Innovación y libertad fluvial - Fundación Nueva Cultura del Agua

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VII Congreso Ibérico sobre Gestión y Planificación del Agua “Ríos Ibéricos +10. Mirando al futuro tras 10 años de DMA”
16/19 de febrero de 2011, Talavera de la Reina
INNOVACIÓN Y LIBERTAD FLUVIAL
Ollero, A.*, Ibisate, A.**, Acín, V.***, Díaz, E.**, Granado, D.*** y Horacio, J.****
*Área de Geografía Física, Universidad de Zaragoza
**Área de Geografía Física, Universidad del País Vasco
***Ecoter, Ecología y Territorio S.C.
**** Área de Geografía Física, Universidad de Santiago de Compostela
RESUMEN
Es necesario un cambio de mentalidad y un replanteamiento de principios, criterios, métodos y objetivos para desarrollar nuevas propuestas de
gestión y restauración fluvial. La geomorfología fluvial es reivindicada como ciencia básica en el diagnóstico del estado ambiental y como clave
para el diseño de programas de gestión y restauración. El territorio de libertad fluvial constituye un espacio imprescindible para la mejora de
nuestros ríos, así como un eje en su valorización como patrimonio natural. En suma, solo desde la libertad geomorfológica como paradigma
innovador podrán alcanzarse los grandes retos de la restauración fluvial, tras largas décadas de grave deterioro ejercido desde el desconocimiento de la dinámica fluvial y desde el consumo incontrolado de los recursos fluviales.
Palabras clave: geomorfología fluvial, ordenación del territorio, impactos, cauces, territorio de libertad fluvial, restauración fluvial.
1. INTRODUCCIÓN
Esta ponencia trata de ríos, o más correctamente de sistemas fluviales, se enfoca desde la Geografía Física y la Geomorfología Fluvial y se asienta
en propuestas de innovación y libertad hasta el objetivo de la mejora y la restauración de estos sistemas naturales especialmente degradados.
La “innovación” no se refiere a una propuesta tecnológica, a novedosos materiales de bioingeniería o a colocar compuertas automáticas en
los diques, ni mucho menos. La recuperación de nuestros sistemas fluviales requiere innovación como cambio de mentalidad, innovación en
gestión, en ordenación del territorio, en valoración de la libertad geomorfológica, en búsqueda de la máxima naturalidad, en entender la restauración como auto-recuperación, en devolver a los ríos su espacio, en formación técnica y en educación ambiental. La clave que debe guiar
todo el proceso de innovación fluvial es la naturalidad. Hay que lograr la mayor naturalidad posible en el sistema, lo cual constituye un enorme
reto en la situación actual.
Para el logro de esa naturalidad es imprescindible la mayor “libertad” posible en el sistema fluvial. Libertad fluvial es dinámica geomorfológica, diversidad, complejidad, reducir todo lo posible las presiones. La mayor innovación, urgente en la actualidad, consiste en sustituir la antigua libertad que el hombre ha tenido para ocupar el espacio fluvial a su antojo, controlando y constriñendo cada metro de río, por la nueva
libertad fluvial en la que el río trabaja sin cortapisas en su recuperación, mientras lo que se controla es la actividad humana.
Sin embargo, muchas inercias socioeconómicas y administrativas perviven con gran fortaleza como auténticos dogmas, asociando progreso con
obras de ingeniería, con hormigón, asfaltado y movimiento de tierras, todo lo contrario a la innovación que se busca desde esta ponencia. La
sociedad, los medios de comunicación y hasta los libros de texto escolares ofrecen una visión deformada de la realidad fluvial y de sus valores, visión que la sociedad tiene totalmente asumida, sin ponerla en duda. Es una visión guiada por principios de antropocentrismo, utilitarismo
y consumismo, que frente a la dinámica fluvial natural impone criterios reduccionistas, fomentando una visión estática basada en modas urbanas, sesgos profesionales e intereses económicos. Cualquier síntoma de irregularidad natural, como por ejemplo una crecida, es asumido como
algo estrictamente negativo, con catastrofismo.
Hay que innovar incluso corrigiendo muchos conceptos erróneos basados en conocimientos parciales. Un ejemplo es la propia definición de río
en el diccionario de la Real Academia: “corriente continua de agua”. Nada más lejos de la realidad fluvial, de su complejidad, del cambio (que
es lo único continuo), de la presencia inseparable y la importancia de sedimentos y nutrientes junto al agua. Esa definición oficial de río parece
la de un canal regulado. Un río es ante todo libertad geomorfológica, es decir, dinámica pura, actividad y cambio constante. Son los grados de
libertad (en la forma en planta, en la anchura, en la profundidad, en la pendiente, en la rugosidad del lecho) que diferencian con claridad un
río de un canal de hormigón (Martín Vide, 2006; Charlton, 2007).
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Es urgente la reflexión, el conocimiento, la innovación y el fomento de la libertad fluvial para acabar con los viejos dogmas de la ingeniería tradicional, del falso progreso y del consumo insostenible.
2. GEOMORFOLOGÍA FLUVIAL: BASE DE TRABAJO Y FUNDAMENTO DE RESTAURACIÓN
Una ciencia perfectamente enfocada hacia la comprensión de los fundamentos y procesos de la libertad fluvial es la Geomorfología, que se
desarrolla desde la Geografía Física y la Geología. La Geomorfología Fluvial ha sido tradicionalmente, y sigue siendo, una de las ramas más activas de la Geomorfología (Ollero, 2002). Si se analiza la temática en publicaciones periódicas (García Ruiz, 1999) o bien en los congresos geomorfológicos, tanto estatales como internacionales, puede afirmarse que por término medio en torno al 20 ó 25% de la actividad científica
geomorfológica se centra en temas fluviales. Esta proporción es muy relevante si se considera la enorme diversidad de campos de trabajo que
abarca la Geomorfología en su conjunto. Se debe en gran medida al interés de los ríos, torrentes y ramblas como sistemas naturales activos,
muy dinámicos y complejos, protagonistas además de situaciones de riesgo generalizadas y de intensas y conflictivas interacciones con el sistema humano.
La Geomorfología Fluvial es, por tanto, una disciplina científica muy desarrollada desde hace más de un siglo y consolidada académica y técnicamente desde los años 60 del siglo XX. Sin embargo, hasta el momento ha sido muy poco tenida en cuenta en procedimientos de gestión
y en ámbitos como la conservación o la restauración, es decir, ha sido muy poco aplicada en la solución de problemas concretos. Es fácil constatar, de forma paralela, un enorme déficit de conocimientos geomorfológicos tanto en los gestores como en los técnicos y profesionales que
trabajan habitualmente en estas temáticas. Cabe añadir que en el ámbito del conservacionismo se ha prestado siempre mucha mayor atención a la protección de los elementos bióticos; se valora mucho más la biodiversidad que la geodiversidad. Este desequilibrio quizás se deba a
sesgos profesionales y constituye una visión errónea, ya que la geomorfología como hábitat físico está en la base (Ibisate et al., 2011), y debería ser el objeto prioritario de protección o restauración, ya que con su conservación y mejora saldrán beneficiadas las especies.
La mayoría de proyectos llamados incorrectamente de restauración fluvial consisten en revegetaciones, estabilización de márgenes o creación
de zonas verdes junto al cauce. La auténtica restauración fluvial, sin embargo, debería ser principalmente auto-restauración geomorfológica,
es decir, trabajada por el río con crecidas naturales que revitalicen la dinámica y movilicen los sedimentos, renovando así los hábitats y favoreciendo con ello el desarrollo natural de los ecosistemas (Rohde, 2004; Newson y Large, 2006; Fryirs y Brierley, 2009; Dufour y Piégay, 2009).
Por ello, desde la Geomorfología Fluval se han ido desarrollando diferentes principios teóricos y protocolos de trabajo encaminados a objetivos de restauración fluvial (Thorne et al., 1997; Soar y Thorne, 2001; Kondolf y Piégay, eds., 2003; Downs y Gregory, 2004; Brierley y Fryirs, 2005,
Adam et al., 2007; Malavoi y Bravard, 2010).
