El suicidio sordo – ISAAC

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El suicidio sordo
“¿Qué soy cuando me comparo con el Universo?”.
L.V. Beethoven (1770-1827)
I)Prólogo : De Anton Schindler, músico y albacea. 1863, Viena.
Mi nombre es Anton Schindler, discípulo y albacea de Ludwig Van Beethoven,
como sabe todo el mundo en Viena.
Desde su muerte, mi deber y anhelo ha sido recopilar sus obras y escritos,
desentrañar la grandeza magnánima de sus logros y desnudar también al hombre
desesperado pero siempre fuerte, al ser sublime pero nunca humilde, al verdadero
Beethoven, del que nunca nadie percibió su existencia.
Durante años he buceado en sus papeles y borradores tratando de poner un
orden en el caos que le dominaba, anhelando extraer de sus notas manchadas y de sus
documentos indescifrables páginas que un editor trasladara al mundo. Durante años he
buscado entre la infinitud de recovecos de su mente y me invade un gran orgullo por mi
labor.
Sí, su figura será debidamente presentada al mundo; con sus conquistas, ni
igualadas por un Napoleón o un Alejandro Magno y con sus miserias y sufrimiento;
digno heredero de Prometeo y de su castigo, un castigo divino, un castigo por el cual todo
lo que lo constituía como Beethoven debería de haber desaparecido, algo que nunca llegó
a ocurrir.
No tuve reparo en arrojar a la Historia sus más íntimos pensamientos; ni el
documento que encontré en 1827, a su muerte, llamado el Testamento de Heiligenstadt;
cuando tuvo que aceptar con resignación su progresiva sordera; cuando se vio abocado al
suicidio por la perfidia de los dioses: El más grande músico de la época privado de su
sentido milagroso, el oído.
Sí, los dioses no querían que un simple humano los ensombreciese y le privaron
de su herramienta
más imprescindible. Pero esos obstáculos inconmensurables no
pudieron pararle. Una vez le oí murmurar en un paseo: “Nunca me arrastraré. Mi mundo
es el Universo”.
Aún así, debo confesaros que me he quedado con un secreto. Sí, os he dado al
gran hombre y al ser vacilante a veces. Pero me he quedado con el Misterio.
Cuando hallé los documentos escritos en la época del Testamento de
Heiligenstadt, encontré un pequeño cuaderno con sus inconfundibles garabatos. Se trataba
de una breve crónica de una noche en su residencia campestre.
Cuando lo leí, quedé paralizado durante unos días, sin salir de casa, sin abrir
las ventanas al amanecer dichoso. Mi mente me trataba de convencer de que era una
broma; luego pensé que era un relato ficticio del maestro. Pero yo lo conocía bien; no era
dado a las frivolidades ni a imaginaciones inútiles. Tenía que haber sido el relato de unos
hechos fieles a la realidad o, al menos, a la realidad que Beethoven podía percibir...
Varias veces intenté arrojarlo al fuego, pero la lealtad al maestro me lo impidió.
Este episodio increíble tuvo que ser la razón de su salvación; la fuente del impulso por
vivir que generó, en tropel sucesivo , su inmortal Tercera Sinfonía Heroica, sus fascinantes
conciertos para piano y las melodías que han cambiado la Historia de la Humanidad; que
forman parte de nosotros, perdidas en nuestra mente, surcando vagamente nuestros
recuerdos.
Sé que no debería sacar este relato a la luz; pero lo expongo a tu discreción,
estimado lector. Seguramente nadie le dará crédito y seguiremos preguntándonos qué fue
capaz de transformar un hombre a punto de suicidarse en un torbellino de creatividad y
excelencia. Tuvo que ser algún hecho sobrenatural, alguna sacudida de conciencia.
Para poder morir en paz, te expongo este relato fantasmagórico de mi maestro,
Ludwig Van Beethoven. Por favor, no lo consideres en serio y, cuando vuelvas a escuchar
los acordes iniciales de su Quinta Sinfonía, sigue escuchando la Fuerza de un trágico
Destino; no la revelación de un Terror inimaginable.
II) El Relato: De Ludwig Van Beethoven, compositor. 1802, Heiligenstadt
(Viena).
He cerrado las ventanas y las puertas con doble pasante. Mi corazón aún se sale
del pecho. Mis pantalones están aún mojados y fríos, mi mente enloquecida. Mi
respiración continúa con un jadeo inconsistente, fatídico. Pero quiero escribir con celeridad
lo que acaba de ocurrirme porque seguramente mi mente tratará de olvidar este horror; en
un intento de huir de los tenebrosos recuerdos.
Esta tarde escribí una carta a mis hermanos Karl y Johann, una especie de
testamento final antes de mi suicidio. Toda mi vida me he entregado al Arte Supremo de
la Música, convencido de que es el hilo áureo que nos comunica con Dios, con el Gran
Arquitecto. Pero este Dios malvado me alejó de mi música, provocando mi progresiva
sordera. Por esto, decidí suicidarme.
