DE LA FUERZA DE TRABAJO EN SALARIO En la superfici

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CAPITULO XVII
EL SALARIO
TRANSFORMACION DEL VALOR (O, EN SU CASO, DEL PRECIO) DE LA
FUERZA DE TRABAJO EN SALARIO
En la superficie de la sociedad burguesa, el salario del obrero se pone de manifiesto como
precio del trabajo, como determinada cantidad de dinero que se paga por determinada
cantidad de trabajo. Se habla aquí del valor del trabajo, y a la expresión dineraria de ese
valor se la denomina precio necesario o natural del trabajo. Se habla, por otra parte, de
los precios de mercado del trabajo, esto es, de precios que oscilan por encima o por
debajo de su precio necesario.
¿Pero qué es el valor de una mercancía? La forma objetiva del trabajo social gastado en la
producción de la misma. ¿Y cómo medimos la magnitud de su valor? Por la magnitud del
trabajo que contiene. ¿Cómo se determinaría, pues, el valor de una jornada laboral de 12
horas? Por las 12 horas de trabajo contenidas en una jornada laboral de 12 horas, lo que
es una huera tautología [1].
[652] Para que se lo pudiera vender en el mercado como mercancía, el trabajo, en todo
caso, tendría que existir antes de ser vendido. Pero si el trabajador pudiera darle al trabajo
una existencia autónoma, lo que vendería sería una mercancía, y no trabajo [2].
Prescindiendo de estas contradicciones, un intercambio directo de dinero esto es, de
trabajo objetivado por trabajo vivo, o anularía la ley del valor que precisamente se
desarrolla libremente, por primera vez, sobre el fundamento de la producción capitalista o
anularía la producción capitalista misma, que se funda precisamente en el trabajo
asalariado. Supongamos, por ejemplo, que la jornada laboral de 12 horas se representa en
un valor dinerario de 6 chelines. O bien se intercambian equivalentes, y entonces el
obrero percibe 6 chelines por el trabajo de 12 horas. El precio de su trabajo sería igual al
de su producto. En este caso no produciría plusvalor alguno para el comprador de su
trabajo, los 6 chelines no se convertirían en capital, el fundamento de la producción
capitalista se desvanecería; pero es precisamente sobre ese fundamento que el obrero
vende su trabajo y que éste es trabajo asalariado. O bien percibe por las 12 horas de
trabajo menos de 6 chelines, esto es, menos de 12 horas de trabajo. 12 horas de trabajo se
intercambian por 10 horas de trabajo, por 6, etc. Esta equiparación de magnitudes
desiguales no sólo suprime la determinación del valor: una contradicción semejante, que
se destruye a sí misma, en [653] modo alguno puede ser ni siquiera enunciada o
formulada como ley 3.
De nada sirve deducir ese intercambio, el intercambio entre más trabajo y menos trabajo,
de la diferencia formal consistente en que en un caso se trata de trabajo objetivado y en el
otro de trabajo vivo [4]. Esto es tanto más absurdo por cuanto el valor de una mercancía
no se determina por la cantidad de trabajo efectivamente objetivado en ella, sino por la
cantidad de trabajo vivo necesario para su producción. Supongamos que una mercancía
representa 6 horas de trabajo. Si se efectúan invenciones gracias a las cuales se la puede
producir en 3 horas, también el valor de la mercancía ya producida se reduce a la mitad.
Ahora representa 3 horas, en vez de las 6 anteriores, de trabajo social necesario. Su
magnitud de valor se determina, pues, por la cantidad de trabajo requerida para su
producción, y no por la forma objetiva de ese trabajo.
En el mercado, lo que se contrapone directamente al poseedor de dinero no es en realidad
el trabajo, sino el obrero. Lo que vende este último es su fuerza de trabajo. No bien
comienza efectivamente su trabajo, éste ha cesado ya de pertenecer al obrero, quien por
tanto, ya no puede venderlo. El trabajo es la sustancia y la medida inmanente de los
valores, pero él mismo no tiene valor alguno 5.