Reivindicar la geomorfología, es decir, los procesos y formas abióticos, como valor en sí mismo del sistema fluvial y como clave de conservación y restauración constituye una innovación en nuestro país, donde el desconocimiento geomorfológico en el ámbito ambiental es muy grave,
donde muchas veces la geomorfología no se considera (como ocurre en muchos estudios de impacto) y no es que se infravalore, sino que directamente no existe o se desprecia.
La Geomorfología Fluvial no consiste solo en el análisis descriptivo, en la caracterización de cauces o en la explicación de los procesos de erosión, transporte y sedimentación. Puede convertirse también en una herramienta de diagnóstico sobre el estado del sistema fluvial, tanto de
su estado ecológico como de su situación en el tiempo a lo largo de su evolución y en el espacio a lo largo de su recorrido. La Directiva
2000/60/CE establece “indicadores hidromorfológicos que afectan a los biológicos” (apartado 1.1.1 del anexo V) y entre ellos habla de la
“continuidad del río” y de tres condiciones morfológicas: “variación de la profundidad y anchura del río”, “estructura y sustrato del lecho del
río” y “estructura de la zona ribereña”. Este planteamiento ha sido positivo al dar a conocer, de alguna manera, la “hidromorfología” como
valor fluvial, pero en el fondo es bastante pobre, ya que la Geomorfología Fluvial es capaz de aportar mucho más al diagnóstico del estado de
un río.
A escala internacional y también estatal, la gran cantidad y calidad de científicos que trabajan en geomorfología fluvial es inversamente proporcional al escaso valor que se le otorga social y administrativamente. Es necesario reivindicar y proteger con máxima urgencia este patrimonio natural geomorfológico tan reconocido científicamente. Por ejemplo, es urgente demandar la protección de los cauces de gravas, que se
encuentran en claro peligro de extinción en toda Europa (Piégay et al., 2009; Tockner et al., 2009).
En este sentido, es muy llamativo y generalizado el desprecio por las gravas que se manifiesta en la población en general, en los medios de comunicación e incluso en la administración, constituyendo una profunda falta de conocimiento y de respeto. En nuestro país hay numerosos ejemplos de ello, aunque se carece de un análisis sociológico o psicológico que lo explique. Las masas de sedimentos y la vegetación pionera se
consideran feas en oposición a las láminas de agua y la vegetación arbórea. La visión de las gravas resulta molesta, se considera un síntoma
de pobreza asociado a la escasez de caudal. En otras ocasiones se asocian con el riesgo, temiéndose por el taponamiento de puentes o el relleno de presas. Muchos gestores ven los cauces de gravas solo como depósitos de áridos aprovechables, tal como se expresa, por ejemplo, en
documentos oficiales del Plan Hidrológico del Ebro.
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El gran motor de la dinámica fluvial son las crecidas. Un río sin crecidas es un río muerto. He aquí el principal impacto de los embalses: la eliminación o reducción de las crecidas naturales, constructoras de los cauces y de todo el sistema fluvial. Sin crecidas no es posible la dinámica
geomorfológica y sin ésta y sin la libertad que la garantiza, el río ya no es un río y no es viable ningún ecosistema asociado. Por tanto, la primera medida en cualquier programa de recuperación fluvial debe ser naturalizar los caudales líquidos y sólidos y recuperar las crecidas naturales que los movilicen. Si no se logra este proceso cualquier otra medida será un parche sin futuro.
Las crecidas más importantes son las geomórficas, es decir, las que ejercen un mayor trabajo geomorfológico, las que dinamizan los procesos
de erosión, transporte y sedimentación y diseñan la forma y tamaño del cauce. Son por tanto las crecidas bankfull, que circulan con energía
hasta el tope de las orillas. Y deben darse con la suficiente frecuencia para controlar las poblaciones de cada especie fluvial y para renovar los
hábitats. Estas crecidas geomórficas o bankfull suelen darse en condiciones naturales en casi todos los tipos de sistemas fluviales con periodo
de retorno de entre uno y dos años. Se trata, por tanto, de la crecida ordinaria. Son la clave a recuperar y al mismo tiempo el tipo de crecida
más dañado por la regulación, que ha reducido enormemente su frecuencia. Así nos encontramos con el mayor problema ambiental actual en
los ríos regulados por embalses (Dynesius y Nilsson, 1994): alteraciones geomorfológicas muy marcadas que se prolongan a lo largo de todo
el sistema fluvial y se manifiestan de forma progresiva en el tiempo.
Los sistemas de regulación no siempre pueden controlar las grandes crecidas, pero sí son eficientes con las ordinarias, a las que reducen en
caudal y en frecuencia. Si a ello unimos el déficit sedimentario provocado por la retención en la presa, nos encontramos aguas abajo de cada
embalse con procesos de acorazamiento del lecho por efecto de aguas limpias. Más abajo se produce decremento general de la dinámica, simplificación del cauce, reducción de la actividad en las márgenes erosivas, reducción de la capacidad de movilización y transporte del caudal sólido y alteraciones en la granulometría de los materiales depositados y en su ubicación en el cauce o sus márgenes (Brandt, 2000). El freático
desciende y, a causa de ello y de la escasez de crecidas, la vegetación se instala dentro del cauce y alcanza pronto notable madurez estabilizando orillas e islas, lo cual aún reduce más la dinámica geomorfológica. La corriente circulante se concentra en el centro del canal, incide en
el lecho y carece de capacidad para la dinámica lateral. El freático sigue descendiendo y la ribera queda colgada y expuesta a la colonización
de especies ajenas a la vegetación ripícola. En suma, el cauce se estrecha y profundiza cada vez más y la ribera puede llegar a matorralizarse.
Estas consecuencias de los embalses aún se incrementan más si además el cauce se constriñe con defensas laterales que terminan por eliminar la libertad fluvial.
3. RÍOS MALTRATADOS
Los ríos son nuestro patrimonio natural más valioso por su impresionante dinámica natural y, al mismo tiempo y por la misma razón, son los
sistemas naturales más presionados y degradados. Para Tockner y Stanford (2002) los ríos y corredores ribereños son sin lugar a dudas los espacios más dañados y amenazados de Europa. Pero dentro del deterioro generalizado, muy intenso en nuestro país desde mediados del siglo
XX, los elementos geomorfológicos son los que más sufren, en buena medida por la ausencia de sensibilidad hacia los mismos, de forma contraria a otros parámetros más cuidados, como por ejemplo la calidad de las aguas, que en algunos ríos ha mejorado.
En la actualidad se cuenta con consolidados principios científicos, criterios y técnicas como para actuar de forma muy poco agresiva sobre los
cauces (Downs y Gregory, 2004). Sin embargo, la sociedad demanda generalmente actuaciones duras de ingeniería tradicional, por entenderlas más eficientes y rápidas, y la administración casi siempre es favorable a esas demandas. Por tanto, siguen predominando, al menos en España y en una cantidad abrumadora de casos, las actuaciones de ingeniería tradicional o convencional, con una notable carencia de sensibilidad
ante la complejidad y riqueza de los cauces fluviales y ejecutadas con un desconocimiento absoluto de las funciones y funcionamientos geomorfológicos de los ríos (Gonzalo et al., 2010). Ante esta situación, el deterioro de los sistemas fluviales sigue en continuo aumento, en una
línea de degradación ambiental que alcanza ya medio siglo de progresión y que amenaza con destruir de forma definitiva muchas formas y procesos fluviales y ecosistemas asociados. Además, como problema añadido, la legislación no prevé mecanismos de evaluación de impacto ambiental para muchos casos y, cuando se han realizado, los impactos en la geomorfología fluvial ni siquiera se contemplan.
