PDF - Fondo de Cultura Económica

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ISSN: 0185-3716
D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A N O V I E M B R E 2 0 1 3
El papel de un escritor
es un papel bastante vano;
es el de un hombre que se cree
en grado de dar lecciones
al público
—DENIS DIDEROT
515
300, 100, 85, 50…
SUMA DE ANIVERSARIOS
Ilustración: . TO M A DA D E L’ E N C YC LO P É D I E : L E S I L LU S T R AT I O N S C O M P L E T E S ( 1 76 2-7 7 )
515
3
Del nacimiento
R I CA R D O YÁ Ñ EZ
—————————
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El alquimista
y el atleta
Un retrato del Fuentes
adolescente
JORGE VOLPI
11
La feria de Juan
José Arreola y otros
apocalipsis
JUAN NEPOTE
15
Proust y su novela
D E RW E N T M AY
17
Autores y críticos
DENIS DIDEROT
19
John F. Kennedy:
¿la aniquilación de un
proyecto de paz?
E DI TOR I A L
A
las fiestas de cumpleaños asiste el que quiere.
No pasan de ser un pretexto para celebrar,
para hacer un suma y sigue que insufle nuevos
ánimos o justifique una nostalgia creativa. En
este número de La Gaceta nos entregamos de
lleno a diversos festejos que tendrán lugar en
este mes o sus alrededores, no por el pueril deseo
de soplar velitas sobre un pastel sino porque
conmemorar es un modo eficaz de mantener
viva la memoria. Luctuosos unos, francamente
alegres otros, estas efemérides van de lo literario a lo político, de la prosa
evocativa al iluminismo que transformó el orden del conocimiento; en dos
casos, el cumpleañero es un libro y no su autor. El lector está invitado a
acompañarnos.
Autor muy cercano al Fondo, Carlos Fuentes avanzaba en plena forma
por su novena década cuando un inesperado padecimiento segó su vida:
el undécimo día de este mes habría cumplido 85 años. A revisar los
primeros, los de infancia y juventud literarias, se dedica Jorge Volpi en
un detectivesco ensayo biográfico, en el que se manifiesta con humor y
ambición un muchacho cosmopolita y ya letraherido. Otro autor nacional
estaría de festejo en este mes: La feria, de Juan José Arreola, comenzó a
circular hace medio siglo, y en estas páginas lo recordamos con un breve
estudio de la influencia de un peculiar tío del gran narrador jalisciense.
Nos sirven las páginas de Juan Nepote para invitar a los lectores a nuestro
volumen de Obras arreolianas que en 1995 preparó Saúl Yurkiévich.
Acaso influidos por los afrancesados Juan José y Carlos, llevamos en
seguida la fiesta hacia el centenario de la obra cumbre de Marcel Proust y
al tricentenario del nacimiento de Denis Diderot; el primero se festejará a
comienzos de diciembre, mientras que el segundo se cumplió al iniciarse
el mes pasado (ambos fueron anunciados en el número de julio de este año
de La Gaceta, dedicado a la lengua franca). Con un fragmento de nuestro
breviario sobre el novelista parisino y con un ensayo del pensador nacido
en Langres sobre la vanidad de los literati, los convocamos a esta alegre
celebración.
Y cierra esta suma de cumpleaños una reflexión sobre cómo el asesinato
de Kennedy, en noviembre de hace 50 años, interrumpió un posible camino
hacia la paz mundial. Esperamos que nuestros lectores vean en cada uno de
estos aniversarios, como nosotros, una invitación a la lectura.W
Ó S C A R X AV I E R A LT A M I R A N O
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22
CAPITEL
NOVEDADES
NOVIEMBRE DE 2013
José Carreño Carlón
León Muñoz Santini
D I R E C TO R G E N E R A L D E L F C E
ARTE Y DISEÑO
Tomás Granados Salinas
Andrea García Flores
D I R E C TO R D E L A G AC E TA
F O R M AC I Ó N
Alejandro Cruz Atienza
Juana Laura Condado Rosas, María
Antonia Segura Chávez, Ernesto
Ramírez Morales
J E F E D E R E DAC C I Ó N
Ricardo Nudelman, Martha Cantú,
Adriana Konzevik, Susana López,
Alejandra Vázquez
C O N S E J O E D I TO R I A L
V E R S I Ó N PA R A I N T E R N E T
Impresora y Encuadernadora
Progreso, sa de cv
IMPRESIÓN
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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,
Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certificado
de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Calificadora de Publicaciones y
Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto
Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,
Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716
I L U S T R AC I Ó N D E P O R TA DA : © A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
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NOVIEMBRE DE 2013
P O ES Í A
Desandar es un extenso volumen que contiene la poesía reunida de Ricardo Yáñez, autor que juega con
lo sencillo y lo cotidiano, con el habla de cualquiera de nosotros y descubre de pronto una imagen nítida,
obvia una vez revelada. De Nuevos papeles volando, la sección final, compuesta apenas en 2012,
tomamos estos versos desenfadados en los que se perciben ecos de la lírica popular
Del nacimiento
R I CA R D O YÁ Ñ EZ
Diablo añil nomás parado,
ahi nomás, tras el nopal,
callado, amurcielagado,
bizco por lo iluminado
que va quedando el portal
con el lucero que ha dado
a los reyes la señal
de dónde sería alumbrado
tu luminoso rival,
el niño tan esperado,
quién te viera, preocupado
porque te cayó la sal,
pobre demonio encuerado
ahi nomás tras el nopal.W
NOVIEMBRE DE 2013
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NOVIEMBRE DE 2013
Ilustración: © A N D R E A G A R C Í A F LO R E S
DOSSIER
Singulares personas y hechos cumplen
años por estos días. Carlos Fuentes
habría alcanzado los 85 el día 11,
la única novela de Arreola alcanza
el medio siglo de haber salido de la
imprenta, el volumen inicial de
En busca del tiempo perdido está
por ser centenario, el padre de la
Enciclopedia triplica ya esa marca,
el magnicidio de Kennedy ocurrió hace
cinco décadas. Los textos por cada uno
de estos aniversarios son una invitación
a leer muchas otras páginas
NOVIEMBRE DE 2013
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NOVIEMBRE DE 2013
Fotografía: C A R LO S F U E N T E S A LO S 1 6 A Ñ O S , E N E L C O L E G I O M É X I C O , M É X I C O , 1 9 4 5
Fotografía: C A R LO S F U E N T E S , WA S H I N G TO N , D . C . , 1 9 3 5
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
El día 11 de este mes Carlos Fuentes habría cumplido 85 años. Presentamos aquí el texto
que Jorge Volpi preparó para Carlos Fuentes y la novela latinoamericana, un libro editado
por Cristina Fuentes La Roche y Rodolfo Mendoza y que está por publicarse en coedición
de la Universidad Veracruzana, el INBA y el Hay Festival. Agradecemos el permiso para
reproducir aquí este animoso repaso de la juventud de don Carlos
ENSAYO
El alquimista y el atleta.
Un retrato del Fuentes adolescente
JORGE VOLPI
I
gual que yo, lo más probable es que ustedes conserven en la memoria, muy viva, la
imagen del Carlos Fuentes de los últimos
lustros: energético y enérgico, con las patillas y el pelo encanecidos que le daban
cierto aire de Sean Connery latino (aún
más guapo), saltando —literalmente— de
estrado en estrado entre Europa y América, con esa voz gallarda y enfática que
sabía iluminar el suspenso y redondear
la cadencia final de cada frase; soberbiamente vestido, para envidia de muchos, con un garbo propio de
otros tiempos; hablando aquí, en inglés, de la situación
de América Latina; allá, en francés, de novela norteamericana; acullá, en español, de Balzac, de Faulkner o
de Rulfo; prodigándose en conferencias y entrevistas,
lecturas y firmas de libros; inagotable, irrefrenable e
incombustible, acaparando él solo todos los adjetivos
asociados con el tesón, la entereza y la constancia; burlándose, con malicia pero sin malevolencia —costumbre inédita en nuestro medio—, de este y aquel político
deslenguado; y, por supuesto, encerrándose cada mañana, religiosamente, con la consigna de “ni un día sin
página”, en su caso páginas, en su estudio de San Jerónimo o en su ático de Londres o en su habitación de hotel en cualquier lugar del planeta.
NOVIEMBRE DE 2013
Sí, sin duda ése era Carlos Fuentes, el alquimista y el atleta que con seguridad será preservado en
las mentes de sus miles de lectores, en las entrañas
de sus amigos y en la sevicia póstuma de sus oscuros detractores, el autor de la más ambiciosa de las
novelas latinoamericanas del siglo xx, Terra Nostra, y de unos de los pocos relatos perfectos de todos
los tiempos, Aura. No es ése, sin embargo, el Fuentes que quisiera evocar —o inventar o recrear— hoy
aquí, el escritor mexicano imprescindible, la voz más
sensata de América Latina, sino al Fuentes que aún
no era Fuentes, al Fuentes que soñaba con ser Fuentes, al niño y al adolescente y al joven que, en Estados
Unidos, Chile, Argentina, México y Suiza —los escenarios de sus primeros pasos y de sus primeras fabulaciones— iniciaba su larga lucha contra el tiempo.
El azar, y la invitación de mi amigo Rubén Gallo,
me han hecho mudarme este año a la Universidad
de Princeton, donde Fuentes fue profesor por unos
años —muy felices años, según me confió Silvia Lemus—, y donde se conservan todos sus papeles. No
he podido eludir, pues, la tentación de sumergirme
en ellos a lo largo de estas semanas de verano tardío
y otoño incipiente, en especial en las primeras cajas,
tituladas por él mismo “Juvenilia”, en busca de ese
primer Fuentes, de ese Carlos que acaso era Carlitos
a
—mucho después él llamaría así a su propio hijo—, del
escritor in ovo y del muchacho curioso, ávido y aguerrido que siempre pareció ser. ¿Un “retrato del artista adolescente”? Sí, y también un retrato del adolescente artista, del joven siempre a caballo entre varios
mundos y que, de entre mil futuros posibles, eligió ser
mexicano y escritor.
Unas cuantas fotografías resucitan al muchacho
imberbe —nunca mejor dicho— de los años cuarenta
y cincuenta, y en ellas el rasgo más llamativo y sorprendente, para nosotros, es la ausencia del bigote,
ese atributo facial que heredó de Pedro Infante, Jorge Negrete, Arturo de Córdova y tantos galanes de
la época dorada del cine mexicano; lo que destaca a
nuestros ojos es, pues, esa ausencia, como si en ella
quedara resumido el largo camino que aún le faltaba
por andar. Por lo demás, no resulta difícil reconocer
a Fuentes en ese proto-Fuentes: las pupilas penetrantes y agudísimas, las cejas inquisitivas, la frente
alta y despejada, el pelo domesticado por la fuerza, la
mandíbula recia, el gesto inquisitivo.
Pensemos, por ejemplo, en una imagen tomada del
anuario del Colegio Francés Morelos (luego cum),
donde estudió dos años de preparatoria tras volver
de Chile y Argentina: la mirada en la distancia, apaciguada por los gruesos anteojos, una compostura
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Fotografía: C A R LO S F U E N T E S A LO S 1 5 A Ñ O S C O N S U H E R M A N A B E R T H A Y S U M A D R E , M A R D E L A P L ATA , 1 9 4 3
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
EL ALQUIMISTA Y EL ATLETA. UN RETRATO DEL FUENTES ADOLESCENTE
firme y un punto vanidosa, la camisa impecable y
el cuello altivo. Tomada en 1946, cuando tenía dieciocho años, muestra al orgulloso ganador de varios
premios en el concurso de cuento de la escuela (también obtendría el tercer lugar en oratoria). Ninguno
ha llegado a nosotros excepto aquel con el que obtuvo no el primero, sino el cuarto lugar de aquel año:
titulado entonces “Os-Osiris”, es un texto en el que
su joven autor (que usó el seudónimo ivor pwou)
en realidad venía trabajando desde hacía un par de
años. Siete años más tarde, pulido y arreglado, pero
conservando en buena medida el sustrato original,
se convertiría en “La carne por boca de los dioses”,
uno de los relatos incluidos en su primer libro, Los
días enmascarados (1954).
No es este cuento, sin embargo, uno de sus primeros textos: para entonces, cuando volvió a México a
fines de 1944, el joven Fuentes cargaba ya con varios
textos en su equipaje, y por lo tanto se impone ir aún
más atrás en el tiempo para localizar sus textos iniciales. Sus primeras composiciones escolares, en inglés, pertenecen a sus primeros años de primaria, en
Washington, en cuya embajada trabajaba su padre.
Como cuenta él mismo en el currículum que preparó, años después, para solicitar una beca para Suiza:
“In Washington I attended kindergarten and 5 years of
primary schooling at the Cook School, a Public institution. I believe this to have been a most decisive and interesting period: I had the opportunity of learning the
English tongue, of developing, through the facetic activities of this school, an interest in literature and the
arts…”
En 1941, el embajador Fuentes es enviado a la representación diplomática de Santiago de Chile y, tras
pasar seis meses en México, el pequeño Carlos ter-
8
mina su educación primaria en la Cambridge School,
donde también pasará la primera parte de la educación secundaria. De entonces datan sus primeros
esbozos: cuadernos que él convierte en libros, ilustrados con caricaturas —se especializa en los retratos satíricos de políticos mexicanos como Cárdenas y
Miguel Alemán—, en los que aparecen tanto sus ejercicios escolares, llenos de cuidadas descripciones
de la historia y la geografía de Chile, como sus primeros atisbos de cuentos y relatos. Destaca, ya en
1943 (recordemos que tiene 15 años) textos llenos
de humor, como “Los zorzales de Vitacura”, donde
se mofa del “cuerpo diplomático” supuestamente
acreditado en esa ciudad, y, un poco más adelante,
lo que él mismo denomina su “primer proyecto de
libro”: un relato lleno de humor que se convierte en
una suerte de poética. En un mundo onírico, el protagonista se encuentra con Henri Beyle, Stendhal,
quien lo guía a través de la historia de la literatura y
le entrega la llave final hacia la creación literaria: la
búsqueda de la verdad.
A la misma época corresponde un pastiche cervantino (recordemos que luego Fuentes presumiría
de leer el Quijote cada año) y ésta es, acaso, su primera variación del tema. Titulada “De las razones que
pasaron entre Don Quijote y Sancho camino a la venta, y de la sin ventura aventura que en ésta sucedió”,
no podemos —ni debemos— concluir que derivará
sin remedio en Cervantes o la crítica de la lectura,
pero al menos vale como muestra de su temprana e
irreverente pasión por el Quijote.
