Contiene: - ARL Domingo de Ramos B - PAGOLA Domingo de Ramos B - Domingo de Ramos B - Semana del 29 de marzo al 4 de abril de 2015 ARL Domingo de Ramos B Es un domingo sin homilía, este que nos introduce en la semana “Santa” por excelencia, que celebra la institución de la Eucaristía, memorial del Señor Jesucristo, y luego su pasión y muerte. Tenemos hoy una liturgia rica, que va del recuerdo de la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, al silencio de la larga lectura de la Pasión que se concluye con la muerte del Hijo de Dios en el viernes más amargo pero el más fecundo de la historia. Ante toda muerte hay lamento y silencio y las palabras parecen también morir, como sonidos sin fuerza; sin embargo, en esta circunstancias, estar juntos, hablarse, es como mantener vivo y presente a quien nos ha dejado, quien no tiene ya voz ni mirada, mientras quisiéramos tenerlo con nosotros. Así es también ante la lectura de los hechos que llevaron a la muerte de Cristo, a quien queremos mantener presente entre nosotros; también así, en un domingo sin homilía, entre amigos, compartamos algunos pensamientos nacidos del corazón, para sentir vivo y presente entre nosotros al Redentor, que ofrece su vida como rescate por cada uno de nosotros; en su pasión, larga, solitaria y dolorosa, estamos también nosotros. Este año, la lectura de la Pasión es tomada de san Marcos: un relato austero, esencial, que no descuida los detalles, a veces crudos, pero siempre significativos, que sirven para subrayar con claridad dramática la dimensión humana del Dios encarnado en Jesús de Nazaret, el Dios verdaderamente hombre, que se ha puesto de la parte del hombre, del hombre pecador. El relato de san Marcos comienza en Betania, un lugar muy querido de Jesús; ahí vivían sus amigos, Lázaro, Marta y María; un oasis de reposo y de paz para el Maestro, momentos de amistad sincera y de tranquila fraternidad; en este momento, él se encuentra en la casa de Simón, el leproso, y mientras todos están a la mesa entra en la sala una mujer anónima con un vaso de alabastro que contiene un ungüento precioso, con el cual perfumará los pies del Señor. El texto precisa que “faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos y los sumos sacerdotes trataban de apoderarse de Jesús con engaños para matarlo…”; así que, mientras en Jerusalén se decidía la muerte de Cristo, en Betania, una mujer realiza un gesto profético que los necios comensales no comprenden, es el gesto que deberían realizar las mujeres al amanecer del tercer día, yendo al sepulcro, si no lo hubieran encontrado vacío: El Señor Jesús había resucitado. Betania es un momento de luz, un resplandor de la Pascua antes de los oscuros días del arresto y de la condena a muerte, antes de la vil entrega del Maestro por parte de Judas a los sumos sacerdotes. Luego, “el primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la Pascua…”, los discípulos, en Jerusalén, prepararon para aquella última Pascua que Jesús habría de consumar con los suyos, una cena, marcada por el don de su cuerpo y de su sangre, don del amor infinito que se expresa en el gesto extremo del cuerpo ofrecido en sacrificio y de la sangre derramada: el memorial que durará en la historia hasta el final de los tiempos. Y después la noche. Terminado el rito de la Pascua, cantado el último himno, Jesús y los suyos salieron y se dirigieron a Getsemaní, el lugar de la angustia, de la terrible agonía del Hijo de Dios que ora solo, y suda sangre, mientras los amigos, vencidos por el sueño, duermen. Es el inicio de los tres días tremendos, corazón del Misterio de la salvación, días que comienzan con el arresto del Maestro y que culminarán con la luz de la mañana de Pascua. Estos acontecimientos dramáticos tienen un testigo singular en un muchacho: es el mismo evangelista, poco más que un niño, que cuando Jesús es arrestado, mientras todos lo abandona y huyen, lo sigue: “Un muchacho lo seguía, vestido solo con una sábana, y lo detuvieron; pero él dejada la sábana, huyó desnudo”; un detalle significativo porque, caminar sobre los pasos de Cristo, exige realmente una total desnudez; exige abandonar todos los oropeles y coberturas para seguir detrás de él en la fe y en el amor, mirando solo a él con la desnudez propia del amor: la desnudez de la verdad de un corazón fiel. San Marcos, que relata, es testigo de esos acontecimientos y de esos días de violencia y de barbarie: la barbarie de una condena injusta, de un proceso de farsa, organizado por la envidia y sostenido por una muchedumbre, ahora hostil y manipulada por los jefes; una muchedumbre que es como una bestia enloquecida que no sabe sino gritar: “Crucifícale!”; y es la misma muchedumbre que lo seguía y aclamaba, la muchedumbre que esperaba de él los milagros, la muchedumbre hambrienta de los panes multiplicados; la muchedumbre que había visto curar paralíticos, ciegos y endemoniados; ahora la misma muchedumbre está fuera de sí, y solo pide la muerte de aquel hombre ya masacrado por la flagelación, y disfrazado de rey como burla. Es él, está ahí, en silencio y solo. “He ofrecido la espalda a los flageladores, la mejilla a los que me jalaban de la barba, -escribe Isaías-, no he apartado la cara de los insultos y los salivazos”. Jesús está ahí, entre las autoridades, políticas y religiosas, la muchedumbre que reclama su muerte, y la violencia bruta de los soldados; está ahí, solo: sus discípulos, si ha quedado alguno, en medio de aquella marea de gente exaltada, se mantienen al seguro, tan al seguro que Pedro, maldiciendo, asegura ante una mujer que no lo conoce; Pedro, que durante la cena pascual había asegurado: “Aunque si tuviera que morir por ti, no te negaré”. La soledad de Cristo, de Getsemaní al Calvario, se hace siempre más amarga y lacerante, porque al abandono de los amigos y a la traición de quien había consumado la Pascua con él se aumenta al final el misterioso y dramático silencio del Padre, un silencio que para el hombre Jesús es angustia de abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” es el grito suyo, del Hijo de Dios que muere en la cruz, y en ese grito parece resumir en una sola voz, todo el dolor de la humanidad, la humanidad de todo tiempo y lugar, humanidad herida interiormente y que solo de Dios espera luz, consolación y amor. El grano de trigo, caído en la tierra está ahora en la oscuridad más completa, ahí sobre el Gólgota, está solo, en las manos de los hombres, que se ríen de él y se burlan. Solo algunas mujeres están ahí, a la distancia, como lo piden las circunstancias, pero cercanas con el corazón; san Marcos recuerda los nombres: María de Magdala, María, la madre de Santiago el menor y José, Salomé y, luego, está su madre; también ella está ahí, de pie, seguramente le resuenan en el corazón las palabras lejanas del Angel: “…El será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David…” (Lc 1, 31-32) y ahora, su hijo está ahí, ante sus ojos, está ahí como un hombre derrotado, condenado como un delincuente cualquiera. Un día también lejano, en el templo, Simeón le había dicho: “… a ti una espada te atravesará el alma…” (Lc 2, 35); ahora esa espada esta verdaderamente clavada en su corazón y ella está ahí, junto a la cruz, en silencio, obediente con su hijo: el Hijo de Dios. María de Nazaret, la Madre, está en el Calvario, espectadora de una derrota total, testigo de la tragedia más grande que haya vivido la historia; ahí como petrificada e impotente para dar ayuda al Hijo que muere; y ahí, en el camino del Calvario, como en el Gólgota, junto a la Madre hemos de estar también nosotros, los que tenemos necesidad de la salvación que viene de Dios: de un Dios que muere en la cruz. “Jesús, dando un fuerte grito, expiró”. Es el último. fuerte, grito del Redentor, un grito al que hace eco el trastorno de la naturaleza: “Entonces, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”; un grito al que hace eco también el grito de fe del soldado romano: “Entonces, el centurión que estaba frente a él, viéndolo expirar de ese modo, dijo: verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!”. Y el grito del centurión es como un resplandor de luz en la oscuridad de esa tragedia, un resplandor de luz que, de algún modo, anticipa la luz de la mañana de pascua, el día único del triunfo de la vida, en la resurrección de Cristo; y el grito de fe del soldado romano es el anuncio de fe que todavía resuena en el mundo, un anuncio del que todos nosotros que hemos resucitado en Cristo nos hacemos portadores cada día. A todos ustedes el deseo de una Pascua verdaderamente luminosa y feliz en el Señor de la vida. Fr. Arturo Ríos Lara, OFM Roma 29 de marzo de 2015 EL GESTO SUPREMO José Antonio Pagola Jesús contó con la posibilidad de un final violento. No era un ingenuo. Sabía a qué se exponía si seguía insistiendo en el proyecto del reino de Dios. Era imposible buscar con tanta radicalidad una vida digna para los «pobres» y los «pecadores», sin provocar la reacción de aquellos a los que no interesaba cambio alguno. Ciertamente, Jesús no es un suicida. No busca la crucifixión. Nunca quiso el sufrimiento ni para los demás ni para él. Toda su vida se había dedicado a combatirlo allí donde lo encontraba: en la enfermedad, en las injusticias, en el pecado o en la desesperanza. Por eso no corre ahora tras la muerte, pero tampoco se echa atrás. Seguirá acogiendo a pecadores y excluidos aunque su actuación irrite en el templo. Si terminan condenándolo, morirá también él como un delincuente y excluido, pero su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no excluye a nadie de su perdón. Seguirá anunciando el amor de Dios a los últimos, identificándose con los más pobres y despreciados del imperio, por mucho que moleste en los ambientes cercanos al gobernador romano. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá también él como un despreciable esclavo, pero su muerte sellará para siempre su fidelidad al Dios defensor de las víctimas. Lleno del amor de Dios, seguirá ofreciendo «salvación» a quienes sufren el mal y la enfermedad: dará «acogida» a quienes son excluidos por la sociedad y la religión; regalará el «perdón» gratuito de Dios a pecadores y gentes perdidas, incapaces de volver a su amistad. Esta actitud salvadora que inspira su vida entera, inspirará también su muerte. Por eso a los cristianos nos atrae tanto la cruz. Besamos el rostro del Crucificado, levantamos los ojos hacia él, escuchamos sus últimas palabras… porque en su crucifixión vemos el servicio último de Jesús al proyecto del Padre, y el gesto supremo de Dios entregando a su Hijo por amor a la humanidad entera. Es indigno convertir la semana santa en folclore o reclamo turístico. Para los seguidores de Jesús celebrar la pasión y muerte del Señor es agradecimiento emocionado, adoración gozosa al amor «increíble» de Dios y llamada a vivir como Jesús solidarizándonos con los crucificados. Domingo de Ramos en la pasión del Señor (B) (Domingo 29 de marzo de 2015) LECTURAS DOMINGO DE RAMOS, EN LA PROCESIÓN DE RAMOS ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 11, 1-10 Cuando se aproximaban a Jerusalén, estando ya al pie del monte de los Olivos, cerca de Betfagé y de Betania, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; y si alguien les pregunta: "¿Qué están haciendo?", respondan: "El Señor lo necesita y lo va a devolver en seguida"». Ellos fueron y encontraron un asno atado cerca de una puerta, en la calle, y lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué desatan ese asno?» Ellos respondieron como Jesús les había dicho y nadie los molestó. Entonces le llevaron el asno, pusieron sus mantos sobre él y Jesús se montó. Muchos extendían sus mantos sobre el camino; otros, lo cubrían con ramas que cortaban en el campo. Los que iban delante y los que seguían a Jesús, gritaban: «¡Hosana! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito sea el Reino que ya viene, el Reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas!» Palabra del Señor. MISA No retiré mi rostro cuando me ultrajaban, pero sé muy bien que no seré defraudado Lectura del libro de Isaías 50, 4-7 El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, Él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Palabra de Dios. Salmo Responsorial 21.8-9.17-18a.19-20.23-24 R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: «Confió en el Señor, que Él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto». R. Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R. Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; Tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R. Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: «Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel». R. Se anonadó a sí mismo. Por eso, Dios lo exaltó Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11 Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». Palabra de Dios. Aclamación al Evangelio Flp 2, 8-9 Cristo se humilló por nosotros Hasta aceptar por obediencia la muerte, Y muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre. Evangelio Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 14, 1-15, 47 Buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Ácimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: S. «No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca tumulto en el pueblo». Ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura C. Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: S. «¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres». C. Y la criticaban. Pero Jesús dijo: + «Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden hacerles el bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo». Prometieron a Judas Iscariote darle dinero C. Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo. ¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos? C. El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?» C. Él envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: + «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario». C. Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua. Uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo C. Al atardecer, Jesús llegó con los Doce. Y mientras estaba comiendo, dijo: + Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo». C. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle. -tras otro: S. «¿Seré yo?» C. Él les respondió: + «Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que Yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay aquél por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!» Esto es mi Cuerpo. Ésta es mi Sangre, la Sangre de la alianza C. Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: + «Tomen, esto es mi Cuerpo». C. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: + «Ésta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios». Antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces C. Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: + . «Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: "Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas". Pero después que Yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea». C . Pedro le dijo: S. «Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré». C. Jesús le respondió: + «Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces». C. Pero él insistía: S. «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». C. Y todos decían lo mismo. Comenzó a sentir temor y angustia C. Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: + «Quédense aquí, mientras Yo voy a orar» C. Después llevó con Él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: + «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando». C. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: + «Abbá —Padre— todo te es posible: aleja de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». C. Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Jesús dijo a Pedro: + «Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero carne es débil». C. Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle. Volvió tercera vez y les dijo: + «Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar». Deténganlo y llévenlo bien custodiado C. Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal: S. «Es aquél a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado». C. Apenas llegó, se le acercó y le dijo: S. «Maestro». C. Y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre Él y lo arrestaron. Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja. Jesús les dijo: + «Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos. Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras». C. Entonces todos lo abandonaron y huyeron. Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo. ¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito? C. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junte al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra Él, pero sus testimonios no concordaban. Algunos declaraban falsamente contra Jesús: S. «Nosotros lo hemos oído decir: "Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre"». C. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones. El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: S. «¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?» C. Él permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: S. «¿Eres el Mesías, el Hijo del Dios bendito?» C. Jesús respondió: + «Sí, Yo lo soy: y ustedes verán "al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo"». C. Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: S. «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?» C. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: S. «¡Profetiza!» C. Y también los servidores le daban bofetadas. Se puso a maldecir Y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando C. Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: S. «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». C. Él lo negó, diciendo: S. «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». C. Luego salió al vestíbulo y en ese momento cantó el gallo. La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: S. «Éste es uno de ellos». C. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: S. «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». C. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar. ¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos? C. En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Éste lo interrogó: S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?» C. Jesús le respondió: + «Tú lo dices». C. Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra Él. Pilato lo interrogó nuevamente: S. «¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan! » C. Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato. En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado. Pilato les dijo: S. «¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos? » C. Él sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás. Pilato continuó diciendo: S. «¿Qué quieren que haga, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos? » C. Ellos gritaron de nuevo: S. «¡Crucifícalo! » C. Pilato les dijo: S. «¿Qué mal ha hecho? » C. Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: S. «¡Crucifícalo! » C. Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado. Hicieron una corona de espinas y se la colocaron C. Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio. Convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: S. «¡Salud, rey de los judíos!» C. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían doblando la rodilla, le rendían homenaje. Después de haber burlado de Él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificar Condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota y lo crucificaron C. Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota que significa: «lugar del Cráneo». Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero Él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados "se repartieron sus vestiduras, sorteándolas" para ver qué le tocaba a cada uno. Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda Ha salvado a otros y no puede salvarse a si mismo C. Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: S. «¡Eh, Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!» C. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: S. «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para veamos y creamos!» C. También lo insultaban los que habían sido crucificados con Él. Jesús, dando un gran grito expiró C. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: + «Eloi, Eloi, lemá sabactaní». C. Que significa: + Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: S. «Está llamando a Elías». C. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: S. «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». C. Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración. C. El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a Él, exclamó: S. «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén. José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro C. Era día de Preparación, es decir, vísperas de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea — miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios— tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Éste compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto. Palabra del Señor. Guión para la Santa Misa DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR –CICLO B- 2015 PROCESIÓN O ENTRADA SOLEMNE: EVANGELIO: Mc .11, 1-10 o bien Jn. 12,12-16 La realeza del Señor se manifiesta en su entrada triunfal a Jerusalén. Es reconocido como el Hijo de David, el Mesías esperado, y al mismo tiempo, sumido en humildad se encamina decididamente a la Pasión. Acompañémoslo en su anonadamiento con espíritu de amor y de reparación. LITURGIA DE LA PALABRA: 1º LECTURA: Isaías 50,4-7 El Siervo de Dios no opuso resistencia a los sufrimientos, sino que se entregó con plena confianza en las manos del Padre. 2ºLECTURA: Filip.2, 6-11 Jesús, nuestro Señor, se humilló voluntariamente por nuestros pecados y el Padre lo exaltó. EVANGELIO: Mc 14,1-15 o bien 15,1-39 Escuchemos el Evangelio y revivamos la Sagrada Pasión del Señor. PRECES Amados hermanos, próximos ya a la Solemnidad de la Pascua, oremos al Señor con más insistencia para que la multitud de los bautizados, y el universo entero, participemos más abundantemente de este sagrado misterio. A cada intención respondemos cantando +Para que la Iglesia, Esposa de Cristo, en este tiempo de pasión se purifique plenamente en la sangre de Cristo. Oremos. +Para que por la sangre de Cristo venga la paz al mundo entero y los pueblos se dispongan para la salvación. Oremos. +Para que dé fortaleza y valor a los que participan de Pasión de Cristo por la enfermedad y las tribulaciones. Oremos. +Para que todos nosotros, por la Pasión y Muerte del Señor, lleguemos a la gloria de la resurrección. Oremos. +Por los abundantes frutos de los Ejercicios Espirituales que se predican en Semana Santa y la generosidad de los ejercitantes. Oremos. Señor, atiende las súplicas de tu pueblo, para que lo que no se atreve a esperar por sus propios méritos, pueda alcanzarlo por los méritos de la Pasión de tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. LITURGIA DE LA EUCARISTIAOFERTORIO: Nos ofrecemos con estos humildes dones con el deseo de ser transformados en ofrenda permanente al Padre. Incienso, con él unimos nuestras oraciones por las necesidades de la Santa Iglesia. Alimentos, como signo de caridad con los hermanos más necesitados. Comunión: Al Dios Eucaristía, pidámosle la gracia de crecer en el espíritu de reparación y adoración por tanto bien recibido. Salida: Que María Santísima nos conceda la gracia, en este tiempo penitencial, de una auténtica conversión y de un intenso conocimiento del misterio de Cristo. Directorio Homilético Nuevo Directorio Homilético II. LA INTERPRETACIÓN DE LA PALABRA DE DIOS EN LA LITURGIA (Continuación) 22. El Misterio Pascual, eficazmente experimentado en la celebración sacramental, no sólo ilumina las Escrituras proclamadas sino que transforma también la vida de cuantos las escuchan. De este modo, otra función de la homilía es la de ayudar al pueblo de Dios a ver cómo el Misterio Pascual no solo da forma a lo que creemos, sino que nos hace también capaces de actuar a la luz de las realidades que creemos. El Catecismo, con las palabras de san Juan Eudes, indica la identificación con Cristo como la condición fundamental de la vida cristiana: «Te ruego que pienses [...] que Jesucristo, Nuestro Señor, es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros [...]. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de Él» (Tractatus de admirabili Corde Iesu; cf. Liturgia de las Horas, IV, Oficio de las lecturas del 19 de agosto, citado en CEC 1698). 23. El Catecismo de la Iglesia Católica es un recurso inestimable para el homileta que utiliza los tres criterios interpretativos de los que hemos hablado. Ofrece un apreciable ejemplo de «la unidad de toda la Escritura», de la «Tradición viviente de toda la Iglesia» y de la «analogía de la fe». Esto se hace particularmente claro cuando nos damos cuenta de la relación dinámica que hay entre las cuatro partes que componen el Catecismo, y que corresponden a lo que creemos, a cómo celebramos el culto, a cómo vivimos y a cómo rezamos. Se trata de cuatro ámbitos relacionados por medio de una única sinfonía. San Juan Pablo II señaló esta relación orgánica en la Constitución apostólica Fidei depositum: «La Liturgia es en sí misma oración; la confesión de la fe encuentra su lugar propio en la celebración del culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del obrar cristiano, del mismo modo que la participación en la Liturgia de la Iglesia exige la fe. Si la fe carece de obras, es fe muerta (cf. St 2, 14-26) y no puede producir frutos de vida eterna. Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración» (2). En relación a los pasajes que conectan entre sí las cuatro partes del Catecismo, sirven de ayuda al homileta que, prestando atención a la analogía de la fe, intenta interpretar la Palabra de Dios en la Tradición viva de la Iglesia y a la luz de la unidad de toda la Escritura. Análogamente, el Índice de las referencias del Catecismo muestra cuánto rebosa de la palabra bíblica toda la enseñanza de la Iglesia. Podría ser utilizado correctamente por los homiletas para poner en evidencia cómo ciertos textos bíblicos, usados en las homilías, son utilizados en otros contextos para explicar las enseñanzas dogmáticas y morales. El Apéndice I de este Directorio ofrece al homileta una contribución para el uso del Catecismo. 24. Con todo lo apuntado hasta ahora, debería quedar claro que, mientras los métodos exegéticos pueden revelarse útiles para la preparación de la homilía, es necesario que el homileta preste atención, también, al sentido espiritual de la Escritura. La definición de tal sentido, ofrecida por la Pontificia Comisión Bíblica, sugiere que este método interpretativo es particularmente apto para la Liturgia: «[El sentido espiritual es] como el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del Misterio Pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él. Este contexto existe efectivamente. El Nuevo Testamento reconoce en él el cumplimiento de las Escrituras. Es, pues, normal releer las Escrituras a la luz de este nuevo contexto, que es el de la vida en el Espíritu» (Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, II, B, 2 citado en VD 37). De este modo, la lectura de las Escrituras forma parte del vivir católico. Un buen ejemplo proviene de los Salmos que rezamos en la Liturgia de las Horas; a pesar de las diferentes circunstancias literarias en las que florece cada Salmo, nosotros los comprendemos en referencia al Misterio de Cristo y de la Iglesia y también como expresión de los gozos, dolores y lamentaciones que caracterizan nuestra relación personal con Dios. 25. Los grandes maestros de la interpretación espiritual de la Escritura son los Padres de la Iglesia, en su mayoría pastores, cuyos escritos con frecuencia contienen explicaciones de la Palabra de Dios ofrecidas al pueblo en el curso de la Liturgia. Es providencial que, junto a los progresos realizados por la investigación bíblica en el siglo pasado, se haya llevado a cabo también un notable avance en los estudios patrísticos. Documentos que se creían perdidos han sido recuperados, se han realizado ediciones críticas de los Padres y ahora están disponibles las traducciones de grandes obras de exégesis patrística y medieval. La revisión del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas ha puesto a disposición de los sacerdotes y de los fieles muchos de estos escritos. La familiaridad con los escritos de los Padres puede ayudar en gran medida al homileta a descubrir el significado espiritual de la Escritura. De la predicación de los Padres es de donde nosotros, hoy, aprendemos cuan íntima es la unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. De ellos podemos aprender a discernir innumerables figuras y modelos del Misterio Pascual que están presentes en el mundo desde el alba de la creación y se revelan ulteriormente a lo largo de toda la historia de Israel que culmina en Jesucristo. Es de los Padres de quien aprendemos de qué modo todas las palabras de las Escrituras inspiradas pueden revelarse como inesperadas e impenetrables riquezas si vienen consideradas en el corazón de la vida y de la oración de la Iglesia. Es de los Padres de quien aprendemos la íntima conexión existente entre el misterio de la Palabra bíblica y el de la celebración sacramental. La Catena Aurea de santo Tomás de Aquino permanece como un instrumento magnífico para acceder a las riquezas de los Padres. El Concilio Vaticano II ha reconocido con claridad que tales escritos representan un recurso valioso para el homileta: «En el sagrado rito de la Ordenación el obispo recomienda a los presbíteros que “estén maduros en la ciencia” y que su doctrina sea “medicina espiritual para el pueblo de Dios”. Pero la ciencia de un ministro sagrado debe ser sagrada, porque emana de una fuente sagrada y a un fin sagrado se dirige. Ante todo, pues, se obtiene por la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, y se nutre también fructuosamente con el estudio de los santos Padres y Doctores, y de otros monumentos de la Tradición» (Presbyterorum ordinis 19). El Concilio ha transmitido una renovada comprensión de la homilía como parte integrante de la Celebración Litúrgica, método fructuoso para la interpretación bíblica y estímulo, con el fin de que los homiletas se familiaricen con las riquezas de dos mil años de reflexión sobre la Palabra de Dios, que constituyen el patrimonio católico. ¿Cómo puede un homileta traducir en la práctica esta visión? (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 22 - 25) Orientaciones P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. Orientaciones para las homilías de Semana Santa Reunimos aquí las indicaciones litúrgicas para la celebración de la Liturgia de la Palabra en las Misas de la Semana Santa. Están tomadas de los libros litúrgicos aprobados canónicamente por la Iglesia. Con esta mirada de conjunto podemos ya hacer un plan y un primer bosquejo de todos nuestros sermones de Semana Santa. Domingo de Ramos “En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que se refieren a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa se lee el relato de la pasión del Señor”. (Leccionario, Prenotanda, nº 97) “La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser que razones pastorales aconsejen lo contrario. “Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la Pasión del Señor, está permitido al sacerdote, en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.” (Leccionario, Tomo I, p. 445; anotación en rojo antes de las lecturas de la Misa del Domingo de Ramos) “En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar aclamaciones” (Leccionario, Tomo I, p. 451; anotación en rojo antes de la lectura de la Pasión) Recordamos que el sacerdote celebrante, en las Misas del Domingo de Ramos que se hagan con procesión o con entrada solemne, debe predicar tres veces. La primera es una monición antes de la bendición de los ramos, monición que puede leer también del Misal (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 5, p. 219). La segunda es después de la lectura del Evangelio antes de iniciar la procesión. El Misal, respecto a esta predicación dice textualmente: “Después del Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía.” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 8, p. 223). La tercera predicación es ya dentro de la Misa, después de la lectura de la Pasión (según San Marcos, en este Ciclo B). Dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede hacerse también un momento de silencio” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, nº 22, p. 228). En algunas regiones el Domingo de Ramos es una de las misas más concurridas del año y, por lo tanto, la utilidad espiritual de la homilía es muy grande. En estos casos aconsejamos no omitirla. En cuanto al tema de la homilía es preciosa esta indicación del Ceremonial de los Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético de su poder. “Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz, triunfó como Rey. Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos glorificados’ (Rm.8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos, nº 263). De acuerdo a esto podemos decir que el Domingo de Ramos comprende, a la vez, el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. Por lo tanto, en la homilía debe quedar en evidencia la relación entre estos dos aspectos del misterio pascual. Ferias de Semana Santa “Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión” (Leccionario, Prenotanda, nº 98) Misa crismal “En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación en la Iglesia, por medio de los sacramentos”. (Leccionario, Prenotanda, nº 98) Respecto a la predicación en la Misa crismal, dice el Misal textualmente: “Después de la proclamación del Evangelio, el obispo pronuncia la homilía inspirándose en los textos de la Liturgia de la Palabra, hablando al pueblo y a sus presbíteros acerca de la unción sacerdotal, exhortando a los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio e invitándolos a renovar públicamente sus promesas sacerdotales” (Misal Romano, Jueves Santo, nº 8, p. 233) Sagrado Triduo pascual Jueves Santo o Jueves de la Cena del Señor “El jueves santo, en la Misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina de un modo especial el ejemplo de Cristo al lavar los pies de los discípulos y las palabras de Pablo sobre la institución de la Pascua cristiana de la Eucaristía” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). “Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los grandes misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y del Orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna” (Misal Romano, Jueves de la Cena del Señor, nº 9, p. 240). Esta breve indicación del Misal Romano es de gran valor, ya que nos indica con claridad cuál debe ser el contenido de nuestra homilía para Misa de la Cena del Señor. Viernes Santo “La acción litúrgica del viernes santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de la pasión de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre”. (Leccionario, Prenotanda, nº 99) “Concluida la lectura de la Pasión (según San Juan), hágase una breve homilía, y terminada ésta, los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio” (Misal Romano, Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 10, p. 245). Viernes Santo: Memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María junto a la Cruz El Misal Romano (Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 20 bis) contempla dos posibilidades para la memoria de los dolores y la soledad de la Virgen María: el “piadoso ejercicio tradicional” del Sermón de la Soledad o la inclusión de “la memoria del dolor de María en la misma acción litúrgica con la que se celebra la Pasión del Señor”. El Misal considera “más conveniente” esta última porque “de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María está unida indisolublemente a la obra de la salvación realizada por su Hijo”. Sin embargo resalta el Misal que en algunos lugares puede “considerarse oportuno conservar” aquel piadoso ejercicio tradicional del Sermón de la Soledad. El Misal lo describe de esta manera: “Según una antigua tradición, en la tarde del Viernes Santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores sufridos por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su Hijo, y de su estado de profunda soledad después de la muerte de Jesús.” Debe tenerse el cuidado de realizarlo de tal manera que no reste importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Mi experiencia de nueve años de párroco en la periferia de la gran ciudad de Santiago de Chile me lleva a decir que es perfectamente posible realizar este piadoso ejercicio sin que reste importancia a la Celebración de la Pasión del Señor. Nosotros hacíamos la Celebración de la Pasión del Señor a las 15 hs., aproximadamente. Luego hacíamos el Via Crucis por las calles de la población, que duraba varias horas. Y el Via Crucis terminaba en el templo con el Sermón de la Soledad, hecho a modo de Liturgia de la Palabra. De ese modo, el Sermón de la Soledad no restaba importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Las ideas fundamentales de dicho sermón están expresadas en el Misal Romano, citado recién. Era de mucho provecho para los fieles. Vigilia Pascual en la Noche Santa “En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que recuerdan las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio de la resurrección según los tres evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo cristiano como sacramento de la resurrección de Cristo” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). “En esta Vigilia, ‘Madre de todas las vigilias’, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y respetando la índole de la Vigilia, debe proclamarse todas las lecturas. “Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de las lecturas del Antiguo Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con sus respectivo cántico” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 20 – 21, p. 275) El Leccionario se expresa con términos semejantes. Respecto a la homilía para esta celebración dice el Misal Romano: “Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 36, p. 279) Misa del día de Pascua “Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos para la noche santa, o, cuando hay Misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los discípulos que iban a Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia” (Leccionario, Prenotanda, nº 99). Exégesis P. José María Solé Roma, C. M. F. Sobre la Primera Lectura (Is 50,4-7) Se nos da en este domingo el tercer canto del Poema del Siervo de Yahvé: - En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el 'Siervo' - Mesías a la 'Palabra' = Voluntad de Dios: cómo es discípulo que a toda hora está presto a oír la palabra de su maestro. Jesús se aplica a Sí mismo el sentido de esta profecía Me-siánica y nos lo explica cuando dice: 'Yo de Mí mismo nada puedo hacer; según oigo transmito' (Jn 5, 30). 'Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió' (Jn 7, 16). 'No puede el Hijo hacer cosa alguna de Sí mismo, sino sólo lo que ve que hace el Padre. Pues el Padre ama al Hijo, y le manifiesta cuanto El hace' (Jn 5, 19). Y la encomienda y mensaje que recibe el 'Siervo' es mensaje de Salvación (v 4). Y eso mismo se aplica a Sí Jesús: 'El que escucha mis palabras tiene Vida Eterna; llega la hora y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida' (Jn 5, 25). Nos trae Cristo gozo, vida, salvación. -Esta misión del 'Siervo' = Mesías va a ser muy difícil. Pero el 'Siervo' acepta con plena y heroica docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: 'Yo no le he resistido, ni me he echado atrás (v 5). Jesús podrá decirnos aplicándose esta profecía: 'Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida; voluntariamente la entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre' (Jn 10, 17). Y al iniciar la Pasión se ofrece a ella con plena generosidad: 'Debe conocer el mundo que Yo amo al Padre: y que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de aquí' (Jn 14, 31). Ahora que a la luz del N. T. sabemos que el 'Siervo' es el 'Hijo', nos maravilla aún más esta plena obediencia; obediencia plenamente filial. - En el cumplimiento de su misión el 'Siervo' va a correr la suerte de todos los Profetas de Dios. Es recibido con hostilidad. La actitud del 'Siervo' frente a las persecuciones es de una humildad y abnegación que sorprenden: 'He presentado mis espaldas a los que me golpeaban y mis mejillas a los que mesaban mi barba. No he hurtado mi faz a los ultrajes y a los salivazos' (6). ¡Cuán diferente este acento del de un Jeremías; p. ej.: 'Que sean confundidos mis perseguidores y que no sea yo confundido. Haz venir sobre ellos el día de la desventura y destrúyelos con doble destrucción' (Jer 17, 18). El 'Siervo' = Mesías (lo veremos en la historia de la Pasión de Jesús) es el 'Cordero que, llevado al matadero, no abre su boca' (Is 53, 7). Que en la Cruz ora al Padre: 'Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen' (Lc 23, 24). Sobre la Segunda Lectura (Flp 2,6-11) Es una exposición lírica y doctrinal del Misterio Redentor: - Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El 'glorioso', que le correspondía en su calidad de Hijo de Dios (y 6). Al tomar la naturaleza humana renuncia a todo derecho. Y escoge el estado de humillación (kénosis), y despojo (tapéinosis) y obediencia: en condición humana, sin privilegio alguno, con todas sus miserias y limitaciones (excepto la del pecado: cfr. Heb 4, 15); anonadado; 'Siervo' obediente; sujeto a la misma muerte: muerte de cruz (vv 7-8). - En el trasfondo de este cuadro se adivina la contraposición entre el Adán viejo y el Adán Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos; ser como Dios. Y, desobediente, se rebeló. Cristo, el Nuevo Adán, renuncia a sus derechos divinos; se hace en todo como nosotros los hombres. Se somete en total obediencia al Padre. Con esto Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. - Con su obediencia, el Siervo, Adán Nuevo, gana para todos nosotros el perdón de nuestras desobediencias; y merece para sí mismo, para su humana naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre. Son muy claras en todo este pasaje paulino las alusiones al 'Siervo de Yahvé' de Isaías: 'Siervo' humillado hasta la más abyecta pasión y muerte (Is 53, 1-9). 'Siervo' galardonado: con su 'expiación' justifica y salva a la muchedumbre de los pecadores (Is 53, 12). Y restituido a la vida, es saciado de gozo y de gloria (Is 53, 11). San Pablo sabe mejor cuál es la Gloria de Cristo Resucitado: El 'Señorío' universal (v. 10) a la diestra del Padre. Y como raíz y razón de este 'Señorío' y Gloria el 'Nombre', e. d., la Divina Filiación: 'Desde la Resurrección ha sido constituido Hijo de Dios Glorioso, según el Espíritu de Santidad' (Rom 1, 3). Gloria, laus et honor tibi sit, Rex Christe Redemptor! Sobre el Evangelio (Mc 14.15) San Marcos, en el relato de la Pasión, pone de relieve el cumplimiento de las Escrituras. Especialmente las referentes al 'Siervo de Yahvé' de Isaías. Por tanto, la Pasión es sometimiento a la voluntad del Padre, acto supremo de obediencia de Cristo. - Igualmente se pone de relieve, en la profecía del 'Siervo', el sentido 'vicario' de la muerte de Cristo: Muere en sustitución de nosotros pecadores, El, que es inocente (Is 53, 4. 9); y el valor 'expiatorio': Por sus llagas todos hemos sido curados; por su muerte todos hemos sido vivificados (Is 53, 5-11). - Es la doctrina del Misterio Redentor escrita con sangre por los Evangelistas y expresada teológicamente por San Pablo: 'Cristo fue entregado para expiación de nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación = Salvación' (Rom 4, 25). (Solé Roma, J. M., Ministros de la Palabra, ciclo "B", Herder, Barcelona, 1979) Comentario Teológico Directorio Homilético Domingo de Ramos en la Pasión del Señor 77. «El domingo de Ramos en la Pasión del Señor: para la procesión, se han escogido los textos que se refieren a la entrada solemne del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos; en la Misa, se lee el relato de la pasión del Señor» (OLM 97). Dos antiguas tradiciones conforman esta Celebración Litúrgica, única en su género: el uso de una procesión en Jerusalén y la lectura de la Pasión en Roma. La exuberancia que rodea la entrada real de Cristo, pronto da paso a uno de los cantos del Siervo doliente y a la solemne proclamación de la Pasión del Señor. Y esta liturgia tiene lugar en domingo, día desde los comienzos asociado a la Resurrección de Cristo. ¿Cómo puede el celebrante unir los múltiples elementos teológicos y emotivos de este día, sobre todo por el hecho de que las consideraciones pastorales aconsejan una homilía bastante breve? La clave se encuentra en la segunda lectura, el hermosísimo himno de la carta de san Pablo a los Filipenses, que resume de manera admirable todo el Misterio Pascual. El homileta podría destacar brevemente que, en el momento en el que la Iglesia entre en la Semana Santa, experimentaremos ese Misterio, de manera que podamos hablarle a nuestros corazones. Diversos usos y tradiciones locales conducen a los fieles a considerar los acontecimientos de los últimos días de Jesús, pero el gran deseo de la Iglesia en esta Semana no es, únicamente, el de remover nuestras emociones, sino el de hacer más profunda nuestra fe. En las celebraciones litúrgicas de la Semana que se inicia no nos limitamos a la mera conmemoración de lo que Jesús realizó; estamos inmersos en el mismo Misterio Pascual, para morir y resucitar con Cristo. (Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 77) Santos Padres San Jerónimo Domingo de Ramos Este pollino, que estaba atado, ¿cómo es que, según el Evangelio de Lucas, tenía muchos dueños? ¿Por qué se les quita a muchos dueños y es llevado a un solo señor? ¿Por qué estaba delante de la puerta y por qué en la calle? Delante de la puerta significa que estaba preparado para la fe, mas no podía entrar sin los apóstoles; y en la calle significa que estaba entre la gentilidad y el judaísmo, no sabiendo a quién seguir. ¿Por qué en el Evangelio de Marcos se dice que era un pollino, al que nadie había montado nunca? Realmente nadie lo había montado nunca. Todos lo habían querido domar y montar, pero nadie había podido. No habían podido montarlo, evidentemente, porque no había sido domado. ¡Cosa sorprendente: había sido atado, sin haber podido ser domado! De muy diverso modo actúa Jesús: lo desata y así precisamente, lo doma. Este mismo pollino es llevado desde Betania a Betfagé. Jesús estaba en Betania, si bien los evangelistas hablan de modo diverso. Unos dicen que estaba en Betania y otros que estaba en Betfagé. Betania es el lugar, la aldea, donde hoy está Lázaro, la aldea de Marta y María, la aldea de Lázaro. Tened en cuenta también todo esto. Aquel pollino indómito es llevado al lugar donde Lázaro había sido resucitado, a Betania, que significa «casa de obediencia». Era indomable y es llevado a la obediencia, a fin de que en él pueda montar Jesús. Hemos hablado de Betania, hablemos ahora de Betfagé. Betfagé significa «casa de la quijada». Fijaos en el proceso de la fe. Primero creemos y llegamos a Betania, es decir, a la casa de la obediencia; y después, a la casa de las quijadas, casa de la confesión, o casa sacerdotal. Pues los sacerdotes, en efecto, solían recibir la quijada. Tal vez alguien pregunte: ¿por qué los sacerdotes reciben precisamente la siagona, esto es, la