ISEGORÍA REVISTA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA Nº 46 enero-junio 2012 Madrid (España) ISSN : 1130-2097 La filosofía ante el terrorismo Philosophy on Terrorism Instituto de Filosofía CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS ISEGORÍA REVISTA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA N.º 46 enero-junio 2012 Madrid (España) ISSN: 1130-2097 ïshgoríaV kaì parrhsíaV kaì kaqólou dhmokratíaV älhqin¿V sústhma kaì proaíresin eïlikrinestéran oük Àn eÛroi tiV... (Polibio, Hist., II, 38, 6) La filosofía ante el terrorismo Philosophy on Terrorism GOBIERNO DE ESPAÑA MINISTERIO DE ECONOMÍA Y COMPETITIVIDAD CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS N.º 46 enero-junio 2012 Madrid (España) ISSN: 1130-2097 ISEGORÍA REVISTA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA ISEGORÍA (http://isegoria.revistas.csic.es) es una Revista de Filosofía moral y política, fundada en 1990 por Javier Muguerza y editada semestralmente por el Instituto de Filosofía del CSIC, cuyos originales inciden en el ámbito temático de la reflexión ética, la filosofía política, la filosofía del derecho, la filosofía de la historia, la filosofía de la religión, la filosofía de la ciencia, la filosofía analítica, la sociología, la economía, la ecología, el feminismo y todo cuanto guarde alguna relación con la teoría y la práctica del obrar humano. ISEGORÍA (http://isegoria.revistas.csic.es) is a biannual journal of moral and political philosophy founded by Javier Muguerza and edited by the Institute of Philosophy (Spanish National Research Council) since 1990. Its thematic areas include: ethics, political philosophy, philosophy of law, philosophy of history, philosophy of religion, philosophy of science, analytical philosophy, sociology, economy, ecology, feminism and everything which pertains to theories and praxis of human action. DIRECTORES Editor: Roberto R. Aramayo (CSIC) Fundador: Javier Muguerza (UNED) SECRETARIA DE REDACCIÓN Concha Roldán (CSIC) SECRETARÍA TÉCNICA Francisco Maseda (CSIC) CONSEJO DE REDACCIÓN José Francisco Álvarez (UNED) Roberto R. 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Arts & Humanities Citation Index y SCOPUS. Certificado de excelencia FECYT. © CSIC, 2012 Las opiniones y hechos consignados en cada artículo son de exclusiva responsabilidad de sus autores. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas no se hace responsable, en ningún caso, de la credibilidad y autenticidad de los trabajos. Los originales de la revista Isegoría, publicados en papel y en versión electrónica, son propiedad del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, siendo necesario citar la procedencia en cualquier reproducción parcial o total. ISSN: 1130-2097 eISSN: 1988-8376 NIPO (en papel): 723-12-070-2 NIPO (en línea): 723-12-069-x Depósito legal: M-16.669-2012 Preimpresión, impresión y encuadernación: N Sociedad Anónima de Fotocomposición Talisio, 9 - 28027 Madrid Diseño de cubierta: Nuria Roca N.º 46 enero-junio 2012 Madrid (España) ISSN: 1130-2097 ISEGORÍA REVISTA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA SUMARIO ARTÍCULOS Presentación, por J. Francisco Álvarez y Eduardo de Bustos . . . . . . . . . . Éticas teleológicas y terrorismo islamista, por José Sanmartín Esplugues . . . Con armas, como armas: la violencia de las mujeres, por María Xosé Agra Romero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos, por Juan Urrutia Elejalde . . . . . . . . . . . . . . . . Metáfora y terrorismo étnico, por Eduardo de Bustos . . . . . . . . . . . . . . . . Racionalidad del terror, por Julián Sauquillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral?, por Miguel Giusti. . . . . . . . . La superación del naturalismo en Ortega y Gasset, por Jesús Conill . . . . 13-16 17-47 49-74 75-104 105-124 125-150 151-165 167-192 NOTAS Y DISCUSIONES El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo, por Camil Ungureanu . . . . . . . . . . . . Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo, por Xabier Etxeberria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Terrorismo y estereotipos de género, por Eulalia Pérez Sedeño . . . . . . . . El otoño alemán, por Sonia Arribas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . El derecho de gentes frente a la globalización, por Asunción Herrera . . . Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones, por Mariano Garreta Leclercq . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Sobre Herederos y pretendientes. Un diálogo con Francisco Vázquez, por José Luis Moreno Pestaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193-213 215-232 233-247 249-264 265-277 279-294 295-302 CRÍTICA DE LIBROS La violencia como objeto epistemológico y como debate inacabado, por Natalia Fernández Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303-306 Lorenzo Magnani, Understanding Violence Más allá de lo bello: el terror, lo sublime y lo grotesco, por Javier Echeverría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306-309 Ángel González García, Arte y Terror La profecía que se autocumple: del error al terror, por Adriana Kiczkowski . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309-314 Joseba Zulaika, Terrorism: The self-fulfilling prophecy Guía de campo para la Teoría de la Argumentación, por Javier González Prado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 314-316 Paula Olmos y Luis Vega (eds.), Compendio de lógica, argumentación y retórica La escritura de los orígenes: filosofía y escritura en el mundo antiguo, por Rocío Orsi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 317-323 Ana Rodríguez Mayorgas, Arqueología de la palabra. Oralidad y escritura en el mundo antiguo Razones para la acción en la filosofía del derecho de Hegel, por Rafael Ramis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 323-326 M. Quante, El concepto de acción en Hegel ¿Revitalizar a Marx desde Heidegger? Sobre la primera edición en español de los escritos tempranos de Herbert Marcuse, por Jordi Maiso . 327-332 Herbert Marcuse, H. Marcuse y los orígenes de la teoría crítica (Introducción y traducción a cargo de J. M. Romero); Entre hermenéutica y teoría crítica. Artículos 1929-1931 (Edición de José Manuel Romero Cuevas) Contra la neutralidad política, por Ángel Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333-337 Mariano C. Melero, Rawls y la sociedad liberal Una neuroética en defensa de la libertad, por Enrique Bonete . . . . . . . . . 337-342 Adela Cortina, Neuroética y Neuropolítica. Sugerencias para la educación moral Ética, globalización y migraciones: las paradojas del universalismo realmente existente, por María José Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343-348 Gabriel Bello Reguera, Emigración y ética. Humanizar y deshumanizar Igualdad sin justicia: los límites de la igualdad de oportunidades, por Mariano C. Melero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348-351 Ángel Puyol, El sueño de la igualdad de oportunidades 6 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 5-7, ISSN: 1130-2097 Ecología y feminismo: caminos convergentes, por Marta Tafalla . . . . . . . 352-355 Alicia H. Puleo, Ecofeminismo para otro mundo posible Consideraciones antropológicas a través de la historia, la literatura y la hermenéutica, por Sonia E. Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 355-359 J. San Martín y T. Domingo Moratalla, La imagen del ser humano. Historia, literatura y hermenéutica La generación del 56: protagonistas y disidentes, por Antonio García Santesmases . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359-362 VV.AA., La generación del 56 (Edición de Antonio López Pina) Normas para la recepción de originales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 5-7, ISSN: 1130-2097 363 7 N.º 46 enero-junio 2012 Madrid (España) ISSN: 1130-2097 ISEGORÍA REVISTA DE FILOSOFÍA MORAL Y POLÍTICA SUMMARY ARTICLES Foreword, by J. Francisco Álvarez and Eduardo de Bustos . . . . . . . . . . . Teleological Ethics and Islamist Terrorism, by José Sanmartín Esplugues . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . With Weapons, as Weapons: Women’s Violence, by María Xosé Agra Romero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Towards an economic-theoretical modelling of terrorism, its consequences and palliative measures, by Juan Urrutia Elejalde . . . . . . . . . . . . Metaphor and Ethnic Terrorism, by Eduardo de Bustos . . . . . . . . . . . . . . The Rationality of terror, by Julián Sauquillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Humanitarianism, a New Moral Ideal? by Miguel Giusti . . . . . . . . . . . . . Ortega y Gasset’s Overcoming of Naturalism, by Jesús Conill . . . . . . . . . . . 13-16 17-47 49-74 75-104 105-124 125-150 151-165 167-192 NOTES AND DISCUSSIONS A Taste for the Extreme: a Critical Analysis of Baudrillard and Derrida on Terror and Terrorism, by Camil Ungureanu . . . . . . . . . . . . . . . . . Ethics of Recognition and the Victims of Terrorism, by Xabier Etxeberria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Terrorism and gender stereotypes, by Eulalia Pérez Sedeño . . . . . . . . . . . German Autumn, by Sonia Arribas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . The Law of Peoples against Globalization, by Asunción Herrera . . . . . . . Political Liberalism and reciprocity: Epistemic justification of beliefs versus moral justification of actions, by Mariano Garreta Leclercq. . . . . On Herederos y Pretendientes. A dialogue with Francisco Vázquez, by Luis Moreno Pestaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 193-213 215-232 233-247 249-264 265-277 279-294 295-302 BOOKS REVIEWS The violence as epistemological object and as unfinished discussion, by Natalia Fernández Díaz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303-306 Lorenzo Magnani, Understanding Violence Beyond Beauty: the terror, the sublime and the grotesque, by Javier Echeverría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306-309 Ángel González García, Arte y Terror The Self-fulfilling Prophecy: from error to terror, by Adriana Kiczkowski . . 309-314 Joseba Zulaika, Terrorism: The self-fulfilling prophecy A Road Map for Argumentation Theory, by Javier González Prado . . . . 314-316 Paula Olmos y Luis Vega (eds.), Compendio de lógica, argumentación y retórica The original writting: and Philosophy in Ancient World, by Rocío Orsi . 317-323 Ana Rodríguez Mayorgas, Arqueología de la palabra. Oralidad y escritura en el mundo antiguo Reasons for Action in Hegel’s Philosophy of Right, by Rafael Ramis . . . 323-326 M. Quante, El concepto de acción en Hegel Revitalizing Marx through Heidegger? On the First Spanish Edition of Herbert Marcuse, Early Writing, by Jordi Maiso . . . . . . . . . . . . . . . . 327-332 Herbert Marcuse, H Marcuse y los orígenes de la teoría crítica (Introducción y traducción a cargo de J. M. Romero); Entre hermenéutica y teoría crítica. Artículos 1929-1931 Edición de José Manuel Romero Cuevas Against Political Neutrality, by Ángel Puyol . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333-337 Mariano C. Melero, Rawls y la sociedad liberal Neuroethics in Defense of Liberty, by Enrique Bonete . . . . . . . . . . . . . . . 337-342 Adela Cortina, Neuroética y Neuropolítica. Sugerencias para la educación moral Ethics, Globalization and Migrations: Current Universalism and its Paradoxes, by María José Guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343-348 Gabriel Bello Reguera, Emigración y ética. Humanizar y deshumanizar Equality without justice: The limits of equality of opportunities, by Mariano C. Melero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 348-351 Ángel Puyol, El sueño de la igualdad de oportunidades Ecology and feminism: converging pathways, by Marta Tafalla . . . . . . . . 352-355 Alicia H. Puleo, Ecofeminismo para otro mundo posible 10 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 9-11, ISSN: 1130-2097 Anthropological Considerations through History, Literature and Hermeneutics, by Sonia E. Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 355-359 J. San Martín y T. Domingo Moratalla, La imagen del ser humano: historia, literatura y hermenéutica. 1956 Generation: Main characters and dissidents, by Antonio García Santesmases . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359-362 VV.AA., La generación del 56 (Edic.Antonio López Pina). Author Guidelines. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 9-11, ISSN: 1130-2097 363 11 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 13-16, ISSN: 1130-2097 La filosofía ante el terrorismo Philosophy on Terrorism EDUARDO DE BUSTOS Y J. FRANCISCO ÁLVAREZ UNED, Madrid En este número Isegoría dedica su sección monográfica a reflexionar sobre «La filosofía ante el terrorismo», un problema del que, cuando menos, no se puede negar su indudable actualidad. Nuestra pretensión ha sido reunir un conjunto de trabajos que muestren la suficiente distancia reflexiva y crítica sobre un tipo de situaciones que, debido a su profundo y radical vínculo con formas sumamente extremadas y cualitativamente diversas de violencia, suelen conllevar una radical toma de posición que con frecuencia hace difícil la propia reflexión crítica. La búsqueda de núcleos racionales sobre los que anclarnos para proceder a la reflexión y al análisis conceptual, y así avanzar en una tarea propiamente filosófica sobre el diverso tejido de lo que puede caracterizarse como acción terrorista, nos ha parecido merecedora de un espacio en Isegoría. Aunque tratando de hacer lugar a otros enfoques y variedades reflexivas, nuestra tarea como coordinadores la hemos enmarcado en las concepciones neo racionalistas que consideran la comprensión como un requisito inaplazable para la explicación de un fenómeno como el terrorismo, y para su crítica. Nos ha resultado particularmente grato que, entre los trabajos que nos llegaron como respuesta a la convocatoria general para conformar este número, se sostenga de manera general una concepción de la práctica filosófica que, antes que la mera reflexión conceptual, considera esencial el conocimiento y la utilización de los resultados de las ciencias relevantes para el análisis de los fenómenos sociales y políticos. Son esos instrumentos los que delimitan el espacio de reflexión filosófica y los que, en consecuencia, acotan la descripción de sus consecuencias epistémicas, ontológicas o morales. La organización y naturaleza de esta sección monográfica refleja en buena medida y de manera plural esa concepción general. No solamente en cuanto a la variedad de sus autores, sino también en lo que se refiere a la heterogeneidad de sus formaciones y las metodologías de las que hacen uso. En ellas se puede percibir la complejidad del fenómeno estudiado y la importancia de analizarlo desde ópticas muy diversas y con todo el arsenal técnico, metodológico y científico disponible. No obstante, dentro de su variedad, se pueden establecer, en el conjunto de las colaboraciones, distintas clases bien definidas. 13 Eduardo de Bustos y J. Francisco Álvarez Para comenzar cabe distinguir un grupo de trabajos dedicados al análisis del trasfondo cognitivo e ideológico del terrorismo. En el primero de los trabajos, el de José Sanmartín, se traza con meridiana claridad la historia y los elementos esenciales de la ideología islamista radical que sustenta el terrorismo de Al-Qaeda y organizaciones similares. Tal ideología incorpora una ética teleológica, al servicio de una divinidad, Alá, que vacía de sentido inmanente la vida del individuo y que, por tanto, constituye el punto de partida para la comprensión del fenómeno del terrorismo suicida, característico del terrorismo islámico. El trabajo de Eduardo de Bustos, en cambio, se centra en los marcos cognitivos que alimentan el terrorismo étnico o nacionalista radical de ETA. Tales marcos conceptualizan la noción central de las diferentes variedades del terrorismo étnico que es la de identidad. El terrorismo étnico se muestra como la respuesta corporeizada a las amenazas a la identidad nacional, amenazas que resultan estar narrativamente construidas y que son propias del discurso terrorista. Los trabajos de María Xosé Agra y Eulalia Pérez Sedeño se centran por su parte en la intervención y lugar, muy variado y omnipresente, de los estereotipos de género en las ideologías terroristas. Los ejemplos que utilizan, que en algunos casos resultan coincidentes pero que son analizados desde perspectivas muy diferentes, abarcan desde el caso de la etarra Yoyes al de las mujeres suicidas chechenas e islamistas. En ambos trabajos se consigue presentar de manera complementaria diversos tipos de violencia ejercida sobre las mujeres o sustentadas desde discursos que pretenden arraigarse en la especificidad de la actividad de las mujeres en los entornos sociales del terrorismo, ya sea como receptoras directas de la violencia ya sea como agentes más o menos directas de la misma acción terrorista. Con ambos trabajos se nos muestra con mucha claridad cómo no es posible comprender la violencia de las mujeres y sobre las mujeres, incluida la violencia que ejercen las mujeres terroristas, sin relacionarla con los marcos que estructuran el concepto de género. En segundo lugar, nos encontramos con otro grupo de trabajos que se centran en las consecuencias de diferente índole del terrorismo. Por ejemplo, en el artículo de J. Urrutia se procede a un sugerente e inteligente intento de modelizar el terrorismo, «actos violentos perpetrados por agentes no militares mediante el uso de medios no propiamente bélicos», desde un enfoque vinculado a la ciencia económica.. Su consideración del fenómeno utiliza diversas herramientas procedentes de la teoría económica, desde la teoría de los juegos evolutivos a la teoría clásica de costes y beneficios. Nos presenta Urrutia un juego evolutivo con racionalidad limitada y memoria imperfecta que le sirve para avanzar en la explicación de cómo surgen, de manera dinámica y no lineal, comunidades identitarias diferenciadas caracterizadas por distintas pautas de conducta y de donde puede surgir tanto la fraternidad 14 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 13-16, ISSN: 1130-2097 La filosofía ante el terrorismo como el odio. La utilización de estos recursos, aún en su dimensión más abstracta, permite avanzar en el esclarecimiento de la naturaleza del terrorismo y la forma en que socava la fraternidad entre diferentes grupos sociales. Por lo que respecta a lo que se pueden denominar consecuencias morales, el trabajo de Xabier Etxeberria explora la categoría de reconocimiento en sus diferentes dimensiones. Tanto desde el punto de vista interno de los agentes del terrorismo como desde el de sus víctimas. Su ejemplo es el del terrorismo de ETA y en él indica la necesidad de que las víctimas sean reconocidas como tales por los terroristas, más allá de reificaciones en discursos justificatorios. Igualmente se analiza en el trabajo el reconocimiento conseguido hasta ahora por esas víctimas contrastando sus similitudes y diferencias con respecto a las teorías vigentes sobre el reconocimiento. No resulta sorprendente que la gran mayoría de los artículos y reseñas bibliográficas relacionados con el tema monográfico mantengan de manera directa o indirecta una conversación, polémica o más sosegada, con el terrorismo de ETA. El periodo de gestación de este número ha discurrido en un periodo menos tenso y agresivo de la violencia terrorista impulsada por los «patriotas radicales». De hecho, estamos en un periodo de parada técnica de ETA que deseamos culmine con su desaparición definitiva y con el comienzo de una época de reconciliación, reconocimiento a las víctimas y apertura de un proceso político en el que se depongan definitivamente las armas y la violencia como medio para obtener réditos políticos. En todo caso nuestra intención es indicar que es necesario un análisis más profundo, categorial, conceptual, científico material, narrativo, del terrorismo para afrontar su presencia, su ausencia y sus terribles consecuencias. No queremos proceder a una intervención política directa sobre el terrorismo, su naturaleza y sus consecuencias: como filósofos pretendemos suministrar algunas herramientas que permitan adoptar una posición esclarecida ante un problema urgente del presente, pero que no es ni nuevo ni externo a nuestra sociedad y cultura, y para el que rápidas y obtusas valoraciones como las de guerra de civilizaciones o el imperio del mal radical no ofrecen instrumentos adecuados de análisis. Antes al contrario, a veces se convierten, de manera no deseada, en auténticas semillas reproductoras de la acción terrorista, como se muestra en alguno de los libros reseñados y en varios de los artículos. Por su parte, el trabajo de Sonia Arribas se centra en las repercusiones estéticas del terrorismo, en el sentido de analizar las representaciones artísticas inspiradas en él. Su ejemplo atañe al terrorismo del Ejército Rojo alemán y a su influencia en la evolución de algunas corrientes artísticas. Más específicamente, su análisis se centra en la relación entre las representaciones colectivas del terror, tal como se presenta en los medios masivos de comunicación, y la forma en que tales representaciones pueden ser modificadas y cuestionadas por el arte. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 13-16, ISSN: 1130-2097 15 Eduardo de Bustos y J. Francisco Álvarez En el apartado de análisis críticos de las diferentes concepciones sobre el terrorismo se sitúan los trabajos de J. Sauquillo y C. Ungureanu. El primero expone y suscribe las tesis de A. Sen y M. Nussbaum, realizando una crítica penetrante del concepto de choque de civilizaciones de S. Huntington. El segundo tiene como objeto las concepciones de J. Baudrillard y J. Derrida sobre el terrorismo. Ambas concepciones, aunque muy diferentes entre sí, tienen en común un gusto por lo extremado, por la hipérbole conceptual. El análisis de C. Ungureanu muestra cómo ese sesgo en ambas concepciones las invalida en cuanto herramientas para un análisis apropiado del terrorismo. Desde luego, quedan muchos aspectos sobre la relación que puede y debe adoptar la filosofía ante el terrorismo, pero solamente pretendemos continuar un diálogo sobre el asunto y dejar abierto al debate la que puede ser una contribución neta para la comprensión, la crítica y la deslegitimación de los muy variados tipos de terrorismo. En definitiva, y en épocas nada buenas para la reflexión serena, hemos pretendido contribuir a una tarea que entendemos propiamente filosófica e ilustrada: que la fuerza de las razones permita arrumbar a la razón de la fuerza. 16 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 13-16, ISSN: 1130-2097 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista Teleological Ethics and Islamist Terrorism JOSÉ SANMARTÍN ESPLUGUES Universidad de Valencia RESUMEN. La ética teleológica del terrorismo islamista (obra principalmente del filósofo Sayyid Qutb, que hunde sus raíces, a su vez, en la ideología de los Hermanos Musulmanes y en las reflexiones de Ibn Taymiyya y Abul alla Maududi) fija como meta suprema de la vida del hombre la complacencia de Allah y como medio principal para alcanzar esta meta la aplicación plena de la sharía o legislación divina. Se sustenta que esta aplicación, que configura la forma de vida del musulmán auténtico, sólo se realizó de forma adecuada entre el año 622 y el 660, en tiempos del Profeta y los primeros cuatro califas (los llamados «píos antepasados» o «salaf»). De modo que la ética del terrorismo islamista prefigura como futuro una utopía regresiva, para la que fijan ahora como enemigos tanto a los infieles (el enemigo lejano) como a los apóstatas (el enemigo cercano). La interiorización de los principios de esta ética y, en general, de las ideas vertebradoras de la filosofía que constituye la base del terrorismo islamista (el denominado «qutbismo», del nombre de su principal representante, Sayyid Qutb) correlaciona con distorsiones cognitivas, emocionales y comportamentales que presentan los terroristas, en particular: percibirse y sentirse como soldados pertenecientes a una vanguardia de musulmanes auténticos, que cumplen con el deber religioso (el mandato divino) de combatir a quienes contribuyen con sus ideas y prácticas a la degradación de los valores del Islam, tal como se fijan en los textos sagrados. Se trata, consideran, de una guerra justa, porque, aun cuando tenga la apariencia de ofensiva, los [Recibido: Dic. 11 / Aceptado: Feb. 12] ABSTRACT. To the teleological ethics of Islamist terrorism (whose main author was the philosopher Sayyid Qutb, who was, in turn, inspired by the ideology of the Muslim Brotherhood and the reflections of Ibn Taymiyya and Abul alla Maududi) the ultimate goal in a person’s life is to please Allah, and the main means to obtaining this goal is the full application of sharia or God’s law. This full application of sharia, which shapes a true Muslim’s life, supposedly only took place between the years 622 and 660, during the period of the Prophet and the first four caliphs (the so-called «Pious Predecessors» or «Salaf»). Islamist terrorism’s ethics, then, foreshadow a regressive utopia featuring as enemies both infidels (the distant enemy) and apostates (the close enemy). The internalization of the principles of this ethical code and, in general, of the central ideas that form its basis (the so-called «Qutbism», which is derived from the name of its main representative, Sayyid Qutb) correlates with certain cognitive, emotional and behavioral distortions presented by terrorists, specifically: feeling like and perceiving themselves as soldiers belon-ging to a vanguard (taliah) of true Muslims fulfilling the religious duty (the divine man-date) of fighting those that through their ideas and practices contribute to the degradation of Islam’s values as outlined in the sacred texts. To the soldiers of the vanguard it is a just war because, even though it may look like an offensive war, in reality it is waged in defense 17 José Sanmartín Esplugues soldados de la vanguardia la llevan a cabo en defensa del auténtico Islam, amenazado en su esencia por apóstatas e infieles. A sus aparentes víctimas, concluyen, habría que verlas, pues, como lo que realmente son: los verdugos de una forma de vida tan excelsa como la auténticamente musulmana. of true Islam, which is threatened in its very essence by apostates and unbelievers. Therefore, it is believed that the alleged victims of Islamist Terrorism are actually aggressors of a lifestyle as lofty as the authentic Muslim. Palabras clave: Terrorismo islámico, qutbismo, ética teleológica, jihad, mente del terrorista. Key words: Islamic Terrorism, Qutbism, Teleological Ethics, Jihad, Terrorist Mind 1. Éticas teleológicas y éticas deontológicas Como es sabido, la ética se ocupa clásicamente de las acciones que el ser humano realiza consciente y libremente, estableciendo criterios y emitiendo juicios acerca de su bondad o maldad. Las éticas que consideran que las acciones son intrínsecamente buenas o malas se denominan «deontológicas»; las éticas que afirman la existencia de un valor fundamental, llamado «bien supremo», hacia cuyo logro deben hallarse orientados los esfuerzos humanos, se denominan «teleológicas» («de fines») o de bienes (García Máynez, 1944). El Islam se sustenta en una ética de fines. A este respecto hay que señalar, ante todo, que el Islam es más una forma de vida que una religión: una forma de vida vertebrada por las enseñanzas del libro sagrado, el Corán, que contiene las revelaciones de Allah 1 hechas a Muhammad 2. Tal forma de vida tiene por valor fundamental la complacencia de Allah. La responsabilidad suprema del hombre es con Allah y su meta última complacer a su Creador, sometiéndose a su voluntad y poniendo en práctica ciertas acciones que son buenas porque Allah mismo las ha fijado (las ha decretado). Tales acciones constituyen el contenido revelado del Corán y encuentran en la vida de Muhammad su cumplimiento paradigmático, una vida cuyos dichos y hechos se conocen, porque han sido comunicados y transmitidos 1 Aunque, como dice el diccionario de la RAE, la letra «h» no representa ningún sonido en el español estándar actual, en algunos extranjerismos usados corrientemente en español (tomados, por lo general, del inglés o del alemán, pero también de otras lenguas como el árabe), así como en algunos nombres propios extranjeros y sus derivados, la «h» se pronuncia aspirada o con sonido cercano al de /j/: hámster, holding, hachís, etc. 2 El periodista, teólogo y filósofo político pakistaní Maududi, de quien hablaré más tarde en relación con el desarrollo de los planteamientos islamistas de Sayyid Qutb, define la sociedad de los musulmanes del modo que sigue: «es una sociedad ideológica, una sociedad radicalmente diferente de esas que están fundadas en razas, color o territorio. Esta sociedad es el resultado de una elección y un esfuerzo deliberado; es el resultado de un contrato entre los seres humanos y su Creador. Quienes entran en este pacto, se comprometen a reconocer a Allah como su Soberano, y a reconocer Su Guía como suprema y sus Mandatos como Ley absoluta. También se comprometen a aceptar sin duda alguna Sus clasificaciones de Bueno y Malo, Correcto y Equivocado, Permitido y Prohibido» [Islam Ka Nizam Hayat (The Islamic Way of Life - El Islam: un modo de vida)]. 18 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista por sus compañeros y recopilados críticamente en los primeros siglos del Islam en los denominados «hadices». Éstos constituyen la fuente de la Sunna, que, para la mayoría de los musulmanes (entre el 80 y el 90%), tiene una importancia extraordinaria al permitir adaptar el Corán a la vida práctica a través del ejemplo de Muhammad. De ahí que tales musulmanes reciban el nombre de «sunníes» 3. 2. La sharía Pero, el verdadero musulmán no se limita a las prescripciones rituales mínimas que el Islam fija 4. Trata de vivir, configura su vida, realiza un modo de vida vertebrado por las normas que se desprenden o derivan del contenido sagrado del Corán y de la Sunna. Tales normas integran la sharía y se obtienen a partir de los textos sagrados mediante un esfuerzo metodológico meticuloso: el denominado «fikh». El fikh es el cómo del Islam: las normas que se obtienen a través suyo y que integran la sharía, lo abarcan todo, desde las prácticas individuales (ibadat), a las transacciones de todo tipo (muamalat), incluyendo las relaciones familiares, la economía, los contratos, el comercio y los negocios, la política y las relaciones internacionales, los procedimientos criminales y la administración de justicia, la guerra y la paz, etc. Se podría decir, en definitiva, que la sharía contiene los principios de ética social y moralidad colectiva, dados por Allah 5. Al no haber grandes restricciones para el fikh más allá del rigor que debe presidir el esfuerzo de derivación de las normas de la sharía, han surgido a lo largo de la historia diversas corrientes o «escuelas jurídicas islámicas» (madhab) que, junto al Corán y la Sunna como fuentes primarias, han contemplado asimismo algunas fuentes secundarias 6. En lo que resta de este artículo, me restringiré al islam sunní. Las prescripciones rituales del islam son las siguientes: en primer lugar, el principio fundamental del Islam, el testimonio de la fe islámica, el reconocimiento de la unidad y unicidad de Allah y del carácter profético de la misión de Muhammad. En segundo lugar, la azala (salat) que es un acto de alabanza a Allah, que los musulmanes realizan cinco veces al día. El tercer precepto es la limosna (zacat) que se destina a ayudar a los musulmanes que lo necesiten. La cuarta obligación es la de ayunar durante el mes de Ramadán y por último la peregrinación, al menos una vez en la vida, a la ciudad santa de La Meca. 5 Queda fuera de su marco todo lo relacionado con lo íntimo, pues el objetivo de la sharía es la vida práctica, es decir, la expresión social del Islam, el acuerdo con Allah en torno al cual se crea una comunidad. 6 Las fuentes secundarias de la sharía son: el consenso (yyma) de los eruditos musulmanes sobre un determinado asunto; el esfuerzo personal (iytihad) de interpretación sobre un tema concreto; la deducción analógica (qiyas) de una norma para un supuesto no regulado pero similar a otro que sí lo está; la opinión personal (ray); el recurso según el cual pueden crearse normas conforme a la equidad y conveniencia del momento para llenar los vacíos de 3 4 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 19 José Sanmartín Esplugues Estas escuelas jurídicas islámicas no tenían ni tienen actualmente una organización definida, ni una estricta uniformidad respecto de la doctrina que sustentan, ni una enseñanza formal, ni tampoco la existencia de cuerpos jurídicos en el sentido estricto del término. Sus miembros, hasta el día de hoy, siguen siendo personas que sólo se diferencian de los demás musulmanes por su especial interés y dedicación a las ciencias jurídicas y por el mutuo reconocimiento como pares en el saber. De las cuatro escuelas jurídicas existentes (en el mundo sunní, al que me estoy restringiendo) 7 tiene una importancia especial para el tema que nos ocupa la denominada «Escuela Hanbalí», fundada por Ahmad Ibn Hanbal (Bagdad, 780-855), que se opone de forma radical a cualquier forma de intromisión de la razón en la interpretación de las fuentes primarias del Islam, el Corán y la Sunna. Esta escuela, que se considera a sí misma la encarnación del Islam auténtico y que aspira a ser la única que lo represente, es sin duda la más estricta de las cuatro existentes: defiende una interpretación literal de los textos y rechaza que las opiniones personales se mezclen en la interpretación del Corán y de la Sunna. Esta intransigencia interpretativa de las fuentes primarias de la sharía se traduce en la exigencia de que el verdadero musulmán lleve un estilo de vida profundamente ascético. la ley (istihsan); y el istislah, similar al anterior, pero sujeto al cumplimiento de tres condiciones: ser indudable, general y de grave necesidad. 7 Las cuatro escuelas de jurisprudencia islámica sunníes (véase, por ejemplo, Ferrari, 2004; hay múltiples sumarios de estas escuelas en internet, por ejemplo Fernández, Y.: «El Islam y las escuelas jurídicas») son: 1) La escuela hanafí, fundada por Abu Hanifa Al Numan Ibn Thabit (699-765), está considerada la escuela más abierta a las ideas modernas. Sus seguidores también son conocidos como hanafíes o hanifíes. Es la mayor de las cuatro escuelas, seguida por aproximadamente el 45% de los musulmanes del mundo y predomina en Asia meridional (Pakistán, India, Bangladesh), Oriente Próximo, Bajo Egipto, Irak y Levante (Siria, Líbano y Palestina), Regiones del Cáucaso (Crimea, Abjasia y Charkasia), comunidades musulmanas de los Balcanes, etc. 2) La escuela malaki, que actualmente es la predominante en el Magreb, fue fundada por Malik Ibn Anas, imam en Medina. Era partidario de los Omeyas, de ahí que su doctrina tuviera gran influencia en Al Andalus. Se diferencia fundamentalmente de las otras tres escuelas porque utiliza como fuente secundaria de jurisprudencia las prácticas seguidas por los habitantes de Medina. El modo de vida de éstos se contempla como una Sunna aplicada, ya que es en Medina donde se refugiaron los seguidores de Muhammad. Otra característica del enfoque malikí es su flexibilidad: las normas se ajustan a la situación de cada país. 3) La escuela shafii recibe su nombre de su fundador, el imán Muhammad Ibn Idris Ash Shafii. La escuela shafii estipula que hay cuatro fuentes de jurispridencia, conocidas como Usul Al Fikh. En orden jerárquico, las Usul Al Fikh son: el Corán, la Sunna, el yyma (consenso) y el qiyas (extensión de un precedente). La admisión de estas cuatro fuentes la sitúa como la escuela más flexible de las cuatro. Sobre la última escuela, la hanbalí, hablo en el texto del artículo. 20 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista Uno de los seguidores más relevantes de la Escuela Hanbalí fue, sin duda, Taki Ad Din Ahmad Ibn Taymiyya (1263-1328), un célebre alim 8 teólogo y lógico, nacido en Harran (actualmente, en Turquía, cerca de la frontera siria), que defendió a ultranza la necesidad de atacar frontalmente cualquier innovación y volver a la pureza del Islam de los llamados «as Salaf us Salih» o, simplemente, «salaf», palabra que significa los píos antepasados. Por tales, se entienden las generaciones de Muhammad y los cuatro califas (ortodoxos) que le siguieron: Abu Bakr, Omar, Uzman y Alí (más o menos la época comprendida entre los años 622 y 660). Por reivindicar el retorno al Islam de los salaf, Ibn Taymiyya es considerado un salafí o salafista (un puritano), que, como subraya Elorza (2002), basa su doctrina en tres pilares principales: el primero, la creencia en la unicidad y omnipotencia de Allah, cuyo mensaje está recopilado en el Corán y la Sunna; el segundo, la consideración de que la acción del gobierno debe consistir en impulsar el cumplimiento de la sharía, la legislación islámica; el tercero, la defensa de que hay que luchar (yihad) contra el infiel y el apóstata (el mal musulmán que no observa la sharía) a fin de combatir la yahiliyya, la barbarie en que consisten sus creencias y prácticas. 3. La yihad Pero, ¿qué entiende Ibn Taymiyya por «yihad»? «Yihad» es un término equívoco, especialmente en nuestro tiempo. Hay quienes defienden que se trata meramente del esfuerzo personal e interior que cada musulmán debe hacer para complacer a Allah. Hay quienes, por el contrario, consideran que la yihad no es otra cosa que la modalidad de guerra, la guerra santa, contra infieles y apóstatas que todo verdadero musulmán tiene la obligación de cumplir. Ciertamente hay una forma mística o quietista de la «yihad» en el Corán, según la cual cada uno debe luchar contra sus inclinaciones a transgredir los mandatos divinos. Para esta lucha algunos reformadores religiosos de Irán, como el profesor y escritor shií Moytahed Shabestari, reservan el término «yihad akbar» (yihad mayor). Con todo, no están en lo cierto quienes aseveran que la palabra «yihad» sólo tiene este sentido. Entre los radicales religiosos, entre los salafistas, como el propio Ibn Taymiyya, el término «yihad» tiene otro significado: la lucha contra el enemigo exterior. «Alim» significa literalmente el hombre que sabe. Una traducción más estricta sería la de erudito islámico, es decir persona versada en la jurisprudencia del islam o doctor de la ley. El plural de «alim» es «ulema» (no ulemas, como suele decirse a menudo). 8 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 21 José Sanmartín Esplugues Ese enemigo es tanto el que no comparte los principios del Islam (el infiel), como el mal musulmán que transgrede o no cumple en toda su extensión la sharía (el apóstata). Y la lucha contra el infiel y el apóstata puede, a su vez, tener dos versiones. La lucha puede ser defensiva, pero también ofensiva. Y en el Corán hay azoras (capítulos) que permiten legitimar ambas formas de lucha. Así, por ejemplo, el versículo 189 de la azora II, que lleva por título «La vaca», dice: «Y combatid en el camino de Allah a quienes os combatan a vosotros, pero no os propaséis; es cierto que Allah no ama a los que se exceden» 9. Y el versículo 37 de la azora XXII, titulada «La peregrinación», reza del modo siguiente: «A quienes luchen por haber sido víctimas de alguna injusticia les está permitido luchar y verdaderamente Allah tiene poder para ayudarles». En ambos casos, el Corán permite sustentar una versión defensiva de la yihad. Allah auxilia a quienes se defienden de ataques. Por el contrario el versículo 29 de la azora IX, que lleva por título «El arrepentimiento», dice: «¡Combatid contra aquéllos, de los que recibieron el Libro, que no creen en Allah ni en el último Día, no hagan ilícito lo que Allah y Su mensajero han hecho ilícito y no sigan la verdadera práctica de Adoración...». Obviamente, no se trata aquí de un combate defensivo. Este versículo dice con claridad que hay que luchar contra los incrédulos y apóstatas. Reinares y Elorza (2004), comentan un hadiz (AB, LII, 238), que va en este mismo sentido: «La yihad es, pues, necesariamente una guerra que ha de acabar con la sumisión o con la destrucción del enemigo para que triunfe la causa de Allah». Ese enemigo, repito, son tanto los infieles (los incrédulos), como los musulmanes que no son verdaderos creyentes en Allah: los apóstatas. Es esta versión ofensiva de la yihad la que está presente en los escritos de Ibn Taymiyya. Los infieles a los que había que combatir, según Ibn Taymiyya, eran los mongoles de su tiempo. Mejor sería decir, los apóstatas, porque los mongoles habían abrazado el Islam a finales del siglo XIII. Ante esta situación, las autoridades religiosas (los llamados «ulema») de Siria y Egipto debatieron ampliamente sobre si la guerra santa contra los mongoles debía entenderse, o no, como una yihad entre pueblos musulmanes. Ibn Ta9 En otras traducciones se dice «pero no seáis los agresores; es cierto que Allah no ama a los agresores». 22 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista ymiyya deshizo este dilema, sustentando que la yihad contra los mongoles estaba más que justificada. ¿Por qué? Porque los mongoles no eran verdaderos musulmanes. En primer lugar, porque seguían el código Yasa —un conglomerado de leyes establecido por Gengis Khan del que forman parte normas judías, cristianas, musulmanas y de otras tradiciones— y, en segundo lugar, porque ponían este código por encima de la sharía, la ley islámica. E Ibn Taymiyya afirmaba que apóstata es todo musulmán que sigue las leyes humanas y no la ley divina. Por consiguiente, los mongoles eran apóstatas y, en consecuencia, gentes a las que combatir. La autoridad de Ibn Taymiyya, nunca puesta en duda por ningún sector del Islam sunní, proporcionaba en sentido amplio un argumento para fundamentar el derecho de resistencia 10 contra un gobernante ilegítimo aunque fuera musulmán. Para él, un musulmán se vuelve apóstata cuando no aplica (una parte importante de) la sharía. Y, en consecuencia, está justificado emprender una yihad contra cualquier gobernante apóstata y, por ello mismo, ilegítimo. Lo dicho no carece de importancia. Dentro del Islam sunní se tenía y se tiene un temor reverencial a la guerra civil (fitna 11), que desgarró la comunidad islámica ya en el siglo VII. Como dice Sivan (1990), de ahí proviene la predilección de los ulema por una suerte de realismo pesimista: mejor un mal gobernante sunní que la fitna. Por lo demás, como sustenta Abu Yusuf (un jurista eminente, gran cadí del califato de Harun Al Rashid en el siglo IX) en su libro Kitab Al Kharay, hay que soportar a un mal gobernante porque no es otra cosa que un castigo de Allah a su comunidad: «Los gobernantes son un azote por medio del cual Allah castiga a aquellos que Él decide castigar. Así pues, no te enfrentes a ese azote con humor airado y cólera, sino con humildad y sumisión» 12. 10 «Resistir» significa aguantar, pero también oponerse con fuerza a algo o a alguien. Los escritos y discursos de los islamistas tienden a dar la imagen de que la resistencia (muqawamá) del verdadero musulmán no tiene por qué estar ligada al empleo de la violencia y que, en todo caso, es más defensiva que ofensiva. Lo que no deja de ser curioso si se atiende a la denominación de múltiples grupos terroristas que incluyen la palabra «resistencia» en su denominación (por ejemplo, Hamas, cuyo nombre es el acrónimo de «Movimiento para la Resistencia Islámica») o a manuales de la yihad practicada por organizaciones terroristas (por ejemplo, Al Qaeda) como el texto de Mustafá Setmarián que lleva por título Llamamiento para una resistencia internacional islámica. 11 Gilles Kepel es el autor de una obra magnífica sobre este tema [Kepel (2004)], en la que hace una especial referencia a cuanto ha sucedido en el mundo islámico desde la irrupción de Al Qaeda en el escenario terrorista. 12 No sólo son juristas del islam quienes sustentan la conveniencia (cuando no necesidad) de soportar a los tiranos en previsión de males mayores. Teólogos cristianos tan eminentes como Sto. Tomás de Aquino sustentan doctrinas parecidas. Así, dice Sto. Tomás en Del gobierno de los príncipes (capítulo VI): «Finalmente se debe cuidar de lo que se haría si el Rey se convirtiese en tirano, como puede suceder, y sin duda que si la tiranía no es excesiva, que es más útil tolerarla remisa por algún tiempo que levantándose contra el tirano meterse en ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 23 José Sanmartín Esplugues En definitiva, la argumentación de Ibn Taymiyya podía ser legítimamente empleada por quienes, enfrentándose a este realismo pesimista, consideraran necesario defender el Islam frente a un mal gobernante, más exactamente frente a un gobernante que, declarándose musulmán, fuera en realidad un apóstata. 4. La yahiliyya Finalmente, hay un aspecto en esta historia que conviene resaltar. Para Ibn Taymiyya la procedencia heterogénea de las leyes que integran el código Yasa es una puerta por la que se cuela en el Islam el politeísmo de los tiempos anteriores a Muhammad. Eran los tiempos de la barbarie (de la ignorancia de la guía divina), de la «yahiliyya» —término injurioso éste donde los haya, como resalta Sivan (1990)—. Pero la yahiliyya no queda reducida a ese período de la historia. La yahiliyya es un estado de cosas que se produce cuando la sharía no se aplica. Los infieles, pues, viven en yahiliyya. Pero también lo hacen los apóstatas. Y, en este sentido, tan apóstata era un gobernante mongol en el siglo XIII que aplicase el código Yasa, como un gobernante del siglo XX que, jurando fidelidad al Islam, abriera paso a prácticas que desplazasen a Allah del centro de la vida del hombre y favoreciesen la difusión de contravalores que pusiesen en riesgo los valores del Islam. Será, precisamente, el filósofo y periodista paquistaní Sayyid Abul Alla Maududi (1903-1979) quien extenderá la doctrina de Ibn Taymiyya de la yahiliyya a los tiempos modernos. Maududi fue de hecho el primer pensador musulmán que condenó de modo radical y rotundo la modernidad, poniendo varios peligros que son más graves que la misma tiranía. Porque puede acontecer que los que esto hacen no puedan prevalecer, y que así provocado el tirano se haga más cruel, y cuando alguno pudiese prevalecer contra él, muchísimas veces es causa de gravísimas disensiones en el pueblo, o cuando se trata de descomponer el tirano, o después de derribado, sobre el ordenar el modo del gobierno el pueblo se divide en diversas partes y opiniones; y también acontece que cuando el pueblo con ayuda de alguno deshace al tirano, aquél con la nueva potestad se adjudica y usa de la tiranía, y temiendo que otro haga con él lo que él hizo con el pasado oprime con mayor servidumbre a los súbditos, y así en las tiranías suele suceder que la que se sigue es más grave que la de antes; porque el que entra no quita las cargas viejas y por su malicia traza otras nuevas; y aun antiguamente deseando todos los de Siracusa la muerte de Dionisio, cierta vieja continuamente rogaba a los dioses por su salud, y que le guardasen y defendiesen; lo cual como fuese sabido del tirano, le preguntó por qué causa lo hacía, y ella le respondió de esta manera: «Siendo yo moza, teníamos un tirano muy molesto y yo deseábale mucho la muerte, y después de haber sido muerto, sucedió otro que era más duro y también yo deseaba mucho que se acabase su dominio; después habémoste conocido a ti, el tercero y peor que ellos, y así entiendo que si te quitasen el gobierno, sucedería en tu lugar otro que fuese peor». 24 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista de relieve su incompatibilidad con el Islam y fijando los riesgos que conllevaba 13. Para Maududi, la soberanía de Allah (hakimiya) y la soberanía del pueblo son mutuamente excluyentes. A partir de ahí formula su dura crítica a la modernidad porque, dice, ha reemplazado la primera por la segunda, poniendo al hombre en el centro de su propia vida. No otra cosa hace, según Maududi, la democracia occidental, al transferir la hakimiya al pueblo: en este sistema, el hombre se somete al hombre y no a Allah. Aquellos gobernantes musulmanes, pues, que asumen principios de la democracia occidental entran en contradicción con la clave misma del Islam, al estar abrazando leyes mundanas y abandonando, en cambio, la ley divina. Y lo bien cierto, añadirá Maududi (en su libro Islamic Law and Its Introduction in Pakistan), es que sin sharía la sociedad musulmana no puede ser islámica (entendiendo aquí, por «islámica» verdaderamente musulmana): «Si una sociedad Islámica deliberadamente resuelve no aceptar la sharía y decide promulgar su propia constitución y leyes, o tomarlas prestadas de cualquier otra fuente distinta de la sharía, entonces tal sociedad rompe su contrato con Allah y pierde su derecho a ser llamado “Islámico”». Maududi encaja esta doctrina de la yahiliyya y la sharía dentro de lo que él considera que es el sistema ético ortodoxo del Islam. Así lo expone en su librito Ethical Pointview of Islam. Las tesis de Maududi en este librito (y especialmente, en su última parte, que recoge una charla radiofónica del autor) son de gran interés y refuerzan cuanto he dicho hasta el momento. Maududi sustenta en este documento que los valores morales son universales: realidades bien conocidas y bien entendidas por todos. De hecho, hace una relación de algunos de esos valores: «Por el lado de las virtudes morales, la justicia, el coraje, la valentía y la veracidad siempre han sido elogiadas, y la historia no registra ningún período que se precie en el que la mentira, la injusticia, la deshonestidad y el abuso de confianza hayan sido buscados; la simpatía, la compasión, la fidelidad y la generosidad han sido siempre valoradas, mientras que el egoísmo, la crueldad, la avaricia y la intolerancia nunca han recibido la aprobación de la sociedad humana; los hombres siempre han apreciado la perseverancia, la determinación y el coraje y nunca han aprobado la impaciencia, la mentalidad voluble, la cobardía y la imbecilidad...». La lista continúa. La cuestión que se le plantea a Maududi en ese contexto es la siguiente: si los valores básicos del bien y del mal han sido tan bien conocidos y hay un acuerdo virtualmente universal en torno a ellos, ¿por En la web http://www.teachislam.com/content/view/118/119/ se encuentran muchas obras de Maududi traducidas al inglés, entre ellas destacan Jihad in Islam y The Islamic Way of Life. 13 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 25 José Sanmartín Esplugues qué hay diversos patrones de conducta moral en el mundo? ¿Por qué hay tantas y tan conflictivas filosofías morales? ¿Por qué unos estándares morales contradicen a otros? ¿Dónde radican sus diferencias? La respuesta de Maududi no ofrece dudas: «Estas diferencias emergen de puntos de vista y conceptos contradictorios acerca del universo, el lugar del hombre en el universo y el propósito de la vida humana [...] El punto de vista del Islam es que este universo es la creación de Allah, que es único. Él lo creó y sólo Él es su dueño, soberano y sostén. El universo entero funciona bajo el Mandato de Allah [...] El hombre es Su criatura, sujeto y siervo, y ha nacido para servir y obedecer a Él». Desarrollando esta última frase, Maududi da las claves de la ética teleológica del Islam: «El curso correcto de la vida del hombre es existir en completa obediencia a Allah. No le corresponde al hombre decidir cómo adorar y obedecer a Allah; le corresponde a Allah decidirlo. Allah, siendo su Maestro, ha hecho que surgieran de vez en cuando Profetas que guiaran a la humanidad, a través de los cuales ha revelado Sus Libros. El deber del hombre es adoptar las normas o código para su vida a partir de estas fuentes de la Guía Divina». Y, ¿por qué esta obediencia tan drástica del hombre hacia Allah? Dice Maududi: «Este concepto de universo y del lugar del hombre en él determina el bien real y último que debería ser el objetivo de todos los esfuerzos de la humanidad en lo que brevemente puede denominarse como “buscar el Placer de Allah”». Ése es el fin de la existencia humana: la búsqueda de la complacencia de Allah. A ese bien supremo, a ese valor fundamental el hombre debe dedicar lo mejor de sus esfuerzos. Además, dirá Maududi, el Islam no sólo clarifica la meta de la vida del hombre, sino que le proporciona medios para determinar si su conducta es buena o mala, según apunte a tal fin o no. Esos medios son las normas que se desprenden de las revelaciones de Allah contenidas en el Corán y en los dichos y hechos del Profeta, recogidos en la Sunna: «Esta fuente prescribe un estándar de conducta moral que es permanente y universal, y fija qué es el bien en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia». Una meta: la complacencia de Allah; un medio: la sharía. No cabe mayor claridad. El ser humano ha de buscar ante todo y sobre todo la complacencia de Allah y para ello debe sujetar su vida a las normas de la sharía. Es su deber. Por consiguiente, quien no cumpla con este deber, no puede ser un 26 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista musulmán auténtico, como asevera Maududi en Islam Ka Nizam Hayat (The Islamic Way of Life - El Islam: un modo de vida): «Un Musulmán, que tiene verdadera creencia (fe) en Allah, somete cada aspecto de su vida a la voluntad de Allah, su vida entera es obediencia y sometimiento y nunca se comporta de un modo arrogante o autónomo, excepto en un momento de olvido. Y después de un lapso tal, tan pronto como llega a ser consciente de ello, de nuevo se vuelve a dirigir a su Señor y se arrepiente de su error. Similarmente un grupo de gente o una sociedad que se compone de verdaderos Musulmanes no puede nunca separarse de la Ley de su Señor. Su orden político, su organización social, su cultura, su sistema económico, su sistema legal y su estrategia internacional tienen que estar todas en armonía con la Guía revelada por Allah y no tienen, en modo alguno, que contravenirla. Y si alguna vez por error u omisión cometen alguna infracción, al darse cuenta tienen que corregirlo inmediatamente y regresar sin dilación al sometimiento a la Ley de Dios. Es el camino de los incrédulos sentirse libres de la Guía de Dios y comportarse como dueños de sí mismos. Quienquiera que adopte tal sistema, aunque pueda llevar un nombre similar al de Musulmán, está transitando por el camino satánico y está siguiendo el camino de los incrédulos». 5. Fundamentos doctrinales del islamismo revolucionario Y así están ya puestas las bases doctrinales del islamismo (sunní). Por islamismo entenderé en lo sucesivo el conjunto de corrientes del Islam que tratan de reislamizar la sociedad mediante la aplicación de la sharía, en su interpretación más estricta 14, para alcanzar la verdadera complacencia de 14 Hay quien interpreta «estricto» como «tradicional». Hay que tener mucho cuidado con la transposición al islam de términos y conceptos occidentales. En particular, el término «tradicional» significa seguidor de la tradición según la cual sólo los ulema (los doctores de la ley) tienen la capacidad de interpretar los textos sagrados, negándosela a los simples creyentes. El fundamentalismo es tradicional en este sentido. Parafraseando a Lewis (1988), convendría no olvidar que «fundamentalismo» es, al parecer, un término inicialmente cristiano. Se refiere en concreto a aquellos cristianos que sustentan el origen literalmente divino de la Biblia frente a los teólogos liberales y modernistas que tienen una perspectiva más crítica de las Sagradas Escrituras. Entre los teólogos musulmanes, añade Lewis (ibid.), no existe una aproximación liberal o modernista al Corán. Todos los mususlmanes son, en este sentido, fundamentalistas. Lo que distingue a los musulmanes que son, en sentido estricto, fundamentalistas respecto de los fundamentalistas cristianos es su escolasticismo y legalismo: se basan no sólo en el Corán, sino también en el corpus de enseñanzas teológicas y legales transmitidas por la tradición. Pero, para ser fundamentalista no es suficiente ser tradicional; es necesario también no ser político. El paradigma del fundamentalismo, así definido, es la Universidad Al Azhar en El Cairo. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 27 José Sanmartín Esplugues Allah. Una complacencia de Allah que se traduce en el reconocimiento de su unicidad, omnisciencia, omnipotencia y soberanía absoluta por parte del hombre, que le está en total sumisión y vive de acuerdo con la ley divina. El islamismo en el siglo XX abarca, al menos, dos grandes corrientes 15. Una, trata de reislamizar la sociedad desde abajo mediante la creación de redes comunitarias que vivan de acuerdo con la lógica de la sharía y que integren, sobre todo, miembros de las capas de la sociedad que, atraídas por el bienestar y la modernidad, están excluidas o en riesgo de estarlo. Me refiero en particular a amplias capas de la sociedad radicadas en áreas deprimidas de grandes ciudades como El Cairo o Damasco, en buena medida integradas por campesinos descampesinados 16. Hoy este islamismo desde abajo está muy extendido entre los inmigrantes musulmanes en Europa 17. El islamismo no es un fundamentalismo. El islamismo es contrario a la tradición. El islamismo es un salafismo: se remite a los primeros tiempos del islam, al tiempo de los píos antepasados y reniega, en líneas generales, del corpus doctrinal legado por la tradición (de los ulema) que consideran impuro. El islamismo es enormemente crítico con los ulema y defiende la iytihad, el esfuerzo personal como un medio idóneo para la interpretación de los textos sagrados. Tampoco habría que confundir «islamismo» y «yihadismo». Los yihadistas pueden ser islamistas, pero pueden no serlo (actualmente, se encuadran más en el denominado «neofundamentalismo». Véase más abajo, nota 38). Su característica principal es hacer de la yihad por los hechos (la violencia, en suma) el estado natural del islam, una yihad que ha ido variando con el tiempo desde lo local a lo global. El paradigma del yihadismo en nuestros días es Al Qaeda. 15 Sigo en este punto principalmente a Kepel (1991). 16 Kepel (1991) describe esta situación entre mediados de los 70 y mediados de los 80 de la siguiente manera: «el éxodo rural cobra dimensiones nunca vistas, y las megalópolis del Cercano Oriente se saturan de “campesinos descampesinados” que se instalan en las chabolas de los cinturones o en viviendas precarias edificadas sin respetar las normas. Las administraciones estatales son incapaces de canalizar este flujo humano, cuya existencia se organiza mediante redes de solidaridad paralelas étnicas, provinciales, pero, sobre todo, religiosas. Mucho antes que ayuntamientos o comisarías, en estos barrios se implantan mezquitas, grandes o pequeñas, flanqueadas de asociaciones caritativas y educativas que encauzan la vida comunitaria en ausencia de un Estado cuyas infraestructuras estallan bajo la presión del crecimiento demográfico y el reparto territorial de la población». 17 En el origen de esta corriente está la asociación pietista Yama’at Al Tabligh (Sociedad para la propagación del islam) que, fundada en la India en 1927, ha realizado una labor social tremenda a través de su red de mezquitas y de organizaciones caritativas y educativas (allí donde no llega el estado, o antes de que éste llegue). El Tabligh ha basado su estrategia en infiltrar y crear una amplia red de ayuda social en los lugares más desfavorecidos dentro del Dar Al Islam y, en particular, en Occidente, propiciando la estructuración comunitaria de grupos de verdaderos creyentes que rompen con la sociedad circundante y sus fundamentos impíos. Desde fines de los 80 la reislamización desde abajo se ha mostrado muy exitosa, construyendo poderosas tramas comunitarias que han llegado a negociar con los gobiernos de países, como Francia o Reino Unido, algunos aspectos importantes (el velo) del islam (véase Kepel, 1991). En Francia, la importancia del Tabligh comienza a declinar hacia fines de los 80, al seguir dirigiéndose sobre todo a la población excluida o en riesgo de exclusión sin atender las demandas de los jóvenes de origen musulmán que, educados en Europa, requieren un encuadra28 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista La otra gran corriente del islamismo en el siglo XX es la que intenta la reislamización de la sociedad desde arriba: preconiza la toma del poder en los países musulmanes gobernados por apóstatas con el fin de establecer Estados islámicos en los que, desde el gobierno, aplicando la sharía en toda su extensión, se lleve a cabo una revolución profunda de la sociedad. Por «reislamizar» se entiende aquí, pues, llevar el Islam a todos los aspectos de la vida humana, empezando por la política. De hecho, la clave de la estrategia de esta corriente islamista radica en llevar el Islam de nuevo a la política, para evitar la separación entre el Estado y el Islam. Una vez conseguido el establecimiento de Estados islámicos donde había Estados apóstatas será más sencillo controlar los medios que están propagando contravalores (sobre todo occidentales) en Dar Al Islam 18. De ahí que un nombre bastante exacto para esta corriente pueda ser el de «islamismo político». En el islamismo político la sharía se concibe dentro del espíritu rigorista característico de la escuela hanbalí, a la que pertenecía, como ya he dicho, uno de los pensadores más influyentes de toda la historia de la reflexión sunní, Ibn Taymiyya. Además, entendiendo que la edad de oro del reinado de la sharía como suprema ley coincide con la época de los salaf (los píos antepasados), los ideólogos de la reislamización desde arriba construirán en la segunda mitad del pasado siglo una especie de utopía regresiva: el retorno al pasado en busca de la autenticidad del Islam. Dicho de otro modo: tratarán de construir un futuro que signifique, de hecho, un retorno al pasado, una vuelta a la Arcadia feliz en la que el Islam era una forma de vida auténtica, vertebrada por la sharía. El ideólogo de esta reislamización desde arriba, es decir, de la reislamización una vez tomado el poder por los verdaderos musulmanes, es, sin duda alguna, el filósofo egipcio Sayyid Qutb 19 (1906-1966). miento más intelectual (véase Kepel, 2004). Su lugar comienza a ser ocupado por otras organizaciones como la Union des Organisations Islamiques de France (UOIF) que, fundada en 1983, agrupa más de cien lugares de culto en el país vecino. Se estructura de modo parecido a un partido político federativo y está próxima a los Hermanos Musulmanes. Lleva a cabo múltiples actividades (caritativas, educativas, de acción social, etc.), entre ellas un gran congreso anual en Le Bourget, con más de 5.000 asistentes, en las que predica una vuelta rigorista a los textos fundadores del islam [de ahí que algunos autores, como Kepel (2004) los tilden de salafistas]. Parece que sus ingresos provienen en parte de subvenciones de Arabia Saudí y de los Estados del Golfo. 18 Dar Al Islam significa la casa o el hogar del islam, y se refiere al conjunto de las tierras controladas por gobiernos musulmanes. El Dar Al Islam se sitúa frente al Dar Al Harb, que significa la casa de la guerra o del caos y que se refiere a las tierras habitadas por los no musulmanes. Esta distinción no se encuentra en el Corán; es obra de juristas posteriores. A veces, Dar Al Harb se reemplaza por Dar Al Kufr (la tierra de los incrédulos). 19 En la transliteración al castellano de textos árabes suele existir la tendencia a incurrir en anglicismos, empleando, por ejemplo, la letra q en lugar de la k. Así, por ejemplo, suele decirse Iraq y no Irak, que sería lo correcto. Yo, en este artículo, he procurado no incurrir en este error; pero, hay dos casos en los que asumo el defecto porque lo contrario me haría caer ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 29 José Sanmartín Esplugues Qutb era miembro de los Hermanos Musulmanes, organización islamista fundada por Hassan Al Banna en 1928, cuya doctrina se resume bastante bien en la siguiente sentencia: «El Islam es un credo y un Estado, un libro y una espada, y un modo de vida» 20. El gran mérito de Qutb consistió en integrar, en el marco doctrinal de los Hermanos Musulmanes 21, la idea de la nueva barbarie de Maududi junto con la doctrina de Ibn Taymiyya acerca de la necesidad de romper, incluso mediante la violencia, con los apóstatas que se dejan seducir por la yahiliyya y no aplican la sharía en su totalidad. En la ética defendida por Qutb, como en cualquier sistema ético basado en el Islam, el ser humano lo que ha de buscar es ante todo la complacencia de Allah. Y, ahora, ha de hacerlo en un tiempo de yahiliyya en el que su soberanía se ha transferido al hombre. Así, dice Qutb en la que es sin duda su obra más influyente, Maalim Fi Al Tariq (Milestones - Jalones en el camino): «Esta yahiliyya se basa en la rebelión contra la soberanía de Allah en la Tierra. Transfiere al hombre uno de los atributos mayores de Allah, a saber la soberanía, y hace que unos hombres sean señores sobre otros. Ya no se trata de la forma simple y primitiva de la antigua yahiliyya; ahora adopta la forma de una reivindicación del derecho a crear valores, a promulgar reglas de conducta colectiva y a elegir cualquier forma de vida que descanse sobre el hombre sin tener en cuenta lo que Allah ha prescrito». en una pedantería excesiva, porque su uso está ampliamente difundido. Me refiero a la denominación «Al Qaeda» y el apellido «Qutb». No me resisto a decir que para «Qutb» debería usarse «Kutub», que está mucho más cerca de la pronunciación de este apellido en árabe. 20 Los Hermanos Musulmanes afirman, pues, la indisoluble unidad entre religión y Estado. Creen en la espada para la defensa de sus valores religiosos, elementos fundamentales de su forma de vida. Piensan que esa forma de vida está en franco peligro ante el avance de la secularización impulsada por la cultura occidental. Consideran que esta cultura es depravada, descreída, hipersexualizada, hedonista y materialista. Sustentan que, además, está manchada por el horrible pecado de haber permitido que la mujer rompa con su rol tradicional y trate de igualarse nada menos que al hombre. La critican, finalmente, porque ha posibilitado el desarrollo de ideas e instituciones políticas abiertamente seculares como el nacionalismo, el comunismo o la misma democracia. Frente a ello defienden que el poder no nace del hombre, sino de Allah. 21 Aunque Qutb fuera miembro de los Hermanos Musulmanes, eso no significa que compartiera por completo su doctrina y, sobre todo, su práctica. Qutb es considerado como el teórico más importante de la reislamización desde arriba en el siglo XX (la revolución desde arriba). Los Hermanos Musulmanes no tenían una aproximación revolucionaria, sino gradualista, y buscaban el apoyo popular proporcionando servicios a la comunidad (como mezquitas, escuelas, etc.). En su práctica los Hermanos Musulmanes estaban, pues, mucho más cerca de la Yama’at Al Tabligh, organización de la que he hablado antes, que del propio Qutb. 30 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista Esta nueva forma de yahiliyya estaba paradigmáticamente representada por los nuevos líderes de países musulmanes, como Egipto o Siria, que, tras la descolonización, estaban impregnando (infectando) sus gobiernos con ideas importadas de Occidente, completamente ajenas, más que eso, contradictorias con el Islam. De hecho, buena parte de las medidas gubernamentales tendían a fomentar el laicismo, alejándose del Islam 22. Si Ibn Taymiyya justifica la yihad contra los mongoles porque no aplican en toda su extensión la sharía, es obvio que Qutb, basándose en este filósofo medieval, podía justificar perfectamente su llamamiento a la yihad contra los modernos gobernantes apóstatas. Tales gobernantes eran caballos de Troya de Occidente y de sus contravalores. Unos contravalores (la democracia, el nacionalismo, el comunismo, el capitalismo, el consumismo, el hedonismo, etc.) nacidos de poner al hombre en el centro de todo. Frente a esta situación, la dominación (hakimiya) ejercida por el hombre ha de volver a su auténtico dueño y señor, Allah, dirá Qutb. Y para que eso suceda es necesario declarar una yihad total contra la modernidad, contra Occidente, que impregna con sus contravalores la vida del Islam que debería ser pura. Sólo así podrá restablecerse el Reino de Allah en la Tierra. Pero no para que manden los hombres de religión, como sucedió en Occidente durante la Edad Media, sino para que la sharía reine como ley suprema 23. ¿Dónde debe reinar como suprema ley la sharía? Obviamente, en los países musulmanes, en el denominado «Dar Al Islam», regidos en su mayoría por apóstatas tras la descolonización. Para ello, señala Qutb, es necesario emprender una yihad que, en un principio, establezca Estados islámicos donde hay Estados que no aplican la sharía como suprema ley. Tales Estados islámicos deben acabar configurando una sola comunidad islámica, la umma (la comunidad de los creyentes), unida pues no por la lengua (como intenta 22 Por ejemplo, eso estuvo especialmente claro en el programa socialista de gobierno de al Nasser. Los islamistas de los Hermanos Musulmanes no veían con buenos ojos este programa porque, según ellos, contenía elementos profundamente desacralizadores. Uno de esos elementos era el panarabismo: el intento de crear una Gran Nación Árabe. Aunque los occidentales solemos confundir musulmán y árabe, no son en absoluto lo mismo. El árabe es el miembro de una etnia determinada con unos límites geográficos que coinciden, más o menos, con los de la Península Arábiga. Los iraníes no son árabes, como tampoco lo son los magrebíes. Lo que sí tienen en común árabes, iraníes, bereberes, etc., es la religión que practican: el islam. De ahí que los islamistas consideraran que, frente a la quimera de una Gran Nación Árabe defendida por al Nasser, ya existía la realidad de una gran nación: la formada por todos los pueblos que cultivaban el islam, la umma. 23 Los hombres de religión, los doctores de la ley o ulema tenían y siguen teniendo muy mala fama entre los islamistas políticos. Son tildados de oportunistas y colaboracionistas con el gobierno de turno. Realmente lo fueron y siguen siéndolo. Por ejemplo, lo fueron con los gobiernos coloniales, con la monarquía corrupta de Faruk en Egipto, pero también con el régimen militar de Nasser y con sus ideales panarabistas. Se cuenta que algún alim, antes de integrarse en una tertulia televisiva, ha llegado a preguntar al realizador cuál iba a ser su papel, si a favor o en contra de la sharía... para preparar su intervención. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 31 José Sanmartín Esplugues hacer el panarabismo de la segunda mitad del siglo XX), sino por el Islam entendido como forma de vida vertebrada por la sharía. Tras la unificación islámica auténtica de Dar Al Islam, le tocará el turno al Dar Al Harb, las tierras habitadas por los no musulmanes. Y será así porque, una vez fracasada la democracia occidental y el comunismo como formas de gobierno y sociedad degeneradas, la finalidad última que debe perseguir el verdadero musulmán es lograr que el Islam vuelva a tener el liderazgo de la humanidad generando una umma tal que humanidad y ummanidad sean una y la misma cosa. Allah lo ha fijado como meta del hombre, dirá Qutb, aludiendo al versículo 142 de la azora II del Corán: «De este modo hemos hecho de vosotros una comunidad de en medio 24 para que diérais testimonio de los hombres y para que el Mensajero lo diera de vosotros». Asimismo, dice el versículo 110 de la azora III del Corán que lleva por título «La familia de Imran»: «Sois la mejor comunidad que ha surgido en bien de los hombres. Ordenáis lo reconocido, impedís lo reprobable y créeis en Allah». Para Qutb, el Islam no puede cumplir esta tarea si no es dotando de una nueva forma a la sociedad. Esa nueva forma responde a los principios de la utopía regresiva que he señalado antes, a saber: una vuelta al pasado de los píos antepasados cuando la sharía reinaba como ley suprema vertebrando una umma casi perfecta. En definitiva, Qutb (junto con otros ideólogos cuya reflexión se enmarca sobre todo en la década de los 60 y 70 del pasado siglo) pondrá las bases claras y rotundas de une ética teleológica que no hará, ciertamente, otra cosa que interpretar desde posiciones rigoristas e integristas (las representadas, entre otros, por Ibn Taymiyya y Maududi) El Corán y la Sunna. El supremo bien al que ha de apuntar la existencia humana es la complacencia de Allah recuperando la autenticidad del Islam, es decir, respetando en todo la soberanía de Allah y generando una forma de vida vertebrada por su ley, la ley divina, la sharía. El resultado no será otro que modelar el comportamiento humano a través de la sharía tal como ya se practicaba en el pasado, en el tiempo de los píos antepasados (los salaf). Este valor fundamental, esta meta última, justificará los medios que se adopten para alcanzarlo, como sucede en cualquier ética teleológica, aunque su adopción vaya acompañada en ocasiones de rebuscadas explicaciones cuyo fundamento último tratará de encontrarse, a su vez, en El Corán o la Sunna. La verdad es que los ideólogos del islamismo político no clarificaron mucho sus propuestas acerca de los medios para conseguir tal vuelta a la utopía de los primeros tiempos del Islam. Ni tampoco se esforzaron en esta24 32 Es decir, justa, equilibrada, en el camino de en medio. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista blecer con cierto detalle las características de la nueva Arcadia. Lo único que queda claro es la reivindicación de la sharía, una ley que consideran que proporciona, como dice Sivan (1990), un orden estable en el mundo, de derechos y deberes en las relaciones del hombre con sus semejantes y con su Creador, un orden del mundo que da al Islam su particularidad y su gloria, en el que se encuentra la solución a los problemas del presente, puerto seguro en una época conmocionada por los cambios de la modernidad. La sharía, pues, lo «puede todo», en particular pone coto a la yahiliyya de nuestro tiempo, representada por la cultura, la sociedad y la política occidentales en las que la soberanía ha sido trasladada de Allah al hombre, y cuyos ídolos humanos —dicen— son la democracia, la (falsa) liberación de la mujer, el consumismo y el hedonismo. Una yahiliyya por la que se han dejado infectar los gobiernos que, declarándose fieles al Islam, han posibilitado que tales contravalores fueran reemplazando progresivamente los valores del Islam: la sumisión a Allah y los valores que de ella nacen. Y, ¿con qué medios se considera, entonces, que cuenta el Islam para protegerse ante estos contravalores, defendiendo los verdaderos valores del Islam, fijados por la sharía? Los ideólogos del islamismo político, de la reislamización desde arriba, enfatizan sólo uno de tales medios: la yihad. La yihad (desde tiempos de Ibn Taymiyya, como hemos visto) está perfectamente legitimada como medio para combatir a los apóstatas y no sólo a los infieles. Y no se trata, por supuesto, de la yihad entendida como esfuerzo interior, como la lucha contra uno mismo. Entre los islamistas políticos, siguiendo a Ibn Taymiyya, el término «yihad» significa por el contrario la lucha contra quien no comparte los principios del Islam (el infiel) y contra el mal musulmán que transgrede o no cumple en toda su extensión la sharía (el apóstata). Y es habitual entre tales islamistas decir que esa lucha contra el infiel y el apóstata puede tener, a su vez, dos versiones, como he dicho antes: puede ser defensiva, pero también ofensiva. Y es la versión ofensiva, la de conquista, de la yihad la que reivindican los ideólogos de este tipo de reislamización 25. Personalmente, creo que, incluso los islamistas anSaid Hawwa (discípulo sirio de Qutb) es uno de los grandes teóricos de la yihad. La yihad, históricamente, no había impuesto sólo la guerra. La yihad era posible por la palabra, la mente o los hechos, y no únicamente por estos últimos. La brutalidad de los primeros gobiernos musulmanes (y, como luego hemos visto, no sólo de los primeros), tras la descolonización, fue tremenda contra los islamistas (también lo fue contra los izquierdistas). Desde luego eso no justifica, pero sí que permite ofrecer una explicación (no una comprensión) de por qué «yihad» y «uso de la violencia» (el eufemismo «hechos» no significa otra cosa) son una y la misma cosa. Hawwa defenderá que es legítimo el empleo de la violencia (la yihad) para desarraigar de Dar Al Islam a los extremistas, los herejes, los «partidos infieles como los comunistas» y «los ignorantes panarabistas». El panarabismo se constituyó, de facto, en el gran enemigo a batir por el islamismo ya que impulsaba la vertebración y unión de los musulmanes no a partir del islam, sino a partir de una idea y una práctica secular (el uso de una lengua común, el árabe). 25 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 33 José Sanmartín Esplugues tiapologéticos 26, cuando hablan de yihad ofensiva (yihad de conquista por la espada) y la reivindican como necesaria para lograr la umma universal, acaban aseverando que se trata de una lucha obligada, un imperativo que hay que cumplir para preservar la pureza del Islam. Es decir, hay que acabar con el enemigo porque su misma existencia amenaza nuestra autenticidad. Por consiguiente, la yihad ofensiva será tan justa como la defensiva, porque, en verdad (creen los islamistas políticos), los valores del Islam estarán permanentemente amenazados mientras haya culturas que puedan difundir sus contravalores a través de medios (tan poderosos hoy) como los constituidos por las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Una yihad de este tipo llevada a cabo, primero, para hacer que el Islam vuelva a la política, tomando el poder en los países musulmanes, y, segundo, para la extensión del Islam por toda la humanidad, sólo puede tener éxito, según los islamistas políticos (siguiendo aquí el ejemplo de la izquierda revolucionaria), si hay una vanguardia (taliah) que constituya una contrasociedad libre de los vicios de la sociedad que la envuelve. Una vanguardia con una mente colectiva cuyos ejes vertebradores sean el reconocimiento de la soberanía de Allah en todo y sobre todo, la necesidad de que la sharía reine como ley suprema, la yihad contra apóstatas y, en definitiva, la configuración de una forma de vida auténtica a imagen y semejanza de las vidas de los píos antepasados —una forma de vida auténtica que se extienda a la humanidad entera—. Obviamente, un ideario de este tipo no sólo puede ofrecer refugio a quienes padecen los males de una economía mal concebida y peor realizada por gobernantes más corruptos que modernos, en territorios, por lo demás, que, en ocasiones, son muy ricos en fuentes de energía absolutamente precisas para que la maquinaria mundial siga funcionando. Un ideario como el islamista político ofrece también y sobre todo sentido existencial a jóvenes, especialmente a estudiantes universitarios o profesionales, que no encuentran puestos adecuados a sus curricula y que experimentan en propia carne el carácter extraño para su cultura de muchas prácticas importadas de Occidente y absolutamente indecentes, como la usura 27. Son estos últimos quienes constituyen la mayor parte de la vanguardia revolucionaria y ocupan sus principales puestos dirigentes. 26 Es decir, aquellos islamistas, como Qutb o su discípulo Hawwa, que consideraban que no tenían que dar explicaciones de nada a otras culturas y, en particular, que no tenían por qué justificar sus acciones ofensivas en nombre del islam. 27 Por ejemplo, Sayyid Qutb era licenciado en literatura, Shukri Mustafá (líder del grupo Takfir wal Hiyra) era ingeniero agrónomo, Muhammad Abd Al Salam Faray (líder del grupo Yihad Islámica Egipcia) era ingeniero eléctrico. 34 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista 6. El islamismo revolucionario del siglo XXI La contrasociedad (la vanguardia) que, a semejanza de los movimientos de izquierda revolucionaria, Qutb considera imprescindible para llevar a cabo la toma de poder, debe aislarse de la sociedad yahili dominante, siguiendo el ejemplo de Muhammad en el año 622, el año de la hégira (hiyra) 28, para mantenerse lo más incontaminada posible. Ese aislamiento o retirada debe entenderse como un medio y no un fin: es algo así como dar un paso atrás para saltar mejor. Qutb defenderá en principio que tal salto debía consistir en una yihad por la palabra, a través de la educación. Encarcelado por Nasser, Qutb, tras conocer en propia carne la crueldad de un sistema tan brutal o más que el sufrido bajo la opresión de la colonización, terminará, sin embargo, dando vía libre a una yihad por medio de los hechos, es decir, por el recurso a la violencia 29. A la violencia recurrirá, por ejemplo, Takfir wal Hyra (Anatema y exilio, o Excomunión y emigración) 30 y, sobre todo, el grupo 31 Al Yihad Al Islami o simplemente Al Yihad. Este grupo fue fundado en El Cairo, en 1979, por el ingeniero Muhammad abd Al Salam Faray que, en un librito que lleva por título Al Faridah Al Ghaiba (The Neglected Duty - La obligación desatendida), plasmará de forma clara y rotunda los principios del islamismo político de Sayyid Qutb, poniendo una diana sobre el apóstata al que había que combatir (eliminar) mediante la yihad. La argumentación de Faray reza así: Egipto está gobernado por apóstatas; el presidente, Anuar Al Sadat, es el principal de ellos —un verdadero Faraón—; todo musulmán auténtico tiene 28 Muhammad emigró de la Meca a Medina el 16 de julio del año 622 (inicio del calendario musulmán) para mantenerse a salvo de la yahiliyya reinante en la primera de esas ciudades y, en general en la península arábiga, a fin de retomar más tarde y con mayor fuerza su conquista. 29 Qutb acabaría siendo ejecutado por sus ideas en 1966. Para las relaciones de Nasser con los Hermanos Musulmanes en general y con Sayyid Qutb en particular, recomiendo la lectura de Sanmartín Esplugues (2005). 30 Cumpliendo fielmente las prescripciones de Qutb de lo que debía ser la verdadera contrasociedad, este grupo llevó al extremo el esquema de ruptura islámica: siguiendo el ejemplo del Profeta, se retiró (emigró o se exilió) a vivir en cuevas a fin de escapar de la yahiliyya para luego volver más reforzados a combatirla. Así ocurrió. Más tarde realizó un activo proselitismo a través de la educación. Finalmente, recurrió a la violencia, secuestrando y asesinando a un alto dignatario egipcio. Por cierto, el refugio en cuevas practicado por Bin Laden (sus fotografías, con una puesta en escena plagada de señales del islam y del Profeta) no es casual. Hay que entenderlo en línea con la huida de la sociedad yahili y la vida en contrasociedad verdaderamente islámica. 31 Otros nombres por los que se conoce este grupo en inglés son Egyptian Islamic Jihad, Al Jihad, Islamic Jihad, Jihad Group. Entre sus atentados más destacados se encuentran el asesinato del Presidente, Anuar Al Sadat (1981), y los intentos de asesinato en 1993 de los ministros, Safuat Al Sharif y Arif Sidki. Sus líderes más notables han sido Muhammad Abd Al Salam Faray, Abbud Abd Al Latif Zumor, Khalid Al Istambouli y Ayman Al Zawahiri. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 35 José Sanmartín Esplugues la obligación (hasta ahora, dirá Faray) desatendida o incumplida de declarar y realizar una yihad contra tales apóstatas; esta yihad está legitimada por el fin que persigue: llevar el Islam a la política acabando con el estado de yahiliyya en el que se está haciendo vivir a los musulmanes, tomando el poder para deponer a los apóstatas que están restando soberanía a Allah y para hacer que reine la sharía como ley suprema, tal como nos manda Allah a través de su mensaje revelado en el Corán. En torno a las tesis de este librito se reunió el grupo de conspiradores que asesinaron a Anuar Al Sadat el 6 de octubre de 1981. 7. Cambio de perspectiva: el terrorismo global En los años 70 y 80 los islamistas políticos veían cercana la toma del poder en los países musulmanes gobernados por apóstatas, especialmente en Egipto y Siria. En uno y otro país esta estrategia islamista fue ampliamente derrotada. Tras el secuestro y asesinato de un alto dignatario egipcio, Takfir wal Hiyra fue desmantelado y se ejecutó a sus principales dirigentes 32. Más dura aún fue la represión de la Yihad Islámica Egipcia tras el asesinato de Sadat. De hecho, el único gran éxito de la estrategia islamista no la tendrán los reislamizadores desde arriba sunníes, sino los chiíes 33 de Irán que, en 1979, derrocarán al Sha, Mohammad Reza Pahlevi, e instaurarán un estado islámico. La caída del Sha se produjo en febrero de 1979. El 25 de diciembre de ese mismo año la Unión Soviética, intentando reprimir una revuelta islámica creciente, desplegó su ejército en Afganistán. A partir de entonces, a la vez que el enfrentamiento con los soviéticos en Afganistán se constituye en un polo de atracción para los diversos grupos terroristas que, a la sombra de Qutb, han ido desarrollándose en diversos países musulmanes, la idea de que hay que combatir, en primer lugar, al apóstata (al enemigo cercano) deja su lugar a la necesidad de combatir a los infieles que son los principales apoyos de tales apóstatas (el enemigo lejano). Dos personajes decisivos a este respecto serán Ayman Al Zawahiri y Sayyid Imam Al Sharif, alias «Dr. Fadl», los dos supervivientes de la represión del gobierno egipcio contra la Yihad 32 Prácticamente, los principales dirigentes o teóricos del islamismo político fueron ejecutados. Lo fueron, en particular, Sayyid Qutb, Shukri Mustafá y Muhammad Abd Al Salam Faray. 33 Los chiíes (o chiítas) son miembros de una secta del islam constituida por los seguidores de Alí, primo y yerno de Mahoma que se casó con su hija favorita, Fátima. Precedido por Abu Bakr, Omar y Uthman, llegó a ser el cuarto califa (el último califa ortodoxo o salaf) tras Mahoma, encontrando una oposición extraordinaria, dirigida por Muawiya, gobernador de Siria. A la muerte de Alí, Muawiya le sucedió en el califato, dando inicio a la dinastía de los Omeyas. Alí murió asesinado y es considerado por sus seguidores como el primer Imán (o imam) de los chiíes. 36 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista Islámica Egipcia tras el asesinato de Sadat, los dos ligados a la dirección de dicho grupo terrorista y los dos conectados, finalmente, a la red Al Qaeda. Al Sharif es uno de los principales ideólogos del islamismo político de tercera generación 34. Creo no exagerar al decir que, en cualquier caso, las reflexiones de Al Sharif (como las de Al Zawahiri e, incluso, las de Azzam, de quien hablo más abajo) no pasan de ser meras notas al pie de los fundamentos doctrinales del islamismo desarrollados por Sayyid Qutb. Tras el asesinato de Sadat y la represión que le siguió, al Sharif se trasladó a Peshawar (en la frontera noroeste de Pakistán), publicando en 1988 un libro Al Umda FiIdad Al Udda (The Essentials of Making Ready [for Jihad] - Elementos esenciales para la preparación) que se convertirá en uno de los más importantes manuales para el entrenamiento de muyahidines 35 contra los soviéticos en Afganistán (y, por supuesto, por doquier). Pero el objetivo real de este libro, dirá Al Sharif, no es tanto alcanzar la victoria sobre los soviéticos, como lograr el martirio y la salvación eterna. Para Al Sharif el estado natural del Islam es, precisamente, la yihad entendida como ejercicio religioso para conseguir recompensas divinas, de ahí el nombre de «yihadistas» que recibirán en lo sucesivo quienes sigan este tipo de doctrinas. Tales recompensas divinas se obtendrán, según Al Sharif, por haber eliminado mediante la fuerza a los apóstatas que rigen los destinos de la mayoría de los países musulmanes, por erigir en su lugar un verdadero estado islámico y por combatir contra los infieles a fin de eliminar su apoyo a los apóstatas y generar una umma universal que recupere el espíritu y la práctica del califato de los píos antepasados. De nuevo, como puede comprobarse, las ideas de Qutb constituyen la fuente principal de inspiración, marginando (desde luego) sus titubeos iniciales acerca del papel de la educación y reemplazándolos por una invocación rotunda de la rebelión armada 36. 34 A la primera generación pertenecerían Sayyid Qutb y Said Hawa; a la segunda, Shukri Mustafá y Abd Al Salam Faray; a la tercera, Al Sharif, Al Zawahiri y Azzam. Sobre el devenir de las ideas de Qutb, véase, por ejemplo, Sanmartín Esplugues (2005). 35 El término «muyahidín» significa, literalmente, el que lucha en defensa del islam (guerrero «santo»). Un uso inadecuado de la palabra «muyahidín» ha hecho que se refiera en particular a los guerreros “santos” que combatieron en Afganistán contra la URSS. 36 Al Sharif fue detenido en Yemen tras los atentados del 11-S, siendo trasladado a la prisión de Tora en Egipto en 2004 para cumplir su sentencia de cadena perpetua. Allí escribió su libro Wathiqat Tarshid Al Aml Al Jihadi fi Misr wal Alam (Document of Right Guidance for Jihad Activity in Egypt and the World - Documento para la correcta guía de la actividad yihadista en Egipto y en el Mundo, asimismo traducido como Racionalización de la Yihad en Egipto y en el Mundo). En este texto, Al Sharif asevera: «Nos está prohibido agredir, aunque los enemigos del Islam lo hagan», y define la mayoría de las formas del terrorismo como ilegales a la luz de la sharía, restringiendo la posibilidad de la yihad a circunstancias muy extremas. Entre los ataques considerados ilegales Al Sharif incluye los atentados terroristas de Al Qaeda en Estados Unidos, Londres y Madrid. Obviamente, por sus nuevas posiciones, Al Sharif ha acabado convirtiéndose en la bestia parda de Al Qaeda. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 37 José Sanmartín Esplugues Las ideas de Qutb (lo que se ha dado en llamar el «qutbismo») seguían, pues, vivas décadas después de la ejecución de su autor, ocurrida en el Egipto de Nasser en el año 1966. Lo estaban en el pensamiento de Al Sharif y, sobre todo, influyeron de manera decisiva en los desarrollos ideológicos del gran teórico del terrorismo de al Qaeda, mucho más allá que el propio Al Sharif. Me refiero al palestino Abdulla Yusuf Azzam, cofundador de Al Qaeda. Azzam, como Faray, defiende a ultranza que la yihad es un deber religioso que afecta a todos los musulmanes y que, lamentablemente, no se cumple. En su libro Ilhaq bil Kaafila (Join the Caravan - Únete a la caravana), da 16 motivos de por qué la yihad es la clave del Islam: «Invocamos a los musulmanes y les instamos a unirse a la lucha por muchas razones, entre las que destacan las siguientes: 1. Que los infieles no dominen. 2. Debido a la escasez de hombres. 3. El miedo al fuego del Infierno. 4. Cumplir con el deber de la Yihad, y responder a la llamada del Señor. 5. Seguir los pasos de los píos predecesores. 6. Establecer una base sólida para el Islam. 7. Proteger a los oprimidos en la tierra. 8. Esperar el martirio. 9. Construir un escudo para la umma, y un medio para alejar la desgracia de los musulmanes. 10. Proteger la dignidad de la Umma, y repeler la conspiración de sus enemigos. 11. Preservar la tierra, y protegerla contra la corrupción. 12. Dar seguridad a los lugares de culto islámicos. 13. Proteger la umma frente al castigo, la desfiguración y el desplazamiento. 14. Proporcionar prosperidad y excedente de recursos a la umma. 15. La yihad es la cima más alta del Islam. 16. La yihad es la forma más excelente de culto, y por medio de ella el musulmán puede alcanzar el más alto de los rangos.» Y, en este punto, recuerda Azzam un párrafo de Sayyid Qutb en Fi Zilal Al Qur’an (In the Shade of the Qur’an - A la sombra del Corán): «¡Si la yihad hubiera sido un fenómeno transitorio en la vida de la umma, no estarían llenas todas las secciones del Corán de este tipo de versos! (...) ni el Mensajero de Allah hubiera dicho a todos los musulmanes hasta el Día del Juicio las palabras siguientes: “Quien muere sin haber luchado (en la yihad), ni haber pensado en hacerlo así, muere en una rama de la hipocresía”». La sombra de Sayyid Qutb es alargada y llega hasta nuestros días. Sus ideas clave, nacidas del encajamiento de las doctrinas de Maududi en el 38 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista marco teórico incuestionable para un sunní de las reflexiones de Ibn Taymiyya, han sido más o menos depuradas, pero, en su esencia, no han sufrido ningún gran cambio. Podrían formularse del modo que sigue: 1.ª 2.ª 3.ª 4.ª 5.ª 6.ª 7.ª La meta última, el valor fundamental o bien supremo al que deben apuntar los esfuerzos humanos, es la complacencia de Allah, sometiéndose por completo a su soberanía tal como lo estuvieron los píos antepasados (los salaf) al sujetar su comportamiento de manera estricta a la sharía. Los gobiernos que, declarándose fieles al Islam, no aplican por completo la sharía son apóstatas bajo la influencia de la yahiliyya (la barbarie, la ignorancia de la guía divina) en la que vive actualmente Occidente. Es legítimo levantarse en yihad contra los gobernantes apóstatas a fin de deponerlos y reemplazarlos por verdaderos musulmanes que lleven el Islam a la política, subordinándola a la sharía. La yihad puede practicarse mediante la mente, la palabra o la acción, pero la conducta de los gobiernos apóstatas (y de los infieles que les apoyan) respecto de los verdaderos musulmanes está revestida de tal crueldad e hipocresía que los musulmanes auténticos se ven obligados a defenderse y defender los valores del Islam mediante la fuerza. Apóstatas e infieles cuentan hoy con medios tecnológicos que posibilitan que los contravalores de sus ideologías y culturas se extiendan por doquier, amenazando los valores del Islam y haciendo que, a menudo, éstos entren en crisis. Entre esos medios tecnológicos destacan las nuevas tecnologías de la información y comunicación que sólo podrán ser controladas si se toma el poder. La yihad así entendida (para la defensa de los valores auténticos del Islam en Dar Al Islam y para su extensión en Dar Al Harb) está legitimada, más que eso, aconsejada y sacralizada por el mismo Corán. En consecuencia, la yihad no terminará cuando los gobernantes apóstatas de países musulmanes sean desplazados de sus puestos de poder y sustituidos por musulmanes auténticos. Sólo acabará cuando la umma universal sea una realidad. Este último punto se ha convertido, en lo que llevamos de tercer milenio, en el objetivo a cumplir por el terrorismo global. Su gran impulsor ha sido, sin duda alguna, Ayman Al Zawahiri, mentor de Osama Bin Laden 37 y su 37 Bin Laden tuvo como mentor asimismo a Muhammad Qutb, hermano de Sayyid Qutb. No es exagerado, pues, decir que Qutb puede considerarse como el abuelo de Al Qaeda. Durante los nueve años que permaneció en la cárcel Sayyid Qutb, antes de su posterior arresto y ejecución en 1966, maduró sus ideas, exponiéndoselas a su hermano Muhammad (también a su hermana) en largas y detalladas cartas. Bajo la influencia de Sayyid Qutb, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 39 José Sanmartín Esplugues sucesor al frente de Al Qaeda en estos momentos. Al Zawahiri reconoce explícitamente la influencia que Qutb ha ejercido sobre él. Dice, por ejemplo en su obra Fursan Taht Rayah Al Nabi (Knights under the Prophet’s Banner - Caballeros bajo el estandarte del Profeta): «El llamamiento de Qutb a la lealtad, a la unicidad de Allah, a la sumisión a su única autoridad y su única soberanía fue la chispa que encendió la revolución islámica contra los enemigos del Islam en todo el mundo». Mucho más dura es la siguiente cita de Qutb, también en este librito: «Sayyid Qutb, el teórico más importante de los movimientos salafistas, dijo: Hermano, sigue adelante, para que tu camino se empape en sangre. No vuelvas la cabeza a la derecha o a la izquierda; sólo mira hacia el cielo». La teoría ha cambiado poco desde los años 60 del siglo pasado 38. Lo que Al Zawahiri (y otros, desde luego) han contribuido a modificar es la estrategia para alcanzar los objetivos doctrinalmente fijados por Qutb a partir de una lectura rigorista del Corán, sesgada por Ibn Taymiyya y Maududi. Fracasados la mayoría de los intentos para acabar por la vía del terror con los gobiernos apóstatas en la década de los 70, 80 y 90 39, reemplazándolos por estados islámicos, la yihad ha de dirigirse contra el enemigo lejano: contra aquellos países que prestan su apoyo a los gobiernos apóstatas de países musulmanes (el enemigo cercano) y que impiden su caída. Hay que cortar el cordón umbilical que ata ciertos países musulmanes a otros como Israel, Rusia, Estados Unidos u Occidente en general. Cortadas esas conexiones, los gobiernos apóstatas (se piensa) caerán como fruta madura, en buena medida porque el combate y victoria sobre el enemigo lejano podrá por fin lograr lo que el terrorismo islamista no ha conseguido hasta ahora en modo alguno: el apoyo incondicional de las masas de la umma 40. Muhammad escribió varios libros que tuvieron una cierta influencia en el devenir del islamismo, entre ellos Hal nahnu Muslimūn (Are we Muslims? - ¿Seguimos siendo musulmanes?), cuyo título es un fiel reflejo del pesimismo cultural que embargaba a quienes sufrían los duros golpes que el gobierno de Nasser (y otros «apóstatas») estaban dando a la forma de vida islámica. 38 Los mayores cambios tienen que ver con su aceptación parcial de la tradición, tal como se define en el fundamentalismo musulmán. En concreto, se conjuga la iytihad (el esfuerzo personal) en la interpretación de los textos sagrados con la tradición, no tanto porque se acepte la autoridad de los ulema, sino porque estos islamistas tienden a autoproclamarse ulema y dictar, en consecuencia, fatwas (decretos o pronunciamientos legales sobre cuestiones específicas) en las que se excomulga con bastante facilidad al enemigo, convirtiéndolo de este modo en objeto de legítima violencia. A este nuevo tipo de corriente religiosa, que mezcla fundamentalismo e islamismo político y que hace de la yihad la clave del islam, suele llamársele «neofundamentalista» o «yihadista». Al Qaeda es el paradigma. 39 La revolución desde arriba sunní, protagonizada por una pequeña vanguardia que efectúa un golpe de Estado y revoluciona luego el sistema y orden social, sólo se logra en este período en el Sudán de Hassan el Turabi. 40 Sobre este problema recomiendo vivamente el libro de Kepel (2004). 40 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista 8. De la ética a la psicología Para terminar, trataré de crear un puente entre la ética teleológica del islamismo político y la psicología de los terroristas que forman parte de grupos vertebrados por aquélla. Lo primero que hay que destacar es que tales grupos están dotados de una especie de mente colectiva que sesga las cogniciones, las emociones y el comportamiento de los individuos que los integran. Y, por la experiencia que tengo en este campo, puedo asegurar que estos miembros no exageran al hablar de su apropiación de la mente colectiva y, en particular, de los principios éticos que la han configurado. Creen profundamente en ellos. Quizá sea porque estos principios dotan de significado su existencia. Y creen en ellos con una firmeza tal que es difícil sujetar a estas personas a cualquier labor de reprogramación psicológica o reestructuración cognitiva. Gran parte de esa firmeza proviene del hecho de que piensan y sienten que su comportamiento está totalmente legitimado desde un punto religioso. Piensan y sienten que son verdaderos musulmanes: los musulmanes auténticos sobre cuyas espaldas recae la enorme responsabilidad de depurar el Islam de elementos extraños y de extenderlo hasta que la umma sea universal. Y, aunque no deje de haber intérpretes que digan lo contrario, quiérase, o no, el Corán y la Sunna establecen estos objetivos (y también sus contrarios) con más o menos claridad y el islamismo lo que hace es hipertrofiarlos. Los terroristas se creen y se sienten, pues, justificados por los textos sagrados y, en particular, creen y sienten que están cumpliendo de modo muy estricto el fin del Islam: la complacencia de Allah a través del reconocimiento de su soberanía. Este atributo le está siendo cercenado por aquéllos que, fieles en apariencia al Islam (los apóstatas) o infieles, depositan tal soberanía en ídolos fabricados por el hombre (la democracia, el nacionalismo, el consumismo, etc.). Contra ellos es legítimo luchar. Es, en suma, justo llevar a cabo una yihad (por los hechos, por la violencia) contra el apóstata (el enemigo cercano) o el infiel que lo infecta con sus ideas y valores degradados (el enemigo lejano). Los gobiernos apóstatas disponen hoy, además, de poderosísimos recursos para hacer que estas ideas y valores penetren hasta lo más profundo de los hogares a través del sistema educativo y, sobre todo, de los medios de información y comunicación. Por eso mismo, levantarse en armas contra los gobernantes apóstatas está hoy más justificado que nunca. Hay que tomar el poder para cambiar desde arriba la sociedad: para reislamizarla a través de unos medios que se sujeten en todo a las normas divinas. Es una yihad, pues, que hay que entender como un deber religioso. Quienes la lleven a cabo estarán cumpliendo un deber fijado nada menos que por Allah mismo —un deber lamentablemente desatendido de manera rotunda (al menos) en la mayor parte del siglo XX (el siglo XIV musulmán)—. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 41 José Sanmartín Esplugues Por esa vía, los terroristas acabarán creyéndose y sintiéndose miembros de una vanguardia cuyo objetivo principal es cumplir de forma muy estricta la finalidad última del Islam que justifica todo lo demás (aunque, a veces, las justificaciones sean tan complejas como la relativa a la legitimidad de la yihad contra musulmanes): la sumisión a Allah, el reconocimiento de su soberanía. Reforzarán esa creencia y esos sentimientos las reflexiones de los teóricos del islamismo político (como Qutb) acerca de la necesidad de construir tal vanguardia (taliah). Una vanguardia integrada por los más fieles soldados de Allah, dispuestos a dar su vida por Él en defensa de los valores del Islam. Quienes lleguen, incluso, a autoinmolarse en esta defensa del Islam, no podrán ni deberán ser tildados de suicidas, porque éstos son gente débil que se mata para huir de sus problemas. Quienes se autoinmolan en la senda de Allah son, por el contrario, gente fuerte: la más fuerte, la capaz de sacrificar su propia vida consciente y altruistamente no para huir, no porque sus almas estén agotadas, sino para defender el Islam. Por eso, ni son, ni pueden ser llamados suicidas: son realmente mártires (shahid) 41. Resumiendo de nuevo, los terroristas se creen y se sienten, pues, soldados que forman parte de una vanguardia selecta: la formada por los verdaderos musulmanes que luchan en defensa del Islam contra sus enemigos, cercano y lejano, y pueden y deben hacerlo incluso con su autoinmolación como signo máximo de su entrega a la causa de Allah. Allah está de su parte y por eso les recompensará con premios infinitos. Pero es que, además, los terroristas no se creen soldados que realizan acciones ofensivas motu proprio. Para ellos, sus acciones son, en sentido estricto, reacciones: reacciones ante la situación terrible en la que se ve inmerso el Islam por parte de una cultura (la occidental) que, metódica y sistemáticamente, difunde sus valores degradados a través de poderosos medios tecnológicos por todo el Dar Al Islam. Hay que defender el Islam ante ese enemigo que, en muchas ocasiones, se cuela subrepticiamente en todos los rincones de Dar al Islam, incluido todo tipo de hogares. Pero, para defender el Islam, hay que atacar a quienes fomentan esta situación. Es un ataque, si se quiere, en defensa propia. Un ataque legitimado por su finalidad, complacer a Allah, pero también por el modo en que se perpetra: defensivamente. Algunos islamistas (como el líder del grupo Hizbolá —el Partido de Allah—, Mohammed Husein Fadlallah) sustentan que el versículo 112 de la azora IX, que lleva por título «El arrepentimiento», del Corán, permite y justifica algunas formas de hacerse matar (como el martirio en la senda de Allah). Dice así: «Es cierto que Allah les ha comprado a los creyentes sus personas y bienes a cambio de tener el Jardín: combaten en el camino de Allah, matan y mueren. Es una promesa verdadera que Él asumió en la Torá, en el Inyil y en el Corán. ¿Y quién cumple su pacto mejor que Allah? Así pues regocijaos por el pacto que habéis estipulado. Éste es el gran triunfo». 41 42 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista En definitiva, como soldados de la vanguardia de auténticos creyentes que buscan reislamizar la sociedad desde arriba, empleando para ello las armas que tienen a su alcance (armas no convencionales), los miembros de tal vanguardia se creen y se sienten, pues, perfectamente legitimados para atentar (aunque, con pocas excepciones, no aceptarán este verbo: ellos no atentan, actúan). Es más, se creen y se sienten obligados religiosamente a hacerlo así, cumpliendo con su deber sagrado de defender mediante una guerra justa (porque es defensiva) una forma de vida (la islámica) vertebrada por valores que están siendo reemplazados por contravalores de la cultura degradada y crecientemente laicista de Occidente. La yihad es una obligación. La yihad es la forma natural de ser y de vivir el Islam. Obviamente, a este comportamiento de un terrorista subyace una forma de pensamiento dicotómico que, quizá, él ya tenía antes de entrar en el grupo, pero que, con seguridad, se lo refuerza la mente colectiva: se piensa siempre en A o en no A, sin término medio. Todo es blanco o negro, marginando la infinita gama de grises que hay entre uno y otro. O cumples la sharía, o no la cumples. Si la cumples en su totalidad, eres un verdadero musulmán; si no, eres un apóstata o un infiel. O eres de los nuestros, o eres nuestro enemigo. El mundo se divide entre nosotros y ellos. Un pensamiento dicotómico que, como he desarrollado implícitamente antes, va siempre acompañado de un locus de control externo 42: no sólo se divide el mundo entre nosotros y ellos; cuanto negativo nos sucede a nosotros, es culpa de ellos. Por eso mismo, nosotros hemos de reaccionar ante las acciones y amenazas de ellos. Nos vemos obligados a defendernos de ellos, porque son nuestros victimarios. Y cuando nuestra defensa adopte la forma de una acción en que muera alguno o muchos de ellos, no se olvide, ellos no son realmente nuestras víctimas (sólo lo son en apariencia): ellos son en realidad nuestros verdugos, ante los que nos hemos visto obligados a reaccionar. Los terroristas se creen y se sienten, pues, soldados de una vanguardia de auténticos creyentes que tratan de complacer a Allah, restaurando su soberanía a través de la defensa de los valores del Islam en una lucha (yihad) que les viene impuesta por mandato divino. Una lucha defensiva, incluso en aquellos casos en que parece ser puramente ofensiva. Una lucha defensiva contra el enemigo más cercano de los valores del Islam, de la sumisión a Allah, que es el gobierno apóstata, tratando de deponerlo y reemplazarlo por un estado islámico, por un estado que aplique la sharía en toda su extensión. 42 Se dice que una persona tiene un locus de control externo cuando responsabiliza de lo que le sucede (sus estados de ánimo, sus problemas, etc.) a terceras personas. Es muy común entre los agresores responsabilizar a otros (incluso a las víctimas) por su conducta. Suelen hacerlo los terroristas de todo tipo, pero también los agresores de mujeres, los acosadores escolares, etc. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 43 José Sanmartín Esplugues Como el apóstata no está sólo, el terrorista piensa que esta yihad hay que extenderla al enemigo lejano que presta apoyo al apóstata como caballo de Troya para infectar el Islam con sus contravalores. Hay que extenderla a quien antes colonizó físicamente los territorios musulmanes y, ahora, lo está haciendo virtualmente a través de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Hay que extenderla a ese enemigo lejano que habita en Dar Al Harb, la tierra del caos y de la guerra, un enemigo al que hay que vencer mediante la yihad para dar cumplimiento a la finalidad última del Islam: que la voluntad de Allah reine absoluta y totalmente sobre los hombres, integrados en la umma universal, desaparecida toda dicotomía entre nosotros y ellos; desaparecida, en suma, la oposición entre Dar Al Islam y Dar Al Harb 43. BIBLIOGRAFÍA Anscombe, G. E. M. (2005): La filosofía analítica y la espiritualidad del hombre, Navarra, EUNSA. Black, A. (2001): The History of Islamic Political Thought. From the Prophet to the Present, Edimburgo, Edinburgh Univ. Pr. Bubalo, A. y Fealy, G. (2005): Joining the Caravan. 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La historia es Grecia/Persia, Roma/Cartago, Washington/Moscú, etc. Por eso, desaparecida la URSS, parece como si fuera históricamente necesario encontrarle a Washington el polo opuesto sobre el que descargar las culpas. En este sentido, la Weltanschauung característica de los neoconservadores de Estados Unidos no está lejos de la propia del islamismo; en palabras de Kepel (2004): «Washington debería ejercer una “hegemonía benévola” sobre el universo sin ningún lugar real para la negociación o el compromiso. Las “naciones civilizadas” se colocarían bajo su égida, por su bien y por el de la humanidad; las demás no son sino naciones canallas que deben esperar que un día u otro un rayo las fulmine si no se arrepienten ni se redimen». Los neoconservadores, muy presentes en el gobierno de George W. Bush, supieron vender muy bien esta Weltanschauung en los tiempos posteriores al 11-S. Los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono les dieron una magnífica «justificación» (excusa se diría mejor) frente a otras opciones de la política exterior estadounidense: era necesario que el rayo de la guerra no sólo fulminara a los talibanes, sino también al gobierno canalla de Irak. 44 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 Éticas teleológicas y terrorismo islamista García Máynez, E. (1944): Ética, México DF, UNAM, Centro de Estudios Filosóficos (en http://www.bibliojuridica.org/libros/libro.htm?l=447). Hassan, R. (2008): Inside Muslim Minds, Melbourne University Press. Jordán, J. (2004): Los orígenes del terror: indagando en las causas del terrorismo, Madrid, Biblioteca Nueva. Juergensmeyer, M. y Kitts, M. (2011): Princeton Readings in Religion and Violence, New Jersey, Princeton Univ. Pr. 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ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 17-47, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.01 47 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres With Weapons, as Weapons: Women’s Violence MARÍA XOSÉ AGRA ROMERO Universidad de Santiago de Compostela RESUMEN. El texto aborda uno de los temas de la violencia contemporánea, la violencia política de las mujeres. A partir de los problemas para nombrar la violencia y de los análisis de A. Cavarero sobre el «horrorismo», se centra en dos casos: la muerte de Yoyes y las mujeres bombas suicidas chechenas, mostrando las construcciones sociales y culturales de sexo/género, sus mitos y estereotipos, en cuanto constituyen una de las raíces más profundas y persistentes de la violencia. En definitiva, de lo que se trata es de reflexionar y comprender la vulnerabilidad de la condición humana. ABSTRACT. The paper deals with one of the topics of contemporary violence: women’s political violence. From the problems to name violence and Cavarero’s analysis of «horrorism» the paper focuses on two cases: the death of Yoyes and Chechen women suicide bombers. We try to show the social and cultural sex/gender constructions, its myths and stereotypes since they are one of the deepest and more persistent roots of violence. In short, the main point is to reflect on and understand the vulnerability of human condition. Palabras clave: violencia, terrorismo, horrorismo, sexo/género, narrativa de la madre, mujeres bombas suicidas, vulnerabilidad. Key words: violence, terrorism, horrorism, sex/gender, mother narrative, female suicide bombers, vulnerabilty. I. 1. Introducción: La(s) violencia(s) ¿Qué hizo? ¿Quién lo hizo? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo lo hizo? El viernes 22 de julio de 2011 la isla de Utoya y el centro de Oslo se convierten en escenario de una matanza, suceso calificado como el 11-S de Noruega, y el de más muertos 1 en Europa desde el 11-M de 2004 en Madrid. Los medios van relatando la tragedia, el terror y el horror. Una vez confirmado que no se trata de un atentado suicida ni islamista, se indaga sobre la personalidad y motivaciones de su único autor. La consternación va acompañada del estupor ante la «normalidad» de Anders Behring Breivik: de fa1 Las víctimas en total fueron 77, 8 de ellas en la explosión del coche y 69 jóvenes participantes en el campamento de verano del Partido Laborista. [Recibido: Dic. 11 / Aceptado: Feb. 12] 49 María Xosé Agra Romero milia acomodada, estudiado, educado, trabajador, blanco, cristiano, de derechas; y se buscan y avanzan explicaciones de por qué ha llegado a tal grado de violencia. Esta masacre ofrece un escenario de terror/horror obra de un terrorista ultraderechista. Con uniforme de policía, con dos armas, andando sin correr, sin disparar descontroladamente, utilizando balas prohibidas que explotan dentro del cuerpo de las víctimas causando daños irreparables, gritando «debéis morir, debéis morir todos», el terrorista/guerrero asesina a las víctimas inermes, siembra el pánico (muchos jóvenes intentan huir a nado de la isla), y no se suicida, es detenido. Todo se sigue en directo a través de los teléfonos móviles. Como en otras ocasiones, ante actos de esta naturaleza que desafían nuestra comprensión, se apuntan interpretaciones. De entre los relatos que se producen en los medios periodísticos destacamos uno: «El monstruo que vestía de macho» 2. Asumiendo que estamos ante un monstruo, se buscan indicios del paso de un individuo «normal» a «un tipo que se puso como misión la de eliminar al mayor número de personas posible». De barrio acomodado y padres separados, se hace referencia a que Breivik acusaba a su padre de cortar el contacto con los hijos. Aunque «aparentemente» no se encuentra nada traumático, la búsqueda continúa, acudiendo a su relato en Internet: «En sus recuerdos de esa época su madre era una feminista moderada que le dio una educación que, según él, le convirtió en un débil». Se comenta que hay algunas muestras de rebeldía y que «su complejo de inferioridad le llevó a preocuparse por su apariencia física», que se jacta de salir con muchas mujeres y desmiente que sea homosexual. Mas esto por sí solo no explica su violencia, de ahí que se puntualice: «Trató siempre de cultivar una imagen de macho y llevó ese extremo hasta el pensamiento político. De alguna forma, lo que viene a decir Breivik en su manifiesto es que los socialdemócratas han hecho de Noruega un país de nenazas», y de ahí pasa a defender la guerra contra el Islam y la inmigración. Ahora bien, la lectura del reportaje suscita varias cuestiones y algunos interrogantes. La primera, sobre la normalidad y la monstruosidad. Como lo expresa Robert A. Pape: «Siempre nos gusta que los malos sean monstruos con ojos desorbitados. Cuanto más vulnera el crimen nuestro sentido de la humanidad, más esperamos que los autores sean anormales, repulsivos, hostiles, enfermos mentales o carentes de sentimientos humanos normales. Por supuesto, la asociación de los actos inhumanos con los prototipos de malo inhumano no nos devuelve a las víctimas, pero parece que nos ofrece una explicación sobre cómo se produjeron esas terribles atrocidades» 3. El País, 31 de julio de 2011, firmado por A. C. y J. G. Pape, R. A.: Morir para matar. Las estrategias del terrorismo suicida, Barcelona, Paidós, 2006, p. 259. 2 3 50 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres Según Pape, esa intuición resulta correcta algunas veces, no obstante, continúa, «en ocasiones, los que cometen los peores crímenes son personas bastante normales». Breivik era «normal» y tenía motivaciones políticas, sin embargo es presentado como un monstruo, deshumanizándolo al límite de no tener nada que ver con nosotros. Quizás podría ser examinado como un ejemplo de la «banalización de los monstruos», de una de las derivas de la «lógica del exceso» 4, pero dejaré aquí esta cuestión pues mi interés se dirige a una segunda línea marcada en el reportaje, a saber, al vínculo entre el macho, la virilidad, la masculinidad, la política y la guerra. Breivik, se indica, cultiva una imagen de macho y la lleva al pensamiento político. Virilidad/feminidad constituye una histórica y tradicional dicotomía, normal y central de la política y de la guerra, del ciudadano/soldado. No obstante, no es este vínculo entre violencia y masculinidad, o entre violencia y machismo, el que se pretende resaltar, sino más bien que, en realidad, «vestía de macho», esto es, que utilizaba esta imagen como una máscara tras la que se ocultaba el monstruo. El artículo del periódico acaba con las palabras de una chica del barrio: «A él lo he visto alguna vez, pero no le recuerdo muy bien. No tenía el aspecto de un monstruo». Evidentemente lo primero que se nos plantea es ¿cómo se reconoce a un monstruo? Y luego toda una batería de preguntas: ¿Por qué se vestía de macho? ¿Es esta una máscara pertinente para aparentar normalidad? ¿Es la máscara de lo criminal/demoníaco? 5 ¿Puede el monstruo «vestirse» de mujer? ¿Por qué la chica de su barrio no hace alusión a su «imagen de macho»? ¿Responde la violencia de Breivik a, o puede ser examinada desde, las construcciones culturales, desde los estereotipos y relaciones de género? ¿Están des-sexualizados los monstruos? El objeto de este artículo no es el caso Breivik en sí mismo, ni desarrollar una teoría o análisis sobre la mediatización de la violencia, ni tampoco pretende responder a todas esas preguntas, sino que viene a colación como un ejemplo de cómo se presenta mediáticamente la violencia contemporánea, al tiempo que me permite introducir algunas reflexiones, que se irán desarrollando, en torno a las construcciones culturales, los estereotipos y relaciones de género desde la perspectiva de la violencia perpetrada por mujeres, en la medida en que ha saltado a primer plano mediático por los atentados 4 Cfr. Duque, F.: «La banalización de los monstruos (Lógica del exceso)», Daimon. Revista Internacional de Filosofía, n.º 42, 2007: 45-70, esp. pp. 64-66, sobre el terrorismo como una de las tres figuras del mal, mediáticamente reforzada. Sobre la patologización, Oliver, K.: Women as weapons of war. Iraq, sex and the media, New York, Columbia University Press, 2007, pp. 128-129. 5 En La Vanguardia del 24 de julio, Rafael Poch en «El día que Noruega nunca olvidará» escribe: «Y Anders tomó su fusil. La furia criminal de un hombre blanco, cristiano y de derechas, no de un islamista, se desató el jueves en Noruega» y lo describe así «Anders Behring Breivik, 32 años, rubio, alto, noruego, de ojos azules, enemigo del multiculturalismo, llegó al lugar con uniforme de policía, chaleco antibalas, dos armas de fuego y su incipiente barbita de macho cabrío» (curs. n.). Furia criminal, demoníaco. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 51 María Xosé Agra Romero de mujeres bombas-suicidas (alguna embarazada) y con las soldados torturadoras de Abu Ghraib. Mujeres bombas-suicidas, mujeres uniformadas agrediendo sexualmente a hombres; mujeres en el ejército, una Ministra de Defensa del Gobierno español embarazada pasando revista a las tropas, suponen cierta novedad que, de un lado, asombra, desconcierta, asusta o incluso fascina, y de otro, suscita interrogantes respecto de si se están rompiendo las normas y desafiando los estereotipos de sexo/género, y si ello está, para bien o para mal, relacionado con el feminismo y con las luchas por la libertad e igualdad de las mujeres. Ocuparse de la violencia de las mujeres, más allá del impacto mediático, exige abordar las nuevas/viejas construcciones de sexo/género, descartando el esencialismo y el supuesto acríticamente asumido de mujeres pacíficas/ hombres violentos, que vincula mujeres con paz y hombres con guerra, mujeres protectoras y dadoras de vida, por las que los hombres hacen las guerras, al tiempo que deben protegerlas de y en ellas. Dicho de otro modo, la lucha por la libertad e igualdad de las mujeres, la lucha por la ciudadanía descansa sobre la base de que las mujeres son seres políticos, no naturales. En cuanto seres políticos, entonces, parece que va con ello también el tener responsabilidad, agencia, el poder portar armas y participar en los distintos escenarios de la violencia, en la guerra y en los grupos armados y terroristas en sus viejas/nuevas formas. Históricamente, las mujeres han estado implicadas, han participado en guerras, en revoluciones y movimientos de resistencia, y siguen haciéndolo, mas su participación se presenta como una extensión de su papel de madres, de defensa de la familia, de ausencia de hombres, en todo caso, una vez terminado el conflicto, volviendo a sus lugares y roles naturales. El punto importante es si su implicación y/o compromiso con la violencia radica en su capacidad de ser agentes, esto es, si su decisión es propia y sus motivaciones son políticas, o, por el contrario, si sus motivaciones son personales y privadas, entendiendo por ello que son derivadas de lo que socialmente significa ser una mujer, de su condición femenina. Aunque, en todo el mundo, las mujeres siguen estando infrarrepresentadas en las posiciones de poder, se genera una retórica por la cual, dados los avances percibidos, lograr la igualdad entre los sexos parece que sólo es una cuestión de tiempo, si bien, irónicamente, en nombre de dicha igualdad se llega incluso a querer legitimar la guerra misma. Ciertamente, las mujeres se van haciendo más visibles en la política, las vemos también en las listas de criminales de guerra, terroristas, bombas-suicidas y genocidas. Desde el feminismo, a nivel teórico y práctico, mucho se ha hecho en relación con la ciudadanía, igualmente respecto de la violencia patriarcal. Sólo ahora, en estos últimos años, ante esta reciente «novedad» y «visibilidad» de la violencia perpetrada por mujeres, comienza a prestársele la debida atención, entre otros motivos, para calibrar hasta qué punto las relaciones de sexo/gé52 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres nero son más fluidas, más flexibles, pero no por ello más igualitarias 6, para estudiar en qué medida los estereotipos y subordinaciones de sexo/género han cambiado de forma, son menos visibles pero siguen siendo una línea común en los discursos de la política global 7. Desde esta perspectiva, las respuestas a las preguntas que se formulan en el título del epígrafe señalan el punto de arranque de la reflexión: matar, lo hizo una mujer, por motivos privados o políticos, con armas, como arma. Adentrarse en el campo de la violencia en general, o mejor de las violencias, y en particular en el de la violencia política, del terror y el terrorismo, no resulta fácil, no sólo por las dificultades para conceptualizarla, definirla, para establecer una tipología. Introducir el sexo de las violencias, las construcciones culturales y las relaciones de sexo/género, añade, a este ya de por sí problemático campo, el esfuerzo por analizar y comprender una de las raíces más profundas de la violencia contemporánea. No resulta fácil, además, porque el centrarse sobre la violencia de las mujeres nos sitúa ante la dificultad —como, entre otros, señala Meyer a propósito de la llamada de atención de Arendt sobre el escaso interés en la violencia por parte de los teóricos sociales y políticos— «tanto ética como epistémica de conceptualizar y teorizar la violencia, sin justificarla, absolverla o condenarla» 8. Dificultad, por supuesto, de encarar el terror, el horror, la «humanidad», la «condición humana». En todo caso, con las herramientas de la teoría crítica feminista, justo se va a intentar acometer esa dificultad, sin caer en reduccionismos, en esencialismos, en maniqueísmo, sin confundir verdugos y víctimas. 