasiado ingenua, y eso siempre tuvo sus pros y sus contras, porque pasé por alto muchos sufrimientos, pero no me permitió ver las oportunidades que tuve en el camino. De cualquier manera, he deambulado por la vida sin preocuparme de muchas cosas. Prefiero la parte bella del ser humano, las artes, en cualquiera de sus expresiones, pero es a la música a la que dedico la mayor parte de mi tiempo. Estoy jubilada y ahora realizo actividades que siempre dejé para después, pero ya llegó el momento de disfrutarlas. Mi único hijo está casado y tengo dos hermosos nietos. Me considero una persona afortunada. Año 17. No. 54 9 10 Año 17. No. 54 El 3 retrato Sylvia Feria y Ochoa Desde que llegué a mi nuevo trabajo en el Toulouse, quedé fascinada con el lugar, el tipo de clientes, y la atmósfera que se respiraba me encantó. Al poco tiempo empecé a notar que llamaba la atención de los muchachos; no podía creer que voltearan a verme y piropearme. La clientela estaba constituida por juniors, pintores famosos y también buenos pintores desconocidos, actores. En esa época, José Luis Cuevas hizo su primer happening pintando su mural efímero en la azotea del edificio que estaba en la esquina de Londres y Génova, lo que constituyó un gran acontecimiento. Había un cliente que llegaba solo la mayoría de las veces, tenía tipo de gitano de piel aceitunada y profundos ojos negros, pedía un café y empezaba a dibujar en un bloc. Algunas veces lo sorprendía mirándome y me sentía cohibida. Un día, me invitó a sentarme y a tomar un café. A partir de ese momento se volvió costumbre que lo acompañara. Con su plática me fue cautivando, sus conceptos de la vida me abrían puertas para empezar a percibir la existencia de forma distinta. En más de una ocasión le decía: “Sergio, hoy estuve enojada, píntame”. “Sergio, hoy estuve triste, píntame”. “Sergio, hoy me reí mucho, píntame”. Así fui acumulando servilletas de papel y hojas arrancadas de un cuaderno con mi imagen en diferentes estados de ánimo. A veces me mandaba mensajes con un apunte, casi siempre alusivo al Quijote, del cual era admirador, con textos llenos de ternura y sabiduría. Sylvia Feria y Ochoa Poco a poco se enamoró de mí. Yo sólo sentía admiración (era casado) y mi vanidad se sentía muy halagada: ¡era su musa! Un día me dijo: “Estoy cansado de jugar al pintor y la modelo, quiero hacerte un buen retrato”. Me sentí emocionada y nerviosa, ya que me había citado en su estudio. Me imaginé un lugar con cojines, pieles en el piso en lugar de alfombras, en el fondo, música de jazz iluminando el ambiente y luces tenues. Entré en pánico, lo dejé plantado en tres ocasiones hasta que un día me dijo, algo molesto: “Es la última vez que te espero”. Luché contra mis prejuicios y, sin decirle a nadie, acudí a la cita con las piernas temblorosas. Toqué a la puerta y, en cuanto se abrió, ¡oh desilusión! El lugar era común y corriente, con una mesa llena de pinturas y pinceles; en el caballete donde estaba el lienzo colgaban unos trapos embarrados de pintura. Me sentó en un banco alto y me indicó cómo posar. Fueron después de varias sesiones en las que sólo ponía música clásica y platicábamos poco para que no me moviera. Aunque el cuadro ya estaba casi terminado, no me lo había dejado ver. Ese día le supliqué que me lo mostrara y accedió. Efectivamente, ya era poco lo que faltaba. Lo que más llamó mi atención fue que los ojos los tenía en blanco, sin pintar. Le pregunté por qué y él me dijo: “Para mí, lo más importante es la mirada. Si te dijera: imagínate con ese muchacho que tanto te gusta, seguro estoy de que pondrías cara de boba, pero yo quiero una mirada del alma”. Volvió al cuadro y empezó a pintar mientras me decía cosas que me transportaron. En un momento dado, me pidió permiso para darme un beso. No pude negarme y terminó el cuadro. Estoy felizmente jubilada, estoy viviendo la última etapa de mi vida con una tranquilidad que me llena de paz. Por decisión, no me casé ni tuve hijos, aunque ahora confieso que me hubiera gustado tener mi propia familia, pero la vida me ha compensado con un valioso caudal de amistades. Para mí, la