En la expresión "valor del trabajo", el concepto de valor no sólo se ha borrado por
completo, sino que se ha transformado en su contrario. Es una expresión [654]
imaginaria, como, por ejemplo, valor de la tierra. Estas expresiones imaginarias, no
obstante, surgen de las relaciones mismas de producción. Son categorías para las formas
en que se manifiestan relaciones esenciales. El hecho de que en su manifestación las
cosas a menudo se presentan invertidas, es bastante conocido en todas las ciencias, salvo
en la economía política [6].
La economía política clásica tomó prestada de la vida cotidiana la categoría "precio de
trabajo", sin someterla a crítica, para luego preguntarse: ¿cómo se determina ese precio?
Pronto reconoció que el cambio verificado en la relación entre la oferta y la demanda, en
lo que respecta al precio del trabajo como en lo que se refiere a cualquier otra mercancía
no explicaba nada excepto el cambio de ese precio, esto es, las oscilaciones de los precios
del mercado por encima o por debajo de cierta magnitud. Si la oferta y la demanda
coinciden, bajo condiciones en lo demás iguales, la oscilación del precio cesa. Pero
entonces la oferta y la demanda cesan también de explicar cosa alguna. Cuando la oferta
y la demanda coinciden, el precio del trabajo es su precio determinado
independientemente [655] de la relación entre la oferta y la demanda, es decir, su precio
natural, éste, así, apareció como el objeto que realmente había que analizar. O se tomaba
un período más extenso de oscilaciones experimentadas por el precio del mercado,
digamos un año, y se llegaba a la conclusión de que las alzas y bajas se nivelaban en una
magnitud media, promedial, en una magnitud constante. Esta, naturalmente, tenía que
determinarse de otra manera que por sus propias oscilaciones, que se compensan entre sí.
Este precio que predomina sobre los precios accidentales alcanzados por el trabajo en el
mercado y que los regula, el "precio necesario" (fisiócratas) o "precio natural" del trabajo
(Adam Smith), sólo podía ser, como en el caso de las demás mercancías, su valor
expresado en dinero. La economía política creyó poder penetrar, a través de los precios
accidentales del trabajo, en su valor. Como en el caso de las demás mercancías, ese valor
se siguió determinando por los costos de producción. ¿Pero cuáles son los costos de
producción... del obrero, esto es, los costos que insume la producción o reproducción del
obrero mismo? Inconscientemente, la economía política sustituyó por ésta la cuestión
originaria, pues n lo que respecta a los costos de producción del trabajo en cuanto tales se
movía en un círculo vicioso sin adelantar un solo paso. Lo que la economía política
denomina valor del trabajo (value of labour), pues, en realidad es el valor de la fuerza de
trabajo que existe en la personalidad del obrero y que es tan diferente de su función, del
trabajo, como una máquina lo es de sus operaciones. Ocupados con la diferencia entre los
precios del trabajo en el mercado y lo que se llamaba su valor, con la relación entre ese
valor y la tasa de ganancia, y entre ese valor y los valores mercantiles producidos por
intermedio del trabajo, nunca descubrieron que el curso del análisis no sólo había llevado
de los precios del trabajo en el mercado a su valor [a], sino que había llevado a resolver
este valor del trabajo mismo en el valor de la fuerza de trabajo. La falta de conciencia
acerca de este resultado obtenido por su propio análisis; la aceptación, sin crítica, de las
categorías "valor del trabajo", "precio natural del trabajo", etc., como expresiones
adecuadas y últimas de [656] la relación de valor considerada, sumió a la economía
política clásica, como se verá más adelante, en complicaciones y contradicciones
insolubles y brindó a la economía vulgar una base segura de operaciones para su
superficialidad, que sólo venera a las apariencias.
Veamos ahora, por de pronto, cómo el valor y el precio de la fuerza de trabajo se
presentan en su forma transmutada como salario.
