La garantía de indemnidad y su relación con la reclamación

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Información Legal y Tributaria
julio 2015
ÁREA LABORAL
La garantía de indemnidad y su
relación con la reclamación-blindaje
Xavier Murciano, Abogado
Departamento Laboral
Barcelona
xavier.murciano@crowehorwath.es
Reclamar un derecho y ser represaliado
por ello. Sin una relación de causa-efecto entre ambas acciones, es frecuente que las empresas actúen siguiendo
esta pauta cuando un empleado de su
plantilla ejercita sus derechos, sea de
forma judicial o extrajudicial. Se trata
de la garantía de indemnidad, aquella
protección conferida al trabajador por
el ejercicio de sus derechos ante la
consecuente represalia de la compañía.
Esta figura, construida por los tribunales y la doctrina en los últimos veinte
años, es un quebradero de cabeza para
muchos empresarios en la gestión de
sus recursos humanos, dado que reduce considerablemente las posibilidades
de imponer medidas de cualquier índole hacia sus trabajadores.
La raíz de este concepto jurídico acuñado por varios autores tiene su fundamento en el derecho a la tutela judicial
efectiva recogido en el artículo 24.1 de
la Constitución Española y en la protección que los jueces confieren del mismo
hacia aquellas personas que no lo puedan ejercitar en el ámbito de su relación
laboral. La garantía de indemnidad se
puede generar por las reclamaciones
presentadas ante la propia empresa u
órganos internos de la misma, así como
por el ejercicio de acciones por las que
se promueva un proceso judicial o de
preparación del mismo; incluso, no
son pocos los casos en que la denuncia de un trabajador ante Inspección
de Trabajo y de la Seguridad Social ha
comportado una acción por parte de
la empresa que ha repercutido de forma negativa en el empleado. Todo ello
resulta con independencia del órgano
administrativo o jurisdiccional al que
se acuda, de si se ejerce individual o
colectivamente, o bien de que la reclamación del trabajador haya prosperado
siempre y cuando ésta tuviera una cierta fundamentación legal.
En el análisis de cualquier supuesto
susceptible de ser encuadrado dentro
de la protección de la garantía de indemnidad, es imprescindible en todo
caso precisar el ámbito temporal entre
la reclamación y la presunta represalia. En este sentido, la jurisprudencia
no ha definido hasta el momento una
línea clara en cuanto al tiempo que
debe transcurrir para que la conducta
empresarial no sea considerada como
represalia, si bien de un análisis de las
sentencias más relevantes recaídas en
los últimos años en que se contempla
la conexión temporal de esta figura, se
puede inferir que con carácter general
se empieza a dudar de la garantía que
asiste al trabajador pasado un año y
medio, o más, de la reclamación o acción ejercitada, aunque la experiencia
nos dice que debe estudiarse caso por
caso. Además, resulta de suma importancia que exista una clara y meridiana
conexión entre la reclamación o acción
presentada, y la conducta empresarial
que incide en el ámbito del derecho
fundamental. Y asimismo, últimamente
los tribunales han considerado indispensable la suficiencia de los indicios
aportados por el trabajador, que deben
ser de entidad tal que puedan suscitar
la sospecha de que se ha vulnerado un
derecho fundamental.
Con ello, a raíz de esta figura se han ido
desarrollando varios conceptos, tales
como el que la doctrina constitucional
ha acuñado con el término “reclamación-blindaje”, entendiéndose por tal
el abuso de la garantía de indemnidad por parte de los trabajadores ante
el criterio laxo de la jurisprudencia de
admitir el encaje de todo tipo de situaciones alrededor del marco protector
de la tutela judicial efectiva. El caso
más paradigmático del uso indebido
de dicha institución es el de aquellos
empleados que, conocedores de la delicada situación en la que se encuentran en la empresa, deciden presentar
cualquier tipo de reclamación, aun carente de toda razón, con la finalidad de
hacerse tributarios de esta garantía en
ÁREA LABORAL
2
>> Vacaciones no siempre plácidas
ÁREA FISCAL
3
>> ¿Cómo afecta la posesión de
obras de arte y antigüedades
al Impuesto sobre el
Patrimonio?
>> La nueva conflictividad
con la AEAT, el auge de los
procedimientos de gestión y
recaudación tributaria
ÁREA MERCANTIL
5
>> El resurgir de la
responsabilidad penal como
respuesta a la criminalidad
societaria en el seno del
concurso de acreedores
>> La nacionalidad de las
empresas. Caso particular
de las Joint Venture
ÁREA PROCESAL Y ARB.
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>> GAZPROM-LITUANIA:
¿“anti-suit injunction” vs.
reconocimiento y ejecución
de laudo arbitral?
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el caso de verse efectivamente afectados por una previsible decisión de la
compañía que resulte perjudicial de sus
intereses. Así las cosas, demostrándose la utilización fraudulenta de esta garantía, las pretensiones del trabajador
deben quedar del todo desestimadas
sin poder considerarse, por lo tanto, la
improcedencia de la decisión empresarial. Por ello, son numerosos los autores
y magistrados que consideran que la
mera presentación de una reclamación
o acción sin fundamento por parte del
empleado no debe bloquear el normal
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ejercicio de los poderes disciplinarios y de organización de
la empresa, pues a ésta le bastará probar que su decisión,
aunque pueda ser discutible desde el punto de vista de la
legalidad ordinaria, está basada en motivos reales y consistentes, que no tienen nada que ver con la intención de
represaliar al trabajador por la solicitud planteada o el litigio
previamente entablado contra la empresa.
Este principio supone, pues, una protección para los trabajadores que garantiza, en ocasiones, la indemnidad ante
la reclamación de sus derechos. El miedo al despido, a ser
sancionado, a un cambio de horario o una reducción de jornada, todo ello pueden ser conjeturas que provoquen en el
empleado un temor ante el que se quieran proteger; aun así,
no todo vale y el abuso de esta figura no siempre procura al
trabajador el pretendido blindaje.
