El Escapulario del Carmen (IX) La realidad del infierno y del purgatorio La promesa del Escapulario del Carmen hace referencia al infierno, y el Privilegio Sabatino al purgatorio. Para entender mejor esto, y como complemento a lo expuesto antes, algunas indicaciones doctrinales: La existencia de un infierno eterno al que van los que mueren en pecado mortal, es dogma de fe. Está claro en la Sagrada Escritura, -— revelación de Dios—: “Apartaos de mí malditos, al fuego eterno..., y se irán a la condenación eterna” (Mt. 25, 41-45). “Más te vale entrar manco o cojo en la vida, que con las dos manos o los dos pies ser echado al fuego eterno..., al infierno, donde su gusano no morirá ni el fuego se apagará” (Mt. 18,8; Mc. 9, 43 s). “Quien adore la bestia..., beberá el vino del furor de Dios, que está preparado puro en la copa de su ira, y se le atormentará con fuego y azufre... y el humo de su tormento se elevará por los siglos de los siglos” (Apoc. 14, 10 s.). El diablo, con la bestia y el falso profeta, “será echado al lago de fuego y azufre... y se le atormentará día y noche por los siglos de los siglos. Y si alguien no se encuentra escrito en el libro de la vida, se le echará al lago de fuego” (Apoc. 20, 10 s) La palabra “aion” podía significar también “duración larga”; para que expresase claramente “eternidad” se ponía en plural o en genitivo, pues bien, S. Juan para remachar la idea usa el plural y el genitivo: “por los siglos de los siglos”. El Concilio Lateranense IV (1215) definió como dogma de fe: “Creemos firmemente y confesamos..., que Jesucristo... vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos..., para que resuciten según sus obras..., los réprobos a la pena eterna con el diablo”. Y Benedicto XII (1336): “Definimos..., que quien muera en pecado mortal, inmediatamente después de su muerte va al infierno, donde es atormentado”. (Lo que indica también que el juicio particular tiene lugar antes, inmediatamente después de la muerte, conforme al texto de la carta a los Hebreos (9,27): “A los hombres les toca morir una sola vez, y tras esto el juicio”). A muchos les parece imposible que un Dios bueno pueda castigar con un fuego eterno. Pero el hecho es así, es palabra de Dios. Más aún, es igualmente de fe que muchos se condenan. En el Vaticano II, la Comisión Teológica rechazó la necesidad de afirmar en LG. 48, que el infierno no es una mera hipótesis, por la sencilla razón de que ya se cita en el Evangelio, y no como hipótesis: Al fin del mundo “saldrán de los sepulcros: los que hicieron el mal resucitados a la condenación” (Jn. 5,29). El Evangelio dice además: En el cielo “muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (Lc. 13,24). Son anchos la puerta y el camino que llevan a la perdición, y muchos entran por ellos; y son estrechos la puerta y el camino que llevan a la vida, y pocos los encuentran” (Mt. 7, 13-14). Siguiendo la proporción que de aquí se desprende, muchos SS. Padres, santos como S. Francisco Javier, y otras revelaciones privadas afirman que son más los que se condenan que los que se salvan. Pero sean más o menos, las palabras tajantes de Dios ahí están, y su confirmación por la interpretación de la Iglesia, asistida con el Espíritu Santo que no la permite equivocarse. Dios es bueno y condena así. Si no lo entendemos es porque nuestra inteligencia es pequeñísima, y absolutamente incapaz, para conocer plenamente a Dios; por eso no se trata de entender, sino de creer. Sin embargo algo podemos comprender, es decir: que Dios es infinito en todo, primeramente en su amor y misericordia: creándonos sin necesidad, uniendo a su Segunda Persona un cuerpo y alma para nacer, padecer y morir por nosotros, quedándose con nosotros en la Eucaristía bajo la apariencia de pan... Dios hace todo a lo Dios, y cuando el hombre, que todo se lo debe, en vez de amarle le desprecia y ofende desobedeciendo gravemente sus mandamientos, Dios, cargado de razón, y cuya Justicia es también infinita, castiga igualmente a lo Dios: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno”. De Dios nadie se ríe. La existencia del purgatorio, donde van las almas que mueren en gracia, pero aún con penas que satisfacer por sus pecados, es, como la del infierno, dogma de fe. En el Antiguo Testamento (2 Mac.12, 43 s) se alaba la oración por los difuntos, lo que supone la existencia del purgatorio, y la posibilidad de ayudar a las almas que están en él. Según enseña S. Pablo (1 Cor. 3,15), quien construye sobre Jesucristo (es decir, quien está en gracia) se salvará, sin embargo, “se salvará, pero como a través del fuego” “si su obra se consume por el fuego en el juicio” (es decir, si no es incombustible, si está corrompida en parte con pecados veniales, o mortales, perdonados en cuanto a la culpa, no del todo en cuanto