La emergencia del arte en la ciudad contemporánea. Estrategias de

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La emergencia del arte en la ciudad contemporánea. Estrategias de interrupción y
estetización del espacio público.
Felipe Corvalán T. 1
Palabras Claves: arte, espacio público, arquitectura, proyecto, discontinuidad, acontecimiento,
estetización.
1.-Introducción. Arte, arquitectura y espacio público.
Las posibilidades de interacción entre arte y arquitectura parecen constituir un ámbito de encuentro
tan inevitable como parcial. Más allá de las condiciones específicas bajo las cuales se produce
este diálogo y del predomino de áreas del saber que se esfuerzan por resguardar los límites de sus
respectivos campos de dominio, aún es posible reconocer focos de atención comunes a ambas
disciplinas.
En tal contexto, el espacio público, más allá de las complejidades que supone su conceptualización
en el mundo contemporáneo y entendido aquí como soporte físico y también simbólico, resulta un
escenario privilegiado para propiciar el diálogo entre arte y arquitectura. Una vinculación relevante
a partir de la coincidencia de acciones que actúan sobre un mismo ámbito, permitiéndonos
evidenciar convergencias y divergencias operacionales entre artistas y arquitectos. Tal
comparación no sólo está determinada por rasgos formales o estilísticos, sino más bien, por la
orientación de sentido que estas intervenciones plantean.
En relación a la presencia del arte en el espacio público, ésta puede ser entendida en sí misma
como una estrategia de ruptura, en la medida en que el arte abandona las fronteras institucionales
que comúnmente legitiman su presencia (museo y/o galería). Un proceso de apertura en el que
resultó fundamental el trabajo de Marcel Duchamp, quien logrará reorientar la reflexión en torno a
la producción artística, remplazando la pregunta ¿qué es el arte? por aquella que nos interroga
¿bajo qué condiciones se produce el arte? Un cambio de sentido a partir del cual buena parte de la
producción artística de la segunda mitad del siglo XX se vinculará con expresiones asociadas a lo
cotidiano, cuestionado los límites tradicionales dentro de los cuales solían tener lugar las obras de
arte. Tal desplazamiento, siguiendo la línea argumental de Pierre Bourdieu, supondrá también un
proceso de readecuación en la iteración que se produce entre productores, obras, espacios de
intervención y estrategias de visualización. De esta manera se construye el concepto de campo2
planteado por Bourdieu: un espacio de interacción en que los distintos participantes buscan
capitalizar la hegemonía cultural y sus respectivas estrategias representacionales.
Al experimentar este desplazamiento, el arte da cuenta de aquel carácter relacional descrito por
Nicolas Bourriaud (2008), en la medida en que tales prácticas artísticas configuran una experiencia
1Arquitecto
Universidad de Chile. Magíster en Artes, mención Teoría e Historia del Arte, Universidad de Chile.
Académico Departamento de Arquitectura FAU, UCH. Editor de la revista De Arquitectura, realiza labores de
investigación y docencia en las áreas de historia y teoría de la arquitectura y en la línea de proyectación arquitectónica.
2 Ámbito que para Pierre Bourdieu (2003, p.210) determina las condiciones de producción de las manifestaciones
culturales: “El sujeto de la obra de arte no es ni un artista singular, causa aparente, ni un grupo social (la alta burguesía
financiera y comercial que llegaba al poder en la Florencia del Quattrocento, en Antal, o la nobleza de toga, en
Goldmann), sino el campo de producción artística en su conjunto”.
1
de mediación entre el hombre y la realidad 3, más allá de vinculaciones restringidas a su condición
utilitaria. En otras palabras, la apertura de un campo relacional permite que las intervenciones
artísticas tengan sentido y capacidad de significación allá afuera, interactuando directamente en la
esfera de lo público.4
En el proceso de expansión y presencia del arte fuera de sus tradicionales ámbitos de legitimación,
serán fundamentales las indagaciones en torno a la ciudad. Un espacio que además, a partir del
proceso de modernización y expansión urbana iniciado por la revolución industrial, se consolidará
como escenario de visibilidad e invisibilización, de inclusión y exclusión de los imaginarios sociales
(García Canclini, 2010). Frente a la evidencia del arte en la ciudad, la presente investigación
plantea la necesidad de pensar bajo qué condiciones se produce y es posible tal emergencia. Una
reflexión que junto con reconocer prácticas o intervenciones asociadas a lo artístico, nos permita
aproximarnos al mapa de significación que estás acciones pueden producir.
