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Emilio Palacios Fernández
Biografía de Félix M.ª de Samaniego
Félix María Serafín Sánchez de Samaniego nació en la villa de Laguardia
(Álava) el 12 de octubre de 1745. Fue hijo de Félix Ignacio Sánchez de
Samaniego y Munibe y de Juana María Teresa Zabala y Arteaga, natural de
Tolosa (Guipúzcoa), de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos, algunos de
ellos de vida breve: María Josefa (1738-1829), casada con Félix José Manso
de Velasco, domiciliada en la villa riojana de Torrecilla en Cameros;
Antonio Eusebio (1739-1790), que estudió en el Real Seminario de Nobles de
Calatayud, regido por los jesuitas, en cuya congregación ingresó en 1757,
para morir más tarde en el exilio en Bolonia; Juana María (1740-1756);
Isabel (1747-¿ ?), monja clarisa en un convento de Vitoria; Santiago
(1749-1780), militar; Francisco Javier (1752); Francisca Javiera
(1753-1799). Conocemos con precisión la historia de la familia ya que
hemos conservado gran parte de sus documentos que se guardan en el Archivo
del Territorio Histórico de Álava, revisada por M. del Camino Urdiáin, lo
cual ha permitido a sus biógrafos modernos como Palacios Fernández o
Velilla descubrir detalles de su personalidad, pero también de aspectos de
la organización administrativa y económica de sus bienes.
El palacio de los Samaniego en Laguardia, descrito por Martínez de
Salinas, fue construido en el siglo anterior, aunque su padre lo había
mejorado y había añadido el escudo de armas en su fachada, estaba situado
en la plazuela a la que se asomaba la iglesia románica de san Juan,
reformada a principios de la centuria con la capilla de Santa María del
Pilar. Félix María, al haber entrado su hermano mayor en religión, heredó
la casa solariega con sus derechos y bienes: en Laguardia poseían dos
mayorazgos, con la finca de La Escobosa a la cabeza, en las proximidades
del río Ebro. Era propietario, asimismo, del señorío de Arraya, situado en
tierras alavesas del interior, cercanas al puerto de Azáceta, y, después,
de los mayorazgos de Idiáquez, Yurreamendi (ambos en Tolosa) e Irala (en
Oñate) que heredó de la rama materna, con un rico muestrario de palacios,
caseríos y tierras de labranza, que le relacionaban con lo más granado de
la nobleza vasca.
Manifestando su padre un gran interés por la educación del joven, le puso
en su casa bajo la protección del licenciado Gaspar Calvo, con quien
aprendió a leer, a escribir, y los rudimentos de gramática y de cuentas.
Investigaciones recientes de Aguayo Campo nos han permitido conocer que
las autoridades municipales cuidaron de la educación de los niños y
jóvenes. Así, existía una Capilla de Música y una escuela de Primeras
Letras a la que pudo asistir. De mayor aliento era un Estudio de Gramática
que enseñaba humanidades. A lo largo de tres años Félix María participó en
esta institución en la que el profesor Manuel Hurtado de Mendoza le
instruyó en distintas materias: latín, gramática española, ortografía y
prosodia, lectura y comentario de autores grecolatinos y estudio
particular del Arte poética de Horacio, métrica y composición literaria en
latín y castellano, oratoria, adagios o sentencias de carácter
filosófico-moral, además de quedar bajo su responsabilidad «la instrucción
de las buenas costumbres» y la formación religiosa. Este aprendizaje
humanístico resultó fundamental para el autor, que con seguridad orientó
sus tempranas inclinaciones a la creación literaria.
Muerta su madre en 1758, ante la desconfianza que tenía su padre de la
enseñanza universitaria, fue enviado a completar sus estudios a Francia,
siguiendo las costumbres de la nobleza vascongada. Asistió a clases en un
conocido colegio municipal de Bayona, dirigido por los jesuitas cuyo
funcionamiento analizó Areta Armentia. Sabemos que en él estudió cinco
años de Humanidades siguiendo el modelo de la «Ratio Studiorum» jesuítica.
Sin olvidar la enseñanza religiosa, este plan estaba destinado al
aprendizaje de la lengua y la cultura latina, para dar al alumno una
conciencia humanística y clasicista. Los autores frecuentados con mayor
asiduidad, y que por lo tanto mejor conocía, fueron Horacio y Fedro que
aparecerán de manera insistente en sus escritos. Concluidos los estudios,
viajó un tiempo por Burdeos y acaso por Toulouse. En agosto de 1763 volvía
definitivamente a su tierra.