2. Nombrando la(s) violencia(s) Más allá de que pertenece al campo de la(s) violencia(s), y al no menos complejo, a la larga historia, del terror 9, poco acuerdo encontramos sobre qué es terrorismo, sus usos son cambiantes y las interpretaciones diversas, muy en particular a raíz de los atentados del 11/S y de la «war on terror». En el discurso político y en los medios de comunicación «terrorismo es hoy un vocablo tan omnipresente como vago y ambiguo, cuyo significado se da por descontado a fin de evitar una definición» 10. Otro tanto ocurre en los discursos académicos, los estudiosos de las distintas áreas, aunque lo inten6 Eisenstein, Z.: Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial, Barcelona, Edicions Bellaterrra, 2008, p. 63. 7 Sjoberg, L. y Gentry, C. E: Mothers, Monsters, Whores. Women’s Violence in Global Politics, London/New York, Zed Books, 2007. 8 Meyer, Arno J.: The Furies. Violence and Terror in the French and Russian Revolution, Princenton, Oxford, Princenton University Press, 2002, p. 73. 9 Ibid., cap. 4. Cavarero, A.: Horrorismo. Nombrando la violencia contemporánea, Barcelona, Anthropos, 2009, cap. XIV: Para una historia del terror, pp. 129-145. 10 Ibid., p. 16. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 53 María Xosé Agra Romero tan, tampoco logran definiciones, clasificaciones o tipologías que generen consenso 11. Y lo mismo puede decirse sobre la guerra, las nuevas guerras. Terrorismo y guerra son viejos conceptos, sin embargo, afirma Cavarero, ante la violencia contemporánea, son confusos y se hace necesario un nuevo léxico político, ella acuña un nuevo término «horrorismo», otros propondrán «hiperterrorismo», «infoterrorismo», «violencias de aterrorización» 12, y aún podríamos continuar, tratando de conceptualizar, de definir, de nombrar la «novedad» del terrorismo/guerra del siglo XXI. Nada más lejos de mi intención que acrecentar el número de términos, definiciones o tipologías a propósito de la violencia de las mujeres, el objetivo es otro, a saber, introducir, prestar la debida atención, someter a escrutinio las conceptualizaciones y las denominaciones, ver si la incluyen o no y de que modo. No se trata de emprender disquisiciones terminológicas que, por lo demás, bien sabemos, sirven a diversos marcos conceptuales. El punto en cuestión aquí remite al poder de nombrar la violencia y a la conceptualización de la violencia perpetrada por las mujeres en relación con la violencia patriarcal, con los estereotipos de sexo/género. No sin problemas y esfuerzos, el movimiento feminista ha puesto el foco en la violencia contra las mujeres, en su conceptualización y en la propia denominación: violencia patriarcal, sexista, machista, violencia doméstica, violencia familiar, violencia de género, feminicidio. En este debate, «El movimiento feminista ha resignificado el lenguaje del terrorismo al llamar a la eufemísticamente denominada “violencia doméstica” [...] “violencia sexista” “patriarcal” son mis expresiones preferidas o, al menos, “violencia de género”. Ha enseñado así a sumar lo que hasta hace poco no se sumaba, por tanto, no se conceptualizaba y, por lo mismo, no se politizaba» 13. «Terrorismo familiar», «terrorismo sexual», «terrorismo de género» son resignificaciones que se van ensayando para nombrar la violencia masculina 11 Baste citar aquí Ch. Tilly: «Terror, Terrorism, Terrorists», en donde, desde la perspectiva de los científicos sociales, arremetiendo contra la reificación, propone una «crude tipology» y concluye que «terrorism is not a single causally coherent phenomenon», Sociological Theory, Vol. 22, n.º 1 (2004), p. 12. Alison M. Jaggar, en «What Is Terrorism, Why Is It Wrong, and Could It Ever Be Morally Permissible?», Journal of Social Philosophy, Vol. 36, n.º 2 (2005), señala, entre otros problemas que «The United Nations has long been unable to agree on workable criteria for terrorism —though it may now be moving to a new consensus— and even the various agencies of the U. S. government disagree with each other», p. 202. O desde los estudios etnográficos, Begoña Aretxaga, Zulaika, J. (ed.): States of Terror. Begoña Aretxaga’s Essays, Reno, Nevada, Center for Basque Studies-University of Nevada, 2005, p. 172. 12 Cfr. Heisbourg, F.: Hiperterrorismo. La nueva guerra, Madrid, Espasa, 2002; Echeverría, J. «Terrorismo en el tercer entorno», en Roldán, C.; Ausín, T. y Mate, R. (eds.): Guerra y paz. 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En la polémica en torno a las denominaciones, que se concentra fundamentalmente en la violencia contra las mujeres, en gran medida en la violencia hombre-mujer, también, y en algunos casos no sin mala fe, se advierte que las mujeres también son agresoras y se plantea si encaja en ellas, si deberían contemplar la violencia perpetrada por mujeres. Aunque, con los datos disponibles, no son en absoluto comparables, lo relevante es que «la violencia de mujer a hombre no viene amparada por una ideología que apoya la dominación y el control de los hombres por parte de las mujeres» 16. La violencia de las mujeres no es normativa y, por consiguiente, hay que entenderla mejor como una ruptura del modelo, como transgresora de los estereotipos y de la subordinación de sexo/género. Ahora bien, como veremos, el tratamiento dado a dicha violencia sí va a ser normalmente valorada siguiendo las pautas, los estereotipos de sexo/género, empleando para ello narrativas, mitos, imaginarios que dan cobertura, perpetúan la subordinación de las mujeres. Es decir, la violencia de las mujeres cae fuera de las normas y compresiones ideal-típicas de lo que significa ser mujer y las narrativas en que se inscribe no vienen sino a reforzar la feminidad normativa. Desde esta perspectiva, importa advertir que merece atención el fenómeno de la hipervisibilización de la violencia de las mujeres, en contraste con la persistente tendencia a la invisibilización, con el silencio o la tolerancia, respecto de la violencia contra las mujeres. Por lo mismo hay que examinar críticamente la «novedad». Dicho de otro modo: «Una época en la que la violencia golpea sobre todo, si no exclusivamente, a los inermes, no encuentra las palabras para decirlo y, confundiendo viejos conceptos, induce a la innovación lingüística. Una cierta novedad, comenzando por el sexo, concierne también por lo demás a los asesinos de hoy en día. En el pasado, existen pocas huellas de mujeres transformadas en bombas humanas y de torturadoras uniformadas. Esto no quita que una mujer, la temible Medusa, constituya desde siempre el rostro mítico del Cfr. Osborne, R.: Apuntes sobre la violencia de género, Barcelona, Ediciones Bellaterra, 2009; Posada, L.: «Mujeres, violencia y crimen globalizado», en Revista Centroamericana Justicia Penal y Sociedad, Vols. 28 y 29, 2008/9, pp. 41-65. 15 Card, C.: «Rape as terrorist institution», en Frey, R. G./ Morris, Ch. W.: Violence, Terrorism, and Justice, Cambridge, Cambridge University Press, 1991, pp.: 296-319; y «Questions Regarding a War on Terrorism», en Hypatia, Vol. 8, n.º 1 (2003): 164-169, Forum on September 11, 2001: Feminist Perspectives on Terrorism. 16 Osborne, op. cit., p. 101. 14 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 55 María Xosé Agra Romero horror. Y a su lado, icono de un crimen sobre el inerme que repugna todavía más, la infanticida Medea» 17. «Horrorismo» es, decíamos, el vocablo acuñado por Cavarero para dar cuenta de una violencia para la que no resultan adecuados los viejos conceptos de terrorismo y guerra. Aunque no resta importancia a la cuestión, que bien es cierto ocupa gran parte del debate, de combatientes legítimos y combatientes ilegítimos, juzga que dicha cuestión se desenvuelve en el terreno de una lógica interna, de una lógica político-militar de medios y fines, adoptando la perspectiva de los guerreros y buscando, en último término, la justificación de sus actos destructivos. Su desarrollo arranca, justo, de adoptar la perspectiva del «inerme» —que diluye la dicotomía de aquella lógica político-militar—, del reconocimiento de que es su vulnerabilidad la que debe ponerse en primer plano en los escenarios actuales de la masacre, en cuanto «específico paradigma epocal». Rastreando la etimología de terror, horror y guerra, pone de manifiesto, en primer lugar, que el terror refiere a la física del miedo, al miedo en cuanto estado físico, al cuerpo que tiembla y huye para sobrevivir, ante una violencia que busca matarlo. En este registro, el pánico colectivo es una figura esencial 18. A pesar de que suele incluirse en la constelación del miedo y del terror, el horror tiene características propias y opuestas. Etimológicamente alude al «poner los pelos de punta», «poner la piel de gallina». El horror responde a las manifestaciones físicas del congelarse y a un estado de parálisis, concierne a la repugnancia. Medusa es la figura que lo encarna. La cabeza cortada de Medusa simboliza, representa la repugnancia y la «inmirabilidad» de la propia muerte, no obstante, subraya Cavarero, no se trata sólo de esto, más bien lo que repugna, lo que es «inmirable» es el desmembramiento, la desfiguración del cuerpo singular, pues «El ser humano, en cuanto ser encarnado, es aquí ofendido en la dignidad ontológica de su cuerpo y, más precisamente, cuerpo singular». La física del horror refiere a una violencia que no sólo busca matar sino sobre todo destruir la unicidad del cuerpo y ensañarse en su constitutiva vulnerabilidad: «Lo que está en juego no es el fin de una vida humana, sino la condición humana misma en cuanto encarnada en la singularidad de cuerpos vulnerables» 19. La etimología en el caso de la guerra no conduce a mucho, lo cual no es óbice para que Cavarero analice la guerra como terreno abonado del horror. Partiendo de los guerreros homéricos, sostiene que en la guerra el terror es esencial, no es simplemente un arma estratégica y en él se encuentra anidado el horror: «Como núcleo de una violencia aún más profunda y al mismo tiempo excedente, sin embargo, es el horror el que sobre todo invade la escena bélica de la masacre» 20. En su lectura de 17 18 19 20 56 Cavarero, op. cit., 17-18. Cfr. Ibid., «Etimologías: terror o bien del sobrevivir», pp. 20-21. Cfr. Ibid., «Etimologías: horror o bien del desmembramiento», pp. 24-25. Ibid., p. 29. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres Homero, de la vulnerabilidad del guerrero, destaca la obra del horror, el desmembramiento, la desfiguración, que más allá de matar busca destruir el cuerpo singular. Y Medusa, la Gorgona, la más célebre máscara mítica del horror, está también en el centro de la égida que porta Atenea 21, es el «núcleo primigenio de la violencia», aleja el horror de todo pretexto heroico, «devuelve a los guerreros su imagen más auténtica de su crimen ontológico. Y se trata de un rostro de mujer». Conviene reparar en dos cuestiones importantes al hilo de los análisis y la visión de Cavarero. La primera, lleva al núcleo sobre el que descansa y se articula su argumentación, esto es: el crimen ontológico y la vulnerabilidad del inerme. Siguiendo la senda de Arendt, pero avanzando algo más, Cavarero desarrolla una ontología relacional, en la que el centro radica en la exposición unilateral, en la dependencia del infante, inerme y vulnerable. Su ontología de la vulnerabilidad, tiene en la relación madre-infante, su elemento esencial, en el «vulnus» y en la «cura», en la ambivalencia y en la inclinación maternal. Medea es aquí pertinente. La filósofa política establece una conexión entre vulnerabilidad y violencia, y no sólo entre vulnerabilidad y cuidado, una ambivalencia constitutiva, que se quiere desmarcar de una aproximación normativa y de una ética del cuidado y que, naturalmente, suscita su confrontación con otros enfoques sobre la vulnerabilidad, y en particular sobre lo maternal y el dar y quitar la vida 22. La segunda, concierne al «horror», el análisis teórico de Cavarero conduce a una visión del terror en términos de lógica medios-fines que se distingue de forma clara del «terror total» de la violencia totalitaria. Auschwitz es paradigmático en el desplazamiento del terror al horror, y de ahí al desplazamiento del terrorista clásico al horrorista suicida. Sin poder demorarnos en su documentado y argumentado análisis, sí es necesario retener que en este desplazamiento el cuerpo del guerrero juega un papel fundamental pues ahora es desplazado por una tecnología destructiva descorporeizada, mientras que, en contraste, el horrorismo suicida está encarnado, los cuerpos son armas, y provoca escándalo, más aún «cuando la bomba tiene cuerpo de mujer». Nuestro cuadro de reflexión va a traer a escena a las mujeres que perpetran violencia, dejando fuera de plano tanto la violencia desde la perspectiva del inerme, como la de la utilización de las víctimas 23. Aunque nos sirven 21 Rodeada de Fobo (el pánico), Eris (la Discordia), Alké (la fuerza defensiva) y el tremendo Ioké (la persecución). Ibid., p. 31. 22 Sería necesario un examen crítico en relación con otras visiones de la vulnerabilidad, en particular con la más conocida de J. Butler, o con la propuesta de Kelly Oliver, articulada en torno a la noción de «witnessing». 23 Cabe asimismo contrastar la visión de Cavarero con la de Talal Asad, quien lleva a cabo una crítica de los argumentos liberales sobre la guerra y el terrorismo, defendiendo que el criterio fundamental es «la escala de la crueldad» y arremetiendo contra la utilización de las víctimas. En particular merece atención su visión del horror, no como motivo, sino como «estado del ser. A diferencia del terror, la ofensa o el deseo de venganza espontáneo, el horror ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 57 María Xosé Agra Romero de trasfondo. Examinaremos dos casos de la violencia de las mujeres, uno en un contexto de terrorismo tradicional: la terrorista, y otro en el escenario horrorista: la mujer bomba-suicida, contemplan ambos como «violencia proscrita» y ciñéndonos a la narrativa de la madre 24. Quedarán para otra ocasión las torturadoras, en particular las de Abu Ghraib, así como lo relativo a las mujeres soldado y a la militarización. II. Con armas, como armas: de las madres y lo maternal La violencia perpetrada por las mujeres, decíamos, acapara la atención de los medios y se habla de un creciente incremento. Aunque las estadísticas son bastante escasas y recientes, reflejan que el número de mujeres es aún significativamente pequeño en comparación con los hombres 25, sin embargo, su impacto es mayor, dándose una hipervisibilización mediática que, a su vez, suscita perplejidad y genera aparentes paradojas. Los datos y estudios, desde la perspectiva criminológica, constatan que el número de mujeres que matan, de asesinas u homicidas, es pequeño, en comparación con los hombres, a excepción de los casos de infanticidios; también indican que en el primer caso son juzgadas más severamente, y en el segundo en no pocas ocasiones se busca en cierto modo desculpabilizarlas, echando mano de atenuantes. Esta aparente paradoja da cuenta de la normatividad de sexo/género: las mujeres son menos agresivas y violentas, son más pacíficas, debido a factores varios, desde los físicos al sentido maternal. Antes que nada, las mujeres son dadoras y protectoras de la vida, no pueden quitarla, destruirla. Por lo mismo, cuando no responden a, cuando transgreden, dicha normatividad se transforman en seres mucho más peligrosos y temibles, mucho más crueles, y en objeto de fascinación y de fantasías masculinas, y de repugnancia y horror. En líneas generales, esta novedad va a poner sobre el tapete si las teorías sobre la violencia masculina son de aplicación también a las mujeres; si el feminismo tiene o no relación con dicho aumento de la violencia por parte de las mujeres, es decir, si la violencia de las mujeres es el resultado y/o contribuye a la emancipación femenina. Así surgen preguntas tales no tiene un objeto. Es intransitivo». Siguiendo a Stanley Cavell, también diferencia entre miedo y horror, destacando que «el horror no se refiere tan sólo a la percepción de que nuestra propia identidad es precaria, sino a la de que también lo es la de otros seres humanos; y no sólo lo es la identidad de los individuos humanos, sino que también lo son las formas de vida humana», Sobre el terrorismo suicida, Barcelona, Laertes, 2008, p. 86. Cfr. J. Butler, Marcos de guerra. Las vidas lloradas, Barcelona, Paidós, 2010, pp. 208-224. 24 Siguiendo a Sjoberg y Gentry, esto es, como aquella violencia que es denunciada, condenada o prohibida por las leyes de los Estados o entre los Estados, reconociendo que esta proscripción no la hace necesariamente «inaceptable» moralmente, señalan que la proscripción sí afecta a los discursos de los oficiales políticos y de los media sobre la violencia de las mujeres. Op. cit., p. 11. 25 Cfr. Robert A. Pape, op. cit. 58 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres que: ¿Son complementarias violencia y feminidad? ¿Son más violentas y crueles las mujeres que perpetran violencia política? ¿Rechazan los papeles femeninos y se masculinizan siguiendo las pautas de la vieja/nueva violencia de los hombres? Los estereotipos de sexo/género, la cultura y la imaginación patriarcal se nutren y alimentan del terror/horror femenino, Medusa y Medea son buenos exponentes. «Medusa pertenece al género femenino. Es preciso resistirle la mirada, sin ceder a la tentación de mirar hacia otra parte: el horror, según el mito, tiene rostro de mujer. En este sentido, entre el monstruo horripilante y Ajza, la terrorista chechena de quien el padre recupera la cabeza, existe una semejanza que perturba. No es que las muestras actuales de la carnicería, y mucho menos las del pasado, guerreros homéricos incluidos, sean en su mayoría mujeres. Mejor dicho, como sucede en todos los teatros de la violencia hasta ahora conocidos, los hombres continúan siendo los protagonistas indiscutibles. Cuando una mujer se presenta en la trampa del horror, la escena se hace más oscura y, aunque más desconcertante, paradójicamente más familiar. Aumenta la repugnancia y se potencia el efecto. Como si el horror, como ya sabía el mito, tuviese necesidad de lo femenino para revelar su auténtica raíz» 26. En efecto, cuando una mujer aparece en la trampa del terror/horror todo resulta más desconcertante: ¿cómo una mujer ha sido capaz de hacerlo? ¿Por qué lo hizo?, las respuestas en buena medida, veremos, nos llevan y discurren, paradójicamente, por derroteros de lo ya sabido y conocido, refieren a la aparente paradoja de que siendo las mujeres pacíficas se tornen mucho más terribles y peligrosas. El punto en cuestión es: ¿la violencia de las mujeres, el terrorismo/horrorismo femenino desafía, rompe, desestabiliza la feminidad normativa, la normatividad de sexo/género, el estereotipo de mujer sumisa y víctima vulnerable? 1. Anomalías: reforzando/desestabilizando imaginarios, mitos, estereotipos Volvamos brevemente a los monstruos y, una vez más, al tema de la normalidad. Eileen MacDonald en Shoot the Women First (1992) 27, relata cómo decide afrontar una indagación sobre la imagen monstruosa de las mujeres terroristas, para lo que va a realizar una serie entrevistas a mujeres comprometidas en distintos grupos terroristas. Significativamente indica que cuando se sentaba a hablar con ellas «no se le erizaban los pelos», y, por más que algunas en algún momento la llegaron a asustar, sin embargo, ni se comportaban como monstruos, ni estaban locas, sino que «la mayoría era perturbaCavarero, op. cit., p. 33. MacDonald, E., New York, Random House. Matem as mulheres primeiro, Traducción portuguesa de Pedro Serras Pereira, Lisboa, Fenda Ediçoes, 2000, por la que citamos aquí. 26 27 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 59 María Xosé Agra Romero doramente normal» 28. MacDonald sostiene que catalogarlas como monstruos es más fácil y resulta más cómodo que esforzarse en abordar y comprender por qué las mujeres se vuelven violentas, y así, como veíamos antes, acreditar que nada tienen que ver con nosotros 29, al mismo tiempo que pone de relieve la tendencia a resistirse a admitir la posibilidad de que las mujeres puedan tener motivaciones políticas. El expresivo título Maten a las mujeres primero alude a una advertencia o consejo: «El primer objetivo son las mujeres», que había oído —aunque no llegó a confirmarlo— circulaba en los circuitos antiterroristas de Alemania Federal, sin embargo sí constató que algunas fuentes consultadas juzgaban que era un buen consejo. Vemos así como pervive la idea de que las mujeres que perpetran violencia son más peligrosas y más crueles. Su investigación le lleva a hacer un seguimiento en los medios, constatando que casi siempre se las trata en términos de «horror y ultraje». Más en concreto, en la prensa popular se incide en la sexualidad, presentándolas como lesbianas, o sugiriendo que son demasiado feas y asesinan para llamar la atención, o bellas e ingenuas que caen en las redes terroristas dejándose seducir por el atractivo sexual de los hombres; otras veces como «feministas enloquecidas». De cualquier manera, todas las opciones van en la dirección de provocar incredulidad y horror —una mujer no puede ser capaz de hacer una cosa así— y, por tanto, reforzando la idea de que no son mujeres «como deben ser». A ello se añade que, en tanto tontas seducidas o monstruos, en ningún caso ellas por sí mismas hubiesen optado por la violencia. Las mujeres que perpetran violencia cometen una doble atrocidad: «usar la violencia y al hacerlo, destruir nuestra visión tradicional y segura de las mujeres» 30. De ahí se sigue que sean «antinaturales» y, en consecuencia, más implacables, crueles, en definitiva más peligrosas. Laura Sjoberg y Caron E. Gentry vienen a corroborar que la narrativa de los monstruos es una de las que se despliegan sobre la violencia política de las mujeres, junto con otras dos: la de las madres y la de las putas, narrativas que operan en la política global y que perpetúan la subordinación de sexo/ género, la dicotomía buenas/malas mujeres 31. Desde la teoría crítica feminista y las relaciones internacionales, estas autoras —al igual que MacDonald en su investigación con entrevistas a mujeres terroristas, fuentes policiales y Ibid., p. 25. MacDonald, en términos similares a R. A. Pape, lo expresa así: «Poder-se-ia reconhecê-las a uma milla de distância e tomar as devidas precauções. Bem mais assustador, porém, é apercebermo-nos, como me aconteceu a mim, que estes “monstros” são, na maior parte dos casos, muito mais parecidos com o vizinho do lado ou com a señora atrás de nós na fila da recepcão do hotel. Se eles não forem manifestamente loucos, maus e peludos, se não tiverem olhos injectados de sangue e un especial prazer em conversar sobre crimes, então, torna-se mais difícil compreender as suas verdadeiras motivaçoes.» Ibid., pp. 14-5. 30 Ibid., p. 16. 31 Sjoberg/Gentry, op. cit. 28 29 60 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres especialistas anti-terroristas, y en los medios—, llaman la atención y cuestionan que con frecuencia se describa la violencia de las mujeres de forma separada y distinta de la violencia de los hombres, siguiendo las tres narrativas antes citadas. La narrativa del monstruo explica la violencia de las mujeres como una falla biológica que rompe su feminidad. Son catalogadas como «malas», «locas», pues, dada su naturaleza protectora, no pueden matar, son así caracterizadas como monstruos inhumanos y, por tanto, en esta narrativa «no son responsables de sus acciones porque hay algo malo con su condición de mujeres. Los monstruos son patológicos a causa de o bien su enfermedad o de su auto-negación de su condición de mujeres» 32. Cabe hacer una lectura ahora de que la catalogación de Breivik como monstruo es distinta, se «viste de macho», su inhumanidad, su violencia, no refiere a su condición masculina, aunque lleva esa vestimenta al pensamiento político, una vez despojado de la máscara, queda fuera de la política, como las mujeres, pero a diferencia de ellas, el monstruo y su inhumanidad se desexualiza, no se establece relación alguna con su condición masculina ni con la violencia de los hombres. Junto con una caracterización que difiere de la masculina, las autoras citadas corroboran que las «explicaciones» suelen ir acompañadas de la idea de que la violencia de las mujeres es más mortal y más amenazante. Son inhumanas porque las mujeres, como mujeres, no cometen violencia. Acuden a las raíces históricas de esta narrativa, destacando el mito griego de las Gorgonas, de Medusa, así como a la celta Boudica que se enfrenta a los romanos, y también inciden en que hay ejemplos contemporáneos que muestran que dicha narrativa se perpetúa. Sjobeg y Gentry sostienen que las mujeres comprometidas en la violencia son descritas como las modernas Medeas. Aquí lo que entra en escena es la maternidad, mejor, la madre infanticida. Figura femenina del horror que, como señalaba Cavarero, en el imaginario patriarcal acompaña y completa a Medusa. Desde la perspectiva de Sjoberg y Gentry, remite a la narrativa de la madre, que, como la de los monstruos, es persistente en la historia y en la cultura, culpando a las mujeres de «su intenso y desesperado vínculo con la maternidad» para dar cuenta de su violencia. Incluso hoy, afirman, los medios atribuyen con frecuencia la violencia de las mujeres a la venganza por decepciones maternales y domésticas. Su violencia política no se considera impulsada por la ideología o la creencia en una causa, sino como «una perversión del ámbito privado», es decir, en relación con el papel de madre o esposa. En esta narrativa lo que destaca es que se centra en supuestos y argumentos biológicamente deterministas; en las historias sobre las mujeres violentas es la maternidad lo que las define, es decir, su incapacidad, o su fracaso en ser madres: la deshumanización o la «dewomanizing» es lo 32 Ibid., pp. 36-37. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 61 María Xosé Agra Romero que impulsa a una mujer a la violencia. Destacan dos variantes en esta narrativa, la que denominan «the nurturing mother», que se aplica a las mujeres que actúan como soporte o apoyo, y «the vengeful mother», que actúan por venganza. La terrorista que responde a la primera variante no es tan amenazante como la segunda. Aunque sea una terrorista, una revolucionaria, una genocida o una criminal, sostienen, «no tiene que preocuparse demasiado por su violencia personal. Es la terrorista “domesticada” (“domesticated”). Su deseo instintivo de ser maternal se considera como suficiente motivación para implicarse en la violencia política» 33. Responde, entonces, al papel socialmente aceptable de madre, y limita la implicación de la terrorista a escenarios de apoyo, de trabajo de casa, por lo que no desafía las normas occidentales de feminidad. Ser madres de hombres violentos, subrayan las autoras, o, digamos, hacer de madres, al menos es ser madres. La «nurturing mother» es la narrativa que prevalece en el ámbito de los estudios de terrorismo, según las autoras, en donde las mujeres son clasificadas como madres o amas de casa siguiendo el «código del auto-sacrificio maternal». La implicación en la violencia por parte de las mujeres, entonces, emana de un deseo maternal de «pertenecer y ser útil a la organización». Se incide en el papel maternal y servicial que juzgan es el que tienen las terroristas en sus organizaciones, esto es «la terrorista como ama de casa» 34. Si bien otros cuestionan esta narrativa poniendo el énfasis en que hay una fuerte correlación entre la entrada de las mujeres en la organización terrorista y su previa implicación por mantener una relación con un hombre. La «vengeful mother» es, indican, aún maternal pero «peligrosamente perturbada», su venganza surge de la rabia por sus pérdidas maternales, por sus inadecuaciones o incredulidad. Su decisión no es calculada sino revancha impulsada emocionalmente. Esta es la narrativa más recurrente en el caso de las bombas suicidas, en particular las palestinas y chechenas. No poder casarse, no poder tener hijos, la muerte de sus maridos las llevan a la violencia como venganza. En este caso podemos ver cómo se refuerza la imagen de las mujeres como emocionales e irracionales. Sus acciones no responden a ninguna especie de violencia racional y estratégica. Una vez más el punto en cuestión aquí es por qué hay que explicar la violencia de las mujeres por su incapacidad de dar a luz o por categorías, digamos, de filiación (esposas, madres, hijas, hermanas) y no de afiliación, por qué referirla a motivos o explicarla en términos, personales y no políticos. En todo caso, la narrativa de la madre nos lleva a analizar la relación entre la maternidad, el ser madres y la violencia, a examinar la vinculación entre la violencia contra las mujeres y la violencia de las mujeres, lo paIbid., pp. 32-33. En este sentido es pertinente el personaje de Alice en La buena terrorista de Doris Lessing. 33 34 62 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres radójicamente familiar. Desde esta perspectiva es importante también estudiar el papel y las representaciones de las mujeres en el seno de las organizaciones terroristas/horroristas. Nos centraremos en esta cuestión, dejando para otra ocasión profundizar en la narrativa de los monstruos o detenernos en la narrativa de las putas y la sexualización y fascinación que provocan las mujeres violentas. Si bien, como señalan Sjoberg y Gentry, hay que tener en cuenta que muchas veces las tres narrativas se encuentran entremezcladas 35. 2. Heroína, traidora, madre: la muerte de Yoyes En el libro de MacDonald hay un capítulo dedicado a las mujeres de ETA, importa advertir que no se refiere en ningún momento, ni pregunta a sus entrevistadas por María Dolores González Katarain, Yoyes, lo cual no deja de llamar la atención por cuanto fue, tras la división de ETA en 1974, la única mujer que tuvo un alto grado de responsabilidades en ETA(m), con la que se alinea tras la escisión, y que genera en torno a ella una aureola de heroína. Tampoco hay mención alguna a su asesinato, siendo la primera (y única) mujer asesinada, en 1986, por traidora. Bien es verdad que lo que sí deja traslucir con claridad en general es la persistencia de las relaciones patriarcales en las organizaciones terroristas, en esto ETA no es un caso aparte, y su reluctancia a incorporar el feminismo, a reconocer a las mujeres no «como mujeres», viendo a aquellas que no encajan en el molde maternal, en el de la «terrorista domesticada», como excepciones que, a fuerza de despojarse, de «desvestirse» podríamos decir, pierden, renuncian a su feminidad, a su condición de mujeres, se masculinizan o «hipermasculinizan» para ser iguales que los hombres, reforzando, de nuevo la paradoja, los estereotipos y las relaciones de subordinación de género. En el diario póstumo Yoyes Desde su ventana (2009), podemos aproximarnos, desde una narrativa en primera persona, a los avatares de este conflicto entre violencia y feminidad, desde una posición, la suya, que se declara feminista, y en el seno de la organización. Como es conocido, el 10 de septiembre de 1986, durante las fiestas de Ordizia, su pueblo, en la calle y en presencia de su hijo de tres años, un comando de ETA militar asesina a Yoyes, causando una enorme conmoción e impacto, incluso incredulidad, aunque la organización lo reivindicó en un comunicado, en el que la acusaba de haber traicionado al Pueblo Vasco y de haberse traicionado a sí misma. De heroína había pasado a traidora hasta de sí misma, y de ahí a ser ejecutada, no obstante habrá que examinar estas transiciones para ver si explican, y en ningún caso justifican, su asesinato. 35 MacDonald también se refiere a la fascinación del terrorista y de la terrorista, op. cit., pp. 21-22. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 63 María Xosé Agra Romero Tras incorporarse a ETA en 1971, en 1974 se produce una escisión y ella se alinea con la rama militar. Tras la muerte de «Argala», miembro de la cúpula, en diciembre de 1978, Yoyes acepta ocupar su puesto, para tan sólo un mes después renunciar, en enero de 1979. A partir de entonces cada vez más se distancia de la organización en desacuerdo con su deriva militarista, finalmente en diciembre de ese mismo año escapa a México, tras convenir con ETA(m) en guardar en secreto su decisión de abandonarla, una vez que se lo comunica. En México permanecerá, con algún intento frustrado de estudiar y vivir en París, hasta su regreso al País Vasco en 1985. Sin demorarnos en el relato de los acontecimientos, es pertinente retener: que en 1977 se decreta una amnistía política general, que incluía a Yoyes, no había constancia de sus actividades con posterioridad a esa fecha, lo cual le permitía pensar en su regreso por no tener asuntos pendientes; que Yoyes no se había acogido a la política de reinserción del Gobierno Español, cosa que sí habían hecho cerca de trescientos ex militantes arrepentidos, en su mayoría integrados en Euskadiko Esquerra; que nunca hizo público su abandono, que en 1982 decide ser madre; que estando en México, su nombre apareció varias veces en los medios de comunicación, citando fuentes oficiales que la situaban en la cúpula, en la dirección de la organización. En «La muerte de Yoyes: discursos culturales de género y política en el País Vasco», la antropóloga Begoña Aretxaga, estudiosa del nacionalismo radical vasco, busca comprender un «asesinato político poco usual», pues «Por primera vez en la historia del nacionalismo vasco, se acusaba y ejecutaba a una mujer por traición» 36. No es fácil, sostiene, saber por qué fue asesinada, no obstante se pregunta «¿cómo es que esta muerte pudo tener lugar?», y para ello examina las construcciones culturales, en particular las de género, y su imbricación con las acciones políticas y personales en un contexto histórico concreto, esto es, la vida socio-política del País Vasco. Según Aretxaga, en 1985, cuando Yoyes regresa al País Vasco la polémica sobre la reinserción se había calmado, por otra parte, tampoco era la primera en ser acusada de traición o de colaboración, de ahí que su asesinato fuese «realmente sobrecogedor» y sin sentido: «Después de más de trescientos “traidores”, ¿qué ventaja política se obtenía por asesinar a ésta? Mas que en ningún otro momento, la confusión entre los nacionalistas radicales vascos era completa, tanto que mucha gente creyó, antes de que el atentado fuera reivindicado por ETA(m), que era obra de grupos fascistas de derecha. [...] Hay quien vio en la muerte de Yoyes un aviso, una amenaza contra la posibilidad de “arrepentimientos” posteriores. Por acertada que parezca, esta explicación no resuelve el puzzle. ¿Por qué se eligió como víctima para este aviso a Yoyes, retirada de la actividad política desde hacía más de seis años? ¿Por qué no se escogió a 36 Escrito en 1988, fue recopilado en el libro póstumo States of Terror. Begoña Aretxaga’s Essays, op. cit. y se recoge como Prólogo en Yoyes Desde su ventana, p. 8. 64 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres ningún otro de los arrepentidos? ¿Por qué se tenía que llevar a cabo el asesinato en ese preciso momento, y no años atrás, cuando el tema de la reinserción estaba en su punto álgido? En resumen, ¿fue la “traición” de Yoyes peor que la de otros ex militantes? ¿Y de ser así, por qué?» 37. Para Aretxaga, la muerte de Yoyes es un suceso que se convierte en «excepcional y paradigmático», con visos de una tragedia clásica. Tras relatar la historia política de Yoyes con detenimiento —indicando que su descubrimiento de la identidad vasca no se produjo en sus relaciones familiares cercanas— desde sus primeros pasos políticos hasta su militancia en ETA, su incorporación a la dirección, sus disensiones y posterior abandono de ETA(m), su compromiso de no hacer público dicho abandono, su marcha a México, y apuntando la imagen mítica que se había creado de ella en círculos nacionalistas. Hace especial hincapié en que en 1982 tiene un hijo, lo que parece, afirma, «haber representado un giro claro e irreversible en su vida, la prueba de su ruptura con sus antiguas actividades políticas» 38. Su regreso en 1985 al País Vasco fue interpretado «como un enorme espaldarazo moral a las políticas represivas del Gobierno español [...] Aparecieron acusaciones de traición pintadas en las paredes de la ciudad natal de Yoyes, donde años antes se la había retratado como una heroína» 39. Luego presenta el contexto político desde la perspectiva de ETA(m): incidiendo en que se encontraba en una situación organizativa y política muy crítica en el momento en que regresa Yoyes, en que la organización venía recurriendo a un discurso cada vez más mitologizado y a actividades ritualizadas, como los funerales, para lograr afianzar el apoyo popular. En este contexto parece que toma cuerpo la idea de que la vuelta de Yoyes suponía una amenaza, sembraba dudas y minaba la cohesión entre simpatizantes y militantes, por eso la mataría. Dicho de otro modo, fue ejecutada porque su decisión de abandonar ETA perjudicaba a la organización 40. De acuerdo con Aretxaga, sin embargo, falta aún explicar «por qué se consideraba a Yoyes más peligrosa que a los muchos militantes de ETA(pm) que habían regresado antes que ella —en realidad, queda por explicar incluso por qué se la percibía como una amenaza—» 41. Partiendo de un contexto amplio en el que se imbrican el ámbito personal e histórico-político y las construcciones culturales, en particular las relaciones de sexo/género, este suministra los elementos para una lectura articulada, para una respuesta posible a la pregunta inicial de cómo pudo tener Ibid., p. 10. Ibid., p. 15. 39 Ibid., p. 16. 40 Un desarrollo de esta explicación, haciendo hincapié en que el abandono de Yoyes perjudicaba a ETA en tres frentes, véase en Pedro Ibarra: «Yoyes: Ética y política», en Mientras Tanto, n.º 29 (1987): 69-76. 41 «La muerte de Yoyes», op. cit., 24. 37 38 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 65 María Xosé Agra Romero lugar esta muerte. Aretxaga había estudiado con anterioridad las funciones rituales femeninas, el papel de las mujeres en los funerales del nacionalismo radical vasco, tanto como actos políticos, como en el terreno de la representación cultural. En los rituales funerarios de la cultura tradicional vasca, como muestra en su estudio, la mujer tiene la función de expresar la continuidad de la casa, desempeña el papel de mediadora. En el ritual funerario nacionalista, que articula la figura del héroe mártir, frente a la imagen de terrorista, como en la sociedad tradicional, es la mujer, igualmente, la que materializa la idea de continuidad y de mediación, el elemento purificador e integrador. Este modelo heroico se inscribe en el marco de las relaciones simbólicas familiares, el héroe mártir es hijo de amaberria o aberria, la madre patria vasca. En el ritual se concatenan una serie de asociaciones simbólicas entre la madre y la madre patria. Ante la ambigüedad del militante muerto, la madre aparece limpia de toda sospecha: «Como dadora de vida su asociación con la muerte es de diferente orden lógico que la del hijo. Ella no mata, por el contrario, asume la muerte, la vida de la que en un momento fue portadora. Al asumir el dolor de la muerte del “hijo del pueblo” asume el dolor de todo el pueblo. La figura entonces transciende lo individual y el propio dolor se convierte en el elemento purificador por excelencia» 42. Al buscar explicación de la muerte de Yoyes, acude a los sentidos culturales, al modelo heroico del nacionalismo radical construido sobre la idea de la muerte redentora y extraída de la Iglesia católica, que funciona con el paralelismo muerte de Jesucristo por la salvación de la humanidad/muerte del militante por la libertad de Euskadi. Es importante advertir que, más o menos un mes después de su muerte, se celebra el funeral-homenaje a Yoyes en Ordizia, «irónicamente», señala Aretxaga, se llevó a cabo siguiendo pautas similares a aquellos. Sin embargo, si en el caso de los militantes de ETA, se contrarrestaba la imagen de terrorista con la del héroe mártir, en el de Yoyes, la imagen de mártir se contraponía a la de traidora. Ahora bien: «Heroína, traidora, mártir: Yoyes era todo lo que una mujer no podía ser desde las premisas culturales arraigadas en la práctica del nacionalismo. Además, Yoyes era madre. En el contexto nacionalista, los modelos de heroína, traidora o mártir y el modelo de madre eran mutuamente excluyentes. Creo que es precisamente la síntesis de estos modelos en la persona de Yoyes lo que hizo su “traición” mucho más intolerable que la de otros y otras ex militantes. Los modelos e imágenes culturales que impregnaban la actividad del nacionalismo radical vasco se delineaban inequívocamente en sus funerales homenaje» 43. Aretxaga, B.: Los funerales en el nacionalismo radical vasco. Ensayo antropológico, La Primitiva Casa Baroja, 1988, p. 97. 43 «La muerte de Yoyes», art. cit., p. 25. 42 66 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres Resulta sumamente esclarecedor su análisis del símbolo de la madre tanto para proyectar y conceptualizar la memoria histórica, como para expresar la continuidad interna y externa en el ritual político, la continuidad generacional y la mediación entre el hijo (héroe mártir) y el público: «La madre no solamente hace posible la identificación del público con el militante muerto, sino que también dota a esa identificación de una gran fuerza emocional, transformando un suceso perturbador —la muerte de un militante— en otro políticamente integrador» 44. Madre simbólica, madre real; ritual tradicional, ritual político, forman parte de una articulación del modelo heroico —y el decisivo papel que en él juegan las madres reales y simbólicas— que Aretxaga desgrana con una enorme claridad y precisión, haciendo de las relaciones de género una clave imprescindible para su comprensión y, en consecuencia, para dar cuenta de la importancia de estos modelos culturales en la explicación de la muerte de Yoyes. Es preciso hacer un breve excurso. Hay que notar que, como ya había indicado en su libro, en el ritual funerario, la figura del padre es «simbólicamente irrelevante», una ausencia significativa, que requiere, afirma, de un estudio más profundo. Cabe avanzar aquí una conexión con los análisis de Cavarero en torno a la inclinación maternal al cuidado del infante y la imagen de la Virgen María, así como la de Medea y la madre asesina. En este contexto, y sin perder de vista que la filósofa política se mueve en el plano de la ontología y no de los estudios etnográficos, hace una lectura de un cuadro de Leonardo da Vinci, que está en el Museo del Louvre, Sant’Anna, la Madonna e il bambino con l’agnello, y que trae a colación a propósito de la cuestión de la interdependencia o de la primacía ontológica de la dependencia unilateral, de la ambivalencia maternal, del estereotipo de inclinación maternal, del gesto del cuidado, de la mujer/madre oblativa y la vulnerabilidad del infante, sin entrar ahora en ello, sí es significativo que afirme que en esta pintura, que confía en «la continuidad pero no en la horizontalidad», sólo vemos una porción de las series, de las cuales Jesús representa genealógicamente el fin. Y señala que es notoria la ausencia de José en la versión de Leonardo de la Sagrada Familia, es el destinado al vulnus el que «vuelve su mirada a la teoría de las madres oblicuas de quien depende» 45. Así pues, la continuidad (la serie de madres oblicuas), no la horizontalidad, en el cuadro, como en los rituales siguiendo a Aretxaga, la garantiza la madre, inscrita en un nivel diferente y superior. La horizontalidad, la ausencia de jerarquía, se deja ver en el ritual en las identificaciones en torno al hijo-hermano 46. Aunque Aretxaga no avanza ninguna hipótesis o explicación, vemos que encaja, siguiendo a Cavarero, con la ética del héroe redentor. Ibid., p. 29. Cavarero, A.: «Inclining the subject. Ethics, alterity and natality», en Attridge, D. y Elliott, J.: Theory After Theory, London, New York, Routledge, 2011, pp. 194-195. 46 Los funerales, op. cit., pp. 74- 75. 44 45 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 67 María Xosé Agra Romero La ética del héroe redentor, el modelo del héroe mártir —se comprende ahora y volviendo a Aretxaga—, en los lenguajes simbólicos de la religión y el parentesco afectan directamente a las mujeres en la medida en que no pueden identificarse con él, dado que el héroe mártir es hijo y hermano. Quiere esto decir que la mujer militante sólo podrá identificarse con este modelo «negándose a sí misma como mujer». Que existan mujeres reales, subraya, activistas realizando acciones culturalmente definidas como masculinas «no hace que el modelo de héroe mártir sea menos masculino. De hecho, estas mujeres son reconocidas como válidas política y militarmente a costa de no ser mujeres: en lugar de ello se convierten en “excepciones” y, en consecuencia, son percibidas como masculinas. O, la otra alternativa, aceptar el papel de mediadoras y lo que ello implica: «que las mujeres organicen su vida en base a las necesidades de otros» 47. En este sentido, se afirma, «Yoyes era una anomalía» en el mundo nacionalista radical, teniendo en cuenta el papel político que asumió y las imágenes que se proyectaron sobre ella: «Yoyes fue tratada como heroína y como traidora, pero era madre al mismo tiempo. Una madre, por definición, no puede ser una heroína o una traidora en el contexto cultural del nacionalismo radical, está más allá de esas categorías. Yoyes derribaba las diferenciaciones de género en un momento en que ETA(m) las necesitaba más firmes que nunca.» Aretxaga destaca cómo Yoyes es consciente, y así lo manifiesta ella misma en su diario, de estos conflictos inherentes al ser mujer en una organización masculina, y cómo convertirse en madre estaba en contradicción con su imagen heroica, pues «tener un hijo no era una mediación de continuidad política, sino llevar a cabo una ruptura irreversible con sus anteriores compañeros nacionalistas». Ruptura que, sin embargo, no se expresaba en términos de incorporación, como otros ex militantes arrepentidos, a una organización política, sino que respondía a un empeño por su independencia, con lo que, además de romper con las diferenciaciones de género, también desestabilizaba las líneas de demarcación política y «las polarizadas distinciones políticas que eran tan esenciales para la lucha de ETA(m)» 48. La conclusión es clara: «Irónicamente, precisamente porque Yoyes no se comportó como una arrepentida y una traidora, sino que vivió “con normalidad” en el País Vasco, su presencia contradecía el discurso de continuidad histórica de ETA(m) y generaba, desde el punto de vista de la organización una ambigüedad intolerable. Como mujer, Yoyes podía haber sido una excepción política, pero entonces no podía ser una disidente y mucho menos una inclasificable. En el contexto nacionalista en el que las mujeres tienen que jugar papeles de apoyo incondicional y mediación, una mujer disidente es más intolerable de lo que sería un hombre. La “traición” de Yoyes era en ese sentido una falta mayor que la de otros, ya que, desde el punto de vista radical, se le 47 48 68 «La muerte de Yoyes», op. cit., pp. 29-30. Ibid., p. 31. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres había permitido ser lo que no le correspondía. Los pasos que teóricamente la separaban de otros “traidores” y “arrepentidos” se volvieron, en la práctica, contra ella, haciendo posible su asesinato» 49. 3. Mujeres de muertos: heroínas, mártires y bombas suicidas Morir para matar, el terrorismo/horrorismo suicida también inscribe sus actos en la lógica y legitimidad del martirio, de los héroes mártires, particularmente en los de matriz islámica. A estas alturas mucho se ha escrito sobre su especificidad, diferenciándolo de otras formas históricas como los Zelotes o los kamikazes, sobre su justificación religiosa, así como sobre la participación de mujeres. Es imposible dar cuenta aquí de todos los contextos y matices, por lo que, a partir del escándalo que provocan los suicidas-homicidas, me detendré sólo en las mujeres bomba chechenas que, en general, ni van a ser vistas como heroínas ni como mártires sino como «vengadoras». De nuevo pasa a primer plano su condición de mujeres, ahora como «mujeres de muertos» 50, es decir, como viudas, muertas socialmente y, por tanto, siguiendo los dictados social y culturalmente asignados. Si en la ética del héroe mártir de matriz católica la Virgen María era la figura relevante, ahora, sin olvidar a Medusa, es Medea la que viene reactualizada. El horrorismo suicida, como se indicó, provoca escándalo y, de acuerdo con Cavarero, lo que debería verse como anómalo es la masacre de los inermes, por lo contrario, la anomalía se va a situar en el acto suicida: «En detrimento de una masacre de inocentes que comienza a parecer “normal”, prima el escándalo por la aberrante voluntad nulificadora de quien lo lleva a cabo» 51. Partiendo de ello, otro elemento importante que entra en juego en su análisis, referido también más arriba, es la transformación que, a su juicio, se produce en el teatro de la guerra, a saber, la salida de escena del cuerpo del guerrero, convirtiendo la guerra en una cuestión, no de cuerpos, sino de una alta tecnología que hace posible matar sin ser matado. La guerra del Golfo de 1991 marca el punto de inflexión. El horrorismo suicida, justo, provoca escándalo porque estamos ante un cuerpo que se mata para matar. —Es pertinente un breve inciso para poner de relieve que sí se puede constatar un amplio acuerdo respecto de que lo que realmente se persigue utiliIbid., p. 32. «Mujeres de muertos» lo tomo del estudio sobre las viudas en la sociedad tradicional gallega, del antropólogo Marcial Gondar: Mulleres de mortos. Cara a unha antropoloxía da muller galega, Vigo, Edicións Xerais, 1991. En donde se analiza el trabajo simbólico de las mujeres, quienes son las encargadas culturalmente del duelo y símbolo del cumplimiento de las normas. Su estudio de las viudas muestra esta función simbólica a través del duelo, el luto y todos aquellos mecanismos que operan y las convierten en mujeres de muertos y a ellas en muertas socialmente, quienes a raíz de la pérdida del marido van a sentir que no hay razón alguna para seguir viviendo, apareciendo el deseo de morir. 51 Cavarero, op. cit., p. 151. 49 50 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 69 María Xosé Agra Romero zando el cuerpo como arma es alcanzar un gran impacto mediático, y se logra, más y mayor si quien explota, si la bomba es una mujer—. Además, la expulsión del cuerpo del guerrero en aras de la alta tecnología, contrasta con el hecho de que pase a primer plano «el mero cuerpo como materia destructiva», eclipsando la tecnología, incluso la más tradicional y artesanal 52. A pesar del diverso y complejo ámbito del horrorismo suicida en general, es decir, de los distintos contextos políticos, laicos y religiosos, y geográficos, de los diversos conflictos y guerras, en lo relativo al fenómeno de las mujeres bombas suicidas hay que decir que uno aparece, como bien indica Cavarero, como más desconcertante: el caso de las mujeres chechenas, mujeres vestidas de negro con explosivos en sus cinturones, las denominadas «viudas negras», la razón la encontramos en que el horrorismo checheno «reserva este acto extremo sólo a las mujeres» 53. Es necesario, entonces, reparar en el por qué de tal exclusiva reserva. Pero antes, y para ello, veamos qué se recoge en la prensa a raíz de un atentado producido en marzo de 2010 en el metro de Moscú. «Las “viudas negras”, la nueva arma de los terroristas. Las mujeres protagonizan la mitad de los atentados en Rusia en 2002. Las mujeres se han convertido en la otra cara del terror. Son las viudas negras de Chechenia: esposas, hermanas o hijas de los caídos en los enfrentamientos de 1994 y 2000. La participación femenina en atentados suicidas atribuidos a la insurgencia del Cáucaso Norte ya no es una tendencia. En la última década, cerca del 40% de los ataques han sido obra de féminas. [...] Desde 2000, la guerrilla ha convertido a las chechenas en un arma. El informe sobre mujeres suicidas de Pedro Baños, profesor del Centro Superior de Estudios de la Defensa, recoge que para las mujeres es más fácil pasar desapercibidas, levantan menos sospechas y no les impulsa una idea, sino el desamparo y la venganza. Tanto la propaganda rusa como la chechena han utilizado ambos argumentos, atribuyendo a las suicidas un fanatismo radical o una absoluta desesperación. Solas, no tienen nada que perder. [...]» 54. «“Viudas negras”, el arma eficaz del terrorismo. Ya lo advirtieron hace casi una década, las mujeres se convertirían en la nueva brigada de la muerte del terrorismo más sangriento. Fue el terrorista Shamil Basayev, ya fallecido, el que puso el ojo en esta nueva arma eficaz [...] Son la mejor arma de la rebelión chechena en contra del dominio ruso. Pero, ¿quiénes son estas mujeres?, ¿de dónde surgen?, ¿cómo llegan a convertirse en la cara del terror? Se trata de esposas, hermanas, hijas o so52 Ibid., p. 160. Cfr. las observaciones y matizaciones a Cavarero de Kelly Oliver, op. cit., pp. 130-131. 53 Ibid., p. 160. 54 Laura J. Varo, El País, 30/3/2010. 70 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres brinas de rebeldes del Cáucaso del Norte muertos durante las dos guerras que devastaron a Chechenia desde la caída de la URSS. La lealtad a sus familias y a las ideas que les llevaron a la muerte genera en estas mujeres un sentimiento de venganza que las arrastra a matar y a morir matando. En otras ocasiones, son mujeres violadas que han perdido su identidad y el privilegio de pertenecer a una sociedad tan patriarcal como la del Cáucaso, y que no ven otra salida más que la de entregar la vida por su pueblo [...] Muchos expertos en terrorismo han debatido sobre lo que atrae a las mujeres a participar en los ataques. Algunos dicen que la baja condición social de las viudas y las solteras en Chechenia, que las convierten en objetivos fáciles. Otros, por su parte, aseguran que las mujeres son más emocionales que los hombres y por lo tanto más fáciles de convencer para perpetrar ataques suicidas» 55. Permítaseme disculpar la inclusión de tan largas citas, pero la descripción merece la pena. Mujeres desamparadas, desesperadas, humilladas, instruidas por hombres y bajo su control, sin identidad ni capacidad de actuar por sí mismas, sin motivaciones ni ideología políticas, a pesar de la larga guerra, nada tienen que perder sino la vida y vengarse. Sus acciones, su participación en los atentados únicamente responden a cuestiones personales y emocionales. Sin pasar por alto la coincidencia entre propaganda chechena, las fuentes rusas y los expertos en terrorismo. Tal descripción encaja en la «vengeful mother» de Sjoberg y Gentry, aunque también se pueden encontrar entrelazadas las otras dos narrativas, indican que esta es la más prominente 56. Perversión del ámbito privado, venganza, Medea vuelve a resonar y a primer plano, así lo exponen nuestras autoras. Según Sjoberg y Gentry la violencia que representa Medea es persistente, se trata de una violencia que tiene su raíz en un intenso y desesperado vínculo con la maternidad, la violencia de las modernas Medeas se desencadena para vengar el amor perdido, un hogar destruido, se trata de una perversión del ámbito privado. No obstante, Cavarero es quien nos muestra de forma más precisa la evocación de Medea ante la anomalía y el desconcierto. «Icono absoluto de la violencia femenina, Medea, [...] es única y es la más atroz. No sin razón, el mito ha querido entregar el acto inesperado, y sin embargo previsto, de la destrucción del inerme a una mujer, mejor dicho, a una madre. Cada vez que el inerme deviene golpeado, herido, matado —no importa cual sea el sexo del carnicero— el fantasma de Medea repite así su gesto sobre la escena renovada del horror. Cuando el carnicero es una mujer, y con mayor razón una madre de la que nos esperaríamos la cura, tal escena se hace ante todo más intensa y más próxima al núcleo esencial del horror» 57. 55 56 57 ELMUNDO.es, 30/03/2010 Cfr. «Black Widows in Chechenia», op. cit. Op. cit., p. 165. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 71 María Xosé Agra Romero Poniendo en el centro del foco el acto de matar inermes que constituye el gesto de Medea, incide en que esto es lo que la trae de nuevo, no que las mujeres bomba estén embarazadas, ni tampoco que las mujeres musulmanas se inmolen por los motivos más arriba señalados. En su interpretación el crimen de Medea, la muerte del inerme a manos femeninas, se renueva, no tanto como perversión de lo privado, como con un «vuelco de sentido», un «crimen de familia» deslocalizado al ámbito público y como gesto de militancia política. No obstante, lo que emerge siempre «sin excepción» es la cuestión de la figura materna: «Dado que al trauma de una mujer que mata a seres inermes se añade el escándalo de una trasposición de este asesinato desde el ámbito privado al público, mejor, a una escena mediática global, la justificación del acto está obligada a giros argumentativos insinceros y artificiosos. Además no puede ser de otro modo. Cualquiera que sea el valor emancipatorio o militar que se les atribuya, el cuerpo femenino que explota para destrozar cuerpos inocentes es, simbólicamente, siempre un cuerpo materno. El crimen del que se hace protagonista tiene raíces ontológicas, hundidas en la condición humana de la vulnerabilidad, que ningún pretexto político puede cancelar» 58. III. Dar y quitar la vida: de la vulnerabilidad Indicaba en la introducción las dificultades de adentrase en el terreno de la(s) violencia(s) y, en particular, a la hora de abordar la violencia de las mujeres, las dificultades éticas de encararla sin justificarla, absolverla o condenarla. Medea, dice Cavarero, no se suicida y, por tanto, tiene tiempo para «medir la profundidad del crimen cometido y asumir su responsabilidad», no acontece lo mismo con el horrorismo suicida que se cierra sobre sí mismo y «se enorgullece así de la inapelabilidad». La especificidad del horrorismo suicida, lo difícil y doloroso que es reconocer el rostro femenino del horrorismo actual, explican, a su juicio, que muchos de los estudios de mujeres sobre este fenómeno sucumban a la tentación de presentarlas como «objetos de un padecimiento sufrido más que como sujetos de una elección activa» y, así invertir los términos, cambiar las posiciones, identificándolas con el inerme, apareciendo como víctimas y disminuyendo su responsabilidad ética. Comprender la violencia perpetrada por mujeres supone, como hemos tratado de desarrollar, analizarla en el marco, en los marcos, de las construcciones del sexo/género, y así comprender una de las profundas raíces de la violencia contemporánea como un ejercicio necesario, no sólo para erradicar tanto la violencia contra las mujeres como la de las mujeres, sino también, 58 72 Ibid., p. 167. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 Con armas, como armas: la violencia de las mujeres inexcusablemente, en relación con la vulnerabilidad de la condición humana, sobre el poder de dar y quitar la vida, y, en este sentido, la figura de la madre y de lo maternal, como hemos visto de la mano de las distintas autoras y ejemplificado en los dos casos examinados, no hace sino situarlo en primer plano, exigiendo un estudio detenido de las distintas interpretaciones. BIBLIOGRAFÍA Amorós, C. (2008): Mujeres e imaginarios de la globalización, Rosario, Santa Fe, Homo Sapiens Ed. Aretxaga, B. (1988): Los funerales en el nacionalismo radical vasco. Ensayo antropológico, San Sebastián, La Primitiva Casa Baroja. Aretxaga, B. (2005): «The Death of Yoyes: Cultural Discourses of Gender and Politics», en Zulaika, J. (ed.): States of Terror. Begoña Aretxaga’s Essays, Reno, Nevada, Center for Basque Studies-University of Nevada, pp. 147-162. Trad. 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(2004): «Terror, Terrorism, Terrorists», Sociological Theory, Vol. 22, n.º 1, 5-13. 74 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 49-74, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.02 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos * Towards an economic-theoretical modeling of terrorism, its consequences and palliative measures JUAN URRUTIA ELEJALDE Universidad Carlos III Presidente del Patronato de la Fundación Urrutia Elejalde RESUMEN. Cuando la evolución de las pautas de conducta de los miembros de una población lleva a la generación de grupos identitarios, ciertas consideraciones políticas pueden llevar a la producción de un odio entre ellos que desemboque en terrorismo. El entronque de la producción de odio y terrorismo en un marco de equilibrio general permite no sólo una cierta incursión en la relación entre Economía y Filosofía que clarifica, entre otras cosas, las dificultades de la cuantificación de los efectos económicos del terrorismo, sino además examinar ordenadamente algunas de las medidas paliativas que se han propuesto incluida la controvertida mediación. Asimismo se arguye la independencia entre terrorismo y nacionalismo. ABSTRACT. When the evolution of the behavioral rules of members of a certain population carries with it the emergence of identity groups, certain political considerations may lead to the production of a class of hatred that ends up in terrorism. The grafting of hatred and terrorism into a framework of general equilibrium gives room not only to the indulging into the relationship between Economics and Philosophy which clarifies, among other things, the difficulties faced by any quantification of the economic effects of terrorism, but also to orderly examine some of the palliative measures which have been proposed including the much debated mediation. The independence between terrorism and nationalism is also underlined. Palabras clave: Terrorismo, identidad, fraternidad, odio, mediación, nacionalismo. Key words: Terrorism, identity, fraternity, hatred, mediation, nationalism. 1. Introducción En las páginas que siguen se persigue establecer las bases para perfilar una modelización teórico-económica del fenómeno del terrorismo, una tarea nada sencilla. Lo que la hace difícil es, en primer lugar, la ambigüedad del fenó* Este trabajo recoge partes de todo lo que su autor ha escrito al respecto tanto en La Mirada del Economista (Urrutia 2005, Sección 2, pp. 127-168) como en Expansión o directamente en la Red y avanza un poco más ubicando el fenómeno en un posible marco analítico que permite una cierta unificación, todavía incompleta, y alguna extensión. [Recibido: Ene. 12 / Aceptado: Feb. 12] 75 Juan Urrutia meno y, en segundo lugar, la auto-impuesta obligación de prescindir de aspectos (como el sociológico, el psicológico, el político, el ético o el literario 1) que parecerían centrales y ello a fin de no distraer la atención de los aspectos teórico-económicos. Esta última restricción a la teoría económica no es inocua pues, aunque hay una relativamente abundante literatura económica sobre el terrorismo bien presentada y clasificada por Llussá y Tavares (2007), la parte más importante de esa literatura se refiere a la cuantificación de los efectos económicos, presumiblemente perversos, de la actividad terrorista sobre el PIB. Sin embargo, parecería que semejante cuantificación por muy valiosa que sea, y lo es en algunos casos, estará coja mientras no se puedan utilizar los precios sombra asociados a una asignación óptima (puesto que esta es la única forma de asegurarnos que estamos midiendo los efectos sociales) y estos precios sombra sólo pueden conceptualizarse a partir de una modelización de equilibrio general, tan somera como se quiera, de un sistema económico en el que aparece el terrorismo como una de las actividades que se lleva a cabo en su seno. Se trata, pues, de dar un paso hacia la conceptualización económica del terrorismo similar, aunque mucho más modesto, al que hace más de cuarenta años dio Becker (1968) en relación al «crimen y castigo» en general. Esta tarea, como ya ha quedado dicho, se ve dificultada por la aparente imposibilidad de ofrecer una definición no ambigua del terrorismo. De la Calle y Sánchez Cuenca (2011) han ofrecido una minuciosa descripción de las ambigüedades que surgen una vez que queremos hacer coincidir una definición que atienda a los medios utilizados con otra que preste atención a los autores. En sentido estricto nos gustaría restringir la atención a actos violentos perpetrados por agentes no militares mediante el uso de medios no propiamente bélicos. Ese trabajo se limita por lo tanto a examinar un fenómeno que a veces se ha definido como un arma del débil caracterizada por el uso sistemático de la violencia física, o de su amenaza, en pos de la consecución de objetivos políticos y contra civiles inocentes. A pesar de estas restricciones en el tratamiento, el intento de modelización teórico-económico del fenómeno que nos ocupa no puede ser simple pues no parece fácil o adecuado tratar a la violencia terrorista como un «bien» más que se produce por quien sabe hacerlo y se especializa en su elaboración 1 Una visión panorámica útil es Reinares (1998). En cuanto a los aspectos sociológico y antropológico dos buenas lecturas son, respectivamente, Wieviorka (2005) y J. Zulaika y W. Douglas (1996). Para hacerse una idea de los aspectos politológicos Sánchez Cuenca y De la Calle (2009) es bastante útil. Los aspectos éticos o filosóficos en general así como los psicológicos están mezclados en, por ejemplo, los siguientes títulos además de los que se mencionarán en el cuerpo de este texto. Las contribuciones de Habermas y Derrida pueden seguirse con provecho en el ensayo de Borradori (2003) y casi todos los aspectos psicológicos se entreven fácilmente en las piezas semiliterarias como las de Glucksmann (2002), o directamente literarias como las de Semprún (1998), Lertxundi (2010) y Schlink (2011). 76 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos con vistas a intercambiarlo por otros bienes en los mercados libres que, según la teoría económica, funcionan precisamente por la ausencia de violencia y funcionan de manera socialmente óptima por la ausencia de esas externalidades que difícilmente podemos suponer ausentes en presencia de la actividad terrorista. Para evitar esa simpleza el trabajo consiste en un acercamiento cauteloso al asunto a partir de una situación inicial imaginada en la que el ser humano vive en un humus cultural en el que, por ciertas razones a explicar, impera el odio, odio que se traduce en agresiones predatorias o en venganzas reparadoras de ofensas quizá reales, quizá imaginadas. La recursividad implícita en la dinámica ofensa/venganza lleva a esperar no linealidades en el sistema y por lo tanto sorpresas; algo parecido al sistema físico que subyace a la actividad sísmica o volcánica. Estas actividades pueden ser estudiadas pero no parece puedan ser predichas con una mínima exactitud. De manera que sólo queda la persecución mediante la represión y la discusión sobre los efectos de las posibilidades de la prevención y de otras medidas paliativas. A partir de este bastante vago planteamiento inicial, el trabajo se estructura de una forma fácil de describir. En la siguiente sección se realiza una explicación básica de un juego evolutivo con racionalidad limitada y memoria imperfecta que servirá para preparar el terreno explicando cómo surgen, de manera dinámica y no lineal, comunidades identitarias diferenciadas caracterizadas por distintas pautas de conducta y de donde puede surgir tanto la fraternidad como el odio. En la tercera sección se realiza una cierta interpretación no formal de lo que Glaeser (2005) llama economía política del odio y que sirve como posible explicación del surgimiento del odio entre distintas comunidades identitarias y la consiguiente aparición del terrorismo como violencia entre dos de ellas: una minoritaria y débil políticamente y otra mayoritaria y políticamente poderosa. A continuación se reflexiona justamente sobre la situación representada por el equilibrio general de una sociedad escindida en la que hay producción de terrorismo y externalidades obvias que justificarían las intervenciones examinadas en la sección siguiente. La quinta sección, en efecto, explora las posibles medidas paliativas en un contexto de equilibrio parcial en el que se estudia, siguiendo a Frey y Luechinger (2003 y 2004), la relación entre dos «bienes», uno agregado por un lado y el terrorismo por otro. Sabiendo de antemano que el equilibrio no es óptimo merece la pena preguntarse por las posibilidades de intervención incluyendo la mediación. La última sección resume y concluye. 2. El vivero de memes Comencemos de la manera más general posible pensando que nos encontramos en un mundo único compuesto por un número indeterminado de agentes ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 77 Juan Urrutia individuales. En este mundo cualquier convención social, desde la más simple, como usar el tenedor, a la más compleja, como puede ser un idioma, será denominada «meme» siguiendo a la analogía con los genes que inspiró Dawkins (1989) y que ha sido explorada, por ejemplo, por Blackmore (1999). La idea de vivero de memes quiere denotar el proceso evolutivo que, en ausencia de racionalidad ilimitada y con memoria limitada, basado sólo en el contacto repetido entre los individuos, trabaja hacia la emergencia de pautas de conducta de equilibrio que constituyen los memes. Como veremos, en el equilibrio de este proceso evolutivo podremos encontrar conjuntos de memes que delimitan diferentes grupos identitarios o, quizá, un solo grupo caracterizado por unos memes únicos. En lo que sigue se utiliza la formalización utilizada por Urrutia (2000) que, a su vez, está basada en D. Friedman (1991). 2.1. El conjunto de estrategias Sea K el conjunto de grupos de nuestro mundo. Por simplicidad, y porque es todo lo que se necesita para este trabajo, supondremos que hay sólo dos grupos indexados por K = 1,2 y denotaremos por Mk el número de individuos que forman cada grupo con M1 > M2. Sea N el único conjunto de estrategias puras disponible indexadas por i = 1, ..., N. En consecuencia el simplex N-1 dimensional. Sk = {x = (x1, .............., xN): xi ≥ 0, Σi xi = 1} tiene la interpretación clara de distribución de frecuencias de las estrategias puras en el grupo k, k = 1,2. Denotemos por S = S 1 × S2 el conjunto s de pares ( s1k ,sk2 ) , tal que s ∈ S y en donde s1k ,sk2 son vectores de estrategias puras que pueden entenderse como pautas de conducta que pueden llegar a ser convencionalmente aceptadas por cada miembro de cada grupo por el mero hecho de que los otros miembros también las aceptan conformando en ese caso lo que llamamos memes. 2.2. Consideraciones estáticas Sobre el conjunto S podemos ahora explicitar la función de pagos y el equilibrio, ambos estáticamente considerados. Sea: f: (S1 × S2) → Rk y t.q. f (s,s) = ( f 1(s1, s2), f 2(s, s2)), de forma que: f k: (sk × s) → R 78 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos es la ganancia del grupo k cuando este grupo adopta el vector de estrategias s1k y el otro grupo adopta s2k . Con relación a esta función de pagos estática podemos considerar dos nociones de equilibrio del juego estratégico jugado por todos los agentes de nuestro mundo. En primer lugar un equilibrio de Nash para f, NE (f), se puede definir de la siguiente forma: S = (s1, s2) es un NE ( f ) si f ( x,s k ) ≤ f ( s1 ,s 2 ) ,∀x ∈ S k , k = 1, 2 k En este equilibrio podemos decir que, en cualquiera de los grupos, k = 1,2, la distribución de frecuencias de equilibrio nos da la mejor respuesta débil de un individuo del grupo frente a las estrategias de cualquier otro. En segundo lugar podemos definir una segunda noción de equilibrio que se denomina estrategia evolucionariamente estable para f, ESS (f) si para k = 1,2 y para todo x ≠ sk tenemos que: (i) O bien f k ( x,s 2 ) < f k ( s1 ,s 2 ) ∀ k = 1,2 (ii) O bien f k ( x,s 2 ) = f k ( s1 ,s 2 ) ∀ k = 1, 2 f k ( x1 ,x 2 ) < f 1 ( s1 ,x 2 ) f 2 ( x1 ,x 2 ) < f 2 ( x1 ,x 2 ) Es decir, el conjunto de estrategias s ∈ S, un vector para cada grupo, pertenece a ESS ( f ) si es un NE ( f ) estricto o, si no siéndolo, no hay ningún otro par de vectores de estrategias, un para cada grupo, o distribución de frecuencias de estrategias (x1, x2) que sea NE ( f ). La interpretación que se suele dar de esta noción de equilibrio, es que es tal que no existe ningún pequeño grupo de mutantes (es decir, cambios entre la distribución de frecuencias de las estrategias disponibles) que puede invadir una comunidad en el sentido de hacer cambiar las pautas de conducta del equilibrio alcanzado. Dejemos sentado de momento que, como es obvio por las definiciones, ESS (f) ⊂ EN (f) 2.3. Consideraciones dinámicas Pasemos ahora a considerar la dinámica que genera la evolución de los memes o distribución de frecuencias. Para describir la dinámica de las estrategias individuales, en nuestra interpretación de la distribución de frecuencias, suponemos que en cada período de tiempo los miembros del mundo son emparejados estocásticamente para jugar, una o varias veces, el juego estático ya descrito. Al final de este lapso de tiempo cada individuo ha aprendiISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 79 Juan Urrutia do algo respecto a la distribución existente de las estrategias (de sus frecuencias) y de sus resultados relativos. Frente a una nueva ronda de contactos, cada agente utilizará este conocimiento adicional para decidir su comportamiento aunque no suponemos racionalidad limitada ni memoria perfecta. Veamos, sea F : S → RNK t.q. F(S) = s = [s1, s2] en donde S k = [ s1k … … … sNk ], k = 1, 2 Esto es una descripción genérica de la dinámica que lleva de una distribución de frecuencias de las estrategias a otra. Hay muchas formas de especificarla y en general responderán siempre de una u otra manera a la perfomance relativa observada. Aquí restringiremos la atención a dinámica F compatible con la función de pagos f ya descrita y la denotaremos por Ff . Podemos también aquí distinguir dos nociones de equilibrio, ahora dinámico. Podemos decir que una distribución de frecuencias (o meme) s es un punto fijo de Ff , s ∈ FP (Ff) si F(s) = 0. Entre estos equilibrios podemos singularizar aquellos que son asintóticamente localmente estables. Los denotamos por s ∈ ΕΕ(Ff) y los denominamos equilibrios evolutivos de Ff . Es obvio que EE (Ff) ⊂ FP (Ff). Podemos afirmar, siguiendo a Friedman (1991), que EE (Ff) ⊂ NE ( f ) ⊂ FP (Ff) y que muy a menudo ESS ( f ) ⊂ EE (Ff) Cuál de estos equilibrios dinámicos se alcanzarán, depende, naturalmente, de la cuenca de atracción de ese equilibrio. B (s) en donde s es el equilibrio dinámico de que se trate. 2.4. Multiculturalismo, pluralismo, fraternidad y complejidad 2 Si concentramos nuestra atención en un equilibrio evolucionariamente estable, nos topamos con que puede haber grupos de individuos caracterizados por memes específicos de ese grupo, de forma que en el equilibrio podamos hablar de grupos distintos, o que toda la población del mundo haya llegado a alcanzar los mismos memes. Para nuestra finalidad en este trabajo nos 2 Este apartado está basado en Urrutia (2005), en Urrutia (2008a) y en Urrutia (2005, cap. 3). 80 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos interesa como punto de partida el caso asimétrico. Para bajar un poco a tierra pensemos que estamos en una sociedad en que tenemos dos grupos, el mayoritario y poderoso y el minoritario y débil políticamente. Es posible que el grupo mayoritario tenga una mayoría relativa de individuos individualistas y el minoritario muestre una mayoría relativa de individuos cooperativos. Es un ejemplo simple; pero sólo trato de aclarar la posibilidad de subgrupos caracterizados por pautas de conducta distintas que no pueden ser variadas fácilmente y cuya mera existencia plantea problemas que podíamos llamar políticos. Una sociedad mixta nos puede confrontar con el multiculturalismo, cuando no hay contacto entre los subgrupos que, por otro lado, pueden vivir libremente según los memes elegidos o el pluralismo, cuando hay contacto entre esos subgrupos. Se trata de distintos grados del relativismo cultural que se plantean en un mundo global donde la inmigración es frecuente. El R.U. ha optado por el multiculturalismo, mientras Alemania ha optado por el pluralismo. La primera estrategia genera una diversidad cultural que puede ser buena en sí misma siempre que la ratio individualistas/cooperativistas sea adecuada a la estructura productiva del grupo; pero que también puede generar una competencia identitaria que desemboque en el odio, tal como veremos en la siguiente sección. La segunda estrategia política deja espacio a que la evolución continúe hacia el mestizaje y la homogenización de las pautas de conducta hasta quizá alcanzar lo que en otro lugar (Urrutia 2000) llamé fraternidad y que está constituida por un equilibrio evolutivo simétrico en el que la distribución de frecuencias de las estrategias es la misma para ambos grupos. Después de lo dicho en los apartados previos de esta sección debería estar claro que la fraternidad no es sólo algo así como el cemento de la sociedad (Elster 1989) o el caldo de cultivo imprescindible para el trabajo de la Libertad y la Igualdad (Domènech 1993), sino algo más específico ejemplificado por algunas características propias de un juego evolutivo que se juega en tiempo real (no virtual), con racionalidad limitada y sin memoria perfecta. Esta clase de juegos sirven para entender cómo emergen pautas sociales de conducta (convenciones, costumbres o instituciones) que, al ser de equilibrio, todos aprendemos a esperar. Esta confianza en que los demás actuarán según estas pautas induce una confianza mutua que denomino fraternidad. Antes de pasar a la siguiente sección conviene reflexionar con un poco de atención sobre esta noción de fraternidad y de su relación con la complejidad pues ambas juegan un papel en este intento de sobrepasar las dificultades asociadas al fenómeno del terrorismo. Como hemos visto, en el proceso de generación de pautas de conducta nos encontramos con agentes heterogéneos que interactúan entre sí y que acaban recibiendo el impacto de sus propias acciones a través de la influencia de éstas en las acciones de los demás. Estos sistemas dinámicos recursivos adolecen de no linealidades que hacen de ellos algo difícil de predecir bien porque el equilibrio configura un ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 81 Juan Urrutia atractor extraño, bien porque pequeños cambios en las condiciones iniciales acarrean cambios enormes en la solución. En la medida en que un algoritmo de solución necesitaría muchos pasos para computarla decimos que estos sistemas dinámicos son complejos. Por lo tanto, y en la medida en que la fraternidad se plasma en un sistema dinámico no lineal, podemos decir que ésta, la fraternidad, acarrea complejidad. Para profundizar en la relación entre fraternidad y complejidad comparemos dos formas de ajedrez que, aunque no son juegos evolutivos, ilustran la importancia de la racionalidad limitada y de la memoria imperfecta en las interacciones en tiempo real. Pensemos primero en un ajedrez virtual en el que se han calculado, y publicado, todas las ramas posibles de cualquier árbol de jugadas a partir de cualquier movimiento inicial: no hay fallos de inteligencia ni falta de memoria. Se sabe que, en estas condiciones, las blancas siempre ganan. No hay pues complejidad, pero tampoco, claro está, fraternidad: dos jugadores nunca se sentarían a jugar este ajedrez virtual. Contrastemos esto con el ajedrez real. En base a nuestra racionalidad limitada, y a nuestra incapacidad para recordar todos los análisis previos, movemos pieza, en el límite de tiempo concedido, más o menos a ver qué pasa. El resultado es que puede pasar cualquier cosa y que encontrar la solución (lo que va a pasar) exigiría un algoritmo muy largo. Hay pues complejidad y la gente se hermana para jugar este juego dándose la mano al principio y al final. Si concebimos el mundo de la interacción entre las personas a la manera del ajedrez virtual, la fraternidad no es concebible y, notemos, el terrorismo, si necesitara de justificación, la buscaría en una tal concepción del mundo. Si, por el contrario, pensamos el mundo como un ajedrez real, el terrorismo se nos aparece precisamente como rompiendo la fraternidad mediante una patada al tablero. Esta segunda forma «aristotélica» de ver las cosas contrasta con la forma «kantiana» primera en donde reina la obscenidad de la transparencia y en donde se acaba admitiendo, con Sartre, el dolor en aras de algún principio universal abstracto. En efecto, en el mundo «aristotélico» propio de la fraternidad hay pudor y si hay que elegir entre una madre y la Justicia, se elige, con Camus, a la madre. Estas consideraciones me llevan a cuatro afirmaciones que me resultarán cruciales cuando, más adelante, trate de pensar formas de lucha contra el terrorismo. Quiero pues afirmar que el terrorismo es una simplificación intolerable del presunto problema que subyace a su génesis y a su pervivencia; que la lucha contra el terrorismo exige la afirmación de la complejidad; que, a veces, la ambigüedad puede ser, no el pecado de un antidemócrata, sino el ineludible reflejo de la complejidad que acompaña a la fraternidad y que, finalmente, no es en el terreno de los principios donde vamos a vencer al terrorismo, sino en el terreno de la «decencia», algo que, desde el pragmatismo rortyano, debemos admitir que es relativo. 82 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos 3. Economía política del odio Imaginemos pues que el mundo que hemos descrito ha alcanzado un equilibrio evolucionariamente estable asimétrico. Nos encontramos pues con un grupo mayoritario identificado por una cierta distribución de las estrategias disponibles y un grupo minoritario caracterizado por una distribución alternativa de esas estrategias. Por ejemplo, el grupo mayoritario que es el poderoso puede ser mayoritariamente blanco y relativamente rico mientras el minoritario y débil políticamente puede ser mayoritariamente negro y relativamente pobre. En una situación así es posible que los memes que caracterizan a uno u otro grupo serán diferentes. En el primer grupo jugarán más a cricket y menos al baloncesto y mantendrán a sus hijos más tiempo formándose que el otro grupo. Éste es el posible origen del odio entre los miembros del segundo grupo hacia los miembros del primero o viceversa. El detonador del odio será seguramente la creación de mitos falsos o leyendas sobre los memes ajenos si con ello se puede convencer a una mayoría de votantes de votar a favor de quien hace circular el mito. Como dice Glaeser (2005), a quien en esta sección trato de resumir y simplificar, los igualitaristas estarán tentados de generar odio contra las minorías ricas y los contrarios a las políticas redistributivas tratarán de denigrar a las minorías pobres, haciendo surgir el odio. Este autor arguye que el antiamericanismo está basado a veces en el odio a la presente criminalidad de los americanos elaborada como mito por islamistas, que el antisemitismo surge en base a cuentos sobre las atrocidades de los judíos elaborados por los nazis y que el odio a los negros en el sur de los EE.UU. se basa en la presunta amenaza que pueden representar a las mujeres blancas mayoritarias en ese territorio. El 11-S, el Holocausto o las acciones del Ku Klux Klan son ya actos criminales, terroristas diríamos, que surgen de la repetición de esos falsos mitos que sólo persiguen ventaja en la administración del poder. Estos casos obvios hacen pensar que el terrorismo puede tener su origen en el odio. De ahí que merezca la pena explorar ese origen en un contexto con mayor estructura política que la inexistente de la sección anterior. Pensemos en esta estructura política mediante la descripción de cuatro momentos importantes en el juego del poder. En un primer momento los miembros del grupo mayoritario que detenta el poder han de decidir si elaborar o no un mito que toma al grupo minoritario como chivo expiratorio de los errores cometidos desde el poder y que ponen en peligro la continuidad en el mismo. En un segundo momento todos reciben señales sobre la verdad del mito y cada uno decide si investigar esta veracidad y si tomar medidas protectoras contra el chivo expiratorio. En un tercer momento los mecanismos de otorgamiento del poder funcionan y llevan a unos u otros a su detentación y uso de forma que quien lo detente puede llevar a la práctica sus políticas preferidas. En un cuarto momento es posible que los miembros del ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 83 Juan Urrutia grupo excluido del poder puedan tomar represalias contra quienes les han demonizado. En este contexto y mediante un abuso del lenguaje podemos hablar del «mercado del odio». La oferta de odio viene dada por la creación de un mito por los políticos en el poder pertenecientes en su mayoría al grupo mayoritario, mito que denigra a los miembros del grupo minoritario y su identidad memética, con la finalidad de continuar ocupando el poder de que se trate en cada caso. Estos «empresarios del odio» como les llama Glaeser pueden elaborar, mediante un coste K, una historieta que achaca a los miembros del grupo minoritario unas conductas que serían la causa de la desafección de los que les podrían otorgar el poder. No hay una demanda de odio propiamente tal, pero podemos legítimamente preguntarnos por las razones que hacen que los miembros del grupo en el poder acepten su veracidad, a pesar de señales encontradas que podrían ser desencriptadas, y por esas otras razones que les llevarían o no a la adopción de medidas de protección a un coste Z en caso de no atender a las señales. 3.1. «Demanda» de odio Veamos para empezar cómo se determina, a la luz de las señales disponibles sobre el grupo minoritario pretendidamente culpable de ciertos males, la decisión de investigar su veracidad y de tomar medidas de autoprotección. Supongamos que el grupo minoritario es dañino con probabilidad θ y es perfectamente inocuo con probabilidad 1 – θ. Si de hecho fuera dañino causaría un daño de dỹ0, d > 0 y donde ỹ0 es la renta media de los miembros del grupo mayoritario caracterizado por los memes que en él han surgido. Además se reciben señales sobre la malignidad del grupo minoritario. Suponemos que sólo caben señales confirmatorias de su maldad. Si no surgieran señales de ningún tipo todos saben que ese grupo minoritario presuntamente nocivo no lo es (con probabilidad 1 – θ) a no ser que los detentadores del poder elaboren una señal inventada confirmatoria de su maldad, cosa que hacen con probabilidad φ. Por lo tanto, dados los prejuicios y el mito confirmatorio, la probabilidad de que el grupo minoritario funcione con unos memes dañinos para la comunidad es: θ θ + ϕ (1 − θ) en caso de que se reciban señales que, como hemos supuesto, son confirmatorias de los prejuicios. Sin embargo, si no se recibe ninguna clase de señal distinta de las inventadas los prejuicios se disipan y la probabilidad que se asigna a la maldad del grupo minoritario sigue siendo θ. 84 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos Ahora estamos en disposición de calcular para qué valores de los parámetros se buscará información por parte de un miembro del grupo en el poder a un coste Z y en qué condiciones comprará, a un coste r, una protección que reduce el daño desde dỹ0 hasta δdỹ0. Eliminemos de raíz este último problema suponiendo por simplicidad que: θ dy o > r θ + ϕ(1 − θ) de forma que comprar protección siempre merece la pena. Si no se gasta nada en adquirir información el coste esperado por un miembro del grupo mayoritario es: θ δdy o + r θ + ϕ(1 − θ) Si se busca la información que puede aclararnos la naturaleza del grupo minoritario, ese coste esperado es o bien nulo, si la señal confirmada resulta ser falsa ya que en ese caso sabemos que el grupo minoritario no es malo, o bien δdỹ0 + r si la señal confirmatoria resulta ser verdadera. Luego el coste esperado total de buscar y adquirir información es: θ (δdy o + r ) θ + ϕ(1 − θ) de manera que la ganancia de buscar y adquirir información es: ϕ(1 − θ) r θ + ϕ(1 − θ) Luego, siempre que Z sea menor que esta cantidad se llevará a cabo por parte de un individuo del grupo mayoritario una labor de información sobre las características identitarias del grupo minoritario. Podemos ahora irnos aproximando al surgimiento del odio en la población mayoritaria. Sea f(z) la función de distribución del coste de búsqueda y H(z) la correspondiente función acumulativa. Denotamos por: ⎡ ϕ(1 − θ) ⎤ H⎢ r⎥ ⎣ θ + ϕ(1 − θ) ⎦ la proporción del grupo mayoritario que cree, con probabilidad 1, que el grupo minoritario es realmente dañino. Si ese grupo realmente fuera dañino, nadie gastará recursos en fabricar y difundir el libelo denigratorio porque la ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 85 Juan Urrutia gente recibirá en cualquier caso alguna señal confirmatoria de su maldad pues recordemos que hemos eliminado por hipótesis las señales favorables. Y en consecuencia todo el mundo se protegerá. Pero este caso no tiene interés pues contesta a la pregunta sobre las condiciones de búsqueda de información de manera simple y abrupta. Suponemos por lo tanto que el grupo minoritario y sospechoso es realmente inocente. En este caso: ⎡ ϕ(1 − θ) ⎤ 1− H ⎢ r⎥ ⎣ θ + ϕ(1 − θ) ⎦ es la proporción de miembros del grupo mayoritario que cree que el grupo minoritario es malo con probabilidad θ/(θ + φ(1 – θ)). Estos agentes son los que habiendo recibido una señal no tratan de examinar su veracidad y les gustaría eliminar o disminuir la influencia perniciosa del grupo minoritario. Estos agentes son los odiadores. Existen odiadores y odiados porque los empresarios del odio producen los mitos falsos. Pero, ¿en qué condiciones surgirán estos empresarios? 3.2. Oferta del odio Supongamos, por simplicidad una vez más, que la única variable sobre la que gira el contencioso es la renta (y) aunque podríamos entenderla como «poder» genérico tratamos de entender cómo y cuándo el grupo mayoritario y poderoso decide construir y diseminar un mito falso sobre los miembros del grupo minoritario que torpedean las políticas que ellos desean ver puestas en práctica, sean éstas, por ejemplo, la redistribución de la renta o la descentralización del poder. Sea K el coste de fabricar y diseminar el mito. Se trata de una variable no directamente observable y que sigue una función de distribución f(K) y una acumulativa de F(K). Sea p la proporción de la población total que pertenece al grupo minoritario y (1 – p) la proporción correspondiente al grupo mayoritario. Imaginemos ahora que la renta o el poder está distribuido en cada grupo, mayoritario o minoritario, de la siguiente forma. Para el grupo mayoritario, M, o poderoso o centralista fM (y) y FM(y), Y para el grupo minoritario, m, o débil o descentralizador fm(y) y Fm(y) y sea ∆y la diferencia entre rentas medias de ambos grupos. Pensemos que hay una especie de tasa implícita de redistribución de la renta entre los dos grupos que, además, puede verse como una «proxy» para el poder decisorio de uno u otro grupo. Pensemos por concreción que τR es 86 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos la tasa propuesta por el grupo pro redistributivo que coincide con el centralizador y que τA es la tasa propuesta por el grupo antirredistributivo que coincide con el descentralizador y supongamos que τR > τA. Las transferencias netas dependen de estas tasas y de las rentas medias de ambos grupos: (τR – τA) (yM – ym) A partir de aquí, Glaeser prueba que al grupo mayoritario le conviene generar y diseminar odio si y solo si ∆y < 0, es decir, si la renta media del grupo minoritario (o su poder) es mayor que la del grupo mayoritario o su poder. Para terminar sólo hay que entender cómo ese odio generado en el caso de ∆y < 0, se convierte en terrorismo o podría hacerlo más acá de argumentos étnicos, sociológicos o psicológicos. Si pertenezco al grupo minoritario caracterizado por ciertos memes y me odian tengo tentación de odiar al grupo mayoritario caracterizado por otros memes; pero si este grupo, que es el que detenta el poder, es redistributivo de renta o poder, me conformo y no transformo mi odio al odiador en terrorismo. Pero si el segundo grupo, el que detenta el poder, es redistributivo o centralizador, el odio al odiador por parte del grupo minoritario puede transformarse en terrorismo pues no siente el paliativo que existe en el caso anterior. 3.3. Nacionalismo y terrorismo 3 Aquí podría terminar esta posible explicación del terrorismo como «odio en acto»; pero, antes de pasar a considerar este terrorismo en el marco del equilibrio general de una economía de mercado, conviene disipar una idea muy extendida que pretende que el nacionalismo sería el caldo de cultivo del terrorismo. Veamos si, a la luz de la idea de fraternidad (o teleia philia aristotélica) que ya ha aparecido en la sección anterior, esta asociación es sostenible. El marco de análisis que se ha adoptado en este trabajo facilita la reflexión a ese respecto. Esto es así puesto que, tal como se expresa en la sección 2, en el equilibrio del juego evolutivo que allí se considera, es posible que la población de un estado determinado quede dividida en dos grupos o en general varios, cada uno caracterizado por aquellas propias pautas de conducta de equilibrio que denominamos «memes». Pues bien, el nacionalismo como ideología política surge cuando su base social no coincide con la del Estado que lo engloba. Comencemos nuestro análisis por reconocer que el nacionalismo, como producto cultural, es hoy una fuente de inspiración sobre alternativas de convivencia tan rica como el liberalismo. Este último nos ha llevado a pensar que el «tamaño del Estado» ha de tener unos límites más allá de los 3 Este apartado reproduce el idéntico apartado de Urrutia (2005). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 87 Juan Urrutia cuales se colapsa. La crisis del Estado del Bienestar parecería confirmar la adecuación de este pensamiento. El nacionalismo sugiere que la «extensión del Estado» podría también tener límites, tal como se colige de la lectura del libro de Alesina y Spolaore (2003). Las dificultades en la construcción de la UE constituiría un ejemplo que corrobora la pertinencia de esta sugerencia. El prestigio actual o renovado de estos dos productos culturales acarrea el desprestigio de la noción de Estado que, como instancia capaz de organizar la convivencia, parece tener escaso recorrido. En consecuencia los signos tradicionales del nacionalismo pierden virulencia. El sustrato étnico, la diferenciación cultural (especialmente lingüística) y la connotación épica de un David luchando contra un Goliath ya no son algo necesario y permanente, sino algo contingente y precario. No serían sino la realización en un momento determinado del amplio proceso evolutivo ya examinado y que deshace y reconfigura grupos humanos identificados, más que por la etnia, por distintos rasgos culturales (incluido, cómo no, el lenguaje) y que difícilmente pueden verse como davides guerreros. En la imaginería cultural del momento ya no hay goliaths contra los que luchar, sino sólo davides con los que convivir. En estas condiciones no parece tan evidente como a veces se considera sostener la relación entre nacionalismo y terrorismo. Pero remachemos esta independencia. Se ha matado por la Libertad y por la Igualdad y en su nombre se han producido guerras y revoluciones. Éstas han generado siempre una violencia que, aun siendo terrible, ha solido ser paliada por la Fraternidad. Quiero entender que el terrorismo es una especie de violencia que no puede ser aliviada por la fraternidad porque ataca, y mata, precisamente esa fraternidad. El terrorismo mata la Fraternidad porque los agentes individuales, envueltos en un proceso magmático de experimentación de pautas de conducta, no pueden actuar genuina y auténticamente según sus propios impulsos, sino que actúan mediatizados por el terror, eliminando cualquier expectativa de que los demás seguirán actuando como lo hacen e impidiendo así la emergencia de pautas de conducta estables que puedan sostener la confianza mutua. Los hermanos se convierten en espías. En consecuencia se sigue, creo yo, que el terrorismo ataca sobre todo cualquier proyecto político que tenga algo de nacionalista. Esto es así porque si el nacionalismo respetable pudiera estar basado en alguna idea moderna (y aunque para ser respetable no necesite de basamento intelectual alguno) lo estará en ideas como la de Comunidad (propia del pragmatismo de Rorty), muy próxima a la de fraternidad, tal como se la entiende aquí. 88 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos 4. Perspectiva de equilibrio general Una vez caracterizada la sociedad que estamos considerando como una en la que hay diferencias identitarias, hemos de introducir el sistema político y económico que la hace funcionar. Ya hemos visto cómo la convivencia se regula mediante un cierto sistema político único que no hace falta especificar más allá de los rasgos mínimos que han sido necesarios para entender el surgimiento del odio y la producción de terrorismo. En cuanto al sistema económico la más sencilla de las hipótesis en este intento de modelización es suponer que se trata de un sistema de mercado en el que unos cuantos productores producen bienes y los ponen en el mercado persiguiendo su beneficio mientras los consumidores utilizan su renta (que habrán conseguido trabajando en la producción) comprendo aquellos bienes que maximizan su utilidad. El equilibrio de un sistema tal es una asignación de bienes y unos precios a los cuales cada agente, productor o consumidor, maximiza su función objetiva, beneficio o utilidad, y los mercados se vacían a esos precios de equilibrio. Recordemos brevemente lo que se ha llamado el primer teorema del bienestar. Esa asignación de equilibrio resulta ser una asignación socialmente óptima (y denominada óptima de Pareto) en el sentido preciso que no existe ninguna otra que sea preferida unánimemente. Este teorema crucial es cierto en condiciones específicas. Por un lado, es necesario que existan todos los mercados, incluidos los contingentes y los de futuro, y, por otro lado, es también necesario que no haya externalidades, es decir, que no haya ningún efecto sobre las funciones objetivas de los agentes que se deriven de una actividad que no pase por el mercado. En la práctica ninguna de estas dos condiciones se dan, por lo que ahora deberemos examinar qué podemos decir, en condiciones realistas, de esa asignación de equilibrio y de sus precios asociados cuando la actividad terrorista constituye un sector económico más con agentes que lo producen y agentes que lo consumen al menos en el sentido de convivir con él pagando quizá protección. En esta sección pasaremos ahora revista a algunas de las consecuencias que acarrea la estructura incompleta de mercados. En primer lugar examinaré algunas opiniones filosóficas surgidas a partir del 11-S-2001 a la luz de la conceptualización de esa estructura incompleta en general. En segundo lugar y más en concreto merece la pena examinar una posible extensión de la estructura de mercados mediante el establecimiento de mercados de futuro sobre actos terroristas. En tercer lugar explicitaré una implicación importante de la no optimalidad de la asignación de equilibrio: los precios a ella asociados no reflejan el coste social de las cantidades producidas y consumidas por lo que, en principio, es difícil utilizarlos para calcula el coste social del terrorismo. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 89 Juan Urrutia 4.1. Estructura incompleta de mercados: una incursión filosófica 4 A pesar de que en la introducción expresé mi determinación de abstraerme de cualquier planteamiento distinto del económico, en este punto creo de interés mencionar dos trabajos filosóficos relacionados con el ataque a las torres gemelas que pueden ayudarnos a comprender la naturaleza de este nuevo terrorismo internacional y al mismo tiempo a profundizar en la concepción teórico económica de equilibrio general de esta sección. El primer trabajo al que me quiero referir es «L’esprit du terrorisme» que Jean Baudrillard publicó el 3 de noviembre de 2001 en Le Monde y que muy recientemente ha editado Galilée. De entre sus sugerencias siempre perceptivas me gustaría destacar dos. Por un lado, el carácter suicida del ataque cambia las reglas del juego o más bien las elimina completamente. Para Baudrillard esto no sería sino el estiramiento hasta la crispación total de una tendencia que observamos en la sociedad ya que, de hecho, el hundimiento de las torres, como algo inesperado y distinto del impacto de los aviones suicidas, simbolizaría el suicidio de nuestro sistema social que muestra directamente así su más que real fragilidad. Por otro lado, el acontecimiento vivido en directo por el mundo a través de las imágenes televisivas es un ejemplo evidente de la banalidad y transparencia del mal. El mal es algo simple y sin recovecos: destruye lo que dice querer destruir y no parece que persiga conseguir nada a cambio. A diferencia del terrorismo del siglo XX que tenía, y tiene en la medida que continúa, finalidades reales y específicas, este nuevo terrorismo del siglo XXI es pura simbología y en este sentido refleja muy nítidamente la exigencia airada de transparencia total en la conducta de las corporaciones. Pero esta transparencia total es a su vez muestra, indirecta esta vez, de la fragilidad ya mencionada del sistema económico. Una vez eliminados todos los secretos ya no hay últimas defensas, planes alternativos contingentes o ases en la manga; hay sólo lo que hay y si esto que hay se rompe no hay esperanzas de arreglo. La limpieza total nos ha dejado indefensos como una piel excesivamente frotada con agua y jabón. Pues bien esta fragilidad y esta transparencia son dos categorías que no pocos economistas asociaríamos al sistema económico al que nos acercamos poco a poco y que parece como un arriesgado número de circo efectuado sin red, es decir, como sostenido únicamente por interacción entre los propios mercados que por su parte no se sostienen en nada externo a ellos. A mi juicio no hay idea más interesante que este auto-sostenimiento del sistema de mercado; pero cuando uno lo piensa en toda su profundidad no hay más remedio que reconocer, en ausencia de otras instituciones, su fragilidad extrema simbolizada por la implosión de las torres gemelas al derretirse sus varillas arquitectónicas maestras. 4 90 Este apartado es una incorporación cuasi verbatim de lo dicho en Urrutia (2003a). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos El segundo trabajo aquí relevante es Temblores de Aire. En las fuentes del terror de Peter Sloterdijk, editado por Pre-textos en el 2003 con una introducción de Nicolás Sánchez Durá. Si cito el prologuista es porque a él se debe el paralelismo entre la saturación del espacio sobre la que elucubra Sloterdijk y la conocida movilización total de Jünger. El primero nos hace ver con su espléndida retórica que el terrorismo hoy es la prolongación inevitable de la tecnología de la manipulación del medio ambiente que permite eliminar las condiciones de vida de cualquiera y de todos. Una guerra química o bacteriológica así como el nuevo terrorismo, elimina la capacidad de vivir, no apuntando directamente al cuerpo del enemigo para eliminarlo como en la guerra convencional, sino imposibilitando la vida de ese cuerpo, que por el mero hecho de respirar, actividad necesaria para la vida, aspira gas letal y se suicida. No hay pues refugio frente a esa guerra o a ese terrorismo de la misma forma que no hay abrigo en la guerra total asociada a la movilización total de Jünger: seas lo que seas estás movilizado y no te queda espacio para la persecución de tus objetivos individuales. En ambos casos, el de la saturación del espacio y el de la movilización total, no hay ni tiempo ni lugar para reflexionar y desde el que ejercer la autonomía personal. En términos de filosofía pos-moderna diríamos que no hay distinción entre el interior y el exterior, no hay nada interno, latente, oculto y por descubrir, todo está ahí fuera obscenamente alcanzable y visible como en la transparencia total. ¿Qué tiene que ver esto con la Economía? Aparentemente nada; pero hay algunas nociones abstractas profundas de la manera de pensar económica, como la racionalidad y el mercado que reciben nueva luz de estas consideraciones filosóficas. Me concentraré ahora en el mercado. Describiré la trama de lo que ha dado en llamarse estructura (in)completa de mercados, un tema complicado que, según como se explique, puede no tener nada que ver con la saturación del espacio de Sloterdijk, o con la movilización total de Jünger, o ser su más exacto correlato. La manera convencional de tratarlo comenzaría por suponer que, además del conjunto de individuos, están dados el número de mercancías y de empresas, cada una de estas últimas con su tecnología propia que especifica cómo unas mercancías de las dadas se convierten en otras mercancías de las dadas. El problema es encontrar un vector de precios, uno para cada mercancía dada, una asignación de bienes a cada consumidor y un plan de producción para cada empresa dada, tales que cada consumidor maximice su utilidad sujeta a su restricción presupuestaria y cada empresa maximice su beneficio desde su tecnología. En esta descripción convencional la estructura de mercados es completa, es decir, todos los mercados (spot, de futuros o contingentes) están hoy operativos de forma que el tiempo no juega ningún papel y, además, se puede mostrar que la asignación es eficiente. Si la estructura de mercados fuera incompleta, es decir, si hoy no existieran todos los mercados, el tiempo importaría, las expectativas contarían y la asignación de equilibrio no sería ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 91 Juan Urrutia eficiente. Si ahora miramos esta descripción convencional del mercado, o del sistema de mercado, desde un punto de vista menos convencional surge una sorpresa que es la que me interesa destacar. El número y naturaleza de empresas y mercancías debería ser endógeno. Si se forma un cierto conjunto de coaliciones productivas (empresas) tendremos un cierto conjunto de mercancías; pero si se formara un conjunto distinto de coaliciones productivas el conjunto de mercancías disponibles sería distinto. En consecuencia, es instructivo reparar en que en el equilibrio el conjunto de mercancías que se producen y se consumen no es sino un subconjunto de los posibles. En una situación así, que contraste con la convencional, cualquier cambio en gustos o en tecnología acarrea un cambio en el conjunto de mercancías disponibles. Como los cambios tecnológicos pueden ser el resultado de la labor innovadora, nos encontramos en presencia de la destrucción creativa de Schumpeter a pesar de que nos estamos moviendo en un mundo neoclásico. De acuerdo con el cambio tecnológico, algunas empresas desaparecerán mientras nacen otras que nos proporcionarán, a través de las nuevas mercancías que producen, un mayor bienestar. Pues bien, si esta mejora continua es posible, es porque no hemos agotado en la práctica el catálogo de bienes concebibles que existen en el cielo platónico; la movilización nunca es total, ni el espacio está saturado. Los terribles mundos imaginados por Sloterdijk o Jünger corresponden a la concepción convencional y nunca se harán presentes en el mundo schumpeteriano que he descrito desde una visión neoclásica aunque no del todo convencional. La destrucción creativa de Schumpeter niega, en efecto, la concepción del terrorismo elaborada por Sloterdijk. Este terrorismo de hoy es de tal naturaleza que no podemos imaginar una reserva implícita de innovaciones, todo seguirá siendo como es. 4.2. Futuros sobre actos terroristas 5 En el verano del año 2003 nos enteramos del desmantelamiento por parte del Pentágono de planes para crear un mercado de futuros sobre actos terroristas. El examen de la iniciativa y del porqué de su retirada nos dice algo sobre la naturaleza del mercado y nos hace ver que plantearse un análisis de equilibrio general del terrorismo no es, en principio, descabellado, aunque en la práctica tiene sus limitaciones. En condiciones ideales el mercado no sólo genera asignaciones de bienes que son eficientes en el sentido de que no hay otra unánimemente preferida; sino que además el mercado es informacionalmente eficiente en el sentido de que los precios que conforma reflejan toda la información existente distribuida de cualquier manera entre los agentes económicos. En esas condiciones ideales los precios son un estadístico suficiente al que me basta mirar 5 92 Este apartado es una versión abreviada de lo dicho en Urrutia (2003b). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos para tomar mis decisiones sin que tenga sentido gastar recursos en buscar información adicional. En el caso del mercado de futuros que me ocupa bastaría mirar al vector de apuestas cruzadas sobre diversas contigencias terroristas para repartir de manera óptima las fuerzas de seguridad a la prevención de cada una de ellas. Pero la fascinación general por esa institución llamada mercado no debe cegarnos a lo que puede ocurrir con su funcionamiento cuando las condiciones no son ideales. La manera más general de pensar los condicionamientos de la realidad es pensar sobre la completitud de la estructura de mercados y sobre su relación con el número de agentes que actúan en ellos. Supongamos, en primer lugar, que hay hoy un mercado para cada bien concedible a ser entregado en cualquier fecha futura en cualquier estado de la naturaleza (ampliamente definido). Sabemos que en ese caso el juego del mercado nos conduce a una situación óptima desde el punto de vista asignativo; pero también sabemos hoy que esta situación es muy frágil a no ser que el número de agentes compradores y vendedores sea muy grande en cada uno de todos esos mercados. Si ése no fuera el caso, es decir, si cada mercado no fuera profundo (o equivalentemente muy líquido) cualquier agente tendría incentivos, o podría tenerlos, a falsear sus preferencias y a actuar de manera oportunista que, aunque resultase en un consumo mejor para él, rompería la naturaleza óptima de la asignación. Es de suponer que, en condiciones relevantes, el mercado de futuros on line que proponía el Pentágono no sería muy positivo y podría incentivar a los terroristas avariciosos a jugar en él apostando con informaciones privilegiadas para hacerse ricos al acertar con la fecha y lugar de los atentados preparados por ellos mismos, o a los terroristas generosos a utilizarlo para despistar a las fuerzas de seguridad haciendo bajar la probabilidad estimada del que se pretende realizar. Supongamos ahora que aunque los mercados existentes fueran profundos (o líquidos) no fuera cierto que el sistema de mercado (que incluye los mercados financieros como la Bolsa o el que proponía el Pentágono) presentara una estructura completa. En ese caso es bien conocido que la asignación no es óptima y que siempre habrá alguna otra preferida por todos; pero que sin embargo no es alcanzable porque la coordinación necesaria para ello no se da debido precisamente a la ausencia de mercados. Este resultado ha sido utilizado por los intervencionistas militantes; pero eso no nos interesa ahora. Lo que nos interesa es saber si en un caso así el mercado es informacionalmente eficiente, es decir, genera precios que reflejan toda la información existente. Es intuitivo que no será así en el caso del mercado de futuros sobre actos terroristas ya sea porque no podemos conocer las intenciones terroristas de un (supuesto) grupo que nunca ha actuado todavía, y por lo tanto no aparece como una contingencia sobre la que apostar, ya sea porque, aun existiendo, no ha intervenido en el mercado hasta ahora para enriquecerse o despistar y matar. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 93 Juan Urrutia Debería pues estar claro que la idea del Pentágono no sólo podría ser utilizada torticeramente por los propios terroristas; sino que además, aun suponiendo la posible ausencia de inteligencia oportunista, no deberíamos fiarnos de las probabilidades de actos terroristas que surgirían en ese mercado. 4.3. Holgura 6 Continuando con los comentarios semifilosóficos con los que cerraba la sección anterior voy a insistir en la fragilidad posible del sistema de mercado con la intención de poner de manifiesto la dificultad intrínseca de medir el coste económico del terrorismo para una sociedad determinada. Volvamos de nuevo al problema de maximizar una función de bienestar social (como por ejemplo la suma de las funciones de utilidad de todos los individuos) con sujeción a las restricciones de recursos de acuerdo con las cuales lo que se necesita de cada bien para producir la cantidad de uno determinado, de acuerdo con una función de producción de coeficientes fijos, ha de ser menor o igual que la cantidad disponible. De este problema matemático surgen unas constantes, llamadas precios sombra, que son unos indicadores de la escasez social y solucionan el problema dual de minimizar, a esos precios, el coste de producir, con la tecnología indicada, un nivel dado de bienestar social. Lo interesante de ese ejercicio es que, cuando uno de esos precios sombra es cero, quiere decir, no que no hay que pagar por él, sino que es socialmente abundante ya que un pequeño incremento en su cantidad no nos sirve para incrementar el bienestar. En términos de holgura diríamos que, en lo que concierne a ese recurso en particular, no tenemos que preocuparnos mucho ya que, en definitiva, una pequeña perturbación de su cantidad disponible no va a cambiar la asignación de bienes. Es decir que, en presencia de esa holgura, la asignación de bienes (que es lo que le preocupa a los economistas) deja de ser frágil. Más en concreto, lo que pretendo es aplicar esa intuición económica de la holgura tanto al terrorismo de nuevo cuño como a la crisis financiera que vivimos. Respecto al nuevo terrorismo suicida que hace su presentación en el atentado de las torres gemelas de NY la primera parte de esta sección nos ha introducido a las categorías de fragilidad, transparencia, saturación y movilización total que parecen caracterizar a una sociedad como la nuestra en la que surge el terrorismo suicida. En ninguno de los autores citados se habla de holgura; pero me parece obvio que la parte agónica de sus ideas tiene que ver con su falta. Ya hemos comentado que esos comentarios filosóficos no parecen tener nada que ver con la Economía pero que hay algunas nociones abstractas y profundas de la manera de pensar económica, como la racionalidad y el 6 94 Este apartado corresponde a lo expuesto en Urrutia (2007). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos mercado, que reciben nueva luz de estas consideraciones filosóficas y que ahora nos vuelven a confrontar con la holgura. Ya nos hemos extendido sobre la noción de mercado de forma que ahora diremos algo sobre esa racionalidad. Mi opinión nada favorable sobre el diseño muestra mi recelo hacia la sobredosis de racionalidad ya que, como pasa en el diseño, todo tiene su función y no hay nada arbitrario. La moraleja, en mi opinión, es que hay que ser sabios, no sólo racionales, para saber prescindir del uso de la escueta racionalidad funcional en aras de una reserva de capacidad creativa a ejercer en circunstancias no previstas. La racionalidad excesiva, que podríamos relacionar con la transparencia total, podría generar otra vez una enorme fragilidad. Y aquí entra la holgura como algo necesario. En la medida en que el terrorismo puede entenderse como la puesta en práctica del odio y éste esté sujeto a una cierta dinámica generada quizás por el intento de alcanzar grandes fines políticos podemos considerar que cabe hablar de innovaciones hechas posibles por la holgura existente en la cantidad de recursos necesarios para llevarlo a cabo a su nivel de equilibrio. Esta holgura permite innovaciones que pueden trabajar en cualquier sentido disminuyendo o aumentando el precio sombra de los recursos necesarios para poner el terrorismo en práctica. Por esta razón un poco técnica nos encontramos con la imposibilidad de valorar con precisión el coste económico que el terrorismo impone. Sabemos acercarnos al valor de la producción a precios de mercado que se deja de producir, por ejemplo, por el cierre de una cierta empresa; pero no podemos saber cuál es el verdadero coste social de una decisión tal 7. 5. Medidas paliativas Si queremos explorar las posibles medidas paliativas de los efectos del terrorismo no tenemos más remedio que abandonar el marco del análisis de equilibrio general y pasar a consideración de equilibrio parcial. La razón es que toda propuesta de medida paliativa ha de ser considerada como una cuestión de estática comparada y este tipo de cuestiones rara vez reciben una respuesta concreta cuando se efectúan en un marco tan general que hay que tener en cuenta demasiados cambios. Por suerte contamos con un par de artículos de Frey y Luechinger (2003 y 2004) que se mueven con el ámbito adecuado y que plantean una alternativa general que es imposible de ignorar. Ahora entraremos en ella sin distinguir entre diversos tipos de terrorismo aunque esta diversidad deberá ser mencionada al menos para mostrar la dificultad de optar por unas medidas u otras. 7 El magnífico e ingenioso trabajo de Abadie y Gardeázabal (2003) no está exento de esta dificultad. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 95 Juan Urrutia Frente al terrorismo debemos optar por el palo o la zanahoria o, naturalmente, diversas combinaciones de uno y otro. Comenzamos por estudiarlos por separado. Las estudiamos en el contexto del siguiente gráfico que corresponde a la toma de decisión terrorista (individual en principio aunque bien podríamos pensar en el grupo) respecto a cuánto adquirir de terrorismo (T) o de otros bienes (O) de acuerdo con sus gustos y deseos y dentro de las posibilidades que ofrecen la asignación y los precios del equilibrio general. El gráfico siguiente muestra, en el espacio (O-T) la utilidad del terrorista representado por una familia de curvas de indiferencias (de la que sólo se muestra una) y la restricción presupuestaria cuyo ángulo con el eje horizontal mide el coste del terrorismo en términos del resto de los bienes. Este costo depende del costo de los medios necesarios para actuar en contra de la vida o de la hacienda o de la libertad de los demás incluyendo el costo esperado, si es atrapado, en años de cárcel. La forma de las curvas de indiferencia depende naturalmente del tipo de terrorista del que se trata. Un terrorista o un grupo terrorista puede ser tan fanático que para compensar una disminución de su actividad exige un enorme volumen de otros bienes. En este caso la Relación Marginal de Sustitución es tan pequeña que gráficamente la curva de indiferencia representativa del mapa será prácticamente vertical. En cambio, si el fanatismo no caracteriza al grupo terrorista, sino que más bien se trata de un grupo que llamaríamos político y que se siente no escuchado, una reducción de la actividad terrorista de un cierto tamaño será compensable con muchos menos bienes que en el caso del fanático. El punto de tangencia entre la curva de indiferencia y la recta que delimita el conjunto presupuestario determina el equilibrio (parcial) en términos de consumo de otros bienes (O*) y actividad terrorista (T*). 96 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos 5.1. La estrategia del palo En este contexto examinamos primero las medidas paliativas basadas en la amenaza de la pena correspondiente: la estrategia del palo. Cualquiera que sea su forma, esta amenaza incrementa el coste esperado del terrorismo de forma que la recta delimitadora del conjunto presupuestario varía de tal forma que el coste del terrorismo en términos de otros bienes aumenta. Como se ve en la siguiente figura, el terrorista, dadas sus preferencias, cambia su decisión a perpetrar menos actos terroristas (T1* ) y hacerse con más de los otros bienes que antes (O*1 ) Notemos que estas medidas de tipo represivo son tanto más efectivas cuanto menos fanáticos son los terroristas. Con unas curvas de indiferencia cuasi-verticales el incremento de otros bienes tendría que ser tan enorme que no sería razonable pensar que un incremento de las penas o una imposibilidad de redimir penas fuera a disminuir significativamente la actividad terrorista. Tal como muestra la figura cuando el fanatismo no es enorme este tipo de incremento del coste puede ser significativamente efectivo. Notemos de pasada que hay un límite a esta estrategia del palo. La pena de muerte podría no servir para nada o incluso incrementar la actividad terrorista ya que, una vez cometido un acto que acarrea la pena de muerte, no hay amenaza alguna que reduzca el incentivo del terrorista a matar. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 97 Juan Urrutia 5.2. La estrategia de la zanahoria Pasemos ahora a considerar las posibilidades de la zanahoria. A diferencia de las medidas amenazadoras, nos encontramos ahora con dos tipos de medidas basadas ambas en la benevolencia o el «buenismo» que dirían otros. Como dirían Frey y Luechinger (2003) dejamos de considerar al mundo como un mundo a lo Becker (1968) y mirarlo como un mundo a lo Boulding (1968 y 1970) o, equivalentemente, pasar de una economía basada en el odio a una economía basada en el amor. Para aplicar este punto de vista recordemos con Schelling (1991) cuáles son las tres finalidades específicas del terrorismo: hacer publicidad de la causa (sea ésta la que sea), descentralizar al sistema político y dañar la economía de ese sistema político. Dadas estas finalidades, podemos, desde la benevolencia o el amor, dificultar su obtención o incrementar el coste de oportunidad de tratar de conseguirlo. 5.2.1. La obtención de las finalidades destacadas por Schelling (1991) se dificulta o bien no dando excesiva publicidad a las acciones terroristas o dejando sembrada la duda de su autoría o bien descentralizando el sistema político y económico. En el primer caso la consecución de los objetivos políticos se hace más difícil en cuanto un sistema con un mayor número de centros de decisión es más inmune. En el caso económico porque un sistema económico descentralizado es más resiliente. Con medidas de este tipo la RMS de las curvas de indiferencia cambia de forma que se hacen más planas. El siguiente gráfico, representa la consecuencia de este cambio. Como se ve la actividad terrorista disminuye. 98 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos 5.2.2. Pensemos ahora en incrementar el coste de oportunidad de la actividad terrorista. Es decir, incrementemos lo que pueden ganar dejando la actividad armada. Frey y Luechinger (2003) mencionan programas especiales para que los terroristas (o más bien para los que se muevan en círculos cercanos, pero todavía no han pasado a la acción) visiten otros países y posiblemente asistan a cursos que les abran la mente a otras posibilidades alternativas. Pero no sólo eso; sino que también mencionan la posibilidad de poner en marcha programas de testigos protegidos que sirvan para poder condenar a otros terroristas o la de abrir la posibilidad a su participación política eliminando de golpe una de las quejas más habituales de los grupos terroristas. Este movimiento del coste de oportunidad puede también representarse gráficamente mediante la ampliación del conjunto presupuestario tal como se indica en la siguiente y última figura. 5.3. Dificultades políticas Una vez pasada revista de algunas medidas paliativas, ya estén basadas en el palo o en la zanahoria, no podemos dejar de llamar la atención sobre las dificultades «políticas» de implementar unas y otras. Las medidas basadas en el incremento del costo pueden chocar con la sensibilidad de los defensores de los derechos humanos, y las medidas basadas en la benevolencia pueden ser rechazadas tanto por las víctimas como, en algunos casos, por los propios terroristas beneficiarios, que se sienten como traidores al grupo. Por estas razones, que merecerían una atención más detallada, parece que, al ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 99 Juan Urrutia nivel de conocimiento teórico y empírico al que nos movemos y ante la variedad de terrorismos y de formas en el desarrollo de cada uno, sólo cabe aceptar un cocktail de medidas que sean tomadas con el mayor consenso posible y en un ambiente de franca transparencia. 5.4. Las razones de la mediación Por estas razones parece imposible evitar una cierta reflexión sobre las posibilidades de la mediación entre las partes implicadas. Un tema vidrioso sobre el que sólo puedo repetir lo que ya dije hace tiempo y que se basa en argumentos económicos que creo tienen interés en sí mismos (ver Urrutia 2005).Tanto el grupo mayoritario y poderoso, como el minoritario y débil (en cuyo seno rige el terrorismo), adolecen de un cierto sesgo cognitivo, un fenómeno psicológico incorporado hacía tiempo al análisis económico (ver Rabin 1998). Pensemos en la mediación en un contexto en el que las partes adolecen de este sesgo cognitivo. Ese mediador es, para un economista, como un principal que ha de recoger información, señales y evidencias de un cierto número de agentes con cada uno de los cuales establece un contrato que especifica los incentivos que se le proporciona para que actúe de acuerdo con los intereses del principal. El problema de cómo es el contrato óptimo ha sido estudiado profusamente por los economistas en escenarios diversos. Sin embargo, no ha sido estudiado en una situación en la que el principal sabe que el agente adolece de sesgo confirmatorio y no lo ha sido, seguramente, porque la economía lidia sistemáticamente con racionalidad perfecta, un supuesto que parecería ser violado por ese sesgo confirmatorio. Sin embargo, Rabin y Schrag (1999) han explorado este territorio recientemente con resultados que paso a glosar y que espero resulten bastante intuitivos. Primero, no sería óptimo que el mediador tratara de extraer muchas señales, o evidencias, de cada agente o, en nuestro caso, de cada sujeto contactado para obtener información de lo que pasa. Y esto porque las últimas señales recogidas por dicho agente puedan estar sesgadas por las previas que haya recibido y que ha entendido, mal o bien, como confirmadoras de su concepción a priori de la situación. Segundo, para obtener un determinado volumen de evidencias que el mediador crea necesitar, quizá no sea bueno que se obtenga de un solo sujeto, sino quizá sea mejor que dicho volumen de evidencias se obtenga extrayendo un poco de información de cada uno de los miembros de un grupo numeroso de agentes. Igual que antes esto es así porque las últimas informaciones adquiridas por un agente no son muy informativas, ya que su interpretación está sesgada por la concepción que se ha ido formando a partir de las señales obtenidas con anterioridad. Tercero, puede ser arriesgado que un mediador hable con expertos ya que las evidencias que éstos puedan aportar pueden estar, una vez más, sesgadas por sus 100 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 Hacia una modelización teórico-económica del terrorismo y de sus consecuencias y paliativos propios prejuicios. Sería mejor que el mediador adoptara una especie de regla de mayoría, sin ponderar cada opinión por el grado de firmeza de su emisor. Esta firmeza puede ser debida al sesgo confirmatorio y no revelar de hecho ninguna información importante. Me parece natural que un Estado democrático no admita una mediación internacional en un contencioso interno, tanto más si ese Estado niega la existencia del conflicto. Pero, aun así, creo que se me admitirá que antes de que mueran inocentes merece la pena explorar soluciones imaginativas. La que se sigue de lo anterior, y porque está basada en ideas aburridas de psicólogos y economistas, no es imaginativa, aunque sí, quizás, ingenua. Podría concebirse, en efecto, un panel formado por un número a determinar de ciudadanos heterogéneos escogidos entre la población de presuntos apolíticos e incluso abstencionistas. Este panel sería sometido a varias horas de exposición de ideas de cada parte involucrada en el conflicto. A continuación, este panel acabaría agregando sus opiniones en lo que nos comprometeríamos a admitir como la descripción fidedigna de lo que está pasando. Ya sé que esta propuesta sentará muy mal a los políticos profesionales, a quienes orilla y quienes objetarán que es imposible de llevar a la práctica. También sé que tampoco gustará a quienes se creen en la obligación de defender la primacía de la política como emanación de la razón ilustrada. Quizá ambos están en lo cierto y yo esté equivocado al extraer conclusiones precipitadas de una forma irracional de sesgo psicológico, pero si ese sesgo existe, y parece que así es, la bienintencionada utilización de la razón debe afinarse si quiere servir de algo. He ahí el problema. Si se quiere solucionar, la alternativa me parece clara: o propuestas del corte de la perfilada aquí, o en su defecto un verdadero mediador. Parecería que este dilema ofrece una buena oportunidad para políticos de nuevo cuño. 6. Conclusiones Llegados a este punto sólo queda recordar la intención del trabajo, hacer una especie de resumen que ponga orden en el tratamiento a veces confuso y, como colofón, concluir contundentemente. La intención de este trabajo era la de, a semejanza de lo que Becker intentó en Crime and Punishment (1968), tratar de modelizar en términos de teoría económica el fenómeno del terrorismo. En la medida de lo posible han sido eliminadas del texto referencias psicológicas, sociológicas, políticas o literarias y el tratamiento ha sido lo suficientemente abstracto de manera que, en general y con pocas excepciones, no se ha hecho referencia alguna a movimientos terroristas específicos Después de esta confesión de intenciones podemos hacer un resumen apretado. El tratamiento teórico-económico aparece en todas las secciones en ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 75-104, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.03 101 Juan Urrutia el sentido de que en todas ellas se utilizan herramientas usadas profusamente por la teoría económica. Los juegos evolutivos han sido utilizados para dar una idea de cómo una sociedad puede escindirse en distintos grupos, cada uno de los cuales se caracteriza por pautas de conducta específicas. Una situación así puede seguir evolucionando hacia la fraternidad en donde las pautas de conducta se homogenizan o puede atrincherarse en sus diferencias identitarias. Cuando éste es el caso puede surgir el odio entre comunidades identitarias en buena parte alimentado por falsos mitos cuyo surgimiento puede ser explicado mediante una aplicación relativamente sencilla de costes y beneficios que, especialmente cuando se pone en conexión con la persecución del poder, tal como hizo Glaeser (2005), es bastante novedoso. En cuanto podemos hablar, siquiera metafóricamente, de oferta y demanda de odio, estamos en disposición de introducir la actividad terrorista (en la que el odio desemboca) en el contexto de un sistema económico de mercado. Esto permite unas incursiones en terrenos filosóficos que, a su vez, conducen a una forma indirecta y posiblemente más reveladora, de entender la fragilidad del sistema de mercado, rechazar algunas ideas extremas, como la instauración de mercados de futuros sobre actos terroristas, ideas éstas fáciles de desmontar, y criticar los intentos a menudo brillantes de cuantificar los efectos económicos del terrorismo. Además hemos podido discutir medidas paliativas controvertidas y a veces muy difíciles de poner en práctica como es el caso de la mediación. Por grande que sea el nivel de abstracción en que este trabajo se haya movido, hubiera parecido incluso exótico no hacer alguna referencia al tema del nacionalismo y su relación con el terrorismo y así se ha hecho utilizando la noción de fraternidad introducida desde el principio y que ha resultado suficiente para desmontar esa posible relación. Y termino con un párrafo contundente que repite el final de Urrutia (2005, 160-1). El terrorismo mata la fraternidad. La fraternidad es compleja. No se puede vencer al terrorismo con principios (aunque éstos sean suficientes para rechazarlo). Hace falta reconstruir la fraternidad y esto exige soluciones complejas (que a veces parecen ambiguas) y el respeto a las convenciones ya existentes. REFERENCIAS Abadie, Alberto y Gardeázabal, Javier. «The Economic Costs of Conflict: A Case Study of the Basque Country», American Economic Review, 93, 1 (2003): 11332. Alesina, Alberto y Spolaore, Enrico. 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Este ensayo propone en cambio un análisis crítico del discurso terrorista étnico o nacionalista que hace uso de la teoría contemporánea de la metáfora para desvelar los marcos cognitivos que confieren sentido tanto al lenguaje terrorista de la organización ETA como al discurso nacionalista e independentista vasco en general. Este enfoque permite trascender las limitaciones de los instrumentos retóricos clásicos, centrados en el análisis léxico o argumentativo, para proporcionar una explicación de las configuraciones mentales propias de esta clase de discurso terrorista. ABSTRACT. The terrorist discourse has been critically analysed with the traditional tools provided by the discourse analysis, the argumentation theory and, broadly speaking, by rhetoric. This paper proposes rather a critical analysis of the ethnic terrorist or nationalist discourse that makes use of the contemporary theory of metaphor to reveal the cognitive frames that ascribes sense to the terrorist language, particularly the discourse used the ETA organization as the Basque nationalist and independentist discourse in general. This approach allows overcoming the shortcomings of the classical rhetorical tools, with its focus in the lexical or argumentative analysis, and gives an explanation of the mental settings characteristic of this kind of terrorist discourse. Palabras clave: terrorismo, discurso terrorista, marcos cognitivos, teoría cognitiva de la metáfora. Key words: terrorism, terrorist discourse, cognitive frames, cognitive theory of metaphor. 1. Introducción El hilo conductor de este ensayo es el problema de la comprensión y explicación de los procesos cognitivos e inferenciales que llevan a un terrorista del tipo étnico-nacionalista a cometer una acción terrorista, y a pensar que esa acción está justificada desde un punto de vista racional. * Este trabajo ha sido posible gracias a la financiación de los proyectos I+D+i (FFI 201123125) y I+D+i (FFI 2011-23267) proporcionada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España. [Recibido: Nov. 11 / Aceptado: Feb. 12] 105 Eduardo de Bustos La perspectiva adoptada es confesadamente individualista. Esto es, no se insiste especialmente en el terrorismo en cuanto respuesta «política», adoptada y utilizada por un grupo social con objetivos políticos. En cuanto opción o respuesta «política», el terrorismo se ha analizado como una acción estratégica de naturaleza colectiva o social. Como tal, se ha destacado su posible racionalidad, al menos en relación con su formulación en teorías formales, como la teoría de juegos y la teoría de la decisión (T. Sandler y Arce, D.G. 2003; Sandler T. y Siqueira, K., 2009 1). Ciertamente el terrorismo, así considerado, tiene su «lógica», es decir, lo que en sentido amplio se juzga como una relación de congruencia (por decir lo menos) entre medios y fines. Pero existe una dimensión menos explorada, y más pertinente para la comprensión del fenómeno, el de la existencia de procesos inferenciales de justificación del terrorismo que son suscritos no sólo socialmente, sino también, y especialmente, por aquéllos que cometen las acciones terroristas. Dicho de otro modo, el análisis crítico de la argumentación, cuando tal argumentación concluye en la necesidad de efectuar una acción, no puede prescindir del hecho de que dicha acción será realizada por un individuo. Es posible, y a menudo sucede así, que la argumentación, en cuanto producto textual, no sea una elaboración individual, sino social o cultural. Es posible que la argumentación de base sea suscrita por muchos individuos, por ejemplo, por todos los que prestan su apoyo social al terrorismo. Pero lo cierto es que, en cuanto parte de la explicación de una acción terrorista, la argumentación ha de incluir los componentes individuales, psicológicos que hacen al terrorista dramáticamente único, puesto que es en última instancia el agente de la acción. En este nivel individual, hay que prestar atención no obstante a la relación permanentemente presente de los factores sociales y los personales. En particular, se trata de los factores ideológicos y los psicológicos. Lo interesante es la forma en que se constituyen lo que en sentido amplio se pueden denominar concepciones (conceptos, categorías, creencias, guiones, historias; en fin, toda la gama de instrumentos a nuestra disposición para asimilar el mundo, para darle sentido) y cómo dichas concepciones están relacionadas con nuestro pensamiento, nuestro lenguaje y las cosas que hacemos o que otros hacen. Es un nivel de análisis psicológico que ha sido menos aplicado al análisis del terrorismo. En comparación, se han explorado más los enfoques psicopatológicos, tratando de especificar cuáles son los rasgos permanentes de la mente terrorista, ya sea bajo la forma de temperamentos, personalidades, en versiones más o menos patológicas, bien a lo largo de lo que se denomina el eje clínico (esquizofrenia, depresión, etc.) o del de los trastornos de la personalidad (trastornos antisociales como la psicopatía o la sociopatía). En Sandler, T. y Arce, D. G. (2003), «Terrorism and Game Theory», Simulation and Gaming, 34, 319-337; Sandler, T. y Siqueira, K. (2009), «Games and terrorism: Recent developments», Simulation and Gaming, 40, 164-192. 1 106 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico J. Victoroff y A. Kruglanski, eds. (2009) 2 se puede encontrar un buen resumen de los análisis psicológicos del terrorismo, análisis que en general han tratado de equipararlo a alguna forma de trastorno, enfermedad o síndrome psicológico. Lamentablemente (o afortunadamente, según se mire), la conclusión o el consenso actualmente mayoritario es que en la mente del terrorista, suponiendo que se pueda hablar con ese nivel de generalidad, no hay nada anormal o patológico. Lo inquietante del asunto no sólo es que los terroristas sean personas normales, psiquiátricamente hablando, sino también que las personas normales puedan ser terroristas (Sanmartín, 2005) 3. 2. Argumentación terrorista y razonamiento práctico Desde el punto de vista del análisis argumentativo, el aspecto interesante del terrorismo es que la disposición para realizar actos terroristas parece constituir la conclusión de un razonamiento práctico. Pero es preciso distinguir cuidadosamente entre dicha disposición y la justificación de un acto terrorista. Ciertamente la justificación no comparte necesariamente la disposición para actuar del terrorista. Por decirlo así, su razonamiento es diferente, entre otras cosas porque su conclusión es diferente. La conclusión del terrorista es práctica, mientras que la del que lo justifica es teórica. En el primer caso, tiene más o menos la forma «He de hacer X», donde X es el acto terrorista, mientras que la del «teórico» del terrorismo es simplemente «X está justificado». La argumentación del terrorista le lleva a la acción; la del teórico a la justificación de la acción. Otro aspecto importante es el de la naturaleza monológica o dialógica del razonamiento práctico del terrorista, esto es, si se produce efectivamente ante un interlocutor ante el cual hay que aducir razones, o es el producto de una mera deliberación. Dicho de otro modo, si se trata del razonamiento que hace para sí mismo el terrorista, y que le conduce a la acción, o si se trata de la argumentación que justifica su determinación terrorista ante un interlocutor, entendiendo que tal justificación no es una justificación teórica, sino una explicación de su disposición para la acción. En cualquier caso, se trata de acumular razones (ante sí mismo o ante posibles interlocutores) para la acción. Hay que excluir por tanto los casos en que el propio sujeto, el terrorista, considera que su acción no está necesitada de razones, de justificación o explicación. Esto no significa que la acción terrorista carezca de causas, ni siquiera para el propio terrorista. Al fin y al cabo, la acción terrorista puede ser asimilada a una respuesta automática y no intencional ante situaciones extreVictoroff, J. y A. Kruglansky, eds. (2009), Psychology of Terrorism. Key Readings, Nueva York: Taylor & Francis. 3 Sanmartín, J. (2005), El terrorista. Cómo es. Cómo se hace, Barcelona: Ariel. 2 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 107 Eduardo de Bustos mas de agresión y violencia (real o percibida). O también puede encontrar su explicación en una obediencia ciega a un superior o un líder en una estructura fuertemente jerarquizada. Esto sucede cuando se asume o se interioriza sin más el complejo ideológico y argumentativo de una organización terrorista. Desde luego, no hay que esperar del terrorista individual una particular conciencia crítica respecto a las «razones» de las decisiones dentro de su organización. En parte porque esa conciencia crítica está penada por la propia organización (ahí están los casos de Pertur y de Yoyes en el terrorismo etarra para ilustrarlo), pero también porque los mecanismos de preservación de ese marco (Lakoff, 2008) 4 son una parte fundamental del entramado de la organización. La existencia de mecanismos de reclutamiento, adiestramiento y de adscripción de prestigio, como los analizados por J. Casquete (2007, 2009a y b) 5 para el terrorismo vasco y por múltiples autores para el terrorismo religioso, está dirigida a hacer casi imposible cualquier reflexión crítica por parte del individuo que entra en la organización terrorista. Si un individuo entra en una organización terrorista es porque previamente ha asumido, al menos en parte, el marco cognitivo que da sentido a la argumentación práctica que justifica la acción terrorista. El fenómeno del auto-reclutamiento o voluntariado, presente tanto en el terrorismo nacionalista etarra como en el islamista, resulta inteligible bajo ese supuesto: la predisposición del individuo a aceptar un determinado planteamiento de una situación social y política, por no hablar de la asunción de determinados valores que distinguen al grupo como tal. Pero el caso que es relevante es el de la justificación mediante razones, sea ante uno mismo o ante un interlocutor. Sólo cuando se produce ese intento de autojustificación o de legitimación mediante razones puede analizarse críticamente o poner en cuestión el razonamiento del terrorista y el de quien lo justifica. Por esa razón, el caso en que se da la autojustificación requiere menos atención, es decir, el caso en que el terrorista considera que existen razones que no sólo justifican la acción desde un punto de vista teórico, sino que la hacen imperativa (necesaria) desde un punto de vista práctico, es decir, que le empujan inevitablemente a la acción terrorista. Para el terrorista, su acción es, desde el punto de vista argumentativo, coherente. De hecho, la coherencia ideológica, que tradicionalmente se ha concebido como una relación de congruencia entre pensamiento teórico y acción, es la instancia preferida de justificación del terrorista. El terrorista comete sus acciones porque, si quie4 Lakoff, G. (2008). «The neural theory of metaphor», en R. Gibbs, ed., The Cambridge Handbook of Metaphor and Thought, Cambridge: Cambridge U. Press, 17-38. 5 Casquete, J. (2007), Agitando emociones. La apoteosis del héroe mártir en el nacionalismo vasco radical, Bilbao: Cuadernos Bakeaz; Casquete, J. (2009a), Comunidades de muerte, Barcelona: Anthropos; Casquete, J. (2009b), En el nombre de Euskalherria: la religión política del nacionalismo radical vasco, Madrid: Tecnos. 108 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico re respetar esa coherencia, no le queda más remedio que acometerlas. La acción terrorista es concebida como un medio necesario para la consecución de sus fines, luego, si se quieren los objetivos a toda costa, y la acción terrorista es juzgada como el medio necesario para la consecución de esos fines, entonces la acción terrorista pasa a ser ineluctable, inescapable, para la mente del propio terrorista 6. 3. Más allá de la denominación y la definición persuasiva La comprensión del mecanismo mental que lleva al terrorista a justificar su acción, considerándola inevitable, ha de partir del análisis de su punto de partida, esto es, de las concepciones que constituyen el marco cognitivo de ese mecanismo. Es preciso analizar los supuestos, generalmente incuestionados por el terrorista, que dan su sentido a sus razonamientos y acciones y, por tanto, someter a examen sus declaraciones cuando tienen como objetivo la autojustificación. El enfoque retórico clásico se ha centrado en la denominación y la contribución de ésta a la fijación de un punto de partida en la argumentación 7. Destacaba así el carácter no neutro, «cargado», de la elección léxica: se introducían los conceptos no como meras definiciones esenciales, sino incorporando componentes ideológicos y emocionales (Macagno y Walton, 2010) 8. La elección de las expresiones adelantaba ya lo que iba a ser la argumentación y su conclusión. Dicho de otro modo, la elección de expresiones introducía un sesgo en la argumentación. Los manuales más conocidos de la teoría de la argumentación (Walton, 2006) 9 recogen esta concepción clásica, particularmente en capítulos que se dedican a la detección de falacias y de argumentaciones más o menos incorrectas. Por ejemplo, D. Walton (2006, 218) analiza la función del lenguaje sesgado como determinante en el establecimiento de un punto de vista, el punto de vista de quien introduce un determinado término en una discusión. Según él, el punto de vista o el punto de partida está conformado por una proposición y una actitud acerca de esa proposición. La elección de ciertos términos establece cuál es el punto de vista del hablante: expresa su actitud en vez de sencillamente enunciarla. 6 Tal como lo expresaba un etarra en F. Reinares (2001), Patriotas de la muerte, Madrid: Pensamiento, 91: «Lo que está claro es que ningún país del mundo ha conseguido la independencia sin muertos y sin violencia. No te la van a dar así, por la cara. Está claro que había que luchar para ello [...] A la lucha armada llegas porque por otro medio no puedes... no te dan [...] A la lucha armada llegas porque otras vías no... no hay». 7 Bollinger, D. (1980) Language, the Loaded Weapon, the Use and Abuse of Language Today, Londres: Longman. 8 Macagno, F y D. Walton (2010), «The argumentative Uses of Emotive Language», Revista Iberoamericana de Argumentación, vol. 1, n.º 1. 9 Walton, D. (2006), Fundamentals of Critical Argumentation, Cambridge: Cambridge U. Press. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 109 Eduardo de Bustos Sin embargo, hay que decir que tanto los tratamientos retóricos clásicos como el más moderno de D. Walton, son insatisfactorios. Y lo son por excesivamente limitados a la elección léxica, y por estar lastrados por una concepción tradicional de lo que es el significado léxico y la forma en que se relaciona con el conjunto de nuestras creencias. La semántica cognitiva (Evans y Green, 2006), la disciplina que relaciona la noción de significado con hechos mentales, nos proporciona una imagen mucho más compleja y detallada de cómo funciona la elección léxica y las consecuencias que tiene. La elección de diferentes términos ya no es una mera cuestión estilística ni argumentativa. Se efectúa contra un trasfondo de creencias que no se puede reducir, como pretendían los manuales clásicos, a la noción de punto de vista. En la semántica cognitiva moderna, ligada a la neurobiología (Evans, V. y M. Green, 2006) 10, el significado de un término no se identifica con un listado de notas o propiedades que constituyen la definición de ese término. Es decir, para considerar cómo funciona un término en la comunicación, no es suficiente considerar cuáles son las propiedades esenciales que definen lo aludido por el término. De hecho, en muchas ocasiones los usuarios de un término desconocen sus propiedades esenciales. El significado de un término, en semántica cognitiva, se identifica con un conjunto de conocimientos —entre los cuales está el de la aplicación correcta del término— que tiene más que ver con un conocimiento enciclopédico que con un conocimiento propiamente lingüístico. El conocimiento requerido para la correcta utilización de un conjunto de expresiones —y para su comprensión— no es un conocimiento desestructurado. Está organizado y agrupado por campos o ámbitos conceptuales o experienciales. Y esa organización no es unívoca ni excluyente: un mismo ámbito o dominio puede estar estructurado de forma diferente. La noción pertinente en este nivel es la de marco 11, el tipo de estructuras cognitivas que conforman nuestro modo de ver el mundo. Los marcos determinan además qué tipos de argumentos son válidos en una determinada situación y qué conclusiones son admisibles, así como su fuerza persuasiva. El uso del lenguaje está en una relación directa con esta noción de marco: «Conocemos los marcos a través del lenguaje. Cuando se oye una palabra, se activa en el cerebro su marco (o su colección de marcos) [...] Pues10 Evans, V. y M. Green (2006), Cognitive Linguistics: an Introduction, Edimburgo: Edimburgh U. Press. 11 G. Lakoff es quien más ha investigado la noción de marco en relación con el lenguaje político. En (2004 [2007], 17) dice Lakoff: «los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Como consecuencia de ello, conforman las metas que nos proponemos, los planes de que hacemos, nuestra manera de actuar y aquello que cuenta como el resultado bueno o malo de nuestras acciones». Lakoff, G. (2004 [2007]), Don’t think of an Elephant, Chelsea Green Publishing. Traducción al español: No pienses en un elefante, Madrid: Ed. Complutense, 2007. 110 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico to que el lenguaje activa los marcos, los nuevos marcos requieren un nuevo lenguaje. Pensar de modo diferente requiere hablar de modo diferente» (Lakoff, 2004 [2007, 17]). Desde luego, se puede caracterizar la noción de marco de una forma más técnica y precisa, pero bastará con un ejemplo. Y ese ejemplo tiene dos características reseñables: 1) muestra cómo un mismo marco puede ser utilizado por ideologías contrapuestas, en este caso progresista y conservadora, y 2) cómo se relacionan los marcos con la utilización de metáforas para la construcción de nuevos conceptos y argumentaciones. El ejemplo se refiere a la situación generada tras los atentados del 11-S. Desde luego el terrorismo existió antes de esa fecha, y ha existido después, como bien sabemos, entre otros muchos, los españoles. Pero pocos acontecimientos en la historia han llevado a un replanteamiento conceptual de forma tan radical, especialmente en EEUU y, a su través, en el conjunto de las sociedades occidentales. No solamente porque fuera un conjunto de actos que sucedió en el territorio de los EEUU (en su casa), causando más víctimas que el ataque de Pearl Harbour, sino porque, a diferencia de este último acontecimiento, no estaba claro de dónde procedía la agresión, qué fuerzas la habían llevado a cabo o, en definitiva, quién era el enemigo. El terrorismo del 11-S requería un esfuerzo conceptual, una labor de asimilación de una experiencia nueva, con características que no tenían precedente en la historia. Sin embargo, la reacción oficial fue, desde ese punto de vista conceptual, muy pobre, muy elemental aunque, se podrá decir, sumamente efectiva. Porque la administración Bush eligió el marco de la guerra, de la confrontación bélica, para hacer comprender la nueva situación ante la que se enfrentaban los EEUU y el mundo occidental en general. Según los ideólogos que aconsejaron a Bush, la metáfora de la guerra era la más adecuada para afrontar esa situación: se trataba de una nueva guerra, como las que habían batallado los EEUU a lo largo del siglo XX y, como todas las guerras de ese siglo, los EEUU tenían que ganarla. Los EEUU estaban en guerra. La metáfora de la guerra era particularmente adecuada porque «reducía un aparente problema inmenso, abstracto y complejo a una entidad bien definida, simplificada y, en última instancia, manejable» (Steuter y Wills, 2008, 8) 12. Mediante esa metáfora, se personificaba un concepto abstracto, como el de terror, en un cierto tipo de enemigo. Como tal concepto abstracto, el terror se podía presentar en diferentes formas, incluso en formas insospechadas, de tal modo que se debía estar en un permanente estado de alerta. Cualquier disidencia o análisis crítico de esta aplicación del marco bélico fue considerada como un acto de traición: diversos intelectuales, entre los cuales los más conocidos son G. Lakoff, S. Sontag, 12 Steuter, E. y D. Wills (2008), At War with Metaphor, Nueva York: Rowman and Littlefield. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 111 Eduardo de Bustos N. Chomsky o G. Vidal, fueron estigmatizados por poner objeciones al empleo de ese marco y de su correspondiente vocabulario. Ésa era una de las ventajas del marco en cuestión: en un conflicto bélico, en una situación abierta de guerra, no hay cabida ni para la crítica ni para la disidencia: el pensamiento pasa de ser pensamiento reflexivo a pensamiento reflejo (Lakoff, 2011, 43) 13. La historia de cómo ha evolucionado la aplicación del marco bélico a la lucha contra el terrorismo es sumamente interesante (referencia). Pero lo que interesa es destacar la relación del marco con el empleo del lenguaje y, más en particular, con el uso de metáforas para asimilar, integrar y categorizar una nueva experiencia, y para permitir al individuo razonar y argumentar sobre ella. 4. Metáfora y terrorismo Uno de los defectos del marco bélico para pensar sobre el fenómeno del terrorismo es que es simétrico. Numerosos analistas han señalado esa característica (Lakoff, 2011): el marco bélico es el mismo que utilizan las organizaciones terroristas para describir sus acciones contra las sociedades occidentales. Del mismo modo que los terroristas islamistas hablan de una guerra santa (Yihab) contra Occidente, guerra que, según ellos, es una guerra de liberación, también en Occidente se habla demasiado a menudo de una nueva Cruzada, la Cruzada en defensa de los valores occidentales. La clave, explícitamente religiosa o no, no es la misma, pero sí la estructura del marco y, desde luego, las expresiones usadas: guerra, enemigo, infiel, Satán, batalla contra el Mal, eje del Mal, etc. Evidentemente, ninguno de los presuntos bandos acepta la caracterización que el otro hace de su naturaleza, pero existe una identidad profunda, estructural, en las formas de hablar de unos y otros. Esa identidad se hace patente en la utilización de metáforas similares. José María Calleja (2006) 14 se refería a ese contagio de vocabulario y metáforas en el caso del terrorismo de ETA (o eta, como él prefiere escribir). Adoptando un enfoque retórico clásico, es decir léxico, ponía algunos ejemplos de cómo el vocabulario terrorista había sido adoptado por los medios de comunicación en general (no sólo por los afines al terrorismo). Pueden parecer anecdóticos, pero adquieren una diferente significación cuando se consideran en el contexto del marco cognitivo del que surgen. Así, J. M. 13 Lakoff, G. (2011), «Beyond the War on Terror: Understanding Reflexive Thought», en K. L. Carrington y S. Griffin, eds. (2011), Transforming Terror, Berkeley: U. of California Press, 43-46. 14 Calleja, J. M. (2006), Algo habrá hecho: odio, muerte y miedo en Euskadi, Madrid: Espasa. 112 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico Calleja (2006, 192) se refería al término «legal», utilizado por los terroristas para referirse al estatuto de un terrorista o de un «comando» (otro término que merece la pena analizar) que no estaba fichado por la policía. No solamente tiene «legal» una connotación positiva, sino que invita a una inversión de la perspectiva desde la que se considera la acción terrorista. La legalidad en sentido terrorista se convierte en la contraparte de la legalidad democrática. Paradójicamente, el terrorista «legal» es el que puede cometer con más facilidad actos «ilegales». Aceptar llamar «legal» a un terrorista, aunque se sea consciente del significado que tiene en su jerga, es una concesión que es peligroso hacer 15. Todo esto es muy cierto, pero lo que hay que destacar es que el problema va más allá de la elección del vocabulario: el problema consiste en que, inadvertida o inconscientemente, se adoptan los marcos cognitivos del adversario. En consecuencia, no sólo se comprenden sus razones, sino que se aceptan como una base legítima para una argumentación. Aceptar el marco cognitivo significa aceptar que tales razones tienen un cierto peso y, por tanto, que justifican en cierta medida su razonamiento y argumentación. El marco cognitivo de ETA, y de otros movimientos terroristas étnicos, es el del nacionalismo —la calificación de «independentista» está de más, puesto que todo nacionalismo aspira explícita o implícitamente a la independencia—. En un principio pudo parecer que existía algo así como un nacionalismo de izquierda como ideología de base, pero el proceso de desideologización del terrorismo etarra lo ha reducido a unos extremos en que es indistinguible de cualquier otro movimiento nacionalista. Los elementos distintivos del independentismo terrorista son por supuesto la promoción del odio y el ejercicio de la violencia. Resultan reveladoras a este respecto las declaraciones de un militante de eta trascritas por F. Reinares (2001, 154) 16: «El objetivo era simplemente la independencia. A mí me hubiera gustado una mejora de las condiciones para... toda la gente... para los obreros y tal ¿no? Pero eso ya lo veía como una cosa que tenía que decidir la gente cuando seríamos independientes. Si Euskadi decidiría ser socialdemócrata, pues muy bien. O quería ser falangista, pues falangista. Pero bueno, ya seríamos independientes, ¿no? Yo lo primero era la independencia [...] ¿El socialismo? Si la gente quería, muy 15 Como decía Calleja (2006, 190): «Durante años el lenguaje de los terroristas se ha impuesto sobre el vocabulario de los demócratas. Durante demasiados años, los criminales han creado y vendido su realidad a base de emplear palabras de nueve milímetros parabellum, mientras que los que defendían a las víctimas se las veían y deseaban para poner en pie, y tratar de extender su uso, un vocabulario que tuviera un mínimo de dignidad, que contara la verdad y lo hiciera con una mirada de sensibilidad hacia las víctimas» (op. cit., 190). 16 Reinares, F. (2001), Patriotas de la muerte. Quiénes han militado en ETA y por qué, Madrid: Taurus. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 113 Eduardo de Bustos bien. Y si no, pues también. Pero ya... ya éramos un pueblo ya.» (Entrevista 39). En otro lugar (Bustos, 2000, cap. 9) 17 he analizado la estructura cognitiva del nacionalismo destacando que un elemento esencial de cualquier ideología nacionalista es el de la identidad. Para el nacionalista, la nación es la que proporciona una identidad a los individuos; los individuos pertenecen a esa identidad. Y pertenecer a una determinada nación no sólo identifica sino que también, y por eso mismo, distingue, permite conceptualizar a los demás como los otros, los que no solamente no son idénticos a ti, sino que también constituyen una amenaza potencial para la identidad propia. En el análisis de los procesos de construcción de una identidad han intervenido tanto sociólogos como antropólogos y psicólogos cognitivos. Esos análisis han ido dirigidos a esclarecer los procesos mediante los cuales el individuo se adscribe una determinada identidad que siempre es construida aunque, en general, el individuo la juzgue como natural. No obstante, no resulta fácil mantener, desde el punto de vista científico, que la identidad constituya un estado psicológico, distinguible de otros estados. Más bien es el resultado de cómo el individuo concibe sus formas de vida y les atribuye significado. Por eso, Billig (Billig, 1995, 60 passim) 18 mantiene que «Una identidad no es una cosa: es una abreviada descripción para formas de hablar sobre el yo y la comunidad. Las formas de hablar, o los discursos ideológicos, no se desarrollan en vacíos sociales, sino que se encuentran relacionados con formas de vida. A este respecto, la “identidad”, si es que hay que comprenderla como una forma de hablar, hay que comprenderla también como una forma de vida». Esta aserción puede ser vuelta del revés; las formas de vida, y sus correspondientes formas de hablar, no se desarrollan en un vacío psicológico. Requieren la construcción de conceptos, o de configuraciones cognitivas más complejas, como los marcos cognitivos, que no surgen del vacío, sino de las formas en que los individuos experimentan una realidad, la categorizan y la incorporan —nunca mejor dicho— en sus creencias, incluso bajo la forma de una teoría. Lo que es de naturaleza psicológica es el trasfondo cognitivo, o el sustrato (background), sobre el cual el individuo construye esa identidad. Trasfondo psicológico que requiere la construcción de concepciones, que van desde los conceptos a elaboraciones cognitivas más complejas, como las narraciones, u otras estructuras simbólicas, estáticas o dinámicas. En el proceso de asunción de una identidad existe una voluntad de incorporación, no solamente en el sentido de asumir teorías o narraciones —creer que son ciertas y que describen la forma natural—, sino también en el sentido más 17 18 114 Bustos. E. (2000), La metáfora: ensayos transdisciplinares, Madrid: FCE. Billig, M. (1995), Banal Nationalism, Londres: Sage. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico moderno de asimilación al propio cuerpo, de forma que construyan una prolongación «natural» del mismo 19. La integración de una teoría, en este caso el nacionalismo, al sentido común esta indicado por esa corporeización. El nacionalismo deja de ser juzgado como una teoría abstracta (abstracta, en competición con otras teorías) para ser considerada la forma natural en que el individuo se relaciona con su sociedad, su historia y su cultura. Aunque esa trasformación no es ni mucho menos universal ni mucho menos ahistórica —como han probado J. Juaristi (1989, 1997) 20 y J. Aranzadi (1994) 21 para el caso del nacionalismo vasco—, proporciona un atisbo de explicación, que trasciende lo sociológico y lo antropológico, una explicación que da cuenta de la pregnancia de la ideología nacionalista. La difusión del nacionalismo como ideología popular o religión política (Casquete, 2009) 22 requiere una explicación que vaya más allá, o más al fondo, de lo histórico-político. Una explicación de por qué tal concepción —y las formas de habla o los juegos de lenguaje que lleva incorporados— ha impregnado tan fácilmente la comunicación, hasta el punto de asimilarse al sentido común. Pero, para que tal explicación tenga un cierto contenido, es preciso detallar los mecanismos cognitivos mediante los cuales se lleva a cabo esa incorporación al sentido común; en particular, es preciso identificar la fuente de la elaboración cognitiva de la identidad nacional. Una candidata obvia, desde la perspectiva cognitivista, es la identidad individual corporal, lo que se suele designar como el yo. No un yo metafísico o trascendental, sino un yo concreto, corpóreo, objeto de lo que se ha denominado «experiencia primigenia» [M. Johnson (2007); R. Gibbs (2006)] 23. Un yo donde se concibe que reside la identidad del individuo, un yo que lo define como sujeto. En el análisis de la teoría contemporánea de la metáfora 24, la noción de sujeto y yo están relacionados por una proyección metafórica de acuerdo con un esquema general (Bustos, 2000, 243): 19 Como ha escrito M. Billig, «no hay nacionalismo sin teoría. El nacionalismo entraña supuestos sobre lo que es una nación: como tal es una teoría sobre la comunidad, una teoría sobre la división “natural” del mundo en comunidades de esa clase. No es necesario que la teoría sea experimentada como tal. Los intelectuales han escrito montones de volúmenes sobre la “nación”. Con el triunfo del nacionalismo, y el establecimiento de naciones en todo el globo, las teorías del nacionalismo se han transformado en puro sentido común» (Billig, op. cit., 63). 20 Juaristi, J. (1989), El linaje de Aitor, Madrid: Taurus. Juaristi, J. (1997), El bucle melancólico, Madrid: Espasa. 21 Aranzadi, J. (1994), Milenarismo vasco, Madrid: Taurus. 22 Casquete, J. (2009b), En el nombre de Euskalherria: la religión política del nacionalismo radical vasco, Madrid: Tecnos. 23 Johnson, M. (2007), The Meaning of the Body, Chicago: Chicago U. Press. Gibbs, R. (2006), Embodiment and cognitive science,. New York: Cambridge University Press. 24 Lakoff, G. y M. Johnson (1999), Philosophy in the Flesh, Chicago: Chicago U. Press. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 115 Eduardo de Bustos Esquema general el Sujeto tiene yo (uno o varios) una persona una persona o cosa una relación (de pertenencia o inclusión) > > > el sujeto un yo la relación sujeto-yo Como suele ser habitual, en virtud del principio de metaforización múltiple (Lakoff y Johnson, 1984), existen proyecciones metafóricas secundarias que enriquecen la estructura conceptual. Entre ellas, es importante la metáfora que establece el dominio de la identidad, esto es, la capacidad del sujeto para controlar su propio yo. Esto es particularmente importante en la estructuración de la vida mental: la pérdida del control del sujeto sobre el propio yo es experimentada como una patología o, al menos como un trastorno de la personalidad, como una alteración del estado de cosas «natural». La metáfora del autocontrol (Bustos, 2000). el autocontrol es control de un objeto una persona un objeto físico relación de control ausencia de control > > > > el sujeto el yo el control del yo por el sujeto descontrol psicológico es importante porque destaca cómo se encuentran vinculadas las experiencias físicas corporales con los conceptos que proporcionan sentido a la vida mental. El control de la propia identidad es concebido como un control físico que, por una parte, entraña consciencia (o autoconciencia) y, por otro, proporciona una concepción sobre la vida mental de quien no es uno, del ajeno. Del mismo modo que, en cuanto sujetos, nos identificamos con nuestro yo, atribuimos personalidad e identidad a los demás: son otros porque son otros yóes, con sus límites. Existen otras metáforas que tienen también un componente experiencial, que refuerza su carácter corporeizado. Son metáforas que Lakoff y Johnson (1980) han denominado orientacionales, y que tienen que ver con la ubicación del sujeto y con la experiencia del decurso vital de su yo. En la primera de esas metáforas, el autocontrol está vinculado a la ubicación espacial, y a la (in)estabilidad de tal ubicación (Bustos, 2000, 244). 116 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico I. El autocontrol como ubicación en un lugar una persona un lugar normal estar en un lugar normal no estar en un lugar normal > > > > un sujeto el yo estar bajo control no tener control En esta metáfora se encuentra implícita una teoría sobre la «naturalidad» de las ubicaciones del yo. El sujeto encuentra naturales cierto tipo de ubicaciones, fundamentalmente aquéllas en que experimenta «bienestar», esto es, no solamente una percepción placentera del propio cuerpo, sino también una experiencia de «ajuste» entre el propio cuerpo y el entorno exterior. La pérdida de control es experimentada como la ausencia de ese bienestar y de ajuste al entorno. Éste, en la medida en que es ajeno al individuo, es considerado como una amenaza potencial o real al bienestar del sujeto. El entorno desconocido es, por definición, un entorno potencialmente hostil, fuente de dolor o de sufrimiento para el sujeto. Por otro lado, la metáfora que interioriza el decurso vital del yo, en la medida en que es sometido a variaciones temporales y a modificaciones sociales, es la metáfora del yo múltiple que, de acuerdo con Lakoff y Johnson (1999, 270) entraña una interiorización de la vida social e histórica. II. El yo múltiple una persona otras personas los roles sociales estar en el mismo sitio estar en un sitio diferente > > > > > un sujeto otros sujetos los valores adscritos a los roles tener los mismos valores tener diferentes valores A lo largo de su vida social e histórica, el sujeto experimenta modificaciones o alteraciones en su yo. En el caso del decurso vital, modificaciones en la estructura y capacidades del cuerpo pueden asimilarse a alteraciones del yo. El yo puede no reconocerse en esas modificaciones porque ha desarrollado una teoría en la cual es esencial la permanencia y la estabilidad, en la que no se acepta la evolución o el cambio («yo ya no soy aquel que era», etc.). Lo mismo sucede en cuanto a las relaciones del sujeto con su entorno social en que, a menudo, se ve obligado a ejercer diferentes roles sociales. Éstos se encuentran ligados a valores, fundamentalmente de pertenencia o autenticidad, roles en los cuales el sujeto puede sentirse más o menos identificado. Cuando el sujeto se ve obligado a encarnar roles diferentes, el yo ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 117 Eduardo de Bustos puede reconocerse o no en esos papeles asociados a valores. Por eso, en esta dimensión de la experiencia individual, el yo y el sujeto mantienen relaciones «sociales» de afinidad o extrañeza. De afinidad, cuando el yo se reconoce en el rol social que adopta el sujeto; y de alienación cuando el rol social adoptado desvirtúa la naturaleza del yo. La noción de yo, a su vez, está estructurada de acuerdo con una metáfora que pone en relación sus dimensiones externa e interna, y una noción del yo «auténtico», «esencial» (Bustos, 2000, 245): Y (E) Y (I) Y(A) Y (E)xterno Y (I)nterno Y (A)uténtico el yo interno está dentro del yo externo o aparente el yo real externo, el yo aparente, en oposición al yo oculto, que está dentro y que, en ocasiones, pugna por salir el yo auténtico, el yo imaginado, o imagen normativa del yo, el yo que querríamos ser Las dimensiones externas e internas están vinculadas metafóricamente de acuerdo con la teoría dualista del sentido común, que postula una jerarquía o inclusión del yo interno en el yo externo. Esa jerarquía se corresponde con un esquema imaginístico (image schema) corriente [identificado por vez primera por M. Reddy (1979) 25, en la metáfora del contenedor o recipiente] según el cual, dentro de cada yo externo o aparente existe un yo interno, que es el que determina las manifestaciones externas, conductuales, del sujeto. Ahora bien, ese yo interno puede ser coherente o no con el yo esencial, que es fundamentalmente una construcción cognitiva del sujeto, que en general tiene una estructura narrativa. El sujeto concibe ese yo esencial como el yo auténtico, aquel al que, en su imaginación, debería tender su yo interno y, a su través, las manifestaciones externas, conductuales. Desde el punto de 25 Reddy, M. (1979), «The conduit metaphor», en A. Ortony, ed., Metaphor and Thought, Cambridge: Cambridge U. Press, 1979. 118 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico vista cognitivo, la propiedad esencial en todo este juego de yóes es la coherencia (Thagard, 2000) 26. Son las percepciones de coherencia o incoherencia las que impulsan la dinámica de las relaciones entre los yóes, y el origen de de conflictos y soluciones psicológicas. La vida psicológica está estructurada por éstas y otras metáforas. Si se mencionan éstas es porque son relevantes para la comprensión de la estructuración del concepto de identidad colectiva, especialmente en su dimensión nacionalista. En la constitución del concepto de identidad colectiva nacional se opera una proyección metafórica de la estructuración de la vida psicológica individual. Básicamente, el proceso consiste, como ha afirmado la teoría cognitiva de la metáfora (Lakoff, 2008; Gibbs, 2006; Johnson, 2007) en una utilización de experiencias básicas, concretas, ligadas a la conciencia del cuerpo, para su aplicación en la constitución de conceptos abstractos, como el de identidad colectiva. Ésta es parte de la explicación de por qué la ideología nacionalista se incorpora tan rápida y fácilmente al conocimiento común: por su anclaje de lo abstracto en lo concreto, y por su enraizamiento en la experiencia corporal, inmediata y universal. Y ha de formar parte también de la adscripción de valores emocionales a la integración en una identidad colectiva, como prolongación o extensión de la identidad sentida del propio cuerpo. No resulta difícil describir (Bustos, 2000, 247) la proyección metafórica esencial que constituye el núcleo de la estructuración del concepto de identidad nacional: sujeto yo relación sujeto-yo > > > pueblo o etnia nación relación pueblo-nación En esta metáfora se reproducen las relaciones que atañen al sujeto y al yo en las dimensiones histórica, social y cultural. Igual que el sujeto tiene un yo, que define su identidad, el pueblo o la etnia han de tener una nación. La nación es el sujeto que experimenta las alteraciones o modificaciones propias del tiempo (la historia) o de las relaciones con el entorno (políticas). Esas modificaciones son también experimentadas y categorizadas en términos de ajuste o de coherencia. El caso extremo es evidentemente cuando lo que es metafóricamente equivalente al yo «carece» de un sujeto, cuando la nación no ha alcanzado su existencia (como sucedió con el estado de Israel) o cuando su existencia se ha visto negada o menoscabada en algún sentido (País Vasco, Irlanda del Norte...). 26 Press. Thagard, P. (2000), Coherente in Thought and Action, Cambridge, Mass.: MIT ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 119 Eduardo de Bustos Igualmente, se reproduce el esquema de la pertenencia. La nación es objeto de la posesión o el dominio de un pueblo o etnia, es la forma en que manifiesta y concreta esa identidad. Cada pueblo, en cuanto sujeto diferente, no sólo tiene una nación, sino que además tiene derecho a tenerla, puesto que negarla es negar la propia identidad del sujeto. Por eso es importante la proyección metafórica de la relación de control (Bustos, 2000, 248): La relación de control sujeto yo relación de control o dominio descontrol > > > > pueblo o etnia nación el pueblo o la etnia posee una nación el pueblo no posee una nación porque expresa la forma en que se relaciona el pueblo con su nación. El control se manifiesta paradigmáticamente a través de la noción de soberanía: un pueblo no alcanza su identidad colectiva si ésta no es manifestada a través de la posesión de una nación soberana. No alcanzar o perder la soberanía se siente como una pérdida del control del yo, de la propia identidad (Bustos, 2000, 248). El control como posesión de un objeto: sujeto yo control del yo pérdida del control > > > > pueblo o etnia nación soberanía carencia de soberanía Y esto no se desarrolla como un puro juego de conceptos abstractos: la relación de control se concreta en la dimensión espacial. Poseer una nación es poseer un territorio, un espacio en el que el yo, la nación, tienen su ubicación natural (Bustos, 2000, 249) 27 27 Esta metáfora subyace, y hace comprensible, no sólo las aspiraciones de territorialidad de las ideologías nacionalistas, sino que también permite captar el sentido de la ideología de la tierra propia, de la tierra ancestral. Del mismo modo que el yo experimenta la enajenación, el extrañamiento cuando se percibe en una ubicación ajena, fuera de su lugar natural, así el nacionalista sólo puede concebir su nación ligada a un determinado lugar, una tierra, en la que su identidad no encuentra trabas. Carente de ubicación natural, el nacionalista vagará por el extranjero, en una permanente búsqueda o recuperación de ese lugar. Quizás el mito bíblico del Paraíso no sea sino una transposición simbólica de esa experiencia psíquica y cognitiva de ubicación del yo... Pero, siendo general ese tipo de proyección metafórica, lo importante que es preciso subrayar, en el caso de la ideología nacionalista, es que la pretendida ubicación natural del pueblo o de la etnia, es un territorio que ha de coincidir, en sus límites, 120 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico El control como ubicación en un lugar: sujeto yo estar en un lugar normal > > > pueblo nación estar (poseer) un territorio soberano El juego de los diferentes yóes, externo, interno y esencial permite entender otras dimensiones de la noción de identidad colectiva nacional (Bustos, 2000, 250): El yo múltiple sujeto > otros sujetos > valores de roles o estereotipos sociales > tener los mismos valores > pueblo otros pueblos valores o características étnicas pertenecer al mismo pueblo La metáfora proyecta el mundo de las relaciones de los diferentes yóes en el mundo de las relaciones entre pueblos. En la medida en que los otros son individuos diferentes de mi, así sucede con los pueblos. Cada cual tiene su identidad: un pueblo se diferencia precisamente en el presunto hecho de que tiene una personalidad, unos rasgos que otros no tienen. Y esos rasgos constituyen valores que se proyectan desde el ámbito social al étnico. Lo que resulta ya no son los diferentes papeles sociales que el sujeto experimenta en su vida social, sino los diferentes rasgos nacionales o étnicos que caracterizan al pueblo. Uno de ellos es, obviamente, la lengua, que es un factor medianamente objetivable, pero otros rasgos pertenecen claramente a estereotipos mediante los cuales se perciben y conceptúan los pertenecientes a ese pueblo, esto es, a la construcción simbólica y narrativa de lo que es propio y característico de la etnia. Desde luego, esa proyección de relaciones sociales en relaciones étnicas no es propia de todos los nacionalismos, pero es clara en los nacionalismos étnicos y, ocasionalmente, en los movimientos derechistas de carácter xenófobo o racista. En el nacionalismo étnico (como el nacionalismo vasco tanto en su versión moderada del PNV como radical de HB o Amaiur) se da un predominio cognitivo de ese plano étnico sobre el social, hasta el punto de que las propias relaciones sociales se ven a través de ese prisma. Y tal inversión es claramente perceptible en las ideologías de los mismos terroristas de ETA. En sus declaraciones existen numerosas afirmaciones que apuntan a que la nación en sus contornos o fronteras, con el de la nación, esto es, con los del yo. Muchas ideologías nacionalistas, incluyendo la terrorista de eta, no se pueden entender si no se capta esa identificación entre nación y territorio, entre yo y lugar natural del yo. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 121 Eduardo de Bustos (o nacionalidad) actual no es sino un yo externo que, en el mejor de los casos, coincide sólo parcialmente con la naturaleza de la nación vasca y, desde luego, tiene relaciones de clara incoherencia con la nación esencial, el País Vasco imaginado en la mitología nacionalista. El impulso ideológico del terrorista de ETA ha sido hacer posible la realidad de una nación vasca esencial, pero esa nación esencial no se corresponde desde luego con la nación externa (el actual País Vasco) ni con la nación histórica que, a lo largo de los años, ha visto modificada o falseada su auténtica naturaleza, su yo interno. Y esa orientación se ha dirigido sobre todo a la destrucción por la violencia del actual yo externo y de los posibles obstáculos que han impedido la plena identificación entre la nación interna y la nación esencial. 5. Conclusión Éste es el trasfondo sobre el que hay que situar el lenguaje del terrorista, que en poco se diferencia del nacionalista. Como se ha observado en muchas ocasiones, la maniobra esencial del lenguaje nacionalista es una especie de sinécdoque (la parte por el todo): del mismo modo que sólo existe una nación auténtica, que no hay que identificar con la nación histórica, sólo existe una clase de auténticos ciudadanos, los nacionalistas. Los otros son, en el mejor de los casos, individuos que no han alcanzado la conciencia suficiente que les eleve a la categoría de patriotas. La colectividad en su conjunto sólo puede estar caracterizada y representada por el ciudadano nacionalista. Y del mismo modo que él pertenece a la nación, y ello le identifica, la nación le pertenece a él, puesto que es él quien determina su auténtica naturaleza. Todo su discurso está pues orientado a apoderarse de la voz de la colectividad en su conjunto. El lenguaje del terrorista no hace sino exacerbar esa característica; porque el terrorista se ve a sí mismo como una elite dentro del independentismo, como miembro de una minoría que ha entendido algo que no alcanzan a entender (o a sentir) los meros nacionalistas: que es necesario el ejercicio de la violencia para alcanzar los objetivos políticos. A su vez, como se ha señalado en muchas ocasiones (Calleja, 2006, cap. 9), el nacionalismo tiende a considerar que los terroristas son patriotas desencaminados, que se han dejado llevar por el odio de una forma infantil, que no han analizado la situación política de una forma madura y responsable, etc. Ese juicio se traduce en el uso de un lenguaje aparentemente neutro (o técnico) en que las acciones terroristas se describen como un camino o una vía errónea para alcanzar objetivos políticos. Igualmente se traduce en la adopción de términos como lucha armada para referirse a los atentados terroristas, expresiones que sólo tienen sentido desde la perspectiva del terrorista. 122 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 Metáfora y terrorismo étnico En general, como conclusiones de tipo teórico cabe formular las dos siguientes: el lenguaje terrorista requiere una consideración crítica, basada en la ciencia cognitiva. Esto significa no sólo la crítica a la elección de un vocabulario específico o de una determinada jerga para referirse a los actos terroristas. Implica también desvelar el trasfondo cognitivo que da sentido a las formas de hablar del terrorista y de quienes le apoyan. Parte de esa crítica se puede ampliar al lenguaje del nacionalismo, en la medida en que incurre o se fundamenta en abusos lingüísticos. Una dimensión fundamental de la consideración crítica del lenguaje terrorista es el esfuerzo en no adoptar los marcos cognitivos de donde surge el lenguaje terrorista. Demasiado a menudo, quizás de forma inconsciente, se aceptan esos marcos o parte de ellos, haciendo un otorgamiento implícito de razones y de argumentos al terrorista. Como ha indicado Zulaika (2009, 2) 28, el discurso terrorista crea una realidad, su propia realidad, pero lo hace no mediante un presunto poder mágico de las palabras, sino mediante la integración corpórea del mundo al que el discurso remite. El discurso terrorista étnico se fundamenta en la construcción metafórica de un concepto de nación y en la renarración de su historia (generalmente en términos de opresión y sufrimiento). La crítica de ese discurso, la crítica del terrorismo, no se puede limitar a señalar su dimensión retórica, sino que ha de ir más allá, al análisis crítico de las estructuras cognitivas que lo alimentan. BIBLIOGRAFÍA Aranzadi, J. 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ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 123 Eduardo de Bustos Gibbs, R. (2006): Embodiment and cognitive science. New York: Cambridge University Press. Johnson, M. (2007): The Meaning of the Body, Chicago: Chicago U. Press. Lakoff, G. y Johnson, M. (1999): Philosophy in the Flesh, Chicago: Chicago U. Press. Lakoff, G. (2004[2007]): Don’t think of an Elephant, Chelsea Green Publishing. Traducción al español: No pienses en un elefante, Madrid: Ed. Complutense, 200. Lakoff, G. (2008): «The neural theory of metaphor», en R. Gibbs, ed., The Cambridge Handbook of Metaphor and Thought, Cambridge: Cambridge U. Press, 17-38. Lakoff, G. (2011): «Beyond the War on Terror: Understanding Reflexive Thought», en K. L. Carrington y S. Griffin, eds. (2011), Transforming Terror, Berkeley: U. of California Press, 43-46. Macagno, F y Walton, D. 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Zulaika, J. (2009): Terrorism: the Self-fulfilling Prophecy, Chicago: Chicago U. Press. 124 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 105-124, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.04 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror* The rationality of terror JULIÁN SAUQUILLO Universidad Autónoma de Madrid RESUMEN. El terrorismo contemporáneo no es un fenómeno ancestral, irracional y oriental. Tampoco es una reacción fanática de las religiones que reivindican una sociedad atrasada frente a las sociedades desarrolladas del primer mundo. El terrorismo actual es un fenómeno plenamente moderno: uno de los peores engendros de la sociedad moderna, dotado de una planificación racional de objetivos. Una interpretación capciosa de la religión islámica dota al terrorismo de una proyección universal entre la numerosa audiencia de descontentos con el poderío de esa potencia difusa que conocemos como el Occidente desarrollado. Al Qaeda no duda en presentar su guerra con Occidente como una «guerra sin cuartel» hasta eliminar a los cristianos infieles y someter al mundo al Islam. Mientras tanto, en similar sentido conflictual, la campaña teórica de Samuel Huntington por todo el planeta, responde con un paradigma postguerra fría capaz de inflamar el conflicto internacional en un sentido no menos beligerante con anti-Occidente que el empleado por los imanes radicales. Como ha señalado Amartya Sen, al priorizar de esta forma la identidad religiosa, la respuesta de Occidente al terrorismo internacional como «terrorismo islámico» es muy torpe pues se magnifica la importancia de las autoridades religiosas en detrimento de los cauces gubernativos en la resolución de los problemas. * ABSTRACT. Contemporary terrorism is not an ancestral, irrational, oriental, phenomenon. Nor is it a fanatical reaction of the religions that vindicate a backward society as against the developed societies of the first world. The terrorism of today is a thoroughly modern phenomenon: one of the worst monstrosities of modern society, supplied with rational planning of objectives. A captious interpretation of the Islamic religion endows terrorism with a universal projection among the multitudinous audience of the discontented with the might of that diffuse power that we know as the developed Western world. Al Qaeda does not hesitate to present its war against the West as «a war without quarter» lasting until the infidel Christians are eliminated and the world is subjugated to Islam In the meantime, in a similar conflictive sense, the theoretical campaign of Samuel Huntington across the entire planet responds with a paradigmatic post-cold war, capable of inflaming the international conflict, in a sense no less belligerent with the Anti-Occident than that employed by the radical Imams. As has been pointed out by Amartya Sen, to give priority in this way to the religious identity, the response of the West to international terrorism in calling it «islamic terrorism» is very clumsy, as it magnifies the importance of the religious authorities in detriment to governmental ways and means in the solving of problems. Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto I+D+i DER 2009-08138. [Recibido: Mar. 11 / Aceptado: Ene. 12] 125 Julián Sauquillo Palabras clave: islamismo, identidad religiosa, racionalidad planificadora, Samuel Huntington, sociedad moderna, terrorismo contemporáneo, Amartya Sen, Theodor Adorno. Key words: Islamic religion, religious identity, rational planning of objectives, Samuel Huntington, modern society, contemporary terrorism, Amartya Sen, Theodor Adorno. «—¿Por qué dices que los que hicieron eso no son verdaderos musulmanes? —Alá, como el Dios de los judíos y de los cristianos, prohíbe matarse a sí mismo, es decir, suicidarse. Y prohíbe también matar a los demás. Esos hombres que iban en los aviones, que mataron a los pilotos con un cuchillo y luego dirigieron los aparatos contra las torres de Nueva York, ignoraban la religión musulmana. Son unos fanáticos. —¿Qué significa fanático? —Es el que cree que siempre tiene razón y que es el más fuerte. Como no estés de acuerdo con él, puede ser bastante peligroso. (...) Son unos terroristas. —Papá, ¿qué quiere decir terrorista? —En el término “terrorista” está la palabra “terror”, que significa un gran miedo o espanto, pánico. Hubo épocas en la historia en que este terror se ejerció de modo colectivo contra determinados sectores de la población, en particular durante la Revolución francesa, en 1789. Fue algo horrible. (...). Islam significa “sumisión a la paz”. Así que lo que ha sucedido es una locura que ni tú ni yo comprendemos.» Tahar Ben Jelloun, «El 11 de septiembre explicado a nuestros hijos», El Islam explicado a nuestros hijos (2002). 1. La extensión del fanatismo moderno Las sociedades contemporáneas de todo el planeta sufren el terrorismo como expresión de un terror colectivamente calculado, planificado y sostenido organizativamente. Incluso cuando su objetivo expreso es crear una angustia indiscriminada en toda la sociedad y no va dirigido a un colectivo determinado como objetivo destructor, se origina de una forma premeditada sin que pueda comprenderse como violencia espontánea de un individuo o varios, episódicamente enaltecidos o enfebrecidos por una circunstancia pasajera. Con frecuencia, esta forma de terror procura una inseguridad generalizada en la población y logra la impresión cívica de que nadie está exento o es indemne a sus mortales efectos 1. Otras, se dirige a un grupo representativo del Estado o de la sociedad civil —policía, representantes democráticamente eleJean Baudrillard, A l’ombre des majorités silencieuses, París, Editions Utopie, 1978 [traducción Antoni Vicens y Pedro Rovira, «A la sombra de las mayorías silenciosas», Cultura y simulacro, Barcelona, Karios, 1978 (3.ª ed. 1987), 193 pp., pp. 107-168, pág. 162]. 1 126 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror gidos, periodistas, intelectuales, algún grupo religioso o étnico...—. Pero siempre es tanto más efectivo cuanto más crea la sensación generalizada de vulnerabilidad en la sociedad y más deslegitima al Estado, tanto más débil cuanto menos capaz es de asegurar la vida y la seguridad de sus ciudadanos. Si atendemos a su estrategia, no cabe duda de que responde a una racionalidad instrumental inapelable: eficaz por sus fines propiciadores del mayor caos y destrucción posibles. Una racionalidad que dispone medios tanto más letales como sofisticados en una táctica conducente al logro de fines mendaces. Los filósofos de Frankfurt destacaron el carácter intrínseco de la racionalidad instrumental a todas las sociedades de todas las épocas al subrayar cómo la primera ilustración fue griega, antigua, y no francesa 2. Desde luego, supieron que se pude ser moderno sin ser ilustrado. Theodor Adorno y Max Horkheimer no tendrían objeción alguna —en mi opinión— a que el terrorismo se imputara a los peores engendros de la modernidad junto a la cultura de masas, el mundo del ocio o del deporte y los campos de concentración. Sin embargo, poco previeron en torno a este fenómeno más propio de las sociedades actuales, en las que se dio un salto exponencial de la cantidad a la calidad, que de las sociedades de la primera mitad del pasado siglo 3. Al concebir una racionalidad instrumental para todas las épocas, poco aportan a resolver si el terrorismo como terror planificado es propio de sociedades orientales y tradicionales frente a occidente —en cuyo caso, sería la reacción premoderna de las tradiciones al desarrollo occidental y moderno— o es un efecto puramente moderno, incluso cuando sus valedores pertenecen a etnias o grupos religiosos. Sin mucho fundamento, con frecuencia, suele valorarse que el terrorismo es el ataque violento y religioso de las tribus reivindicativas de la sociedad ancestral y premoderna a la sociedad desarrollada y moderna. Pero éste no es sino el envoltorio utilizado por el terrorismo para lograr el mayor impacto entre las poblaciones más empobrecidas. Se opone así el terrorismo islámico, tribal, a la sociedad democrática, liberal y del bienestar 4. Sin mucho fundamento, digo, porque poco o nada avala que las tradiciones orientales empujen al terrorismo. Y menos que los medios empleados en ocasionar el terror sean otra cosa que plenamente modernos (sus dirigentes más señalados bien pueden ser un ingeniero y un médico —tal era el caso de Al Qaeda— como si se hubiera previsto, incluso, reparar algún destrozo). Las fuentes sustentadoras 2 Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialektik der Aufklärung. Philosophische fragmente, Frankfurt am Main, S. Fischer Verlag, 1944 (traducción de H. A. Murena, Dialéctica de la Ilustración, Buenos Aires, Sur, 1970, 302 pp.). 3 Una historia completa del terrorismo desde sus orígenes puede encontrarse en Michael Burleigh, Blood & Rage. A Cultural History of Terrorism, 2008 (traducción de Miguel Martínez-Lage y Natalia Rodríguez-Martín, Sangre y Rabia. Una historia cultural del terrorismo, Madrid, Taurus, 2008, 736 pp.). 4 Gilles Kepel, Jihad: Expansion et déclin de l’islamisme, París, Éditions Gallimard, 2000 (traducción de Marga Latorre, La yihad: Expansión y declive del islamismo, Barcelona, Península, 2002, 797 pp.). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 127 Julián Sauquillo del terror planificado son, más bien, no sólo modernas sino plenamente contemporáneas. Comprender a los guerrilleros suicidas que atacaron las capitales comercial y política de Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001 requiere deshacerse del prejuicio de que volvían a los tiempos medievales y reivindicaban apartarse del progreso moderno. Un espectacular ataque que pretende un nuevo mundo no apunta hacia los ayeres sino al futuro. Quizás debamos habituarnos a que existen modos de ser monstruosos y no sólo positivistas de lo moderno. De una parte, la Rusia soviética intentó occidentalizar oriente a partir del mito religioso de la Humanidad y del Progreso, revolviéndose precisamente contra la tradición zarista con un afán subrayadamente modernizador. Los bolcheviques eran enemigos de los valores liberales pero no contrarios a los valores ilustrados encarnados en la tradición hegeliana y marxista que les precedía. De otra parte, el nacionalsocialismo representó una versión delirante de la confianza en la raza superior y en la continuidad entre mayor nivel científico y más alto grado de evolución. Los nazis repudiaron el pasado y son ambiguamente ilustrados. Dentro de estas versiones espectrales de lo moderno, Al Qaeda es moderna por inequívocamente semejante al fascismo. Precisamente al quebrar el orden medieval, aparecieron en Europa movimientos milenaristas muy semejantes a la versión radical del Islam propuesta por Al Qaeda. Al desaparecer la autoridad medieval, los movimientos milenaristas profundizaron la desaparición de las jerarquías. En momentos más próximos, a finales del siglo XIX, aparece un terrorismo que no duda en su autoinmolación, un nihilismo destructor que está presente en los terroristas rusos y en Al Qaeda. El precedente inmediato de los activistas de Al Qaeda es el anarquismo ruso del siglo XIX estudiado por Albert Camus 5. Las raíces de Al Qaeda son las propias de un subjetivismo moderno que se opone a la razón. Al Qaeda entronca con la crítica moderna de los universales ilustrados: de una parte, es adversaria del universalismo ejemplar de Estados Unidos como potencia política; de otra parte, no deja de representar un apostolado mundial al pretender extender su dominio político en la tierra. Sus células planetarias son la quintaesencia de una modernidad que irradia un poder tan subjetivo, y con tanto afán de poder, como universal. La expresión moderna de Al Qaeda no sólo tiene este anverso expansionista y mesiánico de la dominación política sino que guarda un reverso económico. El terrorismo de Al Qaeda utiliza la globalización económica como modelo al sufragar sus gastos mediante un tráfico de drogas sin fronteras. El narcotráfico que sostiene al terrorismo aprovecha paraísos fiscales y logra una circulación de capitales sin límites geográficos. Combina así una estrategia política local sin barreras de actuación y una economía planetaria. Puede apoyarse en una dúctil red de activistas extendida en todo el mundo y en mecanismos financieros 5 Albert Camus, El extranjero (traducción de Bonifacio del Carril), Buenos Aires, Emecé, 2.ª ed. 1950, 157 pp. 128 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror sofisticados, propios de una empresa internacional con un potentísimo servidor informático. Y, a su vez, como las empresas más adaptativas que localizan los productos más universales con idiosincrasias, es capaz de sustentarse en alianzas de clan refractarias a cualquier traición y partidarias de sacrificios individuales absolutos. Como todos los fenómenos modernos, Al Qaeda puede combinar perfectamente la eficacia del sistema con los sacrificios individuales en aras de la operatividad del engranaje 6. Nada que tuerza los presupuestos modernos y el sincretismo más pragmático 7. Una interpretación capciosa de la religión islámica le dota al terrorismo de una proyección universal entre la numerosa audiencia de descontentos con el poderío de esa potencia difusa que conocemos como el Occidente desarrollado. Al Qaeda no duda en presentar su guerra con Occidente como una «guerra sin cuartel» 8 hasta eliminar a los cristianos infieles y someter al mundo al Islam. Mientras tanto, en similar sentido conflictual, la campaña teórica de Samuel Huntington por todo el planeta, responde con un paradigma postguerra fría capaz de inflamar el conflicto internacional en un sentido no menos beligerante con anti-Occidente que el empleado por los imanes radicales. Como ha señalado Amartya Sen, al priorizar de esta forma la identidad religiosa, la respuesta de Occidente al terrorismo internacional como «terrorismo islámico» es muy torpe pues se magnifica la importancia de las autoridades religiosas en detrimento de los cauces gubernativos en la resolución de los problemas 9. Las tesis del politólogo americano se plantean como un útil esquema, con reducciones teóricas calculadas, capaces de predecir los ataques de anti-Occidente a Occidente. No se trata tanto de un estudio completo de las trasformaciones culturales de hoy sino de un «mapa simple, pero no demasiado simple» que sirva para entender lo que está pasando. Al tratarse de una «base» de intelección, El choque de Civilizaciones (1993, 1996) tiene que ir, expresamente, a lo que importa y no detenerse en lo que no lo es. La discriminación de información da lugar, por ejemplo, a que no importe demasiado si se están considerando «siete u ocho civilizaciones» (civilización más 6 Ernesto Sábato, Hombres y Engranajes, Heterodoxia, Buenos Aires y Madrid, Emecé y Alianza Editorial, 1941, 1951, 1973, 200 pp., pp. 13-94. 7 John Gray, Al Qaeda and what it means to be modern, Londres, Faber and Faber Limited, 2003 (traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar, Al Qaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, Paidós, 2004, 180 pp., pp. 22, 27, 35, 36, 37, 42, 108, 109, 114, 115, 116, 118, 160). 8 Según contó Rafael Sánchez Ferlosio, en una intervención periodística, la expresión «guerra sin cuartel» proviene de las particularmente sanguinarias guerras carlistas. Antes de entregarse al enemigo, los asediados preguntaban «¿Hay cuartel o no hay cuartel?». Que no hubiera cuartel significaba que los asediantes deseaban una rendición completa y sin condiciones. No iba a haber prisioneros porque, una vez rendidos, todos los derrotados serían fusilados. Entonces, el combate no se interrumpía y duraba hasta el final. 9 Amartya Sen, Identity and violence: the illusion of destinity, Nueva York, Norton & Company Ltd., 2006 (traducción de Verónica Inés Weinstabl y Servanda María de Hagen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, Buenos Aires, Katz Editores, 2007, 266 pp., pp. 36, 37). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 129 Julián Sauquillo o civilización menos...). Se trata de una útil simplificación avalada por su capacidad predictiva. Pero más concretamente, ¿en qué se diferencia la geopolítica de la guerra fría de la geopolítica postguerra fría, según Huntington? En que las identidades culturales, configuradas en su nivel más amplio como civilizaciones, están cohesionando, desintegrando, metiendo en conflicto al mundo político posterior a la guerra fría. Los corolarios de esta tesis principal son cinco. En primer lugar, se afirma que la modernización económica y social no está produciendo una universalización por occidentalización de las sociedades que no eran tales sino una conversión de la política global en escenario de variadas civilizaciones que se presentan como polos en tensión. En segundo lugar, en el equilibrio de poder entre las civilizaciones, es previsible que siga la tendencia hoy y en el futuro, occidente pierde protagonismo debido al papel primordial adquirido por las civilizaciones asiáticas a nivel económico, militar y político y al impulso demográfico de la civilización musulmana. El desequilibrio de poder eleva a asiáticos, musulmanes y vecinos y deja caer a occidente. En tercer lugar, las alianzas de colaboración entre Estados se rigen por la identificación cultural y de civilización, fuera de cuyo guión resultan infructuosas. En cuarto lugar, la estrategia universalista de occidente es inútil porque ocasiona cada vez mayores conflictos con China y el mundo musulmán. Los conflictos desencadenados por occidente generan cada vez mayor solidaridad entre los Estados que se ven envueltos en guerras locales provocadas por tal universalismo. En quinto lugar, la elusión de gran guerra universal entre civilizaciones depende de que la identidad norteamericana se refuerce como singular y sea aceptada como preponderante para todos los países occidentales que se emplearán en su defensa frente a posibles ataques antioccidentales. Huntington prevé un mapa geoestratégico dominado por el Estado nación si bien en alianzas leales a la pertenencia religiosa, cultural y de civilización (de nuevo es la previsión de Carl Schmitt de un «nomos» basado en el Estado nación y las alianzas entre Estados 10). La política global ya no se tensa en bloque sino en civilizaciones (las grandes potencias señaladas por Henry Kissinger —Estados Unidos, Europa, China, Japón, Rusia e India— pertenecen a cinco civilizaciones y los Estados islámicos, por densidad demográfica y recursos petrolíferos, poseen suma influencia en el mapa geopolítico). El eje política local-política universal es movido por el eje etnicidad-civilización. Aquellas previsiones de Tocqueville de dos grandes superpotencias, Estados Unidos y Rusia, y de Kissinger, de seis potencias, se desvanecen por la emergencia del choque de civilizaciones. Ni las clases sociales, ni las ideologías unifican y escinden tanto el mapa geopolítico como las culturas. El signo diferenciador de las 10 Carl Schmitt, Der Begriff des Politischen: text von 1932 mit einen Vorwort und drei corollarien, Berlín, Duncker & Humblot, 1979, 124 pp. (versión española de Rafael Agapito, El concepto de lo político: texto de 1932 con un prólogo y tres corolarios, Madrid, Alianza Editorial, 2002, 153 pp.). 130 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror diversas culturas no es el nivel de bienestar sino las religiones cada vez más acuciantes en su proselitismo y en su pujanza social. Aunque Samuel Huntington subraya que la democracia es un escollo cultural para el mundo musulmán (a pesar de la notable participación de los afganos en las últimas elecciones del 20 de agosto de 2009), reconoce esfuerzos de los Estados no occidentales por convertirse a la civilización occidental para beneficiarse (utiliza la expresión «subirse al carro»). Pero el peligro mayor, del que advierte, proviene de un frente antioccidental, cada vez más alcista representado por Asia y el mundo musulmán. La tosquedad del planteamiento se da por descontada por el propio Huntington si sirve como admonición urgente y «terapia de choque» a los peligros acechantes que tenemos en un horizonte político inmediato. Demasiada información en un «mapa de carreteras» puede molestar a un rumbo claro de circulación 11. Amartya Sen le atribuye a Huntington realizar una «desatención selectiva» por desestimación de la profundidad de las culturas no occidentales. Por ejemplo, el politólogo norteamericano no tiene en cuenta las idas y vueltas de hallazgos matemáticos y astronómicos de oriente a occidente que favorecieron el progreso en la historia de la ciencia 12. Tampoco distingue correctamente que es distinta una nación constitucionalmente secular y laica, como la India contemporánea, de un Estado teocrático de signo hindú con una población mayoritaria hindú, como Huntignton se empeña en ver la civilización hindú en la India dentro de su esquema 13. Tanta simplificación olvida, entre otras realidades, tres cuestiones: en primer lugar, las tradiciones hindúes, cristianas, budistas, católicas y musulmanas de tolerancia cultural y religiosa que tuvieron vida en el territorio de la India, desde antes de nuestra era, por no hablar también de la concepción liberal contemporánea que inspiró a la democracia constitucional actual allí —Tagore (orgulloso de la triple composición de su familia, hindú, musulmana e inglesa), Gandhi (convencido de la existencia de un gobierno de la humanidad por encima del gobierno de la India) y Nehru (partidario de un Estado laico que mantuviera una posición neutral en materia de religión)—; en segundo lugar, la coexistencia dentro de las variadas tradiciones religiosas de escépticos, agnósticos, materialistas y ateos memorables que ya aparecen de la mano de Madava Acarya (un hindú vedantista) en su autorizada Sarvadarsanasamgraha o Colección de todas las filosofías del siglo XIV; en tercer lugar, las tradiciones de debate público no occidenta11 Samuel P. Huntington, The clash of civilizations and the remaking of world order, Nueva York, Simon & Schuster, 1996 (traducción de José Pedro Tosaus Abadia y Rafale Grasa, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona, Paidós, 1997, 423 pp.). 12 Amartya Sen, The Argumentative Indian. Writings on Indian Culture, History and Identity, Londres, Oxford University Press, 2005 (traducción de Horacio Pons, India contemporánea. Entre la modernidad y la tradición, Barcelona, Gedisa, 2007, 474 págs, pp. 49-54. 13 Ibid., pp. 80, 81, 82. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 131 Julián Sauquillo les, de las que forma parte la «tradición argumentativa» de la India, desmienten que la democracia sea una práctica estrictamente occidental 14. En el Anticristo (C. 60), Nietzsche se lamenta de que el cristianismo perpetrara un primer robo de la cultura antigua y luego un segundo con la cultura islámica. Para el genealogista, el esplendor islámico —el «prodigioso mundo de la cultura mora de España»— estaba muy por encima del siglo XIX alemán. Si Oriente era rico, las cruzadas se emplearon en su expolio. A Nietzsche, aparentemente, no le quedaban dudas de que la cultura islámica era más afín incluso a nosotros que la de Roma y Grecia 15. La concepción de la confrontación de Huntington está muy pagada de sus predicciones, enumeradas por doquier en su libro, pero parece responder con su diagnóstico a la profecía que se autocumple, dada la seducción de sus argumentos cara a abrir «guerras preventivas». 2. Razones y elecciones frente al fanatismo Si la primera línea de actuación de una racionalidad terrorista es un cálculo de medios hacia fines, la segunda línea es una construcción artificiosa de las identidades culturales, apropiada a la separación fronteriza entre idénticos y extraños. La artificiosidad de esta demarcación se sustenta tanto en las teorías de los intelectuales —veremos algunos ejemplos más, al final— como en la construcción adecuada de tradiciones que faciliten la beligerancia. Occidente sería baluarte del progreso y el entendimiento desde tiempo inmemorial. Occidente sería Occidente incluso antes de ser moderno. Mientras que Oriente sería cuna y abrevadero de las jerarquías, de la discrecionalidad y del atraso crónico incluso hoy. Oriente será Oriente hoy y siempre 16. Con todo lo que tal previsión beligerante significa. Después de todo, la estrategia conflictual de Huntington coincide con los sectores más conservadores de la derecha hindú cuando formaron el Hindutva como «calidad del hinduismo». Sectores del B.J.P. y del R.S.S. (posiblemente el movimiento fascista de mayor éxito en la democracia contemporánea, según Martha Nussbaum) se suman a la reconstrucción teórica de El choque de civilizaciones en la medida en que es una línea de ataque al mundo musulmán. Pero no hay que olvidar que algunos de los expertos del R.S.S. fueron fascinados admiradores de Hitler y Stalin, desmentían el Holocausto y elogiaban el antisemitismo nazi. El politólogo norteamericano coincide casualmente con una ciencia política muy particular. Los ciento cincuenta millones de musulmanes, mayoritariamente pobres, una minoría en la India, sin apenas conexiones con el mundo terrorista, pues pocos terrorisIbid., pp. 36-58. Friedrich Nietzsche, El Anticristo (introducción, traducción y notas de Andrés Sánchez Pascual), Madrid, Alianza Editorial, 1974 (11.ª ed. 1986), 155 pp., pp. 106 y 107. 16 Amartya Sen, India contemporánea. Entre la modernidad y la tradición, p. 106. 14 15 132 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror tas locales han actuado en nombre del Islam y casi ninguno vinculado con Al Qaeda —situación muy distinta de Pakistán y Cachemira 17—, no cuentan en la caracterización del politólogo norteamericano y los defensores de la pureza hindú, coincidentes en el hinduismo absoluto de la India. La caracterización reduccionista de la India como civilización hindú de Huntington ha sido recibida con aplausos entre el movimiento Hindutva 18. Las estrategias de enemistad cultural y religiosa confluyen porque existe una diáspora india en EE.UU. muy pujante en su hinduismo que encuentra una línea de entendimiento con la politología del choque civilizatorio: «a ustedes no tenemos que convencerles, tras el 11 de septiembre de 2001, de la maldad intrínseca del islamismo». Se trata de reescribir la historia del mundo musulmán como islamista radical y terrorista en beneficio de la diáspora hindú, establecida en EE.UU., que emplea Fundaciones para estos fines de entendimiento con los sectores más conservadores de la política norteamericana 19. Sin embargo, una reunión de académicos en temas islámicos coincidiría en afirmar que la religión de muchos musulmanes ni autoriza ni tolera el terrorismo. Y, además, ser musulmán no constriñe a coincidir en los juicios políticos en torno a sucesos tan graves como el atentado contra las Torres Gemelas 20. Mientras que, por el contrario, el movimiento Hindutva está jalonado, en su historia, de actos de violencia física, episodios terroristas y asesinatos de minorías como los de Bombay entre 1922 y 1923 y de Guyarat en 2002 21. Si se contrastan las simplificaciones de la teoría cultural de Huntington con un genealogista de las culturas tan perspicaz (y maniático) como Nietzsche, en torno a la cultura islámica, las conclusiones son muy diversas. Martha Nussbaum y Amartya Sen han insistido muy sugerentemente sobre estas cuestiones, como veremos ahora. Ambos han estudiado el radicalismo hindú como instigador del terror dentro de una sociedad con mecanismos modernos a pesar de los problemas de desarrollo social y educativo padecidos por la India. Coinciden en subrayar la distorsión que se produce en las potencialidades cívicas de los individuos cuando se les asfixia dentro de una definición cultural o religiosa. Y convergen en que un Estado laico y democrático puede desmantelar el terrorismo y la violencia religiosa a través de políticas de igualdad. La inmersión de los individuos en identidades religiosas cerradas es motor del terror colectivo. Basta con desconocer las variadas líneas de pertenencia de un musulmán, incluso islamista, que pueden hacerle coincidir con un occidental, y convertir, al contrario, a la religión en 17 18 19 y 91. 20 21 y 79. Amartya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, op. cit., pp. 224 y 225. Ibid., pp. 236 y 237. Amartya Sen, India contemporánea. Entre la modernidad y la tradición, op. cit., pp. 90 Amartya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, op. cit., pp. 100, 104 y 142. Amartya Sen, India contemporánea. Entre la modernidad y la tradición, op. cit., pp. 78 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 133 Julián Sauquillo el vector fundamentalista de todos los musulmanes odiados por occidente, para manipular la identidad de los sujetos en su riqueza. Cuando se trata de fomentar el «arte marcial» entre sectas, basta con imputarles a los individuos una sola identidad, la religiosa. Tanto cuando se catalogan a los individuos como entregados a civilizaciones enfrentadas como cuando se les atribuye muy bienintencionadamente pertenecer a civilizaciones que dialogan, se les está empequeñeciendo al no reconocerles la gran riqueza de filiaciones que poseen. Defendiendo bondadosamente el diálogo, se logra el encasillamiento civilizatorio. Ni el «diálogo de civilizaciones» ni el «multiculturalismo» garantizan la «libertad cultural» si nos encasillan o nos impiden salir de la colectividad donde nacimos libremente 22. Somos muy diversamente diferentes unos de otros por la gran cantidad de pertenencias que cada uno tenemos. Los posibles choques, cuando se acaben las posibilidades de persuasión argumentativa, son responsabilidad de cada individuo en particular y no tienen por qué ser instigados ni por santones ni por reputados académicos. Tanto la violencia local como el terrorismo global se forjan en la inclusión del otro dentro de un catálogo reducido de identidades colectivas que acarrean odios sectarios. Por ello, Amartya Sen señala que las políticas comunitaristas planteadas por partidos progresistas no son una solución frente al terror étnico. Más que echar todos los problemas culturales y religiosos del mundo desarrollado en la canasta de las «relaciones entre comunidades», se trata de potenciar las capacidades de discusión de los ciudadanos con sus visiones políticas, herencias lingüísticas y prioridades sociales, sin obviar sus diversidades étnicas y religiosas. Si no, se logra aquello que no se desea: se refuerza el etnicismo, las autoridades religiosas, y, por consiguiente, se despotencia así el espacio público y las instituciones democráticas 23. Creo que la posición de Martha Nussbaum es muy semejante a la del economista indio pero con un énfasis mayor en que la discusión pública conlleva una parte emocional que puede pasar por las religiones en determinados contextos culturales. Su laicismo es claro pero la reivindicación de una poesía pública —inspirada en Rabindranath Tagore y Walt Whitman—, que dé entraña al esqueleto institucional de la democracia, es mayor que en Sen, algo más individualista. La imaginación ética concebida como compasión, para la filósofa norteamericana, consiste en ser capaz de ponerse en el lugar del otro y comprender sus razones que le hacen ser distinto. Martha Nussbaum insiste mucho en el fracaso que supuso, en la India, llevar el laicismo hasta el final y dejar finalmente la religión en manos de la derecha hindú del Hindutva. Algo que pudo evitarse no sólo atendiendo a las necesidades materiales urgentes de los indios, tras el proceso constituyente de la nueva demo22 Una muy buena fundamentación de los presupuestos de la «Alianza de Civilizaciones» puede leerse en Fernando Vallespín, «Alianza de civilizaciones», Claves de Razón práctica, n.º 157, noviembre de 2007, 82 pp., pp. 4-10. 23 Amartya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, op. cit., pp. 219, 220. 134 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror cracia india de la Constitución de 1950, sino haciéndoles partícipes de una poesía pública 24. Tanto Amartya Sen como Martha Nussbaum parten de una concepción cosmopolita que supone que la paz depende de la concepción de los individuos como habitantes comunes de un mundo amplio. Las identidades absolutas y las inclusiones cálidas en comunidades enfrentadas traen odios cainitas, violencia y terror. La propia inseguridad de los individuos ante la versatilidad del mundo en que vivimos les hace buscar en su interior una identidad fuerte. Pero no se trata de descubrir la identidad que nos califica de musulmán, cristiano, hindú, sij, judío, católico o budista. Es preferible, cara al entendimiento social, elegir entre la prolijidad de pertenencias que van componiendo nuestra vida singular y compartible en diferentes contextos sociales. Más que de descubrir una identidad cultural o religiosa impuesta y aceptada acríticamente, se trata de razonar, sopesar y elegir entre identidades, a veces, compatibles y otras incompatibles entre sí. Es razonable pensar que la vida no es un «destino» marcado por una identidad cultural o religiosa que nos esclaviza sino una serie de elecciones permanentes. Nuestro mundo es una cosmópolis de ciudadanos en la que elegimos, en vez de una «federación de religiones» a punto de inflamarse y estallar 25. Cuando se trata de inflamar el ambiente político, cabe desconocer si el musulmán es creyente, escéptico o ateo, si tiene menores o mayores ingresos, sus estudios, sus aficiones, su grado de conocimiento de otros contextos culturales del mundo, cuál fue su ambiente familiar, su nivel de estudios, su grado de tolerancia a las costumbres de otras religiones, si se trata de un autodidacta que se delecta con varias de las expresiones artísticas que enriquecen nuestra humanidad, cuáles son sus ideas políticas, qué pensaban sus antepasados inmediatos a los que oyó hablar desde los comienzos de su vida, si es filántropo o misántropo, si le gusta más conversar, si aprecia más dedicarse a la erudición y el estudio que emplearse a fondo en el baile, si observa en la mujer a un enemigo sospechoso o un sujeto pleno de posibilidades de convivencia, si le atrae más una masculinidad bien entrenada o un intelecto activo que puede descuidar la musculatura... En el comienzo espléndido de Las identidades asesinas (1998), Amin Maalouf muestra las líneas de pertenencia a identidades muy diversas de un libanés de hoy que escapan a la rápida etiquetación de «islamista radical». Propone que hagamos un «examen de identidad» como el que expone: en vez de buscar una pertenencia esencial en que reconocerse, deja que aflore la mayor riqueza posible de componentes de su identidad. Los ingredientes identitarios de Maalouf son 24 Martha Nussbaum, The Class within. Democracy, religious violence and India’ future, Harvard, Harvard University Press, 2007 (traducción de Vanesa Casanova, India. Democracia y violencia religiosa, Barcelona, Paidos, 2009, 447 pp., pp. 380-382). 25 Amartya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, op. cit., pp. 11, 12, 13, 15, 16, 41, 57-68, 202). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 135 Julián Sauquillo muy diversos: familia originaria del sur de Arabia establecida en la montaña libanesa, dispersada migratoriamente desde Egipto a Brasil y de Cuba a Australia, familia árabe y cristiana, de lengua materna árabe que le abre a los oradores y a los eruditos de una «madrasa» timurí, cristiano abierto a dos mil millones de hablantes, escritor en francés, nacido en una comunidad católica griega (reconocida a la autoridad del Papa pero seguidora fiel de algunos ritos bizantinos), melquita aun registrado protestante, educado como católico por los jesuitas, de abuela turca y abuelo anticlerical y librepensador, de segundo abuelo maronita, su tatarabuelo fue el primer traductor de Molière al árabe para representarlo en 1848 en un teatro otomano... Todos los individuos tenemos —en opinión del escritor libanés— diversas pertenencias y múltiples fracturas que nos hacen singulares. Por ello, es tanto más disparatado que se trate forzadamente de inflar la importancia de alguna de ellas o se nos atribuyan prejuiciosamente defectos, crímenes, o malos modos. ¿Cuántas veces hemos escuchado decir que los musulmanes son pendencieros, los católicos resignados, los judíos son arrogantes o los protestantes venderían a su madre por dinero? Con frecuencia somos moldeados por los estereotipos desde afuera. Nos agrupamos en torno a la pertenencia más atacada, mostramos solidaridad con el perteneciente al grupo y desarrollamos un miedo paranoide hacia el extraño que puede conducirnos al crimen. Como recuerda Amin Maalouf, se trata de una tendencia a la violencia que podemos desarrollar todos porque Mr. Hyde se alberga en todos nosotros 26. Mucho antes de que se dé la «banalidad del mal», nuestra paranoia se urde a base del trabajo ideológico que nos pone ante un canalla al que disparar, porque es de los «otros», en vez de ante un padre de familia que también tuvo progenitores y abuelos con filiaciones curiosas, exóticas incluso, y, sobre todo, respetables. Se trata del trabajo ideológico de los voceros del fanatismo. Un trabajo corrosivo de la inteligencia de las personas, siempre construido sobre la intolerancia moral y alguna suerte de monoteísmo religioso, a veces secularizado. Aquí no hay culturas o religiones más o menos propiciadoras del fanatismo y del consiguiente terror. Tenía razón Michael Moore cuando señalaba, en Bowling for Columbine (2002), que la segunda enmienda constitucional norteamericana que permite la tenencia privada de armas se basa en una paranoia que les advierte algo así: «protégete de los indios, defiéndete de los negros, guárdate de la vuelta de los colonos ingleses y prepárate para el aterrizaje de los marcianos». Como explica Rafael del Águila en su último libro, Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales (2008), las primeras formulaciones modernas del fanatismo religioso son protestantes y, de los «neocons» a Mohamed Atta, se hace hincapié, con la Amin Maalouf, Les identités meurtrières, París, Éditions Grasset & Fasquelle, 1998 (traducción de Fernando Villaverde, Identidades asesinas, Madrid, Alianza Editorial, 1999, 2001, 174 pp., pp. 9-41). 26 136 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror misma lógica, en el monismo paranoide y extremista. Así se refirió Rafael del Águila expresamente a la «racionalidad del terrorismo»: «(...) la perspectiva del terrorismo fundamentalista ofrece a sus seguidores certidumbre, pertenencia, identidad, armonía, tradición, grupo, autoridad, grandes objetivos, heroísmo, salvación. También lucha y un sentido para la propia vida (o la propia muerte) a través de la recuperación de la utopía del pasado perfecto y del servicio a la voluntad de Dios. Pero la vía hacia ese fin es dura. Exige maniqueísmo absoluto, sacrificios supremos, entrega completa, blindaje psicológico contra la realidad, déficit de emotividad, elusión de la corrupción y de la contaminación que produce el contacto con lo impuro, frialdad con los seres humanos y calor del ideal, deshumanización de las víctimas y santificación de los victimarios, fe y determinación, religión y violencia. (...). Hay profundidad y abundancia de valores religiosos, políticos y morales. Constituye un error pensar que ciertas acciones no tengan sentido alguno y no respondan más que a la desesperación porque nos parecen actos de locura homicida. La locura terrorista tiene su método, su “racionalidad”, su coherencia. Procede de acuerdo a ciertos valores, construye una concepción del mundo dogmática para cubrirse, responde a ciertas ideas básicas fanáticamente sostenidas y a ciertas constelaciones ideológicas que le dan abrigo. En el fundamentalismo hay ideales profundamente sentidos. Y terriblemente peligrosos.» 27 La diferencia entre el providencialismo que hace creer a los «neocons» norteamericanos que Dios conduce a EE.UU. en la guerra global contra el mal absoluto, contra la interpretación secular de su Constitución y el respeto de las normas del derecho internacional 28, y la teopolítica islámica hay una diferencia de sentido pero no existe una liberación de la política de cualquier religión. El terrorismo impulsado por el fanatismo musulmán se basa en el cumplimiento de un mandato divino contra los infieles desobedientes a Alá. Se trata de crear un compromiso religioso de destrucción de un enemigo externo, sin fisura moral alguna (en vez de pensar que el fundamento de todas las religiones es la moral), que cuenta con: la fundamentación religiosa del asesinato en masa, la ritualización religiosa de todos los comportamientos de quien está dispuesto a autoinmolarse, el poder justificador de la palabra sagrada más temible que la de cualquier humano y sus armas, y la complacencia a Alá a través de la violencia 29. Pero, ¿es la religión un fin en sí mismo de estos activistas, creen sus dirigentes que cumplen fielmente los mandatos divinos cuando realizan sus atentados? Una de las viejas polémicas del barroco español con Maquiavelo supone un reproche. Lo que los antimaquiavelianos maquiavélicos le objetan a «Il Machia» es la utiliza27 Rafael del Águila, Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales, Madrid, Taurus, 2008, 207 pp., pág. 94. 28 Ibid., pp. 113-148. 29 Ibid., pp. 79-94. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 137 Julián Sauquillo ción de la religión como un medio para otros fines mundanos 30. Es muy antiguo que la modernidad se abra con una liberación respecto de la religión que ahora es instrumento de los hombres. Y, creo, que es precisamente esto lo que ocurre con la apelación contemporánea a la divinidad por los más fanáticos. La religión es un arma más de los terroristas en vez de una creencia íntima. Lo más llamativo es que la religión aquí no es una convicción íntima del político norteamericano o del terrorista musulmán sino un instrumento despersonalizador de los agentes de decisiones violentas de carácter público: ya se trate de la escenificación del derrumbe de unas torres que representan el poder financiero y tecnológico o de la invasión y la extracción de informaciones mediante torturas. El terror de uno y otro signo requiere unas identidades inamovibles de signo religioso a las que se adscriben o en las que son clasificados los individuos. Tales identidades culturales o religiosas —las siete u ocho civilizaciones que fraccionan el mundo de Huntington— abolen cualquier otra consideración sobre las personas que comparten su misma humanidad y el espacio público donde desarrollan sus vidas. Y cualquier quiebra de esta férrea identidad provoca una amnesia traumática entre los que ocasionaron el terror. Es el caso planteado por el director Ari Folman en el filme Vals con Bashir (2008). Unos ex-soldados israelitas que participaron en la invasión del Líbano de 1982 y presenciaron la matanza de ochocientos palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, por las Falanges cristianas libanesas con el posible beneplácito del ejército israelita, sufren una amnesia dentro de la historia narrada por el filme. El diálogo sobre el pasado en la invasión irá recuperando el recuerdo de lo atroz entre los participantes judíos. Ninguna cabeza puede encarar tanto horror sin deshumanizarse o emprender un viaje amnésico. 3. Falsas identidades religiosas y culturales «(...) la “maldad desinteresada” o, para decirlo con Spinoza, la simpatía malevolens (simpatía malévola) es una propiedad moral del hombre: ¡y, por tanto, algo a lo que la conciencia dice sí de todo corazón! (...)» Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral (1887). 30 Pedro Ribadeneira, Vida de San Ignacio, Barcelona, Imp. Y Librería de la Viuda é Hijos de J. Subirana, 1885, 659 pp.; Pedro de Ribadeneira, Tratado de la Religión y Virtudes que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus estados contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos de este tiempo enseñan, Biblioteca de autores españoles. Obras escogidas del Padre de Ribadeneira de la Compañía de Jesús con una noticia de su vida y juicio crítico de sus escritos por Don Vicente de la Fuente, Madrid, Atlas, 1952, XXIII+609 pp., pp. 449-587. 138 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror El problema es que las demarcaciones culturales y religiosas que ocasionan la violencia son no sólo irrelevantes para muchas personas sino también ficciones identitarias de origen a veces muy reciente. Así la tradición viril y belicosa hindú impulsada por la derecha india contra la amplísima minoría musulmana. Desde la Partición de la colonia inglesa en Pakistán (que se vería reducida geográficamente por la separación de Bangladesh en 1971) y la India en 1947, la derecha india impulsa con mayor denuedo, dentro y fuera de la India (con sumo interés a través de la diáspora de EE.UU.), una remodelación de la tradición hindú que pasa por la modificación de toda la imaginería de los antiguos dioses y una falsificación arqueológica que impute a los musulmanes la mayor maldad e intolerancia plurisecular. Las bases teóricas de la justificación identitaria del terror pasan por el adoctrinamiento de los niños en divertidas escuelas paramilitares («Shakhas») donde se inician en el odio asesino hacia los musulmanes sin acudir exactamente al rigor de las Juventudes Hitlerianas sino a uno más ingenuo, el estudio memorístico de manuales de ciencias sociales con alusiones admirativas a los «logros» de Hitler, el mantenimiento en nómina de adiestrados historiadores en revocar la documentación inútil, el boicot a conferenciantes que participan en seminarios universitarios como éste, o el veto de las instituciones universitarias a quien indague demasiado fielmente en la tradición (el «terrorismo antiacadémico» sufrido llevó a un investigador del Departamento de Religión de la Universidad de Emory a impartir una conferencia titulada «El estudio de la religión en la era del terror») 31. La propia Partición fue instigada por musulmanes, aliados de los ingleses, que no representaban a su mayoría: la Liga Musulmana liderada por un musulmán elitista y cercano al modelo de los líderes fascistas europeos 32. Amartya Sen y Martha Nussbaum han estudiado estos problemas sobre la tercera nación con mayor número de musulmanes del mundo —después de Indonesia y Pakistán— para subrayar que la reconstrucción de una apropiada tradición hindú contra los musulmanes se basa en fuentes occidentales, en concreto románticas y alemanas. Los sucesos de Guyarat son una advertencia de los peligros que atraviesa la democracia cuando un régimen político se asienta en el «terror religioso». Se trata de un problema común a todo el planeta y no a las civilizaciones. El extremismo religioso en los países en vías de desarrollo no es característica exclusiva de la cultura musulmana. Otras culturas proyectan esta imagen aterradora de los musulmanes para distraer la atención fuera de los propios crímenes. El «choque de civilizaciones» convoca a la opinión pública en torno a un tópico muy burdo con gran desconocimiento de la región surasiática (India, Pakistán, Bangladesh, Nepal, Sri Lanka, Indonesia, Malasia). Bangladesh se forma por diferencias culturales, no religiosas, den31 32 Martha Nussbaum, India. Democracia y violencia religiosa, op. cit., pp. 278, 291. Ibid., pág. 144. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 139 Julián Sauquillo tro del mundo musulmán, respecto de Pakistán y cuenta con una democracia constitucional, reconocedora de los derechos fundamentales, apoyada por la población (85% musulmana). Posee un destacado papel de la mujer en la política —dos mujeres lideran sus dos principales partidos— y una previsión de políticas públicas en materia educativa y no discriminación de género. Se trata de una nación incomprensible desde el esquema del «choque de civilizaciones» 33. La amenaza a la democracia india no proviene del «choque de civilizaciones» sino de la inflamación nacionalista como identidad singular para los indios. Se trata de una artificiosa reconstrucción nacionalista basada en el romanticismo nacionalista, los lazos de sangre, telúricos y de pureza del «Volkgeist». Durante los años comprendidos entre 1920 y 1930, la derecha hindú admiraba sobremanera los métodos fascistas de Italia y Alemania. Explotaron el mismo sentimiento de humillación experimentado por los alemanes tras la I Guerra Mundial trasladado a la historia de las conquistas medievales musulmanas en territorio indio y a la colonización inglesa. En la India más que un «choque de civilizaciones» hay un simulacro de la propia historia de humillación de una sangre pura que se limpia en la tradición europea romántico-fascista. Tomada en serio, la expresión «civilización occidental» no es sino una idea con una gran heterogeneidad: liberalismo, fascismo, marxismo y, entre otras tendencias, muy variadas concepciones religiosas. Todavía menos útil es la categoría «no occidental» por las amplias diferencias entre África y Asia, así como por el tránsito de ideas e influencias históricas que se dio entre ambos entornos geográficos 34. El «choque de civilizaciones» se da más bien en el interior de la mayoría de los seres humanos y en los colectivos entre el deseo de «homogeneidad étnico-religiosa» y la «ciudadanía más inclusiva y pluralista». Frente a la humillación que agita la agresión violenta sólo cabe el antídoto de la «compasión» y la «imaginación ética» respetuosa que se ponga en lugar del otro 35. Las políticas sociales y económicas apropiadas para superar el sufrimiento y la humillación plurisecular evitan el fácil reclutamiento de terroristas. Insistir en el parroquialismo étnico en vez de confiar en la humanidad común sólo contribuye al reforzamiento del terrorismo 36. Toda la reflexión de Martha Nussbaum se abre a partir de un intento de eliminación sistemática de musulmanes por hindúes bajo excusa de basarse en una venganza. Las detenciones se sucedieron a la explosión de vagones de peregrinos en Godhra. Se acudió a la teoría de la conspiración de terroristas pakistaníes musulmanes. Se detuvo a un anciano clérigo musulmán, 33 34 35 36 242. 140 Ibid., pp. 26, 27, 180, 181. Ibid., pág. 29. Ibid., pp. 38, 39. Amartya Sen, Identidad y violencia: la ilusión del destino, op. cit., pp. 164, 241, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror sin vínculos con actividades terroristas. Lo cierto es que la planificación de las violaciones y matanzas de Guyarat siguieron una estrategia de eliminación étnica propia de un pogromo. La tortura de mujeres era extraordinariamente importante en el escarmiento. Si la patria es representada por la madre con la que guardamos un vínculo de sangre, violar a las mujeres musulmanas era una forma de invadir la tierra enajenada por falsos invasores que nunca debieron pisar tierra india. Pero violarlas con los genitales no era la forma de guardar la pureza hindú sino una forma de mezclarse. Así que la forma de violarlas seguía una secuencia fija: se las ponía a correr hasta caer exhaustas, se les introducía algún objeto de metal y, en pleno sacrificio violador, se las prendía fuego. Como Martha Nussbaum señala, había un complejo masculino de los hindúes con la supuesta dotación genital extraordinaria de los musulmanes y la fertilidad extraordinaria de las mujeres capaces de tener relaciones con varios hombres. Los hindúes más acérrimos no podían, incluso, soportar que su elefante divino llevara la trompa enrollada en vez de enhiesta porque podía representar a sus genitales en estado de flacidez en vez de erguido. Así que, en Guyarat, los hindúes más fascistas pudieron calmar su obsesión. Vieron cumplido un sueño pornográfico con las musulmanas satisfechas al culminar el deseo de copular con hombres sin la circuncisión hecha. Incluso, satisficieron el uso de genitales de hierro, desprovistos de humanidad y sin compasión, como los seres de hierro de la primera línea de La batalla como experiencia interior (1922) de Ernest Jünger 37. Cuando se objetaba a la derecha hindú la inocencia de los musulmanes eliminados en Guyarat, no faltaba entre sus filas quien computaba las víctimas entre las represalias de los propios islamistas: tampoco tuvieron en cuenta que los más de tres mil muertos del 11 de septiembre eran inocentes. Los islamistas no reparan en daños. ¿Pero cómo van a ser los islamistas los mismos verdugos y víctimas en Guyarat? Y, ¿cómo puede el primer ministro indio, Modi, del B.J.P., justificar Guyarat y no dimitir? La inmoralidad lo justifica todo: alguno comprendía que, como Bush, era víctima de las imprevisibles acciones de los terroristas 38. El punto de vista de Sen y de Naussbaum es contrario al de Huntington, al que atribuyen una bastedad analítica adecuada a sus intereses conflictuales e injustificada omnipotencia de la filiación religiosa, a veces inexistente en escépticos y ateos. Se absolutiza la religión en la construcción de la identidad individual en perjuicio de la variadísima gama de filiaciones que componen las muy diferenciadas identidades de los individuos. Las filiaciones individuales existen en toda su riqueza y son los individuos autónomos quienes determinan a cual se da prioridad en cada situación concreta o momento de la vida, dando lugar a un encuentro u otro entre diversas personas. Sólo la 37 38 Martha Nussbaum, India. Democracia y violencia religiosa, op. cit., pp. 244, 245. Ibid., pp. 86, 87. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 141 Julián Sauquillo constricción autoritaria mengua esta posibilidad pues el individuo elige dentro de un contexto más o menos versátil. Aunque algunas elecciones serían impensables o de ciencia ficción dentro de determinados contextos sociales y materiales, el individuo no deja de decidir. La religión no tiene por qué ser la determinación única que le oriente. El choque de civilizaciones no se da entre contextos geográficos más o menos distanciados con culturas opuestas, sino en la misma persona que encara un dilema interno entre el deseo de entendimiento con el «otro» o de dominación del extranjero, común a todas las religiones del planeta. La investigación de Martha Nussbaum acerca del terror en la India posee un triple interés. De una parte, indaga en cómo se aprovecha el supuesto terrorismo islámico por parte, a veces, de las propias instancias gubernamentales o afines para generar más terror —el pogromo de Guyarat del 2002 puso en marcha una maniática violencia religiosa y sexual contra dos mil personas mayoritariamente musulmanas en venganza, poco después, de un accidente de peregrinos hindúes en Godhra (Estado de Guyarat)—. De otra parte, analiza cómo se reconstruyen las tradiciones adecuadamente a favor de fines bélicos, tras el proceso colonial inglés. A pesar de que la India cuenta con una tradición de entendimiento cultural entre musulmanes, budistas, hindúes, cristianos, pastunes y sijs, basada en la conversación como práctica cultural (Amartya Sen se refiere a la «India discursiva»), se ha producido allí una dislocación de la tradición hacia el Hindutva, basado en un masculinismo feroz, intolerante y beligerante con todo lo musulmán. Los fundadores de la nueva India, Tagore, Gandhi y Nehru, vieron, en cambio, el «choque» como una confrontación violenta y superable entre diferentes grupos insertos en la sociedad. La democracia parlamentaria, inspirada en las instituciones inglesas y en el cosmopolitismo del ideario de sus constituyentes ha sido ejemplo para muchos países en vías de desarrollo. El procedimiento electoral ha sido una respuesta eficaz del sistema político a la intolerancia y la persecución de los musulmanes, permitidas por el B.J.P. en el poder, ya que las elecciones de 2004 han posibilitado el castigo electoral de los gobernantes que justificaban la complacencia de la policía con la derecha hindú de signo fascista. Por último, se traza la línea moderna que ha sustentado aquella dislocación de la tradición con fines segregacionistas, a partir de la admiración de la derecha hindú por el «Volkgeist» y la capacidad de Alemania en la formación del Estado nación no menor que su aprecio por la ciencia política británica de la colonización 39. Una admiración germánica e inglesa que pasa por la alabanza de la capacidad de dominio de Hitler. Esta derecha tradicionalista no ha pretendido una concepción política de la unidad Es de sumo interés la película documental sobre Jacques Vergès, L’avocat de la terreur (2007) de Barbet Schroeder, para el estudio de la violencia anticolonial y los orígenes del terror en Oriente y Europa. 39 142 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror nacional sino una visión romántica, étnica y territorial: en la aspiración a forjar la unidad nacional a sangre y hierro, el otro que amenaza la integración debe desaparecer. Tal como señala Martha Nussbaum, los humanos para constituirse en comunidad dominante necesitan identificar lo nauseabundo en cuyo temeroso rechazo constituyen su animalidad. Los judíos, las mujeres y los islamistas —para la derecha Hindutva— son el objeto de execración de lo que más odia la comunidad de sí misma. El propio complejo de la comunidad, lo que aísla como la causa de su humillación y de su autorrepudio, es proyectado hacia fuera para destruirlo con toda violencia. El asco, la vergüenza, la animalidad, la impotencia de la propia comunidad se vuelve hacia el exterior en otro, el nauseabundo grupo. La ansiedad del grupo que se siente vejado puede llevarlo a proyectos de limpieza étnica del otro: al eliminarlo, al purificarse de ello, al librarse de su amenaza, el grupo pretende salvarse de su propia muerte 40. En el ideario Hindutva, el problema no era tanto que los musulmanes no tuvieran lazos de sangre con la patria hindú sino su carácter cultural y religioso diferenciado respecto de la mayoría dominante. Por ello, la extrema derecha hindú manejaba el esquema nazi de obligar a cristianos y musulmanes a abandonar sus costumbres y tradiciones para asimilarse con las prácticas religiosas del Hindutva, como hicieron muchos judíos al espíritu nacional alemán 41. Después de todo, el buen judío para los neofascistas hindúes es aquel que una vez comprobada la humillación a la que le condujo ser culto y artista, en vez de cultivar su musculatura, ahora hace el camino inverso hacia una masculinidad guerrera. La masculinidad alemana que vio en el homosexual y en el afeminado un degenerado a matar es el ejemplo seguido por la derecha Hindutva 42. La imaginería política de la derecha hindú no es originariamente india sino germánica. Martha Nussbaum ha resaltado el carácter refractario de una nación politeísta, colorista y caótica, de un tráfico automovilista imposible, como la India, a la obediencia alemana. En un escenario de gran heterogeneidad religiosa, con ritos y dioses muy diversos a la elección del practicante, hubo que importar de Alemania la homogeneidad y la obediencia generalizadas. El gusto de los indios por la conversación y los debates es un antídoto a la «visión única de la identidad nacional», la violencia y el terrorismo. Amartya Sen ha estudiado muy sugerentemente esta tradición argumentativa que se da en la India. Una tradición argumentativa que unifica la democracia con el razonamiento público y que no es una destreza particularmente especializada 43. Muy al contrario, es la voz de todos capaz de sustentar la justicia. Martha Nussbaum, India. Democracia y violencia religiosa, op. cit., pp. 243, 244. Ibid., pp. 194, 195. 42 Ibid., pp. 232, 233. 43 Amartya Sen, India contemporánea. Entre la modernidad y la tradición, op. cit., pp. 11-118 y 395-420. 