En términos específicos, el objetivo principal de esta investigación es la reflexión en torno a lo que
aquí denominaremos capacidad de interrupción del funcionamiento de la ciudad a partir de la
presencia del arte. Una presencia que permite poner en tensión aquella aproximación a la ciudad
tradicionalmente desarrollada desde la arquitectura y la planificación urbana, asociada a la idea de
proyecto. En tal contexto, el desarrollo de intervenciones artísticas en la ciudad durante los últimos
años en Chile, recupera al espacio público como ámbito de intervención para el arte, al tiempo que
vuelven a interrogarnos sobre las condiciones de posibilidad y reflexión crítica introducidas por esta
presencia.
2.- Ciudad y proyecto: Espacio público normalizado.
A partir de la consolidación de la modernidad como sistema de orden, un número importante de las
aproximaciones a la arquitectura y la ciudad se plantean en términos normativos, asociados a
estrategias de control. Bajo estos parámetros, el diseño o la planificación intentan establecer
funciones y categorías, orientando las condiciones bajo las cuales se produce el habitar. Una
aproximación que puede ser explicada a partir de la idea de proyecto5, estrategia predominante en
el quehacer arquitectónico, vinculada con la vocación de progreso que orienta la dirección trazada
por la modernidad, todavía vigente en el mundo contemporáneo. Una estrategia que pese a la
inestabilidad de los procesos de modernización y a las fracturas provocadas por el advenimiento
postmoderno, también podemos reconocer en las ciudades latinoamericanas.
La ciudad pensada modernamente apuesta por su autolegitimación, inscribiendo a las acciones en
el espacio dentro de los límites del metarrelato, utilizando la terminología propuesta por Lyotard,
que la propia modernidad edifica. Bajo estos parámetros, la arquitectura se ha consolidado como
una operación que no sólo interviene y modifica el espacio habitable, sino que también, intenta
predeterminar usos y comportamientos. Es por esta razón que el concepto de función6 dominará
3
“La práctica del artista, su comportamiento como productor, determina la relación que mantiene su obra. Dicho de otra
manera, lo que el artista produce en primer lugar son relaciones entre las personas y el mundo”. (Bourriaud, 2008, p.51).
4 Una reflexión que se vincula con la noción de arte contextual propuesta por Paul Ardenne (2006, p. 26-27): “Para el
artista contextual, lo hemos comprendido, se trata menos de imponer formas stricto sensu, nuevas o no, que de integrar
con el ‘texto’ por naturaleza inacabado y que ofrece siempre materia para la discusión (…)”.
5 “La modernidad supone una postura ante la historia que implica concebirla en términos de proyecto, entiende al
presente, apela a él y sobre todo por eso mismo propone inmediatamente organizarlo, en clave de proyecto histórico”
(Otxotorena, 1991, p.124).
6
Quizás uno de los ejemplos más paradigmáticos al respecto es la denominación machine à habiter, utilizada por Le
Corbusier para definir sus nuevos prototipos de vivienda, maximizando la distribución de funciones a partir de la imagen
2
buena parte de las propuestas arquitectónicas desarrolladas a partir de la primera mitad del siglo
XX. Un concepto que hoy se ha renovado a partir del requerimiento de eficiencia impuesto a los
edificios y ciudades contemporáneas.
La arquitectura se auto-asignará la potestad de dotar de sentido al espacio, obviando las
modificaciones espontáneas y aleatorias que en éste tienen y pueden llegar a tener lugar. En otras
palabras, bajo la mirada moderna, la ciudad evitará reconocer y exponer las fracturas propias de la
interacción social, situando a la vida cotidiana en un paisaje vital marcado por la ausencia de
diferencias. Un lugar donde nada parece tener la capacidad de producir una alteración significativa
sobre lo establecido.
En la dirección contraria a lo anteriormente señalado, podemos pensar la irrupción del arte en el
espacio público. Una emergencia que es capaz de convertirse en tensión, en la medida en que
propicia la presencia de lenguajes extraños que logran desarticular e interrumpir la normal
vinculación entre hombre y ciudad. De este modo, las intervenciones artísticas pueden ser
pensadas a modo de acontecimientos, contrariando las categorizaciones promovidas por el diseño
arquitectónico y la planificación urbana. Una extrañeza que a partir de su condición intempestiva
permite activar un espesor crítico que, siguiendo lo planteado por Fredric Jameson, nos re-sitúa al
interior de la ciudad7 desarmando la trama que intenta limitar la interacción social.