Al anochecer, me dirigí al bosque, con una cuerda correosa en la mano, bajo el
manto aterciopelado de la oscuridad estrellada; un ser humano buscaba dar final a su
sufrimiento.
Tras unas horas de prudente camino, llegué a mi lugar favorito en mis paseos,
cuando buscaba en la Naturaleza la inspiración que me guiara en la construcción de mis
obras. La luz de la luna se bañaba en el oscuro lago; el silencio era monástico. Todo
invitaba al regocijo, a la alabanza al creador de esta armonía; pero yo iba a romper el
sagrado contrato de la vida.
En medio de este silencio, escuché un súbito chasquido, como si un animal
estuviera escondido para huir; o escondido al acecho de su presa nocturna. Me volví y
todo sucedió a la velocidad del rayo; en un suspiro, vi una sombra delgada y gigantesca.
Recordé a los Gigantes que menciona la Biblia, habitantes de la Tierra. Su presencia
ocultaba la luna y las estrellas; sentí que algo agarró mi cuello y me elevó con una
violencia inusitada. Vi su rostro escondido en la sombra; sus dientes afilados; la verde
profundidad olorosa de sus ojos de fuego. Recuerdo esos ojos inmensos y crueles; nada
más pude ver y me desmayé.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que desperté. Aún las estrellas brillaban en su
esplendor. Me moví con dificultad; mi cabeza daba vueltas y tosí de un modo convulso.
- ¿Cómo te llamas? - oí decir a una voz áspera e inhumana procedente de la Sombra.
- Mi, mi nombre es Ludwig Van Beethoven...- balbuceé con dificultad.
- Eso me pareció cuando me acerqué para arrebatar tu alma. Un rayo de luna
iluminó tu rostro un instante y te recordé de un concierto de presentación de tus
Cuartetos de cuerda.
- Mis cuartetos...- conseguí vocalizar con dificultades.
- Sí, aunque sea un ladrón de almas y de vida, puedo ser capaz de apreciar la
belleza en su forma más sublime -dijo con ironía.
- ¿Ladrón de almas?... ¿Belleza? … - mi mente no funcionaba aún; oía su voz
tenebrosa que a duras penas podía entender.
- ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Buscando inspiración en la noche de los Espectros?
Es un milagro que aún puedas respirar. Dale las gracias a tu Dios - me espetó
mientras se levantaba y se acercaba a la orilla del lago.
Entonces lo pude ver en
toda su palidez y longitud. Era un espectro
tenebroso pero con tonos de elegancia, vestido con un traje impecable. Su pelo era largo,
grasiento... Parecía como un bosque de finas raíces húmedas y sangrientas.
- ¡Mi Dios! – exclamé con rabia- él me ha abandonado. Peor aún, me ha
concedido el mayor de los castigos; la burla más cruel. A mí, un músico que se entregó a
su servicio con devoción infinita, que ha descrito la magnificencia de su obra; me ha
castigado sustrayendo mi don más preciado, mi herramienta de trabajo: el sentido de la
escucha, mi oído otrora perfecto. Soy un músico recompensado con la sordera: Un hombre
desesperado que buscaba su fin en este lugar hasta tu molesta intromisión.
- Bien es cierto – murmuró como en un cántico, aún de espaldas a mí – que los
hombres merecéis los males que recibís. Vuestra estupidez es inmensa y turbulenta como
el caudal de los grandes ríos.
A lo largo de los siglos, lo he podido comprobar con tristeza. Incluso los más
grandes de vosotros caéis prisioneros de la completa ignorancia. Tu auténtico mal no es la
sordera que sufres, sino la ceguera que te guía en el camino de la vida. Eres como un niño
que no ve las piedras que se ponen por delante; que siempre tropieza y no se pregunta el
por qué.
Tras un momento de silencio inmenso, en el que vi pasar toda mi vida en un
exiguo segundo, se calló como si estuviese reflexionando acerca de la noche o las épocas,
de su pasado y de su futuro; luego, de súbito, la misteriosa Sombra continuó su letanía:
- Cuando algo os sucede, solamente interiorizáis su lado adverso, sin ir más allá.
Sin valorar el honor del reto; el privilegio de la lucha; lo que significa vuestra existencia en
el Universo tras miles de años de construcción armoniosa en pos de la vida y la conciencia.
Vuestros pequeños problemas os abruman; y no sois capaces de vislumbrar su verdadero
y eterno significado.
Me quedé paralizado nuevamente. Antes había sido la fuerza de mi captor y
el terror que me inundaba. Ahora me paralizó el asombro y el desconcierto. A medida que
comprendía sus palabras, la desesperación que
había traído conmigo a la orilla del
sagrado lago, se iba transformando en revelación y vergüenza; y el terror y la
preocupación por mi vida se transformaban en paz y reconciliación.