Como ya sabemos, el valor diario de la fuerza de trabajo se calcula sobre la base de cierta
duración de la vida del obrero, la cual corresponde a cierta duración de la jornada laboral.
Supongamos que la jornada laboral habitual sea de 12 horas y el valor diario de la fuerza
de trabajo ascienda a 3 chelines, expresión dineraria de un valor en el que se representan
6 horas de trabajo. Si el obrero percibe 3 chelines, percibe el valor de su fuerza de trabajo
mantenida en funcionamiento durante 12 horas. Ahora bien, si ese valor diario de la
fuerza de trabajo se expresara como valor del trabajo efectuado durante un día,
obtendríamos el resultado siguiente: el trabajo de 12 horas tiene un valor de 3 chelines. El
valor de la fuerza de trabajo determina así el valor del trabajo o, expresándolo en dinero,
el precio necesario del trabajo. Si el precio de la fuerza de trabajo, por el contrario, difiere
de su valor, el precio del trabajo diferirá asimismo de lo que se llama su valor.
Como el valor del trabajo no es más que una expresión irracional para designar el valor
de la fuerza de trabajo, de suyo se obtiene el resultado de que el valor del trabajo siempre
tiene que ser necesariamente menor que el producto del valor, puesto que el capitalista
siempre hace funcionar a la fuerz de trabajo durante más tiempo que el necesario para
que se reproduzca el valor de la misma. En el ejemplo aducido más arriba, el valor de la
fuerza de trabajo mantenida en funcionamiento durante 12 horas era de 3 chelines, un
valor para cuya reproducción aquélla requiere 6 horas. Su producto de valor, en cambio,
es de 6 chelines, porque en realidad funciona durante 12 horas, y su producto de valor no
depende del valor mismo de la fuerza de trabajo, sino de la duración de su
funcionamiento. Llegamos así al resultado, a primera vista absurdo, [657] de que un
trabajo que crea un valor de 6 chelines, vale 3 chelines [7].
Vemos además lo siguiente: el valor de 3 chelines en que se representa la parte paga de la
jornada laboral, esto es, el trabajo de 6 horas, aparece como valor o precio de la jornada
laboral total de 12 horas, que contiene 6 horas impagas. La forma del salario, pues, borra
toda huella de la división de la jornada laboral entre trabajo necesario y plustrabajo, entre
trabajo pago e impago. Todo trabajo aparece como trabajo pago. En la prestación
personal servil el trabajo del siervo para sí mismo y su trabajo forzado para el señor se
distinguen, de manera palmariamente sensible, tanto en el espacio como en el tiempo. En
el trabajo esclavo, incluso la parte de la jornada laboral en la cual el esclavo no hace más
que suplir el valor de sus propios medios de subsistencia, en la cual, pues, en realidad
trabaja para sí mismo, aparece como trabajo para su amo. Todo su trabajo toma la
apariencia de trabajo impago [8] 9. En el caso del trabajo asalariado, por el contrario,
incluso el plustrabajo o trabajo impago aparece como pago. Allí la relación de propiedad
vela el trabajar para sí mismo del esclavo, aquí, la relación dineraria encubre el trabajar
gratuito del asalariado.
Se comprende, por consiguiente, la importancia decisiva de la transformación del valor y
precio de la fuerza de trabajo en la forma del salario, o sea en el valor y precio del trabajo
mismo. Sobre esta forma de manifestación, que vuelve invisible la relación efectiva y
precisamente muestra lo opuesto de dicha relación, se fundan todas las nociones jurídicas
tanto del obrero como del capitalista, todas las [658] mistificaciones del modo capitalista
de producción, todas sus ilusiones de libertad, todas las pamplinas apologéticas de la
economía vulgar.
Si bien la historia universal ha necesitado mucho tiempo para penetrar el misterio del
salario, nada es más fácil de comprender, en cambio, que la necesidad, las "raisons d'etre"
[razones de ser] de esa forma de manifestación.