ÁREA LABORAL
Vacaciones no siempre plácidas
Javier Abelló, Abogado
Departamento Laboral
Barcelona
javier.abello@crowehorwath.es
El derecho a vacaciones anuales retribuidas está reconocido ampliamente en la normativa socio-laboral española, en
el ámbito comunitario y por normativa de carácter internacional. En España es un derecho reconocido por el artículo
de 40.2 de la Constitución Española y por el artículo 38 del
Real Decreto Legislativo 1/1995, de 24 de marzo, por el que
se aprueba el texto refundido de la Ley del Estatuto de los
Trabajadores (ET), que regula el instituto junto con los convenios colectivos de trabajo en el marco de la regulación
estatutaria. En el contexto comunitario, el derecho a vacaciones retribuidas ha sido declarado reiteradamente como
un principio del derecho social vinculado a la garantía de
seguridad y salud de los trabajadores. En la dimensión internacional, la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
reconoce y regula este derecho en los artículos 101 y 132
de su convenio.
En el contexto español, en tanto que las vacaciones son un
derecho de los trabajadores, no pueden ser compradas por
el empresario. Así lo establece el artículo 38.1 ET, que dispone que el período de vacaciones anuales retribuidas no
es sustituible por compensación económica. No puede, por
tanto, el empresario privar al trabajador de sus vacaciones
pagándole cantidad alguna, bajo ninguna circunstancia.
Existe un solo supuesto en que las vacaciones (o, mejor
dicho, la expectativa de vacaciones) puede frustrarse por
el empresario pagando al trabajador una cantidad dineraria,
cual es que, a fecha de efectos de su despido, el trabajador
no haya disfrutado de todas sus vacaciones devengadas.
En tal caso, el trabajador no tiene derecho a disfrutar de
esos días, debiendo el empresario satisfacerle una cantidad
dineraria en compensación por la frustración de dicha expectativa.
Por lo que se refiere a su duración, el ET establece que en
ningún caso su duración puede ser inferior a treinta días
naturales, por lo que se computan como parte del período
vacacional los domingos y festivos comprendidos entre el
inicio y el final del mismo. Nada obsta a que esta duración
prevista por la norma laboral básica se mejore en negocia-
ción colectiva o en el contrato de trabajo. Pero el derecho
a vacaciones va devengándose con cada jornada trabajada, calculándose por lo común el período devengado a razón de dos días y medio de vacaciones por cada mes de
trabajo, de tal suerte que los trabajadores con antigüedad
menor al año no tienen derecho a treinta días naturales de
vacaciones –o a los que establezca la negociación colectiva
o el contrato de trabajo- , sino a las que, atendida su antigüedad en la empresa, le correspondan proporcionalmente.
Salvo previsión convencional o contractual en sentido contrario, las vacaciones anuales deben disfrutarse dentro del
año en que se devengan, lo cual impide acumularlas a los
períodos vacacionales correspondientes a años posteriores. Algunos convenios colectivos prevén que las vacaciones devengadas en un año puedan disfrutarse el transcurso
del siguiente, pero en tal caso acostumbran a fijar una fecha
límite para ello, más allá de la cual se pierde el derecho a
disfrutarlas, sin que ello obligue a la empresa a compensar
al trabajador por tal pérdida. Existen otros supuestos en que
la persona trabajadora tiene derecho a disfrutar las vacaciones al finalizar dicha suspensión, aunque haya terminado
el año natural a que correspondan. Así, cuando el período
de vacaciones fijado en el correspondiente calendario coincide en el tiempo con una incapacidad temporal derivada
de embarazo, parto, lactancia natural o con algunos otros
supuestos de suspensión del contrato de trabajo relacionados con estas contingencias. Por otra parte, en el supuesto
de que el período de vacaciones coincida con una incapacidad temporal por contingencias distintas a las recién
referidas que imposibilite al trabajador disfrutarlas, total o
parcialmente, durante el año natural a que correspondan,
tiene derecho a hacerlo una vez finalizada su incapacidad y
siempre que no hayan transcurrido más de dieciocho meses a partir del final del año en que se hayan originado.
En los aspectos examinados hasta el momento no es frecuente que se origine conflicto entre el empresario y el trabajador. Pero las vacaciones están en el origen de no pocas
disputas entre ellos por lo que se refiere a la fijación del
período o períodos de su disfrute. Y es que, si bien el ET
apuesta por el consenso entre el trabajador y el empresario
-disponiendo que el disfrute de las vacaciones “se fijará” de
común acuerdo entre el empresario y el trabajador de conformidad con lo establecido en su caso en los convenios
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colectivos sobre planificación anual de las vacaciones- no
siempre resulta fácil conjugar los intereses del trabajador
con los de la empresa, que tiene necesidades operativas
no necesariamente menguantes en los meses estivales, especialmente las de producción vinculada especialmente al
verano, como la heladera, la de producción de zumos y refrescos o las de productos desinfectantes y de limpieza de
piscinas, por ejemplo. Los convenios colectivos de trabajo
de empresas de este perfil de producción estacional estival
prevén en ocasiones mecanismos que sientan las bases de
la fijación del período de disfrute de las vacaciones anuales
en atención a esta peculiaridad del ciclo productivo.
En cualquier caso, la concomitancia de los intereses de los
trabajadores con los de las empresas entraña con frecuencia dificultades, que el dimensionamiento de las plantillas
-reducidas por causa de la crisis económica por la que atravesamos- no hace sino agravar. Las posibilidades combinatorias de los turnos de vacaciones de los empleados son
indudablemente menores en empresas cuyo personal no es
numeroso. En la consecución de una solución satisfactoria
para las partes deben conjugarse no sólo los intereses de la
empresa con los de los trabajadores –que, a su vez, están
íntimamente ligados con los de sus familias-, sino también
los de éstos entre sí.
El respeto a la conciliación de la vida personal, familiar y
laboral de los trabajadores no debe primar sobre el legítimo interés del empresario en la gestión eficiente de su
negocio, con la adopción de las decisiones organizativas
que garanticen la disponibilidad de los recursos ajustada
a sus necesidades productivas y operativas. Y ello plantea
un escenario que propicia con cierta frecuencia desencuentros entre las partes que frustran la posibilidad del deseable
consenso y que hacen preciso acudir al mecanismo supletorio de fijación de las vacaciones, en que es un tercero –el
Juez- quien decide cuál es el período vacacional. En efecto,
para suplir la falta de entente que pueda producirse entre el
empresario y el trabajador, el ET prevé que sea la jurisdicción social la que fije cuál deba ser el período vacacional de
éste, previendo la Ley Reguladora de la Jurisdicción Social
un procedimiento especialmente concebido para dirimir la
cuestión, de tramitación urgente, cuya vista debe señalarse
en un plazo de cinco días desde la presentación de la demanda y que culmina una sentencia que debe ser dictada
en el plazo máximo de tres días desde la celebración del juicio. La sentencia, irrecurrible, pone fin al contencioso, pero
las partes quedan a sus expensas –y, por tanto, expuestas
a un pronunciamiento que frustre su interés, acaso el de
ambas- al desechar la oportunidad de pactar una solución
de consenso, trocándose así lo que deberían ser unos días
de reconfortante descanso y evasión, en unas vacaciones
fruto del disenso y no siempre plácidas.
