¿Por qué la ética?

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¿Por qué la ética?
Prof. Dr. Idalgo José Sangalli1
Parece innecesario y obvio demás preguntar “¿por qué la ética?”2 y, al mismo tiempo,
parece que la pregunta nos pone delante de un gran interrogante existencial, señalando
directamente para la nuestra conciencia. Más allá del clamor religioso o la pura exigencia
de definiciones, la cuestión provoca nuestra conciencia moral. Cuando ésta es largamente
discutida por el rezumado trabajo de la reflexión filosófica del dominio del concepto, la
actitud filosófica señala la salida a través de una secuencia de otras cuestiones que
conducen al camino de la definición y del entendimiento del propio itinerario realizado
hasta la pregunta originaria. Esta es una de las diferencias entre aquel que sabe y tiene
conciencia de este saber y de sus limitaciones en las dimensiones teórico-práctica y de
aquel que simplemente sabe de manera vivencial en la y por la experiencia práctica de
todos los días, adquirida en la mera condición de la convivencia entre humanos.
Aristóteles (384-322 a. C.), en su obra Ética a Nicómaco (VI 13 1144b), identificaba
en el último tipo aquellos que vivían en la excelencia moral natural, mientras que en el
primer tipo se encontraban aquellos pocos capaces de vivir la vida en la excelencia moral
en sentido estricto. Obviamente, las dos clases de sujetos son calificadas como virtuosas,
aunque aquellos fueran reconocidos socialmente como hombres prudentes y virtuosos, pues
sabían deliberar bien y practicar de modo adecuado las virtudes intelectuales y morales,
esenciales para el proyecto educacional de los ciudadanos en la Polis. Actualmente, buenos
ejemplos a seguir en nuestro contexto social parece algo difícil de encontrar.
1
2
Profesor de Filosofía de la Universidad de Caxias do Sul.
La primera versión del presente texto se presentó en el “Projeto Café e Debate: Conexão Razão-FéVida” [“Proyecto Café y Debate: Conexión Razón-Fe-Vida”], en la Paulus Livraria – Caxias do Sul,
bajo la coordinación del Prof. Dr. Paulo César Nodari, el día 12 de julio de 2008.
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Por otra parte, ni filosófica ni científicamente es conveniente preguntar el porqué de
algo simplemente presuponiendo que tenemos en común, universalmente, la misma
presuposición de base, hasta porque no estamos nos moviendo aquí en el campo metafísico
esencialista de la ontología tomista de la concepción primera de ente (ens) y de sus
transcendentales (Questiones disputatae de veritate, q. 1, a.1). Si no sé “lo que algo es” o,
mismo sabiendo, no sé lo que los otros entienden por “tal es”, entonces no es lógico
preguntar “¿por qué tal es?” sin antes aclararlo mínimamente, como enseña la tradición
filosófica. Eso exige algunas distinciones que precisamos hacer, a manera de
consideraciones introductorias, de aquello que juzgamos ser, y serán brevemente expuestas
adelante algunas de las razones posibles para responder la pregunta en cuestión.
Moral y ética
Existen muchas formas de definir “ética” y cada una presenta sus razones. Una de
ellas es el uso del término “moral” como sinónimo de “ética”. Es algo muy habitual,
principalmente en el lenguaje natural, pero es un uso equivocado, que más confunde que
ayuda para la claridad y precisión conceptual. Hay, además, una diversidad de
concepciones morales con semejanzas y, a veces, muchas diferencias. Aunque la sinonimia
en el uso general y que los dos términos estén íntimamente relacionados, no son la misma
cosa. Toda elección parece ser arbitraria, mas pretendemos explicar y justificar la necesidad
de esmerarse en el uso de los dos términos – moral y ética –, cada uno de ellos en su debido
lugar. Todavía, aunque no se pueda descartar por completo el uso como sinónimos, en este
caso es preciso aclarar de antemano el sentido y sobre a que cada término se refiere, so
pena de comprometer la explicación y la comprensión no solamente de la ética y de la
moral, así como de los demás conceptos correlatos. Lamentablemente, la gran mayoría de
las personas y hasta muchos profesores y educadores no se preocupan por usar un lenguaje
más claro y preciso para explicar aquello que están presuponiendo en sus discursos.
