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ÉTICA PÚBLICA 1
Capítulo II – EL SENTIDO DE LO PúblicO
2.1 ¿Quién gobierna a quién?: el papel de las instituciones en la vida social
La ética, como se ha venido diciendo, recae sobre la práctica y la acción cotidiana, por eso no
hay discusiones sobre ética que se reduzcan nada más a la teoría. Toda preocupación ética es
un dilema de la filosofía moral sobre las acciones concretas, comprende una actitud reflexiva
sobre la filosofía de la práctica que no se contenta con una simple comprensión, sino que recae
directamente sobre la evaluación y dirección de las acciones concretas. Por eso, las reflexiones
éticas habitan lo consuetudinario, inundan la vida con decisiones a veces automáticas, así
como con otras más complejas; la ética como práctica filosófica es un ejercicio analítico que
precede, acompaña y evalúa la acción. Una reflexión de la filosofía práctica que, ante todo,
construye carácter. Una disposición tal implica un posicionamiento analítico capaz de explicar y
dirigir acciones legítimas e ilegítimas en el encuentro de diferentes morales –de lineamientos
rígidos sobre el deber ser humano-.
La tarea de la ética es una responsabilidad no sólo individual, sino presente en los ámbitos
públicos de la vida social. Un sistema de valores, traducidos obligatoriamente en
comportamientos y prácticas, que hacen posible la vida social en armonía. De esa manera, la
ética es constituida por sujetos interdependientes, respetuosos (de sí y de quienes le rodean),
solidarios, críticos (con sus propias acciones y con las acciones de los demás), reflexivos,
creadores de pensamiento, cultivadores de valores y de virtudes, y defensores del bien común
(que materializan en la ética en sus actos). La ética se encarna en la defensa de lo humano, en
la conciencia de que el pensamiento ético debe trascender como pensamiento y llegar a la
acción, desde lo privado hasta trascender a la esfera de lo público.
La ética como acción, lleva a preguntarse por las formas materiales que ha asumido su
realización, es decir su concreción material en prácticas, reglas y estrategias. En términos
generales, el conjunto de reglas (formales e informales) que rigen los comportamientos
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sociales de los individuos que pertenecen a un mismo grupo es conocido como instituciones
(Durkheim, 1961). En este sentido se suele decir que en las democracias modernas somos
gobernados no por los hombres sino por las instituciones, como una de las principales
garantías para la justicia y la paz.
Desde una perspectiva histórica, los diferentes arreglos institucionales han permitido
materializar la democracia como una forma de gobierno en nuestras sociedades actuales,
donde la ética ha asumido diferentes expresiones que han marcado las configuraciones
particulares asumidas por el régimen político. Entre esos arreglos institucionales que hacen
posible la democracia moderna, se cuentan: la división de poderes, el sistema de pesos y
contrapesos (conocido en inglés como checks and balances), el sistema electoral, el régimen
constitucional, la igualdad del ciudadano frente al Estado, los derechos humanos y los
derechos de las minorías, entre otros.
En este orden institucional se ha establecido que los funcionarios públicos y los ciudadanos
tienen competencias y responsabilidades acordes con la importancia de las funciones que
ejercen. Por lo que los servidores públicos son responsables al igual que cualquier ciudadano
por infligir la ley, pero además como funcionarios públicos son responsables por la omisión o
extralimitación en el ejercicio de sus funciones (Art 60). Así, el ejercicio de la función pública
implica para el funcionario la aceptación de una serie de responsabilidades que se agrupan en
la defensa del interés general y el cumplimiento de los fines del Estado. De tal suerte que el
funcionario público es un actor principal en la defensa y promoción de los derechos
fundamentales de los ciudadanos, a través de su servicio a la comunidad promueve la vigencia
del régimen democrático. Es así que el actuar del funcionario se encuentra orientado a la
satisfacción de los derechos del ciudadano consagrados en la Constitución y la ley.
2.2 Cuidado y fortalecimiento de lo público
2.2.1 Organizaciones
La promoción y el fortalecimiento de la gestión ética en la administración pública, ha sido
promovida por diferentes organizaciones internacionales y nacionales, entre ellas la Asociación
Internacional de Escuelas e Institutos de Administración Pública (IASIA). En 1976 este
organismo se encargó de convocar una de las primeras reuniones para promover reflexiones
sobre la ética y la responsabilidad en el servicio público. Más tarde, en 1983 se llevó a cabo en
Washington D.C. el primer Congreso internacional de ética pública y en 1995 la Organización
de Estados Americanos (OEA) realizó la Conferencia sobre probidad y ética civil. A finales de los
años 90 se empezaron a realizar diferentes Conferencias Internacionales Sobre Ética en el
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Gobierno, Perú (1997), Durbán (1999), Praga (2001), Seúl (2003), entre otras.
En este contexto surge y se posiciona la idea de gestión ética, como un conjunto de medidas
tendientes a modificar las conductas indeseables de los funcionarios públicos y los empresarios
privados que participan en la prestación de servicios públicos o la contratación pública; a partir
de la autoevaluación y la autorregulación.
2.2.2 Los modelos de gestión ética
Los modelos de gestión ética promovidos en estos enfoques, consideran que la reflexión ética
y la construcción de un marco referencial de valores, pueden contribuir en la regulación de los
comportamientos asociados a la gestión de lo público. Se trata de generar en el individuo
mecanismos de autoreflexión que le permitan potenciar sus procesos de verificación individual
para emitir juicios de valor sobre la correspondencia entre su accionar y marcos morales
reconocidos. Tales enfoques suponen que los sujetos pueden actuar llevados por la búsqueda
de la gratificación individual generada por la ejecución de la acción en sí misma o por el deseo
de gozar las consecuencias de la acción (USAID, 2006).