amistad es el tesoro más grande y, de cierta manera, es la familia que a través de mi vida he elegido y formado; soy afortunada de poder vivirlo. He tenido experiencias dulces y amargas, pero ha prevalecido lo bueno. Amé y he sido amada y, en esta realidad que ahora vivo, doy gracias a Dios y a la vida por no arrastrar resabios ni tener culpas y poder decir, como Violeta Parra lo expresa de forma tan maravillosa en su canción: “Gracias a la vida”. Año 17. No. 54 11 12 Año 17. No. 54 4 La intangible nora Marta Foglia López Estoy en mi casa en México, sentada en mi mesa, mirando la luna azul rodeada de los rayos del sol que emergen de ella por detrás; es el respaldo de la silla vacía que se ubica enfrente de mí. La luna es abrazadora como la de mis días juveniles y los de Nora. Trato de escribir sobre Nora, la querida Nora. Tengo que desdecir mucha historia y remontarme hasta casi 40 años, cuando éramos dos jóvenes estudiantes y reíamos y gozábamos tomando mate, escuchando tangos y devorándonos los libros. Quizá deba comenzar por recordar las noches trasnochadas en las que estudiábamos medicina interna, todo esto con el fin de que si, por cualquier motivo, los milicos de mierda se decidían y abrían la universidad por unos días, pudiéramos rendir aunque fuera una materia, pues ya nos faltaba muy poco para lograr el tan ansiado título. O tal vez deba recordarte el día que fuiste a avisarme que me fuera de la casa, que me estaban buscando, y yo, necia en que no había ningún motivo por el cual me tuviera que salir, en un momento tocaste el punto más vulnerable: mi hijo, y entonces me pediste que por él debía dejar la casa. “Hazlo —dijiste— al menos por unos días hasta que las cosas se calmen un poco.” Y terminaste con un “recuerda que hay un compañero que está arriesgando su vida por la información que te doy, él está barriendo el piso en el cuartel de las tres A y pudo memorizar tu nombre y el de dos compañeros a los que van a ir a allanarles el domicilio. Hazme caso, porque no puedo perder tiempo tratando de convencerte, debo ir a avisar a los otros y no los conozco, por lo tanto debo averiguar donde viven y eso lleva tiempo y esto urge”. Ay, Nora, Nora, me salvaste la vida. Si yo estoy viva es porque Nora me salvó de que ¿me mataran?, ¿me torturaran?, ¿me encarcelaran?, ¿me desaparecieran? O quien sabe que otra atrocidad hubieran hecho conmigo y con mi hijo de ocho años en ese entonces. ¿Y que hubiera sido de mi hijo, a quien también le salvaste la vida? ¿Lo hubieran desaparecido?, ¿lo habrían dado a un familiar de los represores con el propósito de que se lo apropiara para formar un “buen ciudadano”, capaz, en veinte años, de arremeter contra la gente que, al igual que su madre, pensara que la injusticia social debía desaparecer? Lo que siguió a aquella siniestra noche fue tan dispar, tan inesperado… El destino jugó con nuestras vidas y de una forma mucho más cruel contigo. No nos volvimos a ver nunca más. Te recuerdo, Nora; joven, vigorosa, vehemente en tus pensamientos, dispuesta a dejar todo en tu lucha contra la injusticia, en defensa de los marginados y adherida a la causa más noble de apoyar a los más desprotegidos. Nora, querida Nora, ¿qué tantas cosas pasaste? ¿Dónde dejaron tu cuerpo? ¿Qué hicieron con tu sonrisa? ¿Con tus sueños? ¿Con tus esperanzas? Independientemente de lo que te hayan hecho, vives en mi recuerdo por siempre, vives y revives hoy en cada joven libre que transita por las arboladas calles de La Plata, vives en los pensamientos de tus compañeros, en las charlas de tus amigos, en cada pedacito de esa tierra por la que luchaste y por la que entregaste tu vida, vives y revives continuamente. Un abrazo grande hacia la eternidad, mi querida e intangible Nora. Marta Foglia López Yo, Marta Foglia López, soy una argenmex asilada hace ya casi cuarenta años en México, víctima del terrorismo de Estado vivido en Argentina a mediados de los setenta y principios de los ochenta. Estudié Medicina en la Universidad Nacional de La Plata, en Argentina, e hice una Maestría en Salud Pública en México por la Universidad Autónoma de Tlaxcala (uat) y