Pese a la dificultad de definir los alcances del término espacio público en el contexto
contemporáneo, es posible reconocer ciertas líneas de reflexión que plantean una interesante
aproximación a esta conceptualización. Tal es el caso de Manuel Delgado y su texto El espacio
público como ideología, que no sólo reactualiza la noción de lo público, sino que también, plantea
una mirada crítica en torno a la configuración del espacio público hoy en día. Frente a la pregunta
¿de qué hablamos cuándo hablamos de espacio público? Manuel Delgado responde abriendo las
tradicionales preocupaciones asociadas a la funcionalidad, la seguridad y al curso normal de las
cosas. Esto en la medida en que para Delgado el espacio público no es una mera voluntad
organizativa, sino que también un ámbito ideológico. Un lugar simbólico, donde las cosas ocurren,
que se actualiza a partir de nuevas prácticas, dentro de las cuales podemos pensar la emergencia
de las intervenciones artísticas.8
3.- El arte como acontecimiento: Estrategias de interrupción en el espacio público.
La presencia del arte en el espacio público resulta relevante en la medida en que permite
desarticular la configuración y orden que organiza a la ciudad, convirtiéndose en alteridad frente a
lo establecido. Una alteración que también es experimentada por la propia obra, que abandona su
habitual espacio de autonomía, desplazándose desde un campo autorreferencial a un campo
insólito: el espacio público en la ciudad.
de la máquina. Una visión que también será aplicada a la ciudad, cuándo el propio Le Corbusier reduzca el espacio urbano
a cuatro funciones básicas: ocio, circulación, habitación y trabajo.
7
Frente al panorama de una ciudad cada vez más expuesta al tránsito permanente de información, Jameson (1998, p.69)
hace un llamado a reconquistar el sentido del lugar: “Así pues, la desalineación en la ciudad tradicional implica la
reconquista práctica de un sentido de lugar y la construcción o reconstrucción de un conjunto articulado que se pueda
retener en la memoria, y que el sujeto individual pueda cartografiar y corregir atendiendo a los momentos de trayectorias
móviles y alternativas”.
8
“En este caso, el espacio público pasa a concebirse como la realización de un valor ideológico, lugar en el que se
materializan diversas categorías abstractas como democracia, ciudadanía, convivencia, civismo, consenso y otros valores
políticos hoy centrales (…)”. (Delgado, 2011, p.10).
3
Tal como es planteado por Bernard Tschumi, existen otras formas de entender y pensar el espacio,
evitando estrategias rígidas de pre-configuración. En tal dirección puede ser entendida la oposición
al concepto de función propuesta por Tschumi, quien sugerirá la comprensión del espacio a modo
de evento.9 Una instancia impredecible que a partir de su propia naturaleza cambiante cuestionará
las certezas del proyecto, estimulando una constante re-significación de los actos que tienen lugar
en el espacio.
Asociado a tal idea de evento, resulta oportuno volver a pensar el concepto de acontecimiento. Un
término que puede ser entendido como estrategia de oposición frente a la formalización de la vida
cotidiana, interrumpiendo el tiempo habitual de la ciudad contemporánea, transgrediendo las
trayectorias preestablecidas. El acontecimiento emerge a modo de incertidumbre, transformando el
transcurso habitual del tiempo en un tiempo que le ocurre a alguien.
La aproximación al arte a modo de acontecimiento es posible en la medida en que las
intervenciones artísticas efectivamente se hacen visibles como presencias interruptoras,
permitiendo el desborde y exceso de las restricciones funcionales que habitualmente predominan
en la escena urbana.10 Bajo estos términos, la ciudad no sólo se constituye en el soporte físico de
una determinada intervención artística, en la medida en que ésta última tiene la capacidad de
alterar las posibilidades de comprensión, significación y percepción del lugar en que acontece. Una
condición de posibilidad que resulta fundamental para entender la diferencia entre aquellas
intervenciones que efectivamente constituyen una experiencia de interrupción y aquellas obras
vinculadas con prácticas que denominaremos estetizadoras, que no logran modificar mayormente
el campo de significación de la ciudad.11
Hacia el final del célebre ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, Walter
Benjamin vislumbra dos caminos posibles para el arte en el contexto de la modernidad y la
creciente tecnologización de la primera mitad del siglo XX. Estetización de la política y politización
del arte configuran una tensión que bien pude ser hoy actualizada para pensar las acciones del
arte en la ciudad, las intervenciones artísticas sobre el espacio público. Como sugiere Federico
Galende (2009), esta relación puede ser pensada como el antagonismo entre la vida formalizada
(estetización) y la posibilidad de interrupción (politización) del curso habitual de las cosas.
