ALTERIDAD Y HUMANIDAD: MÁS ALLÁ DE LA INTERIORIDAD ORTEGUIANA Santiago Kussianovich Universidad Nacional del Comahue Quizás pueda hacer el siguiente análisis: no soy yo quien escribo, sino un sinnúmero de usos y costumbres determinados por la cultura en que he vivido y que ahora ayudo a implementar en el mundo. Desde aquí me atrevo a decir que el lugar y el momento que uno ocupa, con toda su historia y legado, constituye la base fundamental para poder entender todo intento de comprensión. Y si esta comprensión pretende en este encuentro dilucidar algún problema inconcluso, siendo esta exposición de carácter académico, seré entonces un ser-académico, en la medida en que persiga cualquier tipo de examen o conjetura. No sé hasta qué punto lo dicho me pertenece, ni tampoco si en ello hay un límite entre lo ajeno y lo propio. Pero sí puedo saber que el que escribe no consigue escapar de su acto, de la praxis que lo hace ser, en este instante, un ser-discurridor. No obstante, si bien el problema de la autenticidad podrá ocupar nuestro pensar en el curso del presente trabajo, no es el fin último al que intento llegar. El objetivo del mismo será, a partir de la noción de alteridad que plasma Ortega y Gasset en su obra póstuma titulada El hombre y la gente (1957)1 -en la que pretende definir qué es lo esencialmente social y cómo se comporta en la esfera de la vida individual y de la vida colectiva- encaminarme a reflexionar sobre las ideas que este proyecto conlleva. Sería bueno tener en cuenta que esta exposición, aunque parezca ingenuo decirlo, tuvo como premisa seguir el hilo de mi interpretación. Repetir lo signado por un autor es más cotidiano que creer que uno puede hacer algo distinto. El que dice ser original corre el peligro de enredarse con su pasado, y el que admite lo contrario, se sitúa lejos de lo que es capaz de ser. Por este motivo, no es el impulso de estas palabras el que se conviertan en una descripción adecuada y unilateral. Si así fuera el caso, nos posicionaríamos en el lado El hombre y la gente es un estudio sobre ‘lo social’ que Ortega venía desarrollando desde los años treinta y que constituyó el objeto de un curso profesado en Madrid en el Instituto de Humanidades, en 1949-50. Ortega prosiguió intentando esclarecer esta temática hasta su muerte, en 1955. El texto de aquél curso, corregido aún por él, se publicó como el primero de sus escritos póstumos en 1957. 1 contrario en el que se unge la estructura del pensamiento orteguiano. Si hay algo que identifica y unifica el recorrido de toda su tarea intelectual, es la circunstancialidad que atraviesa cada vida humana, con su anclaje histórico, emocional y perspectivo. Cada vida posee una circunstancia particular, un ámbito impremeditado e imprevisto en el que siempre estamos situados para ser dentro de un horizonte inexorable. Pero claro, la perspicacia inmediata es cuestionar que yo o ustedes, en este momento, he elegido o han elegido estar aquí. Pues sí, ninguno de nosotros puede evitar el decidir, el tener que hacer algo aquí o allá, o incluso, en la más alienante situación, dejarse llevar o resistir rotundamente. La cuestión es, sin ir tan lejos, que en cada momento estamos siendo en una circunstancia, ya la hayamos elegido o nos encontremos repentinamente en ella. La famosa frase de Ortega ‘yo soy yo y mi circunstancia’ (Ortega y Gasset; 1914: 322), que en verdad fue tomada de Husserl2 para reinterpretarla, deriva en que cada experiencia de cualquier ser humano, ya sea de origen empírica o intelectual, tiene la particularidad de ser la ‘realidad radical’. No importa cuántas realidades podemos presumir o hipotetizar, una por una se consuma en la vivencia de cada yo-vivenciador, y es imposible que de él se desprenda o escape, que trascienda su vida ejecutante. Pero no equivale esto a decir que la vivencia de todo yo es la única realidad, que fuera de sí no existe manifestación real de otro ser u otros seres, que la realidad se convierta en un mundo solipsista al modo cartesiano. Al llamarla “realidad radical” no significo que sea la única ni siquiera la más elevada, respetable o sublime o suprema, sino simplemente que es la raíz – de aquí, radical – de todas las demás en el sentido de que éstas, sean las que fueren, tienen, para sernos realidad, que hacerse de