3.1. El deterioro geomorfológico de nuestros sistemas fluviales
Los cauces fluviales, por su complejidad y dinámica, constituyen espacios que las sociedades desarrolladas tratan de estabilizar e integrar en
el territorio, lo cual genera importantes presiones e impactos. Así pues, el origen básico de las alteraciones geomorfológicas de los ríos se encuentra en el propio desarrollo socioeconómico, con actividades que consumen territorio (espacio fluvial), agua y sedimentos (áridos), y con exigencias sociales de seguridad (frente a inundaciones), estabilidad (frente a dinámica) y modas y modelos urbanos (frente a naturalidad). A esta
realidad, consolidada y en crecimiento, hay que añadir la no valoración y el desconocimiento socioeducativo de la geomorfología fluvial. Lo expuesto implica múltiples presiones e impactos sobre el sistema fluvial, directos sobre el cauce e indirectos sobre cuencas y vertientes, a veces
diferidos en el tiempo, y que alteran el funcionamiento geomorfológico del sistema, tanto los procesos como las formas:
a) Alteraciones geomorfológicas por desnaturalización hidrológica. Los embalses producen graves alteraciones al reducir caudales por
derivaciones y por incremento de la evaporación desde su vaso, al modificar el régimen hidrológico aguas abajo regularizándolo y al
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b)
c)
d)
e)
reducir el número de crecidas ordinarias. Al modificarse el caudal cambia la potencia y competencia de la corriente y con ello se modifican los procesos de erosión, transporte y sedimentación, adaptándose a la nueva situación la morfología y las dimensiones del cauce.
Los casos más extremos corresponden a los cortocircuitos hidroeléctricos en los que quedan prácticamente en seco tramos fluviales que
pierden totalmente su dinámica geomorfológica, convirtiéndose en cauces fosilizados, incapaces de movilizar los sedimentos.
Alteraciones geomorfológicas por reducción de flujos sedimentarios, retenidos por presas, vados, vías de comunicación, etc. El déficit
sedimentario origina cambios en los estilos fluviales (Sear y Newson, 2003), siendo responsable de tendencias como la desaparición
de los cauces trenzados y su sustitución por cauces únicos. En ríos sinuosos y meandriformes el déficit de sedimentos provoca también
incisión (Liébault y Piégay, 2002; Surian y Rinaldi, 2003), pero acompañada de incremento de la sinuosidad, que se explica principalmente por la colonización y maduración vegetal de los lóbulos de meandro. Así, las barras de sedimentos no son ya movilizadas, mientras la vegetación que las coloniza conduce el flujo contra las márgenes cóncavas incrementando su erosión.
Alteraciones geomorfológicas por reducción funcional de la llanura de inundación, cuyo papel laminador y de disipación de energía es
alterado por infraestructuras y usos del suelo que modifican su funcionalidad. Diques y motas evitan parcialmente los flujos desbordados pero aumentan la velocidad de la corriente, acelerando los procesos de erosión lineal y lateral e incrementando la peligrosidad aguas
abajo, en la margen opuesta o donde la crecida rompa la defensa. También favorecen que la crecida se transmita rápidamente por el
freático, inundándose espacios alejados del cauce menor. En la fase de descenso de caudal se acumulan los sedimentos en el propio
cauce, ya que la decantación sobre la llanura de inundación ha sido imposibilitada al evitarse el desbordamiento. En consecuencia, hay
modificaciones en forma, granulometría y distribución de los depósitos sedimentarios tanto en el lecho como en las márgenes. En los
puntos en los que haya cedido la defensa rompiéndose se originarán fuertes socavaciones por entrada brusca de agua en la llanura de
inundación, así como pequeños abanicos de sedimentos caóticos. Este tipo de procesos puede registrarse también aguas abajo allí donde
la corriente alcance un sector no defendido.
Alteraciones geomorfológicas por acciones directas (canalizaciones, defensas, dragados, extracciones) sobre la forma del cauce, fondo
y márgenes. Sus efectos son muy intensos localmente, con importantes repercusiones también aguas abajo que se manifiestan en el
tiempo con bastante celeridad. Los dragados y extracciones también repercuten aguas arriba por erosión remontante. La pérdida de
naturalidad en un cauce es una pérdida de patrimonio natural y de geodiversidad, poniéndose en peligro la dinámica fluvial y el buen
estado ecológico. Generalmente se tiende a reducir la complejidad natural del trazado, transformando el cauce en un canal de desagüe.
Ello implica incremento de la pendiente y de los procesos de incisión lineal en el fondo del lecho. Los sedimentos se evacuan con facilidad por el centro del canal, pero pueden quedar colgados depósitos laterales. Pueden registrarse cambios importantes en la ubicación de la sucesión de resaltes y pozas. En general, el constreñimiento de la dinámica lateral provoca incrementos en la longitudinal y
vertical, con efectos de incisión. Sin embargo, en tramos fluviales con tendencia a la acreción o colmatación, se ha observado que esta
tendencia suele acentuarse al ser constreñidos por las defensas, ya que la corriente tiende a sedimentar y se ve forzada a hacerlo en
menor espacio, elevándose el cauce.
Alteraciones geomorfológicas por deterioro de la continuidad, anchura, estructura, naturalidad y conectividad del corredor ribereño. En
general, la dinámica geomorfológica se acrecienta si se deteriora la vegetación ribereña (Adam et al., 2007). Las aguas desbordadas
penetran con mayor facilidad abriendo canales de crecida y generando depósitos de material grueso y escarpes dentro del corredor. Si
no hay vegetación los materiales finos se sedimentan con mayor dificultad, incrementándose la turbidez de la corriente. Se aceleran los
procesos de erosión en las orillas. El deterioro vegetal puede favorecer que troncos y ramas se incorporen a la corriente e intervengan
en los procesos de sedimentación.
Este deterioro geomorfológico puede ser evaluado en cada caso concreto y analizada su evolución mediante protocolos e índices, como por
ejemplo el IHG (Ollero et al., 2008).
3.2. Un ejemplo de gestión insostenible: el cauce del Ebro en Zaragoza
Un claro ejemplo de mala práctica ambiental en un cauce, de gravísimo impacto en la geomorfología fluvial y económicamente insostenible,
totalmente contrario a los principios de “innovación” y “libertad”, es el nuevo proyecto de dragado del Ebro en el casco urbano de Zaragoza.
Anteriormente ya se han ejecutado dragados en 2007 (fotografía 1), 2008, 2009 y 2010 para favorecer la navegación del “Ebrobús”, barco
turístico nada rentable. A finales de 2010 se ha aprobado el proyecto de un nuevo dragado de mayores dimensiones
3 con un rebaje de 1,2 m
a lo largo de 700 m entre los puentes de la Almozara y de Santiago. Ello supone extraer un mínimo de 26.182 m de gravas, por lo que está
siendo sometido a Evaluación de Impacto Ambiental, ya que la zona está incluida en el PORN Sotos y Galachos del Ebro (Decreto 89/2007, de
8 de mayo, del Gobierno de Aragón).
Los objetivos reales del dragado son lúdicos (Ebrobús), deportivos (accesibilidad a zona con calado para los piragüistas de un centro deportivo) y estéticos (conseguir un calado de 25 cm en estiaje para que no se vean las gravas y para que no crezca vegetación), así como reducir el
aterramiento del embalsamiento provocado por el azud que se construyó aguas abajo para mantener estable la lámina de agua en la ciudad.
Oficialmente se consideran prioritarios otros dos objetivos igualmente muy discutibles: incrementar la seguridad de la población y eliminar restos de las obras de los puentes construidos para la Expo 2008, culpándose a la crecida de abril de 2007 de haberlos acumulado en el tramo a
dragar con una altura de 80 cm. En suma, se dice que se pretende que el cauce vuelva a su estado anterior a la realización de las obras de la
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Expo 2008, buscándose en realidad que la playa de gravas, que existía antes de dichas obras, ya que se ubica en orilla sedimentaria, se inunde
durante todo el año.
Fotografía 1. Dragado del Ebro en 2007 para facilitar la navegación. Foto. Alfredo Ollero.