la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza (fes- Zaragoza) de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Soy fundadora de la fes-z-unam, donde me desempeñé durante gran parte de mi vida como profesora de carrera de tiempo completo. Durante largos treinta y siete años colaboré en la formación de jóvenes, actualmente médicos y odontólogos. Soy orgullosamente unam. Soy madre internacional, pues mi primer hijo nació y vive en Argentina, y tengo además una hija y un hijo nacidos y residentes en México. Desde hace trece años soy abuela de un nieto argentino. Actualmente estoy jubilada e intento dejar plasmada parte de mi historia y otras historias, poniendo un granito de arena en la protesta contra la injusticia social y la represión política ejercida por los gobiernos. El propósito es que no se olvide el sufrimiento humano ante tales situaciones, porque lo que se olvida indiscutiblemente se repite, y me queda claro que el “nunca más” debe hacerse efectivo a través de todos nosotros, contemporáneos de la barbarie mundial. Año 17. No. 54 13 14 Año 17. No. 54 5 Recuento de mi vida Josefina Fondón Mora Al paso del tiempo me doy cuenta de que todo lo que he vivido ha valido la pena. Que logré mi sueño de tener una familia y que no es nada fácil. Entendí que todo lo que nos pasa es para aprender algo y madurar. Que siempre debemos ver la vida con una actitud positiva, pensar que los tiempos de Dios son perfectos. Tengo tres hijos, dos mujeres y un hombre, y cuatro nietos, tres niñas y un niño. Y aunque dos de mis hijos no están conmigo porque ya empezaron a formar su propia familia, a diario nos comunicamos. No estoy sola, pues ellos siempre están al pendiente de nosotros. Estoy conforme con mi familia. Creo que mi esposo y yo no hicimos tan mal nuestro trabajo: tenemos tres hijos profesionistas, conscientes, buenos seres humanos que, a su vez, han enseñado a sus hijos a querernos y respetarnos. Aprendí a valorar a mi marido, a buscar sus cualidades, y a ver menos sus defectos. Entendí que nadie es perfecto, y así encontré en él al amigo, al amante, al esposo, al gran ser humano que es y con el que espero pasar el resto de mi vida. Josefina Fondón Mora Nací en el Distrito Federal el 7 de febrero de 1955. Mis padres son Antonio Fondón y Gloria Mora, a los que amo profundamente y agradezco que me hayan dado la vida. Soy la mayor de siete hermanos. Me casé a los veinte años y tengo tres hijos. Actualmente pertenezco al grupo de Abuelos Lectores y Cuentacuentos. Voy a leer a la Casa de la Cultura y a la Casa Hogar La Paz. Me gusta superarme y, siempre que puedo, tomo cursos y talleres. También asisto los jueves a un grupo de transformación personal, donde estudiamos las enseñanzas de Sai Baba. Año 17. No. 54 15 16 Año 17. No. 54 6 Algo de mi - Julieta García de León Loza Nací del pensamiento de mi padre, fui gestada en el cuerpo de mi madre, atravesé airosa el estrecho túnel que me condujo a este mundo, a las ocho de la mañana de la mitad del siglo xx, a la mitad del año, a la mitad del mes, bajo el auspicioso signo de Cástor y Pólux, gemelos apolíneos, etéreos y traviesos quienes me dotaron de una excesiva imaginación y duplicidad inigualable: dos padres, dos maridos, dos hijos, dos nietos, dos divorcios, dos carreras, así como múltiples talentos. Parcialmente sorda, en compensación, aventajada conversadora. En mi primera juventud, admiradora de los Beatles, de Janis Ian y Joan Manuel Serrat. Lectora infatigable de libros prohibidos en el índice Vaticano. En plena primavera, rompedora de costumbres, sumisiones e inequidades. Trabajadora obsesiva, soñadora irredenta, viajera empedernida por cuatro continentes. Amiga fiel y solidaria de locos, poetas, artistas, sanadores e iluminados. Enemiga de la hipocresía y de la estupidez humana. Abogada de profesión, terapeuta por convicción y tejedora de palabras por vocación. Criticada por expresar la verdad en voz alta y luchar por la justicia. Acusada de necedad por la inexistencia de la una y de la ausencia de la otra. Amada por varios hombres, mas comprendida por uno sólo. Entrada en la tercera