Por Pedro I. Tauzy Aportes para una reinterpretación iusnaturalista del Derecho Penal “La falta de seguridad, el colapso de la administración de justicia, la falta de control social y la proliferación del desorden, la transferencia del poder decisorio a grupos de poder, la ausencia poco menos que absoluta de políticas […] ha generado en nuestra sociedad civil la impresión, cada vez más extendida, de que el Estado no sirve para nada”i. Breve introducción El objetivo del presente trabajo es interpretar de manera crítica el pensamiento penal de Eugenio Raúl Zaffaroni, en virtud del cual elaboró su sistema dogmático conocido como “funcional conflictivo”, y su concepto de culpabilidad penal. Intentaremos demostrar en las siguientes páginas cómo diciendo grandes verdades acompañadas de un loable discurso, se puede elaborar una mentira o, al menos, una confusión generalizada respecto de la naturaleza de ciertas cuestiones como por ejemplo la humana y la del Derecho Penal. Sin perjuicio de la veracidad de los datos de la realidad social que denuncia el reconocido penalista, la crítica apunta a que pareciera que, con ellos, se buscase desnaturalizar al Derecho Penal, contaminándolo exageradamente de contenido ideológico. Es que tanto Zaffaroni como la gran mayoría de los autores, han evitado todo tipo de argumentación iusnaturalista para legitimar la pena, o para elaborar su sistema dogmático de la teoría del delito. De esta manera, se propone en el presente escrito interpretar en un primer momento el pensamiento del citado autor, para luego proponer un punto de vista un tanto discrepante. 1 El sistema “funcional conflictivo” Sin perjuicio de un posterior análisis al respecto en las próximas líneas, comenzamos el presente advirtiendo que más allá de las disidencias habidas entre el pensamiento de Zaffaroni y el de Roxin, o el de Jakobs, el sistema del jurista argentino no deja de ser funcionalista y por ende, estar cimentado por la filosofía neokantiana. Tras la evolución de la labor dogmática en lo que respecta a la teoría del delito, comentamos de manera sintética que se reconocen (en orden cronológico) al causalismo naturalista; reformado por el neokantismo o neocausalismo (llamado así por guardar todavía ciertos presupuestos del sistema anterior); el irracionalismo del nacionalsocialismo alemán de 1930; la corrección iusnaturalista de Welzel, cuyo sistema se conoció como “finalismo”; y por último las dos corrientes funcionalistas -que reivindican al normativismo neokantiano- de Claus Roxin en su versión moderada, y de Günther Jakobs en su interpretación radical. Pero desde la última década aproximadamente se ha ido exponiendo con notable firmeza un nuevo sistema dogmático, aunque también funcionalista: el sistema funcional conflictivo de Eugenio R. Zaffaroni. Presupuestos Jurídicamente, el presupuesto del que se parte en esta teoría es el hecho de la “constitucionalización” del Derecho Penal con contenido iushumanista. Esto consiste en la interpretación de que el Derecho Penal nace del Derecho Constitucional y que el Derecho Constitucional nace con motivo de limitar el control que las clases dominantes ejercen sobre las clases dominadas. Así, el Derecho Penal tiene en su origen, en su esencia, la idea de límite al poder punitivo del Estado. En consecuencia, y siendo que se trata de un sistema funcionalista que conceptualiza a partir de las funciones que se le asignen a esta rama del derecho, el concepto de delito, o mejor dicho la teoría del delito, debe atender a este objetivo, es decir al de límite al poder punitivo. Otro presupuesto, concomitante con el anterior, es el que proviene de los datos de la sociología y la criminología, con lo cual se postula un pensamiento realista. Lo que ofrecen 2 estas ciencias sociales son datos que demuestran que en la gran mayoría de los casos a quienes se los señala como “delincuentes”, pertenecen a los sectores sociales más vulnerables y que, en consecuencia, las cárceles se hallan pobladas de pobres. De esta manera, se sostiene que el sistema penal es selectivo, es decir, sólo algunas personas llegan a ser sujetos pasivos del poder punitivo. La teoría Teniendo en cuenta los presupuestos citados ut supra, Zaffaroni elabora el siguiente primer pensamiento: “se tiene toda la impresión de que el ‘delito’ es una construcción destinada a cumplir cierta función sobre algunas personas y respecto de otras y no una realidad social individualizable”ii. Es por eso que toda teoría jurídica, y en especial la teoría del delito y las teorías de la pena, no pueden soslayar estos datos de la realidad. En suma, y en términos generales, en