ÁREA FISCAL
¿Cómo afecta la posesión de obras de arte y
antigüedades al Impuesto sobre el Patrimonio?
Jaime Seguí, Abogado
Socio del Departamento Fiscal
Barcelona
jaime.segui@crowehorwath.es
Los años 2008, 2009 y 2010 fueron los únicos años en los
que fue de aplicación la bonificación del 100% de la cuota
íntegra, posteriormente por las necesidades recaudatorias
del Estado el Real Decreto-Ley 13/2011 derogó con carácter temporal para los años 2011 y 2012, lo cierto es que
esta derogación se ha ido extendiendo en el tiempo, en la
actualidad se demora su entrada en vigor en 2016, pero ya
veremos que ocurre en el futuro.
Me gustaría fijarme en un aspecto del Impuesto sobre el
Patrimonio que en cierta medida en algunas ocasiones podría pasar desapercibido, se trata de las obras de arte y
las antigüedades, las cuales forman parte de la base imponible del impuesto y se tienen que declarar sobre el valor
de mercado, lo que en algunas ocasiones puede suponer
incrementar el importe a pagar por este impuesto. Si bien
se establece una exención por la titularidad por parte de
personas distintas del propio autor de dicho tipo de bienes, en los siguientes casos:
a Cuando estén incluidos en al Inventario General de Bienes Muebles del Patrimonio Histórico Español o en el
Registro de Bienes de Interés Cultural, o cuando tengan
la consideración de bienes integrantes del Patrimonio
Histórico de las Comunidades Autónomas.
b) Cuando su valor unitario esté por debajo del umbral
señalado en la normativa al efecto (en particular, en el
artículo 26.4 de la Ley 16/1985, el cual a su vez se remite a lo dispuesto en el artículo 26 del Real Decreto
111/1986).
90.151,82 euros cuando se trate de obras pictóricas y
escultóricas de menos de 100 años de antigüedad.
60.101,21 euros en los casos de obras pictóricas de 100
o más años de antigüedad, o de colecciones o conjuntos
de objetos artísticos, culturales y antigüedades.
42.070,85 euros cuando se trate de obras escultóricas, relieves y bajo relieves con 100 o más años de antigüedad;
así como colecciones de dibujos, grabados, libros, documentos, instrumentos musicales y cuando se trata de
mobiliario.
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30.050,61 euros en los casos de alfombras, tapices y tejidos históricos.
18.030,36 euros cuando se trate de dibujos, grabados,
libros impresos o manuscritos y documentos unitarios en
cualquier soporte.
9.015,18 euros en los casos de instrumentos musicales
unitarios de carácter histórico; y para la cerámica, porcelana y cristal antiguos.
6.010,12 euros cuando se trate de objetos arqueológicos, y
2.404,05 euros en los casos de objetos etnográficos.
c) Cuando hayan sido cedidos en depósito permanente
por un período no inferior a tres años a museos o instituciones culturales sin fin de lucro para su exhibición
pública, con independencia de su valor. La exención
es aplicable únicamente mientras los bienes estén
depositados.
Por tanto en el caso de que los bienes superen los importes
mencionados en el apartado b) deberían haber sido puestos
en conocimiento de la Administración cultural a los efectos
de su inclusión en el Inventario General o tratarse de obtener la declaración de Bien de Interés Cultural. Es relevante
indicar que los valores expuestos se basan en valores fijados en el año 1986, hace casi 30 años, lo que quizás cabe
plantearse su desfase.
Tal y como he indicado, el valor sobre el que se tienen que
declarar es el valor de mercado, sin duda esto puede ser
objeto de polémica, puesto que en este tipo de bienes la
determinación del valor de mercado puede ser muy fluctuante, puesto que se basa en las más estrictas normas de
oferta y demanda.
En consecuencia, en la medida que el Impuesto sobre el
Patrimonio continúe vigente, estos bienes pueden tener su
incidencia en la declaración del Impuesto si bien, tal y como
hemos indicado, existe la posibilidad de aplicar la exención
al menos hasta que no entre en vigor la bonificación del
100% de la cuota del Impuesto.
ÁREA FISCAL
La nueva conflictividad con la AEAT, el auge de los
procedimientos de gestión y recaudación tributaria
Daniel Tarroja, Abogado
Gerente del Departamento Fiscal
Barcelona
daniel.tarroja@crowehorwath.es
•
Procedimientos de comprobación de la aplicación de
la exención de tributación en IRPF por las rentas obtenidas por la realización de trabajos en el extranjero
(art. 7.p LIRPF).
En los últimos ejercicios hemos podido comprobar como
la AEAT ha aumentado en gran número las actuaciones de
comprobación e investigación de los obligados tributarios
en aplicación del Plan de Control Tributario y Aduanero,
que establece anualmente aquellas actuaciones de control
y directrices dirigidas al control y detección de diferentes
tipologías de fraude, enmarcadas por parte de la AEAT, de
carácter prioritario.
•
Procedimientos de comprobación de la aplicación de
la exención de tributación en IRPF por las rentas obtenidas por desplazamientos y dietas.
•
Procedimientos de comprobación de la deducibilidad
de gastos vinculados al ejercicio de las actividades
profesionales.
Pero tal y como nos tiene acostumbrados nuestra Administración Tributaria (incluso en exceso) dista mucho la finalidad o voluntad con la que se conciben estas directrices, a la
realidad de la aplicación de las mismas. De los diferentes órganos que configuran la AEAT, esto es Inspección Tributaria,
Gestión Tributaria y Recaudación, estos dos últimos (Gestión y Recaudación) son los que más han aumentado sus
actuaciones en aplicación de estos criterios y directrices.
Entre las actuaciones de comprobación e investigación que
efectúa Gestión Tributaria, se ha detectado un aumento significativo de los siguientes:
En este mismo sentido, los procedimientos que efectúan
los órganos de Recaudación y que también han experimentado un considerable aumento son:
•
Procedimientos de derivación de la responsabilidad
solidaria y subsidiaria (art. 42 y 43 LGT).