Desde una perspectiva de “innovación y libertad fluvial” el citado proyecto de dragado es rechazable por numerosas razones, que fueron presentadas como alegaciones (enviadas al MMARM el 28 de octubre de 2010) por el Centro Ibérico de Restauración Fluvial. No está demostrada
con mediciones reales la elevación de 80 cm que los autores del proyecto atribuyen a la crecida de 2007. En todo caso, si fue así, se debe fundamentalmente a que el depósito sedimentario se encuentra en la cola del embalse generado por el azud. El proceso de sedimentación ha sido
natural, registrado en los episodios de crecida y en fases de caudales elevados. Por tanto, la barra sedimentaria es natural y se apoya sobre sustrato aluvial también natural. De hecho, la barra se ha recuperado y naturalizado después de cada uno de los dragados anteriores. Aunque una
parte de las gravas procediera de las penínsulas constructivas de los nuevos puentes, la mayor parte del material con el que se elevaron dichas
penínsulas fue extraído del cauce del Ebro, por lo que lo natural es la situación actual: las gravas en su río y en una orilla que siempre ha sido
sedimentaria por ser margen convexa o interna de meandro. Destaca, además, la perfecta imbricación de las gravas en el depósito y la coincidencia de tamaños medios con los de otros depósitos próximos en el río Ebro (Gonzalo, 2009).
Imágenes aéreas de distintas fechas demuestran que el depósito sedimentario ha existido siempre, salvo en algunos periodos de la segunda
mitad del siglo XX en que fue dragado y sometido a extracciones para diferentes trabajos. La barra solo desapareció temporalmente y de forma
artificial. Lo natural es la existencia de esta playa de gravas en su sitio actual y, si se dragase, la playa volverá a crecer. Será una lucha continua e insostenible contra la dinámica natural. Hay que tener en cuenta, además, que la zona a dragar es la cola del embalsamiento provocado
por el azud, por lo que siempre será área de abundante sedimentación. El dragado será inútil, el río seguirá depositando y si se quiere mantener el calado conseguido habrá que dragar todos los años, como se ha hecho hasta ahora.
Atribuir a estas gravas un peligro para la población en procesos de inundación es un argumento totalmente rechazable teniendo en cuenta las
dimensiones de la llanura de inundación del Ebro y sobre todo el efecto “cuello de botella” generado por las propias edificaciones de la Expo,
que con sus cimientos han invadido el freático también inundable, destacando entre ellas el “Pabellón-Puente”, infraestructura que se asienta
en una gran isla artificial escollerada que junto con el enorme pilar del puente reduce considerablemente la capacidad de desagüe del cauce.
Es un hecho en cualquier cauce que los procesos de erosión y sedimentación transitoria durante las crecidas eliminan el posible efecto reductor de la inundación de los dragados. Las modelizaciones demuestran que en cauces de las dimensiones del Ebro en Zaragoza el efecto de un
dragado en la reducción del nivel de crecida es prácticamente nulo (Kondolf, 1997; Rinaldi et al., 2005)
Es manifiesto y denunciable en el proyecto el absoluto desprecio por las gravas, a las que se atribuye un impacto visual negativo, al mismo tiempo
que se considera que su valor como elemento natural es cero. En el breve estudio de impacto no hay ninguna referencia a la geomorfología,
no existe el apartado correspondiente. Es decir, se desprecia un río mediterráneo y de gravas que siempre ha sido así y se pretende sustituir por
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un canal siempre con agua. Son numerosos los comentarios populares demandando un río “de postal” como el Sena o el Danubio, demostrando una falta de conocimiento y de respeto por la geomorfología del auténtico río Ebro. Este ejemplo demuestra la gran necesidad de reivindicar las gravas como patrimonio natural abiótico tan valioso como los elementos bióticos.
Los dragados del Ebro en Zaragoza conllevan un gran efecto transmisor en los municipios rurales, que demandan dragados para reducir daños
en procesos de inundación. Algunos de ellos han sido concedidos y ya ejecutados por el organismo de cuenca. Son medidas sin utilidad, de
efectos mínimos y solo temporales, además de enormemente impactantes. Indiscutiblemente serían mucho más efectivas actuaciones de devolución del espacio al río (territorio de libertad fluvial) con retirada o retroceso de las motas de defensa.
4. PROPUESTAS DE INNOVACIÓN
Una vez analizada la extensa y compleja problemática fluvial actual, especialmente grave si se pone el acento en la geomorfología, es necesario y urgente aportar ideas que contribuyan a solucionarla. Es un reto de innovación muy complicado y contará con muchas trabas. En nuestra opinión hay que innovar en los objetivos de restauración, en el incremento del estudio y de la valoración geomorfológica, en la figura del
territorio de libertad fluvial y en procesos educativos y formativos.
4.1. Los retos de la restauración
La restauración ambiental es un gran reto de nuestro tiempo, pero se está quedando en quimera irrealizable, ya que sería necesario un profundo cambio de mentalidades en lo territorial y ambiental hacia la reducción del consumo y hacia la sostenibilidad. Por eso hoy la auténtica
restauración aún no existe. Hay otra “restauración” que se queda en maquillaje, que recibe fondos porque es motivo de prestigio y que se asocia muchas veces a procesos urbanísticos y especulativos. Es el marketing de la palabra “restauración”, utilizada en demasía, con absoluta falta
de propiedad y con objetivos no ambientales.
Restaurar es, o debería ser, restablecer o recuperar un sistema natural a partir de la eliminación de los impactos que lo degradaban y a lo largo
de un proceso prolongado en el tiempo, hasta alcanzar un funcionamiento natural y autosostenible. Un sistema natural restaurado habrá recuperado sus procesos naturales y todas las interacciones entre sus elementos y con otros sistemas, su estructura, es decir, todos sus componentes y flujos en toda su complejidad y diversidad, sus funciones dentro del sistema Tierra, su territorio, es decir, el espacio propio y continuo
que debe ocupar para desarrollar todos sus procesos y funciones, su dinámica natural a lo largo del tiempo, su resiliencia o fortaleza frente a
futuros impactos, su capacidad de auto-regulación y auto-recuperación y, por tanto, todos los bienes y servicios que aporta a la sociedad. En
suma, el proceso de restauración debe lograr naturalidad, funcionalidad, dinamismo, complejidad, diversidad y resistencia para el sistema natural. La auténtica restauración es, por tanto, auto-restauración. El sistema debe ser capaz de recuperarse solo progresivamente, a lo largo de
un proceso, desde el momento en que se eliminen los impactos.
La auténtica restauración fluvial debería ser fundamentalmente auto-restauración hidrogeomorfológica y requeriría caudales naturales incluyendo crecidas, sedimentos movilizables, espacio (territorio fluvial) para el desarrollo de la dinámica natural, eliminar obstáculos longitudinales y transversales, y tiempo para la auto-recuperación. Sin embargo, esta auténtica restauración es prácticamente imposible, ya que los ríos,
torrentes, barrancos y ramblas sufren numerosas presiones e impactos en toda su cuenca, la mayor parte de las cuales son de muy compleja
eliminación. Si fuera posible eliminar todos esos impactos (presas, defensas, canalizaciones), la restauración fluvial sería rápida y efectiva, ya
que unas pocas crecidas serían suficientes para recuperar todo el funcionamiento natural.
Los objetivos de la restauración no deben ser una pretendida “belleza”, ni recreo, ni estabilidad, como es frecuente, ni cumplir simplemente
con la legalidad vigente en cada caso. Restaurar no es estabilizar, ni revegetar, ni ajardinar, ni urbanizar, ni maquillar ni camuflar. Así, la restauración estrictamente paisajística no es auténtica restauración, ya que se centra en la calidad escénica del sistema natural o de alguno de
sus elementos, y no en la funcionalidad o dinámica del mismo, no persigue un objetivo natural. Las técnicas de bioingeniería o ingeniería natural, cada vez más extendidas, tampoco deben asociarse necesariamente con la auténtica restauración, ya que generalmente se emplean para
objetivos estéticos o de estabilización.