cuanto a aquella cuestión social o de control social, Zaffaroni lo interpreta como un “proceso de selectividad”. Es decir, aquellas personas con mayor grado de vulnerabilidad, serán alcanzadas con mayor facilidad por el poder punitivo. Este concepto (que como tal, es un ente ideal) elaborado sobre datos reales debe “contaminar” a todo el análisis del Derecho Penal. Construye entonces, su sistema dogmático teniendo como presupuesto la teoría de que existe una selectividad y que, por ende, la finalidad del Derecho Penal, será la de morigerar dicha discriminación, o eventualmente eliminarla. La teoría del delito es aquella elaboración dogmática acerca de qué es el delito. Hoy existe consenso doctrinario en que delito es toda “conducta, típica, antijurídica y culpable”, pero lo que se discute aún es qué se entiende por cada uno de estos elementos del delito, o cuáles son sus alcances. Los distintos sistemas han sido ya mencionados y no serán abordados en el presente escrito, debido a su importante extensión. Zaffaroni en su sistema dogmático llamado funcional conflictivo, realiza grandes variantes en la conceptualización de cada uno de los elementos del delito, teniendo en cuenta este modelo conflictivista de sociedad, pero el cambio más profundo, o más “revolucionario”, se da en el último elemento: la culpabilidad. 3 Culpabilidad penal “Zaffaroniana” Welzel, el máximo exponente del “finalismo”, había definido a la culpabilidad como el reproche que se le hace al autor del hecho, por cuanto habría podido esperarse de él una conducta conforme a derecho. El presupuesto de la reprochabilidad es, según el “finalismo”, la capacidad de libre autodeterminación, es decir: todos somos libres de elegir entre el bien y el mal siendo responsables por dicha elección. Al respecto, y siendo coherente con su pensamiento, Zaffaroni desarrolla su propio concepto de culpabilidad penal de la siguiente manera: “es el juicio necesario para vincular en forma personalizada el injusto a su autor y, en su caso, operar como principal indicador del máximo de la magnitud de poder punitivo que puede ejercerse sobre éste. Este juicio resulta de la síntesis de un juicio de reproche basado en el ámbito de autodeterminación de la persona en el momento del hecho (formulado conforme a elementos formales proporcionados por la ética tradicional) con el juicio de reproche por el esfuerzo del agente para alcanzar la situación de vulnerabilidad en que el sistema penal ha concretado su peligrosidad, descontando del mismo el correspondiente a su mero estado de vulnerabilidad”iii. Surge de dicha definición que la culpabilidad penal de Zaffaroni es un compuesto en el que a la culpabilidad descripta de acuerdo al finalismo de Welzel, se le agrega ahora el reproche por las posibilidades que tenía el autor de caer con mayor o menor facilidad dentro del ámbito de selectividad del poder punitivo, de acuerdo a su posición social: “a nadie se le puede reprochar razonablemente su estado de vulnerabilidad, sino sólo el esfuerzo personal por alcanzar la situación en que el poder punitivo se concreta iv” Es decir, no todas las personas son alcanzadas por la punición penal con igual facilidad. Aquellos que se encuentran en una situación de exclusión o que disponen de pocos o nulos recursos, son más vulnerables al poder punitivo y así caen dentro de su ejercicio con mayor facilidad, es decir con menor esfuerzo. Distinta es la situación de quienes ocupan su lugar en el mundo desde las clases medias, medias altas o altas: difícilmente caigan dentro del ejercicio del poder punitivo, con lo cual deben hacer un gran esfuerzo a merced de su 4 conducta para ser captados por el mismo. La regla entonces es: a menores recursos, mayor vulnerabilidad frente al poder punitivo; a mayores recursos, menor vulnerabilidad. De esta manera, la culpabilidad podría actuar, eventualmente, como una suerte de “beneficio” en el que se descuente la marginalización social que ha sufrido el delincuente con una menor “cantidad” de punición, atento a la morigeración del reproche. Lo que sostiene este gran jurista argentino, es que mal puede hablarse de libre autodeterminación respecto de quien se halla en una posición social marginada, o de emergencia producto de la carencia de recursos y posibilidades. Aquí está el porqué de su distinción respecto al reproche ético: el reproche no debe ser exclusivamente ético porque éste, en definitiva, sólo se le plantea a determinadas personas, o a determinado tipo de personas, porque la “selectividad” gravita en mayor medida sobre la vulnerabilidad del sujeto, que sobre su libre autodeterminación. En