Precisamente, utilizando este marco conceptual, se propone que la presencia del arte en el
espacio público puede ser leída como estrategia de estetización o bien como emergencia que
interrumpe.12 El arte en la ciudad puede convertirse en manifestación de la pugna entre curso y
Tschumi sostiene: “Históricamente las definiciones de la arquitectura han sido de una cosa estática, sobre dar
permanencia, anclar a la sociedad al suelo. Diciendo que la arquitectura puede ser algo dinámica, no estática, se introduce
un segundo componente, el evento. La percepción (o la lectura o significado) de un espacio es totalmente diferente,
dependiendo si el espacio es utilizado para una actividad u otra”. (Walker, 2006, p.42).
10
Al respecto Sergio Rojas (2008, p. 115) plantea: “(…) las expectativas de hacer acontecer el espacio citadino, sólo es
posible precisamente en esos lugares, en esas unidades donde emerge el espesor significante; en donde hay un cuerpo
significante que desborda la utilidad, que desborda la función que eso tuvo en su existencia primera. El cuerpo significante
excede la economía funcional del signo.”
11
“Es muy distinto cuando la ciudad se utiliza sólo como soporte de obras de arte que eventualmente alteran
circunstancialmente, estéticamente (en el sentido débil del término: superficialmente) el espacio. En este punto las obras
de arte pueden competir con la publicidad de un detergente o de una casa comercial. Acontecen en la ciudad como un
escenario, como un soporte, pero no se relacionan con ella.” (Rojas, 2008, p.115).
12
Benjamin nos propone avanzar desde el arte asociado a un ritual a un arte como medio de revolución política. Como
plantea Galende (2009, p.209): “Podemos ahora sí sugerir que si la política estetizada implica la producción de una
comunidad orgánica, la anestesización de los órganos sensoriales del hombre (…), la politización del arte es lo que a
través de la ‘destrucción’ hace emerger la sensorialidad del viviente reprimida por la configuración del hombre”.
6
4
discontinuidad planteado por Benjamin, una discusión que podemos reconocer en la relación arteciudad en el caso de Chile: intervenciones con una evidente articulación crítica y política e
intervenciones próximas al embellecimiento de ciertos espacios de la ciudad.
4.- Arte y ciudad en Chile: Entre la ruptura y la estetización.
En el caso de Chile, es posible reconocer una permanente vinculación entre arte y ciudad a partir
de la década de los sesenta y hasta fines de los años ochenta. Desde la recolección de objetos
urbanos realizadas por Francisco Brugnoli hasta las intervenciones de la Escena de Avanzada
sobre una ciudad fuertemente reprimida, el espacio público se constituyó en escenario de
intervención vinculado a la narración de un discurso crítico, expresado en el ámbito de lo cotidiano.
Sin embargo, a partir de la década de los noventa, coincidentemente con el proceso de
recuperación de la democracia, el arte chileno vuelve a replegarse al espacio museal o bien al
creciente circuito de galerías independientes y privadas que proliferan en tal período. Un proceso
que trae como consecuencia un distanciamiento entre arte y ciudad, el alejamiento de los
anteriores contenidos discursivos y el predominio de objetos desterritorizalizados.
En términos históricos, sin lugar a dudas la vinculación entre arte y espacio público fue
significativamente relevante en Chile durante la década de los ochenta, por ejemplo a partir del
trabajo del Colectivo de Acciones de Arte, CADA, al interior de la llamada Escena de avanzada.
Tales intervenciones se plantean a partir de la transgresión, dentro de la cual tanto el cuerpo como
la ciudad serán manifestaciones reiteradas de tal vocación de ruptura frente a un contexto
represivo, controlado y normado por la dictadura militar, adquiriendo una visibilidad difícil de
conseguir bajo el amparo de los tradicionales circuitos de difusión y exposición de las obras de
arte. El trabajo de artistas como Diamela Eltit, Raúl Zurita o Lotty Rosenfeld, permiten trastocar la
significación habitual del espacio.