Las principales dificultades para restaurar ríos derivan de la enorme complejidad de los sistemas fluviales, de la imposibilidad de restaurar grandes impactos (embalses), de la falta de antecedentes (en nuestro país y en ámbitos mediterráneos) que puedan servir como modelo, y de las
enormes inercias sociales y conflictos administrativos, con ausencia de voluntad política y social para restaurar la dinámica fluvial. Cabe añadir la presión temporal con que se desarrollan muchas actividades de restauración o rehabilitación, delimitadas por el período legislativo. La
práctica de la restauración va mucho más rápida que la teoría, ya que ésta constituye una línea científica relativamente joven en la que es necesaria la aplicación de numerosos conocimientos procedentes de variadas disciplinas. Además, la correcta restauración está muy alejada de
las actuales demandas sociales: seguridad, estabilidad, parques fluviales, domesticación de las riberas, modelos urbanos frente a naturalidad
(gravas y vegetación espontánea son sucias), moda de los escollerados innecesarios, etc.
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La restauración fluvial se apoyaría en medidas como la prohibición o la rigurosa limitación de dragados y “limpiezas”, la apertura o derribo de
presas para que pasen los sedimentos, recuperación de caudales naturales y sobre todo de crecidas dinamizadoras, eliminación de defensas
para permitir la erosión de las orillas y la removilización de sedimentos, devolución al cauce de su espacio de movilidad, dejar que se generen
nuevas superficies de sedimentos que la vegetación irá colonizando o no, dejar que las riberas se vayan estructurando y convirtiendo en complejos mosaicos de ambientes y hábitats de biodiversidad a partir de la dinámica hidrogeomorfológica, permitiendo que regresen valiosas especies autóctonas, etc. En suma, se trata de liberar al sistema fluvial de presiones para que pueda volver a ejercer sus funciones: que el río vuelva
a funcionar como un río.
Ante las dificultades para hacer auténtica restauración, incluso desde el ámbito científico se van asumiendo posiciones posibilistas que se centran en la rehabilitación. Pero no hay que renunciar de antemano a la restauración fluvial, que puede ser perfectamente factible y viable en tramos afectados sólo por impactos locales. Por tanto, deben seguir diseñándose, incluso aunque se presuman muchas dificultades, propuestas y
programas de restauración, que pueden más adelante reconvertirse en procesos de rehabilitación si las circunstancias así lo exigen. Ahora bien,
en sistemas muy complejos y afectados por múltiples presiones e impactos, es imprescindible una rehabilitación fundamentada en objetivos
concretos y ejecutada con acciones concretas. Lo más inteligente puede ser pensar en restauración y actuar en rehabilitación, desarrollar la teoría y los principios de la restauración y, teniéndolos en cuenta, ejecutar adecuadamente las técnicas de rehabilitación, llegando lo más lejos
posible en los ideales de la restauración.
Restauración y rehabilitación deben basarse en objetivos hacia el futuro más que en recuperar situaciones pasadas. Si es necesario encontrar
un modelo de referencia éste no ha de buscarse en el pasado, sino en otro sistema fluvial natural próximo que se encuentre en buen estado.
Es esencial definir con claridad y precisión los objetivos, que deben resultar de la combinación de lo que se pretende recuperar en el sistema
fluvial y de lo que funcionalmente es posible de acuerdo con su trayectoria y estado. Deben fundamentarse en valores naturales y en caracteres locales. En algunos casos también se puede tener en cuenta lo que la sociedad necesita y económicamente es factible, así como aspectos
culturales, que no hay por qué subestimar en un proyecto de mejora ambiental.
Es urgente y necesario desarrollar normativas y establecer procedimientos públicos de tutela de la restauración y de la rehabilitación. Paralelamente pueden plantearse moratorias para que no se sigan realizando ciertas actuaciones impactantes, así como endurecer en muchos casos
el procedimiento de evaluación de impacto ambiental. Igualmente hay que trabajar en nuevas figuras de ordenación del territorio y planeamiento
urbanístico. En suma, es preciso integrar la restauración en planes de gestión más amplios.
La restauración fluvial no puede hacerse depender de presupuestos económicos que respondan a plazos cortos de tiempo. Se trate de restauración o de rehabilitación, supone un proceso generalmente muy largo que requiere seguimiento científico y cuya conclusión no puede ser prevista ni certificada. No pueden ejecutarse intervenciones por el hecho de que sean rápidamente observables y vendibles, ya que probablemente
constituirán un fracaso en cuanto a sus objetivos ambientales. El imprescindible seguimiento de los resultados para comprobar la consecución
de los objetivos puede implicar en muchas ocasiones el reajuste de los objetivos y de los medios del proceso de restauración o de rehabilitación, en la línea de la gestión adaptativa (CIREF, 2010).
4.2. El análisis geomorfológico
Desde la Geomorfología Fluvial se trabaja todo el proceso de caracterización, comprensión del funcionamiento, evolución, dinámica, diagnóstico y de estado y planeamiento de gestión y restauración. No es posible explicar de forma rápida y sencilla este trabajo. A continuación se aporta
un listado de las diferentes variables que se analizan y son medidas, interpretadas y cartografiadas. Pueden ser ordenadas en cinco grandes
grupos:
a) Variables de control: clima, caracteres de cuenca, caudal líquido, caudal sólido, encajamiento del valle, pendiente del valle, materiales
fondo de valle, vegetación de las orillas, nivel de base…
b) Procesos: concentración, flujo, erosión, transporte en suspensión, transporte de fondo, sedimentación, acreción, incisión, acorazamiento,
inundación, colonización vegetal…
c) Formas: llanura de inundación, anexos fluviales, formas del lecho, forma en planta, barras, unidades geomórficas, acumulaciones de madera muerta, perfil longitudinal, sección transversal…
d) Atributos: superficie de cuenca, orden del tramo, pendiente, caudal medio, caudal dominante, sección bankfull, perímetro de mojado,
velocidad del flujo, potencia, material de las orillas, material del lecho, imbricación, erosionabilidad, anchura, granulometría media,
morfometría media, vegetación, rugosidad, conectividades, competencia, fuerza de tracción, tensión tangencial, número de Reynolds,
número de Froude, flujo crítico, tensión crítica…
e) Índices y ratios: índice de encajamiento, índice de movilidad, balance erosión-sedimentación, profundidad/tamaño, radio hidráulico,
fórmulas de geometría hidráulica, longitud de onda, amplitud de onda, radio de curvatura, sinuosidad, trenzamiento, relación anchura/profundidad, potencia específica, índices morfométricos, índices de distribución de sedimentos, índices de distribución de tipos
de orillas, índices de distribución de facies…
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Si se trabaja en el diagnóstico del estado fluvial o en el seguimiento de planes de gestión o restauración, pueden seleccionarse algunas de estas
variables que funcionarán como indicadores geomorfológicos o geoindicadores. Pueden ser indicadores de carácter (en realidad, todas las variables sirven para caracterizar y para comparar distintos ríos o tramos), de funcionamiento (proceso-respuesta), de cambio, de impacto, de estado o condición, de predicción de estado o condición futura, y de recuperación. Los indicadores más empleados, normalmente útiles para
todos los fines señalados, son:
u la morfología en planta, analizando su evolución sobre ortofotos y en campo y aplicando índices de geometría hidráulica (sinuosidad,
por ejemplo)
u la sección bankfull, con mediciones frecuentes para detectar cambios, incluyendo la evaluación periódica de la relación anchura/profundidad, índice que resulta muy expresivo y útil
u la potencia específica, parámetro al que se atribuye un gran valor como indicador del funcionamiento hidrogeomorfológico en general
y de la competencia fluvial
u la dinámica vertical acreción-incisión, estableciendo testigos que permitan evaluar sus procesos, velocidad y tendencias
u los procesos de erosión y sedimentación en las orillas, con mediciones y observación periódica de síntomas
u el transporte sólido, evaluando principalmente la carga de fondo
u la granulometría y morfometría de los sedimentos
u la posible presencia de vegetación en el cauce, síntoma claro de procesos restrictivos de dinámica.
A continuación se presentan ejemplos de cartografía geomorfológica de evolución de cauces (figura 1) y de dinámica en un espacio concreto
(figura 2) correspondientes al área de confluencia de los ríos Arga y Aragón (Ibisate, coord., 2010; Acín, 2010; Granado, 2010).
Figura 1. Cartografía geomorfológica de evolución del cauce en el meandro del Sotillo (río Aragón) y predicción de su probable migración.
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Figura 2. Cartografía de dinámica geomorfológica en el meandro de los Royales (río Aragón).