40 41 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 143 Julián Sauquillo Poner de manifiesto el origen moderno del odio entre hindúes y musulmanes sitúa el problema político del terror fuera de la condescendencia occidental: se trata meramente de un problema asiático que ratifica el «choque de civilizaciones», dirán los «avanzados» 44. Como si se tratara de la reposición de la «crueldad amarilla» de lo «chino» a la que se refirió un alemán de pro como Nietzsche. 4. El terror de los intelectuales «El verdadero “choque de civilizaciones” no está “ahí fuera”, entre occidentales dignos de admiración y musulmanes fanáticos, sino que está en el seno de toda persona, mientras oscilamos dificultosamente entre la agresión autoprotectora y la capacidad para vivir en el mundo con los demás.» Martha Nussbaum, The Class within. Democracy, religious violence and India’ future (2007). Con frecuencia, se ha escrito de la vinculación de ciertos intelectuales con el terrorismo pero muy poco se ha analizado cómo suscitan un terror desorbitado con sus teorías. Más allá de los historiadores en nómina del R.S.S. que rebuscan en los orígenes del hinduismo hasta descubrir falsos dioses pertrechados de armas y en actitud aguerrida, existen buenos ejemplos de intelectuales que al investir al terror de racionalidad contribuyen al «culto del odio», a la «ampliación del campo de batalla» en la expresión de Michel Houellebecq. La graduación del miedo que sus teorías sociales suscitan va de la confortable inquietud a la serena seguridad para acabar en la conmoción paroxística. Creo que éstas son las desagradables emociones que puede experimentar un ciudadano contemporáneo si se asoma a los problemas de encaje cívico y violencia que plantean las sociedades «collage» 45 en que vivimos a través de la ventana al mundo de Richard Rorty, John Gray y Giovanni Sartori, respectivamente 46. Todos ellos carecen de «imaginación ética» para ponerse en el lugar del otro o sentir alguna compasión por la situación del extraño. Más bien diluyen, respectivamente, esta «imaginación ética» en infatuación occidental, federación segura de culturas con fronteras 44 376. Martha Nussbaum, India. Democracia y violencia religiosa, op. cit., pp. 197, 216, 217, Clifford Geertz, «Thinking as moral act», Antioch Review, n.º 28, 1968; «The uses of diversity», The Tanner lectures on human values, n.º 7; Sterling M. McMurrin, «Anti-antirrelativism», American Anthropologist, n.º 86, 2 de junio de 1994 (traducción de María José Nicolau La Roda, Nicolás Sánchez Durá y Alfredo Taberna; introducción de Nicolás Sánchez Durá, Los usos de la diversidad, Barcelona, Paidós ICE/UAB, 1996, 127 pp.). 46 Julián Sauquillo, «Como extranjeros entre ciudadanos: multiculturalismo y acatamiento de la ciudadanía por razón de la residencia», Logos. Anuario de Metafísica de la Universidad Complutense, Departamento de Filosofía, Madrid, 2002, 399 pp., pp. 105-139. 144 45 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror definidas y un dique espinoso que proteja a los occidentales de los musulmanes. Richard Rorty no ha eludido celebrar el bienestar y la fineza cultural de occidente. Para Rorty se trata de un desarrollo social, económico y cultural procedente de las prácticas concretas de los ciudadanos del Atlántico Norte (norteamericanos y canadienses). Espectador de las revoluciones sociales y culturales del pasado siglo XX, no está dispuesto a ceder un ápice en el progreso que para sus ciudadanos lograron las revoluciones del siglo XVIII. ¿Por qué tiene que renunciar al gusto de un niño cuidado por sus colecciones de sorprendentes orquídeas y de un adulto a pasearse por los salones de Guermantes de la mano de Proust, en aras de una igualación social trotsquista como la querida por sus padres? Rorty es un partidario acérrimo de los logros occidentales de los «burgueses prósperos de Norteamérica». Descartado cualquier universalismo, ni cultural ni ideal, es partidario de arribar a la justicia por ampliación del ámbito de la solidaridad. De acuerdo con su diseño moral, los países desarrollados tienen que profesarse una solidaridad interna hacia la propia colectividad y avanzar por círculos concéntricos de más a menos afines gradual y prudentemente. No comparte ni un punto de vista kantiano, universalista, ni otro comunitarista, relativista. Si el punto de referencia de la responsabilidad es la propia comunidad y no una comunidad ahistórica, dentro de este marco social debe darse la solidaridad frente a cualquier concepto universal de justicia. La lealtad con la propia sociedad es, para Richard Rorty, suficiente. La lealtad se practica con el grupo con el que nos identificamos ya que la moralidad de esta comunidad que formamos tiene una moralidad diferente a otras. Actuamos, según Rorty, a partir de las redes y tradición de la comunidad con la que nos identificamos. Y, si tenemos que socorrer a un menor despojado de toda dignidad por la desgracia que padece, lo hacemos desde los valores de nuestra comunidad de identidad y no desde cualesquiera valores morales universales de dignidad 47. Rorty no tiene duda de que las comunidades particulares son un tejido de conocimiento y experiencia desde el que actuamos, que nos diferencia singularmente de otras comunidades. Una cosmópolis de ciudadanos no le parece sino una entelequia debida a la ciencia ficción. Pero parece ver a las sociedades como comunidades con cierta unidad particular. John Gray, en cambio, desmonta la unidad de ese tejido común y particular. Ve a las sociedades más como el fruto de un equilibrio complejo, sin entendimiento posible, donde la seguridad requiere coexistencia más que diálogo. Para coexistir, en el argumento de John Gray, no cabe sino un ponderado reparto de poder o «estatus quo». No cabe auspiciar consensos más perfectos que la coexistencia bajo la base 47 Richard Rorty, Objectivity, relativism and truth. Philosophical papers, I, Londres, Cambridge University Press, 1991 (traducción de Jorge Vigil Rubio, «Liberalismo burgués posmoderno», Objetividad, relativismo y verdad, Escritos filosóficos, I, Barcelona, Paidós, 1996, 301 pp., pp. 267-274). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 145 Julián Sauquillo de que la comprensión mutua no es posible. Las pretensiones de la propuesta de Rawls —arribar a un consenso constitucional y a un consenso por solapamiento de las concepciones del bien— no son posibles, dentro del razonamiento de John Gray 48. Los entendimientos morales son imposibles y sólo cabe un equilibrio político que aparte a la sociedad de la barbarie. Ambos han previsto la elusión del «choque de civilizaciones» mediante un reforzamiento de los límites definitorios de cada civilización: bien porque el mundo rico del Atlántico Norte se repliega en su cultura para medir qué acciones solidarias emprende dentro de contextos culturales que le sean más o menos familiares; bien porque las comunidades se respetan sin entenderse dentro de un frágil equilibrio cultural donde las diversas comunidades se dan la espalda. Evitan el terror volviéndose «mónadas» con escasas puertas y ventanas. La propuesta política de Giovanni Sartori para las actuales sociedades multiculturales es directamente incendiaria: inflama cualquier equilibrio de los anteriormente buscados y elimina toda posibilidad de entendimiento cosmopolita. Aunque dice no sostener presupuestos schmittianos, los comparte en su propuesta occidental beligerante con lo que supone antioccidente. Para Sartori, la bifurcación identitaria es clara: o «Ellos» o «Nosotros». Según su defensa de identidades fuertes, nos definimos en la pertenencia que alivia la angustia de no ser sino parte de la «muchedumbre solitaria». Por ello, no cabe ninguna identificación cosmopolita. Nos agrupamos en el límite, en la frontera que demarca quiénes somos nosotros y quiénes son ellos. La demarcación de la frontera, el límite, el cierre, es condición de nuestra definición excluyente en una identidad a la que pertenecemos nosotros y donde no pueden estar ellos. Sartori da por descontado que no todas las culturas valen igual para entablar un descrédito de la cultura musulmana. Da lugar al rechazo cultural-religioso de los musulmanes por los occidentales debido a su supuesto desprecio teocrático de los derechos humanos. Justifica el rechazo porque no se trata de una execración racial ya que ni asiáticos ni hindúes producen tal miedo. Le basta con que su minusvaloración se fundamente en razones culturales y religiosas. Para Giovanni Sartori el extranjero es un extraño con identidades étnicas y religiosas cuya diferencia con los occidentales es insuperable 49. El politólogo italiano no sólo concede importancia constitutiva a la identidad cultural y religiosa, por encima de cualquier otra pertenencia de las múltiples de un individuo, sino 48 John Gray, Two faces of Liberalism, Cambridge, Polity Press y Blackwell Publishers Ltd., 2000 (traducción de Monica Salomon, Las dos caras del liberalismo. Una nueva interpretación de la tolerancia liberal, Barcelona, Paidós, 2001, 167 pp.). 49 Giovanni Sartori, Pluralismo, multiculturalismo e estranei. Saggio sulla società multiétnica, BUR Biblioteca Universitaria Rizzoli, 2002, 182 pp. (traducción de Miguel Ángel Ruiz de Azúa, La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid, Taurus, 2001, 139 pp.). 146 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 Racionalidad del terror que justifica el miedo hacia el otro: al distinguir entre «xenomiedo», como consustancial, y xenofobia, como discriminación, está reconociendo, de una parte, que un miedo natural a las culturas diversas nos hace replegarnos ante lo desconocido y definirnos frente a lo extraño e inquietante como parte de una comunidad amurallada; y, de otra parte, que el cosmopolitismo no conforma identidad alguna y es la pura evanescencia subjetiva. Con estas premisas está racionalizando el terror al extraño. Está justificando la violencia (religiosa y cultural) surgida al conjurar el miedo. La mejor forma de superar el miedo, en pura lógica identitaria, es eliminar, entonces, su causa, a través de un proceso de homogeneización cultural que se guarde mucho de las diversidades culturales. La lógica de la «identidad singular» es narcisista. Freud se refirió al niño, como recuerda Nussbaum, como «su Majestad el niño». Es decir, el niño no posee madurez ni habla para entrar en diálogo con los mayores. Siente que todos están a su disposición para facilitarle lo que desee pero, a su vez, padece la gran impotencia de no poder satisfacerse solo la necesidad. El nacionalismo, como el impúber, proyecta la vergüenza que tiene de sí mimo hacia el otro de forma autorreferencial: se proyecta en el otro lo que se odia y produce vergüenza en uno mismo, de forma violenta. Más allá de su impotencia, Freud señala cómo el niño se siente, finalmente y pese a sus limitaciones manifiestas, capaz de todo en su pleno narcisismo. El placer, el dolor y la violencia del niño ensimismado, como los estragos del nacionalismo, son conocidos de todos 50. Bien puede objetársele a Martha Nussbaum que éste es un estímulo de hijo único y las familias tienen un juego definitorio entre varios hijos. Efectivamente, entre los hijos se da un «complejo fratricida» por alcanzar la investidura de hijo más querido dentro del narcisismo paterno. Pienso, entonces, que el juego identitario, de los partidarios de identidades singulares de carácter cultural y religioso, también es parangonable con otros fenómenos filiales analizados por el padre del psicoanálisis. Las identidades culturales, en su sentido absoluto, son de una belicosidad especular como la sostenida por el segundo hijo con el primero en ciertas tradiciones culturales. Napoleón Bonaparte, por ser un corso convencido, tuvo que invadir toda Europa para adquirir la notoriedad que le quita aquella cultura al segundo entre los ordinales filiales de una familia. O un invasor de pro o un segundón dentro de la cultura corsa. Así de especulares son las subjetividades cuando se definen por el otro y a sus expensas. En la gran disputa entre el cosmopolitismo y la filiación nacional o grupal, Martha Nussbaum ha defendido, para minimizar el terror, el compromiso con la comunidad de los seres humanos. No es partidaria de esa aguda defensa hecha por Richard Rorty de la política de la diferencia y el valor del 50 381. Martha Nussbaum, India. Democracia y violencia religiosa, op. cit., pp. 241, 380 y ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 125-150, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.05 147 Julián Sauquillo patriotismo. No por abrir la lealtad más allá del patriotismo nacional al universo de ciudadanos se pierde el calor de la solidaridad. Frente al nacionalismo y al etnocentrismo que, antes o después, desencadena el terror identitario, es partidaria del cosmopolitismo estoico por la lealtad que sostiene con la comunidad de todos los seres humanos. Por supuesto, no se trata de renunciar a las identidades locales que nos constituyen sino de evitar que impidan el diálogo con una comunidad amplia donde las soluciones diversas a los problemas enriquezcan nuestras propias decisiones. La interdependencia y el respeto de todos los seres humanos con sus diferencias pueden lograr un cuerpo único del conjunto de todos los seres humanos. Para confluir en esa cosmópolis diversa y sin jerarquías, se trata de priorizar lo correcto y lo justo sobre las diferentes concepciones del bien que dividen a los territorios nacionales y balcanizan al mundo 51. La imaginación ética es capaz de ponerse en el lugar del otro, confiar en su bondad, en vez de temerlo. Mediante una maduración capaz de doblegar el congénito narcisismo, las culturas encuentran lo propio en las culturas extrañas. Pierden sus miedos locales y se abren a una experiencia donde el terror se imputa a la misma doctrina del «choque de civilizaciones». Así el problema se abre a un ámbito de mayor desafío: no se limita a la pertenencia insalvable, al odio o amor debido a donde hayamos caído, a qué parte de la clasificación pertenezcamos. Entonces, observamos que el deseo de libertad o de dominación se da en cada colectividad. Y, más en el fondo, como señala Martha Nussbaum, en cada uno de nosotros, con sus odios y temores, pero también con generosos encuentros y espontáneos intercambios. BIBLIOGRAFÍA Adorno, Theodor y Horkheimer, Max (1944): Dialektik der Aufklärung. Philosophische fragmente, Frankfurt am Main, S. Fischer Verlag (traducción de H. A. Murena, Dialéctica de la Ilustración, Buenos Aires, Sur, 1970, 302 pp.). Águila, Rafael del (2008): Crítica de las ideologías. El peligro de los ideales, Madrid, Taurus, 207 pp. Appiah, Kwame Anthony (2005): The Ethics of Identity, Princeton, Princeton University Press, XVIII+358 pp. (traducción Lilia Mosconi, La ética de la identidad, Buenos Aires, Katz conocimiento, 2007, 401 pp.). 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Relativamente al margen de los debates filosóficos de la ética contemporánea, ha ido imponiéndose paulatinamente en el lenguaje y el corpus jurídico internacionales una visión intuitiva y genérica del concepto de «humanitarismo» con pretensiones de normatividad. El artículo procura descifrar las presuposiciones teóricas de este nuevo ideal moral intuitivo analizando la noción de «humanidad» que hace allí las veces de instancia de apelación moral y discutiendo el problema concerniente a la tipificación de ciertos actos como «crímenes contra la humanidad». Proyecta finalmente el análisis hacia la posibilidad de incluir entre estos actos lesivos a la humanidad la existencia de la pobreza extrema en el mundo. ABSTRACT. Relatively beyond the context of the philosophical debates of contemporary ethics, an intuitive and generic vision of the concept of «humanitarianism» has gradually imposed itself, with normativity claims, on the international juridical language and corpus. This paper seeks to decipher the theoretic presuppositions of this new intuitive moral ideal by analysing the notion of «humanity» which functions as an instance of moral appeal, as well as by discussing the problem concerning the classification of certain acts as «crimes against humanity». The paper finally directs the analysis towards the possibility of including the existence of extreme poverty in the world amongst these acts that are harmful to humanity. Palabras clave: ética, humanitarismo, Corte Penal Internacional, crimen de lesa humanidad, derecho internacional humanitario, Estatuto de Roma, Hannah Arendt, Martin Heidegger, Richard Vernon. Key words: ethics, humanitarianism, International Criminal Court, crimes against humanity, international humanitarian law, Rome Statute, Hannah Arendt, Martin Heidegger, Richard Vernon. Una forma curiosa, casi resignada, en que se ha ido imponiendo la conciencia moral en nuestra época es la necesidad de atender a las demandas sociales extremas por medio de prácticas llamadas «humanitarias». No se trata, por cierto, de una concepción moral que haya logrado persuadir a todos los seres humanos, menos aun a los filósofos, gracias a argumentos irrefutables o persuasivos; se trata más bien de un clima moral difuso que parece abrirse paso, expandirse, lentamente al margen de las controversias teóricas o políticas dominantes. Es a ese clima moral difuso, al humanitarismo, que quisiera aquí dirigir mi atención. Pero hay que comenzar por advertir, aunque seguramente no haga mucha falta, que el término «humanitarismo» está muy [Recibido: Jun. 11 / Aceptado: Ene. 12] 151 Miguel Giusti lejos de ser preciso y suele evocar más bien una variedad de significados y ramificaciones, dependiendo del contexto en que se le ubique. Para facilitarme las cosas, voy a referirme, al menos inicialmente, al uso que de él se hace en el contexto del llamado «Derecho Internacional Humanitario» (DIH). Esto tiene una gran ventaja, o así lo parece, porque de esta forma hacemos alusión a un corpus jurídico concreto y vigente, fruto de convenciones y tratados internacionales reconocidos por la gran mayoría de los Estados, sobre los que se impone actualmente incluso una Corte Penal Internacional, y tomamos así distancia de los debates puramente teóricos de la filosofía del derecho o la filosofía política, debates en los que un acuerdo acerca de los rasgos definitorios del humanitarismo es bastante más difícil de alcanzar. Pero esta ventaja tiene también, naturalmente, una contrapartida, ya que, como se sabe, el DIH es por definición ius in bello, es decir, da por sentada, sin problematizarla, una situación de guerra o de conflicto armado y aspira únicamente a hacer valer en ella el cumplimiento de preceptos mínimos de convivencia humanitaria, lo que pareciera encerrar una contradicción conceptual desde el punto de vista ético. La ventaja que ofrece el realismo de una legislación internacional vigente se ve opacada por la impresión de insuficiencia, resignación o hasta cinismo que transmite su justificación teórica. Ello ha dado lugar a la formulación de muchas críticas contra el DIH y contra sus aplicaciones concretas, e incluso a sátiras de diversos tipos. Recuerdo una viñeta humorística que apareció hace unos años en un periódico alemán: en ella se veía a una pareja de jóvenes del Partido Verde sentados en el sillón de su casa mientras sus hijos pequeños jugaban sobre la alfombra con tanques y soldados; al lado se ve a un amigo de la pareja, verde y pacifista como ellos, que entra a la sala y, espantado por ver a los niños con esos juguetes, exclama: «¿Cómo permiten que sus hijos jueguen a la guerra?», a lo que la pareja responde: «Te equivocas. No están jugando a la guerra sino a las intervenciones humanitarias»... Huelgan comentarios. Insisto en que las dos caras de esta medalla deben ser tomadas en serio. Es claro que, por ser ius in bello, el DIH no se plantea el problema del ius ad bellum o, más exactamente, se atiene en este campo a lo estipulado por las propias disposiciones de Naciones Unidas acerca de la exclusiva justificación de las guerras en defensa propia 1. Pero es precisamente gracias a esta auto-restricción que el DIH ha podido avanzar en sus formulaciones y en su jurisprudencia y puede hoy hacer gala de contar con el respaldo legitimador y consensuado de la mayoría de las naciones. Ahora bien, el lenguaje jurídico de estos documentos representa también de por sí un asunto muy particular. Ese lenguaje posee, como sabemos, una pretensión de rigurosidad tanto 1 El artículo 2, inciso 4, de la Carta de Naciones Unidas prohíbe la guerra de manera general, y el artículo 51 la permite de manera excepcional en casos de legítima defensa frente a un ataque armado. El capítulo VII de la misma Carta autoriza al Consejo de Seguridad a emplear la fuerza frente a una amenaza a la paz, su quebrantamiento o un acto de agresión. 152 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? en sus formulaciones como en el modo de su argumentación, pero puede pasar por alto cuestiones esenciales o asumir evidencias, especialmente de naturaleza ética, sin asomo de duda. Vayamos, por ejemplo, a la formulación de una de las cuestiones centrales, y filosóficamente más interesantes, del DIH: al llamado «crimen contra la humanidad» o «crimen de lesa humanidad». Al respecto ha habido más de un cambio relevante en el transcurso de las últimas décadas, y sobre esos cambios haremos una reflexión más adelante. Pero la versión hoy vigente es la que se encuentra en el artículo 7 del Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional. Se lee allí, literalmente, «A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por “crimen de lesa humanidad” cualquiera de los actos siguientes cuando se cometan como parte de un ataque generalizado contra una población civil...», a lo que sigue un listado de once «actos»: el asesinato, el exterminio, la esclavitud, la tortura, la desaparición forzada, etc., cuidándose el Estatuto, eso sí, de considerar al final como caso número 11: «otros actos inhumanos de carácter similar», lo que abre naturalmente la puerta a la inclusión de un número indefinido de tales actos. Difícil considerar esta formulación como una definición en sentido estricto, porque lo único que se hace es sostener, del modo postulatorio habitual, que la expresión «crímenes contra la humanidad» tendrá en el Estatuto un significado especial, equivalente a uno de los actos listados a continuación, sin que se nos aclare en qué sentido se habla aquí de «crimen», ni qué especificidad tendría un «crimen contra la humanidad» frente a otros, menos aun a qué se llama exactamente «humanidad» ni por qué ella habría de ser considerada como un parámetro de valoración ética o jurídica, ni, en fin, por qué esos once casos específicos y no otros cubrirían el espectro de las conductas contrarias a la humanidad. Pero, pese a todo ello o, a lo mejor, gracias a estas imprecisiones, el Estatuto de Roma ha logrado salir adelante e imponer paulatinamente su vigencia en el orden jurídico internacional. Sin dejar pues de tener en mente esta ambivalencia fructífera del lenguaje jurídico del DIH, tratemos de concentrarnos en lo que sigue en algunos de los puntos mencionados y procuremos trazar una línea de argumentación que nos conduzca a las cuestiones centrales de la filosofía política contemporánea. En un primer momento, me detendré en la noción de «humanidad» que subyace a este corpus jurídico como instancia de apelación moral. A continuación, me ocuparé sucintamente del problema concerniente a la tipificación de ciertos actos como «crímenes contra la humanidad». Y finalmente, para concluir, esbozaré la cuestión de si no sería posible incrementar la lista de esos actos o hechos que atentan contra la humanidad incluyendo entre ellos, por ejemplo, a la situación de pobreza extrema de ciertas poblaciones en el mundo. Es evidente que cualquiera de estos tres puntos merecería por sí solo un tratamiento amplio y bastante más extenso del que puede darse en el marco de esta reflexión. Solo podré referirme a ellos, pues, de manera genérica y con la esperanza de ofrecer una interpretación plausible. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 153 Miguel Giusti 1. «Humanidad» Como ya se ha dicho, no es por su precisión, sino, paradójicamente, por su imprecisión, que la noción de «humanidad» del DIH ha obtenido carta de ciudadanía en el lenguaje jurídico internacional. Con ella se alude a una suerte de conciencia moral colectiva, dotada supuestamente de validez universal, acerca de ciertos valores o, como se les llama frecuentemente, ciertos «estándares» mínimos de convivencia humana tales como el respeto a la vida, la defensa de la libertad o la condena del sufrimiento producido por obra humana, y se apela enfáticamente a dicha conciencia en contraposición a situaciones históricas específicas en las que se ha experimentado una negación flagrante de esos valores. Es la defensa de la «humanidad» contra la «barbarie». Es así como suele expresarse el problema en muchos preámbulos de los documentos internacionales relativos a nuestro tema, entre ellos también, por cierto, las diferentes convenciones internacionales sobre los derechos humanos. Esta última mención es relevante porque conviene que recordemos que no se debe confundir el Derecho Internacional Humanitario (DIH) con el Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Aun reconociendo la validez del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, el DIH es bastante más restrictivo tanto en lo que concierne al campo de su aplicación —los conflictos armados— como en lo que concierne al conjunto de principios o valores mínimos que se deben hacer respetar en él. Es, se ha dicho ya, una genérica defensa de la humanidad contra la barbarie. Ahora bien, como ha sido señalado por más de un autor, entre otros por Jacques Derrida 2, el uso que se hace del término «humanidad» en el DIH no parece muy diferente del que se hace del término «humanitas» en el contexto de su primera aparición en latín. La fuente más importante a la que nos remite la investigación filológica es nada menos que Cicerón. Se trata de un término latino, romano, no de una mera traducción del griego, aunque puedan por cierto rastrearse raíces conceptuales en la cultura helénica. La primera referencia que se conoce proviene de un alegato del joven abogado Cicerón, en el año 80 a.C., en defensa de Sexto Roscio, un ciudadano romano del que la sangrienta dictadura de Sila quiere deshacerse y despojar de sus bienes, como lo ha hecho ya con miles de opositores al gobierno. Son tiempos, recordemos, de una cruenta guerra civil en Roma que ha costado muchas muertes y que ha terminado con la instauración de una dicta2 Cf. Derrida, Jacques, Universidad sin condición, Madrid: Trotta, 2002. El texto se remonta a una conferencia pronunciada por Derrida en la Universidad de Stanford (California), en el mes de abril de 1998, y que llevó el título «El porvenir de la profesión o La universidad sin condición (gracias a las humanidades, lo que podría tener lugar mañana)». He desarrollado con más detenimiento esta asociación semántica y ética en un ensayo titulado «El cultivo de las humanidades», en Giusti, Miguel, El soñado bien, el mal presente. Rumores de la ética, Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 2008, pp. 75-86. 154 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? dura, famosa en la historia por su crueldad y su violencia despiadadas. Finalizando su alegato, dice Cicerón: «Vosotros sabéis muy bien, señores miembros del jurado, que el pueblo romano, que en otras épocas ha mostrado piedad incluso frente a sus enemigos, actualmente está padeciendo las consecuencias de una impiedad interna. Librad al pueblo de ella, no permitáis que la crueldad se siga enseñoreando sobre el país. Ella no solo lleva el estigma de haber sido causante de la desaparición sanguinaria de miles de conciudadanos. ¡No! Además, ella ha privado hasta a los hombres más sensibles del sentimiento de la compasión... Viendo y escuchando constantemente que ocurren acontecimientos terribles, corremos el riesgo, todos, hasta los más sensibles, habituados ya al sufrimiento, de perder el sentimiento de humanidad (el sensum humanitatis) de nuestro corazón» 3. Sensus humanitatis. Así aparece por vez primera el término «humanitas»: como evocación de un sentimiento de piedad y de compasión hacia los otros por el solo hecho de ser humanos, como un ideal de conducta moral culturalmente delineado. El ideal se hace valer, además, como vemos, en un contexto jurídico, como instancia ética genérica de apelación en contra de una situación de crueldad y de violencia políticas. Es sorprendente, elocuente y curiosa esta similitud semántica entre el uso del término «humanidad» en el DIH y en Cicerón. De esa coincidencia pueden extraerse varias lecciones interesantes. Pero es también una asociación arriesgada, porque podría hacernos pensar que existe una línea recta que vincula ambas concepciones, algo así como una tradición permanente en la historia del pensamiento o de la moral de Occidente. La realidad es más bien distinta; esa línea ha sido sinuosa y equívoca y ha servido de inspiración, entre otras cosas, a una larga serie de proyectos y concepciones sobre la necesidad de un «humanismo». Y el humanitarismo no es el humanismo; es más bien una concepción ética casi contrapuesta, que «surge —por así decir— de las ruinas del humanismo» 4. Tomo esta última afirmación de Lluis Pla, un filósofo catalán que ha estudiado con mucha perspicacia el hondo contraste que separa ambas nociones. Afirma Pla de manera enfática que el humanitarismo toma distancia de la conciencia triunfalista del sujeto moderno y se levanta sobre sus escombros: «El humanitarismo maduro, el que parte de la conciencia de un humanismo fracasado, es, por oposición a cualquiera de sus versiones ingenuas, la expresión histórica de un reconocimiento del carácter menesteroso de la humanidad...» 5. 3 Cf. Ciceron, Discours pour Sextus Roscius, París: Les Belles Lettres, 2006. Una interesante discusión sobre el origen del término en la cultura latina puede hallarse en: Stroh, Willfried, «Der Ursprung des Humanitätsdenkens in der römischen Antike», en http://epub. ub.uni-muenchen.de/archive/00001273/01/senior_stud_2006_11_01.pdf 4 Cf. Pla Vargas, Lluis, «Dialéctica del humanismo y el humanitarismo», en Bermudo, José Manuel (ed.), Del humanismo al humanitarismo, Barcelona: Horsori, 2006, p. 152. 5 Ibid., p. 146. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 155 Miguel Giusti Resuena aquí, como es obvio, el eco de la crítica heideggeriana y posmoderna al proyecto del humanismo, la conciencia de los excesos o los peligros del logocentrismo occidental. Recordemos que en su Carta sobre el Humanismo Heidegger se declara abiertamente contrario al humanismo por considerarlo expresión de una visión sesgada, dependiente de presuposiciones ontológicas o de proyecciones culturales, filosóficamente ingenua y finalmente contraproducente. El humanismo, en su opinión, es siempre una mentalidad restringida, provinciana, que presupone una esencia del ser humano e interpreta, sobre esa base ilusoria, la realidad entera de las cosas. Y es a eso precisamente a lo que él llama una visión metafísica. «Todo humanismo se basa en una metafísica, o se vuelve él mismo el fundamento de tal metafísica. Toda definición de la esencia del hombre, que, sabiéndolo o no, presupone ya una interpretación del ente sin plantearse la pregunta por la verdad del ser, es metafísica. Por eso, es propio de la metafísica el ser “humanista”, lo que se revela precisamente a través del modo en que se define en ella la esencia del hombre. Todo humanismo es, pues, metafísico.» 6 Esta mirada despectiva de Heidegger sobre la metafísica, lo que quiere poner en relieve es la tendencia persistente del animal humano a concebirse a sí mismo como el centro del universo, a proyectar una imagen utilitarista o ideológica sobre su entorno, o simplemente a ignorar las posibilidades que le ofrece la vida, o el ser, si tan solo se preguntara genuinamente por su verdad. Particularmente revelador es, en ese sentido, el humanismo de la modernidad, sobre el cual Heidegger ha escrito páginas que marcaron época y que se han convertido ya casi en lugares comunes de la reflexión filosófica y cultural posterior 7. Probablemente lo más saltante de este humanismo no es que haya concebido una civilización tecnológica instrumentalista, o mercantilista, o depredadora de la naturaleza, como se suele afirmar, sino que se haya tendido, él mismo, una trampa perversa y autodestructiva, consistente en inventar una técnica supuestamente utilitaria que se ha independizado de su inventor e impuesto sobre él, en crear una civilización de medios que han terminado por contradecir los fines que le servían de inspiración y le daban sentido. De esta contradicción performativa de la modernidad hay diversas caracterizaciones: Heidegger mismo la considera una «metafísica de la subjetividad» que todo lo instrumentaliza o cosifica, Habermas la llama «colonización del mundo de la vida» por obra del «sistema», Lyotard la concibe como un «Gran Relato» legitimador autocontradictorio. Y así sucesivamente. La idea central, en todos estos casos, es que el humanismo se ha convertido en uno de esos sueños de la razón que producen monstruos, en fuente de inspiración de una civilización que parece haber perdido de vista el sentido de la existencia. 6 Heidegger, Martin, «Brief über den Humanismus», en: Wegmarken, Frankfurt: Klostermann, 2006, p. 321. 7 Cf. especialmente su ensayo «La época de la imagen del mundo», en Sendas perdidas, Buenos Aires: Losada, 1960. 156 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? La desconfianza frente al humanismo no equivale, sin embargo, ni siquiera en Heidegger, a una desautorización de sus fuentes de inspiración. Haciendo él mismo uso de la contraposición entre humanitas y barbarie, propia de la constelación latina que analizamos hace un momento, sostiene que su crítica al humanismo no debe llevar a pensar que él esté desconociendo el papel humanizador del ideal ético de los latinos ni, menos aún, que esté optando por la barbarie. Su preocupación es más bien que, por lo que vemos del caso de la modernidad, con mucha facilidad se concibe el humanismo como una forma velada de metafísica que encubre múltiples rostros de la voluntad de poder, del utilitarismo, de la instrumentalización de las relaciones con la naturaleza o con los otros. Por más paradójico que parezca, su rechazo del humanismo se debe a que este «no permite apreciar suficientemente la verdadera esencia del hombre». Necesitamos un nuevo humanismo, uno, dice Heidegger, que en sentido estricto equivale a un lucus a non lucendo 8. Se llama así, en retórica, a aquel tipo de etimologías que encierran un contrasentido, pues remiten el origen de un término (como lucus, arbusto) a otro que se le parece (como lucere, brillar) pero con el que no tiene nada que ver. El sentido del nuevo humanismo que necesitamos no podrá obtenerse, pues, siguiendo la figura retórica, del concepto de «hombre», pues, pese a la apariencia de similitud, ese concepto nos haría caer en alguna de las desviaciones a que ha dado lugar en la historia de la metafísica. «Si nos decidimos a conservar esta palabra, “humanismo” significa ahora que la esencia del hombre es esencial para la verdad del ser, de tal modo que lo que importa ya no es precisamente el hombre simplemente como tal. De esta manera, pensamos un “humanismo” de un género extraño. La palabra nos acaba proporcionando un rótulo que es un lucus a non lucendo.» 9 Detengo aquí la reflexión sobre Heidegger, aunque sin dejar de advertir que la pista por la que nos conduce —esa búsqueda de un humanismo como lucus a non lucendo— podría ser aprovechada para los fines de una nueva definición del humanitarismo. No pretendo tampoco sugerir que Heidegger habría hecho suya la concepción humanitarista contemporánea. Pero es útil recordar su crítica porque ella nos muestra la desconfianza extrema que ha padecido la utopía humanista en la tradición occidental. El humanitarismo ha nacido más bien de sus escombros. Más cerca a él se hallan concepciones como las de Emmanuel Levinas en su obra El humanismo del otro hombre, o de Hannah Arendt, tanto en La condición humana como en Eichmann en Jerusalén. Levinas, en efecto, dirige sus críticas al hecho de que el ideal humanista habría subrayado únicamente la dimensión universal e igualitarista de la noción de humanidad, pero perdiendo de vista la singularidad y la irrenunciable alteridad de todo ser humano concreto. Se propone por eso en 8 9 Cf. ibidem, p. 345. Ibidem. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 157 Miguel Giusti su libro poner el énfasis en el carácter irrepetible e interpelante del otro ser humano, en el cual y a través del cual se hace presente a cada quien la humanidad que no solo nos iguala sino que también nos diferencia. Arendt, por su parte, se interesó sobre todo por ofrecer una interpretación de la expresión «crimen contra la humanidad». Lo hizo particularmente en su libro Eichmann en Jerusalén. Nos expone allí, en efecto, cómo los regímenes totalitarios proceden a destruir, por etapas sucesivas, la humanidad del ser humano, destruyendo, en primer lugar, a la persona jurídica al despojarla de sus derechos cívicos; eliminando luego a la persona moral al obligarla a actuar contra sus semejantes; y haciendo finalmente a los hombres completamente «superfluos» en la medida en que los priva de su libertad, de su espontaneidad, de su capacidad de actuar y hablar. Esta progresiva destrucción de la humanidad de las personas en su vida política, social y personal es llamada por ella el «mal radical», y no otra cosa es, en su opinión, lo que se quiere expresar con la fórmula jurídica del «crimen contra la humanidad». Aunque lo parezca, no nos estamos alejando de la noción de humanidad del DIH, sino estamos más bien tratando de rastrear sus bases teóricas en la discusión filosófica reciente, procurando diferenciarla de otras nociones afines pero equívocas (lucus a non lucendo), intentando descifrar las claves que permitan entender por qué esa noción pareciera estar dotada en la actualidad de evidencia intrínseca. Es claro que, para alcanzar una definición precisa del concepto de humanidad, deberíamos traer a colación el entero arsenal de recursos de la discusión ética contemporánea, lo que en el mejor de los casos nos llevaría a hacer una tipología de interpretaciones pero difícilmente a poder zanjar la disputa. Más útil me parece buscar dotar de profundidad, al menos asociativamente, el ideal moral convencional que se viene transmitiendo a través del uso desenfadado del concepto en el derecho internacional. Es suficientemente evidente que la noción de humanidad del DIH se nutre de la autocrítica del humanismo occidental (se levanta sobre sus escombros) y apela a un conjunto de valores mínimos asociados a la compasión y el respeto recíproco, valores que considera universales en el específico sentido en que espera obtener el consenso necesario que asegure su consagración jurídica. Se trata acaso de un clima conceptual, en el que hallan su lugar obras como Normas para el parque humano, de Peter Sloterdijk; La nuda vida, de Giorgio Agamben; El siglo y el perdón, de Jacques Derrida o Desacralizar la vida humana, de Peter Singer, por citar solo algunos textos contemporáneos representativos y de mediática notoriedad. Dejando así las cosas —como un clima, más que como un mapa—, y de la mano de Hannah Arendt, a quien citamos hace un momento, pasemos al segundo punto anunciado al comienzo: a la discusión sobre el llamado «crimen contra la humanidad». Es innecesario precisar que también en este caso procederemos de manera asociativa. 158 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? 2. «Crimen contra la humanidad» Nos importa aquí sobre todo establecer en qué sentido específico se sobreentiende que existe una categoría de crímenes que merecen la calificación de crímenes contra la humanidad y, de ser posible, precisar qué tipo de mal o de daño es así expresado. Por lo pronto, conviene destacar la relevancia del hecho —así lo hace Richard Vernon en un sugerente trabajo sobre el tema 10— que el Estatuto de Roma se refiera en su Preámbulo a la ocurrencia de «atrocidades que desafían la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad» («unimaginable atrocities that deeply shock the conscience of humanity»; «d’atrocités qui défient l’imagination et heurtent profondément la conscience humaine»), es decir, que exprese de una manera tan enfática la indignación moral ante acciones de desmesurada gravedad, y que luego traduzca ese sentimiento moral a categorías del derecho penal tales como la comisión de crímenes. No solo se está así buscando una caracterización o tipificación de acciones concretas en las que se haga visible el grado mencionado de atrocidad, además por cierto de atribuir responsabilidad a los autores, sino que se está también reconociendo implícitamente el papel prioritario y fundante que juega la convicción moral ante el entero proyecto de creación de una corte penal internacional. Es sobre la base de esa convicción moral humanitaria que se procede a buscar luego formas consensuadas de traducción al lenguaje jurídico; por lo mismo, los cambios o la evolución de esa conciencia moral habrán de tener efectos en la redacción o la corrección de las convenciones internacionales del DIH. Eso explica, a mi entender, que el Estatuto haya dejado abierto el listado de los crímenes contra la humanidad, consignando, como ya se dijo, un último crimen referido a «otros actos inhumanos de carácter similar». No parece posible, ni razonable, dada la relación entre la fundamentación moral y la traducción jurídica positiva, pretender dar una visión exhaustiva de los actos merecedores de dicha tipificación. Un buen ejemplo de los efectos que ha tenido la evolución de la conciencia moral sobre la tipificación de este delito es el desplazamiento que se ha producido en los últimos años en la determinación de las circunstancias bajo las cuales puede darse su ocurrencia. La idea de consignar jurídicamente un «crimen contra la humanidad» se remonta a los Juicios de Nuremberg, específicamente a la Carta del Tribunal Militar Internacional creado con esa ocasión. Se incluye allí esta nueva categoría al lado de los crímenes de guerra y se sobreentiende que los crímenes contra la humanidad se producirían siempre en el marco de un conflicto armado internacional. Es esta contex10 Vernon, Richard, «What is Crime against Humanity?», en: The Journal of Political Philosophy, vol. 10, n.º 3, 2002, pp. 231-249. Cf. también al respecto Geoffrey Robertson, Crimes against Humanity, Londres: Allen Lane, 1999, y Norman Geras, The Contract of Mutual Indifference, Londres: Verso, 1998. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 159 Miguel Giusti tualización la que se ha ido modificando con el tiempo en un triple sentido: en primer lugar, se ha prescindido de la alusión necesaria a un contexto de guerra (al «war nexus», como se suele llamar en inglés), de manera que hoy, desde el Estatuto de Roma, se considera «crimen contra la humanidad» a los once actos ya mencionados sin importar si ellos fueron cometidos en el marco de un conflicto internacional o si fueron simplemente obra de agentes de un Estado contra su propia población aun en tiempos de paz. En segundo lugar, se ha superado la limitación de legitimidad que poseía el Tribunal de Nuremberg, ya que este había sido constituido por las fuerzas de ocupación de Alemania, mientras que la Corte Penal Internacional obtiene su legitimación en principio de la entera comunidad internacional sobre la base de la adhesión de los países a los tratados que la constituyen. Finalmente, en tercer lugar, se ha ampliado la lista de actos considerados lesivos de la humanidad, yendo más allá de su vinculación específica al genocidio, como parecía ser obvio en el marco del juicio de Nuremberg e incluyendo delitos de carácter más amplio, como la práctica del apartheid o las desapariciones forzadas. Pero seguimos sin precisar en qué sentido específico se trata de crímenes contra la humanidad. Al respecto, es relevante una opinión polémica de Hannah Arendt en relación con el juicio a Eichmann en Jerusalén. Arendt critica la posición (la caracterización conceptual) del tribunal israelí que pretende juzgar a Eichmann por ser enemigo del pueblo judío, pues considera que de esa manera se está nacionalizando el delito o restringiendo su aplicación a los límites de una legislación nacional particular, es decir: se está imputando la responsabilidad de un crimen en contra de una raza determinada y no de la humanidad en general 11. Aun cuando el genocidio, como es obvio, se lleve a cabo en contra de una población o nacionalidad particular, la naturaleza del crimen nos debería llevar a pensar que con él se está destruyendo una dimensión de la vida humana que trasciende al grupo directamente concernido. La cuestión no es fácil de resolver y, en cualquiera de los casos, nos movemos en el terreno de las interpretaciones, porque el DIH y, en particular, el Estatuto de Roma, muestran una suerte de circularidad jurídica en la definición del crimen. Al afirmar en el artículo 7, como hemos citado, que el Estatuto se reserva la prerrogativa de definir «para los efectos del documento» a qué se va a llamar un «crimen contra la humanidad», y al sostener luego que se identificará su ocurrencia con uno cualquiera de los once actos citados a continuación, el Estatuto incurre deliberadamente en una circularidad y evade la cuestión de la definición conceptual. Será entonces un crimen contra la humanidad aquello que el Estatuto estipule como tal; y al revés: los casos de atrocidades consignadas en la lista serán crímenes contra la humanidad porque el Estatuto lo ha establecido así. Esta circularidad es, por su11 160 Cf. Arendt, Hannah, Eichmann in Jerusalem, Nueva York: Viking, 1964, pp. 261ss. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? puesto, conceptualmente insatisfactoria, pero, como ya dijimos, ello no ha sido obstáculo para que el Estatuto se abra paso en la jurisprudencia internacional. La propia Hannah Arendt, que es uno de los pocos filósofos que se han ocupado seria y directamente del tema, ensaya más de una respuesta a la cuestión. Hemos citado ya una de ellas, vinculada a su concepción del «mal radical», es decir, al despojo paulatino y progresivo que pueden sufrir los seres humanos de las diferentes dimensiones esenciales de su vida —política, moral y personal— hasta ser convertidos en seres superfluos, es decir, violentados en su condición humana misma. Y más adelante, en el mismo libro Eichmann en Jerusalén, propone también que por crimen contra la humanidad se entienda «el ataque contra la diversidad humana en cuanto tal, es decir, contra un rasgo de la naturaleza humana (human status) sin el cual las palabras género humano o humanidad se verían privadas de sentido» 12. Tiene toda la razón Arendt en tratar de llenar el vacío que deja el lenguaje jurídico y en buscar una caracterización conceptual que dé cuenta de la especificidad de un crimen semejante, pero es claro que solo se puede avanzar en esa dirección si se cuenta con una suerte de antropología filosófica de carácter normativo, que contemple una gradación de las ofensas contra la humanidad. La condición humana es un ejemplo de este tipo de antropología filosófica y es uno bueno y útil para nutrir de densidad la categorización de este tipo de crímenes. Aunque, como ya se dijo, sea una interpretación entre otras. El problema al que nos referimos no concierne solamente la especificidad de aquello que es violentado —la humanidad—, sino también la especificidad de los crímenes que han de ser considerados tales. En cuanto a lo primero, hemos visto ya algunos intentos de definir lo propio de la humanidad y hemos recordado, en la primera parte, algunas reflexiones que pueden ayudarnos, aunque sea de manera asociativa, a caracterizar la conciencia moral asociada al humanitarismo. El propio Estatuto deja abierta la cuestión de si por humanidad habría que entender una propiedad de los seres humanos, una entidad específica, una dimensión de la existencia, una esencia o un principio moral; y también evade el problema de si es indispensable pensar en una gradación o una cuantificación de los daños cometidos. En cuanto a lo segundo, a la especificidad de los crímenes que han de ser considerados tales, observamos que el listado no pretende ser exhaustivo. Pero se establecen, sí, algunas condiciones para su ocurrencia, como el que sean «actos cometidos como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil y con conocimiento de dicho ataque». Al respecto, puede sernos útil analizar la propuesta de definición que hace Richard Vernon en el ensayo antes citado. 12 Ibid., p. 276. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 161 Miguel Giusti La utilidad de esta propuesta es que se toma en serio el contexto jurídico en que es formulado el delito, así como las referencias específicas que en él se hacen a la intervención de un poder estatal. Por lo pronto, Vernon hace hincapié en la relevancia que ha tenido el desligar al crimen contra la humanidad de su vinculación a una situación de guerra (al war nexus). De haberse mantenido esa vinculación, se habría dado a entender que solo pueden ocurrir crímenes contra la humanidad en ausencia de un orden jurídico o político legítimo, que es precisamente lo que suele ocurrir en situaciones de guerra. En la actualidad, en cambio, se sostiene que pueden existir dichos crímenes aun en el marco de ordenamientos jurídicos o políticos realmente existentes y sin que exista el vacío jurídico que caracteriza a los enfrentamientos bélicos. Es más, quizás de esa manera aparezca con mayor claridad la especificidad del crimen contemplado. Define así Vernon el crimen contra la humanidad como «un abuso del poder estatal que involucra la inversión sistemática de los recursos jurídicos del Estado» 13. Bajo el entendido de que los tres principales recursos jurídicos del Estado son la capacidad administrativa, la autoridad local y la territorialidad, un crimen contra la humanidad se produciría cuando esos tres recursos son sistemáticamente, perversamente, invertidos con la finalidad de atacar a una población civil: la capacidad administrativa se pone al servicio de la racionalización del exterminio; la autoridad local promueve y dirige los ataques; y el territorio se convierte en una trampa para las poblaciones perseguidas. Siendo recursos constitutivos y legitimantes de un orden jurídico, se invierte y pervierte su utilización destinándolos a causar un efecto contrario a su razón de ser. El propio Vernon afirma que, desde un punto de vista conceptual, su propuesta está inspirada en una filosofía política de corte contractualista. Es posible, aunque no es tan obvia esa inspiración o, al menos, no se hace tan visible en la definición reseñada. En ella se da cuenta ciertamente de algunos de los requerimientos considerados indispensables desde el punto de vista jurídico para constatar la ocurrencia de los crímenes, pero lo que no queda claro, dado su grado de abstracción, es si todos los casos listados por el Estatuto se ajustan a esa definición ni si la definición misma puede comprender todos esos otros casos «de carácter similar» que el Estatuto deja abiertos. Siendo un esfuerzo considerable y valioso por precisar, desde un punto de vista teórico, lo que el derecho mantiene en la incertidumbre, la propuesta de Vernon no agota la discusión ni está tampoco en condiciones de prever posibles desarrollos ulteriores de la moral o de la jurisprudencia que hagan extensible la tipificación del delito a otros casos de atrocidades que desafían igualmente la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad. 13 162 Cf. Vernon, Richard, o.c., p. 242. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 El humanitarismo, ¿un nuevo ideal moral? 3. La pobreza en el mundo: ¿crimen contra la humanidad? Con todos los elementos de juicio analizados hasta el momento y sobre la base de las consideraciones asociativas acerca de las convicciones morales ligadas al humanitarismo, podríamos plantearnos, para concluir, y a modo de un simple experimento mental, la pregunta sencilla y aparentemente fuera de lugar, de si la pobreza en el mundo podría ser considerada como un crimen contra la humanidad o si su ocurrencia, al menos en algunos lugares, podría pasar a engrosar la lista de los casos previstos por el Estatuto como delitos de esa magnitud. Lo que sería, por lo pronto, perfectamente posible y justificado es considerar que la existencia de la pobreza en el mundo solicita o debería solicitar la intervención de todos por razones humanitarias, al igual que ocurre en los casos en que somos testigos de la ocurrencia de tragedias o desgracias que afectan a algunas poblaciones y que causan sufrimientos terribles entre ellas, como, por ejemplo, los recientes terremotos ocurridos en Chile, Haití o Japón. De hecho, hablamos en esos casos de ayuda humanitaria. Se trata, claro está, de un deber de asistencia, no de una imputación de responsabilidad, pero eso no tiene por qué llevarnos a pensar que estemos ante algo irrelevante. No debemos menospreciar los efectos que posee el sentimiento moral humanitario ni la continua ampliación de sus fronteras hacia un número mayor de casos que demandan nuestra solidaridad. Lo importante, desde el punto de vista moral, es que el humanitarismo hace las veces de una instancia moral colectiva de enjuiciamiento de las conductas y los hechos y que, sin duda alguna, ella puede hacerse valer ante la existencia de la pobreza de muchas poblaciones. Por la misma razón, puede decirse igualmente, al menos en un sentido metafórico, que la situación de extrema pobreza que padecen algunas poblaciones en el mundo es un crimen contra la humanidad, si con ello nos referimos a lo que el Preámbulo del Estatuto de Roma dice acerca de «atrocidades que desafían la imaginación y conmueven profundamente la conciencia de la humanidad». En realidad, esta afirmación del Preámbulo coincide con el juicio moral que se expresa en tantas otras versiones del humanitarismo, como hemos visto, pues en todas ellas se considera inaceptable tolerar formas tan extremas de sufrimiento que despojan a los seres humanos de su condición de tales. Se trata de una interpretación metafórica, es verdad, porque al decir que es un crimen, no estamos haciendo necesariamente, o explícitamente, una imputación de responsabilidad, pero tampoco quiere ello decir que no seamos conscientes de que la situación no es evitable, que ella responde, aunque de manera difusa, a una acción o a una omisión deliberada de los propios seres humanos. Lo que al parecer no podríamos decir, en cambio, es que ello pueda considerarse un crimen contra la humanidad en el sentido jurídico específico ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 151-165, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.06 163 Miguel Giusti establecido por el Estatuto de Roma. Efectivamente, el Estatuto sostiene, como hemos señalado, que los actos que merecen ese calificativo deben haberse cometido «como parte de un ataque generalizado o sistemático contra la población civil y con conocimiento de dicho ataque». Semejante marco de referencias y semejantes condiciones no se dan en el caso de la existencia de la pobreza mundial, y esto solo bastaría para considerar que la pregunta aquí planteada está fuera de lugar. Pero, ¿es realmente así? Recordemos la caracterización que ofrece Vernon sobre los crímenes contra la humanidad. Ellos se producen, en su interpretación, cuando los recursos jurídicos del Estado se pervierten e invierten sistemáticamente en detrimento de una población. No sería descabellado pensar que la institucionalidad política y jurídica pensada aquí en términos de estados nacionales se hiciese extensiva a la esfera internacional. Ni lo sería tampoco considerar que la responsabilidad se pueda establecer por acción y por omisión. O por «autoría mediata», como se viene sosteniendo progresivamente en el derecho penal internacional. Así pues, si consideramos que existen suficientes instancias institucionales a nivel internacional que o son causantes directas o no toman medida alguna para remediar aquella atrocidad, es decir, si parecen estar invirtiendo o pervirtiendo sistemáticamente su razón de ser, y si tomamos conciencia del grado de sufrimiento o despojo que trae consigo esa acción u omisión para millones de seres humanos, entonces no estaríamos tan lejos de la constelación jurídica que lleva a pensar que se está cometiendo así un crimen contra la humanidad. BIBLIOGRAFÍA Agamben, Giorgio (1999): Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida, Valencia: Pre-Textos. Arendt, Hannah (1964): Eichmann in Jerusalem, Nueva York: Viking. Cicerón, Marcus Tulius (2006): Discours pour Sextus Roscius, París: Les Belles Lettres. Cortés, Francisco y Miguel Giusti (editores) (2007): Justicia global, derechos humanos y responsabilidad, Bogotá: Siglo del Hombre Editores. 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Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset Ortega y Gasset’s Overcoming of Naturalism JESÚS CONILL-SANCHO Universidad de Valencia 1/Instituto de Filosofía, CCHS-CSIC RESUMEN. Este artículo expone la crítica de Ortega y Gasset al naturalismo y el fracaso de la razón naturalista, y muestra su nueva concepción de la razón vital, histórica y narrativa, como un paradigma alternativo, basándose en la dialéctica de las experiencias, la imaginación creativa del «animal fantástico» y en una nueva visión de la vida que proviene de Nietzsche, Dilthey y Goethe, que puede contribuir a afrontar el reto de los nuevos naturalismos en el contexto del pensamiento actual. ABSTRACT. This article explains Ortega y Gasset’s criticism of naturalism and the failure of the naturalistic reason, and also shows his new conception of vital, historical and narrative reason as an alternative paradigm, which is based on the dialectic of the experiences, the creative imagination of the «fantastic animal» and a new vision of life, which comes from Nietzsche, Dilthey and Goethe, and can help to face the challenge of the new naturalism in the context of the current thought. Palabras clave: naturaleza, historia, razón, imaginación, vida, experiencia, Nietzsche, Dilthey, Goethe. Key words: nature, history, reason, imagination, life, experience, Nietzsche, Dilthey, Goethe. 1. Actualidad del naturalismo Una aportación muy fecunda de Ortega y Gasset ha sido la de contribuir a que nos percatemos de nuestra situación intelectual y la de impulsarnos a pensar a partir de los problemas concretos que en ella seamos capaces de descubrir y afrontar. Es ésta la mejor manera de entender la recepción de un pensador clásico como es Ortega 2, aprovechando el momento estelar de la nueva edición de sus Obras Completas 3. 1 Este estudio se inserta en los Proyectos de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico FFI2010-21639-C02-01, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación con Fondos FEDER de la Unión Europea, y en las actividades del grupo de investigación de excelencia PROMETEO/2009/085 de la Generalidad Valenciana. Y agradezco a la Fundación Ortega y Gasset-Marañón su apoyo, en especial a Javier Zamora, director del Centro de Estudios Orteguianos. 2 Zamora, J., Ortega y Gasset, Plaza y Janés, Barcelona, 2002. 3 Conill, J., «El acontecimiento de las nuevas Obras completas y el perfil filosófico de Ortega y Gasset», Revista de Estudios Orteguianos, 22 (2011), pp. 7-28. [Recibido: Dic. 11 / Aceptado: Feb. 12] 167 Jesús Conill-Sancho Hoy en día nos encontramos inmersos en un medio intelectual en que predomina cada vez más el naturalismo. Y no sólo en el mundo angloamericano, donde el programa naturalista es invasivo, sino hasta en Europa un pensador como Jürgen Habermas también ha sido seducido por la terminología de moda, abogando por un «naturalismo blando» 4. E incluso, entre nosotros, Adela Cortina se ha ocupado de las implicaciones prácticas de la forma en que ha cobrado nueva vigencia el naturalismo en su libro Neuroética y neuropolítica 5. Es patente un resurgimiento del naturalismo a partir de los crecientes conocimientos científicos. Todos los conceptos son sometidos a la naturalización, que se convierte en una especie de «programa» general del conocimiento y de la acción. Desde la epistemología hasta la ética impera la objetivación naturalista, que se está convirtiendo en una moda y hasta en una nueva ideología, en la medida en que se sustenta en una «fe cientificista», que más que ciencia es filosofía deficiente («mala filosofía», afirma tajantemente Habermas). En esta circunstancia recurrimos un vez más a Ortega como «maestro de filosofía» 6, porque el estudio de su obra ayuda a pensar a fondo los problemas y estimula a buscar una salida apropiada a cada momento histórico. En nuestro momento el naturalismo arrasa, intentando naturalizar los conceptos filosóficos tradicionales y llegando hasta la naturalización de la normatividad moral. Se recurre a las diversas ciencias naturales, pero en los últimos tiempos, tras el imperio de la Física, ha ido adquiriendo especial relevancia la Biología, primero la Genética y actualmente las Neurociencias. En virtud de todas estas tendencias, la filosofía contemporánea se está decantando hacia posiciones naturalizadas en todos los ámbitos. La animalidad del ser humano ha adquirido de nuevo una relevancia casi espectacular, a pesar de estar viviendo la época más tecnologizada de la historia. No obstante, los diversos y muy variados naturalismos no aclaran suficientemente qué entienden por «naturaleza» 7; es ésta una cuestión fundamental que casi siempre queda en la penumbra, pero que Ortega aborda explícitamente. En bastantes ocasiones se tiende a considerar naturalista a toda forma de pensamiento filosófico que tiene en cuenta la evolución natural, como si la consideración de cualquier concepto desde la óptica de la evolución condujera necesariamente a naturalizarlo, lo cual constituye una exageHabermas, J., Entre naturalismo y religión, Paidós, Barcelona, 2006; Philosophische Texte, Suhrkamp, Frankfurt, 2009. 5 Cortina, A., Neuroética y neuropolítica. Sugerencias para la educación moral, Tecnos, Madrid, 2011. 6 Zubiri, X., «Ortega maestro de filosofía», El Sol, 18 de marzo de 1936. 7 Flanagan, O., «Varieties of Naturalism», en Philip Clayton (ed.), The Oxford Handbook of Religion and Science, Oxford Handbooks Online, Oxford University Press, 2009, pp. 430-452; Clayton, Ph., En busca de la libertad, Verbo Divino, Estella, 2011. 4 168 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset ración indebida. Pues, como veremos a continuación, el pensamiento orteguiano se sitúa más allá del naturalismo ya predominante en su época, aun habiendo partido de una figura de la animalidad y de una visión evolutiva (natural) del hombre, y a pesar de que esta consideración de la animalidad humana constituye la base de su concepción experiencial de la razón vital e histórica. Por tanto, a partir de sus reflexiones podremos iluminar algunos de los problemas que hoy tenemos planteados en relación con las nuevas posiciones naturalistas, puesto que la fuerza de su pensamiento impele a no conformarse con un simple mimetismo ante las vigencias intelectuales del momento. 2. El animal fantástico y la razón experiencial La figura del «animal fantástico», que también se encuentra en Nietzsche, está íntimamente conectada con la propuesta orteguiana de la razón vital e histórica. De hecho, uno de los asuntos que Ortega presenta en reiteradas ocasiones a lo largo de su producción es la relevancia de la fantasía. Ésta no es el ámbito de la irracionalidad, sino más bien de la protorrazón, capaz de acercarnos a la realidad de un modo originario, dada la peculiar manera de ser del hombre. Así lo expone Ortega recurriendo —como Platón— al mito, a una fábula, con la que nos narra el origen del ser humano a partir de una especie animal enferma. Según Ortega, fue una especie animal en la que brotó un «torrente de fantasía», de «hiperfunción imaginativa», la que se convirtió en hombre, en «animal fantástico». La anormalidad de tal animal convertido en hombre habría consistido en esa superabundancia de imágenes, de fantasmagorías, que empezaron a crear dentro de él un «mundo interior». Y el error ha consistido, a juicio de Ortega, en «suponer que ese mundo interior era racional», y por eso afirma: «En el animal que luego resultó “hombre” tuvo (...) que surgir en anormal desarrollo y superabundancia una función primigenia: la fantasía» 8. Merced a la fantasía, según Ortega, a unas «sensaciones liberadas», puede el hombre fabricarse un mundo fantástico. Por tanto, aunque el hombre esté encadenado a las cosas en su trato con ellas, tiene «efectiva libertad de imaginar», debido a que su única actividad originariamente inteligente es la sensación liberada en forma de imaginación. «El hombre es libre para interpretar las cosas en que fatalmente (no libremente) está inserto» 9. ¡Puede danzar encadenado! Ortega y Gasset, J., Obras Completas (= O.C.), Taurus, Madrid, 2004-2010 (se citará el volumen y la página), «El hombre y la gente», X, p. 308. 9 Ibid., «La idea de principio en Leibniz», IX, p. 1018. 8 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 169 Jesús Conill-Sancho Y lo que llamamos «razón» no es sino fantasía puesta en forma. Lo más racional es fantástico (el punto matemático, la línea infinita, la matemática, la física, la justicia y la felicidad). La fantasía crea proyectos, a los que llamamos «ideales», es decir, lo que el hombre quiere llegar a ser. De ahí el persistente «descontento» del hombre, porque siempre «echa de menos lo que nunca ha tenido». En el «mito antidarwiniano —aunque evolucionista—» que narra Ortega de cómo el hombre emerge entre los animales, lo que decisivamente caracteriza al hombre es la abundancia de la fantasía. Y Ortega añade: «La historia de la razón es la historia de los estadios por los que ha ido pasando la domesticación de nuestro desaforado imaginar» 10. He aquí la radicación de la razón histórica en el animal fantástico. Pues los demás animales se adaptan al medio, pero el hombre procura adaptar el medio a «sí mismo». Para ello tiene que transformar el mundo en otro conforme a sus deseos, que no serán ya sólo instintivos, sino también «deseos fantásticos», para cuya posible satisfacción su campo de acción será la historia y el instrumento, la técnica. Para comprender esta situación del hombre en su vida, el punto de vista «más radical, decisivo y previo» no es el de la consideración biológica y zoológica, sino que «el problema filogenético» es, para Ortega, importante, pero una cuestión «secundaria y para nada decisiva». En cambio, lo que considera básico es que el hombre se caracteriza por la «abundancia de su fantasía». Lo cual nos permite comprender mejor el «afinamiento de la mente humana», añadiendo 11 que esto no se reduce a biología, sino que la rebasa, puesto que «es psicología». Debido a la riqueza de «posibilidades» que le abre su fantasía, este animal histórico y técnico tendrá, pues, que «elegir» entre ellas, «seleccionar», convirtiéndose en un animal «elector». De ahí procede el terrible privilegio de la «libertad del hombre». En definitiva, el hombre «se hizo libre porque se vio obligado a elegir, y esto se produjo porque tenía una fantasía tan rica, porque encontró en sí tantas locas visiones imaginarias». «Somos (...) hijos de la fantasía» 12, «todo pensar es fantasía» y la historia es el intento de domarla. Lo que muestra el mito —la fábula— que cuenta Ortega es no sólo que la facultad primordial del hombre es la fantasía sino también «la victoria de la técnica», por la que podemos crear un mundo nuevo. La vida humana es faena utópica, invención del personaje que cada cual tiene que ser. El hombre es novelista de sí mismo y se necesita fantasía para crear el propio programa vital 13. A partir de la fantasía el hombre se ve «condenado» a una 10 11 12 13 170 Ibid., Ibid., Ibid., Ibid., «Sobre una nueva interpretación de la historia universal», IX, p. 1388. IX, p. 1388 (añadido que aparece en esta nueva edición de la obra orteguiana). «El mito del hombre allende la técnica», VI, pp. 815 y 816. «Prólogo para alemanes», IX, pp. 137 y 138. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset razón que es histórica, que necesita tiempo y esfuerzo, a una tarea siempre incompleta, como la de Sísifo, porque «la historia universal es el esfuerzo gigantesco y milenario de ir poniendo orden en esa desaforada, anti-animal fantasía» 14. Precisamente el proyecto de Ortega y Marías del Instituto de Humanidades pretendía dar cuenta de las diversas dimensiones de la vida humana, a través de las diversas ciencias de lo humano, hasta llegar a una teoría general de la vida humana. La concepción resultante no era naturalista, sino dramática, porque la existencia es drama, lucha por lograr ser sí mismo. En esta tarea de las ciencias humanas se pone en marcha una forma de «dar razón» diferente a la de las ciencias naturales, porque existe una decisiva diferencia entre las «naturalidades» y las «humanidades», pues éstas son históricas. Ortega quiere salvar así a la razón en los ámbitos de la vida y de la historia. Pues para comprender la vida humana es preciso ejercitar una razón narrativa que recupere el sentido del drama en que consiste la vida humana. Por otra parte, Ortega tampoco se dejó seducir por la omnímoda ontologización heideggeriana, sino que imprimió una potente vitalización, en la que la perspectiva dominante y el centro de gravedad lo constituía el quehacer vital (la vida fáctica y la experiencia de la vida). Lo que aquí está en juego primordialmente no es el ser, sino la «viviente utopía» de cada cual, el hombre como ser utópico y su desarrollo de la razón histórica en forma de razón narrativa, cuya raíz se encuentra en la capacidad poetizadora de la fantasía. La razón narrativa es la que corresponde a una concepción dramática e histórica de la vida humana. Para ello no es preciso ontologizar, sino vitalizar e historizar en una especie de raciovitalismo histórico, que comprenda el carácter raciovital y raciohistórico de la existencia humana. Lo cual implica una recuperación de la razón misma, pero no de la razón pura, sino de la impura por ser «experiencial» 15. Esta es la comprensión del ser humano que reiteradamente expone Ortega y que aplica especialmente para criticar la posición heideggeriana. En ella se ofrece, a mi juicio, una analítica hermenéutica de la vida fáctica, abierta por la fantasía a la invención continua; de ahí que pueda considerarse también una nueva forma de hermenéutica crítica, por tanto, una alternativa a la ontologización heideggeriana, una vía que resulta más semejante al análisis diltheyano de la vida humana 16 y que, en buena medida, se dejaba Ibid., «Sobre una nueva interpretación de la historia universal», IX, p. 1367. Conill, J., El enigma del animal fantástico, Tecnos, Madrid, 1991, y Ética hermenéutica, Tecnos, Madrid, 2006. 16 Orringer, N.: Ortega y sus fuentes germánicas, Gredos, Madrid, 1979; «La crítica de Ortega a Husserl y a Heidegger: la influencia de Georg Misch», en Revista de Estudios Orteguianos, 3, noviembre, 2001, pp. 147-166; Nuevas fuentes germánicas de «¿Qués es filosofía?», CSIC, Madrid, 1984. 14 15 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 171 Jesús Conill-Sancho orientar por la sugerente inspiración goethiana. Porque ahora la cuestión primordial no es la del ser, sino la vida; se parte de la peculiar animalidad del hombre; se destaca la fantasía como la facultad primordial y la iniciativa en la elección dentro de las circunstancias y posibilidades; y se abre a un horizonte de esperanza activa. En definitiva, se presenta un nuevo estilo de pensamiento, en el que se detecta la impronta de Nietzsche, Dilthey y Goethe, y que será proseguido de modo peculiar por algunos discípulos de Ortega (Zubiri, Marías, Laín...) 17, precisamente un pensamiento capaz de ir más allá del imperante naturalismo, a pesar de haber partido de la figura del animal fantástico y su razón experiencial, vital e histórica, alimentada primordialmente por la fantasía. 3. Fracaso de la razón naturalista La ciencia ha pretendido ser también «la ciencia sobre el hombre». Pero «la ciencia, la razón a que puso su fe social el hombre moderno, es, hablando rigorosamente, solo la ciencia físico-matemática, y apoyada inmediatamente en ella, más débil (...), la ciencia biológica. En suma, reuniendo ambas, lo que se llama la ciencia o razón naturalista» 18. Pero «la naturaleza es solo una dimensión de la vida humana» y su éxito con respecto a la naturaleza «no excluye su fracaso con respecto a la totalidad de nuestra existencia». Pues el «parcial esplendor» (la eficiencia parcial) de la «razón física» no debe ocultar el resultado deficitario en relación con la totalidad del vivir humano. Ciertamente «lo que no ha fracasado de la física es la física. Lo que ha fracasado de ella es la retórica y la orla de petulancia, de irracionales y arbitrarios añadidos que suscitó», lo que en algún momento Ortega llamó «el terrorismo de los laboratorios». Y es que la ciencia puede «alimentarse de ilusiones» y de ahí surge el «utopismo científico» 19, como el que cuenta Ortega (y que se repite continuamente hasta el día de hoy, en diferentes versiones), refiriéndose a una conferencia del fisiólogo Loeb sobre los tropismos, quien al final de la misma dijo: «Llegará el tiempo en que lo que hoy llamamos actos morales del hombre se expliquen sencillamente como tropismos» 20. He aquí una expresión típica del progresismo cientificista, que hoy se presenta en muchas ocasiones combinado con cierto progresismo político y cultural. En realidad, la ciencia «está llena de problemas que se dejan intactos por ser incompatibles con los métodos. ¡Como si fueran aquéllos los obligados a supeditarse a éstos, y no al revés! La ciencia está repleta de ucronismos, 17 18 19 20 172 Carpintero, H., Cinco aventuras españolas, Revista de Occidente, Madrid, 1967. Ortega y Gasset, J., O.C., «Historia como sistema», VI, pp. 53-54. Ibid., VI, p. 54. Ibid., VI, p. 55. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset de calendas griegas». Cuando lo que ha de hacer la ciencia es intentar resolver hoy sus problemas, no transferirnos a las calendas griegas. Y si sus métodos no bastan para dominar los enigmas del Universo, lo discreto es sustituirlos por otros más eficaces. Hay que salir de la «beatería científica que rinde idolátrico culto a los métodos preestablecidos» 21. Con su acostumbrada tendencia a la exageración, seguramente motivada por una intención pedagógica, afirma Ortega taxativamente lo siguiente: «Todo mi pensamiento filosófico ha emanado de esta idea de las calendas griegas. Ahí está en simiente toda mi idea de la vida como realidad radical y del conocimiento como función interna a nuestra vida y no independiente o utópica» 22. Así pues, Ortega no tuvo más remedio que elaborar una filosofía partiendo de excluir las calendas griegas. Porque la vida es lo contrario que estas calendas. La vida es prisa y necesita saber a qué atenerse y es preciso hacer de esta urgencia el método de la verdad. «El progresismo que colocaba la verdad en un vago mañana ha sido el opio entontecedor de la humanidad». «A cuenta de que en el porvenir se va a lograr una física de la moral, renuncia a tener él en su día presente una verdad sobre la moral. Era una curiosa manera de existir a cargo de la posteridad dejando la propia vida sin cimientos, raíces ni encaje profundo» 23. Por otra parte, también había que superar el naturalismo, porque «la razón física no puede decirnos nada claro sobre el hombre», por tanto, «debemos desasirnos con todo radicalismo de tratar al modo físico y naturalista lo humano». Busquemos otro camino: «tomémoslo en su espontaneidad». En definitiva: «el fracaso de la razón física deja la vía libre para la razón vital e histórica» 24. Frente al naturalismo y fisicismo se abre paso el enfoque del raciovitalismo. Para Ortega, «lo humano se escapa a la razón físico-matemática» y «todos los portentos, en principio inagotables, de las ciencias naturales se detendrán siempre ante la extraña realidad que es la vida humana», porque «el hombre no es una cosa»; a lo que añade Ortega una de esas afirmaciones seguramente exagerada, que tanto ha dado que hablar: «que es falso hablar de la naturaleza humana, que el hombre no tiene naturaleza» 25. Por tanto, la física es incompetente para hablar del hombre. La vida humana no es una cosa, no tiene una naturaleza, y por tanto es preciso resolverse a pensarla con categorías radicalmente distintas de las que nos aclaran los fenómenos de la materia. Lo cual es difícil, porque desde hace tres siglos el fisicismo ha habituado a dejar de lado esa extraña realidad que es la vida humana. 21 22 23 24 25 Ibid. Ibid. Ibid., VI, pp. 55-56. Ibid., VI, p. 56. Ibid., VI, p. 57. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 173 Jesús Conill-Sancho 4. Corregir «el error de Descartes» A la vista del fracaso de la razón naturalista que opera en las ciencias naturales cuando pretenden dar cuenta de la realidad humana y de lo más específicamente humano, surgieron las llamadas «ciencias del espíritu, ciencias morales o ciencias de la cultura», pero, según Ortega, estas ciencias del espíritu (Geisteswissenschaften) no han logrado convencer y atraer al hombre europeo moderno con la misma fuerza que lo han logrado las naturales. Pues, para superar el naturalismo y el tecnicismo imperantes en la época moderna, no basta con añadir la noción de Espíritu, sino que hay que preguntarse, más allá de Descartes, qué es la res, «cuál es su estructura previamente a su calificación de pensante y extensa» 26. «El error de Descartes 27 y el de los caballeros del Espíritu» ha sido no haber reformado a fondo «la doctrina vetusta sobre el ser», porque un ente que consiste en pensar, ¿puede ser en el mismo sentido en que es un ente que consiste en extenderse? (...) ¿no se diferencian en su mismo ser (...)?» 28. Ortega nos presenta aquí una más radical exigencia intelectual para superar el naturalismo, a la que se referirá también Heidegger en Carta sobre el humanismo, que consiste en no contentarse con añadir cualificaciones a la animalidad (pensante, espiritual, etc.), sino en llegar a un nivel más básico, el del modo de ser en la concepción heideggeriana 29, que en el caso de Ortega 30 y algunos de sus discípulos (Xavier Zubiri, Julián Marías, Pedro Laín) se convertirá en la exigencia todavía más profunda de plantear la cuestión de la estructura de la realidad 31, como la decisiva innovación metafísica 32. Lo que está queriendo decir Ortega es que, para superar el naturalismo, hay que superar las nociones tradicionales del ser, de la res y de la naturaleza. Un ejemplo es el término «naturaleza», que ha pasado de la concepción aristotélica de la physis a significar «la ley de los fenómenos» 33. Pero Ortega hace ver algo que es común a la posición antigua y a la moderna: entender el ser de una cosa como consistencia fija y estática (la physis es el Ibid., VI, 59. Un error más profundo que aquel del que le acusa actualmente Antonio Damasio en su famosa obra El error de Descartes, de tan amplia audiencia en todo el mundo. 28 Ortega y Gasset, J., O.C., VI, pp. 59-60. 29 Heidegger, M., Carta sobre el humanismo (de otoño de 1946 y publicada en 1947). 30 Ortega expone ya estas ideas en los trabajos que incorpora en Historia como sistema (cuya publicación en inglés y alemán es de 1935, y en español en 1941), en unos artículos publicados en La Nación, en 1937, con el significativo título «Naturaleza, espíritu e historia» (cfr. O.C., «Notas a la edición», VI, p. 972). 31 Zubiri, X., Sobre la esencia, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1962; Marías, M., Antropología metafísica, Revista de Occidente, Madrid, 1973; Laín, P., El cuerpo humano, Espasa-Calpe, Madrid, 1989. 32 Rodríguez Huéscar, A., La innovación metafísica de Ortega, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, con Prólogo de Javier Muguerza. 33 Ortega y Gasset, O.C., «Historia como sistema», VI, p. 60. 26 27 174 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset principio invariable de las variaciones) y la regla o ley estable de los inestables fenómenos (la «invariabilidad de las leyes de la naturaleza»). En ambos casos se produce una «intelectualización radical del ser». Por consiguiente, «el naturalismo [antiguo y moderno] es, en su raíz, intelectualismo (=proyección sobre lo real del modo de ser peculiar a los conceptos)». Es difícil no pensar en algunas de las aportaciones filosóficas más profundas de Nietzsche cuando se leen estas expresiones de Ortega 34. Por tanto, según Ortega, no sólo hay que desontologizar (en el sentido que hay que superar la noción del ser como instancia fundamental), sino que de modo correlativo «tenemos que aprender a desintelectualizar lo real», porque «lo que en el naturalismo nos estorba para concebir los fenómenos humanos (...) [es] la idea misma de res». Ortega propone, pues, renunciar a «la comodidad de presumir que lo real es lógico» y reconocer que «lo único lógico es el pensamiento» 35. Hay que saber renunciar al supuesto de la estructura lógica de lo real, como si su logicidad última fuera una garantía segura. También aquí cabe percibir la sombra nietzscheana. Para desintelectualizar, Ortega intenta dinamizar raciovital y raciohistóricamente la terminología estrechamente ontologizadora, afirmando que el hombre no es, sino que «va siendo», e «ir siendo» es lo que llamamos «vivir». Por tanto, el hombre no es, sino que vive. Por eso la razón tendrá que consistir en narración, de manera que frente a la razón pura físico-matemática hay una razón narrativa 36. Para comprender algo humano hay que contar una historia; la vida sólo se vuelve algo transparente ante la razón histórica 37. En suma, como «el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene... historia» 38, hay que cambiar el modo de acceder a lo real y, de modo especial, a los fenómenos humanos. No obstante, también afirma Ortega lo siguiente: «La historia comienza con ella [la forma prístina de ser hombre]. Antes de ella hay solo lo que no varía: lo permanente, la Naturaleza. El hombre “natural” está ahí siempre, debajo del mudable hombre histórico (...) perviviente» 39. Conill, J., El poder de la mentira. Nietzsche y la política de la transvaloración, Tecnos, Madrid, 1997. 35 Ortega y Gasset, J., O.C., «Historia como sistema», VI, p. 62. 36 Castelló, J.C., La hermenéutica narrativa de Ortega y Gasset, Comares, Granada, 2009. 37 Ortega y Gasset, J., O.C., «Historia como sistema», VI, p. 71. 38 Ibid., «Aurora de la razón histórica», V, p. 375. Para la compleja relación entre naturaleza e historia, vid., por ejemplo, Zubiri, X., Naturaleza, Historia, Dios, Alianza, Madrid, 1987, 9.ª ed.; Marquínez, G., «Naturaleza e Historia en Ortega y Zubiri», Revista Agustiniana 34 (1993), pp. 311-333; Morón, C., El sistema de Ortega y Gasset, Romania, Madrid, 1968; Laín, P., Ser y conducta del hombre, Espasa Calpe, Madrid, 1996, cap. XIX. 39 Ortega y Gasset, J., O.C., «Prólogo a Veinte años de caza mayor, del Conde de Yebes», VI, p. 324. 34 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 175 Jesús Conill-Sancho Así pues, radicada en la naturaleza, pero, a su vez, rebasándola, la «dramática turbulencia de la vida» gira sobre los goznes «medio-fin». Los biólogos discutirán sobre si el fin es la conservación del individuo o la perseveración de la forma. Pero Ortega se pregunta si el fin de la vitalidad no es «el aumento de sí misma, su potenciación y crecimiento, aquello que misteriosamente aparece en algunos textos de los griegos bajo el nombre de pleonexía, henchimiento, ser más». Pues «vivir no es conservarse, perseverar en el ser (...), sino que vivir es vivir más, tender a la plenitud, voluntad de potencia —así Nietzsche» 40. Aquí la referencia a Nietzsche es ya explícita, porque en esa línea va a entender lo que significa la vida. De entrada, según Ortega, todo lo vital es medio para un fin y ser medio para otra cosa es ser útil. Ahora bien, cuál sea el fin que todo lo vital sirve como medio es cosa que discuten los biólogos. «Me refiero estrictamente al fin biológico, al fin en el individuo orgánico, no al fin o sentido último que dentro del universo atañe a la vida: éste es un problema de ética —el más grande problema del hombre» 41. Así pues, una cosa es el fin biológico y otra el sentido vital, una cosa es la biología natural y otra la biografía vital, pues el sentido de la vida es una cuestión ética, «el más grande problema del hombre», un asunto que resuelven de diverso modo la concepción utilitarista que late en el darwinismo (calificada de «perversa» por parte de Ortega y Machado) 42 y la concepción ética del raciovitalismo orteguiano. Y por eso Ortega —igual que Nietzsche— se enfrenta al darwinismo, porque éste estrecha el sentido de la vida, a partir de un sentido reduccionista del fin biológico. Para el darwinismo, «la finalidad vital», «el fin de la vida», «el resorte esencial de la vida», era «la adaptación al medio físico». «El darwinismo supone que ese fin regulador de todos los fenómenos vitales, es la adaptación al medio. Vivir es adaptarse». «Frente a ese punto de vista», para Ortega, la vida es «una actitud artificial creadora que consiste en el aumento de su propio ser, en su henchimiento» 43. Para lo cual habrá que contar con las aportaciones de los proyectos de reforma del hombre y con la imaginación creadora que los hace posibles 44. Lo que está en juego es en qué consiste el vivir: si en adaptación o en henchimiento. Ortega, en línea nietzscheana (en este decisivo aspecto), aporta una alternativa que pretende superar el naturalismo darwinista, en la medida en que ofrece una comprensión enriquecedora de la vida, donde la creación y la aspiración a la excelencia ensanchan el horizonte vital. Ibid., «Vitalidad, alma, espíritu», II, pp. 583 y 584; «Historia como sistema», VI, p. 73. Ibid., «Vitalidad, alma, espíritu», II, p. 589. 42 Machado, A., «Las Meditaciones del Quijote de José Ortega y Gasset», Revista de Estudios Orteguianos, 8/9 (2004), pp. 277-285. 43 Ortega y Gasset, J., O.C., «Vitalidad, alma, espíritu», II, pp. 589-590. 44 Conill, J., «Fantasía y vida en el pensamiento de Ortega y Gasset», Revista de Estudios Orteguianos, 16/17 (2008), pp. 107-119. 40 41 176 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset A mi juicio, todavía no hemos sido capaces de elaborar ni hacer efectivas las consecuencias que se derivan de esta innovadora concepción para la educación y la transformación cultural de la vida moderna. Pero por eso conviene repensar esta posible orientación orteguiana y proseguirla actualizándola, como en su momento hicieron a su modo algunos de sus más destacados discípulos, intentando proponer un programa raciovitalista, superador del naturalista. 5. La imaginación creadora Una posible vía para llevar a cabo el programa raciovitalista, superando las deficiencias del naturalista, podría ser el recurso a la imaginación creadora en la formación (Bildung), impulsada por la hermenéutica, en virtud de su gran potencial educativo. Así, por ejemplo, se puede recurrir a la hermenéutica crítica de la vida humana, al estilo orteguiano, que parte de la facticidad de la experiencia vital, pero que se abre a la reflexión crítica, más allá de los dogmatismos imperantes, incluido el propio de la cerrazón epistemológica de carácter naturalista y cientificista. Una perspectiva hermenéutica como la orteguiana ya animaba a valorar las funciones vitales y establecer una «jerarquía vital» de las actividades humanas. Por ejemplo, Ortega interpretaba que «no es lo más urgente educar para la vida ya hecha, sino para la vida creadora». La vida creadora no se reduce a la adaptación al medio, no todo es adaptación, como se ha querido imponer en la alicorta visión darwinista. Frente a ella puede recurrirse, tras Kant, a Nietzsche, Unamuno y Ortega, que descubren otro sentido de «adaptación», un sentido creador, por tanto, en vez de educar para la adaptación (propia del recorte vital propio de los utilitarismos explícitos o larvados) proponen educar para el perfeccionamiento vital, que incluye también las «audaces inadaptaciones». La reforma del hombre tendrá que regirse por el imperativo de la vitalidad, que impulsa a promover («criar» [züchten], dirá Nietzsche) hombres vitalmente perfectibles 45. Este posible intento de perfeccionamiento es el que hoy se prosigue a través de las nuevas propuestas de eugenesia y de mejoramiento (enhancement) del hombre 46. Conill, J., El poder de la mentira, Tecnos, Madrid, 1997, Parte III. Habermas, J., El futuro de la naturaleza humana, Paidós, Barcelona, 2002; Savulescu, J., «Procreative Beneficence: Why We Should Select the Best Children», Bioethics, vol. 15, n.os 15-16, 2002, pp. 413-426; Sandel, M., Contra la perfección, Marbot, Barcelona, 2007; Romeo Casabona, C. (ed.), La eugenesia hoy, Comares, Granada, 2000; Fukuyama, F., El fin del hombre, Ediciones B, Barcelona, 2002; Feito, L., «Hacia una mejor comprensión del papel de la naturaleza humana en los debates bioéticos», Veritas, 23, septiembre 2010, pp. 111129; Cortina, A., «Ética de las tecnologías», Isegoría, 27, 2002, pp. 73-89; Neuroética y neuropolítica, Tecnos, Madrid, 2011. 45 46 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 177 Jesús Conill-Sancho Un aspecto peculiar de la propuesta orteguiana consiste en que, para llevar a cabo una cabal reforma del hombre, hay que fomentar el estudio de las imágenes fantásticas que son las que suscitan el afán de vivir y los mejores sentimientos. En ese sentido, el mito sería comparable a una «hormona psíquica». La eficacia del mito con sus imágenes (Hércules, Ulises, etc.) consiste en que es «generatriz» de entusiasmos e ilusiones vitales. El mundo de las figuras míticas no es superfluo, ni pueden someterse al presunto criterio de la utilidad, pues, como preguntaba Antonio Machado: «¿Dónde está la utilidad/de nuestras utilidades?». Por tanto, en este nuevo horizonte vital hacia el que impele la propuesta orteguiana, debería cultivarse cada vez más el mundo de los sentimientos y de la imaginación. Precisamente la tradición de la filosofía española desde Unamuno y Ortega ha insistido en la importancia de la ampliación fantástica de la vida humana, de la que forman parte «lo poético de la realidad» y la figura del «héroe», que cabría insertar bajo el paradójico epígrafe de lo real «irreal» en la vida humana. Es éste un tema de enorme relevancia en la filosofía orteguiana y en la de algunos de sus discípulos, como Zubiri, Marías, Laín y Zambrano 47. En efecto, Ortega puso de relieve el poder de la fantasía para nuestra vida, destacando el momento de la creación para fertilizar el propio destino de cada cual. La vida inventada vendría a ser vida fantaseada, expresión suma de una libertad que vive de una aspiración, a la que se accede primordialmente por la imaginación creadora. 6. Contra el dogma naturalista de la tradición filosófica Ortega tiene un modo especial de entender el «naturalismo»: llama «naturalismo» a todo el pensamiento desde Parménides hasta nuestros días, porque todos los pensadores, incluido Hegel, creen que la misión de la inteligencia consiste en buscar en la realidad lo que en ella hay de identidad 48. Esta forma de pensar identificadora, característica del enfoque naturalista, es la que Ortega va a poner radicalmente en cuestión mediante su crítica radical de la teoría del conocimiento predominante. En efecto, la crítica de la concepción naturalista está vinculada, en Ortega, a una crítica del conocimiento; cree que hay que modificar radicalmente la «teoría del conocimiento» que está presupuesta en lo que él considera «naturalismo» y, a tal efecto, propone una transformación de la 47 Zubiri, X., El hombre: lo real y lo irreal, Alianza, Madrid, 2005; Marías, J., Miguel de Unamuno, Espasa-Calpe, Madrid, 1971, 5.ª ed.; Laín, P., Ser y conducta del hombre, Espasa, Madrid, 1996; Zambrano, M., El hombre y lo divino, FCE, México, 1955. 48 Ortega y Gasset, J., «La razón histórica», Obras Completas, Alianza, Madrid, 1983, XII, pp. 231-237; O.C., «La razón histórica», IX, pp. 552-558. 178 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset relación entre la inteligencia y la realidad, que empieza por la necesidad de rectificar la «misión de la inteligencia». Pues lo que pensamos no es nunca la realidad, dado que lo que pensamos es lógico y la realidad es ilógica. Lo que pensamos es sólo un «instrumento», un «esquema irreal». Pero la realidad es siempre distinta de lo pensado, llegando Ortega a decir, al estilo nietzscheano, que el conocer viene a ser una «falsificación de la realidad». El paso siguiente para superar el naturalismo tendrá que consistir en abandonar el eleatismo proveniente de Parménides y volver a Heráclito, puesto que lo real es «lo no idéntico», «puro acontecer», «flujo». En realidad, según Ortega, suponer que lo real es por su misma estructura inteligible es un «círculo vicioso» y, sobre todo, es ignorar «el drama del conocimiento». Pues la inteligencia es un instrumento para conocer, pero no hay ninguna garantía de que la realidad sea asimilable a tal instrumento. El naturalismo, en el sentido orteguiano, consiste en proyectar la ley del intelecto (el principio de identidad, la lógica, la razón pura) sobre el ser, para que luego el intelecto vuelva a tomar de lo real eso mismo que el intelecto ha puesto en la realidad. ¡No es difícil ver que todo este planteamiento también tiene resonancias nietzscheanas! 49 Esta crítica general del naturalismo, es decir, de su aspecto gnoseológico (de su noción de conocimiento) y de su aspecto metafísico (de su noción de la realidad), según Ortega, vale hasta para la nueva Física del siglo XX (debido al descubrimiento de la no identidad de la naturaleza física). Pero donde el naturalismo «ha fallado siempre» es «ante el hombre», porque se ha buscado siempre su naturaleza, su identidad. Pero el hombre no se deja atrapar y las ciencias que tienen un carácter naturalista fallan, porque no responden a qué es lo que le pasa al hombre. Y es que el hombre no tiene naturaleza, no tiene identidad, según Ortega. La realidad radical que es la vida no es sino que es y des-es, está pasando y aconteciendo, es un flujo. El hombre es pasar (¡recuérdese a Machado!). Por eso, más que naturaleza, el hombre tiene historia, ese es su «modo de ser»: constitutiva movilidad y cambio. Y por eso la razón naturalista (eleática, pura) no puede entender al hombre, ni tampoco se lo va a encontrar en los laboratorios. De ahí que Ortega crea que ha llegado «la hora de las ciencias históricas», en las que la razón pura ha de ser sustituida por una «razón narrativa» y «la razón histórica» 50. Porque todo lo humano es histórico y lo que al hombre le pasa hoy no lo entendemos si no nos cuentan el «cuento» de lo que le pasó ayer. 49 A título de ejemplo, véase Nietzsche, F., Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Teorema, Valencia, 1980, pp. 15-16; Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid, 1978, 3.ª ed., p. 22; Kaulbach, F., «Nietzsches Interpretation der Natur», Nietzsche-Studien, 10/11 (1982), pp. 442-481. 50 Ibid., «La razón histórica», IX, p. 557. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 179 Jesús Conill-Sancho Así pues, la razón de las cosas humanas es una razón cuyo razonar consiste en contar historias, es la razón narrativa y la razón histórica 51. Pues el modo de comprensión de lo que es la vida humana es el contar y narrar, por eso «aquí el razonamiento esclarecedor, la razón, consiste en una narración» 52. 7. La «dialéctica de las experiencias» La razón naturalista fracasa ante los problemas humanos, porque el hombre no tiene «naturaleza», no tiene un ser fijo, previo y dado, sino que «varía ilimitadamente», es algo radicalmente plástico, capaz de ser esto y lo otro, «sin límites». Habría que preguntar si se llega aquí hasta el punto de lo que hoy plantean los transhumanismos. En cualquier caso, para hablar del ser del hombre tenemos que inventar un nuevo concepto de ser, «tenemos que elaborar un concepto no-eleático del ser» 53 (igual que se ha inventado un espacio no-euclideano) 54. «El hombre es una entidad infinitamente plástica de la que se puede hacer lo que se quiera», porque «no es de suyo nada, sino mera potencia para ser» 55, aunque dentro de unas limitadas posibilidades. De todos modos, Ortega se pregunta por cuáles son tales «límites», dónde están las «fronteras» de la «plasticidad humana», porque no es fácil vislumbrarlas. Pero, entonces, ¿el hombre «no es de suyo nada», sino «mera potencia para ser» cualquier cosa? De hecho, las formas más dispares del ser pasan por el hombre sin que éste se adscriba a ellas. No obstante, cada una de estas formas de ser significa una «gründliche Erfahrung» —dice Ortega—, es decir, una experiencia fundamental que el hombre hace, la cual revela su «Beschränkung» (limitación) —y Ortega vuelve a utilizar expresamente el término alemán—. El hombre, que no es, se va haciendo en la «serie dialéctica de sus experiencias». Lo que sabemos del hombre es lo que ya ha sido. «El hombre no tiene naturaleza sino que tiene... historia», es decir, experiencia histórica. Por eso ha llegado el momento de que la razón que era sólo física, es decir, naturalista, se libere de esa limitación y de que el hombre crea en la razón histórica. Pues, hasta ahora, lo que había de razón no era histórico y lo que había de historia no era racional. Pero, según Ortega, habrá que ver si no se pueden «extraer» del pasado «unas gotas de novísima y salvadora Ibid., «En torno a Galileo», VI, p. 443. Ibid., «Historia como sistema», VI, p. 71. 53 Ibid., VI, p. 66. 54 Ibid., «Aurora de la razón histórica», V, p. 375 (publicado en el Frankfurter Zeitung de 9 de junio de 1935). 55 Ibid., «Historia como sistema», VI, p. 66. 51 52 180 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset razón», es decir, de «razón histórica», una razón de la que espera que pueda venirle al hombre una nueva «revelación», de la que tanto necesita para vivir. La experiencia histórica que se sustancia en la razón histórica es la que podrá ofrecer una nueva revelación experiencial e histórica, respondiendo así a una perentoria necesidad humana. «El hombre necesita una nueva revelación». ¿En qué consiste una revelación para Ortega? «Hay revelación siempre que el hombre se siente en contacto con una realidad distinta de él» 56. Ortega distingue entre la realidad y las ideas sobre la realidad. Las ideas ejercen dos funciones en la vida humana, según sean meras invenciones, o bien sean «un modo de patética presencia de una realidad», pues en este segundo caso «lo trascendente [la realidad] se nos descubre por sí mismo, nos invade e inunda» y a esto es a lo que Ortega denomina «revelación», a diferencia de la «invención» 57. ¿De dónde nos puede venir esa nueva revelación? La pérdida de la fe en Dios deja al hombre solo con su naturaleza. Y el hombre se forja la fe en la razón naturalista. Pero, perdida también la fe en esa razón, no le queda más que su «desilusionado vivir». ¿En qué consiste este desilusionado vivir? Ortega responde que en la «dialéctica de las experiencias». El hombre se encuentra consigo mismo como realidad, como historia. Por eso, ha llegado la hora de la «razón histórica». Hasta ahora la historia era lo contrario de la razón y apenas se ha ocupado nadie de buscar en la historia su «sustancia racional». Según Ortega, los que más se han acercado a este asunto han sido Hegel y el historiador Henry Thomas Buckle, pero el primero la supeditó al formalismo lógico y el segundo a la razón fisiológica y física. Pero el propósito de Ortega fue encontrar en la historia misma su original y autóctona razón: la auténtica razón histórica. No una razón extrahistórica que parece cumplirse en la historia, sino lo que al hombre le ha pasado, constituyendo la sustantiva razón, la revelación de una realidad trascendente a las teorías del hombre y que es él mismo por debajo de sus teorías. En definitiva, se trata de la sustancia racional que se revela en la dialéctica de las experiencias y que constituye la auténtica realidad histórica. La defensa de la razón histórica no significa ninguna concesión al irracionalismo, ya que la razón histórica no deja de ser logos, ratio y concepto. Según Ortega, más bien al contrario, porque la razón histórica es aún «más racional», más rigurosa y más exigente, que la razón «física» o naturalista. Porque ésta se dedica a reducir los hechos complejos a hechos más simples. Pero la razón histórica no acepta nada como mero hecho, sino que fluidifica todo hecho en el fieri de que proviene: ve cómo se hace el hecho. Razonar consiste en fluidificar todo hecho descubriendo su génesis 58. No se conforma Ibid., VI, pp. 76 y 78. Ibid., VI, pp. 76 y 78. Ortega remite a «Ideas y creencias», V, p. 655. 58 Ibid., «La rebelión de las masas», IV, p. 472, nota, donde remite a Historia como sistema. 56 57 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 181 Jesús Conill-Sancho con reducir los fenómenos humanos a «hechos brutos», sino que muestra lo que el hombre hace con esos presuntos «hechos», e incluso aclara cómo han llegado a ser esos «hechos», ya que no son más que ideas, es decir, «interpretaciones», que el hombre ha fabricado 59. En la concepción orteguiana de la razón, el verdadero sentido de la «razón» consiste en «toda acción intelectual que nos pone en contacto con la realidad». La razón es una cosa seria, es la acción que nos sitúa en el orden decisivo del saber, porque contribuye a satisfacer la necesidad de revelación, para «contrastar» con la realidad, sin cuya «presencia inexorable y patética» no hay «en serio» realidad en la propia vida personal. Pero no ha de confundirse la seriedad del saber con su utilidad 60. Ya vimos que el error de Descartes consistió en no haber ido más allá del ser tradicional en su reforma de la filosofía. Pues en la ontología tradicional, el término res va siempre unido al de natura. Y, asimismo, según Ortega 61, en el mundo moderno, Boyle adaptó el concepto de naturaleza, que acabó entendiéndose como «la ley de los fenómenos», pues la naturaleza viene a ser la regla según la que se comportan los fenómenos. De manera que todo auténtico conocimiento dependerá de la «invariabilidad de las leyes de la naturaleza». Con lo cual, en esta versión moderna seguimos prisioneros de la «ontología eleática», en la medida en que se sigue buscando el ser como una «consistencia fija». Ortega recuerda que el prototipo de este modo de ser (ser ya lo que se es) fue el ser de los objetos matemáticos, caracterizados por la identidad y la invariabilidad. De todos modos, a mi juicio, no habría que olvidar que Aristóteles también introdujo la noción de la «dýnamis» y empleó la expresión «epídosis eis hautó» [«progreso hacia sí mismo»] (a la que se refirió el mismo Ortega) 62. Por su parte, Leibniz buscó una salida haciendo consistir al espíritu en actividad, en «dýnamis». Y todavía cabe remitir al «dinamicismo» (al estilo de Zubiri y Laín, prosiguiendo el impulso orteguiano), que podría convertirse en la mejor vía de solución frente al naturalismo y al espiritualismo 63. En definitiva, el naturalismo, según Ortega, comete un «error», que consiste en tratar las realidades (cuerpos o no) como si fuesen ideas, conceptos, en suma, «identidades». Por tanto, «la naturaleza es una interpretación transitoria» que el hombre ha dado a lo que se encuentra frente a sí en su vida, que es la realidad radical, a la que siempre somos referidos. Nos liberaremos Ibid., «Historia como sistema», VI, pp. 80-81. Ibid., VI, pp. 78 y 79. 61 Citando a E. Cassirer, Das Erkenntnisproblem, II, p. 433; al respecto véase también el libro de Cassirer Substanzbegriff und Funktionsbegriff (agradezco esta oportuna indicación a Helio Carpintero). 62 Ortega y Gasset, J., O.C., «Prólogo a Historia de la Filosofía, de Émile Bréhier», VI, pp. 163-169. 63 Zubiri, X., Estructura dinámica de la realidad, Alianza, Madrid, 1989; Laín, P. El cuerpo humano, Espasa-Calpe, Madrid, 1989. 59 60 182 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset del naturalismo, si aprendemos a superar su intelectualismo, retrotrayéndonos al «hecho previo a todos los hechos»: «la vida humana según es vivida por cada cual». La razón naturalista, sea en forma de naturalismo explícito o larvado (incluso en su presunto contrario, el espiritualismo), no puede afrontar los problemas humanos, porque sólo busca la naturaleza del hombre, pero éste no tiene naturaleza, sino que vive de la dialéctica experiencial. El hombre no es su cuerpo, ni es su alma (psique, conciencia, espíritu), porque en ambos casos se trata de cosas, según Ortega. Y el hombre no es cosa, sino drama, acontecimiento. 8. La realidad de la vida humana (más allá de la naturaleza) La superación orteguiana del naturalismo parte de la aportación histórica de Dilthey, pues su «genial y tenaz» esfuerzo estuvo dirigido a liberarnos del prejuicio naturalista. No obstante, según Ortega, Dilthey mismo cayó prisionero de él y no consiguió nunca pensar la realidad humana como algo «a rajatabla histórico», sino que cayó en la idea tradicional de que el hombre tiene y es una «naturaleza» 64. Ortega destaca que la más sorprendente condición del hombre, que lo hace distinto a todo lo demás, es su «modo de estar en la realidad», que consiste en estar desde un mundo de posibilidades 65. Y, para ilustrar este modo de ser del hombre Ortega recurre a la historia de la palabra «persona» y a la noción de «Persönlichkeit» de Goethe. En el primer caso destaca su relación con la máscara como símbolo del «destino» personal y en el segundo con el «drama» en que consiste la vida personal. Desde ambas posiciones cabe entender que la vida humana consiste en una «inexorable empresa». 8.1. Concepción goethiana de la vida humana Según Ortega, la concepción goethiana de la vida humana sufre una contradictoria dualidad. Por un lado, hay en Goethe una concepción naturalista del Universo y del hombre que proviene de los griegos y que recuperan los humanistas europeos. El inconveniente de esta concepción, a juicio de Ortega, es que elimina el dramatismo constitutivo de la vida humana. Siendo así, dicha concepción naturalista pertenece a la «Naturphilosophie» de Goethe, que, según Ortega, es lo menos valioso de su obra. Por otra parte, el hombre se entiende como un ser que se ha escapado de la naturaleza y que ha emprendido empresas «naturalmente» imposibles. En esta línea, encontramos la 64 65 mar»). Ortega y Gasset, J., O.C., «La idea de principio en Leibniz», IX, p. 1130. Ibid., X, pp. 3-14 («Sobre un Goethe bicentenario») y 20-35 («Goethe sin Wei- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 183 Jesús Conill-Sancho concepción del hombre como un «animal inadaptado», al que la naturaleza no le ha ofrecido los medios para satisfacer sus deseos y por eso se revuelve contra ella y se convierte en un «desertor de la animalidad». Y es esto lo que constituye su «tragedia» y, a la vez, su «dignidad». También, según Ortega, el hombre se ha escapado de la animalidad, por tanto, se ha escapado de la naturaleza, y se ha convertido en una «criatura dramática». Ortega convierte esta visión del hombre en una tesis «antidarwinista»: «inadaptado a la naturaleza», no puede el hombre realizar en ella su «humanidad», no logra llegar a ser sí mismo y por eso se siente infeliz y no hace más que ansiar la felicidad. Como lo que busca el hombre es la felicidad y la naturaleza no se lo permite, en vez de adaptarse como los otros animales, se esfuerza en adaptar la naturaleza creando un mundo nuevo a fin de ir satisfaciendo sus deseos. Y, para lograrlo, para avanzar en la conquista de la «felicidad», que vendría a ser «la idea de un mundo coincidente con los deseos del hombre», inventa los medios que considera convenientes, a los que se denomina «técnica». Por eso, según Ortega, el esfuerzo técnico está en la raíz misma del ser humano 66. Ortega encuentra en Goethe esta concepción de la vida humana que se opone a la naturalista y que consiste en un sentido dramático de la existencia, en la que la vida consiste en luchar para lograr ser el que se tiene que ser, porque la vida es un drama. De ahí que Ortega recuerde en ocasiones que necesariamente se ha de sentir «una cierta dificultad de ser» y que, remitiendo al Fausto, repita algunos versos como los siguientes, para expresar «la última palabra de la sabiduría» de la vida: «sólo merece la libertad y la vida,/ quien cada día tiene que conquistárselas» 67. La vida tiene que hacerla cada cual, pues la vida es lucha, combate, choque, para intentar conquistarse a sí mismo. Los factores de la vida así entendida son los siguientes: Daimon, Ananke, Eros y Tyche. Por su parte, también Dilthey entiende en su análisis de la condición humana que la vida está hecha de Schicksal, Charakter und Zufall. Y Goethe todavía añade, según Ortega, un ingrediente más: Elpis, la esperanza 68. En esta línea goethiana, la vida se entiende proyectada al porvenir, llena de pre-ocupaciones y por tanto abierta a la técnica y a la historia. Por tanto, se pone de manifiesto que aquí (desde Goethe y Dilthey) se rebasa cualquier concepción de la vida humana que sea puramente naturalista, porque lo que emerge es una concepción dramática. Y, por consiguiente, también cambia la concepción de la razón: la razón universal (natural) y la razón pura moderna dejan paso a la «razón viviente y dramática» 69. Existen, pues, Ibid., X, p. 27. Ibid., X, p. 28. 68 Ibid., X, p. 29; véase también Laín, P., La espera y la esperanza, Revista de Occidente, Madrid, 1957. 69 Ibid., X, p. 32. 66 67 184 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset dos concepciones de la vida y de la razón: la naturalista y la dramática (narrativa e histórica). 8.2. Análisis del fenómeno vital humano Ortega nos ofrece un análisis del fenómeno fundamental de la vida humana, distinguiendo en él dos caras, la biológica y la espiritual, y detectando que está sometido a dos poderes distintos que actúan sobre él, como dos polos de atracción antagónica en todos los ámbitos de la vida, y que son, según Ortega, la necesidad biológica y algún principio ultravital. Así pues, las funciones espirituales o de cultura son también, a la vez, funciones biológicas, porque la cultura está sometida a las leyes de la vida. Estamos gobernados por dos imperativos: el imperativo cultural y el imperativo vital 70. Sin embargo, Ortega destaca como característica de su «presente» el naturalismo o, con su propia expresión, la «fauna» del «naturalista» 71. Una de sus peculiaridades consiste en una actitud positivista, la de quien no reflexiona sobre los presupuestos en los que se asientan sus afirmaciones, las cuales acaban sustentándose, por tanto, sobre un «dogma»; según el ejemplo de Ortega, al positivista naturalista le pasa lo mismo que al «demócrata que no ha puesto nunca en cuestión la verdad del dogma democrático». Ortega advierte que aquí se encuentra la raíz de una «contradicción» de la cultura europea ya de su tiempo, que consiste en que su presunta racionalidad no es «vivida», ni «sentida por su racionalidad», sino que se la adopta —dice Ortega— «místicamente» 72. Con lo cual se está viviendo un «dualismo», bastante más grave que los famosos dualismos teóricos de las concepciones filosóficas a las que se suele remitir habitualmente, porque se trata de un «dualismo interno», en el que se produce un resquebrajamiento, una «derrota» producida desde sí mismo, en la medida en que las propias doctrinas que se defienden (por ejemplo, de la libertad y la democracia) «no encajan en su sensibilidad», hay un dualismo entre racionalidad y sensibilidad. En este dualismo vital, además de una contradicción, Ortega detecta también una «hipocresía». Porque se corre el «riesgo de creer que creemos», «de que nuestra convicción sea fingida», que la ficción esté por encima de Ibid., «El tema de nuestro tiempo», III, p. 584. Ortega y Gasset, J., Obras Completas, Revista de Occidente, Madrid, 1966, III, pp. 169 y ss.; O.C. (Taurus), III, pp. 584 y ss. En el primer caso dice «naturalismo» (p. 170) y en el segundo «naturalista» (p. 585). 72 Téngase en cuenta el sentido que da Ortega al misticismo, sobre todo, en relación con la razón, al que denomina «misticismo de la razón» (O.C., «Defensa del teólogo frente al místico», V, pp. 727-731; «Ni vitalismo ni racionalismo», III, p. 724; «Qué es filosofía», VIII, pp. 286-290). La objeción de Ortega al misticismo es que «la visión mística no redunda beneficio alguno intelectual» (V, p. 727); se entusiasma con las honduras, pero no las torna patentes, no nos cuenta el secreto. 70 71 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 185 Jesús Conill-Sancho la vida efectiva, que por un lado vayan las frases, los gestos y los presuntos principios, y por otro la realidad de la vida cotidiana 73. Por eso, ante el «fracaso de la cultura» europea (por la falta de lealtad de los europeos a sí mismos) y el «fracaso de la vitalidad», de los que son manifestación o síntomas la contradicción y la hipocresía (o al menos, el fingimiento) antes señaladas, Ortega propone una «genealogía de la cultura» 74. También en este punto la conexión con Nietzsche es manifiesta. 8.3. La «experiencia de la vida» Ni la idea de naturaleza es adecuada para comprender la realidad de la vida humana, ni la explicación naturalista de lo humano es suficiente. Ortega considera explícitamente que la presunta explicación naturalista de lo humano y de su relación con la técnica es inversa a la que él mismo propone, a saber, que es el proyecto quien suscita la técnica, la cual, a su vez, reforma la naturaleza 75. No es de extrañar, pues, que el primer epígrafe del apartado VI de la «Meditación de la técnica» lleve el siguiente título «El destino extranatural del hombre» 76. En definitiva, ni la idea griega de naturaleza, ni su conversión en la «invariabilidad de las leyes de la naturaleza» son adecuadas para captar la singular realidad de la vida humana. Además, no hay que olvidar que su contenido originario (que, según Ortega, es la «identidad» y la «invariabilidad») es un postulado, que no se puede demostrar, una creencia, de la que depende todo el conocimiento. Por consiguiente, la naturaleza, así entendida, como invariabilidad de los fenómenos naturales, es una «hipótesis» inventada. Por eso, según Ortega, cuando la filosofía quiere describir la realidad radical no puede basarse en los conceptos de las ciencias naturales, porque éstos son hipótesis sobre la realidad, pero no la realidad auténtica 77. La realidad auténtica de la vida se debe a la «experiencia de la vida», pues lo que hemos sido actúa sobre lo que podemos ser. «La vida es constitutivamente experiencia de la vida» 78. El hombre no es, sino que «va siendo» esto y lo otro; este ir siendo es el vivir, por eso Ortega aconseja que no digamos que el hombres «es», sino que «vive» las diversas formas de ser y de creer, que le «pasan». El hombre «va siendo» y «des-siendo», esto es, va «viviendo» y así va acumulando ser «en la serie dialéctica de sus experiencias». Esta dialéctica no es de la razón lógica, sino de la historia, y, según Ibid., «El tema de nuestro tiempo», III, p. 586. Ibid., III, p. 588, nota. 75 Ibid., «Ensimismamiento y alteración», V, pp. 579-580. 76 Ibid., «Ensimismamiento y alteración», V, p. 578. 77 Ibid., «La razón histórica», Obras Completas, Alianza, Madrid, 1983, XII, pp. 231237; O.C. (Taurus), «La razón histórica», IX, pp. 552-558. 78 Ibid., «Historia como sistema», VI, p. 69. 73 74 186 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset Ortega remitiendo a Dilthey, constituye la «Realdialektik» 79. Por eso no tiene sentido poner límites a lo que el hombre es capaz de ser [¡y hacer!], pues para quien no tiene naturaleza sus posibilidades son ilimitadas y sólo hay una línea fija, preestablecida y dada, que puede orientar; sólo hay un límite: «el pasado». De ahí que las experiencias vitales ya hechas (acontecidas) estrechen el futuro del hombre. En suma: el hombre no tiene naturaleza (que se caracteriza por la improgresividad), sino que tiene historia (que se caracteriza por la progresividad). Ortega resalta, pues, precisamente el carácter progresivo de la vida humana y la improgresividad de la naturaleza (caracterizada por la «invariabilidad de sus leyes») 80. Este carácter progresivo de la vida humana es su privilegio. Ortega pone como ejemplo que el tigre de hoy no es más o menos tigre que el de hace mil años. Pero el individuo humano no estrena humanidad: «el hombre no es un primer hombre», no es un Adán (lo que sí puede ser es un «último hombre», al estilo nietzscheano). Esta «condición mudadiza» del hombre lleva a Ortega a pensar la historia como sistema, pero como «el sistema de las experiencias», que forman una cadena inexorable, de un modo parecido a la Lógica de Hegel, donde cada concepto vale por el hueco que le dejan los demás, pero bien diferente por cuanto la fuerza viva y actuante no es la conexión lógica, sino el dinamismo experiencial y vital 81. 8.4. El acontecer de un faciendum La vida humana es un acontecimiento que acontece a cada cual y en que cada cual no es sino acontecimiento. Y todas las cosas son meras interpretaciones de lo que cada uno se encuentra, pues lo que encuentra son dificultades y facilidades para existir. El existir mismo no nos es dado «hecho», sino que lo que nos acontece es tener que hacer algo para existir. De tal manera que el «modo de ser de la vida» no es ser ya, pues lo único que nos es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela (cada cual la suya). Y el hacerse no es sólo devenir, sino además el modo como deviene la realidad humana, el efectivo «hacerse» (o «fabricarse») a sí mismo 82. En suma, la vida humana es un gerundio, un faciendum (no mero factum), un quehacer, lo cual implica una dificultad de ser, problemática tarea, indigencia. «El hombre es el ente que se hace a sí mismo» y, por tanto, tiene que «determinar qué sí mismo», y «lo que va a ser», dentro de sus posibilidades 83. Esas posibilidades puede recibirlas, o bien tiene que inventarlas 79 80 81 82 83 Ibid., Ibid., Ibid., Ibid., Ibid., VI, p. 72. VI, p. 73. VI, pp. 74-76. p. 65, nota 1. p. 65. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 187 Jesús Conill-Sancho como proyectos en vista de las circunstancias 84, para lo cual se requiere imaginación: «el hombre es imposible sin imaginación, sin la capacidad de inventarse una figura de vida». Por su imaginación el hombre se convierte en el «novelista de sí mismo» y Ortega recuerda que ya los estoicos hablaban de una «imaginación de sí mismo». Y de entre el conjunto de las posibilidades hay que elegir. Por tanto, «por fuerza» se es libre, porque «ser libre quiere decir carecer de identidad constitutiva», «poder ser otro del que se era», vivir una «constitutiva inestabilidad» 85. Como hemos podido ver, Ortega puso en cuestión el supuesto primario de la razón naturalista, pues atribuyó su fracaso ante lo humano a que el hombre no tiene naturaleza. Pues, cuando se alude a la «naturaleza» de algo se está pensando en algo determinado, que tiene una «consistencia cerrada» 86. Pero el ensayo intelectual de Ortega consiste en admitir la posibilidad de que exista algo que no tiene ya una naturaleza, ni un ser determinado, y ese ser es el hombre. Es algo que existe, pero no es; existe sin ser ya o sin ser aún. Es un ser sin naturaleza, un ser constituido por la libertad, que puede hacer de sí lo que quiera (dentro de sus posibilidades), ya que puede proponerse ser otro del que era. Justamente ser libre implica poder llegar a ser lo que no se era (a diferencia del «tò ti en einai» aristotélico). Frente a la «consistencia cerrada» de la naturaleza Ortega opondrá una «consistencia histórica», que, a mi juicio, está anunciando una distinción crucial entre una estructura cerrada y una abierta de la realidad, entre una esencia cerrada y una abierta 87. La alternativa orteguiana, pues, consiste en investigar la vida humana con independencia del «ideario naturalista»: comprender al hombre como un ser libre, como un ser que se hace a sí mismo. Éste es el cambio de creencia más radical. Pensar un ser que se hace a sí mismo. Y entonces cambia hasta la forma de la pregunta por él, ya no hay que preguntar «qué es el hombre», sino «qué ha hecho de sí» 88. Lo que está claro es que lo que constituye la «naturaleza» del hombre (su cuerpo y su psique) no ha variado de una manera significativa. La naturaleza permanece. Lo que sí ha experimentado cambios y mutaciones efectivas ha sido la realidad «vida humana», pues en ella ha acontecido un profundo cambio de creencias, como el que supone llegar a creer que vive en un mundo donde hay «naturaleza». La realidad «vida humana» cambia de creencias y también de argumento vital, porque la vida es un «drama» que acontece y el «sujeto» a quien acontece no es una «cosa» aparte de su drama y su «argumento». 84 Ortega mismo remite a «Goethe desde dentro» (1932), O.C., V, p. 107, y a «Meditaciones del Quijote» (1914), O.C., I, p. 745. 85 Ibid., «Historia como sistema», VI, p. 66. 86 Ibid. «El hombre y la gente», X, pp. 175 ss., especialmente 178-181. 87 Zubiri, X., Sobre la esencia, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1962. 88 Ortega y Gasset, J., O.C., «El hombre y la gente», X, pp. 175 ss., 181. 