Es consensual entre los experts la necesidad de distinguir esos términos más allá de la
etimología griega y latina. Antes de los términos latinos “mos, mores”, y, de allí “moralis”,
o sea, moral, la tradición griega legó la palabra “êthos”, que, en la opinión de Höffe (2008,
p. 169), tiene tres significados: “el lugar habitual de la vida, las costumbres vividas en ese
lugar y, finalmente, el modo de pensar y el modo de sentir, el carácter”. Sin considerar las
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particularidades de traducción, los dos términos (griego y latino) se refieren al conjunto de
costumbres tradicionales de una determinada sociedad impregnados de valores y
obligaciones respecto a la conducta de sus miembros. Sin embargo denotan también cierta
disposición de carácter, de temperamento adecuado, buen y verdadero, que juzgamos
conveniente para la convivencia social en determinada comunidad. Las convicciones
morales personales y hasta mismo los tratados sistemáticos sobre las cuestiones morales
acaban haciendo con que estos dos términos, más como substantivos que como adjetivos,
tengan uso común. Cortina y Martinez (2005, p. 20) sostienen que los dos términos
“confluyen etimológicamente en un significado casi idéntico: todo aquello que se refiere al
modo de ser o carácter adquirido como resultado de poner en práctica algunas costumbres
o hábitos considerados buenos”.
Para los menos exigentes, distinciones sencillas y directas, aunque no siempre claras
para el entendimiento de la mayoría de los lectores, se pueden encontrar en los diccionarios
de la lengua portuguesa. La ética aparece como “ciencia de la moral” o, como sostiene
Aurélio Buarque de Holanda Ferreira (Novo dicionário Aurélio da língua portuguesa) la
ética es “estudio de los juicios de apreciación referentes a la conducta humana susceptible
de calificación del punto de vista del bien y del mal, sea relativamente a determinada
sociedad, sea de modo absoluto”. Ya la moral sería un “conjunto de reglas de conducta
consideradas como válidas, sea de modo absoluto para cualquier tiempo o lugar, sea para
grupo o persona determinada”. Es clara la referencia al “estudio de los juicios” morales
para la ética y al “conjunto de reglas de conducta” para la moral. Pero eso es poco y
conviene avanzar algunos pasos más.
Una cosa es la decisión o la realización de una acción conforme a las costumbres de
la tradición familiar, de la comunidad o de la religión. Aquí, no siempre entra la reflexión,
pues en ese caso predomina lo habitual, el actuar impensado y espontáneo, lo de siempre, el
actuar conforme las reglas, aquello que es aceptado socialmente como justo y bueno por
todos los involucrados, o mejor, por casi todos los involucrados, una vez que siempre surge
algún individuo que transgrede tales normas de convivencia y acaba excluido, punido por
los demás o por la autoridad que representa el pueblo, independientemente de cuáles
motivaciones estén en juego. Aquí es bueno acordar del trágico itinerario de Antígona,
brillantemente presentado en la pieza teatral griega de Sófocles. Cortina y Martinez (2005,
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p. 19) didácticamente aclaran el sentido de la moral como “ese conjunto de principios,
normas, preceptos y valores que rigen la vida de los pueblos y de los individuos”.
Otra cosa es la decisión o acción sin base en la tradición, en las costumbres, en los
valores y reglas establecidas. En ese caso, se necesita basar la decisión en una seria
reflexión. Si el caso en cuestión no encuentra equivalente en la tradición, en las costumbres,
entonces entra para valer aquello que llamamos popularmente de “cuestión ética”, o sea,
debe partir para la reflexión antes de tomar la decisión que le parezca más acertada. Por
otra parte, mismo cuando haya aporte en la tradición y en las costumbres, el agente moral
puede asumir una posición de reflexión crítica y pautar su decisión y su acción basado
solamente en argumentos racionales. Sin embargo, con o sin ejemplos provistos por la
tradición, no da para reflexionar de modo competente sin llevar en consideración la
estructura, los principios, los valores y criterios de aquello que se considera adecuado,
conveniente o justo de un punto de vista más universal, más teórico. La tradición filosófica
consagró llamar esa forma de reflexión de “ciencia de la conducta” y de ella surgieron
históricamente concepciones o corrientes filosóficas diferentes, sin salir del campo de la
filosofía práctica, conforme la clasificación aristotélica de los saberes válida aún hoy día.