Con el propósito de evadirse y huir del aburrimiento de su aldea natal,
empezó a frecuentar las tierras de Azcoitia, Azpeitia y Vergara, donde
vivían sus tíos los condes de Peñaflorida y otros familiares. En febrero
de 1764 estaba en Vergara en las celebraciones de la festividad de san
Martín de Aguirre. Pero enseguida pudo comprobar las inquietudes
culturales, sociales y políticas de un grupo de nobles guipuzcoanos que se
movían en aquel ambiente, y así este mismo año se fundó en Azcoitia la
Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. El promotor de estas
actividades era su tío Javier María de Munibe e Idiáquez, VIII conde de
Peñaflorida. El 8 de abril de 1765, gracias a las gestiones que hicieron
algunos vascos próximos a la corona como Tiburcio de Aguirre, Joaquín
Manrique de Zúñiga, conde de Baños, y Eugenio de Llaguno y Amírola,
llegaba la definitiva autorización por la que se constituía la Real
Sociedad Bascongada. El artículo primero de los Estatutos señalaba el
propósito básico de la institución: «El objeto de esta Sociedad es el de
cultivar la inclinación y el gusto de la Nación Bascongada hacia las
Ciencias, Bellas Letras y Artes; corregir y pulir sus costumbres;
desterrar el ocio, la ignorancia y sus funestas consecuencias; y estrechar
más la unión de las tres Provincias Bascongadas de Álaba, Vizcaya y
Guipúzcoa». Samaniego fue socio fundador junto a otros prohombres de la
sociedad vasca: Joaquín María de Aguirre, marqués de Narros; Vicente de
Lili; Miguel José de Olaso; Roque Javier de Moyúa, marqués de Rocaverde;
Domingo José de Gortázar. Tuvo mayor relación con los alaveses Juan N. de
Esquivel, vizconde de Ambite; Pedro Jacinto de Álava; José María de
Aguirre, marqués de Montehermoso; José Joaquín de Landazuri. Participó
activamente en los proyectos de su creación y de su funcionamiento:
colabora en las polémicas fundacionales, que interviene en las
representaciones teatrales, o escribe sus primeras obras literarias. Un
«Índice del Archivo» de la Sociedad, donde se dan cuenta los títulos de
las obras teatrales escritas por sus miembros cita la comedia El peludo y
el embustero como suya, pero carecemos de otras referencias. Se integra en
la Comisión IV que se ocupaba de los temas de «Historia, Política y Buenas
Letras», incluidos los educativos.
Cuando murió, sin sucesión, su tío Bernardo de Zabala y Arteaga, Samaniego
heredó los citados señoríos de Yurreamendi, Idiáquez e Irala. Aumentó su
prestigio social, su fortuna y también la necesidad de personarse
regularmente en la villa de Tolosa para controlar sus nuevas posesiones.
Allí pasó largas temporadas de descanso que ocupaba con sus aficiones
favoritas entre las que incluía la lectura, la creación literaria, la
música, las conversaciones. Realizó varios viajes a la corte. El 18 de
abril de 1766 le sorprendió en este pueblo la «matxinada», la
manifestación regional de la famosa revuelta contra el precio de los
granos y la carestía de alimentos, y también contra la reforma, paralela
al Motín de Esquilache madrileño. La sublevación fracasó en San Sebastián,
Tolosa y Vergara, y fueron los nobles de estos lugares los que iniciaron
la defensa y represión, pero vivió momentos de zozobra. Para olvidarse,
Samaniego se desplazó en varias ocasiones a Bilbao y Bayona, ciudad en la
que pasó un mes en compañía de su tío Juan Jerónimo de Frías. Su visita a
aquella ciudad tenía relación con un suceso que ocurriría al año
siguiente: su matrimonio con Manuela de Salcedo, hija de una renombrada
familia bilbaína. Los poderes para el contrato matrimonial tuvieron lugar
en Laguardia en agosto de 1767, mientras que las capitulaciones y la boda
se celebraron en Bilbao en fechas posteriores. Los jóvenes esposos se
fueron a vivir al palacio solariego, aunque pasaban largas temporadas en
la finca de La Escobosa, cuyas condiciones materiales mejoraron por estas
fechas. Sin embargo, Samaniego alterna este sitio con estancias temporales
en Bilbao, Tolosa o Azcoitia, pero también viaja a Madrid para conocer a
literatos.
Una de las empresas de mayor aliento de la Sociedad fue la educación, y a
ella estuvo ligado en todo momento Félix María de Samaniego, según
muestran las investigaciones de Palacios Fernández, Sáinz Hernández y
Recarte Barriola. Hubieron de esperar hasta las Juntas de Marquina (1767)
para que se hablara de la conveniencia de que la Bascongada promoviera un
centro escolar, con el convencimiento de que la educación era la puerta
del progreso y de la transformación de la sociedad. Se creó una Junta de
Institución para que concretara el proyecto, perfilara los aspectos
económicos, solicitara los permisos, redactara un reglamento e hiciera un
plan de estudios, contando para ello con la experiencia acumulada los años
anteriores y consultando con los centros académicos más solventes. Para
llevar a buen puerto este nuevo proyecto la Sociedad tuvo en corte un
atento intermediario en el alavés Eugenio de Llaguno y Amírola, secretario
de la Secretaría de Estado, como mostraron Palacios Fernández y Angulo
Morales. En 1771 se organizaron las primeras actividades de la Escuela
Provisional en un local de Vergara. Por consejo de Peñaflorida, escribió
un breve ensayo bajo el nombre Los males de La Rioja (1771) sobre los
problemas de su tierra alavesa, y la Disertación sobre la utilidad de los
establecimientos de Sociedades Patrióticas (1774), inédito hasta hace
poco.