algún modo presentes o, al menos, anunciarse en los ámbitos estremecidos de nuestra propia vida. Es, pues, esta realidad radical – mi vida – tan poco egoísta, tan nada “solipsista” que es por esencia el área o escenario ofrecido y abierto para que toda otra realidad en ella se manifieste (Ortega y Gasset; 1957:63). En este sentido la vida humana, si bien excluye la posibilidad de un yo puro que contemple las cosas en su rededor, ya que nunca dejará de estar sometido e impregnado por una circunstancia particular, incluye la necesariedad de que la enorme cantidad de yoes vivientes tengan para sí y desde sí, una única y solitaria experiencia; es decir, que la vida humana que está siendo en cada instante, con ese yo que es con y en su mundo y con sus El parágrafo ‘El mundo de la actitud natural’ de las Ideas de Husserl, prosigue con las palabras: "Ich und meine Umwelt", "Yo y mi mundo circundante” (Husserl; 1913: 64). 2 cosas, de tal manera que es él y les son su mundo y sus cosas de modo patentes y presentes, será indefectiblemente una vivencia solitaria, o como la llama Ortega, la vida en radical soledad. En mi caso, soy antes que nada un cuerpo físico, ocupo un lugar en el espacio y me diferencio de otros cuerpos que están allí, fuera de mi lugar y ajenos a mi sentir. El aquí es sólo mío, existe en mi radical soledad. Lo otro es esta silla donde me siento, esta mesa donde me apoyo o ustedes, que me escuchan, me tocan o me ven. Lo infranqueable e irreductible es mi propia vida. Todo lo demás debe supeditarse a mi experiencia vital, inmersa en un suceso personal e intransferible. Ahora bien, una pregunta posible y sugerente sería: ¿cómo aparece el Otro3 en esta vida solitaria y radical? En su afán de fundamentar cuál es la esencia de lo social, Ortega comenzó por establecer el ‘tacto’ como el sentido principal que abre al ser humano en su trato con el mundo4. Nuestro existir deviene primero del con-tacto con los demás cuerpos existentes, donde se produce una mutua resistencia física. Las cosas de nuestro contorno son presencias espaciales que chocan con nuestra patencia original: nuestro cuerpo. Así procuró Ortega analizar el trato que tenemos con todos los cuerpos existentes, que enumeró como minerales, vegetales, animales y hombres, para saber con cuáles de ellos se puede precisar que haya efectivamente una relación social. Como muchos pueden imaginar, aunque con los animales entrevió una pequeña dosis de sociabilidad, la evidencia la encontró en el trato entre seres humanos. Llegado hasta aquí, es indispensable saber qué es lo social para el ibérico. Avancemos entonces a una de sus definiciones: El vocablo social ¿no apunta desde luego a una realidad consistente en que el hombre se comporta frente a otros seres, los cuales, a su vez, se comportan con respecto a él – por tanto, a acciones en que, de uno u otro modo, interviene la reciprocidad en que no sólo yo soy centro emisor de actos hacia otro ser, sino que este otro ser es también centro emisor de actos hacia mí y, por tanto, en mi acción tiene que estar ya anticipada la suya, se cuenta con la suya porque en la suya se cuenta también con la mía -; en fin, para decir lo mismo en otro giro, que los dos actuantes se responden mutuamente, es decir, se co-rresponden? (Ortega y Gasset; 1957: 114). Utilizaré el término ‘Otro’ con mayúscula para referirme a los seres humanos en su generalidad en tanto alter-egos, y con minúscula cuando quiera hacerlo respecto a todo aquello que se encuentra fuera del yo en tanto entidades extensas distintas. 4 Ortega concede a la percepción un lugar central en su teoría del conocimiento. Influenciado por su raigambre fenomenológica, concibe al acto perceptivo como aquel en el que “vivimos definitivamente” (Ortega y Gasset; 1983: 248), ya que nos brinda por vez primera la posibilidad de apresar el mundo de la vida. 3 En el trato entre el animal y el hombre se compone el ‘somos’, tanto uno como otro se responden, se reprocican, y en esa co-rrespondencia se perciben como algo que no sólo existe para sí, sino también para otro, por lo que puede decirse que co-existen. Pero la reciprocidad del animal con respecto al hombre es muy limitada. Su acotado repertorio de respuestas a los actos del hombre se relaciona proporcionalmente con el grado de coexistencia