La ética como filosofía moral pertenece a la filosofía, más específicamente al campo
de la filosofía práctica, aunque en cuanto reflexión sea siempre teórica. La ética, como la
parte de la filosofía dedicada a la reflexión sobre la moral, es un tipo de saber humano
construido racionalmente a través del rigor conceptual y de métodos de análisis y de
explicación específicamente filosóficos. La reflexión sobre la moral no es una reflexión
cualquiera. Por lo contrario, intenta desplegar racionalmente los conceptos y sus
argumentos en la tentativa de comprender la dimensión moral del ser humano en la
búsqueda del sentido de lo humano y de la realización de la libertad, sin olvidar los factores
psicológicos, sociológicos, económicos, religiosos, entre otros que condicionan la esfera de
la moralidad. Explicar el fenómeno de la moral, la moral vivida diariamente, es condición
para la justificación racional y la realización de una moral pensada y ansiada para toda la
comunidad y, si posible, para toda la humanidad como ideal para la conquista de la libertad,
de la autonomía y de la felicidad.
La ética o filosofía moral no incide directamente sobre el cotidiano de las personas en
su modo de pensar y actuar moral, aunque aclare y indirectamente provea orientaciones
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morales para aquellos que buscan decisiones y acciones justificadas reflexiva y
racionalmente para su vida (Cortina; Martinez, 2005, p. 10). El actuar moral presupone una
actividad teorética: el saber moral. Saber moral que es producto directo del sentido moral y
de la conciencia moral construidos de hechos, situaciones, sentimientos y valores
vivenciados colectivamente e introyectados y por el cual, sin ser obligados por otros, nos
sentimos en la obligación (sentimiento de obligatoriedad, de deber) de decidir lo que hacer
o de justificar para nosotros mismos y para nuestro prójimo u otros alejados las razones de
nuestras decisiones, asumiendo las consecuencias en la pura convicción de seres humanos
racionales. La cuestión central del sujeto moral es “¿como debo actuar?”, siempre llevando
en consideración el bien común. En último análisis, ese saber moral, manifiesto y
expresado en los juicios morales, es que pondera y juzga el actuar humano en el contexto
del mundo vivido.
A su vez, el saber ético presupone una actividad teorética más profunda que la
actividad del saber moral y con el compromiso de ser un estudio que atienda a los criterios
de cientificidad. Eso porque el saber ético, dotado de herramientas conceptuales y
metodológicas, examina de modo racional el actuar moral y el propio saber moral, a partir
del análisis, de la explicación e interpretación de la estructura, elementos y principios
constitutivos de la dimensión teórico-práctica de la moral. Ese saber ético se constituye y se
efectiva por el examen realizado en el análisis de los juicios morales, eso es, cuando los
juicios morales son analizados. Cortina y Martinez (2005, p. 30) clasifican las diferentes
maneras de comprender la moral conforme el enfoque filosófico concebido y utilizado en la
historia de la filosofía como: a) una dimensión del ser humano (la dimensión moral del
hombre griego-medieval); b) una forma peculiar de conciencia (la conciencia moral como
consciencia del deber de la Modernidad); y c) fenómeno que se manifiesta en un tipo de
lenguaje (expresiones morales como “justo”, “injusto”, “mentira” etc.) decurrente del “giro
lingüístico” de la filosofía analítica contemporánea
Podríamos hablar de un nivel aún más profundo de reflexión: el saber metaético. En
ese nivel de racionalidad se examina la estructura y la cientificidad de teorías éticas, o sea,
el saber metaético, que ocurre cuando el propio análisis de juicios morales es analizado.
Aquí entra particularmente la filosofía analítica, que concibe la filosofía moral como
análisis del lenguaje moral y ordinario. Independiente de la filiación filosófica, esa tarea se
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destina a pocos, a aquellos especializados y reconocidos como filósofos o profesores de
Filosofía quienes se ocupan de las cuestiones y teorías éticas contemporáneas y de aquellas
teorías producidas a lo largo de la historia de la filosofía.