188 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 La superación del naturalismo en Ortega y Gasset 8.5. Una nueva realidad que vive de creencias Fue Dilthey, según Ortega, quien descubrió esta nueva realidad de la vida humana, que no es ni algo físico, ni psíquico, sino un «acontecimiento de carácter dramático» 89. Es lo que nos pasa a cada uno. La peculiaridad de esta realidad que consiste en «acontecer» es que «posee de suyo, por sí misma, estructura» (aun cuando, por otra parte, Ortega afirmaba que «no es de suyo nada, sino mera potencia para ser»). En cambio, la realidad física y la psíquica no se presentan estructuradas, sino que son «construcciones». Lo que nos pasa en nuestra vida tiene «conexión»: nos pasa «porque» o «en vista de», y, en última instancia, porque «nos pasa querer vivir». La vida humana, aparte de su peculiar individualidad, tiene una estructura formal que permite hacer afirmaciones generales como, por ejemplo, que el hombre «está» siempre en alguna creencia, que «vive siempre desde ciertas creencias». Por ejemplo, el hombre moderno cree que por medio de la razón podrá alcanzar lo que necesita para cumplir su destino y ser feliz. Sin embargo, la eficiencia de la razón en algunos órdenes no se cumple en otros y por eso la razón, que prometía resolver todos los problemas del hombre, «ha fracasado ante los problemas propiamente humanos». Según Ortega, porque «no era toda la razón sino sólo la razón física o naturalista». De ahí el carácter ambiguo de la razón en la situación actual. Así pues, el faciendum en que consiste la vida nos fuerza a vivir en una permanente «encrucijada», en la «perplejidad», lo cual nos hace retroceder hacia dentro de nosotros mismos para encontrar alguna «creencia firme». La vida es, pues, perplejidad y creencia «para» salir de la perplejidad 90. Pero la creencia hay que fabricársela y el modo de hallarla ha sido la «meditación». Mitologías, religiones, filosofías, poesía y «experiencia de la vida» son las formas de «Pensamiento» que el hombre proyecta sobre su vida para ordenarla y salir de la perplejidad. Porque se vive siempre desde ciertas creencias. Por ejemplo, se ha querido vivir de la creencia en la razón naturalista, pero está visto que es insuficiente, pues, aunque ha sido triunfante y eficaz en muchos aspectos, ha pretendido ser la única razón. Y, al creerse sólo en ella, se confiaba en que iba a resolver todos los problemas, hasta «los más estrictamente humanos». Pero cada vez se ha mostrado más incapaz de aclararnos siquiera «los problemas más entrañablemente humanos» 91. De ahí que haya que plantearse los problemas humanos en una óptica radicalmente distinta de la naturalista. Pero no es fácil cambiar de creencias de tal manera que pueda cambiarse la perspectiva desde la que afrontamos los problemas de la vida, porque Ibid., «Aurora de la razón histórica», V, p. 374. Muguerza, J., Desde la perplejidad, FCE, Madrid, 1990. 91 Ortega y Gasset, J., O.C., «El hombre y la gente», X, pp. 175 ss., especialmente 178181. Manuscrito autógrafo. Cita de p. 179. 89 90 ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 167-192, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.07 189 Jesús Conill-Sancho las creencias constituyen también un estado colectivo; se convierten en una «fe social», en vigencias sociales, creencias públicas, que se imponen y nos obligan a contar con ellas, llegando a convertirse en un «dogma social», en «el contenido de una creencia colectiva» 92. Por eso, «ninguna actuación humana es inteligible si no se analiza el subsuelo de creencias incuestionadas que operan tácitas a espaldas del hombre» 93, con las que el hombre cree solucionar las crisis y afrontar el enigma de la vida. En consecuencia, Ortega propone su nuevo «paradigma» filosófico de la «razón histórica», frente al naturalista. Se trata de llevar hasta sus últimas consecuencias la advertencia de que la realidad específicamente humana —la vida del hombre— tiene «consistencia histórica», que constituye una nueva realidad, la histórica, que sólo se abre a una nueva razón. Esto nos obliga a «desnaturalizar» todos los conceptos referentes a la vida humana y someterlos a una radical «historización». Pues todo lo que el hombre ha sido, es o será, se debe a que «ha llegado a serlo» y asimismo «dejará de serlo» 94, pues, en último término, consiste en poder llegar a ser y —también— a dejar de ser lo que cree que es. BIBLIOGRAFÍA Carpintero, H. (1967): Cinco aventuras españolas, Revista de Occidente, Madrid. Cassirer, E. (1922): Das Erkenntnisproblem in der Philosophie und Wissenschaft der neuren Zeit, Bruno Cassirer, Berlin, II. Cassirer, E. (1969): Substanzbegriff und Funktionsbegriff, Darmstadt. Castelló, J. C. (2009): La hermenéutica narrativa de Ortega y Gasset, Comares, Granada. Clayton, Ph. (ed.) 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Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 NOTAS Y DISCUSIONES El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo * A Taste for the Extreme: a Critical Analysis of Baudrillard and Derrida on Terror and Terrorism CAMIL UNGUREANU Universitat Pompeu Fabra RESUMEN. Baudrillard interpreta el «nuevo terrorismo» como un intercambio simbólico de regalo y contra-regalo: la muerte del terrorista es un contra-regalo irrefutable que rompe el círculo coercitivo de las relaciones sociales «impuestas» por el sistema global. A su vez, la concepción de Derrida tiene dos dimensiones, explicativa y normativa: en primer lugar, Derrida considera el 11-S como un síntoma multifacético de una crisis autoinmune que tiene aspectos políticos, religiosos y tecno-capitalistas. En segundo lugar, Derrida arguye que existe un «momento» de terror, violencia y sacrificio que es constitutivo en las decisiones y en la responsabilidad éticas. De forma crítica, argumentaré que la concepción de Baudrillard se basa en una noción extremada y partidista de un sistema que se interpreta como un inmenso mandato de un gobernante totalitario. Por su parte, Derrida convierte de forma innecesaria la observación de que las acciones humanas pueden tener consecuencias perversas en una ley de la autoinmumidad inspirada en la biología. Al [Recibido: Jul. 11 / Aceptado: Dic. 11] ABSTRACT. For Baudrillard, the «new terrorism» should be understood as a symbolic exchange of gift and counter-gift: the terrorist’s death is an unanswerable counter-gift that disrupts the coercing circle of social relationships «imposed» by the global system. In turn, Derrida’s conception has two dimensions, explicative and normative. First, Derrida considers 11/9 as a multi-faceted symptom of an autoimmunitary crisis that has political, religious and technological-capitalist aspects. Second, Derrida argues that there is an Abrahamic «moment» of terror, violence and sacrifice that is constitutive to ethical decisions and responsibility. On the critical side, I will argue that Baudrillard’s view is premised on an extreme and partisan notion of a system interpreted as a totalitarian ruler writ large. In turn, Derrida unnecessarily turns the common observation that human actions can have perverse consequences into a law of autoimmunity inspired by biology. By seeing terror as constitutive even to the most common ethical relation193 Camil Ungureanu considerar el terror como algo constitutivo incluso en las relaciones éticas más comunes, Derrida corre también el riesgo de convertir un fenómeno extremado en un concepto que lo abarca todo, y de perder contacto con la práctica ética corriente. Concluiré que las concepciones de Baudrillard y de Derrida sobre el terror y el terrorismo comparten un «gusto por lo extremado» que las hace en última instancia poco convincentes. Palabras clave: terror, terrorismo, regalo, autoinmunidad, ética, Baudrillard, Derrida. 1. Introducción La cuestión del terrorismo es un inmenso acertijo para la comprensión de las facetas de la modernidad política desde el terror revolucionario francés hasta el totalitarismo y los ataques del 11-S. ¿Hemos de interpretar la modernidad política, con su arsenal de ideas emancipatorias (progreso, libertad, igualdad, derechos humanos universales), en una oposición estricta a la violencia terrorista, o existe una conexión íntima entre las dos? Al reflexionar sobre el 11-S, Baudrillard y Derrida proponen dos interpretaciones originales del terror y del terrorismo en el contexto de la globalizante modernidad. Baudrillard rechaza tanto la hipótesis del choque de civilizaciones como la del fanatismo religioso como clave explicativa del «nuevo terrorismo». En vez de eso, se inspira en la teoría clásica de Marcel Mauss de los intercambios sociales en las sociedades arcaicas que se fundamentan no en el beneficio y la acumulación económica, sino en las relaciones del regalo 1. Según la concepción de Baudrillard, el «significado secreto» del terrorismo contemporáneo está dado en el intercambio simbólico del regalo y el contra-regalo: la muerte del terrorista es un contra-regalo irrefutable que rompe el círculo 194 ships, Derrida also runs the risk of turning an extreme phenomenon into a catch-all concept, and of losing touch with the day-to-day ethical practice. I will conclude that Baudrillard’s and Derrida’s conceptions of terror and terrorism partake in a «taste for the extreme» that makes them ultimately unconvincing. Key words: terror, terrorism, Mauss, gift, death, autoimmunity, Abraham, ethics, responsibility. coercitivo de las relaciones sociales «impuestas» por el sistema global 2. Por su parte, la concepción de Derrida sobre el terror y el terrorismo tiene dos dimensiones interconectadas, la explicativa y la normativa. En primer lugar, Derrida explica el 11-S como el síntoma de una crisis de autoinmunidad en que están entremezcladas la política, la tecnología y la religión. En segundo lugar, partiendo de una lectura deconstructiva de la historia de Abraham en Temor y temblor de Kierkegaard, Derrida propone ampliar el significado de la palabra «terror» haciéndola referir a las decisiones éticas en general. Propone una concepción que está dirigida a poner en cuestión las autocomplacencias de la ética del sentido común al argumentar que el «terror», el sacrificio y la violencia conforman un «momento» abrahámico que es constitutivo de las decisiones éticas. No obstante, argumentaré que las concepciones de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo tienen importantes dificultades. La concepción de Baudrillard depende del dudoso postulado de la hegemonía de un único sistema total —un sistema que se convierte en un macro-sujeto capaz de dar regalos—. Baudrillard propone además una lógica de la auto-destrucción del sistema global, de acuerdo con la cual el propio desarro- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo llo del sistema genera su crisis, si no su implosión. Esta lógica supuestamente implacable guarda similitudes con el análisis marxista —el terrorista ocupando el lugar del proletariado dentro del relato de la auto-destrucción del capitalismo—, pero no está sustentada por nada que se parezca a los laboriosos análisis empíricos de Marx. Por su parte, la interpretación de Derrida del 11-S en términos de un complejo nexo de política-religión-tecnología parecería más prometedora si se prescindiese de la supuesta «ley implacable» de la autoinmunidad 3 y se propusiera alguna contrastación con medios empíricos. Además, la dimensión ético-normativa del análisis de Derrida no resulta del todo convincente. Derrida no es un neoniestzscheano que ensalza la violencia (Ch. Taylor) 4, la apropiación que hace Derrida de la historia de Abraham estira de manera cuestionable la noción de terror y de violencia «terrorista». Al considerar que el terror es constitutivo incluso en el caso de las relaciones éticas más comunes, Derrida corre el riesgo de convertir un fenómeno extremado en un concepto que lo abarca todo, y perder contacto con la práctica ética, y con las posibilidades realistas de mejorarla. En suma, a pesar de su originalidad, las interpretaciones de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo comparten un «gusto por lo extremado» que las hace poco convincentes en última instancia. 2. Intercambio simbólico y muerte (Baudrillard) «Se ha dicho que “ni siquiera Dios puede declararse la guerra a sí mismo”. Bueno. Pues sí que puede. Occidente, en la posición de Dios (omnipotencia divina y legitimidad moral absoluta), se ha convertido en suicida y se ha declarado a sí misma la guerra». (Baudrillard) 5 2.1. La primera reacción de Baudrillard al 11-S, «El espíritu del terrorismo», fue publicada el 2 de noviembre 6. A partir de entonces y en una secuencia de intervenciones, Baudrillard trata de formular una respuesta teórica que sea adecuada a la aparición del «nuevo terrorismo» —una respuesta que lo capte en su singularidad sin reducirlo a algo diferente, i. e., el fanatismo religioso islamista, el empobrecimiento y la marginalidad, etc. 7—. No obstante, esta no es la primera vez que Baudrillard trata el terrorismo en el siglo XX. En los escritos de Baudrillard, el terrorismo aparece como tema contra el trasfondo del terrorismo de la BaaderMeinhof y las Brigadas Rojas de finales de los 60 y 70. En su segunda obra, The Consumer Society (1970), Baudrillard se refiere brevemente al terrorismo como «violencia espectacular» 8, como una respuesta al pérfido y omnipresente éxito del consumismo. En su libro Fatal Strategies (1983), Baudrillard argumenta que los actos terroristas (por ejemplo, la toma de rehenes) necesitan ser explicados yendo más allá de los fines y las intenciones de los terroristas, y considerarlos como regalos irrefutables que quiebran el sistema existente 9. Para comprender mejor esta analogía sorprendente con el regalo que Baudrillard desarrolló más tarde en relación con el 11-S, es útil considerar la apropiación de la obra de Marcel Mauss, Essai sur le don 10. En esta obra clásica, Mauss combina la investigación antropológica comparativa de las economías tradicionales del regalo con una crítica moral de la modernidad burguesa inspirada en ellas 11. Para Mauss, el regalo parece que es algo desinteresado, pero genera una obligación implícita de un contra-regalo. Con ello, el intercambio de regalos establece relaciones de comunidad y de solidaridad ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 195 Camil Ungureanu que son irreductibles a la conducta orientada al beneficio y a la acumulación. En su crítica de la sociedad moderna, Mauss argumenta que la relación de regalo como un tipo de intercambio social ha desaparecido prácticamente por el predominio de la racionalidad económica y el cálculo individualista. Mauss da a entender que las relaciones basadas en el regalo han de ser revitalizadas de forma que constituyan un contrapeso a la unidimensionalidad y egoísmo mezquino del homo economicus. Su modelo de sociedad se sitúa en un «feliz término medio» entre el individualismo económico y el comunismo, entre el egoísmo calculador de Shylock y una generosidad monacal auto-aniquiladora: «el individuo ha de trabajar y hacer que dependa más de sí mismo que de los demás. Por otro lado, ha de defender tanto su propio interés como los de su grupo. El comunismo y la generosidad excesiva es tan perjudicial para él y para la sociedad como el egoísmo de nuestros contemporáneos o el individualismo de nuestras leyes. En el Mahabharata un espíritu maligno del bosque expone a Brahmán quien ha dado tanto a la gente equivocada. “Esa es la razón de que estéis delgados y pálidos”. Es preciso evitar tanto la vida monacal como la de Shylock. Esta nueva moralidad ha de consistir en un término medio entre lo ideal y lo real» 12. Baudrillard comparte la crítica de Mauss del homo economicus y la raison calculatrice. Pero la concepción de Baudrillard se aparta de la de Mauss en dos puntos relacionados entre sí: a) En primer lugar, difiere de la esperanza que Mauss tiene sobre la posibilidad de construir una sociedad moderna alternativa (i. e., una «nueva moralidad») en que el regalo y las relaciones de solidaridad desempeñen un papel crucial. La imagen que Baudrillard tiene de la sociedad moderna de consumo y de la 196 hegemonía del «sistema global» es completamente pesimista. El sistema de Baudrillard se remite al triunfo global de la economía de mercado y la sociedad de consumo, de la razón instrumental y su epítome, el poder hegemónico de los Estados Unidos. El «tono» extremado del diagnóstico de Baudrillard lleva la impronta de la imagen weberiana de la «jaula de acero» y de la dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer. De acuerdo con esta concepción pesimista, el progreso de la razón moderna acaba en una paradoja: la promesa inicial de una emancipación universal se convierte en la peor pesadilla generada por una razón instrumental mal ejecutada. El sistema global de Baudrillard se parece a una asfixiante «jaula de acero» o régimen totalitario basado en el terror. Baudrillard llega a afirmar que el sistema es comparable al Dios todopoderoso y temible de la tradición monoteísta: el sistema ha alcanzado «la divina omnipotencia y... la legitimidad moral absoluta» 13. Algunos comentaristas han puesto de relieve la afinidad entre la concepción de Baudrillard y Matrix, con su imagen sombría de un sistema de simulación, de satisfacción ficticia y de obediencia que establecen las máquinas inteligentes sobre los seres humanos. Sin embargo, a diferencia de Matrix, no existe para Baudrillard ni el salvador ni el amor que acabe con el sistema y restaure la «comunidad buena» 14. De forma parecida, la concepción carente de esperanza de Baudrillard le lleva a descartar también el argumento de Mauss de que las relaciones de regalo podrían proporcionar un modelo para construir compromisos sociales alternativos 15. b) En segundo lugar, si el regalo es incapaz de alimentar la esperanza positiva de una sociedad moderna mejor, puede desempeñar un papel «negativo» bajo la forma de reacciones extremas y vio- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo lentas contra el sistema total. Al conceptualizar esta función «negativa» del regalo, Baudrillard desplaza al centro de su interpretación algo que es completamente marginal en la concepción de Mauss, esto es, la violencia excesiva y la destrucción que pueden acompañar a ciertas formas de regalo (i. e., el potlach). El potlach es para Mauss un tipo de intercambio de regalos que existe en sociedades como las del noroeste de Norteamérica o Melanesia 16. El potlach, explica Mauss, «... no es sino intercambio de regalos. Las únicas diferencias residen en la violencia, rivalidad y antagonismo que se suscitan, en la ausencia de conceptos jurídicos y en una estructura más simple» 17. En el potlach, el intercambio es de ascenso, en la medida que un líder «ofrece», destruye y sacrifica objetos, esclavos, un banquete o cualquier cosa, a un líder rival. Y este se ve obligado a aceptarlo y luego a devolverlo con regalos que son mayores que los que se le han dado en el primer ofrecimiento. Las relaciones sociales entre individuos, grupos y tribus se definen mediante esos intercambios recurrentes que pueden adoptar formas excesivas y violentas. Baudrillard exagera esta dimensión destructiva del potlach en su interpretación del terrorismo. El terrorismo se concibe como un intercambio de regalos destructivo y mutuo entre el sistema capitalista global y los terroristas. Ya en Exchange and Death (1983) 18, Baudrillard argumenta que al «ofrecernos» u obligarnos a trabajar bajo determinadas condiciones y bienes de consumo, el sistema hegemónico capitalista lo hace con la previsión de que ese trabajo ha de ser aceptado, como lo ha de ser el consumismo. Dicho de otro modo, para Baudrillard, el «regalo» del sistema total es un violentamiento y un terror que se nos infringe, y que reduce a los seres humanos a la condición de cosas 19. El sistema y su terror son tan poderosos que sólo se les puede responder de forma negativa —es decir, con un acto de destrucción—. En la concepción de Baudrillard, el terrorista devuelve un regalo mortal al sistema que a duras penas te permite vivir, convierte tu vida en una simulación y la controla 20. El contra-regalo del terrorista es la restauración, siquiera breve, sin embargo violenta, del intercambio simbólico. No obstante, la muerte del terrorista destruye cualquier relación social: al devolver suicidio y muerte, se anula cualquier relación social y se quiebra el sistema total. La elección terrorista del objeto (esto es, las Torres Gemelas) era perfecta en la medida en que captaba la «esencia» simbólica del sistema total. Aunque la relación de potencia «física» entre el sistema y el terrorista es completamente asimétrica, la fuerza extraordinaria del acto terrorista reside en su naturaleza «simbólica y sacrificial» 21. Baudrillard explica que fue ante todo el gesto simbólico el que echó por tierra antes que nada las Torres Gemelas. De forma similar, la fuerza simbólica del regalo de la muerte, por el mismo hecho de estar «más allá de la realidad» 22, es el que puede generar crisis reales en el sistema. El contra-regalo (la violencia terrorista) no es un elemento que provenga de fuera del sistema. Las hipótesis del choque de civilizaciones o del fanatismo religioso son engañosas porque suponen que el terrorismo se opone a la modernidad occidental, y es un producto de un Islam premoderno 23. Pero Baudrillard insiste en que el «nuevo terrorismo» es un producto del interior, del desarrollo mismo del sistema occidental. Baudrillard señala que los mismos medios de los terroristas son occidentales: se ocultan en células durmientes dentro de las sociedades que atacan, indistinguibles de los ciudadanos corrientes, utilizan las tecno- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 197 Camil Ungureanu logías más avanzadas de Occidente, como aviones y ordenadores, para planear y ejecutar sus ataques. Pero es que, además, el triunfo del sistema intensifica tanto ese terror que las razones ideológicas y religiosas se vuelven superfluas. Con una argumentación que recuerda la de C. Schmitt en El concepto de lo político, Baudrillard afirma que la escalada de la intensidad de la hostilidad entre enemigos va más allá de la relevancia de las diferencias ideológicas y religiosas entre ellos. Esta escalada es el resultado del éxito del sistema total: «porque es este superpoder que, con su inaguantable magnitud, ha fomentado toda esta violencia que es endémica en todo el mundo, y con ella esa (inconsciente) imaginación terrorista que se apodera de todos nosotros 24. Para explicar este fenómeno no es necesario referirse a un instinto de muerte o destructor: para Baudrillard, «de forma muy lógica —e inexorable— el aumento en la cantidad de poder incrementa la voluntad de destruirlo» 25. Finalmente hay que decir que el impulso terrorista, la alegría secreta de ver el derrumbamiento de las Torres Gemelas y la herida causada al único poder que domina el mundo, también se siente en el propio Occidente. De acuerdo con la polémica formulación de Baudrillard: «en última instancia podemos decir que lo hicieron, pero que lo deseábamos» 26. Incluso algo más, dice Baudrillard, «... todos hemos soñado con ese suceso... todo el mundo sin excepción lo ha soñado —porque nadie puede evitar soñar con la destrucción de un poder que se ha vuelto hasta tal punto hegemónico—» 27. 2.2. Pero, ¿ha soñado todo el mundo con el 11-S? El gusto de Baudrillard por una retórica del extremo hace que sus reflexiones se encuentren con dificultades 198 insuperables. Uno de los procedimientos retóricos más comunes de Baudrillard es la hiperbolización: plantea un fenómeno plausible y lo convierte en absoluto con lo cual lo transforma en un «fenómeno total», en una ley implacable de la que se extraen las consecuencias. Así pues, Baudrillard podría tener razón en cuanto a que algunas personas (él implícitamente se sitúa entre ellos) deseaban que el 11-S ocurriera, pero no ofrece ningún dato que apoye su afirmación extrema de que «todo el mundo sin excepción» (sic) quería que ocurrieran los ataques terroristas. Es bastante improbable que esto fuera cierto para todo el mundo, dadas las diferencias de consideración y opiniones sobre el poder norteamericano y sobre el uso de la violencia terrorista. Los elementos centrales de la teoría de Baudrillard se caracterizan por un gusto similar por lo «extremado». Su interpretación se apoya en la noción de hegemonía de un sistema totalizador con «una única manera de pensar» 28. Este desarrollo del propio sistema, propuesto por Baudrillard, tarde que temprano, según sus consideraciones, generará «autoimplosiones». Aunque Baudrillard no proporciona apoyo empírico para esta imagen hiperbólica de transformación hacia un «sistema total». De hecho, varios estudiosos de la globalización hacen hincapié en que la globalización debe ser analizada como una serie de movimientos y contra-movimientos antes que como una imposición gradual de un «único modo correcto» 29. Baudrillard describe una imagen unidimensional de la globalización en la que desaparecen elementos tales como la extensión de la democracia y de los derechos humanos en el mundo. Aunque imperfectos, estos elementos son enormemente relevantes. De la misma manera que es relevante observar que el poder norteamericano a pesar de sus fallos no es un régimen totalitario, sino ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo democrático. Baudrillard de manera muy poco convincente desdibuja las diferencias entre las democracias liberales y los regímenes totalitarios. Su enfoque parece apoyado en un anti-americanismo característico de la era Bush más que un análisis matizado de la democracia norteamericana. Baudrillard también habla como si existiese una «ley natural» según la cual cuanto mayor sea el poder hegemónico más violenta será la reacción en su contra. Sin embargo, en lugar de aportar investigaciones empíricas para demostrar esta hipótesis convierte un fenómeno plausible (por ejemplo, la polarización que se da como resultado de procesos globales disruptivos) en una «ley absoluta» y tan obvia que no precisa respaldo empírico. Esta es una muy importante deficiencia metodológica de la teoría de Baudrillard: no dialoga ni con las ciencias sociales ni con la historia. La analogía que plantea Baudrillard de la relación del regalo es tan innovadora como cuestionable. Mauss entiende el dar un regalo como una relación entre personas o grupos y esta es la forma en que habitualmente se utiliza el término regalo. Sin embargo, Baudrillard rompe con este uso corriente de la palabra «regalo». Afirma que es el sistema mismo el que entra en una relación de regalo y que les da regalos a sus miembros; la consecuencia de esto para Baudrillard es que el intercambio de regalos no se da entre personas sino entre fuerzas impersonales y los terroristas. No obstante, esta imagen es poco persuasiva: el sistema no es un macro-sujeto o -persona. Por hacer una analogía, podemos decir que si llueve el cielo quiere hacernos un regalo; este uso metafórico del término «regalo» tendría un valor literario pero no es de mucha ayuda en una investigación teórico-empírica. Al final del análisis Baudrillard se presenta amargamente como un desen- cantado marxista: el sistema capitalista está en su sitio y es global pero se ha perdido irremediablemente la esperanza en cosas como la solidaridad humana o el comunismo. El terrorista reemplaza al proletario como la figura que es capaz todavía de trastocar al sistema incluso aunque sea incapaz de generar acuerdos sociales alternativos. Esta deprimente perspectiva tiene su origen en una actitud existencial individual hacia el mundo contemporáneo. Como opción existencial individual es sugerente decir que el «suicidio» o la «muerte» sea la única alternativa a la sociedad de consumo, a pocas personas se podrá convencer de esto. Después de todo, el mismo Baudrillard se opuso al sistema a través de sus escritos académicos o sus intervenciones públicas, por ejemplo, comunicando las razones para una determinada interpretación de la situación actual. 3. Autoinmunidad y ética «abrahámica» (Derrida) «desde hace mucho tiempo la experiencia de lo que se llama sacrificio, incluso antes de subir el monte Moriah, es el terror: Abraham tiene que escoger entre dos hijos igualmente amados. Es una experiencia terrible. Y nosotros la experimentamos cada día.» (Derrida, 2005) 30 «Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado...» (Marx, El Manifiesto del Partido Comunista) 3.1. Derrida no presenta ninguna formulación ambigua como las de Baudrillard respecto al 11-S: no expresa ningún tipo de fascinación por los ataques terroristas y los condena «incondicionalmente» 31. La perspectiva de Derrida sobre el terror tie- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 199 Camil Ungureanu ne dos dimensiones, una explicativa y otra ético-normativa. En primer lugar, para entender la interpretación de Derrida empezaré por la reapropiación que hace de la noción de Kant sobre las dos fuentes de la religión; así situaré la perspectiva de Derrida dentro del contexto de la globalización y de la crisis de autoinmunidad de la que el 11-S es un síntoma (3.1.a). En segundo lugar, tomando en consideración la lectura del relato de Abraham de Kierkegaard, Derrida sostiene que toda decisión y responsabilidad ética implica un «momento» de terror, sacrificio y violencia (3.1.b). Después de enunciar la posición de Derrida la comentaré brevemente. a) El tratado más sistemático de Derrida sobre la religión: «Fe y saber. Las dos Fuentes de la “religión” en los límites de la mera razón» 32, basado en una re-apropiación del proyecto kantiano de pensar la religión dentro de los límites de la razón 33. En el núcleo principal del proyecto de Kant reside la distinción entre dos estratos o fuentes de la religión: el racional o la fe moral por un lado y el histórico o fe dogmática por el otro. La fe racional aspira a la realización del telos desde una «unión de corazones» bajo el mismo Dios, una «unión sin ningún incentivo que el de la moral...» 34. Como la razón moral es idéntica para todos, sólo hay una fe racional, un Dios y un único conjunto de imperativos morales mientras que hay una multiplicidad de fes históricas y religiones hechas de dogmas particulares, rituales y supersticiones. Sin embargo, una religión histórica en los límites de la razón se funda en la fe racional llamada Cristianismo. Kant denomina Cristianismo a una «religión de la buena vida y conducta», con lo que quiere decir una religión que se apoya en la mejora moral de la humanidad y que se 200 opone categóricamente a cualquier tipo de violencia. Derrida no sigue a Kant en su reducción racionalista de la religión a una «esencia moral» universal que es perfectamente congruente sólo con una religión en particular (el cristianismo) y que está reñida con la violencia. Pero Derrida todavía cree que es necesario distinguir entre dos estratos de religión. El primer estrato de la religión es una «fe sin dogma» que es diferente de lo que normalmente se conoce como fe religiosa y en la que no hay un «objeto» determinado (Dios, mandamientos divinos, paraíso, etc.). Dicha fe «básica» acompaña todos los actos comunicativos: para Derrida, todos los actos comunicativos implican una promesa y un compromiso entre los comunicantes, un acto de fe que lleva a la verdad (ética, por ejemplo), que va más allá de nuestros actuales acuerdos finitos. Derrida señala: «... el minuto en el que abro mi boca estoy en la promesa. Incluso si digo “no creo en la verdad”..., el minuto en el que abro mi boca está actuando un “créanme”. Incluso si miento y quizás especialmente cuando miento, hay un “créanme” en juego. Y este “Te prometo que estoy diciendo la verdad?” es una... promesa que, incluso si no se mantiene, incluso si uno sabe que no se mantendrá, tiene lugar...» 35. El segundo estrato de la religión es el sacro, el sagrado, el sacrosanto, puro o seguro. Según Derrida, la religión generalmente se caracteriza por un «impulso» o «deseo» hacia la «inmunización» o sacralización de las creencias individuales, las imágenes, los lugares, los cuerpos, los objetos, etc. Dicho «impulso» se refuerza a través de ritos e instituciones. Además, se puede conectar con el derecho a acceder a las «verdades absolutas» y a los dogmas infalibles protegidos por las autoridades políticoreligiosas y sus fuerzas armadas. Las ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo religiones positivas con frecuencia se encierran o inmunizan a sí mismas construyendo autoridades político-religiosas llamadas curiosamente guardianes que protegen con pasión los dogmas sagrados y persiguen a los «herejes». Las religiones positivas y sus guardianes pueden fijarse en un Lugar (considérese Jerusalén como el árbol «abrahámico» de las religiones), una Historia, una Tradición homogénea, etc. Las consecuencias pueden ser graves y culminar en una «política del lugar y las guerras sobre el lugar» 36. Derrida complementa esta visión amplia de las fuentes de la religión con un análisis conceptual de las interrelaciones entre las dimensiones religiosas, políticas y tecnológico-capitalistas en el contexto de globalización. Como él mismo señalaba antes del 11-S «no se comprenderá la oleada “islámica”, no se le dará respuesta... si nos contentamos con una explicación interna (interior a la historia de la fe, de la religión, de las lenguas o de las culturas en cuanto tales), si no determinamos el lugar de paso entre esa interioridad y todas las dimensiones aparentemente exteriores (tecnocientíficas, telebiotecnológicas, es decir también, políticas y socioeconómicas, etc.)» 37 (Pereti). Para interpretar el 11-S, Derrida plantea que esa interrelación entre diferentes hechos —religiosos, políticos, capitalistas tecnológicos, etc.— siguen una «ley implacable» de autoinmunidad 38. Con el término «autoinmunidad» que toma prestado de la biología, Derrida se refiere a «aquella extraña conducta en la que un ser vivo, de modo cuasi suicida, actúa sobre “sí mismo” para destruir su propia protección, para inmunizarse contra su propia inmunidad» 39. Derrida distingue diferentes «momentos» interrelacionados de la crisis de autoinmunidad que podrían llevar al 11-S. Uno de tales «momentos» se origina en la Guerra Fría, los secuestradores del 11-S fueron equipados y entrenados en Estados Unidos en el período de la guerra soviética contra Afganistán. El entrenamiento estadounidense, sus armas y sus servicios de inteligencia, resultaron, después de todo, esenciales para conformar la nueva élite afgana (los talibanes), que impusieron un régimen islamista fundamentalista en el país. Desde esta perspectiva, plantea Derrida, podemos interpretar el 11-S como el «final implosivo» de la era de la Guerra Fría. Los secuestradores resultan así doblemente suicidas: «aquellos secuestradores, por así decirlo, fusionan en uno dos tipos de suicidio: el suyo propio (que permanecerá para siempre sin defensa ante una agresión autoinmunitaria suicida y que es lo que aterroriza a la mayoría) pero también el suicidio de aquellos que les entrenaron, les armaron y les acogieron 40 durante la Guerra Fría. Otro momento de la crisis autoinmune se presenta como «peor que la Guerra Fría». Es algo que ocurre en dos sentidos, histórico y psicológico. Históricamente, mientras que durante la Guerra Fría existía la posibilidad de un cierto balance entre las dos superpotencias (USA y URSS) ahora resulta imposible realizar un balance con el terrorismo: el peligro del terrorismo no procede de un estado o lugar identificable sino de fuerzas secretas en momentos incalculables. La amenaza está siempre presente y puede brotar en cualquiera de los lugares más familiares: las formas de vida más comunes y banales fueron precisamente la «tapadera» de los terroristas implicados en el 11-S. Está claro que la administración Bush trató de situar el peligro al hablar de un «eje del mal»; aunque ese intento niega la nueva naturaleza de la amenaza presente y publicita y alimenta, de manera autoinmune, la misma amenaza que supuestamente trata de combatir. Desde ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 201 Camil Ungureanu el punto de vista psicológico la amenaza terrorista es «peor que la de la Guerra Fría» porque representa un nuevo tipo de trauma. De acuerdo al tradicional enfoque de Freud, un trauma se relaciona con un acontecimiento anterior (por ejemplo, el abuso sexual) que todavía sigue presente. Sin embargo, la estructura temporal de este nuevo trauma es diferente porque se orienta hacia el futuro: el nuevo «traumatismo» se produce por el futuro, por lo que va a venir, por la amenaza de que lo peor está por llegar, más que por una agresión «que ya pasó» como tal 41. Al llamar al acontecimiento mismo 11-S (de igual manera a como se reconoce en USA al 4 de julio como el día de la independencia o al primero de mayo como día mundial de los trabajadores) nos ayuda a profundizar, siguiendo una lógica de lo autoinmunitario, ese trauma dependiente del futuro. El «encumbramiento» del acontecimiento funciona simultáneamente de acuerdo con los intereses de los terroristas y de los medios de comunicación occidentales. Los implicados en la acción antiterrorista hablan sobre él y toman medidas contra él; cuanto más lo hacen más contribuyen a la causa de los terroristas dándoles «estatus, visibilidad y sentido» 42. En otros términos, cuanto más luchan contra el terrorismo más débil resulta su posición 43. La reciente violencia terrorista realizada «en el nombre de la religión» ni expresa una supuesta esencia violenta de la religión (por ejemplo, del Islam) ni tampoco puede considerarse completamente desconectada de la religión (Baudrillard). La religión se mantiene en una relación fundamentalmente ambigua por lo que respecta a la globalización tecnológica y capitalista. Derrida habla de un auto-inmune «retorno a la religión», o de una «afirmación auto-destructiva de la religión» 44. 202 Por un lado, la religión hace un uso pleno de todas las ventajas de las nuevas tecnologías, de los medios de comunicación de masas e, incluso, del capitalismo para propagar de esa manera sus mensajes de manera más efectiva. Por otra parte, el «impulso» de la religión a «incorporar» lo que es sagrado en un tiempo y espacio específico se enfrenta con los «espacios digitales» que utiliza para propagar su mensaje y ganar nuevos partidarios en cualquier parte del mundo. La religión puede reaccionar con rechazo e incluso con violencia a la expropiación, desplazamiento, fragmentación y desencarnamiento de lo sagrado que se produce mediante la globalización tecnológica. El mismo Derrida dice «este mismo movimiento que hace que la religión y la razón teletecnocientífica sean indisociables, en su aspecto más crítico, reacciona inevitablemente contra sí mismo. Segrega su propio antídoto pero también su propio poder de autoinmunidad. Nos encontramos aquí en un espacio en donde toda autoprotección de lo indemne, de lo san(t)o y salvo, de lo sagrado (heilig, holy) debe protegerse contra su propia protección, su propia policía, su propio poder de rechazo, lo suyo sin más, es decir, contra su propia inmunidad. Esta aterradora pero fatídica lógica de la autoinmunidad de lo indemne será la que siempre asocie Ciencia y Religión» 45. ¿Cuál es el futuro del terrorismo? Derrida tiene esperanzas en un liderazgo político más responsable, pero no presenta una imagen optimista del futuro 46. En primer lugar, el 11-S es parte de una dinámica que unifica el terror, el terrorismo y el territorio 47. Derrida argumenta que el 11-S es «... parte del arcaico teatro de la violencia dirigido a golpear la imaginación» 48. Por lo tanto, «un día se podrá decir: “11 Septiembre” aquellos fueron los (“buenos”) viejos días de la última guerra. Las cosas eran todavía del ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo orden de lo gigánteo: ¡visible y enorme!» 49. El tema que plantea aquí Derrida no consiste en que esté expresando una fascinación con el 11-S sino que subraya que las cosas podrían ser aún peores. A pesar de su gravedad, los ataques del 11S tuvieron un principio y un fin y fueron espacialmente delimitados. Sin embargo, en el futuro, todos los vínculos entre terrorismo y territorio van a estar transformados por la virtualización del terror. La conversión de los ataques terroristas en ataques terroristas virtuales es una posibilidad real debido a la «tecnociencia» y a las nanotecnologías: «las nanotecnologías de cualquier tipo resultan mucho más poderosas e invisibles, incontrolables, capaces de expandirse por doquier. Vienen a ser los equivalentes micrológicos de los microbios y de las bacterias» 50. La virtualización del terrorismo puede que termine por difuminar las fronteras entre la guerra como conflicto entre estados soberanos y el terrorismo que incorpora además a actores no-estatales. Es muy probable, plantea Derrida, que esa frontera haya sido siempre frágil. Hablando históricamente las guerras se han caracterizado por la actividad terrorista al aplicar el temor y la intimidación sobre la población civil. Incluso más, el terror ha sido con frecuencia infligido por los estados soberanos sobre sus poblaciones (o partes de ellas) y sobre otras poblaciones (por ejemplo, el Régimen del Terror de Robespierre como continuación de la Revolución Francesa o la represión francesa desarrollada en Argelia entre 1954 y 1962) 51. Sin embargo, la virtualización del terrorismo debido a las nuevas tecnologías, es decir, su transformación en «invisible» y «a-territorial» haría casi imposible distinguir entre guerra y terrorismo y, lo que es aún peor, entre la guerra y la paz. «... Nuestro inconsciente —se pregunta Derrida— ya es consciente de ello, ya lo sabe y eso es lo que le aterra» 52. b) Consideremos ahora brevemente la dimensión ético-normativa de la reflexión de Derrida sobre el terror. La explicación que da Derrida del episodio de Abraham por parte de Kierkegaard en Temor y temblor trata de mostrarnos que todas las decisiones éticamente responsables incorporan un «momento» abrahámico de terror, sacrificio y violencia. La elección interpretativa que hace Derrida de Temor y temblor de Kierkegaard puede resultar sorprendente ya que alberga una historia que sintetizaba para los pensadores ilustrados alguno de los rasgos más repugnantes de las religiones: ¿Qué otra cosa podría ser más contraria a cualquier tipo de razón que la decisión de Abraham de matar a su hijo por mandato divino? 53. Efectivamente, en Temor y temblor Kierkegaard no diluye sino que intensifica los elementos dramáticos del episodio de Abraham en relación con la fe, la violencia, el terror y Dios. Para Kierkegaard, la ferviente fe de Abraham en Dios superó las más «terroríficas» e «intolerables» pruebas. Incluso siendo imposible que a su edad Sara diera a luz, Abraham mantenía su fe y creía fervientemente en dicha «imposibilidad». Isaac, «el hijo de la promesa» finalmente «nació milagrosamente, contra todo pronóstico» 54. Sin embargo, la prueba más dura estaba por llegar: después de darle a Abraham el milagro de Isaac, Dios le ordenó: «toma a Isaac, tu único hijo, al que tanto amas, y vete a la tierra de Moria. Una vez allá, ofrécelo en holocausto sobre el cerro que yo te señalaré» 55. Dios se hizo incomprensible para Abraham que quedó sumido en la desesperación y el terror. Aún así, la ferviente fe de Abraham en Dios y en el «descendiente de la promesa» se mantuvieron impertérritos en ese momento de miedo y terror. Kier- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 203 Camil Ungureanu kegaard dice: Abraham «... tuvo fe por la virtud del absurdo ya que no cabía cálculo humano y, puesto que ciertamente resultaba absurdo que Dios que se lo había pedido pudiera en el momento siguiente suspender la petición» 56. En el momento mismo en que Abraham iba a sacrificar a Isaac, Dios intervino y le «concedió» por segunda vez a su hijo, contra toda expectativa, cálculo y esperanza: «no cabe duda alguna —comenta Kierkegaard— que él (Abraham) se sorprendió por el desenlace...» 57. Para Kierkegaard, la historia singular de Abraham revela la «esencia» de la fe. Pues que Dios es el Otro Absoluto, la fe en Él se manifiesta en su más fuerte «esencia» en el momento de la excepcionalidad —cuando contradice todo tipo de conocimiento existente y cualquier tipo de razón ética—. Abraham es el «padre de la fe» porque se mantiene imperturbable en su fe incluso cuando va contra sus inclinaciones más naturales (el amor a su hijo) y contra las más arraigadas exigencias éticas. La fe abrahámica no puede compartirse o «conciliarse» por medio de algún tipo de norma universal de razón y lenguaje sino que representa un momento de singularidad absoluta del creyente ante Dios 58. La «revuelta romántica» de Kierkegaard (K. Löwith) 59 viene a suponer dar una vuelta a la creencia kantiano-hegeliana en la posibilidad de reconciliación entre la razón moral y la fe, la Ilustración y la religión, mediante la exaltación de la fe, destacando la singularidad y la excepción como superior y «esencial». A diferencia de la fe racional de Kant, para Kierkegaard «la fe es precisamente la paradoja de que la individualidad singular como tal individualidad singular es superior a lo universal... Esta posición no puede mediarse porque toda mediación se produce solamente por virtud de lo universal; es y seguirá siendo una para204 doja durante toda la eternidad, inmune a cualquier tipo de pensamiento racional» 60. El momento singular de la fe destruye la universalidad de la regla moral y es superior a ella: la fe no es racional sino absurda, loca y paradójica. Derrida cuestiona la metafísica excepcionalista de Kierkegaard: la creencia en la superioridad y en la «esencialidad» de lo singular sobre la universal, de la excepción sobre la regla. Este excepcionalismo no es sino la imagen especular de la metafísica racionalista tradicional. Sin embargo, mientras que Derrida no avanza a una interpretación estrictamente exegética de Kierkegaard, cree que hay algo éticamente importante que podemos aprender de la presentación que hace Kierkegaard del episodio de Abraham 61. Derrida trata de mostrar que la insistencia de Kierkegaard en la fe, en la singularidad, el terror y el sacrificio resulta pertinente para comprender nuestras propuestas éticas 62. Siguiendo a Kierkegaard, Derrida defiende que la relación con el otro (sea sagrado o no) siempre supone una «interrupción» de nuestro conocimiento finito y un momento de fe. El otro «perfora» el horizonte de nuestro conocimiento ya que no tenemos una intuición directa de ese otro. Tal como dice Derrida, esto sucede porque «nunca tengo acceso al otro como tal», el otro es «infinitamente otro», singular y una excepción 63. Lo que señala Derrida no es que no tengamos ningún tipo de conocimiento sobre el otro. No hay ningún otro singular sin reglas y categorías generales de significado: lo único e irremplazablemente otro resulta conocido solamente en el contexto de prácticas gobernadas por normas generales de significado. Aún así, ya que el otro no es completamente representable, en todo momento hay un resto no trasladable de singularidad y secreto que escapa de nuestra alcance finito. Todo ello implica que la relación con el otro ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo es, desde una perspectiva ética, aporética: la petición de justicia del otro es infinita, pero solamente se le puede responder en término de «ley» finita, razón o conocimiento. La cuestión no es solamente que el otro traspase el horizonte finito del conocimiento y la razón actual, sino que hay una pluralidad indefinida de todos los otros. Para Derrida, esta pluralidad desbordante determina una condición ética marcada por enloquecedoras aporías, a saber, por la existencia de imperativos que nos tensan en direcciones opuestas y sin criterio definido alguno que consiga conciliar las soluciones. Dada nuestra finitud, no podemos responder las llamadas de justicia que nos hacen los otros y solamente podemos hacerlo en modos radicalmente insuficientes. Una decisión justa no puede realizarse sino implicando el riesgo de un sacrificio infinito de terror y de violencia respecto a la petición de los otros. El sacrificio, el terror y la violencia resultan así constitutivos de cualquier tipo de relación ética y de cualquier decisión 64. Derrida plantea: «Lo que me vincula así, en mi singularidad, con la singularidad absoluta del otro me arroja inmediatamente al espacio o al riesgo del sacrificio absoluto. Hay también otros en número infinito, la generalidad innumerable de los otros, con los cuales me debería vincular la misma responsabilidad, una responsabilidad general y universal (lo que Kierkegaard llama el orden ético)... Los simples conceptos de alteridad y de singularidad son constitutivos tanto del concepto de deber como del de responsabilidad, decisión o deber a la paradoja, al escándalo y a la aporía» 65. Derrida no rechaza de plano la perspectiva kantiana de la autonomía racional específica de la tradición ilustrada de la Ilustración 66. El enfoque de la auto- nomía moral implica que la soberanía individual/colectiva se sustenta en la voluntad de darse a uno mismo reglas racionales. Sin embargo, en primer lugar habría que decir que no hay una autonomía «pura»: la aspiración de llegar a ser autónomo depende de mantener la apertura hacia la pluralidad de otros. Esto nos llevaría a asumir que al adoptar una decisión libre y responsable hay siempre y de manera inevitable un momento abrahámico de «salto de fe» y «violencia» con respecto a la desbordante pluralidad de llamadas a la justicia que no podemos atender. De acuerdo con Derrida, «en la medida en que entramos en una determinada relación con el otro mediante la atención, la mirada, la solicitud, el amor, las demandas o las peticiones sé que puedo responder solamente sacrificando la ética, es decir, haciendo sacrificios que me obligan también a responder de la misma manera y en el mismo instante a todos los demás. Ofrezco un regalo de muerte, traiciono, no necesito para ello levantar mi cuchillo sobre mi hijo en el monte Moriah. Día y noche, en cada instante, en todos los montes Moriah de este mundo lo hago, levanto mi cuchillo sobre lo que amo y lo que debo amar, sobre aquello a lo que debo absoluta fidelidad de manera inconmensurable» 67. Otro segundo componente del modelo de la ética de la autonomía es que solamente somos o no responsables con respecto a nuestros actos voluntarios y deliberados. Esto entraña que el terrorismo es moralmente condenable cuando podamos identificar a quienes lo planean y lo realizan. Sin embargo, esa manera de comprender el asunto es para Derrida demasiado limitada. «Terror» y «terrorismo» como actos éticamente condenables no son necesariamente deliberados y voluntarios. Hay un terrorismo «sistemático» en el que la gente toma parte ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 205 Camil Ungureanu debido a su pasividad e indiferencia: «¿Y matar es necesariamente hacer morir? ¿No es también “dejar morir”? ¿Acaso “dejar morir”, “no querer saber que se deja morir” (a cientos de millones de seres humanos de hambre, del SIDA, de falta de atención médica, etc.) no puede hacer parte de una estrategia terrorista “más o menos” consciente y deliberada? Quizás es un error suponer con ligereza que todo terrorismo es voluntario, consciente, organizado, deliberado, intencionalmente calculado: hay “situaciones” históricas o políticas en las que el terror opera, por decirlo así, como por sí mismo, como simple efecto de un dispositivo, en razón de las relaciones de fuerza instaladas, sin que nadie, ningún sujeto consciente, ninguna persona, ningún yo se sienta consciente o se haga responsable de él» 68. Derrida lo que trata de mostrar es que la responsabilidad ética del terrorismo no resulta plenamente captada por el modelo tradicional de la autonomía. Lo que Derrida está planteando no es que no debamos distinguir de manera tan categórica entre el terrorismo «activo» y el «terrorismo por complicidad», o entre matar y dejar morir, y urge la formación de una capacidad de juicio y de decisión moral menos auto-complaciente y más consciente de sus aporías. 3.2. Tal como he venido defendiendo, Derrida nos propone un argumento explicativo y normativo desde el punto de vista ético. Desde el lado interpretativo, Derrida coloca al terrorismo en la intersección de la religión, la política, el capitalismo tecnológico, etc. El análisis de Derrida tiene, si lo comparamos con el de Baudrillard, el mérito de subrayar una compleja interacción entre aquellas dimensiones y situarlas en su contexto histórico. Sin em206 bargo, el punto de vista de Derrida se sustenta sobre una problemática reificación de la noción de autoinmunidad. Al hacerlo así, Derrida convierte a un mecanismo biológico en una «ley socio-política implacable». Podemos coincidir con Derrida en que las acciones pueden tener consecuencias perversas tales como la implicación estadounidense en la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética, el papel de los medios de comunicación masivos al difundir el 11-S, la proclamación misma de una «guerra contra el terror», etc. Pero esta observación no justifica el «postular» en los asuntos humanos una ley de autoinmunidad. En lugar de extrapolar un mecanismo biológico hacia el dominio de la sociedad, valdría la pena investigar empíricamente cuáles acciones tienen consecuencias perversas y cuáles no e identificar las razones de unas u otras. Con independencia de sus méritos, el argumento ético-normativo de Derrida es también discutible. He señalado que, para Derrida, mientras que la conducta ética aspira a la no-violencia, todas las decisiones éticas presuponen un momento de «terror», violencia y sacrificio. El cultivo por parte de Derrida de un sentido dramático para comprender la emergencia y la insuficiencia de la justicia resulta evocador en un contexto en el cual los medios de comunicación de masas e internet ponen ante nuestros ojos el drama de millones de personas hambrientas, en situaciones de pobreza extrema, enfermedades vinculadas con la pobreza, el tráfico de humanos, etc., que ya no resultan ser invisibles o distantes. No obstante, la noción de que ser éticamente responsable significa asumir un «momento» de terror abrahámico es un síntoma del «gusto» derrideano por lo extremado. Según Derrida, sólo vivimos responsablemente cuando nos sumergimos en una tensión de aporías insoporta- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo ble, a través del sacrificio, el terror y el juicio que supone adoptar decisiones. Este «modelo» es, en primer lugar, muy exigente desde el punto de vista psicológico, es decir, en el mejor de los casos solamente lo podrían adoptar una pequeña minoría. Resulta difícil imaginar que un gran número de personas fuese capaz de asumir de una manera habitual el drama terrorífico de la condición abrahámica (¡Ni siquiera Abraham hubiera podido cumplir con tal sacrificio diario!). En segundo lugar, la perspectiva extremada de Derrida corre el riesgo de deslegitimar una buena parte de las prácticas habituales éticamente relevantes. Este tipo de actividades (enseñar, mantener una promesa, leer una novela, hacer un regalo a un amigo, estudiar en la universidad, etc.) perderían cualquier tipo de justificación ética cuando se contrapesan con las demandas de los millones de personas que están ahora sufriendo. Si la opción es entre, digamos, enseñar filosofía y salvar a los niños de África, no hay éticamente hablando ninguna aporía. La mayoría de las actividades que conforman el tejido ético de la vida común no puede contrabalancearse con la emergencia del imperativo de salvar las vidas de niños inocentes aquí y ahora. Sin embargo, la posibilidad de solidaridad hacia los «extranjeros» se sustenta en la insistencia de una vida ética conformada de aquellas actividades más o menos comunes. La formación de las tendencias solidarias no es el resultado abstracto de la argumentación filosófica sino el proceso laborioso de la educación y la aculturación. Dichas inclinaciones se crecen poco a poco dentro de la familia, la escuela, el vecindario, la comunidad religiosa y la comunidad política: la extensión de la solidaridad más allá de estos límites se sustenta en la solidaridad común hacia aquellos que nos son más fa- miliares. Al aplicar indiscriminadamente el «test» de los niños de África a las prácticas comunes corremos el riesgo de destruir el tejido ético existente y las mismas raíces de la solución del problema que enfrentamos: las raíces de una expansión deseable de la imaginación y el sentimiento éticos. En tercer lugar, Derrida convierte una situación ética particular caracterizada por una «lógica» aporética en la situación «propia» de la ética. Incluso en el caso que aceptásemos que hay dilemas o aporías que tienen aquella estructura, el cuadro que nos pinta Derrida de toda la vida ética conformada de acuerdo con aquel modelo es profundamente unilateral. De este modo, Derrida reduce la variedad de las situaciones político-morales a una «lógica» aporética. A pesar de las críticas de Derrida al esencialismo metafísico, su enfoque lo recuerda mucho: sustituye lo que en su momento era la «esencia» por la «aporía» abrahámica 69. Sin embargo, la responsabilidad ética es parte de la «gramática» de una variedad no reducible de juegos de lenguaje y no todos ellos presuponen «aporías» o dilemas angustiantes. Con frecuencia, el ser responsable significa seguir las reglas éticas existentes y actuar de acuerdo con los derechos conocidos y los deberes heredados: después de todo, «a partir de una madera tan retorcida como de la que está hecha la humanidad» muchos considerarán que es bien difícil hacer precisamente aquello que ellos consideran que es justo. Mientras que es evidente que la violencia y los dramas cotidianos necesitan de mayor reconocimiento y acción, se avanza muy poco conceptualmente describiendo la «esencia» de la vida ética en los términos sobre actuados de Derrida que conducen a extender la noción misma de «terror» hasta el punto en que lo convierte en un concepto omniabarcante. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 207 Camil Ungureanu 4. Una conclusión escéptica El papel de la filosofía al analizar el terrorismo es aportar interpretaciones imaginativas y rigurosas que amplíen y refinen nuestro entendimiento del fenómeno. Baudrillard y Derrida proponen originales analogías conceptuales sobre el terror y el terrorismo. Baudrillard recurre a la teoría del regalo de Mauss para interpretar el 11-S como una consecuencia paradójica del éxito del sistema capitalista. El sistema se ha convertido en algo tan poderoso que genera protestas violentas como «contra-regalos»: el sistema se ha transformado en un Dios omnipotente que se hace la guerra a sí mismo. Por otro lado, he distinguido entre los aspectos explicativo y ético-normativo de la concepción derrideana. En primer lugar, la reciente violencia terrorista infligida «en nombre de la religión» ni expresa una supuesta esencia violenta de la religión (en su caso del Islam), ni tampoco puede considerarse simplemente como totalmente carente de relación con ella. Derrida considera el 11-S como un síntoma multifacético de una serie de crisis autoinmunitarias que tiene aspectos políticos, religiosos y tecnocapitalistas. En segundo lugar, Derrida defiende que hay un «momento» abrahámico de «terror», violencia y sacrificio que es constitutivo de las decisiones éticas y de la correspondiente responsabilidad. He planteado de manera crítica que el enfoque de Baudrillard se sustenta en una noción partidista y extremada de un sistema que él considera como un orden general totalitario. Además, Derrida transforma innecesariamente la observación de que las acciones humanas pueden tener consecuencias perversas en una ley de autoinmunidad inspirada en la biología. Por lo que respecta al punto de vista ético de Derrida, he defendido finalmente que se apoya al menos en dos movimientos 208 muy cuestionables: comienza por colocar a un grupo particular de dilemas éticos como si fuesen algo «definitorio» de las situaciones éticas en general; a partir de ahí, generaliza incorrectamente este grupo de situaciones dilemáticas incrustando en ellas una suerte de espíritu «abrahámico». Aunque comparto el objetivo general de Derrida de desvelar las complicidades tácitas y los dilemas que se dan en la práctica ética habitual para con ello mejorarles, sin embargo, su concepción específica corre el riesgo de perder el contacto con aquellas prácticas éticas. Efectivamente, para la mayoría de la gente verse inmerso en la «noche oscura» abrahámica de la decisión es una perspectiva excesivamente ajena. En un análisis final, las analogías conceptuales de Derrida y de Baudrillard extraídas de la biología, de la historia de la religión, de la filosofía o de las economías tradicionales del regalo son tan originales como problemáticas. BIBLIOGRAFÍA Adloff, F. y Mau, S. (eds.) (2005): Vom Geben und Nehmen, Zur Soziologie Der Reziprozität, Frankfurt/Nueva York: Campus. Almond, I. (2007): The New Orientalists: Postmodern Representations of Islam from Foucault to Baudrillard, London: I. B. Tauris. Balke, F. (2005): «Derrida and Foucault on Sovereignty», German Law Journal, 6, 1, pp. 1-12. Baudrillard, J. (1993a [1976]): Symbolic exchange and death, Sage. Baudrillard, J. (1998 [1970]): The Consummer Society, Sage. Baudrillard, J. (1999 [1983]): Fatal Strategies, Pluto Press. Baudrillard, J. (2003 [2002]): The Spirit of Terrorism and Requiem for the Twin Towers, trans. C. Turner, Londres: Verso. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo Baudrillard, J. (2010 [2008]): Carnival and Cannibal, or the play of Global Antagonism, Chicago: Chicago University Press. Bishop, R. (ed.) (2009): Baudrillard Now: Current Perspectives in Baudrillard Studies, Londres: Polity. Bloom, D. (1987): The Closing of the American Mind, New York: Simon & Schuster. Butler, R. (1999): Jean Baudrillard: The Defence of the Real, London: Sage. Caillé, A. (1989): Crise de la Raison Utilitaire, La Découverte. Caputo, J. D. (1997), The Prayers and Tears of Jacques Derrida: Religion without Religion, Bloomington: Indiana University Press. Caputo, J. D. (2001): On Religion, Routledge. Clarke, D., M. Doel, W. Merrin and R. G. Smith (eds.) (2009): Jean Baudrillard: Fatal Theories, Londres: Routledge. Derrida, J. (1995): Gift of Death, Stanford University Press. Derrida, J. (1996): «Remarks on Deconstruction and Pragmatism», en C. Mouffe and S. Critchley (eds.), Deconstruction and Pragmatism, Verso, 1996. Derrida, J. (1996): Specters of Marx, Verso. Derrida, J. (1998): «Faith and Knowledge: the Two Sources of “Religion” at the Limits of Reason Alone», en Religion, Jacques Derrida and Gianni Vattimo, eds., Polity. Derrida, J. (1999): «Interview with Kearney,» in Questioning Ethics, ed. R. Kearney and M. Dooley, Londres: Routledge, 1999, pp. 30-71. Derrida, J. (2002): Acts of Religion, (ed. Gil Anidjar), Routledge. Derrida, J. (2003): «Autoimmunity: Real and Symbolic Suicides. A Dialogue with Derrida», en G. Borradori (ed.), Philosophy in a Time of Terror: Dialogues with Juergen Habermas and Jacques Derrida, University of Chicago Press, 2003. Derrida, J. (2005): «Epoché and Faith», en Y. Sherwood and K. Hart (eds.), Derrida and Religion. Other Testaments, Routledge, 2005. Gane, M. (2000): Jean Baudrillard: In Radical Uncertainty, Londres: Pluto. Gane, M. (ed.) (2000): Jean Baudrillard, Volumes 1-4, Londres: Sage. Held, D. y A. McGrew (eds.) (2000): The Global Transformations Reader, Polity. Kant, I. (2005): Religion and Rational Theology, The Cambridge Edition of the Works of Immanuel Kant, (eds. Allen w. Wood and Georg di Giovanni), Cambridge University Press, 2005. Kierkegaard, S. (1983): Fear and Trembling. Repetition, Princeton University Press. Komter, A. (2005): Social Solidarity and the Gift, Cambridge University Press. Lane, R. J. (2009, 2nd edn): Jean Baudrillard, London: Routledge. Löwith, K. (1964): From Hegel to Nietzsche, Columbia University Press. Marino, A. y G. Marino (eds.) (1998): The Cambridge Companion to Kierkegaard, Cambridge University Press. Marion, J. L. (2002): Being Given, Stanford University Press. Marion, J. L. (1991): God without Being, Chicago University Press. Mauss, M. (1966): The Gift. Forms and Functions of Exchange in Archaic Societies, con una Introducción de E. E. Evans-Pritchard, Cohen & West Ltd., Londres. Peretti, C. de (ed.) (2003): Espectrografías (Desde Marx y Derrida), Madrid, Trotta. Peretti, C. de y Velasco, E. (eds.) (2001): Conjunciones. Derrida y compañía, Madrid: Dykinson. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 209 Camil Ungureanu Perkins, R. L. (ed.) (2005): Kierkegaard’s Fear and Trembling: Critical Appraisals, Wipf & Stock Publishers. Ricoeur, P. (2004): Memory, History, Forgetting, University of Chicago Press. Ricoeur, P. (2005): Parcours de la Reconnaissance, Editions Stock. Rorty, R. (1991): Essays on Heidegger and Others: Philosophical Papers II, Cambridge: Cambridge University Press. Smelser, N. J. y Swedberg, R. (eds.) (1994): The Handbook of Economic Sociology, Princeton: Princeton University Press. Taylor, Ch. (2007): A Secular Age, Harvard University Press. Taylor, Ch. (2011): Dilemmas and Connections, Harvard University Press. Ungureanu, C. (2008): «Derrida on Free Decision: Between Habermas’ Discursivism and Schmitt’s Decisionism», en Journal of Political Philosophy, 3, 293-325. Ungureanu, C. (2012): «Derrida’s tense bow», article in European Legacy, 4 (en prensa). Vidarte, P. (coord.) (2000): Marginales. Leyendo a Derrida, Madrid: UNED. www.decontra.es/publicaciones/ Zucca, L. y Ungureanu, C. (editores) (2012): Law, State, and Religion in the New Europe: Conflicts and Dilemmas, Cambridge University Press. NOTAS Versión española de Eduardo de Bustos y Adriana Kiczkowski. 1 M. Mauss, The Gift. Forms and Functions of Exchange in Archaic Societies, With an Introduction by E. E. Evans-Pritchard, Cohen & West Ltd., Londres, 1966. 2 Tomo la expresión «nuevo terrorismo» de J. Baudrillard, The Spirit of Terrorism and Requiem for the Twin Towers, trans. C. Turner (2003 [2002]), Londres: Verso, p. 25. En adelante, ST. 3 «Ley implacable» es la expresión de Derrida. Véase Derrida, «Autoimmunity: Real and Symbolic Suicides. A Dialogue with Derrida», en G. Borradori (ed.), Philosophy in a Time of Terror: Dialogues with Juergen Habermas and Jacques Derrida, University of Chicago Press, 2003, pp. 85-136. 4 Ch. Taylor, Dilemmas and Connections, Harvard University Press, 2011, p. 20. En la p. 179, Taylor reitera una interpretación muy común de Derrida: «... por supuesto, los frutos de esta contracultura fueron el fascismo —en cuyas influencias Nietzsche no estaba completamente ausente, aunque es cierta y válida la refutación de Walter Kaufman del mito elemental de Nietzsche como un proto-nazi—. Pero, a pesar de ello, la fascinación con la muerte y la violencia vuelve a aparecer, por ejemplo, como motivo de interés en Bataille, compartido por Derrida y Foucault». Taylor concibe esta contracultura como una «manifestación de nuestra incapacidad (humana) de contentarnos con la simple afirmación de la vida» (Ibidem). Taylor expresa la misma posición en su A Secular Age, Harvard University Press, 2007. Taylor desarrolla una cierta * 210 tradición en la interpretación de Derrida. Véase, por ejemplo, la polémica caracterización que de Derrida hace D. Bloom como un nietzschiano izquierdoso en su The Closing of the American Mind, New York: Simon & Schuster, 1987. 5 Baudrillard, ST, p. 7. 6 En Baudrillard, ST. 7 El libro contiene la serie de respuestas de Baudrillard al 11-S: su artículo original en el periódico, los libros Power Inferno y La violence du monde; véase también, Baudrillard (2010 [2008]) Carnival and Cannibal, or the play of Global Antagonism, Chicago: Chicago University Press. 8 Baudrillard, The Consummer Society (1998 [1970]), Sage, p. 174. 9 Baudrillard, Fatal Strategies (1999 [1983]), Pluto Press. La toma de rehenes no puede constituir una solución a los agravios políticos de los terroristas; lo que muestra es la imposibilidad del intercambio. Véase también, R. Butler, Jean Baudrillard: The Defence of the Real, 1999, London: Sage; R. J. Lane, Jean Baudrillard, 2009, 2nd ed., London: Routledge. 10 Para este aspecto, véase las obras de M. Gane sobre Baudrillard, e.g. M. Gane, Jean Baudrillard: In Radical Uncertainty, Londres: Pluto, 2000, y la colección de artículos Gane, M. (ed.), Jean Baudrillard, Volumes 1-4, Londres: Sage, 2000; R. Bishop (ed.), Baudrillard Now: Current Perspectives in Baudrillard Studies, Londres: Polity, 2009; D. Clarke, M. Doel, W. Merrin y R. G. Smith (eds.), Jean Baudrillard: Fatal Theories, Londres: Routledge, 2009. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo 11 El estudio del regalo ha experimentado un resurgir dentro de una pluralidad de disciplinas tales como la sociología de la economía, la antropología, la ética, el pensamiento político y la teología. Véase, por ejemplo, Adloff, F. y Mau, S. (eds.) (2005), Vom Geben und Nehmen, Zur Soziologie Der Reziprozität, Frankfurt/Nueva York: Campus; Smelser, N. J. y Swedberg, R. (eds.) (1994), The Handbook of Economic Sociology, Princeton: Princeton University Press; Komter, A. (2005) Social Solidarity and the Gift, Cambridge University Press; Marion, J. L. (1991), God without Being, Chicago University Press; Marion (2002), Being Given, Stanford University Press; Caillé, A. (1989), Crise de la Raison Utilitaire, La Découverte; Ricoeur, P. (2004), Memory, History, Forgetting, University of Chicago Press; Ricoeur (2005), Parcours de la Reconnaissance, Editions Stock. 12 Mauss, op. cit., p. 67. 13 Baudrillard, ST, p. 9. 14 El Salvador Neo (interpretado por Keanu Reeves) es una especie de Cristo de la Nueva Era. Con su sacrificio y por el poder del amor, Neo consigue destruir el sistema y restaurar la realidad. La «realidad» y la salvación no forman parte del «escenario» de Baudrillard. 15 Baudrillard, ST, p. 7. 16 Para más detalles sobre el potlatch, véase Mauss, op. cit., 34 ssq. 17 Mauss, op. cit. p. 34. 18 Baudrillard, Symbolic Exchange and Death, Sage, 1993. 19 Baudrillard, Symbolic exchange and death, (1993a [1976]). 20 Para Baudrillard, vivir en la sociedad de consumo capitalista es como «estar muerto en vida». 21 Baudrillard, ST, p. 12. 22 Baudrillard, ST, p. 17. 23 Para un análisis detallado de las ideas de Baudrillard sobre el Islam, véase I. Almond, The New Orientalists: Postmodern Representations of Islam from Foucault to Baudrillard, Londres: I. B. Tauris, 2007. 24 Baudrillard, ST, p. 5. 25 Baudrillard, ST, pp. 6-7. 26 Baudrillard, ST, p. 5. 27 Baudrillard, ST, p. 6 (la cursiva es mía). 28 La referencia a «una única manera de pensar» se toma de Baudrillard, ST, p. 16. 29 Un panorama general de la bibliografía correspondiente se encuentra en D. Held y A. McGrew (eds.), The Global Transformations Reader, Polity, 2000. 30 J. Derrida, «Epoché and Faith», en Y. Sherwood y K. Hart (eds.), Derrida and Religion. Other Testaments, Routledge, 2005, p. 34. 31 «Así que podemos condenar incondicionalmente, como hago ahora, el ataque del 11 de septiembre...», Derrida, en Borradori, op. cit., p. 107. Por supuesto que hay otras diferencias significativas entre ambos autores. Por ejemplo: 1) Aunque Derrida también reinterpreta la teoría de las relaciones de regalo de Mauss para criticar el economicismo de la sociedad contemporánea, sin embargo no la fuerza para que cubra la relación entre una suerte de macrosujeto (el sistema) y los terroristas individuales. 2) Derrida no elimina el papel de la religión a la hora de describir el terrorismo; conjuntamente con R. Otto, G. Bataille y R. Girard, Derrida subraya la conexión entre lo sagrado, el sacrificio y la violencia. 3) Derrida no defiende un enfoque unidimensional de la democracia estadounidense. 32 J. Derrida, «Fe y saber. Las dos Fuentes de la “religión” en los límites de la mera razón», La religión, Jacques Derrida y Gianni Vattimo (eds.), PPC, 1996, 293 pp. (a partir de aquí FS). Para una excelente aunque incompleta colección de los escritos de Derrida sobre la religión, véase J. Derrida, Acts of Religion (Gil Anidjar ed.), Routledge, 2002. Este libro también contiene una útil bibliografía. 33 El posterior trabajo de Derrida ha sido interpretado tanto como ateísta o teológico como por hostil a la religión institucionalizada. Sin embargo, como ha afirmado J. Caputo, estas interpretaciones no se sostienen en los escritos de Derrida. El prolífico y esclarecedor trabajo de Caputo sobre la religión en Derrida, véase The Prayers and Tears of Jacques Derrida: Religion without Religion (Bloomington: Indiana University Press, 1997); On Religion (Routledge, 2001). Para una interpretación de Derrida como militante ateo, un teólogo negacionista o, respectivamente, un teólogo político, véase, por ejemplo, R. Rorty, Essays on Heidegger and Others: Philosophical Papers II (Cambridge: Cambridge University Press, 1991); F. Balke, en «Derrida and Foucault on Sovereignty», German Law Journal, 6, 1, 2005, pp. 1-12. Véase también Ungureanu, C., «Derrida on Free Decision: Between Habermas’ Discursivism and Schmitt’s Decisionism», en Journal of Political Philosophy, 3/2008, 293-325; Ungureanu, C. (2012), «Derrida’s tense bow», artículo en European Legacy, 4 (en prensa). 34 I. Kant, Religion and Rational Theology, The Cambridge Edition of the Works of Immanuel Kant (eds. Allen W. Wood y Georg di Giovanni), Cambridge University Press, 2005, 6: 101. 35 J. Derrida, «Remarks on Deconstruction and Pragmatism», en C. Mouffe y S. Critchley (eds.), Deconstruction and Pragmatism, Verso, 1996, p. 81. Aunque per se no sea racional ni moral, la fe representa, para Derrida, aquello que es universalizable por lo que respecta a la religión. 36 Derrida, FK., p. 65. 37 Derrida, FK, pp. 40-???. 38 Ibid., p. 94. 39 Ibidem. Derrida utiliza el concepto de autoinmunidad previamente a sus reflexiones sobre el terrorismo. A mi entender sus primeros análisis en términos de este concepto se encuentran en FK, p. 62, p. 78 y ss. Es interesante observar que Derrida no considera a ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 211 Camil Ungureanu este concepto como un cambio en su concepción. En Borradori, op. cit., p. 124, Derrida habla de pharmakon como «otro nombre, un viejo nombre para esta lógica autoinmunitaria». 40 Derrida, en Borradori, op. cit., p. 91. 41 Derrida, en Borradori, op. cit., p. 97. 42 Borradori, op. cit., p. 153. Derrida argumenta: «Más que en la destrucción de las Torres Gemelas o el ataque al Pentágono, más que en el asesinato de miles de personas, el verdadero “terror” consistió (y comenzó efectivamente) en exponer, en explotar, en haber expuesto y explotado su imagen por parte del propio objetivo del terror. Este objetivo (digamos que son los Estados Unidos...) estaba él mismo interesado (tenía el mismo interés, el cual, por consiguiente, comparte con su enemigo mortal) en exponer su vulnerabilidad, en darle toda la resonancia posible a la agresión contra la que quiere protegerse. Se trata otra vez de la misma perversión autoinmune. Habría que decir más bien “pervertibilidad”, para designar así una posibilidad, un riesgo o una amenaza». En Borradori, op. cit., pp. 108-109. 43 Borradori, Ibid. 44 Derrida, FK, p. 78. 45 Derrida, FK, pp. 78-79. 46 Véase Derrida, en Borradori, op. cit., p. 102. Derrida demanda un liderazgo político y una acción en los medios de comunicación adecuadamente responsables. Al proclamar la «guerra contra el terror» y convirtiendo el ataque terrorista en un espectáculo se colocan en manos de los terroristas y de ellos depende el trauma de que se repita en el futuro una y otra vez. 47 Derrida, en Borradori, op. cit., 101. Derrida señala que terror, terrorismo y territorio proceden de la misma palabra latina terra. 48 Ibidem. 49 Derrida, en Borradori, op. cit., p. 102. 50 Ibidem. 51 Según Borradori, las reflexiones de Derrida sobre la distinción entre guerra y terrorismo deberían interpretarse de la manera siguiente: «en opinión de Derrida al analizar el terrorismo resulta imposible trazar distinciones claras entre guerra y terrorismo, entre lo que es terrorismo de estado y lo que no lo es, entre movimientos terroristas y movimientos de liberación nacional, entre terrorismo nacional y terrorismo internacional». En Borradori, op. cit., p. 153. Sin embargo me parece que su interpretación es inadecuada. La deconstrucción de Derrida no pretende hacer distinciones significativas sino mostrar que los bordes con frecuencia no son transparentes ni lineales. Véase, particularmente, la opinión de Derrida respecto a Schmitt, en Borradori, pp. 100-101. 52 Derrida, en Borradori, op. cit., p. 102. 53 La figura de Abraham resulta central en los últimos trabajos de Derrida. Aunque también la encontramos en escritos muy tempranos como el de «Violencia y metafísica», allí Derrida señala que «Kierke- 212 gaard tenía un sentido de la relación de irreductibilidad de lo Completamente-Otro, no en el sentido del egoísta y estético aquí y ahora, sino en lo religioso más allá del concepto, en la dirección de un cierto Abraham», en Derrida, Writing and Difference, University of Chicago Press, 1980, p. 138. 54 Søren Kierkegaard, Fear and Trembling. Repetition, Princeton University Press, 1983, p. 18 (en adelante, FT). Una visión general de los debates actuales puede encontrarse en A. Marino y G. Marino (eds.), The Cambridge Companion to Kierkegaard (Cambridge University Press), 1998, y en Robert L. Perkins (ed.), Kierkegaard’s Fear and Trembling: Critical Appraisals (Wipf & Stock Publishers, 2005). Una estrategia habitual a la hora de interpretar la narración de Kierkegaard consiste en plantear que la paradoja de la fe no es irracional sino a-racional. Sin embargo me parece que este intento de «salvar» a Kierkegaard del irracionalismo ahorma su enfoque y le hace perder uno de los puntos central de su «lógica» de la fe como opuesta a la razón y no simplemente como algo diferente a ella. 55 Kierkegaard, FT., p. 19. 56 Kierkegaard, FT, pp. 35-36. 57 Kierkegaard, FT, pp. 35-36. 58 En Dar la muerte, Paidós, Barcelona, 2006, p. 92, Derrida escribe: «Mientras que el héroe trágico es grande, admirado, legendario de generación en generación, sin embargo Abraham, porque ha sido fiel al solo amor del cualquier/radicalmente otro no es considerado jamás como un héroe. No nos hace derramar lágrimas ni inspira admiración alguna: más bien un horror estupefacto, un terror también secreto. Y ello porque nos acerca a un secreto absoluto, un secreto que compartimos sin compartirlo, un secreto entre otro, Abraham como el otro, y otro, Dios como el otro: como cualquier/radicalmente otro. El mismo Abraham está incomunicado, separado a la vez de los hombres y de Dios. He aquí quizás lo que compartimos con él. Pero ¿qué es compartir un secreto? No es saber lo que el otro sabe en este caso, ya que Abraham no sabe nada. No es compartir su fe, porque ésta debe seguir siendo un movimiento de la singularidad absoluta...». Traducción de Cristina Peretti y Francisco Vidarte. 59 K. Löwith, From Hegel to Nietzsche, Columbia University Press, 1964. 60 Kierkegaard, FT, pp. 55-56. 61 Derrida también desarrolla una filosofía de la religión. Sin embargo, debido a las limitaciones de este artículo no se puede desarrollar aquí. 62 Vale la pena indicar que se rechaza categóricamente cualquier vínculo entre su interpretación de la historia de Abraham y la de Mohammed Atta (uno de los secuestradores del 11-S) salvo en lo que dice que su padre debería estar como Abraham o Ibrahim dispuesto a ofrecer su hijo ante el altar de la muerte. Como plantea Derrida: «la comparación entre la acción de Mohammed Atta y la de Abraham se quiebra ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 El gusto por lo extremado: un análisis crítico de Baudrillard y Derrida sobre el terror y el terrorismo muy rápidamente porque incluso si los padres de Mohammed Atta estaban dispuestos a ofrecer a sus hijos, en el caso de Abraham e Isaac, no se produjo ningún tipo de asesinato colectivo. Solamente había una víctima o sujeto de sacrificio. Mohammed Atta no se suicidó sino que mató a miles de personas. ¿Quiere esto decir que la comparación no vale en ningún sentido? Si atendemos seriamente a la cuestión política, militar o a las circunstancias históricas del sacrificio de Isaac, y su correlato en el presente, en el nombre de aquellas tradiciones millones de personas han sido eliminadas y lo siguen siendo. De manera que no tengo clara cuál pueda ser la interpretación. Mi primera reacción sería, en el caso de que uno tuviese en cuenta el aspecto suicida de los asesinos, los asesinos colectivos, que la consecuencia de una referencia al orden divino vendría del lado de la muerte. No puedo encontrar ningún tipo de justificación para matar. Utilizo el ejemplo —paradigmático— de Abraham y de Isaac para decir que cada vez que tenemos que adoptar una decisión nos encontramos en ese tipo de situación... Pero incluso si utilizo esta situación como paradigmática, no extraigo la consecuencia de que la elección de matar, una elección contra la vida, pueda estar justificada de ningún modo. Abraham sigue siendo un criminal en la tierra y así lo es Mohammed Atta. Un terrorista suicida es un criminal, para consigo mis- mo y respecto a los que mata». «Epoché y fe», op. cit., pp. 40-41. 63 Derrida, «Interview with Kearney», en Questioning Ethics, ed. R. Kearney y M. Dooley (Londres: Routledge, 1999), pp. 30-71. 64 Obsérvese que la violencia también es constitutiva de la ley y de la política. Véase, por ejemplo, en Specters of Marx, Verso, 1996, pp. 36-37, y «The Force of Law: the “Mystical” Foundation of Authority», op. cit. 65 Derrida, Dar la muerte, op. cit., p. 80. 66 En «Epoché y Fe», Derrida señala «que es el principio de la secularización: la transición de la heteronomía a la autonomía», p. 35. Véase también Vidarte, P. (coord.) (2000), Marginales. Leyendo a Derrida, Madrid, UNED; Peretti, C. de (ed.) (2003), Espectrografías (Desde Marx y Derrida), Madrid, Trotta, 2003; Peretti, C. de y Velasco, E. (eds.) (2007), Conjunciones. Derrida y compañía, Madrid, Dykinson. 67 Ibid., p. 68. 68 Derrida, en Borradori, op. cit., p. 108. 69 En una de sus formulaciones características, Derrida defiende que «la explicación del sacrificio de Isaac puede leerse como el desarrollo narrativo de la paradoja que constituye el concepto de deber y de responsabilidad absoluta», en Derrida, The Gift of Death, op. cit., p. 66. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 193-213, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.08 213 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo Ethics of Recognition and the Victims of Terrorism XABIER ETXEBERRIA Universidad de Deusto RESUMEN. En este estudio se persigue el objetivo de aplicar la categoría del reconocimiento, éticamente enfocada, a las víctimas del terrorismo, tomando como referencia precisa a las víctimas de ETA. Se estructura la exposición en cuatro partes. En la primera se analiza el mal reconocimiento del terrorista, implicado en su violencia y en la interpretación que hace de ella. En la segunda se indaga la cuestión de si en estas víctimas hay una especificidad —en especial, su posible condición vicaria— que incide en el reconocimiento que se les debe. En la tercera se aborda su lucha por el reconocimiento, tratando de destacar las variaciones que aportan respecto a las teorías del reconocimiento —sobre todo en la tensión asimetría/simetría—, enriqueciéndolas. En la última parte se busca precisar el horizonte al que se aspira con esta lucha: en su diseño más general, en torno a la dignidad e identidad, y en sus objetivos más precisos de verdad, memoria, justicia y reconciliación, con la pretensión de que todo ello se sintetice convenientemente en la tríada ser reconocido-reconocer-reconocerse. ABSTRACT. In this study, the author seeks to apply the ethical concept of recognition to the victims of terrorism, in particular, to the victims of ETA (Spain). The argument is presented in four sections. In the first section, an analysis is offered of the bad recognition on the part of the terrorist, as is implied in the violence perpetrated and in the interpretation made of it. The second section examines the issue of whether there is a specificity to these victims —particularly, its vicarious condition— that affects the recognition that is due to them. The third section of the paper addresses the struggle for recognition sustained by these victims, highlighting important variations in relation to general theories of recognition, and discussing what these variations contribute to theory development; specially in regards to the tension between symmetry/ asymmetry. In the last section, the author attempts to clarify the end goals of this struggle, in its most broad sense regarding dignity and identity, and more concretely, in terms of objectives such as truth, memory, justice and reconciliation. The expectation is that these elements synthesize in the triad be recognized-recognize-recognize oneself. Palabras clave: reconocimiento, víctimas del terrorismo, lucha por el reconocimiento, dignidad, identidad, justicia. Key words: recognition, victims of terrorism, struggle for recognition, dignity, identity, justice. [Recibido: Jul. 11 / Aceptado: Dic. 11] 215 Xabier Etxeberria La categoría «reconocimiento» está siendo una de las referencias clave para la ética y el pensamiento político contemporáneos, compitiendo incluso con la de «justicia» 1. A su favor tiene que, tal como está siendo trabajada por sus principales cultivadores, se nos presenta con intensos arraigos en la realidad, confrontada con la experiencia de mal reconocimiento en ámbitos como los de la diversidad étnica, o nacional, o de género, o de inclinación sexual, o, también, el de opresión laboral. En este trabajo voy a focalizarla en la realidad de las víctimas del terrorismo, que tiene algo de paradójico: la reclamación de reconocimiento que hacen es manifiesta, mientras que la reflexión que aplique la categoría a ellas es escasa. Aquí ofrezco una modesta aportación ante esta laguna. Con la hipótesis de que acercar la categoría a estas víctimas es interpelador para la categoría. Y, en especial, con la intención moral de que este ejercicio reflexivo resulte provechoso para sus reivindicaciones. El terrorismo, con unas significaciones universales básicas si es visto desde las claves del mal moral, tiene diversas expresiones. Y, condicionada como está la categoría de reconocimiento a los contextos en los que se aplica, esas expresiones modulan en parte las implicaciones de la categoría. Digo esto para subrayar que tener como trasfondo de la reflexión unas realidades terroristas u otras, configura la propia reflexión. El trasfondo de mis consideraciones será el del terrorismo de ETA, por tanto, el de las víctimas de ETA. Lo asumo convencido de que nos permitirá desvelar esas pautas universales a las que acabo de referirme, así como otras más contextualizadas que también serán importantes. Pero siendo consciente de que si tuviera presente, por ejemplo, ese otro terrorismo de inspiración islamista que estamos 216 llamando global, ciertas concreciones de lo universalizable, ciertos modos de enfocar el reconocimiento y lo que exige, se presentarían de otra forma. Estructuraré mi exposición en cuatro partes. En la primera, abordaré lo que está en el inicio: el mal reconocimiento del terrorista implicado en la violencia que ejerce y en cómo la interpreta. En la segunda, analizaré si debe hacerse una interpretación de la condición de víctima del terrorismo, específica frente a otras víctimas, que nos oriente sobre el reconocimiento debido. En la tercera, presentaré la reacción, conformada como «lucha por el reconocimiento», de estas víctimas y de quienes se solidarizan con ellas ante el mal reconocimiento sufrido. En la cuarta, definiré el horizonte al que se aspira. 1. El mal reconocimiento sufrido por las víctimas del terrorismo La aspiración a ser reconocido tiene su origen más vivo en la experiencia de mal reconocimiento. En las víctimas del terrorismo, esta adquiere la contundente forma de la violencia destructora del terrorista, que encuentra su culmen en el asesinato 2. Este punto de partida pone de manifiesto que el horizonte de reconocimiento que aquí se abre se sustenta, con la correspondiente consistencia ética, en evidentes heridas morales de mal reconocimiento, que dañan radicalmente la dignidad. Pero el terrorista no se contenta con ello. Construye una interpretación tergiversadora de su acción, que eleva a un segundo nivel su mal reconocimiento. En el caso de ETA, ha adquirido varias formas. La más burda ha tenido que ver con el fenómeno de la reificación estudiado por Honneth. Este autor 3 destaca como sugerente de él que determinadas prácticas de genocidio se explican precisamen- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo te por la socialización de disposiciones reificantes del otro, que quiebran la tendencia natural del niño, en toda cultura, a reconocer intuitivamente a los diferentes como personas. Habla también de la autorreificación, que nos hace percibir nuestro mundo interior como campo fijo de entidades estables, que él aplica al impacto de los mercados capitalistas, pero que considero que puede ser proyectada al tema que nos ocupa. ¿Cómo ha funcionado esta reificación con las víctimas del terrorismo de ETA? Aunque con pasos más lógicos que temporales, puede decirse que, primero, a través de procesos de socialización, se ha dado una autorreificación en el terrorista y su mundo, en forma de construcción de identidad vasca simple y fija y, además, gravemente oprimida. Al vaciarla de toda complejización y crítica, adquiere espontáneamente formas maniqueas, en las que lo bueno propio es opuesto a lo imaginado malo del otro, visto como enemigo 4. Se abre así paso a la heterorreificación de este otro, también en modos simples y estables, a través de la cual, ignorando expresamente su condición de humano en su sentido moral (cosificación como deshumanización), pasa a ser identificado total y exclusivamente con una identidad particular que se aborrece y se ve amenazante para la identidad propia, vivenciada con proyección colectiva. Con lo que, si el otro es únicamente eso, no solo se le puede sino que se le debe extorsionar y matar, en la medida en que estratégicamente se muestre eficaz para la causa de «liberación». Fijémonos que en este proceso, dado que la violencia se percibe como legitimada, tanto por el fin (considerado un derecho) como por el medio (se instrumentaliza a quien no es visto en su desnudez de humano, por tanto, al instrumentalizable), no hay autorreconocimiento de victimario, sino de héroe 5; y tampoco heterorreconocimiento de víctima, sino de opresor directo o indirecto (o de «daño colateral» inevitable). En la medida en que las víctimas, con encomiable actitud cívica, acompañadas de un progresivo, aunque tardío, apoyo de instituciones públicas y de un sector de la ciudadanía 6, han conseguido hacer socialmente relevante su lucha por el reconocimiento, en la medida, también, en que las presiones policiales, judiciales y sociales han convencido al terrorista de que estratégicamente su lucha militar estaba perdida, el discurso precedente ha sido difícil de sostener incluso para él. Es entonces cuando, sin abandonarlo pero relegándolo a la penumbra 7, han empezado a emerger en ese mundo violento o complaciente con la violencia, mecanismos ideológicos, en general solapados, con el objetivo no ya de negar frontalmente sino de diluir la realidad de las víctimas. Describo aquí dos de ellos. El primero es el de la teoría de los «bandos enfrentados»: como ha existido terrorismo frente a ETA, en grupos como el GAL, como ha habido abuso de la fuerza en empleados públicos en su lucha contra ETA, se saca la conclusión de que «víctimas las hay en los dos bandos». Dado que reconocer como víctimas a estas personas no violentadas por ETA, con su significación propia y su alcance justo, es un deber de justicia 8, ¿dónde está el mal reconocimiento? En el hecho de que al situar a todas en el marco de una conflictividad político-identitaria que el propio victimario ha definido con su lógica y sus intereses, al resistirse este a situarlas preconflictualmente en su condición moral primaria e intangible de humanos sujetos de dignidad, las asume para restar y desresponsabilizar, no para sumar y promover responsabilidades acrecentadas, comenzando por las de él. El mal reconocimiento se da ahora no ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 217 Xabier Etxeberria con la negación de la condición de víctima, sino con su instrumentalización: las víctimas pasan a ser o «de las nuestras» o «de las de ellos», pasan a ser contabilizaciones al servicio de la causa, cuando la víctima en cuanto víctima, toda víctima, en sentido posesivo no es de nadie, y en sentido de solidaridad moral es de todos, más allá de quién la haya victimado. El segundo mecanismo de dilución de la realidad de las víctimas es el de la ampliación no discerniente del campo de estas. Se parte de que, en el significado lingüístico más amplio del término, víctima es toda persona que sufre. Es, por tanto, víctima, toda persona que ha padecido la violencia de ETA, pero también lo son, porque ciertamente sufren o han sufrido, los terroristas que murieron en enfrentamientos con las fuerzas del orden público o a consecuencia de la bomba que pretendieron colocar, los presos, sus familiares, etc. Con este acercamiento, todos son situados indistintamente en el mundo de sufrimiento que «el conflicto» ha supuesto; en todos habría que pensar, indiferenciadamente, a la hora de proponerse «superarlo». Un planteamiento como este soslaya algo que es clave para el reconocimiento de las víctimas acorde con los derechos humanos. Estos, en efecto, exigen distinguir el enfoque genérico de víctima (todo sufriente) del enfoque moral, en el que víctima es únicamente quien sufre como consecuencia de una acción u omisión injusta causada responsablemente por otro humano, que quebranta su dignidad. No hacer esta distinción es una grave forma de mal reconocimiento hacia las víctimas del terrorismo: porque con ello, en ámbitos de violencia, se diluye la distinción decisiva entre víctimas y victimarios —estos también pueden sufrir—, añadiéndose a la confusión la afrenta; porque no se reconoce a las víctimas en lo 218 que propiamente son, víctimas en sentido moral; porque, con ello, se desactivan las medidas que este último modo de reconocimiento reclama a favor de ellas; y porque, con ello, se pretenden diluir las responsabilidades de los victimarios. 2. Sobre la especificidad de la condición de víctima del terrorismo Las víctimas de cualquier violencia comparten el mal reconocimiento de su dignidad. Desde este punto de vista, la reclamación de buen reconocimiento es similar en todas ellas. Asumido esto podemos preguntarnos si, además, cada tipo de victimación tiene características específicas que inciden en la concreción del reconocimiento debido. Por lo que se refiere a las víctimas del terrorismo, se afirma esta singularidad cuando se postula para ellas su condición vicaria. En su significado más común, «vicario» es quien ejerce funciones de otro, por delegación o por sustitución. Al aplicarlo a las víctimas del terrorismo, implica, pienso, ciertos contagios de su uso religioso, como cuando se indica, dentro del cristianismo, que la muerte en cruz de Jesucristo tiene un carácter vicario sacrificial, en la medida en que, para el creyente, en un sentido teológico que desborda el histórico-político sin negarlo, es un sacrificio por la salvación de los hombres. Concretamente, cuando se propone que las víctimas del terrorismo de ETA tienen un carácter vicario, se tienden a hacer consideraciones que estructuro y desarrollo del siguiente modo: a) el terrorismo, por definición, al elegir a sus víctimas, no pretende la mera victimación de ellas, sino que a través de ellas busca prioritariamente impactar —expansividad del terror— al conjunto de la colectividad, lograr adhesiones de unos y miedos de otros, quebrando así las es- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo tructuras políticas democráticas; b) esto supone que en las víctimas mismas se provocan daños que son de una doble naturaleza: personales, ciertamente, afectándoles frontalmente a ellas y a sus allegados; pero también públicos, afectando a la víctima no meramente en cuanto persona sino en su condición de ciudadana, y a través de ello, al conjunto de la ciudadanía, a la sociedad en general; c) por eso, estas víctimas no son un mero conjunto de individuos violentados por un colectivo de asesinos y extorsionadores, sino que las pretensiones de los victimarios, selladas con su violencia en ellas las convierten, incluso aunque no lo quieran, en la representación privilegiada de la sociedad atacada, con lo que, también en ellas, no están en juego únicamente sus derechos individuales en cuanto víctimas, sino, además, la concreción de la vida democrática y del lugar que debe tener el uso de la fuerza en ella; d) por tanto, en cierto sentido, han sufrido por todos los ciudadanos, todo demócrata está de algún modo «sustituido» en ellas —condición vicaria—. Esta propuesta así argumentada tiene su consistencia e incide en el reconocimiento que se debe a las víctimas del terrorismo, por ejemplo, como se señalará luego, en su plasmación en la memoria y el relato públicos. De todos modos, también pueden hacerse de ella usos inadecuados, con el correspondiente impacto negativo. Comenzando por lo más obvio, hay quienes, a partir de ella, llegan a la conclusión frívola de que «todos somos víctimas», frívola en cuanto que, una vez más, mal reconoce a las víctimas directas de la violencia, subsumiéndolas indiferenciadamente en la sociedad victimada, ignorando sus dimensiones personales intransferibles y desactivando su potencial interpelador. El buen reconocimiento, incluso dentro de este enfoque vicario, exige mantener la distinción de- cisiva entre las que propiamente son víctimas y la ciudadanía que ha sido dañada en el daño a ellas. Por lo que se refiere a las víctimas más propias, el que, por la intencionalidad terrorista de atentar contra la sociedad, se conviertan objetivamente en símbolo efectivo de la agresión sufrida por el Estado de Derecho, no debe derivar en la asignación a ellas de responsabilidades especiales. Esto es, ante esa representatividad no buscada por ellas, las víctimas pueden tener diversas reacciones, desde sentirse abrumadas a sentirse estimuladas para su acción social; y decidir a partir de ahí, de acuerdo a sus procesos de duelo y sus discernimientos personales, sus compromisos. Lo que quiero indicar con esto es que su victimación, el reconocimiento que se les debe por ella, les da derecho a intervenir socialmente, les da autoridad moral especial cuando su intervención está en el nivel prepartidario del testigo moral, les permite plantear esa intervención no solo como lucha por su reconocimiento sino como lucha por las libertades que el terrorismo intenta atenazar, pero no les fuerza a más obligación pública que la de no responder con violencia, la de respetar en su reacción al Estado de Derecho atacado en ellas 9. Por otro lado, esta representatividad de las víctimas implicada en su condición vicaria, no sustituye a la representatividad democrática para la toma de decisiones en los diversos campos, incluidos los que tienen que ver con la administración de la justicia al victimario o las estrategias de paz. José María Ruiz Soroa hace una consideración que veo pertinente 10: las víctimas, además de la dimensión personal de su victimación, son símbolo de algo que les supera, el Estado de Derecho agredido, pero esa simbólica que les supera pertenece propiamente a este Estado. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 219 Xabier Etxeberria Esta última observación nos da pistas para abordar otra cuestión que puede encontrarse implícita en un cierto malestar de algunas víctimas de violencias no terroristas. Presienten que con enfoques como el de víctimas vicarias, se establece una jerarquía entre víctimas, estando en la cúspide de ellas las de la violencia terrorista. Pero, ¿por qué, por ejemplo, una víctima de la violencia de género debería ser considerada menos víctima que una víctima del terrorismo, cuando ha podido sufrir mucho más, también con radical injusticia? Ante esta sospecha de jerarquización en el reconocimiento, que puede ser resentida como injusticia, la reacción que se tiene a veces es la de interpretar todas las violencias en clave de terrorismo, para igualarlas, y así, hablar, siguiendo con el caso, de «terrorismo de género». Pero con ello no se hace más que generar confusión. Ante lo cual, primero, es importante hacerse cargo de que ese plus simbólico que tiene la víctima del terrorismo le desborda, no puede apropiárselo, quedando desmontada la desigualdad personal entre clases de víctimas 11; en segundo lugar, que es bueno que cada colectivo de víctimas sea reconocido por el hecho compartido de la victimación, pero también por las características diferenciales de ella, no solo porque afinará lo que tiene que implicar este reconocimiento en torno a cuestiones como la justicia y la reparación, sino también porque estimulará precisas medidas político-sociales tendentes a evitar nuevas víctimas. El impulso de fondo tiene que ser el de que reconocer a una víctima de una violencia, la que sea, en cuanto víctima, incluye un dinamismo que empuja a reconocer a todas; pues de lo contrario, a la primera no se la reconocería ya en cuanto víctima sino en cuanto otra cosa. Igualmente, la expectativa de las víctimas de un determinado tipo de violencia 220 de ser reconocidas en cuanto víctimas, queda afinada moralmente cuando en ella anida una predisposición a la solidaridad con expectativas similares de los otros tipos de víctimas. 3. La lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo Confrontándose con la experiencia de mal reconocimiento, en la víctima surge la expectativa de ser reconocida, de la que hablan autores como Ricoeur o Honneth 12, que emana, como señala este último, con un comentario que en la víctima del terrorismo se cumple en su radicalidad, de una experiencia de ser tratada injustamente que implica una gran conmoción, hasta el punto de impactar a la identidad personal. Con todo, la expectativa es, como tal, una actitud pasiva, aunque tenga la virtualidad activa de la interpelación. Pasa a activa cuando deriva en lucha por el reconocimiento. 3.1. Hegel, en el marco de su teoría, señala que la lucha por el reconocimiento es algo propio del estado de naturaleza, en el que los hombres se oponen como autoconciencias singulares, pero que deja de tener sentido donde surge el Estado, pues, en el ser común que crea, cada uno es reconocido por sí mismo y por los otros: la lucha ha fundado la sociedad, pero constituida esta, queda externa a ella, es disruptivo pretender que siga 13. Ahora bien, la lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo nos muestra una dinámica mucho más compleja que esta sucesión temporal en la que tanto hay de constructo. Implica un proceso en el que se presupone un reconocimiento —el mutuo reconocimiento cívico en el Estado democrático— que el terrorista quiebra con su violencia, generando una grave afrenta moral ante la que se reacciona con la lucha por recuperar ese reconocimiento ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo perdido —porque no adviene automáticamente—, pero —cuestión importante— con modulaciones nuevas, pues deberá incluir de modo memorialmente efectivo ese pasado. La complejización de la dinámica se acrecienta al hacernos cargo de que el terrorista etarra sitúa su mal reconocimiento de las víctimas en lo que considera lucha por el reconocimiento de la identidad nacional vasca. La inmoralidad de su enfoque radica en que afronta esto último, en sí algo del nivel partidario que pide «luchas» escrupulosamente democráticas, quebrantando los requerimientos del reconocimiento más primario y universal, el que tiene que ver con la dignidad. La lucha por el reconocimiento, al menos en su versión fuerte, parte ineludiblemente de una asimetría. Se suele presuponer que su horizonte adecuado es el de lograr la simetría. En este sentido, el reconocimiento mutuo es considerado como una referencia clave para definir la justicia en una sociedad. Honneth lo expresa así: «Las sociedades solo representan estructuras legítimas de ordenación, en la medida en que estén en condiciones de garantizar unas relaciones fiables de reconocimiento mutuo en distintos niveles», a través de la correspondiente institucionalización de los principios del reconocimiento 14. Conviene aclarar que esta mutualidad no precisa necesariamente ser simétrica para ser adecuada. Es lo que pasa en la esfera familiar. Pero en la esfera pública, la del ciudadano, el reconocimiento no solo mutuo sino simétrico parece imponerse: es el que remite a la igualdad jurídica de los individuos que disfrutan de los mismos derechos. Según este esquema, la violencia terrorista, situada en esta esfera, podría ser definida como la quiebra de este criterio, y la superación de ella como su recuperación. Es decir, el reconocimien- to simétrico y recíproco —el reconocimiento entre iguales—, sería, como tal, normativo; además, para decirlo con palabras de Taylor, la única solución satisfactoria al mal reconocimiento. Pero cuando confrontamos el esquema con el mal reconocimiento de las víctimas del terrorismo y su lucha por el reconocimiento adecuado, constatamos que peca de simple y que, incluso, puede prestarse a derivaciones moralmente incorrectas. Para evidenciar su problematicidad comencemos recordando cómo ha sido concebido este horizonte de simetría por el entorno de ETA y con frecuencia por otros sectores sociales: el conflicto violento se superará positivamente, se dice, cuando evolucione en una paz en la que, garantizado el cese de la violencia (por ambas partes, se suele añadir, según el esquema de los bandos enfrentados), se exprese en una situación pública y social en la que «no haya ni vencedores ni vencidos». En sí, esta fórmula parecería reflejar el perfecto reconocimiento simétrico. Sin embargo, a las víctimas de ETA, y a la sociedad solidarizada con ellas, les indigna, desde ese sentido de la justicia modelado a partir de la experiencia de victimación. Porque perciben que, aquí, la reciprocidad simétrica sin más no puede ser el horizonte moral: la violencia crea una asimetría de tal naturaleza que su superación no se resuelve en una mera simetría, sino en una igualdad de la ciudadanía que contemple una decisiva «huella asimétrica», concretable, entre otros modos, como memoria de la víctima que se prolonga en el futuro. Una huella así concebida no es herida para la convivencia sino su terapia y expresión más plena. En esta revisión de la lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo desde las categorías de asimetría y simetría, hay otra cuestión que conviene tener en cuenta. En los modelos habitua- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 221 Xabier Etxeberria les, el esquema tiende a proyectarse a los directos contendientes en ella: su aplicación a nuestro caso la remitiría a lucha entre terroristas y sus apoyos y víctimas del terrorismo, con los suyos. Pero también aquí se impone revisar el modelo. Primero, porque empuja espontáneamente al constructo de los bandos enfrentados, incorrecto para lo que aquí contemplamos, como señalé en su momento. Segundo, porque, como también se indicó, si en su sentido más preciso la violencia de los terroristas afecta a sus víctimas directas, en su sentido global afecta al conjunto de la sociedad democráticamente organizada. Tercero, porque las víctimas del terrorismo, cuando reclaman reconocimiento, lo reclaman prioritaria y decisivamente al conjunto de la sociedad, que tiene el deber de autoasignarse una deuda con ellas 15. La exigencia expresa de reconocimiento a los victimarios por parte de las víctimas de ETA está afrontando un segundo momento cuando algunos de ellos, a nivel personal, han hecho procesos de revisión crítica de su pasado violento y de reconocimiento del daño que han causado, y cuando otros, a nivel colectivo, pretenden reinsertarse estratégicamente en la esfera de la igualdad jurídica. Esta exigencia es con frecuencia indirecta: se plasma en la propuesta a las autoridades públicas de condiciones que los victimarios deberían cumplir para que se les ofrezca la oportunidad de esa reinserción. No es cuestión de entrar aquí en el análisis de ellas. Lo que conviene subrayar es que pueden ser interpretadas como un mensaje no solo a las autoridades públicas, sino también a los violentos, a los que indirectamente se les vendría a decir: nos sentiremos reconocidas en lo más básico por vosotros cuando las cumpláis. 3.2. Si ser hecha víctima, forzadamente, es una pasión que ocasiona el 222 violento en la víctima, la lucha por el reconocimiento de esta y de quienes hacen causa común con ella es, en principio y como hemos visto, una acción. Ahora bien, adentrándonos en nuevas complejidades, hay modos de pasión, problemáticos, que pueden generarse en la propia víctima que actúa, asociados a su reivindicación de reconocimiento. Sobre el deseo de reconocimiento como pasión, que genera efectos negativos tanto para la identidad personal como para la vida social, tiene un sugerente estudio Pulcini 16, sustentado en el análisis de las propuestas de Adam Smith y Rousseau sobre este tema. Estos autores proponen que la lucha por el reconocimiento (que ellos sitúan en la búsqueda de riqueza y honores para que los demás nos admiren y estimen) es negativa cuando se asocia a formas patológicas de amor a sí mismo (miméticas, de tipo imitativo o competitivo), que solo se superan positivamente si se logra un espacio interior autónomo de la influencia del otro, ya sea en la forma de «autorreconocimiento» (Smith), ya sea en la forma de «autenticidad» (Rousseau). Interesa particularmente, creo, el análisis de Rousseau, más radicalmente crítico contra la dinámica mimética, a la que atribuye la generación de una falsa identidad, la renuncia a ser uno mismo en aras del anhelo de ser reconocido por los otros. ¿Pueden las víctimas del terrorismo caer en búsquedas patológicas de reconocimiento? Comienzo apuntando esas situaciones extremas, especialmente las de largos y duros secuestros, en las que la presión psicofísica de terrorista carcelario es de tal naturaleza que a veces consigue ser asimilado-interiorizado por su víctima, que esta, de algún modo, se sienta reconocida por él, ocultando la durísima relación de dominación. Es lo que conocemos como el síndrome de Estocolmo. Aquí la patología no emerge de ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo la víctima; es introyectada por el victimario, con gran efecto destructor, porque impacta el corazón de la identidad. A la víctima que lo sufre le toca un penoso y largo camino, precisado de firmes acompañamientos, para reconducir su lucha por el reconocimiento. Pasando ahora a otras posibilidades de patología, ¿hay en las víctimas del terrorismo propensión a un deseo de reconocimiento patológico en cuanto mimético? Es algo que vemos con facilidad en esos colectivos que luchan por tener «los reconocimientos que tiene el otro porque los tiene el otro». Pero cuando la lucha por ser reconocido brota de una victimación lacerante no es precisamente esta dinámica la que tiende a surgir. Es cierto que puede darse el fenómeno descrito por Todorov de que, aunque nadie quiere que le hagan víctima, una vez que se acoge socialmente a las víctimas, «todos queremos haberlo sido», ser reconocidas así; pero esto no afecta precisamente a las auténticas víctimas, sino a las que teniendo cierta tangencialidad a ellas pretenden aprovechamientos espurios. Es cierto, también, que, por ejemplo, en el ámbito de las víctimas del terrorismo de ETA, las víctimas de las primeras décadas reclaman con frecuencia los beneficios que están recibiendo las de la última década; pero esto no debe ser interpretado como mímesis enajenadora sino como reivindicación de equidad, pues responde al muy superior abandono que sufrieron las primeras. Si, por tanto, es muy rara en las víctimas del terrorismo la dinámica mimética propiamente dicha al expresar sus expectativas de reconocimiento, ¿caben otras formas en las que aparezcan dimensiones negativas, no en el sentido moral sino en el sentido de ser perjudiciales para ellas? Ricoeur hace una consideración que nos ofrece algunas pistas. Las luchas por el reconocimiento, dice, pue- den instalarse en la «conciencia desgraciada», bajo las formas de sentimiento incurable de victimación o de una infatigable postulación de ideales inalcanzables 17. A veces esto tiene que ver con los procesos de duelo. Tanto en estos como en las luchas por el reconocimiento, hay una decisiva referencia memorial. Jelin nos recuerda muy bien dónde está el punto en el que el duelo se atraviesa positivamente, precisamente en relación con la memoria: en el momento en el que en la víctima lo dominante no es ya el que «sufra» la memoria de victimación, sino el que «la trabaje», el momento en el que «a diferencia de la repetición traumática, el pasado no invade el presente, sino que lo informa» 18. Entonces, esa memoria se convierte en fuerza al servicio de su autonomía, no en presión que la bloquea o deforma. La herida seguirá existiendo, pero como herida cicatrizada 19. Y la víctima estará en condiciones de protagonizar una fecunda lucha por el reconocimiento. Incluso si se realiza positivamente este proceso hay víctimas del terrorismo que, embarcadas por largo tiempo en la lucha por ser reconocidas, manifiestan su cansancio en seguir sosteniendo pública y activamente su condición de víctimas y su deseo de pasar a dar relevancia social y personal a otras dimensiones de su identidad. Con ello nos señalan algo importante. La ciudadanía, social y políticamente organizada, desde la antes citada categoría de «deuda», tiene el deber de implicarse establemente en la lucha por el reconocimiento de las víctimas. Pero estas lo que tienen, desde el punto de vista cívico, es un derecho a hacerlo, no un deber, que concretan a través de su discernimiento libre (en el que jugarán las vivencias de victimación, las convicciones, las relaciones, etc.). Tener esto presente es la mejor vía para que su implicación social se aleje de modelos ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 223 Xabier Etxeberria que la «instalen» en la «conciencia desgraciada». 4. El horizonte de la lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo La lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo no tiene únicamente una motivación reactiva ante la violencia sufrida. Está impulsada por el horizonte de reconocimiento al que aspira, que es el que le da orientación y sentido. 4.1. En su forma genérica, puede concebirse como aspiración a que sea reconocida la dignidad de la víctima y a que, en consecuencia, se abra para ella la vía de la justicia, pero, también, la de la vida buena en una identidad lograda. Voy a apoyarme en el debate entre Fraser y Honneth —aunque ellos ignoren la temática del terrorismo— para desarrollar esta afirmación. Creo, en efecto, que podemos obtener luces de él, sin que, para la cuestión que nos interesa, sea necesario tomar partido en él 20. Más bien, lo que propongo es hacer determinadas articulaciones entre las categorías que manejan. Honneth hace más explícita que Fraser la referencia a la dignidad. Así, señala que, hoy, «el objetivo normativo parece no ser ya la eliminación de la desigualdad, sino la prevención de la humillación o del menosprecio; las categorías centrales de esta nueva visión ya no son la distribución equitativa o la igualdad de bienes, sino la dignidad y el respeto»; panorama ante el que él opta por la tesis de que «el reconocimiento de la dignidad de personas o grupos constituye el elemento esencial de nuestro concepto de justicia» 21, subsumiendo en él los conflictos de distribución. Esta tesis conecta espontáneamente con las víctimas del terrorismo, cuya reclamación básica es 224 que se les reconozca con plenitud su condición de dignidad. Porque es esa condición la que han visto negada radicalmente, no meramente de palabra, sino con la contundencia brutal de la violencia destructora. Este acercamiento básico al horizonte del reconocimiento positivo tiene la ventaja de hacerse cargo, moralmente, de toda la carga emocional que está en juego en la experiencia de las víctimas 22. De todos modos, esta primera afinidad de la expectativa de las víctimas con el enfoque de Honneth no deja en la irrelevancia al de Fraser. Porque, ¿cómo deberá tomar cuerpo esta reclamación genérica de respeto a la dignidad? Haciendo efectiva, con toda su radicalidad, la paridad participativa —en la que la autora sintetiza reconocimiento y distribución justa— de las víctimas en cuanto «ciudadanas víctimas». Señalé en su momento que en la victimación terrorista hay, imbricadas, una herida personal y cívica. En el terrorismo de ETA esto ha sido manifiesto, pues las elecciones de víctimas que ha hecho, motivadas por sus objetivos 23, eran de dos tipos: o porque sustentaban el funcionamiento del Estado, o porque tenían opiniones y opciones políticas que contradecían los supuestos de la banda. Esto es, su victimación más «proclamada» y «autojustificada» ha estado encaminada expresamente a quebrar el derecho a la paridad en el ejercicio público de la autonomía, que certifica el disfrute de la dignidad. Lo que supone a contrario que reclamar la paridad participativa para aquellos a los que ETA se la negó es fundamental como horizonte de reconocimiento. Con todo, habría que añadir algo a esta aplicación del enfoque de Fraser. La paridad es, por definición, simétrica; pues bien, también en esta simetría habría que incluir una «huella de asimetría» encaminada a afinar la simetría: la especial re- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo levancia de la participación de la víctima para todo lo relacionado con la victimación cuando la sitúa en el nivel prepartidario de los derechos humanos. Volviendo a la propuesta de Honneth, hay en ella algo más, que le distancia de Fraser, que pretende ser estrictamente deontológica: la referencia teleológica del primero, aunque sea en su versión tenue o formal, a la identidad y autorrealización. Honneth nos viene a decir: que el reconocimiento positivo de los otros significativos es necesario para la identidad lograda; y que esta es, a su vez, el presupuesto para la buena autorrealización, aunque quede en manos del sujeto definirla 24. Lo que significa que el horizonte de este reconocimiento, no es meramente el respeto a la dignidad, sino un respeto que potencie esta identidad que capacita para la autorrealización 25. Este tema del reconocimiento ligado a las identidades no solo individuales sino colectivas —etnoculturalmente marcadas, en especial— es fuente de constantes debates. Pero aquí no nos corresponde entrar en ellos, pues considero, por lo que se verá enseguida, que no es este el campo en el que se mueve la problemática del reconocimiento de las víctimas del terrorismo. A pesar de lo cual, sí pienso que el horizonte de reconocimiento de estas está conexionado con la identidad. Una violencia terrorista como la etarra incluye entre sus consecuencias más palmarias la convulsión de las identidades de los supervivientes, e, incluso, el intento de tergiversación de las identidades de los asesinados. No está, por eso, de sobra, señalar que lo que debe perseguir el reconocimiento es la restauración de la identidad de la víctima, para que sea identidad lograda. El reconocimiento, se suele concretar, de «los otros significativos». Para la víctima del terroris- mo estos son, por supuesto, los de sus círculos familiares, de amistad y de referencia, los más capaces de aliviar su herida psico-moral; pero también la sociedad socio-políticamente organizada, en la que puede afrontar la herida cívica. Respecto a los victimarios y su potencial reconocimiento de la víctima, que tiene que implicar asunción sincera y plenamente coherente del daño injusto causado, con dolor moral por haberlo hecho, las víctimas no los consideran espontáneamente como otros significativos en la reconstrucción de su identidad, y entre ellas hay posturas varias respecto a su apertura a pedirlo y acogerlo si viene. Este dato tendría que ser interpelador y revelador —del significado de lo que ha hecho y de lo que le toca hacer— para el terrorista que pretenda abrirse a la víctima. La identidad pública de la víctima que el terrorista ha convulsionado es, prioritariamente, identidad cívica, a la que está subordinada cualquier referencia etnocultural que la concrete. Volviendo al caso de ETA, en la intención primaria de esta, se ha violentado a la víctima porque ha sido percibida como implicada en los pilares que sostienen la identidad política española. Pero, en realidad, la violencia se ha dirigido contra sus derechos cívicos (a la vida, a la integridad psicofísica, a la libertad de expresión y participación...), ejercidos en su caso en el marco del Estado español (y, en contadas ocasiones, francés). Esto es, lo determinante es que a la víctima se le ha dañado en su identidad cívica universal. Por eso, ella, aunque contextualizada en su particularidad como no puede ser de otro modo, es, en realidad, víctima que simboliza lo universal de los derechos humanos vulnerados. La restauración de su identidad a través del adecuado reconocimiento tiene que expresarse como restauración de esta identidad cívi- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 225 Xabier Etxeberria ca plena, desde la que, evidentemente, ejercerá sus derechos con libertad y autonomía en el ámbito de la pluralidad legítima, particularizándola en sus horizontes de autorrealización personal y cívica. Esto último puede entenderse mejor a partir de la afirmación de Ricoeur, que también conexiona reconocimiento e identidad, de que «la que exige ser reconocida es, sin duda, nuestra identidad más auténtica, la que nos hace ser lo que somos» 26. Es cierto que queremos que se nos reconozca no como mera representación de la universalidad, sino en nuestra particularidad legítima, en la identidad con la que nos autoidentificamos libre y personalizadamente. Por eso, cuando se produce la restauración cívica en la víctima, materializando el buen reconocimiento, hay que concebirla no solo como condición de posibilidad de que se concrete en la autoidentificación que decida, sino como reconocimiento anticipado de esta identidad particularizada 27. En esta conexión entre reconocimiento e identidad, Ricoeur aporta otra observación sugerente. Nos recuerda que la identidad personalizada está decisivamente asociada al poder de narrarse, es identidad narrativa, ligada a la dimensión temporal e histórica. Desde esta perspectiva, en la identidad de la víctima quedará sellada para siempre, en el relato que la define, la victimación que sufrió. La restauración, aquí, apoyada por el buen reconocimiento, se logra cuando es una síntesis entre la buena memoria de lo sucedido, que hace frente al olvido pero también a la fijación en el pasado que petrifica la identidad, y la buena promesa que sustentándose en la justicia y creatividad hacia el futuro reconstruye con novedad esa identidad (generándose así, en la víctima, una dialéctica entre idem e ipse, para decirlo con terminología del autor). 