4.3. El territorio de libertad fluvial
Como fue reconocido en la Estrategia Nacional de Restauración de Ríos y en otros muchos foros y reuniones, constituye una propuesta clave
para la restauración fluvial y para la reducción de riesgos (Ollero et al., 2009). La idea ha sido planteada en muchos países en las dos últimas
décadas pero no termina de consolidarse por sus dificultades de aplicación. En la actualidad se encuentra en proceso de formación una red internacional científico-técnica que trabaja por la implantación de esta propuesta.
Se trata de recuperar un espacio fluvial, un territorio del río, una banda fluvial activa, un espacio lo suficientemente ancho y continuo en el que
el río pueda desarrollar sus funciones, erosionar, sedimentar, desbordarse, garantizando así la supervivencia de un corredor ribereño continuo,
complejo y diverso. En ese nuevo espacio es factible desarrollar algunas actividades humanas compatibles con los objetivos ambientales, con
la inundación y con la erosión de márgenes, es decir, usos no defendidos, no urbanizables, asegurados o indemnizados (Ollero, 2007). La propuesta de territorio de libertad fluvial es perfectamente acorde con los principios de la Directiva europea 2007/60/CE de evaluación y gestión
de riesgos de inundación, en la que se indica que los planes de gestión incluirán medidas de mantenimiento o restablecimiento de las llanuras aluviales, para devolver en la medida de lo posible el espacio necesario a los ríos y promover un uso del suelo adecuado.
En suma, los objetivos del territorio de libertad fluvial son los siguientes:
u Conservar o recuperar la dinámica hidrogeomorfológica, que el río pueda desplazarse lateralmente, erosionar, sedimentar y desbordarse,
desarrollando todas las interacciones hidromorfológicas y ecológicas entre el cauce, las riberas, los anexos fluviales, la zona hiporreica y
el freático. Así, el territorio de libertad contribuye a naturalizar el funcionamiento del río y a diversificar sus ambientes geomorfológicos
(brazos, barras, microtopografías de decantación…), por lo que incrementa la diversidad ecológica en cauces y riberas propugnada por
la Directiva Habitats 92/43/CE. Por ejemplo, en cauces meandriformes libres sólo así se podría volver a cambiar el cauce y se podrían volver a cortar meandros, generándose cauces abandonados que introducen una enorme biodiversidad en el sistema. Favorecidas por este
territorio fluvial, las pulsaciones de crecida mantienen y regulan las biocenosis, siendo fundamental contar con espacios sin obstáculos
en los que puedan darse todos los procesos bidireccionales.
u En ríos de llanura, por tanto, el territorio de libertad fluvial favorece la dinámica geomorfológica lateral, lo que enriquece la complejidad
del sustrato aluvial. Al mismo tiempo, estabiliza la dinámica vertical, frenando los procesos de incisión típicos de ríos regulados con cauces constreñidos. Al frenar esos procesos se logra mantener un freático elevado, fundamental para las biocenosis.
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u Obtener un corredor ribereño continuo que garantice la función ecológica, bioclimática y paisajística del sistema fluvial. Lograr unas riberas que ejerzan de espacio tampón natural y ecotono entre el cauce dinámico y el llano de inundación cultivado y humanizado, que
mejoren la calidad del agua, que favorezcan la capacidad de recarga sedimentaria, impidan la incisión lineal de la corriente y mantengan alto el nivel freático.
u Cumplir con todo ello, al conservar las funciones, interacciones, dinámica, continuidad y conectividad de los ecosistemas fluviales, con la
exigencia del buen estado ecológico que propugna la Directiva Marco del Agua 2000/60/CE.
u Laminar de forma natural las avenidas reduciendo los caudales punta por el propio desbordamiento dentro del territorio fluvial, que se
convierte en almacén de ralentización de la onda de crecida, lográndose, por tanto, una mitigación del riesgo aguas abajo y un ahorro
en defensas e indemnizaciones. Es, en suma, un nuevo sistema de defensa, una estrategia de resiliencia (Vis et al., 2001) frente a las tradicionales estrategias de resistencia (diques, dragados, encauzamientos, etc.), en la línea de lo propuesto por la Directiva de Inundaciones 2007/60/CE.
u Al resolver problemas de ordenación de áreas inundables, el territorio fluvial contribuye a reducir la exposición, lo que implica sostenibilidad a la hora de luchar contra las situaciones de riesgo (Blackwell y Maltby, 2006; Ollero y Elso, 2007). Esta propuesta permite la multifuncionalidad de los espacios inundables, ya en el territorio fluvial se pueden desarrollar actividades humanas compatibles con la
inundación o cubiertas con seguros. Puede esperarse que las presiones ejercidas sobre el territorio inundable sean menos intensas y más
fácilmente recuperables.
u En suma, el territorio de libertad fluvial mejora y consolida el paisaje fluvial, que gana en naturalidad, y constituye la base imprescindible, tanto funcional como territorial, para la mitigación de riesgos, para la conservación de espacios fluviales y para la restauración (Brierley et al., 2008). Bien es cierto que para la auténtica auto-restauración fluvial, no es suficiente con devolver espacio al río, sino que
hacen falta también crecidas, flujo de sedimentos, eliminar obstáculos transversales, etc.
Dados sus caracteres, objetivos y condicionantes, el territorio fluvial debería estar delimitado por criterios geomorfológicos, ecológicos e históricos (evolución fluvial), y no debería contar con límites permanentes, sino revisados periódicamente, precisamente para adaptarse continuamente a la propia dinámica fluvial (Ureña y Ollero, 2000). En cauces meandriformes de llanura debería abarcar como mínimo el cinturón de
meandros. Es un espacio que viene a coincidir, por tanto, con la Zona de Intenso Cambio Geomorfológico definida por Ayala (2002). Para la
delimitación del territorio de movilidad fluvial puede seguirse la metodología francesa (Malavoi et al., 1998) o la adaptación de Ollero et al.
(2010). En los últimos años, en diferentes estudios realizados para los ríos Ebro, Arga, Aragón (figura 3), Gállego, Cinca y Bullaque, entre otros,
se ha propuesto la aplicación del territorio fluvial y se ha delimitado su anchura aconsejable, pero por diferentes cuestiones administrativas ninguna propuesta ha llegado ni siquiera a fase de proyecto.
Figura 3. Territorio de movilidad fluvial delimitado para un tramo del curso bajo del río Aragón (Acín, 2010).
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El establecimiento de este territorio fluvial exige en los llanos de inundación extensos de cursos dinámicos la eliminación de las defensas de
margen (escolleras que evitan la erosión de las orillas y sujetan el cauce menor impidiendo su dinámica) y el alejamiento de los diques o motas
longitudinales que protegen de la inundación hasta ubicarlos, si son necesarios, en los límites externos. Es necesario restringir en él ciertos usos
humanos del territorio y muy especialmente nuevas edificaciones.
Habría que tratar de potenciar el uso del territorio de libertad fluvial como área natural o con usos que no dificulten el desplazamiento del cauce
y establecer medidas administrativas para potenciar estos usos. En áreas rurales, por ejemplo, se podría potenciar la concentración en este espacio de las superficies que, por razones administrativas, deban retirarse del cultivo (Ureña y Ollero, 2000). La creación de este territorio fluvial
podría ser bien acogida por los propietarios afectados a cambio de medidas de desarrollo. En las áreas urbanas el territorio fluvial, más estrecho, debería integrarse en áreas verdes o parques diseñados de manera que se mantuviera en alguna medida la continuidad del corredor fluvial. Los planes municipales de uso del suelo deberían definir para las áreas consolidadas por la urbanización los espacios que debe ser
recuperados y los que deben ser dejados fuera de ordenación para que con el paso del tiempo puedan reintegrarse a la dinámica fluvial. Deberían también establecer para dicho espacio usos del suelo compatibles con el desplazamiento lateral del cauce. Las nuevas infraestructuras
lineales paralelas al cauce (carreteras, ferrocarril, conducciones, etc.) deberían ubicarse fuera del territorio fluvial y las infraestructuras transversales deberían diseñarse para que el cauce pueda moverse.