En un principio, el intercambio entre el capital y el trabajo se presenta a la observación
exactamente de la misma manera que en el caso de la compra y venta de todas las demás
mercancías. El comprador entrega cierta suma de dinero, el vendedor un artículo
diferente del dinero. La conciencia jurídica reconoce aquí, cuando más, una diferencia
material que se expresa en las fórmulas jurídicamente equivalentes: do ut des, do ut
facias, facio ut des y facio ut facias [doy para que des, doy para que hagas, hago para que
des y hago para que hagas] [10]bis.
Además, como el valor de cambio y el valor de uso son, en sí y para sí, magnitudes
inconmensurables, las expresiones "valor del trabajo", "precio del trabajo", no parecen
ser más irracionales que las expresiones "valor del algodón", "precio del algodón".
Añádase a ello que al obrero se le paga después que ha suministrado su trabajo. En su
función de medio de pago, pero a posteriori, el dinero realiza el valor o precio del artículo
suministrado, o sea, en el presente caso, el valor o precio del trabajo suministrado. Por
último, el "valor de uso" que el obrero suministra al capitalista no es en realidad su fuerza
de trabajo, sino su función, un trabajo útil determinado: trabajo sastreril, de zapatero, de
hilandero, etc. Que ese mismo trabajo, desde otro ángulo, sea el elemento general creador
de valor una propiedad que lo distingue de todas las demás mercancías , es un hecho que
queda fuera del campo abarcado por la conciencia ordinaria.
Si nos situamos en el punto de vista del obrero que a cambio de 12 horas de trabajo
percibe, por ejemplo, el producto de valor de 6 horas de trabajo, digamos 3 chelines,
veremos que para él, de hecho, su trabajo de 12 horas es el medio que le permite comprar
los 3 chelines. El valor de su fuerza de trabajo puede variar, con el valor de sus medios
habituales de subsistencia, de 3 a 4 chelines, o de 3 a 2 chelines; o, si el valor de su fuerza
de trabajo se mantiene igual, su precio, a consecuencia de una relación [659] variable de
la oferta y la demanda, puede aumentar a 4 chelines o disminuir a 2 chelines, pero el
obrero proporciona siempre 12 horas de trabajo. De ahí que todo cambio en la magnitud
del equivalente que recibe, se le aparezca necesariamente como cambio en el valor o
precio de sus 12 horas de trabajo. A la inversa, esta circunstancia indujo a Adam Smith
quien operaba con la jornada laboral como con una magnitud constante 11 a sostener que
el valor del trabajo era constante, por más que variara el valor de los medios de
subsistencia y que, por consiguiente, la misma jornada laboral se representara para el
obrero en una cantidad mayor o menor de dinero.
Si, por otra parte, observamos el caso del capitalista, vemos que éste quiere obtener
precisamente la mayor cantidad posible de trabajo por la menor cantidad posible de
dinero. Por eso, desde el punto de vista práctico, a él sólo le interesa la diferencia entre el
precio de la fuerza del trabajo y el valor que crea el funcionamiento de la misma. Pero
procura comprar todas las mercancías al precio más bajo posible y por eso, en todos los
casos, cree encontrar la razón de su ganancia en la simple trapacería de comprar por
debajo del valor y vender por encima de éste. De ahí que no caiga en la cuenta de que si
existiera realmente una cosa tal como el valor del trabajo y él pagara efectivamente ese
valor, no existiría ningún capital, su dinero no se transformaría en capital.
