Teóricos economistas

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GENEALOGÍA DE LO ECONÓMICO
Vendrán de vuelta los días; veremos
En este informe se tratará a un grupo de hombres por los que podemos abogar celebridad y brillantez
económica. Si nos dejamos llevar por los métodos que rigen los principales libros de historia, este grupo de
hombres fueron personas sin aporte alguno en el materialismo que caracteriza nuestra corta noción de
acontecimiento: no tuvieron armas en sus manos, no tuvieron nada que ver con la muerte de hombres, no
reinaron sobre ningún imperio y estuvieron casi ausentes en las decisiones que delinearon el mundo que
conocemos. Algunos de ellos gozaron de cierta fama, pero a ninguno se conoce como héroe nacional.
Enfrentaron fuertes sanciones, por la incomprensión de sus ideas: aún así, ninguno llegó a ser considerado
vergüenza nacional a pesar de pasar desapercibidos en muchos casos.
Empero, sus acciones, publicaciones e ideas, tuvieron en la historia más decisiva influencia que muchos otros
que recibieron la gloria de la fama; produjeron quiebres históricos que fueron, con frecuencia, más
trascendentes y sustanciales que el devenir de la guerra a través de los pueblos; fueron (y son) de hecho la
causa de muchos conflictos bélicos entre sus seguidores. Para mal o para bien, tuvieron mayor influencia que
muchos decretos y leyes promulgados por reyes y legisladores contemporáneos a ellos. Lo que estos hombres
hicieron fue moldear y regir el proceder humano según la concepción económica de cada cual, eso sí,
consecuentes siempre con el contexto histórico de sus ideas.
Como todo aquel que litiga con la inteligencia, adquiere de cierto modo mas vehemencia en sus palabras, se
hace a una fuerza superior a la de la guillotina o el plomo. Estos hombres, a quienes trataremos aquí de
soslayo, delinearon el mundo que hoy conocemos. Sólo unos pocos llegaron entrar en el campo de la acción;
fueron estudiosos hombres que laboraron silenciosamente en la incertidumbre característica de una disciplina
en gran parte especulativa, a pesar de lo cual, como prueba de su paso, dejaron grandes instituciones sociales
o individuales destrozadas y continentes en explosión. Afianzaron o quebrantaron regímenes políticos,
levantaron a unas clases sociales contra otras, enfrentando entre sí a las naciones. No por que la naturaleza de
sus ideas supusiera un daño al otro, o si, sino por la extraordinaria potencia de sus descubrimientos en el
ámbito económico.
Smith
Siempre se ha escrito sobre lo económico, pero es común en los tratados sobre esta disciplina aceptar que,
como rigurosamente académica, nació con la divulgación de Adam Smith en 1776. Sus ideas en La Riqueza
de las Naciones se avinieron análogamente con la declaración de la independencia en los Estados Unidos de
América.
Teniendo en cuenta estos dos hitos, no es fácil dictaminar cual de los dos documentos tiene mayor alcance
histórico. En la declaración se hizo un nuevo llamado para crear una sociedad dedicada a la Vida, la Libertad
y la búsqueda de la felicidad. La Riqueza de las Naciones explicó como debía trabajar este proyecto de
sociedad. En definitiva, parecían hechos el uno para el otro, la idea y la práctica de ciertos conceptos que aún
pernean el globo.
Smith vio la luz en Escocia en 1723; su padre hacía parte del cuerpo jurídico militar y desempeñó el cargo de
Interventor de Aduanas. Recibió educación en las Universidades de Glasgow y de Oxford. Llegó a ser
profesor de lógica y más tarde de filosofía moral en Glasgow. Estando en ejercicio publicó La teoría de los
sentimientos morales, allí pareciera dar prefacio a la comprensión de sus ulteriores ideas en el ámbito
económico. Decía que la conducta humana es movida naturalmente por seis motivaciones: El egoísmo, la
conmiseración, el deseo de libertad, el sentido de la propiedad, el hábito del trabajo y la tendencia a
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permutar y cambiar una cosa por la otra. Encontrados estos postulados, el hombre es juez de sus intereses y
debe por ende dejársele en libertad de satisfacerlo a su parecer. Así, no sólo alcanzará su propio provecho sino
que estimulará el bien de la comunidad.
Después de más de una década dedicada a la enseñanza, viajó por Francia y fue durante un tiempo tutor del
joven Duque de Buccleuch. De él adoptó más adelante una retribución considerable que le permitió
consumarse a sus escritos. No obstante, en 1778 aceptó la nominación de Comisario de Aduanas, función que
llevó a cabo hasta su muerte en 1790.
Estos hechos destacados de su vida pueden revelar algo del método que acogió en la investigación económica
y explicar por qué Adam Smith fue el primer economista ilustrado.
La Riqueza de las Naciones
Esta publicación fue, de un lado, una crítica a la ideología mercantilista sobre la que descansaba la política
británica en las colonias y, de otro, la articulación del mecanismo, aún mal comprendido, de una nueva
sociedad.
Smith, antes de escribir su obra, tuvo ocasión de relacionarse con el pensador económico más destacado de
Francia, el Sr. Quesnay, quien mantenía la idea de que la riqueza de una nación procedía de su capacidad para
producir y no de la cantidad de oro y plata que tuviera. Smith desplegó esta idea en los argumentos que opone
La Riqueza de las Naciones a la política restrictiva y proteccionista del mercantilismo.
