1 A propósito del próximo encuentro mundial sobre la familia y del próximo Sínodo sobre el mismo tema APORTACIÓN PERSONAL Mi reflexión desde la teología como laica, mujer casada durante 51 años, con seis hijos y 14 nietos, teóloga y sintiéndome parte de la Iglesia, quiero exponer lo siguiente: Creo que fue un paso muy importante que se haya pedido a todos participar los temas de familia, pero es de lamentar que, a pesar de la importancia de esta novedad, no en todas las parroquias de las distintas diócesis se facilitaron los cauces institucionales para ello. Pero afortunadamente hubo otros medios que nos permitieron darnos cuenta de la solicitud del Papa. No me parece que sean obispos quienes protagonicen en la Iglesia una reflexión precisamente sobre la familia. Es obvio que no son ellos quienes puedan entender mejor la realidad familiar ni tampoco, por eso mismo, ni tampoco, por tanto, que sean ellos los más capaces para iluminarla desde una perspectiva cristiana. Una reflexión sobre esta materia debiera ser recomendada mayoritariamente a laicos casados, mujeres y hombres, con la capacidad analítica necesaria y con la preparación teológica conveniente. Me parece muy importante que se tome en cuenta también los diversos aportes terapéuticos, provenientes de las ciencias humanas especialmente de la psicología y del desarrollo humano, que hoy se tienen al alcance para ayudar a las familias y a los matrimonios a mejorar su relación Me parece también que los textos que emplea el magisterio eclesiástico sobre estos temas deben ser sencillos y directos. Creo que 2 estos textos no han sido redactados de modo que todos puedan entenderlos, que es como debiera ser. Otro aspecto que me parece importante considerar es que el Magisterio eclesiástico debe al menos intentar poner al día su mensaje moral, aunque hasta hoy creo que lo ha hecho con un desmedido retraso o se ha quedado a medio camino. Pero, tanto en el caso de la familia como en todo su discurso moral, considero que la importancia de lo que digan es relativa, pues hay que tener en cuenta que la voz de la jerarquía eclesiástica es una referencia más a la hora de determinar cómo ha de ser nuestro comportamiento. El que la Iglesia esté tan clericalizada y tan jerarquizada le resta mucho valor a su discurso. Creo que las orientaciones que salgan del Encuentro Mundial y del Sínodo próximo sobre las familias, serán más o menos estupendas según estén en consonancia con el evangelio de Jesús, que es la referencia de más valor para un cristiano y no en los dogmas o declaraciones de los documentos sobre familia que ha emitido el Magisterio. Lo que el Sínodo venga a decirnos sobre la familia creo que podemos añadirlo a todas las informaciones que nos hemos procurado a lo largo de nuestra vida para tenerlo también en cuenta en la formación de nuestros juicios de valor y en la toma de decisiones de nuestro comportamiento sobre los temas familiares. Sin embargo, somos muchos, cada vez más, los que tenemos claro que es a cada uno de nosotros a quien corresponde en última instancia decidir sobre la moralidad de nuestros actos, de los que evidentemente tenemos que hacernos responsables. Ni en este tema, ni en ninguno otro, debemos, ni podemos, derivar hacia otros ni la decisión de lo que hemos de hacer ni la responsabilidad de lo que hemos hecho. No creo que nunca hayamos olvidado que la última norma de moralidad ha de ser nuestra propia conciencia, que estamos obligados a tener bien informada y a seguir responsablemente siempre. 