Según ha descrito el académico Juan Garmendia Larrañaga, en 1775 fue
nombrado alcalde y juez ordinario de la villa de Tolosa por espacio de un
año en virtud de los derechos que procedían de su mayorazgo de
Yurreamendi, aunque no pudo tomar posesión hasta el 7 de marzo a causa de
una grave enfermedad que aquejaba a su padre. Vivía en el palacio de
Yurreamendi, sito a las afueras del pueblo, o en el de los Idiáquez,
dentro del casco urbano. Intentó desempeñar su gestión de manera acorde
con los principios de un regidor reformista.
La definitiva aprobación del Real Seminario Patriótico Bascongado se
produjo en marzo de 1776 y en el mes de noviembre se iniciaron las clases
oficiales. Se patrocina una formación moderna en la que cabían las
humanidades, las lenguas modernas, las ciencias, el dibujo, la instrucción
religiosa, la música, el aseo y el trato de gentes, las habilidades
sociales. Fue necesario buscar textos adecuados para la enseñanza: en
algunos casos se utilizaron algunos que ya existían en el mercado (El arte
nuevo de escribir de Palomares, la Gramática de la Academia, la Gramática
latina de Juan de Iriarte, el Catecismo histórico del abate Fleuri); en
otras ocasiones fue necesario crearlos ex profeso, empleando para ellos
sistemas didácticos (diálogos, verso). Para el aprendizaje del idioma
francés era texto obligado las Fables de La Fontaine, según los datos
confirmados. No olvidaba tampoco Samaniego la formación de los alumnos con
la lectura y estudio de Esopo, Fedro y La Fontaine, maestros para el
adiestramiento literario y moral, y aprovechaba sus habilidades literarias
para adaptar algunas fábulas. En las Juntas Generales de 1775 celebradas
en Bilbao presentó ya una colección de 36, y dio lectura a la titulada «La
mona corrida».
Desde 1780, y con el fin de evitar problemas de organización en el
Seminario, se dispuso que fuera dirigido de forma rotatoria por los socios
de número. Samaniego ejerció la dirección durante ese curso con enorme
entrega y seriedad. Acaso fue en esta época cuando escribió la Paráfrasis
del «Arte Poética» de Horacio, texto olvidado descubierto en los últimos
tiempos ya que se encuentra manuscrito en la Fundación Sancho el Sabio, y
no publicado hasta mi reciente edición de Obras completas, sobre el que ha
dicho palabras elogiosas un estudio reciente de Carlos García Gual. A
través de ella se intentaba formar a los alumnos en la imitación de los
buenos modelos y en el conocimiento de las reglas clásicas como valores
básicos de la nueva literatura. Nuestro autor hace una versión fiel al
espíritu de la fuente, aunque presentado con el estilo tan comunicativo
que le es habitual.
En 1777 había acabado ya su colección de fábulas que envió a Madrid a
Tomás de Iriarte, el cual dio un informe favorable de las mismas y le
remitió más tarde el poema de La Música (1780) para sellar su amistad. En
agradecimiento, el fabulista riojano incluyó unos versos laudatorios al
poeta canario cuando publicó en la imprenta de Benito Monfort de Valencia
sus Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Bascongado
(1781). En el «Prólogo» indicaba que estas composiciones estaban escritas
para los alumnos del Seminario de Vergara, destinatarios de sus enseñanzas
morales, como confirman los versos «A los Caballeros Alumnos del Real
Seminario Patriótico Bascongado» que abrían la colección. El éxito fue
total: buenas reseñas en la prensa, excelentes ventas, y acierto de elegir
un género que se podía convertir en paradigma de la literatura ilustrada.
La Bascongada le otorgó el nombre de Socio Literato. En agradecimiento por
su exitoso trabajo y entrega le ofrecieron de nuevo la dirección del
Seminario en enero de 1782.
Como se ha visto, su relación con Tomás de Iriarte fue en principio
amistosa, pero enseguida se rompió dado su carácter orgulloso y polémico,
como ocurrió con otros colegas. En 1782 había publicado éste sus Fábulas
literarias en la Imprenta Real. En la «Advertencia del editor» afirmaba
que «ésta es la primera colección de fábulas enteramente originales que se
ha publicado en castellano», a pesar de que su autor conocía las de
Samaniego manuscritas desde 1777 e impresas en la edición de 1781 que le
remitió. Los vicios literarios que criticaba, y las sospechas de que bajo
algunas censuras supuestamente anónimas se podían esconder personas
concretas, dieron paso a numerosas polémicas. Juan Pablo Forner, bajo el
seudónimo de Pablo Segarra, polemizó con él en su Asno erudito (1782),
donde recriminaba su poesía al estilo francés y el prosaísmo de las
fábulas del canario, al que respondió con el nombre supuesto de Eleuterio
Geta en el folleto Para tales casos suelen tener los maestros oficiales
(1782), en el que ampliaba la censura a los apólogos de Samaniego.
Participó en la refriega un anónimo con un libelo impreso Observaciones
sobre las Fábulas literarias originales de Tomás Iriarte, que en realidad
estaba escrito por Samaniego y había sido publicado en Vitoria, con el que
acabaron de deteriorarse de manera definitiva las relaciones. En él se
hacía una reflexión teórica sobre este género poético y se ponían en
entredicho algunas de sus propuestas estéticas.