Ya en la secundaria, aún en Chile, el joven Fuentes comienza Humanidades, se convierte en secretario de la Sociedad de Historia Natural y por primera
vez edita una revista, otro hito que lo llevará, años
a
después, a la Revista Mexicana de Literatura. En ese
momento cambia de escuela, deja el Colegio Cambridge y se traslada a The Grange School —otra academia de alto nivel, muy británica y por tanto muy
chilena, inspirada en Eaton—, donde conoce a quien
será su mejor compañero de batallas en esos años, un
muchacho tan ambicioso, lúcido y aguerrido como
él, Roberto, quien a la larga se convertirá en el igualmente lúcido y aguerrido filósofo Roberto Torretti. Con él, Fuentes escribirá su primera novela. Un
texto que no aparece entre los papeles de Fuentes en
Princeton: en una carpeta vacía, éste se limita a decir: “Torreti debe conservarla”.
Imposible imaginar la trama de ese primer ejercicio
a cuatro manos, pero por los textos contemporáneos
es posible prever que uno de sus rasgos fundamentales debió ser la vena ácida y mordaz que impregna esta
época, como si la mezcla del humor británico con la solemnidad chilena y el desparpajo mexicano derivase en
una crítica social despiadada, la misma que encontraremos luego en La región más transparente, Las buenas
conciencias o incluso, tardíamente, Todas las familias
felices. Porque el Fuentes de entonces parece ya verse
a sí mismo no sólo como autor de ficciones, sino como
un agudo observador de las manías, los tropiezos y los
fingimientos de la burguesía, ese medio al que sin duda
pertenece pero que, dada su condición de extraño y extranjero, atestigua y denuncia sin prudencia. Su estética es la del esperpento —la de la caricatura que va de
Posada a Rivera y Orozco—, y acaso durante muchos
años hemos perdido de vista que ésta era la verdadera
tradición a la que jamás le volvió la cara, por más que
luego la asimilase a las técnicas narrativas de vanguardia que aparecerán en La región más transparente,
Cambio de piel o Terra Nostra.
NOVIEMBRE DE 2013
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
EL ALQUIMISTA Y EL ATLETA. UN RETRATO DEL FUENTES ADOLESCENTE
De esa época datan otros textos curiosos. Primero, un libro ilustrado —un cómic—, de 1945, titulado “Una fabulosa y distinguida historia del mundo
(como uds. no tienen idea)”, cuyos autores dibuja e
inventa: Sir Horace Kornidad y Sir Charles Fontainne (arqueólogos ingleses laureados). Un relato en inglés, “He, the Panther”, un apunte gótico en el que un
hombre huye de una pantera escapada del zoológico
sólo para al final descubrir que la pantera es él mismo: una metamorfosis que arduamente anticipa la
de Aura. El cuento “Solicitud” y varios poemas. Para
no ruborizarlo, transcribo sólo una estrofa del “Decimoquinto nocturno”:
Volando sobre un monte,
espectro de Caronte,
tu blanca manta ponte,
Caronte, la muerte y el monte.
Ante la imposibilidad burocrática de continuar sus
estudios en Buenos Aires, adonde ahora ha sido trasladado su padre, en 1946 Fuentes recala de nuevo en
México. Según Max Aub, mezcla de culturas donde
las haya, uno es de donde estudia la preparatoria, y
Fuentes pasa esos años decisivos de su adolescencia
en México, primero en el Colegio México y luego en
el Francés Morelos, instituciones de los hermanos
maristas, de filiación más francesa que británica, en
donde recibirá una educación rigurosa que coincidirá con su descubrimiento o redescubrimiento de la
hipócrita sociedad mexicana del momento.
Cuando alguna vez tuve ocasión de preguntarle a
Fuentes sobre sus años allí —confieso haber estudiado en esas mismas aulas—, su recuerdo era ambivalente: por un lado detestaba la gazmoñería religiosa
de la escuela, sobre todo en contraste con las escuelas anglosajonas de las que provenía, pero por el otro
fue allí donde descubrió —o inventó— su identidad
esencial, donde pudo ver, también a través de los ojos
de sus compañeros y sus familias —la clase dirigente posrevolucionaria—, el escenario esencial que ya
no abandonaría nunca: ese México andrajoso y rico,
moderno y antediluviano, público y secreto, mordaz
y acomplejado, bullanguero y solipsista que acabaría
por retratar —o imaginar— en la mayor parte de sus
libros. Véase, por ejemplo, estas líneas torrenciales
que van en pos de La muerte de Artemio Cruz: “¡México amarillo, sediento, que estira su lengua seca y estéril en el Bolsón de Mapimí; las olas te azotan en Agiabampo y Ceuta, y aun así tienes sed; rebanan tu amarilles el Yaqui y el Pánuco, y aun tienes sed; te chorrea,
como llanto lunar, la plata de Durango… y aun tienes
sed. Tus vientres guardan la sangre de miles de rajas
morenas de sombrero y guarache, de soldaderas de labios gruesos y mirada muerta, de juanes que envueltos en sarape de Saltillo, caen junto al nopal con el rifle en la mano y la Valentina en la boca…”
En ese año también escribe una “pseudo-tragedia
semi-clásica y definitivamente estática”, titulada
Paganini y el diablo. Sea como fuere, con los maristas Fuentes entra en contacto también con otros jóvenes brillantes y apasionados como él, dispuestos
a comerse el mundo en el México del alemanismo:
Porfirio Muñoz Ledo, el propio Miguel Alemán Jr.,
o Enrique Creel, con quien intenta escribir, entre
1947 y 1948, otra vez al alimón, su segunda novela.
Su título alegórico es Holofernes y, en su resumen
mínimo, Fuentes afirma que se trata de “la historia
de un hombre que detiene el tiempo”. Su ambiciosa
estructura se divide en tres partes: “i. En el tiempo;
ii. La muerte del tiempo; y iii. El tiempo no es.” De
nuevo: imposible afirmar que aquí está ya el tema
que impregnará la obra de madurez de ese otro individuo llamado Carlos Fuentes, el Fuentes de Aura
y Terra Nostra, o el Fuentes que titula al vasto conjunto de su obra literaria La Edad del Tiempo. Pero
si el joven Fuentes y ese Fuentes se parecen en algo,
es en esta obsesión que poco a poco se decanta, en
esta voluntad insaciable, por otro lado tan mexicana (pensemos en Muerte sin fin de Gorostiza o en el
Canto a un dios mineral de Cuesta) de oponerse al
tiempo.
A lo largo de todos estos años de formación, Fuentes no se cansa de escribir arduas listas con todos los
libros que ha leído y todas las películas que ha visto
(y que mucho después, como Funes, será capaz de
recordar); en ese año reseña, por ejemplo, El retrato
de Dorian Grey de Albert Lewin (1945), con George
Saunder y Angela Landsbury, y lo compara desfavorablemente con el libro —uno de sus favoritos— y le
otorga una mediocre calificación de 3½.
NOVIEMBRE DE 2013
Entretanto, el joven Fuentes, que cada vez es más
el Fuentes dicharachero, pachanguero y bailador, el
atleta de la palabra, y los papeles de fines de los cuarenta se multiplican en su archivo. Escribe lánguidos poemas amorosos (que no tendré el mal gusto de
reproducir), calaveritas a sus amigos y conocidos, artículos sobre la situación política del país y del mundo, crónicas de sociales (que firmará como popoff) y
decenas de cuadernos con anécdotas, ideas y relatos.
La constante vuelve a ser su aguda mirada social, el
bisturí con el que disecciona a esa sociedad malevolente que lo acoge con idénticas mezclas de entusiasmo y de recelo. Para muestra basta un bocado (de
1947 o 1948):
“qué asco!
”Voltear la cara a sus edificios, conocer a su ‘gente
bien’, ojear sus periódicos, ver la máscara del México
actual y sentir la náusea más abyecta.
”La sociedad mexicana jamás ha crecido erguida
e independiente, cada clase surgiendo de su raíz hacia arriba, cada momento de su desarrollo un paso
más de la planta a la superficie libre y el aire propio.
México siempre ha padecido la superposición de clases, los de abajo aguantando el peso de la de arriba, y
la de arriba soportando a la de más arriba. Llega un
momento en que la última capa —sojuzgada hasta la
furia— tiembla, se revuelca y causa la conmoción de
todas las capas de piedras que pesan sobre ella.”
A esta época también pertenecen sus “Cinco diálogos sobre temas intrascendentes, incompatibles y
sosos”, sus caricaturas cada vez más precisas y socarronas, la burla cada vez más descarada de su tiempo, ejemplificada en una “Entrevista a José Stalin”
(con dibujos) o en este fragmento inicial del texto que
titula Vomitivos (y escribe con el pseudónimo de NauSée): “Todo tenía lugar en el Presente, en un Presente
en el que ella y yo creíamos sólo por ficción, porque era
lo único que se mantenía cierto. Ella, de inconmensurable boquilla y diminuto pequinés (apodado “Rodas”),
yo, en el estado que mi nombre indica. Le pregunté si
creía en el Existencialismo. Ella bebió tranquilamente
su Manhattan Dandy y lo negó con la cabeza. Y sin embargo, eran Existencialistas sus medias fuschia [sic],
nuestra conversación y el nombre del can.”
En abril de 1947 reescribe el bosquejo de poética iniciado años atrás, en Chile, ahora con un título en inglés: “On Intimism. Personal Search of an
Aesthetics”. Y en ese mismo año aparece, también,
su primer artículo publicado en la prensa: una pequeña e incisiva defensa de Rufino Tamayo, en el
diario Novedades. Al mismo tiempo, proyecta la escritura de una novela “gótica” en inglés: The Closed
Door.
Concluida la preparatoria, el joven Fuentes ingresa en la Facultad de Derecho de la Universidad
Nacional. Allí funda el carnavalesco movimiento
Basfumista —del que redacta un enloquecido manifiesto—, prosiguiendo una tradición de vanguardia
satírica. Entretanto, en su lado más formal, será la
cabeza de la generación literaria y política que definirá al México de la segunda mitad del siglo xx,
reunida entonces en torno a la revista Medio Siglo,
donde los políticos y escritores del futuro unirán sus
destinos: Muñoz Ledo, Wimer, Monsiváis, Pacheco,
Pitol e incluso, brevemente, Miguel de la Madrid.
En 1948, Fuentes escribe: “Cuando conocí a don
Alfonso Reyes, era yo lo que el cuento denomina ‘un
pistolita’.” Así se ve a sí mismo, y así lo ven, con seguridad, los otros (Muñoz Ledo aún da testimonio
de esos años): un pistolita que ha leído todos los libros, ha visto todas las películas, conoce todos los
temas y es capaz de escribir sobre España y la India,
sobre Orozco y Alemania, sobre Orwell, Akutagawa
y Faulkner. El joven que en 1949 publica su primer
cuento, “Pastel rancio”, en una carrera que no concluirá hasta su muerte.
Entre 1950 y 1951, el joven Fuentes viaja por Europa y por fin se gradúa como abogado con una tesis
poco literaria titulada “Bosquejo jurídico-histórico
de la doctrina rebus sic stantibus”. A la vez, se da el
lujo de ganar el primer premio en el Concurso del IV
Centenario de la Facultad de Derecho, “México ante
la crisis mundial”. Terminada la carrera, solicita una
beca para proseguir sus estudios en Suiza y prepara la edición de Los días enmascarados. Y de pronto,
vertiginosamente, el artista adolescente sale de escena y el joven Fuentes es, ya, Fuentes.W
Jorge Volpi es escritor. Su libro más reciente es La
tejedora de sombras (Planeta, 2011).
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abiertos
fondo
decultura
economica
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a
NOVIEMBRE DE 2013
Fotografía: © R I C A R D O S A L A Z A R . A R C H I VO F OTO G R Á F I C O F C E
Fotografía: © R O G E L I O C U É L L A R
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
Si por el género y la confluencia de voces, La feria es una obra anómala en el conjunto de lo
escrito por Juan José Arreola, más lo es por la presencia en sus páginas de saberes diversos:
de la sismología a la agricultura tradicional, de la microhistoria a la sociología de aficionado.
Influencia central en la redacción de esa novela fue el tío José María Arreola, auténtico
renacentista de Zapotlán
ENSAYO
La feria de Juan José Arreola
y otros apocalipsis
JUAN NEPOTE
E
n los primeros días del mes
de noviembre de 19631 apareció un libro insólito en la
literatura mexicana: una
novela construida finamente a partir de 288 trozos en
los que su autor cancela la
posibilidad de una voz narrativa única, para hilvanar su relato a partir de un
mosaico de voces. Hace medio siglo, cuando La feria —para entonces la primera novela de Juan José
Arreola; exactamente su única novela, se sabrá después— llegó a las librerías, hubo reacciones contradictorias; difícil de aprehender, tomó por sorpresa
a los lectores que habían acompañado a Arreola en
su trayectoria de fabulador en sus obras anteriores: Varia invención y Confabulario, publicadas por
el Fondo de Cultura Económica en 1949 y 1952. Y
es que la novela de Arreola se distanciaba de aquellos volúmenes de relatos y prosas poéticas, porque
1 5 de noviembre de 1963, Joaquín Mortiz, Serie del Volador. El diseño
editorial incluye unos asteriscos originales de Vicente Rojo
.
NOVIEMBRE DE 2013
a diferencia de sus cuentos en su novela sí existía
una clara localización de los hechos literarios, de
la época y la geografía en la que ocurren: “La feria
es un texto calendárico y cíclico”,2 afirma su amigo Vicente Preciado Zacarías. “Es la expresión oral
de un pueblo [Zapotlán, Jalisco, hoy Ciudad Guzmán] en espera de una festividad agrícola con raíces paganas.”3
La feria es un experimento ambicioso, un artefacto caleidoscópico, pero no sólo por su disposición coral y fragmentaria; también a causa de sus variados
significados: es la obra que redime y legitima al autor de cuentos que finamente hizo una novela, porque
en el medio literario hispanoamericano escribir una
novela se entiende como una especie de bautizo para
los verdaderos escritores, al punto de que Arreola obtuvo el premio Xavier Villaurrutia de 19634 por La fe-
2 Un ejemplo de esa voluntad por expandir los límites de la literatura
hasta entrar en contacto con ideas de la ciencia, como la medición de los ciclos en calendarios, la debemos a la maestría de Octavio Paz en Piedra de sol
(1957), poema compuesto por 584 versos que simbolizan la cantidad de días
que demora la conjunción de Venus (Quetzalcóatl) con el Sol.
3 Brevensayos, México, Universidad de Guadalajara, 2001.
4 El Premio Xavier Villaurrutia “de escritores para escritores” fue con-
a
ria, aunque sea —por mucho— el libro menos atendido por los lectores y estudiosos de su obra (ese desaire hacia la novela de Arreola se verifica incluso en las
Obras que preparó Saúl Yurkievich para el Fondo, en
cuya contraportada aún se lee “1953” como la fecha
de publicación de La feria).
