RIACHUELO Dos orillas, una ciudad 1 2 Riachuelo Dos orillas, una ciudad 4 Riachuelo Dos orillas, una ciudad 5 Idea y contenidos Diego Valenzuela Producción general Sociopúblico ÍNDICE Textos Diego Valenzuela y Ana Soffietto Edición Ignacio Camdessus Diseño Estudio ZkySky Fotos Xavier Martín (pp. 30, 34-5, 36, 41, 44, 46, 49, 52-3, 55, 56, 59, 61, 62-3, 64-5, 66-7, 68, 70, 73, 74, 80-1, 82-3, 84, 87, 88-9, 94, 100, 104, 105 abajo, 124, 126, 128, 130, 132, 134, 136, 138, 141, 142-3, 144, 146 y 148) Ariel García (pp. 50-1) Paula Pons (pp. 105 arriba, 106, 110 y 112) Pichu Velarde (pp. 101, 106, 108 y 114) Archivo fotográfico Abel Alexander 6 Agradecemos a Fundación por la Boca, Margarita Ragno, Roberto Hugo Naone de Palma (historia “Riachuelo navegable”) y al Museo Criollo de los Corrales (historia “Reseros”) por las fotos que prestaron para este libro. Las obras que se reproducen en la introducción son las siguientes: Eugenio Daneri, El puente, Museo Nacional de Bellas Artes, (p. 13) Pio Collivadino, Riachuelo, Museo Nacional de Bellas Artes (p. 14) Prilidiano Pueyrredón, Costa del Río de la Plata, Museo Nacional de Bellas Artes (p. 20) Pio Collivadino, Puente Victorino de la Plaza, Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco (p. 21) Valenzuela, Diego Riachuelo: Dos orillas, una ciudad. – 1.a ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Secretaría de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, 2015. 148 pp. ; 21 x 17 cm. ISBN 978-987-98095-7-0 1. Gobernabilidad. 2. Administración metropolitana. I. Título CDD 320.8 Prefacio 9 Dos orillas, una ciudad por Diego Valenzuela 11 Primera parte El río del trabajo, la industria y el progreso 27 El Coloso Potencia del trabajo y del arte 45 Los boteros Unir las márgenes a fuerza de remo 53 Puente transbordador Encuentro de orillas y jurisdicciones 69 Reseros Traer el campo a la ciudad 81 Segunda parte Vida comunitaria y barrial, vida metropolitana 93 El mural Un espacio recuperado donde los vecinos se reflejan 107 Riachuelo navegable Fluir desde el pasado hasta el futuro 117 Escuela granja La educación trasciende límites 129 Bomberos La unión contra el fuego 137 7 PREFACIO 8 El Riachuelo es una de las marcas geográficas que caracteriza a la megaciudad de Buenos Aires. Es parte fundamental de la identidad del sur metropolitano y signo presente de una fuerte interacción entre las personas en sus dos orillas. La historia del Riachuelo habla de un pasado pujante; de la mano del puerto y la actividad industrial, la zona era el epicentro de la vida social y económica de Buenos Aires. Fue siempre más una zona de encuentro social que la frontera jurisdiccional entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires. El Riachuelo fue cuna de la revolución industrial nacional, escenario de una de las escuelas pictóricas más reconocidas del arte argentino y sede del intenso ir y venir de nacionalidades y culturas a fines del XIX y principios del XX. Un lugar vibrante, cargado de historias. Si el pasado del Riachuelo fue tan rico, el futuro puede volver a serlo. El Riachuelo no está condenado a ser noticia por la contaminación. Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La causa Mendoza fue un gran paso adelante. Instó a los poderes ejecutivos de las tres jurisdicciones a trabajar mancomunadamente para solucionar un tema que desborda los límites jurisdiccionales. La Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo es un ejemplo de lo que se puede lograr cuando los distritos dejan de pensar en los colores políticos y trabajan juntos. Pero todavía resta mucho por hacer. Revertir el deterioro de décadas del área no es sencillo. Sin embargo, en los últimos años la tendencia cambió. El Riachuelo está mejor. Conocer el Riachuelo, recordar su pasado próspero y reflexionar sobre su situación actual son condiciones necesarias para considerarlo propio, se viva en la cuenca o no. El Riachuelo es de todos los ciudadanos metropolitanos. Indagar en su problemática es apropiárselo; apropiárselo es quererlo; quererlo es preocuparse por él: por su recuperación y su reinserción positiva en la vida metropolitana. Esta publicación es nuestra pequeña contribución a un gran objetivo: el de recuperar al Riachuelo como zona valorada para los ciudadanos de esta gran metrópolis que es Buenos Aires. Emilio Monzó Ministro de Gobierno, Ciudad Autónoma de Buenos Aires 9 10 por Diego Valenzuela Boca del Riachuelo. Equipo de fotógrafos de la Dirección General de Obras Hidráulicas, MOP, 1938. Colección Dirección de Construcciones Portuarias y Vías Navegables Historiador y Subsecretario AMBA, Ministerio de Gobierno, CABA dos orillas, una ciudad 11 El Riachuelo es un río breve, afluente de un gran río, el Río de la Plata. Una vez que pasa la ciudad de Buenos Aires, y sin mediar accidente geográfico, toma el nombre de Matanza. 12 Costumbres y un paisaje común, desafíos medioambientales, una rica historia de producción y trabajo, obras de ingeniería que marcan una época y artistas que supieron plasmar una identidad. Todo esto late en el Riachuelo. Acercarnos a él, conocerlo, debatir sus problemas, apropiarnos de su historia y hacernos cargo de sus desafíos presentes nos permitirá reincorporar esta zona fundamental del área metropolitana de Buenos Aires a nuestras vidas, y con ellas a la vida de la megaciudad. El Riachuelo es un río breve, afluente de un gran río, el Río de la Plata. Una vez que pasa la ciudad de Buenos Aires, y sin mediar accidente geográfico, toma el nombre de Matanza, que no está claro si refiere a las matanzas de españoles, de aborígenes o de ganado. Son 15 kilómetros de longitud desde su desembocadura hasta el Puente de la Noria, trayecto que une a la Ciudad con cuatro municipios de la provincia de Buenos Aires. “Sin el Riachuelo probablemente no habríamos existido”, apuntó Daniel Balmaceda cuando presentamos la muestra de fotos Riachuelo: Dos orillas, una ciudad en Fundación Proa, cuyas fotos se reproducen en este libro. El primero que navegó el Riachuelo fue Pedro de Mendoza, quien fundó aquel primer asentamiento en algún lugar entre parque Lezama y Pompeya. Entonces se lo llamó Río Pequeño, pero Juan de Garay lo renombró en 1580 como Riachuelo de los Navíos, e instaló la ciudad a cierta distancia. Algunos escritos de la época llaman al Riachuelo “Río de Buenos Ayres”, como si el curso de agua caracterizara a la ciudad. En 1599 fue necesario levantar un fuerte pequeño, con dos cañones, para defenderse de los ataques de piratas. Una historia de Indias describe al Riachuelo como “un río pequeño que entra en el río grande”. Las costas de la ciudad no eran las adecuadas para el desembarco, lo que dio a este riacho la posibilidad de convertirse en puerto. Era un abrigo natural para los navíos. La pendiente suave hacía que sus aguas se movieran poco, e incluso que en verano el río casi desapareciera. 13 14 La desembocadura original del Riachuelo no estaba donde se encuentra hoy, sino más cerca del centro de la ciudad actual. Hacia 1600 se instalaron algunas chacras en ambas márgenes, sobre todo en Barracas al Sur, y en la zona comenzaron a acopiarse cueros y frutas. En 1617 Melchor Maciel, quien luego sería conocido por el arroyo y por el barrio, se instaló en Barracas al Sur. Plantó allí un viñedo, el primero de Argentina. En 1635 el capitán Antonio Rocha recibió la tierra que hoy lleva su nombre (“Vuelta de...”). Entonces el cruce de una orilla a otra era rudimentario. Donde hoy se levanta el puente Pueyrredón se ataba un bote con sogas de cada lado para ir y volver. En 1708 se instalaron los primeros habitantes en pequeñas casas muy sencillas, y comenzó a crecer la actividad. La ciudad de entonces apenas era pueblo, y el Riachuelo parecía distante de la aldea colonial. Sin embargo, con el contrabando y el comercio la zona empezó a suscitar más atención. Bartolomé Burgos vio la importancia de aprovechar el paso y consiguió concretar su idea de cobrar por cruzar. El paso de Burgos estaba en el actual puente Alsina. Un vecino llamado Gálvez afincado allí, en una barraca, solicitó construir un puente. El Cabildo lo autorizó en 1779, pero el puente se completó en 1791. No duraría mucho, aunque su fama llega hasta hoy: durante las invasiones inglesas los criollos lo demolieron para dificultarle a los atacantes el cruce del Riachuelo. Pero hubo que esperar al siglo XIX para que la zona comenzara a tallar en la economía local. En 1810 cuatro integrantes de la primera junta —Saavedra, Azcuénaga, Moreno y Matheu— inauguraron a orillas del Riachuelo el saladero de unos ingleses. Hacia las décadas de 1830 y 1840 el puerto empezó a generar cierta prosperidad, lo que provocó el interés de los viajeros y la llegada de inmigrantes. De entonces son las primeras descripciones visuales y literarias de la zona. Pero el barrio incipiente todavía estaba separado del tejido urbano. Puerto e inmigración El Riachuelo tuvo siempre un rol clave en el destino de Buenos Aires: fue probablemente el sitio de la primera fundación de la ciudad, su puerto natural, y un área de producción pujante, de los saladeros a los frigoríficos y las metalúrgicas. El río es para el sur de la ciudad como las venas de un cuerpo, y no una frontera, aunque la capitalización de Buenos Aires en 1880 lo condenó a separar dos distritos. Como dice Graciela Silvestri en su valioso libro El color