Por añadidura, el movimiento efectivo del salario muestra fenómenos que parecen
demostrar que no se paga el valor de la fuerza de trabajo sino el de su función, el trabajo
mismo. Podemos reducir. estos fenómenos a dos grandes clases. Primera: variación del
salario cuando varía la extensión de la jornada laboral. Es como si se llegara a la
conclusión de que no se paga el valor de la máquina sino el de su funcionamiento, puesto
que cuesta mas alquilar una máquina por una semana que por un día. Segunda: la
diferencia individual entre los salarios de diversos obreros que ejecutan la misma
función. Esta diferencia individual la encontramos también, pero sin que suscite
ilusiones, en el sistema de la esclavitud, en el cual se vende franca y abiertamente, sin
tapujos, la fuerza de trabajo misma. [660] Sólo que la ventaja de una fuerza de trabajo
superior a la media, o la desventaja de otra que esté por debajo de esa media, en el
sistema esclavista recae sobre el propietario de esclavos y en el sstema del trabajo
asalariado sobre el propio trabajador, porque en este caso es él mismo quien vende su
fuerza de trabajo, mientras que en aquél el vendedor de esa fuerza es un tercero.
Por lo demás, con la forma de manifestación "valor y precio del trabajo" o "salario" a
diferencia de la relación esencial que se manifiesta, esto es, del valor y el precio de la
fuerza de trabajo ocurre lo mismo que con todas las formas de manifestación y su
trasfondo oculto. Las primeras se reproducen de manera directamente espontánea, como
formas comunes y corrientes del pensar; el otro tiene primeramente que ser descubierto
por la ciencia. La economía política clásica tropieza casi con la verdadera relación de las
cosas, pero no la formula conscientemente, sin embargo. No podrá hacerlo mientras esté
envuelta en su piel burguesa.
NOTAS
[1] 21 "El señor Ricardo es suficientemente ingenioso para eludir una dificultad que
amenaza, a primera vista, con poner en aprieto a su teoría: que el valor depende de la
cantidad de trabajo empleada en la producción. Si nos adherimos rígidamente a este
principio de él se desprende que el valor del trabajo depende de la cantidad de trabajo
empleada en producirlo, lo que evidentemente es absurdo. Por eso el señor Ricardo,
mediante un diestro viraje, hace que el valor del trabajo dependa de la cantidad de trabajo
requerida para producir los salarios; o, para permitirle que se exprese con su propio
lenguaje, sostiene que el valor del trabajo debe estimarse por la cantidad de trabajo
requerida para producir los salarios, y entiende por esto la cantidad de trabajo requerida
para producir el dinero o las mercancías dadas al trabajador. Esto es como decir que el
valor del paño se estima, no según la cantidad de trabajo empleada en su producción, sino
según la cantidad de trabajo empleada en la producción de la plata que se da a cambio del
paño." ([S. Bailey,] "A Critical Dissertation..." , pp. 50, 51.)
[2] 22 "Si denominamos mercancía al trabajo, no es como a una mercancía a la que
primero se la produce para intercambiarla, y luego se la lleva al mercado, donde tiene que
intercambiarse por otras mercancías conforme a las cantidades respectivas que de cada
una existan en el mercado en ese momento; el trabajo se crea en el instante en que se lo
lleva al mercado; es más, se lo lleva al mercado antes de crearlo." ("Observations on
Some Verbal Disputes...", pp. 75, 76.)
23 "Si consideramos el trabajo como una mercancía y el capital, el producto del trabajo,
como otra, tendremos que si los valores de esas dos mercancías se regularan por
cantidades iguales de trabajo, un monto dado de trabajo se... intercambiaría por la
cantidad de capital que ha sido producida por el mismo monto de trabajo; el trabajo
pretérito... se... cambiaría por el mismo monto que el trabajo presente.... Pero el valor del
trabajo, en relación con otras mercancías, no se determina por cantidades iguales de
trabajo." (E. G. Wakefield en su edición de A. Smith, "Wealth of Nations", Londres,
1835, vol. I, pp. 230, 231, n.)
3
[4] 24 "Hubo que convenir" (una versión más del "contrat social") "en que todas las veces
que él cambiara trabajo efectuado por trabajo a efectuar, el último" (el capitalista)
"tendría un valor superior al primero" (el trabajador). (Simonde (id est [es decir],
Sismondi), "De la richesse commerciale", Ginebra, 1803, t. I, p. 37.)
