La moraleja del moral Kan era el único hombre del mundo que conocía el lugar donde se hallaba el moral que daba las moras más exquisitas del mundo. Era un secreto que había pasado de generación en generación hasta llegar a él. Kan había sido elegido para proteger el moral y conseguir que disfrutaran de sus frutos la mayor cantidad de personas posibles. Durante todo un año, Kan, tal y como su antecesor le enseñó, esperaba con mucha paciencia a que las moras llegasen a su punto justo de maduración para recogerlas. Hacía falta una sensibilidad especial para no adelantarse y arrancarlas del moral, para dejar que fuera el moral quien las entregara libremente. Kan compartía las moras con todas las personas que podía, pero, a pesar de la insistencia de algunos, a nadie revelaba el lugar donde encontrarlas. Así pasaron muchos años hasta que un hombre llamado Dinsky descubrió por causalidad el moral. Cegado por la codicia y la impaciencia cogió y se comió todas las moras si bien no habían madurado totalmente. Días después Kan vio lo sucedido. Se sintió apenado y traicionado; creyó que alguien lo había seguido y empezó entonces a desconfiar de sus vecinos y amigos. Al año siguiente, Kan, para impedir que se lo adelantaran, recogió y se comió las moras mucho antes de que maduraran. Como sospechaba de todos ni siquiera quiso compartirlas. Al año siguiente, Dinsky, para impedir que Kan se lo adelantara, y aunque cada vez era más difícil coger las moras ya que el moral hacía crecer en sus ramas cientos de espinas grandes y punzantes, se las comió muchísimo antes de que maduraran. Pasados unos años, Kan y Dinsky acabaron por comer las moras más asquerosas del mundo. Cuenta la leyenda que el moral, triste y abatido, no quiso más vivir así, dando amargura a los amargados. Antes de morir pidió al viento que esparciera sus semillas por algún lugar donde aún recordaran la belleza del amor.