Superhéroes y gravedad: el valor pedagógico de la ficción

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Monografía
Ciencia con humor
Manuel Moreno
Jordi José
Universidad Politécnica
de Cataluña
Superhéroes y gravedad:
el valor pedagógico de la ficción
¿Podría Hancok, superhéroe de nuevo cuño, parar en seco un tren? ¿Qué dificultades conlleva una armadura de hierro como la que utiliza Iron Man?
¿Cómo acontecen las cosas en mundos de baja gravedad, como los asteroides? ¿Se puede pasear por el interior del Halcón Milenario, la nave de Hans
Solo, de la misma forma que por el comedor de nuestra casa? Sirviéndonos
del tema de los superhéroes y el de la gravedad, mostramos el potencial de
la ficción (cine, literatura y cómic) como herramienta para el aprendizajeenseñanza de la tecnociencia y sus inmensas posibilidades pedagógicas,
aún por explotar.
Palabras clave: ciencia ficción, tecnociencia, superhéroes, superpoderes, gravedad.
Superheroes and gravity: the pedagogical value of fiction
Could Hancock – the latest superhero – stop a train dead in its tracks? What
are the difficulties of Iron Man’s iron weapons? What happens in worlds like
asteroids with weak gravity? Could you pass through the inside of Hans Solo’s
ship, the Millennium Falcon, in the same way as through your own kitchen? In
this article we look at the subject of superheroes and gravity to show the power of fiction (film, literature and comics) as a tool for teaching-learning
technoscience and its vast pedagogical possibilities, which are yet to be fully
exploited.
Keywords: science fiction, technoscience, superheroes, superpowers, gravity.
El artículo va dirigido a alumnos de secundaria y persigue los siguientes
objetivos:
Demostrar el potencial de la ciencia ficción, en sus diferentes
manifestaciones (cine, literatura y cómic), para motivar, interesar y cambiar actitud negativas hacia la tecnociencia.
Fomentar el espíritu crítico y desarrollar el escepticismo.
Mostrar el carácter interdisciplinar de la tecnociencia.
Reflexionar sobre el mundo que nos rodea y el progreso tecnocientífico a través de otros mundos imaginarios.
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Frío y desolación. Las tropas inglesas aguardan, con tensa espera, en una
maltrecha trinchera. A escasa distancia, soldados alemanes se acercan,
inexorables, en uno más de los cruentos escenarios de la primera guerra
mundial. Súbitamente, de entre el silencio lacerante de la trinchera, se
alza una conocida melodía electrónica: un teléfono móvil… Y un grito
exasperante: ¡el del director de la película, indignado con el guionista!:
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«¿Cómo puede aparecer un teléfono móvil en una película histórica de la
primera guerra mundial?». Un error de tal calibre no pasaría desapercibido. Una legión de cartas de protesta inundaría las redacciones de los
principales periódicos, exigiendo la defenestración del guionista. ¿Por
qué, entonces, esa pasividad ante flagrantes errores científicos que inundan gran número de películas, no sólo de ciencia ficción? Algunos ejemplos nos permitirán corroborar cómo la ciencia, y la física en particular,
vive un patente divorcio con el bagaje cultural del ciudadano medio.
Este divorcio patente no deja de ser paradójico puesto que ficción
y ciencia comparten especulación y sentido de la maravilla. Ficción y
ciencia no son (no deberían ser) mundos incompatibles. Y no vale recurrir a la manida sentencia de que cualquier filme o novela con un contenido científico veraz se torna aburrida. Series televisivas como Numb3rs,
con un matemático como protagonista, o la reputada CSI, con el equipo
de investigadores forenses de turno, son un ejemplo manifiesto de lo
equivocado de tal afirmación.
La ciencia ficción, en sus diferentes vertientes (literatura, cine y
cómic), es un género característico de nuestro tiempo. En palabras de
Isaac Asimov, la ciencia ficción analiza la respuesta de los seres humanos ante los cambios producidos por la ciencia y la tecnología (Barceló,
1987). Constituye una magnífica herramienta para el aprendizajeenseñanza tanto de la tecnociencia como de las humanidades, a la par
que sirve para desarrollar un sano espíritu crítico y ampliar, incluso, los
límites de la imaginación. Los conocidos mitos del género, como King
Kong, Superman, Frankenstein o Terminator permiten analizar y discutir aspectos tecnocientíficos: las leyes de escala, la mecánica, los fenómenos electromagnéticos o la posibilidad de los viajes en el tiempo,
entre muchos otros.