efecto, y conforme lo expone Zaffaroni en su obra citada, no se le podría hacer un reproche basado en la libre autodeterminación porque el criminalizado podría objetar que el sistema no formula reproche alguno a otras personas que han cometido injustos más gravesv. No resulta del todo justo este concepto de culpabilidad, porque no todas las personas en situación de exclusión social o pobreza o dificultad económica de cualquier índole, comete injustos, sino que aun así trajinan para poder subsistir, de manera que éstos bien podrían sentir que reprimen conductas que otro que se encuentra en situación similar no reprime, pero que por influjo de este concepto de culpabilidad se lo termina “dispensando” de cierto reproche: el pobre hombre que subsiste ganando unas pocas monedas cuidando coches en la calle, o aún quienes viven de la limosna, han optado por la dignidad que le brinda al hombre el hecho de ganarse el pan sin perjudicar ilícitamente a terceros. Por eso este concepto de culpabilidad creemos que no sólo no resuelve el problema de la injusta exclusión social, sino que genera nuevas injusticias. 5 Filosofías afines: a) Neokantismo Como ya se ha denunciado, el sistema dogmático de Zaffaroni es, en alguna medida funcionalista, y por lo tanto, está bañado de filosofías neokantianas. Lo que se quiere decir con esto es que se trata de una ideología, cuya filosofía de base proviene, en cierto modo, de Immanuel Kant. Este filósofo alemán, sostenía que el hombre jamás conoce la realidad (los “noúmenos”), sino que conoce los fenómenos, es decir, las apariencias. La manera de concebir esos fenómenos es a través nuestras propias estructuras de conocimiento. Según Kant, para conocer no se debe partir desde el objeto cognoscible o a conocer, sino desde el sujeto cognoscente. Así, habría tantas realidades respecto de un objeto de estudio, como sujetos que lo perciben, cayendo en una suerte de subjetivismo o relativismo insoportable. Grandes exponentes del movimiento neokantiano han sido Windelband y Henrich Rickert, quienes consideraban que el conocimiento no se acaba con la sola percepción natural de los hechos, dado que ello sólo implicaría caos y que, por ello, toda percepción o comprensión de la realidad se elabora en base a valores. El conocimiento, desde esta perspectiva, no se trata de una representación de la realidad, sino una transformación del material dado. El conocimiento no se adquiere, se crea. No es más que un producto del arte. Consecuencia de esto, es que ya nada tenga un significado per se. No existen verdades absolutas, sino que nosotros mismos le damos el significado a las cosas de acuerdo a nuestro modo de percibirlas. Así es como, Zaffaroni, teniendo sobre el Derecho Penal la concepción ya descripta -cuya finalidad es la de limitar el poder punitivo del Estadoelabora, entonces, el concepto de delito que se adecúa a su modo de percibir la realidad. Con lo dicho, concluimos que el sistema de Zaffaroni no deja de ser funcionalista, en cuanto a que moldea o trastoca el concepto de “delito” de acuerdo a la función política que se le asigne al Derecho Penal. 6 b) Michel Foucault Otro pensador que, consideramos, influye enérgicamente en el pensamiento de Zaffaroni es Michel Foucault. Este pensador se dedicó a describir de manera crítica cómo a lo largo de la historia, las instituciones y las normas varían y dan forma a los individuos dentro de una comunidad en una relación necesaria de poder, de mando y obediencia. En primer lugar, hay que destacar que Foucault proponía “desnudar” al hombre de todo tipo de esencia, o de identidad, como primera medida para cuestionar las realidades sociales, debido a que, conforme a su pensamiento, toda identidad (del tipo que fuera: social, cultural, sexual, etc.) es impuesta a los fines de calificar, clasificar y, eventualmente, castigar. Todo tipo de conceptualización objetiva contiene, en realidad, una voluntad de dominación. Propone todo tipo de crítica a la razón y rescata a todas las minorías sociales que, a priori, se muestran como contrarias a la misma, o al orden natural de las cosas y, consecuentemente, intercambiar los conceptos, suprimir el límite de lo normal y lo anormal. Vale decir, la regla debe ser que no haya reglas. Coherente con lo dicho, Foucault hablaba de que el concepto de “la locura”, es decir la insania mental, es una construcción ideológica propia de un discurso de dominación. Finalmente, lo más llamativo de Foucault estriba en la percepción que tiene acerca de todo tipo de norma (ya sean jurídicas, morales o sociales) como carentes de esencia, sin una finalidad natural, sin alma. De