del río, el diálogo fue intenso entre lo portuario, la inmigración, el comercio, la industria, los artistas, la circulación fluvial, la naturaleza y la vivienda. Elementos físicos como fábricas, puentes, barcos e infraestructura pierden sentido sin la dimensión social, económica y simbólica que representan. El primer paisaje de la Boca fue portuario. En 1830 se asentó allí la industria naviera; crecieron las barracas, relacionadas con el estacionamiento de cueros más que con el comercio de esclavos. En 1869 había 52 astilleros y varaderos en el Riachuelo, con unos 700 empleados. En la iconografía y la fotografía de la época destacan las velas por sobre el barco a vapor. (Menos relevantes desde 1920, las velas seguirán siendo parte de las representaciones de la zona, especialmente en la pintura.) El viajero Xavier Marmier relata en 1850: “...el pequeño puerto de la Boca es digno de conocerse. Lo he visitado varias veces, y de todas mis excursiones por las afueras de la ciudad, es la que me ha dejado recuerdos más gratos”. Marmier describe el camino rodeado de llanuras, con carretas y lecheros, una naturaleza salvaje, la presencia de pulperías y ranchos de peones. Observa el puente de Rosas (el de Barracas) y se distrae en un agitado puerto, frente al que destaca “el pueblito” de la Boca. Antes de ser presidente, en 1856, Domingo Faustino Sarmiento también describe en el periódico El Nacional una escena portuaria animada, entre bosques y astilleros, los techos de los saladeros, el ir y venir de 15 16 buques y marineros, y gente que habla “en idiomas que son los de todo el mundo”. La inmigración aparece como rasgo principal. Entre las décadas de 1870 y 1880 la zona vivió enormes cambios. En 1871 se rectificó y limpió el río por ley provincial. En 1875 comenzó su dragado para convertirlo en puerto de cabotaje, lo que permitió al finalizar esa década que entraran al puerto de la Boca barcos de ultramar. Sin embargo, la elección del proyecto portuario de Eduardo Madero, en 1886, privilegió la zona central de la ciudad para emplazar el puerto futuro, en lugar del canal sur, como había propuesto Luis Huergo. La Boca fue siempre un barrio de inmigrantes, especialmente italianos de la Liguria. De la mano del puerto, comenzaron a llegar desde 1830; muchos adquirieron prosperidad con Rosas. En 1875, de 19 maestros que daban clase en las escuelas de la Boca, 10 eran italianos. En 1895 eran más los extranjeros que los nacionales: 20.442 sobre 38.164 habitantes. En el censo de 1904 estaban casi iguales. Las instituciones de la inmigración se multiplicaron en el barrio, donde también prendieron las ideas políticas que traían los trabajadores: el primer diputado socialista de América salió de la Boca, en 1904. Fue Alfredo Palacios. Hoy probablemente escuchemos tango en la Boca o Pompeya, pero hace 100 años proliferaban las canzonettas italianas. La inmigración, el trabajo portuario y fabril, y también el arte barrial, le dieron al lugar un sello inconfundible. Antonio Bucich, historiador de la Boca, activo entre 1940 y 1970, describió a la zona como una familia, con el Riachuelo como padre y la inmigración como madre. La vida a uno y otro lado del Riachuelo marca un ir y venir metropolitano, que no respeta la frontera física, el río, y menos la jurisdiccional, el límite político. Trabajo y producción La industria del saladero motorizó la economía del Riachuelo. Fue en su origen sinónimo de progreso, pero con el advenimiento de la idea higienista pasó a considerarse el origen de varios males. El propio Sarmiento pasó de comparar a los saladeros con las fábricas de Birmingham en 1857, a colaborar con su fin, aunque fueran la industria más poderosa del El Riachuelo es para el sur metropolitano como las venas de un cuerpo, y no una frontera, aunque la capitalización de Buenos Aires en 1880 lo condenó a separar dos distritos. Camino de sirga junto al Riachuelo. Un conjunto de barcos son arrastrados río arriba. Christiano Junior, ca. 1875. Archivo General de la Nación 18 momento. Es que las aguas del Riachuelo se teñían de rojo durante el período de matanzas. El golpe de gracia se lo dieron las epidemias que azotaron a Buenos Aires entre fines de la década de 1860 y comienzos de la década de 1870. El 6 de septiembre de 1871, una ley de la Legislatura provincial prohibió a los saladeros y graserías en el municipio de Buenos Aires y en las cercanías del Riachuelo. Sin embargo, muchos siguieron operando en Barracas al Sur, que funcionaba como partido desde 1852 y elegía sus propias autoridades, muchas de ellas relacionadas con los empresarios del rubro. A fines de 1880 llegan a la zona empresas de importancia. Se instalan en Barracas al Norte y Barracas al Sur, llamado luego Avellaneda, donde estas empresas causaron furor en la década de 1930. Para entonces el mundo y el país estaban golpeados por la Gran Depresión, y las ideas keynesianas llamaron a la intervención del Estado para ejecutar obras que solucionaran la crisis. Esto potenció la idea, que se mantuvo tras el golpe de 1943, de impulsar al Riachuelo como canal industrial. Dos años después, el le- gendario 17 de octubre de 1945, ante los puentes bloqueados para impedir el paso a la Plaza de Mayo, los trabajadores cruzarían el Riachuelo a nado para manifestarse y pedir la libertad de Juan Domingo Perón. La concentración de fábricas es una oportunidad para el trabajo. Las personas van y vienen, de una orilla a otra. El trabajador duerme de un lado y se emplea en otro. Los transbordadores cruzaban a la masa de gente que se movía por la misma y única ciudad para ganarse su sustento diario. Pero la concentración también puede originar problemas de sanidad. Las empresas que se asentaron a orillas del Riachuelo debían tratar el agua que usaban en su proceso productivo antes de devolverla al río. La mayoría no lo hacía; preferían pagar multas y seguir produciendo a purificar el agua. El problema es histórico. En 1946 se creó una comisión para atender la higiene urbana en la zona, con representantes de Nación y Provincia. El Riachuelo fue la principal área industrial de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo XX. Fue el escenario de la revolución industrial en Argentina. El puerto, la mano de obra disponible, las facilidades técnicas, permitieron el gran desarrollo fabril de la zona. Los frigoríficos se instalaron en el primer tramo del río; luego, una vez finalizado como canal, las metalúrgicas más importantes de la época se radicaron en el segundo tramo, junto a industrias eléctricas, fábricas de cemento y de maquinaria. La mitad de los establecimientos líderes de la industria metalmecánica se situaban en el Riachuelo. Los frigoríficos eran empresas descomunales. La Negra, del influyente grupo Tornquist, llegó a tener 57.000 metros cuadrados de terreno, 32 cámaras frigoríficas y empleaba a 1484 obreros. Hoy, una calle de Avellaneda recuerda a este gigante, que fue para tanta gente su medio de vida. Hitos de ingeniería El campo en la ciudad 20 Como en pocos lugares de Buenos Aires, en el Riachuelo se unen el campo y la ciudad. Primero fueron los saladeros, luego los frigoríficos, a los que se sumarían graserías, chancherías, fábricas de velas, curtiembres, silos y molinos. Durante décadas los reseros cruzaban de un lado a otro llevando ganado. El primer saladero argentino se fundó en la zona del Río de la Plata luego de la Revolución de Mayo. Pertenecía a dos comerciantes ingleses, Robert Staples y John McNeill. La actividad estuvo en auge durante la época de Rosas, quien además de gobernar era empresario del rubro. Sin embargo, el récord de faena de animales en Buenos Aires sucedió luego del rosismo, en 1868/69. Los saladeros evolucionarían como frigoríficos. El enorme La Blanca, un edificio de 270 metros lineales, mezclaba lo rudimentario del negocio con lo moderno. Junto a La Negra, Anglo y Wilson definieron el período que va de 1880 a 1930. En ellos se mezclaba el capital local y el extranjero. La Blanca y La Negra estaban del lado de provincia, en Avellaneda; Anglo en Dock Sud, y el Argentino (Wilson) en puente Alsina. La importancia de los frigoríficos hizo que se dragara el Riachuelo para ganar profundidad y que los buques de ultramar pudieran acceder directamente a ellos. Los puentes son belleza técnica al servicio de la vida metropolitana. Sin ellos el paisaje del Riachuelo no sería el mismo. Su función es unir, son símbolos del ida y vuelta de la zona, interpelan la idea de límite. Como el Riachuelo era vía navegable, los puentes debían ser móviles o levadizos. Pero además de instrumento de cruce, se constituyeron en un lugar en sí mismos, en íconos del sur. Tempranamente el Riachuelo se cruzaba con vados, que luego tuvieron puentes, los de Gálvez, Burgos. El de Gálvez data de fines del siglo XVIII, era de madera, con dos cabeceras de mampostería con algunos ornamentos. Allí se construyó el puente Pueyrredón viejo, que reemplazó en 1869 a otro de madera, conocido como Restaurador de las Leyes. En 1859 se construyó un puente de arcos en el paso de Burgos, que reemplazaba al de 1855 que se había llevado la creciente. Pero duraron poco. La inundaciones de 1884 arrastraron a ambos. En 1914 se abrió al público el emblemático puente transbordador Nicolás Avellaneda. Lo construyó el Ferrocarril del Sud, con una superestructura metálica comprada en Inglaterra. Pronto se transformó en un hito de la conexión entre las márgenes del Riachuelo, y también en una referencia para pintores y artistas. El puente transbordador apoya una pata en Ciudad, otra en Provincia y por jurisdicción pertenece a Nación; es símbolo de unión, de distritos y competencias que convergen. Hoy está 21 próximo a reinaugurarse, pero durante la década de 1990 se salvó del desguace por la defensa tenaz que de él hicieron los vecinos de ambas orillas. Río arriba se construyeron otros dos transbordadores, hoy inexistentes: el Sáenz Peña y el Urquiza, que usaban los obreros de los frigoríficos La Blanca y La Negra, de Avellaneda. Testimonios de la vida metropolitana de la zona, los puentes simbolizan la historia social de ambas orillas del Riachuelo. La plenitud del transbordador Avellaneda termina a fines de la década de 1940, cuando se inaugura el nuevo puente Avellaneda y se construyen otros dos, Alsina y La Noria, fundamentales para unir la zona, y también para caracterizarla visualmente con su estilo neocolonial. 