Examinar las posibilidades avanzadas por la imaginación de los
guionistas y escritores de ciencia ficción (invisibilidad, teletransporte,
comunicación instantánea, viajes a otros mundos, etc.) contrastándolas
con aquellas que se han convertido en realidad o lo serán pronto (nanotecnología, ingeniería genética) es mucho más que un mero ejercicio
intelectual. Posee una base pedagógica indudable. Aunque, en lo que
sigue y por deformación profesional, nos centraremos más en los aspectos tecnocientíficos, aportaremos también elementos para otros tipos
de aproximaciones (historia, antropología, literatura, estética...), dado
que la componente imaginativa de estas creaciones va de la mano del
desarrollo tecnocientífico vivido durante el pasado siglo y el presente.
De entre los múltiples elementos dignos de análisis (Clute y Nicholls, 1993) que, procedentes de la ficción, pueden incorporarse o
abordarse en los currículos de ciencias de las materias de secundaria,
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hemos escogido, para centrar el tema, algunos aspectos relacionados
con los superhéroes y con la gravedad. Una visión global de las posibilidades de la fructífera interacción pedagógica entre ficción y ciencia la
hemos presentado ya en otros lugares (José y Moreno, 1996; Moreno y
José, 2001; Gallego, 2007) y se muestra también en las referencias citadas al final del artículo (Dubeck, Moshier y Boss, 1988; Palacios, 2008).
Si el tema superheroico vive tiempos de auge con la aparición de
nuevos personajes (Hancock, Iron Man) y las aventuras sin parangón
de los ya consolidados (Superman, Spiderman, X Men) y hasta de parodias (Superhero Movie), la gravedad, elemento clave a la hora de recrear
entornos extraterrestres creíbles o los ya habituales viajes espaciales,
sigue siendo un concepto muy maltratado. En la época de los efectos
especiales, en la que cualquier cosa que la mente de un guionista sea
capaz de imaginar puede plasmarse en imágenes, esto es inadmisible.
Por su gran poder de atracción (no hay cartelera cinematográfica
o quiosco donde no campee algún superhéroe o algún viaje espacial) y
por el grado de conocimiento que los estudiantes poseen (nuestra experiencia nos indica que muchos de ellos son fans de algún superhéroe),
ambos temas son materia propicia de abordaje. Con la predisposición
estudiantil garantizada, es una tarea que sólo requiere del profesor ganas y motivación para conducir a sus estudiantes por las sendas de la
especulación y del sentido de la maravilla, a través de esa aventura del
conocimiento que llamamos ciencia. Los estudiantes (no sólo éstos sino
los de otros niveles educativos e, incluso, la ciudadanía en general, como hemos tenido la oportunidad de comprobar) lo agradecerán.
Superhéroes
Superhéroes venidos a menos
John Hancock es un superhéroe, sin mallas ni logotipo, cansado de
salvar el mundo. Hundido en una profunda depresión, su refugio es el
alcohol y el malhumor permanente. Con sus desastrosas y, al mismo
tiempo, económicamente costosas acciones se ha ganado el rechazo
cuando no el desinterés de la ciudadanía. No es para menos. A raíz de
una reciente acción, un periodista informa: «Los cálculos iniciales de los
daños rondan los nueve millones de dólares. […] Representan un nuevo
récord personal para Hancock.»
Por suerte, un agente publicitario está dispuesto a recomponer su
imagen y ayudarle a rehacer su vida. Se trata del filme Hancock (2008),
de Peter Berg, una nueva y original vuelta de tuerca al manido tema de
los superhéroes. Hancock, como cualquier superhéroe que se precie, es
inmune a las balas, puede volar y posee una fuerza descomunal. Es en
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este terreno donde su actividad superheroica deja mucho que desear. En
una escena, para en seco un tren de mercancías sin moverse un ápice.