manera ésta, que las normas no tienen otra intencionalidad que la de someter o dominar, lo que deriva en la conceptualización del “delito”, según Foucault, como un acto de rebeldía hacia el sistema o hacia las normas que, por el sólo hecho de serlo, son represivas y definen al delincuente como tal sin que necesariamente exista una realidad objetiva que permita “clasificarlo” de esa manera. A nuestro juicio, es éste el pensamiento que más influye en la ideología de Zaffaroni, quien, como ya lo hemos comentado al inicio del presente escrito, ha llegado a referirse al delito (aunque más no sea en una primera interpretación) como “una construcción destinada a cumplir cierta función sobre algunas personas y respecto de otras”. Es decir, se analiza toda la cuestión desde el paradigma de imposición de formas y conceptos como modo de dominación, como expresión de poder. 7 Zaffaroni, a lo largo de sus manuales sobre Derecho Penal y sobre Criminología, analiza al delito, a la pena y al Derecho Penal desde la pura percepción científica y estadística que ofrecen, principalmente, la sociología y la psicología, pero escasean en sus obras argumentos que tiendan a exponer que el “delito” es malo en sí mismo por el sólo hecho de atentar contra la naturaleza misma del hombre. Por eso, desde la perspectiva del funcionalismo conflictivo, resulta harto laborioso legitimar todo tipo de pena, y es dable alarmar que se trata de una suerte de “abolicionismo en potencia”. c) Neo-constitucionalismo La labor dogmática de este sistema no se somete a la idea de un Estado de Derecho (cuya característica es el gobierno de las leyes como aplicación concreta, de alguna forma, de la “soberanía popular”), sino a la idea de un Estado “Constitucional”. Para ser más concretos, Zaffaroni elabora su sistema dogmático en base al neo-constitucionalismo, producto de una interpretación jushumanista de la Constitución Nacional. El neo-constitucionalismo se presenta como un tercer movimiento constitucional que, en rigor de verdad, viene a dar un golpe a la percepción que se tenía de las constituciones nacionales, producto de los movimientos liberales y sociales que motivaron tal entendimiento y producción. Este movimiento de tinte globalizador, pretende moldear todas las constituciones nacionales al servicio de una constitución transnacional, que se sitúa por encima de ellas y que les dicta el contenido mínimo que han de respetar. Este contenido mínimo ya no proviene de la idea de un Derecho Natural fundado en la naturaleza humana social y cognoscible a través de la razón, sino del difuso -y de carácter positivista- “código” de los Derechos Humanos. Los principios de los Derechos Humanos, no se obtienen a través de la deducción, de la razón, sino a través de los hechos históricos. Este paradigma de los “Derechos Humanos”, que creemos se aleja del Derecho Natural, consiste en un difuso cuerpo que se materializa a través de tratados internacionales con sus respectivos “Comités de Seguimiento” cuya labor es por un lado examinar que el tratado se cumpla efectivamente y, por el otro se encarga de interpretarlo: esta interpretación no se produce de manera democrática, por cuanto no responde percepción popular alguna, sino a un grupo de hombres; y no se da a 8 través de la razón basado en exigencias naturales, sino a través de la subjetiva interpretación de los hechos históricos y los “cambios culturales”. Un gran exponente de este movimiento es el jurista italiano Luigi Ferrajoli con su teoría conocida como “garantismo”, en virtud de la cual se propone conceptualizar al Derecho Penal desde las “garantías” que propician los Derechos Humanos tendiendo siempre a limitar el ejercicio de poder. No resulta desacertado pensar que, a la luz de este pensamiento, el Derecho Penal pasa a ser el derecho de los criminales, que bien podría llamarse “Derecho de Defensa al Criminal”. Adelantamos, aunque será desarrollado más adelante, que consideramos criticable de este movimiento dos cuestiones: por un lado, el fuerte predominio de toda filosofía individualista y liberal por sobre toda consideración social de la humanidad; y por el otro, la adjudicación de derechos sin deberes en contraprestación. Crítica al pensamiento funcionalista conflictivo Ante todo, es importante aclarar que coincidimos con Zaffaroni en que la realidad demuestra que no todas las personas caen dentro de la punición con la misma facilidad y que, de hecho, las cárceles están pobladas de “pobres”, constituyendo esto, una injusticia. Se trata de una realidad innegable. Pero la disidencia la proponemos respecto a la interpretación ideológica que