Quiso la provincia de Álava aprovechar la fama alcanzada por Samaniego en
los últimos tiempos, según vemos en un trabajo reciente mío, por lo que en
1783 le nombró comisario en corte para que le representara en la capital
con el fin de solucionar algunos problemas provocados por el centralismo
borbónico y que tenían que ver con la prohibición de vender ciertos bienes
extranjeros, la cancelación de los impuestos que pagaban en la aduana los
productos que pasaban a Castilla, la suspensión del nombramiento de
alcalde mayor de Vitoria y, en general, la defensa de los fueros
tradicionales en continua merma. El 6 de junio estaba camino de Madrid. No
sabemos en qué lugar de la Villa y Corte se hospedó, pero el noble
hacendado también tenía un delegado en corte que hacía frente a los
asuntos familiares que había de solventar en instancias oficiales, o acaso
halló mejor acomodo en un palacio que poseía su tío el conde de
Peñaflorida, o en la de algún otro aristócrata vasco (conde de Baños...).
Las influencias de los nobles euskaldunes le abrieron con cierta facilidad
las puertas del palacio real, donde pudo entrevistarse con premura con el
ministro Floridabanca, con quien al principio no congenió mucho pero que,
tras sopesar su amena conversación, le invitó a comer al día siguiente.
Estas gestiones, de las que va dando cuenta en sucesivos informes, le
llevaron mucho tiempo y preocupaciones hasta enfermar.
En cuanto pudo, empezó a compartirlas con otras actividades más
entretenidas y acordes con su profesión de escritor: la asistencia a las
animadas tertulias de la corte, la presencia en los espectáculos
teatrales, el cultivo de sus aficiones literarias. El carácter desenfadado
y alegre de Samaniego, su fama de buen decidor y versificador improvisado
le debieron abrir las puertas de los salones madrileños, ambiente que ha
reflejado con exactitud Ignacio Amestoy en su obra dramática La zorra
ilustrada. Suele ir acompañado de su docto amigo Benitua Iriarte, antiguo
profesor en Vergara, y de su amado sobrino José María, militar hijo de su
hermana María Josefa. Debió frecuentar las reuniones musicales del palacio
del marqués de Manca, la casa del alavés Llaguno y Amírola, literato,
académico y político ilustrado. Es segura su presencia en la que se
celebraba en la casa de los marqueses de Baños, oriundos vascos y
huéspedes ocasionales de su palacio de Yurreamendi. En ella presentó una
divertida composición poética titulada «Ridículo retrato de un ridículo
señor» que debió hacer las delicias de los concurrentes. No sabemos si
frecuentó alguna de las otras tertulias que estaban de moda en aquellos
tiempos: el salón de la condesa-duquesa de Benavente y de Osuna, doña
María Josefa Alonso-Pimentel Téllez-Girón, en su finca campestre El
Capricho (1784) en la que participaban el marqués de Manca, Ramón de la
Cruz, G. Melchor de Jovellanos, Leandro Fernández de Moratín, Tomás de
Iriarte, Goya; el de la duquesa de Alba, Teresa Cayetana de Silva Álvarez
de Toledo, en el palacete de La Moncloa, castizo y frívolo; o el que
celebraba en su palacio de las Vistillas de San Francisco la condesa de
Montijo, doña María Francisca de Sales Portocarrero, que aglutinó en torno
a su persona a un destacado grupo de intelectuales y literatos ilustrados,
de ideario jansenista, como Jovellanos, Meléndez Valdés, Llaguno y
Amírola, aunque el momento de esplendor de la tertulia fue posterior a la
época de estancia de Samaniego.
La Bascongada había recibido en 1 de octubre de 1783 el permiso para la
publicación del segundo tomo de las Fábulas en verso castellano, que
apareció en la imprenta de Joaquín Ibarra en junio de 1784, con reseñas
favorables en la Gaceta de Madrid y en el Memorial Literario. La colección
definitiva de las fábulas está formada por 157 composiciones agrupadas en
nueve libros en los que se reúnen un número arbitrario de apólogos. El
poeta recoge los temas del fabulario tradicional. De las fuentes clásicas
quedan registradas las que proceden de Esopo y las de Fedro, deuda
estudiada por Cascón Dorado, con las dificultades prácticas que plantea
cada uno. De los modernos son evidentes las deudas a las Fables de La
Fontaine, descritas por Germain, Palacios y Helguera, algunas de Florian,
menos conocidas, y las que proceden del británico John Gay (incluidas en
los libros VI, VII, VIII), conocidas acaso a través de la versión francesa
de madame Kéralio (1759) aunque también leyó el texto inglés, como ha
demostrado J. César Santoyo.
Ésta fue una propuesta exitosa: Samaniego en ningún caso es traductor de
nadie, sino que pone al día un asunto tradicional al que confiere su
propia personalidad, o sea su ideología y sus querencias estilísticas. Lo
mismo que hicieron en su época los maestros que él imitaba. Y como ellos,
una vez conocida la fórmula, añadió al río de la tradición un manojo de
temas nuevos (libro IX). Tiende a la concisión narrativa, pero rehúye el
laconismo de los textos clásicos. Importaba, pues, que nuestro fabulista
desempeñara con acierto su labor literaria dando a su creación una
estética adecuada, acorde con su genio poético, y convirtiendo a los
apólogos en vehículo de un ideario capaz de sugestionar a los
destinatarios.