22 Los puentes son belleza técnica al servicio de la vida metropolitana. Sin ellos el paisaje del Riachuelo no sería el mismo. Su función es unir, son símbolos del ida y vuelta de la zona, interpelan la idea de límite. Los puentes servían a un propósito funcional. Pero su peso, su impronta, excedía por mucho a la ingeniería. Los pintores del Riachuelo los retrataron, en particular al transbordador Avellaneda. Los que habían llegado como inmigrantes o los hijos pobres de la Boca, algunos formados en París y admiradores del Barrio Latino, encontraron en ellos una marca de identidad, un paisaje singular, único en Buenos Aires. Inmortalizado en cientos de pinturas y fotografías, el transbordador es uno de los ocho puentes de hierro de este tipo que quedan en pie en el mundo, y el único en América. El puente transbordador lleva en sí la historia del trabajo en el sur metropolitano: por él pasaron multitudes en camino a los frigoríficos, los astilleros, el puerto, las fábricas. Recuperar su mecanismo y ponerlo una vez más en marcha es una feliz idea. Un homenaje a esta mole de hierro que es una postal tan potente como el Obelisco, y 22 años más antiguo. Con la reinauguración volverá a unir ambas costas del Riachuelo. Construcción del puente transbordador Nicolás Avellaneda. Fotógrafos del Ferrocarril del Sud, 1913. Archivo General de la Nación 24 Identidad y cultura La pintura es la expresión artística que mejor retrató la zona, y así colaboró en construir su identidad. Carlos Pellegrini, padre del presidente, era ingeniero y llegó a estas tierras a trabajar, pero pintaba por gusto y necesidad. Sus vistas del Riachuelo muestran el paisaje natural de la zona más rural que urbano. Una de sus litografías refleja el llamado Puerto de los Tachos, que es la actual Vuelta de Rocha. Son imágenes de 1831, publicadas 10 años después. Un paisaje que pronto cambiaría. Décadas después, con Benito Quinquela Martín, la identidad del Riachuelo se consolidó. Quinquela había sido adoptado por un carbonero, y usando carbón para dibujar, su vocación se hizo evidente. Su maestro, Alfredo Lazzari, lo llevaba a Isla Maciel junto al resto de sus alumnos. Lazzari había llegado de Italia en 1897 y fue pionero en el arte de la zona. Vivía en Barracas, luego se mudó a Lanús, pero su trabajo se centraría en la Boca y en Isla Maciel. Una vida propia del sur metropolitano. Lazzari cruzaba a Quinquela a Isla Maciel para que ganara perspectiva. Isla Maciel, en Avellaneda, supo tener una magia especial. A principios de siglo era un lugar de recreo como el Tigre, donde la bohemia se inspiraba, y donde las clases populares hacían picnics y se divertían al aire libre. Quinquela demandaba río, lo necesitaba para su obra. Decía que era pintor de Caras y caretas para que lo dejaran subir a los barcos a pintar. Años después, hasta se compró una lancha para navegar el Riachuelo y seguir pintando. Quinquela logró llevar a la práctica muchos de sus proyectos entre 1936 y 1959. Recién entonces se reconocería como singular lo que antes era el sentido común del lugar: las casas de chapa y madera, que caracterizan al barrio y lo hacen universal. La Boca e Isla Maciel, el mismo paisaje urbano y social, sublimadas por el pintor. De esa época data también Caminito, un descampado en una curva perdida que el pintor imaginó como teatro a cielo abierto, hoy referencia ineludible de la zona. El sur metropolitano Los arbitrarios límites políticos marcan dos orillas separadas, como si olvidaran que la cuenca del Riachuelo es uno de los lugares más unidos de la metrópolis de Buenos Aires. El Riachuelo tiene una identidad común, indiferente a la distinción entre Capital y Provincia. En el pasado, el presente, y también en el futuro, las cientos de miles de familias que van y vienen de una orilla a la otra, por trabajo, educación, o cualquier otro motivo, no sienten estar cruzando una frontera. Viven un mismo paisaje, el mismo río, los mismos puentes; la zona se rige por la interacción y el intercambio vital. El curso del Riachuelo fue prenda de unión, protagonista histórico y escenario de profundas transformaciones sociales y productivas. Conocer su historia, vasta, vital y rica, es un paso imprescindible para considerarlo propio, puro presente y potencial. El Riachuelo concentra buena parte de la historia de la megaciudad que es Buenos Aires. Saneado y proyectado a futuro, puede volver a ser el escenario de grandes y pequeñas historias metropolitanas. • 25 Vista de la usina de la Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad en Dock Sud (frente al sur). Autor no identificado, ca. 1915. Colección Cuarterolo 26 Primera parte El río del trabajo, la industria y el progreso 27 El Riachuelo fue siempre más una zona de encuentro social que la frontera jurisdiccional entre la ciudad y la provincia de Buenos Aires. 28 La Boca. calle Necochea. Equipo de fotógrafos de la Dirección General de Obras Hidráulicas, MOP, 1938. Colección Dirección de Construcciones Portuarias y Vías Navegables 29 Si el pasado del Riachuelo fue tan rico, el futuro puede volver a serlo. El Riachuelo no está condenado a ser noticia por la contaminación. Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. 33 32 • Barcos en el Riachuelo. Fotografía Witcomb, ca. 1880. Colección Cuarterolo • Vista de la Boca y los muelles sobre el Riachuelo. Autor no identificado, ca. 1900. Archivo General de la Nación • El vapor Italia en el muelle de la Boca. Samuel Boote, ca. 1885. Archivo General de la Nación La historia del Riachuelo habla de un pasado pujante, fruto de la actividad industrial y portuaria y del trabajo de gente llegada de todas partes del país y del mundo. 35 34 Las personas van y vienen, de una orilla a otra. El trabajador duerme de un lado y se emplea en otro. Los transbordadores cruzaban a la masa de gente que se movía por la misma y única ciudad para ganarse el sustento diario. 37 36 • Changadores cargando cajones de tomates. Autor no identificado, ca. 1920. Colección Cuarterolo Los arbitrarios límites políticos marcan dos orillas separadas, como si olvidaran que la cuenca del Riachuelo es uno de los lugares más unidos de la metrópolis de Buenos Aires. El Riachuelo tiene una identidad común, indiferente a la distinción entre Capital y Provincia. 38 El Riachuelo fue cuna de la revolución industrial nacional. 39 Vista de un astillero. Autor no identificado, agosto de 1918. Colección Cuarterolo 40 Barco en el muelle sobre el Riachuelo. Al fondo, el transbordador Nicolás Avellaneda. Gastón Bourquin, ca. 1930. Museo de la Ciudad El puente transbordador apoya una pata en Ciudad, otra en Provincia y por jurisdicción pertenece a Nación; es símbolo de unión, de distritos y competencias que convergen. Como el Riachuelo era vía navegable, los puentes debían ser móviles o levadizos. En 1871 se rectificó y limpió el río por ley provincial. En 1875 comenzó su dragado para convertirlo en puerto de cabotaje, lo que permitió al finalizar esa década que entraran al puerto de la Boca barcos de ultramar. 42 • Puente transbordador Capitán General Justo José de Urquiza. Dirección General de Obras Hidráulicas, MOP, 1916. Dirección Nacional de Vías Navegables • Puente Barracas. Autor no identificado, ca. 1915. Colección Museo Nacional Ferroviario • Puente del Ferrocarril del Sur. Equipo de fotógrafos del Ferrocarril del Sur, ca. 1920. Museo Nacional Ferroviario 43 44 EL COLOSO Potencia del trabajo y del arte • Fábrica de dulces Noel, Barracas. Caras y Caretas ca. 1910. Archivo General de la Nación De niño, Alejandro Marmo vio una y otra vez a su padre, un inmigrante venido de Italia, trabajar el hierro. Debe haber encontrado tanto sentido y tanta potencia en ese gesto que la imagen fraguó su identidad como artista. Algo de eso se movilizó en su interior a mediados de la década de 1990, cuando el cambio de régimen económico empujó a muchas fábricas al cierre. Entonces el sur metropolitano, que supo ser industria con ritmo de montaje perenne, se vació, entró en crisis. Muchos trabajadores cayeron en el desempleo. Otros se resistieron a dejar las fábricas y formaron cooperativas para autogestionar la producción. 