Podemos ejemplificar los dos primeros niveles teoréticos como sigue: alumnos de una
clase de Enseñanza Media debaten y emiten opiniones sobre varias cuestiones y piden al
profesor de Filosofía que también elabore “juicios éticos” sobre cuestiones morales
causadoras de grande preocupación y dificultades en la vida actual, tales como: el problema
de la violencia, el uso de drogas, la corrupción de políticos y de empresarios, el sexo
prematuro, el aborto y la sida. Antes de emitir sus juicios, el profesor alerta a la clase de
que es preciso hacer algunas aclaraciones:
a)
lo que piden verdaderamente es por “juicios morales”, como ellos estaban haciendo
en el debate, y no por “juicios éticos”;
b)
juicios morales son opiniones razonablemente reflexionadas en la perspectiva del
bien o del mal, de los valores, de las intenciones, de los actos y de las consecuencias
que están presentes en cada uno de los problemas señalados;
c)
todos los juicios morales dependen de cual de las concepciones morales en vigor es
presupuesta y claramente asumida;
d)
después de exponer cuál la concepción de moral adoptada como válida es adecuada,
entonces se puede juzgar moralmente sobre todos los problemas, pero en ese caso
está siendo cumplida la primera condición para pasar del saber moral al saber ético;
e)
finalmente, que, mismo un juicio ético siendo diferente de un juicio moral, este
último se puede elaborar correctamente también por no especialistas en filosofía
moral, desde que utilicen cierta habilidad de raciocinio y conozcan mínimamente los
principios básicos de la doctrina moral que defienden como válida y tengan
informaciones suficientes sobre las particularidades del hecho o asunto a ser
analizado, de lo contrario eso no pasaría de opiniones altamente subjetivas.
Hechas esas salvedades, entonces el profesor puede fácilmente emitir juicios morales
de que la violencia, las drogas, la corrupción, el sexo, el aborto, las enfermedades causan
daños irreparables al individuo, a la familia y a la sociedad, por eso son un mal que debe ser
evitado y combatido por la educación y por la fuerza de las instituciones. O, aún, puede
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continuar haciendo relaciones, distinciones, y aclarando conceptos sobre hechos morales, o
sea, introduciendo los alumnos en el discurso ético.
Sin embargo hay algo más que el profesor debe aclarar a sus alumnos, principalmente
ser por un profesor de Filosofía atento y competente: ¿dónde está el juicio ético? El juicio
ético es aquello que hace aceptar como válida y adecuada la concepción moral asumida y
ésta, a su vez, fue base de apoyo para el juicio moral construido y manifiesto. Entonces, un
juicio ético correctamente elaborado y expresado es resultado de una sólida construcción
conceptual y racional, basada en una serie de argumentaciones filosóficas que permite una
conclusión válida y verdadera, esto es, demuestre buenas razones, buenos argumentos para
justificar la doctrina moral asumida. Eso no se puede hacer sin dominar algunas decenas de
conceptos, tales como libertad, responsabilidad, deber, justicia, bien, dignidad etcétera.
Todavía, a pesar de esas observaciones, no conviene desalentar aquellos que cultivan
el gusto de la lectura y del pensar y son capaces de operar también en cuestiones morales y
éticas sin ser especialistas en ética o filosofía moral, hasta porque desde Aristóteles
sabemos que el hecho de alguien ser un profundo conocedor de los asuntos morales (tener
saber ético y metaética) no hace de él necesariamente un virtuoso moral. Pero nunca es
demasiado acordar el consejo socrático de que una vida humana sin reflexión no es una
vida que valga la pena vivir.
Algunas justificativas para la ética o
filosofía moral
Una pequeña observación sintáctico-semántica antes de presentar algunas
justificativas como respuesta a la cuestión inicial. Por lo que se ha visto anteriormente, en
vez de preguntar “¿por qué la ética?” quizás sea más correcto preguntar “¿por qué la
moral?” En ese caso, la pregunta debería ser reformulada para claramente resaltar el uso del
término “moral” como sustantivo. Más allá de lo ya expuesto, ciertamente una primera
respuesta de un largo elenco de hipótesis sería el carácter pasional constitutivo del ser
humano y la necesidad de convivir de modo justo y digno en la realización de una vida
feliz. Por otra parte, manteniendo el término “ética” en el sentido de las consideraciones ya
hechas, puede indicar también, ahora en una perspectiva más académica, una disciplina de
la filosofía que trata del estudio de la praxis humana, desde Aristóteles. Entonces, los
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argumentos para justificar la existencia y la necesidad de la ética van exigir otros contornos
conceptuales y metodológicos que van allá de los esbozados hasta ahora.