La Sociedad aprovechó su estancia en Madrid para añadir un nuevo encargo:
las gestiones para la creación de un Seminario o Casa de educación para
Señoritas, que se iba a establecer en Vitoria, con la intención de que
promoviera la formación de la mujer. El proyecto fue bien visto en la
corte. En los Extractos de las Juntas, celebradas en Vergara en 1785, se
incluye una carta del ministro Floridablanca al conde de Peñaflorida en la
que se confirma la opinión favorable. La muerte de Peñaflorida en 1785 fue
un hecho luctuoso que impediría su implantación y también la buena marcha
de otras empresas en estudio. Por sus manos debieron pasar igualmente las
tareas de hacer socios de la Real Sociedad Bascongada de algunos
prohombres de las letras con los que tuvo contacto como Juan Meléndez
Valdés, catedrático de Letras Humanas de Salamanca que se dio de alta a
finales del 83, o de María Isidra de Guzmán y de la Cerda, la famosa
doctora de Alcalá, quien en 1785 fue nombrada Socia Honoraria y Literata
de la Bascongada, antes incluso de que ingresara al año siguiente en la
Sociedad Económica de Madrid.
Otro de los frentes que había descuidado Samaniego era el del teatro. El
arte escénico fue una de las aficiones literarias que había nacido ya en
época temprana. Actor aficionado en las representaciones de la Bascongada,
organizador de los espectáculos teatrales para los socios por lo que es
posible que redactara un «Reglamento que se ha de guardar en las funciones
de teatro de la Sociedad» que recoge Areta Armentia en su libro, fue
también autor de varias piezas teatrales, hoy perdidas. Las aficiones
escénicas del fabulista habían renacido debido a la asidua asistencia a
los coliseos de la capital durante esta etapa madrileña. Quizá tuviera
contacto con el Corregidor José Antonio de Armona y Murga, alavés nacido
en Respaldiza y con largos años de servicio a la corona. Por aquellas
fechas estaba concluyendo la redacción de sus Memorias cronológicas sobre
el teatro en España (1785), editado por mí en colaboración de varios
colegas, largo ensayo en el que historiaba la organización del teatro
español, con especial atención a los últimos tiempos en que él ejerció la
función de Juez protector de los Teatros de España. Tal vez asistió a los
coliseos en su compañía o bajo su protección, y estuvo al tanto de los
estrenos teatrales de aquellos años, y de cuantos episodios interesantes
sucedieron en aquellas fechas como el concurso nacional de Teatro (1784)
con motivo del nacimiento de los Infantes Gemelos, en el que ganaron los
dramaturgos neoclásicos, seguido después de largas polémicas.
Todo esto había animado de nuevo las viejas polémicas entre casticistas,
partidarios del teatro barroco y su continuador el popular, y los
renovadores defensores del teatro neoclásico a las que se va a apuntar
Samaniego. La publicación por Vicente García de la Huerta del primer tomo
del Teatro Español (1785), precedido de un prólogo militante contra los
modernos «contagiados de un galicismo volátil», le pareció al fabulista
una empresa disparatada, opuesta al buen gusto y a las normas clasicistas,
contra la que escribió un folleto titulado 402. Continuación de las
Memorias Críticas bajo el seudónimo de Cosme Damián. El literato
extremeño, que se dio de baja este año de la Bascongada, contraatacó en un
ensayo titulado Lección crítica a los lectores del papel intitulado
Memorias Críticas de Cosme Damián, en el que, con malos modos,
descalificaba el lenguaje machihembrado de los vizcaínos y la lógica
volteriana del memorista. La controversia le enfrentó a varios partidarios
de la modernidad como Joaquín Ezquerra, director del Memorial Literario,
Jovellanos, Iriarte, Forner o Leandro Fernández de Moratín con La
Huerteida, a los que fue contestando el fiscal con la colaboración de
otros de su misma corriente estética, y ha sido estudiada por Ríos
Carratalá, Lama y en sendos trabajos de René Andioc. Dejó inédito
Samaniego un fragmento de una contestación Número 403, pues simuló hacer
la crítica a través de un periódico.
Pero había de demostrar la verdadera hondura de sus conocimientos
teatrales en un excelente artículo, Discurso XLII, aparecido en el
semanario El Censor, revista de tendencia ilustrada, a comienzos del año
1786 con la consabida firma de su seudónimo Cosme Damián. Una cita de
Horacio, «remedio pon en esto y en aquello» encabeza una carta que remite
a los directores indicando las insuficiencias de su periódico en el
control del teatro: «Ningún objeto es más importante, más digno de
censura, ni más necesitado de ella. El crédito y acaso felicidad de la
nación: las ideas, los usos, las costumbres de sus individuos, la
honestidad, la humanidad, la sólida piedad, la verdadera gloria, el honor,
el patriotismo, todas las virtudes naturales, morales y civiles se
interesan en su reforma, y claman altamente por ella». Defiende las ideas
de los ilustrados sobre el arte escénico considerándolo como un
espectáculo imprescindible en la sociedad moderna, pero al que es
necesario exigir unas cualidades políticas, literarias, y de organización
para que cumpla con su fin social: «Pero señor Censor, nuestro teatro no
se halla en este caso. Es preciso reformarle o destruirle», afirma con
rotundidad. Lo que propone es un completo Plan de reforma del teatro que
demuestra la profundidad y la variedad de sus conocimientos sobre la
creación dramática y las limitaciones de la puesta en escena (decoración,
cómicos, música, público). Los editores Luis Cañuelo y Luis M. Pereira
contestaron en el Discurso XLIII haciéndole algunas matizaciones.