él mismo hace a partir de dichos datos y la solución que propone: no es necesario redefinir al delito, ni otorgarle una función distinta al Derecho Penal que no sea la seguridad jurídica, ni eliminar la pena. El triunfo del liberalismo en el pensamiento penal posmoderno El discurso dominante en la mayoría de las universidades humanísticas del país, como también en Latinoamérica, es el que resulta de las ideas influyentes ya citadas y sumariamente desarrolladas: el pensamiento de Foucault, el neokantismo y el neoconstitucionalismo -o bien las ideas que fundamentan dicho movimiento- entre otras. Estas ideas, interpretamos que son las que han influenciado al pensamiento del Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni considerablemente, siendo lógico que, bajo el toldo de este 9 discurso, se enseñe Derecho Penal en todas las universidades de Derecho de la Argentina. Claro que es un pensamiento novedoso y que se condice enormemente con el momento histórico en el que nos encontramos, pero a la luz de nuestra percepción, no todo lo nuevo es necesariamente bueno. Demás está decir que así lo será para la filosofía del “progresismo” según la cual, la historia se interpreta de manera lineal, en virtud de la cual el mero paso del tiempo implica avance, o progreso. Nos resulta más realista una interpretación histórica que, sin perjuicio de hallar avances y progresos también se retrocede, y mucho, en el andar. El pensamiento de Zaffaroni (y el de sus influyentes) son serviles a la filosofía sobre la que se posa el sistema político mundial imperante: el liberalismo. El mismo Zaffaroni sostiene que toda construcción dogmática jurídica es política, de manera que no resulta insensata la presente apreciación. Es que tanto las filosofías kantianas, como la de Foucault y el neoconstitucionalismo nos llevan al liberalismo individualista y a un relativismo que, intrínsecamente, se nos presenta como una “bomba de tiempo”. La filosofía kantiana y neokantiana, explicada precedentemente de modo breve, hace caer a todo aquél que se aventure a pensar y percibir la realidad de acuerdo a tales corrientes, en un individualismo o subjetivismo que necesariamente culmina en un relativismo. Por eso es que, respecto del pensamiento del funcionalismo o neokantismo normativista, es sencillo localizar dónde se halla el elemento individualista relativizador: si no existe objeto independientemente de la percepción que de él hace un sujeto, entonces nada puede valer por sí mismo ni tener significado propio, sino que las cosas son en la medida que el hombre les da sentido. Es decir, según esta tesis, no hay verdades ni valores absolutos ni universales, de manera que es tan válido el juicio de un niño, como el de su padre; el de un alumno, como el de su maestro, etc. Foucault, y por supuesto Zaffaroni, plantean esto mismo. En una interpretación un tanto marxista, sostienen que las ideas son un producto social y, por ende, al servicio de quienes las fabrican, de manera tal que el Derecho Penal, el delito y la pena (o sus conceptos) han sido elaborados por las clases dominantes para someter a los más débiles. 10 Finalmente, adoptado ese discurso y como solución al problema denunciado por Foucault, surge el neo-constitucionalismo, como una suerte de positivización desperdigada de la revolución de las minorías. Reiteramos que el neo-constitucionalismo tiene como premisa marcar el contenido mínimo que deben acatar las constituciones nacionales, significando esto una suerte de muerte a la soberanía nacional. Este contenido mínimo, que es difuso y aún incierto en su extensión, va aplicándose concretamente en un gobierno de las minorías en muchos ámbitos: decisiones judiciales, leyes, códigos civiles, medidas de gobierno y, claro, sistemas dogmáticos jurídicos como el que estamos analizando. No es de extrañar que con sólo escuchar o leer a Zaffaroni, buena parte de la opinión pública, logre interpretar que, en cierto modo, se buscara beneficiar, proteger o ‘garantizar’ los derechos de unas minorías en perjuicio del derecho de la mayoría de los sujetos de derecho. Esto es obra, en gran medida, del neo-constitucionalismo que va mudando de un Derecho de las mayorías, cuyo propósito es el Bien Común, a un Derecho exclusivamente diseñado a favor de algunas minorías. Está de más decir que lo que se propone desde esta tendencia es un Estado de “Derecho” muy poco democrático. Claro que el respeto y la consideración de las minorías es una virtud propia de la civilización, pero lo será en tanto no perseveren sólo los intereses minoritarios menoscabando los derechos de la vasta mayoría del pueblo. Huelga