Pero aquella novela situada en su natal Zapotlán
también es un ajuste de cuentas de Juan José Arreola con los escenarios, personajes, historias y lenguajes de su infancia; una demostración de la influencia
que un tío suyo de nombre José María Arreola —ahora olvidado por todos— tuvo en su vida. De ello es
posible encontrar una clave en la presentación original del libro en 1963: “La feria pertenece al género
de los apocalipsis de bolsillo, y por lo tanto es natural
que sus páginas recojan fragmentos, textuales o deformados, de la más variada tradición oral y escrita,
procedente sobre todo de Ezequiel y de Isaías, de
cebido por Francisco Zendejas con la intención principal de celebrar la
obra literaria más destacada que hubiera sido publicada cada año a partir de 1955. El primer ganador de este premio fue Juan Rulfo por Pedro
Páramo.
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Fotografía: A R C H I VO F OTO G R Á F I C O F C E
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
LA FERIA DE JUAN JOSÉ ARREOLA Y OTROS APOCALIPSIS
los Apócrifos, del cartulario colonial y de los anales
de un pueblo imaginado al sur de Jalisco. Se trata
en realidad de puros recuerdos de infancia, de cosas
leídas, vistas y oídas, puestas una tras otra, al azar.
Pero hay una segura ilación: el tono en que están
contadas. La fidelidad a los giros populares y el realismo mágico de ciertos pasajes son algunas de las
mejores cualidades de este libro desordenado, múltiple y singular, breve y abundante.”
“Apocalipsis de bolsillo” nombran al libro y es
un acierto: la palabra apocalipsis está relacionada con la acción de descubrir, precisamente lo que
experimenta el lector de la novela cuando pasea la
mirada y el oído por esos “fragmentos textuales o
deformados, de la más variada tradición oral o escrita”, por aquellos “recuerdos” y aquel “azar”, un
conjunto de estímulos para el asombro, auténtica
colección de descubrimientos.
La feria es la síntesis de cierta manera de interrogar
el mundo que habitamos para intuir el sitio que ocupamos en él, cierto método que Juan José Arreola
construyó a partir de sus lecturas —Borges, Papini, Schwob, Kafka, Torri, un largo etcétera— y que
también heredó de su tío José María, singular personaje jalisciense dotado de una curiosidad insaciable, reflexivo hasta la desesperación, estudiante
ejemplar dentro de las aulas pero sobre todo autodidacta en permanente conversación con los libros,
12
incansable maestro de otros que supieron escuchar
sus consejos hasta sus últimos días, inventor de instrumentos para entender la naturaleza. José María
fue el tercero de los once hijos que tuvo el matrimonio formado por Salvador Arreola y Laura Mendoza
(abuelos de Juan José): Enrique, Librado, José María, Josefina, María, Mercedes, Carmen, Esteban,
Margarita, Jesusita y Felipe (padre de Juan José).
Del empeño que Juan José Arreola invierte en
La feria para recuperar el espacio y el tiempo —vivido por él mismo o leído o inventado— de su natal
Zapotlán hay suficientes testimonios: “El afán de
no dejar morir en mí un mundo lingüístico, el de mi
infancia. Tenía esa deuda, la de escribir una literatura diferente, porque a pesar de textos como Hizo el
bien mientras vivió y El cuervero, yo era considerado
como un escritor que ignoraba su realidad original
(se ha dicho que soy afrancesado, preciosita, que me
escapo del momento histórico en que vivo) […] en un
principio tenía el propósito de rendir homenaje a mi
pueblo, al que amo tanto…”5
O aquella carta que Arreola dirigió a su padre
casi un año antes de la publicación de La feria: “El
5 Martine Rabadan, “Análisis de La feria de Juan José Arreola”, en La
Muerte, revista de la Universidad de Guadalajara, invierno de 1987-88,
traducción de Antonio López Mijares y Laura Flores Peredo.
a
principal objeto de esta carta es doble o más bien
triple: firmé hace tres días un contrato para entregar La feria (novela casi mitológica) a la nueva editorial que dirige Joaquín Díez-Canedo y que está
sacando libros valiosos y muy bellamente editados.
El compromiso es muy serio puesto que recibí, contra todas las reglas del oficio editorial, un anticipo
para remediar urgentes necesidades, porque este
último sanatorio y medicación no me lo pagó la presidencia por andar el equipo de viaje oriental. Así es
que estoy trabajando en mi libro duro y tupido […]
me estoy preparando para trasladarme [a Ciudad
Guzmán] a fines de la próxima semana […] Porque
además de las memorias agrícolas que le pido, necesitaré platicar mucho con usted y con algunos familiares y amigos para acrecentar mi repertorio de
chismes. Tengo ya más de cien pero necesito alrededor de trescientos. Quiero consultar también periódicos (Plus Ultra, Azote, Vigía y Faro si es posible)
de las épocas que me interesan. También quiero hablar extensamente con Esteban Cibrián a propósito
de la lucha por la tierra de los tlayacanques. Necesito obtener documentos de distintas épocas para
transcribir y glosar pasajes congruentes. Porque La
feria, que es una pachanga, debe tener un profundo
sentido social e histórico. […] Yo le pido sobre todo
anotar cuanto se le ocurra acerca de hechos anecdóticos, legendarios y pintorescos acerca de nues-
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50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
LA FERIA DE JUAN JOSÉ ARREOLA Y OTROS APOCALIPSIS
tra tierra. Como Don José María Chávez, estoy dispuesto a pagar los chismes a veinticinco centavos.
Creo que podré estar unos ocho días por allá. Luego
debo volver a poner todo en orden (aunque aspiro a
que La feria sea un gran desorden y una mínima comedia humana).”6
E L TÍO CIE NTÍ FICO
Y es que si bien el padre de Juan José, Felipe Arreola Mendoza, “parece que era un hombre de ideas
pero con una tendencia constante a la quiebra. Sin
embargo, escribía. Entendía su entorno desde una
perspectiva especial y sabía que su hijo tenía ambiciones y fiebres literarias”7 —y por ello solicita su
ayuda en la aventura literaria en la cual estaba embarcado en ese momento— en los hilos narrativos
de La feria se distingue la huella de su tío José María, aquel que lo inició en la lectura de las enciclopedias que nos permiten “estar en todo el mundo”
y que plantea interrogantes como “por qué existen
las criaturas, por qué hay inseminación en las flores
y todas estas cosas que parecían verdaderamente
blasfematorias”, prodigiosa sustancia para metáforas científicas: “¿Nunca se te ha ocurrido que un
hombre le dice a una mujer, sin decírselo, cuando se
le declara: ‘Te propongo 24 cromosomas que creo
que son de buena calidad, por qué no pones tú otros
24 y podemos, probablemente, dar a luz una criatura tipo Schopenhauer, concebida más que por la
carne por el espíritu de la especie’?”, como le llegó a
decir a Claudia Gómez Haro.8
De manera que ese tío extravagante es para
Arreola una figura ejemplar, un punto de fuga hacia
dónde enfocar la curiosidad, un recuerdo imborrable
que habrá de planear como una sombra o una musa
por toda la extensión de toda su obra literaria: “cuando yo tenía siete años de edad, mi tío José María
Arreola, sacerdote, historiador, arqueólogo, vulcanólogo, alquimista y fotógrafo, se presentó en la casa
paterna de Zapotlán, Jalisco, con una impedimenta
mayor que de costumbre: traía con él todo un equipo fotográfico, desde luego con todo y laboratorio y
diversos artefactos eléctricos para la iluminación.
Venía nada menos que a retratarnos a todos, pero
su motivo principal era la amplificación de las fotos
de nuestros abuelos. Mi tío entró y nos hizo entrar a
mi hermano y a mí en un improvisado cuarto oscuro, la cámara negra, que después iba a servirnos para
tantos juegos. Apagó la luz y encendió a cambio una
lamparita roja y dijo: ‘Vamos a comenzar como quien
dice Introibo ad altare Dei…’ Y tenía razón, porque no
en vano había sido sacerdote y practicaba el arte fotográfico igual que la liturgia, y ahora que lo recuerdo, don José María Arreola fue ante todo un alquimista, un astrólogo que devino astrónomo y como
consta en sus escritos y en su biografía, durante su
larga vida fue un experto en todo género de cosas”.9
José María Arreola Mendoza (1870-1961) se formó como sacerdote cuando el seminario de Zapotlán
era la única posibilidad de ingresar a un universo de
libros y cátedras, pero también de instrumentos
para interpretar la realidad. Exactamente durante
los años en que la práctica de la ciencia comenzó a
formalizarse, muy lentamente, en algunas zonas de
México. Naturalista por interés propio, José María
Arreola habría de convertirse en uno de los iniciadores del estudio sistemático de los volcanes y del
clima, en antropólogo, lingüista, americanista, arqueólogo, fotógrafo, inventor. Vivió por casi una década en la ciudad de México —donde se reinventó a
los 46 años de edad, luego de haber renunciado a la
iglesia católica—. En la capital trabajó con Manuel
Gamio en la Secretaría de Agricultura y Fomento;
se especializó en filología, siempre por la vía autodidacta, el mismo camino que seguiría sin desviarse su sobrino Juan José, y desarrolló un catálogo
razonado del Museo de San Juan Teotihuacán. Antes, aún dentro de la iglesia católica, fue el responsable de echar a andar y operar con un éxito envidiable los observatorios astronómicos de Zapotlán,
Colima y Guadalajara; trabajó como profesor de seminarios al mismo tiempo que impartía cátedras
en espacios de educación superior y publicaba trabajos originales en revistas científicas.
6 Carta fechada el 24 de noviembre de 1962 en la ciudad de México, incluida en Sara más amarás. Cartas a Sara, México, Joaquín Mortiz, 2011.
7 Ibidem.
8 Arreola y su mundo, México, Alfaguara-cnca, 2001.
9 Escritura de la luz, México, Procuraduría Federal del Consumidor,
1996
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En la vastísima biblioteca de José María Arreola10
están los volúmenes científicos de mayor trascendencia para los siglos xix y xx: Fresnel, Becquerel,
Arago, Biot, Berzelius, Darwin, Von Humboldt, Wallace, el conde de Buffon; monografías, enciclopedias, misceláneas dedicadas a la astronomía, física,
minería, geología, biología, zoología, botánica o las
matemáticas. Un páramo donde el lector atento puede llenarse la cabeza de preguntas, un agasajo para
la imaginación. Si Juan José Arreola acierta cuando sugiere que “el lenguaje modela el espíritu, que a
su vez modela al lenguaje. Nuestro modo de hablar
es nuestro modo de ser. El espíritu sólo puede ampliarse en términos de lenguaje”, la biblioteca de
José María Arreola es un refinamiento de la mirada
para explorar la sorpresa y el misterio de las cosas
aparentemente más ordinarias. Como contagiado
por ese mismo impulso, Juan José habría de escribir
a lo largo de extensos años su Bestiario, nutriéndose
de los textos de ese anónimo sujeto de la Grecia antigua que se hacía llamar El fisiólogo o abreva de la
Historia natural de Plinio el Viejo, como ha sabido
destacar Saúl Yurkievich11 cuando alaba la maestría
con la que Arreola fusiona lo literario con lo fabuloso y cosmológico, para crear una “retícula de lectura de la condición humana” que “asimila simbólicamente al animal integrando lo extraño e inquietante
en un sistema significativo cuya referencia central
es lo humano, pero en el animal puede también fi-
“Apocalipsis de bolsillo”
nombran al libro y es
un acierto: la palabra
apocalipsis está
relacionada con la acción
de descubrir, precisamente
lo que experimenta el lector
de la novela cuando pasea
la mirada y el oído por
esos “fragmentos textuales
o deformados, de la más
variada tradición oral
o escrita”…
gurar lo sobrehumano y lo inhumano demoniaco”.
Lo mismo que José María, Juan José juguetea a su
manera con las teorías y los términos de la biología
moderna, describe la morfología de los animales,
pero los transforma, ampliándolos, dotándolos de
nuevas características.
Y de la misma manera que en el trabajo científico de José María, en la obra de Juan José hay un
trasfondo religioso, pero también un peculiar maridaje entre el arte y la ciencia, una mirada amplia,
esa intuición entrenada, ese lenguaje enriquecido:
“los científicos más grandes abandonan instantánea e involuntariamente los métodos y se entregan a un arrebato en el que comprenden un fenómeno. Después hacen sistemas científicos que llevan a la comprensión de ese fenómeno. El espíritu
se manifiesta a veces empleando la razón, y en los
casos verdaderos, a pesar de ella. No importa que
un músico sepa matemáticas ni que un matemático sepa música. El matemático intuye como artista su hallazgo y después recorre matemáticamente
el camino que lo llevó al resultado”, sostiene Juan
José Arreola.
Otra sugerente circunstancia de la vida de José
María Arreola fue su capacidad —probada, según
los testimonios de la época— para anticipar el lugar y hora precisa en que habría de verificarse un
10 Actualmente bajo resguardo del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara.
11 Juan José Arreola, Obras, antología y prólogo de Saúl Yurkievich,
México, fce, 1995.
a
terremoto. Esta peculiar capacidad para el cálculo
de los fenómenos telúricos le representó un choque
con el gobernador de Jalisco, Alberto Robles Gil, en
el año de 1912, cuando el entonces sacerdote anunció que estaba por suceder “uno de los terremotos
más dañinos en la historia de Jalisco”. El pleito alcanzó una escala mayúscula, al punto de llamar la
atención del poeta Ramón López Velarde —del cual
Juan José Arreola siempre se declaró admirador—,
quien desde su influyente columna en el diario El
Regional lanzó una defensa a favor del cura Arreola: “Tal es el liberalismo de Robles Gil que se irrita
porque un ciudadano emite sus opiniones sobre fenómenos naturales.
”Y los peor del caso es que la tierra no quiere hacerlo formal, porque en cuanto va a cantar victoria el gobernador, diciendo que no se ha registrado
el temblor anunciado, ahí está el zapateado que lo
hace ponerse pálido de ira o de miedo.
”Mas aunque así no fuera y los movimientos
terrestres cesaran, demostrando que el padre
Arreola se había equivocado, curioso sería que por
emitir sus opiniones libremente, en materias científicas, y cuando tiene reconocida competencia
para ello, pudiera Robles Gil darse la satisfacción
de hacer con él lo que con estrada y con Gómez.
”Bonita libertad y peregrinas ideas las que sustenta el gobernador de Jalisco…
”De suerte que los jaliscienses tendrán que resignarse con esta calamidad, peor que la de los
temblores.”12
Religión, volcanes, luz, tecnología, electricidad,
terremotos, arqueología, agronomía, historia, sociología, indigenismo: el itinerario de las búsquedas —de
las filias y las fobias— de José María Arreola es una
guía para el lector de La feria; “Me acuso, Padre, de
que leí dos libros. ¿Cuáles? Uno que se llama Conocimientos útiles para la vida privada y otro que se llama
Historia de la prostitución. Tienen dibujos. ¿Quién te
los prestó? No me los hallé en el troje de mi casa. Están en un solo libro pero son dos, con pasta colorada.
