2 La Depresión de la Filosofia a Mediados del Siglo XIX HACIA EL AÑO DE 1865 poco más o menos, un pensador francés tuvo la humorada de publicar en la primera página de uno de los grandes periódicos de mayor circulación en París una denuncia dirigida al Ministro de Instrucción Pública, poniendo en su conocimiento que en e! santuario egregio de la ciencia francesa, había penetrado alguien sin derechos para alojarse allí yera preciso proceder a deshauciarlo. Se trataba de las ciencias morales y políticas, las cuales, según la opinión positivista, no tenían derecho a ocupar un puesto en e! concierto de la enciclopedia pedagógica. Hablar de especulación filosófica, de metafisica y de fundamentación de la moral y de! derecho, hacia mediados de! siglo XIX, parecía una terrible blasfemia contra e! templo de la ciencia, una frivolidad intolerable, porque era precisamente la época en que se había eclipsado la Filosofia. La Filosofia había sufrido una tremenda depresión a virtud de una serie de fenómenos, que no me es posible enumerar y explicar aquí. Pero, en términos generales, cabe aludir al imperio terrorista del positivismo, r que después de la obra siempre respetable y sugerente de Augusto Comte, se había cerrado fundamentalmente a toda labor filosófica. No me refiero tanto a la obra de Comte, cuanto a la exageración torpe de sus limitaciones, llevada a cabo por discípulos de tercera dtegoría. Me refiero sobre todo a lo que e! positivismo tenía de negación de toda especulación. que fuese más allá de! campo de lo dado en la pura experiencia, y por ende a la negación de toda especulación de carácter metafisico, de toda pregunta sobre e! ser auténtico de las cosas más allá de su manifestación en la experiencia sensible y a la negación de toda teoría de orientación norma. tiva, sobre e! criterio de valor para inspirar la conducta en cualquiera de los órdenes, y notoriamente en e! orden moral y jurídico. 25 Por virtud del positivismo, el conocimiento humano había quedado estrictamente restringido a aquello perceptible por los sentidos, mediante la observaci6n de los fenómenos en su ritmo de concatenación natural y de la observación de los fenómenos producidos en las experiencias de laboratorio. Por otro lado, venían desarrollándose ya desde el segundo tercio del siglo XIX las corrientes naturJlistas (es decir, materialistas yevolucionistas) las cuales difieren radical y sustantivamente del positivismo y están en franca contradicción con éste; pero tienen consecuencias muy similares para el mundo de los estudios sociales y jurídicos. Materialismo y evolucionismo, que podemos englobar bajo la denominación de naturalismo, difieren radicalmente, contradictoriamente del positivismo, por las siguientes razones: el positivismo, niega toda metafisica; y, por el contrario, el materialismo y el evolucionismo suponen una metafísica. En tanto que para el positivismo no es lícito hablar ni de esencias, substancias, ni de categorías; el materialismo, por el contrario. se puede definir como el intento de equiparación entre la categoría de existencia y la materia corpórea. El materialismo no sostiene que todo sea materia, pero sí dice que el único ser sustantivo (que se basta a sí mismo) es la materia corpórea y que todo lo demás no son sino manifestaciones, realizaciones de la materia corpórea. Positivismo y materialismo son dos fenómenos intelectuales de significación contraria; pero, no obstante. producen ambos una estela común de consecuencias. Porque el positivista ante los fenómenos jurídicos y sociales, los estudia tan sólo como hechos históricos, o a lo sumo atiende a la máquina productora social de esos hechos históricos. El mundo de lo social y de lo jurídico, para el positivista, no ofrece más aspectos posibles de estudio que e! punto de vista histórico, y el punto de vista sociológico, (interpretando la sociología como una ciencia natural). Para el materialismo, la única realidad substantiva es realidad material, regida por el vínculo indisoluble de la causalidad, y por eso niega todos los valores, no discierne éntre bueno y malo, porque el mundo sigue su ritmo inexorable, inevitable, de la cadena causativa. Para el materialismo, no hay que estudiar nada más que los fenómenos de la causalidad social y jurídica y no otra cosa. Y cuando se habla