3 Para mí lo más importante es lo que piensa y practica la comunidad cristiana que es donde uno celebra y comparte su fe. Es en ella donde hemos de contrastar nuestras opiniones, lo que nos ayudará a evitar un individualismo que nos puede apartar del camino de Jesús. Si nos referimos, por poner un ejemplo, a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, (o quienes sin casarse por la Iglesia lo han hecho civilmente o quienes están unidos sin matrimonio católico ni civil), creo que lo que importa de verdad es que la comunidad donde uno está inserto, tanto los fieles como el sacerdote, acepte que los tales participen en el signo de la comunión cristiana eucarística. De hecho sabemos que es una práctica habitual en muchas de ellas. Creo que también es importante tener en cuenta que las relaciones “matrimoniales”, de pareja, no son exclusivamente las sexuales, sino otras muchas. Todas ellas han de ser objeto de nuestra atención moral. Se debe superar la preocupación obsesiva por la moralidad de las relaciones sexuales, que para muchos no son las más importantes. Desde esta perspectiva más amplia la homosexualidad habría de ser considerada sólo como una parte de amplio tema de la sexualidad. También creo que es evidente que la celebración del sacramento del matrimonio no hace de por sí que las relaciones matrimoniales sean cristianas. Igual que no somos cristianos por estar bautizados. Lo cristiano es fruto de una vida que tiene su origen en el espíritu de Jesús, que de múltiples maneras se hace presente en quien lo acepta. Sería bueno recordar que la historia del cristianismo desde el siglo I hasta nuestros días nos da a conocer distintas formas de vida matrimonial, todas ellas igualmente cristianas. No nos parece lo más adecuado ceñirse a una sola interpretación y no dar cabida a ningún otro modo de vivir el matrimonio que al que hoy es definido en el Código de Derecho Canónico. Por otra parte, no creo que tenga sentido el querer mantener un vínculo jurídico cuando de hecho ha desaparecido el amor que es la base sobre la que se construye el matrimonio. Todo está siempre 4 cambiando. Ser dogmático al hablar de la moralidad va en contra del ser de las cosas. Por consenso creo que podemos llegar a una determinada moral que habrá de ser cambiante y diversa por muchas razones. De hecho así está siendo en la práctica. Lo que para unos es alcanzable puede no serlo para otros. Lo que en un lugar un determinado comportamiento es bien visto, en otro no lo es. Este relativismo que considero positivo, supone que haya siempre una postura moral exigente, honrada, honesta, sincera, responsable… Un tema que me parece delicado pero que creo tiene gran importancia es la apropiación que se ha hecho la Iglesia para interpretar la “ley natural”. La doctrina eclesiástica sobre la sexualidad dice apoyarse en la ley natural. La “ley natural” podría ser la referencia para la unificación de criterios universales de moralidad, pero la ley natural no es lo que la “Iglesia” dice, atribuyéndose en exclusiva su recta interpretación. Ya no es posible entenderla tal como la entiende la doctrina oficial eclesiástica, debido al trasfondo pre-científico, ideológico, en que se apoya su interpretación y, además, porque la ley natural habría de determinarse por consenso universal. En este momento debe ser reinterpretada debido a que estamos en un nuevo tiempo histórico caracterizado por los nuevos conocimientos científicos. Es evidente que para muchos la voz de la naturaleza no coincide precisamente con la voz de la Iglesia. Respecto al término “la familia cristiana” me parece que el término “cristiana” corresponde al ámbito de la fe y ésta es un acto de adhesión personal a Jesucristo, es decir, es fruto de una voluntad individual de seguimiento. No sería normal que todos los miembros de una familia coincidieran en esa decisión básica y menos que ello fuera durante toda su vida. Imponer la fe sería radicalmente contradictorio. Lo normal es que en una familia haya diversas posturas religiosas, tanto básicas, como de matices. Lo que hay que insistir es que el cristiano respete la postura religiosa, o agnóstica o atea, de los demás, y que la fraternidad natural sea integradora por encima de todas las 5 diferencias. La fe es un bien que se puede testimoniar, ofrecer, pero no imponer. La única familia cristiana es la comunidad donde nos reunimos como