Smith escribía, a favor del libre cambio, que La riqueza no consiste en dinero ni en oro, sino en lo que se
consigue con el dinero, el cual solamente tiene valor para comprar. Discrepaba con los fisiócratas en la
importancia que estos atribuían a las clases agricultoras como origen de toda riqueza efectiva, pero se
acordaba con ellos en su actitud crítica hacia las sociedades que otorgaban una importancia primordial al
privilegio y no a la producción.
Cómo se mantiene estructurada y hacia dónde va la sociedad era la principal pregunta que asaltaba a Smith
desde su perspectiva económica.
La réplica a la primera interrogante está en las Leyes del mercado y en la interacción del interés individual y
la competencia. Por ejemplo, supongamos que tenemos un cierto número de fabricantes de zapatos. Cada
fabricante tratará de imponer a sus zapatos un precio tan elevado como pueda, pero si alguno de ellos eleva
sus precios por encima de lo que exige el costo de producción, entrarán en el negocio de zapatos otros
fabricantes, quienes tratarán de abrirse paso vendiendo a precios más bajos, esto forzará a los demás a bajar
sus precios o a quedarse sin vender sus productos. De esta manera se vienen a la vez dos implicaciones. En
primer lugar el fabricante se verá obligado, por las fuerzas de la competencia, a vender sus productos a un
precio máximo de costo de producción (si eleva mucho el precio habrá otros que irrumpan gustosos en su
negocio). En segundo lugar, el fabricante se ve obligado a ser lo más eficiente posible para mantener sus
costos bajos y permanecer en condiciones competitivas.
La "mano invisible" del mercado también dirige a las personas en su elección de empleo y hace que tengan en
cuenta las necesidades de la sociedad. El taxista, el cantinero y el repostero entran a su profesión porque
esperan ganar en ella. No hay nada en esto que sea inmoral o antisocial, ya que ellos no hacen más que leer los
signos que los precios proveen en el mercado; a medida que una sociedad necesita más carniceros, se eleva el
precio que se está dispuesto a pagar por ellos (es decir, su salario), de igual forma, más personas se sentirán
inclinadas por este oficio. Como consecuencia de ello, los salarios de los carniceros volverán a bajar o, al
menos, quedarán nivelados.
Igualmente, el mercado controla las mercancías que han de producirse. Si los consumidores quieren más
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zapatos de los que se producen a un precio dado, tenderán a pagar más al competir por el calzado escaso. En
consecuencia, los productores se verán impulsados a producir más zapatos. La naturaleza de la economía de
mercado es que en ella todo se convierte en mercancía al asignarle precio, y que tanto la oferta como la
demanda de estas mercancías es sensible a los cambios de precio.
Hay que tener una idea clara de la importancia revolucionaria de esta doctrina. El mercado es impersonal y no
conoce favoritos; se acabarían las prerrogativas específicas de la nobleza. Esta idea debe ser contrastada con
los procedimientos anteriores para organizar la sociedad, en ellos cada uno tenía asignado un lugar y en él
permanecía toda la vida. El mercado no solamente da por supuestos el interés individual y la competencia,
sino que requiere la existencia de movilidad, en virtud de la cual una persona puede perseguir su egoísmo.
Así, la doctrina de Smith es a la vez dinámica y democrática.
Smith describió tanto lo que sucedía en una sociedad como lo que a su parecer debía suceder. Sin embargo,
como descripción de la realidad, su teoría obviamente se ajustaba con mucha más exactitud a la sociedad de
finales del siglo XVIII que a la de la segunda mitad del siglo XX. Una condición previa para el
funcionamiento eficaz del mercado era que ninguna de las piezas del mecanismo productivo, ya sea del lado
de los trabajadores o del de los capitalistas, sea tan grande que interfiera las fuerzas de la competencia. Las
amenazas del sistema eran los monopolios. Hay que recordar que Smith escribió antes de la Revolución
Industrial y de la aparición de producciones a gran escala. Actualmente la economía está dominada por
gigantes económicos que tienen a su servicio millares de empleados, miles de millones de dólares invertidos y
un volumen globalizado de ventas y producción.
A Smith le interesaba también hacia dónde iba la sociedad. Al responder a esta pregunta, Smith subraya los
efectos convenientes de la acumulación de bienes por los empresarios. Estos beneficios, creía Smith, serían
reinvertidos y utilizados para comprar maquinaria nueva, la cual acarrearía mayores posibilidades en la
división del trabajo y el aumento de la productividad, por tanto conduciría una mayor riqueza. En su famosa
descripción de una fábrica de alfileres, Smith observaba que al concentrarse cada hombre en una tarea, podía
producir más que si hubiera tenido que operar por sí sólo cada una de las fases del trabajo. También observaba
que los hombres que lo rodeaban y que estaban haciendo grandes fortunas no la derrochaban en una vida
suntuosa, sino que ahorraban, acumulaban y reinvertían. Se establecía así una tendencia hacia la entrada de
máquinas nuevas y finalmente una mayor productividad. Smith veía en esta acumulación el motor que pondría
en movimiento el mejoramiento de la sociedad.
Su visión del progreso
Los capitalistas obtienen beneficios. Los beneficios se invierten en maquinarias. Más maquinaria significa
mayor demanda de mano de obra. Los salarios se elevan. Como consecuencia de los salarios más altos, los
beneficios descienden y la expansión se extingue, pero la demanda de mano de obra también disminuye a
medida que decae la acumulación (inversión). Al disminuir la demanda de mano de obra, los salarios bajan;
en consecuencia, los beneficios vuelven a elevarse. El proceso de acumulación prosigue su marcha.