de evolución en un sentido progresivo, a la manera de Spencer o a manera del jurista Adolf Merkel, esta idea normativa de progreso surge como deUJ a machina, inopinadamente: en este momento ya se ha salido del campo natural, material, para entrar en algo que no es natural, sino que es filosofia de los valores que 26 r se camufla con un ropaje naturalista, pero que ya entraña un punto de vista estimativo. Este terrorismo devastador de los laboratorios, podemos decir que, actúa en e! mundo intelectual de Occidente aproximadamente desde 1840 a 1880, en que comienza ya a manifestarse su ocaso. Es muy característico de! siglo XIX la propensión a los monismos, una tendencia imperialista, que hallamos en los espíritus de los investigadores, de los científicos. Dicho sea de paso, no desdeño el siglo XIX ni en lo teórico ni en lo práctico. Desde luego, en lo teórico lo hemos superado. Pero hay muchas cosas nobles y dignas en el siglo XiX, lo mismo en el campo de! pensamiento que en su sentido de la dignidad humana. Así pues, las palabras de crítica que dirijo a una vertiente del siglo XIX, no las interpreten en un sentido que no sería el auténtico de mi propio pensamiento respeclO a la centuria pasada. Ahora bien, desde cierto punto de vista podemos decir que nos ofrece e! siglo XIX e! espectáculo de cada sabio con su receta pretendiendo meter dentro de ella la totalidad de! universo; algo así como el espectáculo de cada loco con su tema. Cuando un sabio descubría en su laboratorio una nueva fórmula, gracias a la cual conseguía dominar fenómenos antes incógnitos sentía justamente un gran entusiasmo, una profunda satisfacción. Pero, después, al impulso de esa alegría, creía que con el nuevo método no sólo conseguía un procedi~ miento para dominar los fenómenos, que antes se escapaban a sus consideraciones, sino además también la clave para descifrar el secreto total de! mundo y de la vida, la resolución de todos los problemas teóricos del universo y la receta para resolver todos los problemas prácticos de la humanidad. Fue e! siglo de los monismos: del fisico que no contento con realizar una formidable tarea en su laboratorio fisico, creía que la fisica le había dado el secrelO de dominar la realidad social y trataba de construir una fisica social; del biólogo, que trataba de elaborar un biologismo social; etc. En diversos tratados de derecho se nos habla de que el derecho es la fuerza de gravedad de la vida social y se emplean expresiones de patología, biología y medicina, porque e! buen biólogo creyó que su ciencia no era una ciencia al lado de otras, sino e! compendio de todas las ciencias y que con ella se podría acercar a los problemas sociales y jurídicos. Es la época también del economismo. El descubrimiento realizado en el campo de los estudios económicos les hace creer a algunos economistas que en el mundo no hay sino economía. Por otra parte, en el campo del arte, se manifiesta también ese fenómeno imperialista: se ha dicho, con razón, que la música de Wagner 27 no aspira solamente a ser música, sino a suplantar al drama ya convertirse en plástica y en poesía. Este fenómeno es un fenómeno típico del siglo XIX y, así, en cada rama de la ciencia, observamos la misma tendencia de querer englobar dentro de sí a las demás disciplinas. Pues bien, la historia del derecho y la sociología en aquella época se propusieron desterrar la filosofia del derecho; y podemos decir que lo consiguieron, porque a mediados del siglo XIX, en las facultades de derecho dirigentes en el mundo occidental, el hablar de temas filosóficos se reputaba como intolerable frivolidad. La filosofia había sido barrida. Pero, he aquí, que de modo en apariencia inopinado, aunque en el fondo por importantes razones, en el decenio que va de 1870-1880, se produce un suceso de enorme alcance: primero la restauración de la filosofia pura; después la restauración de las filosofias aplicadas, entre ellas, la del derecho. Y es curioso: la filosofia vuelve a ocupar su papel en el campo de las especulaciones humanas, en esa época, hacia 1880, pero ya con un decenio de precedentes, no debido a la creación genial de un gran filósofo que por la potencia de su propia mente lograse concentrar la atención de sus conciudadanos, sino por exigirlo así los científicos. No fueron sólo los