quijada? El sacerdote no recibe otra cosa más que la siagona, el pecho y el hombro. Daos cuenta de lo que reciben los sacerdotes: la quijada, el pecho, y el hombro. Fijaos bien en ello. Lo propio del oficio sacerdotal es poder enseñar a los pueblos. De ahí que diga el profeta: «Pregunta a los sacerdotes sobre la ley de Dios.» Es propio de los sacerdotes, por tanto, responder a las preguntas sobre la ley. Por ello, reciben la palabra, que está en la quijada; reciben también el pecho, esto es, el conocimiento de las Escrituras, pues de nada aprovecha tener las palabras, si no se posee este conocimiento. Y una vez has recibido la siagona y el pecho, entonces recibes también los brazos, es decir, las obras, pues de nada te aprovecha que tengas las palabras y que tengas el conocimiento, si no tienes las obras. ¿Por qué he dicho todo esto? A propósito de este pollino de asna, llevado a la «casa de las quijadas», que es lo que significa Betfagé. No es llevado primero a los brazos, ni es llevado tampoco al pecho, sino a la quijada, a la palabra, para que de ella reciba enseñanza. Así, pues, sobre este pollino monta el Salvador: monta porque estaba cansado. Desde Samaria de Galilea había venido a Jericó, y desde Jericó hasta Betania; había subido incluso un monte y no se había cansado, y sin embargo, en dos millas se cansa y pide el asno. De Jerusalén iba a Galilea, caminando siempre a pie hasta Samaria, y no pudo caminar dos millas. Mas todo lo que hizo Jesús es un sacramento, todo es nuestra salvación. Si el apóstol nos dice: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis lo que sea, hacedlo todo en el nombre del Señor», ¿cuánto más será para nosotros un signo que el Salvador camine, o se siente, o coma, o duerma? Tenemos, pues, que monta una asna. Pero otro evangelista dice que monta un pollino, y otro que tanto una asna como un pollino . Voy a decir una cosa ridícula: ¿podía poner un pie en cada uno de los asnos? En todo esto hablo contra los judíos. Si, pues, vino en una asna, no vino en un pollino. Sin embargo, las dos cosas ocurrieron en realidad, aunque precedidas por un signo. Montó Jesús en un pollino de asna indomable, al que no habían podido poner frenos, ni nadie había montado nunca, en el pueblo gentil, y montó en una asna en aquellos creyentes, que procedían de la sinagoga. Fíjate en lo que dice: Montó en una asna sujeta al yugo, que tenía el cuello y la cerviz molidos por la ley. Y se le acercó, dice el Evangelio, la multitud. Mientras estaba en el monte, no podía acercársele la multitud: comienza a descender y la turba se le acerca. Y la turba que lo precedía y lo seguía — dice— clamaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas. Tanto los que precedían, como los que le seguían, gritan a una sola voz. ¿Quiénes son los que le preceden? Los patriarcas y profetas. ¿Quiénes los que le siguen? Los apóstoles y el pueblo de los gentiles. Más, tanto en los que le preceden como en los que le siguen Cristo es la única voz: a él alaban, a él aclaman al unísono. ¿Y qué dicen? «Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en las alturas». Dicen tres cosas: «Hosanna al Hijo de David», a los incipientes; «bendito el que viene en el nombre del Señor», a los perfectos; «hosanna en las alturas», a los que reinan. Nadie piense que dividimos a Cristo. Sólo quienes nos calumnian suelen decir que distinguimos en Cristo dos personas: el hombre y Dios. Nosotros creemos en la Trinidad, no en una cuaternidad, como ocurriría en el caso de que en Cristo hubiera dos personas. Pues si en Cristo hay dos personas, el Hijo, es decir Cristo, es doble, y entonces las personas serían cuatro. Nosotros creemos en el Padre, en el Hijo, y en el Espíritu Santo. Respecto al Padre y al Espíritu no hay ninguna duda, pues no tomaron un cuerpo, ni asumieron ninguna debilidad. Mas ahora hablamos de Cristo, nuestro Dios, Hijo de Dios e hijo del hombre, el Hijo único de Dios. El mismo Hijo de Dios es también hijo del hombre. Lo que tiene de grande refiérelo al Hijo de Dios; lo que tiene de humilde al hijo del hombre, pero, de todos modos, es un único Hijo de Dios. ¿Por qué me veo obligado a decir esto? Porque he oído que nos calumnian algunos, que probablemente tienen alma arriana. Porque no he querido referir a Dios la bajeza de la humanidad, no por ello divido a Cristo. Pues él mismo está simultáneamente en el infierno y en el cielo: en un mismo instante descendió a los infiernos y entró con el ladrón en el paraíso. Todos los elementos los tiene en su puño. Y si están en su puño, ¿dónde no va a estar el que lo sostiene todo? Con la ayuda de vuestras oraciones hemos explicado todas estas cosas, como hemos podido. A Él la gloria por los siglos de los siglos. AMEN. Aplicación P. Alfredo Sáenz,S.J. LA ENTRADA DE CRISTO EN JERUSALEN Con este domingo —domingo de Ramos— entramos en el corazón del año litúrgico, que es la Semana Santa. Y entramos de una manera curiosa. Porque la Iglesia junta hoy en su liturgia la procesión de Ramos, por una parte, y el recuerdo de la Pasión, por otra. Reúne en un haz la procesión y la pasión: la procesión incluye el aplauso victorioso; la pasión trae consigo el llanto compartido. No deja de impresionarnos el hecho evangélico de la entrada de Jesús en Jerusalén. El Señor ingresa triunfalmente en su ciudad amada, montado en un asno, mientras la muchedumbre lo recibe tendiendo unos sus mantos por las calles, y otros cortando ramas de los árboles para cubrir con ellas el camino. Al tiempo que la multitud clamaba: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, Hosanna en las alturas. Y ahora acabamos de escuchar el relato de la pasión del Señor. ¡Qué curioso contraste! Pero es un contraste pretendido. Porque en verdad el Señor pasó de la procesión a la pasión. ¡Terrible este tránsito de la procesión a la pasión! Porque por un mismo pueblo, en la misma ciudad, interponiéndose poquísimos días, Jesús es primero recibido con tantos honores, y luego lo llevan al Calvario. ¡Cuán distintas las voces: "Bendito el que viene en nombre del Señor" y "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Hoy lo llaman "Rey de Israel" y el viernes dirán: "No tenemos más Rey que al César". ¡Qué distintos son los ramos verdes y la cruz reseca, qué diversas son las flores y las espinas! A quien ahora tienden por tapiz los vestidos propios, de aquí a poco le desnudarán de los suyos y se los sortearán. Oportunamente la liturgia de hoy junta, pues, la pasión y la procesión, para que aprendamos por ello a no descansar demasiado en nuestras alegrías terrenas; en este mundo es fácil que los gozos se conviertan en llanto. No seamos como los insensatos, a quienes mata su propia prosperidad, sino que en el día de los bienes no nos olvidemos de los males, ya que nuestra vida está mezclada de unos y de otros, según aquello que se lee en Job: "Le visitas cada día, y a cada momento le pruebas". Veamos, así, en la procesión, una imagen de la gloria que nos espera en el cielo, y en la pasión, una figura del camino que es preciso transitar para llegar al cielo. Si la procesión nos trae al pensamiento aquella gloria con la que soñamos, y aquel gozo sobremanera grande que con la gracia de Dios confiamos alcanzar, si con todo nuestro afán deseamos ver aquel día en que Jesucristo nuestro Señor será recibido en la Jerusalén celestial, marchando victoriosamente a la cabeza de todos sus miembros, aplaudido no ya por las turbas populares sino por la corte celestial en pleno, ángeles y santos, clamando por todas partes los pueblos de uno y otro Testamento: "Bendito el que viene en nombre del Señor", si todo esto suscita en nuestra mente la procesión, aprendamos a ver en la pasión el sendero de ida que conduce a esa gloria anhelada. La tribulación presente es el camino de la vida, el camino de la gloria, el camino de la ciudad que merece habitarse, el camino del reino. La gloria que entrevemos desde ahora en la procesión hará llevaderos los trabajos de la pasión. Ya que el viernes santo contemplaremos de manera especial la Pasión y Muerte de Jesús, reduzcámonos hoy a la consideración del misterio de Ramos. Jesús —lo sabemos— es el Rey del universo. Y sin embargo no ingresó en su Ciudad Real con la solemnidad acostumbrada por los monarcas cuando tomaban posesión de su sede. El Rey de reyes no viene montado en carroza engalanada, ni avanza sobre tapices regiamente recamados, ni camina rodeado por una brillante comitiva. Su corte la constituye esa muchedumbre con olor a pueblo, que se pone a arrancar ramas de los árboles, que se quita sus humildes vestidos para trenzar con ellos una alfombra en honor de su Señor. Ni lo reciben a Jesús los jefes de la ciudad, los príncipes y los sacerdotes judíos. Están, sí, presentes, pero rezumando odio y planeando la venganza, la terrible venganza que consistiría en sustituir en los labios del pueblo el Hosanna por el Crucifícalo. El Señor quiere que esta entrada triunfal tenga lugar, porque es Rey de Jerusalén y también Rey de todo el mundo. Aunque bien sabe que cinco días más tarde, muchos de los allí presentes gritarían a Pilatos: ¡Crucifícalo!, poco importa. Ello nada quita a sus derechos reales. El podía hacer ahora un solo signo milagroso, y Jerusalén entera, incluidos sus jefes, se hubiesen postrado sus pies, el trono de David sería su sede, y podría cubrir su frente con una corona de diamantes. Pero Jesús no necesita de estas cosas exteriores. No necesita. "probar" que es Rey. Lo es, simplemente. Haciendo su entrada en Jerusalén, quiere mostrar que como Rey-Pastor no olvida a su Pueblo ni a su Ciudad. Este solemne momento representa para Israel, tomado en su conjunto, la última hora de gracia, la última vez que el Señor, antes de dejar la tierra, intenta salvar colectivamente a los suyos, cubriéndolos con su bondad, como una gallina que quiere poner a los pollitos bajo sus alas maternales. Pero el judaísmo oficial no lo acepta. Lo aceptan los humildes de corazón, aquellos que al levantar en sus manos los ramos de olivo saludaron, sin saberlo, la próxima victoria de Cristo sobre la muerte y sobre el demonio. Esa muchedumbre que extiende sus mantos sobre el camino es como una síntesis de todas las generaciones de la historia que esperaron y prepararon la venida del Mesías, patriarcas, profetas y justos del Antiguo Testamento, que tanto desearon ver la hora de su salvación. Así, amados hermanos, la liturgia de este domingo en su conjunto nos presenta esa ambivalencia que caracteriza al Misterio Pascual, muerte y vida, pasión y triunfo. Pero hoy demos más bien rienda suelta a nuestros Hosannas. Tomemos parte en el triunfo de nuestro Señor, proclamemos su Realeza, pongámonos bajo su cetro. Jesús es Rey ahora y lo seguirá siendo desde la Cruz, cuando la corona de ramos se vea reemplazada por la corona de espinas. El Hosanna y el Crucifícalo son dos gritos que convienen a su reyecía, y así sucederá también con su cuerpo místico, la Iglesia, que a lo largo de los siglos está siempre pasando de la victoria a la agonía, y de la agonía a la victoria. Quizás en esta época de crisis generalizada, de apostasía universal, la Iglesia esté pasando por un momento de agonía, de Crucifícalo. Pero no perdamos la esperanza: tarde o temprano volverá a resonar el Hosanna, que será la última palabra, la que cierre la historia. Y lo que sucede en la Iglesia pasa y pasará también en cada uno de nosotros, que somos miembros de Cristo. Hoy en la misa digamos de manera especial nuestro Sanctus, repitiendo las palabras de los humildes: Hosanna en las alturas, bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas: porque gracias a la Eucaristía entramos en comunión con los ángeles, con el cielo, con las alturas. Bendito el que viene: porque pronto Jesús se hará presente de manera real y sustancial sobre el altar. Cuando entre en nuestro corazón, despojémonos del vestido de nuestros egoísmos y tendámoslo en nuestro interior para que Jesús pise sobre ellos; que penetre en la ciudad de nuestra alma de tal modo que sea reconocido como Rey por todos los poros de nuestro ser. (SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993, p. 105-108) San Juan Pablo II El domingo de hoy permanece estrechamente unido con el acontecimiento que tuvo lugar cuando Jesús se acercó a Jerusalén para cumplir allí todo lo que había sido anunciado por los Profetas. Precisamente en este día los discípulos, por orden del Maestro, le llevaron un borriquillo, después de haber solicitado poder tomarlo prestado por un cierto tiempo. Y Jesús se sentó sobre él para que se cumpliese también aquel detalle de los escritos proféticos. En efecto así dice el Profeta Zacarías: “Alégrate sobre manera, hija de Sión, grita exultante, hija de Jerusalén. He aquí que viene a ti tu Rey, justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino de asna” (9,9). Entonces, también la gente que se traslada a Jerusalén con motivo de las fiestas -la gente que veía los hechos que Jesús realizaba y escuchaba sus palabras- manifestando la fe mesiánica que Él había despertado, gritaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene de David, nuestro Padre! ¡Hosanna en las alturas!” (Mc 11,9-10). Así, pues, en el camino de la Ciudad Santa, cerca de la entrada de Jerusalén, surge ante nosotros la escena del triunfo entusiasmante: “Muchos extendían sus mantos sobre el camino, otros cortaban follaje de los campos” (Mc 11,8). El pueblo de Israel mira a Jesús con los ojos de la propia historia; ésta es la historia que llevaba al pueblo elegido, a través de todos los caminos de su espiritualidad, de su tradición, de su culto, precisamente hacia el Mesías. El reino de David representa el punto culminante de la prosperidad y de la gloria terrestre del pueblo, que desde los tiempos de Abraham, varias veces, había encontrado su alianza con Dios-Yahvé, pero también más de una vez la había roto. Y ahora, ¿cerrará esta alianza de manera definitiva? ¿O acaso perderá de nuevo este hilo de la vocación, que ha marcado desde el comienzo el sentido de su historia? Jesús entra en Jerusalén sobre un borriquillo que le habían prestado. La multitud parece estar más cercana al cumplimiento de la promesa de la que habían dependido tantas generaciones. Los gritos: “¡Hosanna!” “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”, parecían ser expresión del encuentro ahora ya cercano de los corazones humanos con la eterna Elección. En medio de esta alegría que precede a las solemnidades pascuales, Jesús está recogido y silencioso. Es plenamente consciente de que el encuentro de los corazones humanos con la eterna elección no sucederá mediante los “hosanna”, sino mediante la cruz. Antes que viniese a Jerusalén, acompañado por la multitud de sus paisanos, peregrinos para la fiesta de Pascua, otro lo había dado a conocer y había definido su puesto en medio de Israel. Fue precisamente Juan Bautista en el Jordán. Pero Juan, cuando vio a Jesús, al que esperaba, no gritó “hosanna”, sino que señalándolo con el dedo, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús siente el grito de la multitud el día de su entrada en Jerusalén, pero su pensamiento está fijo en las palabras de Juan junto al Jordán: “He aquí el que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Hoy leemos la narración de la Pasión del Señor, según Marcos. La Iglesia no cesa de leer nuevamente la narración de la Pasión de Cristo, y desea que esta descripción permanezca en nuestra conciencia y en nuestro corazón. En esta semana estamos llamados a una solidaridad particular con Jesucristo: “Varón de dolores” (Is. 53,3). Así, pues, junto a la figura de este Mesías, que el Israel de la Antigua Alianza esperaba y, más aún, que parecía haber alcanzado ya con la propia fe en el momento de la entrada en Jerusalén, la liturgia de hoy nos presenta al mismo tiempo otra figura. La descrita por los Profetas, de modo particular por Isaías: “He dado mis espaldas a los que me herían... sabiendo que no sería confundido” (Is 50,6-7). Cristo viene a Jerusalén para que se cumplan en Él estas palabras, para realizar la figura de “Siervo de Yahvé”, mediante la cual el Profeta, ocho siglos antes, había revelado la intención de Dios. El “Siervo de Yahvé”: el Mesías, el descendiente de David, en quien se cumple el “hosanna” del pueblo, pero el que es sometido a la más terrible prueba: “Burlanse de mí cuantos me ven..., líbrele, sálvele, pues dice que le es grato” (Sal 21,8-9). En cambio, no mediante la “liberación” del oprobio sino precisamente mediante la obediencia hasta la muerte, mediante la cruz, debía realizarse el designio eterno del amor. Y he aquí que habla ahora no ya el Profeta, sino el Apóstol, habla Pablo, en quien “la palabra de la cruz” ha encontrado un camino particular. Pablo, consciente del misterio de la redención, da testimonio de quien “existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo..., se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2,6-8). He aquí la verdadera figura del Mesías, del Ungido, del Hijo de Dios, del Siervo de Yahvé. Jesús, con esta figura, entraba en Jerusalén cuando los peregrinos que lo acompañaban por el camino cantaban: “Hosanna”. Y extendían sus mantos y los ramos de los árboles en el camino por el que pasaba. Y nosotros hoy llevamos en nuestras manos los ramos de olivo. Sabemos que después estos ramos se secarán. Con su ceniza cubriremos nuestras cabezas el próximo año, para recordar que el Hijo de Dios, hecho hombre, aceptó la muerte humana para merecernos la Vida. S.S. Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes: Junto con una creciente muchedumbre de peregrinos, Jesús había subido a Jerusalén para la Pascua. En la última etapa del camino, cerca de Jericó, había curado al ciego Bartimeo, que lo había invocado como Hijo de David y suplicado piedad. Ahora que ya podía ver, se había sumado con gratitud al grupo de los peregrinos. Cuando a las puertas de Jerusalén Jesús montó en un borrico, que simbolizaba el reinado de David, entre los peregrinos explotó espontáneamente la alegre certeza: Es él, el Hijo de David. Y saludan a Jesús con la aclamación mesiánica: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»; y añaden: «¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!», (Mc 11,9s). No sabemos cómo se imaginaban exactamente los peregrinos entusiastas el reino de David que llega. Pero nosotros, ¿hemos entendido realmente el mensaje de Jesús, Hijo de David? ¿Hemos entendido lo que es el Reino del que habló al ser interrogado por Pilato? ¿Comprendemos lo que quiere decir que su Reino no es de este mundo? ¿O acaso quisiéramos más bien que fuera de este mundo? San Juan, en su Evangelio, después de narrar la entrada en Jerusalén, añade una serie de dichos de Jesús, en los que Él explica lo esencial de este nuevo género de reino. A simple vista podemos distinguir en estos textos tres imágenes diversas del reino en las que, aunque de modo diferente, se refleja el mismo misterio. Ante todo, Juan relata que, entre los peregrinos que querían «adorar a Dios» durante la fiesta, había también algunos griegos (cf. 12,20). Fijémonos en que el verdadero objetivo de estos peregrinos era adorar a Dios. Esto concuerda perfectamente con lo que Jesús dice en la purificación del Templo: «Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Mc 11,17). La verdadera meta de la peregrinación ha de ser encontrar a Dios, adorarlo, y así poner en el justo orden la relación de fondo de nuestra vida. Los griegos están en busca de Dios, con su vida están en camino hacia Dios. Ahora, mediante dos Apóstoles de lengua griega, Felipe y Andrés, hacen llegar al Señor esta petición: «Quisiéramos ver a Jesús» (Jn 12,21). Son palabras mayores. Queridos amigos, por eso nos hemos reunido aquí: Queremos ver a Jesús. Para eso han ido a Sydney el año pasado miles de jóvenes. Ciertamente, habrán puesto muchas ilusiones en esta peregrinación. Pero el objetivo esencial era éste: Queremos ver a Jesús. ¿Qué dijo, qué hizo Jesús en aquel momento ante esta petición? En el Evangelio no aparece claramente que hubiera un encuentro entre aquellos griegos y Jesús. La vista de Jesús va mucho más allá. El núcleo de su respuesta a la solicitud de aquellas personas es: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto quiere decir: ahora no tiene importancia un coloquio más o menos breve con algunas personas, que después vuelven a casa. Vendré al encuentro del mundo de los griegos como grano de trigo muerto y resucitado, de manera totalmente nueva y por encima de los límites del momento. Por su resurrección, Jesús supera los límites del espacio y del tiempo. Como Resucitado, recorre la inmensidad del mundo y de la historia. Sí, como Resucitado, va a los griegos y habla con ellos, se les manifiesta, de modo que ellos, los lejanos, se convierten en cercanos y, precisamente en su lengua, en su cultura, la palabra de Jesús irá avanzando y será entendida de un modo nuevo: así viene su Reino. Por tanto, podemos reconocer dos características esenciales de este Reino. La primera es que este Reino pasa por la cruz. Puesto que Jesús se entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y hacerse presente a todos. En la sagrada Eucaristía recibimos el fruto del grano de trigo que muere, la multiplicación de los panes que continúa hasta el fin del mundo y en todos los tiempos. La segunda característica dice: su Reino es universal. Se cumple la antigua esperanza de Israel: esta realeza de David ya no conoce fronteras. Se extiende «de mar a mar», como dice el profeta Zacarías (9,10), es decir, abarca todo el mundo. Pero esto es posible sólo porque no es la soberanía de un poder político, sino que se basa únicamente en la libre adhesión del amor; un amor que responde al amor de Jesucristo, que se ha entregado por todos. Pienso que siempre hemos de aprender de nuevo ambas cosas. Ante todo, la universalidad, la catolicidad. Ésta significa que nadie puede considerarse a sí mismo, a su cultura a su tiempo y su mundo como absoluto. Y eso requiere que todos nos acojamos recíprocamente, renunciando a algo nuestro. La universalidad incluye el misterio de la cruz, la superación de sí mismos, la obediencia a la palabra de Jesucristo, que es común, en la común Iglesia. La universalidad es siempre una superación de sí mismos, renunciar a algo personal. La universalidad y la cruz van juntas. Sólo así se crea la paz. La palabra sobre el grano de trigo que muere sigue formando parte de la respuesta de Jesús a los griegos, es su respuesta. Pero, a continuación, Él formula una vez más la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25). Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor. En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo —¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo. Queridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión. Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo. También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida. Finalmente, san Juan ha recogido también en su relato de los dichos del Señor para el «Domingo de Ramos» una forma modificada de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Ante todo una afirmación: «Mi alma está agitada» (12,27). Aquí aparece el pavor de Jesús, ampliamente descrito por los otros tres evangelistas: su terror ante el poder de la muerte, ante todo el abismo de mal que ve, y al cual debe bajar. El Señor sufre nuestras angustias junto con nosotros, nos acompaña a través de la última angustia hasta la luz. En Juan, siguen después dos súplicas de Jesús. La primera formulada sólo de manera condicional: «¿Qué diré? Padre, líbrame de esta hora» (12,27). Como ser humano, también Jesús se siente impulsado a rogar que se le libre del terror de la pasión. También nosotros podemos orar de este modo. También nosotros podemos lamentarnos ante el Señor, como Job, presentarle todas las nuestras peticiones que surgen en nosotros frente a la injusticia en el mundo y las trabas de nuestro propio yo. Ante Él, no hemos de refugiarnos en frases piadosas, en un mundo ficticio. Orar siempre significa luchar también con Dios y, como Jacob, podemos decirle: «no te soltaré hasta que me bendigas» (Gn 32,27). Pero luego viene la segunda petición de Jesús: «Glorifica tu nombre» (Jn 12,28). En los sinópticos, este ruego se expresa así: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42). Al final, la gloria de Dios, su señoría, su voluntad, es siempre más importante y más verdadera que mi pensamiento y mi voluntad. Y esto es lo esencial en nuestra oración y en nuestra vida: aprender este orden justo de la realidad, aceptarlo íntimamente; confiar en Dios y creer que Él está haciendo lo que es justo; que su voluntad es la verdad y el amor; que mi vida se hace buena si aprendo a ajustarme a este orden. Vida, muerte y resurrección de Jesús, son para nosotros la garantía de que verdaderamente podemos fiarnos de Dios. De este modo se realiza su Reino. Queridos amigos. Al término de esta liturgia, los jóvenes de Australia entregarán la Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud a sus coetáneos de España. La Cruz está en camino de una a otra parte del mundo, de mar a mar. Y nosotros la acompañamos. Avancemos con ella por su camino y así encontraremos nuestro camino. Cuando tocamos la Cruz, más aún, cuando la llevamos, tocamos el misterio de Dios, el misterio de Jesucristo: el misterio de que Dios ha tanto amado al mundo, a nosotros, que entregó a su Hijo único por nosotros (cf. Jn 3,16). Toquemos el misterio maravilloso del amor de Dios, la única verdad realmente redentora. Pero hagamos nuestra también la ley fundamental, la norma constitutiva de nuestra vida, es decir, el hecho que sin el «sí» a la Cruz, sin caminar día tras día en comunión con Cristo, no se puede lograr la vida. Cuanto más renunciemos a algo por amor de la gran verdad y el gran amor — por amor de la verdad y el amor de Dios —, tanto más grande y rica se hace la vida. Quien quiere guardar su vida para sí mismo, la pierde. Quien da su vida — cotidianamente, en los pequeños gestos que forman parte de la gran decisión —, la encuentra. Esta es la verdad exigente, pero también profundamente bella y liberadora, en la que queremos entrar paso a paso durante el camino de la Cruz por los continentes. Que el Señor bendiga este camino. Amén. (Homilía del Domingo de Ramos, dada en la Plaza de San Pedro. XXIV Jornada Mundial de la Juventud, Domingo 5 de abril de 2009) San Juan XXIII Venerables hermanos y queridos hijos: A través de las notas de la Santa Liturgia, vamos viendo a Jesús que durante su paso por la tierra se acerca a las moradas de los hombres. Los niños inocentes son los primeros que le han salido al paso al aproximarse montado sobre el humilde jumento, super pullum asinae. Agitan ramas de fresco olivo en torno a Él y le cantan Hosanna, hosanna; mientras que los adolescentes y los hombres maduros extienden sus mantos a su paso y le saludan también con las notas del antiguo cántico. ¿Cómo no ver en este episodio de mansedumbre, de gozo interior y de paz dulce y serena, la expresión de la santa Iglesia de Jesús sobre todos los puntos de la tierra, de la Iglesia que aclama a su Salvador, a su Divino Maestro, fuente de su vida y seguridad de su felicidad eterna? Dice bien San Agustín: «Rami palmarum laudes sunt significantes victoriam». Los ramos de olivo son himnos de victoria. Que el Señor bendito, os decimos también nosotros, queridos hijos, os ayude, os ayude a todos y a cada uno en particular para conservar en vuestras familias su gracia que es pureza de vida, espíritu de doctrina evangélica, gozo interior y efusión perenne de verdadera fraternidad y de caridad sobrenatural en las relaciones domésticas y sociales. Os ayude a hacer honor a vuestro carácter de cristianos perfectos; y a no tener miedo en el crecimiento de la vida familiar, de los hijos, más aún, a pedirlos a la bendita Providencia y a educarlos para consuelo y honor de vuestros años viejos y, en todo caso, como mérito grande para la patria terrestre y para la eterna patria que nos aguarda. ¡Oh, qué delicia estos pueri haebreorum portantes ramos palmarum seu olivarum, et contantes osanna Christo: benedictus qui venit, qui venit in nomine Domine! Pero llegados a este punto de nuestra dulce contemplación, venerables hermanos y queridos hijos, y aunque no saciados todavía de contemplar a través de las notas de la liturgia el pacífico triunfo de Jesús entre las almas inocentes y buenas, un triste pensamiento invade nuestro espíritu y nos turba. La misma realidad histórica de la narración evangélica que mirada, de una parte, a la luz de la profecía nos asegura un triunfo cierto y de proporciones inconmensurables del reino de Cristo con los suyos en la consumación de los siglos, de otra parte, mientras este mundo visible se mantiene en los contornos de la presente vida, ofrece a nuestra mirada graves y tentadoras reflexiones de desaliento y de tristeza. El mismo evangelista San Mateo, que nos alegra transmitiéndonos el eco de los Hosannas al Hijo de Dios en la mañana de su entrada en Jerusalén, pocas páginas después nos hace temblar transmitiéndonos como al oído el grito desatinado del crucifige. El mismo Apóstol Pablo, junto a cuya tumba nos encontramos, cuyo epistolario sigue todavía y siempre resonando después de veinte siglos en exaltación de las enseñanzas de Jesús para luz, promoción y triunfo de cada una de las almas y de todo el pueblo cristiano redimido y santificado, describe a renglón seguido la dolorosa contracción del error, de la protervia de cuantos él llama inimici crucis Christi, reos de todas las maldades de la historia del mundo, caracterizada por los errores de los diversos siglos; y en cuanto a su persona, ved cómo él, que se había proclamado vaso de elección para llevar el nombre de Jesús a las naciones, cantor de la libertad, vedle transfigurado en un esclavo; pues así se llamó a sí mismo y como tal era reconocido: Paulus vinctus Christi Iesu. La semana que hoy comienza nos congregará una vez más en torno a Jesús que sufre y renueva místicamente el sacrificio de su vida por nosotros y con nosotros. Nuestra participación en el sacrificio de la Cruz, hecha más viva mediante un esfuerzo de elevada santificación de nuestras almas hará esplendoroso nuestro testimonio de amor fraterno; y la transformación de los méritos de nuestros hermanos de la Iglesia del Silencio, perseguidos y oprimidos en el ejercicio de su libertad religiosa será también para ellos seguridad de victoria, ya esté lejana todavía o próxima, pero victoria de Cristo y, por tanto, bienhechora y triunfal. Saber asociar a la inocencia de los niños que cantan hosannas a Cristo la fe vigorosa y la práctica de la enseñanza evangélica en nuestra vida cotidiana, el amor a la cruz en el ejercicio de la paciencia y del sacrificio con los hermanos que sufren doquiera se encuentren, es ya un verdadero y gran apostolado de paz. También María, la bendita Madre de Jesús y dulcísima Madre nuestra, viene a completar con su presencia y con su ejemplo este cuadro delicioso, en medio de la tristeza por todo aquello que se anuncia para los días santos de la Semana Mayor. ¡Oh, madre nuestra!, así te saludamos anteayer al filo de la liturgia dedicada al culto de tus dolores. Sed siempre propicia con tus hermosos ejemplos y dulces bendiciones a estos tus hijos: «Felices sensus beatae Mariae Virginis, qui sine morte meruerunt martyrii palmam sub cruce Domini» (Com. de la Misa de la Dolorosa). (Homilía en la Basílica de San Pablo extramuros, Domingo 10 de abril de 1960) P. Gustavo Pascual, I.V.E. Entrada triunfal a Jerusalén Jesús se dirige desde Betania, donde había resucitado a Lázaro[1] y donde había sido ungido por María, anticipando con este gesto su sepultura[2], hacia Jerusalén pasando por Betfagé[3]. Cerca del Monte de los Olivos envió a dos de sus discípulos a traer la cabalgadura en la que entraría triunfalmente en la capital religiosa. Jesús es aclamado rey y recibe el homenaje de la gente. Entra por las calles de Jerusalén hasta el templo. Luego volverá a Betania. La manifestación de su mesianismo es real pero a la vez humilde: sobre un asno, lleno de mansedumbre, agasajado pobremente con estandartes naturales cortados al paso y alfombras rústicas de mantos de gente sencilla. Bendecido como enviado del Altísimo e Hijo del rey David. También como rey de Israel (Jn). Jesús había venido para dar testimonio de la verdad[4] y debía dar testimonio público de su mesianidad y ser aclamado públicamente como el Mesías. Así sucedió aunque solo fue un paso fugaz y humilde, sólo percibido, como su nacimiento, por los pequeños. Sus enemigos están allí. Una vez más la verdad se les manifiesta y las voces de la gente la hacen llegar a sus oídos: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!”