Obsérvese que éste es un proceso continuo de desarrollo y no simplemente un círculo económico. La
acumulación implica mayores medios de producción y mayor división del trabajo. Una mayor división del
trabajo significa mayor productividad y más riqueza para la nación. El resultado es un paraíso de arduo
trabajo.
Malthus y Ricardo
Finalizando el siglo XVIII eran pocos los ingleses acomodados que ponían en duda que vivían en el mejor de
todos los mundos posibles. William Godwin, por ejemplo, preveía un futuro en el que "ya no habría solo un
puñado de ricos y una multitud de pobres... No habrá guerras ni crímenes ni eso que se llama administración
de justicia; no habrá gobiernos. Además no se conocerá la enfermedad, ni la angustia, ni la tristeza, ni el
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resentimiento". El reverendo Thomas Malthus contribuyó en gran medida a desfigurar esta visón entusiasta
del mundo. En una obra, publicada anónimamente en 1798, con el título de Ensayo sobre el principio de la
población en lo que respecta a la mejora futura de la sociedad, afirmaba la presencia natural de una tendencia
a que la población deje atrás todos los medios posibles de subsistencia. En lugar de progreso, Malthus preveía
un futuro dramático de la sociedad, según el cual sería el instinto de reproducción humano el que impulsaría
irrevocablemente a la humanidad hacia el abismo de su existencia.
David Ricardo, compañero y antagonista de Malthus, en su obra Principios de Economía Política, trazó una
visión de la sociedad que resultaba tan devastadora para el mundo esperanzado de Adam Smith como para la
visión más espectacular de Malthus. Smith había imaginado la sociedad como una familia, que crecería y
aumentaría su riqueza, siempre que se le dejase sola. Para Ricardo, la sociedad era una lucha que enfrentaba
las fuerzas principales del progreso; los terratenientes y los industriales. Ambos, decía, estaban destinados a
perder.
Aunque estos dos economistas estaban en desacuerdo sobre casi todos los problemas, no lo estuvieron en lo
que Malthus sostenía acerca de la población. Malthus argumentaba que la raza humana tendía a multiplicarse
a un ritmo muy rápido y que, en cambio, la tierra, a diferencia de la población, no puede multiplicarse. La
consecuencia de esto sería que, tarde o temprano, el número de habitantes dejaría atrás a la cantidad de
alimentos necesarios para mantenerlos. Las guerras, las epidemias, las pestilencias y las plagas resultarán
necesarias para regular la población; "El hambre parece ser el último y más temible recurso de la naturaleza",
observaba Malthus.
Ricardo admitía las ideas de Malthus acerca de la expansión de la población y las convirtió en teoría
económica. En la teoría de Ricardo, a medida que la población crece, se ponen más y más tierras en cultivo
para cosechar. Él sospechaba que esto haría subir el costo de los cereales, pero no en los buenos campos que
ya estaban en cultivo, sino los campos de segunda calidad recién incorporados al cultivo. El contraste en los
costos llevaría a la obtención de beneficios −llamados renta de la tierra− por parte de los terratenientes bien
situados que producían a bajo costo. En consecuencia, a medida que la población creciera, y se fueran
poniendo en cultivo más tierras, la renta de las tierras buenas se elevaría constantemente. No sólo subirían las
rentas, sino también los pagos (salarios). Pues a medida que los cereales resultaran más costosos de producir,
habría que pagar más a los trabajadores con el fin de permitirles, justamente, "comprar su pan de cada día" y
mantenerse vivos.
La derivación era una predicción singularmente lúgubre. El trabajador estaba forzado a permanecer siempre
marginado dado que, cada alza del salario suponía más hijos, con lo que el número de jornales se elevaba y,
con la competencia, los salarios volvían a bajar al nivel mínimo de subsistencia.
Aparte de la oscura vista sobre la población expuesta por Malthus y la visión de Ricardo sobre la asfixia de la
sociedad, Malthus concibió una idea económica que dio comienzo a otro motivo de expectación. Malthus
vivía intranquilo por la posibilidad de un atascamiento general, una crecida de mercancías sin clientes.
A Ricardo le parecía una increíble paranoia esta proposición. Él creía que la ambición de bienes era eterna, y
que la capacidad para adquirir las mercancías estaba garantizada. Es decir, todo bien que era producido tenía
un costo en salario, renta de la tierra y beneficios, pero todo costo suponía un ingreso para alguien. Por ende,
cualquiera que fuese el precio de un bien material o de servicio, siempre existía alguien que tenía capital para
comprarlo.
La raíz de las discrepancias entre Ricardo y Malthus residía en el hecho de que se trazaban interrogantes
distintas. Para Malthus el problema era cuánto habrá. Para Ricardo el problema era asunto mucho más
controversial; qué se llevará cada cuál.
Ricardo y su visión de la dinámica social
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La población crece. Se ponen en cultivo más tierras para alimentar a la cantidad en aumento. La tierra es
propiedad desigual; a medida que crece la población, se ponen en cultivo tierras menos fértiles. El
terrateniente que tiene tierras más fértiles puede producir más barato que el terrateniente con tierras menos
fértiles. Al aumentar la población, aumenta la demanda de productos de la tierra, y el precio de estos se eleva.
Los salarios se elevan también para dar de comer al trabajador, y esto reduce los beneficios. Como todos los
cereales se venden en un mercado y a un solo precio, el terrateniente que tiene mejores tierras obtiene
mayores beneficios de la subida resultante en los precios. La diferencia entre su beneficio y del terrateniente
con tierras menos fértiles se define como renta de la tierra. La implicación es que el terrateniente aumenta sus
ganancias sin incrementar su aportación real a la sociedad.