filósofos, casi avergonzados de sí mismos, quienes lcr graron restaurar los estudios filosóficos en el escenario de aquella época, sino que más bien fueron los científicos y notoriamente los físicos quienes empezaron a clamar por la urgencia de restablecer la filosofia. ' Algunos fisicos cayeron en la cuenta de que, aún suponiendo que el único tipo de conocimiento plenamente fundado fuese el conocimiento empírico, propio de las ciencias de la naturaleza y especialmente el de la física, sin embargo en ese conocimiento empírico no todos sus ingredientes son empíricos; cayeron en la cuenta de que la física, aún cuando maneje observación y experimentación, es posible precisamente debido a algo que no es sensible ni experimental, a saber, debido a elementos o formas a priori del pensamiento; debido, por ejemplo, a la categoría de causalidad, al supuesto de una ley de regularidad en el mundo de los fenómenos de la naturaleza. Ahora bien, la categoría de causalidad no es un dato de observación, sino un supuesto de nuestra mente, gracias al cual es cabalmente posible el dominio intelectivo, científico, de los fenómenos naturales. Ustedes comprenderán que era natural y casi obligado que, en estas condiciones, la filosofia volviese al mundo bajo el signo neo-kantia no, como ensayo de una teoría del conocimiento, para apoyar y explicar las ciencias de la naturaleza. La "Crítica de la Razón Pura" de Kant fue el máximo ensayo de teoría del conocimiento para explicar la ciencia 28 de la naturaleza. Así, pues, se restauró la filosofia en el último tercio del siglo XIX como una nueva teoría del conocimiento, para atender a las necesidades cuya llamada procedió del campo de las ciencias y disciplinas particulares; de la fisica; de la biología, y también de la matemática. Bien conocido es el florecimiento que tuvo la filosofia matemática al principio de este siglo. En el campo de la filosofia del derecho ocurre un fenómeno similar, independiente, en apariencia, del hecho de la restauración de la filosofia general, pero desde luego estrictamente paralelo a él, y aun conectado con él. La filosofia de! derecho, también a partir de 1880, volvió a ocupar un primer plano en e! campo de las especulaciones jurídicas. Y esto ocurrió no tanto por e! impulso de los filósofos, sino por obra de juristas especializados en las diversas ramas de! derecho. Allá por e! año de 1885, la misma época a que aludía breves instantes ha, una serie de juristas destacados (penalistas, civilistas, ius-publicistas), cayeron en la cuenta de que estaba ocurriendo en el campo de la literatura jurídica y en e! campo de las enseñanzas de las facultades de derecho, un fenómeno harto peregrino: cada libro de derecho civil, de derecho penal, de derecho administrativo, de derecho procesal, dedicaba unos capítulos preliminares a ocuparse de lo que es derecho, de la definición de! Derecho en general. Por de pronto, esto significaba una terrible pérdida de tiempo, un esfuerzo baldío, puesto que se repetía unas quince veces la explicación de lo que es derecho. Pero lo peregrino y desconcertante no se circunscribía a esa superflua multiplicación de esfuerzos; lo realmente increíble consistía en que e! concepto que de! Derecho daba el civilista, no se parecía en nada al que expresaba el penalista, ni el penalista al del constitucionalista, y así sucesivamente. Y por eso surgió el programa de teoría general del derecho. Con esto, automáticamente, quedó ya planteado uno de los caminos fundamentales de la estructuración de la Filosofia del Derecho, a saber, la necesidad de elaborar una teoría general del Derecho. Los primeros autores que la acometieron trataron de desarrollarla todavía bajo el signo del positivismo, es decir, como ensayo de una teoría general empírica del derecho. Se valían de un razonamiento, que, a primera vista, parece harto elemental y plausible, aunque después nos muestre todas sus deficiencias. Decían: vamos a analízar todos los Derechos, a ir separando las diferencias y quedarnos con las dimensiones comunes: razonamiento que prima Jacie parece irrebatible, pero que en el fondo constituye una tremenda superchería, porque para comparar los Derechos que han sido, necesitamos saber qué es Derecho. Para comparar todos los derechos es 29 necesario poseer una noción del