•
Procedimientos de adopción de medidas cautelares
tendentes al aseguramiento del cobro de las deudas
tributarias que puedan derivarse de un procedimiento
(art. 81 LGT).
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Tanto los procedimientos utilizados por los órganos de Gestión Tributaria, como los que utiliza Recaudación Tributaria,
se caracterizan por ser procedimientos breves (duran como
máximo 6 meses), y en el caso de Gestión Tributaria el principal motivo de conflictividad radica en la dificultad de
acreditación mediante prueba (art. 105 LGT) de la exención o deducibilidad de las rentas o gastos cuestionados.
En sede de Recaudación Tributaria, los procedimientos
enumerados se caracterizan, al igual que los procedimientos de Gestión Tributaria, por ser procedimientos en los que
actúan con mucha celeridad, con el único fin de poder asegurar el cobro de las deudas tributarias, bien por derivación
a otro obligado tributario (en los casos de derivación de la
responsabilidad tributaria) bien con la adopción de medidas
cautelares consistentes en la anotación preventiva de embargos sobre cualquier bien del obligado tributario, llegando incluso al bloqueo de las cuentas bancarias desde los
que desarrolla la actividad profesional o empresarial.
Los resultados de los mencionados procedimientos en el
caso de los que se realizan en sede de Gestión Tributaria,
finalizan con la imposición de liquidaciones provisionales de
menor cuantía y, debido a que los elementos comprobados
(deducibilidad de gastos o exención de algún tipo de renta)
sólo pueden ser acreditados mediante la aportación de la
prueba documental pertinente, motivan que toda la discusión en sede de revisión en vía administrativa, se centre en la
acreditación mediante pruebas documentales de la correcta
aplicación, en su caso de la deducibilidad o exención.
En sede de Recaudación Tributaria, la afectación de los
mencionados procedimientos en la mayoría de obligados
tributarios, es si cabe mayor, habida cuenta que en los procedimientos de derivación, mediante justificaciones poco
consistentes y sólidas, la Administración Tributaria deriva las
deudas tributarias originadas en sede del obligado tributario
originario o principal al obligado tributario derivado, pudiendo de este modo obtener el cobro de la deuda tributaria.
En el caso de la adopción de medidas cautelares, los efectos son más perversos aún, pues sin que exista una liquidación tributaria de carácter definitivo que obligue al
ciudadano a efectuar su ingreso, la Administración Tributaria puede, tras la reforma que efectuó la Ley 7/2012
de medidas contra el fraude fiscal, bloquear todos los
bienes de un obligado tributario hasta que se resuelva
el procedimiento tributario que se esté tramitando, con
el único objetivo de garantizar el futuro cobro.
Este tipo de medidas, que la Administración puede adoptar
en el caso de sociedades mercantiles, se caracteriza por el
bloqueo de las cuentas bancarias desde las que opera en
su tráfico comercial y, con el bloqueo de los ingresos que
provienen por parte de los clientes, lo que de facto supone
la paralización de la actividad de la empresa hasta que no
se resuelva el procedimiento en cuestión.
No parece que los efectos que generan estos procedimientos en los ciudadanos, combatan efectivamente el fraude
fiscal, más bien el resultado de los mismos sea garantizar
(en exceso) el ingreso de las posibles deudas tributarias,
aunque ello signifique en algunos casos, poner en serio
riesgo la actividad que desarrollan tanto ciudadanos como
entidades mercantiles y que, a la postre, supone atacar la
propia fuente de ingresos que pretenden recaudar.
El fin no justifica los medios, aunque el fin sea, según ellos,
combatir el fraude fiscal. Pues con este tipo de actuaciones, que emanan de nuestras instituciones públicas a las
que en demasiadas ocasiones hay que recordarles que deben actuar con adecuación a los principios de buena fe (ya
que deben servir a los ciudadanos y no al revés), la finalidad
más bien parece la recaudación a cualquier precio, antes
que combatir el auténtico fraude fiscal.
ÁREA MERCANTIL
El resurgir de la responsabilidad penal como respuesta
a la criminalidad societaria en el seno del concurso de
acreedores
Laura Prendes, Abogada
Departamento Mercantil
Madrid
laura.prendes@crowehorwath.es
La reciente reforma del Código Penal llevada a cabo por
la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo (en adelante, la
“Reforma”), pone de manifiesto modificaciones sustancia-
les que hacen referencia, entre otras, a la responsabilidad
penal de las personas jurídicas y sus representantes –administradores sociales- en los supuestos relacionados con
la insolvencia actual o inminente de aquéllas; responsabilidad que ha sido incluida en nuestro Código Penal tras la
reforma efectuada por la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de
junio –artículo 31 bis-, tras la gran lucha contra principios
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clásicos1 y parte de la doctrina2, que en definitiva también
encontraban una gran dificultad en deducir la aplicación de
las consecuencias –de forma principal la ejecución de una
pena privativa de libertad- a un ente jurídico de carácter
abstracto.
Tradicionalmente se venían agrupando los delitos conocidos como “Delitos de Insolvencia Punible” en un mismo
capítulo3, incluyéndose entre éstos tanto el alzamiento de
bienes –refiriéndose a conductas de obstaculización o frustración de la ejecución- como la insolvencia o bancarrota.
La extraordinaria necesidad de una revisión técnica de estos delitos llevada a cabo por la Reforma –tal y como establece su Exposición de Motivos- ha llevado consigo que
estos grupos de delitos se desarrollen de forma separada,
esto es, en capítulos diferentes.
Más en concreto, esta reforma introduce un nuevo tipo
penal como es el “Concurso Punible” o “Bancarrota”.
La creación de un nuevo tipo delictivo –de peligro- trata la
necesidad de responder penalmente a los supuestos de
realización de conductas contrarias al deber de diligencia
en la gestión de asuntos económicos, producidos éstos en
una situación de insolvencia –actual o inminente, como ya
hemos dicho- y que ponen en peligro tanto intereses de
acreedores como del orden socioeconómico, o que incluso
han podido llegar a provocar la situación de insolvencia del
deudor en cuestión.
También se ocupa de tipificar las conductas que son susceptibles de constituir o de cumplir con los requisitos exigidos por el tipo penal, que con anterioridad a esta fecha no
quedaban delimitadas por el precepto.