Un vehículo en movimiento sólo puede detenerse de golpe si colisiona
con algún objeto de cierta envergadura que esté anclado en el suelo: un
árbol o una pared, por ejemplo. En cualquier otro caso el objeto que se
opone al avance será arrastrado una cierta distancia que depende de su
masa y del coeficiente de rozamiento con el suelo. Tras el impacto con
el tren, y suponiendo que resulte ileso (para eso es un superhéroe), Hancock, cuya masa es la de un hombre normal (unos 70 kg), sería arrastrado una distancia de… ¡unos 45 km!, si se considera que el tren tiene una
masa de 500 toneladas y se desplaza a 40 km/h.
En otro momento, se ve a Hancock lanzando, como si de un guijarro se tratase, una ballena gris varada en la playa a unos 500 m mar
adentro, con tan mala fortuna que se precipita sobre un infortunado
velero. Para conseguir esa «diana», Hancock debe lanzar la ballena, en
las mejores condiciones, con un ángulo de 45º, a una velocidad de 252
km/h. El principio de conservación de la cantidad de movimiento establece que cuando se lanza un objeto, el lanzador se mueve en sentido
contrario a una velocidad que depende de su masa y de la masa y velocidad del objeto lanzado. Así, si la masa de la ballena es de 20 toneladas, nuestro superhéroe debería salir despedido hacia la costa a una
velocidad de… ¡51.000 km/h! (En este caso, sólo influye la componente
de la velocidad de lanzamiento según el eje horizontal).
Hancock luce también unas zapatillas de apariencia corriente pero
que, visto de lo que es capaz el personaje, están dotadas de propiedades
estrambóticas e incoherentes: su rozamiento con el asfalto produce
chispas, en las caídas y saltos no se resienten y duran una eternidad. Escenas y artilugios espectaculares desde el punto de vista cinematográfico pero que nada tienen que ver con lo que de existir tal personaje
acontecería en realidad. Y es que por muy superhéroe (o no) que se sea,
las leyes físicas que gobiernan nuestro mundo deberían afectarle de la
misma forma. ¿Oído, John?
El hombre de la armadura de hierro
Tony Stark es un playboy millonario, de profesión ingeniero (eliminen lo que no cuadre), que se dedica a la fabricación de armas para el ejército, estadounidense, claro. Si cuando nació en el cómic, allá por 1968, de
la mano de Stan Lere y Jack Kirby, andaba por Vietnam, ahora, en su primera aparición cinematográfica, Iron Man (2008) de Jon Favreau, se encuentra en tierras afganas. Capturado y herido por un grupo terrorista,
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representante del eje del mal, acaba construyéndose una increíble armadura de hierro que le sirve, además, para restablecer su delicada salud. Una
proeza tecnológica sin precedentes con la que se incorporará al selecto
elenco de los superhéroes. El traje flexible de aparatoso color rojo y dorado le proporciona una fuerza sobrehumana y, además, le permite volar con
unos cohetes hábilmente incorporados en la suela de sus botas.
El peor enemigo para un héroe embutido en un traje de hierro así,
sea un caballero del medievo o un férreo superhéroe contemporáneo, es
el peso de su indumentaria. El hierro es un metal de densidad casi ocho
veces superior a la del agua (7.960 kg/m 3). El peso de la coraza puede estimarse suponiendo que Tony es, en primera aproximación, un cilindro
de 1,80 m (su altura) y unos 40 cm de diámetro (su anchura). El área total del
cilindro (base por altura más tapas) es de unos 2,5 m2. El volumen del traje de hierro de 1 cm de grosor, 0,025 m 3 . Multiplicando el volumen por la
densidad del hierro, se obtiene un peso de… ¡199 kg! Sólo para transportar el traje arriba y abajo, Tony debe poseer una gran fuerza. En el cómic,
este detalle se solventa con la inclusión en la armadura férrea de un
conjunto de servomecanismos, es decir, elementos mecánico-electrónicos
capaces de modificar su actividad en función del entorno, que facilitan
el control del traje. Problema añadido: la dependencia de una fuente de
energía necesaria para su funcionamento obliga al superhéroe, en el cómic, a ir pendiente siempre de algún enchufe donde recargar la batería.