Habría que asegurar la continuidad del territorio de libertad fluvial, estableciendo criterios comunes en la cascada de planes de ordenación territorial, desde los regionales, pasando por los comarcales, hasta los municipales, contando con una cartografía que delimite con precisión
estos espacios. El territorio fluvial debería ser una figura con valor jurídico que obligue a todas las administraciones a aceptarla en su planificación. Entre las restricciones dentro de este espacio fluvial habría una fundamental, la prohibición de extracciones de áridos, como se estableció para el Espacio de Movilidad Fluvial en Francia (decreto de 24 de enero de 2001 del Ministerio de Medio Ambiente).
Es evidente que aplicar el territorio fluvial cuenta con importantes dificultades en la mayor parte de los ríos. Se trata principalmente de conflictos de propiedad, multiplicidad de usos e intereses de complicada compatibilización, situaciones heredadas, así como de la propia dificultad para integrar esta medida con la gestión de caudales y otras medidas ambientales. En España las posibilidades de aplicación son actualmente
mínimas, debido a las siguientes causas:
u La enorme presión económica y urbanística sobre los fondos de valle en el último medio siglo. Los espacios fluviales están densamente
ocupados por cultivos, edificios, vías de comunicación, infraestructuras, etc.
u El interés en mantener el actual estatus de la red fluvial como fuente de recursos (agua, áridos, el propio espacio…), de manera que en
la práctica priman todas las demandas socioeconómicas frente a una escasísima o nula preocupación por las problemáticas ambientales. Por ejemplo, las concesiones se mantienen aun cuando se haya reducido el caudal de muchos ríos, siendo imposible cumplir con los
caudales ambientales.
u La lenta e incompleta implementación de las directivas ambientales europeas, en especial la 2000/60/CE, ocultando en muchas ocasiones el verdadero estado de las masas de agua, que en general no se evalúa adecuadamente.
u Las enormes deficiencias normativas sobre los espacios públicos, en este caso manifestadas en la mínima aplicación legal de la figura
del Dominio Público Hidráulico. Los deslindes, un cuarto de siglo después de la entrada en vigor de la ley, se han ejecutado en menos
del 10% de la longitud de la red fluvial, y siguiendo trazados muy discutibles.
u El consolidado proteccionismo legal con la propiedad privada. La administración fluvial no quiere enfrentarse a la expropiación y en todo
caso optaría por la compra de terrenos. Y ello a pesar de que la mayor parte de la propiedad privada procede de invasiones alegales del
espacio fluvial registradas hace 40 ó 50 años y luego consolidadas catastralmente.
u La erosión fluvial se ve social y administrativamente como pérdida de terreno que puede llevar a conflictos legales. Así, puede llegar a
admitirse un Territorio Fluvial para laminar inundaciones, pero nunca un espacio de movilidad sin defensas de margen.
u La convergencia de distintas administraciones en la gestión del espacio fluvial, lo cual origina tanto conflictos como vacíos de responsabilidad y acción.
u La falta de recursos económicos de la administración local, que parece la mejor predispuesta a iniciativas como ésta, al menos en algunos casos en los que en el territorio fluvial domina el suelo municipal.
u La inexistencia de una cultura ambiental en las comunidades ribereñas, que frente a los problemas generados por las crecidas solo demandan, con el apoyo de los medios de comunicación, dragados, limpiezas de vegetación y defensas. Los organismos de cuenca suelen
satisfacer estas demandas y no quieren esforzarse en explicar otras alternativas.
u La ausencia de antecedentes como planes de gestión o “acuerdos de río”, ya que ninguna de estas iniciativas ha prosperado, o se encuentran en fases muy iniciales.
A pesar de las dificultades descritas, es posible encontrar algunos puntos que pueden servir de base para la puesta en marcha de esta propuesta:
u La Estrategia Nacional de Restauración de Ríos, lanzada en 2007 y ralentizada en 2009, pero que ha implicado a la administración estatal y ha sido capaz de despertar la conciencia social sobre esta temática.
u En Cataluña han aparecido en la gestión hídrica y fluvial algunos conceptos muy relacionados con el territorio de movilidad. Así, cada
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estudio de planificación para las diferentes cuencas internas de Catalunya propone la delimitación de tres figuras en el Espacio Fluvial Zona Fluvial, Sistema Hídrico y Zona Inundable- (Agència Catalana de l’Aigua, 2002, 2006) que se han transpuesto en el Reglamento
de la Llei d’Urbanisme y que están ya en vigor desde el mes de julio de 2006. En el artículo 6 de este reglamento se especifican los usos
admitidos en cada figura.
u El trabajo científico y técnico de muchos expertos del medio ambiente y los sistemas fluviales, desde proyectos de investigación y contratos con la administración, se va desarrollando de forma creciente y cuenta con el territorio de libertad fluvial como uno de los aspectos clave en la mejora y restauración fluvial.
u En la misma línea, la creación en 2009 del Centro Ibérico de Restauración Fluvial, integrado en el European Centre for River Restoration,
que aglutina a profesionales e iniciativas de trabajo y que defiende esta iniciativa como campo básico de actuación en el futuro.
u El interés de muchas entidades locales por resolver sus problemas de riesgos, lo cual ha llevado a que contemplen esta propuesta como
una posibilidad útil y factible.
El territorio fluvial está científicamente consolidado como modelo de actuación y es técnicamente viable, pero todavía no es tenido en cuenta
en los ámbitos de decisión políticos y administrativos. Mientras a lo largo de los últimos años se han observado avances importantes en torno
a esta idea en diferentes países europeos, en España parece que hará falta más tiempo para vencer las notables inercias que impiden estas
nuevas fórmulas de restauración fluvial. Dado que los objetivos ambientales en los sistemas fluviales generan muy escaso interés en las administraciones españolas, la vía por la que es más factible un incremento del interés por el territorio fluvial es su utilidad en la reducción del riesgo
por inundaciones (figura 4).
Figura 4. Retroceso de mota de defensa en Caparroso (río Aragón) en 2008 lográndose un espacio de inundación que reduce la inundabilidad en el casco urbano.
Foto: Elena Díaz.
Han surgido algunas iniciativas recientes de aceptación de la inundación controlada de espacios fluviales agrarios. Sin embargo, al no aceptarse la erosión fluvial, por cuanto puede generar pérdida de propiedad privada, no se han logrado auténticos territorios fluviales, sino tan solo
espacios temporalmente inundables. Un ejemplo muy expresivo se encuentra en el curso medio del Ebro aguas arriba de Zaragoza. Durante las
crecidas de abril de 2007 y junio de 2008 y para salvaguardar las obras de la Exposición Internacional de Zaragoza 2008, ubicadas en zona
urbana inundable, se actuó rompiendo diques aguas arriba, reduciéndose así las puntas de crecida. A raíz de aquellas situaciones, la Confederación Hidrográfica del Ebro constituyó una comisión técnica en la que se discutieron dos posibilidades de actuación:
u Permeabilizar con compuertas todos los diques logrando áreas de inundación controlada en la propia llanura de inundación del Ebro (capacidad de 53 hm3 aguas arriba de Zaragoza en la crecida con un periodo de retorno de 10 años)
u Demoler las defensas que protegen de la inundación de 10 años y establecer un nuevo cordón de diques continuos en el límite de la crecida con un periodo de retorno de 25 años.
El organismo de cuenca aprobó la primera de las dos opciones. Con ello, ejerce el control de la inundación manteniendo las orillas estables y
los actuales límites de propiedad y usos del suelo. Sin embargo, esta medida no aporta ningún beneficio ambiental al sistema fluvial, que sigue
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constreñido entre defensas de margen, consolidándose una vez más la ocupación humana del espacio fluvial que se ejerció de forma alegal
hace 50 años. El Ebro medio sigue sin contar, por tanto, con un territorio fluvial.