aclarar que el presente es un trabajo de Derecho Penal, con lo cual estamos haciendo referencia en todo el análisis a las cuestiones públicas, es decir a los hechos en interferencia intersubjetiva que trascienden del ámbito personal hacia el ámbito social con posibilidades de generar conflicto en ese nivel de actuación. No hacemos alusión aquí a los hechos privados que “de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero”, conforme lo dispone el art. 19 de la Constitución Nacional. Este relativismo es abrazado o mirado con buenos ojos por el liberalismo, ya que éste es, en esencia, individualista porque el punto focal se halla en el individuo en su estado más solitario y vacío de todo contenido social o interpersonal. Exalta la libertad del individuo proponiendo “liberarlo” de toda identidad colectiva o comunitaria, por ser considerada represiva. Se elimina así, todo contenido social de la persona y se cae en un concepto 11 “ciego” de la libertad, anárquico y vaciado. En definitiva, el liberalismo individualista desnaturaliza al hombre que es esencialmente un ser social, con responsabilidades sociales y deberes de solidaridad. Efectivamente, tanto el neo-constitucionalismo como también el liberalismo “privilegian lo diverso, diferenciador y separador por sobre lo homogéneo, aglutinante y unitivo”vi. Reflexiones en torno a la selectividad del sistema penal La “selectividad” de la que habla Zaffaroni no logra traducirse en un concepto concreto por cuanto se le otorga voluntad a un cuerpo inidentificable. Se trata de un concepto afín a las “micropolíticas” a las que hacía referencia Foucault, de las que se deriva que el poder se ejerce siempre y en todos lados, pero quien lo detenta es de imposible identificación. De esta manera se recurre a ubicar esta idea de la selectividad como efecto del poder punitivo del Estado. Es decir, el poder lo detenta el Estado según Zaffaroni, cuestión que actualmente resulta harto discutible, por cuanto los Estados se hallan cada vez más débiles y menos soberanos. Pero, más allá de dicha posible discusión, argumenta el mentado jurista que el Derecho está al servicio del ser humano y no al servicio del Estado, al que considera como un “mito extrahumano” o “meta-humano”, como si dichos conceptos –el de “ser humano” y “Estado”- fueran antagónicos y no se tratara en realidad de conceptos concomitantes: el ser humano, en su naturaleza, es un ser social cuya personalidad se forja dentro de la sociedad, la cual -como fruto de esta esencia humanase organiza políticamente como Estado para la concreción de sus fines, del Bien Común. A nuestro modo de ver, dicha selectividad no se trata de una acción macabra del Estado con la ambiciosa intención de dominio sobre grupos débiles, o al menos no debiera afirmarse tal expresión con carácter absoluto, admitiendo reconocer algunos matices que pudieran rozar tal apreciación. Es cierto que las cárceles se encuentran pobladas de “pobres”, como también es cierto que existe el prejuicio, por parte de la comunidad y parte del sistema penal, de catalogar de modo acrítico como “delincuentes” a determinados sujetos por el mero hecho de ser “portadores de rostro”, sin verificar la comisión de delito alguno. Por otro lado, no es 12 menos cierto que existe el mismo prejuicio a la hora de catalogar a “los políticos” como “delincuentes y corruptos” dogmáticamente sin detenerse a verificar que en particular así sea. A diferencia de los primeros, estos últimos suelen pertenecer a los sectores sociales más beneficiados, o al menos tener altos recursos económicos. Sólo restaría que, también éstos, compartan los establecimientos penitenciarios con aquéllos. Pero en una enorme medida, se debe más que a una intencionalidad discriminatoria o de dominio, a una gama de cuestiones de índole probatoria acerca del delito. Es casi una verdad de perogrullo advertir que es más factible para el sistema penal, o si se quiere para el poder punitivo del Estado, captar a quien en el centro de una ciudad o en algún barrio comete un homicidio en situación de robo y luego se sube a su moto para huir; que captar a un sujeto que, en virtud de diversas triangulaciones, testaferros de por medio y contratos de locación inmobiliaria, comete delitos de los que se califican como “trata de personas”, o de blanqueo o “lavado” de dinero, o de narcotráfico. No representan, para dichos casos, los mismos esfuerzos al servicio de las diligencias probatorias y tareas de investigación: resulta tanto más dificultoso investigar esos delitos de características complejas y llegar a probarlos de modo tal de brindarle al juez la convicción