que sobreviene de dicha relación. Nuestra existencia no sería plena si, por ejemplo, estuviésemos restringidos sólo al apareamiento y a la alimentación. La forma de ser que tenemos hoy en día y las relaciones que establecemos con nuestros pares, en su amplia dimensionalidad, no tendrían la posibilidad de instaurarse bajo la mutualidad animal. De ello deduce Ortega que lo eminentemente social se encuentra en la corespondencia humana. De este modo, el mismo devenir de estas conclusiones me obliga a señalar lo siguiente: si la esencia de lo social involucra ineludiblemente el trato interactivo entre seres humanos, ¿implica la humanidad el desenvolvimiento de lo social? Aunque el filósofo español hable en términos sociológicos y/o antropológicos y no se exprese literalmente con respecto a la constitución ontológica del ser humano, se logra entrever en su obra de 1957 la alusión implícita a este tema, o, por lo menos, nos brinda herramientas como para conducirnos hacia una hipotética fundamentación. Lo cierto es que su esfuerzo de alcanzar la certeza absoluta de lo social, orientó mi análisis a inmiscuirme en ese terreno para luego destacar los cimientos en donde se apoya nuestra ontología. En principio, según él, somos “X” (Ortega y Gasset; 1957: 108) vivientes, seres que resisten y padecen la confrontación con su contorno, pero la entidad humana que somos aparece en la mutua reciprocidad y correspondencia con el Otro, no con lo otro en tanto cuerpo externo, sino con el Otro en cuanto es capaz de responderme potencial o efectivamente como yo mismo puedo hacerlo con él. Tenemos, pues, una realidad nueva y sui generis, inconfundible con cualquier otra, a saber: una acción en que intervienen dos sujetos agentes de ella – yo y el otro -; una acción en que va inserta, interpenetrada e involucrada la del otro y que es, por tanto, inter-acción. Mi acción es, pues, social, en este sentido del vocablo, cuando cuento en ella la eventual reciprocidad del Otro. El otro, el hombre, es ab initio el reciprocante y, por tanto, es social. Quien no sea capaz de reciprocar favorable o adversamente no es un ser humano (Ortega y Gasset; 1957: 172). Esta idea no está exenta de la suposición, como mencionamos anteriormente, que los animales también interactúan con nosotros y, de alguna manera, esa reciprocidad puede verse como un trato social. Igualmente, lo que ahora nos orienta es mostrar cómo nos constituimos en seres humanos. Si alguien dijese que en nuestra primera apertura al mundo nos encontrásemos antes que nada con minerales, vegetales o animales, ello podría ser cierto sólo en la medida en que fuésemos abandonados abruptamente en el mismo acto de nuestro nacimiento, quedando solos en la intemperie de la naturaleza y sin contacto con personas. Bien es conocido que en los casos en que esto ha sucedido, poco puede llamárseles a los X vivientes involucrados, seres humanos. En el momento en que comenzamos a vivir se nos aparece alguien de nuestra especie, incluso primero que cualquier otro ente del mundo, de tal modo que la aprehensión del otro es anterior a la aprehensión de nosotros mismos. El Otro cimienta, además del hecho social, la estructura que nos hace pertenecer a la humanidad, nos funda constantemente con su presencia, nos interpela a responderle, a interactuar con ellos y luego con las cosas, a dar explicaciones de lo que somos, porque ellos son como el espejo en el cual nos reconocemos y constituimos; y cuando digo “ellos” me refiero también a mí, ya que en la diversidad del estar siendo soy más de una vez un alter-ego. Por lo tanto, la interpelación ontológica que implementa la alteridad nos lleva a concebir que dicho proceso, si se puede pensar dentro de la temporalidad, es de carácter universal y absoluto, esto es, que se circunscribe a todo individuo viviente y que, como ningún ser humano se presenta como un ser humano a medias, funciona de forma totalizadora en nuestra constitución como entidades humanas. Hasta aquí se revela la gran importancia que tiene la alteridad en la existencia del mundo que conocemos, experimentamos y que somos. Sin embargo, no hay que perder de vista que toda realidad es, en definitiva, según Ortega, una realidad radical y solitaria. Si bien el Otro origina mi humanidad, su intimidad existe en completa