226 4.2. Tras esta presentación del horizonte más genérico de la lucha por el reconocimiento, paso ahora a mayores concreciones. Es ya algo consagrado que las víctimas aspiran a la verdad, la memoria y la justicia. Es una cuestión discutida si hay que aspirar a la reconciliación. Aquí me voy a limitar a apuntar cómo estas exigencias se conexionan con el reconocimiento. Resulta manifiesto que este está decisivamente ligado a la verdad: se reconoce a las víctimas en cuanto víctimas, en su alcance y en su sentido, si se hace verdad plena sobre lo que pasó, porque es lo que las hizo víctimas. A su vez, se accede a esta verdad recorriendo sus diversas vías: a) la de las «huellas» corporales y materiales que dejó la violencia, siendo la más reveladora el cadáver de la persona asesinada; b) la del testimonio de las víctimas supervivientes y sus allegados, inevitablemente sustentado en interpretaciones, con su riqueza y sus límites, pero latiendo siempre en él la cercanía máxima con el hecho violento y lo que ha supuesto; c) la vía judicial definida por la imparcialidad en el análisis de pruebas, que dicta sentencias que certifican no solo la existencia de la víctima, sino también la del victimario y su responsabilidad; d) la del saber de la historia, en la que su lógica de explicación e interpretación tiene que ponerse al servicio de la representación honesta del pasado, que incluye conexionarlo con el bien y el mal de acuerdo a una imparcialidad que no se identifica con la neutralidad 28; e) la vía, por último, de la verdad social, la que asume el grueso de la población, modulada por los grandes agentes socializadores —la familia, la escuela, los grupos de iguales, los medios de comunicación, los partidos políticos, las organizaciones sociales— y lo que pretenden conseguir de cara al futuro cuando miran al pasado violento. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo La aproximación plena a la verdad se da cuando hay una firme imbricación entre estas diversas vías, gracias a la cual unas fecundan y purifican a las otras. También es así para el caso de las víctimas de ETA. Respecto a ellas: hay ya una significativa verdad testimonial de las víctimas, y voluntad en sectores sociales, políticos y académicos, de ir agrandándola; hay una importante verdad judicial, pero, igualmente, un espacio relevante en el que no se ha podido aportar su luz, por lo que queda como tarea pendiente a la que no se debe renunciar; respecto a la verdad histórica queda mucho por hacer, porque las historias que se han hecho hasta ahora son más «historias de ETA» que de las víctimas, habiendo aquí, por tanto, un reto importante para los historiadores 29; en cuanto a la verdad social es en estos momentos, a la vez, la más frágil y amenazada por parcializaciones, tergiversaciones y olvidos, y la que las víctimas más reclaman y precisan, puesto que es esa la verdad con la que conviven, en la que más propiamente se sienten bien o mal reconocidas. Pasemos ahora a la cuestión de la memoria. Podría decirse que supone el hacerse cargo de la verdad de forma mantenida en el tiempo, esto es: desde el presente en que se recuerda, retomando el pasado en donde sucedió lo recordado y proyectándolo al futuro que se quiere modelar; y haciendo que esa verdad siga siendo una referencia viva, intrasubjetiva e intersubjetiva, en la sucesión de generaciones. La conexión del horizonte de memoria con el reconocimiento se da de varias formas. Esa memoria: a) es la única vía para reconocer a los asesinados; b) hace que el reconocer no sea un mero acontecimiento puntual que se desvanece con su finalización: si nuestra identidad se realiza y despliega en la temporalidad, también así tiene que desplegarse el re- conocimiento que pretende remitirse a ella, en formas vivas, reconfiguradas con interpretaciones emergentes en las nuevas generaciones. Para que se trate de reconocimiento memorial pleno, la memoria en juego deberá sintetizar en su forma propia, los diversos acercamientos a la verdad que antes se mencionaron. Una memoria así, como expresión de reconocimiento, se materializa en los procesos de socialización, en forma relevante, el que tiene lugar en la educación reglada y no reglada. Es muy importante que en ellos se avive a través de la presencia de las víctimas, incluso su presencia física, pedagógicamente enmarcada. Se materializa también, de una manera más literal, en las conmemoraciones, monumentos, homenajes. Son importantes y delicados, por lo que hay que estar atentos a no caer en abusos 30. En cuanto al referente de la justicia, está unido al horizonte de reconocimiento en la medida en que, como señalé, certifica quién es víctima, en qué modo, con qué intensidad. Pero, además, quién ha sido su victimario, asignándole la correspondiente responsabilidad y penalización. Que las víctimas se sienten reconocidas cuando se hace esta justicia y que, en cambio, se sienten abandonadas cuando hay impunidad, es manifiesto. La exigencia de justicia y no impunidad, por eso, es ineludible 31. Esto no presupone que no convenga debatir en torno a los dos grandes enfoques de la justicia penal hoy existentes: el que enfatiza la dimensión retributiva —para el que es muy relevante que el castigo recibido por el victimario se aproxime lo más posible, dentro de los derechos humanos, al daño que él causó—; y el que enfatiza la dimensión restauradora, de la víctima pero también del victimario. Un modo de entender esta última, por la que personalmente considero que hay que avanzar, es distinguir en la justicia entre las medidas ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 227 Xabier Etxeberria reparadoras y restauradoras directamente dirigidas a la víctima —incluyendo lo que en ello le corresponda hacer al victimario—, que se muestran irrenunciables, y la dirigida directamente al victimario —normalmente en forma de castigo carcelario— que se propone esté fuertemente orientada a su restauración y sobre la que se está dispuesto a hacer reducciones y transformaciones si el culpable cumple las condiciones éticas pertinentes. Por último, unos apuntes relativos a la reconciliación como horizonte del reconocimiento. Está presente ya en Hegel. Sería precisamente ella la que sella un reconocimiento recíproco y simétrico superando una conflictividad definida por la asimetría violentadora. Con tal, por supuesto, de que se den ciertas condiciones que un comentarista de Hegel define así: «El reconocimiento implica que se supera la alteridad del otro, pero sin que sea identificada con el sí mismo, sin que sea reducida a alteridad propia. Exige que se vaya al otro y que se retorne del otro, pero quitando de este retorno toda traza de asimilación» 32. Muchas víctimas tienden a rechazar la reconciliación intersubjetiva, el reconciliarse con su victimario, que sugiere este enfoque. Desde el punto de vista de las emociones es muy costoso y desde el punto de vista de las convicciones se presta a objeciones múltiples, no entrando en cualquier caso dentro de lo exigible a la víctima, aunque creo que hay que apoyar a la que opte por adentrarse, con prudencia, en él. De todos modos, cabe un acercamiento social a la reconciliación, en el cual lo que se busca es la reintegración cívica del victimario, no necesariamente su reconciliación personal con la víctima, poniéndole las correspondientes condiciones, unas relativas a su asunción honesta del civismo y otras relativas a sus deberes con las víctimas 228 que causó. Personalmente pienso que es una vía que hay que explorar, con toda la lucidez y prudencia que demanda. Si se es de esta opinión, será muy importante subrayar que la reconciliación de la que hablemos no tendrá que pretender ser simétrico-recíproca; una vez más, deberá estar «contagiada» de una asimetría moral —el camino que recorren víctimas y victimarios no tiene nada de «equivalente»—, que se contrapone a la asimetría inmoral de la violencia para ser su justa contrapartida 33. 4.3. En el conjunto de las consideraciones precedentes se ha ido explorando la dinámica reconocer/ser reconocido. Pero tras esta apariencia diádica late una realidad triádica, en la que el tercer elemento es «reconocerse». Hay un reconocerse liberal formal del individuo separado como sujeto de dignidad y derechos. La perspectiva hegeliana se despega de este enfoque. Es consciente de que no puede concebirse al individuo más que amparado por las relaciones sociales, con lo que, en este sentido, es la intersubjetividad lo originario y no la subjetividad, es en aquella en la que se da el ser reconocido/reconocer; y, también, el reconocerse, que ya no será meramente formal. Este tema del autorreconocerse es muy relevante para las víctimas del terrorismo. Una violencia que se define como generadora de «terror» es enormemente desestabilizadora de la psique de las personas. Si, para colmo, como ha sucedido en el caso del terrorismo de ETA, va acompañada del desamparo social a sus víctimas, este efecto de destrucción se acreciente fuertemente. Pues bien, ante esta turbación interior de la víctima, no solo es capital que se le reconozca adecuadamente. Es también decisivo que integre en ese heterorreconocimiento su propio autorreconocerse con plena positividad, no solo moral, sino ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo también cívica. El proceso de duelo en buena medida puede ser identificado como proceso de reconocimiento de sí. ¿Cómo podríamos, quienes no somos víctimas, colaborar en lo que nos corresponda en la vivencia en las víctimas de esta dinámica triádica del reconocimiento? He ido dando diversas pistas. Aquí añado un nuevo apunte: de algún modo, todo tiene que comenzar con la atención. Alloa 34 nos recuerda una distinción de Merleau-Ponty entre «atención segunda», reflexiva, voluntaria, que se remite a actualizar saberes adquiridos, y atención primaria, ajena a nuestra iniciativa y nuestro querer, en la que el objeto no puede ser anticipado, que es actualizada por el impacto de este. Él entiende que acordar reconocimiento remite a la atención segunda, pero que lo decisivo está en la atención primera. Aquí quiero fijarme en un aspecto de esta cuestión, con estos esquemáticos comentarios: el reconocimiento de las víctimas del terrorismo comenzará positivamente cuando parta de la atención dirigida a ellas; la atención más significativa es la primaria, aquella en la que somos sorprendidos por la presencia impactante de la víctima, que nos cuestiona hasta el fondo y nos llama —según lenguaje levinasiano— a la responsabilidad (reconocer como responder); ahora bien, esta atención primaria funciona cuando tenemos ciertas disposiciones que la favorecen, cuando nos situamos en una desnudez que hace posible el ser impactado, esto es, cuando hemos desmontado los prejuicios que impiden que veamos al ser humano víctima; es relevante sostener este primer momento de reconocimiento en los reconocimientos posteriores de la «segunda atención», en la que aparece el diálogo e incluso el debate. De este modo, la finura ética del reconocimiento de las víctimas, del respeto a su centralidad y a sus espacios propios de iniciativa, estará garantizada. BIBLIOGRAFÍA Alonso, M., Universales del odio. Creencias, emociones y violencia, Bakeaz, Bilbao, 2004. Alloa, «Par-delà la reconnaissance. L’attention comme paradigme por une éthique asymetrique», Alter. Revue de Phénoménologie, 18 (2010), 125-141. Arteta, A., Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente, Alianza, Madrid, 2010. Bilbao, G., Por una reconciliación asimétrica. De la «geometría» del terror a la de su superación, Bakeaz, Bilbao, 2008. Bilbao, G., Jano en medio del terror. La inquietante figura del victimario-víctima, Bakeaz, Bilbao, 2009. Casquete, J., En nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical, Madrid, Tecnos, 2009. Etxeberria, X., La participación social y política de las víctimas del terrorismo, Bakeaz, Bilbao, 2007. 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Reconnaissance et clinique de l’injustice, La Découverte, París, 2004. 2 Esto último plantea ya un reto relevante y en cierta medida novedoso: el buen reconocimiento, que ha tendido a proponerse para los vivos, algo que en este caso también habrá que mantener (con los sobrevivientes y los allegados), debe encontrar su referencia más firme en su remisión a personas que ya no viven. Lo que significa que su soporte básico pivotará en la memoria, que en parte lo modulará —reconocer como recordar— y en parte se constituirá en condición de otros reconocimientos. 3 Honneth, Reconocimiento y menosprecio. Sobre la fundamentación normativa de una teoría social, Katz, Madrid, 2010, 66-67. 4 En torno a esta dinámica perversa y otras similares resulta provechoso consultar Alonso, M., Univer- 230 sales del odio. Creencias, emociones y violencia, Bakeaz, Bilbao, 2004. 5 Sobre el reconocimiento sacralizado del victimario como héroe-mártir puede consultarse: Casquete, J., En nombre de Euskal Herria. La religión política del nacionalismo vasco radical, Madrid, Tecnos, 2009. 6 No debe olvidarse que un sector mayoritario de la ciudadanía vasca ha expresado su mal reconocimiento a las víctimas de ETA en el no reconocimiento del desentendimiento, marginándolas de sus vidas, viviendo como si no existieran. Aurelio Arteta aborda esta cuestión en Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente, Alianza, Madrid, 2010, desde la perspectiva de la complicidad con el mal ante el que se tiene una mirada indiferente. 7 Esto se nos muestra claramente cuando, para explicar la declaración de ETA del cese definitivo de su violencia se acude a argumentaciones estrictamente estratégicas, según las cuales, «en las condiciones actuales», la «lucha armada» «no es» positiva de cara a los fines perseguidos. Es decir, principalmente, se sigue sin renunciar a los supuestos inmorales del esquema anterior. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 Ética del reconocimiento y víctimas del terrorismo 8 Cuando se contempla este panorama aparece la delicada cuestión de reconocer a víctimas que son o han sido también victimarios. Ante ella, hay que sostener que también al terrorista se le debe respetar en su dignidad, que también él, si acaba siendo víctima, en cuanto víctima es inocente, no ha «merecido» serlo, aunque «merezca» un trato punitivo acorde con los derechos humanos. Puede ser pertinente, ante esta problemática, hacerse cargo de la distinción entre reconocer a alguien como víctima y homenajearle por sus méritos en la contribución al bien público. Lo primero no implica lo segundo; incluso, cuando se trata de alguien que es a la vez víctima y victimario, recibirá un reconocimiento complejo en el que se incluye la contundente reprobación de su condición de perpetrador de violencia. Para abordar este tema, que aquí dejo solo apuntado, véase Bilbao, G., Jano en medio del terror. La inquietante figura del victimario-víctima, Bakeaz, Bilbao, 2009. 9 Sobre la participación de las víctimas del terrorismo, me remito a un estudio previo: Etxeberria, X., La participación social y política de las víctimas del terrorismo, Bakeaz, Bilbao, 2007. Puede consultarse también: Margalit, A., Ética del recuerdo, Herder, Barcelona, 2002. 10 Se la escuché en una mesa redonda que compartí con él, organizada por la Fundación Fernando Buesa. 11 Por supuesto, seguirá habiendo grados diferentes de victimación entre las víctimas en función del sufrimiento injusto soportado —que también hay que tener presentes para el reconocimiento debido—, pero transversalmente a los tipos de violencia. Igualmente, hay grados diferentes de mal causado entre los perpetradores, respecto a los que debe asignárseles la correspondiente responsabilidad penal, también transversales a sus diversas modalidades de violencia (aquí, el impacto político de la violencia de los terroristas agranda el mal que causan). 12 Ricoeur, P., Caminos de reconocimiento, FCE, México, 2006, 33; Honneth, A., «Reconocimiento y obligaciones morales», Revista Internacional de Filosofía Política, 8 (1996), 10. 13 Analiza esta cuestión hegeliana Jaeschke, W., «Il riconoscimento come principio dell’ordinamento statale e interstatale», Archivio di filosofía, 2-3 (2009), 189-198. 14 En Fraser y Honneth, op. cit., 136. Se puede conexionar con esto el planteamiento hegeliano (Fenomenología del Espíritu, Valencia, Pre-textos, 2009) en el que se muestra cómo las autoconciencias del amo y el esclavo, con la correspondiente lucha asimétrica de dominio y sometimiento, no producen el reconocimiento buscado porque no hay reciprocidad. Esta relación preestatal, nos dirá el Hegel maduro, debe reconducirse hacia el reconocimiento simétrico entre personas iguales, lo constitutivo del Estado. 15 Esta categoría se enmarca muy adecuadamente en una concepción anamnética de la justicia, tal como nos la propone Mate, M. Reyes, «Por una justicia anamnética», Iglesia viva, 247 (2011). 16 «Riconoscimento, autenticità, autoriconoscimento», Archivio di Filosofía, 2-3 (2009), 209-217. 17 Ricoeur, op. cit., 277. 18 Jelin, E., Los trabajos de la memoria, Siglo XXI, Buenos Aires, 2002, 69. 19 He abordado por mi parte estas cuestiones en Etxeberria, X., Dinámicas de la memoria y víctimas del terrorismo, Bakeaz, Bilbao, 2007. 20 Mi tendencia a sospechar de categorías únicas que quieren explicar lo que es una realidad compleja, me empuja a la empatía hacia la propuesta de Fraser con su «dualismo perspectivista» de distribución y reconocimiento, frente al «monismo del reconocimiento» de Honneth. Aunque luego me resulta reductor (¿monista en última instancia?) el que ella acabe queriendo sintetizarlo todo en la opción por la «paridad participativa» de los «sujetos autónomos» concebidos deontológico-formalmente. En cualquier caso, tengo la sensación de que ambos autores exageran retóricamente sus diferencias y no están suficientemente atentos a sacar provecho mutuo de sus afinidades. 21 Honneth, Reconocimiento y menosprecio..., 10 y 12. 22 Honneth lo expresa más nítidamente en otro estudio ya citado, «Reconocimiento y obligaciones morales». Los humanos, señala: a) somos constitutivamente vulnerables en nuestras relaciones mutuas, lo que implica que precisamos la ayuda de reconocimientos adecuados de los otros para tener autorreferencias positivas; b) la experiencia de injusticia está siempre acompañada de una conmoción psíquica, en cuanto frustración de esa expectativa que tenemos respecto al otro en algo que afecta a nuestra propia identidad; es, por eso, a la vez daño personal y herida moral. Que esto se vivencia con toda su contundencia en la experiencia de las víctimas del terrorismo, es manifiesto. 23 Ha elegido también otros tipos de víctimas, que no podemos olvidar: como, sistemáticamente, las ligadas al mundo empresarial, o, más ocasionalmente, las que han sido acusadas de corromper a la juventud vasca (por fomento de la drogadicción o conductas similares). Y están, además, por supuesto, las «víctimas colaterales», que se han asumido sin escrúpulos. 24 Petrucciani, en op. cit., critica con razón la aparente linealidad causal que parece establecerse entre buen reconocimiento de los otros, identidad y autorrealización. Frente a esta direccionalidad funcional habría que plantearse más bien una circularidad de interacción mutua, que salva la autonomía de la víctima sin ignorar sus interdependencias. 25 Otro pensador del reconocimiento, como es Taylor, también insiste en la conexión que tiene con la identidad, al concebir a esta modelada significativamente por el reconocimiento recibido. Lo hace, con todo, con un énfasis especial en las identidades culturales colectivas —que, matiza, deben ofrecer salvaguardas adecuadas para los derechos fundamentales de ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 231 Xabier Etxeberria las personas—, que Honneth rechaza, y con una intensificación de la referencia a la vida buena, al conexionar a esta con la «negociación» que las personas hacemos con las propuestas de realización que nos ofrecen las culturas en las que somos socializados. Véanse sus trabajos: «Identidad y reconocimiento», Revista internacional de filosofía política, 7 (1996), 10-19; «La política del reconocimiento», en Taylor, C., Argumentos filosóficos, Paidós, Barcelona, 1997, 293-334. 26 Ricoeur, op. cit., 36. 27 Desarrollo este tema de la identidad, en conexión con las víctimas del terrorismo, en Etxeberria, X., Identidad como memoria narrada y víctimas del terrorismo, Bakeaz, Bilbao, 2009. 28 Reflexionan sobre esta vía: Todorov, T., Memoria del mal, tentación del bien, Península, Barcelona, 2002; y Ricoeur, P., La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2003. 29 He abordado con amplitud esta cuestión en Etxeberria, X., «Historización de la memoria de las víctimas del terrorismo en el País Vasco», en Rivera, A. y Carnicero, C. (eds.), Violencia política: historia, memoria y víctimas, Maia, Madrid, 2010, 287-316. 30 Véase Todorov, T., Los abusos de la memoria, Paidós, Barcelona, 2008; así como la aplicación que 232 hago de este tema a las víctimas del terrorismo en Etxeberria, X., Dinámicas de la memoria... 31 Sobre las exigencias, en este terreno, de los colectivos organizados de víctimas, puede consultarse en internet el Comunicado Conjunto de Asociaciones y Fundaciones de Víctimas del Terrorismo: «Principios rectores para un modelo de fin de ETA sin impunidad», acordado en Madrid el 23-11-2010. 32 Finelli, R., «Trame del riconoscimento in Hegel», Archivio di Filosofía, 2-3 (2009), 53. 33 Sobre este tema considero muy pertinente el acercamiento de Galo Bilbao, al que me remito: Por una reconciliación asimétrica. De la «geometría» del terror a la de su superación, Bakeaz, Bilbao, 2008. 34 En «Par-delà la reconnaissance. L’attention comme paradigme por une éthique asymetrique», Alter. Revue de Phénoménologie, 18 (2010), 125-141. En este trabajo, Alloa hace una firme crítica al paradigma del reconocimiento, concretamente a lo que él entiende que son sus presupuestos epistemológico, simétrico y diádico. Y lo reconduce hacia el paradigma de la interatención, o atención conjunta. Personalmente, aparte de que el enfoque propuesto aquí para el reconocimiento no tiene exactamente esos presupuestos, considero que ambos paradigmas no se enfrentan, sino que se complementan. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 215-232, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.09 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género 1 Terrorism and gender stereotypes EULALIA PÉREZ SEDEÑO Instituto de Filosofía, CCHS-CSIC RESUMEN. Las discusiones e investigaciones sobre el terrorismo raramente se centran en la implicación del género en la cuestión. La idea de que las mujeres sólo desempeñan, en todo caso, labores de apoyo, corresponde a unos estereotipos de género que asocian a las mujeres con la ternura, la compasión, la sensibilidad, el cariño, el cuidado, el afecto y la sumisión. Dichos estereotipos extienden la creencia de que las mujeres son apolíticas, que la división del trabajo entre mujeres y hombres se basa en diferencias físicas y en la distinta capacidad de unas y otros para llevar a cabo ciertos actos y en que el propósito y función primaria de una mujer es ser madre y esposa en vez de tener una identidad. Al aceptar esos estereotipos, las mujeres terroristas se convierten en una anomalía, en algo irracional, en especial las terroristas suicidas islamistas. ABSTRACT. Research and discussions on terrorism rarely take up the issue of gender. The idea that women only hold a supportive role in the terrorism, at most, reflects certain gender stereotypes which associate women with tenderness, compassion, sensibility, love, submission, and care. These type of stereotypes construct and ideal of an apolitical women, in which the labor division is based upon biological differences (women are more able to do certain tasks than others), but in which the primary role of women is, in the end, become a mother and wife instead of developing an identity. In accepting the above mentioned stereotypes, women terrorist then become an anomaly, an irrational subject, especially women Islamic suicide bombers. Palabras clave: terrorismo, estereotipos de género, mujeres terroristas suicidas. Key words: terrorism, gender stereotypes, women suicide bombers. Introducción contra niñas y mujeres. En las últimas décadas, por ejemplo, en Bosnia los grupos nacionalistas serbios ejecutaron una campaña sistemática de violaciones como parte de la limpieza étnica de la población musulmana de la región. Del mismo modo, en la provincia de Kivu, en el Congo, y en la región de Darfur, en Sudán, las mujeres han sido objeto de violaciones sistemáticas por parte de in- Cuando se plantea el papel de las mujeres en el terrorismo, lo primero en que se piensa es en las mujeres como víctimas, como individuos humillados por razones políticas o religiosas. Hay casos en diversas partes del mundo como Ruanda, Argelia, Yugoslavia y Afganistán, donde se han producido ataques sistemáticos [Recibido: Jul. 11 / Aceptado: Dic. 11] 233 Eulalia Pérez Sedeño surgencias o contrainsurgencias de un tipo u otro. En Uganda, el Ejército de Resistencia del Señor (LRA, Lord’s Resistance Army) despliega una política de rapto y reclutamiento obligatorio de chicas y chicos jóvenes para convertirlos en esclavas a las primeras y en soldados a los segundos. Y en Afganistán las chicas son envenenadas y se vuelan sus escuelas porque los talibanes creen que educar a las mujeres viola sus principios religiosos fundamentales 2. Más allá de la vergüenza y la humillación, el propósito político detrás de estas campañas es extender el miedo y el terror entre el grupo objetivo, hombres y mujeres, una exhibición de dominio. Pero la idea de que las mujeres son siempre víctimas, nunca las terroristas, es un estereotipo de género clásico en sí mismo. Además, en un nivel más básico, los esfuerzos antiterroristas no pueden ser efectivos si se basan en supuestos falsos sobre quiénes son los terroristas, por lo que hacer definiciones del terrorismo basándonos en que los terroristas son varones masculiniza el enfoque del terrorismo e introduce la peligrosa y destructiva idea de que estamos en «guerra» con el terror 3. Un poco de historia El 30 de julio de 1977, Susanne Albrecht, una joven perteneciente al RAF (Rote Armee Fraktion, Facción del Ejército Rojo 4) tocó el timbre de la casa de su abuelo, Jürgen Ponto, director ejecutivo del Dresdner Bank y, cuando éste le abrió la puerta y Susanne le entregó un ramo de rosas, otro miembro de la banda le disparó, en un intento frustrado de secuestro. Los titulares de los periódicos alemanes mostraban de manera clara el shock producido. El 1 de agosto de 1977, el periódico Bild decía: «La muerte llega 234 con rosas rojas»; Stern encabezaba un reportaje publicado el 4 de agosto de 1977 con la frase que había dicho el abuelo al abrir la puerta: «Es Susanne»; otro medio de comunicación, Spiegel, titulaba un reportaje publicado una semana más tarde de la siguiente manera: «Las mujeres dominan ahora la escena terrorista en Alemania Occidental» y más adelante manifestaba que los criminólogos estaban confundidos y confusos acerca de los motivos que llevaban a una mujer a militar en organizaciones terroristas. No entendían cómo una joven agraciada y de clase media había echado por tierra todo lo que la sociedad esperaba de ella. La misma publicación insistía en que las mujeres y las jóvenes se estaban alejando de forma radical de sus roles convencionales, afirmando que las acciones de Albrecht «no encajan con la imagen tradicional del sexo que en inglés se denomina «the fair sex» (el bello sexo) - el género de la belleza, de la decencia, de la luz» (citado en Colvin, 2009, p. 193). La apelación a los sentimientos, a la belleza, la decencia, y la luz, como el encanto y el deber de la mujer, revela un cierto desamparo, o confusión cultural: si belleza y bondad no son equiparables y si la feminidad es algo que ya no podemos idealizar como pura y bella, ¿a dónde vamos a llegar? ¿Por qué tanta extrañeza? Lo que impactaba profundamente en la sociedad alemana era la «violación» de la tradicional subordinación de las mujeres y el estereotipo que las iguala con la naturaleza, la crianza, el cuidado y les asigna un carácter pasivo, emotivo y subjetivo; dicho de otro modo, en los grupos terroristas parecía haber una «división del trabajo» que no encajaba con la división tradicional, pues las mujeres no sólo ejercían tareas de ayuda, o recogida de información, sino que también eran luchadoras activas y hasta asumían labores de liderazgo. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género La historia ofrece ejemplos diversos de las implicaciones de las mujeres en actividades terroristas. Por ejemplo, las mujeres desempeñaron papeles importantes, incluyendo los de liderazgo, en el terrorismo que surgió en Rusia durante la década de 1870, mucho antes de que lograran el derecho al voto en las democracias occidentales. La primera organización terrorista moderna «La Voluntad del Pueblo» (Narodnaya Volya) surgió entre estudiantes jóvenes de clase media, incluyendo mujeres, que buscaban utilizar a los campesinos rusos para sus fines revolucionarios. Este grupo no pretendía llevar a cabo una revolución de masas, sino una serie de asesinatos selectivos, en concreto de líderes clave del régimen zarista. Entre 1878 y 1882 desplegó una campaña en este sentido que culminó con el asesinato del zar Alejandro II, en 1881. En sus memorias, Vera Figner, miembro del Comité Ejecutivo de La Voluntad del Pueblo da cuenta de estos hechos en los que participó 5. Pero no fue la única mujer que participó en la muerte del zar, pues otras muchas estuvieron implicadas en la planificación y ejecución del asesinato, por el que fueron juzgadas y ejecutadas. A pesar de su derrota por parte de las autoridades rusas, La Voluntad del Pueblo sirvió de inspiración para otros grupos europeos, por ejemplo en Irlanda, y en otros no europeos (Weinberg y Eubank, 2011). También las mujeres participaron en el Partido Socialista Revolucionario, que se formó en Kharkov en 1901 para eliminar la monarquía rusa y sustituirla por una República de obreros. De inspiración marxista (aunque ni Marx ni Engels estaban a favor del terrorismo individual) el partido creó una unidad separada, la Organización de Combate, para llevar a cabo operaciones terroristas que produjo una ola de asesinatos desde su formación hasta el estallido de la revolución en 1917. Dora Brilliant fue la encargada de idear el asesinato del ministro del interior en 1903, uno de sus logros más notables. Y pocas personas recuerdan que fue una mujer, Fanny Kaplan, miembro del partido revolucionario socialista antibolchevique, la que casi tiene éxito en asesinar a Lenin en 1918, pues consideraba que Lenin estaba dirigiendo mal el curso de la revolución. Las mujeres tomaron más o menos parte en las luchas por la independencia de diversos países tras la Segunda Guerra Mundial, que tenían ciertos componentes terroristas, aunque en China, Sudeste Asiático, Cuba y África Subsahariana, la lucha armada predominante fue la guerra de guerrillas. En Argelia, en cambio, la lucha por su independencia de Francia, entre 1954 y 1962, incluía guerrillas rurales y actos terroristas urbanos; el Frente de Liberación Nacional (FLN) asignó la ejecución de importantes atentados terroristas a mujeres, sobre todo a aquéllas que podían pasar por europeas. Por ejemplo, «Zohra Drif, Dajmila Bouhard y Samia Lakhdari fueron a un mitin de Yacef [Saiidi Yacef, líder del FLN en Argel] en uno de sus escondites de la Casbah. Se les dijo que esa misma tarde iban a colocar tres bombas en el corazón del Argel europeo... Se quitaron el velo, se tiñeron el cabello y se vistieron con el tipo de ropa de verano floja que las muchachas pied noir llevarían para un día de playa. A cada una de ellas se les dio una pequeña bomba... Las mujeres pasaron luego por los controles del ejército francés en el barrio europeo. Dejaron sus bombas en diferentes lugares, incluyendo una cafetería —murieron tres personas y hubo docenas de heridos» (Weinberg y Eubank, 2011, pp. 26-27). Los años sesenta vieron nacer o desarrollarse diversas organizaciones terroristas en Alemania (por ejemplo, el ya mencionado RAF), los Estados Unidos ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 235 Eulalia Pérez Sedeño (como el Ejército Simbiótico de Liberación que saltó a la fama por el secuestro de Patricia Hearst y su posterior captación para la causa) y Sudamérica (como los Tupamaros uruguayos, los argentinos Montoneros o la peruana Sendero Luminoso) en las que las mujeres desempeñaron destacados papeles. Finalmente, desde la década de los años ochenta en adelante se desarrolla un nuevo terrorismo con ciertos rasgos distintivos: en primer lugar, la religión desempeña un papel importante en la activación de los nuevos grupos; en segundo, no sólo le interesa matar cuanta más gente mejor, sino que mucha gente lo vea; en tercero, persigue la obtención de armas «de destrucción masiva» y la utilización de terroristas suicidas; y, por último, este nuevo terrorismo utiliza de forma amplia y masiva, las nuevas formas de comunicación disponibles en Internet (Weinberg y Eubank, 2011). Estereotipos de género Los estereotipos, esto es, el conjunto de creencias existentes sobre las características que se consideran apropiadas para hombres y para mujeres, sitúan a éstas en la esfera privada y al cuidado del hogar y de la descendencia, mientras el varón ocupa la esfera pública. Los rasgos estereotípicos de personalidad asociados a las mujeres las consideran tiernas, compasivas, sensibles a las necesidades, cariñosas, afectuosas, sumisas y de llanto fácil; en cambio, los que se asocian a la masculinidad atribuyen a los hombres comportamiento de líderes, que son amantes del peligro, individualistas, agresivos, de fuerte personalidad, atléticos, egoístas y duros (López-Sáez, Morales y Lisbona, 2008). Como se puede apreciar, rasgos muy acordes con lo que debe ser un auténtico terrorista y de los que carecerían las mujeres. Los mismos 236 estereotipos se revelan en los comentarios de los líderes militantes que discuten el papel de las mujeres en los conflictos y que conducen a la perpetuación de ese mito y se traduce en la creencia, en primer lugar, de que las mujeres son apolíticas; en segundo, que la división del trabajo entre mujeres y hombres se basa en diferencias físicas y en la capacidad de unas y otros para llevar a cabo ciertos actos; y, en tercer lugar, que el propósito y función primaria de una mujer es ser madre y esposa en vez de tener una identidad. Los mismos, por ejemplo, aparecen en la organización terrorista ETA: en los funerales de activistas, la madre o la compañera oficia como símbolo de fertilidad, de la vida, la semilla de futuros luchadores: «la indarra (fuerza) se expresa de diferente manera en el hombre y en la mujer; así la indarra masculina se manifiesta culturalmente a través de la acción... Por el contrario, la indarra femenina se expresa fundamentalmente en el estar, el contener, el apoyar, lo que puede verse en el ritual funerario, donde es la mujer quien tiene el papel de asumir una situación dolorosa» (Aretxaga, 1988, citada en Alcedo, 1998, p. 64). Es decir, la mujer se mantiene en su papel tradicional, como guardiana de la etxe (casa) y representación de la tierra y de los poderes fecundos. Los mismos estereotipos de género se encuentran en la base de la «sabiduría convencional» que, si bien tiende a ignorar el papel de las mujeres como actores centrales, tiene pocas dudas acerca de que las mujeres desempeñan roles de apoyo en favor de los grupos terroristas, pues se supone que las mujeres están en mejor posición para proporcionar y mantener casas seguras, para servir de cebo o efectuar labores de vigilancia o mensajería, porque por lo general levantan menos sospechas. Así sucedió, por ejemplo, en los inicios de ETA, donde comenza- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género ron a colaborar en infraestructuras, pero quedando al margen de lo más importante en la organización, la ekinza, la acción. La creencia de que las mujeres sólo desempeñan esos papeles de apoyo y que no son actores principales en la planificación y ejecución de ataques terroristas se basa en estereotipos de género que buscan separar a las mujeres del conflicto, sea éste guerra o sea terrorismo, y mantener la posición de las mujeres como custodias de la vida civil. Los ejemplos son amplios y variados. En 2002, Shaykh Ahman Yassin, el líder espiritual de Hamás, ahora fallecido, hablaba en contra de la terrorista suicida Wafa Idris, no porque no le gustara la táctica, sino porque la había llevado a cabo una mujer: «la mujer es la segunda línea de defensa en la resistencia a la ocupación, protege a los fugitivos, pierde al hijo, al marido y al hermano, carga con las consecuencias de todo esto y se enfrenta a la hambruna y al bloqueo» (citado en Herman, 2009, p. 5). Así pues, el papel de las mujeres es aguantar lo más duro del conflicto, mientras deja la primera línea a los hombres. Pero estas ideas no son sólo propias del mundo musulmán y su religión. El libro sobre la guerra de guerrillas del Che Guevara también afirmaba: «Pero también en esta etapa... una mujer puede efectuar sus tareas habituales en tiempo de paz... es más fácil mantenerla en sus tareas domésticas... los hombres menosprecian [esos deberes] que efectúan; ellas tratan constantemente de dejar de hacer esas tareas para entrar en las fuerzas que combaten activamente» (citado en Hermann, 2009, p. 6) 6. Todo lo que se aleja del estereotipo se convierte en anómalo e irracional. Dolores González Katarain, Yoyes, reflexionaba al respecto, aunque desde una perspectiva más feminista: «No quiero convertirme en la mujer que, porque los hombres consideran de alguna forma macho, es aceptada. Cómo lograr que mi presencia signifique de hecho que otras también puedan estar, cómo lograr que mi presencia llame a otras y no tienda a considerarme, de alguna forma, un bicho raro, cómo lograr que estos hombres comprendan que la liberación de la mujer es un objetivo revolucionario para que lo asuman plenamente» (González Katarain, 2009, p. 57). En otro escenario, uno de los titulares de Spiegel poco después del asesinato de Ponto por el FAR, rezaba de la siguiente manera: «las mujeres en los grupos clandestinos: algo irracional». Citando a un ex jefe del Verfassungsschutz federal, Günter Nollau, el artículo desarrollaba toda una serie de tópicos que igualaban lo femenino con lo irracional, haciéndose eco así de los estereotipos dicotómicos y jerárquicos que equiparan lo femenino con lo irracional, la emotividad, subjetividad, la naturaleza, etc., y lo masculino con lo racional, objetividad, la cultura, etc. Según este «experto», las mujeres alemanas estaban cometiendo en esos momentos más de la mitad de todos los actos de violencia terrorista. El diagnóstico que recoge Spiegel es el siguiente: «la emancipación de las mujeres ha llegado al exceso» (Colvin, 2009, p. 195). El resultado es el ascenso de la irracionalidad; el caos, el colapso de la razón se presenta cuando desaparece el dominio masculino, su racionalidad, que justifica que los hombres estén al mando porque piensan mejor. Uno de los casos paradigmáticos, dentro del terrorismo de ETA, es el de Idoia López Riaño, apodada «la Tigresa», que es descrita como alocada, temperamental, mal disciplinada, «esclava de su cuerpo y su cabello» y «terrenal» 7. Los estereotipos sexistas que rodean a las terroristas hacen que las mujeres implicadas en violencia terrorista sean ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 237 Eulalia Pérez Sedeño más demonizadas que los hombres. El supuesto habitual es que las mujeres terroristas deben estar incluso más deprimidas, más locas, ser más suicidas, psicópatas que sus contrapartes masculinas. En palabras del periodista José Luis Martín Prieto, «la crueldad de las mujeres supera a la de los hombres. Son capaces de alcanzar territorios despiadados, inexplorados por los varones» (Antolín, 2002, p. 21). Y abundando en el estereotipo esencialista femenino añade. «La mujer, que genera la vida, también puede alcanzar la mayor capacidad para quitarla» (ibidem). Alcedo (1998) señala: «Según los testimonios de los varones los militantes más “sanguinarios” (sic) son mujeres». Pero, seguramente, es el pago por su integración en las organizaciones terroristas, es resultado de la presión que se ejerce sobre ellas. Como señala Alcedo, cuando la mujer no se resigna a ese papel subordinado y pasivo y «reclama poder efectivo buscando ella también los que tradicionalmente han sido elementos de simbolización de la indarra masculina... empieza a imitar los aspectos más llamativos y tal vez más burdos de la conducta masculina... comienza a hacerse familiar la presencia femenina en los actos más espectaculares de la organización... A medida que la mujer coge el hierro y, sobre todo, en la medida en que muere por el hierro, se observa en los comentarios de mis informantes varones una mayor aceptación de la mujer en la organización. La integración se paga en sangre» (Alcedo, 1998, pp. 6-7). Con respecto al acto terrorista llevado a cabo por el RAF, antes mencionado, el editor de Die Welt se quejaba a los lectores de que las mujeres terroristas demostraban un maligno potencial de emancipación: «[hay] una nefasta influencia de una determinada raza del feminismo. Las mujeres de los círculos revolucionarios están constantemente bajo presión para 238 probar a los demás, pero sobre todo a sí mismas que están “emancipadas” y “son tan buenas como los hombres”. No sólo están en guerra contra el enemigo de clase si no contra su propia naturaleza interna. Eso hace que sean todavía más desesperadas y violentas; hace que sean horrorosamente duras de corazón y despiadadas» 8. Ésta es otra idea también muy extendida, otro estereotipo, a saber que cuando las mujeres se dedican a la violencia son peores que los hombres. También la Tigresa es descrita como mortífera, sanguinaria, indomable, «una serpiente venenosa», una «dama negra» (Antolín, 2002, pp. 20-21). Las terroristas suicidas y los estereotipos de género En el análisis del terrorismo ejecutado por mujeres se presentan una serie de cuestiones que no se han planteado de manera explícita hasta muy recientemente: ¿cuál es el papel de las mujeres en el terrorismo? ¿Son víctimas —directas o colaterales— o agentes? Y, en este caso, ¿ejercen tareas de apoyo o desempeñan papeles activos en la organización y ejecución de atentados? Y si esto es así, ¿por qué o cuáles son sus motivos? ¿Son diferentes a los de los varones? Dicho de otro modo, ¿tiene género el terrorismo? ¿Es el terrorismo un medio «masculino» que cada vez usan más las mujeres islámicas para plantear su bajo estatuto en la sociedad y lograr la liberación? ¿Lo usan las mujeres porque «sólo con el arma del símbolo clásico de la masculinidad y con particular crueldad [una mujer islámica puede lograr] ser una mujer completamente emancipada»? ¿O el terrorismo es simplemente un acto de guerra «unisex» que es usado por las mujeres? Cuando una mujer lleva a cabo una misión suicida ¿lo hace como fundamentalista islámica, en el nombre de la liberación del ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género Islam, o lo está haciendo como una feminista oprimida en el nombre de la emancipación de las mujeres? Examinaremos brevemente algunos casos de mujeres islámicas suicidas, usando fundamentalmente mujeres palestinas y sus patrones de casos individuales, para analizar el impacto de las cuestiones de género en el contexto del terrorismo islámico. Esos patrones muestran que las mujeres que toman parte en actividades terroristas, a diferencia de la mayoría de sus contrapartidas masculinas, no estaban guiadas puramente por motivaciones de liberación del Islam y toman en consideración factores adicionales, tales como las circunstancias personales que las dejaron sin nada que perder o con sed de venganza. La importancia de las terroristas suicidas radica en el auge experimentado en los últimos años. Entre 1985 y 2010 las terroristas suicidas cometieron unos 260 ataques con bombas (aproximadamente una cuarta parte de todos los perpetrados) desde diferentes organizaciones terroristas. Desde 2002, en algunos países suponen el 50% de los operativos, habiendo matado o herido a cientos de personas, hombres, mujeres y niños (Bloom, 2011). Como hemos visto, los estereotipos de género supuestamente «alejan» a las mujeres del terror y se considera que las terroristas son una anomalía, una excepción. En este sentido se tiende a buscar razones: en qué entorno familiar han crecido y en qué medida y cómo fueron socializadas. Debido a los estereotipos de género parece «innatural» que las mujeres sean capaces de ejercer la violencia y se recurre a maldecir al cruel padre, marido, hermano u otros parientes masculinos, que la obligaron por primera vez. Pero, es un mito suponer que las mujeres son pacíficas y que estas mujeres que cometen ataques suicidas son una excep- ción a la regla. Siempre han existido y la idea de que una mujer que actúa de forma inhumana no lo hace por propia voluntad es absurda. Las terroristas suicidas prueban lo opuesto y rompen con ello un tabú en dos niveles: no sólo violan la norma del ser humano civilizado, sino que, además, sacuden los fundamentos de la imagen idealizada de la mujer dentro del Islam. Hay varios ejemplos de mujeres «mártires» en la historia del Islam. La más conocida y prominente sea probablemente Nusayaba bint K’ab, que según la leyenda luchó al lado de su marido y sus dos hijos en el califato de Abu Bakr en el siglo VII. Fue herida 11 veces y perdió un brazo. También se ha dicho que varias mujeres parientes del profeta Mahoma, como su esposa Aisha y su nieta Zaynab bint Ali, fueron activas en la Jihad. Sin embargo no se utilizan estas figuras históricas como modelos de referencia, sino otros de la historia más reciente, como Loula Abboud o Wafra Idris. Loula fue la primera mujer que se voló a sí misma en Oriente Medio, en abril de 1985, después de que los soldados israelíes actuaran contra su grupo. Su historia fue notable porque era cristiana y comunista y por lo tanto no entraba en el perfil usual de la suicida islámica con bomba. Wafa Idris se convirtió en una heroína palestina y un modelo de referencia en el año 2002, al ser la primera mujer palestina que llevó a cabo un ataque suicida en Israel. Un periódico egipcio incluso la describió como «la novia del cielo, que prefirió la muerte a las diversiones de la vida» y consideró que era un «potente mensaje para la nación árabe». El famoso caso de Wafa Idris rompió el mito de las mujeres pacíficas. Incluso aunque en muchos casos se considera que estas mujeres son víctimas, en la percepción del público se convierten en modelos de referencia. Wafa Idris, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 239 Eulalia Pérez Sedeño por ejemplo, se convirtió en un icono generacional, pues hasta entonces, en los territorios palestinos ocupados, las mujeres habían sido utilizadas como carne de cañón. Otro icono del terrorismo internacional moderno en Oriente Medio, Leila Kahled, que en los años 70 estuvo implicada en el secuestro de un avión en nombre del Frente de Liberación Palestina, se convirtió en la pinup girl del terrorismo para la gente de la calle e inspiró a cientos de mujeres jóvenes del mundo que admiraban sus famosas y emocionantes imágenes en los medios 9. Y la idea de la madre sacrificada que no es capaz de matar a otra persona llegó a su final con el ataque perpetrado por Reem Reyashi, madre de dos niños, que hizo estallar su bomba suicida en un control matándose a sí misma y a cuatro israelíes 10. Pero la aceptación social y política de estas mujeres dista de ser unánime. Osama Bin Laden expresó claramente en su famosa fatwa de 1996 «la declaración de guerra contra los Estados Unidos y occidente» y además afirmó que las mujeres juegan un papel importante en la Jihad: «nuestras mujeres... motivan y consuelan a sus hijos, hermanos y esposos para luchar contra el enemigo» 11. Interesantemente el papel de las mujeres quedó fuera en su siguiente fatwa de 1998, «La Jihad contra judíos y cruzados». En la Hamás palestina inicialmente su líder, Sheik Yassin, rechazó que las mujeres fueran bombas vivientes. El éxito de esta estrategia en la Hisbollah libanesa, las brigadas Al-Aqsa y la Jihad islámica palestina le persuadieron de usar a las mujeres como «un ejército de reserva» que pudiera ser usado, si fuera necesario, y que luego fue implementado. Tanto Hamás como la Jihad islámica al comienzo de la primera Intifada señalaron que no permitirían que se reclutara a mujeres. Tiempo después el líder de la Organización para la Liberación de Pa240 lestina, Yasser Arafat, apeló a la igualdad: «las mujeres y los hombres son iguales. Vosotras sois mi ejército de rosas que destruirán los tanques israelíes» (Victor, 2003). La tarde del 27 de enero de 2002, el mismo día en que Arafat hizo esa declaración, la ya mencionada, Wafa Idris, se voló a sí misma en un centro comercial de Jerusalén. Un ataque suicida y un mes más tarde, el líder espiritual de Hamas promulgó una fatwa que admitía el derecho de las mujeres a engrandecerse a sí mismas y alcanzar el paraíso mediante ataques terroristas suicidas. Hay otras diferencias de género entre los terroristas hombres y mujeres. La demanda de terroristas varones es mucho mayor que la de terroristas mujeres, pues las organizaciones están menos abiertas a reclutar mujeres. Esto significa que un terrorista varón dispone de una amplia variedad de organizaciones donde elegir a la hora de desarrollar sus actividades terroristas, mientras que una mujer podría incorporarse a una organización terrorista que no represente completamente sus ideas e ideales porque no hay otra que la acoja. Además, mientras hay muchos campos de entrenamiento para terroristas varones, sólo hay un campo de entrenamiento conocido para mujeres terroristas (financiado por la organización terrorista femenina las Brigadas de Al Aqsa), lo que significa que las mujeres que deciden enrolarse en actividades terroristas están menos entrenadas y tienen menos experiencia. En las sociedades islámicas se enseña que llevar a cabo una misión suicida conduce directamente al cielo, sea quien fuere quien ejecute la acción. Pero el reconocimiento que se les da a mujeres y hombres con respecto a sus actividades terroristas también es diferente. En este mundo las mujeres no son tratadas de igual manera, pues si bien se supone que tanto unas como otros, como mártires, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género irán al paraíso, el tratamiento en la tierra es diferente, alcanzando ellos un estatus de estrella, con sus retratos colgados en los muros, etc. Tampoco son tratados de igual manera por lo que se refiere a la paga compensatoria que da Hamás, la Jihad islámica o la Autoridad Nacional de Palestina por llevar a cabo misiones suicidas. Según Barbara Victor (2003) mientras las familias de los suicidas varones reciben una pensión durante el resto de su vida de unos 400$ al mes, las familias de las terroristas suicidas raras veces reciben la mitad de esa cantidad. Los ataques suicidas son eficientes con respecto al coste, tecnológicamente fáciles de llevar a cabo y con bajo riesgo. Las terroristas a menudo son más mortales por el elemento sorpresa. Las terroristas suicidas con bombas tienden a ser más exitosas en alcanzar sus objetivos y tienen proporciones más altas de asesinatos que los hombres. Por media matan cuatro veces más personas que sus contrapartes masculinas. Las mujeres parecen menos sospechosas y son controladas de manera menos estricta por las fuerzas de seguridad. Se convierten en armas baratas. Además de esta ventaja táctica hay otras muchas ventajas estratégicas, ya que los ataques realizados por mujeres atraen muchísimo el interés de los medios (en una proporción de ocho a uno con respecto a los hombres), uno de los objetivos diferenciadores de este terrorismo de última hornada. Así se logra mejor la expansión del miedo y el horror y las ambiciones políticas. Las mujeres sirven además porque inspiran simpatía; los medios de comunicación se interesan más por sus motivaciones, su situación familiar y personal. Un cálculo esencial que hay detrás de las operaciones suicidas de las mujeres es la efectividad en los medios. Le va bien al negocio de los medios el horror y lo inimaginable que resultan las terroristas suicidas, especial- mente en occidente. Normalmente no se espera que una mujer sea capaz de una acción tan «inhumana». Eso se sigue de los estereotipos antes mencionados. Por eso se produce esa sensación de espanto y de estupefacción. Si la suicida está embarazada o deja huérfanos y marido eso representa un paso más en el camino psicológico de la incomprensión y el horror. Como efecto colateral, la captación de terroristas suicidas también aumenta el reclutamiento de los hombres debido a la vergüenza de que las mujeres actúen y ellos no. Según el jeque Yussef al-Qaradwi, las terroristas suicidas son «héroes de nuestro tiempo que se sacrifican por el Islam como bombas vivas» 12. El hecho es que dicho jeque apoya los comandos suicidas palestinos desde 1995. Sus seguidoras femeninas le aprecian principalmente porque él defiende la «emancipación» de las mujeres, en la misma medida que elogia a las terroristas suicidas femeninas. Para las mujeres que son menos valientes, aunque ellas están listas para el combate, sugiere la Jihad económica, es decir, la guerra santa de los boicots, como no comprar Coca-Cola, McDonald o pañales desechables de marcas occidentales 13. La cuestión de por qué las mujeres palestinas se convierten en terroristas suicidas ha preocupado a mucha gente. Se han realizado simposios y conferencias y se han escrito muchos artículos periodísticos y académicos sobre este fenómeno. El caso de Wafa Idris, de 27 años, se presenta menos como un acto político que como un intento de evasión de una mujer marginada que se divorció porque no pudo tener hijos durante los nueve años que duró su matrimonio. Además tenía mala relación con su hermano mayor, que desde la muerte del padre se convirtió en el hombre dominante de su vida. En la sociedad palesti- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 241 Eulalia Pérez Sedeño na tradicional, una divorciada sin hijos es una carga y no tienen la posibilidad de volverse a casar. Este tipo de mujeres, que no se ajustan a las normas sociales, son muy fáciles de captar. Wafa Idris, la primera terrorista suicida palestina en Israel, sirve como figura a la vez que como ejemplo de las mujeres reprimidas en la sociedad masculina islámica. Ella asesinó para recuperar su honor perdido en la sociedad islámica. Éste es el tipo de respuestas que se da a la cuestión de por qué las mujeres se conviertan en terroristas y, por lo general, están sesgadas. Se supone que el género «débil y blando» se une principalmente a la Jihad militante debido a razones sociales y emocionales tales como la filiación familiar, la muerte del marido, divorcio o sólo ingenuidad. Wafa no podía tener hijos y su marido se divorció de ella. Como mujer sin hijos, está fuera de la sociedad y rescató su honor y el de su familia eligiendo la «muerte de una mártir». Pero no hay un perfil comprehensivo de las terroristas suicidas. Las motivaciones, los hechos concomitantes y las historias personales son demasiado dispersas. La mujer iraquí y su marido que intentaron volarse en el hotel Radisson de Ammán pretendían aparentemente vengarse de la muerte de sus hermanos a manos del ejército de los Estados Unidos. Muchas mujeres chechenas se vengan de las violaciones en masa por parte de los soldados rusos. En las Tigresas de Tamil la tortura y el abuso sexual jugaron un papel enorme. En Palestina un «mártir» se convierte en héroe, como hemos dicho, su imagen se pone en los muros. La valoración social de la familia aumenta en algunos casos e incluso reciben dinero que sirve para pagar la educación de los hermanos. También hay otra justificación, como la vida insostenible bajo la ocupación israelí, la discriminación y humillación por parte 242 de los soldados israelíes que los mantienen encerrados entre muros sin poder ir a donde quieran, es decir, que están básicamente como en una prisión. En esta situación, la muerte y la vida eterna en el paraíso podrían parecer atractivas. Ciertamente se puede considerar como un tipo y «pseudo-acto» de emancipación, aunque no en el sentido de las mujeres occidentales. Por primera vez, las mujeres islámicas actúan por sí mismas sin pedir permiso a nadie. No sólo los hombres son guerreros orgullosos, también lo son las mujeres, lo que las iguala en un terreno dominado por los hombres. Esto prueba que el aspecto religioso no es necesariamente lo principal, especialmente en el caso de las mujeres. Sin embargo no se pueden evitar los aspectos religiosos a la hora de considerar a las mártires y sus motivaciones, ya que están profundamente enraizados en su vida religiosa y social. En el caso de Sajida al-Rishawi, varios de sus hermanos habían sido asesinados en Irak en la lucha contra las tropas aliadas. Para los grupos de la Jihad ella era vulnerable para ser indoctrinada y movilizada después de sus muertes, aunque se presentó voluntaria para su misión en Jordania después de que un matrimonio de conveniencia le proporcionara una cobertura plausible para viajar. En el caso de Muriel Dagausque, una mujer belga convertida al islam que se voló en Irak, fue ella quien persuadió a su marido para unirse a la Jihad, desafiando su hombría y urgiéndole a proteger y defender a sus hermanas del islam. La manipulación de los roles tradicionales de género tiene también un poderoso efecto en las sensibilidades y sentimientos masculinos de obligación individual. La idea de que los hombres podrían estar ocultándose tras las faldas de las mujeres resuena en estas sociedades dominadas por los hombres. Las mujeres terroristas, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género por otro lado, retan a los hombres a ser más proactivos. Las organizaciones terroristas son conscientes de este influjo y utilizan de forma deliberada operativos femeninos para avergonzar a los hombres y hacerles participar y hacer más por la causa. Algunos estudios han argumentado que las motivaciones de las terroristas suicidas son de tipo emocional, personal, y que sus motivaciones políticas están menos fundamentadas porque, en las entrevistas que les hacen inmediatamente después de su arresto, cuentan historias diferentes a las que relatan en entrevistas posteriores, después de un período en prisión, incluso aunque sea la misma persona quien realice ambas entrevistas. Se considera que esta inconsistencia en las narrativas de las mujeres es una prueba de que han adoptado un lenguaje político mientras estaban en la cárcel y que sus motivaciones «reales» son de hecho personales. Yoram Schweitzer (2006) señaló que cuando se les preguntaba inicialmente por las razones para cometer un ataque suicida, la mayoría de las suicidas palestinas, fracasadas, revelaban alguna «razón secreta» que tenía poca relación con la política o con la religión y que sin embargo tenía mucho que ver con una tragedia o vergüenza privada. A las pocas semanas de estar en prisión, las mujeres habían alterado sus historias, revelando en los posteriores interrogatorios razones muy politizadas. Schweitzer se fía de las afirmaciones iniciales de las mujeres sobre las razones personales para ser terroristas suicidas y cuestiona, en cambio, sus discursos políticos adquiridos después de un tiempo en la cárcel. Piensa que las mujeres reaccionan a la soledad, al rechazo o alguna imperfección que hace que convertirse en una mártir sea más atractivo que vivir. Convertirse en una terrorista suicida es preferible a un matrimonio concertado o a una vida tediosa con un hombre al que no se ama. Una adolescente se presentó voluntaria para ser terrorista suicida porque su padre no dejó que se casara con su novio. Otra estudiante universitaria dijo que prefería pasar su vida en una prisión israelí que atrapada con un marido al que no amara. Sin embargo esto puede ser cierto de las mujeres palestinas pero no sucede en otros casos. Por ejemplo, en entrevistas con las Tigresas de Liberación Tamil, el director noruego Beate Arnestad encontró que las mujeres terroristas de organizaciones nacionalistas no religiosas no consideraban que su género fuera importante y estaban tan dedicadas políticamente como los hombres. Lo mismo puede decirse de las mujeres de ETA (Hamilton, 2007). La idea de que los hombres están más politizados y que las mujeres actúan por pasión, se funda nuevamente en estereotipos y no da cuenta del proceso de implicación en el terrorismo, en el que los hombres se movilizan en una proporción diferente y en diferentes momentos que las mujeres. Alegar que las mujeres son histéricas o emocionales, mientras que los hombres planean fría y racionalmente los ataques, se basa en un supuesto inherentemente sexista, a saber, que las mujeres se comprometen menos que los hombres. Mientras es casi imposible desagregar motivaciones complejas y que se solapan, la atención que los medios de comunicación pone en las historias personales de las mujeres ha hecho que mucha gente asuma que ése es el caso. Por un lado, esa idea va en contra de las descripciones que muchos terroristas varones hacen de sus experiencias. Un número importante de terroristas varones tienen diferentes historias infantiles de humillación, angustia, pena, ira, que les hizo involucrarse en esos movimientos. Eso significa que tanto hombres como ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 243 Eulalia Pérez Sedeño mujeres experimentan o tienen razones personales para unirse a los movimientos terroristas. Este motivo personal inicial cambia según el terrorista varón se ve involucrado más profundamente en el movimiento y se profesionaliza, en cierto modo. Pero las mujeres son movilizadas de manera diferente y están sometidas a constricciones de las sociedades en las que viven. Mientras niños y niñas pueden realizar por igual actos de resistencia, como tirar piedras, según todos ellos se hacen mayores sus caminos divergen y a las chicas se las aísla cada vez más, pues las normas sociales limitan la integración con hombres con los que no estén emparentadas. Según los chicos se van haciendo mayores pasan de tirar piedras a tirar bombas de gasolina. Pasan de desempeñar papeles de apoyo a otros más operativos, primero como vigilantes, luego llevando mensajes y, finalmente, pasando a las actividades de primera línea, que incluyen el terror suicida. Pero mientras los chicos van pasando a roles cada vez más activos, las chicas a menudo están relegadas en casa. Mientras los chicos participan en actividades clandestinas, las chicas son excluidas de las reuniones en las que se reúnen hombres y mujeres que no están emparentados. Durante este período de adoctrinamiento/profesionalización, los chicos aprenden el lenguaje de la política y la resistencia. Como grupo desarrollan fuertes vínculos con sus compañeros y cuando están al final de su adolescencia, pueden discutir con sofisticación sobre la historia y la política de la resistencia. Sin embargo, a las mujeres no se les permiten estas mismas oportunidades debido a los costes sociales de la propiedad sexual y el código del honor. Solamente una vez que las mujeres están involucradas en los movimientos terroristas, en gran medida debido a vínculos filiales, tienen acceso a otras mujeres que 244 tienen ideas semejantes y que comparten su pasión. Ése es el caso de las mujeres, que una vez encarceladas, son capaces de dominar la historia y la política del movimiento (Bloom, 2011). Así pues, las mujeres no pueden experimentar la movilización política en grandes grupos hasta que se encuentran detrás de las rejas. Hasta que no son encarceladas no pueden tener acceso a los marcos políticos de referencia que describen de manera precisa su implicación como motivada políticamente. Está probado que el tiempo que se pasa en prisión facilita el proceso de radicalización. Después de semanas o meses con otros miembros de Hamás o la Jihad islámica, no importa las motivaciones individuales que se pueda haber tenido, las prisioneras o prisioneros comienzan a usar la jerga de la Jihad y del nacionalismo en sus historias. La prisión no cambia las historias de las mujeres, proporciona el escenario para profundizar en su radicalización y articular sus sentimientos utilizando el lenguaje de la política. No hay motivos diferentes que diferencien la implicación de las mujeres y de los hombres en las actividades terroristas, sino las mismas series de motivaciones y experiencias que ocurren en diferentes tiempos durante el curso de sus vidas. Consideraciones finales A pesar de la fuerte presencia de las mujeres en las organizaciones terroristas islámicas, ni se debe ni se puede generalizar sobre las mujeres dentro de las organizaciones terroristas. Problemas personales como no tener hijos o estar soltera son a veces motivos, sin embargo, no existe un perfil claro, pues van desde solteras de 19 años hasta abuelas. Al final simplemente es una decisión estratégica de cada organización en qué medida mejoran las mujeres sus ataques. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 Terrorismo y estereotipos de género Organizaciones islámicas como la Jihad islámica y Hamás reclutan mujeres, aunque eso contradice fundamentalmente las normas religiosas y sociales tradicionales. La preparación de un acto terrorista requiere varias actividades en las que las mujeres tienen que estar en estrecho contacto con hombres con los que ni están casadas ni están emparentadas. Las mujeres son reclutadas en su mayor parte para operaciones con objetivos civiles, como la mujer de 29 años de edad, Hanani Jaradat, que se auto explotó en octubre de 2003 en el restaurante Maxim en Haifa matando a 19 personas. Durante el período de reclutamiento de las mujeres, tanto la Jihad islámica como Hamás reflejan las circunstancias personales de las candidatas y a veces les presentan la muerte por martirio como la solución más ventajosa en caso de una situación de conflicto privada, como un divorcio, intercambio sexual ilegítimo, infidelidad en el matrimonio, etc. No existen indicaciones de que las mujeres participen en la jerarquía de la organización ni en posiciones relevantes. Las organizaciones terroristas implementan el terrorismo suicida femenino de una forma sistemática, que depende de la comunidad. Es importante señalar que la sociedad palestina conservadora y patriarcal de la franja occidental, por ejemplo, es más secular que la de los residentes en la Franja de Gaza, donde están en el poder la Jihad islámica y Hamás. En comparación con otras sociedades musulmanas, las mujeres palestinas parecen tener relativamente más oportunidades y libertad que las mujeres musulmanas de Irak, Irán, Arabia Saudita y otros países dominados por los hombres. A las mujeres palestinas se les permite votar, desempeñar un oficio, conducir coches y poseer propiedades (Beyler, 2003). Al estar relativamente más implicadas en ciertos aspectos de la vida, se convierten también en agentes activos en el terrorismo suicida. Las suicidas palestinas matan israelíes; ya no son sólo mujeres que mueren como mártires, sino que más bien alcanzan «la libertad personal» que antes no tenían. Pero, sería no sólo cínico sino simplemente erróneo hablar de la emancipación de las mujeres dentro de la sociedad islámica. Muchos estudiosos musulmanes y feministas occidentales han discutido de manera apasionada acerca del estatuto de las mujeres musulmanas dentro del islam. Sin embargo ninguno de esos grupos ataca de la misma manera las cuestiones centrales que rodean los roles de género. Tanto el feminismo como el Islam tienen su propio reconocimiento de los derechos de las mujeres. El feminismo favorece la percepción del cambio social utilizando la ley, mientras que el Islam favorece una percepción social moldeadora de las mujeres que encaje con las regulaciones éticas del Islam y del Corán. Esta diferencia de mentalidad crea un conflicto, por el que el feminismo, que considera que el compromiso entre hombres y mujeres es liberador, se enfrenta con la idea islámica de que el aislamiento de las mujeres contribuye a su honor personal y al de su familia. El feminismo favorece la comprensión y por tanto la redefinición de los roles y relaciones de género según determinadas sociedades. El islam, en cambio, tiene definiciones de rol de género rígidas que no están abiertas a la redefinición, ya que se consideran que son inflexibles pues se derivan del sexo biológico. En las sociedades islámicas cuidar de los niños y de la esfera doméstica en general se entiende que es una de las más importantes, si no la única, responsabilidad de una mujer. Esto no quiere decir que las mujeres musulmanas no puedan entrar en el mercado de trabajo. Sin embargo, el estatuto de la maternidad es tan valorado en las sociedades islámicas que ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 245 Eulalia Pérez Sedeño supone un desafío a la idea de que los roles de género son creados socialmente en vez de biológicamente dados. Las terroristas siempre serán definidas por su género dentro de la sociedad y de su organización terrorista; se convierten en armas en manos de los hombres y de la organización terrorista en vez de una parte esencial de la infraestructura. Como dijo Orna Sasson-Levy (2003, p. 451) «los hombres son lo militar, las mujeres están en lo militar». El terrorismo islámico tiene género, ya que las terroristas islámicas pretenden y tienen un significado indirectamente metafórico simbólico dentro de una sociedad dominada por los hombres donde las mujeres islámicas adoptan roles tradicionales masculinos para igualarse en la sociedad, a pesar de estar marcadas por los estereotipos femeninos de género. BIBLIOGRAFÍA Alcedo, Miren (1998): «Mujeres de ETA: la cuestión del género en la clandestinidad», La Factoría, n.º 4, octubre-enero. Antolín, Matías (2002): Mujeres de ETA. Piel de serpiente, Madrid, Temas de Hoy. 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La cursiva es mía. 9 En las fotos aparece con chaqueta militar verde, un pañuelo palestino del que asoma un hermoso y generoso flequillo negro, a veces mirando recatadamente al suelo, a veces sonriendo, mientras acaricia una metralleta roja. 10 Chris McGreal (15 January 2004). «Humanbomb mother kills four Israeli at Gaza checkpoint», The Guardian, http://www.fromoccupiedpalestine.org/ node/1054. Consultado del 8 de octubre de 2011. 11 (http://nlarchiv.israel.de/2003_html/05/220503a. htm). 12 (http://www.zeit.de/2002/37/Globalisierung_ auf_Islamisch). 13 (http://nlarchiv.israel.de/2003_html/05/220503a. htm). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 233-247, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.10 247 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán German Autumn SONIA ARRIBAS ICREA sonia.arribas@upf.edu RESUMEN. El terrorismo de la RAF significó el reto más importante al que se tuvo que enfrentar el orden político y económico alemán después de la segunda guerra mundial. El fenómeno es incomprensible si no pone en relación con su enorme presencia y repercusión mediáticas. Éste fue el punto de partida de una exposición que reunió las obras de tres generaciones de artistas que se han ocupado de reflexionar sobre la historia de la RAF. ABSTRACT. RAF’s terrorism was the biggest challenge for the German political and economic order after World War II. This phenomenon cannot be properly understood if it is not connected to its great media exposure and impact. This was the starting point of an exhibition that brought together the works of three generations of artists that have reflected about the history of the RAF. Palabras clave: RAF, medios de comunicación, arte. Key words: RAF, media, art. En el 2005 tuvo lugar en Berlín una exposición titulada «Zur Vorstellungs des Terrors: Die RAF» comisariada por Ellen Blumenstein, Felix Ensslin y Klaus Biesenbach. Giró sobre las múltiples representaciones artísticas que se inspiraron desde los años sesenta y setenta en los actos terroristas de la RAF (Rote Armee Fraktion), sobre la recepción y repercusión de tales actos en los media y, de forma igualmente importante, sobre cómo el arte conceptual de los últimos años había estado reflexionando paralelamente sobre el discurso mediático en torno al terrorismo de la banda. Tres generaciones sucesivas de artistas se habían ocupado de la historia de la RAF: desde Joseph Beuys y Gerhard Richter, pasando por la primera generación de artistas de la posguerra, como Martin Kippenberger y Marcel Odenbach, hasta figuras nacidas en torno a finales de los años sesenta, principios de los setenta, como Micaela Meise y Johannes Wohnseifer. Todos ellos reflexionaron sobre la RAF en tanto que fenómeno público en un sentido muy contemporáneo: por su gigantesca repercusión mediática. Sin haber participado en sus actos de manera inmediata o incluso sin haber estado en el círculo amplio de sus simpatizantes, la población alemana entera estaba al tanto de sus protagonistas, actividades y actos terroristas por sus continuas apariciones en los media. Más aún, la experiencia política de la generación coetánea de la banda se alimentó de esa constante presencia en televisión, periódicos y radio. Solo esta exposición mediática puede explicar que tantos artistas del mo- [Recibido: Jul. 11 / Aceptado: Dic. 11] 249 Sonia Arribas mento se dedicasen a representar y analizar el terrorismo de la banda. La exposición tomó como punto de partida el presupuesto de que el fenómeno RAF es incomprensible sin todo lo que se documentó, escribió y se leyó sobre ella. Y a partir de aquí intentó aprehender el arte que se inspiró en ella, no tanto como una mera reacción frente a sus actos de violencia, o como algo secundario en el universo mediático que la rodeó, sino más bien como parte intrínseca de la realidad mediática que fue la propia RAF. En esta nota expondré en primer lugar y de manera breve el contexto histórico alemán en el que surgió el terrorismo de la RAF: el paso a la militancia de numerosos jóvenes en los años setenta, el surgimiento de experimentos sociales, la aparición de numerosos grupos a la izquierda de la izquierda parlamentaria (o, más bien, de la gran coalición), el rechazo total al sistema por parte de algunos de ellos, y la radicalización y trágico final de los más conocidos miembros de la banda. La existencia de la RAF significó el reto más importante al que se tuvo que enfrentar el orden político y económico alemán después de la segunda guerra mundial. La segunda parte se centra principalmente en una reflexión sobre el arte que se inspiró o pensó sobre el terrorismo, sobre la perspectiva que tomó la citada exposición en cuanto al fenómeno RAF, y sobre la crítica predominante que recibió tal aproximación entre la izquierda. El punto de partida de la exposición es que ni el terrorismo de la RAF ni el arte de los años setenta y actual que han pensado sobre la violencia terrorista pueden ser desvinculados, para ser comprendidos fehacientemente, de la percepción mediática del terror. El siguiente apartado se dedica a profundizar sobre un tema que apareció en los debates teóricos de muchos 250 movimientos radicales de los años setenta —y aquí sin duda hay que incluir las reflexiones teóricas de los miembros de la RAF—, a saber, la crisis de la democracia parlamentaria y la violencia asociada al estado, de la mano del célebre texto de Walter Benjamin sobre el tema, «Sobre la crítica de la violencia». Finalmente, en el último apartado me dedicaré a analizar de manera concisa alguna de las obras artísticas que fueron seleccionadas para la exposición. Sin duda alguna, la RAF representa algo que bien podría calificarse como parte de la historia colectiva reprimida de Alemania. Muestra de ello es la todavía predominante incapacidad de hacerse cargo colectivamente de lo que significó. 1 En Alemania la emergencia del arte conceptual vino de la mano de un rechazo frontal a cualquier falta de reflexividad histórica en el arte y como una forma de expresión de resistencias a lo que se sentía como estructuras políticas opresivas, heredadas del reciente pasado nacional socialista. Las nuevas generaciones querían desmarcarse por completo de las actitudes de sus padres y abuelos. Era el tiempo de la influencia de la Internacional Situacionista, del cine experimental y las comunas, de la rebelión y el compromiso político. Un espíritu anti-autoritario sacó a la gente a las calles e insufló de libertad las escuelas, las universidades y las relaciones sociales en general. La juventud alemana protestaba contra la guerra de Vietnam y contra las agresiones imperialistas de occidente. Todos esos movimientos quedaron a su vez impregnados por la particularidad del terrorismo de la RAF, influyendo de forma indeleble en las generaciones posteriores a la del 68. Las figuras de Andreas Baader, Gudrun Ensslin y Ulrike ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán Meinhof se convirtieron en iconos de la protesta y la liberación, pero también de la violencia, la sinrazón y el autoengaño revolucionario. La RAF cohabitó con el movimiento estudiantil emancipador, con novedosos experimentos sociales y con expresiones culturales de enorme influencia en el arte de finales de siglo. Pero fue también sinónimo de la radicalización por medio de acciones violentas que solo condujeron a la miseria y destrucción de sus protagonistas. Se quiso enfrentar a un sistema injusto mediante una violencia paranoica y asesina. Esto tendría consecuencias importantísimas en la cultura y medios de comunicación alemanes, los cuales quedaron profundamente marcados por el fenómeno. La RAF y sus víctimas, así como el miedo que ocasionó la banda terrorista entre una gran parte de la población, constituyen sin duda alguna uno de los episodios más significativos y terribles de la historia de Alemania Federal. Los actos de la banda afectaron de forma clara al debate político, no solo endureciendo el discurso de la derecha, sino dividiendo muchas veces a la sociedad alemana en campos enfrentados. Fue un símbolo —a veces fascinante— de resistencia, pero también una pantalla donde se proyectaron imágenes de odio, idealizaciones y fantasías encontradas. Estuvo presente de forma constante en las imágenes y caracterizaciones del terror que llenaron los medios de comunicación más importantes los últimos treinta y cinco años. La banda fue parte de una generación que creció en la desconfianza frente a la sociedad en la que le tocó vivir, la de la posguerra. Estos jóvenes estaban marcados por la traumática memoria de una violencia radical contra el pueblo judío, aunque ellos mismos no fueran sus responsables. A sus espaldas, padres y abuelos que habían participado de algo con lo que había que romper completamente. En el entorno, una culpa de la que era difícil deshacerse, con la que había que convivir para convertirse en la generación alemana «buena», por venir. La rebelión del 68 no se entiende sin este doble movimiento de reconciliación imposible entre un responsabilizarse con vergüenza de actos no cometidos pero muy cercanos, por un lado, y el intento de una ruptura definitiva con el pasado. Así confrontaba el hecho de vivir en la devaluación de la experiencia de la generación de la guerra, y limpiaba el presente de la contaminación nacional socialista. Fue una especie de rechazo colectivo motivado por la certeza de la falta de legitimidad del sistema en su conjunto. Su motivación fue la inseguridad y la incomprensión frente a lo propio, el odio, la angustia y la vivencia de un vacío de referencias e ideales positivos. El combate frente al autoritarismo fue el lema dinamizador de muchas protestas. Había que inventarse una tradición, buscarse unos padres o abuelos alternativos, antiautoritarios y rojos: Mao, Fidel o Marx. Otras referencias teóricas importantes fueron las de las figuras que tuvieron que exiliarse durante la guerra: Marcuse, Adorno, Horkheimer, Reich o Bloch. En Alemania, pero también en otras partes del mundo, la idea directriz de la lucha fue construir una oposición internacional, una resistencia de los jóvenes y los pueblos oprimidos frente a los ricos y poderosos del mundo. Esta tarea imposible desembocó en algunos casos en un tomarse la justicia por su mano, en un hacer su propia ley y sus propios ideales. La radicalización vino de la mano, en muchas ocasiones, de la creencia en la vinculación directa entre el fascismo y el capitalismo, o la equiparación entre el fascismo y la sociedad burguesa que les ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 251 Sonia Arribas tocó vivir. En las propuestas más radicales, se observaba que ese proceso ya se había consumado, sea en la versión del estado del bienestar autoritario, o en la condición social de reificación total. Pero tampoco se asomaba el socialismo real como una alternativa viable: su existencia significaba más bien una coartada frente al cambio. Para muchos jóvenes alemanes no se vislumbraba salida alguna hacia un estado liberado que pudiera superar las contradicciones internas de la sociedad capitalista devenida fascista. No se perdía la esperanza en la emergencia de un tercer mundo revolucionario que les salvara frente a la burguesía. Cabía pues apoyar las revueltas de los pueblos del mundo: desde Vietnam a Bolivia, desde el Congo a Oriente Medio. La historia de la revista konkret, asociada a los movimientos sociales estudiantiles y al movimiento extraparlamentario («Außerparlamentarische Opposition» o APO: formada por aquellos grupos, mayormente estudiantiles, que no estaban de acuerdo con la gran coalición del SPD y el CDU que tuvo lugar entre 1966 y 1969), es ilustrativa de esta radicalización. Fundada por Klaus Rainer Röhl en los años cincuenta, tuvo mucha influencia entre los estudiantes de izquierdas, y contaba con las colaboraciones de periodistas de renombre, entre ellos Ulrike Meinhof, quien llegó a ser su editora jefe 1. En 1968 se podía leer en sus páginas lo siguiente: «solo desde que comenzamos tímidamente a hablar el idioma del sistema nos hicimos comprensibles por los trabajadores...: éste es el lenguaje de la violencia». Y también: «No vamos a esperar a que todavía otra generación y luego otra generación se arruine, sino que nos defendemos ahora. El socialismo solo lo conseguiremos cuando hacemos saber a nuestros enemigos que vamos a utilizar todos los medios necesarios para lograrlo» 2. La his252 toria del final de konkret es de sobra conocida. Röhl rechazaba el uso de la violencia. El 7 de mayo de 1969 un grupo de radicales irrumpió en su casa, destruyendo las ventanas y el mobiliario. La RAF secuestró a sus hijas (que había tenido con Ulrike Meinhof) un año después. Tras numerosos conflictos en el seno de la revista sobre su orientación política y, en particular, sobre el uso de la violencia, Röhl la abandonó. Al poco tiempo, en 1973, se acabó disolviendo. Un caso que también conviene recordar en este contexto es el de Rudi Dutschke, el líder estudiantil del movimiento extraparlamentario que se manifestó contra la guerra de Vietnam y luchó por efectuar importantes reformas universitarias contra los dictados de la gran coalición. En 1968 fue víctima de un atentado, perpetrado por un ultraderechista, que le disparó tres tiros en la cabeza. Sobrevivió, pero se pasó un buen tiempo sin poder hablar y las secuelas le duraron hasta su temprana muerte. En medio de esta conmoción llegó a escribir que: «Nuestra alternativa a la violencia reinante es una violencia contraria y creciente» 3. Dutchke estaba pensando en la posibilidad de que el movimiento estudiantil construyera un frente amplio en empresas e instituciones de la sociedad con el objetivo de formar una organización revolucionaria integral. El afán revolucionario le llegó a hacer considerar que el movimiento debería expandirse a nivel internacional para aspirar a destruir tanto el capitalismo como el socialismo autoritario de estado. El paso a la militancia y la formación de organizaciones políticas que apoyaran la violencia fue algo natural entre algunos. Se fueron estableciendo grupos que combinaban la teoría y la estrategia revolucionarias, con el desarrollo de la educación en comunas (la célebre «Kommune 1») y el agitprop. La pérdida de la ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán inocencia se hizo palpable entre 1969 y 1970, período durante el cual se constituyeron los primeros núcleos de grupos armados. La RAF fue uno de estos grupos, el más siniestramente romántico, desquiciado y enfrentado al mundo 4. En sus inicios operó en la clandestinidad. Aunque en su mayoría estaba formada por estudiantes que provenían de la clase media acomodada, tal situación les forzó a mantenerse económicamente por medio del robo a bancos, automóviles y documentos valiosos. (Otros grupos conocidos de aquel momento fueron el movimiento «2. Juni» y las «Revolutionäre Zellen».) El siguiente paso fue el movimiento de guerrillas urbanas por toda Alemania. También buscaron alianzas con terroristas de países en vías de desarrollo 5. En esta etapa llegaron los asesinatos, los atentados con bomba contra intereses norteamericanos, y los primeros encarcelamientos de sus principales miembros. Los detenidos fueron procesados en 1975 y condenados a cadena perpetua en el ala de alta seguridad de Stuttgart-Stammheim. Se pusieron en huelga de hambre en varias ocasiones para protestar por su situación. El 9 de mayo de 1976 apareció colgado de una cuerda el cadáver de Ulrike Meinhof en su celda de prisión 6. Durante el proceso de los restantes convictos el fiscal fue asesinado en un ataque terrorista perpetrado por la RAF. El otoño alemán hace referencia a los trágicos acontecimientos de escalada de violencia acaecidos durante seis semanas en el otoño de 1977, y que habían tenido como presagio el asesinato del director del Dresdner Bank en julio de ese mismo año. El 5 de septiembre fue raptado en Colonia Hanns Martin Schleyer, un antiguo oficial de las SS, en ese momento presidente de la Asociación de Empresarios Alemanes. La RAF se em- pleó a fondo en el uso de los medios de comunicación, divulgando fotos del secuestrado con las siglas y el logo de la banda a sus espaldas. A juicio de uno de los secuestradores, éste era «vínculo ideal entre la postura imperialista del Tercer Reich y lo que vino después» 7. Los terroristas buscaban presionar al estado alemán para conseguir la liberación de los presos de la RAF (entre ellos Andreas Baader, Jan-Carl Raspe y Gudrun Ensslin) a cambio de la liberación de esta figura prominente del mundo de los negocios. Sin embargo, el entonces canciller Helmut Schmidt decidió junto al líder de la oposición Helmut Kohl, y después de haber mantenido constantes reuniones entre ellos en estado de emergencia, que no habría ningún trato con los terroristas. Aún más, se confinó a los prisioneros en celdas de aislamiento para impedir todo tipo de comunicación entre ellos y con el exterior. Se les prohibieron las visitas. Había que ganar tiempo para que la policía encontrase al secuestrado. Alemania Federal estuvo así prácticamente en estado de excepción: se bloquearon las carreteras y se realizaron búsquedas por todas partes. El conflicto se reprodujo en los medios de comunicación de masas, con presencia continua en las noticias; pero también con una censura informativa, por parte del gobierno alemán, en los canales de mayor difusión. La familia de Schleyer intervino solicitando la satisfacción de las demandas de los secuestradores, pero sin éxito. La crisis escaló cuando el 13 de octubre fue secuestrado por cuatro árabes el avión del vuelo de Lufthansa que iba de Mallorca a Frankfurt. Algunos miembros de la RAF habían pedido auxilio al Frente Popular para la Liberación de Palestina. El vuelo fue desviado por varias ciudades hasta llegar a Dubai y posteriormente a Aden, en Yemen. La deman- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 253 Sonia Arribas da de los secuestradores consistió en la liberación de los presos de la RAF, junto a la de dos palestinos que estaban presos en Turquía, y el pago de un importe cuantioso. La violencia extrema se manifestó cuando el piloto fue asesinado por los terroristas por no aceptar las órdenes de sus captores. Finalmente, el avión fue llevado a la capital de Somalia, Mogadiscio. Los terroristas amenazaron con matar a todos los rehenes. En una operación altamente secreta, la unidad de élite de la policía federal alemana voló a Mogadiscio y asaltó el avión, acabando con los cuatro raptores y liberando a todos los pasajeros, que salieron completamente ilesos. Esa misma noche Baader y Raspe se suicidaron con unas armas que alguien introdujo en sus celdas. Al parecer, también habían conseguido una pequeña radio. Ensslin apareció colgada de un cable en su celda. El 18 de octubre Schleyer fue asesinado de un disparo en la cabeza. 2 La exposición trató de poner de relieve la complicada relación que se produjo, a menudo como una disyuntiva, entre el compromiso político y la expresión artística. Los artistas que se sintieron llamados a ofrecer su visión de los acontecimientos del otoño alemán se vieron igualmente compelidos a dar cuenta de su versión de la relación entre el arte y la política, situándose así en la tradición que inauguraron los dadaístas y los surrealistas a principios del siglo XX. Había que diferenciar entre lo que es la definición del arte y lo que es la expresión política. Y reflexionar sobre el posicionamiento del artista con respecto a los problemas y turbulencias sociales del momento. El arte hizo suyos los problemas sociales, y se puso como tarea principal la de poner sobre la mesa los trau254 mas de la sociedad alemana. La crítica y el compromiso político tuvieron que ver sobre todo con sacar a la luz estos traumas que en buena medida estaban reprimidos. Los artistas los filtraron y los transformaron en obras de arte, no solo ofreciendo al observador (y a la esfera pública) una posibilidad de reflexión individual, sino también cuestionando los esquemas mediáticos predominantes de interpretación del terrorismo. En el caso de la representación artística del terrorismo de la RAF era fundamental que no podía evitar mostrar de forma directa la presencia del dolor y del trauma. El arte tenía en este caso una misión comunicativa e iluminadora, de intento de resolución de problemas, pero también una función de provocación e incluso de destrucción. El encuentro con la representación del terror también conllevaba algo traumático en sí mismo. No solo porque estaba en juego la contemplación de un acontecimiento real que había ocasionado tanto dolor, sino también porque, yuxtapuesto a las imágenes más convencionales de periódicos y revistas, el efecto podía ser traumático por partida doble. Por ejemplo, en la exposición estaba el célebre ciclo de fotografías en blanco y negro publicado en forma de libro de Hans-Peter Feldmann llamado Die Toten, en el que figuraban imágenes de periódico de ochenta y siete personas muertas o desaparecidas como resultado de la violencia terrorista europea y la reacción del estado (terroristas, sus víctimas y las víctimas de la violencia estatal) entre 1967 y 1993 8. El trauma no residía tan solo en la representación de los actos de violencia y terror, sino también en la presencia continua de la imagen de la muerte y el espanto en fotografías de periódicos. Se trataba de experiencias intensas que desafiaban y producían inseguridad en el espectador y le impelían a cuestionar certezas y buscar interpreta- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán ciones. A juicio de uno de los comisarios, ese aspecto destructor del arte imposibilitaba la producción o erección de un universo simbólico alternativo 9. Consistía en la reproducción artística de lo ya reproducido ad infinitum por los media, tratando de desmantelar la aparente realidad de lo mostrado, pero sin ofrecer ninguna propuesta positiva. Los artistas y comisarios de la exposición se propusieron reflexionar sobre el contexto de recepción artístico y mediático de los actos perpetrados por la RAF. Y muy en particular sobre las transformaciones de los media desde los años sesenta —algo que el impacto social del fenómeno RAF no pudo sino reproducir de forma extrema y muy extendida. Sin los medios de comunicación de masas es incomprensible la gran visibilidad de la RAF 10. Ellos influyeron de manera radical en la percepción de la realidad, configurándola. La presencia visual constante de la banda tuvo efectos en la experiencia directa de los acontecimientos históricos. Es asimismo destacable el modo en que la organización se presentó estéticamente ante los medios. El terror fue manipulado por la banda y por los medios de comunicación, a menudo mediante el uso de imágenes impactantes. Hasta el punto de que la experiencia de las imágenes del terror se entremezcló con la experiencia del terror de los espectadores, de tal forma que en muchos casos era difícil distinguir en qué medida se estaba representando el terror ocasionado por la banda o el terror percibido por la esfera pública, impactada de forma repetida por los media. La exposición se preguntó si era posible diferenciar lo que se veía en las imágenes de los media (como acontecimientos que tienen lugar en el mundo) de las representaciones mediáticas como tales. Es decir, intentó poner de relieve la influencia radical de los medios de comunicación en la forma de comprender e interpretar el mundo. Lo que estaba en juego era no solo una interrogación sobre el uso del arte como filtración de experiencias individuales y personales en la narrativa histórica modulada continuamente por los medios de comunicación, sino también una reflexión sobre los efectos sociales de la espectacularización del terror. En este sentido, se preguntó hasta qué punto el arte, en tanto que la empresa por antonomasia de la imaginación, es capaz de representar y documentar el terror en una época de predominancia casi total de los medios de comunicación visuales. ¿Hasta qué punto quedan alterados por la conversión mediática los actos terroristas que se presentan en las obras artísticas? Como sostiene la comisaria de la exposición, había que tener presente que los protagonistas de los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta fueron los primeros en sacar partido de las posibilidades que ofrecen los media para la protesta y la expresión en general 11. Éste es el motivo por el que los artistas que reflexionaron críticamente sobre el terrorismo de la RAF emplearan también las técnicas y formatos de los media. Desde retransmisiones de vídeos en directo, hasta la fotografía, el documental y el empleo de materiales periodísticos, carteles, etc. La captura mediática del terror se convirtió pues tanto en el contenido material como en el pretexto formal para la expresión artística. Hay que tener en cuenta además que una de las grandes transformaciones producidas por esta prevalencia total de lo visual en el siglo XX es que muchas imágenes que aparecen en los medios de comunicación figuran ya como si hubieran sido preparadas para la mirada de una cámara omnipresente, que está siempre lista para fotografiar, filmar y hacer público cualquier acontecimiento privado. La reproducción ad infinitum por ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 255 Sonia Arribas medios técnicos y electrónicos de estas imágenes ha transformado nuestra relación con lo visual de manera dramática. Por su parte, el arte de finales del siglo ha tenido la capacidad, mediante el empleo de diversas técnicas, de distanciarnos y extrañarnos frente a la constante presencia de imágenes impactantes en los medios de comunicación de masas. Ha reflexionado sobre hasta qué punto es posible hacer uso del miedo y el sufrimiento de los otros en la esfera pública masificada. Es evidente que las obras de arte consiguen mostrar de una forma muy directa la percepción y el sentimiento del terror. Lo interesante tiene lugar, sin embargo, cuando las imágenes del terror son apropiadas y reproducidas por los medios de comunicación de masas, constituyendo ellas mismas un mundo virtual de dolor, pánico, sufrimiento y shock. ¿Pueden llegar a incorporarse a lo que podríamos llamar con mucha precaución la conciencia colectiva de la sociedad, logrando así una especie de educación en la memoria, y apelando a la no repetición de la violencia? O más bien, ¿no aparecen estas imágenes en los medios de comunicación transfiguradas en sus efectos, como una cara más de la publicidad y el juego de las emociones virtuales? Está claro que las imágenes del terror y la catástrofe han sido explotadas hasta la saciedad por la industria del entretenimiento, la llamada al consumo y la búsqueda de emociones visuales. En esta situación, las impresiones se desconectan del contexto inicial de su emergencia y entran en otra dimensión, la comercial, transformando el afecto que expresan para producir efectos muy distintos. La historia misma puede ser convertida en mito. ¿Tenía que aspirar la exposición a la desmitologización de la historia? ¿Y que posicionarse sobre las situaciones socia256 les y políticas ocurridas en el otoño alemán? Su objetivo fue más bien el de mostrar el trasfondo generador de la producción de imágenes mediante la yuxtaposición de materiales de archivo, documentos históricos y representaciones artísticas. Su título —«Sobre la representación del terror»— indicaba que se estaba pidiendo al visitante que se colocara de una forma reflexiva como espectador y observador del terror, dejando en un segundo plano la dimensión política de la RAF. El ensayista y filósofo alemán Klaus Theweleit criticó esta decisión argumentando que una exposición de este tipo solo tiene sentido si va de la mano de una autorreflexión política por parte de la izquierda. Así, sobre el otoño alemán mantuvo en una entrevista: Creo que el 1977 fue un sacrificio semiconsciente de la RAF. Sus así llamados partidarios tenían mala conciencia para con la RAF porque no querían luchar con armas. Al mismo tiempo, querían convertirse en una izquierda parlamentaria en orden. La RAF estaba de camino a la muerte —y tras Mogadiscio y los suicidios, la historia finalmente acabó—. Ahora podría hacer cosas la izquierda ecológica y parlamentaria y sin ser molestada. (...) La transformación de la izquierda en 1977 estuvo vinculada con la muerte, con el sacrificio simbólico de la RAF. Eso debería haber mostrado la exposición. De lo contrario se convierte en una historia políticamente neutralizada. Sin auto-reflexión de la izquierda no se puede decir nada de la RAF 12. La RAF llevó hasta sus últimas consecuencias la idea de la praxis, conduciéndola hasta su realización extrema bajo la forma de actos cada vez más radicales. La izquierda, quiso decir Theweleit, no puede no tomar partido entre lo que estaba justificado y lo que no. De una forma negativa, la historia de la banda mostró también los callejones sin salida a los que llegó la izquierda a partir de 1968. Habría que haber puesto de re- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán lieve los horizontes que su trayectoria cerraba, así como los horizontes que sí que se abrieron con el surgimiento de una izquierda orientada hacia la defensa de los derechos humanos, la ecología, y diversos procesos participativos, incluido el proceso parlamentario. Daniel CohnBendit por su parte señaló a la banda RAF como representativa del camino más falso y equivocado de la izquierda revolucionaria. En un artículo sobre el tema subrayó repetidamente el error de sus miembros y el de esos muchos de entre la izquierda, predominantemente urbana, que secretamente les apoyaron. Consistió en juntar de una forma ideológicamente confusa, y sin saber medir las consecuencias de sus actos, fantasmas del peor estilo, una idea muy falsa de la solidaridad, cierta paranoia y una fijación con la autoridad. Por otro lado, su noción del Estado como un ente odioso al que había que combatir por todos los medios no llevó nada más que a la indignación y a la rebeldía. Y concluyó: Pero estoy seguro: si no hubieran existido la RAF y sus caminos extraviados, habría sido la República Federal Alemana hoy un poco mejor (...) 13. Y en referencia a la izquierda: De hecho, se pueden extraer de las mismas circunstancias y de iguales creencias consecuencias bastantes diferentes. Algunos hacen el mundo tal vez mejor; los otros son terribles. Para aprender, para distinguir el bien del mal, también se debe tener en cuenta a la RAF: lo han hecho mal 14. La exposición, sin embargo, no aspiró a realizar tan directamente este tipo de reflexiones sobre las transformaciones de la izquierda, la violencia y sus víctimas. Su objetivo más bien fue el de visualizar la inmensa producción de fantasías e imágenes en torno al terror: tanto en la esfera pública mediatizada, como en la izquierda, como también en torno al estado. En este sentido, la percepción de un visitante nacido antes de los sesenta pudo haber sido muy distinta de la de los principales visitantes de la exposición, gente más joven. Para el primero, aquélla fue su historia; el joven por su parte ha vivido la predominancia de los medios de una forma muy distinta y seguramente desconoce o sabe muy poco de gran parte de los acontecimientos reflejados en los documentos. Los actos terroristas de los años setenta son para él o ella nada más que los nombres e imágenes de sus protagonistas. Estas imágenes aparecen mezcladas en la televisión e Internet con las de otros personajes de lugares lejanos, proyectadas todas simultáneamente en las infinitas pantallas que nos inundan, tanto en la esfera privada como en la pública. En buena medida, la predominancia total de los medios convierte a las transformaciones sociales en episodios de una película que no tiene fin. Para ambos, sin embargo, el encuentro con el arte y la documentación de la representación del terror puede ser traumática, no solo por la violencia de las imágenes, sino también porque los fuerzan a posicionarse sobre las propias identificaciones narcisistas, sobre psicosis individuales y sociales, sobre la escenificación espectacularizada del terror e incluso, como ya señaló Guy Debord, sobre la revuelta convertida en mercancía vía los medios de comunicación de masas 15. La superposición de «lo real», lo documental, lo periodístico y lo artístico intentó iluminar los actos terroristas de la RAF como objetos por antonomasia del sistema mediático productor de imágenes, primeras líneas y exclusivas. En la medida en que el espacio elegido fue el artístico, esto es, un lugar público pensado para la creación y la provocación de reflexiones críticas y análisis sobre las ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 257 Sonia Arribas condiciones de la experiencia del terror y los media —esto es, un lugar no diseñado para la búsqueda de consensos políticos y sociales— el objetivo fue asimismo el de hacer existir de una forma distinta las imágenes del terror. Era imposible poner entre paréntesis y no cuestionar el papel de los medios de comunicación como máquinas generadoras de imágenes de shock. Pues, tal y como escribió Susan Sontag, en el tiempo de predominancia total de los medios de comunicación, un trauma solo puede llegar a ser percibido y hecho consciente cuando, más allá de los impactos, los impulsos y las reacciones constantemente ocasionados por las imágenes del dolor y del terror, puede pasar a ser descrito y, más aún, recordado por una colectividad 16. 3 El texto de Walter Benjamin «Hacia una crítica de la violencia», publicado en 1921, ha recibido mucha atención por el mundo académico en los últimos años 17. Sus tesis centrales, sin embargo, no se pueden entender desconectadas de las experiencias de la primera guerra mundial y los debates posteriores sobre la crisis de la democracia parlamentaria burguesa alemana. Así lo remarca claramente Benjamin cuando escribe que sus reflexiones se hacen «en relación a las condiciones europeas actuales» y se refieren a la «legislación europea actual». También cuando dice que están concernidas con «esa misma violencia que el derecho actual intenta sustraer del comportamiento del individuo en todos los ámbitos, y que todavía provoca una simpatía subyacente de la multitud en contra del derecho». En esas condiciones «realmente amenazadoras» 18 esos debates emergieron en sus orígenes sobre todo en círculos de la derecha. En las reflexiones de los años sesenta y setenta 258 volvieron a tener lugar, no sin alguna modificación, en los grupos de izquierda, y muy en particular por aquéllos de entre estos grupos que criticaron el monopolio de la violencia estatal y buscaron formas de participación democrática extraparlamentarias. Es por eso que nos interesa ahora. Benjamin planteó el debate de la violencia estatal en los términos de la filosofía del derecho y la teoría de la justicia. El texto contiene la distinción que tantas páginas ha llenado entre violencia mítica y violencia divina. Lo que le interesa en primer lugar es la violencia mítica: la que se encarga de preservar o crear el derecho y la que busca hacerse con el poder mediante la manifestación inmediata de la violencia. Benjamin inicia sus reflexiones constatando que la violencia como fin en sí mismo no es defendible, y que lo es tan solo como medio para combatir a un enemigo o resolver un conflicto. También parte de la base de que la violencia no puede ser concebida como estando fuera de la sociedad. Critica el derecho natural argumentando que hay una violencia en el origen de toda ley. La sociedad misma solo funciona por medio de la violencia. Mientras que la violencia del estado es la violencia que está sancionada por el derecho, la violencia individual es la que no lo está. A Benjamin no le interesa discernir si este o aquel uso de la violencia es legítimo. Si su texto se trata de una crítica de la violencia es porque lo que le interesa es averiguar la condición de posibilidad de esa distinción entre violencia sancionada y no sancionada por el derecho. Lo que le preocupa es el derecho a tener derecho a ejercer la violencia. O la pregunta por el funcionamiento de la violencia, su papel, en el contexto de la ley. Más aún, lo que Benjamin llega a decir es que tanto el Estado como el derecho disponen del monopolio de la vio- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán lencia, y que es esto precisamente lo que les legitima. ¿Qué ocurre cuando otras instancias emplean la violencia? Benjamin entra a discutir dos usos de la violencia por instancias no estatales en un sentido estricto: el derecho que los trabajadores tienen de ir a la huelga y el derecho militar. Tanto en un caso como en otro se sobreentiende que se les permite a otras instancias a actuar de derecho, esto es, se sanciona que sus actos son legales. Benjamin localiza aquí una contradicción objetiva: el que el Estado reconozca el ejercicio de la violencia de un acto que, bajo otras circunstancias, podría describirse como violento. Benjamin también analiza en este contexto el papel de la violencia policial, el cual considera como siendo algo especialmente devastador en una democracia (y a diferencia de una monarquía absoluta, en la que van unidas la supremacía legislativa y ejecutiva). La violencia policial interviene por cuestiones de seguridad cuando el derecho solo del Estado se muestra impotente y no existe ninguna situación legal clara. A diferencia de este derecho, que reconoce que hay una decisión detrás de él determinada por el espacio y el tiempo, en los Estados contemporáneos la institución de la policía tiene un poder amorfo y fantasmal. Benjamin cree que hay una violencia latente en todas las instituciones. No percatarse de este hecho tiene además consecuencias nefastas. Pone como ejemplo los parlamentos de su tiempo. A su juicio, éstos no caen en la cuenta de que sus orígenes y su existencia misma se deben a fuerzas revolucionarias. Es decir, es imposible pensar el orden legal presente sin el momento histórico de instauración del mismo. Supuestamente cultivan compromisos no violentos en la política, ignorando que ellos mismos representan la violencia creadora del derecho. Aquí Benjamin está en la línea del Carl Schmitt, crítico de la democracia liberal parlamentaria 19. Siguiendo esta línea de reflexión se podría decir que lo que cualquier estado realmente teme es la violencia terrorista, en la medida en que ésta se atiene a una lógica similar a la suya. El Estado tiene el monopolio de la violencia y puede decidir quién es el enemigo, también puede justificar el uso de la violencia. El terrorista ejerce la violencia con miras a crear una situación de derecho que reconozca sus pretensiones. El Estado tiene miedo al acto terrorista en tanto que emplea la violencia como medio para crear nuevas fuentes de derecho. Tiene miedo a cualquier violencia fundadora de derecho que esté en la posición de legitimar o alterar las relaciones de derecho que están dadas. Es decir, a diferencia de lo que podría parecer a primera vista, el terrorista también está vinculado con el origen del derecho en este sentido mítico benjaminiano, no está fuera de él. En sus ambiciones está también la toma del poder (ya sea por parte de «las masas» o del proletariado), y la formación de un nuevo derecho, aunque ni uno ni otro los desvincule nunca de la lucha armada. Esto es algo que se percibe claramente en lo que los miembros de la RAF escribieron sobre la lucha armada y la huelga general. Ambas son contempladas como medios para combatir el estado devenido fascista y la forma parlamentaria de dominación burguesa; con la vista puesta en el resurgimiento político democrático logrado por el proletariado 20. El terror, escriben en otro texto, es necesario para lograr una política justa y acabar con el sistema de explotación reinante: [El terror revolucionario] no se dirige, naturalmente que no, contra el pueblo, contra las masas, ni siquiera contra aquellas capas de la población que si bien están cerca del proletariado por su forma de vida y su situación de clase no se pueden decidir de una vez ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 259 Sonia Arribas a participar en el movimiento revolucionario. El terror revolucionario apunta exclusivamente a los exponentes del sistema de explotación vigentes y a los funcionarios del aparato de represión, a los jefes civiles y militares y cabecillas de la contrarrevolución.... Los señores se sirven del miedo que suscitan con su terrorismo para mantener dóciles a los proletarios. ¿Qué nos obliga a descartar el que los oprimidos, a su vez, se sirvan igualmente del miedo que mediante su terror infunden a sus enemigos para liberarse por fin a sí mismos? 21 El discurso revolucionario justifica el uso del terror en la medida en que llama al establecimiento de un nuevo orden. El futuro orden se encargará de justificarlo retroactivamente. En Benjamin, se trata de una violencia dirigida a la creación de derecho: un derecho que está necesariamente e íntimamente ligado con la violencia, bajo el título del poder 22. Dentro de la violencia mítica, se da una dialéctica entre la violencia fundadora y la violencia que se encarga de preservar el derecho. Esto también es válido desde el punto de vista de los dominados (el proletariado): los dominados demandan la abolición o modificación del orden establecido, y la erección de otro alternativo. El discurso terrorista que supuestamente habla en nombre de los dominados se coloca también en esa violencia mítica que o bien funda o preserva la ley. 4 La exposición recogió obras de arte realizadas por varias generaciones de artistas. Una particularmente interesante fue la de K. R. H. Sonderborg (1923-2008), un artista que estuvo prisionero dieciocho meses en un campo de concentración de la Gestapo. En el cénit de violencia de los años setenta dibujó ametralladoras. Para la exposición se seleccionó un trabajo de 1983 llamado «Pulver an der 260 Hand - Blut and der Wand» perteneciente a una serie de dibujos y pinturas realizados entre 1979 y 1984 en el que el artista reflexiona sobre la muerte de Andreas Baader en la prisión de máxima seguridad de Stuttgart. La base consiste en una foto de la celda de prisión sacada de la revista «Der Spiegel» poco después de la muerte de Baader, Meinhof, Ensslin y Raspe, y en la que aparece tal y como había quedado después del fallecimiento. Aísla de esta imagen una manta en la esquina izquierda de la celda, la cual está parcialmente demolida y en la que se ven diversos objetos sanitarios. Se perciben tanto el techo como una barra que había sido empleada para agrietar la pared, fundiéndose las dos formas con la tierra que había caído de la pared en una pintura de color negro sobre un fondo blanco, un cuerpo triangular con dos líneas delgadas y angulares. Los contornos irregulares de las líneas estrechas y recortadas así como la posición de la figura en la imagen dan la impresión de fragilidad e inestabilidad. Unas salpicaduras de pintura en el blanco indican rastros de gotas de sangre, la violencia empleada para producirla, así como los restos del trabajo de los forenses, que se ocuparon de buscar huellas por todo el espacio y los objetos de la celda para encontrar las pruebas de la evidencia del suicidio. En la parte inferior de la imagen en lápiz están las palabras «Polvo en la mano Sangre en la pared». Así se aventura Sonderborg en una interpretación que podría poner en tela de juicio la versión oficial de la muerte de los cautivos. También podría valer como comentario sobre la violencia del Estado en el cuerpo del terrorista y la celda que ocupó. Sin esas palabras es imposible que el espectador capte el tema de la obra de arte. Otra obra interesante fue la ya mencionada Die Toten de Hans-Peter Feldmann, de 1988. Feldmann hace un tra- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán bajo de recopilación de imágenes de muertos en actos terroristas. Individuos que fueron tanto ejecutores, como víctimas señaladas por los terroristas, rehenes o meros transeúntes con mala suerte. El artista echa mano de imágenes ya publicadas en los medios de comunicación, a la manera de objets trouvés que luego él imprime sobre un papel en blanco y negro. Supone una reflexión sobre cómo estas imágenes tan impactantes ocupan lugares de primera línea en los medios de comunicación, para después ser olvidadas inmediatamente. En ellas solo aparece el nombre del muerto y la fecha de su fallecimiento, sin división alguna entre ejecutores y víctimas (p. e., la foto del empresario secuestrado Hanns Martin Schleyer aparece junto a la del terrorista muerto por inanición Holger Meins), subrayando la anestesia generalizada en la percepción mediática del terror. Sin ningún heroísmo en la violencia, se apunta a la banalidad del mal, en serie. Sin embargo, se perciben algunas diferencias en la textura y calidad de las imágenes, o en la forma en la que las distintas figuras caen bajo el foco central de la cámara o incluso quedan fuera de él. Se trataría de pequeñas marcas de resistencia frente al aura y la mistificación que envuelven las imágenes originales en los medios de comunicación. Quizá una de las obras de arte más célebres sobre el terrorismo de la RAF fue el ciclo de Gerhard Richter 18. Oktober 1977, expuesto por primera vez en 1989 y vendido al MoMA de Nueva York en 1995 23. Se trata de quince lienzos o, más bien fotopinturas, realizados a partir de imágenes obtenidas de los medios de comunicación del momento y que, en manos de Richter, conmemoran el encarcelamiento y la muerte de los miembros de la Baader Meinhof. El artista rompía así el tabú que hasta el momento reinaba entre la opinión pública alemana de re- cordar este episodio tan doloroso de la historia reciente del país. De forma muy elusiva, en medio de una especie de niebla gris opaca, se vislumbran en algunas de ellas imágenes borrosas monocromo de los terroristas tanto en vida como ya cadáveres. Cada una proviene de una fotografía de periódico cuidadosamente seleccionada por su falta de retórica y su ausencia de juicio moral sobre el asunto. La fecha del título se refiere al día en que los terroristas fueron encontrados muertos en la celda de la prisión de alta seguridad de Stammheim. El ciclo está organizado bajo la forma de un archivo, y cada lienzo recibe un nombre: por ejemplo, «Jugendbildnis» (retrato de juventud), «Beerdigung» (funeral), «Plattenspieler» (tocadiscos - el artefacto donde supuestamente alguién coló una pistola de contrabando para el suicidio), «Erhängte» (colgado) o «Zelle» (celda). Con la tenue luz que ilumina frágilmente cada figura, cada espacio y cada objeto, el artista las dota de un aura misteriosa y artificial. Las imágenes transmiten la fuerza del testimonio de algo terrorífico que no puede ser dicho más allá de estas breves palabras. Intentan construir una representación pictórica del acto de la memoria y de la búsqueda de relaciones entre la experiencia personal y la historia 24. Aluden a un fracaso colectivo y al dolor producido por este resto no digerido de la historia reciente de Alemania. BIBLIOGRAFÍA Agamben, Giorgio, El poder soberano y la vida desnuda. Homo sacer I, Valencia, Pre-Textos, 1998. Anónimo, «Gewalt in den Metropolen», konkret, junio 1968. Arden, Roy, «Hans-Peter Feldmann»: http://www.ccca.ca/c/writing/a/arden/ arden011t.html/ ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 261 Sonia Arribas Benjamin, Walter, «Para una crítica de la violencia», en Para una crítica de la violencia y otros ensayos, trad. Roberto Blatt, Madrid, Taurus, 1991, pp. 23-45. Biesenbach, Klaus (ed.), Zur Vorstellungs des Terrors. Die Raf. Band 2, Göttingen/Berlín, Steidl, Institute for Contemporary Art, 2005. Boock, Peter Jürgen, «Der deutscher Herbst», Die Zeit: http://www.zeit.de/online/2007/36/bg-deutscher-herbst. Buchloh, Benjamin H. 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En ellos Meinhof escribe sobre temas diversos como varios proyectos de ley de emergencia promulgados en los años sesenta, un congreso celebrado por el SPD en 1964, una campaña de la asociación patronal contra el sindicato metalúrgico en 1966, la visita del vicepresidente de los EE.UU. Humphrey a Berlín en 1967, el uso de la contraviolencia en la universidad (1968) o el proceso por el incendio de unos almacenes en Frankfurt am Main provocado por Gudrun Ensslin y Andreas Baader. Cf. Pequeña antología, Selección y prólogo de Manuel Sacristán, Barcelona, Anagrama, 1976. En 1 262 las pp. 11-12 del prólogo Sacristán criticó dos, a su juicio, falsedades sobre Ulrike Meinhof y la Rote Armée Fraktion: el de quienes enmarcan la actitud de Meinhof en el sesentayochismo y el de quienes lo hacen en el anarquismo. En p. 15 cita con aprobación a Meinhof en un momento en el que ésta defiende el uso de la violencia revolucionaria frente a la violencia del imperialismo. 2 Anónimo, «Gewalt in den Metropolen», konkret, junio 1968, pp. 25 y ss. Énfasis en el original. 3 Rudi Dutschke, «Ein Pamphlet». Prefacio a: Briefe an Rudi D., ed. por Stefan Reisner, Berlin/ Frankfurt, Voltaire, 1968, pp. IV y ss. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 El otoño alemán 4 La justificación de la violencia como estrategia revolucionaria apareció condensada en varios escritos y podría resumirse en esta idea aparecida en uno de ellos: «La lucha armada como forma más alta de la lucha de clases es algo que resulta del hecho de que las clases poseedoras han logrado asegurarse muy bien su influencia, decisiva, sobre las palancas del poder estatal; consiguiendo un monopolio del Estado sobre los instrumentos del poder que deciden en última instancia: policía y ejército». Y un poco más adelante: «Los nombres de Auschwitz, Sétif, Vietnam, Indonesia, Amman evidencian el que las matanzas en masa no son, en absoluto, cosas de sistemas de dominación pertenecientes al pasado». Cf. Grupo Baader-Meinhof. Fracción del Ejército Rojo, El moderno estado capitalista y la estrategia de la lucha armada, trad. Pedro Madrigal, Barcelona, Icaria, 1977, p. 11. Las referencias empleadas aquí por la banda son: Marx y Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo, Mao Tse-tung, André Gorz y Ernest Mandel. 5 Walter Laqueur, Una historia del terrorismo, trad. Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar, Barcelona, Paidós, 2003, pp. 282-3. 6 En los círculos simpatizantes de la RAF se dijo que no se trató de un suicidio, sino de un asesinato ejecutado por el Estado alemán. Así aparece escrito, por ejemplo, en la declaración que Jan-Carl Raspe realizó en el proceso de Stuttgart-Stammheim, y que aparece como introducción a la publicación de los últimos escritos de Meinhof. Véase Ulrike Meinhof, Carta de una presa en la galería de muerte y últimos escritos, Barcelona, Icaria, 1978, pp. 13-15. Una reflexión interesante sobre la violencia generadora de más violencia la hallamos en el prefacio que Gean Jenet escribió a estos escritos, unidos en la versión francesa al resto de los documentos que quedaron de todos los que estuvieron en prisión. Véase Textes des prisonniers de la «fraction armée rouge» et dernières lettres d’Ulrike Meinhof, París, Maspero, 1977, pp. 1118, p. 14: «es la brutalidad misma de la sociedad alemana la que ha hecho necesaria la violencia de la RAF». Aquí sostiene Genet que la violencia de la RAF provino de la miseria y desesperanza más absoluta. Apunta también a esa ambigüedad suya de ser por un lado continuadora del ímpetu de mayo del 68, al tiempo que, por otro, lo más contrario al espíritu liberador de las revueltas estudiantiles. En la cronología de estos documentos Klaus Croissant, su redactor, siempre pone la palabra «suicidios» entre comillas. 7 Peter Jürgen Boock, cit. en «Der deutscher Herbst», Die Zeit. http://www.zeit.de/online/2007/36/bgdeutscher-herbst. 8 Cada página tiene una fotografía con el nombre de la persona y su fecha de fallecimiento debajo. Al final del libro hay un índice en donde se listan los nombres de todos estos individuos, su lugar y causa de muerte. No hay más comentarios. El libro intenta reflejar el conflicto social de aquellos años. A pesar de su intento de imparcialidad, fue objeto de mucha controversia. Sobre la idea del libro sostiene Feldmann: «Hacia el final de los años ochenta, por casualidad miré en un coche de policía que pasaba y vi dos típicos policías jóvenes, con veintitantos años —la misma edad que tenía mi hijo entonces—. Me vino a la cabeza —“¿Qué le podría pasar a estos dos jóvenes policías, con un trabajo tan peligroso?”—. Y también, “¿Qué podría pasarle a mi hijo?”. Y me acordé en ese momento de las fotos de jóvenes policías y estudiantes que fueron asesinados en los años setenta». Citado en Roy Arden, «Hans-Peter Feldmann»: http://www.ccca.ca/c/writing/a/arden/arden011t.html/ 9 Shamim Momin Im Gespräch mit Felix Ensslin, «“Traummaschine” oder was kommt Danach?», en Zur Vorstellung des Terrors. Die Raf. Band 2, ed. por Klaus Biesenbach, Göttingen/Berlín: Steidl, Institute for Contemporary Art, 2005, pp. 42-48, p. 42. 10 En nuestro país Miguel Rodrigo analizó el terrorismo como acto de comunicación así como la interrelación entre el terrorismo y los mass media en Los medios de comunicación ante el terrorismo, Barcelona, Icaria, 1991. 11 Ellen Blumenstein, «Zur Vorstellungen des Terrors und Möglichkeiten der Kunst», en Zur Vorstellung des Terrors. Die Raf. Band 2, pp. 16-24, p. 17. 12 Klaus Theweleit, «Kunst muss im Kontext stehen», Tageszeitung, 21 enero, 2004. 13 Daniel Cohn-Bendit, «Deutscher Frühling Deutscher Herbst», en Zur Vorstellungs des Terrors, pp. 148-149, p. 149. 14 Ibid. 15 Guy Debord, La Société du Spectacle, París, Gallimard, 1992, esp. pp. 33-48. 16 Susan Sontag, Ante el dolor de los demás, Madrid, Alfaguara, 2003. 