Marx
Karl Marx nació en Tréveris, Alemania Occidental, en 1918. Pertenecía a una familia judía de la alta clase
media; pero su padre abandonó la religión judía poco después de nacido Marx.
En la actualidad se considera generalmente a Marx como un economista que trabajó dentro de la tradición
clásica; pero tanto sus partidarios como sus críticos convienen en que fue mucho más (o mucho menos) que
un economista; fue un revolucionario que usó el estudio de la economía política como un instrumento de la
lucha política. El mismo sostuvo que era necesario descubrir las leyes de la evolución mediante el estudio de
la economía política para adquirir así un arma teórica sin la cual la nación política estaba condenada a la
impotencia.
Marx: su doctrina económica
Hemos visto cómo las condiciones brutales y sombrías que imperaban en la Europa del siglo XIX produjeron
un grupo de pensadores que intentaron persuadir a los gobernantes de Europa de que instituyesen cambios en
la sociedad a fin de hacer de ella un lugar mejor donde vivir. En aras de esta empresa, los socialistas utópicos
desarrollaron grandes esquemas en los que describían el funcionamiento de la sociedad perfecta. Marx fue
más allá, siguiendo un camino diferente que los socialistas utópicos a quienes despreciaba. Marx afirmaba que
el cambio era no solamente deseable, sino también inevitable, e intentó demostrar que quienes trabajaban a
favor de una revolución comunista no solamente estaban del lado justo, sino también del lado de los
vencedores.
La base de la teoría marxista la constituía su análisis de la historia, fundada en el materialismo dialéctico.
Engels explicaba el materialismo dialéctico de la siguiente manera: la concepción materialista de la historia
arranca del principio de que la producción y el intercambio de productos constituyen la base de todo orden
social; que en toda sociedad, entre cuantas han aparecido en la historia, la división de la sociedad en clases
está determinada por aquello que se produce y cómo se produce y por la forma en que se intercambia la
producción. Según esta concepción, escribía, "Las causas últimas de todos los cambios sociales y de todas las
revoluciones políticas hay que buscarlas, no en las mentes de los hombres, sino en las mutaciones
experimentadas por los métodos de producción y de intercambio; esas causas no deben buscarse en la
filosofía, sino en la economía de la época a que se refieran".
En otras palabras, la fuerza básica en la historia es, para Marx, la estructura económica de la sociedad. Esto no
excluye el impacto de las ideas, sino que sostiene que las ideas son un reflejo de la sociedad que las alienta.
Implica también que las ideas tienen que ser juzgadas de acuerdo con su relevancia para la sociedad existente.
El interés principal de Marx consistía en demostrar que el capitalismo estaba cavando su propia fosa. Según
una de sus tesis, a medida que el capitalismo se iba desarrollando, se hacia más interdependiente de la
tecnología o capital constante. Sin embargo este hecho tecnológico estaba en contradicción con la
organización competitiva y carente de planes de la sociedad capitalista. Como consecuencia de ésto, las
economías capitalistas sufrirían crisis y hundimientos. Además, el capitalismo estaba creando el germen de su
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propia destrucción, pues a medida que se desarrollaba lanzaba cada vez más agentes al proletariado, que se
empobrecía progresivamente. De ahí que Marx viera en la evolución de la sociedad capitalista, su condena
inevitable. Su análisis se centraba en las razones del carácter inevitable de esta condena y no, como el de los
socialistas utópicos, en un plan básico para la sociedad del futuro.
El objetivo del gran libro de Marx, El Capital, era descubrir las "leyes del movimiento" de la sociedad
capitalista. La palabra movimiento es importante aquí, porque al cargar el acento sobre la mutación y el
movimiento, Marx se distinguió de la corriente principal de la ciencia económica ortodoxa que había de
sucederle en el mundo anglo−norteamericano, del mismo modo que se distinguió de los socialistas utópicos
por la importancia que atribuía a las leyes que según él harían inevitable el cambio.
Marx construyó su crítica al modelo capitalista demostrando como explotaba necesariamente a su clase
trabajadora y cómo esta explotación conduciría inevitablemente a su destrucción. La teoría de Marx
comenzaba con la teoría del valor basada en el trabajo, tal como la había recibido de los economistas clásicos
Smith y Ricardo. Según esta teoría, el valor de una mercancía se medía por la cantidad de trabajo que
socialmente se necesitaba en su creación. (Después de Marx la corriente principal de la ciencia económica
ortodoxa se apartó de esta opinión para sostener que el valor de una cosa era el precio que alcanzaría en el
mercado).
En el mundo teórico de Marx, todo se vendía por su valor; y el valor de la mano de obra es la cantidad de
trabajo que se necesita parar crear la mano de obra, es decir, un salario de subsistencia. En otras palabras, las
energías vendibles de un trabajador valen la cantidad de trabajo socialmente necesario para mantener vivo a
ese trabajador.
La clave de la explotación, en este sistema, está en el hecho de que existe una diferencia entre el salario que
un trabajador recibe y el valor del producto que ese trabajador produce. A esta diferencia la llama Marx
plusvalía. Al trabajador se le paga lo que se le debe y con su trabajo produce valor suficiente para que se le
pague. Sin embargo, un trabajador no es contratado únicamente por la duración de la jornada necesaria para
pagarle su salario de subsistencia. Contrariamente, el trabajador conviene en trabajar durante toda la jornada
que el capitalista le señale, que en los tiempos de Marx era de diez a once horas diarias. Esto sucede porque el
capitalista monopoliza una cosa; el acceso a los medios de producción mismos. Si un trabajador no está
dispuesto a trabajar esa jornada completa de trabajo, no encontrará empleo.