hermanos todos los que libremente hemos optado por Jesús para compartir su vida. No nos une la sangre sino el espíritu, que nos hace a todos hijos de un mismo Padre. En lo que se refiere a los divorciados vueltos a casar me parece que si el Sínodo decide que éstos pueden comulgar no debe ser imponiendo condiciones que no son dignas de la persona humana. Aunque sus decisiones las tomen con la mejor voluntad, creo que podrían ahorrarse el esfuerzo pues es una cuestión ya resuelta, con paz o sin ella, por la inmensa mayoría de cristianas y cristianos afectados por esa situación. Muy poquitos de ellos van a misa, y casi todos los que van comulgan. Hacen bien, pero no todos lo hacen en paz. La jerarquía sigue considerando que estas personas son pecadoras y culpables y que es posible que por “misericordia" se les permita comulgar, siempre y cuando cumplan con unas condiciones: arrepentimiento, reconocimiento de culpa y propósito de enmienda. Por lo tanto no todos podrán acogerse a esta disciplina pues no piensan que son culpables por el mero hecho de haberse divorciado y vuelto a casar. No creo que esa manera tan canónica, tan condicionada y humillante, sea como deba entenderse la misericordia de Jesús. Tampoco la Jerarquía está cuestionando en absoluto la indisolubilidad del matrimonio. No se admite por tanto que, por tantas razones complejas, siempre dolorosas, el amor humano a menudo se malogra o se rompe. A través del derecho canónico se sigue afirmando que aun cuando el amor se disuelva, el matrimonio permanece indisoluble, a no ser que haya sido declarado por el tribunal eclesiástico como "nulo" o inexistente en su origen. No creo que sea una firma canónica 6 la que hace el sacramento y que éste, una vez válidamente contraído, persiste aunque el amor falte. Por otra parte, la mayoría de los exégetas demuestran hoy con datos fehacientes que Jesús no enseñó la indisolubilidad como tal, que ésta no se reconoció en la Iglesia durante más de mil años y que nunca ha sido declarada como dogma. Los obispos cometen muchos abusos cuando nos hablan en nombre de Dios y de la fe de la Iglesia ignorando los datos de la exégesis y de la historia. Cuando Jesús dijo: "lo que Dios ha unido no lo separe el hombre", no quería enseñar propiamente la indisolubilidad, sino que más bien quería defender a las esposas de los abusos de sus maridos, pues solamente a ellos se les reconocía el derecho al divorcio, y lo podían ejercer por cualquier fruslería (bastaba, por ejemplo, que a la esposa se le hubiera quemado una vez la comida). Es sabido, por lo demás que, fuera la que fuere la enseñanza de Jesús, el Evangelio de Mateo reconoce al menos una excepción en la prohibición del divorcio, pues lo permite "en caso de porneia" (Mt 5,32): palabra griega que nadie sabe muy bien qué significa y que hoy se suele traducir como "unión ilegítima”. En caso de "unión ilegítima", según el Jesús de Mateo, sería legítimo divorciarse y volverse a casar. Pues bien, ¿acaso no sería "ilegítima" cualquier unión matrimonial en la que ya no existe una mínima dignidad y calidad de relación entre los esposos?. También es sabido que San Pablo reconoce otra excepción en el caso de matrimonios mixtos entre un cónyuge creyente y otro increyente: si la parte increyente quiere divorciarse, la parte creyente queda libre para volverse a casar, "pues Dios os ha llamado a vivir en paz" (1 Co 7,15). Si la falta de "fe" es motivo suficiente, ¿no debería serlo con mayor razón la falta de amor? Hoy sabemos que ni Jesús enseñó la indisolubilidad ni la Iglesia la convirtió en dogma. Creo que mientras la teología y la Iglesia no revisen a fondo sus esquemas tradicionales, seguiremos limitándonos a poner remiendos en odres viejos. A vino nuevo, odres nuevos. 7 Cuernavaca, Morelos, septiembre 2015 Ana Laura Jiménez Codinach Bachiller en Ciencias Teológicas por la Universidad Iberoamericana y Licenciatura en Teología por la Universidad Lasalle. - - - - - - - --