Este cambio no es casual, sino que refuerza de un modo
importante tanto la certeza como la seguridad jurídica en
la determinación de las conductas punibles, seguridad que
era sustancialmente necesaria si tenemos en cuenta que el
Derecho Penal concreta el ius puniendi del Estado fijando
responsabilidades subjetivas y penas de carácter y naturaleza resarcitoria. Tal es la importancia que se quiere dar a
este aspecto en la Reforma, que el legislador se encarga de
reflejarlo en la Exposición de Motivos.
1 El principio “societas delinquere non potest” es un principio propio del
Derecho Romano que establece que “la persona jurídica no puede delinquir”. Esta incapacidad jurídica para delinquir se entendía por la falta
del elemento subjetivo dentro del delito, es decir, falta de voluntad por
la persona que comprenda dolo en sus actuaciones, excluyendo a la
persona jurídica de los entes con capacidad para formarse una voluntad
contraria a Derecho.
2 Entre los que se oponen a esta capacidad delictiva de las personas jurídicas, y en concreto de los entes societarios, debemos destacar a Savigny, jurista alemán que ya en los inicios del siglo XIX se pronunciaba en
tal sentido en su “Teoría de la Ficción” cuando afirmaba que “la persona
jurídica es una pura ficción jurídica”.
3 Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, Título XIII,
Capítulo VII, artículos del 257 al 261 bis.
A todo lo anterior se une que el Derecho Penal es en todo
caso de aplicación subsidiaria4, entendiendo este carácter
subsidiario en cuanto a que su aplicación debe producirse
solo en casos extraordinariamente graves y siempre y cuando no haya otro remedio o mecanismo menos gravoso, de
acuerdo el con principio de intervención mínima5, inspirador
de nuestro Derecho Penal6.
El nuevo tipo delictivo responde a un régimen de perseguibilidad concreto, esto es, que la conducta únicamente
será perseguible bien una vez sea declarado el concurso de
acreedores –ya sea voluntario o necesario- por el Juez de
lo Mercantil, bien cuando se haya producido un sobreseimiento de pagos. Además, las conductas tipificadas como
perseguibles han sido delimitadas mediante la introducción
de un númerus clausus en el art. 259 CP7, pese al cual se
sigue dejando al arbitrio del Juez la posibilidad de declarar
la existencia de conductas punibles8.
Así pues, sin perjuicio de que estamos seguros de que el legislador lo que ha intentado ha sido evitar conductas dolosas destinadas a perjudicar el bien jurídico al que se brinda
protección9, y aunque los supuestos susceptibles de constituir delito se han restringido y delimitado, el precepto analizado genera incertidumbre e inseguridad a la hora de que
los administradores de las sociedades tomen decisiones
arriesgadas –propias, por otro lado, de su ventura y oficioque pudieran ser entendidas contrarias a la exigencia legal
de su deber de actuar “con la diligencia de un ordenado
empresario o representante leal”.
4 De forma clásica los profesionales del Derecho se refieren a la rama Penal como última ratio legis.
5 Esta idea preside la Exposición de Motivos del Código Penal ya en la
primera mención que realiza acerca de los delitos socioeconómicos se
recoge “En segundo lugar, se ha afrontado la antinomia existente entre
el principio de intervención mínima y las crecientes necesidades de tutela en una sociedad cada vez más compleja, dando prudente acogida a
nuevas formas de delincuencia, pero eliminando, a la vez, figuras delictivas que han perdido su razón de ser”.
6 En este sentido, FERNÁNDEZ DE LA GÁNDARA, LUIS.- Catedrático de
Derecho Mercantil. Abogado. “Los delitos societarios: reflexiones preliminares sobre la imposición de acuerdos sociales abusivos, art. 291 CP”.
Actualidad Jurídica Aranzadi, Madrid, marzo 1996, cuando expresamente dice: “debemos hacer frente a la fácil huida hacia el derecho penal”.
7 Algunas de ellas tales como: ocultar, causar daño o destruir los bienes
o elementos patrimoniales incluidos o que habrían estado incluidos en
la masa del concurso; entrega o transferencia de dinero u otros activos
patrimoniales que no guarden proporción con la situación patrimonial del
deudor, ni con sus ingresos, y que carezcan de justificación económica
o empresarial; incumplimiento del deber legal de llevar contabilidad, llevanza de una contabilidad doble o cometer irregularidades relevantes
para la comprensión de si situación patrimonial o financiera, entre otras.
8 El art. 259.1.9º CP reza: “«1. Será castigado con una pena de prisión de
uno a cuatro años y multa de ocho a veinticuatro meses quien, encontrándose en una situación de insolvencia actual o inminente, realice alguna de las siguientes conductas: “9ª Realice cualquier otra conducta
activa u omisiva que constituya una infracción grave del deber de diligencia en la gestión de asuntos económicos y a la que sea imputable una
disminución del patrimonio del deudor o por medio de la cual se oculte la
situación económica real del deudor o su actividad empresarial”.
9 El patrimonio, el orden socioeconómico y los intereses de los acreedores.
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6
En lo que respecta a la protección de los intereses de los
acreedores –art. 260 CP-, debemos hacer especial mención
a lo que denominamos como “pars conditio creditorum”10,
principio verdaderamente protegido en este tipo delictivo
en lo que a los acreedores respecta y que responde a la
exigencia legal de un tratamiento equitativo de todos los
acreedores que se encuentren en iguales circunstancias,
respetando –en cualquier caso- las reglas de preferencia
y prelación de créditos que dan fundamento a los procedimientos concursales.
Se contempla, de igual manera, un supuesto agravado que
tipifican en el art. 259 bis CP para los casos en los cuales (i)
el perjuicio patrimonial –efectivo o no en ese momento- se
genere a una pluralidad de personas o las pueda poner en
grave situación económica; (ii) el perjuicio al acreedor responda a una cuantía superior a 600.000 €; o (iii) que al menos la mitad del importe de los créditos concursales tenga
la consideración de crédito público11.
Por último, y no menos importante, debemos añadir que
este delito del art. 259 CP será perseguible con independencia del estado del procedimiento concursal. Con esta
previsión se logra que a pesar de que el concurso de
acreedores esté en tramitación o no haya concluido, esta
circunstancia no impedirá o suspenderá la tramitación del
procedimiento penal, que discurrirá de forma independiente
al procedimiento concursal, lo que a efectos prácticos significa que en ningún caso la calificación que el Juez de lo
Mercantil estime adecuada sobre el procedimiento concursal vinculará obligatoriamente a los Jueces o Tribunales del
orden Penal para decidir en cuanto a la existencia o no de
conducta delictiva. Sin embargo, si el procedimiento penal
terminare antes que el concurso determinando la existencia
de conducta delictiva y de ella dimanare responsabilidad
civil, el dinero que se consiga recibir del responsable civil se
incorporará a la masa activa para hacer frente a las deudas
del concurso.