Es urgente lograr poner en práctica el territorio fluvial en algún tramo de alguno de nuestros ríos, como ejemplo de demostración que pueda
animar a otros casos y también para realizar sobre ese espacio un seguimiento científico de procesos y tendencias. En la situación actual sería
viable que muchos sistemas fluviales puedan lograr un territorio fluvial en un plazo relativamente corto de tiempo, si existiera voluntad para
ese objetivo en los gestores del territorio. Podría ser necesaria una importante inversión económica inicial para retirar defensas o desplazarlas,
para comprar o expropiar terrenos, para favorecer cambios en los usos del suelo y para cofinanciar seguros para aquellos propietarios que prefieran mantener su actividad dentro del espacio de libertad y, por tanto, a expensas de la inundación y de la erosión fluvial. Ahora bien, si se
logra esta iniciativa, la necesaria restauración del cauce y las riberas, tan degradados en las últimas décadas, la llevará a cabo el río, por lo que
será muy barata. Tan sólo requerirá posiblemente alguna ayuda puntual en la rehabilitación de algunos procesos en terrenos muy alterados.
El territorio de libertad fluvial es aplicable a cualquier curso fluvial, incluyendo pequeños barrancos y ramblas. Simplemente habría que adaptar algunos criterios y reforzar ciertos condicionantes. Sin embargo, si la aplicación a grandes cursos de agua se ve aún lejana, necesitada de
la convergencia de varias voluntades y posibilidades, la aplicación a cursos modestos se antoja utópica por el momento. Son sistemas fluviales a los que se ha perdido totalmente el respeto y en los que se han ejecutado transformaciones y alteraciones enormes, a veces definitivas.
4.4. Bases para un programa educativo y formativo
Todo lo expuesto hasta aquí no tiene futuro si no llega a los gestores ni a la población. Para ello es urgente desarrollar programas formativos
reglados y actividades más abiertas y generales de educación ambiental. Es muy necesaria la formación técnica y científica y, ante la fuerte demanda profesional que puede preverse si se desarrolla la restauración fluvial, se hace necesario consolidar currículos formativos en educación
superior. También es fundamental la educación ambiental de la sociedad sobre el funcionamiento de los sistemas fluviales y los beneficios y
objetivos de los procesos recuperadores. Para todo ello es necesario en primer lugar desaprender rechazando tantos dogmas e inercias, y a continuación inculcar nuevos principios básicos. Es muy importante involucrar en este proceso a los medios de comunicación, cuyo papel hasta el
momento, al menos en nuestro país, ha sido exclusivamente el de consolidar las viejas ideas sin ponerlas en cuestión.
El desaprendizaje debe aplicarse a muchas ideas, como por ejemplo las siguientes:
u Un río es una corriente continua de agua, un canal que lleva agua.
u El agua, los sedimentos, el espacio fluvial, solo son recursos. Por ejemplo, los ríos trenzados pirenaicos son considerados simples depósitos de áridos.
u En los libros de texto de Primaria, sobre los minerales, las rocas o el agua se explica principalmente para qué sirven. En cursos más avanzados la problemática ambiental se reduce a la contaminación, nunca se habla de consumo y sobreexplotación. Los embalses, trasvases,
canales, se consideran grandes logros de la humanidad sin ningún problema para el medio fluvial.
u Crecidas e inundaciones son una catástrofe, tal como es puesto de manifiesto en los medios de comunicación, en los que nunca se habla
de sus efectos positivos; sólo hay entrevistas a damnificados.
u Los efectos de crecidas con inundación deben ser reparados con urgencia, mediante limpiezas, dragados, consolidación de los diques,
etc.
u Los problemas en los ríos se solucionan con obras. Las infraestructuras son “progreso” y reducen los riesgos. Ya no puede haber crecidas como antes, porque los embalses nos salvaguardan.
u Tradicionalmente se ha considerado la erosión de márgenes un riesgo en los corredores aluviales, siempre como un problema aunque
no hubiera bienes humanos amenazados. Ello se debe a que erosión es sinónimo de pérdida de terreno, y no se tiene en cuenta que lo
que se pierde se gana en otro lugar (Piégay et al., 1997).
u Hay que “limpiar” los cauces para que circule el agua. Los ríos están “sucios”: hay que quitarles gravas y vegetación.
u Los ríos y las riberas tienen que ser accesibles y las orillas tienen que ser estables y seguras.
u Los seres vivos valen mucho más que las piedras. Si se protege algún río es porque en él habita alguna especie emblemática.
u Mejorar un río es fijarlo con escollera y plantación o bien hacer un parque fluvial y convertirlo en “la calle principal”. La naturaleza y la
huerta se eliminan y se sustituyen por parques temáticos.
u Sigue llamándose restauración a lo que no lo es. Se engaña a la sociedad tratando de vender ciertas actuaciones con un “envoltorio verde”,
cuando muchas veces se trata de intereses para urbanizar.
Algunos nuevos principios básicos que deben ser asimilados por la sociedad y por los gestores son:
u Un río es un sistema natural complejo y dinámico. No es sólo el cauce ni la corriente de agua, sino un espacio mucho mayor.
u Las crecidas y las inundaciones son positivas, fundamentales, procesos naturales imprescindibles para el sistema fluvial y sus ecosistemas asociados. Con ellas el río se recupera solo, su cauce va siendo diseñado por cada crecida
u Los ríos son como son, se diseñan a sí mismos y si se actúa de forma contraria a sus procesos tenderán a rebelarse. Limpiando o dra13
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gando no se reduce la peligrosidad de las crecidas.
u La erosión es también positiva, tiene un papel importantísimo en la dinámica del sistema, en los ecosistemas, en el aporte de sedimentos y en la auto-restauración de los cauces (Bravard et al., 1999). Hay que lograr territorios de libertad fluvial en los que el río pueda erosionar, frente a las actuales protecciones de margen, insostenibles, que generan numerosos problemas y grandes costes económicos
costes económicos.
u La población debe ser educada en el riesgo, en el hecho de que los sistemas fluviales cuentan con procesos extremos y en la necesidad
de convivir con los mismos. Si la sociedad se encuentra preparada en un territorio bien ordenado es más fácil esta tarea. Hay que convivir con los riesgos sin falsa seguridad, la peor crecida está por llegar.
u Los efectos de crecidas e inundaciones hay que mitigarlos con ordenación del territorio antes que con obras.
u Y en general, los problemas fluviales no suelen resolverse con obras de ingeniería, o bien se soluciona un problema y se genera otro. Son
mucho más fiables las soluciones de ordenación territorial y solo en casos extremos habría que recurrir a obras.
u Tenemos que apreciar nuestros ríos y riberas tal como son; no hay por qué importar paisajes de postal.
u Restaurar un río es quitarle trabas para que recupere su dinamismo natural y se reconstruya a sí mismo.
u Hay que proteger los ríos porque son ríos y funcionan como tales, independientemente de que lleven o no agua y de que tengan más o
menos seres vivos; un cauce de gravas, una rambla, también son un valioso patrimonio natural a proteger
5. CONCLUSIONES
Se propone fomentar el paradigma innovador de la libertad geomorfológica para poder superar el grave deterioro de nuestros ríos, torrentes y
ramblas y alcanzar los grandes retos de la restauración fluvial. Porque es urgente, con conocimiento e innovación de ideas, así como con programas educativos y formativos, derribar los viejos dogmas de la ingeniería tradicional, del falso progreso y del consumo insostenible.
Desde la Geomorfología Fluvial como ciencia y desde la valoración de la geomorfología como base de funcionamiento del sistema fluvial, se
aportan los fundamentos metodológicos e interpretativos para la comprensión de la dinámica fluvial como clave de restauración.
Se ha justificado la necesidad de proteger la dinámica natural de los sistemas fluviales como clave para su correcta gestión territorial, para la
mejora de sus ecosistemas y para la minimización de los riesgos. En este sentido, el territorio de libertad fluvial es una propuesta sencilla y de
sentido común, aunque difícil de aplicar, frente a la problemática ambiental y de riesgos de los ríos de llanura. Respetar o devolver espacio al
río es, ante todo, una medida inteligente. Frente a las habituales medidas de choque es una estrategia de adaptación, de resiliencia. Cuanto
mejor se respete y conserve el territorio del río mejor funcionará el sistema fluvial y más beneficios aportará.
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