NO+, Intervención del grupo CADA, 1983-1984. Fotografía: Jorge Brantmayer. Fuente: departamento21.cl
Más allá de la diversidad de trabajos con la que nos encontramos a partir de la década de los
noventa y evitando una generalización sobre un proceso que requiere ser pensado en toda su
complejidad, es posible plantear que nos enfrentamos a un distanciamiento evidente entre el arte
chileno y el espacio público. Tal como es sugerido por Guillermo Machuca, el arte chileno
5
contemporáneo se dirige hacia una producción centrada en la exploración formal, interesándose
por aquellos procesos de producción asociados a la materialización de la obra. 13 Lejos del espacio
público, buena parte de los jóvenes artistas que comienzan su producción durante la década de los
noventa se concentran en el lenguaje de sus propias producciones, cuestión que para Machuca da
paso a una suerte de vaciamiento político del arte chileno en las últimas décadas.14 Un estado de
situación que además coincide con la consolidación de una cultura fuertemente globalizada, que en
el campo del arte trae como consecuencia un creciente interés de artistas, curadores e
instituciones culturales por internacionalizar las obras producidas en Chile, estableciendo un
permanente diálogo y tensión entre lo local y lo global.
Ahora bien, la década que comienza el año 2000 nos planeta una suerte de recuperación del
espacio público como lugar de intervención y visualización del arte chileno. Esto,
fundamentalmente a partir del trabajo de artistas como Carolina Ruff o Sebastián Preece y también
a partir de la novedosa incursión de arquitectos interesados en expandir las tradicionales
restricciones del ejercicio proyectual. Arquitectos que realizarán intervenciones obviando las
premisas funcionales que suelen delimitar a las obras de arquitectura y las estrategias de diseño
urbano. Es así como el trabajo de Emilio Marín, Pezo von Ellrichshausen o incluso Smiljan Radic
vinculan lo artístico con lo arquitectónico, ya no desde estrategias y operaciones de control, sino
más bien, a partir del intento de abrir y cuestionar los procedimientos habituales del quehacer
arquitectónico. Es precisamente a partir de esta aproximación paralela entre artistas y arquitectos,
que se sugiere aquí la posibilidad de pensar las intervenciones artísticas en el espacio público a
modo de ruptura, asociada al trabajo de artistas, pero también en términos de estetización,
asociada al trabajo de arquitectos.
5.- Re-significación del espacio público.
A continuación, abordáramos las posibilidades de re-significación del espacio público propuesto
por las intervenciones de algunos artistas chilenos contemporáneos, un conjunto de prácticas que
recomponen el vínculo entre el arte y las contingencias cotidianas de nuestra sociedad. En esta
dirección es posible pensar, por ejemplo, el trabajo de Sebastián Preece, que siguiendo línea ya
explorada por Gordon Matta–Clark, se enfrenta a la ciudad y sus obras de arquitectura con el afán
de desestructurarlas, liberando aquella información que parece quedar oculta tras sus límites
normativos. Las estrategias deconstructivas desplegadas por Preece modifican el valor de uso de
los edificios, expandiendo la trama habitual de recorridos y las posibilidades de percepción que
estos proponen.
La intervención “Fábrica se declara en quiebra al inaugurar” (2002), realizada sobre las
dependencias del Hospital Salvador, revaloriza la presencia de un objeto ruinoso a partir de la serie
de excavaciones realizadas, vinculando el subsuelo del edificio con el patio interior. Una
intervención que nos muestra aquello que por lo general se encuentra en una condición de
invisibilidad, invitándonos a ver un lugar que permanece oculto al habitante. Así, la operación
“(…) una explosión indiscriminada de tendencias y expresiones visuales, la mayoría sustentadas en meras operaciones
de lenguaje”. (Lara; Machuca; Rojas., 2004, p.19).
14 Al respecto Machuca sostiene: “(…)habría que contemplar un creciente proceso de vaciamiento o adelgazamiento de
determinados contenidos formales y narrativos de índole socio-político tal cual habían sido producidos por el arte chileno
desde los 60 hasta la recuperación de la democracia”. (Lara; Machuca; Rojas., 2004, p.19).
13
6
intenta reactualizar un espacio residual, incorporando incluso al tiempo como factor de afección
permanente en la modificación del edificio, pues la ruina, más allá de la intervención puntual de
Preece, continuará modificándose en el trascurso del tiempo.15 Una aproximación que nos
recuerda la comprensión de Walter Benjamin sobre el tiempo y fundamentalmente sobre el pasado:
un destello que aparece intempestivamente en el presente, dando paso a una permanente
reactualización.
