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La evolución del ser humano
Desarrollos en la paleoantropología
En el capítulo anterior vimos que, en principio, podemos clasificar
la naturaleza viva de diferentes maneras. La clasificación que usemos
dependerá en parte de nuestros intereses y de qué conceptos y criterios manejemos. Por ello podría dar la impresión de que estas clasificaciones son siempre arbitrarias. Sin embargo, no es así. Nuestros conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la vida en la
tierra se han multiplicado de forma espectacular en los últimos cien
años. Cada vez comprendemos mejor la forma en que la vida se ramifica en innumerables estratos y cómo se ha llegado hasta la actual
biodiversidad. Las taxonomías de hoy en día ya no se basan en las
características externas de los organismos (morfología), sino en su
parentesco filogenético. Los organismos que provienen de la misma
rama evolutiva están emparentados entre sí y pertenecen al mismo
grupo, aunque su apariencia exterior pueda ser muy diferente. A la
inversa, los organismos que pese a su parecido superficial no proceden de la misma rama evolutiva, no pertenecen al mismo grupo
desde el punto de vista taxonómico. El espectacular desarrollo del
conocimiento también se ha producido en la ciencia que investiga
el origen y la evolución del ser humano, la paleoantropología (del
griego palaios = viejo, anthropos = persona). Hace un siglo, el origen
y la evolución del ser humano todavía estaban envueltos en una espesa niebla. Sin embargo, en el transcurso de unas cuantas generaciones hemos ido comprendiendo cada vez más cómo es el árbol genea-
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lógico del hombre. Esta comprensión se debe sobre todo al diligente trabajo de investigadores que buscan restos fósiles y formulan
hipótesis sobre la evolución del ser humano.
La imagen de la evolución humana que emerge ante nosotros aún
no es nítida. Podríamos compararla con un gran rompecabezas cuyos
contornos se van dibujando poco a poco. Sin embargo, la imagen es
cada vez más clara, pues en las últimas décadas se han encontrado
muchos restos fósiles importantes de los antiguos antropoides. Asimismo, en la actualidad podemos estimar con bastante exactitud la
edad de esos fósiles, entre otras cosas, examinando las capas geológicas en que se encontraron, y recurriendo a distintas técnicas de datación. Una de estas técnicas es la datación con carbono. El carbono
es un elemento natural presente en todos los compuestos orgánicos y
que tiene dos composiciones (isótopos), a saber: el carbono-12 y el
carbono-14. El carbono-14 posee la característica de que es débilmente radiactivo y poco a poco se transmuta en nitrógeno. Por medio
de aparatos especiales podemos contar la cantidad de átomos de carbono presentes en un fósil y ello ofrece una indicación de su antigüedad. Si el fósil (u otro objeto orgánico) contiene mucho carbono, es
relativamente joven, mientras que una escasa cantidad de carbono
apunta a mucha antigüedad. Sin embargo, la datación con carbono no
es adecuada para objetos con más de 5 mil años de antigüedad porque, pasado ese tiempo, el isótopo se habrá transmutado por completo en nitrógeno. Para los objetos y fósiles más antiguos se utiliza una
técnica de datación basada en los elementos potasio y argón. El principio es básicamente el mismo que el de la datación con carbono, la
única diferencia radica en que la velocidad de transmutación del
isótopo radiactivo potasio-40 es mucho más lenta que la del carbono-14. Transcurren millones de años antes de que el isótopo se haya
convertido del todo en argón. Por consiguiente se puede determinar la edad de los fósiles midiendo la cantidad de gas de argón presente en las rocas y los sedimentos en los que se han encontrado los
objetos. En ambas técnicas se aplica un margen de error de entre el
cinco y el diez por ciento. Recientemente se han desarrollado técnicas aún más perfeccionadas por lo que la edad de un objeto puede
determinarse de distintas maneras y el margen de inseguridad se reduce aún más.