Enriquecemos la obra de Samaniego con un nuevo libro que hasta el presente
se atribuía a varios autores (Forner, García de la Huerta y Samaniego),
sin que encontráramos datos externos que marcaran con evidencia su
autoría. Se trata del folleto Medicina fantástica del espíritu, y espejo
teórico-práctico en que se miran las enfermedades reinantes desde la niñez
hasta la decrepitud: con recetas y aforismos, que suministra la moral.
Escrita en metro joco-serio y prosa por el Dr. D. Damián de Cosme (Madrid,
Pantaleón Aznar, 1786). Está formada por dos piezas introductorias
tituladas «A los santos médicos san Cosme y san Damián», en décimas, y un
«Prólogo» en romance donde explica su intención al escribir esta obra:
hacer una revisión de la sociedad para sacar las pertinentes lecciones
morales que sirvan para todos, cuyos principios se formulen en aforismos.
Organiza la materia que estudia en tres libros dedicados respectivamente a
la niñez (4 capítulos: la mala crianza, la mala inclinación, la falta de
respeto a los padres, aprender lo malo), a la juventud (8 capítulos: el
amor profano, la violencia de los padres para que se casen contra su
gusto, violencia de los padres para que entren en religión, las hermosas
desgraciadas, las mujeres feas, los petimetres presumidos y afectados, los
mayorazgos tontos, los jóvenes poco devotos), de la vejez con 4 capítulos
(los viejos codiciosos, los viejos cortejantes, las viejas que quieren
parecer jóvenes, el amor y la codicia). En cada uno de los capítulos
aborda el tema con una «descripción de la enfermedad» o mal, un aforismo
que fija la doctrina, y una Receta donde se explica el procedimiento de
curación de los defectos morales. De versificación variada y de estilo
entre irónico y jocoso, se proyectan las ideas del Samaniego educador,
moralista y sociólogo.
Poco después de su vuelta a Bilbao en 1786, llegó de la corte el informe
oficial con las concesiones pedidas sobre los aranceles que, aunque lejos
de lo solicitado, fueron recibidas con agrado. La Provincia le agradeció
sus gestiones con una recepción ante los diputados provinciales y quiso
premiarle con el regalo de una vajilla de plata, que rechazó aunque
admitió una bandeja del mismo metal con las armas de la Provincia y una
inscripción donde se indicaban los servicios prestados. El escritor
descansa en Bilbao o en Laguardia, aunque no siempre consigue quedarse al
margen ya que le solicitan para las causas más diversas.
Tomás de Iriarte acababa de publicar la Colección de obras en verso y
prosa (Madrid, 1787, 6 vols.), obras completas en las que incluso aparecía
el nombre de Samaniego entre los suscriptores. No sin sorpresa, en sus
páginas encontró, a pesar de la ascendencia vasca del autor, varias
composiciones poéticas contra los vizcaínos, en especial una titulada «A
un vizcaíno» donde, sin citarlo expresamente, trataba a Samaniego de
«pollino». El fabulista alavés se enfadó e hizo una glosa de esta décima
que fue publicada en el Correo de Madrid (12 de abril, 1788, III). En la
misma línea escribió las «Coplas para tocarse al violín, a guisa de
tonadilla», versos que quedaron inéditos, donde rebajaba los méritos de su
poema irartiano de La música. Pero, por si esto no hubiera sido
suficiente, decidió escribir un folleto intitulado Carta apologética del
señor Masson (1788), con el lema «¡Ahora sí que están los huevos buenos!»,
sacado de la fábula doce de Iriarte, justamente aquella de la que se
afirmaba que se refería a Samaniego. Supone que quiere defender el honor
nacional de los ataques de Masson de Morvilliers en la Enciclopedia
(1782), en aquel conocido artículo sobre «¿Qué se debe a España?», que
había provocado una enconada polémica en defensa de la patria, en la que
no entra. La influencia de los Iriarte consiguió que la Inquisición de
Logroño se interesara por el folleto, abriera un expediente informativo,
pero el asunto fue sobreseído.
Al estallar la Revolución Francesa en 1789 el recelo se apoderó del recién
inaugurado reinado de Carlos IV, pues se temía la expansión en nuestro
país de las ideas revolucionarias. Se intentó evitar la entrada de libros
franceses, se prohibieron los periódicos salvo los oficiales (1791), las
Sociedades Económicas fueron puestas en cuarentena y, de nuevo, los
conservadores y la Inquisición comenzaron a tomar posiciones. Algunos de
los que se habían distinguido en la promoción del ideario ilustrado fueron
ahora preteridos o perseguidos (Jovellanos, Meléndez Valdés). Seguía
Samaniego con su colaboración desinteresada con la Bascongada y con el
Seminario de Vergara, que había iniciado su declive con la muerte del
fundador y por las nuevas circunstancias políticas. En las Juntas
Generales de julio de 1790 se le encargó la revisión de los Extractos
publicados hasta la fecha para hacer una nueva edición de los mismos,
tarea que no llevó a cabo. En esta misma asamblea leyó en público algunas
composiciones poéticas. Este año Samaniego, que no había conseguido
descendencia de su mujer legítima, tuvo un hijo natural que fue bautizado
en el pueblo guipuzcoano de Lizarza con el nombre de Félix María de Paula.