47 46 Ninguno, tampoco los que conservaron sus trabajos, imaginó que un artista iría a proponerles que también hicieran arte. Lo primero que sintieron en Siam, ex Coventri, Cooperativa de los Constituyentes y otras cuando escucharon la invitación de Marmo fue miedo a lo desconocido, al ridículo. Ellos, que una vez expulsados del sistema volvieron a sus puestos de trabajo porque saben que pueden cruzar hasta un río aunque les levanten los puentes en la cara, como sucedió el 17 de octubre de 1945. Ellos, que aquel día fueron a la Plaza de Mayo a gritar que la política también era cosa suya. No, el arte no era para ellos, pensaron. ••• • ••• 48 Un trabajador duerme adentro de un descamisado inmenso. La noche es cerrada y apenas se respira el aire del Riachuelo en la ribera de Avellaneda, entre el viejo y el nuevo puente Pueyrredón. Descansa porque sabe que allí hay refugio. Los últimos meses fueron arduos para todos los trabajadores artistas. Construyen su propio homenaje. La fecha de inauguración está demasiado cerca, eso lo sabían desde el comienzo. El esfuerzo tenía que ser descomunal, pero construir la escultura del Coloso, en un punto donde Avellaneda y la ciudad de Buenos Aires se unen por la naturaleza y la ingeniería, es un horizonte de dicha y reconocimiento. Un recuerdo permanente de un instante puntual, pero decisivo y lleno de repercusiones. Un emblema de un proceso constante: la identidad de los trabajadores, su participación en la vida social, económica y política del país. Esa noche era una de las últimas y como todos los días restantes hasta terminar, trabajaron sin parar, en turnos, apoyándose unos en otros. El Coloso de Avellaneda se emplazó el 7 de mayo de 2013 como parte del proyecto Arte en las Fábricas, que Alejandro Marmo coordina desde la década de 1990 para promover la integración a través del arte. Construido con material de rezago industrial de fábricas desmanteladas del Conurbano, es un homenaje a la esperanza del trabajador, su fuerza colectiva, su lucha. Aquel hombre gigante que lleva el rostro de Evita en sus manos está plantado en el espacio público como lugar ganado. Con un pie a punto de entrar al agua, mira la orilla de enfrente. Es una imagen que atraviesa el tiempo. Que evoca un momento de progreso, cuando un sur próspero y metalúrgico dibujaba una economía pujante y nuevos sujetos políticos, los migrantes internos, se sumaron a la vida pública. Un gigante que demuestra que la historia colectiva de aquel 17 de octubre de 1945 no es solo una encadenación de recuerdos, sino memoria que se encarna en quienes lo sienten, incluso sin haberlo vivido, más allá de banderías. Es metáfora de la lucha contra la adversidad. Una inscripción en el cuerpo de hierro del Coloso no solo recuerda el 45 sino también la crisis de 2001, el Cordobazo y las luchas obreras de 1982. El Coloso es símbolo de la potencia del trabajo. Todo esto empuja al Coloso de una orilla a otra, ambas parte de la misma ciudad. • El Coloso es una imagen que atraviesa el tiempo. Que evoca un momento de progreso, cuando un sur próspero y metalúrgico dibujaba una economía pujante y nuevos sujetos políticos, los migrantes internos, se sumaron a la vida pública. LOS BOTEROS Unir las márgenes a fuerza de remo 52 53 54 Son casi las cinco de la tarde y el sol arde. Sin embargo, en la costanera del Riachuelo corre el viento que acompaña el agua, un viento cargado, pero extrañamente fresco, como si algo en el aire quisiera reafirmar que se trata de un río y no del vertedero de basura que muchos creyeron que era. Sobre la costa de Isla Maciel, Carlos Mansilla espera en su bote que los chicos y chicas salgan del colegio en la Boca. De un minuto a otro, el silencio de la tarde se alborota con risas, gritos y juegos. También hay personas que vuelven de trabajar. Una señora que cruza todos los días tiene miedo de caerse al agua; no sabe nadar. Otro chico del barrio de San Telmo quiere cruzar porque lo invitaron a comer un asado en la Isla. Entonces Carlos va a buscarlos. Dos pesos los grandes, uno los estudiantes, gratis los niños. El viaje dura menos de cinco minutos, pero hasta hace no mucho podía llevar hasta quince. Los remos se trababan. Era la mugre que flotaba en el agua, que ahora casi no hay. Carlos Mansilla tiene 65 años y es botero desde los 24. Heredó la profesión y el bote del padre, que era usado y se llama Don Conrado. Su hijo Silvio, tercera generación botera, lo reemplazará cerca de las seis de la tarde. Además de ellos, apenas otros tres quedan en el oficio. Desde que Vialidad Nacional refaccionó el nuevo puente Nicolás Avellaneda —homónimo del viejo transbordador— con luces, seguridad, techos —entre otras cosas— la cantidad de viajeros en bote menguó y muchos de los boteros comenzaron a trabajar en el puente. Hacía 25 años que estaba destruido y cuando a mediados de la década de 2000 un nuevo proyecto se propuso repararlo, en la zona nadie lo creyó: muchos otros, antes, lo habían prometido, y sin embargo ahí estaba, peligroso y roto. Pero el trabajo de los boteros hacía mucho que ya no era lo que antaño, cuando los botes iban y venían, hasta seis o siete por vez, de un lado a otro, mientras las colas de pasajeros se extendían en cada orilla, la Boca y Maciel. Eran tantas las personas que trabajan por allí que incluso cuando los puentes se utilizaban, los botes no perdían viajeros. Hoy, en cambio, la hora pico encuentra rápido a dos boteros en el agua, que llevan unos 12 pasajeros, pero no pasa mucho para que vuelvan a cruzar solo de a un par de personas por bote. Silvio dice que él y muchos de los demás podían vivir solo de esto. 55 56 57 Inundaciones en Nueva Pompeya. Autor no identificado, mayo de 1912. Archivo General de la Nación 59 58 Ahora tienen otros trabajos porque el bote deja muy poco. Sin embargo, se quedan. A Silvio, por ejemplo, no se le cruza por la cabeza abandonar. Si acá tanto él como su padre conocieron a sus mujeres. Si acá corrían carreras entre sí o se hacían a un lado para que el próximo viaje le tocara al que le gustaba la chica linda que esperaba cruzar. Si acá vino toda la familia para hacerse las fotos de la fiesta de quince, o los casamientos arriba del bote. Carlos Sacaro, botero desde hace 35 años, dice que es una terapia, que después de trabajar todo el día, rema y a su casa llega diferente, relajado. A él lo inició la madre de un amigo botero, cuando antes de tomárselo como un trabajo se sumaba como acompañante porque lo disfrutaba. —Carlos, vos sos el único al que le doy el bote. ¿Lo vas a trabajar? —dijo la señora y Carlos, aunque todavía no era un experto en remar parado y las primeras veces terminara con los dedos llenos de moretones por no coordinar muy bien los remos, se hizo botero. Ahora los que más usan los botes son los vecinos de la Isla que prefieren cruzar en minutos en vez de recorrer todo el puente, y charlar con el botero amigo de todos los días. Isla Maciel ya no es el paraíso que recuerda Carlos Sacaro, mientras señala la costa justo en el lugar donde estaba el frigorífico Anglo y ahora está el patio de una terminal portuaria. O cuando explica que pasando el puente había un taller naval tras otro y los barcos, más grandes que el único que esta tarde ancla por ahí, salían hacia el Río de la Plata. Más arriba, el cartel de una fábrica de ropa de trabajo, Zanchetti, apenas deja leer el nombre del lugar que una vez vistió a los cuantiosos obreros de la zona. Son casi las siete de la tarde y el sol es un punto rojizo que desaparecerá en instantes. A Silvio y Carlos les queda solo una hora en el río. Nadie hace cola para cruzar. Quizás corran alguna carrera o solo se sienten a esperar a los últimos pasajeros mientras escuchan el débil sonido del Riachuelo sin barcos. • 60 A los boteros no se les cruza por la cabeza abandonar. Si acá conocieron a sus mujeres. Si acá corrían carreras entre sí o se hacían a un lado para que el próximo viaje le tocara al que le gustaba la chica linda que esperaba cruzar. Si acá vino toda la familia para hacerse las fotos de la fiesta de quince, o los casamientos arriba del bote. 61 62 63 64 65 66 67 PUENTE TRANSBORDADOR Encuentro de orillas y jurisdicciones 68 69 Un verde infinito: eso dice Lito Discioscia que vio cuando subió por primera vez en 1942 al puente transbordador Nicolás Avellaneda y miró Isla Maciel desde las alturas. Eran las verduras, tantas que había, y que Lito solía ir a comprar hasta allí con sus hermanos mayores. Cruzar el Riachuelo era cosa de todos los días. Su mamá trabajaba en el frigorífico Anglo, de los más grandes del mundo. Entraba bien temprano, cerca de las cinco de la mañana, y salía a primera hora de la tarde, con las manos cortajeadas por las latas de carne para mandar a Inglaterra y Estados Unidos que había armado durante todo el día. Era la segunda guerra mundial y los barcos de la empresa inglesa Blue Star cargaban alimento sin descanso. Vista panorámica del frigorífico La Negra a orillas del Riachuelo. Autor no identificado, ca. 1920. Archivo General de la Nación 70 A sus 8 o 9 años, Lito también comenzó a trabajar en el carro de un amigo que hacía el reparto de panadería en Maciel, pero pronto se metió de aprendiz en un taller de tapicería y no tardaría mucho en poner el propio. Le iba bien: hasta llegó a tener como cliente a Benito Quinquela Martín, para quien hizo la tapicería del Teatro de la Ribera. Más allá también estaban los frigoríficos La Blanca y La Negra, donde otros puentes unían la capital con la provincia. Al igual que en el Nicolás Avellaneda, a