10 “Igual condición de crédito”.
11 El concepto de crédito público alcanza a las deudas cuyos acreedores
sean la Seguridad Social o la Hacienda Pública.
ÁREA MERCANTIL
La nacionalidad de las empresas. Caso particular de las
Joint Venture
Alfredo Luengo
Departamento Mercantil
Madrid
alfredo.luengo@crowehorwath.es
El art. 8 de la Ley de Sociedades de Capital establece:
“Serán españolas y se regirán por la presente ley todas las
sociedades de capital que tengan su domicilio en territorio español, cualquiera que sea el lugar en que se hubieran
constituido”. De la lectura de este artículo se extrae el criterio del ordenamiento español en cuanto a la ley aplicable
a las Joint Venture: la teoría de la incorporación. Es decir,
la Joint Venture ostentará la nacionalidad española si se
constituye conforme a las leyes del Estado español. Esto
anterior constituye la regla general.
Se complementa con una regla excepcional, la que establece el art. 9.2 de la Ley de Sociedades de Capital: “Las
sociedades de capital cuyo principal establecimiento o explotación radique dentro del territorio español deberán tener su domicilio en España”. Pero ésta se va a aplicar para
combatir el fraude que representan las falsas sociedades
extranjeras.
Es preciso distinguir dos aspectos:
i)
La cuestión conflictual. Partiendo de la siguiente afirmación: “la regla básica en Derecho Internacional Privado
español para determinar la Ley aplicable a las sociedades es la siguiente (art. 8 de la Ley de Sociedades de
Capital): las sociedades se rigen por la Ley del Estado
con arreglo a cuyo Derecho material se han constituido”, hay que realizar varias precisiones:
1. En cuanto a la autonomía de la voluntad conflictual.
Los socios tienen la capacidad de acordar la ley aplicable a la sociedad, y la ejercitan constituyendo la
sociedad conforme a un determinado ordenamiento
jurídico (teoría de la incorporación).
Esta autonomía no encuentra limitación alguna, ni siquiera si los socios optan por someter la constitución
a las leyes de los llamados paraísos fiscales. La sociedad tendrá nacionalidad española si se constituye
conforme al derecho español y, como consecuencia
de esto, la sociedad deberá domiciliarse en España,
pues es un requisito de las leyes españolas. Incluso
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en el supuesto en que se constituyera conforme a
derecho español sin instalar su domicilio en España,
en cuyo caso se le seguiría atribuyendo nacionalidad
española.
2. Datos irrelevantes. Existe una serie de circunstancias
que no obstan a la hora de determinar la ley aplicable
a la sociedad: el lugar de celebración del contrato, el
domicilio de la entidad, o el país en que lleva a cabo
sus actividades económicas.
3. Situaciones en que la entidad constituida conforme a
las leyes españolas carece de domicilio social o principal centro de intereses económicos en España. El
supuesto incluye también los casos en que no existen
centros de explotación en España. En estos casos
existe una previsión de salvaguarda a los intereses de
terceros con esta sociedad: “En caso de discordancia entre el domicilio registral y el que correspondería
según el artículo anterior, los terceros podrán considerar como domicilio cualquiera de ellos” (art. 10 de
la Ley de Sociedades de Capital).
ii) La cuestión material. Se establece una conexión lógica
en la aplicación de la teoría de la incorporación entre la
elección de ley aplicable (presupuesto) y la constitución
de la sociedad conforme a ésta:
1. La primera operación a llevar a cabo es la constitución
de la sociedad conforme a la ley española (teoría de
la incorporación). Posteriormente se aplica dicha ley
para corroborar la correcta formación de la sociedad.
2. Una vez adquirida la personalidad jurídica porque los
socios han decidido configurar la constitución de la
sociedad conforme a la ley española, el paso siguiente consiste en establecer el domicilio social. Es un
requisito declarativo el del art. 8 de la Ley de Socie-
dades de Capital (“serán españolas y se regirán por
la presente ley todas las sociedades de capital que
tengan su domicilio en territorio español, cualquiera que sea el lugar en que se hubieran constituido”)
porque de no llevarse a cabo esta operación, la sociedad sigue ostentando nacionalidad española. Adicionalmente, las leyes societarias españolas prevén
mecanismos sancionadores para las sociedades que
no cumplan con esta previsión.
3. Si la sociedad se constituye conforme a un derecho
extranjero, se han de seguir las mismas precauciones que establece el ordenamiento español, esto es,
la válida constitución conforme a las leyes del país
que albergue dicha constitución. Al igual que las leyes societarias españolas, la legislación societaria
pertinente sancionará la incorrecta constitución de la
sociedad.
Conforme a lo anterior: una empresa domiciliada en Copenhague celebra un contrato para la constitución de una Joint
Venture con una empresa con sede en Madrid. Las partes
deciden que la nueva entidad lleve a cabo su actividad en
Suecia, pero que su constitución sea regida por el derecho societario español. De esta forma, domicilian la nueva
Joint Venture en Estocolmo, conforme a los procedimientos que establece la ley española para la constitución de
sociedades. Esta Joint Venture tiene nacionalidad española
en virtud del art. 8 Ley de Sociedades de Capital, pues los
socios acordaron la constitución conforme a nuestro derecho. Pero es preciso verificar si la creación de esta persona jurídica nueva se ha hecho conforme a los mecanismos
previstos en las leyes españolas. Y la operación previa es
analizar la cuestión conflictual, la cual remite al derecho español (cuestión material). El derecho sustantivo español decidirá si la Joint Venture cumple con los requisitos de válida
constitución, o incluso podría sancionar la conducta elusiva
relativa a la ausencia de domiciliación en territorio español.
ÁREA PROCESAL Y ARBITRAJE
GAZPROM-LITUANIA: ¿“anti-suit injunction” vs.
reconocimiento y ejecución de laudo arbitral?