Este curioso desliz refleja su mentalidad liberal.
Los usos sociales, en particular la relación entre los sexos, habían
cambiado debido a la nueva política de libertades y a la imitación de las
costumbres europeas, en particular las francesas, como han señalado Martín
Gaite o R. Haidt. Se produjeron graves rupturas en la moral tradicional al
amparo de las nuevas tendencias éticas que valoraban el vitalismo y el
naturalismo. La literatura ofrece un rico panorama de versos eróticos por
más que la censura, en especial la Inquisición, dejara entonces las
composiciones inéditas. Entre los poetas libertinos hemos de citar a los
que participaban en la Tertulia Cadálsica de la Salamanca de los años 70,
donde escribieron versos secretos Juan Meléndez Valdés, José Iglesias de
la Casa. En algunos círculos literarios madrileños, en particular en la
Fonda de San Sebastián, floreció la literatura venérea: José Cadalso;
Nicolás Fernández de Moratín con el Arte de putear; Tomás de Iriarte de
quien conservamos un manuscrito de Poesías lúbricas; Leandro Fernández de
Moratín con su libro Fábulas futrosóficas (1821).
Desconocemos en qué momento de su vida empezó Samaniego a cultivar esta
especie de literatura, aunque no la tengo por obra tardía. El conocimiento
del La Fontaine fabulista en Bayona debió desvelar también al autor de los
Contes et nouvelles en vers, que pudo convertirse en referente de su doble
vocación literaria, en la que el moralista convive gozosamente con el
libertino. Sobre la escritura de los cuentos eróticos apenas si quedan
referencias en la vida de Samaniego que nos lo presenten ocupado en este
menester literario. Lo recuerda el poeta Gaspar M. de Jovellanos quien,
cuando le visitó en 1791 en su palacio de Yurreamendi anotó atento en su
Diario: «1791, viernes, 26 de agosto. Llegada a Tolosa al anochecer;
visita de Samaniego, que reside en la hacienda de Juramendi; graciosísima
conversación. Nos recitó algunos versos de su Descripción del Desierto de
Bilbao, dos de sus nuevos cuentos de los que hace una colección, todo
saladísimo; estuvo hasta las diez dadas; nos instó mucho a quedarnos
mañana para comer con él. Ha escrito de educación; su mujer está en
Valladolid, y quiere que yo la vea al ir». El libro de educación al que
hace referencia debe tratarse del folleto nuevo que analizamos antes.
Con todo, los poemas quedaron inéditos, hasta que empezaron a publicarse
de manera parcial en varias colecciones decimonónicas. Habrá que esperar
hasta el siglo XX para que Joaquín López Barbadillo lo editara con el
nombre de El jardín de Venus (Madrid, 1921). De distinta fuente procede El
jardín de Venus. Cuentos burlescos, (Madrid, Talleres Gráf. El Fénix,
1934), que incluso añade algunos relatos nuevos. Las investigaciones
posteriores han descubierto otras versiones manuscritas que han permitido
recomponer con mayor fidelidad las composiciones eróticas de Samaniego, de
las que yo mismo he hecho varias ediciones. Sigue en ellos una tradición
de literatura erótica europea y española de larga andadura, y en ocasiones
traslada historias leídas en Boccaccio y de otros maestros italianos,
según advierte McGrady, o de colecciones y autores franceses, y en
particular de los famosos Contes et nouvelles en vers de La Fontaine, de
quien utiliza más de media docena de historias, según han advertido en
sendos trabajos Niess y Palacios Fernández. El autor mezcla, combina,
recrea y también escribe otras historias nuevas trazadas sobre los modelos
anteriores y que agrega al río de la tradición erótica.
La colección de «cuentos» o «historias», según las denomina, ofrecen una
estructura sencilla. Maneja los argumentos con suma destreza, como
observamos en la gradación de los incidentes, en lo ocurrente de las
circunstancias, en lo imprevisible de los episodios, en el peculiar uso
del lenguaje como señala Garrote Bernal. Son de tono prosaico a pesar de
su versificación, en la que cultiva las convenciones narrativas con el
empleo de las silvas o las largas series de pareados. Los cuentos y poemas
eróticos de Samaniego nos descubren un mundo vitalista y divertido. La
visión humorística y burlesca suaviza la obscenidad. Reflejan, por otra
parte, la otra cara del hombre ilustrado: el libertino convive con el
moralista, como dos caras de la misma moneda, según han observado Bellón
Cazabán y Ribao Pereira.