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Antes, los científicos tenían que arreglárselas sin estos prácticos
recursos y los expertos se equivocaban con regularidad, como se desprende del siguiente caso famoso. En 1912, en una cantera de grava
situada en la localidad inglesa de Piltdown Common en Sussex se realizó un descubrimiento aparentemente sensacional: algunos fragmentos bien conservados de cráneo y mandíbula de un antropoide extinguido. La noticia saltó a las portadas de todos los periódicos y el
antepasado fue bautizado como el hombre de Piltdown. Los fósiles
evidenciaban exactamente las características que en aquella época se
esperaba de un precursor del hombre moderno, concretamente un
cráneo grande y moderno (con su correspondiente volumen cerebral), combinado con unas mandíbulas primitivas y simiescas y grandes dientes caninos. A la sazón se creía que los antropoides se diferencian de los pitecántropos por su gran cerebro. Sólo en 1953, cuando
los «descubridores» ya habían fallecido, un protésico dental descubrió que el supuesto descubrimiento era en realidad un montaje. Resultó ser una combinación de un cráneo desgastado adrede de un
hombre contemporáneo y la mandíbula de un orangután. Todo el
mundo, incluidos los científicos, se había tragado el anzuelo. Desde
entonces, los investigadores son bastante más cautos. Al fin y al cabo,
el engaño confirmó el prejuicio de que los paleontólogos tienen todo
tipo de ideas preconcebidas sobre nuestros lejanos ancestros.
Primates y homínidos
El hombre actual, sus ancestros extinguidos y los monos y prosimios
de hoy en día pertenecen al orden de los primates. El término «primate» proviene de Linneo y significa literalmente «primero en rango».
Entre los rasgos característicos de los primates cabe destacar un cerebro relativamente grande, unas extremidades acabadas en cinco dedos
de las cuales el pulgar es oponible a los demás (manos y pies prensiles), uñas planas en lugar de garras, ojos en la parte anterior del rostro
y un periodo de gestación relativamente largo. Los primates suelen
tener, en cada parto, una sola cría, que depende durante mucho tiem-
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po del cuidado parental. La mayoría de las ciento ochenta especies
de primates que existen hoy en día son arborícolas (viven en los árboles). Las manos (y pies) prensiles y la visión estereoscópica son claras
adaptaciones a un entorno con muchos árboles. Para poder saltar o
balancearse de rama en rama, es preciso ser capaz de estimar bien la
distancia y tener un firme agarre. Los primates descienden de pequeños arborícolas insectívoros cuya actividad se desarrollaba principalmente de noche. Los primeros primates se remontan seguramente al
Paleoceno tardío, aproximadamente hace 60 millones de años. En torno a aquella época, hace cerca de 65 millones de años, los dinosaurios desaparecieron de repente de la faz de la tierra, seguramente a causa del impacto de un gigantesco meteorito en la actual península de
Yucatán, en México. Ello dio libertad de acción a los primates y otros
mamíferos. Los nichos ecológicos que dejaron libres los dinosaurios fueron ocupados pronto por los mamíferos. Como hemos visto
antes, los biólogos designan un fenómeno de este tipo con el término
de «radiación adaptativa». Existe la posibilidad de que el cerebro relativamente grande de los primates surgiera para hacer posible unos
movimientos ágiles y coordinados en los árboles, que le permitieran
cazar insectos y huir de los depredadores. Además hay fuertes indicios
de que una creciente estructura social aceleró el desarrollo del cerebro. Por otra parte, casi todos los primates tienen pelaje. La única excepción es el ser humano, razón por la cual el zoólogo Desmond Morris
etiquetó a nuestra especie de «mono desnudo».
Dentro del orden de los primates se puede establecer una clasificación más específica en diferentes familias, géneros y especies. Por
ejemplo, los seres humanos modernos y los pitecántropos extinguidos pertenecen a la familia de los homínidos. Dentro de la familia de
los homínidos se distinguen dos géneros: el género extinto Australopithecus (literalmente: «mono meridional») y el género Homo. Estos dos
géneros se subdividen a su vez en especies diferentes (Ilustración 4.1).