. Le dicen a Jesús: “Maestro reprende a tus discípulos”. Respondió: “Os digo que si estos callan gritarán las piedras”[5]. Querer callar a Dios cuando se quiere revelar es como querer oscurecer el sol con el dedo, es imposible. Jesús quería revelar su mesianismo porque así lo quería el Padre. Si los hombres hubieran callado, lo más insensible de la creación hubiera proclamado su mesianidad. Así como los fariseos intentaron en vano ocultar la verdad y callar la revelación, muchos hombres e instituciones han querido ocultar a Jesús y callar su divinidad. No lo han logrado. La verdad es como la boya en el agua, por más que se la quiera mantener oculta después de un tiempo aparece. Al final del tiempo Jesús se manifestará gloriosamente delante de todos los hombres, los que lo confesaron y los que lo negaron, para dar a cada uno el premio o castigo merecidos. Tenemos que cantar bendiciendo a Jesús, el Mesías esperado, el Salvador del mundo. Hoy se manifiesta como Mesías para que con ánimo firme entremos con Él en Jerusalén a consumar su obra redentora. La fe que confesamos hoy debe mantenerse sin alteración, para que la cruz no sea para nosotros motivo de escándalo, para que nuestro ánimo, hoy entusiasta, no se mude ante la compasión que viviremos con Jesús sufriente. La cruz es el camino necesario para llegar a la gloria. Confesar al Mesías verdadero, es confesar el mesianismo de cruz. En este domingo, triunfal para Jesús y sus discípulos, hay un gesto de Jesús que empaña un tanto la alegría de la marcha hacia el monte Sión. Un gesto muy humano que brotó del corazón amante del Salvador: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por Jerusalén, diciendo: ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! [...] No dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita”[6]. Jerusalén no ha conocido la paz mesiánica, paz que se realiza en el corazón y no en la derrota de los enemigos, paz en la humildad y no en lo espectacular, paz en la humillación y no en el orgullo, paz que se realiza en la cruz por la muerte y no en la vida exitosa. Y no alcanzar la paz de Cristo, es muerte, destrucción y ruina. Jerusalén no conoció el tiempo de la visita del Mesías. Todavía hoy lo espera. Jerusalén anhela la paz en vano. No la tendrá hasta que diga “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”[7]. También Jerusalén es cada una de nuestras almas donde el Mesías quiere entrar y ser en ella su templo. Esta semana, es semana de visita, principalmente esta semana es donde Jesús quiere derramar abundantísimas misericordias. Quiere traer a nosotros su paz, que sólo Él puede dar. Debemos ser fieles. Hoy en el triunfo hemos confesado al Mesías Salvador. Es fácil confesar al triunfador. Pero, Jesús asumirá la humillación y la derrota, la muerte, el dolor y aquí no es tan fácil la fidelidad. ¡Cuántos hombres confesaron a Jesús el domingo de Ramos y lo negaron el viernes de Pasión, porque querían saltar del triunfo temporal, a la gloria de la resurrección sin subir al Gólgota! No así nosotros. Visita es el triunfo de Ramos, visita es la Pascua del Señor, paso del dolor a la gloria. “Si hemos muerto con él, también viviremos con él”[8]. Que Jesús llore por nuestros pecados y nosotros con Él. Compasión con Jesús que se compadece de mí. Que no llore Jesús nuestro rechazo, nuestra torpe distracción ante visita tan sublime. Que mi alma sea la Jerusalén fiel, en donde Jesús hace su morada, para que se transforme en el día final en la Jerusalén celeste para toda la eternidad. Que mi alma sea el lugar donde Cristo muera y resucite y no como aquella ciudad deicida que no quiso que la Sangre salvadora limpiara su pecado. Que llevó a su Salvador fuera de ella, para contemplar su muerte en sarcástica expectación y profiriendo burlas y blasfemias hacia aquel que había venido a hacerla su Esposa. P. Jorge Loring S.I. 1.- Hoy se lee la Pasión aunque la muerte de Cristo será el VIERNES SANTO, para dar continuidad a las lecturas bíblicas, porque el próximo domingo es la resurrección del Señor. 2.- El entrar en Jerusalén montado en un borrico es una muestra más de la mesianidad de Jesucristo, pues Zacarías (9:9) profetizó del Mesías: «Alégrate Jerusalén porque tu Señor vendrá a ti montado en un borrico». 3.- La idea que brota espontánea al contemplar la entrada en Jerusalén de Jesucristo aclamado por el pueblo es la volubilidad de las masas: hoy lo aclaman con entusiasmo y a los tres días van a pedir que lo crucifiquen. 4.- Esto se repite hoy día: las masas se dejan manipular por los agitadores. 5.-Pero también tiene una aplicación a nosotros mismos: un día estamos fervorosos, y entusiasmados en nuestro servicio al Señor, y a los pocos días le ofendemos tranquilamente. 6.- La fidelidad es uno de los mayores valores de la persona humana. 7.- El haber sido fieles al Señor durante toda la vida será una de las mayores alegrías que tendremos a la hora de la muerte. (Homilía del Domingo de Ramos, Plaza de San Pedro, 8 de abril de 1979) Ejemplos Predicables HAAKON Cuenta una antigua leyenda Noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien, cuidaba una Ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro. Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo: "Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz". Y se quedó fijo con la mirada puesta en la efigie, como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto. Susurrantes y amonestadoras: "Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición" - ¿Cuál, Señor?, - preguntó con acento suplicante Haakon. - ¿Es una condición difícil? - ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda, Señor!, - respondió el viejo ermitaño. Escucha: "suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardarte en silencio siempre". Haakon contesto: "Os, lo prometo, Señor" Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y Éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada. Pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejo allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postro ante el poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: -¡Dame la bolsa que me has robado! El joven sorprendido replicó: - ¡No he robado ninguna bolsa!- ¡No mientas, devuélvemela enseguida! - ¡Le repito que no he cogido ninguna bolsa! Afirmó el muchacho. El rico arremetió, furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: -¡Detente! El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpo al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado, y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la Ermita quedo a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo: - "Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio" -"Señor, - dijo Haakon - ¿Cómo iba a permitir esa injusticia?". Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz. El Señor, siguió hablando: - "Tu no sabías que convenía que el rico perdiera la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo, en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí. Por eso Callo. Y el Señor nuevamente guardó silencio". Muchas veces no preguntamos ¿Por qué razón Dios no nos contesta? ¿Por qué razón se queda callado Dios? Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír. Pero, Dios no es así. Dios nos responde aún con el silencio. Debemos aprender a escucharlo. Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, Él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡CONFÍA EN MÍ, QUE SE BIEN LO QUE DEBO HACER! Semana del 29 de Marzo al 4 de Abril de 2015 – Ciclo B Domingo 29 de marzo de 2015 Domingo de Ramos Beatriz de Silva, Gladys Is 50,4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes Salmo 21: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Flp 2,6-11: Se humilló, por eso Dios lo ensalzó sobre todo Mc 14,1–15,47: (abreviado): Pasión de Nuestro Señor Jesucristo Un año más, pedimos disculpas a quienes buscarán un comentario bíblico-teológico «normal» para un domingo de Ramos; esperamos que podrán encontrarlo fácilmente en la red. Nosotros esta vez queremos volver a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que –como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado– se sienten mal ante ese conjunto de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un bucle teológicolitúrgico dentro el cual muchos de nosotros –que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida– sentimos que casi nos asfixiamos. En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser escuchado y recibido sin discusión, sin espíritu crítico, «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»? Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy? Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia –y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa–, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en Semana Santa, y lo que celebramos –así perciben en el templo– es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios. Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada» por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva. Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo imaginario que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia. ¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos? ¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir –para alivio de muchos– que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (si lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el secreto sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XXI. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda. El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o, para decirlo de otra manera, de una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van más allá de él. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar –no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación– deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo. ¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en el siglo XXI... Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención... ¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente! Y también legítima, por lo menos. No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla? No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos presupuestos»... Hoy esos presupuestos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos, por ejemplo: sin «dos pisos» (este mundo junto al otro mundo), sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales... Acabaremos recordando que, como es obvio, la problemática de la Redención no es del Domingo de Ramos, ni siquiera de la semana santa... sino de todo el cristianismo; afrontarla, tratando de «agarrar valientemente el toro por los cuernos», no es tarea para un domingo ni para una semana, sino para todo el año... Pero un domingo de ramos es una buena ocasión para plantearlo más detenidamente. Lo dejamos en manos de ustedes, lectores individuales y comunidades lectoras... Para la revisión de vida Comienza la «semana mayor» de todo el año. La semana santa se ha convertido en muchos lugares en una minivacación. Sugerencia: aprovechar bien la oportunidad de la semana santa. Si tengo posibilidad, dedicar esta «vacación» a atender lo que en la agitada vida diaria me veo imposibilitado de cuidar suficientemente: mi profundidad, mi oración, mi paz interior, el respaldo de coherencia interna que quiero dar a mi compromiso externo... Si tengo la suerte de encontrar una comunidad cristiana con inquietudes de búsqueda y de renovación, tal vez puedo sugerir la posibilidad de vivir una semana santa diferente, de renovación radical de la mentalidad teológica, de replanteamiento de nuestra comprensión cristiana y de reiniciación de nuestra experiencia religiosa... Si no tengo la suerte de conocer ninguna de esas comunidades, tal vez puedo hacer el esfuerzo por buscarlas... Para la reunión de grupo - La semana santa puede ser buena ocasión para dar un repaso a las hipótesis teológicas más conocidas sobre la muerte de Jesús y su valor salvífico. Un buen material para preparar una exposición inicial en la reunión de grupo, o un libro para tenerlo todos y estudiarlo y comentarlo es “Pasión de Cristo, Pasión del Mundo”, de Leonardo BOFF, con ediciones en varias editoriales y países ya citados… - La semana santa es la «semana mayor», y el «triduo sacro» es el la concentración de la celebración pascual, y la vigilia pascual es el momento culminante. Será bueno preguntar a algunas personas mayores que recuerden cómo eran las celebraciones de la Semana Santa antes de la reforma de Pío XII en 1950, con sus grandes diferencias con el modo actual. Y cabe preguntar: ¿por qué la vigilia pascual no ha entrado todavía en la conciencia del pueblo cristiano como lo que es: el centro de todo el año litúrgico? - Los textos más arriba citados de John Shelby SPONG pueden servir también como manual de base para un estudio y debate sobre el tema. Muy probablemente, tales debates nos dejarán la conclusión preocupante de que si la Redención necesita ser reentendida -o abandonada, como dice Spong- es todo nuestro cristianismo el que necesita reformulación, y nos resulta por tanto urgente rehacer nuestra formación cristiana... Buena conclusión. Pero no la dejemos ahí: pongámonos en movimiento... - Aunque no estamos acostumbrados a hacerlo, también puede ser una buena actividad de grupo escuchar la Pasión según san Mateo, de Johan Sebastian BACH, presentada y comentada previamente por un buen conocedor de la misma, incluyendo ahí sus aspectos teológicos peculiares, de Bach como músico y del texto o libreto. Para la oración de los fieles - Para que la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, lleve su obediencia al Padre y su servicio a las personas hasta las últimas consecuencias. Roguemos al Señor... - Para que los gobernantes sirvan a los intereses de los pueblos y no a sus propias aspiraciones. Roguemos... - Para que los pobres y los oprimidos sean los primeros en obtener el respeto a sus derechos y la justicia para sus vidas. Roguemos... - Para que mostremos nuestra devoción a Cristo crucificado siendo solidarios con los crucificados de nuestro tiempo. Roguemos... - Para que sepamos descubrir y transmitir la fuerza del amor de Dios en medio de las dificultades, los sufrimientos, y la muerte. Roguemos... - Para que todos los difuntos compartan la resurrección de Cristo, igual que han compartido ya con él la muerte. Roguemos... Oración comunitaria - Dios, Padre nuestro, tú enviaste a tu Hijo entre nosotros, para que descubramos todo el amor que nos tienes. Y cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo, matando a tu hijo, Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor con el nuestro. Por Jesucristo. O bien: Oh Dios, Padre y Madre Universal, de todos los pueblos y de todos los hombres y mujeres, en quienes has depositado, por medio de sus culturas y religiones, la sed de encontrarse consigo mismos y contigo, Fuente Originaria. Te pedimos que en la renovación anual de estas fiestas que se avecinan, tan tradicionales y ancestrales, nos sintamos en comunión con todos los hombres y mujeres que te buscan a Ti y buscan también el sentido de su vida, entre mitos, ritos, símbolos y grandes relatos. Nosotros lo celebramos desde el seguimiento de Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro, cordialmente unidos a todos los pueblos y religiones que también te buscan y contemplan. Gracias. Amén. Axé. Aleluya. Lunes 30 de marzo de 2015 Juan Clímaco, Pedro Regalado, Amadeo Is 42,1-7: No gritará ni hará oír su voz en las plazas Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación Jn 12,1-11: Habían decidido dar muerte también a Lázaro Jesús comparte una cena en Betania con una familia a la que lo unía un gran afecto. Lázaro, al que Jesús había resucitado, corre peligro, porque por su causa ahora la gente cree más en Él quien llegará a su muerte acompañado silenciosamente por la gente humilde que había sido testigo de su amor. Por eso los evangelios no dejan de ir recogiendo los testimonios de este amor simple del pueblo, que cuando quiere de verdad va más allá de todo prejuicio. Jesús, aun en vida, se siente ungido para la muerte, porque el amor desborda el tiempo y el espacio. Frente a la inexorable muerte que le reservan los enemigos de su proyecto, le quedaba la alegría de recoger los testimonios de amor simple y sencillo con los que el pueblo, representado esta vez por una mujer, se adhería silenciosamente a su proyecto. En los días santos que estamos celebrando es preciso poner en las manos y el corazón de Dios a tantas familias y personas necesitadas en nuestros pueblos y ciudades. Ellas, ayer y hoy, siguen siendo los elegidos de Dios para la construcción de su reino. Es tarea nuestra como cristianos establecer lazos de acogida, de solidaridad y de misericordia con quienes más lo necesitan. Martes 31 de marzo de 2015 Benjamín, Amós Is 49,1-6: El Señor me llamó Salmo 70: En ti, Señor, he puesto mi esperanza Jn 13,21-33.36-38: Uno de ustedes me entregará Este es uno de los momentos más difíciles en la vida de Jesús: la cena con sus amigos más cercanos. Pronto el grupo quedaría golpeado por la ausencia definitiva del Maestro, y a ello se agregaría la posibilidad permanente de traición de los propios discípulos. La traición no es sólo patrimonio de Judas; lo es también de los llamados discípulos fieles. Más aun, puede anidar en el alma de los llamados a ser dirigentes. Es difícil comprender la profundidad de los sentimientos de Jesús en vísperas de su muerte e imaginar qué sentiría su corazón cuando a su muerte inexorable se agregó la humillación por la traición de sus propios compañeros. Hoy son muchas las causas traicionadas, incluso por quiénes las han liderado en su momento. Y es que la fidelidad, la honestidad y la trasparencia no son fáciles, en cualquier proyecto humano. Hoy como ayer nuestros pueblos han sido engañados por líderes corruptos que los entregan a los poderes de los nuevos imperios; pero la resistencia y la fe se abren camino en medio de tanta traición y engaño. Pidámosle al Dios de la vida que nos dé la capacidad de ser fieles al proyecto de vida que hemos elegido, y nos mantenga firmes en la fe y la esperanza. Miércoles 1 de abril de 2015 Francisco de Paula Is 50,4-9: El Señor me ayuda Salmo 68: Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor Mt 26,14-25: Uno de ustedes me va a entregar Hoy la Palabra de Dios nos recuerda la traición de Judas. Al respecto suelen tejerse preguntas: ¿Qué pretendía Judas al traicionar a su maestro? ¿Formaba parte de una estrategia para forzar el mesianismo de Jesús? ¿Había entendido Judas el proyecto del Maestro? Serían muchas las preguntas en torno al tema; lo cierto es que en la comunidad de los Doce no todos estaban convencidos del proyecto de Jesús, y esa diversidad Jesús la respeta en aras de la libertad individual. Toda traición va ligada a un proyecto. En la medida que alguien deje de estar de acuerdo con el proyecto en el que se creía comprometido, muchas veces llega a traicionarlo. Por eso, entrar en un proyecto a ciegas o sin entender sus principios y finalidad, es preparar traiciones en cadena. Aunque el proyecto de Jesús tiene un contenido divino, por reflejar la propuesta de Dios y recibir de él su fuerza, está sometido a las leyes del comportamiento humano. Dios jamás violenta la libertad para evitar que su proyecto sea traicionado. En estos días santos que estamos celebrando, oremos por nuestras comunidades eclesiales y nuestras familias, pequeñas comunidades, para que Dios nos mantenga siempre fieles y leales, unidos con vínculos de amor, de acogida y de verdad. Jueves santo2 de abril de 2015 Jueves santo Francisco de Paula Éx 12,1-8.11-14: Prescripciones sobre la cena pascual Salmo 115: Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza 1Cor 11,23-26: Cada vez que comen y beben, proclaman la muerte del Señor Jn 13,1-15: Los amó hasta el extremo Todo el ministerio de Jesús fue una permanente entrega al pueblo pobre. Los enfermos, endemoniados y marginados recibieron de Jesús una mano amiga. Compartieron su mesa y fueron proclamados dichosos. Hasta el final de su existencia, Jesús entrega todo lo que es, todo lo que sabe, todo lo que tiene. Ahora, se prepara para entregar definitivamente su existencia. Jesús entrega todo, hasta el límite. Jesús era visto como el símbolo de la humildad: un rey vestido de pobreza. Como conocía perfectamente la situación de su pueblo insistió constantemente en la urgencia de apoyar a quienes carecían de lo mínimo para vivir: "Pues tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; estuve sin ropa y ustedes me vistieron; enfermo y me visitaron" (Mt 25, 35-36). En cada ser humano empobrecido, sin techo, sin ropa y enfermo Jesús nos dejó su indeleble imagen. Porque Dios continúa crucificado en la cruz de la miseria. "Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron" (Mt 25, 40). Jesús se impone a la dureza de lo inevitable. El conocía perfectamente la suerte de los profetas que le precedieron. Juan Bautista fue asesinado por veleidades de la reina en la corte de Herodes. Otros muchos murieron por reivindicaciones menores. La muerte que los gobernantes infligían a los profetas buscaba el escarnio del pueblo. Intentaban silenciar la voz de Dios. En medio de esa situación, Jesús encuentra el momento propicio para demostrar que la entrega por la causa del reino comienza y termina en los pequeños y cotidianos gestos de entrega, perdón y generosidad. Jesús realiza con gusto y convicción una actividad reservada para los sirvientes: toma los pies encallecidos de sus discípulos y los lava y limpia uno a uno. Los callos de la incertidumbre que se formaron camino a Jerusalén son objeto de su caricia. La mano que sirve, la mano que acaricia, es la misma mano que esta dispuesta a dejarse traspasar por la injusticia para reclamar justicia. Jesús no comienza su testimonio extendiendo sus brazos en la cruz. Sus brazos y sus manos ya han anticipado la autenticidad de su testimonio. Su mano ya se ha extendido hacia el enfermo para rescatarlo de la postración; su mano ha auxiliado al indigente y lo ha ayudado a reencontrar su dignidad; su mano ha rescatado de la muerte y ha otorgado nuevamente la vida. Pero el servicio, la ayuda desinteresada y la generosidad no son una respuesta fácil y evidente. Requieren un camino largo y decidido, forjado a partir de los gestos cotidianos. A veces pensamos que es fácil dejarse ayudar por los otros, pero la realidad es diferente. La mayoría de nosotros no aceptamos que los demás nos sirvan, especialmente si pensamos que las personas que consideramos más importantes para nosotros se ponen a nuestro servicio. Esto parece contradictorio, pero así es la realidad humana. Lo mismo sucede con el perdón y la reconciliación. Estamos dispuestos, no sin esfuerzo, a perdonar a los que nos han ofendido. Este gesto nos parece lo máximo; sin embargo, no estamos dispuestos a perdonarnos a nosotros mismos nuestros errores y mucho menos somos capaces de aceptar el perdón de Dios. Esta es la historia de Pedro, uno de los apóstoles que queriendo hacer más, hizo menos. Estaba dispuesto a entregar su vida por Jesús y por el evangelio, sin embargo, no comprendía las intenciones de Jesús y no aceptaba su mensaje. Para Pedro, el Maestro era el jefe y el discípulo un simple subalterno. Jesús, como siempre, los sorprende con una terrible novedad: el Maestro es el servidor de todos y el discípulo es digno de las mayores atenciones. La única manera de reinar es el servicio. De otro modo, el cristianismo lo único que hace es multiplicar al infinito la eterna desigualdad de cualquier institución. Lavarle los pies al compañero de jornada significa compartir sus dificultades, comprender sus limitaciones, aceptar su oferta. Lavar los pies a los amigos implica un contacto inmediato con una parte del cuerpo que está sumergida en el barro de la existencia cotidiana, en las sandalias que los acompañan al trabajo, en los callos y asperezas de la vida ordinaria. Este gesto tan singular y sorprendente no es fácil de entender ni es fácil de aceptar. Lavar los pies significa inclinarse delante del otro, aceptar que el servicio es la única entrega. Los discípulos se habían preparado para predicar, para enseñar, para expulsar demonios; labores arduas y complicadas que exigían mucha preparación y dedicación. Sin embargo, no estaban preparados para asumir una tarea humilde, la misma que realizan los empleados de las casas más pudientes, porque esta tarea implicaba postrarse, entrar en contacto con la tierra, el barro y la suciedad. Sobre todo, los discípulos no estaban dispuestos a dejarse servir y ayudar de los otros, especialmente en los oficios humildes. Los discípulos deberán pasar por muchas dificultades y peripecias antes de comprender lo que significa prestar un servicio generoso y desinteresado sin hacer alarde de humildad, y de dejarse servir por los demás sin menospreciar el servicio ajeno. Bueno sería hacer un reajuste crítico de algunos clichés que han sido creados por la tradición piadosa, pero que no honran la veracidad histórica de lo que hoy sí estamos en condiciones de asegurar: -es seguro históricamente que el marco y el contexto de la celebración de la pascua de Jesús, en el Jueves Santo, dista mucho de lo que sugiere la estampa clásica, fundamentalmente acuñada en el cuadro de la “última cena” de Leonardo Da Vinci: ni una magnífica sala de bella arquitectura, ni lujosas vestiduras, ni una amplia mesa, ni suculentos manjares... -es muy verosímil históricamente que la cena de Jesús fue la reunión clandestina de un grupo perseguido que ya está viviendo en el clímax de una tensión conflictiva con las fuerzas políticas y religiosas, como evidenciará el desenlace del día siguiente; -se puede afirmar hoy casi con total seguridad que no es cierto el dato también puesto por la tradición de que sólo varones participaron en aquella cena; si era la cena pascual, fue la cena de Jesús y sus discípulos, sin discriminación. Lo más verosímil es que María, la madre de Jesús, y otras mujeres formaban parte de esa comunidad de discípulos participaran en la cena. (De aquí no se deben dar saltos gratuitos hacia conclusiones del sacerdocio de la mujer -cuyos argumentos podrían ser más serios-). El Jueves santo, primer día del triduo sacro, marca una celebración capital dentro de todo el año litúrgico, celebración solemne y grandiosa, enmarcada en el contexto dramático de la proximidad de la pasión y muerte del Señor. Es el día cumbre de la despedida y del amor extremo hecho servicio humilde y generoso. Muchas son las dimensiones que se suman en un día como éste. Veamos las principales. -Día del amor fraterno. Hoy resuena en la comunidad el mandamiento nuevo, mandamiento del amor, del amor "como yo los he amado". "Los amó hasta el extremo", hasta lo inimaginable, hasta hacerse siervo y esclavo en un tipo de servicio considerado humillante y propio de esclavos (lavar los pies). "Les he dado ejemplo". "Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros". Se trata de una proclamación del mandamiento del amor hecha no con palabras sino con el signo práctico -que entra por los ojos- del servicio. Amar es servir. Ama quien sirve. Obras son amores. -Institución de la Eucaristía. El lavatorio de los pies hace en el evangelio de Juan el papel que la "institución de la Eucaristía" cumple en los otros tres evangelios. Para Juan, en algún sentido, "es lo mismo". La Eucaristía expresa y constituye el sacramento del amor, también de una manera "visible" (como corresponde a todo sacramento, que es un "signo sensible"). Jesús "parte y reparte" el pan y el vino, y dice: "hagan esto en memoria mía", o sea; para recordarme (para guardar mi memoria) hagan esto; o también: partir y repartir su propia existencia será la forma de seguirme que mejor dé testimonio y haga memoria de mí. "Celebrar" la Eucaristía, la fracción del pan, será siempre mucho más que "oír misa": "cada vez que comemos de este pan... anunciamos la muerte del Señor hasta que venga". -Institución del sacerdocio. Tradicionalmente se ubica en este día. Es claro que Jesús no instituyó "sacerdotes". De hecho el Nuevo Testamento no utiliza esa palabra más que aplicada a Jesús y al Pueblo de Dios como conjunto, nunca la aplica a cristianos individuales; sólo a partir del siglo IV se introduciría esa palabra en el vocabulario cristiano. Lo que Jesús dejó fueron discípulos y apóstoles. El "clero", en cuanto tal, es decir, en cuanto casta o sector aparte diferenciado por un estatus superior privilegiado... es claramente ajeno (y hasta contrario) al Evangelio. Lo que se apoya en Jesús es un ministerio ordenado de servicio a la comunidad cristiana, que reproduce y da continuidad a su presencia en medio de la comunidad. (En todo caso, para un replanteamiento crítico del tema recomendamos vivamente el librito "¿Qué Iglesia quería Jesús?", de Herbert HAAG, Herder, Barcelona 1998, para no seguir abonando tópicos cuya base bíblica y neotestamentaria no está clara. Así mismo, del mismo autor, «Sobre la crisis actual del sacerdocio en la Iglesia católica», en la Revista Electrónica Latinoamericana de Teología, RELaT nº 2001, disponible en http://www.servicioskoinonia.org/relat/201.htm). Viernes 3 de abril de 2015 Viernes santo Ricardo, Sixto Is 52,13–53,12: Él fue traspasado por nuestras rebeliones Salmo 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu Heb 4,14-16; 5,7-9: Aprendió a obedecer Jn 18,1–19,42: Pilato lo entregó para que fuera crucificado Cada comunidad cristiana conservó un recuerdo particular de Jesús. La comunidad del apóstol Juan mantuvo por más de medio siglo unas palabras de Jesús en la cruz que no aparecen en ningún otro evangelio. Jesús encomienda su madre al discípulo amado. Todas las demás realidades que lo acompañaron durante su actividad misionera habían desaparecido: el grupo de amigos, la comunidad de discípulos, al multitud que lo aclamó a la entrada de Jerusalén... Incluso sus vestidos quedaron en manos de los soldados. Pero, a pesar de haber sido despojado, Jesús todavía tiene algo que dar: entrega a su propia madre para que sea acogida en la casa del discípulo amado y, a la vez, entrega al discípulo amado como un hijo. El discípulo amado es el símbolo de la comunidad cristiana que continuó fiel a Jesús, a pesar del paso del tiempo y no obstante las inclementes persecuciones de que fue objeto. La comunidad cristiana acoge a María como una Madre como parte de la iniciativa de Jesús que quiso dejar una herencia imperecedera y, a la vez, encomienda a los cuidados de la Madre a la frágil y fiel comunidad. Esta mutua entrega es el punto culminante de una actividad misionera que comenzó en Caná de Galilea cuando María le indicó a su Hijo que el vino de la fiesta se había terminado (Jn 2,112); luego Jesús mismo se convirtió en el vino nuevo y en el pan de vida (Jn 6,35). De este modo, confluyen en la cruz diversas realidades que permiten comprender la profundidad con la que algunos discípulos entendieron y proclamaron la vida de Jesús. La cruz, sin embargo, no debe entenderse únicamente como el escenario de la muerte de Jesús. La crucifixión era la máxima pena que imponía el imperio. La cruz era un castigo tan denigrante que no se podía aplicar