Fábrica se declara en quiebra al inaugurar, Sebastián Preece, 2002. Fuente: sebastianpreece.blogspot.com
La intervención de Preece permite cuestionar ciertas operaciones consolidadas al interior de la
disciplina arquitectónica, como lo es por ejemplo el diseño ex novo, que en muchas ocasiones evita
interactuar con las preexistencias. 16 Preece explora relaciones espaciales inusuales, liberando
información que permanencia oculta para el espectador/habitante, propiciando nuevos hallazgos y
lecturas del edificio intervenido.17
En la misma dirección, si analizamos la intervención “En-plazamiento político” (1999) de Carolina
Ruff, también es posible reconocer un intento por trastocar el significado y percepción habitual del
espacio público, en este caso específico en un lugar de alta significación institucional e histórica
como es la Plaza de la Constitución frente al Palacio de La Moneda. La acción de completar el
trazado preexistente de la plaza, transgrede los límites habituales del espacio intervenido,
permitiendo alterar las trayectorias y recorridos para quienes se desplazan por el lugar, abriendo
“Una vez terminada su ejecución, este espacio de conexión y recorrido queda abandonado. La obra con el tiempo no
hará más que acumular las hojas caídas del ceibo: las inclemencias del tiempo la seguirán transformando”. (Preece 2008,
P.41).
16 Una aproximación que podemos contraponer con la lógica que predomina en la arquitectura moderna: “(…) Preece
lleva toda su producción y relación a la ‘obra’, es decir al lugar de construcción. Pero a diferencia de la mirada de tabula
rasa de la arquitectura moderna, Preece trabaja con los accidentes, el caos y lo inorgánico”. (Szmulewicz, 2012, p. 122).
17 Una intervención, que como sugiere Szmulewicz, podría entenderse como arquitectónica y al mismo tiempo
arqueológica: “Como proceso artístico, la intervención de Preece estaba cercana a una excavación arqueológica, donde la
sorpresa era consustancial al sacar y remover. Resulta asombrosamente particular el cruce entre la sorpresa del arqueólogo
(el deseo por el objeto y la preservación de lo pretérito) y el ímpetu constructor del arquitecto (el placer de elevar y
sobreponerse a la naturaleza) (2012, p. 123).
15
7
nuevas lecturas simbólicas a partir del también nuevo trazado.18 Una trasformación que incluye
fecha de término, que se materializa para luego desaparecer, haciéndose visible como estrategia
de interrupción precisamente a partir de su breve tiempo de permanencia.
Tanto la intervención de Sebastián Preece como la de Carolina Ruff, actúan sobre el espacio
público modificando nuestra aproximación habitual de éste, no sólo a partir de su transformación
física, sino también y sobre todo, interrumpiendo los códigos de comprensión y percepción
asociados a tales lugares, aparentemente irrevocables. Una aproximación a la ciudad que
trasforma de manera crítica la percepción del espectador, trastocando la conciencia habitual que
define el vínculo ciudad-ciudadano. En los casos analizados, más allá de la evidencia material de
la obra, es posible distinguir la capacidad y dimensión crítica de ésta, una “dimensión reflexiva”
(Rojas, 1999) que supera los límites de la representación y las consideraciones meramente
estéticas.19 Así, estas intervenciones posibilitan la desarticulación del tiempo y su normalidad,
incorporando las distintas subjetividades que concurren al espacio de lo cotidiano.
En-plazamiento político, Carolina Ruff, 1999. Fuente: arteycritica.org
6.-Estetización del Espacio Público.
Paralelamente a las estrategias e intervenciones analizadas, durante los últimos años en Chile es
posible reconocer acciones artísticas sobre la ciudad asociadas a procesos de estetización. Una
caracterización que no pretende desestimar el interés y valor conceptual asociado a tales obras,
pero sí evidenciar una apuesta por una inscripción armónica y complementaria al interior de la
ciudad planificada y su infraestructura. Bajo esta mirada, la presencia del arte en el espacio público
disminuye su potencia crítico, las posibilidades de vinculación significativa con las problemáticas de
18
El pasto que completa el trazado de la plaza proviene del cementerio Parque del Recuerdo, lo que enriquece la lectura
simbólica propuesta por la operación: “El ‘dato’ acerca del origen del pasto no carece de importancia aquí, pues trama
especialmente complejas relaciones entre memoria, monumento, muerte, deuda y política, inscribiendo materialmente en
el espacio tensiones y ambigüedades no resueltas en la Historia de Chile”. (Rojas, 1999, p. 324-325).