El creador del primer “tratado científico” sobre ética fue Aristóteles, especialmente
en su obra Ética a Nicómaco, cuya intención fue mostrar que la felicidad consistía en el
entenderse moralmente, o sea, una filosofía moral formulada de modo indirecto por sobre la
cuestión de la felicidad, en que la práctica de las virtudes particulares y sociales y el
ejercicio contemplativo llevaban a la buena formación del ciudadano para la vida
comunitaria y, de esa manera, a su plena realización individual y social. Con estrategias
metodológicas adecuadas al asunto, el objetivo de la ética en la perspectiva aristotélica era
determinar cuál el bien supremo para los hombres (la felicidad) y cuál la finalidad de la
vida humana (fruir esta felicidad del modo más elevado – la contemplación). La finalidad
de la ética era el hombre tornarse moral por la práctica de las virtudes morales e
intelectuales, especialmente la sabiduría práctica o prudencia, siempre en la y con su
dimensión política. Todavía otros tratados éticos surgirán a lo largo de la historia de la
filosofía y, cada cual a su modo, como hizo Aristóteles, desarrollaron concepciones
determinadas de ética más o menos o totalmente desvinculadas de la ciencia política y
presentaron sus justificativas racionales de validez.
Cortina y Martinez (2005, p. 21) subrayan una triple función de la ética: “aclarar lo
que es la moral”, “fundamentar la moralidad” y “aplicar a los diferentes ámbitos de la vida
social los resultados obtenidos en las dos primeras funciones”. Esas son funciones que a
nuestro ver justifican la necesidad de la ética en cuanto estudio de la moral en la formación
de nuestros jóvenes. El objetivo de aclarar principios, valores, reglas, conceptos morales y
la estructura lingüística de los juicios morales es fundamental para el entendimiento de la
praxis humana. La acción correcta y justa debe ser consecuencia de la comprensión e
interpretación por el camino de la teoría como soporte de la decisión moral. Juicios
normativos y acciones morales bien fundamentadas en razones plausibles son base de
racionalidad, de aceptabilidad, que, cuando aplicadas, por una parte, llevan a superar las
posiciones dogmáticas y, por otra parte, las relativistas o escépticas, permitiendo el
consenso y la convivencia en la diferencia, además de dar sentido a la búsqueda humana
por una vida buena y feliz.
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Así como en otras épocas, también hoy convivimos con las diversas formas de
intolerancia: religiosa, política, étnica, social. Nuestra vida se construye de relaciones con
los otros, relaciones de convivencia, pues somos seres de relaciones personales,
sociopolíticas etc., posibilitadas principalmente por el lenguaje, por el diálogo. La
necesidad de tomar decisiones se puede determinar por factores o motivos diversos, tales
como: cumplir una orden, seguir las costumbres, o por caprichos y deseos personales. Sin
embargo, conviene acordar que nunca una acción puede ser buena solamente por ser una
orden, una costumbre o un capricho personal. La condición humana de desear, de querer, de
ser libres y necesariamente asumir nuestra libertad hace que procuremos adquirir un saber
vivir (arte de vivir) que nos permita acertar en nuestras opciones, decisiones y acciones.
Saber reflexionar y analizar a partir de principios, criterios y fundamentos, argumentando lo
que es mejor para sí propio y también para los otros es una justificativa racional de hacer
ética o filosofía moral y poder superar, o al menos tolerar, las diferencias. Segundo Savater
(1997, p. 73), “la ética no es más que la tentativa racional de averiguar como vivir mejor”.