Hasta aquí, Marx solamente ha demostrado la existencia de la explotación. Falta por demostrar por qué este
sistema es insostenible y tiene que derrumbarse. Todos los capitalistas obtienen ahora beneficios, por la
diferencia entre lo que pagan a sus obreros y el valor del producto creado por esos obreros. Pero los
capitalistas compiten todos entre sí. Por esa razón tratan de acumular, a fin de ensanchar las escalas de su
producción a expensas de sus competidores.
Ahora empieza la dificultad. La expansión requiere más trabajadores, y para obtenerlos, los capitalistas tienen
que competir entre ellos. Los salarios tienden, pues, a subir, y los beneficios a bajar. Smith y Ricardo habían
sostenido que los trabajadores salvarían su propia posición engendrando hijos. Para Marx, la doctrina
malthusiana era un "libelo contra la raza humana", pues el proletariado no es tan miope como para caer en tal
consideración. En su lugar, la disminución de los beneficios es contrarrestada temporalmente sustituyendo
obreros por máquinas, lo cual incrementa la reserva de los desempleados; con su competencia harán que los
salarios bajen nuevamente. Pero como los beneficios están constituidos solamente por la diferencia entre los
costos de trabajo y lo que se persigue de la venta de las mercancías, el capitalista sigue cogido en la trampa. Si
"automatiza" la producción, su margen de beneficios se reduce con ello, porque tiene menos trabajadores de
quienes extraer "plusvalía". Si continúa contratando trabajadores, el nivel de salarios se eleva y sus beneficios
descienden. Por cualquier camino que elija, la tendencia a largo plazo le lleva hacia una tasa descendente de
los beneficios y hacia una serie de crisis cada vez más graves.
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Irónicamente puede decirse que el mismo Marx dio al sistema capitalista un plazo de vida más largo con su
estímulo al socialismo, al incitar con ello al capitalismo a efectuar las reformas que le salvaron la vida.
Crítica al funcionamiento capitalista
El trabajo es fuente de todo valor. El trabajador recibe por su trabajo un pago inferior del producto que él crea.
Esta diferencia, que es beneficio, recibe el nombre de plusvalía. Marx supone que todos los capitalistas buscan
aumentar sus beneficios mediante la expansión de sus empresas. Como consecuencia de ello, compiten entre
sí por la mano de obra y los salarios se elevan. Por esta razón bajan la plusvalía y los beneficios. Entonces los
capitalistas introducen maquinarias para desplazar trabajadores. Como consecuencia de este desplazamiento
los salarios bajan de nuevo. Sin embargo, la sustitución de trabajadores por maquinaria ha estrechado la base
sobre la que puede obtener plusvalía y beneficios. Por consiguiente, la tasa de beneficio tiende a descender a
largo plazo. Al final esta da lugar a crisis (depresiones).
Keynes
John Maynard Keynes nació el 5 de junio de 1883 en Cambridge, Inglaterra. Murió el 21 de abril de 1946 en
Firle. Se formó en Cambridge, donde estudió bajo la influencia de Alfred Marshal. Durante cuarenta de esos
sesenta y tres años, es decir, desde que salió de la universidad hasta su muerte, se mantuvo en constante
actividad como economista, pensador, escritor, maestro, funcionario público y estadista. Con sólidos
conocimientos en economía y una extensa preparación matemática, Keynes adquirió muy pronto un notable
conocimiento del mundo de los negocios y de los asuntos públicos. La conexión de Keynes en sus últimos
años con los asuntos del estado fue tal, que le brindó una oportunidad única que no gozó ningún otro
economista anterior a él; de hacer que sus ideas influyesen directamente en la formación y dirección de la
política. Para algunos las doctrinas de Keynes son tan peligrosas y subversivas como las de Marx, una curiosa
ironía puesto que Keynes se oponía de cierto modo al pensamiento Marxista y estaba totalmente a favor de
apoyar y mejorar el sistema capitalista.
La razón de la desconfianza hacia Keynes es que más que ningún otro economista es el padre de la idea de
una economía mixta en la cual el gobierno juega un papel crucial. Para muchos de esta época todas las
actividades del gobierno se consideraban sospechosas cuando menos, y en el peor de los casos dañinos por
completo. Por esto, para algunos, el nombre de Keynes está desacreditado, pero a pesar de ello sigue siendo
uno de los innovadores de la disciplina económica, una mente que debe ser clasificada, junto con Smith y
Marx, como una de las más importantes que haya producido la economía.
Keynes: doctrina económica mixta
Todos los grandes economistas fueron producto de sus épocas: Smith, la voz del capitalismo optimista e
incipiente: Marx, el vocero de las víctimas de su más sombrío periodo industrial; Keynes, el producto de una
época aun posterior: La Gran Depresión.
La Gran Depresión del decenio de 1930 no solo fue una tragedia humana, para la cual ninguna de las
herramientas de la Economía tradicional podía encontrar explicación y mucho menos remedio. La depresión
golpeó a Estados Unidos como un tifón. La mitad de la producción desapareció. Una cuarta parte de la fuerza
laboral perdió su trabajo. Más de un millón de familias citadinas se encontraron con sus hipotecas vencidas y
perdieron sus casas. Se perdieron nueve millones de cuentas de ahorros cuando, para no abrir nunca más,
cerraron los bancos.
Contra esta terrible realidad de desempleo y pérdida del ingreso de la economía, igual que el mundo de los
negocios o los asesores del gobierno, no tenían nada que ofrecer. Básicamente, los economistas se
encontraban tan perplejos ante el comportamiento de la economía como el resto del pueblo estadounidense.