Su vulnerabilidad reside siempre en este hecho.
Si el tema del manejo de esa colosal armadura está más o menos
bien resuelto, nada se dice del calor o del frío que el superhéroe embutido de esa guisa debe soportar. Dada la elevada conductividad térmica
de un metal como el hierro, no resulta un buen material con el que confeccionarse un traje: el desdichado personaje padecerá sin remisión las
inclemencias meteorológicas del entorno. De todo esto son conscientes
los guionistas puesto que en un momento del filme ponen en boca del
protagonista que el material de la armadura no es de hierro sino... ¡de
titanio!. Un material de resistencia y prestaciones similares a las del
hierro, pero con una densidad menor (4.500 kg/m 3 ). Aunque, claro,
nuestro superhéroe ya no sería entonces, hablando con rigor, Iron Man,
sino Titanium Man.
Más superhéroes, nuevas posibilidades
El tema superheroico es inagotable (Kakalios, 2006; Gresh y Weinberg, 2002). Al margen de estos aspectos puntuales que tanto juego dan
a la hora de analizar situaciones físicas relacionadas con la mecánica,
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otros muchos factores y conceptos pueden ser objeto de análisis tanto
desde una vertiente tecnocientífica como humanística.
Por ejemplo, en el cómic original del inefable Spiderman (1962), la
radiactividad era la causante de la conversión en superhéroe. Durante
una demostración sobre radiactividad en un laboratorio de física, el joven
Peter resulta picado por una araña irradiada accidentalmente. Adquiere
así los poderes del arácnido radiactivo de marras, pero «proporcional a
su tamaño». Eran los años sesenta; la energía nuclear, lo más moderno.
Resultaba verosímil considerarla para modificar y alterar organismos
vivos. Denostada hoy, los guionistas actuales de las nuevas entregas cinematográficas del superhéroe (2002, 2004, 2007, dirigidas por Sam
Raimi) han optado por echar mano de una tecnología emergente que
tantos beneficios se prevé que aporte al bienestar de la humanidad: la
ingeniería genética. La araña que pica a nuestro Peter es ahora una
criatura modificada genéticamente. Por una vez, los guionistas van a la
par de los tiempos.
El mismo espectacular automóvil del señor de la noche, Batman,
ha visto cómo mejoraban sus prestaciones a medida que la tecnología
avanzaba. Si a finales de los años treinta, cuando apareció, el Bat-móvil
era el primer vehículo de la ficción con teléfono móvil incorporado,
ahora el vehículo de Bruce Wayne cuenta ya con videoteléfono, artilugio que ya incoporan los coches de gama alta reales. Deberán estar al
caso los guionistas de la saga para mantenerse al ritmo de los avances
tecnológicos.
La apariencia física de los individuos superheroicos ha corrido pareja a los modelos de referencia que se han tenido en cada época. Un
Batman de los años sesenta, por citar un ejemplo, no se consideraría
hoy en día un patrón de estética: su forma musculosa aunque algo rechoncha poco se asemeja a los modelos masculinos que desfilan por las
pasarelas de moda. Y no digamos ya el aspecto de las superheroínas.
La legión de supervillanos y malvados, contrapunto de los protagonistas y tan imprescindibles como ellos para sacar adelante una trama
(¿qué sería de un Batman sin un Joker o Pingüino?), ha evolucionado
también acorde con los tiempos. Si en la década de los cuarenta los malvados de turno eran los nazis, en los cincuenta y hasta bien entrada la
década de los sesenta la representación del mal cae en manos de los comunistas: eran los tiempos de la Guerra Fría. Por citar algunos ejemplos:
el cuarteto de los 4 Fantásticos (1961) realiza un vuelo espacial no autoritzado para derrotar y enviar a los comunistas, literalmente, a las estrellas. Igor, el ayudante de laboratorio del doctor Bruce Banner donde éste
acaba por convertirse en Hulk (1962), es un espía comunista responsable
del accidente (ya saben, una radiación por mortíferos rayos gamma (?)).