Un motivo plausible para la actividad ética es el agente moral buscar entender con
racionalidad que solamente actúa por la moral cuando se siente íntimamente obligado a
actuar de tal modo y no por coacción por algún poder exterior al sujeto y, al mismo tiempo,
elegir la equidad y la reciprocidad como principios de sus juicios y actuaciones. Por ser
libre, el sujeto moral es quien decide actuar por deber, o sea, actúa moralmente quien así lo
quiere, tornándose, de esa manera, responsable, no por determinación heterónoma, más por
un querer consciente y libre determinado únicamente por su razón. Es la buena voluntad y
la obligatoriedad de la norma formulada en la ética kantiana. La autonomía, el
esclarecimiento y la mayoridad de la razón, en la perspectiva kantiana, exigen el esfuerzo
reflexivo en el buen uso de la razón teórica y práctica. Nunca es demasiado acordar
Lawrence Kohlberg, quien defendió que la mayoría de la población para en ese punto y no
pasa adelante al cuarto estadio del desarrollo moral-convencional, o sea, cumplir aquello
que la autoridad determina (apud La Taille, 2006, p. 18).
Ya se señaló la importancia de dominar y efectivar conceptos como libertad,
autonomía, responsabilidad, entre otros, para discutir ética y la constitución moral.
También no basta seguir, estratégicamente o no, las normas y reglas de conducta si no fuera
por libre y voluntaria adhesión. En la diferenciación de las determinaciones por naturaleza
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y de las determinaciones culturales, percibimos fácilmente como la constitución del mundo
de la moral y, en consecuencia, el análisis ético, están subordinados y dependen
directamente de nuestras elecciones, decisiones y acciones, en cuanto seres humanos en
permanente a autoconstrucción. Al subrayar el ámbito de la cultura, Kuiava defiende (2006,
p. 32) que la ética y la moral son pura potencialidad desarrollada por la voluntad libre en la
relación con los otros y que “la grandeza se encuentra en la capacidad de autodeterminación
a partir de la libertad y no a partir de la acción condicionada naturalmente”. Sin embargo,
destaca el otro lado humano, eso es, “la miseria se encuentra en el hecho del ser humano
hacer elecciones equivocadas, en la capacidad de se sobreponer a todos. Al contrario de
estar junto con los otros, se coloca en un nivel solitario, a partir del cual busca el beneficio
propio, alimenta su postura egoísta, provoca la injusticia social”.
Podemos preguntar: ¿a quién competía identificar, distinguir, analizar, conceptuar,
comprender, clasificar, definir, explicar el fenómeno del argumentar delante de nosotros y
para nosotros mismos, con el objetivo de persuadir, justificar o criticar las acciones, las
actitudes, los juicios morales y mismo nuestras propias creencias teniendo en vista lo mejor
para nuestras vidas? Ciertamente, percibir y tematizar las “buenas razones” usadas por
nosotros y por los otros para justificar los actos es tarea para aquellos que se ocupan con un
tipo de saber llamado “ético”. Ocuparse teóricamente para comprender las estrategias
morales utilizadas por las personas exige reflexión filosófica, dominio conceptual y conocer
las principales teorías éticas. En el acto de actuar y justificar una acción son utilizadas
diferentes argumentaciones, que pueden tener como referencia: un hecho, los sentimientos,
las posibles consecuencias, un código de normas (profesional o religioso), el argumento o
poder de la autoridad y la propia conciencia moral. Como seres de diálogo, somos capaces
de argumentar y de fundamentar nuestras creencias y acciones, aunque pocos sepan hacer
eso con método adecuado para superar la simple opinión sin fundamento o la estrechez de
raciocinios técnico-cientificistas, consecuentemente no poseyendo competencia para
enseñar sobre esos asuntos vitales para la formación personal y profesional.
Varios son los motivos por los cuales muchas personas prefieren utilizar el término
“ética” y no el término “moral”. Actualmente, está de moda, pues se habla mucho en ética y
en la verdad se piensa mucho en moral. Generalmente, afectados por sentimientos morales
que activan la conciencia moral, esas personas juzgan que algo no va bien en las relaciones
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sociales: que la deshonestidad se banaliza, que la violencia se tornó algo normal, que el
honor ya no es más importante y que la desconfianza se instituyó. Todo el problema parece
encontrarse en saber si la multiplicación de leyes y normas va resolver los problemas o si
no estamos cayendo en la llamada “dictadura de la regla” , que, en un análisis más atento,
indica que todo eso es resultado de una falta de reflexión sobre los principios de donde
provienen las propias leyes y los problemas que tienen en vista resolver. Parece evidente
que muchos piensan que siguen la ética, pero inconscientemente minan la libertad y la
autonomía por una postura dogmática (religiosa o no), relativista o hasta escéptica, o, aún,
por no tener la mínima consciencia de los presupuestos y valores que asumen en sus
discursos y acciones.