través de ellos los carros tirados por caballos llevaban y traían insumos para la producción; por ellos también cruzaban los vecinos y trabajadores de una orilla y otra. 72 ••• • ••• A Víctor Teodori le gustaba mirar por la ventana del conventillo donde recién se había mudado, en Isla Maciel. Era 1949 y tenía 9 años. Desde su balcón podía ver a la Vuelta de Rocha abrirse paso, con su curvatura ajena al trazado en cuadrícula del resto de la ciudad. Ahí estaba el puerto, atestado de barcos, y el puente Nicolás Avellaneda, dos patas altísimas plantadas a cada margen del río. Vecino era el que vivía en la casa de al lado, pero también el que lo hacía en la orilla de enfrente. Víctor empezó a trabajar como lechero con un carro a caballo. Al revés que Lito, cruzaba de Maciel a la Boca. El oficio, sin embargo, no le duraría mucho. Pronto ingresaría como aprendiz en un taller naval. En aquel momento, explica Víctor, todo lo que uno quería era aprender un oficio y la Isla Maciel lo permitía: era un emporio de trabajo. Al Anglo y las decenas de talleres navales a ambas márgenes del Riachuelo se sumaban los astilleros. Durante la segunda guerra mundial, Argentina era el único país de América Latina que construía y reparaba submarinos. Al mediodía, una fonda al lado de otra servían el almuerzo a los trabajadores de la isla. Por la noche, hasta de la Boca se cruzaban para los bailes. Capital y provincia eran un mismo territorio, una mera distinción administrativa. ••• • ••• Gabriel Lorenzo recuerda muy bien cuando se quedó sin trabajo a mediados de la década de 1990. Vivía en San Telmo y cruzaba el Riachuelo todos los días para trabajar en el taller naval Marino. Había comenzado a los 17 años: necesitaba plata para terminar el secundario. Quería ser perito mercantil. Entonces don Juan Marino le dio una oportunidad. En esa época, el taller trabajaba todos los días, durante todo el día. Gabriel empezó como cadete y terminó a cargo de las licitaciones de la empresa. Ahí, dice, creció y se formó. Por eso, aunque hacía meses que no cobraba, no quiso dejar la empresa hasta que cerró. Trabajadores con 25 años de antigüedad en el oficio se quedaron en la calle. 73 Ahí estaba el puerto, atestado de barcos, y el puente Nicolás Avellaneda, dos patas altísimas plantadas a cada margen del río. Vecino era el que vivía en la casa de al lado, pero también el que lo hacía en la orilla de enfrente. 75 76 El país perdió muy rápido competitividad y la producción naval de lo que alguna vez supo ser cuna de la revolución industrial de Argentina comenzó a desmantelarse. Se abrieron las importaciones; Víctor recuerda cómo todos dejaron de producir equipos: ya no era rentable frente a los nuevos productos que ingresaban al país. Sin aparato productivo, los puentes se fueron cerrando. El único de aquella época que quedó en pie fue el viejo transbordador Nicolás Avellaneda, aunque clausurado desde 1960. Gabriel nunca llegó a cruzarlo. Hoy Gabriel es director ejecutivo de la Fundación por la Boca, un grupo de vecinos, empresarios y artistas de la ciudad de Buenos Aires que quieren recuperar la cuenca Matanza-Riachuelo y el desarrollo cultural, económico y social del barrio. Desde hace años que la fundación busca poner el viejo puente transbordador otra vez en funcionamiento. Es el único en su tipo que aún existe en América y uno de los ocho que hay en el mundo. Dicen que en 2015 volverá a estar en marcha: obreros a uno y otro lado del agua refuerzan los cimientos para devolverle a esa estructura de hierro el orgullo que una vez tuvo como símbolo de un sur potente, sin límites. Los puentes servían a un propósito funcional. Pero su peso, su impronta, excede por mucho a la ingeniería. Inmortalizado en cientos de pinturas y fotografías, el transbordador Avellaneda es uno de los ocho puentes de este tipo que quedan en pie en el mundo. Gabriel imagina que el viejo puente Nicolás Avellaneda, una vez recuperado, puede ser como la torre Eiffel de París. De noche, miles de pequeñas luces acompañarán el recorrido y sus colores cambiarán según la época del año. Después del Obelisco, dice Lorenzo, el puente transbordador, inmortalizado por Quinquela Martín, es la postal más vendida de nuestro país. Es que en la imagen de ese puente resuena la identidad de una ciudad única, real, y del río que la atraviesa: un lugar común, de encuentro. • Vista del puente transbordador Nicolás Avellaneda. Equipo de fotógrafos del Ferrocarril del Sur, ca. 1914. Museo Nacional Ferroviario 79 78 Puente transbordador Nicolás Avellaneda durante un cruce. Autor no identificado, ca. 1915. Colección Cuarterolo 81 80 Reseros Traer el campo a la ciudad 82 En la esquina de Lisandro de la Torre y Avenida de los Corrales pasan colectivos en todas las direcciones. Pero no hay olor a esmog. Lo que se siente, allí, es olor a estiércol, humedad, ganado y caballos. Es la entrada al mercado de hacienda, en Mataderos, donde se vende y compra la mitad del ganado que abastece al área metropolitana de Buenos Aires. Pintado de rosa como la casa de gobierno, es un edificio imponente que alguna vez albergó casi una ciudad entera en su interior: había una escuela, correo, comisaría, una salita de salud, fondas. Si otros barrios tienen su centro cívico en torno a la plaza principal, acá el origen es un matadero. Sentado en el bar Oviedo, en una de las esquinas justo enfrente del mercado, Jorge Pereyra se dice gaucho resero de cuarta generación. Es miembro de la Federación Gaucha Porteña. Y donde está el bar Oviedo, tan viejo como el barrio, paraban los reseros una vez dejada la hacienda en manos de los rematadores. No era solo un bar, ahí también podían proveerse de cualquier cosa que necesitaran para los viajes. Pero sobre todo, era el lugar donde a toda hora se escuchaban las payadas entre gauchos que improvisaban y se batían a duelo con sus guitarras. Ahora durante los fines de semana se llena de familias que se acercan al barrio para visitar la feria tradicional que se monta en la explanada de entrada al mercado, o para disfrutar de las danzas que los gauchos todavía bailan en plena calle con sus mujeres. Allí se puede ver el repiqueteo de los hombres contra el piso, y la gracia con que las damas hacen bailar sus pañuelos, casi como si fueran una extensión de ellas mismas. 83 85 Y donde está el bar Oviedo, tan viejo como el barrio, paraban los reseros. No era solo un bar, ahí también podían proveerse de cualquier cosa que necesitaran para los viajes. Pero sobre todo, era el lugar donde a toda hora se escuchaban las payadas entre gauchos que se batían a duelo con sus guitarras. Pereyra dice que en realidad él nunca fue un resero como sus antepasados, le costó encontrar su lugar en la familia. Su hermano mayor, que asumió la tradición con gusto, era el preferido del padre. Los reseros repetían el viaje una y otra vez. Muchas veces pernoctaban en algún ombú de Ciudad o Provincia, donde hacían asados y tocaban la guitarra. La zona todavía era agreste, el campo todavía no se había replegado tras el avance de la línea de edificaciones. 86 Su bisabuelo fue el primero. Venía desde Mercedes a caballo con la hacienda que luego se haría carne para consumo en el matadero público, que por aquel entonces no estaba aún en su ubicación actual sino que se iba desplazando a medida que la ciudad, cada vez más poblada, crecía. Su primera ubicación fue en la Plaza de Mayo. Recién al abuelo y al padre de Jorge les tocaría trabajar en Mataderos con la inauguración del mercado de hacienda a comienzos del siglo XX, el primero municipal. Pero con la llegada del ferrocarril, los reseros serían desplazados poco a poco. El trayecto que harían ahora los Pereyra sería otro, hacia el sur. Esta vez el punto de largada era el mercado y desde ahí partían camino a Avellaneda, uno adelante y otro atrás de la hacienda para evitar que se mezclara con otras. Cruzaban el Riachuelo a caballo y el ganado atravesaba el agua hasta el otro lado, donde estaban los frigoríficos Swift y La Negra. Ahí mismo se lo faenaba, procesaba y era montado en buques que partían al norte. Los reseros repetían el viaje una y otra vez. Muchas veces pernoctaban en algún ombú de Ciudad o Provincia, donde hacían asados y tocaban la guitarra. La zona todavía era agreste, el campo todavía no se había replegado tras el avance de la línea de edificaciones. Ya sea en el medio del campo o adentro mismo del mercado, la carne y la música era lo que daba vida al sur. Una vez, dice la historia de los Pereyra, un 87 88 89 90 hombre que solo cargaba una valija y una guitarra irrumpió en un arreo en los pasillos del mercado. La hacienda que conducían los reseros era de novillos negros que, dicen, son los más bravos y de los que hay que desconfiar. —¿Qué está haciendo? ¡Lo va a matar uno de estos novillos! —le gritaron cuando lo vieron andando como si estuviera en una plaza. El hombre respondió que venía de Pergamino a buscar trabajo pero que no tenía para pagarse un hotel. Entonces los reseros le despejaron un rincón para que se armara un catre con cueros que estaban por ahí. Dicen que estuvo cuatro meses viviendo en el mercado, tocando la guitarra en cada comida. Dicen que era Atahualpa Yupanqui. Durante los domingos y las fiestas patrias, la calle Lisandro de la Torre se llenaba de gente como todavía hoy sucede, pero en aquel momento era para ver las carreras. Como