En muchos aspectos la situación nos recuerda la incertidumbre que comparte el público y la economía ante la
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inflación actual.
Fue en este contexto de consternación y pánico dónde apareció el gran libro de Keynes: Teoría General del
Empleo, El Interés y el Dinero (1943).
La esencia de su teoría consistió en hacer del ahorro el eje de la dificultad del sistema y en afirmar que no
había nada automático en el mecanismo del mercado que mantuviese a la economía en empleo total.
Economistas como David Ricardo se habían burlado de la idea de Thomas Robert Malthus de que el ahorro
podía conducir a atascamientos generales. Para ello era evidente que los atascamientos no podían ser causados
por el ahorro, porque ahorrar significa invertir; es decir, significa que el dinero que uno no había gastado en
consumo para sí mismo, lo gastaba en nuevos activos físicos para su fábrica.
El pensamiento económico tradicional había atribuido siempre (según Malthus) una gran importancia a la
tendencia automática del mercado para resolver todos los problemas. No había problema económico que el
mercado no fuera capaz de resolver si se le dejaba actuar por sí solo. Keynes intentó demostrar que no había
nada de automático en el funcionamiento del mercado (particularmente en el mecanismo del
ahorro−inversión).
Para comprender el pensamiento de Keynes acerca de la manera como el ahorro puede causar dificultades,
tenemos que comprender cómo se determina el bienestar de una nación. La prosperidad nacional depende
esencialmente de la fluidez del dinero que pasan de mano en mano. Con cada compra que hacemos,
transferimos una parte de nuestro dinero al bolsillo de otra persona. De un modo semejante, cada moneda de
nuestro dinero, ya sea de salarios, beneficios o intereses, se deriva en definitiva del dinero que ha gastado
alguna otra persona.
Visto desde esta perspectiva, es evidente que si guardáramos el dinero constantemente, romperíamos la
corriente circular del dinero. Al actuar de esa manera congelaríamos una parte del dinero que se nos entrega y
devolveríamos a la sociedad menos de lo que esta nos da. Por supuesto, nuestro dinero no lo guardamos en el
hogar, sino que lo almacenamos en bancos o en acciones, de donde pueden ser sacados por la empresa para
fines de inversión, reintroduciéndolos así en la corriente del dinero.
Obsérvese, sin embargo, que en este mecanismo de ahorro−inversión no hay nada de automático, y las
empresas no utilizan necesariamente todos los ahorros potenciales en inversiones. Una importante diferencia
histórica entre la época de Malthus y la de Keynes es que a principios del siglo XIX, el ahorro y la inversión
los hacía casi siempre la misma persona. Como decía Ricardo, el pequeño hombre de negocios que ahorraba,
lo hacia para comprar más equipo. Pero en el siglo XX el ahorro y la inversión los hacen con frecuencia
personas diferentes, tales como los padres de familia y los directivos de las sociedades anónimas,
respectivamente. La idea de que el mecanismo ahorro−inversión no funcionaba con tanta suavidad como
creían Ricardo y la ciencia económica tradicional fue lanzada por primera vez por Keynes en su libro Teoría
general del empleo, el interés y el dinero. Para Keynes la redacción de esta obra representó una lucha para
escapar de las viejas ideas, y lo mismo representó para sus lectores en aquel tiempo. Pero, vista
retrospectivamente, la lucha fue continua y la Teoría general no fue sino su conclusión triunfal. Keynes
mismo se daba perfecta cuenta de la novedad de su intento, y lo creía en fuerte contraste con lo que
consideraba el principal objeto de los economistas clásicos. La economía política clásica −aboga Keynes− se
ocupó de la distribución del producto social más que de su cuantía. En otras palabras, el clasicismo trataba de
explicar los determinantes de las participantes relativas en el ingreso nacional de los diversos factores de la
producción, y no las fuerzas que determinan el nivel de dicho ingreso (que también puede llamarse nivel de
ocupación o de actividad económica en general). El supuesto implícito del sistema clásico es que el sistema
económico tiende espontáneamente a producir una ocupación plena de los recursos de que dispone. La teoría
de Keynes se basa en la negación de ese supuesto. Los clásicos ignoraron virtualmente el problema de la
crisis, tampoco analizaron específicamente la posibilidad de que hubiera diferentes niveles de actividad
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económica con la misma cantidad de recursos.
Keynes se ocupó de los agregados: ingreso, consumo, ahorro, inversión, más bien que de la determinación de
los precios individuales, que formaba la médula de la teoría económica del ayer. El estudio de los
determinantes del nivel general de la actividad económica, aunque olvidado pronto por los ortodoxos, fue la
llamada más importante del clasicismo antes de que perdiese definitivamente su vigor.
Algunas ideas Keynesianas
Keynes sostenía que en una economía de mercado era posible mantener una situación de equilibrio con
desempleo. El Estado tiene la obligación de intervenir para estimular la demanda agregada y así propiciar el
pleno empleo. Argumentaba Keynes que el desempleo masivo es el resultado de una demanda agregada
insuficiente. Por lo tanto, para corregir tal situación el Estado debía intervenir y establecer ciertos controles
vitales a fin de ejercer una influencia orientadora del gasto público. Para Keynes, a través del libre mercado no
era posible alcanzar la meta del pleno empleo, pero aún en el caso de que circunstancialmente alcanzase por
esa vía, tal situación no sería duradera, puesto que siendo el mercado inestable, muy pronto la economía
tendría que aproximarse bien a una recesión, bien a un auge inflacionista.
Keynes decía que la prosperidad depende del fluir continuo de un volumen suficiente de gasto en la economía.