19 “Si se intentara acotar esa reflexividad en dos palabras, creo que podría hablar de trabajos cuyo rendimiento en el
espectador consiste en una especie de “darse cuenta”, y por lo tanto en una lucidez que no se cierra en la representación,
que no se constituye como modelo. Es decir, la obra opera una reflexión en la que cuestiona su inscripción en el mundo
concreto en el que vivimos, entre las cosas”. (Rojas, 1999, p. 354).
8
nuestras ciudades y la posible emergencia de nuevas lecturas en torno al espacio público y las
acciones que en el tienen lugar. Un tipo de intervención que por ejemplo han sido promovidas por
el Ministerio de Obras Públicas y sus reiterados llamados a concurso de arte público, destinados a
intervenir edificios o infraestructura a lo largo de todo el país. Un estimulo a la producción que ha
dado como resultado la ya mencionada estetización de grandes proyectos urbanos, dejando poco
margen para el establecimiento de miradas críticas sobre el proceso de desarrollo en que se
enmarcan tales obras de infraestructura.
Ejemplo de lo anteriormente mencionado es la intervención “Puente ecológico para pájaros” (20092010) desarrollado por los arquitectos Emilio Marín y Claudio Magrini, que precisamente se sitúa a
un costado de una de las nuevas autopistas urbanas que configuran el mapa de infraestructura de
nuestras ciudades, específicamente en el acceso nororiente de Santiago. Más allá de la
conceptualización en torno a la instalación de un artefacto extraño, la obra se incorpora a la
estructura prexistente, propiciando una suerte de embellecimiento del lugar.20 Tal condición, si bien
permite un enriquecimiento del paisaje en términos perceptuales, no se pronuncia, por ejemplo, en
torno al modelo y configuración de ciudad que tal infraestructura sugiriere. No deja de llamar la
atención la ubicación de este nuevo arte público, por lo general alejado de los grandes centros
urbanos, de las tensiones que supone el intercambio social en el espacio público. En muchas
ocasiones, los llamados a concurso de arte público posibilitan la materialización de operaciones
artísticas, pero en un espacio de escasa visibilidad e impacto colectivo.
Puente ecológico para pájaros, Emilio Marín + Claudio Magrini, 2009-2019. Fuente: emiliomarin.cl.
20 Respecto
al término embellecimiento, resulta oportuno señalar la reflexión realizada por Ignacio Szmulewicz en torno al
edificio UNCTAD III y el tipo de relación que podemos reconocer entre arte y arquitectura: “ (…) se juegan dos de los
conceptos que persisten en la reflexión teórica sobre arte y ciudad en Chile: uno ligado a la integración entre arte y
arquitectura, donde el arte viene a ser un elemento de “embellecimiento” para la verdadera obra, donde la particularidad se
funde en una totalidad omnipresente, bañada también por nociones de corte ideológico (igualdad, fraternidad y libertad);
otro vinculado a la intervención monumental en la trama de la ciudad, siendo en realidad de carácter simbólico, histórico,
urbanístico y político”.(2012, p.108-109).
9
Una condición que podemos reconocer si analizamos la recopilación de obras realizadas a partir
de los 15 años de funcionamiento de la “Comisión Nemesio Antúnez” 21, que opera al interior del
Departamento de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas. Tal recopilación nos permite
reconocer un efectivo intento por desplegar la presencia del arte en distintas zonas geográficas del
país, como por ejemplo ocurre con la obra ya mencionada de Marín y Magrini o con la intervención
“1150 flores iluminan la Unión Panamericana” (2009), ubicada en la Ruta 60CH. Estas
intervenciones, así como la mayoría de obras recopiladas por la comisión mencionada, no sólo
carecen de un espacio de visibilidad que permita asegurar un cierto impacto de su presencia, sino
que también, evitan una confrontación frente a los límites, físicos y significativos, impuestos por la
oficialidad que configura la organización de las ciudades. Así, se disminuye el espesor crítico que
pueden plantear tales intervenciones, evitando cuestionamientos sobre los hábitos y conductas
desarrollados en el espacio público. De esta manera, esta aproximación al arte público vuelve a
interrogarnos: ¿Nos enfrentamos a la presencia de intervenciones capaces de articular una
reflexión crítica en torno a la ciudad y su habitualidad? o más bien ¿se trata de estrategias de
estetización que utilizan a la ciudad sólo como soporte?
7.- Conclusiones. El arte como posibilidad: Apertura y resignificación de lo público.