hinchadas de fútbol, se agolpaban contra las casas para ver correr a los reseros, que cabalgaban con la mejor de sus vestimentas: bombacha, chiripá pampa, sombrero negro, poncho, y espuelas y chuchillos de plata y oro. Con los caballos con los que atravesaban la pampa de Buenos Aires, volaban ahí como si fueran sobre rieles. Cuando no corrían, jugaban al pato. Los Pereyra tienen cinco campeonatos ganados. Y cuando no competían, bailaban con otros reseros y sus mujeres el pericón o la chacarera con el conjunto musical que la madre y el padre de Jorge dirigían. Varias veces fueron en caballo a presentarse en la quinta presidencial y una vez, en 1953, Pereyra asegura que su padre dijo una poesía criolla —se dicen, no se recitan— que hizo llorar a Juan Domingo Perón. En 1929 se instaló el frigorífico Lisandro de la Torre junto al mercado y los gauchos reseros comenzaron a trabajar adentro del edificio. Fue entonces cuando Jorge Pereyra conoció sus pasillos. Tenía 5 años y empezaron a vestirlo con la ropa del padre. Todavía se acuerda de eso porque era el único entre los chicos de su edad que usaba botas de potro. Una de las veces que su padre lo llevó al mercado para que lo ayudara no logró conducir al ganado y se ganó una ristra de insultos. Entonces decidió que aprender a bailar el malambo como nadie era mejor opción para conquistar a su padre. Hoy llega a emocionarse hasta las lágrimas cuando lo baila, tanto que apenas logra ver sus propios pasos. • 91 92 Segunda parte Vida comunitaria y barrial, vida metropolitana Reunión en la sede del gremio de Marineros y Foguistas. Equipo de fotógrafos de Caras y Caretas, 1904. Archivo General de la Nación Costumbres y un paisaje común, desafíos medioambientales, una rica historia de producción y trabajo, obras de ingeniería que marcan una época y artistas que supieron plasmar una identidad. Todo esto late en el Riachuelo. 94 95 96 El curso del Riachuelo fue prenda de unión, como la educación pública. Un grupo de alumnos forma fila para recibir la copa de leche en la escuela Pedro de Mendoza de la Boca. Al fondo se destaca un mural de Benito Quinquela Martín. Autor no identificado, 1920. Archivo General de la Nación 97 Las familias que van y vienen de una orilla a la otra no sienten estar cruzando una frontera. Viven un mismo paisaje, el mismo río, los mismos puentes; la zona se rige por la interacción y el intercambio vital. Grupo de pobladores de Dock Sud frente a la capilla. Autor no identificado, ca. 1920. Colección Cuarterolo 99 98 100 101 103 102 Las costas de la ciudad no eran las adecuadas para el desembarco, lo que dio al Riachuelo la posibilidad de convertirse en puerto. Era un abrigo natural para los navíos. • Lancha de bomberos. Samuel Rimathé, 1895. Colección César Gotta • Gran cantidad de público asiste a los trabajos de rescate de un tranvía caído al Riachuelo. Autor no identificado,1930. Archivo Diario La Razón • Ribera izquierda del Riachuelo y Pedro de Mendoza. Christiano Junior, 1877. Colección Fototeca Benito Panunzi, Biblioteca Nacional 104 105 106 EL MURAL Un espacio recuperado donde los vecinos se reflejan Cuando el día está lindo, a Juani le gusta sentarse a desayunar en los bancos que están a orillas del Riachuelo, en Barracas. Desde allí mira el mural que el artista Alfredo Segatori estampó en 2013 en la pared de su casa y todo a lo largo de la cuadra, a metros del puente Pueyrredón. Lo contempla en silencio, contenta, apenas acompañada por el ligero viento del río que corre detrás suyo. Desayuna ahí porque es como si fuera su patio. Pero sabe que la mejor vista está del otro lado. Cada vez que cruza a Avellaneda para hacer las compras, aprovecha y se regala unos minutos para admirar el mural. La primera vez que Alfredo Segatori le golpeó la puerta, Juani salió enfundada en su delantal y con una cuchilla en la mano. Estaba cortando carne para hacer empanadas que luego su marido, Peña, vendería en el puesto que tiene en la esquina. Segatori supo que esa era la imagen que quería pintar. 108 El mural de Barracas nació para consagrar el camino de sirga recuperado, una franja de 35 metros desde la orilla del río que debe estar liberada. —¡No me digas que te fuiste de acá y te hiciste famosa!— le decían sus familiares en Paraguay cuando ella les mandó diarios y revistas con la noticia de la inauguración del mural, que juntó de cada puesto de diarios entre su casa y Constitución. El mural de Barracas nació para consagrar el camino de sirga recuperado, una franja de 35 metros desde la orilla del río que debe estar liberada. Hasta hace poco, donde hoy está el mural, en la calle Lavadero, vivían 25 familias en asentamientos precarios, amontonadas, casi colgadas sobre el Riachuelo. El Gobierno de la Ciudad las relocalizó en 2011 en departamentos de Villa Soldati para mejorar su calidad de vida. Una empresa, además, usaba ese espacio público como playa de maniobras privadas. Fue desalojada para liberar el camino. Hoy hay un parque con bancos como los que usan Juani y otros tantos vecinos. El logro había que celebrarlo. La fecha elegida fue el día del Riachuelo, todos los 8 de julio desde que la Legislatura porteña lo estableció en 109 Llegaba de noche con un camión repleto de materiales que todas las áreas del Gobierno de la Ciudad ayudaron a conseguir, y desde las 11 hasta las 2 de la mañana pintaba. 110 111 112 conmemoración del fallo de la Corte Suprema de Justicia conocido como “Mendoza”, que ordenó el saneamiento del río y su cuenca. El homenaje fue una obra de arte que embelleciera aún más el camino de sirga y consagrara la revalorización de ese espacio público. Por eso Segatori recibió la propuesta de realizar un mural en homenaje a Benito Quinquela Martín y al barrio, y él, que desde hace 20 busca con su arte crear en la calle eso que llama “espejos urbanos”, aceptó. Ahí está, hoy, el retrato del pintor que inmortalizó el puerto de la Boca y las costumbres de sus habitantes. A un lado y al otro de Quinquela, barcos y botes, obreros que trabajan, el viejo puente transbordador Nicolás Avellaneda, y al fondo, los astilleros, los talleres navales, los frigoríficos. El escenario son las aguas del Riachuelo, que hoy corren a los pies del mural, como si pasado y presente coexistieran, al menos como ilusión, gracias al arte. Cuando Segatori llegó al barrio para realizar el mural, apenas conocía esa zona llena de talleres y viejas barracas abandonadas, construcciones que dan nombre al barrio y que se usaban para almacenar carnes y cueros. Llegaba de noche con un camión repleto de materiales que todas las áreas del Gobierno de la Ciudad ayudaron a conseguir, y desde las 11 hasta las 2 de la mañana pintaba. Su mujer, emponchada porque era pleno invierno, enfocaba los bocetos con un proyector. Mientras tanto, los vecinos lo miraban tímidos. Nadie se animaba a hablarle. Hasta que Segatori rompió el hielo y les preguntó a unos chicos que jugaban al fútbol cerca si lo dejaban hacerles un retrato. Ningún vecino, después, se quiso quedar afuera. Ya hay cerca de 50 retratados en un mural que se extendió todo lo que pudo, hasta cruzar la calle de la vuelta y colmar otra pared. Con sus 1300 metros cuadrados, “El regreso de Quinquela” se consagró como el mural más grande de Argentina hecho por una sola persona. Celeste, una chica de 20 años que vive en el barrio más humilde que se levanta a la izquierda del mural, al fondo, fue una de las primeras en ser retratada junto a su hijo y su hermana. Al enterarse, su mamá, Gladis, fue a las corridas donde estaba Segatori. —¿Están pintando a todos y yo que ando en bici por todos lados no estoy? —se dijo, y logró que la incluyeran. 113 Menos el marido de Gladis, la familia entera quedó retratada. Celeste hasta consiguió aparecer dos veces. Según ellos ahora el barrio está más lindo. Desde hace pocos años que viven ahí y les gusta: dicen que se respira un aire mejor al del Centro, fresco, limpio. Hace tiempo ya que las obras de saneamiento en el Riachuelo comenzaron a dar resultado. 