¿Son de tu papá? No. Estaban en unas cosas de un tío
que se murió.”; “¿Quién empuja la puerta? ¿Quién golpea en todos los vidrios como una lluvia seca? Tengo
vértigo… ¡Santo Dios! Está temblando, está temblando… ¡Está temblando! Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal…”; “Fueron tres temblores seguidos, uno
tras otro, del grado séptimo de la escala de Mercalli,
acompañados de ruidos subterráneos, que nos tuvieron en pánico durante más de siete minutos”; “La
limpia del campo puede hacerse por tareas individuales o en grupos, según le convenga más al patrón.
La tumba se lleva a cabo en la mañana, y por la tarde se amontona el rastrojo y la maleza y se le prende
fuego; “A todos se les ha olvidado que nosotros los tlayacanques seguimos siendo autoridad, quieran o no.
Esta vara de tampincirán que yo tengo en la mano es
la misma, si no me equivoco, que recibió Agustín Hernández, indio principal, por mandato del rey de España en 1583, cuando se le dio licencia de montar a caballo con silla, arnés y freno, ropa de gente de razón y
permiso de ir a donde quisiera”; “Esta aventura agrícola no deja de ser arriesgada, porque en la familia
nunca ha habido gente de campo. Todos hemos sido
zapateros. Nos ha ido bien en el negocio desde que mi
padre, muy aficionado a la literatura, hizo famosa la
zapatería con sus anuncios en verso. Yo heredé, y me
felicito, el gusto por las letras. Soy miembro activo del
Ateneo Tzaputlatena, aunque mi producción poética
es breve, fuera de las obras de carácter estrictamente
comercial”.
Italo Calvino13 sostenía que “No es la voz sino
el oído lo que guía una historia.” A medio siglo de
haber iniciado su existencia, La feria es un agasajo
para los sentidos.W
Juan Nepote es escritor. Su libro más reciente
es Almanaque. Historias de ciencia y poesía,
publicado en portugués por la Universidad de
Campinas (2013). Desde hace varios años rastrea las
huellas de la ciencia, la técnica y la tecnología en la
obra de Juan José Arreola.
12 Juan José Arreola, Ramón López Velarde. Una lectura parcial de Juan
José Arreola, México, Fondo Cultural Bancen, 1988.
13No hay evidencias de que Calvino y Arreola hayan mantenido alguna amistad, más allá de haber coincidido en algunos congresos literarios.
Además del interés compartido por la ciencia, entre ambos existía otro
lazo peculiar: el tío José María Arreola fue un puntual lector del agrónomo Mario Calvino, padre de Ítalo.
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Fotografía: M A R C E L P R O U S T E N 1 9 0 0
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50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
A unas semanas de que se festeje un siglo de la publicación del primer volumen de En busca
del tiempo perdido, invitamos a nuestros lectores a conocer un fragmento del Breviarios que
sobre Marcel Proust publicamos en 1987. Aquí, el crítico e historiador literario Derwent May
—también autor de una biografía de Hannah Arendt— procura separar al Marcel personaje
del Proust novelista
FRAGMENTO
Proust y su novela
D E RW E N T M AY
L
a mayoría de los lectores sabe
poco acerca de Proust. Nuestro autor bebía una cucharada de té con migajas de cierto
pastelillo francés (una madeleine, es decir, un pastelillo
que parece moldeado en una
concha de pechina) y de pronto recordó toda su infancia,
porque su tía solía darle un
pedazo de madeleine mojado en té de limón cuando
de niño la visitaba los domingos por la mañana. Tras
aquella vivencia —de acuerdo con la idea común—
Proust pasó muchos años trabajando en una habitación aislada con corcho, escribiendo sus recuerdos.
Pero —y esta idea no siempre se formula de manera suficientemente clara— la obra “no parece tener
mucho que ver con la vida que tenemos que vivir”,
como dijo C. K. Scott Moncrieff, uno de los traductores al inglés de su novela autobiográfica de tres mil
páginas.
En esta impresión hay algo de verdad. Pero en
todo lo esencial es errónea. En primer lugar, confunde a dos personas enteramente distintas. Marcel, el narrador de À la recherche du temps perdu,
es quien se lleva la famosa cucharada a la boca; y
Marcel no es el mismo Proust, aunque desde luego
el propio Proust se llamara Marcel. (En lo sucesivo, “Marcel” designará al narrador y “Proust” significará el autor.) Proust se inspiró profundamente en su propia experiencia para hacer el retrato de
Marcel; sin embargo, éste siempre es visto como un
personaje, como objeto de escrutinio y, a veces, de
ironía. Estamos ante un mundo creado, con todo el
dominio y la flexibilidad que ello implica, y no sólo
ante un mundo recordado. Proust ciertamente tuvo
una vivencia como la de Marcel con el té, pero —con
la diferencia característica que siempre hay entre
todos los acontecimientos en la vida de Proust y
NOVIEMBRE DE 2013
aquellos de la novela— lo que él había probado en
1909 era un pedazo de pan tostado y ligeramente
mojado, y lo que entonces recordó fueron sus visitas
a su abuela.
Hay otro error aún más lamentable en la idea
que comúnmente se tiene acerca de Proust. Y es la
creencia de que su novela trata principalmente de
las reminiscencias líricas infantiles de un ermitaño sensible. À la recherche sí contiene ese elemento.
Pero lo que con tanta frecuencia no comprende la
gente que no la ha leído es que se trata de una gran
novela cómica. Es también un sorprendente estudio
del carácter y de la sociedad franceses, y una intrincada obra histórica. Por lo demás, fue escrita por un
hombre que vivió tanto en el haut monde como en su
propia imaginación.
Desde 1910, cuando tenía 39 años, hasta 1919, tres
años antes de su muerte, Proust ciertamente pasó
la mayor parte de su tiempo en una enorme habitación de su piso del Boulevard Haussman, en París,
habitación donde había paneles de corcho clavados
a las paredes y al techo, largas cortinas azules que
pertenecían a su tío abuelo y siempre estaban cerradas, y un perpetuo olor a humo para fumigar, bueno
para su asma. Allí, encamado y enfundado en varios
suéteres, escribió su novela. Pero muy frecuentemente, bien entrada la noche, se levantaba, se vestía y asistía a veladas con los escritores y los aristócratas de quienes se había hecho amigo años antes.
Era famoso por su conversación amena en general,
era el último en irse a casa después de las veladas y
las recepciones, y cuando regresaba a ella a las dos o
tres de la mañana, seguía hablando, sentado en un
extremo de su cama y describiendo las experiencias
de la noche a su criada, una muchacha llamada Céleste Albaret, a quien admiraba tanto que de vez en
cuando la hacía aparecer en su novela con su propio
nombre. “Era un poeta persa en una portería”, dijo
de él Maurice Barres, el crítico francés, aludiendo
a
en gran parte, y como algo importante, a su proclividad a hacer cosas como sentarse en la cama y hablar con Céleste.
En mi opinión otro excelente crítico de Proust,
el escritor alemán Walter Benjamin, tiene absoluta razón cuando dice que a Proust lo inspiraba “una
frenética búsqueda de la felicidad”. Proust se sintió
consternado cuando supo que À la recherche —“En
busca de”— se estaba traduciendo al inglés como
“Recuerdo de”. Desde muy joven había sido un buscador; no vivía solo de recuerdos.
Su abuelo tenía una tienda en la pequeña ciudad
de Illiers, no lejos de Chartres; su padre, nacido en
1834, fue un distinguido médico de París, quien se
casó con una judía culta, Jeanne Weil, hija de un
rico corredor de acciones. El propio Proust siempre tuvo lo suficiente para vivir. Nació en el suburbio parisino de Auteuil, el 10 de julio de 1871. En
su tierna infancia, era más feliz en Illiers que en
París, y los exquisitos recuerdos de su niñez se refieren en la novela a Illiers, que toma el nombre de
“Combray”. Proust pasó por la habitual secuencia
de la escuela (el Lycée Condorcet), el servicio militar y la Sorbona, donde se graduó en filosofía. Desde muy joven vio pronto dónde radicaba para sí el
encanto de la vida: era en la alta sociedad parisina,
dominada todavía por la nobleza prenapoleónica, que tal vez fuera rica y altiva, pero que acogía a
los artistas y a los hombres inteligentes que sabían
agradarle. Proust pronto se abrió paso en ese mundo, empezando en los salones de mujeres de la clase
media alta como madame Strauss, quien era madre
de un amigo de escuela y viuda del compositor Bizet. No tardó en ser conocido, y en ocasiones amigo,
de muchos integrantes de los más altos estratos de
la sociedad francesa de fines del siglo xix: “el Faubourg”. Lo cual significaba el “Faubourg Saint-Germain”, un distrito de casas aristocráticas tradicio-
15
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
PROUST Y SU NOVELA
nales en la orilla izquierda del Sena, aunque, para
los años ochenta del siglo antepasado, el nombre ya
se usaba para designar a un grupo de personas más
que al quartier donde vivían, puesto que muchas se
habían mudado a los nuevos distritos de moda de la
orilla derecha.
En ocasiones se ha tachado a Proust de esnob por
frecuentar ese medio, lo cual parece una apreciación poco inteligente considerando tanto la intensidad del deleite imaginativo que le causó la contemplación de ese mundo, como la profundidad y
la sutileza de sus críticas a propósito suyo. Fuera de
sus relativamente modestos antecedentes familiares, Proust era un artista (había escrito en revistas
literarias desde la edad de 21 años); era mitad judío
y, según se dio cuenta precozmente, también era
homosexual.
En 1897 estalló en Francia el caso Dreyfus. Tres
años antes, un capitán del ejército, de origen judío, Alfred Dreyfus, había sido declarado culpable de entregar secretos a Alemania y enviado a la
Isla del Diablo. Luego se descubrió, de pronto, que
era inocente de aquellos cargos y que el ejército
no sólo estaba suprimiendo las pruebas a su favor
sino también forjando, en realidad, nuevas pruebas en su contra. Proust supo hacia dónde se inclinaba su lealtad. Fue uno de los escritores e intelectuales más activos en la obtención de firmas para
pedir al gobierno la reapertura del caso, campaña
que efectivamente, corridos los trámites, condujo a la rehabilitación de Dreyfus. Pero la sociedad
parisina resultó gravemente escindida por el caso.
Una mayoría de la clase alta apoyó al ejército, con
base en un patriotismo ciego, e hizo causa común
con los antidreyfusards de las clases medias. Sin
embargo, hubo una considerable minoría del Faubourg que se unió a lo que parecía ser la causa de
la razón y la verdad. Uno de los aspectos más notables de À la recherche, como novela histórica, es
su relato de aquella desavenencia, y del modo enteramente distinto en que la sociedad de París se
reagrupó después del caso Dreyfus.
Durante aquellos años de lo que podría parecer
vida social más bien frívola —años también en el
transcurso de los cuales tuvo algunas aventuras
sentimentales, las primeras de ellas heterosexuales, las últimas homosexuales, todas ellas bastante desdichadas— Proust escribía. En 1896, a la
edad de 25 años, publicó su primer libro, una colección de reseñas y de relatos cortos llamada Les
Plaisirs et les jours. Pero para entonces también
había empezado una novela larga, que abandonó
al cabo de varios años, y que fue publicada apenas
en 1952, con el título de Jean Santeuil. Tanto en
los relatos como en la primera novela hay mucho
material que posteriormente fue transformado
en escenas de À la recherche. Pero, a todas luces,
Jean Santeuil fue para Proust simple y sencillamente una historia autobiográfica; no había adquirido el amplio diseño general y la consecuente
profundidad de significación en el detalle, que su
autor habría de alcanzar en la historia de Marcel.
Proust fue un entusiasta lector de Ruskin y publicó traducciones de La biblia de Amiens y de Sésamo y lirios. En 1908 dio a conocer una serie de brillantes parodias de escritores franceses del siglo
xix, en las que mostraba sorprendentemente su
propio don de observar y crear matices de estilo, lo
que tal vez fue un paso decisivo en la búsqueda de
una voz personal distinta, descubierta mediante
la necesaria recusación. (Esos trabajos fueron publicados en forma de libro en 1919, en el volumen
de Pastiches et Mélanges.) Luego, Proust abordó un
ensayo largo y hostil contra el crítico Sainte-Beuve.
Quería distinguir su propia concepción de la literatura de aquella de Sainte-Beuve, quien insistía en el
escritor y no en el libro; sin embargo, aquella obra
poco a poco pasó de ensayo a una serie de lo que parecían ser episodios de una novela. Una vez más,
sus escenas aparecerían bajo una nueva forma en À
la recherche. (Pero, como Jean Santeuil, el libro, que
llevaba por título Contre Sainte-Beuve, no fue publicado sino muchos años después de la muerte de
Proust, en 1954.)
Fue en 1909 —tal vez en parte a través del incidente del pan tostado con sabor a té— cuando el tema y
la forma de su gran novela parecieron quedar finalmente claros para Proust. Como ya hemos visto, en
1910 entraron en su habitación los paneles de corcho.
En lo sucesivo y hasta su muerte, habría de encontrar
la felicidad antes que nada trabajando en su libro.
16
La busca del tiempo perdido, como dice correctamente el título, iba a ser la clave para él. Pero ello no
sólo significa el redescubrimiento de la niñez, impresión ésta que podríamos recibir, incidentalmente, de la lectura de la biografía de Proust, notable
por otros conceptos, debida a George D. Painter. À
la recherche es una odisea mucho más compleja que
eso, en la cual el “tiempo perdido” que se busca llega
a incluir los largos años de rica experiencia, durante los cuales Marcel anda oscuramente tras él.
El descubrimiento final de Marcel, mucho después de la guerra de 1914-1918, es —como el de
Proust en 1909— el descubrimiento de cómo escribir su libro. Pero, aun siendo importante, ese descubrimiento se halla lejos de ser el propósito abrumador de la obra. Antes bien, es lo que nos permite
disfrutar del libro, con toda su demás riqueza de interés. Sería menos importante que Marcel recordara, si no hubiera tanto por recordar.