17 Especialmente tras la publicación de Jacques Derrida, Fuerza de ley. El «fundamento mítico de la autoridad», trad. Adolfo Barberá y Patricio Peñalver, Madrid, Tecnos, 1997, y de Giorgio Agamben, El poder soberano y la vida desnuda. Homo sacer I, Valencia, Pre-Textos, 1998. 18 Walter Benjamin, «Para una crítica de la violencia», en Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, trad. Roberto Blatt, Madrid, Taurus, 1991, pp. 23-45, aquí pp. 26-7. 19 Carl Schmitt, Der Begriff des Politischen, Berlin, Duncker & Humblot, 2002. Se trata de la parte más criticada en la lectura que de este texto hace Jacques Derrida. 20 Véase El moderno estado capitalista y la estrategia de la lucha armada, pp. 19-32. 21 Ibid., pp. 80-1. 22 En Benjamin: «La función de la violencia en el proceso de fundación de derecho es doble. Por una parte, la fundación de derecho tiene como fin ese derecho que, con la violencia como medio, aspira a implantar. No obstante, el derecho, una vez establecido, no renuncia a la violencia. Lejos de ello, sólo entonces se convierte verdaderamente en fundadora de derecho en el sentido más estricto y directo, porque este derecho no será independiente y libre de toda violencia, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 263 Sonia Arribas sino que será, en nombre del poder, un fin íntima y necesariamente ligado a ella. Fundación de derecho equivale a fundación de poder, y es, por ende, un acto de manifestación inmediata de la violencia» (p. 40). La violencia divina en Benjamin sería la que escapa a esta lógica del establecimiento de la ley y asunción del poder. Suspende o desactiva la dialéctica entre violencia fundadora y conservadora de la ley. 264 23 Sobre el circuito recorrido por esta obra en el mercado del arte, véase Agustín Díez Fischer, «De Frankfurt a New York: reflexiones sobre la circulación de 18. Oktober 1977», AdVersus, VII, 18 agosto, 2010, pp. 166-178. 24 Véase sobre este punto Benjamin H. D. Buchloh, «A Note on Gerhard Richter’s “October 18, 1977”, October, vol. 48 (primavera, 1989), pp. 88-109. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 249-264, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.11 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización The Law of Peoples against Globalization ASUNCIÓN HERRERA GUEVARA Universidad de Oviedo aherrera@uniovi.es RESUMEN. Durante la mayor parte de su historia, el Derecho Internacional ha estado centrado en el Estado-nación. En el momento presente no podemos pensar la política internacional sin un nivel de actuación postnacional. La globalización exige este nuevo nivel. En este artículo, me detendré especialmente en el modelo del filósofo John Rawls. La posición que defiendo es que la propuesta de Rawls es insuficiente. Mostraré cómo la oposición de Rawls al cosmopolitismo y su negativa a unir el derecho de gentes a una idea sustantiva de justicia lo imposibilitan para atender el problema prioritario internacional: la erradicación de la pobreza. ABSTRACT. For most of its history, The International Law has been State nation centred. However, Now We can not think the international policy without a post-national level. So the Globalization claims this new level. In this paper, I will show Rawls’s model. The position I defend is that the propose of Rawls is unsatisfactory. I will show how Rawls rejects the cosmopolitism and substantive idea of justice in the international law. Both refusal prevent to pay attention to priority international problem: the eradication of the poverty. Palabras clave: Derecho internacional, sociedad postnacional, cosmopolitismo, pobreza, justicia. Key words: International Law, postnational society, cosmopolitism, poverty, justice. I. ¿El derecho internacional defendido por Rawls responde a los desafíos de la denominada sociedad global? Rawls frente a las diferentes propuestas de una democracia cosmopolita 1 delimitado y soberano. Los Estados-nación fueron evolucionando hasta llegar a constituirse en Estados de derecho donde se unieron las dos grandes tradiciones políticas occidentales, la liberal y la republicana, dando lugar al fortalecimiento tanto del imperio de la ley (fortalecimiento de los derechos subjetivos modernos) como de la soberanía democrática (fortalecimiento de la república y de instituciones como el parlamento): Locke y Rousseau siempre han estado presentes en la formación de los Estados modernos 3. Con esta afirmación no quie- La estructura y la dinámica del derecho internacional están sufriendo un cambio. Una parte de los teóricos y analistas consideran factible el desmembramiento del Estado-nación y su posible pérdida de legitimidad 2. Un pueblo, tradicionalmente, asumía el destino que le venía asignado por su pertenencia a un territorio bien [Recibido: Abr. 11 / Aceptado: Ene. 12] 265 Asunción Herrera Guevara ro negar el a veces insalvable conflicto emanado de las diferencias entre las dos tradiciones políticas. A pesar de la tensión, lo cierto es que en los Estados-nación del siglo XX se encuentran tanto rasgos liberales como republicanos. Constituidos con tal mezcolanza, las relaciones internacionales, no cabe duda, tenían como sujeto a los Estados. La igualdad soberana de cada Estado no colocaba en entredicho la visión de un derecho internacional como derecho de los estados. Estaríamos, como afirma Beck, en la época de una primera modernidad en la que las relaciones, redes sociales y comunidades se entienden en un sentido territorial. El reto para Beck de la segunda modernidad que vivimos actualmente consiste en saber responder a desafíos tales como la globalización, la revolución de los géneros y los riesgos globales. El destino de cada ciudadano del mundo ya no está unido a un territorio, el destino es tan global como los riesgos que vivimos 4. Si estamos inmersos en esta vorágine de la sociedad global que al menos impone una globalización del espacio económico, este nuevo orden global afectará a las relaciones internacionales y, por ende, a la visión que tengamos de lo que debe ser el actual derecho internacional. Dos de las reflexiones más interesantes del momento se encuentran en las obras de Habermas y Rawls. No voy a ocuparme de la posición postkantiana y cosmopolita de Habermas (aunque en ocasiones necesitaré hacer referencia a alguno de sus posicionamientos) sino del llamado derecho de gentes. En 1999, con anterioridad a uno de los acontecimientos que cambiará el curso de las relaciones internacionales, me refiero, evidentemente, al 11 de septiembre, aparece el libro de Rawls El derecho de gentes (The Law of Peoples). Antes de analizar pun266 tos concretos de la teoría rawlsiana me detendré en algunas consideraciones más generales que no dejan de ser chocantes. La primera cuestión a tratar es la terminología que emplea Rawls. El pensador liberal desde que apareció su obra Teoría de la justicia, allá por los años 70, ha sido catalogado, por todos los que nos acercamos a sus escritos, como un filósofo preocupado por una ética de la justicia más que por una ética de la vida buena. Usando la terminología empleada en la filosofía moral alemana podríamos decir que se ocupa de las cuestiones morales, cuestiones ligadas a una idea de justicia o a una idea de bien «para todos», y deja como elección personal las cuestiones éticas, las cuestiones ligadas a una forma de vida o a una idea de bien «para mí o para nosotros» 5. En el Liberalismo político, obra de los años 90, la neutralidad valorativa de las sociedades liberales se articulará bajo el concepto de lo razonable. The Law of Peoples, extrañamente, comienza empleando un vocabulario extremadamente cercano a las éticas de la vida buena: decente (decent), pueblos decentes (decent peoples), pueblos jerárquicos decentes (decent hierarchical peoples), y términos pertenecientes a este mismo campo semántico son empleados por el filósofo de la teoría de la justicia (pueblos bien ordenados, Estados proscritos, absolutismos benignos). Este aspecto resulta tanto más chocante si lo revisamos a la luz de las pretensiones rawlsianas: Rawls elabora su derecho de gentes para encontrar un lugar jurídico común (lo razonable) entre las diferentes concepciones de la vida buena y formas de cultura que mantienen las dispares sociedades. ¿Por qué usar una terminología ligada a una vida no fallida (emplear el término «decente» o el de «absolutismo benigno» está unido a nuestra eticidad occidental, pongamos por caso) cuando realmente lo que se ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización pretende es buscar a través de lo justo principios y normas del derecho internacional? ¿Por qué este aparente contrasentido? El contrasentido va unido a una doble pretensión de Rawls que tal vez no sea tan sostenible como se pueda pensar a primera vista. Su primera pretensión, como afirma en las páginas iniciales, es plantear «una concepción política particular de la equidad y la justicia que se aplique a los principios y las normas del derecho internacional y su práctica» 6; la segunda pretensión es hacer compatible este derecho de gentes con el pluralismo razonable que encontramos en paralelo con la sociedad doméstica en «la diversidad entre pueblos razonables con sus diferentes culturas y tradiciones de pensamiento religioso y no religioso» 7. Al mismo tiempo, un pueblo es caracterizado con tres rasgos: uno de carácter institucional, otro cultural y, el último, apela a su naturaleza moral: «Los pueblos liberales tienen tres características básicas: un régimen razonablemente justo de democracia constitucional que sirve a sus intereses fundamentales; unos ciudadanos unidos por lo que John Stuart Mill llamaba “simpatías comunes”; y finalmente una naturaleza moral» 8. En el caso de los pueblos liberales esta naturaleza moral requiere la adhesión firme a una concepción política y moral de la justicia y la equidad. El pluralismo razonable entre los pueblos conduce a Rawls a afirmar la posibilidad de que los pueblos dentro de su sociedad doméstica difieran en su naturaleza moral (en su concepción de la justicia); a pesar de esta diferencia, Rawls sigue pensando en la posibilidad de un derecho de gentes que regule las relaciones entre los pueblos, por lo tanto, se ve en la necesidad de mantener la existencia de pueblos que aun no manteniendo, en su sociedad doméstica, la concepción de la justicia de las sociedades liberales, podrían mante- ner una concepción de la justicia, en sus relaciones con los demás pueblos, que les permitiría formar parte del derecho de gentes y, como mínimo, les otorgaría el favor de ser llamados «decentes». Rawls piensa en la posibilidad de situar a los representantes de los pueblos decentes en un mismo nivel que a los representantes de los pueblos liberales; una vez situados en el mismo nivel podrán adoptar en una posición original los ocho principios del derecho de gentes 9. Esta teoría del derecho de gentes es compatible, para Rawls, con el hecho de que muchos de esos pueblos decentes no puedan adoptar, en una posición original dentro de sus sociedades, los principios de una teoría de la justicia como equidad que impida desigualdades básicas entre sus miembros. Rawls nos está diciendo que es posible un derecho internacional, un derecho de gentes, entre pueblos con diferente naturaleza moral, incluso cuando esa diferencia conlleva el trato desigual de sus ciudadanos. Digamos que Rawls no está vislumbrando una idea de justicia liberal para las relaciones entre los pueblos capaces de construir un derecho de gentes 10. Si así fuera, uno de los ocho principios del derecho de gentes —en concreto el sexto en la lista de Rawls— subrayaría la necesidad de que los pueblos decentes respetasen no sólo unos derechos humanos generales, sino, igualmente, unos derechos humanos liberales que incluyesen derechos tales como la igualdad política entre sus ciudadanos. Antes de profundizar más en este punto, quisiera plantear una cuestión: ¿Una supuesta sociedad global es compatible con esta visión del derecho de gentes? Si como vengo afirmando es un hecho que la globalización del medio dinero se está realizando, que vivimos una segunda modernidad marcada por los ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 267 Asunción Herrera Guevara riesgos globales y que estamos asistiendo a la desmembración del Estado-nación, ¿qué papel puede cumplir una teoría centrada en el concepto de pueblo que remarca las idiosincrasias peculiares de cada uno (institucionales, culturales y morales)? ¿qué papel tiene la teoría de Rawls en una sociedad global donde por encima de los Estados y de las sociedades están los individuos? En primer lugar, Rawls con su concepción del derecho de gentes se posiciona en un terreno diferente al del globalista para quien la globalización es un proceso real y profundamente transformador que se manifiesta claramente en tres aspectos: en la transformación de los patrones tradicionales socioeconómicos, en el principio territorial que se adopta frente al Estado moderno y en la nueva forma de instrumentación del poder. En segundo lugar, su teoría tampoco se vincula a la posición escéptica que no sólo ve en la globalización un diagnóstico exagerado sino que, además, considera que asistimos, peligrosamente, a una occidentalización o legitimación, sin más, del proyecto neoliberal. Rawls no habla de globalización pero se distancia de los que siguen pensando que podemos continuar hablando de Estados en un sentido tradicional: «Otra razón por la cual uso el término “pueblos” es para distinguir mi pensamiento del pensamiento tradicional sobre los Estados, con sus poderes de soberanía, tal como aparecen en el derecho internacional positivo de los tres siglos siguientes a la guerra de los Treinta Años (1618-1648)» 11. La diferencia crucial para hablar de pueblos y no de Estados vuelve a ser de naturaleza moral: los pueblos liberales y decentes limitan sus intereses básicos como lo exige lo razonable. En este sentido, Rawls nos dice: La diferencia entre Estados y pueblos depende de la racionalidad, la preocupación 268 por el poder y los intereses básicos del Estado. Si la racionalidad excluye lo razonable, es decir, si un Estado actúa movido por sus fines y hace caso omiso del criterio de reciprocidad en sus relaciones con otras sociedades; si la preocupación de un Estado por el poder es dominante; y si sus intereses incluyen cosas tales como convertir otras sociedades a la religión del Estado, ampliar su imperio y ganar territorio, obtener prestigio y gloria dinástica, imperial o nacional, y aumentar su fuerza económica relativa, entonces la diferencia entre Estados y pueblos es enorme 12. La aplicación de la teoría de la justicia al derecho de gentes conduce a Rawls a aceptar un cambio en la configuración tradicional del derecho internacional. Una teoría de la justicia trabada sobre lo razonable no puede seguir funcionando con un concepto de Estado que prime su cálculo estratégico y sus intereses por encima de lo razonable 13. El talante moral de lo razonable conduce a Rawls a construir un derecho de gentes a través de los pueblos y no de los Estados, pero frente a los globalistas cosmopolitas sigue pensando en términos de una colectividad. El pueblo es un colectivo, él es el que marca las pautas de las relaciones internacionales. El desmembramiento del Estado no parece que haya conducido, según Rawls, al fortalecimiento de una sociedad civil global, una ciudadanía global, cuya base común motivacional sea compartir riesgos y responsabilidades. Rawls tendría dos razones fundamentales para negar el papel de esta nueva ciudadanía; la primera de ellas ya la he mencionado, el papel crucial que juega el pluralismo de las diferentes cosmovisiones de los pueblos, la segunda razón es fundamentalmente metodológica, Rawls intencionadamente se distancia de la perspectiva cosmopolita. En el capítulo 11 se desmarca de quienes pretenden una concepción política y moral de la justicia ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización cosmopolita liberal. Y unas páginas más adelante nos dice: Estas observaciones ilustran el contraste entre el derecho de gentes y una perspectiva cosmopolita. La preocupación última de una perspectiva cosmopolita es el bienestar de los individuos y no la justicia de las sociedades [...] (La perspectiva cosmopolita) se preocupa por el bienestar de los individuos y por si el bienestar de la persona en peor condición en el ámbito global puede mejorar. Para el derecho de gentes lo importante es la justicia y la estabilidad, por las razones correctas, de las sociedades liberales y decentes que viven como miembros de una sociedad de los pueblos bien ordenados 14. Concretamente se está distanciando de posicionamientos como los de Brian Barry, Charles Beitz y Thomas Pogge; todos ellos discutieron y ampliaron la teoría de la justicia de Rawls a un orden global o cosmopolita antes de la aparición de El derecho de gentes en 1999. Evidentemente, todos han discutido posteriormente la postura de Rawls, Thomas Pogge en un trabajo de 2006 se pregunta por la idoneidad de las dos teorías de la justicia, una expuesta en los años 70 y la otra en los 90, muestra claramente las diferencias entre las dos concepciones de la justicia y cuestiona su presentación conjunta como si una fuese la extensión de la otra 15. A Pogge, ciertamente, lo que más le preocupa es una de las consecuencias que se derivan de la visión no cosmopolita del derecho de gentes: su no cosmopolitismo y su no preocupación por el bienestar de los individuos, llevará a Rawls a afirmar que cada sociedad es dueña de su propio destino, es decir, las causas de la pobreza extrema y de las privaciones humanas son domésticas, se encuentran dentro de las sociedades en las que se dan. La crítica más contundente y severa, que acertadamente se le puede hacer al proyecto rawlsiano, viene de la mano de los análisis cosmopolitas. ¿Acaso Rawls puede negar los fenómenos de globalización económica? ¿Puede negar el mercado global, con el nuevo flujo de capitales y redes de información? ¿Puede negar la integración financiera, es decir, que una crisis como la del sudeste asiático en 1997-98 provocó ramificaciones globales? Y, lo más evidente, la imposibilidad de negar que una economía de tales características (independientemente de si esta economía es éticamente defendible y de si se lleva a cabo sin contar con la mayor parte del mundo) afecta a los pueblos más empobrecidos y, por ende, a sus ciudadanos. Rawls en ningún momento de su The Law of Peoples niega la globalización económica, pero construye un derecho de gentes como si esta no tuviera unas ramificaciones y consecuencias importantes a la hora de pensar en un orden justo internacional. Incluso aunque nos distanciásemos totalmente de la visión cosmopolita y no nos preocupase el bienestar de los individuos en cualquier parte del planeta, la economía global nos obligaría a plantearnos el bienestar de los pueblos de una manera integradora y no de una manera doméstica. Afirmar que un pueblo es pobre por causas domésticas es una afirmación correcta aplicable a numerosas sociedades. Pero no es menos cierto que en otras muchas culturas la raíz de su pobreza no está exclusiva ni concluyentemente en su espacio doméstico. Por otro lado, erradicar la pobreza extrema no es un acto de caridad, no es un mero deber de asistencia. Como dice Pogge es un gasto moral («a morally acceptable speed») por las injusticias cometidas en el pasado y que seguimos cometiendo 16. Rawls explica claramente su posición en el capítulo 16: se separa del principio igualitario de Pogge y de dos principios de Beitz, el principio de redistribución de recursos y el principio de distribución global 17. Los argumentos que da para negar estos principios son ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 269 Asunción Herrera Guevara débiles. Niega el primero con una afirmación: el elemento determinante de un país es su cultura política y no sus recursos; pero ¿qué ha ocurrido y sigue ocurriendo con países de grandes recursos a los que se expolia?, ¿cuánto menos no se les dificulta de manera extrema la posibilidad de alcanzar una «buena y justa» cultura política? ¿Y qué hacer con las injusticias del pasado, las olvidamos sin más, olvidamos que el mundo ha estado claramente dividido entre conquistadores y conquistados? 18 ¿Qué hacemos con las injusticias actuales tales como la «Bioprospección», un «proyecto vampiro» que intenta apropiarse de los recursos genéticos de los países del hemisferio sur con el fin exclusivamente lucrativo de beneficiarse de las patentes génicas? O tratamos a la humanidad como un todo, y pensamos que existe algo así como el patrimonio de la humanidad del que las empresas, Estados o multinacionales no pueden lucrarse, o no habrá ningún interés moral auténtico en erradicar la pobreza y en dejar de expoliar a pueblos con recursos (aunque hoy en día, en ocasiones, sean recursos génicos). En una línea de la tradición republicana se ha trabajado con el fin de redistribuir la riqueza entre los considerados ciudadanos (el tema de la Renta Básica), si aceptamos hablar de ciudadanía global estos proyectos podrían ampliarse hasta alcanzar un nivel político más alto 19. En cuanto al segundo principio, el principio de distribución global, Rawls lo rechaza ejemplificándolo en dos casos: A) En un primer caso dos países se encuentran en el mismo nivel de riqueza y tienen una población de idéntico tamaño. El primero decide industrializarse e incrementar su tasa de ahorro real, el segundo no lo hace. ¿Sería justo cobrar un impuesto al país industrializado para ayudar al otro país? B) «La situación es igual a la del caso 1 salvo en materia de 270 población. Al principio, la tasa de crecimiento demográfico en ambas sociedades es más bien alta». Ahora bien, una sociedad decide dar prioridad a la estrategia de ofrecer justicia por igual a las mujeres consiguiendo una tasa negativa de crecimiento demográfico y mayor riqueza. La otra debido a cuestiones religiosas, que las mujeres aceptan, no consigue disminuir su tasa de crecimiento ni aumentar su riqueza. ¿Se debería exigir impuestos a la primera sociedad en beneficio de la segunda? La respuesta para Rawls, en ambos casos, es claramente negativa. En estas situaciones Rawls obvia varias cuestiones importantes: 1. En el primer caso ya está tomando como punto de partida dos países con el mismo nivel de riqueza, fenómeno que no suele darse en la sociedad global; en el segundo caso, está dando por hecho que las mujeres en sociedades donde lo religioso interfiere en el libre control de la natalidad estarían de acuerdo con asumir una ley que violaría uno de sus derechos subjetivos modernos. ¿Por qué esta asunción? Evidentemente, Rawls para afirmar una hipótesis de tal naturaleza no está teniendo en cuenta la idea de libertad como no dominación, ni la clásica dialéctica amo-esclavo. Es como si estuviera afirmando que todos los dominados si no tienen conciencia de su dominación no están siendo dominados. Ni que decir tiene los atropellos cometidos, hacia las mujeres, que una afirmación de este tipo trae consigo. El miedo de Rawls, como dice Allen Buchanan, a la acusación de promover unos derechos humanos parroquianos le lleva a reducir drásticamente la lista de los derechos 20. Rawls distingue claramente entre los derechos que los ciudadanos tienen en un razonable régimen constitucional democrático y los derechos humanos internacionales. Con esta limitación se aceptan dos tipos de ciudadanos con diferente ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización categoría, volvemos a ver el freno a la visión cosmopolita. 2. Por otro lado, aunque los casos A y B expuestos se dieran, con su negativa, Rawls está no sólo rechazando una idea de solidaridad fuertemente arraigada en nuestra dialéctica de la ilustración, sino que niega la posibilidad de un proyecto como el de la Renta Básica. Para tal proyecto, toda persona o país, independientemente de su origen, nacimiento o riqueza, tiene derecho por formar parte de un pueblo o de la sociedad global a una renta básica que le permita cubrir sus necesidades básicas. A partir de este punto las diferencias son admisibles. Por último, quisiera hacer hincapié en otra consecuencia a la que nos lleva el rechazo de Rawls al cosmopolitismo, rechazo justificado por su idea de tolerancia liberal. Su concepción sobre la tolerancia le impide pensar en la posibilidad de una constitución política para una sociedad mundial pluralista. No vislumbra la manera de alcanzar la globalización del espacio del poder político sin ser intolerantes con las otras culturas políticas. Pero, ¿realmente no se está dando algún tipo de cambio en la arena política? Si cada vez más pensamos, hablamos y actuamos en términos de políticas globales energéticas, medioambientales, financieras, económicas y en riesgos globales es necesario ver cómo aparece un nuevo escenario para la política internacional. Cosmopolitas como Jürgen Habermas proponen una Constitución política de la descentralizada sociedad mundial, como un sistema de varios niveles al que falta en conjunto el carácter estatal. Deberíamos incentivar la formación de un sistema de diferentes niveles que haría posible, aun en ausencia de un gobierno mundial, una política interna mundial 21. Habermas diferencia tres arenas y tres clases de actores colectivos: a) arena supranacional, cuyo actor pri- mordial lo constituiría las Naciones Unidas, y cuyos objetivos fundamentales serían salvaguardar la paz y los derechos humanos en un sentido amplio, y no restringido como propone Rawls, b) arena transnacional con «jugadores globales» (la Unión europea sería uno de los candidatos para el papel de actor global), que deberían ocuparse de regular y configurar problemas genuinamente políticos en donde los Estados entran en conflicto de intereses, c) arena nacional con los estados nacionales como actores protagonistas. Ahora bien, como dice el propio Habermas: La creciente interdependencia de la economía global y los riesgos transfonterizos de la sociedad mundial sobrepasan el ámbito territorial de sus espacios de acción y sobrecargan sus enlaces de legitimación [...] Por eso, los Estados individuales se ven obligados en todos los continentes a formar alianzas regionales o, en cualquier caso, a establecer formas de cooperación más estrechas, tales como la Cooperación Económica del AsiaPacífico (APEC), la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), etc. 22 Estos cambios, que se pueden denominar globalización del poder político, no son incompatibles con el pluralismo razonable de cosmovisiones que presentan los diferentes pueblos. Más aún, esta tendencia a cambiar el escenario y el tratamiento de la política respetaría y toleraría las diferentes culturas y tradiciones, puesto que entre otras razones ha de ir acompañada de la globalización del tercer espacio del que habla Habermas, el entendimiento, que consigue la formación de consenso a través de la comunicación lingüística, los valores y las normas. La sociedad civil cumple el papel de alcanzar esta formación de consenso. No se trata de ser intolerantes con las diferentes cosmovisiones y culturas de los pueblos diferentes a los occidentales, no se trata de uniformizar a todas las cul- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 271 Asunción Herrera Guevara turas bajo el proyecto neoliberal economicista, todo lo contrario, el consenso va unido a la deliberación, al diálogo entre las diferentes culturas con el objetivo de convencer sobre la necesidad de una justicia global, que por la propia dinámica de la modernidad no puede ser comprendida sin un individualismo moral y político. ¿Qué significa una justicia global enmarcada en el individualismo moral y político? Desde una ética materialista significa que no se puede dar justicia sin erradicar el sufrimiento. Como ya viera uno de los personajes de Dostoievski en Los hermanos Karamázov no sólo se da el sufrimiento físico que se deriva de las privaciones materiales. Yo mencionaré, al menos, dos tipos de sufrimiento. Uno, el que se deriva de las privaciones sociales y materiales, el otro, se deriva de las privaciones de ciertos derechos políticos tales como la igualdad. Si queremos justicia global en un sentido cosmopolita, el objetivo prioritario sería la eliminación del sufrimiento para todos los individuos de la nueva ciudadanía global —y este fin va unido, sine qua non, a la expansión de derechos sociales, materiales y políticos. El activismo y el fortalecimiento de una posible sociedad civil global, preocupada por la violación de los derechos humanos cuyas causas son económicas o materiales, se expone de una manera más certera en el pensamiento de Ulrich Beck que en el del pensador frankfurtiano. Beck se muestra preocupado por cómo puede la sociedad global, secular y del riesgo alentar al mismo tiempo un sentimiento de pertenencia, confianza y cohesión con el fin de mostrar solidaridad global 23. Estos sentimientos son absolutamente necesarios para que el proyecto de globalizar la política y el entendimiento —lo que Beck denomina la democratización cultural y libertad política— puedan conducir a un mundo más 272 justo. Son necesarios «modelos de comunidades de riesgo posnacionales» tales como los tratados ecológicos regionales, organizaciones no gubernamentales o movimientos globales, como las redes ecológicas o feministas. Beck incluso ve que estos modelos podrían formar un «partido mundial» totalmente diferente a la actual clase global de gestores. Este partido conectaría con las nuevas sensibilidades de una ciudadanía global que empieza a despuntar. La globalización, para Beck, no sólo se lleva a término desde arriba, mediante tratados e instituciones internacionales, sino también desde abajo, a través de actores transnacionales que operan al margen del sistema parlamentario y que desafían las organizaciones políticas. Esta globalización desde abajo muestra el surgimiento de una ciudadanía global con nuevas sensibilidades y responsabilidades. Las amenazas globales no sólo vienen de la mano de las armas de destrucción masiva, otros focos de riesgos globales los encontramos en la destrucción ecológica y en la pobreza extrema. En la conclusión del derecho de gentes, Rawls muestra dos límites para la «reconciliación», es decir, para alcanzar una sociedad de los pueblos razonablemente justa. El primero adopta diferentes formas de fundamentalismo, el segundo se deriva de la imposibilidad del liberalismo político de garantizar el «bienestar espiritual». Rawls vuelve a olvidar una razón crucial que impide la reconciliación, el liberalismo político cuando se ha unido al económico ha sido incapaz de garantizar un mínimo de «bienestar material» a todos los seres humanos. La pobreza es un gran límite para la verdadera reconciliación. La conocida sentencia de Kant que Rawls cita: «Si la justicia perece, entonces no vale la pena para los hombres vivir sobre la tierra» podría ser reformulada a la manera de las filo- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización sofías atribuladas 24: «Si el sufrimiento perece, entonces vale la pena para los hombres vivir sobre la tierra». Justicia y erradicación del sufrimiento construyen el binomio capaz de enfrentarse a los riesgos globales que nos salen directamente a nuestro encuentro. II. El dilema de Rawls ante lo racional y lo razonable: consecuencias del mero valor epistémico de lo razonable en su concepto de justicia internacional Hasta ahora he intentado mostrar cómo el proyecto rawlsiano de un derecho de gentes es incapaz de desenvolverse en el emergente orden global, no tiene en cuenta las necesidades y las sensibilidades de la nueva ciudadanía global, no afronta la cuestión central de los riesgos globales y no tiene como objetivo prioritario la eliminación del sufrimiento y el consiguiente fomento del bienestar individual. Esta imposibilidad de mirar hacia la globalización y hacia los derechos sociales y políticos de los individuos proviene fundamentalmente de su distanciamiento de cualquier proyecto cosmopolita. El planteamiento de Rawls llega a ser realista y pragmático: un real y pragmático derecho internacional sólo puede aspirar a la justicia y estabilidad de las sociedades liberales y decentes con el objetivo último de evitar la guerra. Esto se consigue con la asunción de los ocho principios, uno de los cuales exige el respeto de los pueblos a unos derechos humanos que, como el mismo Rawls dice, son una clase especial de derechos urgentes y, por supuesto, no se hacen coextensivos ni con los derechos constitucionales ni con los derechos de la ciudadanía democrática. Todo lo demás, es decir, la preocupación por la redistribución de la riqueza a fin de paliar las injusticias con ciertos pueblos, la pretensión de que todos los individuos sean ciudadanos globales a fin de adquirir ciertos derechos aun estando en tierra de nadie (piénsese en el problema de los refugiados) o, en definitiva, la preocupación por la erradicación de la pobreza y del sufrimiento, todo esto, es algo que supera los límites del derecho de gentes. En todo caso, Rawls podría esperar, pragmáticamente, que los pueblos bien ordenados y decentes adquiriesen ciertas prácticas sociales en pro de determinada justicia social. Ahora bien, esa concepción de la justicia social no está dada, como un presupuesto, en el derecho de gentes. Aún así, podríamos preguntarnos por las razones más metodológicas y heurísticas que conducen a Rawls a no comprometerse, en el caso internacional, con una idea previa y sustantiva de justicia. The Law of Peoples nos presenta a un Rawls menos sustantivista que el que se presenta en la Teoría de la justicia aplicada al caso doméstico. En este último caso, las partes en la posición original adoptan un criterio público de justicia social; en el caso internacional, las partes son requeridas para que aprueben directamente unas reglas internacionales (los ocho principios). Las partes guiadas por la razonabilidad, en el caso doméstico, se comprometen con una idea sustantiva de justicia; hasta tal punto que toda teoría que no acepta esta idea de justicia es rechazada por irrazonable. Lo razonable en este caso tiene un fuerte sesgo sustantivo: la idea de un consenso entrecruzado de doctrinas generales razonables se vincula a la aceptación, de todas las partes, de una concepción sustantiva de justicia. Por el contrario, lo razonable en el derecho de gentes no requiere que las partes se adhieran a una concepción sustantiva de la justicia, sólo exige el criterio de reciprocidad: La condición razonable y racional de un pueblo se expresa, por consiguiente, en su disponibilidad para ofrecer justos términos de ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 273 Asunción Herrera Guevara cooperación social y política a otros pueblos [...] Así el criterio de reciprocidad se aplica al derecho de gentes en la misma forma que los principios de justicia para un régimen constitucional 25. Lo razonable en el derecho de gentes tendría un valor epistémico pero no sustantivo. En este caso, lo razonable ofrecería unas mayores garantías de la justicia de los resultados ante los conflictos internacionales. Desde mi punto de vista, una de las limitaciones del derecho de gentes se deriva de otorgar meramente un valor epistémico y no sustantivo a lo razonable. La sustantividad de lo razonable en el caso doméstico —el que fuese unido a una concepción sustantiva de justicia— permitía a la teoría de la justicia, por un lado, tener en cuenta las «cargas de la prueba» de los individuos —no todos parten de una situación igual—, por otro, posibilitaba el percatarse de que la neutralidad de lo razonable frente a las formas de vida no implicaba neutralidad de las consecuencias que las normas y disposiciones ejercen sobre los diferentes individuos. En el ámbito internacional estas dos percepciones desaparecen. En primer lugar, los pueblos son requeridos para que aprueben unas reglas internacionales sin tener en cuenta que algunos parten con desventaja, tienen cargas que Rawls no parece tener en cuenta 26. En segundo lugar, el derecho de gentes se mostraría insensible a las consecuencias que las reglas ejercen sobre diferentes pueblos con cargas tan diferentes. Como mostré en el primer apartado del artículo la teoría de Rawls no afronta los riesgos globales, a los que está sometida una ciudadanía cuanto menos «glocal», al mostrarse insensible al sufrimiento individualizado. En este segundo apartado he querido subrayar una de las razones de esta insuficiencia de El derecho de gentes, a saber, la ausencia de sustantividad en el 274 concepto de justicia que debe manejar el orden internacional. Lo razonable, en este ámbito, no exige para Rawls tal grado de compromiso con lo sustantivo. La carencia sustantiva se puede deber fundamentalmente a la visión internacionalista de Rawls: en este espacio él no opera con individuos sino con colectivos, con pueblos. ¿Estamos de nuevo ante un caso en el que volvería a ejemplificarse la vieja disputa entre la versión cosmopolita e individualista de Kant de una filosofía moral y derecho internacional frente a la versión contextualista y colectivista de Hegel? La respuesta, de diferentes maneras, ya está dada. En la actualidad, al replantearse el tema del derecho internacional, las viejas posiciones en sus diferentes versiones vuelven a aparecer en el escenario político. BIBLIOGRAFÍA Beck, U. (2006): La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI. Buchanan, A. (2006): «Taking the Human out of Human Rights», en R. Martin y D. A. Reidy (eds.), Rawls’s Law of peoples, Blackwell Publishing. Conrad, J. (2005): El corazón de las tinieblas, Madrid, Cátedra. Diamond, J. (2007): Colapso, Barcelona, Random House Mondadori. Dostoyevski, F. M. (1961): Los hermanos Karamásovi, Madrid, Aguilar. Fraser, N. (2008): Escalas de justicia, Barcelona, Herder. Habermas, J. (2006): El occidente escindido, Madrid, Trotta. Habermas, J. (2004): Tiempo de transiciones, Madrid, Trotta. Habermas, J. (1999): La inclusión del otro, Barcelona, Paidós. Held, D. y McGrew, A. (2003): Globalización/Antiglobalización, Barcelona, Paidós. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización Herrera Guevara, A. (2005): La historia perdida de Kierkegaard y Adorno, Madrid, Biblioteca Nueva. Lafont, C. (2008): «Alternative Visions of a New Global Order: What should Cosmopolitans hope for?», Ethics & Global Politics, 1/1-2. Pogge, T. (2007): «Severe poverty as a Human Rights violation» en T. Pogge (ed.) Freedom from poverty as a Human Right, Oxford, Oxford University Press. Pogge, T. (2006): «Do Rawls’s Two Theories of Justice Fit Together?» en R. Martin y D. A. Reidy (eds.), Rawls’s Law of Peoples. A realistic utopia?, Blackwell Publishing. Raventós, D. (coord.) (2001): La renta Básica, Barcelona, Ariel. Rawls, J. (2001): El derecho de gentes, Barcelona, Paidós. Rawls, J. (1996): El liberalismo político, Barcelona, Crítica. Rawls, J. (1979): Teoría de la justicia, México, FCE. Van Parijs, P. (1996): Libertad real para todos, Barcelona, Paidós. NOTAS 1 En esta revisión crítica de El derecho de gentes de John Rawls remarcaré su distanciamiento de posiciones cosmopolitas. No abordaré el debate con un trabajo relevante de los últimos años, la obra de Nancy Fraser Escalas de justicia (Barcelona, Herder, 2008). El texto de Fraser asume una perspectiva diferente a la formulada por cosmopolitas, internacionalistas y nacionalistas liberales. Su peculiar propuesta me alejaría de los objetivos del presente trabajo. 2 El suministro de bienes y servicios es la fuente de legitimidad del Estado. Los gobiernos cada vez parecen encontrar más dificultades para prestar bienes y servicios a sus ciudadanos sin contar con otros Estados o con otras instituciones políticas o económicas. Ante este y otros desafíos adoptaré una posición cercana a los «transformadores globales» como el mismo David Held se define. Aun asumiendo gran parte de este posicionamiento no se puede obviar el debate sobre el «desmembramiento» o fortalecimiento del Estado-nación entre neoliberales, internacionalistas liberales, reformadores institucionales, transformadores globales, proteccionistas y radicales. Para esta discusión y clasificación véase Held, D. y McGrew, A., Globalización/Antiglobalización, Barcelona, Paidós, 2003. 3 En numerosos textos de Habermas esta doble tradición es presentada como co-originaria y entroncaría con la distinción entre autonomía privada (imperio de la ley) y pública (soberanía popular): «Los ciudadanos del Estado sólo podrán hacer un uso “apropiado” de la autonomía pública que les garantizan los derechos políticos si privadamente son lo suficientemente independientes y están en condiciones de organizar y garantizar su forma de vida privada con el mismo grado de autonomía. Ahora bien, para que los ciudadanos de la sociedad puedan disfrutar en la misma medida de su autonomía privada igualitaria [...] es necesario que, como ciudadanos del Estado, hagan un uso apropiado de su autonomía política» (Habermas, J., Tiempo de transiciones, Madrid, Trotta, 2004, p. 143). En definitiva, para Habermas, autonomía privada y pública se presuponen mutuamente, se exigen la una a la otra. 4 Anticipo la definición de riesgo dada por Beck: «Riesgo es el enfoque moderno de la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana, las diversas consecuencias no deseadas de la modernización radicalizada» (Beck, U., La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI, 2006, p. 5). 5 Para estas distinciones y terminología véase Habermas, J., La inclusión del otro, Barcelona, Paidós, 1999. 6 Rawls, J., El derecho de gentes, Barcelona, Paidós, 2001, p. 13. 7 Rawls, J., op. cit., p. 23. 8 Rawls, J., op. cit., p. 35. 9 Los ocho principios son los siguientes: 1. Los pueblos son libres e independientes, y su libertad e independencia son respetadas por otros pueblos; 2. Los pueblos deben cumplir los tratados y los convenios; 3. Los pueblos son iguales y deben ser partes en los acuerdos que los vinculan; 4. Los pueblos tienen un deber de no intervención; 5. Los pueblos tienen el derecho de autodefensa pero no el derecho de declarar la guerra por razones distintas a la autodefensa; 6. Los pueblos deben respetar los derechos humanos; 7. Los pueblos deben observar ciertas limitaciones específicas en la conducción de la guerra; 8. Los pueblos tienen el deber de asistir a otros pueblos que viven bajo condiciones desfavorables que les impiden tener un régimen político y social justo o decente (Rawls, J., op. cit., p. 50). 10 Se ve clara esta postura de Rawls cuando habla de los niveles de aplicación del argumento de la posición original: «El derecho de gentes sólo emplea el argumento sobre la posición original en tres ocasiones: dos veces en las sociedades liberales (una en el nivel ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 275 Asunción Herrera Guevara doméstico y otra en el derecho de gentes) y una vez, en el segundo nivel, en las sociedades jerárquicas decentes» (Rawls, J., op. cit. p. 84). De este modo, las sociedades liberales tratan no sólo a los pueblos o a sus representantes como iguales sino también a sus ciudadanos o representantes; las sociedades jerárquicas decentes sólo tratan a los pueblos o a sus representantes como iguales. 11 Rawls, J., op. cit., p. 37. 12 Rawls, J., op. cit., pp. 39-40. 13 Una caracterización de lo razonable frente a lo racional, ya presente en las obras anteriores de Rawls, podría ser la siguiente: la racionalidad capacita a las personas para conocer con precisión sus propios intereses, percibir las consecuencias de una práctica y adherirse a un curso de acción después de decidirlo. La razonabilidad va unida a un deseo de imparcialidad, en el sentido de que expresa el reconocimiento de los reclamos de los demás como merecedores de igual consideración que los propios. 14 Rawls, J., op. cit., pp. 138-139. El paréntesis es mío. 15 En palabras de Pogge: «In the international case, the thought experiment of the original position is deployed rather differently. Four divergences spring to mind. The rational deliberators are conceived as representing peoples rather than persons, and the international original position is thus said to model the freedom and equality of peoples. Representation is granted selectively [...] The veil of ignorance is thinner, allowing the parties to know whether they are representing a liberal or a decent people [...] And the task assigned to the parties in the international original position is, importantly, disanalogous; they are not, as one might have expected, charged with agreeing on a public criterion for the assessment, design, and reform of the global institutional order, but charged with agreeing on a set of rules of good conduct that cooperating peoples should (expect one another to) obey» [Pogge, T., «Do Rawls’s Two Theories of Justice Fit Together?, en Martin, R., y Reidy, D. A. (eds.), Rawls’s Law of Peoples. A realistic utopia?, Blackwell Publishing, 2006, pp. 206-207]. 16 Véase Pogge, T., «Severe poverty as a Human Rights violation», en Pogge, T. (ed.) Freedom from poverty as a Human Rigth, Oxford, Oxford University Press, 2007, pp. 11-53. 17 Rawls los explica en el texto someramente. El principio de redistribución de recursos está pensando en sociedades autárquicas, cada una de las cuales tiene de forma natural más o menos recursos, por lo tanto, es preciso que las que tienen más recursos redistribuyan estos entre los países pobres. En el principio de distribución global ya se da intercambio comercial entre los países, por lo tanto es necesario un sistema tributario para redistribuir los beneficios derivados del diferencial de recursos entre los pueblos pobres. 18 No podemos cometer la perversión de Marlow, el protagonista de El corazón de las tinieblas, cuando 276 hace la distinción entre el conquistador y el colonizador. El primero avasalla y domina, sería el caso del imperio romano, el segundo cultiva y emancipa a los bárbaros, sería el caso de los belgas en el Congo. La colonización, se llame como se llame, fue dominio y, en gran parte de los casos, genocidio de lo diferente. Otra forma perversa de borrar los genocidios que se cometieron con muchas culturas en la colonización está presente en trabajos de sociobiología como los de Jared Diamond. En su obra Colapso mantiene la hipótesis de que las grandes civilizaciones se colapsan por sí mismas, tienen dentro de sí gérmenes autodestructivos, no necesitan ser colonizadas para ser destruidas. Un ejemplo que analiza es la civilización maya: «En relación con el marco de cinco elementos con el que tratamos de explicar el ocaso de las sociedades, los mayas ilustran la interacción de cuatro de ellos. Sí deterioraron su entorno, especialmente con la deforestación y la erosión. Los cambios climáticos (las sequías) sí contribuyeron al ocaso maya, y probablemente de forma reiterada. La hostilidad entre los propios mayas sí desempeñó un papel importante. Y, por último, también intervinieron los factores político-culturales, particularmente la competencia entre reyes y nobles que desembocó en un énfasis crónico en la guerra y en la erección de monumentos antes que en la resolución de los problemas subyacentes. El elemento que falta de los incluidos en nuestra lista de cinco puntos, el comercio o el cese del comercio con sociedades externas amistosas, no parece haber sido esencial en el sostenimiento de los mayas ni en el desencadenamiento de su caída» (Diamond, J., Colapso, Barcelona, Random House Mondadori, 2007, p. 216). Ni una sola mención a la conquista. 19 Véase entre otros los trabajos de Van Parijs, P., Libertad real para todos, Barcelona, Paidós, 1996, y Raventós, D. (coord.), La renta Básica, Barcelona, Ariel, 2001. 20 Allen Buchanan nos dice: «One of the most valuable features of The Law of Peoples is the unflinching acknowledgment of the need to develop a conception of human rights that is not vulnerable to the objection that human rights are parochial [...] For Rawls parochialism is a grievous deficiency from a liberal perspective because is signals a failure to honor what he takes to be the liberal commitment to tolerance» [Buchanan, A., «Taking the Human out of Human Rights», en Martin, R., y Reidy, D. A. (eds.), op. cit., p. 150]. 21 Mencionar el proyecto cosmopolita de Habermas no significa que su visión carezca de problemas y resuelva las cuestiones vitales de la justicia social a nivel internacional. Nada de eso. Para una excelente crítica de las carencias habermasianas véase Cristina Lafont (2008). La autora analiza con detenimiento el modelo de Habermas y muestra cómo en él se encuentra una interpretación minimalista de la protección de los derechos humanos que la comunidad internacional debe llevar a cabo. Esta interpretación minimalista se ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 El derecho de gentes frente a la globalización derivaría, entre otros factores, de la problemática distinción entre deudas (deberes) negativas y positivas: «The suggestion is that negative duties require only self-restraint. The agent is required merely to refrain from doing something, and is not forced to act positively in some way or another. For this reason, negative duties can be sufficiently specific and universal in scope, so the argument goes, whereas positive duties are intrinsically vague as regards the question of who is supposed to do what [...] For this reason, it would be much harder to achieve consensus on such duties (positive) among groups with different ethical-political conceptions. Consequently, ascribing «positive» duties to the international community would call into question the legitimacy of the decisions of the world organization» (Lafont, C., «Alternative Visions of a New Global Order: What should Cosmopolitans hope for?», en Ethics & Global Politics, 1/1-2, pp. 1-20). El modelo cosmopolita de Habermas por estas y otras razones, explicadas exhaustivamente por la autora, fracasa a la hora de proyectar una comunidad internacional capaz de actuar cuando se violan los derechos humanos por causas económicas y de justicia social. En Habermas estaría presente una interpretación minimalista de los derechos humanos: el orden internacional actúa en caso de guerras, genocidios o crímenes contra la humanidad; si hay violaciones debido a cuestiones de justicia social, hoy por hoy, el orden internacional parece no poder resolver el problema. 22 Habermas, J., El occidente escindido, Madrid, Trotta, 2006, pp. 328-329. 23 Véase Beck, U., op. cit., pp. 17 y ss. 24 Véase Herrera Guevara, A., La historia perdida de Kierkegaard y Adorno, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005. 25 Rawls, J., op. cit., 48. 26 La única forma con la que intentaría paliar esta situación de desventaja parece ser con el principio ocho, es decir, con el deber de asistencia. Como ya he mostrado con anterioridad este principio se queda escaso a la hora de resolver los problemas de justicia social entre los pueblos. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 265-277, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.12 277 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones 1 Political Liberalism and reciprocity: Epistemic justification of beliefs versus moral justification of actions MARIANO GARRETA LECLERCQ Universidad de Buenos Aires - CONICET - CIF RESUMEN. Mi meta en este trabajo es proponer un nuevo tipo de argumento en defensa del ideal deliberativo de reciprocidad de justificación —que fue inicialmente introducido por el liberalismo político de John Rawls—. Dicho argumento aspira a demostrar que, aun cuando aceptemos la hipótesis de que un grupo de ciudadanos dispone de una justificación pública apropiada para creer que determinada doctrina comprehensiva es verdadera o correcta, existen razones morales fundamentales para rechazar la pretensión de que el estado pueda estar justificado para actuar sobre la base de esas creencias cuando las esencias constitucionales o cuestiones de justicia básica se encuentran en juego. ABSTRACT. My aim in this article is to propose a novel argument in support of the deliberative ideal of reciprocity in justification —which was initially introduced by John Rawls’s political liberalism—. This argument attempts to demonstrate that although we accept the hypothesis that a group of citizens has an appropriate public justification to believe that certain comprehensive doctrine is true or right, there are fundamental moral reasons to reject the claim that the State can be justified to act on the basis of those beliefs when constitutional essentials or matters of basic justice are at stake. Palabras clave: democracia deliberativa, justificación epistémica, justificación de acciones, John Rawls, escepticismo. Key words: deliberative democracy, epistemic justification, justification of actions, John Rawls, skepticism. Introducción justificación. Dicho ideal exige que las propuestas políticas, al menos cuando afectan a cuestiones de justicia básica o las esencias constitucionales, 3 deben satisfacer un estándar de justificación singularmente exigente. Según el filósofo: En sus últimos trabajos John Rawls subrayó la afinidad entre el liberalismo político y la idea de una democracia deliberativa. 2 Uno de los rasgos fundamentales de la concepción política de la democracia deliberativa suscrita por Rawls está dado por el papel fundamental que juega en ella el ideal de reciprocidad de [Recibido: Jul. 11 / Aceptado: Ene. 12] Cuando ciertos términos de cooperación equitativa son propuestos como los más razonables, aquellos que los proponen deben pensar que es por lo menos razonable para los 279 Mariano Garreta Leclercq otros aceptarlos como ciudadanos libres e iguales y no como dominados o manipulados o bajo la presión causada por una posición política o social inferior (Rawls, 1999a, 14). 4 Al adoptar el punto de vista de la reciprocidad cada agente debe abstenerse de apelar a lo que considera, quizá acertadamente, la solución correcta o la mejor alternativa, para dar prioridad al desarrollo de propuestas que puedan ser justificadas frente a sus interlocutores aun cuando éstos suscriban creencias más amplias, de orden religioso, moral o filosófico, que resulten incompatibles con las suyas. 5 De modo que la reciprocidad parece requerir una suerte de abstinencia epistémica: en la deliberación política cada ciudadano debe apelar a creencias y formas de razonar que pueda esperar que sus interlocutores puedan aceptar libremente y, asimismo, abstenerse de recurrir, como bases exclusivas 6 de justificación de sus propuestas, a creencias comprehensivas cuya verdad considera firmemente justificada y formas de razonar que considera correctas, pero que resultarían inaceptables para dichos interlocutores. Desde la perspectiva rawlsiana el modo de cumplir con las demandas del ideal de reciprocidad consistiría en convertir la elaboración de «concepciones políticas de la justicia» (en adelante, CPJ) en el centro de los procesos de justificación pública sobre los que deberían apoyarse las acciones fundamentales del estado. 7 Las CPJ son concepciones morales, pero no tienen un carácter general ni comprehensivo, no son presentadas como la aplicación de una doctrina más amplia al problema de la justicia social, sino que aspiran a constituir un punto de vista independiente (freestanding). Aunque los ciudadanos tengan la expectativa de que las CPJ puedan ser derivadas, recibir apoyo o relacionarse de alguna forma con sus doctrinas comprehensivas 280 razonables, no son presentadas como presuponiéndolas, ni como hallándose en una relación de dependencia de ellas. 8 Por el contrario, el contenido de las CPJ debe ser expresado exclusivamente en términos de «ciertas ideas fundamentales vistas como implícitas en la cultura política pública de una sociedad democrática» (Rawls, 1993, 13). Ahora bien, tanto el ideal de reciprocidad como el modelo de deliberación pública que derivaría de él pueden parecer, bajo cierta interpretación, paradójicos y contraintuitivos. Desde la perspectiva de los ciudadanos, elaborar sus posiciones recurriendo a razones que puedan resultar aceptables para sus interlocutores implicará, en muchos casos, sustituir sus propuestas originales por alternativas que consideran inferiores tanto desde una perspectiva epistémica como moral. ¿Por qué razón debería un ciudadano restringirse a proponer aquellas políticas que puede justificar a una CPJ en lugar de aquéllas que puede derivar directa y exclusivamente de su doctrina comprehensiva? Si se admite que puede estar justificado en creer en la verdad o corrección de la doctrina comprehensiva que suscribe, ¿por qué razón debería cuestionarse la aptitud de dicha doctrina para justificar, por sí sola, propuestas políticas? Podría responderse simplemente que nadie puede tener un auténtico conocimiento, ni siquiera falible, acerca de los asuntos que abordan las doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas o morales. Nunca está justificado afirmar, con un grado significativo de seguridad, que una posición de esta clase es verdadera o correcta y, probablemente, ni siquiera tenga sentido atribuir a este tipo de doctrinas tales predicados. Sin embargo, Rawls rechaza explícitamente cualquier apelación a una posición escéptica como la referida. 9 Ahora bien, si se acepta ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones como justificado, por ejemplo, que un agente afirme, con un muy elevado grado de seguridad, que su doctrina comprehensiva es verdadera o correcta, ¿entonces por qué debería abstenerse de apelar a ella como base suficiente de justificación de sus propuestas políticas?, ¿acaso por deferencia a creencias que, a su juicio, son simplemente erróneas? ¿Qué sentido podría tener tal cosa? Mi propósito en este artículo es desarrollar un nuevo argumento en defensa del liberalismo político y de las exigencias que impone el ideal de reciprocidad a la hora de ofrecer, en un proceso deliberativo, una justificación apropiada de las políticas fundamentales del Estado. En la sección I reconstruiré el núcleo de la argumentación a la que recurrió originalmente Rawls en apoyo de la concepción de la idea de justificación pública asociada al ideal de reciprocidad. Por razones de espacio, no someteré a una crítica exhaustiva el planteo del filósofo estadounidense, 10 sin embargo, señalaré algunas de las dificultades que parece involucrar. Dada la complejidad y fecundidad de la obra de Rawls resultaría apresurado concluir que las dificultades que serán señaladas no pueden ser respondidas recurriendo exclusivamente a elementos presentes en dicha obra. No abriré juicio sobre la viabilidad de esa estrategia, mi meta será probar que mi propuesta, presentada en la sección II, es consistente y no resulta vulnerable a las objeciones examinadas. Es importante dejar en claro desde el principio que el argumento que propondré en defensa del liberalismo político y del ideal de reciprocidad es significativamente diferente al tipo de justificación de dicha posición que encontramos en la obra de Rawls. Aunque retomaré estas diferencias en la sección final del artículo, puede resultar útil adelantar las más importantes. Como veremos, la propuesta rawlsiana se encuentra comprometida con la tesis de que la justificación de creencias frente a otros sujetos presupone la existencia de un consenso de todos los participantes en torno de ciertas premisas que constituyen el punto de partida de sus propuestas. Como hemos adelantado, Rawls sostiene que ciertas creencias, las doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas o morales no pueden ser objeto de una justificación pública apropiada ni constituir, como consecuencia de ello, una base legítima de justificación de las políticas fundamentales del Estado. El argumento que propondré no presupone un compromiso con la concepción de la justificación de creencias involucrado en la argumentación de Rawls ni se compromete con la tesis de que las doctrinas comprehensivas no puedan ser objeto de una justificación pública apropiada. A diferencia del filósofo estadounidense, sostendré que aun aceptando la hipótesis de que las creencias que conforman una doctrina comprehensiva religiosa, filosófica o moral estuviesen justificadas sobre la base de buenas razones, tan sólidas desde una perspectiva epistémica como las que pueden dar respaldo a concepciones políticas de la justicia, resultarían insuficientes para justificar la acción del Estado. I. El argumento de Rawls 1. Rawls apela fundamentalmente a dos premisas para probar la tesis de que las doctrinas comprehensivas no pueden constituir la base exclusiva de justificación pública de las políticas fundamentales del estado. La primera de ellas es la idea de que ser agentes políticamente razonables equivale a reconocer que tenemos el deber básico, en tanto ciudadanos, de justificar nuestras propuestas políticas, relativas a cuestiones fundamentales, sobre la base de razones que ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 281 Mariano Garreta Leclercq sean aceptables para todos los afectados. 11 No cumplir con este requerimiento implicaría negar a nuestros conciudadanos su estatus de agentes libres e iguales. Las normas políticas fundamentales, que afectan a todos, estarían en ese caso apropiadamente justificadas sólo frente a un subgrupo dentro de la sociedad, lo cual conferiría a los miembros de ese subgrupo un privilegio incompatible con los ideales igualitarios democráticos. La segunda premisa del argumento remite al hecho del pluralismo razonable y a la idea de las «cargas del juicio» (burdens of judgement). Rawls sostiene que la coexistencia de una amplia diversidad de doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas y morales es un rasgo estructural de la cultura de las sociedades democráticas. Sin embargo, este hecho no debería ser visto como una circunstancia desafortunada, dado que sería el resultado del uso de la razón en las condiciones de libertad que ofrecen las instituciones de la democracia. En parte gracias a que se trata del resultado de la libertad y en parte gracias a la injerencia de las cargas del juicio, deberíamos concluir que este pluralismo de creencias tiene que ser reconocido como una forma de pluralismo razonable. Las cargas del juicio hacen referencia a una serie de factores que explicarían la persistencia del desacuerdo y su compatibilidad con la razonabilidad de los agentes. Se trata de factores como la dificultad para evaluar evidencias —empíricas y científicas—, en virtud de su carácter conflictivo y complejo; la dificultad para acordar el peso que se le debe otorgar a consideraciones normativas que las distintas partes reconocen como relevantes; la vaguedad de los conceptos morales y políticos; la influencia que tiene la experiencia vital global de los agentes sobre el modo en que éstos dan forma a los valores mo282 rales y políticos —dado que la experiencia vital de los agentes diferirá mucho en sociedades complejas como las democracias contemporáneas, puede anticiparse que los desacuerdos serán profundos—; la existencia de genuinos dilemas morales, etc. Tomar conciencia de las implicaciones de las cargas del juicio debería conducirnos a reconocer que muchos de nuestros juicios políticos más importantes «son realizados bajo condiciones en las cuales no puede tenerse la expectativa de que personas en pleno uso de sus facultades de razón, ni siquiera tras una discusión libre, arribarán a la misma conclusión» (Rawls, 1993, 58). Veamos cómo se combinan estas premisas. La amplitud, profundidad y complejidad de los temas abordados por las doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas y morales, combinados con el impacto de los obstáculos enumerados por las cargas del juicio para llevar adelante una deliberación en la que las partes puedan argumentar sobre la base de razones cuyo peso sea reconocido por todos, descalifican esas doctrinas «para servir como la base de un acuerdo político duradero y razonado» (Rawls, 1993, 58). Tomar conciencia de las implicaciones de las cargas del juicio implica reconocer que el rechazo de nuestra posición comprehensiva por parte de otros agentes razonables constituye una evidencia de que hemos fallado en cumplir con nuestro deber básico de justificar frente a ellos la propuesta que defendemos. Como afirma Rawls, «las personas razonables reconocen que las cargas del juicio ponen límites sobre qué puede ser razonablemente justificado a otros» (Rawls, 1993, 61). Aunque las cargas del juicio no impliquen, según subraya Rawls, argumento alguno en favor de una posición escéptica o relativista que afirme que las posiciones comprehensivas son dudosas o inciertas, conducirían ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones a reconocer que la afirmación de que nuestras creencias comprehensivas son verdaderas es una pretensión que nadie está en condiciones de validar, en forma general, frente al resto de sus conciudadanos en el marco del debate político. 12 Según Rawls: Una base de justificación pública y compartida que se aplique a las doctrinas comprehensivas está ausente en la cultura pública de una sociedad democrática. Pero se necesita de esa clase de base para marcar la diferencia, en formas aceptables para un público razonable, entre creencias comprehensivas como tales y creencias comprehensivas verdaderas. [...] Por supuesto, aquellos que insisten en sus creencias también insisten en que sólo ellas son verdaderas: las imponen porque, afirman, sus creencias son verdaderas y no porque son sus creencias. Pero ésa es una pretensión que todos podrían tener, y es, además, una pretensión que nadie está en condiciones de justificar frente a los ciudadanos en general. Así, pues, cuando manifestamos esas demandas a los demás, que son razonables, deben considerarnos como irrazonables (Rawls, 1993, 60-61). Como continúa argumentado el autor, con el objetivo de reforzar, desde otra perspectiva, la argumentación previa: [...] Los ciudadanos, en tanto que libres e iguales, tienen una igual participación en el poder político y coercitivo colectivo de la sociedad y todos están igualmente sujetos a las cargas del juicio. No hay razón, entonces, para que cualquier ciudadano o asociación de ciudadanos, debiera tener el derecho de usar el poder político estatal para decidir cuestiones constitucionales esenciales o cuestiones de justicia básica sobre la base de las directrices de la doctrina comprehensiva de esa persona o de esa asociación (Rawls, 1993, 61-62). La conclusión del argumento es que los ciudadanos, sus representantes y demás funcionarios del gobierno deben acatar el ideal de reciprocidad en los pro- cesos de deliberación pública y ofrecer una justificación de las políticas fundamentales del estado que resulte aceptable para todos los afectados cualesquiera sean las doctrinas comprehensivas que suscriban. Para ello, como hemos visto, el liberalismo político mantiene la hipótesis de que será necesario acuñar concepciones políticas de la justicia. 2. El argumento que acabo de reconstruir puede suscitar diversas objeciones. Dado que mi meta principal en este trabajo es elaborar una propuesta alternativa no voy a analizarlas en detalle. Sin embargo, hay algunas cuestiones que deben ser señaladas por lo menos de un modo sumario. Como acabamos de ver, el núcleo del argumento de Rawls consiste en la idea de que si los ciudadanos apelaran exclusivamente a sus doctrinas comprehensivas fallarían en «justificar» sus propuestas frente a sus pares sobre la base de razones públicamente aceptables. Esto ocurriría aun cuando dichos agentes tuvieran buenas razones para creer que sus doctrinas son verdaderas e incluso si éstas fueran realmente verdaderas o correctas. El fracaso en ser capaces de «justificar públicamente» sus propuestas tendría como consecuencia, en caso de que éstas fuesen implementadas por el estado, una violación del reconocimiento del carácter de agentes libres e iguales de los ciudadanos que no aceptan los fundamentos —las doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas o morales— de tales propuestas. Es importante subrayar que en este planteo lo que los ciudadanos fallan en justificar es un conjunto de creencias: la afirmación de que sus creencias comprehensivas son verdaderas, como explícitamente afirma Rawls en uno de los párrafos citados líneas atrás. Ahora bien, una cuestión clave para evaluar la fuerza y, probablemente, la consistencia del argumento del autor consiste en determinar qué signifi- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 283 Mariano Garreta Leclercq ca, al menos a grandes rasgos, «justificar una creencia». Desde una perspectiva muy influyente en epistemología, que podríamos denominar concepción epistémica estándar (en adelante, CEE), justificar la creencia p equivale a ofrecer una explicación adecuada de la afirmación de que es verdadera. 13 De acuerdo con CEE, cuando un sujeto S dispone de una justificación de la creencia p, ello implica que ha ofrecido buenas razones para concluir que p posee una probabilidad de ser verdadera significativamente superior a la de cualesquiera otras proposiciones alternativas que carezcan de justificación. Como señala Laurence BonJour: La función básica de la justificación consiste en ser un medio para la verdad, en establecer un vínculo más directo y asequible entre nuestro punto de partida subjetivo y nuestra meta objetiva [...] Si la justificación epistémica no fuera conductiva a la verdad de este modo, si encontrar creencias epistémicamente justificadas no incrementara sustancialmente la probabilidad de hallar las verdaderas, entonces la justificación epistémica sería irrelevante para nuestra principal meta cognitiva y de dudoso valor. Sólo si tenemos razones para pensar que la justificación epistémica constituye un camino a la verdad, tenemos, como seres cognitivos, algún motivo para preferir creencias epistémicamente justificadas a creencias epistémicamente injustificadas (BonJour, 1985, 7-8). 14 Interpretar «justificación» en términos de CEE parece involucrar dificultades conceptuales significativas para el argumento de Rawls. Es vital para el liberalismo político que sea lícito para un ciudadano, a la vez: 1) afirmar puede creer justificadamente en la verdad de p —la doctrina comprehensiva que suscribe— y actuar sobre la base de p en contextos no políticos y 2) reconocer que no dispone de una justificación pública apropiada de la verdad o corrección de dicha creencia, es decir, que no puede 284 apelar a ella como justificación exclusiva de sus propuestas en los foros políticos. Podría decirse que el liberalismo político presupone una suerte de contextualismo respecto de la justificación de creencias. Ahora bien, por razones bastante simples, a la luz de CEE, afirmar 1) y 2), en forma simultánea y respecto de una misma creencia o corpus de creencias, equivale a incurrir en una inconsistencia. Supongamos que para el sujeto S las creencias q, r y s no están justificadas en ningún contexto. Si S puede afirmar que la creencia p está justificada en C1, un contexto no político, pero no en C2, un foro político, ello implica que está diciendo, al mismo tiempo, que p tiene una probabilidad mayor de ser verdadera que las creencias q, r y s —dado que p está justificada en C1— y que p no dispone de una probabilidad mayor de ser verdadera que q, r y s —dado que p no puede ser justificada en C2—. Dicha posición no puede ser plausible: o bien p tiene mayor probabilidad de ser verdadera que otras proposiciones, como q, r y s, no justificadas ni en C1 ni en C2, o no la tiene en absoluto. La noción de «mayor probabilidad de ser verdadero» no puede interpretarse en términos contextualistas. 15 Si un agente pudiese estar justificado, desde una perspectiva epistémica, a creer en la verdad de su doctrina comprehensiva en foros no políticos, también debería estarlo en foros políticos. Por el contrario, en caso de que un agente debiera reconocer que ha fallado en ofrecer una justificación epistémica adecuada de su doctrina comprehensiva en la esfera política, debería reconocer que ha fallado también en contextos no políticos. Desde la perspectiva de CEE la tesis de que no es posible ofrecer una justificación apropiada en los foros políticos de la afirmación de la verdad o corrección de una doctrina comprehensiva religiosa, filosó- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones fica o moral equivale a afirmar que dichas creencias no disponen de una justificación epistémica apropiada tout court. El argumento de Rawls conduciría entonces, contra sus expresas intenciones, a una posición escéptica respecto de la posibilidad de creer en forma justificada en la verdad de una doctrina comprehensiva. Rawls ofrece, sin embargo, una definición explícita del concepto de justificación que difiere significativamente de CEE. Desde la perspectiva del autor: Justificación es argumentación dirigida a aquellos que están en desacuerdo con nosotros [...] Dado que su meta es la reconciliación por medio de la razón, la justificación procede a partir de aquello que todas las partes de la discusión suscriben en común. [...] Una prueba simplemente despliega las relaciones lógicas entre proposiciones. Pero las pruebas se convierten en justificaciones una vez que los puntos de partida son mutuamente reconocidos, o las conclusiones son tan convincentes como para persuadirnos de la plausibilidad de la concepción expresada por las premisas (Rawls, 1971, 580-1). 16 De acuerdo con esta concepción de la noción de justificación, que podríamos denominar concepción del consenso presupuesto (en adelante, CCP), sólo es posible que nuestros argumentos cuenten como una justificación frente a otro sujeto cuando poseen cierta capacidad de persuasión sobre él o, al menos, cuando dicho sujeto debiera reconocer que poseen tal capacidad porque ya acepta creencias y formas de razonar que dan apoyo a la posición que le estamos proponiendo. El hecho del consenso en torno de ciertas premisas iniciales parece ser entonces, desde la perspectiva de Rawls, una condición necesaria para que sea posible la justificación de una creencia. Ello resulta confirmado por un examen más amplio de su teoría: como sabemos, el tipo de discurso que, según el autor, es capaz de satisfacer la demanda de justificación pública, esto es, la apelación a concepciones políticas de la justicia, se caracteriza por estar formulado —o aspirar a estarlo— exclusivamente en términos de creencias que todos sus destinatarios de algún modo ya aceptan: una serie de ideas implícitas en la cultura política de la sociedad democrática en la que viven. 17 CCP parece tener ventajas importantes sobre CEE para los propósitos del liberalismo político. Como vimos, a la luz de CEE un sujeto S no puede afirmar justificadamente la verdad o la corrección de una doctrina comprehensiva en contextos no políticos, sin poder hacerlo también justificadamente en el contexto político. A la inversa, si debe reconocerse que S ha fallado en justificar sus creencias comprehensivas en la arena política, debe concluirse que ha fallado también en contextos no políticos. Esa dificultad se disipa en cuanto admitimos CCP. Supongamos que dos sujetos, S1 y S2, suscriben las doctrinas comprehensivas incompatibles D1 y D2. A la luz de CCP, S1 no será, presumiblemente, capaz de justificar su posición frente a S2 porque éste no comparte con él las creencias requeridas para que reconozca la plausibilidad o el peso de las evidencias que, supuestamente, brindan apoyo a D1. Lo mismo podría suceder cuando S2 intenta justificar frente a S1 su posición, recurriendo exclusivamente a D2. Sin embargo, si suponemos que D1 es, por ejemplo, una doctrina religiosa, S1 podrá afirmar justificadamente dicha doctrina —o a derivar de ella alguna consecuencia particular que tal vez no era evidente a primera vista— frente a los miembros de su iglesia, dado que estos sí comparten con él las creencias, experiencias, o la educación requeridas para comprender y aceptar sus argumentos. Que S1 no esté justificado frente a S2 —que no comparte el trasfondo requerido de creencias y ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 285 Mariano Garreta Leclercq experiencias— en afirmar D1 no implica que no pueda estar justificado en hacerlo frente a los sujetos S3, S4 y S5 que son miembros de su iglesia. De modo que afirmar que las doctrinas comprehensivas no pueden constituir la base pública de justificación de las políticas fundamentales del estado no implica cuestionar la posibilidad de que los ciudadanos dispongan de una justificación apropiada de tales doctrinas en contextos no políticos y, como consecuencia de ello, se evitan las inconsistencias y las implicaciones escépticas que presentaba la argumentación rawlsiana cuando era interpretada a la luz de CEE. La apelación a CCP es, sin embargo, una mala estrategia. No resulta en absoluto evidente que «justificar» creencias signifique lo estipulado por dicha concepción y Rawls no ha ofrecido ninguna explicación de las razones por las que debería optarse por CCP frente a, por ejemplo, una concepción como la que he denominado CEE. La ausencia de una fundamentación de esta clase no es sorprendente, dado que daría lugar al tipo de debates filosóficos sustantivos o profundos que el liberalismo político pretende evitar para no convertirse en otra doctrina comprehensiva filosófica controvertida. 18 Sin embargo, la sola apelación a CCP ya genera de por sí ese resultado. Como vimos, mientras CEE es incompatible con la idea que la justificación de creencias posea un estatus contextual, CCP implica la afirmación de dicha tesis. Este desacuerdo parece fundamental a la hora de elaborar una concepción de la noción de justificación. 19 II. Un argumento alternativo Mi propósito en esta sección es demostrar que las exigencias introducidas por el ideal deliberativo de reciprocidad son correctas: cada ciudadano debe apelar, 286 por lo menos en algún momento del proceso de justificación política, a creencias y formas de razonar que pueda esperar que sus pares acepten sin coacciones, como personas libres e iguales y abstenerse, asimismo, de recurrir como bases exclusivas de justificación de sus propuestas a creencias comprehensivas cuya verdad considera firmemente justificada y a formas de razonar que considera correctas, pero que resultan inaceptables para sus interlocutores. Para ello rescataré algunos elementos de la argumentación rawlsiana, pero, como adelanté previamente, los combinaré con una serie de premisas que no se encuentran presentes en el planteo original del filósofo estadounidense. Tomaré como punto de partida el análisis del siguiente ejemplo. Dos científicos, A y B, se encuentran trabajando en distintas aplicaciones tecnológicas de una misma teoría, TC1. Se trata de una teoría novedosa que cuenta con un número significativo y creciente de defensores dentro de la comunidad científica. Dado que hay disponible muy buena evidencia en su favor, A y B se encuentran firmemente convencidos de que TC1 es verdadera. Por supuesto, ambos reconocen que en ciencias fácticas la posibilidad de error es imposible de eliminar y que nunca puede ser considerada trivial, por convencido que se esté de la verdad de una teoría. Ahora bien, existe una diferencia importante entre las investigaciones de ambos científicos. Mientras la investigación de A es inocua en caso de error, la situación de B es diferente, dado el tipo particular de pruebas y experimentos que debe realizar, si TC1 fuese falsa sus acciones producirían un daño enorme: miles de personas —y él mismo entre ellas— podrían morir o sufrir lesiones irreversibles. Por otra parte, alertados del riesgo, los potenciales afectados por la investigación de B se oponen a que éste continúe con su trabajo. Es plausible sostener que A y B pueden creer en forma igualmente justificada, desde una perspectiva epistémica ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones compatible con CEE, que TC1 es verdadera. Ello se debe a que los dos sujetos poseen la misma evidencia en favor de dicha teoría. Ahora bien, ¿el hecho de que ambos crean en forma igualmente justificada en la verdad de T1 implica que disponen de una justificación igualmente apropiada para actuar sobre la base de esa creencia? La situación de A parece ser un caso en el que disponer de una justificación epistémicamente apropiada para afirmar p —es decir, la proposición «TC1 es verdadera»— constituye una justificación suficiente de la decisión de actuar sobre la base de dicha creencia. Por supuesto, la creencia de que TC1 es verdadera no puede explicar por sí sola la decisión de A de llevar adelante su proyecto de investigación: debemos suponer que el agente tiene una serie de propósitos o motivaciones como el deseo de promover el desarrollo de su disciplina, de ser un científico reconocido, etc. Ahora bien, si A suscribe propósitos como los mencionados y posee una justificación epistémicamente adecuada de la creencia en la verdad de TC1, eso parece implicar que posee también una justificación apropiada para llevar adelante un proyecto de investigación que tome como presupuesto la aceptación de TC1. ¿Qué razones podrían aducirse contra esa conclusión? Las acciones del científico A resultarán inobjetables no sólo desde un punto de vista epistémico, sino también desde dos perspectivas que resultan ineludibles a la hora de considerar o no justificada la decisión de actuar: la prudencial y la moral. Ello se debe a que si A estuviese en un error y TC1 fuese falsa, ni su propio bienestar ni el de terceros resultarían afectados como consecuencia de su trabajo. En un escenario como éste, no sólo es sensato concluir que A dispone de una justificación para desarrollar su proyecto de investigación, sino que, a la luz de sus creencias y propósitos, resultaría extraño y, quizá, irrazonable que no lo hiciera. Aunque A y B compartan tanto la creencia justificada de que TC1 es verdadera como las mismas motivaciones para llevar adelante sus planes, la situación del segundo científico es drásticamente diferente de la del primero. Para B hay mucho más en juego en caso de error que para A. Imaginemos por un momento que B evalúa la situación desde un punto de vista puramente auto-interesado —dejando fuera de consideración las consecuencias de sus acciones para los otros sujetos que podrían ser afectados—. Si TC1 fuese falsa, B podría perder la vida o sufrir daños graves e irreversibles. Por contraste con lo que ocurría en el caso de A, en la situación en la que se encuentra B no tiene sentido decir que dadas sus creencias y propósitos sería extraño o irrazonable que decidiera no realizar los experimentos requeridos por su proyecto. Es perfectamente comprensible que no esté dispuesto a correr el riesgo de tomar la creencia de que TC1 es verdadera como una base suficiente para decidir actuar, dado el carácter ineludible y no trivial de la posibilidad de error y sus terribles costos. Cuando afirmamos que un agente toma justificadamente la decisión de actuar, muchas veces queremos decir que aunque la decisión es, bajo cierta perspectiva, el resultado de su voluntad, no es meramente eso, sino que, a la vez, posee el respaldo de razones dotadas de una validez independiente. 20 Cuando A opta por continuar con su investigación, esa decisión se apoya sobre una creencia epistémicamente justificada —la creencia de que TC1 es verdadera— que, como tal, no es el resultado de la voluntad de dicho sujeto. En tanto se trata de una creencia justificada deberá satisfacer criterios de corrección imparciales e impersonales. Sin embargo, como acaba- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 287 Mariano Garreta Leclercq mos de ver, no ocurre lo mismo en el caso de B; la premisa clave en su deliberación no es la creencia justificada de que TC1 es verdadera, sino algo diferente, una decisión que queda claramente supeditada a la voluntad del sujeto: la de estar dispuesto a correr el riesgo de que TC1 sea falsa y a sufrir las consecuencias que ello podría acarrear. B no cuenta con garantías epistémicas que le permitan eludir el peso de esa decisión, como sabemos, la probabilidad de error existe, no es trivial y su relevancia resulta intensificada por la gravedad de las consecuencias del error. Correr el riesgo de actuar o evitar ese riesgo absteniéndose de hacerlo depende, no de las creencias de B, sino de su voluntad. B también podría plantear las cosas de otro modo: afirmar que ha optado por dejar fuera de consideración la posibilidad de que TC1 fuese falsa y seguir adelante con su investigación. En este caso, nuevamente, la premisa clave en su deliberación no es una creencia sino la decisión, que no cuenta con respaldo epistémico, de tomar una creencia probablemente falsa como infalible. 21 Aunque puede defenderse la idea de que B tendría derecho a seguir el curso de acción que desee si sólo él resultara afectado, ésa no es la situación que enfrenta en el caso examinado. Dado que otros sujetos podrían sufrir graves daños como consecuencia de sus acciones, es pertinente evaluarlas adoptando un punto de vista moral. Desde esta perspectiva, resulta claro que B no tiene derecho ni autoridad para decidir por los potenciales afectados correr el riesgo de cometer un error o para comportarse como si ese riesgo no existiera. Según acabamos de ver, ninguna de esas decisiones puede derivarse simplemente de la creencia justificada de que TC1 es verdadera —dada la imposibilidad de eliminar la existencia de un grado no trivial de probabilidad de 288 error y sus terribles costos— sino que dependen de la voluntad de B. ¿Pero por qué la voluntad de B debería tener prioridad sobre la voluntad contraria de los otros sujetos que serían previsiblemente afectados por su acción, especialmente, tomando en cuenta la importancia de lo que está en juego? Si B tuviera ese derecho o autoridad para decidir por el resto de los afectados, ello equivaldría a negar un principio moral fundamental, la igualdad de las personas, el igual valor de sus vidas, dado que implicaría reconocerle a B derechos especiales que el resto de los sujetos no poseen. Por supuesto, ese resultado es completamente inaceptable. Las consideraciones precedentes establecen el punto de partida para desarrollar una argumentación en favor del ideal de reciprocidad. El objetivo último de la deliberación política entre ciudadanos de una democracia constitucional contemporánea no es justificar un conjunto de creencias. Lo que se pretende justificar son las políticas del estado, que no tienen el estatus de un mero conjunto de creencias, sino que son, como resultará evidente, acciones. La justificación de creencias juega sin duda un papel significativo dentro de ese proceso, pero no es la meta final ni es necesariamente determinante. Como hemos visto, hay contextos en los cuales el hecho de que un sujeto esté justificado desde una perspectiva epistémica a creer p no es suficiente para que dicho sujeto esté moralmente justificado a actuar sobre la base de tal creencia. Ahora bien, cuando la acción del estado afecta las esencias constitucionales o cuestiones de justicia básica, nos encontramos en un escenario muy similar al del científico que se dispone a realizar un arriesgado experimento. En primer lugar, si el estado comete un error (si basa sus políticas en creencias comprehensivas falsas, aunque justificadas desde una perspectiva epistémica), el ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones daño sufrido por los individuos afectados será muy grave y, en muchos casos, irreparable: sus oportunidades de vivir una vida valiosa o, por lo menos, mínimamente satisfactoria, estarán en peligro. Ello se debe a que sólo el estado puede garantizar la disponibilidad de los bienes sociales primarios 22 de los que depende que las personas tengan la oportunidad de llevar adelante sus planes de vida. En segundo lugar, al igual que en el ejemplo del científico B, sería irrazonable no adoptar en el terreno moral y político una posición falibilista. 23 Aun cuando se acepte la posibilidad de que las doctrinas comprehensivas religiosas, filosóficas o morales puedan ser objeto de una justificación apropiada, 24 es decir, que sea viable ofrecer a dichas creencias el respaldo de buenas razones y de alguna clase de evidencia, no resulta sensato sostener que se pueda alcanzar en este terreno un conocimiento infalible y definitivo. Si esa pretensión es implausible incluso en el caso de las ciencias fácticas, considerarla aceptable en el de las cuestiones religiosas, filosóficas o morales parece poco razonable. Por otra parte, las cargas del juicio deben conducir a todos los ciudadanos a reconocer que, aun aceptando que disponen de una justificación epistémicamente apropiada de la creencia en la verdad de sus doctrinas comprehensivas, por pequeña que la consideren, la probabilidad de error será siempre significativa. En tercer lugar, al igual que en el caso del científico B, donde los posibles afectados por sus experimentos en caso de error rechazaban su pretensión de seguir adelante con su investigación, la pretensión de modelar la sociedad a la luz de una doctrina comprehensiva religiosa, filosófica o moral determinada, resultará rechazada por muchos ciudadanos. Dado el hecho del pluralismo razonable, muchos creerán que la doctrina comprehensiva suscrita por el grupo ma- yoritario es falsa y que su implementación política redundará en una reducción drástica de sus oportunidades de llevar adelante una vida satisfactoria. Mi hipótesis es que los paralelos que acabo de enumerar entre la situación del científico B y la de los ciudadanos en la esfera política de una democracia contemporánea, hacen que las mismas conclusiones que resultan pertinentes en el primer caso sean igualmente válidas en el segundo. Así como en el contexto en que se encuentra, el científico B no está justificado a actuar sobre la base de su creencia en la verdad de TC1, aunque disponga de una justificación epistémicamente apropiada de dicha creencia, en el contexto de una democracia pluralista, los defensores de una doctrina comprehensiva no pueden estar justificados a promoverla mediante el uso del poder del estado, aun cuando dispongan de una justificación epistémicamente apropiada de su creencia en la verdad o corrección de tal doctrina. En ninguno de los dos casos, estar epistémicamente justificado a afirmar la verdad de una creencia es suficiente para estar justificado a actuar sobre la base de esa creencia. Supongamos que un grupo de ciudadanos, que llega a ser mayoritario, logra que el estado ponga en práctica políticas que afectan cuestiones de justicia básica o esencias constitucionales, las cuales sólo pueden ser justificadas apelando a la doctrina comprehensiva defendida por dicho grupo. Otros grupos de ciudadanos suscriben doctrinas comprehensivas incompatibles con las que dan apoyo a las políticas implementadas. Al impulsar esas políticas, los ciudadanos del primer grupo saben que existe una probabilidad significativa de estar cometiendo un error que no pueden descartar por medios epistémicos, 25 conocen las consecuencias desastrosas para los afectados que tendría estar cometiendo un error y saben de la oposi- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 289 Mariano Garreta Leclercq ción de muchos de sus conciudadanos a la implementación de las políticas que proponen. En esas condiciones, los miembros del grupo mayoritario no pueden afirmar que la premisa que justifica sus decisiones políticas es la creencia epistémicamente justificada de que la doctrina comprehensiva que suscriben es verdadera o correcta, es decir, una premisa basada en estándares impersonales e imparciales que todos deberían aceptar. La premisa clave, en la que se apoya su decisión de actuar, es un acto de voluntad, otra decisión: la de correr el riesgo de que sus creencias sean falsas y produzcan un grave daño tanto a sí mismos como a terceros, o bien, la de dejar fuera de consideración esas posibilidades y comportarse como si no existieran. Al igual que en el caso del científico B, si las políticas del estado afectaran exclusivamente a los miembros del grupo mayoritario, es perfectamente plausible concluir que, de ponerse de acuerdo entre sí, tendrían todo el derecho del mundo a tomar esas decisiones. El problema es que no tienen ningún derecho a decidir por los otros ciudadanos que se oponen a sus planes. Si lo hicieran —al igual que si el científico B optara por realizar sus arriesgados experimentos— estarían tomando el destino de los otros ciudadanos en sus manos, transformándolos en meros objetos subordinados a su voluntad. Ello equivaldría a privarlos de su igualdad como personas y a negarles una «igual participación en el poder político y coercitivo colectivo de la sociedad». Este resultado es completamente inaceptable y permite afirmar, como lo hacía Rawls, que ningún ciudadano o asociación de ciudadanos debería «tener el derecho a usar el poder político estatal para decidir cuestiones constitucionales esenciales o cuestiones de justicia básica sobre la base de las directrices de la doctrina comprehensiva de esa persona o de esa asociación». 290 La situación cambia radicalmente cuando el ideal de reciprocidad de justificación es tomado como guía de las deliberaciones políticas. En ese caso los ciudadanos deben poner entre paréntesis sus desacuerdos religiosos, filosóficos y morales más profundos y retroceder a un trasfondo compartido de creencias y modos de razonar que les permita ofrecer justificaciones de sus propuestas políticas que resulten, en la práctica, aceptables para todos. Dar ese paso no garantiza en forma infalible que las normas políticas que surjan del proceso deliberativo sean las correctas o que se basen en creencias verdaderas, ni que la gravedad del daño sufrido por los afectados en caso de error sea poco significativa. La existencia de una probabilidad no trivial de error y el hecho de que su costo para el bienestar de los ciudadanos sea siempre muy alto cuando se trata de políticas que afectan cuestiones de justicia básica o esencias constitucionales parecen aspectos indisociables de la acción del estado. Un diálogo político guiado por el ideal de reciprocidad tampoco garantiza que su resultado sea un consenso unánime en torno de una única propuesta política. Rawls está en lo correcto al reconocer que en la arena pública convivirán y competirán distintas concepciones políticas liberales de la justicia. 26 Incluso los ciudadanos que suscriben una misma concepción pueden disentir en la interpretación de sus implicaciones frente a cuestiones particulares. 27 Sin embargo, cumplir con el ideal de reciprocidad exige que las decisiones que finalmente se impongan como resultado del proceso democrático estén basadas en creencias que todos los ciudadanos reconozcan como epistémicamente justificadas y en modos de razonar cuya corrección sea también reconocida en forma generalizada. Si esto es así, no parece tener ningún sentido afirmar que la propuesta política ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 Liberalismo político y reciprocidad: Justificación epistémica de creencias versus justificación moral de acciones escogida por la mayoría representa meramente la expresión de la voluntad unilateral de un grupo: ¿cómo podría un ciudadano afirmar eso y a la vez reconocer que dicha propuesta posee el respaldo de creencias epistémicamente justificadas y formas correctas de razonar? Por otra parte, al acatar el ideal de reciprocidad, cada ciudadano se impone a sí mismo el deber de participar de un proceso de diálogo en que tendrá que sacrificar parte de lo que considera, a la luz de su doctrina comprehensiva, la verdad total o global acerca del bien humano; después de todo, su meta es elaborar propuestas políticas cuya justificación resulte aceptable para ciudadanos que suscriben doctrinas comprehensivas incompatibles con la suya. La decisión de acatar el ideal de reciprocidad, dado su significativo costo, no tendría sentido alguno si no implicara también la de aceptar correr los riesgos asociados con la implementación, por parte del estado, de los resultados de la deliberación pública. Dado que no es posible considerar como fijados de antemano los resultados de ese proceso de diálogo se abre un amplio espacio para la acción política que no resulta impugnado por el argumento que he formulado en las páginas precedentes. 28 III. Consideraciones finales El argumento desarrollado en la sección precedente afirma que cuando la doctrina comprehensiva de un grupo de ciudadanos —presumiblemente mayoritario— tiene una influencia determinante sobre la justificación de las políticas fundamentales del Estado, aquéllos que suscriben posiciones incompatibles con ella son privados de su «igual participación en el poder político y coercitivo colectivo de la sociedad». Es importante notar, sin embargo, que esa afirmación posee un significado muy distinto del que tenía en el planteo original de Rawls. Para Rawls, al apelar exclusivamente a doctrinas comprehensivas en el proceso de deliberación política, los ciudadanos fallan en justificar frente a sus pares las creencias sobre las que se fundan sus propuestas. Como vimos, esa posición es sumamente problemática. Si se concibe la idea de justificación en términos de CEE, dicha posición implica la adopción de una posición escéptica: si las doctrinas comprehensivas de los ciudadanos no pueden ser epistémicamente justificadas en el foro político, tampoco podrían estarlo en otros contextos. Adoptar, como lo hace Rawls, CCP quizá resuelva este problema. Sin embargo, equivale a recaer en el tipo de debates filosóficos que el liberalismo político pretende evitar: ¿por qué debería admitirse que CCP, en lugar de, por ejemplo, CEE, es la concepción correcta de la idea de justificación de creencias? Mi argumento evita tanto el tipo de escepticismo mencionado como la apelación a CCP. De hecho, reconoce explícitamente la posibilidad de que un grupo de ciudadanos pueda afirmar justificadamente —entendiendo «justificadamente» en términos de CEE— la verdad o la corrección de su doctrina comprensiva tanto frente a los miembros de ciertas comunidades parciales —por ejemplo, una congregación religiosa— como frente al resto de los ciudadanos en la arena política. El punto, desde la perspectiva que estoy defendiendo, es que admitir esa posibilidad no equivale a reconocer que el estado disponga de una justificación moralmente válida para actuar sobre la base de tales creencias comprehensivas. En contextos como el político, donde la probabilidad de error no puede ser eliminada, es siempre significativa y el costo de cometer un error muy elevado, la decisión de actuar presupone como premisa clave otra decisión, que depen- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 291 Mariano Garreta Leclercq de enteramente de la voluntad de los sujetos: la de correr el riesgo de que las creencias justificadas que se toman como premisas sean falsas y la de estar dispuestos a enfrentar las consecuencias del error en caso de que tenga lugar. Si bien un grupo de sujetos tiene derecho a correr el riesgo de actuar en un escenario semejante cuando son los únicos afectados en caso de error, no están moralmente justificados a tomar esa decisión por otros individuos, especialmente cuando éstos se oponen a tal proceder —como previsiblemente ocurrirá en una democracia pluralista si se apela a doctrinas comprehensivas como justificación exclusiva de las políticas fundamentales del estado—. En caso de tomar esa decisión por el resto de los afectados, los miembros del grupo mayoritario estarían imponiendo unilateralmente su voluntad, privando a sus pares del igual respeto que merecen como personas y de su igual participación en el poder político y coercitivo colectivo de la sociedad. Es importante insistir en que tal resultado no deriva, como ocurría en el planteo de Rawls, de una supuesta incapacidad del grupo mayoritario para justificar frente a sus interlocutores las creencias sobre las que se basan sus propuestas, sino de una falla en justificar moralmente la acción del estado. Como consecuencia de esta diferencia de perspectiva, de este viraje de la justificación de creencias a la justificación de acciones —en la cual no toman parte sólo creencias epistémicamente justificadas, sino decisiones que dependen exclusivamente de la voluntad de los agentes— el argumento propuesto no es vulnerable a las objeciones contra el argumento de Rawls que fueron examinadas en la sección I.2: según vimos, mi propuesta no presupone CCP ni implica un rechazo de CEE, en ella la justificación de creencias no posee un estatus contextual, ese rasgo queda 292 reservado, en todo caso, a la justificación de acciones. BIBLIOGRAFÍA BonJour, L. (1985): The Structure of Empirical Knowledge, Harvard University Press, Cambridge Ma. Bratman, M. (1992): «Practical Reasoning and Acceptance in a Context», Mind, 101, 1-15. Cohen, L. J. (1992): An Essay on Belief and Acceptance, Clarendon Press, Oxford. Engel, P. (1998): «Believing, Holding True, and Accepting», Philosophical Explorations, I, n.º 2, 140-151. Freeman, S. (2007): Justice and the Social Contract, Oxford University Press, Oxford. Fumerton, R. (2002): «Theories of Justification», en Moser, P. K. (ed.), The Oxford Handbook of Epistemology, Oxford University Press, Oxford. Garreta Leclercq, M. (2001): «La concepción liberal de “persona razonable”: una propuesta de justificación», Análisis Filosófico, XXI, n.º 2, 227-238. Garreta Leclercq, M. (2007): Legitimidad política y neutralidad estatal, Eudeba, Buenos Aires. Garreta Leclercq, M. 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(1990): «Facing Diversity: The case of Epistemic Abstinence», Philosophy and Public Affairs, 19, 1990, 3-47. NOTAS Quisiera agradecer los comentarios críticos de Osvaldo Guariglia, Julio Montero, Eduardo Rivera López, Federico Penelas, Eleonora Cresto y de un evaluador anónimo de la revista Isegoría. 2 Cfr. Rawls, 1999a, 138. 3 De acuerdo con Rawls hay dos tipos de «esencias constitucionales»: «a) principios fundamentales que especifican la estructura general del gobierno y del proceso político: los poderes legislativo, ejecutivo y judicial; el alcance de la regla de la mayoría; y b) igualdad de derechos y libertades básicos de la ciudadanía que las mayorías legislativas han de respetar: como el derecho al voto y a la participación política, la libertad de culto, la libertad de pensamiento y asociación, así como las protecciones que proporciona el imperio de la ley» (Rawls, 1993, 227). Las cuestiones de justicia básica hacen referencia a los principios que definen las desigualdades sociales y económicas de un modo que resulte adecuado para ciudadanos libres e iguales (cfr. Rawls, 1993, 228 y ss.). 4 Véase también Rawls, 1993, 49-50. 5 Denominaré a esos conjuntos de creencias, siguiendo a Rawls, doctrinas comprehensivas. Según el autor, una doctrina es «comprehensiva» cuando incluye «concepciones acerca de qué es de valor en la vida humana, e ideales del carácter personal, así como también ideales de amistad y de relaciones familiares y asociativas, y muchas otras cosas que dan forma a nuestra conducta, y en el límite, a nuestra vida considerada como una totalidad» (Rawls, 1993, 13). 6 Es importante subrayar que Rawls no rechaza la apelación en el curso del debate político a doctrinas comprehensivas; el punto es que debe cumplirse una cláusula proviso: en algún momento del debate, los agentes deben dar una justificación política de sus propuestas, es decir, una justificación que no dependa de la aceptación de las doctrinas comprehensivas que suscriben (cfr. Rawls, 1999b, 584 y Rawls, 1999a, 143144). 7 Es decir, aquellas que afectan en forma significativa a las esencias constitucionales o las cuestiones de justicia básica. 8 Cfr. Rawls, 1993, 12-13. 9 Rawls sostiene que su teoría «[...] no cuestiona que muchos juicios políticos y morales sean correctos, y entiende que varios son razonables. Tampoco pone 1 en cuestión la posible verdad de cuestiones de fe. Sobre todo, no argumenta en favor de la duda y de la incertidumbre, ni mucho menos del escepticismo, en relación con nuestras creencias» (Rawls, 1993, 63). 10 He analizado y criticado de forma más detallada el argumento de Rawls en mi trabajo «Liberalismo político, justificación pública y verdad» (cfr. Garreta Leclercq, 2010, 217-226). 11 Rawls afirma que los ciudadanos son agentes políticamente razonables en un sentido básico «cuando, digamos, entre iguales, están dispuestos a proponer principios y criterios como términos equitativos de cooperación y a observarlos de buena gana, siempre que se les asegure que los otros harán lo mismo. Las personas comprenden que aceptar esas normas es razonable para todos y, como consecuencia, que son justificables ante todos; y están dispuestas a discutir los términos equitativos que otras personas propongan» (Rawls, 1993, 49). 12 Cfr. Rawls, 1993, 61. 13 Cfr. Raz, 1990, 32. 14 Véase también Fumerton, 2002, 205. 15 Existen razones adicionales para rechazar la tesis de que la justificación de creencias pueda tener un estatus contextual. Como sostiene Michael Bratman, las creencias son, en un sentido importante, contextoindependientes: normalmente un agente racional, en un período de tiempo definido, o bien cree algo (con un grado de probabilidad n) o bien no lo cree (con dicho grado de probabilidad), «no puede al mismo tiempo creer p con relación a un contexto pero no con relación a otro» (Bratman, 1992, 3). En el mismo sentido, Pascal Engel afirma que: «Sería absurdo, o una forma de capricho, decir que los miércoles creo que Hong Kong es una ciudad ruidosa, y los domingos no creo tal cosa. Ciertamente puedo tener las dos creencias si ellas responden a dos fragmentos diferentes de evidencia (por ejemplo, hay muchos autos los miércoles, los cuales no vienen a la ciudad los domingos), pero es implausible decir tal cosa como una verdad general acerca de Hong Kong. O creo que Hong Kong es ruidosa, o creo que no lo es, punto» (Engel, 1998, 143). 16 Esta concepción permaneció vigente en toda la obra posterior de Rawls. Tanto en su artículo «Justice as Fairness: Political not Metaphysical» (Rawls, 1985) ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 293 Mariano Garreta Leclercq como en el libro Justice as Fairness: A Restatement (Rawls, 2001) reitera, sin modificaciones significativas, la misma definición del concepto de justificación. En este último libro Rawls sostiene nuevamente que «La justificación pública procede desde algún consenso: desde premisas que todas las partes en desacuerdo, asumiendo que son libres e iguales y plenamente capaces de razón, pueda razonable esperarse que compartan y suscriban libremente» (Rawls, 2001, 27). [Las cursivas son mías]. 17 Cfr. Rawls, 1993, 13-14, y Rawls, 2001, 27. 18 Como afirma Rawls, el liberalismo político debe aspirar a permanecer «en la superficie, filosóficamente hablando» (cfr. Rawls, 1999b, 395). 19 Podría sostenerse, en defensa de Rawls, que la concepción de la justificación pública involucrada en su propuesta tiene un estatus fundamentalmente práctico, no epistémico. Como declara el autor, su meta no es dar una explicación de la verdad de un conjunto de creencias, sino lograr «la reconciliación por medio de la razón» (Rawls, 1971, 580). Samuel Freeman desarrolla, por ejemplo, una interpretación de la posición de Rawls que sigue esos lineamientos (cfr. Freeman, 2007, 239 y ss.). Por razones de espacio, no puedo examinar aquí la viabilidad de una defensa de la posición rawlsiana basada en este tipo de consideraciones. 20 Hay casos, por supuesto, en que la decisión de actuar puede depender completamente de la voluntad del sujeto y no requerir del respaldo de ninguna razón. Sin embargo, no es eso lo que ocurre cuando las acciones del agente tienen un impacto significativo sobre el bienestar de terceros y estamos juzgando las cosas desde un punto de vista moral. 21 Esta última alternativa, decidir actuar como si el riesgo no existiera, podría describirse de un modo más preciso diciendo que el sujeto toma la decisión de actuar sobre la base de un acto de aceptación (acceptance) de una creencia. Aceptar la creencia p equivale a adoptar la «política» de tratar dicha creencia como dada (cfr. Cohen, 1992, 4), es decir, de tratar p, en un contexto específico de deliberación, como verdadera —lo que equivale a ignorar, por el momento y para los fines de la deliberación y subsecuente toma de decisión, la posibilidad de que sea falsa—. Normalmente se considera que las creencias no están bajo el control voluntario de los agentes, dado que, en tanto «apuntan a la verdad» —para usar la clásica frase de Bernard 294 Williams— y ésta constituye su criterio de corrección, dependen de la evidencia de la que se disponga en su favor o en su contra. Por el contrario, los actos de aceptación sí dependerían de la voluntad de los agentes, ya que son, como dice Cohen, «políticas» que las personas toman frente a sus creencias (cfr. Cohen, 1992, 4; Bratman, 1992, 9, y Engel, 1998, 146). De modo que, utilizando este marco conceptual, si la decisión de B de seguir adelante con sus experimentos depende de aceptar la creencia de que TC1 es verdadera, ello equivale a decir que, en última instancia, depende de la voluntad de dicho agente. 22 Cfr. Rawls, 1993, 181. 23 Para un análisis crítico de otros argumentos que apelan a la falibilidad moral como parte de una estrategia de defensa del liberalismo, véase Garreta Leclercq, 2001, 227-238, y Garreta Leclercq, 2007, 67-96. 24 Los interlocutores naturales de la argumentación que estoy desarrollando, los perfeccionistas, normalmente postulan esa posibilidad, están comprometidos con la idea de que puede haber objetividad y progreso cognitivo en este campo. 25 Dadas las cargas del juicio, aun cuando deliberen e investiguen más, la existencia de la referida probabilidad significativa de error no podrá ser nunca eliminada. Para un análisis pormenorizado de las implicaciones de las cargas del juicio véase Garreta Leclercq, 2001, 238-263, y Garreta Leclercq, 2007, 311327. 26 Cfr. Rawls, 1999a, 143. 27 Cfr. Rawls, 1999a, 169. 28 La interpretación y reinterpretación de la tradición política compartida es un proceso dinámico que puede dar lugar, cumpliendo con las demandas del ideal de reciprocidad, a una significativa diversidad de propuestas que pueden incluir programas muy ambiciosos, como políticas orientadas a la redistribución de la riqueza (la teoría de la justicia de Rawls es un ejemplo de ello). Por otra parte, no hay razones conceptuales para concluir que las creencias y modos de razonar compartidos estén siempre dados con anterioridad al proceso mismo de deliberación política, éste puede producir nuevos puntos de partida compartidos e incitar la revisión crítica de las ideas implícitas en la cultura pública de la sociedad. El respeto del ideal de reciprocidad no implica compromiso alguno con una concepción del «estado mínimo» ni con alguna forma de «minimalismo» o «quietismo» políticos. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 279-294, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.13 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 Sobre Herederos y pretendientes. Un diálogo con Francisco Vázquez On Herederos y Pretendientes. A dialogue with Francisco Vázquez JOSÉ LUIS MORENO PESTAÑA * Universidad de Cádiz RESUMEN. Este texto reconstruye el espacio intelectual en la filosofía durante los años 1940-1950. Distingue tres posiciones, las cuales se irán transformando durante los años 1960 y 1970. El texto define cada posición según sus potencialidades y límites para sobrevivir en el campo de la Filosofía. En diálogo con el libro de Francisco Vázquez intenta comprender qué permaneció y qué cambió en la filosofía española. ABSTRACT. This text reconstructs the intellectual space in philosophy during the years 1940-1950. Distinguishes three positions, which will transform over the years 1960 and 1970. The text defines each position according to their potential and limits to survive in the field of philosophy. In a conversation with Francisco Vázquez’s book tries to understand what remained and what changed in the Spanish philosophy. Palabras clave: Sociología de la Filosofía, Filosofía española, Sociología de los intelectuales. Key words: Sociology of Philosophy, Spanish Philosophy, Sociology of Intellectuals. El espacio filosófico durante los años 40-50 que sitúa las ideas dentro de marcos históricos amplios, considerando aquéllas en diálogo íntimo con éstos. Ortega terminaba confiando el futuro de la filosofía a su hibridación con las ciencias humanas. Este programa tuvo escasa continuación durante la segunda mitad del siglo XX y desencadenó una campaña de purificación de la filosofía que marcaría los años 50 y de importante éxito institucional: de allí surgió, como explica Francisco Vázquez (2009: 96), el mundo del «comentador profesional de textos», hegemónico en la institución filosófica española. El segundo agrupaba a quienes la Guerra Civil aceleró su carrera. Unos, que cambiaron su posición política (por ejemplo, Enrique Gómez Arboleya y Al final de la Guerra Civil, el campo de la filosofía española se distribuía entre tres tipos de agentes. En primer lugar, el mundo orteguiano fue el que más perdió tras la reordenación de la vida filosófica en España. Ese grupo poseía, grosso modo, las propiedades siguientes: extracción social burguesa, una conexión importante con el mercado extraacadémico y un modelo filosófico doble. Por un lado, la idea de un nuevo sistema prometido por Ortega a partir de sus famosos mamotretos —una filosofía de la razón histórica y una sociología— y, por otro lado, su defensa final de un filosofía no escolástica, [Recibido: Dic. 11 / Aceptado: Mar. 12] 295 José Luis Moreno Pestaña Francisco Javier Conde), estaban en las primeras etapas de su trayectoria académica. Otros, ajenos a la universidad antes del conflicto (el ejemplo es Pedro Laín Entralgo o José Luis López Aranguren), precisaron su posición política y accedieron con la victoria franquista al centro de la escena intelectual. Este grupo contaba con altos recursos políticos y con el control de los puestos institucionales en la administración y en la industria cultural, pero no en la universitaria. El impacto de Heidegger y la posterior identificación con otro maltrecho de la universidad republicana (Zubiri) les permitirá adquirir legitimidad cultural. Su influencia en el mundo de la filosofía académica es escasa, exceptuando Aranguren que, como se verá enseguida, sólo se unió definitivamente a este grupo durante los 50. Mucho unía a ambos de agentes. Por un lado, un repertorio común acerca de las necesidades de la filosofía. Zubiri y Ortega mantenían una relación común con las ciencias. El primero despuntaba más en la física, mientras que la cultura histórica de Ortega fue apabullante y se encontraba al servicio de un galileísmo de la razón histórica. Ambos otorgaban, sin embargo, un lugar diferente a la tradición filosófica. Mientras Ortega defiende una precisión resueltamente histórica y sociológica de la filosofía, lo que impide construir una tradición común entre Platón y nuestro tiempo. Zubiri, por el contrario, concibe el ejercicio de la filosofía como una actualización de las posibilidades no realizadas de la historia de la filosofía. Pero la diferencia fundamental entre ambos sectores fue la aceleración para los zubirianos y la deceleración (o detención) para los orteguianos de las fases de su ciclo de vida intelectual que produce la Guerra Civil. La polémica entre Laín y Marías sobre las generaciones muestra que entre ambos 296 grupos existía un territorio cultural compartido, que fijaba centros de atención comunes y permitía debates enormemente precisos y ricos. Los años 40, dominados filosóficamente por los problemas de la década anterior, nunca fueron baldíos. El tercer grupo también acelera su presencia por la Guerra, aunque proviene, a diferencia del anterior, menos del prestigio y los cargos políticos (como los zubirianos en filosofía y falangistas en política), que de la imposición administrativa y de cómo ésta recoge una tradición de filosofía católica marginalizada durante la República. El Régimen del 18 de julio impuso una filosofía oficial, el tomismo, y les encomendó la formación universitaria y, muy importante, una enseñanza media en la que la filosofía quedó sólidamente implantada. El plan de 1938 introducirá 9 horas semanales de filosofía en Bachillerato. El régimen, asumiendo el tomismo, convertía al Estado en vanguardia de la campaña neotomista en Filosofía decretada por el papa León XIII, en 1879, con la Encíclica Aeterni Patris (reforzada por la campaña antimodernista en teología —Zubiri tuvo que prestar el juramento antimodernista— con la encíclica de 1907 del Papa Pío X Pascendi Dominici Gregis). La red de ese grupo, cuya seña de identidad es el cultivo interno de la filosofía, controlará en los años 60 la enseñanza media e impulsará una filosofía académica que irá relajando progresivamente su derecho político de admisión y, por ende, ampliando el elenco de autores disponibles. Francisco Vázquez (2009: 119-120) llama a ese grupo red académica ortodoxa y no es simplemente anecdótico que sus sucesores ocupen la cátedra de Ortega y dominen la reproducción institucional en la enseñanza media y la universidad. El dominio de la Universidad Central tenía efectos enormes, sobre ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 Sobre Herederos y pretendientes. Un diálogo con Francisco Vázquez todo mientras duró el monopolio de los estudios de doctorado hasta el curso 1951-1952 (la primera tesis en Filosofía de Barcelona, la defendería en 1955 Juan Carlos García-Borrón). Como sucede en cualquier red intelectual compleja, dicho grupo, que dominó durante mucho tiempo también el CSIC, se fue dividiendo y especializándose y, siempre con Vázquez, desarrolló núcleos originales alrededor de Gustavo Bueno en Oviedo y de Manuel Garrido en Valencia. Posibilidades y peligros Cada una de estas corrientes se enfrentaba a peligros y tenía ciertas posibilidades de salvar su posición intelectual. La corriente orteguiana sólo podía sobrevivir defendiendo la tradición marginada y procurando una audiencia cultural al margen de la universidad. La reconversión hacia las ciencias sociales fue otra posibilidad. La biografía intelectual de Julián Marías o la de Paulino Garagorri fueron un ejemplo de ambos empeños. El primero cultivaría varios géneros entre los que se encuentran la fijación del canon orteguiano, la filosofía para públicos amplios o la sociología. Garagorri, atrincherado en una posición marginal en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas, dedicado a la edición del maestro, acogió e impulsó a los disidentes ideológicos y filosóficos de la Facultad de Filosofía de Madrid (Vázquez, 2009: 243). Esa salida del mundo universitario, la búsqueda de públicos no académicos, reforzó los tópicos de sus enemigos que la acusaban de filosofía mundana y no profesional, asistemática y sociologista. Por lo demás, los orteguianos exiliados (de José Gaos a Francisco Ayala) continuaron influyendo en su patria. Un reconvertido al falangismo desde la izquierda, Enrique Gómez Arboleya (1982: 685), siempre fino, los compararía con los hu- gonotes que abandonaron Francia tras el Edicto de Nantes y que siguieron marcando los ritmos intelectuales del Hexágono pese al destierro. Hasta los enemigos de Ortega y el orteguismo, como Vicente Marrero, acudirán a la autoridad del Rector de la Universidad roja, para criticar a su maestro. Marrero y el mundo del Instituto Luis Vives, CSIC, leían a Gaos; el interés, creo, no era correspondido. El grupo alrededor de Zubiri se enfrentaba a dos posibilidades de descrédito intelectual. Procedentes del falangismo más agresivo, la estigmatización ideológica les rondaba en los años 50. Se precavieron con una reconversión ideológica masiva durante la segunda mitad de la década (Moreno Pestaña, 2008). El referente que les había otorgado respetabilidad intelectual, por otra parte, aparecía (sin duda, injustamente) entre muchos sectores como cerrado y abstruso, enfrascado en una elaboración cerrada a las corrientes de su tiempo. Inspirador de una poderosa corriente en ciencias sociales (Gómez Arboleya lo llamó el Mead de la sociología española) y contando con discípulos fuera de las facultades de filosofía (excepto Aranguren, situado en la más híbrida de las cátedras filosóficas posibles: Ética y Sociología), Zubiri facilitó el viraje de sus discípulos hacia las ciencias sociales o hacia la filosofía de las ciencias médicas. Además, poco a poco, el grupo amplió su horizonte de referencia. Pese a lo que parecía para sus detractores, Zubiri marchaba paralelo a las más vanguardistas de las corrientes en fenomenología (como la representada por Merleau-Ponty en Francia) y a través de él se contactaba con ramas actuales de la filosofía europea. En fin, el grupo que controlaba la reproducción del cuerpo de filósofos (en la Universidad y en el CSIC) pagaba su dominio con la contestación ideológica. La ampliación del ca- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 297 José Luis Moreno Pestaña non filosófico y el aggiornamento tecnocrático fue la manera de escapar a la irrelevancia intelectual, algo que puede acompañar muy bien el dominio institucional. Continuidades y transformaciones: los años 60 Francisco Vázquez nos ayuda a comprender la continuación de esta historia en los años 60. Este trabajo, realizado por un amigo y un compañero de trabajo y de investigación, constituye la visión más ambiciosa de la filosofía española en la segunda mitad del siglo pasado y, a mi entender, uno de los trabajos más ricos de sociología de la filosofía publicados internacionalmente. Desde el Vaticano II, permite trazar las transformaciones del campo filosófico hasta casi antesdeayer. Vázquez se apoya en la reconstrucción sociológica de cincuenta trayectorias de filósofos y en la lectura sistemática de un elenco importante de los trabajos publicados por los mismos. De ese modo, el análisis permite comprender cómo se forjan unas competencias intelectuales y cómo se activan en determinados contextos. Tales vínculos entre la historia personal y la producción intelectual requieren la mediación de redes intelectuales, metodología procedente de Collins que Vázquez refuerza con una sociología de los agentes inspirada en Bourdieu. Las redes y sus nódulos proveen a los individuos de información sobre los puestos institucionales a su alcance y sobre los temas que merecen crédito en entornos determinados. Cada red, por su parte, impone una norma de filósofo, a la vez social y teórica. La vinculación entre la experiencia social e intelectual es compleja y no permite trazar ninguna causalidad unívoca. Cualquier reconstrucción histórica, si es seria, debe mostrar el espacio de posibilidades 298 que se le abre a una posición social e intelectual determinada. Dicha posición, por su parte, tiene que enfrentarse con un entorno en permanente transformación. Vázquez (2009: 47) localiza una importante transformación morfológica en el campo de la filosofía con el desarrollo de la enseñanza media y el incremento de estudiantes universitarios, lo cual saca a la filosofía de los ambientes íntimos en los que se desenvolvía en los años 40 y 50. Además, la carrera de filosofía recibió muchas vocaciones políticas (y político-religiosas) que encontraban en la disciplina un alimento ideológico para la transformación política y la innovación cultural. El acontecimiento principal, sin embargo, fue la transformación del campo religioso. Comencemos pues por la última de las posiciones, aquélla que dominó las facultades de Filosofía, fundamentalmente. El exilio, el abandono o la marginación hicieron que nuevos profesores llegasen a la Universidad al final de la Guerra Civil. Alguno de ellos, como Juan Francisco Yela Utrilla (maestro de Ángel González Álvarez y Carlos Paris), se resarcía de las derrotas sufridas anteriormente ante candidatos que partieron al exilio (como José Gaos). Otros, profesores durante la República, mejoraron su posición académica ante antiguos contendientes (es el caso de Juan Zaragüeta, con Lucio Gil Fagoaga) o adquirieron un importante prestigio académico e intelectual que antaño les hubiera resultado imposible, por ejemplo, Manuel Mindán, un sacerdote formado con Gaos, notorio derechista, y que ocupó un lugar central en el CSIC. El héroe de aquel entorno, al menos durante los años 1940, fue el Padre Ramírez. De Yela (director de tesis), tanto como de Ramírez (que presidió el tribunal que le encumbró a la significativa cátedra de Ortega) procede Ángel González Álvarez. Las clases po- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 Sobre Herederos y pretendientes. Un diálogo con Francisco Vázquez pulares llegaron a la filosofía por las instituciones religiosas que combinaban la coherencia filosófica (a la que enseguida me referiré), la dependencia de la institución (se trata de filósofos que todo lo debían a los internados religiosos) y la filosofía académica. Uno de los intelectuales señeros en aquel entorno fue Antonio Millán Puelles, quien también admiraba sobremanera a Santiago Ramírez y que dirigió la tesis de José Luis López Aranguren. Millán es el tercero (tras González Álvarez y Bofill) en la lista de veintiuno que Calvo Serer (1953: 238-239) ofrece para sustituir a Ortega, en su intento de conjurar el acceso a la cátedra de los discípulos del maestro, proclives al «pensamiento moderno revolucionario. El sentido político de ese juego ya sabemos cuál sería: la República». La filosofía importaba y mucho entonces y de ella parecían depender los regímenes políticos. Vázquez (2009: 174-181) explica que Aranguren articulará una red filosófica alternativa con bifurcaciones científicas (capitaneada por Javier Muguerza), religiosas y estéticas. El caso de Aranguren demuestra también que la división entre falangistas liberales y tradicionalistas es una construcción interesada. Por dos razones: la primera, puramente histórica, es que los contactos entre ambos grupos eran constantes 1. Aranguren puede conectarse con el núcleo institucional de la Universidad Central aunque más tarde (durante los años 50) entrase en conflicto con ellos y se alinease claramente con intelectuales falangistas ligados a Zubiri. La segunda razón es teórica. Nada permite decir que el tomismo fuera una doctrina cerrada alérgica a las corrientes filosóficas contemporáneas. Basta leer la tesis de Ángel González (El tema de Dios en la filosofía existencial, publicada en 1945) para convencerse: en ella aparecen, convenientemente expues- tos, Marcel, Heidegger, Kierkegaard, Zubiri o Jaspers. Al final, se defiende el tomismo, desde el que se miden méritos y deméritos (otros lo harán más tarde con Marx, Foucault o Rawls: ¿no es una forma idéntica de filosofar?) pero nadie puede acusar a la exposición de ser ideológicamente tendenciosa ni de conducirse de manera incompetente. Quien recorra sus páginas tendrá un excelente estado de la cuestión del existencialismo, tal y como se percibía en la primera mitad de los años 40 en España. La tesis de Aranguren (El protestantismo y la moral, de 1954), por lo demás, conectaba muy bien con preocupaciones procedentes de Ramiro de Maeztu, héroe político de una parte del mundo de la Universidad Central y del Instituto Luis Vives. Maeztu se preocupó por construir un catolicismo que sirviera, a la manera del protestantismo descrito por Weber, a la modernización capitalista de la sociedad española, siempre convenientemente insuflado de doctrina social de la Iglesia (Villacañas, 2000: 255-273). La tesis de Aranguren es coherente con semejantes preocupaciones. Hablar de tomismo cerrado, como se hace a menudo, debería especificar, al menos, quién y cuándo. La red intelectual católica en la que se desenvuelve Paris o el primer Aranguren es similar a la que conoce, desde opciones políticas muy distintas, el joven Merleau-Ponty y desde ella se puede ser dogmático o productivo, buen lector o mal lector. En el fondo, de mucha más tradición española era la red de José Ortega y Gasset que pretendía, y es lo que le reprocharán muchos filósofos del entorno nacionalcatólico, abrir nuevas posiciones en filosofía, cuando, para sus contradictores, sólo era una derivación mundana del historicismo de Dilthey. La polémica contra Ortega sirvió para reafirmar una idea que no era sólo de origen tomista: hacer filosofía es construir ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 299 José Luis Moreno Pestaña sistemas por medio del comentario de filósofos. Sergio Rábade convirtió tal red en una tradición académica plural, en la que encontrará acomodo una persona ideológicamente de izquierdas como Fernando Montero (Vázquez, 2009: 93). El ejemplo de Juan Roig Gironella, uno de los que atacaron a Ortega desde la escolástica, apadrinando a un religioso unido a la izquierda como Alfonso Álvarez Bolado (Vázquez, 2009: 201) ejemplifica continuidades y transformaciones. Continuidades, las hubo, de la norma filosófica, pegada al comentario de textos, un comentario que, pese a lo que dice la leyenda, nunca fue exclusivamente tomista, sino de buena parte de la producción filosófica del continente. Continuidad social, también la hubo, pues la procedencia religiosa fue una credencial poderosa de acceso a la filosofía. Entre otras cosas, como recuerda bien Vázquez (2009: 54), por una generosa política de convalidaciones ratificada en el Concordato de 1953 y que ya había provocado las protestas estudiantiles al final de la dictadura de Primo, cuando el ministro Eduardo Callejo facilitó el acceso desde los centros religiosos a la Universidad pública. Continuidad social también, se nos enseña, porque siguen abundando en ese grupo intelectuales de primera generación o de extracción social humilde (Vázquez, 2009: 101). Las transformaciones fueron notables. Ideológicas, en primer lugar, cuya condición de posibilidad se encuentra, por un lado, en la evolución de las corrientes del bando nacional (con el giro masivo de muchos falangistas a la izquierda, incluidos los formados en la Universidad Central en los años 40-50), el efecto del Vaticano II y el contacto, magníficamente descrito por Vázquez (2009: 70), con el mundo obrero: el contacto con la alteridad obliga siempre a redefinirse y algunos, como el Padre Lla300 nos o Carlos Paris, cambiaron completamente de coordenadas ideológicas. Vázquez muestra convincentemente cómo el cultivo del canon filosófico terminó produciendo filósofos que no sólo lo ampliaron, sino que necesitaron sacudírselo. Las trayectorias de José Luis Villacañas o Félix Duque son un ejemplo. Antes que ellos, un filósofo procedente de ese mundo teórico rompería con él ideológica e intelectualmente. Gustavo Bueno ha sido, según Vázquez, un académico heterodoxo. Creo que su caso muestra una renovación del programa orteguiano de construcción de la filosofía en hibridación con las ciencias humanas. Semejante renovación era pues una de las posibilidades del mundo de la Universidad Central del que procedía Bueno. Obtener las ideas filosóficas de las prácticas cotidianas, científicas o no, rompe con la filosofía de exclusivo comentario filológico, combinación infinita de autores y obsesión por ampararse en textos del canon (ya sea el Angélico o Guy Debord, si un día entra en él). Bueno propone una filosofía que explicita lo implícito en la vida cotidiana y en los diversos campos del saber y, de ese modo, se acerca al postrer programa orteguiano alrededor de las Humanidades (Moreno Pestaña, 2011). Su crítica de la filosofía cerrada (ya sea unitaria o recurrente), expuesta en su trabajo crítico con Sacristán, contiene una de las impugnaciones filosóficas más profundas del modelo de filosofía que el último Ortega caracterizó como escolástico (ya sea desde un canon restringido o ampliado, ideológicamente conservador o izquierdista). Bueno puede reclamarse, con toda razón, un discípulo de Ortega aunque su modelo de filosofía (en diálogo permanente y esotérico con las ciencias) guarde mucho en común con un pensador que le disgusta como Zubiri. Lo único que guarda Bueno en relación con el mundo de la Univer- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 Sobre Herederos y pretendientes. Un diálogo con Francisco Vázquez sidad Central de los años 40 es que, como Manuel Garrido (ideológicamente menos izquierdista y más próximo a la filosofía analítica, pero también con una importante formación científica, gracias, entre otras razones, a sus estudios de Medicina), pudo realizar su trabajo en las secciones de Filosofía. Fuera de éstas, desarrollaron su labor los próximos a Zubiri y a Ortega. Ambos harían frente común en los años 50, pero antes los falangistas alrededor del primero y el heroico discípulo del segundo, Julián Marías, mantendrían una pugna, discreta pero contundente, por definir el trabajo filosófico. No tengo claro que el debate entre Julián Marías y Pedro Laín sobre las generaciones sea menos rico que los que empieza a federar Javier Muguerza alrededor de la razón crítica y analítica (Vázquez, 2009: 143). Los primeros contaban con un capital cultural común y con objetos de atención similares (el trabajo en la ciencia histórica), mientras que Muguerza reúne, con inteligencia y mesura, las diversas importaciones filosóficas que caracterizan la producción filosófica española durante los años 60. España se convirtió entonces en un país de recepción de la filosofía continental o analítica. El viaje iniciático y la defensa y comentario del autor importado convirtió a España en un país receptor de teorías, acabando con el afán original del orteguismo rabiosamente reivindicado por Julián Marías o José Antonio Maravall. Muguerza consigue evitar dos de los males endémicos de la filosofía española especializada e internacionalizada: la cerrazón doctrinal y la ignorancia de los coetáneos. Pero tanto no se cambia respecto a la norma tomista: continúa siendo puro cultivo de textos enajenados de su mundo histórico (mundo que llevan prendido en ellos, por mucho que se laven las manos ante eso los comentadores), diría el último Ortega crítico, como Sacristán y Bueno, de la filosofía autónoma. Un potente grupo procedente de las elites franquistas altoburguesas, con poderosas conexiones con el mundo editorial, renovaría, con Savater y Trías, el aspecto mundano de Ortega. En el caso del segundo, combinado con la construcción de un importante sistema filosófico. Pero no su conexión con las ciencias sociales y humanas, las cuales han quedado fuera del menú teórico de los filósofos consagrados, fueran éstos apocalípticos o integrados o antiguos apocalípticos en fase integrada. ¿Conoce alguien un filósofo que sepa qué es un grupo de discusión y cómo se utiliza? Theodor W. Adorno (2011), sin duda, pero ningún filósofo español importante (incluso los que se dicen inspirados en el frankfurtiano) —y eso en el país que mejor ha desarrollado y teorizado esa técnica con figuras como Jesús Ibáñez—. Sólo la corriente de Sacristán, fieramente juramentada contra la filosofía independiente, ha sido capaz de producir intelectuales que trabajan filosóficamente desde los instrumentos de las ciencias sociales. En ese punto se nota la derrota de Ortega y de Zubiri, del modelo filosófico que se intentó imponer antes de la Guerra Civil. BIBLIOGRAFÍA Adorno, Th. W. (2011): Escritos sociológicos II, vol. 2. Obra completa 9/2, Madrid, Akal. Calvo Serer, R. (1953): La configuración del futuro, Madrid, Rialp. Díaz Hernández, O. (2008): Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor, Valencia, PUV. Gómez Arboleya, E. (1982): «Sociología en España», Estudios de teoría de la sociedad y del Estado, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales. Moreno Pestaña, J. L. (2008): Filosofía y sociología en Jesús Ibáñez. Genea- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 301 José Luis Moreno Pestaña logía de un pensador crítico, Madrid, Siglo XXI. Moreno Pestaña, J. L. (2011): «Tan orteguianos como marxistas: una relectura del debate entre Manuel Sacristán y Gustavo Bueno», Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol. 28. Vázquez García, G. (2009): La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1993-1990), Madrid, Abada. Villacañas, J. L. (2000): Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía española, Madrid, Espasa. NOTAS Texto escrito en el marco del proyecto de I+D FFI2010-15196. Una versión modificada de este texto aparecera como conclusión en el libro, La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico es* 302 pañol tras la Guerra Civil, Madrid, Biblioteca Nueva, 2012. 1 Tal y como ha demostrado el importante trabajo de Díaz Hernández (2008). ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 295-302, ISSN: 1130-2097 doi: 10.3989/isegoria.2012.046.14 ISEGORÍA. Revista de Filosofía Moral y Política N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS LA VIOLENCIA COMO OBJETO EPISTEMOLÓGICO Y COMO DEBATE INACABADO LORENZO MAGNANI: Understanding violence. The intertwining of morality, religion and violence: a philosophical stance, Berlín-Heidelberg, Springer-Verlag, 2011, 354 pp. Sugerente es la primera palabra con que definiría la lectura de este libro que pretende deliberadamente elevar la violencia, cualquier tipo de violencia, a categoría filosófica y moral, y que inaugura sus páginas con una brillante cita de Bacon situando la venganza dentro de las modalidades de la justicia salvaje. Aunque desigual en sus logros —no así en sus aspiraciones o sus fuentes, si bien se echa de menos a Sartre, que apenas aparece citado, o a Franz Fanon, que no aparece en absoluto— esta obra de Magnani acomete con brío intelectual varios frentes, todos ellos tan complejos como fascinantes. El primero de ellos, formulado de manera explícita y reiterada, es el de explorar la base moral, y por ende religiosa, de la violencia. Esa tarea va a suponer un recorrido pormenorizado por terrenos resbaladizos, como el de las creencias o las convicciones personales. En segundo lugar, no menos importante en la línea de buscar sus razones, es el hecho de querer arrancar de las garras de la psiquiatría la gran mole temática y epistemológica de la violencia y restituirla a la filosofía, una disciplina que ha preferido vivir de espaldas a ese fenómeno, dándolo por sentado e inevitable, y dejando que otras parcelas del saber —no sólo la psiquiatría— lo explicasen y atendiesen desde un plano, al menos, explicativo, que es el que mejor se aviene con un mundo dispuesto a aceptar lo que le cuentan las fuentes fidedignas. Pero de ese modo nos llega una visión de la violencia no sólo sesgada, sino asociada siempre a la patología o al mal. El tercer precepto del libro —verdadero punto de arranque— es la tácita asunción de que todos somos seres intrínsecamente violentos, una novedad si lo comparamos con otros teóricos del tema, como Wilza Villela, para quien «Si asumimos que la violencia existe a partir de la anulación de la relación entre dos sujetos, con la reducción de uno de los polos de dicha relación a simple objeto, comprobamos que la violencia no es natural ni humana»; y para ser coherente con ese principio, Magnani incluso admite que «imponer» su punto de vista sobre la violencia como moral puede ser, a su vez, otra forma de acto violento. El libro está concebido en seis bloques temáticos, que contienen enfoques variados y en ocasiones de difícil engarce entre los diferentes módulos que componen un mismo bloque. Éste tal vez sea uno de los puntos más complicados en la lectura secuencial del libro: una capacidad digresiva, magnífica en su transcurrir, pero menos eficaz en su papel de guía. El primer bloque es fundamental para plantear los rudimentos más básicos 303 CRÍTICA DE LIBROS del tema de la violencia, es decir, su definición, su olvidada dimensión lingüística —es recurrente la imagen del lenguaje como un cuchillo, que recuerda algunos trabajos de Van Dijk sobre la capacidad de herir de las palabras— y la necesidad de que nos veamos como sujetos violentos y no únicamente como objetos de violencia. Al mismo tiempo, se pone al descubierto una cuestión interesante que apenas aparece en otros trabajos sobre la violencia, y que destacamos por su oportunidad: la propensión humana a rechazar la violencia individual y su absoluta relajación ante la violencia ambiental —pone como ejemplo crímenes ecológicos que no se perciben como agresión—. Es evidente, y Magnani no hace sino subrayar la obviedad, que sólo la violencia física, es decir, la que deja huellas (recordemos a título ilustrativo que, tradicionalmente, en los casos de violencia sexual se consideraba que se había consumado una agresión ante lo tangible, visible y mensurable de sus consecuencias), se asume como real. Pero el punto más destacable de esta primera parte es la exposición de la idea principal que vertebra la totalidad del libro: que hay unas relaciones implícitas, una suerte de complicidad, entre violencia y moralidad. Por ello define ampliamente qué es violencia; sin embargo, se echa de menos una acotación de lo que significa, aquí y ahora, moralidad. Constituye el fermento esencial de esa teoría adscribir al violento en alguna forma de moralidad que, como es lógico, choca con otras moralidades basadas en la idea del bien (en definitiva, se trata de sostener que la inmoralidad también es una forma de moralidad). Pero no por ello la causa última, el trasfondo último de la violencia deja de ser moral, según Magnani. Desde el punto de vista de quien agrede, la violencia «es fruto de una deliberación moral». Por lo tanto, quien 304 desobedezca su propia convicción moral es un raro caso de «comportamiento mefistofélico genuino». Es verdad que hay ciertas formas de violencia, como la crueldad, a la que dedica varios párrafos, en las que es más fácil reconocer alguna forma de residuo moral. Magnani intenta disociar el mal de la moralidad, o el mal de la lectura moral que hacemos de él. Pero él mismo no supera la idea del mal como origen de la violencia, pero le otorga una categoría moral. Por otro lado, al asignar algún tipo de deliberación u objetivo moral en el agresor, está obviando acciones claramente guiadas por la violencia gratuita, que no se atiene a razones morales o inmorales. Vamos a obviar, por innecesario, que explicar moralmente la violencia conlleva el peligro de justificarla. En este mismo sentido nos habla de la percepción que tenemos de la violencia, lo que obliga a ponernos en guardia ante ciertas ambigüedades de la violencia y sus perpetradores, para lo cual rescata el pensamiento de Hannah Arendt cuando, al hablar de la banalidad del mal, acepta con ello la posibilidad de que la «gente normal y decente» pueda ser violenta. Como Magnani sitúa la violencia como un fenómeno mediatizado por la moral, nos advierte así de la facilidad con que caemos en la trampa de los absolutos: la violencia exige una re-lectura, con la lección aprendida sobre su ambivalencia. Esta ambivalencia no sólo atañe a los mitos de la violencia —los violentos son siempre violentos y siempre los mismos; existen violentos, por un lado, y sus víctimas, por otro— sino que también afecta de lleno a nuestras convicciones sobre la evolución y los rasgos civilizatorios de nuestra especie. La realidad nos arrolla frontalmente con la prueba irrefutable de que el progreso de la civilización no lleva aparejada una disminución de la violencia. No cabe ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS duda del acierto de tal afirmación: vivimos inmersos en la violencia, jamás hemos claudicado de ella y, si acaso, el paso del tiempo nos ha permitido perfeccionarla en sus lenguajes y expresiones. La segunda parte aborda la importancia del lenguaje no sólo como acción física, que en todo momento puede percibirse como violenta, sino como el garante de la estabilidad y de la manipulación: los hechos se localizan a partir del gesto de nombrar. Y nombrar —no sólo lo afirman los lingüistas— es una imposición, es decir, un espacio donde cabe la violencia simbólica de apropiarse de los objetos, las personas y su entorno por medio del lenguaje. Esta omnipresencia de la violencia por medio de las semillas contenidas en las palabras, en la oralidad y en la escritura, engarzan con los procedimientos para legitimar o deslegitimar la violencia, núcleo duro de la tercera parte del libro, en que se desentraña el papel de las falacias y cómo la violencia invade el terreno de las políticas, del conocimiento o del pensamiento. La cuarta parte redimensiona la violencia en el plano cognitivo y dibuja una imagen del ser humano como «buscador de oportunidades», y por lo tanto como usuario de artefactos, moralidades y estrategias violentas, y también como (des)hacedor de conflictos: practicando una moralidad cooperativa reduce el riesgo de enfrentamiento y, por ende, de agresión. Aquí vuelve a traer a colación la ecología: el ser humano no sólo vive en su entorno, sino que lo modifica o lo cambia en su búsqueda de oportunidades. Así se forman, añade Magnani, los nichos cognitivos, o, lo que es lo mismo, la adaptación al medio, la señal de la selección ambiental. Pero esos nichos cognitivos producen fricciones y acarrean agresividad. En el entorno surgen asimismo los mediadores morales, en el bien entendido de que todo puede usarse como mediador moral, como potenciador de respuestas y códigos morales: los objetos cotidianos, la tecnología, el cuerpo... Los nichos cognitivos son el elemento de fusión con el apartado siguiente y penúltimo del libro, el que se refiere a las ideologías, las convicciones religiosas, los compromisos nacionalistas, los estereotipos étnicos o incluso las creencias personales más triviales: una amalgama que genera violencia cuando se trata de autojustificarse o de explicar que la deshumanización exige el precio de la crueldad. Es francamente interesante lo que Magnani denomina «argumento fascista», base de propagandas ideológicas, en las que se han asentado los sucesivos genocidios culturales como «modo de matar los nichos cognitivos de los otros». El argumento fascista altera o distorsiona el pasado o la imagen ajena, atenúa la propia responsabilidad, caricaturiza, descontextualiza, pervierte la semántica. En definitiva, una misma perspectiva moral que aspire a lo mejor está tendiendo también a lo peor, a su reconocimiento. No compartir idénticos axiomas morales convierte al otro —a la diferencia— en objeto de una violencia justificada. La última parte está consagrada a la religión como moral o como conductor de la moralidad, entre cuyas funciones destaca la amenaza de un castigo sobrenatural —una violencia fuera de los parámetros humanos— y la iconografía de los sacrificios como forma de violencia asociada a lo sagrado. Es innovadora su línea de pensamiento sobre el perdón, por un lado como acción que socava la perversidad de una cadena de violencia mediante la reparación del daño, o la simple evitación del conflicto moral, pero a fin de cuentas como forma de violencia, tesis que se apoya, en gran medida, en el pensamiento de Arendt: no se puede perdonar aquello a lo que no alcanza nuestro castigo. ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 305 CRÍTICA DE LIBROS Consideramos este libro de Magnani una reivindicación necesaria del tema de la violencia desde los feudos de la filosofía. Y sus apreciaciones hacen saltar resortes que, a medio plazo, habrán de conducir a nuevos puertos ontológicos y epistemológicos. Tal vez el próximo paso sea conceder mayor espacio a las víctimas —aunque Magnani deplore de los sujetos agredidos y reivindique el acercamiento a los perpetradores de violencia—, a los silenciados, y menos protagonismo del agresor —figura obligada quizá para entender las causas desde la psicología, la sociología o la biología, pero insuficiente para hacerlo desde la filosofía—. Es decir, nos queda por delante, desbrozado el camino de la maleza del desinterés general, recuperar, acaso, dos opcio- nes alternativas: el de la subjetividad de la experiencia violenta llevada al terreno filosófico (usurparlo a la psicología), puesto que la violencia existe cuando alguien a quien la violencia ha golpeado la ha sentido como tal (la víctima es víctima porque se siente así, no porque la moralidad dominante le dice que ha de serlo). Y, sobre todo, por qué la violencia ha generado una industria que decreta lo que es o no violencia (y quiénes son o deben ser sus víctimas) y los procesos de intervención y prevención, que, en ocasiones, no dejan de ser otra forma de violencia, por usar las propias palabras de Magnani, moralmente aceptada. Natalia Fernández Díaz Universidad Autónoma de Barcelona MÁS ALLÁ DE LO BELLO: EL TERROR, LO SUBLIME Y LO GROTESCO ÁNGEL GONZÁLEZ GARCÍA: Arte y Terror, Barcelona, Mudito & Co, 2008, 196 pp. El Ministerio de Cultura concedió el Premio Nacional de Ensayo en 2001 a Ángel González García por su libro «El Resto: una historia invisible del arte contemporáneo». Se premió así una modalidad de ensayo que no suele llegar al gran público, pese a contar con autores y escritos de gran calidad, publicados mayormente en catálogos de exposiciones. Ángel González, profesor de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, publicó seis años después una segunda recopilación de artículos y conferencias, Pintar sin tener ni idea y otros ensayos sobre arte (Madrid, Lampreave y Millán, 2007). Ambas obras me parecen imprescindibles para interpretar el arte del siglo XX. En 2008 añadió un li306 brillo que agrupa seis ensayos de alta calidad, uno de los cuales da nombre al libro Arte y Terror. Esta tercera obra toca temas relevantes para la filosofía moral, y en particular para las relaciones entre la ética y los valores estéticos. De ahí su interés para los lectores de Isegoría. En Arte y Terror González se ocupa del arte francés a finales del siglo XIX y aborda un tema particularmente difícil, «la complicidad entre arte y crimen» (p. 87). Para ello, parte de las relaciones entre los artistas bohemios y los anarquistas que ponían bombas artesanas de dinamita en los cafés parisinos, con el fin de atacar a la burguesía. También comenta a pintores anteriores, como Michelet, Géricault y Delacroix, que convirtieron en arte la estética de la destrucción proveniente de la época del Terror en la Revolución Francesa. «El ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS culto al horror es una forma de nihilismo», subraya el autor, a la par que rastrea múltiples referencias de la fascinación que otros artistas sintieron por la violencia y el terror, empezando por Baudelaire («aquí huele a destrucción»; «el mundo se va a terminar»), pasando por el joven Cézanne y terminando con los dadaístas y surrealistas franceses. De vuelta al primer tercio del siglo XX, que conoce a fondo, Ángel González comenta críticamente a André Breton, en particular el célebre pasaje de su Segundo Manifiesto sobre el Surrealismo (1930), donde el pintor francés escribió provocativamente que «el acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle empuñando un revólver en cada mano y disparar al azar, mientras se pueda, contra la multitud» (p. 112). También recuerda que Konrad Heiden definió acertadamente al joven Hitler y a sus compinches como unos «bohemios armados», subrayando la ambigua condición político-social de buena parte de la bohemia de principios del siglo XX. Según González, «algunos de los ismos más notorios del pasado siglo XX han sido intrínsecamente aniquiladores; y no precisamente aquellos que se han llevado esa fama, como el futurismo o el dadaísmo, sino los que parecían ir por las buenas, a lo suyo, como el expresionismo, el constructivismo o el surrealismo, todos ellos decididos ciega y peligrosamente a lo mismo: a que lo suyo, en efecto, se realizara, aunque el mundo tuviera que perecer en el intento: FIAT ARS; PEREAT MUNDUS» (pp. 108-109). Otro tanto ocurrió con Dalí, quien arengaba en 1934 a los anarquistas barceloneses del Ateneo Enciclopédico Popular diciéndoles que «a vosotros, revolucionarios de Cataluña, os toca crear un tribunal terrorista de responsabilidades intelectuales en nuestro país» (p. 117). El número 1 de la revista La Révolution Su- rréaliste rendía homenaje a Germaine Breton, una militante anarquista que había asesinado a un periodista de derechas. De manera similar, el número 1 de Le Surréalisme au service de la Révolution evocaba nostálgicamente a algunas figuras del anarquismo francés decimonónico, por ejemplo Ravachol y la banda de Bonnot, quienes habían asesinado en nombre del Terror Negro. González detecta una cierta nostalgia del terror en muchos pintores de vanguardia, que les sirve de inspiración y les lleva a hacer declaraciones provocativas. También subraya el atractivo artístico de los temas e imágenes relacionados con la violencia y la destrucción, precisamente por el horror que suscitan. La vinculación entre Arte y Terror tiene raíces profundas; no se limita a ser una boutade de tal o cual movimiento de vanguardia. Según Ángel González, ese vínculo proviene de la pasión que sienten las vanguardias por aniquilar las formas previas de arte, renegando de sus antecesores. Desde Delacroix, las escenas de destrucción han constituido uno de los leit motiv del arte de vanguardia. Buena parte del arte de principios del siglo XX pretendió romper con las formas pictóricas tradicionales y por eso sintió fascinación por las imágenes de horror, sobre todo cuando tenían una motivación revolucionaria: «Arte y Terror han coincidido con frecuencia después de la Revolución Francesa» (p. 105). Hay razones de fondo para que haya sido así, que tienen que ver con la médula del espíritu artístico, que no sólo es creador, también destructor. Ángel González inicia su libro con una introducción al catálogo de una exposición que tuvo lugar en Barcelona en 2005 y que se denominó El esplendor de la ruina. Remonta esta tradición artística al libro de Edmund Burke, A Philosophical Enquiry into the Origin of our Ideas of the Subli- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 307 CRÍTICA DE LIBROS me and Beautiful (1757). Burke, uno de los padres del conservadurismo británico y feroz crítico de la Revolución Francesa, fue el primero en vincular lo sublime con el dolor y, más específicamente, con la estética del terror. Su obra influyó en el joven Kant, aunque el filósofo de Königsberg acabó distanciándose de las teorías de Burke, al decir que el sentimiento de lo sublime no lo suscita el Arte, sino la naturaleza y las matemáticas. Para Burke, por el contrario, lo sublime surge de la contemplación del terror, siempre que sea a distancia: por ejemplo, al ver las ruinas de alguna ciudad antigua o los efectos destructivos de ciertas catástrofes, sean éstas naturales o artificiales. En nuestros días, algunos atentados terroristas, como los del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, pueden suscitar ese tipo de sentimientos, que conectan las artes con la tragedia, con lo sublime y con los horrores, más que con lo bello y el placer. Aunque González critica las teorías de Burke y se muestra algo proclive a las tesis kantianas, según las cuales lo sublime no se da en los objetos, sino en nuestros estados mentales, encuentra en el libro de 1757 una de las claves de la relación entre el Arte y el Terror. Sin embargo, Ángel González va más lejos que Burke y añade una propuesta novedosa, que aparece una y otra vez a lo largo de este libro, sobre todo cuando comenta a los caricaturistas de la prensa obrera y a algunos diseñadores de moda: lo sublime está estrechamente vinculado a lo ridículo, como William Hogart mostró en la estampa The Bathos, en la que ironizaba sobre la devoción de Burke por las ruinas. «Es curioso que lo sublime siempre esté rozando lo ridículo, y quién sabe si incluso lo grotesco», afirma González (pp. 19-20). Los ejemplos que pone para ilustrar esta tesis son particularmente incisivos. Refiriéndose siempre a las 308 representaciones pictóricas o fotográficas, en una conferencia inédita que publica llega a decir lo siguiente: «confío en no resultar excesivo, ni mucho menos ofensivo, si os digo que la muerte de Jesús me parece más grotesca que otra cosa; o si os digo que en muchas de las fotos y películas que documentan la concentración y el exterminio de los judíos de Europa encuentro a su vez algo grotesco que venía de lejos y se había resistido a desfigurarse y disolverse en lo macabro» (p. 165). Ángel González vincula así lo sublime con lo que Antonio Valdecantos denominó males descomunales. Kant tuvo clara la relación entre lo sublime y lo descomunal, pero la circunscribió a la Naturaleza. El Arte contemporáneo añade una nueva modalidad de lo sublime, que tiene que ver con los grandes males, siempre que éstos sean contemplados desde una perspectiva artística. A mi modo de ver, el Superhombre nietzscheano subyace a este tipo de planteamientos. El artista de vanguardia no pretende expresar lo bello, sino lo sublime, por trágico y horroroso que pueda resultar. Ocurre, sin embargo, que la frontera entre lo sublime y lo ridículo es difusa. Ésta es la tesis principal que, a mi modo de ver, se sugiere en esta obra. El arte se ocupa del mal, del dolor y del terror, pero también de lo grotesco y lo macabro, puesto que son cualidades del mal. Dicho en términos nietzscheanos: el arte contemporáneo ha pretendido situarse más allá del bien y el mal, pero también más allá de lo bello. Sin embargo, lo que de verdad suscita es risa, precisamente por su actitud desmesurada a la hora de expresar el horror. Lo grotesco moderno consiste «en la imitación fallida, torpe y desangelada, falta de gracia, de algo noble o bello» (p. 167). Dicho más radicalmente: «lo grotesco está por doquier, más aún: da forma a la experiencia moderna; es su ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS formato más característico, como vamos viendo, o si queréis: su principal forma de hacerse visible... Esta ÉPOCA es la de la BROMA, sin dejar de ser al mismo tiempo LA ÉPOCA DEL TERROR. Lo viene siendo desde el siglo XIX, que no en vano llamaba Walter Benjamin LA ÉPOCA DEL INFIERNO, sede tradicional de lo grotesco» (p. 171). El arte contemporáneo está más interesado en el infierno que en el cielo, por eso autores como El Bosco o Brueghel el Viejo nos parecen contemporáneos. Ahora bien, por trágico u horroroso que sea lo representado, sólo es contemporáneo si, conjuntamente con el gesto de horror y de rechazo, el arte suscita alguna sonrisa sarcástica. Los desastres de la guerra y del terrorismo los ejemplifica González en el 11S2001, pero también en las torturas que los soldados estadounidenses practicaron con los presos iraquíes de Abu Ghraib. Algunos de ellos no habían sido torturados para conseguir información de ellos, sino por diversión (p. 170), para ridiculizarlos y reírse de ellos. Ángel González analiza con gran perspicacia las razones de un comportamiento así, no sólo grotesco, sino macabro: «la ridiculización del enemigo, su transformación en objeto continuo de bromas y farsas, es un procedimiento sencillo para hacer menos inquietante moralmente, casi intranscendente, o francamente trivial, su persecución o exterminio; tanto en el caso de las cárceles iraquíes como en el de los campos nazis, esas prácticas humillantes, ese trabajo de lo grotesco, no tenía como objeto ablandar a las víctimas sino endurecer a los verdugos» (p. 166). De alguna manera, los artistas de vanguardia funcionan igual cuando ejercitan su voluntad de destrucción del arte previo, ridiculizándolo y deformándolo. Lo grotesco y lo sublime se refieren al mal, por eso suscitan horror y rechazo y terror. Lo notable es que la estética de la destrucción también suscite risa y que los pintores sean capaces de combinar la carcajada y el terror en una misma tela. Cuando lo logran, están en la vanguardia del arte y aniquilan a sus predecesores. La destrucción creadora caracteriza al Arte contemporáneo, porque en la contraposición entre la creación y la destrucción emerge lo sublime, y también la broma. Javier Echeverría Ikerbasque LA PROFECÍA QUE SE AUTOCUMPLE: DEL ERROR AL TERROR JOSEBA ZULAIKA: Terrorism: The self-fulfilling prophecy, Chicago, The University of Chicago Press, 2009, 275 pp. Joseba Zulaika, Codirector del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (Reno) en Terrorism: The selffulfilling prophecy (hay versión española de Andoni Alonso y J. Zulaika, Contraterrorismo USA: profecía y trampa) (en adelante TSP), argumenta siguiendo muy diversas líneas a favor de la tesis siguiente: «El contraterrorismo se ha convertido en una profecía que termina cumpliéndose a sí misma; su función decisiva ahora es promover más terrorismo» (TSP, p.1). Sin duda es una afirmación extrema que intentará defender, mediante un análisis detallado de diversos casos y agentes de acciones terroristas, teniendo como cons- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 309 CRÍTICA DE LIBROS tante trasfondo la organización, la propaganda y la acción contraterrorista. El octavo y último capítulo del libro, con el expresivo título «El 11 de septiembre y la guerra de Irak como profecías autocumplidas», se propone dar respuesta a la pregunta de por qué las agencias de seguridad y los expertos contraterroristas fueron incapaces de evitar los atentados del 11 de septiembre y por qué, por el contrario, nos queda la impresión o nos asalta la inquietud de que esas mismas agencias, en cierta forma, contribuyeron a promoverlos. Zulaika se remonta a los orígenes de la CIA, la Guerra Fría y la proliferación de armas nucleares hasta terminar revisando la historia reciente de Afganistán y el papel desempeñado por el gobierno de los Estados Unidos, particularmente por la CIA, durante la invasión soviética de Afganistán. Recuerda cómo para desgastar al enemigo rojo se inundó de armas y se introdujeron métodos «terroristas» entre los rebeldes afganos, que resultaron ser germen de los movimientos posteriores. Nos ofrece además una cuidada cronología de las políticas que concluyeron -y condujeron- a Al Qaeda a declarar la guerra a los Estados Unidos en 1998. Para articular una respuesta a esa impresión de corresponsabilidad o contribución neta de la actividad contraterrorista con la misma acción terrorista, realiza Zulaika un camino que transita por el análisis de personajes concretos de diversos actos calificados de terroristas en los últimos cincuenta años. La principal herramienta conceptual para avanzar por esa ruta la encuentra en la noción de «profecía que se autocumple» (self-fulfilling prophecy) que se ha mostrado de gran utilidad en el análisis social, al menos desde que Robert K. Merton la reformulase. Merton es reconocido por haber sido capaz de extraer una enorme utili310 dad metodológica a nociones muy básicas de las culturas tradicional y clásica, por ejemplo el bíblico efecto Mateo según el cual a quien tiene se le dará más, o la tradición india de la serendipia (serendipity) o ésta, utilizada aquí por Zulaika, de la profecía que se autocumple que hunde sus raíces en el mito de Pigmalión narrado por Ovidio en su Metamorfosis. De hecho, esos tres recursos metodológicos mertonianos comparten el mirar a lo aparentemente obvio con unas lentes reflexivas que tratan de explicar o, al menos comprender, situaciones sociales e institucionales más o menos complejas. Los tres se caracterizan por darse con frecuencia en las acciones e interacciones humanas. Elegir esa perspectiva para analizar el fenómeno contemporáneo del terrorismo termina siendo muy fructífero y dota a la mirada de Zulaika, cuando menos, de una inusitada e inesperada novedad. Una vez que se hace explícita la propuesta metodológica se nos propone el posible rendimiento para el análisis de la complejidad social: «La profecía que se autocumple es, en su inicio, una definición falsa de la situación que evoca un comportamiento nuevo que hace que la concepción falsa original se haga verdadera. Esta validez engañosa de la profecía que se autocumple perpetúa un reino de errores. Porque el profeta citará el curso actual de los hechos como prueba de que estaba en lo cierto desde el comienzo… Tales son las perversiones de la lógica social.» (TSP, p.4) Resulta un acierto utilizar alguna de aquellas nociones mertonianas para penetrar en las «razones» de la expansión de un terrorismo que ahora se caracteriza de global, que algunos tratan de situar como ajeno a nuestro núcleo cultural y que, sin embargo, Zulaika nos consigue mostrar como una parte natural de nuestra vida social, que se expresa en diver- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS sos momentos de maneras diferentes pero compartiendo una estructura cognitiva más o menos similar y analizable con nuestras herramientas cognitivas. La hipótesis central del libro gira en torno a la enorme influencia que sobre la acción estructurante del terrorismo tiene el propio contraterrorismo. Para comprender más profundamente esa posible perversa vinculación entre acciones que aparecen inicialmente como radicalmente contrapuestas, posiblemente hubiera sido interesante observar que no se trata de una situación de simple explicación causa efecto, sino que, de alguna manera, comparte en modo negativo la estructura que Merton proponía en el último libro que publicó antes de su muerte The Travels and Adventures of Serendipity: A Study in Sociological Semantics and the Sociology of Science (Merton, 2006). Incluso comparte la estructura del mecanismo heurístico recogido en la expresión popular «Tanto va el cántaro a la fuente que acaba por romperse». La presión de la inteligencia contraterrorista y la formulación de teorías como las de la Guerra de Civilizaciones, conceptualizadora de la Guerra contra el Terror, terminan conformando parte del humus en el que se desarrolla la misma acción terrorista, «dándole» vida al terrorista y actuando sobre él cual nuevo Pigmalión, ahora visto como un aprendiz de brujo, que termina dando vida a un auténtico monstruo moral. El encuentro de un objetivo por serendipia (combinación de cierto tipo de suerte que acompaña al que está buscando algo) se topa aquí, en su formulación negativa, con la misma acción terrorista como efecto no deseado de la insistente configuración del otro como lo radicalmente diferente y por ello agente del terror. Parecería reaparecer aquí, a ojos poco perspicaces, cierta teoría conspiratoria de la historia que, en todo caso, requeriría mayor análisis y comprobación empírica, pero que se muestra con capacidad para avanzar una comprensión más precisa del fenómeno terrorista y que, sobre todo, consigue mostrar los componentes duales de los procesos que culminan en las acciones terroristas. El terrorismo no surge en un vacío exterior, en una suerte de preparación externa a nuestra actividad social, política y cultural sino que es el fruto conjunto de la interrelación de acciones de múltiples focos y nodos. El componente de autocumplimiento, cual estatua esculpida sobre la acción contraterrorista, que termina adquiriendo vida propia en la acción terrorista, aparece como una faceta ineludible para comprender el terrible fenómeno que amedrenta a nuestras sociedades. Para penetrar en esa compleja red de la acción terrorista, Zulaika nos propone que dejemos, a diferencia de lo que considera la norma en el contraterrorismo, de analizar al terrorismo como un ente abstracto, que centremos la atención en el terrorista, el individuo capaz de enrolarse en las filas de una organización cuya actividad principal es preparar, diseñar y realizar actos de enorme grado de violencia generalizada y que, incluso, en la mayor parte de los casos del terrorismo global contemporáneo llegan a costarle la vida al propio actor terrorista. Zulaika muestra cómo los análisis contraterroristas se han enzarzado en desvelar las tramas económicas, políticas, religiosas sin prestar apenas atención a las personas que forman parte de ellas. Abordando la construcción narrativa del terrorismo, desde una posición teórica según la cual contar y escribir constituyen el hecho mismo, Zulaika analiza cómo en la década de los años setenta del siglo pasado eran muy escasas las referencias que se podían encontrar en la prensa a «actos terroristas», por el con- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 311 CRÍTICA DE LIBROS trario lo habitual era referirse a esas acciones en términos de secuestros, asesinatos, explosiones de bombas, amenazas, etc., pero no de terrorismo. Sin embargo, a partir de aquellas fechas el terrorismo empezará a ser nombrado como tal y empezará a ser el término predominante en el discurso político y periodístico para nombrar los mismos asesinatos, secuestros, etc. que se cometían antes: «… esta nueva forma discursiva con claras referencias al Mal, al taboo, y a la lógica del contagio, es una forma de retorno a un pensamiento que está más cerca de la mentalidad de la brujería medieval y del sinsentido de la inquisición. Es precisamente el tipo de discurso que se convierte en una profecía que se auto-cumple» (TSP, p.18) Al analizar la idea del terrorismo como una construcción retórica (cap. 2), se apela a la literatura atendiendo especialmente a Truman Capote en A sangre fría, para mostrarnos cómo desde el análisis subjetivo de los asesinos, de los personajes que van dando forma al relato, Capote había sido capaz de entender las motivaciones de aquellas horribles acciones. Sin embargo, lo que podríamos preguntarnos nosotros es si este mismo nivel de penetración en la subjetividad se presenta en otras obras narrativas de ficción, incluso en aquellas que específicamente se centran en el tema del terrorismo, y si podemos considerar a la narrativa de ficción una alternativa a la «comprensión» del terrorismo. En cualquier caso, no está nada claro que en general las novelas, por ejemplo, las que analizan o tienen como trasfondo principal las acciones terroristas del 11 de septiembre, consigan ofrecernos un conocimiento tan profundo de la psique de los terroristas como el que ofrece Capote de los asesinos de Kansas. Capote prácticamente convivió con los asesinos en la cárcel los últimos meses 312 de sus vidas, cosa que no podrían haber hecho Don DeLillo, John Updike o Martin Amis, por citar sólo una pequeña muestra de los escritores que han intentado construir desde la subjetividad literaria a los terroristas del 11 de septiembre. Zulaika compara el A sangre fría de Truman Capote con el Informe de la Comisión del 11 de septiembre (el famoso The 9/11 Commission Report), para mostrar que la literatura puede ir mucho más allá que la mera investigación contra-terrorista. Sin embargo, me parece que no resulta fácil encontrar conexiones para analizar en paralelo estos dos textos. En todo caso, posiblemente un análisis más profundo sobre obras de ficción como las escritas por los autores que he mencionado anteriormente –que constituyen parte de lo que ya aparece como un auténtico género de novelística post 11 de septiembre- arrojaría luz sobre si van o no mucho más allá que el Report en el conocimiento de la subjetividad del terrorista. Mi hipótesis es que tampoco consiguen mostrar al ser humano que se esconde tras el acto terrorista o al menos no consiguen ir mucho más allá de la imagen ofrecida por el relato «oficial» contraterrorista. Ninguno de los dos consigue ir mucho más allá de estructurar una narración en torno a tópicos por todos suficientemente conocidos. En cualquier caso, ése es el camino sugerido por Zulaika, quien plantea que para un mejor conocimiento de la subjetividad del terrorista son necesarios procedimientos más cercanos a la literatura, a la práctica del detective o a las del etnógrafo. El fallo de las políticas contraterroristas aparece como consecuencia del desconocimiento de las «subjetividades políticas de los terroristas». «Los errores derivan de lo que se toma por estándar de evidencia, por información válida, por el tipo de experiencia que debe ser res- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS petada, por el rigor de lógica asociativa que conecta diversas clases de sucesos y por aceptar o no otros varios contextos y mentalidades.» (TSP, p.2) A través de diferentes experiencias en diversos países aunque todas situadas más o menos en la misma época, la década de los setenta, Zulaika nos muestra diferentes formas de aproximarse a la «experiencia terrorista» mediante historias que no tienen como centro el terrorismo global actual sino otros componentes «reivindicativos» y otras formas de proceder. Por esa vía se nos presentan materiales muy interesantes que se acercan de manera más directa a la individualidad y a la experiencia directa de la actividad terrorista. Ahora bien, no resulta muy claro por qué se eligen unos textos que tienen muy poca referencia a voces propias procedentes de países o regiones que se consideran «semilleros» de terroristas (Irán, Irak, Paquistán, Afganistán, etc.). Se analizan unos textos escritos desde la cercanía vivencial al fenómeno terrorista (Robin Morgan que fue parte de un grupo terrorista, Oriana Falacci que fue pareja de Alekos o Jean Genet que estuvo en los campos de refugiados palestinos) pero no parecen arrojar mucha luz para explicarnos el fenómeno contemporáneo del terrorismo, o para dar razón de la falta de conocimiento que, según Zulaika, tienen los contraterroristas sobre la subjetividad de los terroristas. En el capítulo 5 se analiza la figura de Yoyes (María Dolores González Catarain) quien fuera miembro de la organización terrorista ETA y que tras abandonar la banda terminó siendo asesinada por sus excompañeros. El caso de Yoyes evidencia las dificultades que, tanto para el terrorista mismo como para quienes estructuran e impulsan la acción contraterrorista, entrañan las transformaciones personales que se pueden producir como resultado de los cambios de las convicciones políticas de los terroristas,. La figura de Yoyes se debate entre seguir unas reglas u otras, entre el deber de estado y el deber «parental» tal y como sucediera en el caso de Antígona. Resulta particularmente interesante el relato que plantea Zulaika de cómo las políticas y técnicas que diseña el contraterrorismo adoptan formas muy similares y se asemejan a las de los terroristas, llegando incluso a utilizar métodos que están fuera de toda «legalidad» y que se constituyen en auténticos «estados de excepción» como muestra el ejemplo manifiesto de la prisión de Guantánamo. La «singularidad» del accionar terrorista pareciera que se convierte en un argumento válido para soportar o permitir que se le combata fuera de las normas establecidas por el estado democrático. «¿Qué otro fenómeno podría justificar el uso de la tortura? En nuestras democracias liberales la tensión entre civilización y barbarie la configura el terrorismo.» (TSP, p. 32). Enfrentados al horror del 11 de septiembre parecía cobrar fuerza la negación del terrorismo entendido como discurso occidental, como producción de algo ajeno y, en todo caso, de otra civilización con las que estaríamos enfrentados. Sin embargo ahora, entremezclada con la despiadada brutalidad del terrorismo, reaparece la analogía de las conductas y se muestra la cercanía a la barbarie que se despliega desde el contraterrorismo «Abu Ghraib … es la imagen dialéctica que puede despertarnos la conciencia de que nosotros también somos bárbaros y torturadores». (TSP, p. 222) Quedaría por ver si apoyándose en la ficción contemporánea posterior al 11 de septiembre, incluyendo la narrativa procedente de otras zonas (por ejemplo la literatura escrita desde Pakistán, Afganistán, India o Irak), se puede avanzar, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 313 CRÍTICA DE LIBROS en la línea propuesta por Zulaika, en una nueva práctica político-etnográfica que sea capaz de afrontar el terrorismo contemporáneo. Posiblemente sea mucho pedirle a la literatura y muchísimo a la filosofía o a la antropología, pero toda contribución, por pequeña que sea, será bienvenida para abordar este candente tema de nuestro presente. Adriana Kiczkowski UNED GUÍA DE CAMPO PARA LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN PAULA OLMOS y LUIS VEGA (eds.): Compendio de lógica, argumentación y retórica, Madrid, Trotta, 2011, 712 pp. Hace no demasiado tiempo, el Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica —editado por Luis Vega y Paula Olmos (editorial Trotta)— habría sido un ejemplar atípico en la literatura filosófica. En efecto, hasta las últimas décadas, no ha sido frecuente que una misma obra agrupara la lógica y la retórica entre sus temas de estudio. La razón es que ambas disciplinas se situaban en extremos inconexos de las prácticas argumentativas humanas. La lógica se ocupaba de lo relativo a la búsqueda de la verdad y la justificación racional, una empresa para la cual los factores retóricos resultaban cuanto menos accesorios o irrelevantes, si no potencialmente ilegítimos y fraudulentos (podemos recordar la aspiración de Leibniz a un lenguaje formal universal que resolviese las discusiones de manera automática). Como resultado de la esta división, el estudio de la retórica y, en general, de los aspectos pragmáticos del discurso argumentativo, han solido ser relegados a un segundo plano, ya que la verdad y la justificación de las creencia han sido las áreas de investigación fundamentales de buena parte de la filosofía moderna. Durante la segunda mitad del siglo XX, no obstante, diversos giros en la 314 evolución de la filosofía (podemos citar el surgimiento de los estudios de pragmática, en cierto modo heredera de la antigua retórica) sentaron las bases para el surgimiento de una visión más adecuada, integradora y global, de las prácticas discursivas humanas —dando cabida a sus aspectos justificatorios y también a sus aspectos persuasivos—. Esta novedosa aproximación ha dado lugar al nacimiento de la Teoría de la Argumentación, una disciplina extrañamente joven, si se tiene en cuenta su importancia central tanto en las actividades cotidianas humanas como en los ámbitos especializados de la ciencia y, en particular, en la propia práctica filosófica. La pertinencia de la publicación de una obra como este compendio, es un claro indicio de la entrada de los estudios catalogados genéricamente como Teoría de la Argumentación en una etapa de madurez. Pues la existencia de un trabajo de estas características es precisamente una de las condiciones necesarias para consolidar y estabilizar el desarrollo de un campo de investigación relativamente reciente, especialmente si se trata de un área de estudio como el del análisis de la argumentación, intrínsecamente interdisciplinar y heterogéneo. En la moderna Teoría de la Argumentación confluyen elementos provenientes de la lógica, la retórica, la filosofía del lenguaje y el ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS análisis del discurso o las ciencias sociales. Tal diversidad de tradiciones y enfoques tiene el riesgo de transmitir la impresión de que se trata de un campo de estudio desesperadamente disperso, deslavazado y sin límites claros, para el cual resulta imposible ensamblar una articulación coherente y concreta. Si se desea disipar estas brumas negativas y ofrecer una perspectiva más favorable, se requiere justamente un esfuerzo como el emprendido por los editores de este compendio, que han tratado de presentar una visión global de los estudios de argumentación en la que se cohesionen e integren los distintos conceptos y líneas de investigación que conforman esta disciplina. Dada la ya mencionada amplitud y heterogeneidad de dichos estudios, el mero esfuerzo es digno de elogio. Ante una misión compendiadora como la que aquí se ha llevado a cabo, o en general ante cualquier tarea enciclopédica, caben en principio dos posibilidades. Una primera opción es que un único autor se encargue de toda la obra (podemos pensar en el diccionario filosófico de Ferrater Mora). La ventaja evidente de esta opción es la unidad en el estilo y en el punto de vista. Pero son también evidentes sus desventajas: en muy contadas ocasiones una sola persona dispondrá del conocimiento y el tiempo suficientes para cubrir adecuadamente un campo del saber de gran amplitud. En el caso de la Teoría de la Argumentación, la vastedad y complejidad a la que ya se ha aludido repetidas veces, hace imposible en la práctica la autoría individual. Es natural, por tanto, recurrir a la otra alternativa, la autoría colectiva. Esto es lo que se ha hecho en este compendio, en el que participan 59 autores, la mayor parte pertenecientes al ámbito hispanoamericano. La autoría múltiple permite que cada entrada haya sido elaborada por un especialista en la cuestión, garanti- zando así que todos los distintos temas —en algunos casos muy diversos— incluidos en el compendio reciban un tratamiento apropiado e iluminador. Con el fin de proporcionar una panorámica amplia y comprensiva, el compendio se despliega en 176 entradas, ordenadas alfabéticamente —además de un prefacio escrito por uno de los editores, Luis Vega—. Las entradas que componen el Compendio intentan abarcar los conceptos nucleares propios de la Teoría de la Argumentación —como «Argumento», «Entimema», «Deliberación» o «Géneros discursivos»—. Asimismo, se recogen nociones pertenecientes en origen a otros campos que han encontrado un lugar en el seno de esta disciplina, o que al menos guardan estrechas relaciones con ella: por ejemplo, nociones pertenecientes al campo de la lógica («Forma lógica», «Decidibilidad»), la semántica y la pragmática («Sentido/ Referencia», «Máximas de la conversación»), las ciencias sociales («Razonamiento jurídico», «Semiótica»), o la teoría de la racionalidad («Elección racional/Teoría de la decisión/Teoría de juegos»). Para organizar la redacción de entradas pertenecientes a un rango tan extenso de disciplinas, se ha contado con la participación de un coordinador asignado a cada una de las áreas generales que articulan el proyecto: Lógica, Filosofía del Lenguaje, Metodología, Retórica y Argumentación. Como se ha mencionado anteriormente, uno de los peligros de una obra coral es caer en la desigualdad de tono, planteamiento —e incluso, en el peor de los casos, calidad— entre los distintos autores. Es un mérito de la edición y coordinación del Compendio el que esto no haya sucedido: por el contrario, al mismo tiempo que en cada contribución se disfruta de un punto de vista experto, se ha logrado preservar un enfoque unitario y coherente ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 315 CRÍTICA DE LIBROS en el conjunto de la obra (lo cual resulta esencial en un proyecto que precisamente se proponía ofrecer una visión cohesionada y congruente de un área de estudio en ocasiones demasiado fragmentada). Siendo el terreno cubierto tan extenso, no habría sido sorprendente que el Compendio hubiese adquirido un tamaño desmedido. Sin embargo, los editores han conseguido producir una obra de dimensiones manejables, permitiendo así que sea empleada como herramienta de uso cotidiano, y no como una mera fuente de consulta ocasional para el investigador avanzado. Este equilibrio entre completitud y síntesis ha sido posible procurando que las entradas sean concisas y se concentren en exponer de forma sucinta las cuestiones esenciales relativas a cada concepto —y en especial, los aspectos que resulten más relevantes desde el punto de vista del estudio de la argumentación—. Las discusiones de los distintos conceptos se presentan siempre de forma accesible para el lector no especializado, aunque sin dejar por ello de tratar las tesis principales, ofreciendo así una visión introductoria pero suficientemente amplia de cada tema. Aquellos que deseen profundizar en algún punto concreto, disponen de una amplia bibliografía al final del libro (aunque no existe una bibliografía separada para cada entrada). Todo ello hace que este compendio, además de servir a los propósitos del investigador, sea también un instrumento pedagógico de gran utilidad. La voluntad de establecer este compendio como una obra de referencia para los estudios de la argumentación en el mundo hispanohablante se manifiesta asimismo en la aspiración a asentar un criterio terminológico en castellano para 316 esta disciplina. En un primer momento, la traducción de determinados términos prácticamente ubicuos en su versión inglesa puede causar un leve desconcierto transitorio. Pero es obvio que, a la larga, la consolidación de un vocabulario técnico propio para la lengua castellana es un paso necesario, que sólo puede resultar beneficioso —más aun cuando esto no implica un aislamiento con respecto a las corrientes contemporáneas de investigación (principalmente desarrolladas en inglés), puesto que el trabajo recogido en este compendio se halla en estrecho contacto con los avances más recientes en el ámbito internacional—. Con la publicación del Compendio en Lógica, argumentación y retórica se consigue, por tanto, satisfacer la exigencia de proporcionar un tratamiento compacto, amplio y preciso de una disciplina que requería de forma acuciante tal labor de homogeneización. El resultado es una obra que podrá cumplir una inestimable función como guía de campo en la actividad cotidiana del investigador en los estudios de argumentación, además de como manual orientativo para lectores no especialistas interesados en el tema o como referencia básica para la enseñanza de esta materia. Indudablemente, los previsibles avances durante los próximos años en este campo en continua evolución, harán recomendable la introducción de actualizaciones en el futuro: no obstante, este compendio contribuye en gran medida a sentar las bases para el desarrollo de los estudios en argumentación como una disciplina sólida, coherente y de creciente importancia dentro de la investigación filosófica. Javier González Prado UNED, Madrid ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS LA ESCRITURA DE LOS ORÍGENES: FILOSOFÍA Y ESCRITURA EN EL MUNDO ANTIGUO ANA RODRÍGUEZ MAYORGAS: Arqueología de la palabra. Oralidad y escritura en el mundo antiguo, Barcelona, Bellaterra, 2010. El libro de Ana Rodríguez Mayorgas es un ejemplo acabado y feliz de lo que se considera un buen libro de historia: propone un relato de cómo fueron (o cómo es verosímil pensar que fueron) las cosas en el pasado y, trenzado con dicho relato, desgrana todas aquellas cuestiones metahistóricas y epistemológicas que asaltan al aventurero que se propone adentrarse en los tiempos remotos. Se trata, pues, de un trabajo donde la narración histórica tiene aspiraciones de reflexión historiográfica, y donde la mejor historiografía se acerca peligrosamente al precipicio de la filosofía. El asunto que dará lugar a tan altos vuelos teóricos será una narración de los orígenes de la escritura y sus usos en el mundo antiguo: en el creciente fértil y entre los limos del Nilo, en Grecia y Roma, en la península anatólica y, en general, en todos aquellos pueblos que, como fenicios, hititas o persas, rondaron por los pagos de la cuenca mediterránea e incluso en algunas riberas atlánticas cuando se desperezaba la edad de los metales. Dado que, como se dice, la historia misma comienza cuando aparecen los primeros testimonios escritos, el presente es además un libro sobre los orígenes y sobre las fuentes de donde mana la historia. Esta obra tiene el exquisito gusto de evitar toda apariencia de inventario: no prima en su estructura una ordenación cronológica ni una división geográfica, pues su plan sigue una senda conceptual mucho más difícil de trabar pero infinitamente más interesante de leer: no pro- poniéndose tanto una exposición sistemática de la historia y las variedades de escritura en el mundo antiguo cuanto una reflexión sobre su influencia en las sociedades que la desarrollaron, no podía ser otra la forma que encerrara tan ambicioso proyecto. El libro comienza con una primera aproximación teórica y un «estado de la cuestión» relativo al problema (permeado de tiempo pero, en sí mismo, al margen de la temporalidad) de la oralidad y la escritura como culturas radicalmente diferentes que suponen, por su parte, universos de pensamiento muy alejados entre sí. En su tercer capítulo se focaliza la cuestión de la oralidad y la escritura en el contexto histórico y social del mundo antiguo, donde aparece una muestra de las que pueden considerarse las formas de escritura (con su variedad de códigos, estilos, técnicas y soportes) que se rastrean en el mundo antiguo y una aguda reflexión sobre la condición material de la palabra escrita. Expuestas las coordenadas espacio temporales, abordadas las cuestiones teóricas más espinosas y detalladas las especificidades culturales de la porción de mundo que será objeto de examen, el libro se convierte, a partir de este momento, en un brillante análisis de los aspectos más importantes que, ligados a esa innovación técnica que es la alfabetización, afectan a las sociedades del mundo antiguo. De ese modo, el libro combina una minuciosa y rigurosa exposición histórica de las formas y fases que ha atravesado la aparición y expansión de la escritura en el mundo antiguo con una igualmente prolija descripción de las instituciones y, en general, de las sociedades en que se desenvolvió el proceso de alfabetización. Así, los cuatro últimos ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 317 CRÍTICA DE LIBROS capítulos detallan el papel de los documentos escritos en la codificación de las leyes, en la legitimación de los soberanos y en la gestión de la cosa pública (en todas las formas que adoptó el poder en el mundo antiguo: en tiranías, colonias e imperios, pero también en gobiernos democráticos y republicanos) o su contribución al comercio entre puntos distantes del globo, en la institucionalización de gobiernos y sistemas económicos, en el tráfico monetario internacional o en la celebración y sistematización de la memoria de los pueblos; en la aparición de formas literarias y prácticas de lectura ya más propias de nuestro mundo y en la administración de la interacción con los poderes sacrales así como con el hampa de la divinidad: el submundo de la magia y del numen. Por citar solo algunos de los aspectos más interesantes que aparecen en estas páginas. Se cierra, además, con una amplia bibliografía y un escrupuloso índice analítico de gran utilidad tanto para el especialista como para el curioso. Que la aparición de la escritura alfabética —la que reproduce los sonidos de la lengua oral y, por tanto, no sería en principio sino un soporte o un reflejo de la misma— es una condición sine qua non del nacimiento de la filosofía es una idea firmemente establecida en los años 60 por Havelock, quien además encontró en Platón y en su crítica a la poesía una verdadera mina para ilustrar históricamente su tesis. La revolución que se inició con los presocráticos y los sofistas, y que culminó con los textos de madurez de Platón, es la revolución de una cultura escrita que desplaza la cultura oral y que barre a su paso ciertos hábitos intelectuales propios de la oralidad. Han sido muchas las críticas que Havelock ha recibido desde entonces por su determinismo tecnológico y su excesivo «evolucionismo», pero algunas tesis de fondo 318 siguen siendo hoy tan valiosas como en el momento en que las propuso. Como se venía apuntando, oportunamente actualizado y redactado con un rigor histórico intachable, el libro de Ana Rodríguez Mayorgas sobre la aparición de la cultura escrita en el mundo antiguo brinda un recorrido espléndido por los momentos intelectuales más sobresalientes de la que puede considerarse la más perturbadora revolución espiritual que ha vivido Occidente. Me gustaría ahora brindar algunas reflexiones que su lectura me ha provocado. Aunque han sido muchos los elementos que han intervenido en el paso de una cultura oral a una cultura escrita, me gustaría en este comentario volver sobre el problema que inicialmente abordó Havelock y explorar el modo en que las características peculiares del texto escrito han podido contribuir a la aparición de una idea tan extraña en su propio contexto como la de una justicia en sí. Al hilo de esta reflexión en torno al nacimiento de algo tan bizarro como la moral, trataré de ahondar en la naturaleza de esa creación tan peculiar que es la actividad filosófica en su relación con esa otra forma de creación, en cierto modo emparentada y en cierto modo enemiga, que es la poesía. La paulatina aparición de sustancias en el pensamiento que a partir de ahora, con Platón, será ya plenamente filosófico tiene que ver con algunos cambios importantes que la escritura aporta a la tradición oral: como explica el libro con cuidadoso detalle, se trata fundamentalmente de la aparición de una actitud crítica que remplazará gradualmente a la memoria como fuente de legitimación política y educativa. Como es bien sabido, en la cultura oral «el pensamiento no tiene otro espacio que el de la fluida y efímera transmisión verbal. No existe por sí mismo». Es decir: no es que la ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS actitud crítica no sea posible, sino que las objeciones a la tradición no sobreviven al momento de su emisión y, sobre todo, la crítica no funciona como principio de pensamiento para las generaciones siguientes. La actitud crítica que se inaugura gracias entre otras cosas al uso sistemático de la escritura alfabética tiene que ver con dos cambios que esta trae consigo: la objetivación del lenguaje y su reflexividad. La objetivación del lenguaje está relacionada con el modo en que dicho lenguaje se convierte en un objeto de estudio distinto del sujeto que lo usa: la escritura «transforma las palabras pronunciadas en objetos materiales manipulables mentalmente y por ello los abstrae y los desconecta del contexto particular de la enunciación», de manera que el lenguaje comienza a verse entonces como una entidad abstracta que es a su vez objeto de reflexión y enseñanza: la escritura reifica u objetualiza lo dicho y dota de materialidad a las palabras, que en la lengua oral fluyen sin asiento alguno y desaparecen inmediatamente después de ser pronunciadas —o, si han de permanecer, quedan atrapadas o encapsuladas en estructuras métricas rígidas y listas para su transmisión—. Si ya el nombre crea realidad —y este es un fenómeno que se conoce bien, al menos, desde que se redactó en Génesis—, entonces podemos decir que la escritura dota de plenitud ontológica al objeto. No es de extrañar el énfasis con que Sócrates arremete contra la teoría convencionalista de los nombres en el Cratilo: el nombre es de alguna manera el objeto y, de no aceptar esta doctrina, dejaríamos una puerta abierta a la inseguridad metafísica propia del relativismo sofístico. Un fenómeno este, el de la reificación nominalista, hasta cierto punto paralelo al de la reificación nómica: también está suficientemente atestiguado cómo la ley se reifica al escribirse, es decir, al convertirse en un objeto visible y manipulable, expuesto a la luz pública (un proceso al que Marcel Detienne denominó con acierto la «autonomía de la escritura»). Gracias entonces al modo en que el lenguaje se convierte en objeto merced a la escritura, adquiere también una forma nueva de reflexividad: la escritura misma emprende, desde sus comienzos, una reflexión sobre sí misma ligada a la necesidad de transmitirse y reproducirse. De hecho, los restos de escritura más antiguos que se conocen delatan ya la existencia de un uso pedagógico y puramente autorreferencial de los signos: como relata Ana Rodríguez Mayorgas, en los restos arqueológicos se encuentran inventarios de conceptos, listas de palabras y alfabetos que parecen tener como única finalidad el entrenamiento en el uso de estas herramientas. Es verdad que también en contextos orales (u originariamente orales), como la épica, la autorreferencialidad es una manera de garantizar la adecuada comprensión del contexto de enunciación 1. Sin embargo, hay una importante diferencia entre ambos fenómenos: enseñar a escribir es un proceso estrictamente metalingüístico, mientras que hacer ver el proceso educativo, por así decir, en marcha, mostrando en el relato precisamente el contexto en que se enuncia, apunta más bien a la imposibilidad de desprenderse de ese contexto para la adecuada comprensión del proceso. Así, a diferencia de lo que ocurre en la tradición escrita, es obvio y notorio que la comunicación oral solo puede operar directamente entre individuos, y tiene que hacer siempre referencia al contexto de enunciación; no cabe pues distancia ni solución de continuidad entre los agentes o factores de la comunicación: mensaje, emisor, receptor y circunstancias. En el ámbito de la escritura, ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 319 CRÍTICA DE LIBROS sin embargo, las circunstancias de la enunciación se pueden evaporar, pues no se identifican necesariamente con el contexto de creación del mensaje ni son necesarias para vehicular la comprensión. Por eso la escritura privatiza y despersonaliza el conocimiento que se transmite a través de ella: lo que opera es precisamente la separación entre medio y mensaje y, toda vez que no son idénticos ni transparentes el uno para el otro, llama la atención sobre ambos. Por todo ello, la escritura trae consigo lo que Assman, una de las referencias más interesantes de Rodríguez Mayorgas, denomina la «dilatación del horizonte hipoléptico»: al dialogar con un texto escrito dialogamos con el texto mismo, olvidándonos de su materialidad, de su escritura. Es decir, podemos desprendernos del proceso en que fue producido y discutir sencillamente lo que el texto nos transmite: de hecho, eso es lo que significa colocarnos ante un texto. Lo importante no es solo que dispongamos de la tecnología de conservación del mensaje (la escritura), sino que de hecho podamos entender lo que dice, con toda la indeterminación que queramos, independientemente de las circunstancias en que se dijo, y emprender un diálogo con él, aunque ese texto que es nuestro texto interlocutor se remonte dos milenios atrás. Sin embargo, esta dilatación del horizonte hipoléptico que es la que ha hecho posible la historia misma de la filosofía supone un horizonte apofántico: los enunciados pueden ser verdaderos o falsos, y la verdad es por tanto el trasfondo o la referencia fija del discurso. Si discutimos con Platón es porque consideramos que hay un problema que trasciende al hecho singular de que Platón fue un ateniense del siglo IV a.C. La verdad, el horizonte en que se fijan estos problemas permanentes, es entonces una referencia fija pero también, por cierto, un objeto 320 inalcanzable: de ahí que los textos que se suceden unos a otros en el tiempo estén siempre en conflicto, y de ahí también que no encontremos textos canónicos o sagrados sino más bien una pluralidad de voces en permanente discusión 2. Así es como la idea de verdad cobra presencia: está en algún sitio, tiene una realidad independiente y su hallazgo (o al menos su cercanía) será la recompensa del investigador lo bastante porfiado. La verdad misma, y el mundo exterior del que emana, se objetivizan por obra de la escritura. Y una vez que tenemos un mundo verdadero no será difícil que este ilumine todos aquellos aspectos de nuestro mundo que requieren solidez metafísica: la Idea de Bien nos permitirá entonces respirar tranquilos ante la evidencia de que existe una justicia en sí. La existencia de un horizonte objetivo frente al que contrastar cualquier enunciado o aseveración, la existencia de una referencia externa fija que permita la hipolepsis, ese retomar el discurso de otro que ya no está, es lo que posibilita y motiva la discusión y el examen crítico de otros filósofos: contemporáneos y, ahora por vez primera, de la tradición, como si fueran contemporáneos. El examen crítico de la tradición opera sobre la idea, recién inventada, de una «versión original» de la que hay que diferenciar las versiones espurias, falsas o deformadas. La aparición de la escritura trae consigo también una nueva relación con el pasado: a partir de este momento el pasado se convierte en un objeto, al igual que otros muchos objetos de la realidad natural (los astros, las camas, los guijarros) y de la realidad social (las instituciones, los cargos, las leyes). Un objeto que es susceptible de escrutinio y que es también susceptible de contraste o verificación: aparece entonces la idea de que el investigador debe examinar los indicios —y no en vano, el verbo hystorein lo que signi- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS fica propiamente en griego es examinar a partir de signos—, lo cual supone una semiotización de la verdad: la verdad se descubre a partir de signos, y esos signos son los restos o las trazas que la verdad deja en las apariencias. La labor del sabio es entonces descifrar esas apariencias y hallar la verdad que mora tras ellas. Pero este proceso está en buena medida ausente del mundo dominado por la palabra hablada. En la cultura oral se da más bien una continua reinterpretación presentista de la tradición, un reajuste permanente entre pasado y presente —un presente cuyas aportaciones novedosas pasan desapercibidas para público y autor—. Con la escritura y la pulsión historicista que lleva consigo, el mundo (pasado) pone un límite a los relatos posibles: un límite que es la propia verdad histórica. En poesía, la existencia de una referencia estable comienza a hacer posible la idea de una versión original de las que las diferentes recitaciones serán mera copia: «Solo con la aparición del texto escrito surge (...) el referente fijo con el que contrastar cualquier repetición posterior del contenido». La escritura trae pues consigo un distanciamiento del contexto de enunciación y una tendencia a la unificación de textos bajo el criterio de verdad y, por extensión, trae consigo una tendencia a la unificación del mundo y al distanciamiento del mismo que posibilita su dominio mediante su representación reflexiva y no meramente especular —que era precisamente el tipo de representación meramente copista que veíamos que Platón reprochaba a los poetas—. Así como comenzará a aparecer la idea de una versión original o de una referencia fija a la que se acude en busca de certeza poética e histórica (y frente a la cual otras versiones incompatibles se considerarán apócrifas), se crea, dando un paso más, la idea de un mundo origi- nal del que el mundo real es mera copia y del que el mundo ficticio es copia a su vez: todos estos mundos se considerarán, como las ejecuciones infieles o las versiones no autorizadas, sucedáneos. Este proceso de creación de un nuevo mundo, un mundo de conceptos que respaldará toda discusión conceptual a partir de entonces, es el que lleva a cabo Platón mediante una invención singular: la metafísica y la dialéctica. No se entienda con esto que la invención de la metafísica es la invención del mundo de las Ideas: esto sería tanto como decir que incluso el mundo de las Ideas es una creación humana y, por tanto, convencional, arbitraria, contingente y prescindible, un mero enredo heurístico, una escalera que podemos arrojar una vez que hemos subido por ella. Lo que se quiere decir con que Platón inventa la metafísica es que inventa un procedimiento o una metodología, la dialéctica, que es la vía por la que el filósofo establece la realidad del mundo de las Ideas y lo convierte en fuente ontológica primordial. Pues bien, reservemos por un lado esta idea: que Platón, sirviéndose de la escritura filosófica, inventa un procedimiento para separarse del mundo real y para re-significarlo a partir de un Mundo cuyo carácter postulado no lo exime de ser más real que el mal llamado mundo real, y ese procedimiento es la dialéctica. Por otra parte, queda por abordar un cambio importante que trae consigo el uso sistemático de la escritura; y es que el proceso culminado por Platón trae consigo algo nuevo en relación con la práctica poética anterior, y es lo que podríamos denominar la relevancia de la autoría. En la poesía oral las fórmulas y temas típicos de la composición están al servicio de la memorización y de la repetición. Una repetición que, como es natural en una cultura viva, nunca es idéntica ni estrictamente literal, aunque ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 321 CRÍTICA DE LIBROS no haya conciencia ni deliberación en la introducción de novedades. Y puesto que las novedades no se hacen notar en la práctica poética, es manifiesto entonces que tampoco existe la idea de una ejecución fiel: la repetición no es la repetición de lo idéntico sino de una versión que, paradójicamente y a pesar de los cambios, se considera siempre la misma: la «creación oral» es una constante re-creación inconsciente y nada connivente con las novedades que, sin embargo, incorpora y asume con cierta flexibilidad. Además, dado que todos los elementos innovadores no se hacen retrotraer a la acción deliberada de ninguna persona en concreto, podemos decir entonces que en el mundo oral las creaciones son colectivas y que es el tiempo quien crea las obras: por eso en ellas descubrimos numerosos dialectos superpuestos y estratos correspondientes a momentos diferentes, y por eso no sabemos quién es ese yo que recibe los cantos de la Musa ni qué se esconde tras el nombre de «Hesíodo». Esta invisibilidad de las transformaciones textuales supone también una invisibilidad del autor: en la tradición oral la autoría es irrelevante precisamente porque es imperceptible. Sin embargo, una posibilidad que permite la existencia de la metafísica es la sustantivización de la propia persona y, con ella, la aparición del autor. Que el agente de una obra cobre, por así decir, realidad o consistencia ontológica es entonces consecuencia del proceso mismo de sustantivización. Y casi puede afirmarse que la del autor es una ficción metafísica más, una ficción que depende en buena medida del uso de la escritura, como también es una ficción la descomposición del yo y su reunificación bajo el dominio (feliz o ilegítimo) de una de sus partes. El autor es entonces el personaje más importante —el verdadero protagonista— de un texto. Pero paradójicamen322 te, la voz autorial se reviste de una solidez y una unidad que esconde el hecho fundamental de que ha tenido que escindirse (en sujeto y objeto) para convertirse realmente en ese autor unitario que es. Pues bien, a pesar de que ese concepto de autoría que presupone un yo fijo, dotado de propósitos permanentemente enlazados con el sujeto que los pergeña y ejecuta (o siente frustrados), es una consecuencia de la escritura, sin embargo para Platón la unidad e integridad del individuo es un auténtico logro: es el resultado de una lucha a muerte del yo consigo mismo. De un yo que combate contra sí porque es desigual, se encuentra desmadejado: es el campo de batalla donde se enfrentan sin piedad un pequeño yo racional, el lógismos, y un alma concupiscente y sensible, la epithymía. Pues bien, resérvese también esta otra idea: que el yo, ese sujeto que es autor de su propia vida, a pesar de ser un subproducto de la actividad filosófica, y por tanto alfabética, de Platón, es sin embargo considerado por él como una sustancia cuya unidad ontológica y psicológica ha de considerarse no tanto un punto de partida cuanto una importante conquista. Llegados a este punto, y recogiendo todas las ideas que han quedado en reserva, se hace muy evidente que a propósito de los orígenes históricos de la escritura se pueden avanzar algunos rasgos de la creación filosófica platónica 3 y, en general, sobre la actividad filosófica misma: por un lado, que goza de una importante independencia de las circunstancias de enunciación y que, por tanto, lidia con problemas que se hacen permanentes en el tiempo; en definitiva, que tiene referencia. De ahí que el platonismo, y por tanto la filosofía, no se puede entender si no es como un proceso hipoléptico. La autonomía de las circunstancias enunciativas es lo que, en definitiva, posibilita la invención del pensamiento ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS filosófico, que quedará inaugurado con la postulación del mundo de las Ideas y de su vía principal de acceso, la dialéctica. Esa independencia de su contexto favorecida por la escritura que promueve el pensamiento abstracto y general, y por tanto la filosofía, es precisamente lo que Platón necesitaba para obtener lo que en realidad era la vocación última de su quehacer filosófico: un criterio de justicia sólido, seguro e inmutable, que diera lugar a un concepto de justicia en sí, es decir, válido por sus propiedades intrínsecas y no expuesto a los zarandeos de la fortuna social. Y, finalmente, se puede concluir que esa creación escrita tiene algo de literario y de ficticio: presupone un yo, un sujeto unitario y de alguna manera autosustanciado que, sin embargo, la actividad filosófica misma gustará de imaginar deshilachado y descoyuntado. Un sujeto literario y ficticio, ese que sueña el filósofo y que sostiene la actividad filosófica misma, que, sin embargo, se encuentra permanentemente desafiado, acorralado y asediado por los asaltos derivados de la invención poética: perniciosa y antifilosófica como corresponde a un producto que rezuma oralidad por los cuatro costados. A la vista de este relato, creo que es evidente qué aporta la historia de la escritura a la genealogía de la filosofía, o qué motivos de interés entraña un libro como este, rigurosamente histórico, a un especialista de la especulación cual es el filósofo y, en general, a cualquier aficionado al buen ensayo. Y en el propio nacimiento conjunto de la filosofía y la historia del espíritu de la escritura que narran las páginas de este libro se encuentra, sin duda, una buena razón para tan insólito hallazgo. Rocío Orsi Universidad Carlos III, Madrid NOTAS Sobre la autorreferencialidad de la paideía en Homero véase Odisea, VIII, 477-501 y IX, 1-11, donde se introduce en la narración del aedo una descripción de su propio arte y del contexto en que tiene lugar. 2 A este propósito véase la discusión sobre la «intertextualidad agnostica», concepto de Assman-von Staden, en la p. 223. 3 Que es, desde luego, escrita y, por eso mismo, a la vez pública y solitaria. Por cierto que no nos engañemos respecto de la naturaleza escrita de los diálogos platónicos: de los grandes textos canónicos, por así 1 decir, de la cultura griega, el platónico destaca precisamente por ser plasmación de una oralidad fingida. Las sagas homéricas son al menos originariamente orales y la repetición temática y formularia recuerdan —aunque los textos están muy contaminados por la escritura, incluso en su composición misma— su origen oral; las tragedias desde luego están compuestas para ser recitadas. En Platón (más aún que en otros famosos escritores de diálogos, como Jenofonte, quien por lo menos dice haber estado presente en alguno) la oralidad es puramente retórica: el diálogo no es más que forma literaria. RAZONES PARA LA ACCIÓN EN LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DE HEGEL M. QUANTE: El concepto de acción en Hegel, Barcelona, Anthropos-Universidad Autónoma Metropolitana de México, 2010, 238 pp. Se presenta aquí la traducción al español de Hegels Begriff der Handlung (Friedrich Forman Verlag - Günter Holzboog, Stuttgart, Bad Cannstatt, 1993), un traba- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 323 CRÍTICA DE LIBROS jo debido al profesor Michael Quante. Dieciocho años después de su aparición en alemán se publica en español, gracias al convenio de la Editorial Anthropos con la Universidad Autónoma Metropolitana de México. Raras veces un libro de juventud resulta un trabajo tan maduro y sólido como el que aquí se presenta. Puede decirse incluso que los años le han sentado bien: le han otorgado ya un cierto status de clásico en la disciplina y constituye a día de hoy un referente obligado para los estudiosos tanto de la filosofía teorética como de la ética y de la filosofía del derecho en la obra de Hegel. La tesis central de Quante es que la teoría contemporánea de la acción puede iluminar los pasajes §§ 105 hasta 125, que constituyen el comienzo de la Moralidad de la Filosofía del Derecho. Quante defiende, en contra de lo que se ha venido suponiendo, que esos pasajes no son una mezcla heterogénea de diferentes cuestiones, sino que, a la luz de los debates contemporáneos, se puede entender que Hegel deviene un precursor de la teoría de la acción que se ha ido desarrollando durante los últimos decenios. La Moralidad, como es sabido, constituye la segunda parte de la Filosofía del Derecho y presenta el derecho de la voluntad subjetiva que por una parte se define por la autodeterminación y por otra se define como «actuante»: tiene que dar realidad (llevar a cabo) a lo que en principio es sólo su determinación. En este sentido puede decirse que la moralidad es una teoría de la acción (§§ 109114). Este derecho de la voluntad subjetiva muestra la existencia de libertad y se concreta en el derecho de apreciación de la acción. Hegel, según el autor, anticipa y unifica tesis de pensadores actuales, convirtiéndolo en un reformulador y —en cierta medida— un superador del aristotelismo 324 y del kantismo. En primer lugar, valora la acción intencional (proposición de primera persona) como una característica básica de las acciones libremente elegidas. Distingue después, tal y como hacen Anscombe y Davidson, entre el sujeto y el aspecto descriptivo de las acciones —algo que luego MacIntyre incluirá en su ética narrativa— y, por último, determina lógicamente las diferentes formas de la intencionalidad. Quante sigue a Hartmann (y en parte también a Taylor) en su consideración de que toda la filosofía de Hegel debe examinarse desde su Ciencia de la Lógica. Tal extremo, por una parte, niega la autonomía de cada una de las obras de Hegel y priva a quienes quieren hacer una lectura parcial o fragmentaria de cada una de las obras o pasajes. Quante subordina la teoría de la acción a la filosofía teorética de Hegel, de modo que sólo desde esta última puede entenderse el alcance de esos pasajes incluidos en la Filosofía del Derecho. Sin duda, con ello, el autor liga a Hegel con la teoría aristotélica de la acción y lo desvincula de la ciencia moderna (y, en parte, de Kant). La tesis hermenéutica de Quante muestra la subordinación de la ética a la lógica (ontología) en la obra del catedrático berlinés, por lo que la escisión entre conocimiento y decisión que se encuentra en Kant no existe en la obra de Hegel. Ciertamente, la teoría de la acción forma parte de la filosofía práctica (p. 16, n.4) y se refiere a la decisión y no al conocimiento. Pero, tal y como defiende Quante, la explicación de la decisión y de la acción no puede desvincularse de la ontología, tal y como se producía también en la teoría del conocimiento del Estagirita. De acuerdo con la epistemología de Aristóteles, entre las acciones humanas hay algunas que son racionales y otras que no. A las primeras se las suele deno- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS minar propiamente acciones o actos (racionales) en tanto que las segundas son más bien actividades (o meros haceres). Las actividades y las acciones son parte del tráfico causal del mundo, y según la teoría clásica del conocimiento, son causadas y producen, a su vez, efectos o resultados. Las acciones según la ciencia moderna tienen sólo causas, mientras que para la epistemología de Aristóteles y también para la de Hegel no sólo tienen causas, sino también razones. Las acciones son racionalizables: se explican por medio de la atribución de estados mentales. Por lo tanto, las razones para la acción son la «racionalización» de las creencias y los deseos. Siguiendo a Aristóteles, una acción A es la conclusión de un argumento —el silogismo práctico— de la siguiente forma: P. Mayor, deseo —tengo la intención de— que sea el caso (el estado de cosas de) B; P. Menor, no será el caso que B a menos que (yo) haga A; conclusión, hago (debo hacer) A. Si se analiza el anterior silogismo práctico puede verse que la premisa mayor expresa un deseo (o una intención) y la premisa menor expresa una creencia, una opinión o juicio instrumental acerca de la manera de satisfacer el deseo de la premisa menor. La conclusión no es una proposición (o un enunciado), sino una acción. El resultado, por lo tanto, es una acción. La filosofía de Aristóteles, respondiendo al intelectualismo socrático, no puede desembocar en una acción sin que ésta sea una razón para actuar que funcione como un imperativo, de manera que la conclusión del silogismo funciona como tal. Quante toma esta base aristotélica a partir de la obra de Anscombe y de Davidson y muestra que la obra de Hegel anticipa ya algunos de los problemas actuales, a los que paso. El autor procede explicando primero la constitución de la voluntad subjetiva para pasar después a la explicación de la acción. A través de este itinerario, que comenta detenidamente los pasajes §§ 105 hasta 125, Quante muestra el singular camino de Hegel. En concreto, el catedrático berlinés distingue entre el sujeto de la acción y la descripción de la acción, división que hacen después Anscombe y MacIntyre siguiendo a Wittgenstein. Los sucesos de la acción sólo se conciben como «acciones» en determinadas descripciones que hace el sujeto. La acción, según Hegel, se encuentra en las relaciones causales en tanto que meros sucesos. Ésta es una cuestión que debe dilucidarse en el marco de la explicación de la acción. Antes de pasar a ello, Quante, estudia la intencionalidad y la imputabilidad, muestra el predominio del cognoscitivismo (pp. 160 y ss.) y finalmente, después de examinar las consecuencias de lo anterior en la filosofía hegeliana del derecho, pasa a explicar las acciones como un medio para lograr un fin, algo que en parte converge con Kant y con la teleología aristotélica. El agente, tal y como recuerda el autor de la obra, actúa intencionalmente porque comprende su obrar como la elección de un fin elegido (deliberado) previamente. La distinción entre propósitos e intenciones muestra la dificultad de deslindar los elementos cognitivos y volitivos en la acción. El propósito exige saber si ha sido la acción —querida y sabida por parte del agente— la que ha causado algo, o si esto fue efecto de otras causas ajenas a su voluntad. La intención trata de ver si el agente, haciendo esa acción, quería causar A o B y, llevándolo al extremo, si la intención del agente era causar el bien o el mal. Para dilucidar y determinar con ello la responsabilidad del agente sobre lo ocurrido, se recurre a ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 325 CRÍTICA DE LIBROS la justificación. Ésta consiste en la transformación de la intención subjetiva en bien universal pronunciando un juicio universal sobre el acto concreto del sujeto: eso se da cuando el sujeto considera que ese acto es bueno. El filósofo berlinés considera que toda acción del sujeto es libre, de manera que se produce una equiparación de «la libertad existente-para-sí de la voluntad con la intencionalidad de las acciones, por eso deja fuera de consideración todas las expresiones de la voluntad que no están acompañadas por un elemento de la representación» (p. 158). Es decir, Hegel, como indica Quante, comprende siempre por acción una «acción intencional», donde la intencionalidad siempre exige para él una determinada descripción del sujeto de la acción (p. 212). Ante la pregunta de si las acciones pueden ser también causas, Hegel critica la visión psicologista de la historia y vincula ese problema a la relación entre alma y cuerpo. Al final, según Quante, la crítica de Hegel a la psicología del entendimiento debe entenderse como el rechazo de relaciones nomológicas entre diversos lenguajes descriptivos, de manera que la filosofía hegeliana casa muy bien con el monismo de Davidson (p. 221). Para Quante la solución del problema le llevaría a una discusión de la metafísica hegeliana, a la que no está dispuesto a llegar. Sólo quiere mostrar que en la Filosofía del Derecho hay una teoría de la acción que se tiene que entender en relación con toda la filosofía teorética del autor. Evidentemente, toda conexión hacia la Ciencia de la Lógica obligaría a entrar en una cantidad de cuestiones cuyas ramificaciones y detalles se harían casi interminables. 326 Quante muestra, en suma, que Hegel ilumina con esos pasajes de la Filosofía del Derecho la actual filosofía de la acción y que, del mismo modo, las obras de Davidson y de Anscombe sirven para clarificar para el lector de hoy las ideas de Hegel. La tesis fuerte de este profesor de Münster, basada en los trabajos de H. N. Castañeda, muestra que la Moralidad hegeliana exige una filosofía de la acción y que está vinculada, como el resto de su obra, a los principios ontológicos de la Ciencia de la Lógica. La filosofía hegeliana de la acción estaría, por lo tanto, más cerca de Aristóteles que de Kant, en una impugnación de visión reduccionista y científico-matemática del segundo y un ensanchamiento de la captación subjetiva de la objetividad de la acción aristotélica. La necesidad de conectar la teleología con la ontología muestra, en fin, la lectura metafísica que Quante hace de la teoría hegeliana de la acción, volviéndola hacia la primacía del cognoscitivismo sobre el voluntarismo. Este excelente trabajo, de factura impecable desde el punto de vista lógico y expositivo, tiene en la traducción de Daniel Barreto González una versión al español que enriquecerá el conocimiento de la obra de Hegel en general, y el de la Filosofía del Derecho en particular. Se ha publicado en un año en el que, entre otros libros, se ha traducido también el magnífico Hegel de Taylor (Barcelona, Anthropos) y en el que la colección «Biblioteca de Grandes Pensadores» de Gredos ha editado en dos tomos la obra del catedrático berlinés. Un verdadero año de gracia para Hegel, que el libro de Quante no hace sino consolidar. Rafael Ramis Barceló Universitat de les Illes Balears ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS ¿REVITALIZAR A MARX DESDE HEIDEGGER? SOBRE LA PRIMERA EDICIÓN EN ESPAÑOL DE LOS ESCRITOS TEMPRANOS DE HERBERT MARCUSE HERBERT MARCUSE: H. Marcuse y los orígenes de la teoría crítica: Contribuciones a una fenomenología del materialismo histórico (1928) y Sobre la filosofía concreta, introducción y traducción a cargo de J. M. Romero, Madrid, Plaza y Valdés, 2010, 160 pp. HERBERT MARCUSE: Entre hermenéutica y teoría crítica. Artículos 1929-1931, introducción y traducción a cargo de J. M. Romero, Barcelona, Herder, 2011, 198 pp. Desde hace algunas décadas, el pensamiento de Herbert Marcuse parece debatirse entre el desinterés y el olvido. Su obra no ha logrado beneficiarse del renovado interés suscitado por el pensamiento de Walter Benjamin o Theodor W. Adorno; su figura parece haber quedado reducida a la caricatura que le presenta como «gurú» de los movimientos de protesta surgidos en la segunda mitad de la década de 1960. La asociación del nombre de Marcuse a la cifra «1968» ha conducido a una especie de acuerdo tácito que estigmatiza su pensamiento como «utópico» y envejecido», a menudo dispensando de una confrontación real con sus textos. En medio de esta coyuntura poco favorable, dos volúmenes que reúnen los escritos tempranos de Marcuse han sido publicados en 2010 y 2011. Se trata de la primera edición en castellano de los artículos que el filósofo berlinés publicara entre 1928 y 1931. El excelente trabajo del editor y traductor de ambas publicaciones, José Manuel Romero, ha logrado reunir unos materiales hasta ahora desconocidos para el público hispanohablante, recuperando incluso dos textos no recogidos en la edición alemana de las obras completas —«Sobre el problema de la verdad del método sociológico» y «Sobre la crítica de la sociología», incluidos en el volumen Entre hermenéutica y teoría crítica—. El interés de estas publicaciones es tan indudable como su contenido filosófico puede resultar controvertido. Y es que estos volúmenes recogen el material más completo hasta la fecha para acercarse a los primeros años de Herbert Marcuse en Friburgo, mientras intentaba habilitarse con Martin Heidegger; de hecho, la compilación de estos volúmenes se detiene justo antes del definitivo alejamiento de Marcuse del «maestro de Alemania», que tendría lugar en 1932. Ante todo urge subrayar que Marcuse no fue nunca un heideggeriano, y tampoco lo son estos escritos tempranos. El propósito que le movía en estos años era intentar revitalizar el pensamiento marxiano desde la analítica del Dasein llevada a cabo en Ser y tiempo; se trata de un proyecto que hoy ya no resulta evidente de suyo, y el intento de combinar a Marx y Heidegger podría contar a lo sumo con el dudoso atractivo de la provocación. Lo cierto es que el propio Marcuse abjuraría más tarde de esta tentativa de juventud, y la introducción de J. M. Romero se refiere a estos textos como una «anomalía» en la filosofía marxiana de estos años (2011, 10) 1. El lector que perciba el impulso de transformación social, incluso el ethos revolucionario que subyace a estos escritos, podría pensar que este intento de revitalizar la teoría marxiana con Heidegger se basa en un mero malentendido. En efecto, ¿qué podía buscar el joven filósofo berlinés, que había to- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 327 CRÍTICA DE LIBROS mado parte en la fallida revolución alemana de 1918-1919 y había abandonado el Partido Social-Demócrata alemán tras el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, en un Heidegger que iba a convertirse en filósofo oficial del primer nacional-socialismo? El joven autor que se había doctorado con una tesis sobre la novela de artista que —a partir de la estética de Hegel y la teoría de la novela de Lukács— reivindicaba la promesa de felicidad del arte contra la vida alienada del capitalismo, y que más tarde alcanzaría fama mundial con su reivindicación de un nuevo eros frente al mero conformismo, ¿qué podía buscar en la espartana analítica existencial de Ser y tiempo? Los textos recogidos en estos dos libros ayudan a comprender este aparente enigma, y ofrecen un material de enorme interés para comprender los debates filosóficos, políticos e intelectuales de los últimos años de la República de Weimar. Sin duda las experiencias socio-políticas y filosóficas que subyacen a estos escritos tempranos ya no hablan por sí solas; de ahí el irremplazable valor de los textos introductorios de José Manuel Romero, sólidamente documentados y sumamente clarificadores. Sendas introducciones recuerdan al lector que estos textos —la mayoría de ellos escritos en una jerga heideggeriana que post crimen suena sorprendente— no pueden ser despachados como mera documentación de un malentendido filosófico con un interés meramente anecdótico. Lo que en ellos cobra expresión es el impulso emancipatorio de un pensamiento que no quiere quedarse en los márgenes de la filosofía pura. En efecto, el interés que mueve estos escritos juveniles de Marcuse no proviene de la filosofía heideggeriana, sino de la llamada del joven Marx a «derribar todas las relaciones en las que el ser humano es una criatura 328 degradada, esclavizada, desamparada y despreciada». El esfuerzo de estos escritos de juventud de Marcuse se dirige a radicar la actividad filosófica en los apuros y miserias de la existencia humana. Ya su primer artículo, publicado en 1928, concluía señalando que lo que impulsaba al pensamiento era «la urgencia de una existencia convertida en insoportable» (2010, 129). Desde aquí debe entenderse su reivindicación de una «filosofía concreta», guiada por un impulso de transformación social que a finales de los años veinte podía permitirse aún otros tonos —por ejemplo, remitir a la revolución social como una «realización superadora de la filosofía» (2011, 152)—. Lo llamativo es que esta empresa filosófica se encuentra formulada en las categorías de Ser y tiempo de Heidegger. Los motivos de este paso por el existencialismo heideggeriano solo pueden ser comprendidos desde la constelación específica del momento histórico y desde la trayectoria intelectual del propio Marcuse. Porque fue la lectura de Ser y tiempo lo que llevó al joven filósofo berlinés —que, tras doctorarse en 1922, trabajó en una librería de antiguo y una editorial— a volver a interesarse por la filosofía académica. En un panorama filosófico marcado por el neokantismo y el neohegelianismo, herméticamente aislado de las urgencias epocales, las categorías de Heidegger —el «ser-en-el-mundo», el «se», la «muerte» o el «cuidado»— parecían ofrecer una vuelta de la filosofía a la existencia concreta, no centrándose tanto en cuestiones epistemológicas como en el ser humano de carne y hueso, cuyo modo de ser en el mundo es práctico antes que contemplativo o teórico. Eso fue lo que atrajo a un joven intelectual politizado que creía que la filosofía debía colocarse «a la cabeza» de «la acción pública» para guiar una existencia que estaba «sacudida ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS en sus fundamentos» (2010, 158); su objetivo era el «giro de la teoría filosófica a la praxis social» (2011, 138). Marcado por las lecturas de Korsch y Lukács, que constituían la base filosófica del radicalismo de izquierdas de estos años y sin las cuales apenas pueden concebirse estos textos, Marcuse buscaba en la analítica del Dasein la concreción del sujeto en su carácter histórico, más allá de la subjetividad abstracta y lógica de la filosofía tradicional. El resultado es una enérgica tentativa de salvar el potencial de la filosofía marxiana de su esclerotización economicista y determinista mediante una particular lectura del concepto heideggeriano de historicidad. ¿Un mero malentendido? La cuestión no resulta tan simple. Los textos aquí recogidos, publicados entre 1928 y 1931, revelan que en estos años Marcuse encontró en Ser y tiempo un marco teórico que parecía permitir «el análisis filosófico de la vida humana en tanto que histórica» (2011, 192); porque la realidad del sujeto concreto en su situación histórica se había dejado de lado por el marxismo historicista y cientifista que predominaba a finales de los años veinte. Frente a ello, como señala Romero, el objetivo de estos escritos era articular una comprensión de una realidad insoportable que pudiera fomentar su transformación; como el propio Marcuse en su primer artículo, esto requería enfrentarse a la comprensión predominante del marxismo: «El marxismo [...] no aparece como una teoría científica, como un sistema de verdades, cuyo sentido resida únicamente en su corrección como conocimientos, sino como una teoría del actuar social, de la acción histórica» (2010, 81). El interés por la acción es el motor que impulsa estos escritos tempranos; sus planteamientos se sitúan a menudo al borde del decisionismo, pero requieren ser comprendidos en el contexto en que fueron formulados. Fren- te a la «necesidad histórica» proclamada por la Segunda Internacional, que remitía a una férrea lógica determinista que llevaría por sí sola a la transformación social, Marcuse reivindica el rol del sujeto viviente, que es el máximo interesado en transformar las relaciones sociales que determinan su existencia. En esta problemática se enraíza su interés en unir la analítica del Dasein y el materialismo histórico con el propósito de replantear las bases del marxismo, no como una sociología científica centrada en cuestiones epistemológicas, sino como una teoría guiada por el «apuro concreto de la situación histórica» (2011, 83). Este interés es el que guiará también su confrontación en 1929 con la sociología del conocimiento de Mannheim, en la que se disuelve toda noción de falsa conciencia y toda posibilidad de crítica de la sociedad existente (2011, 37 ss.). En definitiva, el objetivo prioritario de estos escritos tempranos es el intento de salvaguardar la posibilidad de la «acción radical» capaz de «colocar la existencia misma sobre una nueva base» (2010, 144) —precisamente en los años en que la transformación revolucionaria se alejaba del horizonte de lo posible—; su argumentación se dirige contra una concepción del marxismo cuyo desenlace es «lo mismo que en la filosofía burguesa: la evitación de las decisiones» (2011, 88). El interés de Marcuse en la filosofía heideggeriana debe entenderse desde este énfasis en el factor subjetivo: la analítica existencial Ser y tiempo, que rechazaba toda concepción abstracta de subjetividad, parecía un marco adecuado para revitalizar la filosofía marxista. Marcuse perfilaría esta tentativa en los dos artículos incluidos en el primer volumen, «Contribuciones a una fenomenología del materialismo histórico» y «Sobre filosofía concreta», pero su planteamiento cobraría cuerpo en la confrontación con ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 329 CRÍTICA DE LIBROS las grandes corrientes teóricas de la época recogidas en el segundo volumen — del que resultan especialmente interesantes las confrontaciones con Dilthey y Mannheim—. La categoría central en la empresa teórica del joven Marcuse, que constituye el hilo conductor de los escritos reunidos en ambos volúmenes, es la historicidad. Y sin embargo este interés en la historicidad no deja de resultar sorprendente: si para Marcuse se trata de la categoría que permitiría un replanteamiento a fondo de la filosofía marxiana, para Heidegger sería el concepto que explicaría su toma de partido por el nacionalsocialismo; esta divergencia permite hacerse ya una idea de lo lejos que la categoría de historicidad estaba de la facticidad histórica. Marcuse interpreta la historicidad como una categoría que se refiere «al ser, a la estructura y a la movilidad del acontecer» (2010, 82); se trata de una lectura que aspira a ponerla en contacto con el materialismo histórico: por ello no interpreta la historicidad —tal y como hiciera Heidegger— como algo limitado al existente individual, sino como «determinación del ser de la realidad social» (2011, 163). El organon para captar la historicidad sería la concepción de dialéctica desarrollada en dos textos del segundo volumen («Sobre el problema de la dialéctica» I y II, 2011, 85 ss. y 107 ss.); en ellos Marcuse reivindica la dialéctica, no como mero passe-partout de la ciencia marxista, sino como modo de acceso al carácter dinámico de la realidad, que permite captar la disonancia constitutiva entre identidad y diferencia, entre lo real y lo posible. Por ello, el uso que el joven Marcuse hace de la categoría de historicidad no sólo aspira a captar el dinamismo de la realidad histórica, sino también a fundamentar la posibilidad de la crítica, es decir, la posibilidad de poner en cuestión lo «dado»; en ello 330 se basa su confrontación con las teorías sociológicas de K. Mannheim, S. Landshut y H. Freyer. Por ello las introducciones de Romero reivindican la relevancia de estos textos —aparejada al intento de articular una «fenomenología del ser social en sus fundamentos ontológicos» (2010, 47)— para ampliar el debate contemporáneo sobre los parámetros normativos de la teoría crítica de la sociedad. Sin duda la observación de Romero no sólo es interesante, sino sumamente certera cuando señala que ya en estos escritos puede encontrarse una contundente crítica a la actitud objetivante no historizada que subyace a la división entre sistema y mundo de la vida llevada a cabo en el «cambio de paradigma» de Habermas (2011, 23 s.); pero el peso de la influencia de Heidegger sobre estos escritos de formación iba a traer consigo otro tipo de problemas. Sin duda el uso del marco categorial heideggeriano en estos escritos permitió al joven Marcuse hacer hincapié en que la transformación social debe posibilitar la transformación existencial del individuo, no ya como ser abstracto, sino como «ser humano concreto» que debe realizarse en su situación sociohistórica (2011, 168). Pero en estos textos el joven Marcuse no sólo quería corregir a Marx con Heidegger, sino también —como muestra incisivamente Romero (2010, 33 ss.)— a Heidegger con Marx; su propuesta de una «fenomenología dialéctica» aspira a cerrar el abismo que la filosofía heideggeriana abre entre lo ontológico y la realidad factual histórica, pero esta corrección se queda corta. Precisamente en los pasajes donde el interés emancipatorio está en primer plano —por ejemplo, con la llamada al «paso de la existencia impropia a la propia» (2010, 99)— es donde mejor puede apreciarse la ambigüedad de la influen- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS cia heideggeriana. Por una parte, la insistencia de Heidegger en la «existencia concreta» permitió al joven Marcuse un mayor énfasis en la dimensión emancipatoria de la teoría marxiana frente al marxismo dogmático; pero, al aferrarse a las categorías de Heidegger y a su distinción entre lo óntico y lo ontológico, su pretensión de elaborar una «ontología concreta de la historicidad» permanece a un nivel abstracto. En efecto, su llamada a una «existencia propia» y «verdadera» —que Heidegger concibe en contraposición a la modernidad y Marcuse reinterpreta en términos de crítica del capitalismo— revelan de modo especialmente claro los peligros de una ontología abstracta y vacía que pierde de vista toda relación entre lo general y lo particular; lo único que estos escritos pueden reconocer de «necesidad histórica» parecería estar ya dado en el mero «estar arrojado» del Dasein (2010, 125). Si a esto se suman las referencias «a la incondicionalidad de la verdad y la inmediatez de la decisión» (2011, 49) tenemos una buena muestra de un voluntarismo decisionista que pasa por alto los condicionantes objetivos de toda acción subjetiva. Sin embargo no hay duda de que estos escritos tempranos contienen a su vez elementos que llegarán a ser fundamentales en el pensamiento maduro de Marcuse, como la fundamentación del impulso emancipatorio en una constitución antropológica del ser humano que debe realizarse en las circunstancias históricas concretas; sin embargo en su obra posterior esta concepción antropológica será inseparable de su recepción de la teoría freudiana, y por tanto ya no podrá plantearse como una «concepción normativa de la esencia humana» (2010, 59) en sentido afirmativo, sino que su normatividad viene de la negación determinada del daño que la socialización produce a los individuos en su proceso de constitución. A la hora de acercarse a estos escritos tempranos conviene no perder de vista que el propio Marcuse no tardaría en comprender las insuficiencias de algunos de estos planteamientos: sus escritos inmediatamente posteriores a 1933 llevarían a cabo una profunda revisión de las asunciones de la ontología heideggeriana; Romero lo describe como un proceso de «historización de lo que hasta ese momento había incluido en el plano de lo ontológico y lo esencial» (2011, 19n)—. Pero este replanteamiento no se debe solo a posiciones políticas, sino también a la relación con la tradición filosófica occidental. Y es que Marcuse, que en estos escritos había considerado Ser y tiempo como «el punto en que la filosofía burguesa se disuelve desde dentro y deja el camino libre para una nueva ciencia “concreta”» (2010, 96), tendría que revisar su comprensión de Heidegger como una crítica inmanente de la filosofía burguesa. Su pensamiento aspiraba a una culminación y una superación del proyecto idealista que no podía venir de Heidegger como punto final del pensamiento burgués; no se trataba de derribar a los viejos titanes de la filosofía clásica alemana, sino de actualizar los impulsos de una tradición filosófica emancipatoria que iba de Hegel a Marx. Marcuse había podido compartir con Heidegger la crítica al idealismo, al racionalismo y al positivismo —incluido el marxista—; la crítica al capitalismo en términos de cosificación —que en Marcuse no está exenta de cierta nostalgia del mundo pre-moderno— le había permitido apropiarse del diagnóstico heideggeriano de una «crisis de la existencia» palpable en la disolución «formas de vida y unidades de sentido vinculantes» (2010, 143). Pero el joven Marcuse no podría compartir con él su acusación a la razón como motor del «olvido del ser»; la incompatibilidad de su teoría crítica con la filosofía arcaizante de ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 331 CRÍTICA DE LIBROS Heidegger se haría plenamente visible en el título de su primer gran libro, publicado en 1941: Razón y revolución. Los escritos tempranos recogidos en estos volúmenes recientemente publicados recogen el proceso de auto-clarificación filosófica de un intelectual que ha percibido la contradicción entre las pretensiones de un racionalismo filosófico abstracto y la realidad de la sociedad capitalista. En ellos pueden apreciarse las claves de una formación teórica marcada por la confrontación con las principales corrientes teóricas de la época —en la filosofía, en el marxismo oficial y en la sociología— sin perder de vista las tensiones y luchas históricas. A través de estas confrontaciones, el joven Marcuse irá afianzando los planteamientos de su teoría crítica de la sociedad, y por ello acierta Romero al calificar estos textos como una especie de «prehistoria» de la misma, que permite seguir su acercamiento al proyecto que en estos mismos años se fraguaba en Frankfurt (2011, 22). Y es que, aunque muchos lo hayan olvidado, Marcuse sería el autor que forjaría junto con Horkheimer el concepto de teoría crítica en la década de 1930. En estos escritos tempranos se percibe ya el impulso emancipatorio que guía su pensamiento, que no quiere verse reducido a «filosofía pura» ni a un supuesto cientifismo libre de juicios de valor; quizá el ethos que recorre estos textos ofrezca un tono adecuado para retomar la discusión sobre la obra de Marcuse y rescatarla del olvido del que ha sido víctima. En todo caso su primera edición en castellano supone una buena noticia. Y sin duda el potencial que Adorno detectara en la obra temprana de Marcuse, su planteamiento de la cuestión del «sentido de la subjetividad como realidad», sigue abierta. Jordi Maiso Universidad Libre de Berlín NOTA 1 Para distinguir entre los dos volúmenes, se citan según su año de publicación seguido del número de página. CONTRA LA NEUTRALIDAD POLÍTICA MARIANO C. MELERO DE LA TORRE: Rawls y la sociedad liberal, Madrid, Plaza y Valdés, 2010, 465 pp. Mariano Melero es uno de los mejores especialistas en la obra de John Rawls, el filósofo de la política más influyente de los últimos años. El libro que voy a reseñar lo atestigua con creces. Se trata de la edición revisada de su tesis doctoral, una de las más importantes que se ha leído en lenguas hispánicas sobre el filósofo de Harvard. Por esa razón, el lector 332 que dé con este libro no sólo se las verá con una fina interpretación de las ideas de Rawls, sino que podrá introducirse, de la mano de un verdadero experto, en el complejo mundo argumentativo de su teoría de la justicia. Todos los temas que preocuparon a Rawls y que, a la sazón, han protagonizado los principales debates de la teoría y la filosofía política contemporánea, aparecen en el libro de Melero y son tratados con el máximo rigor académico, desde la función metodológica de la po- ISEGORÍA, N.º 46, enero-junio, 2012, 303-362, ISSN: 1130-2097 CRÍTICA DE LIBROS sición original hasta el alcance de la justicia en el ámbito internacional. De hecho, y por ponerle un pero a tan ingente labor, tanto esmero por que salgan todos los temas (y problemas) de la obra del filósofo estudiado, a ratos vuelve la lectura un tanto asfixiante. Aquí es donde se nota que se trata de una tesis doctoral más que de un ensayo: su autor no quiere dejar ningún cabo suelto en ninguna de las discusiones en las que se embarca y, en consecuencia, no ahorra tecnicismos ni pormenores para llegar a buen puerto. El resultado es de una gran erudición, muy aconsejable para todo aquél que desee ir al fondo de la cuestión en la obra completa de Rawls, pero de lectura algo pesada para los que solamente quieran discutir la tesis que Melero presenta. Afortunadamente, el libro está muy bien escrito: ofrece una redacción pulcra y directa que facilita el tránsito de los argumentos más densos. El libro de Melero es ambicioso: pretende «analizar y juzgar el pensamiento de John Rawls... la producción rawlsiana completa» (p. 19). Y a fe que lo hace. Arranca con el análisis del llamado primer Rawls, el de Una teoría de la justicia (1971), continúa con el escrutinio del segundo Rawls, el del Liberalismo político (1993), con el que el autor es mucho más crítico, y concluye con el Rawls postrero del Derecho de gentes (1999), ya muy alejado, según Melero, del buen camino trazado por el primer Rawls, pero al que éste renunció obsesionado por mantener la neutralidad política liberal y una concepción estatalista de la justicia. Y es que, según la tesis de Melero, el principal problema de la teoría rawlsiana de la justicia es la discontinuidad entre la ética y la política, la renuncia a una ética filosófica como base de la justicia, la falta de integridad moral —dicho en los términos de Ronald Dworkin, a quien la tesis de Melero debe mucho, a mi entender, como después se verá. Vayamos por partes. Melero es generoso con la concepción de la justicia que Rawls dibuja en su obra de 1971. Cree que acierta a vincular los principios de la justicia con la concepción moral de la persona de origen kantiano que preside el contractualismo rawlsiano, una concepción de la persona basada en la libertad y la igualdad moral, en la racionalidad y la razonabilidad de los individuos, es decir: en la capacidad de los miembros de la posición original de perseguir los fines propios de un modo instrumentalmente eficaz, y en la capacidad de tener un sentido de la justicia, de adaptar los fines propios, el sentido del bien, a los términos equitativos de la cooperación social. Y aunque Melero piensa que el método contractualista no es necesario para justificar finalmente los principios de la justicia —basta, para ello, con llegar al equilibrio reflexivo entre las intuiciones morales y los principios, equilibrio que es, en realidad la última y auténtica prueba de validez de una teoría de la justicia para Rawls— sí coincide con éste en que dichos principios —las libertades individuales, la igualdad de oportunidades y el principio de la diferencia— son un buen reflejo de lo que debe ser el igualitarismo liberal. No obstante, Melero objeta a Rawls una inconsistencia de fondo en su construcción de los pr