de que el delito efectivamente se cometió y pueda así, proceder a sentenciar la condena correspondiente; que investigar o probar delitos más sencillos, los que en mucho casos también son flagrantes. Piénsese que es aún más difícil cuando el agente es, supongamos, un Gobernador, un Diputado, un Ministro de la Corte Suprema o cualquier sujeto cuyo ámbito de convivencia o profesión habitual puedan entorpecer toda posibilidad de éxito en la investigación del delito. Con lo cual, se trata en muchos casos de una cuestión de dificultad probatoria, producto de la diferencia intrínseca entre delitos de una mayor sofisticación y delitos que se cometen de un modo grosero, fácilmente identificable. Otras veces también se trata de maniobras corruptas y connivencias entre quienes delinquen y quienes tienen el deber de investigar y/o juzgar sus conductas. Así las cosas, lejos de elaborar teorías conspirativas sobre opresión social ejercida por los más poderosos sobre los más débiles obteniendo como resultado la necesidad de modificar el concepto de delito, de la pena y del Derecho Penal, debe plantearse que esa 13 selectividad se da en gran medida debido a la falta de infraestructura en la formación de agencias de investigación de delitos más complejos. En lugar de modificar conceptos y funciones, debiera asignarse una mayor atención a la formación, reconstrucción y capacitación de agencias de inteligencia criminal aptas para la investigación de delitos de “guante blanco” o de una mayor sofisticación. En lugar de “dispensar” o de atenuar la culpabilidad de ciertas personas por no ser equitativo el proceso de selectividad –en tanto no todos caen con igual facilidad como sujetos pasivos del poder punitivo-, hacer que la misma sea equitativa, esto es: que todo aquel que comete un delito, sea captado por el sistema penal con igual criterio y sin distinción. Se trataría entonces, de decisiones políticas en torno al fortalecimiento del sistema a la hora de la indagación delictual, por un lado, y de implementar necesarias reformas en la estructura policial nacional, por el otro. En definitiva, mejor que aceptar fatalmente este proceso de selectividad injusto y en consecuencia rediseñar los conceptos del Derecho Penal y del delito, es mantener el concepto natural del delito y la función auténtica del Derecho Penal, rediseñando el “sistema de selectividad”: que cambie el sistema penal en su función de captación del delito; NO que cambien los conceptos de Derecho Penal y del delito. De no visualizar la problemática de esta manera, se termina por legitimar la ausencia absoluta de reales políticas de estado encaminadas a un sistema más justo que brinde seguridad jurídica al pueblo, a la vez que se estaría desnaturalizando al Derecho Penal, de manera que no sólo se resuelve el problema sino que se generan nuevos. Propuesta iusnaturalista Presupuestos a) Naturaleza humana social: El hombre, a diferencia de lo que propone el liberalismo, es un ser esencialmente social y es la coexistencia que encuentra su ser: sólo puedo hablar del “yo” en la medida en que se presente el “tú”, es decir otra persona con la cual me diferencio. Es que el hombre en plena soledad jamás alcanza su destino, ni satisface sus necesidades, ni alimenta sus creencias. Es en virtud de esta naturaleza gregaria, que la sociedad es el escenario en el 14 que el hombre desarrolla su vida. Al estar el hombre necesariamente ligado a una comunidad para la consecución de sus fines, se presenta la idea del Bien Común, como el conjunto de las condiciones sociales necesarias para la felicidad y la plenitud de las personas, tal como lo señala la Doctrina Social de la Iglesia. b) Existencia de un Derecho Natural El Derecho Natural es, por definición, el conjunto de grandes principios de justicia, universales e inmutables, cognoscibles por la sola luz de la razón, fundados en las exigencias racionales de la naturaleza humana social, que sirven de fundamento, complemento y límite al orden jurídico positivo. Efectivamente, este Derecho Natural es capaz de afirmarnos -sin necesidad de que nadie nos lo enseñe- qué es lo bueno y qué es lo malo y de exigirnos que evitemos actuar en relación a lo que es malo, procurando actuar en consonancia con lo que es bueno. Esto se argumenta teniendo en miras a la naturaleza humana social. Por ejemplo: el hombre, como todo animal, tiende a su propia conservación, de ahí se desprende que todo acto que procure ir contra esa propia naturaleza es malo per se, sin ser necesario que alguien diga que lo es para que así lo sea. Esto es, el homicidio es malo naturalmente, es delito no porque se halle