Esa enorme riqueza de interés, y la exuberancia
con que se crea y se nos trasmite, es lo primero por
subrayar en un estudio de la novela de Proust. Desde
cierto punto de vista, À la recherche es como un tremendo chisme, como las memorias del siglo xviii del
duque de Saint-Simon, a quien la abuela de Marcel
cita constantemente. Muy al final de la historia, Marcel regresa con su madre de Venecia cuando se enteran de dos matrimonios inesperados entre sus aristocráticos amigos. De regreso en París y en el comedor
de su casa, la noticia los hace empezar a recordar. “De
ese modo siguió allí —dice Marcel— una de esas largas
conversaciones en que la sabiduría no de las naciones
sino de las familias, tomando algún acontecimiento,
una muerte, una boda, una bancarrota, y poniéndolo
bajo el vidrio de aumento de la memoria, lo realza… Es
la sabiduría inspirada por la Musa… que ha recogido
todo lo desechado por las Musas más exaltadas de la
filosofía y del arte, todo lo que no se basa en la verdad,
todo lo que es meramente contingente, pero que revela también otras leyes: la Musa de la Historia.” Aunque
Marcel le conceda sólo un sitio inferior a los más altos,
esa Musa inspira gran parte de lo que más impresiona
en su narrativa.
En cuanto al conocimiento íntimo de las otras
verdades —las verdades “de la filosofía y del arte”—
que se hallan bajo esa evidente intensidad, podemos examinar otra escena, aquella en que Marcel
es invitado por primera vez a una velada en casa de
la princesa de Guermantes. En el jardín de la princesa hay una fuente del siglo xviii, supuestamente
diseñada por un pintor real, Hubert Robert. Proust
(o Marcel) la describe así: “En un claro rodeado de
hermosos árboles, varios de los cuales eran tan viejos como ella, puesta aparte, se la ve de lejos, esbelta, inmóvil y rígida, sin dejar agitar por la brisa nada
que no fuera la caída más leve de su penacho pálido
y tembloroso… Pero vista de cerca se comprendía
que era un chorro de agua que cambiaba constantemente… y que sólo de lejos lograban sus mil lanzas separadas dar la impresión de un solo impulso.
A decir verdad, éste se interrumpía con tanta frecuencia como la dispersión de la caída, mientras
que a distancia me había parecido denso, inflexible
y continuo.”
En esa fuente podemos encontrar muchas analogías con la obra de Proust, y no cabe duda de que
así fue su intención. La ilusión que produce un solo
chorro continuo es exactamente el tipo de ilusión
que crean la murmuración y la historia, una ilusión seductora que incluso el propio Marcel acepta y nos permite compartir a veces con él. Pero, al
mirar de cerca, no se ve un solo chorro sino “mil
lanzas separadas”. Del mismo modo, Marcel nos
revela y nos muestra la múltiple separación que
en realidad existe en la experiencia humana. Las
personas están separadas entre sí: no se entienden unas a otras, viven de fantasías sobre el prójimo, en que difícilmente tiene cabida la verdad.
La impresión general coherente, que un extraño
pueda recibir de una relación, no tiene nada en común con lo que sienten las personas involucradas
en ella. Hay separación incluso en la propia experiencia individual: una impresión, una emoción no
guardan relación con otras. Éstas son algunas de
las verdades que quisiera enseñarnos la “Musa de la
filosofía” de Proust.
En parte, la búsqueda de Marcel consiste en encontrar el modo de narrar esa angustiosa separación: y aquí, además de la ilusión humana, la fuente puede tener otro significado simbólico. También
puede simbolizar el arte, los medios por los cuales,
a
como llega a pensar Marcel, se puede superar la separación, con éxito aunque con dificultad. No debemos olvidar que un pintor hizo esa fuente, como
tampoco debemos olvidar nada de lo que leamos
en la obra de Proust a medida que avanzamos,
pues, en realidad, en el libro todo se vincula a todo.
Los propios pasajes citados se pueden considerar
como la fuente. El lector habrá notado varias series
de puntos suspensivos donde he omitido partes.
Con esas omisiones he dado a los pasajes un “solo
impulso” más evidente. A lo largo de todo el texto,
ese impulso se interrumpe como la subida y la caída
del agua de la fuente.
En otra parte de la novela podemos encontrar
una analogía donde el tono es enteramente distinto. En un gracioso pasaje se describe el modo en que
una de las damas más simpáticas de Proust, la anciana marquesa de Cambremer, escribe sus cartas.
Las personas cultas observaban en aquel entonces
la “regla de los tres adjetivos”: para describir las cosas hay que usar siempre tres adjetivos. “Lo curioso
de ella —se nos cuenta— era que la secuencia de los
tres epítetos adoptaba en las cartas de madame de
Cambremer no el aspecto de una progresión sino el
de un sustraendo.” Cuando invita a Marcel a cenar
le dice que estará “encantada, feliz y contenta” de
verlo. Marcel especula que “su deseo de ser amable
superaba la fertilidad de su imaginación”. Es difícil
creer que cualquier deseo haya podido rebasar la
fertilidad imaginativa de Proust. Pero, de manera
desconcertante, también él dejará correr una idea
hacia una segunda o una tercera formulación, cada
una de las cuales establece relaciones que lo llevan
muy lejos del punto que, sobre algún concepto simple, se podría haber esperado que demostrara.
Para explicarnos lo que ocurre, podemos considerar una descripción que Proust hace de la música para piano de Chopin. Casualmente, se incluye
en otro episodio sobre madame de Cambremer. De
niña, la marquesa ha aprendido a tocar a Chopin y
aun le gustan “aquellas frases largas y sinuosas…
tan libres, tan flexibles y tan táctiles que empiezan saliendo y explorando muy fuera y muy lejos de
la dirección en que partieron, mucho más allá del
punto al que se habría esperado que llegaran sus
notas, y que se divierten en esas fantásticas desviaciones, sólo para volver más deliberadamente —con
una reiteración más premeditada y con mayor precisión, como en un cuenco de cristal que reverbera
hasta alcanzar cierta exquisita agonía— a cautivarnos el corazón”. Como el Chopin que se describe en
esa cita, Proust sólo parte en una dirección inesperada con objeto de allanar el camino para volver,
con frecuencia mucho después, a algún tema fundamental que crecerá hasta la plenitud.
Toda la concepción de la novela lo demuestra.
Debe haber exigido una extraordinaria confianza por parte de Proust empezar su gran retrato de
Marcel con una larga historia acerca de Charles
Swann —un hombre de tanta edad como el padre
de Marcel—, el hombre rico de moda cuyos amores
con la cocotte Odette ocuparán el grueso de la primera parte de la novela, Du côté de chez Swann. Pero
la descripción de la frase de Chopin nos da la clave
de la intención de Proust al respecto. En los amores,
por lo demás enteramente distintos, de Marcel con
Albertina, que dominan la parte intermedia de la
novela, las “notas” de Du côté de chez Swann se repiten exactamente como Proust dice: “con una reiteración más premeditada, con mayor precisión”, de
suerte que la novela “reverbera hasta alcanzar cierta exquisita agonía”. Lo cual es uno de los muchos
triunfos del libro sobre la separación.W
Traducción de Jorge Ferreiro.
Derwent May, crítico literario y ornitólogo, es
autor de Critical Times: The History of the Times
Literary Supplement.
NOVIEMBRE DE 2013
Ilustración: . TO M A DA D E L’ E N C YC LO P É D I E : L E S I L LU S T R AT I O N S C O M P L E T E S ( 1 76 2-7 7 )
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
El pasado 5 octubre fue el cumpleaños 300 de Denis Diderot, el philosophe por
antonomasia. Por falta de espacio en nuestra entrega anterior, sólo ahora rendimos homenaje
al mayor de los enciclopedistas recuperando para nuestros lectores este mordaz texto sobre la
vanidad de los escritores en el que, por contraste, plantea su credo de modestia,
tenacidad y ascetismo
ENSAYO
Autores y críticos
DENIS DIDEROT
L
os viajeros hablan de una especie de hombres salvajes
que lanzan flechas envenenadas contra todo el que pasa.
Es la viva imagen de nuestros
críticos.
¿Os parece exagerada esta
comparación? Me concederéis al menos que se parecen
bastante a un hombre solitario que vivía en un valle rodeado de colinas por todas partes. Para él, ese espacio limitado era todo el
universo. Daba un paso, recorría con la mirada su
estrecho horizonte, y exclamaba: “Sé todo; he visto todo.” Pero un día tuvo la tentación de ponerse en camino y de acercarse a algunos objetos que
escapaban a su vista: trepa a la cima de una de las
colinas. Cual no sería su estupor al ver el inmenso espacio que se extendía ante sus ojos. Entonces,
cambiando de opinión, dijo: “No sé nada; no he visto nada.”
He dicho que nuestros críticos se parecen a ese
hombre; me he equivocado: permanecen en el fondo
de su choza, y nunca pierden el alto concepto que tienen de sí mismos.
El papel de un escritor es un papel bastante vano;
es el de un hombre que se cree en grado de dar lecciones al público. ¿Y el papel del crítico? Es más
vano aún; es el de un hombre que se cree en grado
de dar lecciones a quien se cree en grado de darlas al
público.
NOVIEMBRE DE 2013
El escritor dice: “Señores, escuchadme, puesto que soy vuestro maestro.” ¡Y el crítico!: “Es a mí,
señores, a quien hay que escuchar puesto que soy el
maestro de vuestros maestros.”
Por su parte, el público toma partido. Si la obra del
escritor es mala, se burla de ella; igual que de las observaciones del crítico si son falsas.
Tras lo cual, el crítico exclama: “¡Oh, tiempos!,
¡oh, costumbres! ¡Se ha perdido el buen gusto!” Y ya
se ha consolado.
Por su cuenta, el escritor acusa a los espectadores, a
los actores y a la cábala. Llama a sus amigos; les lee su
obra antes de representarla: está destinada al triunfo. Pero vuestros amigos, ciegos o pusilánimes, no se
atreven a deciros que es una pieza sin carácter, sin
personajes y sin estilo; y creedme, el público casi nunca se equivoca. Vuestra obra fracasa porque es mala.
—Pero también vaciló El misántropo, antes de tener éxito, ¿no?
Es verdad. ¡Qué socorrido, después de un fracaso,
poder contar con este ejemplo! También lo recordaré
yo, si alguna vez estreno una obra y me la silban.
La crítica se comporta de modo diverso con los
vivos y con los muertos. ¿Ha muerto un escritor? Se
encarga de destacar sus cualidades y de paliar sus
defectos. ¿Vive? Lo contrario: destaca sus defectos
y olvida sus cualidades. Y esto tiene una explicación:
se puede corregir a los vivos; con los muertos no hay
nada que hacer.
Sin embargo, el censor más severo de una obra es
el propio escritor. ¡Cuánto se mortifica a sí mismo!
a
Sólo él conoce el defecto secreto; casi nunca es el que
señala la crítica. Esto me ha recordado a menudo lo
que decía un filósofo: “¿Hablan mal de mí? ¡Ah, si me
conocieran como yo me conozco!…”
Los escritores y los críticos de la antigüedad
empezaban por instruirse; no entraban en la carrera de las letras hasta no haber salido de las escuelas de filosofía. ¡Cuánto tiempo guardaba el escritor su obra antes de darla a conocer al público!
De ahí esa corrección que no se debe más que a los
consejos, a la lima y al tiempo.
Nosotros nos preocupamos demasiado por publicar: pero quizá nos falta inspiración y honestidad
cuando cogemos la pluma.
Si el sistema moral está corrompido, el arte será
falso.
La verdad y la virtud son las amigas de las bellas
artes. ¿Queréis ser escritor?, ¿queréis ser crítico?:
comenzad por ser honrados. ¿Qué se puede esperar
del que es incapaz de conmoverse profundamente?
¿Y qué puede conmoverme más que la verdad y la
virtud, las dos cosas más pujantes de la naturaleza?
Si me aseguran que un hombre es avaro, me costará trabajo creer que pueda producir algo grande.
Ese vicio empequeñece el espíritu y endurece el corazón. Las desgracias públicas no cuentan nada para
el avaro. A veces se alegra de ellas. Es duro. ¿Cómo
podrá hacer algo sublime? Está constantemente agazapado sobre su caja de caudales. Ignora la velocidad
del tiempo y la brevedad de la vida. Reconcentrado
en sí mismo, no hace caridad. Valora más un peda-
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50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
AU TORES Y CRÍTICOS
zo de metal amarillo que la felicidad de su semejante.
Nunca ha conocido el placer de dar al que lo necesita,
de olvidar al que sufre, de llorar con el que llora. Es
mal padre, mal hijo, mal amigo, mal ciudadano. Para
excusar su propio vicio ha creado un sistema que inmola todos los deberes a su pasión. Si se propusiera
pintar la conmiseración, la liberalidad, la hospitalidad, el amor a la patria, al género humano, ¿dónde iba a encontrar los colores? Cree, para sus adentros, que esas cualidades no son más que caprichos
y locuras.
Después del avaro, para el que todos los medios
son viles y pequeños, y que incluso se atrevería a cometer un delito con tal de conseguir dinero, el hombre de genio más limitado, más capaz de hacer el
mal, el menos dotado para lo verdadero, lo bueno y lo
bello, es el supersticioso.
Después del supersticioso, el hipócrita. El supersticioso tiene la vista turbia; el hipócrita, el corazón
falso.
Si sois un bien nacido, si la naturaleza os ha dado
un espíritu recto y un corazón sensible, escapad durante una temporada de la sociedad de los hombres;
id a estudiaros a vos mismo. ¿Cómo puede dar un
instrumento la nota justa si está desafinado? Elaborad nociones exactas de las cosas; comparad vuestra
conducta con vuestros deberes; volveos honrado, y
no creáis que este trabajo y este tiempo que tan bien
empleados están para el hombre, no aprovechen al escritor. De la perfección moral que hayáis establecido
en vuestro carácter y en vuestras costumbres, brotará un matiz de calidad y de justicia que se derramará
sobre todo lo que escribáis. Si tenéis que describir el
vicio, no olvidéis cuán contrario es al orden general y
a la felicidad pública y particular; así lo describiréis
con firmeza. Si tenéis que describir la virtud, ¿cómo
podríais lograr que los otros la amen, si vos no sois
virtuoso? Al regresar entre los hombres, escuchad
mucho a los que hablan bien; y hablad a menudo con
vos mismo.
Amigo mío, vos ya conocéis a Aristo;1 acerca de
él quiero contaros lo que sigue. Tenía entonces cuarenta años. Se había entregado intensamente el estudio de la filosofía. Se le apodaba el filósofo porque
no tenía ambiciones, era honrado, y la envidia nunca
había alterado ni su dulzura ni su calma. Por lo demás, su talante era grave; sus costumbres, severas;
sus razonamientos, austeros y simples. El manto de
un viejo filósofo era casi la única cosa que le faltaba,
porque era pobre y estaba contento con su pobreza.
Un día se propuso conversar algunas horas con
sus amigos sobre la literatura o la moral, porque no
le gustaba hablar de los asuntos públicos. Pero sus
amigos no acudieron, y decidió pasearse solo.