En el “Libro de los Pasajes” (Das Passagen-Werk), Walter Benjamin se refiere a la arquitectura, a
partir del desarrollo y transformaciones experimentadas por París durante el siglo XIX, como un
intento de protección frente a las inquietudes del tiempo. En este proceso, fundamentalmente a
partir de la consolidación de la modernidad, la arquitectura y la planificación urbana se convierten
en un área de dominio que nos protegen de las incertidumbres e inestabilidades de la coyuntura.
Contraponiéndose a la lógica anterior, la lectura de Benjamin nos invita a reconocer las fuerzas
que posibilitan la interrupción de aquella secuencia organizada de hechos.
En tal sentido y a partir de la interrogante enunciada, parece necesario volver a pensar la
presencia del arte en la ciudad a modo de acontecimiento, en la medida en que constituye una
alteración que interfiere la causalidad de la vida cotidiana, posibilitando nuevos estados de
percepción y significación del sujeto en la ciudad. Una mirada dislocada, capaz de deconstruir los
grandes relatos narrativos que orientan el curso de las cosas.
El trabajo de Sebastián Preece o Carolina Ruff nos permiten aproximarnos al espacio ya no como
instancia unitaria, sino más bien, como un campo en permanente tensión. Una manera de operar
que permiten exponer el potencial crítico de un arte que interrumpe, que suspende y atrasa el
orden normalizador de las cosas. Bajo estos términos, el arte y la arquitectura se transforman en
una posibilidad, capaz incluso de poner en peligro la estabilidad de las categorías y
preconfiguraciones que suelen orientar nuestros vínculos con la ciudad. Una posibilidad que
pensada en términos benjaminianos, puede ser entendida a modo de destello que interrumpe el
tiempo habitual de la continuidad urbana.
La mirada propuesta por Walter Benjamin bien puede ser vinculada con la lectura crítica realizada
por Tschumi sobre las limitaciones del quehacer arquitectónico. Tanto el concepto de evento como
21
La Comisión tiene por objeto establecer que edificios o espacios públicos deben ornamentarse con obras de arte.
10
la idea de laberinto22 propuestos por Tschumi intentan liberar al espacio del orden prestablecido
por la propia arquitectura. La condición efímera y siempre cambiante del evento, destinado a la
caducidad y renovación permanente, posibilita un salto impredecible en el tiempo que sorprende a
una ciudad generalmente pensada homogéneamente y sin exabruptos, cuestionado el
funcionalismo como intento de coherencia por parte del ejercicio arquitectónico. Una interrupción,
que siguiendo la línea argumental de Benjamin, permite la emergencia y visibilidad de aquella
sensibilidad reprimida del hombre que transita por la ciudad configurada.
Bajo estos términos, la participación de arquitectos en las propuestas de intervención artísticas
configuran un campo todavía por explorar, en la medida en que más allá de la incorporación de
ciertos valores o procedimientos estéticos recogidos desde el arte, en la mayoría de los casos nos
enfrentamos a operaciones que siguen pensándose desde la lógica del proyecto, desde la
generación de estrategias de control o de armonización con las prexistencias. Sin embargo, la
mediática aparición de la casa de vidrio “Nautilus”, desarrollada por Uro1.org el año 2000 o la
intervención “Temporal; velocidades de la intemperie” de Pezo von Ellrichshausen Arquitectos, nos
permiten pensar que desde la arquitectura también es posible desarrollar el potencial crítico de
estas intervenciones sobre la ciudad, ampliando las posibilidad del ejercicio arquitectónico y
abriendo nuevas lecturas sobre el espacio público. De esta manera, la aproximación a lo público a
partir de la trasndicplinariedad arte-arquitectura sigue constituyendo un campo de reflexión vigente,
que permite aproximarnos no sólo a estrategias de formalización de obras e intervenciones, sino
también, a su capacidad de vincularse significativamente con el espacio público, con el ámbito de
lo cotidiano.
Temporal; velocidades de la intemperie, Mauricio Pezo & Sofia von Ellrichshausen, 2006. Fuente: pezo.cl.
22 Bernard
Tschumi se refiere así al concepto de laberinto: “En oposición a la pirámide de la razón descrita anteriormente,
los ángulos ocultos de la experiencia no son diferentes al laberinto donde se exaltan todas las sensaciones, todas las
emociones, pero donde no existe una perspectiva global que nos provea una pista sobre cómo salir”. (Tschumi 2004,
p.60).
11
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