25 "El trabajo, la medida exclusiva del valor... el creador de toda riqueza, no es una
mercancía." (Th. Hodgskin, "Popular Political Economy", p. 186.)
5
[6] 26 Declarar, por el contrario, que tales expresiones son meramente licencia poética,
muestra tan sólo la impotencia del análisis. Contra la frase de Proudhon: "Del trabajo se
dice que es valor, no tanto en cuanto mercancía en sí mismo, sino en vista de los valores
que, según se supone, encierra potencialmente. El valor del trabajo es una expresión
figurada", etc., he observado por eso: "En el trabajo-mercancía, que es de una terrible
realidad, Proudhon no ve más que una elipsis gramatical. Conforme a ello, toda la
sociedad actual, fundada sobre el trabajo-mercancía, está fundada desde ahora sobre una
licencia poética, sobre una expresión figurada. Si la sociedad quiere <<eliminar todos los
inconvenientes>> que la atormentan, pues bien, que elimine los términos malsonantes,
que cambie de lenguaje, para lo cual no tiene más que dirigirse a la academia y solicitarle
una nueva edición de su diccionario." (K. Marx, "Misère de la philosophie", pp. 34, 35.)
Aun más cómodo, naturalmente, es no entender por valor absolutamente nada. Se puede
entonces, sin ceremonias, subsumir todo en esa categoría. Así lo hace, por ejemplo, JeanBaptiste Say. ¿Qué es "valeur" [valor]? Respuesta: "Lo que vale una cosa"; ¿y qué es
"prix" [precio]? Respuesta: "El valor de una cosa expresado en dinero". ¿Y por qué "el
trabajo de la tierra" tiene "un valor"? "Porque se le fija un precio". Por tanto, valor es lo
que vale una cosa, y la tierra tiene un "valor" porque su valor está "expresado en dinero".
Es, en todo caso, un método sencillísimo de averiguar el why [porqué] y el wherefore
[motivo] de las cosas.
[a] a En la 3ª y 4ª ediciones: "valor presunto".
[7] 27 Cfr. "Zur Kritik...", p. 40, donde anuncio que el análisis del capital habrá de
brindar la solución de este problema: "¿Cómo la producción fundada en el valor de
cambio, determinado a su vez meramente por el tiempo de trabajo, arroja el resultado de
que el valor de cambio del trabajo es menor que el valor de cambio de su producto?"
[8] 28 El "Morning Star", órgano librecambista londinense ingenuo hasta la necedad,
afirmó solemnemente una y otra vez durante la guerra civil norteamericana, con toda la
indignación moral de la que el hombre es capaz, que los negros de los "Confederated
States" {196} trabajaban completamente de balde. Debió haber tenido la amabilidad de
comparar los costos diarios de uno de esos negros con los de un trabajador libre en el
East End de Londres, por ejemplo.
[196] "Confederate States of America" fue la denominación que adoptaron, en el
Congreso de Montgomery (febrero de 1861) los estados que se segregaron de la Unión
norteamericana en las fechas que se indican: Carolina del Sur (diciembre de 1860),
Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana (enero de 1861), Tejas (febrero); más
tarde se sumaron a ellos Virginia (abril), Tennessee, Carolina del Norte y Arkansas
(mayo). Durante la guerra entre el gobierno federal y los confederados, Marx escribió
numerosos artículos en defensa del primero.-- 657.
9
[10] [196 bis] Fórmulas clásicas del derecho romano consignadas en el "Digesto" (libro
XIX, tít. 5, 5), en un texto del jurisconsulto Julio Paulo, que vivió hacia el año 200 d.n.e.
(Véase nuestra nota 49.).-- 658.
29 Adam Smith sólo alude accidentalmente, cuando se refiere a destajo, a la variación
de la jornada laboral.
11
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