Frecuentaba pocos lugares donde los hombres se
reúnen. Le gustaban más los sitios apartados. Caminaba como soñando, y decía: “Tengo cuarenta años.
He estudiado mucho; me llaman el filósofo. Sin embargo, si se presentase alguien que me dijese: ‘Aristo,
¿qué es lo verdadero, lo bueno y lo bello?’, ¿tendría
pronta la respuesta? No. ‘Pero, cómo, Aristo, ¿no sabéis qué es lo verdadero, lo bueno y lo bello? ¡Y permitís que os llamen el filósofo!’”
Tras algunas reflexiones sobre la vanidad de los
elogios que se prodigan sin conocimiento y que se
aceptan sin pudor, se puso a buscar el origen de esas
ideas fundamentales de nuestra conducta y de nuestros juicios; así seguía razonando consigo mismo:
“Quizás no haya en la entera especie humana dos
individuos que tengan un ligero parecido. La organización general, los sentidos, el aspecto exterior, las
vísceras, son muy diversas. Las fibras, los músculos,
los sólidos, los fluidos, son muy diversos. El espíritu,
la imaginación, la memoria, las ideas, las verdades,
1La descripción que Diderot hace de Aristo refleja su propia personalidad. De hecho, la edición de J. Morland (Mercure de France, 1914) publica
un “juicio de Diderot sobre sí mismo” que coincide escrupulosamente con
el retrato de Aristo. Diderot utiliza también su sosías Aristo en El paseo
del escéptico, “conversación sobre la religión, la fi losofía y el mundo”. En
ese libro, Aristo —construido a imagen y semejanza de Diderot— habla de
tres senderos entre los que hay que elegir uno: el de las espinas, los castaños y las flores. Representan respectivamente el cristianismo ortodoxo, la
fi losofía y los placeres carnales de la vida. Diderot-Aristo se inclina más
por el camino de los castaños. No obstante esto, Berryer, lugarteniente
general de policía, tras leer el libro, sentenció: “Este miserable Diderot es
un hombre muy peligroso que habla con desprecio de los sacros misterios
de nuestra religión.”
Varios de los conceptos expresados por Diderot-Aristo aparecen también esparcidos en otras obras del enciclopedista. Sin ir más lejos, en las
Memorias para Catalina II, Diderot insiste sobre uno de sus temas favoritos: “La inclinación hacia el elogio de lo verdadero, lo bello y lo bueno es
tan natural en las bellas artes, que es verdaderamente raro que un gran
hombre haga una obra deshonesta.”
18
los prejuicios, los alimentos, los ejercicios, los conocimientos, los estados, la educación, los gustos, la
fortuna, los talentos, son muy diversos. Los objetos,
los climas, las costumbres, las leyes, los hábitos, los
usos, los gobiernos, las religiones, son muy diversas.
Entonces, ¿cómo va a ser posible que dos hombres
tengan precisamente el mismo gusto o las mismas
nociones sobre lo verdadero, lo bueno y lo bello? La
diversidad de la vida y la variedad de los acontecimientos bastarían por sí solos para justificar toda
clase de opiniones.
”Y esto no es todo. En el mismo hombre todo se encuentra en una perpetua vicisitud, bien sea si consideramos el aspecto físico o el aspecto moral: la pena sucede al placer, el placer a la pena; la salud a la enfermedad, la enfermedad a la salud. Únicamente gracias a la
memoria somos un mismo individuo para los otros y
para nosotros mismos. Con la edad que tengo, puede
que ya no me quede en el cuerpo ni una sola molécula
de las que tenía al nacer. Desconozco el límite prescrito a mi existencia; pero cuando llegue el momento de
devolver mi cuerpo a la tierra, seguramente ya no le
quedará ninguna de las moléculas que tiene ahora. El
alma es diferente en los diversos periodos de la vida.
Yo balbuceaba de niño; ahora creo razonar, pero, razonando y todo, el tiempo pasa y retorno al balbuceo.
Tal es mi condición y la de todos. Así pues, ¿cómo va a
ser posible que haya uno solo entre nosotros que conserve el mismo gusto a lo largo de toda su existencia,
que defienda las mismas opiniones siempre sobre lo
verdadero, lo bueno y lo bello? Las revoluciones, causadas por la tristeza y la maldad de los hombres, bastarían por sí solas para alterar sus opiniones.
”Entonces, ¿está condenado el hombre a no ponerse de acuerdo ni con sus semejantes ni consigo
mismo acerca de los únicos objetos que le importa
conocer: la verdad, la bondad, la belleza? ¿Son estas cosas, locales, momentáneas y arbitrarias, palabras vacías de sentido? ¿No hay nada que sea como
es? ¿Una cosa es verdadera, buena y bella cuando
me lo parece? En fin, todas nuestras disputas sobre
el gusto se podrían resolver con esta proposición:
nosotros somos, vos y yo, dos seres diferentes; y yo
mismo, ¿es que no soy diverso a cada instante?”
Aquí Aristo hizo una pausa; luego prosiguió:
“Ciertamente nuestras disputas no tendrán fin
hasta que cada uno se considere tanto modelo como
juez. Debe haber tantas medidas cuantos hombres,
y el mismo hombre tendrá tantos módulos diferentes como períodos sensiblemente diferentes haya
en su existencia.
”Esto me basta, me parece, para sentir la necesidad de buscar una medida, un módulo fuera dé mí.
Mientras no lo consiga, la mayor parte de mis juicios serán falsos y todos ellos, inciertos.
”Pero, ¿dónde encontrar la medida invariable
que busco y que me falta?… ¿En un hombre ideal
que yo me formaré, a quien presentaré los objetos
sobre los que deberá pronunciarse, y a quien me
ceñiré hasta no ser más que su eco fiel?… Pero ese
hombre será obra mía… ¡Qué importa si le creo a
partir de elementos permanentes…! Pero, esos elementos permanentes, ¿dónde están?… ¿En la naturaleza?… Sea, pero, ¿cómo ensamblarlos?… La cosa
es difícil, ¿o será imposible?… Cuando desespere de
poder formarme un modelo perfecto, ¿se me dispensará de intentarlo?… No… Intentémoslo pues…
Pero, ¿a qué me he comprometido habida cuenta de
que el modelo de belleza, aquel a quien se refirieron
en todas sus obras los antiguos escultores, les costó tantas observaciones, estudios y fatigas? Sin embargo, es preciso hacerlo, o bien oírse llamar Aristo
el filósofo, y enrojecer.”
En este punto, Aristo hizo una segunda pausa
un poco más larga que la primera; tras la cual continuó: “A primera vista, compruebo que el hombre
ideal que busco es un ser compuesto como yo, y que
los escultores, al determinar cuáles son las proporciones más bellas de este hombre, han plasmado
una parte de mi modelo… Sí. Tomemos una estatua
y animémosla… Démosle los órganos más perfectos
que un hombre pueda tener. Dotémosla de todas las
cualidades que un mortal pueda poseer, y habremos
realizado nuestro modelo ideal… Sin duda… ¡Pero
qué estudio!, ¡qué trabajo! ¡Cuántos conocimientos físicos, naturales y morales hay que acumular!
No conozco ninguna ciencia, ningún arte en el que
no me haya tenido que versar profundamente. Sólo
así podré yo poseer el modelo ideal provisto de toda
verdad, toda bondad y belleza… Claro que no seré
capaz de formar ese modelo general ideal a menos
a
de que los dioses no me concedan su inteligencia
y me prometan su eternidad: heme aquí de nuevo
inmerso en las incertidumbres de las que me proponía liberar.”
Aristo, triste y pensativo, se detuvo de nuevo en
este punto. “Pero, ¿por qué —prosiguió tras un momento de silencio— no imito yo también a los escultores? Ellos se han fabricado un modelo que se acomoda a sus exigencias; yo tengo las mías… Que el literato se haga un modelo ideal con el más perfecto
de los literatos, y que juzgue por boca de este hombre
las producciones de los otros y las suyas propias. Que
el filósofo haga igual… Todo lo que parezca bueno y
bello a su modelo, lo será. Éste es el mecanismo de
sus decisiones… El modelo ideal será tanto más apreciable y severo cuanto más amplios sean sus conocimientos… No hay nadie, y no puede haber nadie, que
juzgue que todo es igualmente verdadero, bueno y
bello. No: y es quimérico creer que el hombre de buen
gusto es quien lleva en sí mismo el modelo general
ideal de toda perfección.
”Pero, ¿qué uso haré —cuando lo tenga— de ese
modelo ideal que es propio de mi calidad de filósofo,
ya que se me quiere llamar así? El mismo que han
hecho del que tenían los pintores y los escultores.
Lo modificaré según las circunstancias. Ésta es la
segunda reflexión a la que ahora me dedicaré.
”El estudio encorva al literato. El ejercicio hace
más marcial la marcha del soldado. La costumbre
de llevar fardos dobla los riñones al mozo de cuerda.
La mujer gorda echa la cabeza para atrás. El jorobado mueve sus brazos de forma distinta del que no lo
es. Éstas son observaciones que, multiplicadas hasta el infinito, forman al escultor y le enseñan a alterar, fortalecer, debilitar, desfigurar y transformar a
su antojo el modelo ideal. El estudio de las pasiones,
costumbres, caracteres, usos, enseñará al pintor del
hombre a alterar su modelo y a no considerar al hombre a secas, sino al hombre bueno o malo, paciente o
colérico.
”De esta forma, de un solo simulacro emanará una
infinita variedad de representaciones diferentes destinadas a la escena o al lienzo. ¿Se trata de un poeta?
¿Se trata de un poeta que compone? ¿Qué compone,
una sátira o un himno? Si una sátira, debe enfurecerse: poner la vista torva, la cabeza hundida entre los
hombros, la boca cerrada, los dientes apretados, la
respiración contenida y ahogada. ¿Se trata de un himno? Debe entusiasmarse: tener la cabeza alta, la boca
entreabierta, la vista perdida en el cielo, aire de inspiración y de éxtasis, la respiración ansiosa y jadeante.
Conseguido el éxito, ¿no tendrá visos diferentes la alegría de estos dos hombres?”
Tras esta conversación consigo mismo, Aristo
pensó que todavía tenía mucho que aprender. Volvió a su casa. Se encerró durante quince años. Se
dedicó a la historia, a la filosofía, a la moral, a las
ciencias y a las artes; y, a los cincuenta años, fue un
hombre honrado, un hombre instruido, un hombre
de buen gusto, gran escritor y excelente crítico.
nota del traductor: Éste es un escrito difícil
de clasificar, pero que puede leerse perfectamente
por separado. Así procede la edición de André Billy
(Oeuvres, de Diderot, Bibliotheque de la Pléiade).
Sin embargo, Des Auteurs et des critiques constituye
el capítulo xxii y el final del Discurso sobre la poesía dramática, que Diderot incluyó como colofón de
su obra de teatro El padre de familia (1758). “Autores
y críticos”, aparte de ser un compendio del pensamiento literario de Diderot, contiene también una
especie de “acción narrativa”: la divertida peripecia
intelectual de Aristo.W
Hemos tomado este texto de Esto no es un cuento,
publicado por Alianza Editorial en 1974, con la
traducción y notas de Luis Pancorbo.
Denis Diderot es autor de Carta sobre el comercio de
libros (Colección Popular, 2003), esa lúcida lección
sobre las dificultades de producir y vender papel
manchado de tinta.
NOVIEMBRE DE 2013
Fotografía: © O F I C I N A D E P R E N S A D E L A C A S A B L A N C A ( W H P O)
ENSAYO
John F. Kennedy:
¿la aniquilación de un proyecto de paz?
Ó S C A R X AV I E R A LT A M I R A N O
El 22 de este mes se cumplirá medio siglo del
asesinato de Kennedy. Para los apologistas del
entonces presidente, con su muerte se segó una
posibilidad de construir la paz mundial.
Al Fondo le ha interesado desde hace tiempo esa
época, como puede ver quien se asome a obras como
El imperio del caos de Alain Joxe, Génesis de
la segunda Guerra Fría de Fred Halliday o Nueva
historia de la Guerra Fría de John Lewis Gaddis
NOVIEMBRE DE 2013
a
19
Fotografía: © R E U T E R S /A B B I E R O W E /C A S A B L A N C A B I B L I OT E C A P R E S I D E N C I A L J O H N F. K E N N E DY. J O H N F. K E N N E DY Y J AC K I E K E N N E DY, 3 D E M AYO D E 1 9 6 1
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
/
JOHN F. KENNEDY: ¿LA ANIQUILACIÓN DE UN PROYECTO DE PAZ?
E
l Fuerza Aérea Uno volvía
de Hawái tras la Conferencia Nacional de Alcaldes. El
presidente Kennedy había
exhortado a la cooperación
para contener la crisis de los
derechos civiles desatada
aquel verano. Era el 10 de junio de 1963. Al noroeste de
Washington, en el Campo
Atlético Reeves, cansado y sin rasurar, Ted Sorensen —asesor especial y principal redactor de discursos del presidente— tomó asiento para escuchar el
discurso con motivo de la ceremonia de graduación
en la Universidad Americana, una institución apta
para “todos lo que desean aprender, cualquiera que
sea su color o su credo”, un lugar de belleza espléndida porque —parafraseando a John Masefield— es
donde “aquellos que detestan la ignorancia pueden
esforzarse para saber, donde aquellos que perciben
la verdad pueden esforzarse para hacer que otros
vean”.
“He elegido este tiempo y lugar —dijo Kennedy—
para discutir un tema en el que demasiado a menudo abunda la ignorancia, y la verdad es percibida demasiado raramente. Y es ése el tema más importante sobre la tierra: la paz. ¿A qué tipo de paz
me refiero, y qué tipo de paz perseguimos? No una
Pax Americana, impuesta en el mundo por armas de
guerra estadunidense. No la paz de la tumba o la seguridad del esclavo. Hablo de paz genuina, del tipo
de paz que hace la vida en la tierra digna de vivirse, del tipo que permite, para hombres y naciones,
crecimiento y esperanza, y la construcción de una
vida mejor para sus hijos. No solamente paz para los
estadunidenses, sino paz para todos los hombres
20
y mujeres; no solamente paz para nuestro tiempo,
sino para todos los tiempos.”
En 2003, cuarenta años después, Sorensen reflexionaba en el World Policy Journal sobre la variedad de respuestas suscitadas por el discurso de
Kennedy. En suelo británico The Manchester Guardian lo había llamado “uno de los grandes documentos de Estado de la historia estadunidense”. Y
mientras la dirigencia soviética permitía su publicación y retransmisión en ruso, en los Estados Unidos “los críticos lo descalificaron por promulgar
‘una línea suave que no logrará nada… un terrible
error’”. A diferencia de sus antecesores, tras la crisis de los misiles que llevó al mundo al borde de la
guerra nuclear, Kennedy anunciaba una nueva actitud hacia la Unión Soviética y la Guerra Fría.