La materialización de la ética ha implicado una serie de reflexiones y propuestas acerca de los
principios que se deben realizar a partir de la institucionalidad democrática. Entre ellas podrían
identificarse las éticas a partir de las que se promulgan y promueven “principios universales”;
aquellas que dictaminan cánones de actuación para un colectivo en particular; aquellas que se
ocupan de las ulteriores consecuencias de las acciones; y, aquellas que promueven una
relación de respeto sumo por la vida. Así tendríamos una ética de los derechos, una ética de los
deberes, una ética de la responsabilidad y una ética del cuidado.
La Ética de los derechos fundamentada en los principios promulgados por el respeto de los
derechos humanos, como guía y garantía del respeto a la dignidad de todo ser humano
independientemente de su cultura, tendencia política, elección de género, pertenencia a clase
social, o cualquier otra peculiaridad. En este enfoque la función pública tendría la
responsabilidad de guiar todas sus acciones con principios de equidad que fomenten una vida
pacífica y sana para todos.
La Ética de los deberes de acuerdo con Kant, parte de la conciencia de los sujetos de sus
deberes como ciudadano, y más si es servidor público. Los deberes reconocidos como
fundamentales en la administración pública serían la integridad, el respeto, la honestidad, la
transparencia e idoneidad en el desempeño de la función pública.
La Ética de la responsabilidad de acuerdo con Max Weber, quien desarrolla su teoría a partir
de los planteamientos de Hegel y de Kant, se asienta en la correspondencia que tiene el sujeto
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o entidad de responder por sus acciones cualquiera que ellas sean, directas o indirectas, frente
a la construcción de una sociedad mejor para el futuro, de valoración de lo público y el
bienestar común sobre cualquier otra cosa. En los Estados de derecho esta ética implicará una
responsabilidad de los ciudadanos de participar de manera activa en la construcción de país
desde la democracia.
Y por último, una Ética del cuidado que según Carol Gilligan, privilegia la naturaleza humana y
su protección, por lo cual el cuidado del prójimo y de su medio ambiente se convierte en una
responsabilidad ética. Esta noción de ética se fundamenta en el principio general de la bondad
y el altruismo humano como condiciones ontológicas, y por ello, la función pública debe velar
por el bienestar de toda la comunidad a la que representa.
En esa medida, y más allá de posturas académicas, debates, escuelas, o categorías sobre la
ética, es evidente que la ética fue entendida como una preocupación filosófica, unida a la
necesidad de cultivar las virtudes, que más adelante se convirtió en un tema de importancia
política, reflexiva, social o teológica, que nunca ha sido separada de la noción de lo público. En
los asuntos públicos hablar de bienestar común, de armoniosa vida social, de decisiones justas
o legítimas, es hablar también del ejercicio de la ética, desde la importancia de una buena,
coherente, justa y respetuosa administración. La participación en y de lo público no puede
existir sin la base de los comportamientos éticos, y menos aún, sin tener en cuenta cómo la
ética, una preocupación antigua, es absolutamente vigente como tema de reflexión y como
guía en el ejercicio privado y público de sus fundamentos.
2.2.3 Normatividad y políticas públicas
Un enfoque importante que se ha introducido en el análisis del buen funcionamiento de la
administración pública es el de la corresponsabilidad. La corrupción no es un fenómeno que
venga dado en una única dirección y cuya responsabilidad recaiga únicamente en una de las
partes, sino que por el contrario involucra una pluralidad de sujetos, por lo que el sector privado
y la ciudadanía son actores fundamentales en la búsqueda de una administración transparente.
Adicionalmente la corresponsabilidad no se limita a un ejercicio de veeduría sobre los bienes y
recursos públicos, sino que implica un ejercicio de doble vía en donde el ciudadano y
funcionario se comprometen en todo momento en cumplir con sus deberes y a su vez exigir el
cumplimiento de sus derechos.
En el ámbito nacional se ha buscado fortalecer la ética en la gestión pública con la
implementación de sistemas de gestión integrados, códigos de conducta y contratación
pública, concursos de méritos para acceder a los cargos públicos y diversos procesos
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desarrollados en cada entidad para establecer áreas problemáticas y modelos o manuales
internos de ética y conducta. Entre las leyes desarrolladas se resalta la ley del Código de Ética
de la Función Pública, que es un “documento de referencia para gestionar la ética en el día a día
de la entidad” (USAID, 2006; p. 155).
El Código de Buen Gobierno que “recoge las normas de conducta, mecanismos e instrumentos
que deben adoptar las instancias de dirección, administración y gestión de las entidades
públicas, con el fin de generar confianza en los públicos internos y externos hacia el ente
estatal” (USAID, 2006; p. 155). La gestión ética también se ha desarrollado a partir de la
construcción de políticas públicas y programas en los diferentes órdenes territoriales. Entre
ellas se encuentra el Plan Nacional de Modernización, Eficiencia, Transparencia y Lucha contra
la Corrupción, que recoge una serie de funciones que buscan consolidar una política pública en
el área e integran a la lucha contra la corrupción otras ideas como la de modernización,
eficiencia y transparencia en la gestión pública; para lo cual establece estrategias de
información y la creación de redes institucionales entre las entidades que trabajan en el tema.
Finalmente, se han creado e implementado una serie de Comités o Comisiones de Ética
institucionales e interinstitucionales (Zamora, 2009), que como veremos en el módulo 2 buscan
reforzar los mecanismos de gestión ética a partir del trabajo en red entre diferentes entidades.
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