edad, amante de la música clásica, de antiguos libros de mis antepasados que, con celo inquisitorial custodio, gozo y preservo y que un día mis nietos heredarán. Dotada de alas en los pies, con frecuencia cedo al llamado de las blancas crestas del mar, al verde olor del bosque y a la magia multicolor de pueblos encantados. En mi equipaje guardo mi e-reader (o tableta) con ochocientos libros dentro, cuatrocientas melodías y cientos de viejas fotografías, incluyendo las de mis abuelos que no conocí y las de mis hijos que tan bien conozco. En abierta conversación con Venus y Orión en las tibias noches de abril, acostada de espaldas a la mitad del jardín, leo en las estrellas que lo mejor está siempre por venir. Llevo atada a mi cintura la soledad de mi nombre, el valor fiero de mi primer apellido y el peso del segundo que, una vez que atraviese el ancho túnel de vuelta al origen, mis cenizas abrigará. Julieta García de León Loza Nació en Morelia, Michoacán. A los once años se trasladó, con su familia, a radicar en la ciudad de México. Ha trabajado principalmente en la industria turística y como traductora de textos legales. Mujer independiente y decidida, tiene la vida que quiere. Aficionada a la literatura desde muy joven, actualmente trabaja en sus memorias y disfruta de diversos cursos, como los de creación literaria, francés y artes manuales. En sus momentos libres dedica su tiempo a producir álbumes digitales, así como a la recuperación del acervo fotográfico familiar. Le gusta la fotografía, ha reunido miles de ellas y ahora no sabe si le alcanzará la vida para clasificarlas adecuadamente y repartirlas entre sus descendientes. 7 Recuperando mi salud Laura Mejía ¡Bravo! Después de trabajar en 45 empresas y haber tenido muchas vivencias en mi vida, perdí la salud física y emocional, pues estuve con mucha represión, estrés, prisas, ruido, esmog, etcétera. Para recuperar mi salud he tenido que recurrir a muchas terapias ocupacionales y alternativas de salud. Sobre todo recurrí a Dios con la oración. Los médicos, con sus medicamentos y operaciones perfectos, me devolvieron la salud y la alegría de vivir. El ejercicio, la gimnasia, siempre la practiqué y para mí es una disciplina muy importante, pues me da energía y mucha salud. Los naturistas, con sus productos y tratamientos depurativos, limpiaron mis órganos internos, y con cambios en la alimentación eliminé sustancias tóxicas que hacen tanto daño; me devolvieron la salud. A mi hermana y a mi cuñado, cuyo apoyo económico me ayudó a salir adelante en el tiempo que estuve enferma y no tenía trabajo formal, pues aunque trabajaba en ventas, no era suficiente, les estoy muy agradecida y ¡los quiero mucho! Descubrí en demac que, al escribir y leer mi autobiografía, puedo llorar al recordar momentos de mi vida, liberar la opresión acumulada por muchos años, lo cual me reconforta y me llena de alegría. Significado de reprimir: detener el llanto es como sentir asfixia, no es vida, detener, castigar, someter, oprimir. Opresión: dificultad de respirar, asfixia, acción de oprimir. El no llorar nos lleva a enfermedades mentales y físicas, se endurece el carácter, el corazón. Nos amargamos, no somos felices, debemos llorar de vez en cuando. Seguiré escribiendo para sacar todo lo negativo, todos esos sentimientos ocultos que hacen tanto daño, y ahora que puedo llorar, seguiré llorando hasta liberarme de tanta opresión. Gracias a mi familia, mis amigos y a las personas que intervinieron para lograr todos mis deseos. Cariñosamente Laura Mejía ¡Bravo! Soy hija de Martín Mejía Rivas y Mercedes Bravo Olguín (q.e.p.d.). Mis hermanos son Ma. Elena y Rafael con vida; Ricardo y Carmen (q.e.p.d.). Nací en el Distrito Federal y, hasta los cuarenta y cuatro años viví en la colonia Peralvillo, al lado de mi familia paterna y materna. Los últimos años me he mudado a diferentes colonias; también viví en Tijuana, B.C. (dos años), trabajando en turismo. Estudié primaria, secundaria, una carrera técnica secretarial y como técnica en seguros. Trabajé como secretaria en español treinta años en cuarenta empresas y cinco dependencias