Aquí el testimonio de Sorensen, tras el recuerdo
de aquel día soleado: “Después de hablar en la Universidad Americana, el 10 de junio, Kennedy firmó
la Ley de Igualdad Salarial, que prohibió la discriminación salarial contra las mujeres. El 11 de junio
supervisó la admisión exitosa de los dos primeros
estudiantes negros en la Universidad de Alabama,
enfrentándose al gobernador George C. Wallace y
su amenaza teatral de ‘pararse en la entrada’. Esa
misma tarde, en transmisión televisiva a nivel nacional, el presidente pidió terminar con toda discriminación racial legalizada, y envió al Congreso
poco después la más completa legislación en derecho civil del siglo. Esa misma semana anunció el
establecimiento de una ‘línea directa’ vinculando
a Moscú y Washington. El 23 de junio, comenzó la
visita a Alemania que culminó en Berlín occidental
tres días después, donde reconoció el coraje de sus
ciudadanos y concluyó sus comentarios con la afirmación, ‘Como hombre libre, me enorgullezco de
a
las palabras Ich Bin Ein Berliner!’ Menos de un mes
después, el presidente firmó el Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, el primer gran acuerdo
de control de armas de la era nuclear.” A esto se suman los acuerdos para establecer el Banco Interamericano de Desarrollo, el estatus neutral de Laos,
la reglamentación de la energía nuclear, el comercio
de trigo y el intercambio cultural.
Como lo afirma Sorensen, en la Universidad
Americana Kennedy tuvo la visión de “un verdadero sistema de seguridad mundial” que no requiere
“que cada hombre ame a su prójimo, sólo que vivan
juntos, en tolerancia mutua, sometiendo sus controversias a una solución justa y pacífica”. Para ello
hizo un llamado al fortalecimiento de las Naciones
Unidas, primero asegurando su solvencia, para luego convertirlo en un instrumento más eficaz para la
paz, “capaz de resolver las disputas en base a la ley.”
En suma, recuerda Sorensen, “el Presidente Kennedy quería que los Estados Unidos mostraran el
camino por la fuerza del ejemplo, no por la fuerza de
las armas; por el uso multilateral de la diplomacia,
no por el uso unilateral de nuestro armamento, […]
confiando en diplomáticos inteligentes más que en
bombas inteligentes. […] A menudo decía que cualquier estallido de guerra representaría el fracaso
de todas sus políticas y esperanzas, tanto en casa
como en el exterior.”
La elegía memoriosa de Ted Sorensen concluye
con las palabras finales del discurso. Para el perenne
desconcierto de los escépticos —que vieron en su política exterior la mera continuación de la norma política—, el presidente Kennedy, veterano también de la
segunda Guerra Mundial, declaraba: “No queremos
guerra. […] Esta generación de estadunidenses ya ha
tenido suficiente —más que suficiente— con la guerra,
NOVIEMBRE DE 2013
50, 85, 100, 300. SUMA DE ANIVERSARIOS
JOHN F. KENNEDY: ¿LA ANIQUILACIÓN DE UN PROYECTO DE PAZ?
el odio y la opresión. Estaremos preparados si otros
los desean. […] Confiados y sin temor, trabajamos
no hacia una estrategia de la aniquilación, sino hacia una estrategia de la paz.”
Poco más de tres meses “después de anunciar el
Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares, Kennedy estaba muerto, acribillado por un asesino. Las
enredadas tensiones de la Guerra Fría persistieron
por otros 30 años”, con el consecuente agravante de
que “en años recientes, Washington ha dado marcha atrás a la estrategia de Kennedy para la paz, lejos de los tratados y el derecho internacional, lejos
de las Naciones Unidas, lejos de nuestros aliados,
lejos del control de armas y la búsqueda de la paz”.
Sorensen, uno de los más cercanos asesores de
Kennedy —quien lo llamó “su banco de sangre intelectual”—, colaboró en la política interna así como
externa tras el fiasco en la Bahía de Cochinos, y
tuvo a su cargo la grave encomienda de redactar la
correspondencia entre Kennedy y Nikita Jrushchov
durante la crisis de los misiles. Al poco tiempo del
asesinato, Sorensen dejó la Casa Blanca para escribir la biografía Kennedy (1965), mejor considerada
como una obra maestra del memoir, basada en conocimientos de primera mano, sólo comparable a la
biografía A Thousand Day’s de Arthur Schlesinger,
a quien, como cronista y asistente especial de Kennedy, se le consideró parte de los historiadores de
“la Corte”.
¿Por qué una nación que
se propone cazar a Hussein,
y lo atrapa; que se propone
atrapar a Bin Laden,
y lo logra; no consigue
esclarecer el asesinato
de su propio presidente?
Para el ya fallecido Ted Sorensen (quien también
colaboraría en el discurso inaugural de Obama en
2009), “hemos dado la espalda a los tratados elogiados por el presidente Kennedy”, lo mismo bajo administraciones republicanas que demócratas. Y tras la
desgracia de Vietnam, el malestar se ha sustituido
“por un nuevo entusiasmo por la guerra”, dando lugar a una “preferencia por la invasión en lugar de la
persuasión”. La Guerra Fría habrá quedado atrás
pero, advierte, “el prospecto de la destrucción nuclear no ha terminado” pues los “arsenales nucleares de la antigua Unión Soviética están débilmente
resguardados” y sus científicos son “cortejados por
Estados terroristas”. Las armas químicas y biológicas proliferan “más allá de nuestro conocimiento y
capacidad de control”. Declarar la guerra al islam “a
causa de un pequeño puñado de fanáticos” no es la
respuesta al terrorismo, y la caída de Hussein, lejos
de ser el resultado de un ataque preventivo exitoso
(perpetrado sin justificación legal o evidencia creíble), es un “maná gratuito para los terroristas”, un
ejemplo contagioso que sólo promueve “la ley de la
selva”.
En opinión de Sorensen, “si nuestro objetivo es ganar las guerras que nosotros mismos comenzamos,
entonces estamos haciéndolo bien hasta ahora, pero
no tan bien si vamos a honrar a la estrategia de paz
de John F. Kennedy”. ¿Qué implicaría esta estrategia hoy? Cinco pasos: uno, “revertir la oposición de
Washington a la nueva Corte Penal Internacional”
para juzgar crímenes de guerra, genocidio y agresión (el mismo que George W. Bush se negó a suscribir temiendo la no inmunidad del personal militar
estadunidense a los posibles crímenes de guerra);
dos, revertir el error cometido en 1984, cuando los
Estados Unidos cesaron su participación en la Corte Internacional de Justicia; tres, “completar la red
de tratados que prohíben el uso, posesión y distribución de armas de destrucción masiva, químicas, biológicas o nucleares”; cuatro, el fortalecimiento de las
Naciones Unidas; quinto, dar la misma atención “a la
guerra más importante de este siglo, la guerra contra
la pobreza global”, pues “se estima que todos los niños
del mundo pueden contar con una atención médica
NOVIEMBRE DE 2013
adecuada si dedicamos a ese objetivo menos de la mitad del dinero gastado en nuestra guerra en Iraq”. A
grandes rasgos, éste es el legado que habría de materializarse si Estados Unidos honrase verdaderamente el proyecto de paz de John F. Kennedy. O al menos
así lo fue para Ted Sorensen, durante cuarenta y siete
años después de la tragedia.
Sin embargo, a lo largo de 50 años, nuestra memoria de Kennedy se ha debatido ante un panorama incierto, polarizado y frecuentemente infantil: la debatida “versión oficial” —difundida en los
medios dominantes de comunicación masiva—, el
periodismo sensacionalista —ávido de pistas que
revelen algún pasadizo oculto en el laberinto de
teorías (Oswald, rebeldes de la kgb, anticastristas, la mafia, Castro), la dosificada liberación de
documentos oficiales —muchos de ellos acotados
en pro de la “seguridad nacional”—, los intelectuales liberales —continuamente confrontados por el
establishment—, los hallazgos repentinos —que al
amparo de la evidencia circunstancial o “la prueba científica” aspiran a revelar una historia creíble,
para terminar a menudo con una teoría igualmente increíble y más bien lejana a la certeza compartida por el 60 por ciento de los estadunidenses: el
asesinato producto de una conspiración—. A esto se
suma JFK, la película de Oliver Stone de 1991, criticada por exaltar el mito americano que hace de
Kennedy un héroe solitario que, de haber vivido (y
de haber sido reelecto), habría retirado las tropas de
Vietnam, evitando la escalada y el eventual desastre, cuestión que, por su presunto nexo con el asesinato, dio lugar a un candente debate entre quienes
la consideran una mera conjetura, no sustentada
por el internal record, y quienes consideran precisamente lo contrario, alegando que Kennedy no sólo
habría evitado la escalada sino desacelerado la Guerra Fría, y propiciado un “acercamiento” con Cuba.
Así, los apologistas de Kennedy vinculan el asesinato con los grupos del poder interno, que se supone
vieron en él la amenaza de un “reformador radical”,
que habría de ser eliminado por una mano negra
asociada con la cia, a la extrema derecha y al complejo de la industria militar, con la consecuente tentación de desviar la mirada hacia el vicepresidente
Lyndon B. Johnson, bajo la sospecha de que, tras
asumir el poder, daría rienda suelta a la escalada,
poniendo en entredicho el aún incipiente proyecto
de paz promovido por un gobierno que los escépticos visualizan como el idílico Camelot, donde el legendario caballero resguarda el grial de una nueva
era. El argumento esgrimido plantea que el caballero, lejos de ser la paloma de la paz (dove) ferozmente
amenazada por halcones (hawks), es un “guerrero
de la Guerra Fría”, cuya política exterior no sólo no
se aparta de la norma sino que puede atribuírsele,
en alguna media, la escalada en Vietnam y la eventual aceleración de la Guerra Fría. Johnson, en este
caso, sería un continuador de la política exterior vigente durante la administración Kennedy.
La teoría, a ser documentada entre otros por Stephen Rabe, asumía la apariencia de una realidad
difícilmente disputable bajo el escrutinio del celebrado polemista Noam Chomsky en Rethinking Camelot (1993). Más que un gran angular, Chomsky
sacó el microscopio para analizar el núcleo de un
mito a su parecer insostenible, plasmado por Oliver
Stone, de la mano de John Newman, secundada por
Schlesinger, cuya opinión sobre el retiro de las tropas en Vietnam se vio modificada tras comprobarse
el desastre de la ofensiva de Tet. Así, “dos semanas
antes del asesinato, no hay una frase en el voluminoso registro interno que sugiera siquiera el retiro
sin la victoria”, de tal modo que “cuando el manto
pasa” al vicepresidente “nada sustancial cambia”,
no habiendo “nada más fácil que construir una
conspiración de alto nivel para deshacerse de este
‘reformador radical’”. Schlesinger y Newman han
modificado su versión para acomodarla al veredicto
de la historia. En consecuencia, Oliver Stone estaría equivocado, y Newman no habría hecho más que
aportar a la película una teoría sin fundamento.
No obstante, de la reiterativa microrrefutación
de Chomsky también se deduce que los hombres no
rectifican, que nada que no forme parte del internal record mayoritariamente impreso ha de considerarse, y que Kennedy no dejó rastro que lo diferencie sustancialmente de Reagan, siendo un mero
servidor, acatando órdenes. Si hemos de hacer caso
a Chomsky, y llevar su lectura hasta sus últimas
consecuencias, el Kennedy de la esfera pública, el
a
que se presentó en la Universidad Americana en
1963, es el más sincero de los demagogos y el más
honesto de los mentirosos; un político de superlativa duplicidad, sólo superado por el Ricardo III de
Shakespeare.
Así estaban las cosas cuando la película de Stone
desató la imprescindible protesta pública que culminó en la aprobación de la ley de 1992 para la recolección de registros, a desclasificarse gradualmente
hacia 2017. Desde entonces, documentos y grabaciones han salido a la luz dando lugar a recientes investigaciones. Death of a Generation (2003), de Howard
Jones, confiesa haber puesto en duda las aserciones
de los apologistas, para constatar en “la montaña de
documentos de Vietnam”, que el único alto funcionario “en constante oposición a no comprometer la
fuerza de combate” era “el presidente”. David Kaiser,
en American Tragedy (2000), documenta las repetidas ocasiones en que Kennedy “rechazó la casi unánime propuesta de sus consejeros para colocar un
gran número de tropas en Laos, en Vietnam del Sur o
en ambos países”. El eminente Robert Dallek llegó a
una conclusión similar, al decir que hacia “el final de
su vida” Kennedy “desconfiaba cada vez más de sus
asesores militares” y que fue “cambiando sus puntos
de vista sobre la política exterior” de tal modo que
una “nueva mirada a los últimos meses de su presidencia sugiere que un segundo mandato” podría no
sólo haber “producido una retirada estadunidense
de Vietnam, sino también un acercamiento con la
Cuba de Fidel Castro”. En The Kennedy Tapes (1997),
May y Zelikov se basaron en las grabaciones de voz
en vivo durante la crisis de los misiles para aseverar
que, en un salón con oficiales del más alto mando,
Kennedy “era el único con la determinación de no
desatar una guerra”. De modo que podemos sospechar que Robert McNamara, secretario de Defensa
de Kennedy, no necesariamente vive en Camelot con
su In Retrospect. The Tragedy and Lessons of Vietnam
(1995), al decir del fiasco en Bahía de Cochinos que,
“contra la intensa presión de la cia y de los jefes militares”, Kennedy sostuvo su convicción: “bajo ninguna circunstancia los Estados Unidos intervendrían
con la fuerza militar en apoyo de la invasión”, aplicando la misma “sabiduría durante los tensos días de
la crisis de los misiles”. Concluimos con el actual secretario de Estado John Kerry, en reciente entrevista para nbc News, cuando dice que, aunque no está
en sus manos resolverlo, “como cualquiera que haya
seguido la pregunta [sobre Vietnam], sí creo que él
mismo [Kennedy] estaba teniendo serias dudas sobre cualquier escalada”, y agregó que, en su opinión,
“la mayoría de los registros indican que se proponía
disminuirla tras la [re]elección” para “no ser succionado dentro de una guerra más grande”.
Más allá de la incompetente Comisión Warren
y de lo aún no demostrado, sigue siendo el Kennedy
de los discursos, de las grabaciones y de los testimonios de sus más cercanos colaboradores el que nos
confronta continuamente. Trasciende registros,
evidencias y teorías. Cuestiona a la democracia y a
la impartición de justicia. ¿Por qué una nación que
se propone cazar a Hussein, y lo atrapa; que se propone atrapar a Bin Laden, y lo logra; no logra esclarecer el asesinato de su propio presidente?