Derecho. Claro que una noción aproximada todo el mundo la tiene. Pero cuando tratamos de elaborar una teoría pura del Derecho, lo que queremos es no un concepto vago y aproximado, sino una noción de perfiles rigurosos que denoten la forma esencial del objeto que tratamos de definir. Y, así, ocurrió que del mismo seno de la teoría general del Derecho, elaborada por juristas que procedían del campo del positivismo, surgió la necesidad de una doctrina ya no positivista sobre las formas tt priori del Derecho, es decir, una doctrína sobre el concepto esencial del Derecho, sobre lo que el Derecho tiene de Derecho, independientemente de que se trate de un Derecho antiguo o moderno, de que se trate de un Derecho logrado, justo, o de un Derecho fracasado, injusto. Por otra parte, al correr del tiempo, al llegar al límite divisorio entre la centuria pasada y el siglo presente, se fue abriendo de nuevo camino el tema que había constituido la médula clásica de los estudios de Filosofia del Derecho en todos los tiempos, a saber: el interrogante estimativo, la cuestión del valor, o sea la pregunta sobre derecho que debe ser, sobre la justicia, sobre los criterios de enjuiciamiento para las realidades jurídicas positivas; y claro es que esos criterios de enjuiciamiento, para discriminar en ellas lo que haya de logrado, y lo que haya de fallido, serán a la vez criterios de orientación para la reelaboración progresiva del Derecho. Esta pregunta estimativa, de valoración, constituye lo que fue siempre el meollo en la filosofia del derecho, ya desde los tiempos presocráticos. En esta exposición esquemática sobre el desarrollo del pensamiento jurídico del próximo pretérito, no puedo entrar en el relato detallado de todas sus peripecias. He de limitarme a caracterizar las líneas generales. El problema estimativo, la cuestión de valor, en suma, el tema de la justicia, en los estudios filosóficos-jurídicos, se restauró debido, sobre todo, a la obra del gran filósofo judío alemán Stammler, 'Teoría del Derecho Justo", la más bella entre todas sus obras, publicada en 1902. Ahora bien, este tema se restaura en pura ortodoxia neo-kantina. Recordemos algunas características del pensamiento kantiano: presentan en primer plano el tema de la teoría del conocimiento, la cuestión del método; el objeto es prod ucido por el mismo método, es decir, por ejercicio mental de las categorías; y, en el campo de lo ético, se profesa un formalismo, y un rigorismo. Para Kant, el mundo de los objetos que conocemos, por ejemplo, esta botella, que está sobre la mesa, o lo que es lo mismo, el conocimiento de esta botella, consta de dos ingredientes. Por una parte un ingrediente 30 sensorial (colores, temperaturas, sabores, olores, etc.), es decir un tumulto caótico y desordenado de impresiones sensibles, que me llegan de otro mundo. de un más allá incógnito para mí en su auténtica consistencia, de un conjunto de impresiones sensibles que me llegan a manera de los restos de un naufragio, que me llegan del mundo en sí, que no podré jamás conocer. Ahora bien, desde luego, el conjunto de impresiones sensibles no procede de mí, sino de fuera; pero esas impresiones sensibles no constituyen objetos. sino que nacen y mueren a cada instante; son fugaces, incaptables, ininteligibles. Para que estas impresiones sensibles constituyan un objeto, por ejemplo. una botella, es preciso que sean encajadas y disciplinadas en algo que no está fuera, sino en mí, en las formas del conocimiento, a saber, en las intuiciones puras de espacio y tiempo yen el repertorio de las categorías. Esas formas del conocimiento constituyen el otro ingredientc. que es un ingrediente a priori, es decir, independiente de la experiencia. Es lo que el intelecto pone: ordenación, estructura, método. El intelccto agrupa las impresiones sensibles en una intuición pura del espacio y en la estructura de las categorías, al afirmar que ese conjunto forma un objeto dotado de unidad, que es efecto de otros fenómenos (causalidad). De esa manera se determina. es dccir. se construye el objeto. Todos los objetos de la experiencia, botellas, árboles, no son cosas que estén allí independientemente de mí y que se graben sobre mi conciencia, sino que representan el producto de elaborar el mundo de las impresiones sensibles, de acuerdo con