A veces, los australopitecos se clasifican de otra manera, concretamente en dos géneros: Australopithecus y Paranthropus («casi hombre»). El
nombre Paranthropus se reserva en esta clasificación a la rama «robusta» de estos homínidos que tiene como representantes al Australopithecus aethiopicus, Australopithecus robustus y Australopithecus boisei. El Australopithecus africanus y el Australopithecus afarensis, más gráciles, son
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Los primeros homínidos
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Familia de los homínidos
Dos géneros: Australopithecus y Homo
Australopithecus
Homo
A. anamensis
A. afarensis
A. africanus
A. aethiopicus
A. robustus
A. boisei
H. habilis
H. rudolfensis
H. ergaster
H. erectus
H. heidelbergensis
H. neanderthalensis
Ilustración 4.1: Los dos géneros de la familia de los homínidos.
considerados como los «verdaderos» australopitecos. En el presente
capítulo se parte de la clasificación usual en un único género, el Australopithecus, en la que cabe distinguir una forma grácil y otra robusta.
Los primeros homínidos
Los australopitecos se extinguieron por completo. Sólo los conocemos
por los restos fósiles en su mayoría fragmentarios. Todos estos fósiles se
han encontrado en África. Los australopitecos vivieron entre 4,5 y 1,5
millones de años atrás. En 1924, el paleontólogo Raymond Dart encontró los primeros restos de un Australopithecus en Sudáfrica. El fósil es
el cráneo de un niño al que se bautizó con el nombre de el niño de
Taung (Taung se encuentra cerca de Kimberley en Sudáfrica). El espécimen resultó tener 2 millones de años de antigüedad. Lo que llama la
atención del pequeño cráneo es que presenta características tanto simiescas como homínidas. Así, la capacidad craneal de este homínido es
todavía bastante pequeña y comparable a la de los simios modernos,
mientras que el rostro plano y la dentadura recuerdan más a los seres
humanos modernos. La nueva especie descubierta fue bautizada por
Dart como Australopithecus africanus (Ilustración 4.2).
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Ilustración 4.2: Cráneo del niño de Taung.
Este joven representante de la especie Australopithecus africanus
vivió hace unos 2,3 millones de años en África meridional.
En la década de los años cuarenta del siglo pasado salieron a la luz más
restos de este tipo. Constituían indicios importantes de que el origen del ser humano debió de situarse en África. En la primera mitad
del siglo XX , muchos paleontólogos, entre ellos el holandés Eugène
Dubois, todavía creían que el origen del ser humano se encontraba
en Asia. Sin embargo, esta hipótesis demostró ser incorrecta.
Entretanto, en Sudáfrica y en África oriental también se habían
encontrado restos de otra especie de Australopithecus. La nueva especie descubierta resultó ser tan antigua como el Australopithecus africanus, cerca de 2 millones de años, pero presentaba características muy
distintas. La nueva especie tenía una complexión mucho más robusta que el Australopithecus africanus, de ahí que se le diera el nombre
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de Australopithecus robustus. Lo que salta enseguida a la vista en estos
robustos homínidos es la gruesa pared craneal, las enormes mandíbulas y muelas, los pronunciados arcos filiares y pómulos, y una curiosa
cresta ósea que recorre el hueso coronal de delante hacia atrás. Los
robustos australopitecos seguramente tenían unas enormes mandíbulas para masticar y la cresta ósea debía servir de anclaje para los
músculos maseteros. El más robusto de estos antiguos homínidos es
el Australopithecus boisei, que fue descubierto en 1959 por la pareja
de paleontólogos Louis y Mary Leakey en la garganta de Olduvai, en
Tanzania. El Australopithecus boisei también recibió el nombre de «hombre cascanueces» debido a sus enormes mandíbulas y sus molares con
una superficie de masticación del tamaño de una moneda de euro
(Ilustración 4.3). A pesar de su aterrador aspecto, los australopitecos
eran principalmente vegetarianos. Al igual que los gorilas actuales,
mascaban grandes cantidades de hojas y cortezas de árboles (los molares muestran siempre mucho desgaste, al igual que los de los primates vegetarianos contemporáneos). Posiblemente, cascaban también
nueces duras con su formidable dentadura. El nombre de «boisei»
remite al empresario londinense Charles Boise, que financió diversas expediciones de los Leakey. El descubrimiento de los australopitecos gráciles y robustos (entre los que se encuentra también el
Australopithecus aethiopicus) demostró que hace 2 millones de años vivieron al menos cuatro especies diferentes de homínidos en África. Posteriores descubrimientos demostrarían que durante un tiempo pudieron haber coexistido más de media docena de homínidos (incluidos
los representantes del género Homo).