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Dotados de superpoderes como sus antagonistas, pueden ser objeto
también de análisis desde diferentes ópticas (Gresh y Weinberg, 2005).
La demanda de ciudadanía de los muntantes de X-Men puede ser
un buen motivo para introducir la reflexión acerca de los derechos y deberes de los integrantes de nuestras abigarradas y multiétnicas sociedades modernas. Héroes, la afamada serie televisiva de Tim Kring (2006-...),
plantea los problemas de índole moral y de relación de individuos normales que un buen día descubren que son poseedores de superpoderes:
«gente ordinaria descubriendo habilidades extraordinarias». Aunque algunas de estas capacidades sobrehumanas no tengan ninguna justificación (telepatía o telequinesis), la serie nos introduce en una trama de
alcances insospechados donde estos seres tienen que colaborar para
salvar a la humanidad. El superhéroe solitario de antaño cede el testigo
a los grupos que colaboran en pos de un objetivo común.
En definitiva, de lo que se trata, si nos ceñimos al ámbito tecnocientífico, no es sólo de estudiar la viabilidad de las acciones superheroicas (o supervillanas) y de sus artilugios, sino de reflexionar
intentando encontrar explicaciones plausibles o lógicas una vez asumida la existencia (ficticia) del personaje en cuestión.
Gravedad
Errores de gravedad
Una tendencia muy extendida en la ciencia ficción cinematográfica y televisiva es la ausencia sistemática de cualquier efecto producido
por el cambio de gravedad. Para un ser humano, tan sorprendente puede resultar un hábitat dotado de excesiva gravedad como un mundo liviano, cuya menor gravedad proporciona un escenario idóneo para
realizar mil acrobacias. Las exiguas velocidades de escape de algunos
cuerpos menores del sistema solar han proporcionado curiosos argumentos a diversas narraciones y películas del género, que constituyen
un magnífico reclamo para actividades en el aula. Resolver problemas
de física de corte clásico («un cuerpo de masa m se desliza por un plano
inclinado…») puede resultar tan útil como inevitable, aunque extrapolar
los conocimientos adquiridos a otros entornos, como los que ofrece la
ciencia ficción, despierta un inusitado interés en el alumno.
Así, los intrépidos astronautas del filme Planeta sangriento (1966),
de Curtis Harrington, experimentan una verdadera odisea durante una
accidentada misión de rescate que los lleva a la superficie de Fobos,
uno de los dos pequeños satélites marcianos. En una memorable secuencia, los dos astronautas deciden invocar a la diosa fortuna para
hacer frente a un incómodo lance: ante el hallazgo de un ser extra 49 | Alambique
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terrestre con vida, en el interior de una nave varada en Fobos, deciden
echar a suertes quién partirá en la nave biplaza de rescate. Quizás podríamos preguntar al guionista el motivo de enviar a dos astronautas a
bordo de una nave de rescate… ¡biplaza! Aunque nos contentaremos
con cuestionar la forma empleada para solucionar tal dilema: haciendo
uso de un «dólar de la suerte», uno de los astronautas lanza la moneda
«al aire» (valga la expresión para un mundo sin atmósfera como Fobos),
dejando su suerte en manos del azar.
La gravedad de Fobos es insignificante. Su valor puede estimarse a
partir de su radio medio, unos 13,5 km, y de su densidad (2 gramos por
centímetro cúbico): atracción gravitatoria que resulta ser unas 2.300
veces menor que la terrestre. Para que una moneda lanzada desde la superficie terrestre ascienda unos 40 cm, se requiere un lanzamiento con
una velocidad inicial de unos 3 metros por segundo. En la película, el
movimiento de la moneda refleja claramente el hecho de haberse filmado en la Tierra: bajo la ridícula velocidad de escape de Fobos (tan sólo
10 metros por segundo, frente a los 11.200 metros por segundo para la
Tierra), dicha moneda alcanzaría una altitud de casi 1.000 metros (si el
techo de la nave no lo impidiera). Un lanzamiento notable, sin duda. Los
astronautas, por su parte, deberían armarse de paciencia y aguardar
más de un cuarto de hora hasta la caída del pequeño objeto. Quizás se
trate de una licencia cinematográfica para ahorrar todo ese metraje
francamente monótono.