114 En la otra esquina del mural está el puesto de comidas de Peña, el marido de Juani. Con ayuda de un chico que lo acompaña, pone y saca una bondiola con huevo frito tras otra. Al mediodía se llena de personas que salen de sus trabajos para almorzar. Algunos cruzan el puente y vienen desde Avellaneda. Siempre hay tanta gente que el día que Segatori le quiso sacar unas fotos para armar su retrato solo pudo tomar su rostro; el puesto apenas se veía. Cada vez que vienen turistas o chicos de excursión del colegio quieren sacarse una foto con Peña y con todos los vecinos que allí aparecen. Pero Peña, Juani, Celeste y Gladis son solo algunos de los retratados. Son muchas las historias que dan vida al barrio hoy y son tan únicas como las de los personajes que Quinquela caracterizó en sus óleos. • 115 117 116 RIACHUELO NAVEGABLE Fluir desde el pasado hasta el futuro A mediados de 1920 las pocas mujeres que salían a remar al Riachuelo lo hacían de vestido largo y capelina. Las hermanas Fumaroni decidieron que ya era hora de cambiar: desde que sus padres y otras familias de la Boca fundaron el Club de Regatas Almirante Brown, en Isla Maciel, las chicas fueron de las primeras argentinas en competir como los hombres. Pero no solo entrenaban como ellos. Para asombro de los jóvenes remeros, cambiaron el vestido por los shorts. Como no había para ellas, compraban los de hombre en la tienda Gath & Chaves. ••• • ••• 118 Todos los años, apenas empezaba septiembre el entrenador Higino Marinsales convocaba a sus remeros a mudarse al Nahuel Rowing Club, en Tigre. Como su familia se había peleado con otros de los fundadores del Almirante Brown, Alba Fumaroni vivía entre la zona norte del conurbano bonaerense y la ciudad de Buenos Aires. A las cinco de la mañana, salía a remar en el río oscuro, apenas iluminado por un farol que cargaban los timoneles. Recién terminaba con el sol de las siete. Después se duchaba y tomaba el tren para viajar a la Facultad de Medicina. Una foto de la camada de 1926 muestra a decenas de hombres de saco y corbata y a Alba, la única mujer. Después de cursar volvía a Tigre con sus hermanos. La esperaban dos horas más de entrenamiento. Alba ocupaba el lugar del stroker, quien marca el ritmo de la remada. En las regatas, desde el bote de al lado, Higinio le gritaba: —¡Ponga cabeza, Fumaroni! Alba puso cabeza, tesón, disciplina. Llegaría a ser una de las mejores remeras del país. Siete veces se consagró campeona en regatas argentinas. En 1940 su foto apareció en todos los diarios locales. La revista El Gráfico llegó a dedicarle una página entera para resaltar lo que entonces era excepcional: madre, remera y médica. Hoy, cada uno de sus siete nietos atesora una de las medallas de oro que ganó. Sus hijos, las de plata y otros reconocimientos. En 1942, Higinio creó un premio con el nombre de Alba. Ella misma se lo entregó a Alberto 119 120 121 Antiguo local del Buenos Aires Rowing Club en el Riachuelo. Christiano Junior, ca.1875. Fotografía Witcomb. Fototeca Benito Panunzi, Biblioteca Nacional 123 122 Demiddi, múltiple campeón argentino, sudamericano y europeo, y medalla de plata en Munich 1972. ••• • ••• Las hermanas Fumaroni y también los tres hermanos varones aprendieron a nadar y remar en el Riachuelo de principios del siglo XX. Su padre, Ciro César Fumaroni, era un inmigrante italiano que muy rápido aprendió el oficio de reparar barcos y montó su propio taller. Como muchos de sus clientes eran barcos pesqueros japoneses, inmensos, le era mucho más sencillo acercarse en bote a los buques anclados para reparar lo que hiciera falta. Con ese mismo bote salía la familia entera los fines de semana. La cuna del remo es aún hoy motivo de discusión entre los remeros. El primer club de regatas del país, el Buenos Aires Rowing Club, estaba en sus orígenes a orillas del Riachuelo, en el límite entre La Boca y Barracas. Sin embargo, su primera regata fue en Tigre. En la ribera también estaba el Club de Regatas la Marina. Pero la fiebre amarilla de fines del siglo XIX azotó al sur; el gobierno obligó a desalojar la zona y, dicen, las instalaciones de los clubes se usaron para atender a los enfermos. Así fue como apenas pudieron los clubes se mudaron a Tigre y los vecinos de la Boca empezaron a quedarse sin salida al río. El Club América, en el canal del Dock Sud, duró poco. En pleno auge económico del Riachuelo el canal era demasiado productivo para dedicarlo a actividades deportivas o recreativas. Era el sitio perfecto para un muelle. Uno de los frigoríficos más grandes del mundo, el Anglo, se quedó con el lugar. Desde ahí exportaba la mejor carne de los campos argentinos a Inglaterra. Dicen que durante la primera guerra mundial, en el Anglo trabajaban entre 8000 y 9000 personas por turno. Fue entonces cuando los vecinos de la zona se encontraron de cara al río, pero sin lugar para los botes. Los Fumaroni, los Fonda, los Ragno y otras familias de la Boca compraron un terreno en Isla Maciel, donde estaba el arroyo que da nombre al barrio. Allí fundaron el Club de Regatas Almirante Brown. Era 1925. El primer club de regatas del país, el Buenos Aires Rowing Club, estaba en sus orígenes a orillas del Riachuelo, en el límite entre La Boca y Barracas. 124 Víctor Agapito Teodori se acuerda bien de aquella época. A los 9 años su papá lo llevó a vivir a Isla Maciel y a los 13 años se hizo socio del club. Entonces la cuota salía 15 pesos y él la pagaba con los 50 pesos que ganaba como lechero del barrio. Era caro, mucho más que Independiente, donde también jugaba, pero en el Almirante Brown se pasaba todo el día. Canchas de fútbol, vóley, básquet y bochas, duchas con agua caliente, parque para hacer asados, biblioteca y hasta un salón de baile. Los fines de semana sacaban los botes y remaban hasta puerto Piojo, el balneario del Riachuelo. Como muchos de sus amigos, ahí conoció a la mujer con la que se casaría. Sin embargo, a mediados de la década de 1970, el gobierno decidió entubar el arroyo Maciel, y el Almirante Brown se quedó seco. Fue su certificado de defunción. Uno a uno los socios renunciaron. En el predio del club solo quedó el casero. ••• • ••• Hace seis años, a Víctor lo llamó uno de los viejos socios del Almirante Brown. Del otro lado del teléfono una voz le explicaba que querían refundar el club. Él, que con sus 75 aún rema de tanto en tanto, pero lejos de ese río que tiene solo a una cuadra de su casa de la Boca, pensó que era hora. Hoy Víctor es el capitán del Almirante Brown y dice que no se quiere morir sin volver a remar con el club. Por eso buscan un terreno con salida al río. Ellos organizaron la primera regata en años por el Riachuelo. No tenían un centavo para hacerla y hubo que convocar a todo el mundo. 125 El Ministerio de Defensa de la Nación puso la comida para los remeros, los clubes que participaron mandaron la bandera argentina, el Instituto Brown consiguió bustos del prócer como premio, Boca Juniors pagó cerca de 200 medallas y aportó un camión para el vestuario, el Gobierno de la Ciudad puso la música, la Armada trajo una banda, Prefectura ayudó y la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo prestó un pontón con rampa para bajar los botes. Más de 120 chicos y chicas de capital y provincia corrieron aquella competencia en el agua. El último club de remo que quedaba en el Riachuelo era el Avellaneda, pero a partir de 2014 este deporte ya no se practica más allí. Los remeros del Brown lo cuentan con tristeza. Todos quieren devolverle al Riachuelo la posibilidad de ser, una vez más, una vía navegable. De a poco lo están logrando. ••• • ••• 127 126 Desde hace 10 años, la Fundación por la Boca organiza una remada por el Riachuelo con más de 300 remeros. Profesionales y amateurs navegan por un río que pareció olvidado, un río que es posible recuperar. Margarita Ragno, hija de Alba Fumaroni, recuerda que en las primeras ediciones de la remada era muy difícil avanzar. Al remar se arrastraba un sinfín de bolsas y desechos. Hoy eso es distinto. Desde el fallo de la Corte Suprema de Justicia que ordena la limpieza del Riachuelo, la preocupación por la zona recobró impulso y hay un plan de saneamiento en marcha. El río está mejor. Cada vez que Margarita Ragno participa en las remadas se cuelga un cartel con una foto de aquella nota que El Gráfico publicó sobre su madre. Ella dice que rema por el Riachuelo, pero también en homenaje a su mamá Alba. • ESCUELA GRANJA La educación trasciende límites 129 Obreros trabajando en la construcción del autódromo de la ciudad de Buenos Aires. Enrique Herrera, 1951. Archivo de la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación. Archivo General de la Nación 130 Es difícil de imaginar, pero en el autódromo de la ciudad de Buenos Aires hay una escuela granja. Algunas aulas están construidas debajo de las gradas. Más allá, los autos vuelan a velocidades imposibles para las calles exteriores. Otros, en manos de novatos sin registro, apenas pueden arrancar sin asfixiar los motores. Mientras tanto, a metros de allí, chicos y chicas de Villa Lugano y Riachuelo, y de Villa Albertina, Sarmiento y Avellaneda, en el conurbano, asisten al jardín y a la escuela primaria. Allí estudian; allí también alimentan gallinas, vacas, caballos, cuidan una huerta y crían animales. Cuando José Ferdinando Francisco Soldati conoció el sur de Buenos Aires a principios del siglo XX sintió nostalgia. Había ido para cazar pero se encontró con unas tierras elevadas —las más altas de la ciudad incipiente— que le recordaron su tierra natal, Lugano, Suiza. Así nombró al barrio que fundó. Solo que Villa Lugano no tardaría en distinguirse: muy pronto comenzó a crecer, con sus saladeros y mataderos. Desde el otro lado del Riachuelo, también de tierra adentro, llegaba el ganado. Grandes industrias se radicaron allí: Lugano fue la cuna de la aviación en Argentina. Donde hoy se levanta el barrio General Savio —más conocido como Lugano I y II— funcionó el primer aeródromo del país. Allí se formó Jorge Newbery y se construyeron los primeros aviones nacionales. Cientos de chicos del sur de la capital y de la provincia de Buenos Aires estudiaban allí; dependían —dependen— de la escuela pública para progresar. Sin embargo, la zona conserva el recuerdo de su pasado rural. Miguel Ángel Leonardi es kinesiólogo, pero esa profesión nunca le gustó tanto como la de maestro. Aunque mantenía las guardias de sábados y domingos, durante la semana se dedicaba a enseñar. Era 1980 cuando llegó a la escuela Jorge Newbery de Villa Lugano como director. Por aquel entonces, una reforma del sistema educativo había transferido las escuelas primarias nacionales a las provincias, pero no había transferido los correspondientes recursos 131 133 132 