- Es la ceguera tu verdadero problema, Ludwig – siguió diciendo tras girarse
rápidamente y acercarse a una velocidad inhumana. Su rostro estaba frente al mío; sus ojos
entraban en mi ser como el cuchillo de un eficiente carnicero de almas. Era la
personificación del Mal, de Caronte, de las Parcas; y yo no sabía qué quería de mí.
Entonces prosiguió. – Alguien como tú justifica el Universo y su creación,
Ludwig. Tú extraes lo mejor del mundo que nos rodea y lo conviertes en divino sonido.
Dios te necesita y protege; gente como tú sois la prueba del éxito de su Gran Tarea.
Ahora lo pienso y me echo a temblar. Pero en los momentos de mayor tensión y
zozobra, es cuando afloran recursos ocultos que nos empujan a lo increíble. Acerqué más
aún mi cara a él, en modo desafiante, y le grité como si fuera a ser mi último acto con vida:
- ¡Él me odia quitándome mi oído; él lo sabe y sea tan maldito como tú!
Entonces se incorporó, su rostro se transformó, como si llevase una humanidad
oculta en su interior; que ponía y quitaba a su antojo. Me dijo con quietud:
- No lo comprendes. Él te quita el oído para que el mundo ya no te distraiga. Él
desea que solamente escuches a tu interior, que solamente lo escuches a Él, porque Dios
está en ti. Serás un músico único; porque tu música no será producto de este mundo; será
la música oculta en la naturaleza y en la vida; tu música será la Voz del Sumo Creador.
Dio un salto para sumergirse entre la maleza. Se giró y me dirigió un último consejo:
- Deshazte de tu ignorancia, busca sabiduría en las antiguas escrituras, nunca
juzgues a otros antes de juzgarte a ti y, sobre todo, crea sin descanso … - y desapareció
entre la niebla...
Y de boca de la Muerte recibí la explicación de la Vida...
III) El Epílogo: De un editor vienés. 1863, Viena.
Entró taciturno Schindler a mi despacho, me dejó un manuscrito sucio y viejo,
me miró entristecido y se fue. No lo volví a ver nunca más.
Cuando lo leí, me asaltó la perplejidad y el asombro. Cualquiera pensaría que
era un relato de ficción, una alucinación de un hombre desencajado por las
circunstancias… sin embargo, yo no pensaba eso; yo le daba credibilidad.
Diréis que juego con ventaja. Sí, conozco el documento redactado por
Beethoven en Heiligenstadt, una especie de despedida hacia sus hermanos, profetizando
su inminente suicidio.
También sé que a partir de ese momento, Beethoven desarrolló una actividad
creadora sin precedentes; que en los años siguientes surgieron obras inmortales en su
belleza y complejidad sublime. Si estas obras divinas eran obras de un hombre acabado,
nos sugiere que tuvo que suceder alguna experiencia iluminadora que provocara esta
metamorfosis; que provocara el fin de la oruga y la liberación de la mariposa, o el
florecimiento final de una Venus.
Sí, el documento refleja una verdad. Pero no la publicaré. Y eso que tendría un
excepcional interés biográfico; y provocaría una sacudida en los cimientos de los eruditos
y una conmoción entre los admiradores del maestro; y este hecho se traduciría en
suculentos beneficios para mí; lo cual siempre ha sido una razón decisiva en todas mis
reflexiones.
También es cierto que se sabe que Beethoven tenía siempre frente a él un
cuadro con palabras recogidas de las antiguas escrituras religiosas egipcias: “ Yo soy
aquello que es, lo soy todo, lo que es , lo que fue, lo que será; ningún mortal ha levantado
nunca mi velo. Él sólo y únicamente es de sí mismo y a él deben su existencia todas las
cosas.”
Me reconforta que estas palabras que escribí hace tantos años hayan inspirado
las sublimes obras del maestro. En cierto modo, me redime de la bestial lacra que he
significado para el mundo.
Pero, creedme, cualquiera que leyera esta historia, pensaría que es una broma
triste. Yo sé que es verdadera, pero tiro este manuscrito al fuego. No por las razones
históricas antes expuestas. No.
El enigma de Heiligenstadt seguirá sin descifrarse; consumido por el fuego el
único documento que lo puede explicar. Lo sé porque lo recuerdo como si hubiera sido
ayer. Lo sé porque yo estaba allí.
Sí, yo soy aquel que oculta las lunas y las estrellas, se me conoce por muchos
nombres, pero esta ya no es mi historia. Este es el relato de un hombre salvado de la
muerte por la propia Muerte. Lo que esto significa, no sabría decíroslo. Como decía
Ludwig: “Esto solamente puede decirse con el piano”.
Isaac Martínez Mederos
Colegio Marpe Altavista.
Las Palmas de Gran Canaria
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