a la pena). A su vez el Apocalipsis (21,27) nos avisa: “No entrará en la Jerusalén celestial nada corrompido”. S. Mateo dice (12,32) que el pecado contra el Espíritu Santo no se perdona en esta vida ni en la otra, de lo cual se deduce que hay pecados cuyo perdón se alcanza en la otra vida. S. Lucas (12,48) concreta que después del juicio del Señor algunos serán poco azotados, por tener menos responsabilidad, donde aparece una referencia al purgatorio. Eugenio IV, con palabras tomadas del Concilio II de Lyon de 1274, declaraba en 1439 dogma de fe la existencia del purgatorio, y que las almas allí detenidas pueden ser ayudadas por los sufragios de los fieles: “En nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y aprobándolo este ecuménico Concilio Florentino, definimos, para que esta verdad de fe sea recibida y creída por todos los cristianos..., que después de la muerte son purgadas con las penas del purgatorio las almas de los que hayan fallecido en gracia de Dios, arrepentidos, pero antes de haber satisfecho, con adecuadas obras de penitencia, por sus pecados de comisión y omisión, y que para ser aliviados de tales penas les aprovechan los sufragios de los fieles; es decir, las misas, oraciones, limosnas y otros actos de piedad por los difuntos, instituidos por la Iglesia”. La profesión de fe del Concilio de Trento (1564) repite los mismos dogmas. Una vez que estamos convencidos por la fe, y hemos de admitir, la existencia del infierno y del purgatorio, si no somos unos insensatos ha de preocuparnos profundamente el evitarlos. No es para menos si meditamos en la desesperación de quienes están en el tormento del fuego (aunque sean sólo las almas, algo les hará padecer dolores semejantes a los que sentimos cuando nos quemamos), y eso siempre, siempre, sin descanso, sin fin. El purgatorio, aunque será muy diverso según lo que cada uno tenga que purificarse, y no siempre será de fuego, sin embargo según los santos y sus comunicaciones sobrenaturales, sí está claro que es muy preferible padecer lo que sea en la tierra en vez de sufrir el purgatorio. De esto se desprende ante todo la consecuencia práctica que no sólo procuremos se ofrezcan sufragios por nosotros después de nuestra muerte, sino que procuremos en esta vida satisfacer la pena merecida por nuestros pecados. Satisfacción bien fácil, por cierto, ya que toda buena obra que hagamos tiene, aparte de su valor personal, meritorio e intransferible, y de su valor impetratorio (siempre atrae las bendiciones de Dios), otro satisfactorio, por el que se remite parte de la pena a pagar en el purgatorio. Además, actualmente, las obras con indulgencia parcial tienen doble valor satisfactorio al que tendrían sin ella. “Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que en el desempeño de sus deberes y en el sufrimiento de las miserias de la vida, eleva su alma a Dios con humilde confianza, aun sólo mentalmente, con alguna pía invocación. “Se concede indulgencia parcial al fiel cristiano que llevado del espíritu de fe se emplea a sí mismo o sus bienes en servicio de sus hermanos necesitados, con espíritu de misericordia”. “Se concede indulgencia parcial a los fieles que voluntariamente se abstienen de cosas lícitas agradables, por espíritu de penitencia”. También tienen indulgencia parcial una serie de oraciones indulgenciadas, usar objetos piadosos bendecidos, visitar al Santísimo o el cementerio, aprender o enseñar la doctrina cristiana, asistir a la predicación... Indulgencia plenaria, —perdón de toda la pena— se puede ganar con determinadas obras (Rosario delante del Santísimo o en familia, visita de media hora al Santísimo, lectura de la Biblia durante media hora, el viacrucis, o los impedidos media hora de lectura y meditación de la pasión, etc.) confesando, comulgando y rezando por las intenciones del Papa; además se precisa la decisión firme de no volver a cometer pecado. Sólo se puede ganar una indulgencia plenaria al día; pero será excelente devoción no dejar de ganarla todos los días. El Concilio de Trento, en la profesión de fe, dice: “Afirmo que la facultad de conceder indulgencias fue dejada por Cristo a la Iglesia, y su uso es sumamente saludable al pueblo cristiano”. También condenó con anatema a quienes niegan que la Iglesia tiene potestad de concederlas, o afirman que son inútiles. Podemos privarnos del valor satisfactorio de nuestras obras en favor de las almas del purgatorio, notable acto de caridad. La indulgencia plenaria a la hora de la muerte es más que el privilegio sabatino, pero quizás sea menos fácil de ganar. Por otra parte, no será descaminado pensar que la Stma. Virgen ayudará particularmente a ganarla a quienes hayan cumplido bien las condiciones exigidas por el privilegio sabatino. Continuará… (P. José Luis de Urrutia, S.J.)