Miguel Ángel Serrano, Abogado
Socio del Departamento de Procesal y Arbitraje
Madrid
mangel.serrano@crowehorwath.es
La Gran Sala del Tribunal de justicia de la Unión Europea se
ha pronunciado, en su reciente Sentencia de 13 de mayo
de 2015 (asunto C-536/13, Gazprom-República de Litua-
nia), sobre la cuestión de si es compatible con el Reglamento (CE) nº 44/2001 del Consejo, de 22 de diciembre de
20001, que un órgano jurisdiccional de un Estado miembro
reconozca y ejecute un laudo de 31 de julio de 2012, dictado por un tribunal arbitral sito en otro Estado miembro, en
el que se dispone una orden conminatoria –antitrust injunction– por la que se obliga a una parte del procedimiento
arbitral a no plantear determinadas pretensiones, así como
1 Reglamento (CE) nº 44/2001 del Consejo, de 22 de diciembre de 2000,
relativo a la competencia judicial, el reconocimiento y la ejecución de
resoluciones judiciales en materia civil y mercantil.
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a reducir el alcance de alguna de las ya formuladas, en un
procedimiento pendiente ante un órgano jurisdiccional de
aquel primer Estado miembro.
A este respecto, la referida Sentencia del Tribunal de Justicia
de la Unión Europea procede al análisis de distintos aspectos a tener en cuenta para dilucidar la mencionada cuestión.
Y así, en primer lugar, el expresado Tribunal de Justicia señala que el arbitraje no está incluido en el ámbito de aplicación del Reglamento nº 44/2001, ya que éste sólo rige
los conflictos de competencia entre los órganos jurisdiccionales de los Estados miembros. Como los tribunales
arbitrales no son órganos jurisdiccionales estatales, en el
caso enjuiciado no existe tal conflicto, en el sentido de dicho Reglamento.
A continuación, dicho Tribunal de Justicia concluye que
el laudo arbitral, al igual que la resolución por la que, en
su caso, un órgano jurisdiccional de un Estado miembro
lo reconozca y ejecute, no pueden afectar al denominado
principio de confianza recíproca2. Y ello, por dos razones:
1ª. Dado que la orden conminatoria ha sido dictada por un
tribunal arbitral, no puede hablarse, por tanto, de injerencia de un órgano jurisdiccional de un Estado miembro en las competencias de un órgano jurisdiccional de
otro Estado miembro.
“La referida Sentencia del
Tribunal de Justicia de la
Unión Europea procede
al análisis de distintos
aspectos a tener en
cuenta para dilucidar la
mencionada cuestión”
2ª. El hecho de que un tribunal arbitral constituido en un
Estado miembro prohíba a una parte, mediante una orden conminatoria incluida en el laudo, que pueda deducir determinadas pretensiones en un procedimiento
pendiente ante un órgano jurisdiccional de otro Estado miembro o le impida la continuación de ese mismo
procedimiento respecto a determinados extremos de
las pretensiones ya formuladas, no priva a dicha parte
de la protección judicial en el marco del procedimiento
de reconocimiento y ejecución del laudo arbitral, en la
medida en que:
2 Principio de confianza que los Estados miembros otorgan a sus respectivos sistemas jurídicos e instituciones judiciales, y que se plasma en la armonización de las normas de competencia de los órganos jurisdiccionales sobre la base del sistema establecido por el Reglamento nº 44/2001.
(i) Por un lado, esa parte puede oponerse a tal reconocimiento y ejecución; y
(ii) Por otro, el órgano jurisdiccional que conozca del
asunto debe determinar, sobre la base del Derecho
procesal nacional y del Derecho internacional aplicables, si procede o no reconocer y ejecutar el laudo.
En este sentido, debe ponderarse que la citada oposición
de la parte no tendría consecuencias perjudiciales para ella,
ya que el incumplimiento de la orden conminatoria incluida
en el laudo arbitral no puede dar lugar a que un órgano jurisdiccional del otro Estado miembro donde radica el tribunal
arbitral le imponga una sanción.3
Y, asimismo, ha de tenerse presente que la eventual limitación de la facultad, conferida a un órgano jurisdiccional
de un Estado miembro ante el que está planteado un litigio
paralelo, de pronunciarse sobre su propia competencia únicamente podría derivarse del reconocimiento y ejecución
de un laudo arbitral, como el controvertido en el litigio principal, por un órgano jurisdiccional de ese mismo Estado
miembro con arreglo a su Derecho procesal y, en su caso, al
Convenio de Nueva York, que rigen en esta materia excluida
del ámbito de aplicación del Reglamento nº 44/2001.4
Y a la vista de todas las consideraciones expuestas, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea estima que el Reglamento nº 44/2001 ha de interpretarse en el sentido de que
no se opone a que un órgano jurisdiccional de un Estado
miembro reconozca y ejecute, ni a que se niegue a reconocer y ejecutar, un laudo dictado por un tribunal arbitral
localizado en otro Estado miembro por el que se prohíbe
a una parte formular determinadas pretensiones o limitar
las ya presentadas ante un órgano jurisdiccional de aquel
primer Estado miembro, dado que dicho Reglamento no regula el reconocimiento y ejecución en un Estado miembro
de un laudo dictado por un tribunal arbitral de otro Estado
miembro.
3 A diferencia de lo que sucedía en el supuesto que dio lugar a la Sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en el asunto C-185/07,
Allianz y Generali Assicurazioni Generali, en que se trataba de órganos
jurisdiccionales de distintos Estados miembros.
4 Es decir, al tratarse de una materia excluida del ámbito de aplicación del
Reglamento nº 44/2001, no estamos ante una “materia particular” en el
sentido del artículo 71 de dicho Reglamento, donde se regula las relaciones entre éste y los convenios relativos a esas materias particulares
incluidas en su ámbito de aplicación. Al respecto, puede verse la Sentencia del propio Tribunal de Justicia de la Unión Europea en el asunto
C-533/08, TNT Express Nederland.
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ÁREA CONCURSAL
De la subordinación crediticia prevista en el artículo 92.7º
de la Ley Concursal
Mercedes Cerezo, Abogada
Departamento Mercantil
Madrid
mercedes.cerezo@crowehorwath.es
Resulta frecuente encontrar en el seno
de los concursos que se están llevando en nuestro país, una actitud poco
colaborativa por parte de algunas
entidades acreedoras, que como
contrapartes, que se ven obligadas a
mantener sus relaciones contractuales
con la concursada. De ahí que la introducción de figuras como esta resulten
útiles para poner límites a esas situaciones de abuso que nos estamos encontrando en la actualidad. El referido
precepto prevé la posibilidad de subordinar la calificación de un crédito
nacido con posterioridad a la declaración de concurso y cuya calificación,
a priori y atendiendo al procedimiento
legalmente previsto, sería la de crédito
contra la masa.