Un gran paso para... un guionista
En la última década del siglo XXI el hombre aterrizó en la Luna a bordo de
sus aeronaves. En el año 2200, había alcanzado ya los otros planetas
de nuestro sistema solar. Pronto, se consiguió igualar la velocidad de la
luz, y poco después, incluso superarla.
Con tan contundentes premisas se inicia Planeta prohibido (1956), de
Fred M. Wilcox, una de las joyas cinematográficas de la ciencia ficción.
Quién iba a decirle al sufrido guionista que, sólo un año después, la extinta Unión Soviética lanzaría el Sputnik-1, el primer satélite artificial,
y que tan sólo una década más tarde (¡unos 130 años antes que las previsiones del filme!), los primeros seres humanos caminarían por la faz
de la Luna (Apolo XI, en 1969).
El filme narra la llegada del Crucero de los Planetas Unidos C57-D
al distante mundo de Altair IV (la estrella Altair, alrededor de la cual orbita el planeta, dista 16 años-luz de la Tierra), tras un año de viaje por
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los sinuosos corredores del hiperespacio. Cabe cuestionar la necesidad
de viajar a través del hiperespacio cuando la nave puede alcanzar, presuntamente, velocidades superiores a la de la luz. Ahí es nada... Velocidades que en principio contradicen las patentes dificultades por las que
atraviesa la nave al final del filme, cuando debe alejarse del planeta 100
millones de kilómetros para escapar de una titánica explosión nuclear.
La nave invierte 24 horas en completar la travesía (distancia que la luz,
cubre en sólo 5,5 minutos). De hecho, no se trata de un error, como podría pensarse a primera vista. La nave abandona Altair IV partiendo del
reposo y debe ganar velocidad de forma progresiva. No hay que olvidar
que el cuerpo humano no resiste aceleraciones muy elevadas de larga
duración (el límite se sitúa en torno a unas 3-6 gravedades terrestres).
Si para mantener los niveles de confort en el interior de la nave, el piloto acelerara a un ritmo de 1 g (valor de la gravedad terrestre), la nave
necesitaría unos 35 días para alcanzar una velocidad del 10% de la velocidad de la luz. Y en ese tiempo habría recorrido una distancia de unas
seis veces el tamaño del sistema solar (del Sol a Plutón), resultado que
muestra que los viajes relativistas tripulados no son viables dentro de
un sistema planetario.
El mundo ficticio de Altair IV se muestra en el filme como un planeta de clase terrestre, con una gravedad similar, 0,897 veces la gravedad terrestre, valor que en la versión emitida por el canal autonómico
TV3 el traductor elevó temerariamente a 897, cifra muy superior a los límites de resistencia de los huesos humanos. El planeta posee también
una atmósfera respirable, con un contenido de oxígeno un 4,7% más rico
que en la Tierra. Aquí, la versión original del filme habla únicamente
de que el nivel de oxígeno del planeta es 4, cifra sin sentido si no se especifican las unidades de medida. En caso de ser 4 veces el nivel terrestre, la
atmósfera de Altair IV sería presumiblemente tóxica para los humanos.
La física contraataca
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, un filme de
ciencia ficción, La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), de George
Lucas, catapultó a Luke Skywalker, Han Solo o la princesa Leia a convertirse en verdaderos mitos del género (Clavelos, 1999). La saga tuvo un
gran éxito, pese al poco rigor con el que los guionistas abordaron el desplazamiento de las naves espaciales, la gravedad o las propias batallas
que tienen por escenario el vacío. (Dicho sea de paso, un temerario traductor decidió ampliar una ya de por sí improbable guerra estelar, Star
Wars, a una todavía más increíble refriega entre distantes galaxias.)