El Australopithecus más famoso fue encontrado en 1974 por el paleontólogo norteamericano Donald Johanson. Durante una expedición
en Hadar (Etiopía) su equipo se topó con el esqueleto fósil de una especie desconocida de homínidos. Encontraron casi la mitad de un esqueleto, con partes del cráneo y la mandíbula, lo cual era excepcional para
los criterios paleontológicos. Nunca antes se habían encontrado tantos
restos fósiles pertenecientes a un único homínido. El descubrimiento
fue además noticia mundial porque resultó ser el representante de los
australopitecos más antiguo encontrado hasta el momento: el fósil contaba más de 3 millones de años de antigüedad. Johanson dio a la nueva especie el nombre de Australopithecus afarensis, una remisión al trián-
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Ilustración 4.3: Cráneo de la especie de homínidos
Australopithecus boisei (el «hombre cascanueces»). El fósil fue encontrado
en Tanzania y tiene poco menos de 2 millones de años.
gulo de Afar, la región inhóspita donde tuvo lugar el sensacional descubrimiento. El espécimen fósil recibió el apodo de «Lucy» porque, después de la euforia del descubrimiento, y mientras descansaban
en el campamento, los miembros del equipo se pasaron la noche escuchando la canción de los Beatles Lucy in the sky with diamonds.
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Ilustración 4.4: Australopithecus afarensis («Lucy»).
El fósil descubierto por Donald Johanson en Hadar (Etiopía)
tiene 3,2 millones de años de antigüedad.
Lucy resultó ser una mujer adulta de un metro de estatura. El
hecho de que Lucy fuera adulta al morir se dedujo de su anatomía (la
pelvis) y su dentadura (Ilustración 4.4). Y lo que es más importante,
sobre la base de un análisis de la manera en que estaban sujetos entre
sí sus huesos, se pudo deducir que Lucy había caminado erguida sobre
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las dos piernas. Esto era extraordinario porque el Australopithecus afarensis (al igual que otros australopitecos) tenía una capacidad craneal
de apenas 500 centímetros cúbicos, la misma cantidad que un chimpancé moderno. Ello dio al traste con una de las principales suposiciones sobre la evolución humana, pues hasta entonces se había asumido que los primeros homínidos habían desarrollado primero el
cerebro, y que sólo más tarde habían empezado a caminar sobre dos
piernas (bipedalismo). Lucy demostró que era justo al revés. Por otra
parte, el Australopithecus afarensis podía no sólo caminar erguido sino
también trepar a los árboles, como evidencian sus brazos relativamente largos.
El descubrimiento en torno al bipedalismo de los australopitecos
se vio confirmado en 1978 por un espectacular hallazgo realizado por
Mary Leakey en Laetoli, Tanzania. Allí se encontró un rastro de setenta metros de largo con huellas petrificadas que resultaron tener cerca de 3,5 millones de años. Las huellas de pies, que se conservaron en
la ceniza volcánica y que también se atribuyeron al Australopithecus afarensis, demostraron inequívocamente que estos individuos caminaban
erguidos sobre sus dos piernas (Ilustración 4.5). Las pisadas de Laetoli fueron dejadas claramente por homínidos. La forma en que se reparte el peso entre el talón y los dedos de los pies sólo puede indicar a
un homínido al caminar. En vista de que hasta hace 3 o 3,5 millones de años, en África sólo vivían australopitecos y aún no había representantes del género Homo, el hallazgo demuestra que el Australopithecus afarensis caminaba erguido. Los simios de la actualidad dejan huellas
muy diferentes. Caminan sobre sus nudillos: al avanzar utilizan los brazos y los nudillos para apoyarse. Debido a la distinta distribución del
peso entre las patas delanteras y traseras, surge una huella totalmente
distinta. El peso recae más en los dedos de los pies que en el talón. En
resumidas cuentas, Lucy evidenciaba características típicamente humanas como el bipedalismo, un rostro plano y unos dientes (caninos)
relativamente pequeños, aunque también tenía características simiescas como un cerebro pequeño. Por consiguiente se puede llegar a la
conclusión de que el rasgo esencial de los primeros homínidos no fue
la capacidad cerebral relativamente grande, sino el bipedalismo.