Otra razón se encuentra en el ámbito de la educación, en el momento de la
tipificación de las posibles habilidades y competencias que el agente moral debería tener,
tales como:
a)
tener capacidad para deliberar, elegir entre las alternativas y decidir teniendo en vista
a la acción buena y justa;
b)
ser capaz de evaluar y ponderar las motivaciones personales;
c)
saber evaluar las exigencias de la situación y del contexto;
d)
ser capaz de evaluar y prever las consecuencias para sí y para los otros;
e)
percibir la conformidad entre medios y fines;
f)
evaluar con responsabilidad la obligación de respetar o transgredir lo establecido
socialmente.
Con otras palabras, es preciso esforzarse para saber reflexionar éticamente y ser capaz
de la construcción libre y autónoma de lo humano, pues “la discusión, la problematización,
la interpretación sobre el significado de la vida reglada por principios éticos impide la
naturalización de las normas” (Kuiava, 2006, p. 36).
Si la filosofía práctica, con su rama ética, tiene alguna utilidad y exige ciertas
competencias, entonces no podemos dejar de puntuar algunas cuestiones propias, tales
como: ¿Qué vida quiero yo vivir? ¿Que significa vivir una “vida buena”?¿Cuáles criterios o
principios fundamentan la acción moral? ¿Qué relación existe entre conceptos como
libertad, responsabilidad y justicia? ¿Cuál la diferencia entre una proposición del tipo
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“aquel árbol tiene hojas que contienen una sustancia venenosa” y una proposición como
“aquella calle debe ser señalizada”? Por ejemplo: percibir y entender la diferencia existente
entre proposiciones descriptivas, producidas por la ciencia, y proposiciones prescriptivas o
normativas, producidas por el saber moral (diariamente proferimos afirmaciones de ese
tipo), no es tarea de quien opera en el simple terreno de la opinión del conocimiento de
sentido común o popular.
Por el natural hecho de tener o estar en un cuerpo o ser cuerpo no significa que
cualquier persona pueda ejercer actividades de enfermero o enseñar anatomía. De la misma
manera, por hablar el idioma portugués no significa que se tiene competencia para enseñar
gramática portuguesa. ¿El hecho de alguien ser una persona tranquila, de buen carácter, de
convivencia fácil, ser de la cultura de la paz, cumplidor de sus deberes morales, cívicos y
religiosos, sería condición suficiente para enseñar contenidos del saber moral y del saber
ético? ¿Por qué, con la enseñanza de la ética seria diferente de esas otras áreas del
conocimiento? ¿El saber moral, o, más puntualmente, el querer decidir y actuar
voluntariamente para el bien y evitar el mal, se pueden enseñar? ¿Será que la religión es
suficiente para nos enseñar a actuar bien y comprender racionalmente el nuestro actuar? ¿Si
fuera simple cuestión de legislación profesional, por qué la profesión de filósofo, o mejor,
profesor de Filosofía moral no fue aún reglamentada? ¡Nada de eso! Muchos acreditan que
en condiciones normales todos los seres humanos saben lo que es bueno y lo que es malo,
lo que es virtuoso y lo que es vicioso, lo que deben hacer y lo que no deben hacer. Muchos
piensan ser buenos administradores o gestores de su propia vida, particularmente respecto a
las elecciones y decisiones en la acción moral, y eso les parece suficiente, y como tal
pretenden enseñar a los otros como deben actuar moral o éticamente.
Al final, después de más de dos mil trescientos años, ¿por qué la ética?
Referencias bibliográficas
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KUIAVA, Evaldo Antonio. Ética e filosofia política. In: KUIAVA, Evaldo Antonio; WAISMANN,
Moisés. Aspectos filosóficos e econômicos. Caxias do Sul: UCS/NEAD, 2006.
Traducción: Gilmar Saint’ Clair Ribeiro
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