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En una de las escenas más trepidantes de su secuela, El Imperio contraataca (1980), un escuadrón de cazas TIE imperiales irrumpe en la noche infinita, en frenética persecución de la nave Halcón Milenario. Han
Solo, su intrépido piloto, intenta burlar el cerco enemigo realizando temerarias maniobras y sorteando el fuego cruzado de las baterías láser. Rizos, contrapicados y complejas acrobacias compensan sus vanos intentos
por conectar el sistema de impulsión que debería lanzarlos (¡más allá de
la velocidad de la luz!) a través de los sinuosos corredores del hiperespacio. Mientras, una miríada de centelleantes haces láser hace mella en el
escudo de energía del Halcón. El comando rebelde aguarda su fatal destino. Todo está perdido... o casi. Afrontando una exigua probabilidad de supervivencia (1 entre 3.721, según apunta el fiel androide C3PO), Han
sumerge el Halcón Milenario en el interior de un campo de asteroides.
Los asteroides, cuerpos de tamaño variable, cuyas dimensiones
abarcan desde escalas inferiores al centímetro hasta los 1.000 km de
diámetro, constituyen reliquias de la formación de un sistema planetario. Estos agregados, formados en la misma nebulosa en la que se modelan estrellas y planetas, no poseen masa suficiente para generar, por sí
solos, un llamado cinturón de asteroides. En un tiempo corto, a escala
astronómica, los diversos fragmentos se dispersarían y adiós campo
de asteroides… De hecho, en el único cinturón de asteroides conocido hasta la fecha, el existente entre las órbitas de Marte y Júpiter, en nuestro
sistema solar, la distancia media entre asteroides de cierto tamaño se
estima en unos 100.000 km ¿Habrá alterado el sinuoso vuelo a bordo del
Halcón los circuitos del androide C3PO? No existe otra explicación a su
errónea estimación de la probabilidad de supervivencia en un campo de
asteroides, cuando lo verdaderamente difícil es chocar con uno.
No es éste el único aspecto destacable de esta secuencia que, sin
lugar a dudas, podría pasar a los anales de la cinematografía por su elevada concentración de errores científicos (pasar la secuencia de un minuto a un grupo de estudiantes a la caza del error constituye siempre
un sorprendente ejercicio en el aula): el característico zumbido de los
motores de impulsión de las naves (sonido que en el filme se propaga
por el vacío), la generación de gravedad en una nave espacial (incluso
en reposo), la percepción de la trayectoria descrita por los láser (que se
desplazan a mucha menor velocidad que la luz y resultan claramente visibles en la película), la realización de acrobacias semejantes al vuelo de
un avión. O la propia presencia de un inmenso gusano que a punto está
de engullir al Halcón Milenario y a su tripulación, en un lugar tan poco
frecuentado como un cinturón de asteroides. ¿Cómo ha llegado hasta
allí? ¿Es lógico encontrar un depredador en un entorno carente de presas? Acaso su dieta se limite a intrépidos y desafortunados viajeros.
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A modo
de conclusión
Referencias
bibliográficas
La ficción no tiene, ni lo pretende, voluntad pedagógica. Cine, literatura
y cómic son medios de expresión, con sus normas, leyes y lenguajes propios. Sin embargo, aunque éstos se alimentan de invenciones, mientras
la ciencia lo hace de realidades, la ficción y la ciencia no son mundos
incompatibles ni antagónicos. De hecho, la ficción se nutre también de
la realidad y, por su parte, la ciencia necesita la imaginación para avanzar. En manos de los profesionales de la educación, en todos sus niveles,
está el aprovechar su enorme potencial de atracción y seducción para
encauzarlo hacia la enseñanza-aprendizaje de la ciencia. Pero no se trata sólo de un recurso didáctico más: la visión o lectura inteligente de
filmes, novelas y cómics, a la vez que son en sí mismos actos lúdicos,
constituyen una vía para que los estudiantes de hoy, ciudadanos de mañana, ejerciten el espíritu crítico y estén preparados para afrontar en
condiciones el futuro.
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Enlace web de interés:
The Internet Movie Database: <www.imdb.com>
Dirección
de contacto
Manuel Moreno
Universidad Politécnica de Cataluña
manuel.moreno@upc.edu
Este artículo fue solicitado desde Alambique. Didáctica de las Ciencias Experimentales en julio de 2008 y aceptado para su publicación en diciembre de 2008.
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