económicos. Las escuelas que se sumaron a la órbita de la Capital Federal fueron muchas. Durante la transición la escuela Jorge Newbery quedó relegada. Cientos de chicos del sur de la capital y de la provincia estudiaban allí; dependían —dependen— de la escuela pública para progresar. Cuando Leonardi llegó a la escuela se dijo que no podía ser que faltaran vidrios, que no hubiera luz, que una escuela estuviera en tal estado de abandono. Parte de la reforma educativa conllevó también un rediseño curricular; si los maestros que no cuadraban en el nuevo currículo querían quedarse, debían tomar horas de clases que tenían poco que ver con sus áreas de enseñanza. Por las nuevas exigencias Ángel las Heras, que enseñaba apicultura, pronto se vio al frente de la clase de trabajo manual. Como cuidar abejas y tejer son actividades poco afines, no tardó en quejarse. La escuela tenía siete hectáreas libres y el director Leonardi siempre había sido un entusiasta del campo. Apicultor y director lo pensaron casi al unísono: podían armar una granja en la ciudad. Nelly Burba, maestra de jardinería por entonces también confinada a trabajos manuales, se sumó enseguida y propuso una huerta. A fuerza de donaciones hicieron la granja. Uno de los primeros animales en llegar fue un toro, Pehuén; luego consiguieron pájaros, patos, ovejas. Un ganso de la escuela llegó a salir campeón en la exhibición que organiza todos los años la Sociedad Rural en Palermo. La importancia de una escuela va mucho más allá de su contenido curricular. De ahí la granja, el contacto con la naturaleza. La primera vez que creció una frutilla nadie lo podía creer. Miguel Ángel recuerda como si fuera hoy la excitación candorosa de los chicos. La misma que registra en ellos cuando nace un pollo o una cabra, o cuando 134 los chicos se quedan por horas con los caballos. “Es la equinoterapia que se usa ahora”, se ríe. Leonardi piensa que las experiencias positivas que nos marcan de niños y de jóvenes nos hacen mejores personas. La importancia de una escuela va mucho más allá de su contenido curricular. De ahí la granja, el contacto con la naturaleza. Hace poco una chica se le acercó en un bar: —Usted no se acuerda de mí. No sabe el disgusto que le di en Necochea. Pero Leonardi recordó un viaje de egresados en el que la chica que ahora tenía frente a él saltó por la ventana del hotel que les habían conseguido casi de prestado para sentarse en el alero de tejas al otro lado. Era la primera vez que veía el mar. Sentada, quieta, miraba. Adentro, el personal del hotel, Leonardi y los maestros del contingente temblaban porque no sabían si el techo aguantaría. Trataban de convencer a la joven de que dejara el techo y perdieron de vista al resto de los chicos, quienes sin poder refrenar el entusiasmo ni hacer tiempo a descalzarse, se metieron en el mar. • Carrera inaugural en el autódromo de la ciudad de Buenos Aires. Autor no identificado, 9 de marzo de 1952. Archivo General de la Nación 135 136 BOMBEROS La unión contra el fuego 137 138 • Los bomberos combaten el incendio desatado en el buque Perito Moreno en Dock Sud. Daniel Rodríguez, 1984 Colección del autor Ningún vecino de Dock Sud que haya visto el cielo rojo de la noche del 28 de junio de 1984 podrá olvidarlo. En el destacamento del barrio, los bomberos ordenaban y decoraban el lugar. Eran cerca de las ocho de la noche y darían una fiesta. Entonces escucharon una explosión y se cortó la luz, cuadra a cuadra, hasta Avellaneda, hasta Lanús. Los 10 días siguientes entrarían en la historia del barrio. Dock Sud significa dársena sur. Al igual que la Boca sus casas y conventillos son de chapa y madera, pero sin colores estridentes. Buena parte de la historia de los bomberos de la zona tiene un fundamento edilicio. El incendio en estas construcciones se vuelve un monstruo indómito en solo un minuto. Pero lo que sucedió esa noche de junio fue excepcional: el Perito Moreno, un barco petrolero de YPF con 8000 toneladas de crudo, voló por los aires. Una y varias veces más a lo largo de los días. Con cada nueva explosión, el petróleo se expandía sobre el agua del canal y era más difícil combatirlo. Las llamas llegaban a los 60 metros de altura. Lucía Segovia decidió que quería ser bombera a los 18 años. Fue la primera mujer en sumarse al cuartel. Todavía recuerda cuando el jefe llamó a todos y dijo: “Hay una mujer en la institución, así que de acá en más se acabaron las palabras groseras”. Como muchos de los que estuvieron en el incendio del Perito Moreno, cuando se acercó al barco Lucía creyó que estaba en el infierno. Pensó que podía morir. Cerca de 24 cuarteles más corrieron al lugar. La sudestada que llegó dos o tres días después no hizo más que agravar las cosas. El agua inundó el barco y más fuego salió a la superficie, destrozando una autobomba. Muchas personas murieron durante esa noche eterna. 139 Horacio Lalosevich es bombero desde los 16 años. Se inscribió cuando dejó el remo. Fue parte del último equipo ganador del Almirante Brown, un club histórico que estaba en Isla Maciel hasta que se fundió. Horacio tiene fascinación por el fuego y sabe que hay que respetarlo, pero también comprenderlo, leer lo que dice. El día del incendio del Perito Moreno tenía los pies enterrados en el barro del canal de Dock Sud cuando vio que el presidente Alfonsín se acercaba a expresar su apoyo y reconocimiento a los bomberos voluntarios en acción. Después de muchos años de dictadura cívico militar, hacía muy poco tiempo que había democracia en el país. El gesto es memoria viva para Horacio y sus compañeros. Memoria viva, y visual: en la entrada del cuartel de Dock Sud todavía está la proa del Perito Moreno. 140 El 20 de mayo de 1985 sonó la sirena del cuartel pero los bomberos no salieron porque sabían que no había ningún incendio: estaban de festejo. Habían pasado a ser los bomberos voluntarios de Dock Sud. El 20 de mayo los bomberos de Dock Sud festejan la emancipación. No es que el calendario les adelante cinco días. Celebran el 20 de mayo de 1985. Si las invasiones inglesas, que cruzaron el Riachuelo para intentar apoderarse de la ciudad, sirvieron para que los criollos tomaran consciencia de su autodeterminación, el incendio del Perito Moreno disparó en los bomberos de Dock Sud la necesidad de autonomía. Se organizaron y juntaron firmas para dejar de ser un destacamento de Avellaneda. Eso significaba progreso, dice Horacio al recordar. El 20 de mayo de 1985 sonó la sirena del cuartel pero los bomberos no salieron porque sabían que no había ningún incendio: estaban de festejo. Habían pasado a ser los bomberos voluntarios de Dock Sud. Con la independencia vino la responsabilidad de mantener y equipar el destacamento. Después de aquel día, los bomberos se quedaron sin nada. O casi. Todo lo que tenían tuvieron que devolverlo al cuartel de Avellaneda. Hasta los cascos. Solo les quedó una autobomba que no hacía mucho 141 142 143 había donado al barrio la refinería Shell. Entonces salieron a la calle a buscar socios, vender rifas y hasta casquitos de bomberos en las esquinas para juntar plata. Lucía dirá, un tanto en chiste y otro tanto en serio, que los incendios de aquella época los apagaban a pulmón. El equipo de la Boca cruza de orilla cada vez que en Dock Sud hay un incendio demasiado grande. Son barrios con arquitecturas similares, de frentes de chapa y madera, y el mismo fuego, que salta límites y no repara en jurisdicciones. 144 Los bomberos combaten el incendio desatado en el buque Perito Moreno en Dock Sud. Daniel Rodríguez, 1984. Colección del autor Como bomberos rebeldes, no eran muy bien vistos entre muchos de sus pares de Avellaneda. Fueron los de la Boca, los primeros voluntarios del país, quienes les prestaron otra autobomba y cada vez que había un incendio les mandaban refuerzos, hasta que no fue más necesario. A partir de entonces, bomberos a uno y otro lado del Riachuelo trabajan juntos. El equipo de la Boca cruza de orilla cada vez que en Dock Sud hay un incendio demasiado grande. Son barrios con arquitecturas similares, de frentes de chapa y madera, y el mismo fuego, que salta límites y no repara en jurisdicciones. Los bomberos de Dock Sud tienen hoy su propio cuartel y equipos. Muchos objetos llevan los nombres de otros bomberos que dedicaron su vida a la institución. No quieren olvidar la historia que les tocó vivir. Quizá por eso, cuando un vecino y amigo vio un reality show donde unos coleccionistas iban en busca de autos y motos antiguos para reciclarlos, pensó que era una buena idea llamar para anotarse en el programa. La vieja autobomba que Shell les donó en los años ochenta estaba paralizada en un viejo galpón porque nunca había plata para arreglarla. Para entonces, era una autobomba de colección. Un mes y medio después, otra vez la sirena sonaría para festejar. El programa de televisión entregaba a los bomberos de Dock Sud un camión a nuevo, listo para cuidar las calles de ese rincón de la ciudad. • 145 146 147 149 148 El Riachuelo es de todos. Indagar en su problemática es apropiárselo; apropiárselo es quererlo; quererlo es preocuparse por él: por su recuperación y su reinserción positiva en la vida metropolitana. Se terminó de imprimir en diciembre de 2014 en Talleres Trama, ciudad de Buenos Aires, sobre papel gestionado de manera sostenible, conforme a los estándares internacionales FSC© 152