Dado que el gasto de los consumidores es realmente estable, los cambios en el ciclo económico están
determinados por los cambios en el volumen del gasto en inversión. Si la inversión decae, el gasto disminuye,
la fluidez del dinero disminuye también y se inicia la contracción económica.
La inversión es una rueda motriz de la economía en la que no se puede confiar sin que los empresarios tengan
de esto culpa alguna, se encuentra amenazada constantemente, y esto equivale a la contracción económica.
Keynes atribuye a la importancia de las expectativas como una fuerza motriz que pone en marcha la inversión.
Cuando la perspectiva es desalentadora, simplemente la inversión se detiene.
Una economía en estado de depresión puede muy bien no salir de ella; no hay nada inherente en esta situación
que sea capaz de rescatarla.
Esta es la idea más compleja. Los economistas anteriores a Keynes pensaban que durante una recesión
existirían ahorros no utilizados, y que estos ahorros darían lugar a que bajase el precio de los mismos, es decir,
el tipo de interés. El efecto de la baja del tipo de interés estimularía de nuevo la inversión, con lo cual
comenzaría un movimiento ascendente. Todo el mecanismo era tan automático como aquel mediante el cual el
mercado se descongestiona de una oferta excesiva de zapatos hace que el precio de estos baje, la baja del
precio de los zapatos hace que la gente compre más zapatos, y de esta manera se descongestiona el mercado.
Keynes hizo notar que en el fondo del ciclo económico no se produciría una crecida de los ahorros, porque a
medida que el poder adquisitivo de la gente disminuía, también se mermaban sus ahorros.
Cuando vacila el gasto en inversión, se precisa de una intervención del gobierno con el fin de mantener en la
economía el nivel del gasto.
Este punto se basa en la necesidad de la intervención del gobierno para mantener el empleo total. El
mecanismo de compensación que Keynes proponía cuando se debilitara la inversión privada, era el gasto
gubernamental. Esto produciría simultáneamente un doble efecto: introduciría más dinero a la economía y, al
hacerlo estimularía la inversión privada.
El punto crucial del mensaje de Keynes era, pues, que el gasto del gobierno podría ser una política económica
esencial para un capitalismo deprimido que tratará de recuperar su vitalidad.
La idea central que Keynes aportó al pensamiento económico moderno fue aquella según la cual no existe
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ningún mecanismo automático para mantener el empleo total ni para sacar a la economía de una caída. Por
esta razón resultaba necesaria una acción consciente por parte del gobierno, haciendo entrar en juego el gasto
público, lo cual significa él estimulo público de la inversión o del consumo privados.
Milton Friedman: Monetarismo
En los años recientes se ha producido gran controversia por un enfoque a la administración monetaria llamado
monetarismo, en su base, es parte de una visión mayor de la naturaleza autocorregible y autopropulsora de
nuestro sistema económico.
El principal vocero del monetarismo durante los años pasados ha sido el profesor Milton Friedman, Premio
Nóbel de Economía. Trabajó en la Universidad de Chicago y actualmente trabaja en el Instituto Hoover de
California. La mayoría de los monetaristas, inclusive Friedman, culpan de la mayor parte de la inestabilidad
de la economía al gobierno federal, argumentando que la inflación que ha registrado Estados Unidos con los
años se podría haber evitado si no se hubiera aumentado la oferta monetaria con tanta velocidad.
Es interesante señalar que la mayor parte de los monetaristas no son partidarios de una política activa de
estabilización monetaria. Es decir, no son partidarios de ampliar la oferta monetaria durante épocas malas y de
frenar el crecimiento de la oferta monetaria durante épocas buenas. En términos generales, los monetaristas
suelen ser muy escépticos en cuanto a la capacidad del gobierno para administrar macroeconómicamente.
Friedman lleva muchos años respaldando una política de crecimiento monetario constante y lento. En
concreto, sostiene que la oferta monetaria debería crecer a un ritmo igual al crecimiento promedio del
producto (ingreso) real. Es decir, debería seguir una política constante que acomode el crecimiento real pero
no la inflación.
La inflación
Para Friedman, la inflación la inducen los gobiernos al aumentar la cantidad de moneda más rápidamente que
la producción. Tres son las causas para que ello ocurra. Según cita Friedman en una conferencia:
Una de ellas, vigente desde hace muchos siglos, es que los gobiernos, obligados a gastar, no se atreven a
elevar abiertamente las cargas impositivas. Recurren por ello a un impuesto encubierto que es la inflación
(...) La inflación es un tipo de impuesto muy peculiar. Se trata del único tributo que puede ser introducido sin
que nadie deba refrendarlo mediante su voto. Ningún congresista se vio en la necesidad de levantarse y decir:
Yo voto por la inflación. Pero ello no significa que debe tratarse de un verdadero impuesto directo, cobrado
en los pedazos de papel que para pagar sus programas el gobierno imprime. Es también un impuesto
indirecto, porque a medida que la inflación avanza, el contribuyente se ve incluido en escalones cada vez más
elevados de la progresividad fiscal, con lo que, sin necesidad que la ley sea modificada, queda sometido a
mayores tipos impositivos.
La segunda causa aludida por Friedman alude al compromiso que los gobiernos suelen asumir al propiciar
políticas de pleno empleo, recurriendo para ello a incrementos en el gasto público, mediante el simple
expediente de incrementar la emisión de billetes.
Los gobiernos no han provocado deliberadamente los altos niveles de inflación que hoy experimentamos. Son
éstos consecuencia indeseada de otras medidas, tales como la política de pleno empleo y de bienestar social,
que han obligado a aumentar en exceso el gasto público.