El Australopithecus afarensis fue durante algunas décadas el representante más antiguo del género Australopithecus. Sin embargo, en la
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Ilustración 4.5: Una de las huellas de pies encontradas en Laetoli (Tanzania).
La huella petrificada fue descubierta en 1978 por Mary Leakey
y tiene 3,5 millones de años de antigüedad.
década de los noventa se encontraron cerca del lago Turkana en Kenia
restos aún más antiguos. La nueva especie recibió en nombre de Australopithecus anamensis, del nombre local anam que significa «lago». El
Australopithecus anamensis aumenta todavía más la antigüedad de la
familia de los homínidos, en concreto hasta más de 4 millones de
años. El descubrimiento fue realizado por un equipo dirigido por
Meave Leakey, nuera de Louis y Mary Leakey. Meave está casada con
Richard Leakey, hijo del famoso matrimonio de paleontólogos, que
también realizaron importantes hallazgos en África.
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Los australopitecos debieron de ser unos homínidos muy exitosos. Las seis especies diferentes vivieron hace entre 4 y 1,5 millones de
años en una zona que se extendía desde la actual Etiopía hasta el Cabo
de Buena Esperanza. Los representantes robustos del género formaron
con el paso del tiempo una rama evolutiva independiente que se extinguió hace aproximadamente 1,5 millones de años. Posiblemente ello
tuviera que ver con la aparición de un homínido nuevo y aún más exitoso, el primer ser humano verdadero perteneciente al género Homo.
La mayoría de paleoantropólogos cree que los miembros gráciles de
este género (Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus) fueron seguramente los ancestros de estos nuevos homínidos. No obstante, es un error creer que el Australopithecus es el ancestro común de los
seres humanos actuales y de nuestros parientes vivos más cercanos: el
chimpancé y el bonobo. Los estudios de ADN y los análisis paleontológicos sitúan a este ancestro en un periodo muy anterior, concretamente hace 6 u 8 millones de años. No obstante, hay muy pocos fósiles conocidos de este periodo. Por ello, los científicos se refieren al fossil
gap, el vacío fósil. El ancestro común, aún no encontrado, tiene ya un
nombre: Pan prior, que significa «proto-chimpancé».
El Sahelanthropus tchadensis («hombre del Sahel chadiano») hallado en 2002 constituye acaso la clave de nuestro primer periodo
de evolución. Este fósil de África central tiene entre 6 y 7 millones de
años de antigüedad. El espécimen, un cráneo fragmentario, recibió
el apodo de «Toumaï», que significa «esperanza de vida». Todavía no
está del todo claro si Toumaï pertenece a la rama de los homínidos
o a la de los simios. La mayoría de los paleoantropólogos se decantan por la primera hipótesis. Los argumentos que se esgrimen son que
Toumaï tiene un rostro plano como los homínidos con unos caninos
relativamente pequeños. El esmalte dental también se parece más al
del ser humano que al del chimpancé. Incluso hay indicios de que
el Sahelanthropus tchadensis caminó erguido, una característica esencial
de los homínidos. La posición del orificio occipital (foramen magnum)
en el cráneo de Toumaï, que vincula la columna vertebral con el cráneo, así como el reciente hallazgo de otros restos fósiles, apuntan en
esta dirección. El Sahelanthropus tchadensis tenía una capacidad craneal relativamente pequeña de apenas 350 centímetros cúbicos. No
obstante, este hecho no dice mucho, pues todos los primeros homí-
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