a quienes fueran ciudadanos romanos. Solamente eran crucificados los enemigos del imperio, los presos políticos y los rebeldes capturados en guerra. Jesús muere al estilo de los sediciosos y revoltosos. Tener algún parentesco, familiaridad o amistad con un condenado a la cruz era causa de rechazo social. El testimonio de Jesús les hizo comprender a los discípulos que el camino de la cruz no era de oprobio y maldición, sino una manera radical de optar por la justicia y la paz. La cruz obligó a los discípulos a cambiar de mentalidad y a ponerse de lado de todos los que así morían. Ellos proponían como salvador de la Humanidad a un hombre que murió proscrito por la ley. Al fin y al cabo, ellos anunciaban al "Dios crucificado". La presencia de María durante toda la vida de Jesús no es accidental. María participó de la misma suerte de su hijo. El camino al Calvario exigió de ella y de todo el grupo de mujeres que seguían al Nazareno, la máxima resistencia ante el dolor y la humillación. La presencia de María en el camino al calvario no es un hecho accidental. Es consecuencia de un seguimiento valiente y decidido. María no se contentó con ver cómo su hijo crecía y alcanzaba la madurez. Ella se hizo partícipe de la actividad misionera de su hijo. Aunque tuvo que pasar por duras dificultades debido a las acusaciones de locura, glotonería y borrachera que los enemigos lanzaron contra Jesús (Lc 3, 2030). Además de la fuerte exigencia de Jesús que ponía el evangelio por encima de los vínculos de parentesco (Lc 3, 31-35). Estas dificultades no menguaron su ánimo. Por eso, la vemos ascender con Jesús al Calvario. Luego, formando parte de la comunidad que recibe el Espíritu Santo en Pentecostés. De María de Nazaret no sólo debemos tener una figura idealizada; debemos recuperar la imagen que de ella nos ofrece el evangelio. El Nuevo Testamento nos muestra a María como una mujer que crece en amor y fidelidad al reino de Dios. Su palabra no es un monólogo sobre los asuntos domésticos. Por el contrario, su voz se alza como una exigencia de justicia en medio de una situación en la que se ha perdido el sentido del respeto a la vida. Por eso, ella en el Magníficat nos recuerda que Dios está del lado de los humildes y débiles. Dios quiere que toda la humanidad sea libre y crezca en solidaridad. Hoy, María nos invita a comprometernos decididamente con la propuesta de Dios. Ella no dudó en dar una respuesta generosa a la oferta de Dios. Las realidades cotidianas nos exigen una actitud diferente ante la realidad. No podemos dejarnos envolver únicamente por problemas ínfimos olvidando la situación de nuestra comunidad barrial. Al igual que María debemos estar atentos a la voz que Dios nos dirige en las situaciones que exigen nuestra solidaridad. Nuestra devoción mariana debe crecer en la práctica de la justicia. Sábado 4 de abril de 2015 Gema Galgani, Isidoro de Sevilla Gn 1,1–2,2: Vio Dios todo lo que había hecho Salmo 103: Bendice al Señor, alma mía Rom 6,3-11: Cristo ya no muere más Mc 16,1-7: Jesús, el crucificado, ha resucitado VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA Gen 1, 1 – 2, 2: La creación Sal 103: Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra Gn 22, 1-18: El sacrificio de Isaac Sal 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti Ex 14, 15 – 15, 1: Paso del Mar Rojo Interleccional: Ex 15, 1-2.3-4.5-6.17-18: Cantaré al Señor, sublime es su victoria Is 54, 5-14: Las aguas del diluvio no volverán a cubrir la tierra Sal 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado Is 55, 1-11: Venid por agua, trigo, vino y leche de balde Interleccional: Is 12, 2-3.4.5-6: Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación Bar 3, 9-15.32 - 4,4: Escucha, Israel, mandatos de vida Sal 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna Ez 36, 16-28: Derramaré sobre vosotros un agua pura Sal 41: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío Rom 6, 3-11: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más Sal 117: Aleluya, aleluya, aleluya Mt 28, 1-10: Resurrección de Jesús según san Mateo La vigilia pascual se inicia con la experiencia del fuego nuevo, y la luz que con este fuego va iluminando poco a poco el recinto sagrado. Nuestra historia ha sido una historia de tinieblas y de muerte, una historia que parece no poder ver un camino de salida. Pero de la tumba vacía surge la luz, de la muerte surge el fuego-luz que anuncia que podemos creer en la vida, que podemos encontrar el camino en medio de la oscuridad, que la muerte no es la última palabra para el hombre. Por el fuego nuevo, por la luz del Cirio Pascual, por la luna llena que ilumina el firmamento en esta noche pascual, empezamos a experimentar en nuestra vida las consecuencias de la Resurrección de Jesús. Las lecturas nos conducen desde la experiencia de la creación hasta la tumba vacía, porque Resurrección es agradecer los hermosos dones gratuitos de Dios que rodean nuestra existencia. Es vivir como el pueblo de Israel, la experiencia de la salida de la esclavitud a la libertad, una experiencia que pasa por el contacto con el agua del Mar Rojo y para nosotros por la de las aguas bautismales; un camino guiado por la columna de fuego y por la nube que conduce a Israel de la experiencia de muerte a la de la vida. La Bendición del fuego nuevo En medio de las tinieblas del pecado y de la muerte, la bendición del fuego nuevo tiene como finalidad proporcionar la llama para encender el cirio pascual, que representa a Cristo Resucitado. A medida que el cirio avanza se va iluminando el templo, y de la llama del cirio se van encendiendo las velas de los presentes en el templo; se disipan las tinieblas cuando se propaga la salvación a partir del Resucitado. El Cirio Pascual permanecerá todo el año en el templo, como símbolo memorial de la celebración pascual. La proclamación de la Resurrección El canto del Pregón pascual (Exsultet), es el punto culminante de la liturgia de la luz. En él se proclama la propagación de la luz en el mundo que disipa las tinieblas del pecado, guía a los hebreos en la salida de Egipto, vuelve a los hombres a la gracia, devuelve la inocencia a los caídos y a los tristes la alegría, destierra los odios, prepara la concordia y doblega el orgullo. La Liturgia de la Palabra Las diferentes lecturas del Antiguo Testamento permiten contemplar a través de la historia de Israel cómo se ha propagado la luz salvífica desde la creación. Estas lecturas nos recuerdan también que la historia de la salvación es nuestra propia historia y exhortan al compromiso de todos y cada uno con esta historia. Primera lectura, de Génesis 1,1-2,2a: La Creación El primer relato de la creación Toda la creación es la obra del amor de Dios Padre que quiso preparar para el hombre un lugar hermoso y adaptado a su dignidad de imagen de Dios. Al ser humano le corresponde el compromiso de continuar y conservar esta creación. Segunda lectura, de Génesis 22,1-18: El Sacrificio de Isaac La lectura de la salvación de Isaac nos coloca frente a las exigencias de la experiencia de fe de Abraham: aceptar que sólo Dios sabe cómo dirige la historia de salvación. De la misma manera que para el pueblo de Israel, para nosotros nuestra historia se funda única y exclusivamente en la voluntad de aquél que libremente dispone de la historia, y en virtud de esa libertad dejó vivir a Isaac. Tercera lectura, de Éxodo 14,15-15,1: El Paso del Mar Rojo Los israelitas eran esclavos en Egipto, eran un pueblo sometido a otro pueblo. Pero Dios vio la miseria y las penalidades del pueblo, escuchó sus clamores y le abre un camino de salvación al pueblo esclavo y salva a Israel del poder del faraón. Cuarta lectura, de Isaías 54,5-14: Las aguas del diluvio no volverán a cubrir la tierra El Profeta Isaías nos describe con bellas figuras una vida nueva, esa nueva creación que Dios Padre llevó a su plenitud en su Hijo Jesús Resucitado. El canto del Gloria La alegría de la comunidad por la resurrección del Señor se expresa con el himno del Gloria, himno de acción de gracias que el pueblo entona al mismo tiempo que resuenan las campanas del templo y vuelve a escucharse la música. Con el canto de los ángeles estamos confesando que Jesús, el Mesías que fue crucificado, sigue viviendo porque fue resucitado por Dios quien lo ha glorificado por siempre. Lectura de Romanos 6,3-11: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más En la carta a los Romanos el apóstol Pablo nos enseña que por el bautismo también el cristiano pasa de la muerte a la vida. Ese misterio pascual de Jesús, misterio de muerte y resurrección es nuestro propio misterio, porque el cristiano, mediante el bautismo, está muerto al pecado y vivo para Dios. En Cristo Jesús el cristiano vive el misterio de Cristo muerto y resucitado cada día en los momentos de tristeza y gozo, de enfermedad y salud, cuando pecamos y sentimos que Dios Padre nos acoge con misericordia. Lo vivimos especialmente en los sacramentos. Cada sacramento que recibimos es una reactualización del misterio Pascual, y esto lo vemos muy clara en el texto de Romanos que acabamos de escuchar. Salmo 117,1-2.16-17.22-23 Sólo sentimientos de gratitud a Dios se experimentan al considerar su obra en Jesucristo. La piedra angular del templo de Jerusalén reconstruido, fue piedra de escándalo. Ahora un universo nuevo construido sobre la piedra angular, Cristo, se ha establecido el día en que Jesús resucitó. Evangelio, Lucas 24,1-12: No está aquí, ha resucitado. La narración de la tumba vacía del Evangelio de Lucas pone en la boca de los ángeles vestidos de blanco, el significado de la Resurrección de Jesús para las mujeres que fueron al sepulcro al amanecer del primer día de la semana, y para todos nosotros: no podemos buscar a Jesús entre los muertos, porque está vivo, en medio de nosotros. Sólo nos corresponde descubrir el rostro de Jesús en las miles de personas que pasan por la calle, en los niños tristes y desnutridos, en las mujeres que necesitan un trozo de pan para ellas y sus hijos; en el hombre maloliente que está a nuestro lado en el templo, en todos los hombres y mujeres que por diferentes caminos buscan a Jesús. La tumba vacía no es una prueba de la resurrección de Jesús, sino la pregunta que sólo tendrá respuesta cuando se logre vivir la experiencia de Jesús resucitado. Los apóstoles no creyeron en lo que las mujeres les narraron. Entre los judíos las mujeres no eran personas creíbles: mucha mujer, mucha mentira, se afirmaba entre los judíos. Mientras habían vivido la experiencia de Jesús vivo, Pedro comprueba que la tumba está vacía, se asombra, pero no ha logrado vivir la experiencia pascual. La liturgia bautismal ¿Qué mejor ocasión para ser incorporados a Cristo y para hacer memoria de nuestra incorporación a él, que la vigilia pascual? La Vigilia Pascual es también celebración bautismal: celebramos los bautismos, renovamos las promesas bautismales. En este momento tenemos que tener en la mente la mejor explicación del bautismo, que se pueda dar, la. que nos ofrece el apóstol Pablo en la epístola a los romanos que se ha leído en la liturgia de la Palabra en la vigilia. San Pablo nos enseña que ser bautizados significa pasar con Cristo de la muerte a la vida y señala las consecuencias éticas de esta conformación con el destino histórico de Cristo: si hemos muerto con Cristo, ya no debemos pecar más, porque hemos entrado en una nueva vida. La liturgia eucarística Con los sentimientos de alegría que nos embargan, compartimos la Eucaristía, por medio de la cual realizamos el mandamiento que recibimos del Señor de hacer memoria de él: Haced esto para recordarme. El recuerdo que ahora hacemos de Jesús, el Señor, no consiste en la pura evocación de una historia perdida en el pasado. Recordar ahora significa para nosotros hacer la experiencia de la vida nueva: Jesús, el que ha muerto, vive para siempre. Jesús, el resucitado, está vivo desde Dios, el Padre, en medio de nosotros. Cada vez que compartimos este pan y esta copa, como hermanos, comienza de nuevo para nosotros la vida que El vive y que quiere regalarnos para siempre a todos. En el hemisferio norte, al que pertenece el escenario de la vida histórica de Jesús, la primavera llega ahora a su plenitud: estamos en lo que se llama el equinoccio de la primavera. La celebración de la resurrección de Jesús tiene por eso sabor a primavera; a agua fresca; a retoños que revientan por todas partes en las plantas; y olor a flores de todos los colores. La naturaleza nos quiere regalar también ella la impresión de un mundo en el que comienza a germinar la vida nueva. La celebración de la resurrección de Jesús tiene lugar también en el día de la luna llena: es la fiesta de la luz. Con los cristianos de todos los tiempos queremos ver amanecer en esta fecha un mundo nuevo, que podrá hacerse realidad, si nosotros asumimos el proyecto de Jesús de Nazaret, que es el evangelio. Dios es capaz de hacer surgir la vida nueva aún desde la muerte. Tenemos muchas ilusiones. Por eso hablamos de una nueva evangelización, en un tiempo de esperanza. Proclamemos, pues, llenos de alegría, con el corazón repleto de esperanza, que Jesús, el vencedor de la muerte, nos invita también a nosotros a pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, como cantaban siempre los israelitas, al celebrar la Pascua. Reflexión para hoy Durante toda la semana nos hemos venido preparando de una manera especial para la celebración de la Pascua del Señor en esta noche pascual. La ceremonia en que hemos participado por medio de los símbolos del fuego, la luz y el agua, nos introduce en el significado que para el cristiano tiene en su vida la Resurrección de Jesús. El fuego nuevo invade la tierra para que se purifique y renazca la nueva creación, de la misma manera que en el agua bautismal todos renacemos para el Señor, la luz que ilumina nuestras tinieblas y nos permite ver mejor los caminos que él ha trazado para nosotros. Las lecturas que hemos escuchado nos han introducido dentro de la historia de salvación para que la asumamos como nuestra propia historia. Las acciones salvíficas del Dios del Antiguo Testamento llegan a su plenitud con la presencia de Jesús de Nazaret entre los hombres, pero los hombres no lo recibieron y debió padecer la muerte de cruz. Y lo que a los ojos humanos pudo parecer un completo fracaso, se convierte en la victoria definitiva porque la muerte de Jesús por amor a Dios y a los seres humanos, es el principio de la vida nueva. Con su muerte nos liberó del pecado y de la muerte, y nos trajo la salvación. Pero el Padre no abandonó a su Hijo en la muerte sino que lo resucitó a la nueva vida y lo recibió en su gloria. El anuncio que reciben las mujeres al ver la tumba vacía de que el Crucificado ha sido resucitado por Dios es el mismo que recibimos los cristianos de todos los tiempos. Jesús oculto a los ojos de los hombres, vive gloriosamente con Dios su Padre, y está cerca de quienes creemos en él. El proyecto que tenían las mujeres de embalsamar a Jesús, ha sido desbordado por el acontecimiento. Han pensado en todo, menos en lo que ha ocurrido. Se han quedado paradas en la hora de la muerte de Jesús; pero él ha resucitado. Ya no tienen que hacer allí y como aún no tienen fe no comprenden la acción de Dios y se han asustado. Pero el mensaje de los hombres vestidos de blanco les orienta en otra dirección: no es posible buscar a Jesús entre los muertos porque está vivo. La presencia de las mujeres en el Calvario y durante la sepultura pone de relieve la ausencia de los discípulos. Estos han huido ante el peligro, mientras que las mujeres estaban allí. Pero ante todo, el misterio Pascual de Cristo nos invita a hacer realidad la vida nueva que Jesús de Nazaret nos propuso con su propia vida, para que todos los hombres pasemos de la esclavitud a la libertad, del temor a la seguridad, de las tinieblas a la luz, con la seguridad de que quien venció definitivamente la muerte, nos acompaña en el trabajo por hacer cada día un mundo más humano, un mundo mejor.