impenetrabilidad a mi propia vida. En todo el espectro de los Otros que se nos aparece, observamos que sus movimientos, sus conductas y accionar, son señales de una intimidad que es trascendente con respecto a la nuestra. Precisamente, lo único que podemos afirmar con certeza es, en nuestra patencia, su cuerpo y sus expresiones. Que el Otro esté triste, contento, enojado o decepcionado, si no lo manifiesta externamente mediante el habla o alguna gesticulación precisa, es imposible que logremos saberlo. La vida del otro no me es realidad patente como lo es la mía: la vida del otro, digámoslo deliberadamente en forma gruesa, es sólo una presunción o una realidad presunta o presumida – todo lo infinitamente verosímil, probable, plausible que se quiera -, pero no radicalmente, incuestionable, primordialmente ‘realidad’ (Ortega y Gasset; 1957: 124). Es más, como la vida en tanto humanidad es para Ortega sólo la de cada cual, que piensa, quiere, siente y ejecuta con su cuerpo, la vida social no es vida humana en sentido estricto y primario. No es un hecho que se suscita como el comportamiento de un agente único y solitario, sino algo que se produce en el común intercambio del accionar de miles de vidas de la humanas. Y en esa interacción sucede que los distintos agentes cometen acciones ininteligibles e involuntarias, que no han ocupado tiempo en pensarlas y en responsabilizarse por ellas, porque este accionar no proviene en verdad de ellos, su origen está en todos, en los demás, en la ‘gente’, o en aquello que se llama sociedad, que, en última instancia, no representa a nadie determinado. De este modo, el hombre es en lo social un mero ejecutor de acciones inhumanas. Me detengo ahora también deliberadamente, pues Ortega cree que la sociedad “es una formidable máquina de hacer hombres” (Ortega y Gasset; 1957: 27), y yo no concibo cómo esto se materializa en la relación oscilante entre la radical experiencia solitaria, la impenetrabilidad íntima del Otro y la deshumanización del acto social. Me pregunto: ¿de qué forma el Otro me interpela ontológicamente si no es accesible para mí su intimidad?, ¿qué es lo aquello del Otro que me hace ser un ser humano?, ¿sólo su movimiento o su expresión?, ¿cómo la acción social, que se efectiviza en una vida humana, puede ser inhumana? El punto es, por si no quedó claro, desentrañar cómo un X viviente, que es un cuerpo orgánico con densidad física que padece la exterioridad de su contorno, se convierte en un ser humano, esto es, en un ente que no se mueve por el sólo instinto ni mecánicamente, ya que a él le es esencial pensar, amar, odiar y desear a partir de una intimidad que se manifiesta como una subjetividad que lo objetiva dentro de la humanidad. Recapitulemos un poco para intentar contestar estas preguntas. Tenemos que cada sujeto está sumergido en una circunstancia, la cual es el mundo vital en el que se halla inmerso, por lo que se incluye en él no sólo el mundo físico, sino también las personas, la sociedad y la cultura toda que la atraviesa. El mundo es un dato que se ofrece a la vida de cada cual, donde lo primero que aparece no es el yo que vivencia, aunque él sea a quien se le presenta el mundo5. El orden de aparición viene primeriado por el Otro. Mi yo se va formando en el encuentro con el Otro a partir de su intervención en mi circunstancia, de la cual él también es parte. La vida de cada cual es riquísima en matices, imágenes, pasiones, valores, ideales, miedos y otras múltiples vivencias; se puede hacer el intento de mostrarla lo más fielmente posible para tentar aproximarla a la profundidad del Otro, pero de ella queda siempre un velo que oculta la intimidad, que impide su plena transparencia, porque dramáticamente, según lo piensa Ortega, estamos inmersos en nuestro soma-sema, en nuestro “cuerpo-tumba” (Ortega y Gasset; 1957: 101). Ahora bien, observemos lo siguiente. Nadie puede negar que somos en un cuerpo y desde el cuerpo, que todas nuestras vivencias se realizan somáticamente allí. Incluso para quienes creen que somos esencialmente alma, ésta tiene su morada asignada, porque si bien podría en cierto estado desprenderse y viajar fuera de él, indefectiblemente volvería si no quisiera ser un fantasma vagabundo y dejar de ser la vida que era. Esta es la raíz vital que propugna Ortega. Las