de gobierno; como instructora de gimnasia; en ventas de productos de belleza, de casa, naturismo, autos, bolsas, zapatos, relojes, etc., y tomé cursos diversos. No me casé, no tuve hijos. Actualmente estoy jubilada y soy independiente. Año 17. No. 54 17 18 Año 17. No. 54 8 In memoriam de manolito (esposo) Ale de Roche A escasos dos años de tu partida, y reconocien- do el gran apoyo que nos brindan nuestros hijos, deseo cerrar un círculo de amor de 50 años de nuestra aventura matrimonial. Ahora tengo un océano de inolvidables recuerdos que me acompañarán el resto de mi vida. Nos volveremos a reunir en ese cielo que Dios nos prometió. Corazón: deseo darte las gracias por tu perseverancia, constancia y paciencia para que se diera una relación de amor y entendimiento y culminara con el sacramento del matrimonio. Reconozco tu responsabilidad como proveedor de la familia que formamos con cuatro hijos, tu apoyo en todo lo que emprendía para mi superación personal y espiritual, además de administrar los recursos del hogar. Pero, sobre todo, la confianza que depositaste en mí para la formación de nuestros queridos hijos, como que estuvieran en grupos de escultismo, deportivos, desarrollo humano y espiritual. Siempre valoré que nos pusieras en primer lugar, sobre todo y sobre todos. Recuerdo el día en que les explicaste a tus papás que sólo tú y yo estaríamos al frente de la familia que estábamos formando. La consecuencia fue que tu mamá dejó de hablarte por más de un año y, aun así, sostuviste tu postura ante mí. El amor a tu familia te llevó a superar obstáculos, miedos y preferencias. Todo esto y más para darnos bienestar, manteniéndonos unidos en paz y con armonía. Te agradezco tu respeto y cariño a mi familia de origen. Al faltar mi padre, fuiste esa figura paterna para mis hermanos menores y un hermano mayor para los otros. Aprecié tu constante comprensión en todas las etapas de nuestros hijos, aceptándolos en sus aciertos y desaciertos. Me enorgullece la valentía con que sobrellevaste la etapa más crítica de tu enfermedad, tanto es así que pareciera que una fuerza sobrehumana te animó para no perderte el 75 aniversario de tus papás, que radican en Aguascalientes. Motivado por el gran amor hacia nosotros y siempre apoyándote en la oración, tuvimos la dicha de tenerte cuatro años más. Conociste y disfrutaste a nuestra nieta más pequeña que, al igual que los otros tres nietos adolescentes, te recuerdan y te extrañan. Le doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de cuidarte y prodigarte todo mi amor medio siglo, especialmente en estos cuatro últimos años tan difíciles de tu enfermedad. Nos despedimos más enamorados que cuando fuimos novios, más que cuando nos entregamos como esposos en el altar, y, como dice una canción que cantábamos: “Cada uno tiene un amor de verdad, tú serás el mío para siempre, vida mía. Porque: ¡sé que no hay nadie como tú!” (Tu corazón de melón) Ale de Roche Ale de Roche Soy Alejandra de Roche. Nací en el Distrito Federal, tengo setenta y tres años y cincuenta estuve felizmente casada con Manolito, con quien tuve cuatro maravillosos hijos. La característica que me distingue es la alegría y el servicio. Mi cualidad: la fortaleza, impulsando principalmente a mi familia; soy algo así como el motorcito. Ya casada incursioné, la mayor parte con Manolito, en liderazgos, como mesas directivas de scout y Guías de México, dirigentes de futbol americano, líderes de movimientos católicos, bienhechora del Centro Politécnico de Proyección. Ahora tengo la oportunidad de pertenecer a Premios demac, para mujeres que se atreven a contar su historia. Todo esto ha sido parte de mi formación y le ha dado sentido a mi vida, preparándome para la prueba que el destino me deparaba: la enfermedad terminal de mi amadísimo esposo, que duró cuatro años, hasta 2013. Con mi amor, paciencia y entereza, logré sortear ese trance y darle una mejor calidad de vida a Manolito, siempre con el apoyo incondicional de nuestros amados hijos Año 17. No. 54 19 20 Año 17. No. 54 9 Algunas notas Estela Santiago y Gama Tendría unos 11 o 12 años, cuando oí