En el sentido de este economista, la tercera causa de la inflación la dan las erróneas políticas aplicadas por los
bancos centrales, los cuales han creído que les incumbía controlar los tipos de interés, cuando su verdadera
misión debería consistir en regular la cantidad de dinero en circulación. En su empeño por controlar las tasas
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de interés han propiciando aumentos en la oferta monetaria imprimiendo nuevos medios de pago. El resultado
final ha sido que los tipos de interés alcanzaron niveles muy superiores a los que le correspondían, de haber
seguido las autoridades una política monetaria más acertada.
Después de analizar las causas de la inflación, pasa Friedman a proponer el remedio para la misma:
Cualquier economista sabe lo que hay que hacer, y yo no recurriré a rodeo alguno: la única manera de
acabar con la inflación estriba en no permitir que el gasto público crezca tan rápidamente. El gobierno debe
gastar menos; debe atemperar el aumento del circulante. Ninguna otra formula permitirá alcanzar el objetivo
apetecido. Sólo la aludida mecánica permitirá frenar la inflación (...) Si decidimos ponerle remedio,
sufriremos inevitablemente un período de más reducido crecimiento económico, durante el cual el nivel de
paro también será mayor. Todo ello resulta inevitable, pues, para acabar con la inflación, es necesario frenar
el gasto total.
Principios monetaristas
Los aumentos o disminuciones en la oferta monetaria afectan en forma directa al gasto, no sólo en forma
indirecta a través de sus efectos sobre la tasa de interés. Los monetaristas creen que éste es el caso debido a
que sostienen que el público tiene una fuerte propensión a conservar en forma líquida una proposición fija de
su ingreso y que por lo tanto gastará cualquier exceso de efectivo que reciba. Si usted encuentra que su cuenta
de banco tiene un saldo inesperadamente alto tendrá la tendencia a comprar algo en lugar de conservar el
efectivo.
Además, las variaciones en el crecimiento de la oferta monetaria inciden sobre las tasas de interés de dos
maneras diferentes: al crecer las cantidades de dinero, las tasas de interés bajan en un principio, pero, en una
segunda etapa, tal crecimiento provocará un aumento en los precios lo cual tiende a subir las tasas de interés,
por cuanto también genera un aumento en la demanda de créditos.
Friedman y los monetaristas argumentaban que sólo la política monetaria puede influir el curso del PIB.
Detrás de este razonamiento existe un argumento que ya hemos escuchado: los aumentos en el gasto público
sólo desplazan al gasto privado: el gobierno gasta más pero los hogares o las empresas gastan menos. Se dice
que éste es el caso debido a que el gobierno tiene que financiar su actividad mediante fijación de impuestos o
usando préstamos y que éstos restringen la capacidad del sector privado para gastar por su propia cuenta.
Como consecuencia de esto, los monetaristas desacreditan la política fiscal y alaban la política monetaria.
Llevando a un extremo, el lema del monetarismo que no es sólo que el dinero importa sino que sólo el dinero
importa.
Los monetaristas son escépticos respecto a la utilidad de la política fiscal para controlar la demanda agregada
y se oponen a los gastos del gobierno considerando que tienen poca efectividad, pues simplemente
desplazarán la demanda privada de inversión; en otras palabras, lo único que lograrán los gastos
gubernamentales será sustituir la iniciativa privada por la pública.
Los monetaristas insisten en un aumento automático en la oferta monetaria, no en los cambios en la oferta
dictados por la política de la Reserva federal. Los monetaristas dicen que el problema con la política de la
Reserva federal que "estimula la oferta monetaria una semana y la restringe por consiguiente, es que sólo
logra introducir confusión en la situación económica y la más frecuente es que fije el rumbo equivocado. La
razón es que la información sobre la que opera la Reserva federal siempre esta atrasada en semanas. El
resultado, según el punto de vista de Friedman, es que lo más frecuente por parte de las autoridades
monetarias de todas las naciones es gravar los problemas de sus países al ampliar la oferta monetaria cuando
debieran estar restringiéndola y viceversa. La medicina correcta aplicada al momento incorrecto no cura la
enfermedad; la empeora.
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La cura es osada. Friedman propone que la oferta monetaria debe ser aplicada mediante un porcentaje fijo
invariable adaptado al crecimiento a largo plazo de la producción de la nación. De esa forma, afirma él, la
oferta monetaria no sólo se acomodará a la necesidad creciente de nóminas, inventarios y préstamos mayores,
sino que la misma estabilidad de su crecimiento servirá para mantener la economía en el camino del
crecimiento. Si encontramos que nos dirigimos a una recesión, digamos debido a acontecimientos
internacionales, el aumento estable en la oferta monetaria aumentará las reservas de los bancos,
estimulándolos a ampliar sus préstamos y por consiguiente sacarnos de la recesión. Por otra parte, si
experimentamos un repentino brote de inflación, la misma tasa estable e invariable de crecimiento de la
capacidad de los bancos para extender préstamos actuará como una restricción automática, limitando la
capacidad de los bancos para financiar las demandas aumentadas por la inflación de sus clientes y, por
consiguiente, ayudando a mitigar la presión inflacionaria.
Por otra parte, dados los desequilibrios que puede producir las fluctuaciones en la cantidad de dinero, ésta
suele ser la causa tanto de inestabilidad del gasto nominal agregado como de los ciclos económicos, razón por
la cual concluyen los monetaristas que si se logra controlar la oferta de dinero, se logrará al mismo tiempo una
estabilización de las actividades económicas.
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