La figura fue introducida por el Real
Decreto Ley 3/2009, de 27 de marzo,
de medidas urgentes en materia tributaria, financiera y concursal ante la
evolución de la situación económica. El
precepto en cuestión reza como sigue:
“92.7º Los créditos derivados de los
contratos con obligaciones recíprocas
a que se refieren los artículos 61, 62,
68 y 69, cuando el juez constate, previo
informe de la administración concursal,
que el acreedor obstaculiza de forma
reiterada el cumplimiento del contrato
en perjuicio del interés del concurso”.
Con carácter general, el efecto sobre
los contratos con obligaciones recíprocas previsto en el en el Título III,
Capítulo III de la Ley Concursal, es su
mantenimiento; sin que la declaración
de concurso deba afectar por sí sola al
cumplimiento de los mismos, y realizándose con cargo a la masa las prestaciones a que esté obligado el concursado.
La regulación señalada ha dado lugar
a que se produzcan situaciones de
abuso en las que la parte acreedora,
contraparte contractual o parte in bonis, -a la que, de alguna forma, la ley
concursal le obliga a mantenerse durante el concurso-, ha obstaculizado
a la concursada el cumplimiento del
mismo en un claro perjuicio del interés
del concurso.
En virtud de lo dispuesto, la finalidad
pretendida con la introducción de esta
medida no es otra que actuar como
técnica legislativa tendente a garantizar el cumplimiento normal del
contrato vigente. De tal forma que se
requiere que el contrato se desarrolle
con normalidad para que el crédito resultante del mismo se cargue contra la
masa; previendo, en otro caso, que la
calificación del posible crédito resultante de un contrato con obligaciones
recíprocas que se haya mantenido vigente tras la declaración del concurso,
pueda ser degradada a subordinado,
si se determina que ha concurrido la
obstaculización reiterada del acreedor al cumplimiento del contrato que
dio lugar al nacimiento del crédito.
La interpretación del precepto ha originado posiciones doctrinales dispares,
no obstante y en definitiva, se entiende que la finalidad del mismo no es
otra que favorecer la continuidad de
este tipo de contratos, que en muchos
supuestos pueden suponer los principales activos con los que cuenta el
patrimonio de la entidad concursada,
anteponiendo así los fines del concurso a los intereses privados de las
partes contratantes.
Por su parte, la jurisprudencia ha arrojado claridad sobre los elementos que
debe reunir el supuesto en cuestión
para que proceda la calificación de
subordinación; así, entre otras puede
verse la Sentencia del Juzgado de lo
Mercantil nº 1 de Málaga de 16 de abril
de 2014, en cuyo fundamento jurídico
tercero se señalan los presupuestos
requeridos para que opere el precepto:
(i) Debe tratarse de créditos resultantes de contratos con obligaciones
recíprocas referidos en los arts.
61, 62, 68 y 69 de la LC.
(ii) Debe aportarse informe previo de
la administración concursal.
(iii)Ha de existir obstaculización al
cumplimiento del contrato.
(iv) Ha de existir reiteración en la obstaculización.
(v) Debe ser constatado por el juez la
producción de dicha obstaculización reiterada.
(vi)La referida obstaculización debe
causar un perjuicio al interés del
concurso.
Además de los requisitos expuestos,
otro extremo controvertido surgió al no
ofrecer el precepto información alguna
acerca del momento en el que debe
iniciarse la obstaculización. Esto es,
si la misma debe darse con posterioridad a la declaración del concurso, o si
por el contrario, puede haberse manifestado con anterioridad.
De la literalidad del precepto parece referirse a una situación de impedimento
actual, por lo que podría ser una exigencia que la obstaculización se inicie
a posteriori; no obstante la jurisprudencia, teniendo en cuenta la finalidad
perseguida con el artículo 92.7º de la
LC, ha optado por una interpretación
flexible del supuesto aceptando que la
obstaculización pueda tener origen en
un momento anterior a la declaración
de concurso, siempre y cuando, concurra reiteración y permanencia tras
dicha declaración.
Como vemos, el precepto analizado
se argumenta como una herramienta
en favor del concurso, encaminada a
asegurar la continuidad de la actividad de la concursada y que puede
ser ejercitada ante la amenaza de un
acreedor que ponga en juego la normal
continuidad de la relación contractual.
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Auditoría de la Web: una necesidad de cumplimiento
normativo ante el incremento de los negocios online
La Red y el comercio online ha cambiado la relación entre
empresarios y consumidores, cada vez más esta relación
tiende a ser virtual. Las páginas web han pasado a ser los
escaparates de las compañías en la Red. Por ello, y ante
una Normativa protectora de los derechos de los consumidores, la necesidad de los empresarios a cumplir con
las exigencias legales de su página web es cada vez más
necesaria.
El incumplimiento de estos requisitos establecidos en la
Ley de Sociedad de la Información se traduce en tres tipos
de infracciones, leves, graves o muy graves según el tipo de
incumplimiento de las obligaciones establecidas en la Ley,
pudiendo variar la multa desde/hasta 30.000 euros ante una
infracción leve, multa de 30.001 hasta 150.000 euros ante
la comisión de infracción graves y multa de 150.001 hasta
600.000 euros.
Actualmente, es más usual que los empresarios muestren
a través de sus webs los productos que comercializan y
los servicios que prestan, no sólo a nivel nacional sino
también a nivel internacional, es por ello que deben asegurarse sobre los requisitos legales que deben cumplir sus
páginas web.
En segundo lugar, el crecimiento del comercio electrónico,
así como el marketing digital y las comunicaciones comerciales a través de medios electrónicos, ha incrementado de
manera exponencial la captación de datos de los usuarios
a través de la red. Este fenómeno y la creciente concienciación de los usuarios sobre el uso de sus datos personales
como mercancía de cambio para análisis económicos y de
marketing, hacen necesario que las compañías deban cumplir de una manera eficiente con la Ley 15/1999, de 13 de
diciembre de Protección de Datos de Carácter Personal y
con el Real Decreto 1720/ 2007, de 21 de diciembre por la
que se aprueba el reglamento que desarrolla la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal.
Como introducción, el cumplimiento normativo de la web
no se debe contemplar sólo desde la perspectiva de la
Ley de Sociedad de la Información y Comercio Electrónico
(LSSI - Ley 34/2002, de 11 de julio) sino también, hay que
considerar de igual forma lo estipulado en la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal (Ley 15/1999, de 13 de
diciembre).
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