en la radio que una mueblería convocaba a niños de entre 7 y 14 años de edad a un concurso de pensamientos para la madre, probablemente por el 10 de Mayo. Escribí dos, uno lo envié a nombre de mi hermana Rosi, que era dos años menor, y el otro al mío. Rosi sacó el tercer lugar y ganamos una mesa de centro; por supuesto, yo estaba más feliz que ella. “Sueños no interpretados, cartas no leídas”, decía Erich Fromm. A veces el destino te sorprende y te avisa con un sueño. Soñé a mi maestra de Literatura de la secundaria Soledad Anaya Solórzano. Estaba hablando conmigo, pero no la escuchaba, así que lloré y lloré. Las lágrimas para mí son aviso de alegrías. Al otro día, al presentarme a mi trabajo, me avisaron que tenía que ir a la delegación Venustiano Carranza porque el ensayo literario que había escrito, obligada moralmente por la directora de la escuela, había ganado el primer lugar. Me dieron una placa en una base de madera en la que estaba inscrito mi nombre y “Año Internacional de la Mujer”, 1975. Esta experiencia me animó a que poco después participara en un concurso de cuento al que la Dirección de Educación convocó. En esta ocasión obtuve un Compendio de Historia de México en dos tomos y una beca para mi hijo mayor, ya de seis años, en un colegio particular. La vida se complica a medida que crecen los hijos, y ya no se piensa en lo que uno quiere, sino en resolver las necesidades del hogar. Estela Santiago y Gama Actualmente soy abi, como me nombró mi primer nieto al no poder decir “abuelita”, nombramiento del cual me siento muy agradecida y que hago constar en dos libritos: un anecdotario para el primer nieto y una memoria para el segundo. Antes que abuela, fui esposa y madre, y maestra, miss, directora e incluso supervisora en educación primaria y maestra de artes plásticas en educación secundaria. A la par, tuve hermosas experiencias en la pintura, en mi aprendizaje en metafísica y en mi encuentro con el Niño Jesús, que no puedo olvidar. Soy apasionada en lo que hago, libre en mi pensamiento y amorosa con las personas; sin embargo, me siento limitada a mis setenta y cuatro años por la epilepsia que, afortunadamente, sólo se manifestó con un desorden en mi cuerpo. A estas alturas se me presentó la oportunidad de cursar un taller autobiográfico que me ha hecho andar viejos caminos y valorar lo feliz que he sido a pesar de mis pérdidas. Año 17. No. 54 21 22 Año 17. No. 54 10 Mi último viaje Sweet A mi regreso del viaje que hice en el verano de 1974 por Europa, estaba muy feliz, con otra visión de la vida. Había conocido otro mundo muy diferente y vi que existían otras alternativas para continuar mi vida y no estar pensando en el novio que me había dejado. Me di cuenta de que tenía que seguir preparándome y conocer más. También continué con la relación que había iniciado con Enrique Ake, quien trabajaba en su agencia de turismo y, por lo mismo, tenía muchas actividades y vida social y se la pasaba viajando al extranjero. Cuando llegaba a la casa, se ponía a tocar la guitarra y a cantar, que era uno de sus hobbies, y alegraba a toda la familia. A mí solía dedicarme Ojos españoles a la hora del café, y cuando mi papá y mis hermanos se habían retirado de la mesa después de comer, mi mamá y él se ponían a cantar. Enrique insistía en casarse en octubre porque era el mes con la luna llena más hermosa. Me enteré de la convocatoria para inscribirse a una universidad de reciente creación: la uam. Me interesó y solicité la ficha para el examen de admisión. Cuando le platiqué a Enrique, le dio mucho gusto saber que quería seguir estudiando y él me dio todo su apoyo. Enrique era muy alegre, trabajador, bohemio, amiguero y cantaba en diferentes bares de la ciudad, coqueto con todas las mujeres, conquistador. Por todo esto yo no estaba muy segura de quererme casar, además de pasar largas temporadas sola por sus continuos viajes. No estaba segura tampoco de haber olvidado del todo a Fernando. En agosto me avisó que se iba de viaje nuevamente por más de un mes a Europa por cuestiones de trabajo, pero me prometió que sería “el último viaje que haría”. Durante