Pues los hombres también importan por lo que
representan. Con Sorensen lamentamos la fallida
“estrategia de la paz”, convertida en una estrategia de la aniquilación que “lanza una guerra sin la
aprobación de la onu, pasando por encima del derecho internacional, con la arrogancia del poder en
la ignorancia de la historia […] a la voz del terrorismo que juzga de ingenuos o antipatriotas a quienes
difieren […] indiferente al calentamiento global, a
la posesión de armas, al apoyo a la Corte Penal Internacional”, pues, como dijo Kennedy aquel día soleado, “todos vivimos en este planeta… Todos respiramos el mismo aire. Todos cuidamos el futuro de
nuestros hijos. Y todos somos mortales.”W
Óscar Xavier Altamirano es investigador, ensayista,
traductor; ha colaborado con revistas como Este
País, Letras Libres y la propia gaceta del Fondo, y en
diarios como Milenio y Reforma.
21
Ilustración: E M M A N U E L P E Ñ A
CAPITEL
La máquina
de contenido
E
l mundo del libro vive una nueva crisis, pero no sabemos bien de qué tipo.
A los añejos factores que desde siempre han dificultado el apogeo de la
edición —de la alfabetización insuficiente a
la censura, del irresoluble laberinto de la distribución a la piratería—, se han añadido en
las últimas décadas otros riesgos, derivados
de esa severa reinvención del mundo que viene produciendo la informática. Fantasmal,
seductor, arrogante, el libro electrónico está
transformando de manera severa la lógica
esencial con la que, durante más de medio
milenio, se han publicado los libros y hoy es
imposible anticipar el resultado de esta metamorfosis. Si bien ya carece de sentido la pregunta de inspiración victorhuguina de si esto
matará a aquello, aún permanece en las brumas de la incertidumbre el modo en que convivirán los libros impresos y los inmateriales.
La crisis actual de los editores consiste precisamente en determinar cuáles de las funciones que han venido desempeñando tendrán
sentido en el futuro digital; la angustia se incrementa porque pocas veces ese porvenir nos
ha parecido tan inmediato.
DE NOVIEMBRE
DE 2013
A
intentar comprender en qué consiste esa crisis se dedica una obra
publicada apenas el mes pasado por
el sello londinense Anthem Press:
se trata de The Content Machine, de Michael
Bhaskar, quien procura construir, según reza
el subtítulo, “una teoría de la edición, desde la
imprenta hasta las redes digitales”. Para hacerlo, este editor —responsable del catálogo
electrónico de otra llamativa editorial asentada en Londres: Profile Books— recorre los debates sobre la coyuntura actual de la edición y
teje, con hebras provenientes lo mismo de la
historia del libro que de estudios académicos
sobre comunicación, lo mismo de las más abstrusas teorías literarias de hoy que de blogs de
extrema fugacidad, un argumento sólido sobre
la esencia de la función editorial, sin importar
el medio de fijación al que se recurra. Es, pues,
un ejercicio de abstracción que permite, sin
recetas facilonas, plantar cara a los vientos de
cambio que nos azotan.
T
ras discutir las versiones más elementales de en qué consiste publicar y luego de revisar casos paradigmáticos como el de Aldo Manuzio
y su imprenta veneciana o el de Allen Lane y
el sello Penguin, Bhaskar presenta su prometida teoría sobre “la máquina de contenido”,
la cual podría resumirse así: un editor fi ltra y
amplifica ciertos contenidos, en torno de los
cuales construye un marco de referencia con
base en algunos modelos. Los cinco elementos
clave —el contenido, el filtraje, la amplificación, el marco y los modelos— pueden identificarse desde el taller maguntino de Gutenberg
y son independientes del soporte elegido: pergamino, papel o pantalla, pueden servir como
tabla de salvación luego de que finalmente
ocurra el anunciadísimo —y por suerte todavía no materializado— naufragio de la edición
tradicional.
22
se trastoca en una experiencia
estética. El volumen posee
también un texto introductorio del
crítico literario y escritor Eduardo
Portella, quien ha sido distinguido
por la Universidad de Río de
Janeiro como profesor emérito
y quien arroja luz sobre estas
pesquisas líricas que la autora
hace sobre la memoria.
tierr a firme
Prólogo de Eduardo Portella
Traducción de Elkin Obregón S.
LIBRO DE HORAS
1ª ed., 2013, 175 pp.
978 607 16 1468 1
NÉLIDA PIÑON
$130
Ganadora del entonces llamado
Premio Juan Rulfo en 1995 y del
Premio Príncipe de Asturias de
las Letras una década después,
Piñon es considerada una de las
autoras brasileñas más originales
y valiosas de nuestro tiempo,
en cuya obra ha desplegado un
mundo poético sin igual con
el que explora la sensibilidad y
realidad humanas. Esta obra
no es la excepción, pues en ella
reflexiona, versa y recompone la
vida, su propia vida, y el sentido
que dentro de ella tienen la palabra
y la literatura. Obra de memorias
donde los recuerdos son temas
medulares de la narrativa, donde
se asoman amistades e incidentes
(con Clarice Lispector, con Rubem
Fonseca), donde la reescritura
de su existencia, ese esfuerzo
por capturar todas las horas,
a
Pero, ¿qué interrogantes ha
suscitado el encuentro entre esas
culturas?, ¿de qué manera se
han percibido mutuamente en
su religión y su filosofía?, ¿cómo
han construido una identidad
propia y cómo han enfrentado
su otredad? Estas son algunas
de las preguntas que guían el
recorrido de esta importante obra
que, sin ser exhaustiva, presenta
una valiosa introducción a esta
historia. Filósofo y especialista
en el pensamiento indio, Halbfass
ofrece así una evaluación rigurosa
de la relación entre la tradición
india y la europea cuyo objetivo
final es esclarecer tanto los
horizontes de autocomprensión
de cada universo como las
perspectivas de entendimiento
mutuo, con lo que esclarece
algunos de los problemas
básicos y las ambigüedades
que rodean el proceso global de
occidentalización.
filosofía
Traducción de Óscar Figueroa Castro
1ª ed., 2013, 694 pp.
978 607 16 1481 0
$440
INDIA Y EUROPA
Ejercicio de entendimiento filosófico
W I L H E L M H A L B FA S S
El diálogo entre Europa y la India
se remonta a la Antigüedad y
ha sido fuente de importantes
influencias para ambos mundos.
NOVIEMBRE DE 2013
NOV EDA D ES
DE LA PRIVATIZACIÓN
DE LAS ECONOMÍAS
A LA PRIVATIZACIÓN
DE LOS ESTADOS
Análisis de la formación
continua del Estado
BÉATR ICE HIBOU
Investigadora del Centro Nacional
de la Investigación Científica
(cnrs) en el Centro de Estudios y
de Investigaciones Internacionales
(ceri) de París, Hibou presenta
en este pequeño-gran libro
un análisis sobre las recientes
configuraciones del Estado,
marcadas por la privatización
y el ascenso de nuevos grupos
de poder. Para la investigadora,
estas tendencias imponen una
constante redefinición de las
fronteras entre lo público y lo
privado, así como una negociación
política con los múltiples actores
sociales y económicos que
detentan distintos grados de
poder. Su visión no es catastrofista
y, al contrario, reconoce en esta
realidad un espacio sui generis de
emergencia de lo político, donde
se han creado nuevos mecanismos
de poder, dominación, corrupción
y criminalidad que, apunta, deben
ser estudiados desde “otros”
marcos conceptuales. Así lo hace
ella al abordar, en este trabajo, a
algunos países de Asia, África y
Europa del Este, en los que observa
esos campos de negociación y
violencia.
umbr ales
Traducción de Guillermina Cuevas
Prólogo de Fernando Escalante Gonzalbo
1ª ed., 2013, 86 pp.
978 607 16 1482 7
$120
POLÍTICAS SOBRE EL
CANABIS
ROBIN ROOM ET A L.
Aunque el debate sobre la
legalización del consumo y cultivo
de la marihuana está muy activo
en nuestros días, es una discusión
que al menos lleva cuarenta
años en la agenda política. Así
lo sostiene el premio Nobel de
economía Thomas C. Shelling en
NOVIEMBRE DE 2013
el prólogo de este volumen, donde
narra cómo en 1982 participó en
un panel de la Academia Nacional
de Ciencias de los Estados Unidos
en el que publicaron un reporte,
censurado en su momento, donde
instaban a examinar alternativas
a la prohibición del cannabis. Esta
obra, realizada por la Fundación
Beckley (una ong inglesa abocada
al estudio de la conciencia y sus
cambios desde una perspectiva
multidisciplinaria), presenta
trabajos de gran relevancia sobre
la marihuana (sus características
químicas, sus efectos sobre la
salud) y el régimen de control de
las drogas a nivel mundial. Se rata
de un conjunto de estudios que
sitúan el debate en otro nivel y
ofrecen un marco sólido y diverso
desde el que se pueden desprender
importantes conclusiones y líneas
de acción.
biblioteca de la salud
Coordinación de Amanda Feilding
Prólogo de Thomas C. Schelling
Traducción de Manuel Casals
1ª ed., fce-Beckley Foundation, 2013, 344 pp.
978 607 16 1651 7
$240
GREGORIO WALERSTEIN
Hombre de cine
EUGENIA MEYER
Pocos más de cincuenta años son
narrados y reconstruidos en este
volumen por la historiadora y
profesora emérita Eugenia Meyer:
cinco décadas en las que el centro
de la investigación es uno de los
principales productores que ha
tenido el cine nacional y que
fue pieza central en la llamada
época de oro de la cinematografía
mexicana. Se trata de Gregorio
Walerstein, un hombre de su época
quien no sólo supo navegar por
las turbias aguas del acontecer
nacional sino que fue capaz
de consolidar una industria a
partir de la elaboración de cerca
de trescientos filmes en los que
capturó las temáticas que el
público reclamaba y que hicieron
posible la consolidación de esa
industria. Obra biográfica que
no pierde nunca de vista la
influencia de los hechos históricos
como detonadores y determinantes
de la acción individual, este
volumen ofrece además una
rica investigación iconográfica
que contextualiza y ejemplifica
los hechos narrados a partir de
carteles, steels y documentos
personales del productor.
B
CARMILLA
J O S E P H S H E R I DA N L E FA N U
Aunque poco conocido en la
actualidad, Sheridan Le Fanu fue
un escritor irlandés del siglo xix
al que se le reconoce como uno
de los fundadores de la narrativa
moderna de horror. Tomando
como misteriosos motivos de
su obra a fantasmas, vampiros
o fenómenos sobrenaturales, en
sus tramas no siempre triunfa
la virtud ni se explica con
simpleza el origen de los hechos
macabros: eso lo distingue de la
literatura de horror previa. Tal
es el caso de esta historia (que,
según se ha afirmado, fue una
de las inspiraciones de Bram
Stoker para su Drácula), en la
que la protagonista es una mujer
vampiro, toma lugar en un
castillo de Estiria y en donde a
partir de la visita de una huésped
la involuntaria y joven anfitriona
se enfrentará a una terrible
realidad. Recuperado en esta
edición con traducción de Juan
Elías Tovar, el relato está ilustrado
por la española Ana Juan, quien
vuelve a desplegar su maestría
en láminas de gran formato que
hablan a los lectores desde las
tinieblas.
clásicos del fondo
Ilustraciones de Ana Juan
Traducción de Juan Elías Tovar
1ª ed., 2013, 104 pp.
978 607 16 1428 5
$270
haskar elude en general los eufemismos y expone con frescura cómo
toda editorial funciona como un par
de embudos concatenados, el primero de los cuales, en la posición usual, recibe en
su boca un sinnúmero de posibles publicaciones, de las que sólo unas pocas pasarán al otro
lado, y un segundo embudo, éste invertido,
por el cual esas pocas obras elegidas se multiplican. Un editor es no sólo el cancerbero
que abre o cierra las puertas —si son del cielo o lo son del infierno es otra historia—, sino
que además es el responsable de la proliferación del contenido, sin la cual éste no se publica (aquí conviene lamentar el hecho de que
en inglés es más explícito el vínculo entre el
editor y el hecho mismo de publicar, entre
publisher y publish; en español parece más
importante el proceso que el resultado: uno
es editor, o sea quien prepara la obra, no publicador). En ese trasvase casi alquímico, los
editores construyen un mapa de referencias
para los lectores, como las marcas —la del
Fondo está por cumplir ochenta años—, el diseño que atrae y explica cómo usar los productos, los canales de venta por los que esos
productos llegan al lector, la publicidad y las
campañas de prensa, los mensajes tuiteados
o facebookeados, los textos de encomio que
adornan las cuartas de forros, los lucidores
actos de presentación: todos esos rostros del
libro condicionan su recepción y por ello su
efecto público. No basta, entonces, con elegir
y reproducir: hay que orlar lo publicado para
que se comunique con su lector prototípico.
He ahí la función del modelo en tanto que representación ideal de un grupo de lectores,
en tanto que forma prevista de comercializar las obras para alcanzar cierto resultado
económico.
M
ichael Bhaskar sabe que se puede
sobrevivir como editor sin complicarse mucho la vida: basta hacer lo que se ha venido haciendo, por lo que la reflexión sobre la médula
de ese quehacer parece superflua. Pero ante
una normalidad interrumpida, nada mejor
que identificar lo duradero para usarlo como
puente hacia esa otra orilla —esa otra normalidad— de la edición digital. Cada vez más los
modos de construir el marco de referencia
pasan por las interacciones sociales en internet, cada vez más los modelos deben reconocer los hábitos de lectura contemporáneos,
tan apresurados y fragmentarios. La teoría
presentada en este libro permite mirarse en
un espejo profesional que muestra las virtudes y los defectos de cada editor y ayuda a detectar aquello que necesita fortalecerse.
N
o es frecuente hallar obras sobre
la actual etapa de transición en el
ámbito editorial que recurran con
tanto acierto a una extensa bibliografía sobre la historia de la edición. Autores
caros al Fondo como Robert Darnton o Elizabeth Eisenstein, y otros clásicos ajenos a
nuestro catálogo como Roger Chartier, ofrecen casi sin quererlo un rayo de luz en este
intento por iluminar el oscuro panorama al
que se enfrentan los editores de hoy. Por esa
capacidad de penetración, por la riqueza de su
argumentación, por su optimismo, hemos decidido contratar esta obra y, más aún, convocar al autor a México para el momento en que
la pongamos en circulación. Manténganse
alerta nuestros lectores interesados en estas
materias: Michael Bhaskar está llamado a ser
un valioso acompañante durante nuestra aún
interminada adolescencia digital.
Tomás Granados Salinas
tezontle
1ª ed., fce-unam, 2013, 184 pp.
978 607 16 1648 7
$320
a
23
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