determinados métodos. Estos métodos son las categorías, y las categorías son formas a priori. ¿Q¡é quiere decir esta palabra tt priori que suena a algo extraño y esotérico? Quiere decir, sencillamente, que es algo que no ha salido de la experiencia. Se podría hablar muchas horas acerca del tt priori, pero el conferencista tiene que cortar la digresión en interés de los otros temas, que está obligado a tratar. Pues bien, estos pensamientos fueron trasladados al campo de los estudios filosóficos-jurídicos, en relación con el concepto del Derecho, y también en relación con la idea de justicia. El concepto del Derecho fue construido por los neo kantianos considerándolo como una categoría. Así como en el mundo no hay cosas en sí, independientes de mí, sino que lo que se llama mundo. es un producto de ordenar impresiones sensibles según la estructura de mi mente; así también eso que llamamos Derecho es la manera de ordenar los afanes humanos, de una determinada manera, según un cierto médico, a la luz de una especial categoría. 31 ¡'ECA i~\(;I\.,L•..I:.\, MlCt-l. Dentro de esa concepclon neo kantiana de Stammler la pregunta fundamental respecto de la justicia, se va a resolver en forma similar a como Kant había resuelto el problema de la moral, es decir, acudiendo a una idea formal que actúa como método de ordenaci6n de todos los contenidos posibles. Kant busca en su "Critica de la raz6n práctica" y en su "Fundamentaci6n para una metaflsica de las costumbres", los principios absolutos y universales, es decir, a priori, de la razón pura-práctica; esto es, el principio de validez absoluta y universal para el obrar. Ahora los q.ue muchos nos indinamos a creer que no lo consiguió, rencia próxima les expondré las condiciones cionado no podrá contener ningún elemento concreto, porque de lo lo que buscamos, algo absoluto, esto es, algo que no dependa de ninguna condici6n. En suma, se busca un imperativo que no sea condicional sino que sea categórico; y siendo imperativo categórico es necesario buscar algo que no tenga referencia a ningún elemento singular; algo que no dependa de ninguna condici6n. Kant halla como expresi6n del imperativo categ6rico la forma siguiente: "obra de tal manera que la máxima de tu conducta pueda convertirse en ley universal para todo ser racional". Por ejemplo: para saber si un precepto es o no moral, para saber si una determinada conducta es o no moral, según Kant, debemos resolver la siguiente operaci6n: tratar de ver si esa f6rmula tolera una generalización; si la tolera, entonces tal máxima es moral y en casO contrario es inmoral. V. gr.: ¿será moral mentir? Tratemos de ver si es posible generalizar la máxima de la mentira: si todos mintiesen, no tendría sentido mentir; la mentira saca un sentido en un mundo de gentes veraces, de gentes que por tanto creen que es verdad lo que se dice. La mentira, pues, es inmoral porque no tolera la generalizaci6n. Otro ejemplo: ¿Es inmoral apoderarse de lo ajeno? Veamos si esto es capaz de generalizaci6n: quien se apodera de lo ajeno lo hace para conservar la propiedad de lo que ha robado. En un mundo donde no se respetase la propiedad, no tendría sentido apoderarse de lo ajeno; el ladr6n no ataca en principio el derecho de propiedad, sino que es su ardiente defensor porque trata de conservar lo robado. La máxima del apoderamiento de lo ajeno no puede convertirse en criterio general, y. por tanto, no es moral. El imperativo categ6rico de Kant no dice cuál es el repertorio de conductas que debemos practicar. Se limita a suministrar un método para determinar qué conducta sea buena y qué conducta sea mala. Algo parecido es lo que trata de llevar a cabo Stammler para determinar el criterio de justicia respecto de los fines sociales. Si el viejo maestro recientemente fallecido lo consigui6 o no, y cuáles son los motivos por 32 en que se efectúa la restau- ración de la Filosofia del Derecho, y c6mo en el pensamiento contemporáneo se ha superado la peripecia neo-kantiana. bien, dice, es evidente que si el criterio que se busca ha de ser incondi. contrario no conseguiríamos será exammado en otra confer~ncia. Quede aqui tan sólo indicado que la Fllosofia dd Derecho se remstaur6 en el pensamiento de fines del siglo XIX y comienzos del xx, bajo las directrices neokantianas. En la confe- 33