su ausencia yo me preparaba para el examen de admisión a la uam. Recibí cartas y postales todo el tiempo, me platicaba del recorrido y de las buenas regalías que había recibido en Brujas y en Holanda. Que ya se quería regresar porque me extrañaba mucho. Estaba terminando de leer una postal que acababa de llegar, cuando me avisan que el hermano de Enrique me quería ver. Me extrañó que me buscara. Lo hice pasar, lo vi muy serio, triste, y me dijo que me daría una mala noticia: Enrique había tenido un accidente y, desgraciadamente, había fallecido. Contesté que eso no podía ser cierto, que acababa de recibir una tarjeta postal, confirmé que tenía fecha de días atrás y el accidente había sido el día anterior, le argumenté que eso no podía ser, que debía haber un error; no entendía nada. Entonces me explicó que viajaba de Florencia a Roma al medio día, que estaba haciendo mucho calor y todos los pasajeros que viajaban con él se quedaron dormidos. Mis papás, que estaban en la casa, me consolaban, todos estábamos consternados, sorprendidos de la manera en que había muerto. El autobús, al rebasar un camión, chocó con él y, al frenar bruscamente, Enrique se estrelló contra el parabrisas, pues iba sentado en el lugar del copiloto, y rebotó en el respaldo del asiento y se desnucó. Murió instantáneamente. No sintió nada porque iba dormido. Fue el único pasajero que falleció. Una vez que me tranquilicé un poco, el hermano de Enrique me pidió ayuda para trasladar el cuerpo. La compañía terrestre para la que trabajaba, Petra, no quería hacerse responsable. Entonces, una amiga de la familia, Ana Elena, me ayudó. Le Sweet Nací en el Distrito Federal un 4 de junio de 1950. Soy la mayor de cuatro hijos que conformaron la familia: tres mujeres y un hombre. Mis padres, él neurólogo y ella maestra de profesión, nacieron en Coatepec, Ver., y en el D.F., respectivamente. Mi mamá, mis hermanos y yo siempre estudiamos en escuelas oficiales y las carreras las hicimos en la unam y en la uam. Yo estudié para maestra de educa- ción preescolar y, después de trabajar cinco años, inicié la carrera de Ingeniería en alimentos. Luego combiné ambas profesiones en una propuesta para la sep, para escuelas con servicio de estancia; también trabajé en enseñanza media como coordinadora del laboratorio de biología. Realicé un proyecto para la instalación de una guardería y una casa hogar para niños en Tlalpan. Me jubilé con treinta y seis años de servicio y ahora ya tengo más de diez jubilada, pero continúo estudiando en la Universidad de la Tercera Edad, donde llevo materias de superación personal, computación, inglés, historia, etc. Lo más importante es que nos mantenemos ocupados y conocemos a muchas personas de diferentes medios culturales, hacemos habló al abuelo de su esposo, quien llamó a la Secretaría de Turismo y, en menos de 10 horas llegó embalsamado el cuerpo. Después de todas las ceremonias religiosas, le entregué a su familia las cosas que Enrique me dejó. Cuando ya estuve tranquila en mi casa, en mi cama, escuchaba en la noche a Enrique que me cantaba como todas los días. Me quedé pensando y sintiendo una vez más ese hueco, ese vacío en el corazón y en el estómago. Ya no estaba conmigo. Recordé que me prometió que ése sería “su último viaje” y, desafortunadamente, así fue. En el mes de septiembre empezaron las clases en la uam. Inicié una nueva aventura llena de experiencias, de nuevos aprendizajes y de gente nueva, de lo que les contaré en el siguiente capítulo. nuevas amistades, viajamos, vamos a museos, conciertos, etcétera. Tengo más de veinticinco años aprendiendo a pintar en porcelana y cinco de vivir en mi departamento yo sola, pues se vendió la casa de mis papás, y todos mis hermanos se casaron. Tengo cuatro sobrinos, hijos de mis hermanas, dos son ingenieros mecánicos. La única señorita es maestra en filosofía y letras; el sobrino más chico está estudiando para chef. Afortunadamente, gozo de salud y espero estar así por algún rato más y vivir tranquila, conviviendo con mi familia, viajando y pasándola bien el resto de mi vida. Año 17. No. 54 23 24 Año 17. No. 54