Participó todavía nuestro escritor en otra polémica con Iriarte. Siguiendo
el ejemplo del Pigmalion de Rousseau, había estrenado éste en Cádiz el
melólogo Guzmán el Bueno (1790). Samaniego mostrará sus reservas sobre
este nuevo género lírico-escénico, que se estaba poniendo de moda en los
coliseos. Escribió un discurso en forma de carta titulado La respuesta de
mi tío sobre lo que verá el curioso lector, publicada contra la voluntad
de su merced, con licencia año (1792) en el que rechazaba el monólogo como
género dramático, censurando luego la obra de Iriarte. Para confirmar su
desprecio al mismo, y también a su autor, se manifiesta dispuesto a
escribir una parodia teatral «para cortar los progresos de la
monologuimanía». Llevó a cabo esta tarea en su Parodia de «Guzmán el
Bueno», soliloquio o monólogo, o escena trágico-cómico-lírica unipersonal,
largo título que remeda el original irartiano al que añade con gracia
«nueva edición corregida, aumentada, variada, suprimida para mayor
instrucción de los monologuistas», que ha sido estudiado por Ríos
Carratalá. Utiliza el sistema de la parodia en la que Samaniego entra a
saco en el texto del dramaturgo canario deformando su primitiva estructura
con añadidos cómicos y comentarios en verso a su relato argumental, con
las consabidas advertencias sobre la música. El nuevo melodrama, como
señaló José Subirá, inicia la modalidad burlesca que marca el fin de este
género. Debió enviar ambos escritos a su amigo Luis Mariano de Urquijo
para que los editara en Madrid, pero al enterarse de la muerte de Iriarte
en septiembre de 1791 debió detener su publicación, quedando entonces
inédito.
Buscando mayor sosiego, en abril de 1792 decide dejar la capital vizcaína
para retornar a Laguardia. La paz se acabó pronto, porque el 7 de marzo de
1793 Francia declaró la guerra a España. Los franceses invadieron Cataluña
y el País Vasco, llegando a tomar La Rioja Alavesa y no se retiraron hasta
agosto de 1795. A Samaniego le afectó en sus posesiones guipuzcoanas, en
especial en Tolosa, cuyo palacio de Yurreamendi quedó desmantelado.
Sucedió aún otro episodio que acabaría por trastornar su vida. Los
episodios de la Revolución y la invasión del País vasco estaban truncando
las libertades de antaño y muchos ilustrados fueron perseguidos o
molestados, sin que Samaniego fuera una excepción, según estudiaba yo en
mi libro y ha recordado después José Luis Martín Nogales. El hacendado
bilbaíno José María de Murga le denunció ante el Santo Tribunal en 1793
por tenencia de libros prohibidos. La Inquisición de Bilbao remitió la
acusación a Logroño, demarcación a la que pertenecía su pueblo. Le
investigan detenidamente: si disponía de permiso de lectura de libros
prohibidos; registran su biblioteca y papeles, concluyendo el tribunal
«que estaba satisfecho de su cristiandad y del buen uso que hace de los
libros». En octubre el sacerdote del pueblo Joaquín Antonio Muro le vuelve
a denunciar con colaboración de algunos vecinos. Los testigos le acusan
ahora de haber hablado mal de la Inquisición, de haberle oído decir «que
los raptos y éxtasis de santa Teresa eran poluciones», destacan su
anticlericalismo y adjuntan otras recriminaciones que hacían referencia a
su ideología y comportamiento personal. Entre los numerosos testigos que
se citaron en este proceso se observaban dos corrientes contrapuestas:
unos estaban dispuestos a exculparle, y otros, por el contrario,
aprovechaban el caso con el propósito de derrotar al librepensador. Para
evitar la posibilidad de que se detuviera el proceso en Logroño, los
acusadores dirigieron una instancia al Inquisidor General de Madrid.
Samaniego solicitó ayuda a su amigo Llaguno y Amírola, ministro de Gracia
y Justicia, que solucionó el problema ya que el documento concluye con un
lacónico «votado a suspensión».
No tiene ninguna credibilidad la tradición que afirmaba que el fabulista
estuvo recluido en el convento de carmelitas bilbaíno de El Desierto,
pensando que en el mismo escribiría su famoso poema anticlerical
«Descripción del convento de carmelitas de Bilbao, llamado el Desierto».
En realidad estaba redactado en fechas anteriores y, a pesar de su estado
fragmentario, fue muy conocido como confirman las abundantes manuscritos
conservados, aunque no se publicó. Es posible que el mismo poeta lo
difundiera en Madrid, ya que en él se inspiró Goya, como señaló Helman y
luego Glendinning, para hacer algunos de sus grabados críticos con la
Iglesia.
Tras estos sucesos, cayó enfermo y se refugió en su mansión de La
Escobosa, desde donde acudió a Logroño buscando la cercanía de los
médicos. Seguía con sus aficiones intelectuales y estaba al tanto de las
novedades de Madrid a través de la correspondencia. La colaboración con la
Bascongada y el Seminario se van tornando episódicas. El último servicio
público que prestó a su tierra tiene que ver con un viejo problema que
llevaban tratando ya hacía tiempo: la necesidad de construir un buen
camino que permitiera la exportación de los productos agrícolas de La
Rioja Alavesa, en particular del vino. La enfermedad crónica de estómago
que le inquietaba hacía tiempo, ya en 1795 había hecho el pertinente
testamento, iba minando su salud. Después de recibir los sacramentos,
murió en Laguardia el 11 de agosto de 1801. Fue enterrado en la capilla de
la Piedad de la iglesia de san Juan, donde la familia poseía una
sepultura.
Madrid, 12 de mayo de 2003
Emilio Palacios Fernández
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