personas más allegadas a mí pueden intentar comprender lo que me pasa, pero nunca podrán vivir en mi vida. Yo soy un hombre único, no existe alguien que viva mi ser y mis vivencias. En esto comparto con Ortega que la vida es radical y solitaria, en el sentido en que cada yo viviente tiene su propia experiencia fenoménica del mundo. Pero dentro de esa experiencia está el Otro, que me posibilita, con su existencia y su reciprocidad para conmigo, que yo pueda ver las cosas como cosas, la gente como gente, mi yo como yo, y el mundo como mi mundo o como un mundo. Si cada uno de nosotros es capaz de adoptar la tesis fenomenológica sobre la realidad, o cualquier otra tesis, es porque somos capaces de reflexionar a partir de una coacción reflexiva que viaja hacia fuera o hacia dentro de nuestra intimidad, de nuestra subjetividad humana. Puede que alguien agregue a la naturaleza del hombre algún otro atributo esencial que no sea su capacidad de ensimismamiento, de introspección, de viraje a su mundo íntimo en el cual se descubre gracias a la intervención del Otro, pero es innegable que no puede prescindir de esa intimidad. Ortega advierte esto sin problema. No obstante, en su afán de confirmar epistemológica y cognoscitivamente su interpretación fenomenológica de la realidad, tiende constantemente a equiparar la cualidad de lo interno con la de lo En un primer momento, según Ortega, somos un ‘yo indiferenciado’ que ignora la exclusividad y la pertenencia de su propia vida, por lo que ésta se vuelve intercambiable con otras. 5 subjetivo, creyendo que toda subjetividad es, desde una interioridad ajena, impenetrable y cognoscible sólo hipotéticamente: Ya hemos visto que el hombre originario es el Otro y que más bien que vivir con-vive con nosotros y nosotros con él. Pero convivir es ya una realidad segunda y presunta mientras vivir en la radical soledad es primaria e incuestionable… ¿qué tengo delante de mí cuando califico mi relación con el otro como un cero de intimidad? Evidentemente que yo no conozco de él nada único, que le sea exclusivo. Sólo sé de él que, dado su aspecto corporal, es mi “semejante”, esto es, que posee los más abstractos e imprescindibles atributos del ser humano, por tanto, que siente, pero ignoro por completo qué siente, qué quiere, cuál es la trayectoria de su vida, a qué aspira, qué normas sigue su conducta (Ortega y Gasset; 1957: 180-181). Al remitirse Ortega siempre a la radicalidad de la vida individual, confunde el hecho de que, si bien es condición suficiente de toda subjetividad realizarse desde un interior, no por ello significa que ésta les sea, a otros sujetos, intransferible o de carácter real secundario. La interioridad pertenece al plano de lo corporal, de lo espacial, se refiere al lugar que es dentro y no fuera de algo, es la oposición al espacio externo, en cambio, la intimidad, corresponde al estado de pertenencia de la esfera de la subjetividad que nos es inherente, y es característica de ella no sólo aparecerse en el reconocimiento que todo sujeto hace de sí mismo, también le es propio reciprocar, interpelar y penetrar la intimidad del Otro por el simple hecho de estar siendo. Hay un aspecto central que en El hombre y la gente se resguarda de ser tratado con precisión y que origina lagunas argumentativas en la reflexión orteguiana sobre lo social; éste es el del problema de la intersubjetividad. El fructífero y pesado influjo husserliano llevó a Ortega a preocuparse casi porfiadamente por el esclarecimiento de la objetividad del mundo y su consecuente concepción de la realidad abordada desde su perspectivismo circunstancialista. Dicha inclinación lo condujo a sobrevalorar la hermeticidad orgánicacognoscitiva de los actos perceptivos individuales por sobre todo intento de pensar una interrelación intersubjetiva a priori del sentido del mundo. Pero ambas interpretaciones no se contradicen. Pues si toda cognición se produce somáticamente en un único ‘aquí’, no excluye que esta misma, siendo de carácter tanto orgánico como histórico, no pueda tener sus raíces en otros sujetos. Lo extraño es que Ortega lo sabía bien, ya que coincidió con Husserl en que el mundo objetivo no es natural sino un producto de las relaciones sociales, aunque no compartió la creencia de que exista un mundo de la vida (Lebenswelt) común anterior a nuestros conocimientos y experiencias vitales. De allí que haya escindido el mundo humano “en dos áreas: la actividad personal a-social y la actividad social apersonal” (López Saenz; 1991: 225), y haya ligado la intersubjetividad al ámbito de las relaciones interindividuales, más íntimas, auténticas y reales que las sociales. De este modo, queda sellada la división entre individuo y sociedad heredada por Ortega, mientras el sujeto de mis actos individuales es el yo, el sujeto de mis actos sociales es la gente. Cuando actúo individual o interindividualmente mis hechos son diáfanos, inteligibles, nacen de la voluntad libre, etc.; cuando actúo socialmente son oscuros, ininteligibles, irracionales, impuestos, impersonales. En resumidas cuentas, los comportamientos individuales son humanos, los colectivos inhumanos (López Saenz; 1991: 224). El pesimismo social orteguiano sufre de extrema fobia hacia la trascendencia del ego y se encausa por regiones de autismo epistemológico. La preeminencia de la interioridad perceptiva absolutiza la intimidad como incognoscible y convierte a su estudio en algo parecido a un acto de fe. Está bien decir que la realidad se desprende subjetivamente de la perspectiva de cada cual, pero no que la subjetividad sea una perspectiva construida únicamente desde nuestra intimidad. Si el Otro es la condición de posibilidad por la cual nos transformamos en seres humanos, es porque en el primigenio con-tacto con él, sumado a la percepción que tenemos de sus desplazamientos, gestos o expresiones, también se hacen presentes sus valores, principios, sus creencias, sus costumbres, es decir, su propia interpretación del mundo. Si el fenómeno que es el Otro se limitara sólo a la captación sensorial de su fisonomía o a un reducido número de estímulos-respuestas en la relación de nuestra coexistencia, no pasaríamos de ser, a lo sumo, un vegetal o un animal. Que esté consumado el que nos sea posible imaginar, reflexionar, interpretar y accionar en un mundo para nuestro provecho, es causa de que alguien ha traspasado las barreras de nuestro cuerpo para enseñarnos a ser en la humanidad. Cómo se produce esta íntima transmisión, es tarea ardua difícil para describirla con exactitud en este escrito que ya acaba. No por eso dejaremos de nombrar el canalizador por excelencia donde se consuma dicha comunicación de intimidades: el lenguaje. Me animo ahora a decir lo siguiente: mi autenticidad consiste en saber que puedo elegir siempre desde un marco de posibilidades medianamente limitado. La limitación no deviene de mi escasa imaginación o anhelo, sino de que soy en una circunstancia con historia y legado, la cual me permitió tener una perspectiva particular volcada en un determinado campo de acción. Ahora soy un ser-académico y sé que pude haber elegido este camino, pero no que haya tenido la posibilidad de orientar mi voluntad hacia una infinidad de opciones posibles. Es absurdo escapar de mi circunstancia, pero más aún es escapar del Otro, ya que sin él no podría ser lo que soy. He adquirido por él la condición de ser un humano. Me ha enseñado a hablar y a accionar en mi contorno, a desear y reflexionar sobre el mismo, y también a ser Otro, porque soy parte indiscutible de esta conjunción humana que llamamos sociedad. La sociedad no puede ser inhumana. El intercambio y transmisión que en ella se produce tiene que ver con la misma humanidad que interpela constantemente a las personas. Puede que nadie sea capaz de vivir la vida del Otro, pero sí que la vida humana comienza con la aprehensión de la intimidad ajena para luego construir la propia. Referencias bibliográficas Husserl, E. (1913) Ideas Relativas A Una Fenomenología Pura y una Filosofía Fenomenológica, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 1962. López Saenz, M. del Carmen (1991) El problema de la intersubjetividad en Ortega, Universidad de La Rioja, Cuadernos de Investigación Filosófica, XVII (1-2), pp., 199-299, Logroño. Ortega y Gasset, J. (1957) El hombre y la gente; Madrid, Revista de Occidente, 1957. ------------------------- (1914) Meditaciones del Quijote, en Obras Completas, Madrid, Revista de Occidente, 1950. ------------------------ (1913) Sobre el concepto de sensación, en Obras Completas, Madrid, Alianza Editorial, 1983.