tipificado en el Código Penal, sino porque naturalmente lo es, como también lo es la agresión física y verbal, la violación ilegítima a la propiedad privada, etc. Pero no será delito el homicidio si éste se comete en legítima defensa, justamente porque es una conducta natural de auto-conservación en reacción a una conducta antinatural que no respeta la vida del prójimo. En suma, gracias al Derecho Natural el hombre sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, y esto es universal: rige tanto en un país occidental europeo como en Asia, América y el resto del mundo. Bien Común El ordenamiento jurídico no puede soslayar esta realidad del hombre, propia de su naturaleza, y es por eso que debe procurar la consecución de metas comunitarias, esto es: el Bien Común. Pero no el Bien Común entendido en el sentido individualista liberal que 15 propone que éste sea la mera suma de los intereses particulares, porque de esa manera se considera al hombre en sí mismo como un todo, jamás entendiéndolo como parte del “todo” social. El Bien Común es aquel que, reconociendo que el hombre está ordenado de manera natural a la vida en sociedad, aunque admitiendo que ese bien común no es contrario al bien individual, exige que “mediante el amparo de la conducta lícita y la represión de la conducta ilícita, se constituya, según un criterio de justicia general, en forma ordenada, segura, pacífica, solidaria y cooperativa, un sistema de vida jurídica donde obtengan satisfacción equilibrada las aspiraciones razonables de los ciudadanos, de los diversos grupos sociales que ellos integran y de la organización colectiva misma”vii. Consecuencias sociales del pensamiento de Zaffaroni La población argentina, sufre desde hace poco menos que una década aproximadamente, un grave flagelo: la inseguridad, es decir la sensación de que el prójimo se me presenta como un peligro. Sensación ésta que es consecuencia de la realidad y no es un problema menor. La inseguridad aleja a la solidaridad y la posibilidad de la concreción del Bien Común y, en cambio, nos acerca el conflicto. No sólo ha aumentado el delito, sino que ha aumentado la impunidad. Pero no termina allí el problema, sino que quizás más agobiante aún suele ser la respuesta que se recibe: lejos de reconocer la necesidad de un poder punitivo más riguroso –dentro del normal y racional funcionamiento-, se victimiza al delincuente. Esta es la percepción que la sociedad recibe del pensamiento zaffaroniano que ha invadido universidades, juzgados, medios de comunicación, etc. El teorema de Thomas, al que Zaffaroni adhiereviii es aquel que dice que “si las personas definen a las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”, es decir “la gente no reacciona a hechos sociales, sino a la manera en que los percibe”ix. La instauración, o concreción fáctica de esta ideología puede ser percibida, en grandes proporciones de las siguientes maneras de acuerdo a la realidad de quien recibe el mensaje: Un sector de la población, minoritario por cierto, para el cual las conductas delictivas son de su habitualidad, ante el pensamiento de Zaffaroni, interpretará 16 que cada vez son menores las posibilidades de que sea “capturado” y condenado penalmente, y procederá a delinquir cada vez con mayor impunidad y a plena luz del día, sea que se trate de un “motochorro” o de un funcionario del Gobierno de la Nación, o miembro de la Corte Suprema, o de cualquier sector social. Una vasta clase trabajadora, mayoritaria, considerará que con este discurso se está haciendo un suerte de “apología del delito”; que se beneficia a las minorías que delinquen en desmedro de la clase trabajadora que se presenta como víctima de los hechos delictivos; que sólo hay derechos humanos para quienes delinquen, pero no los hay para las víctimas de los mismos. Por último, un sector de la población, bastante considerable, que encuentra graves dificultades a la hora de subsistir, que se encuentra marginado y en la pobreza, pero así las cosas, no delinque, también percibirá como injusto este discurso, generando en ellos un sentimiento de venganza respecto de quienes en similares situaciones eligen la vía del delito, y aun así reciben la “gracia del perdón”, o la morigeración de la culpabilidad. Ante ese modo de percibir el discurso penal de Zaffaroni, hoy convertido en una realidad verificable en los hechos, se han generado las siguientes consecuencias: aumento del delito, por influjo del aumento de la impunidad, por un lado; y por el otro, aumento del sentimiento de venganza y de necesidad de castigo retributivo a quienes obran ilícitamente. El corolario de la percepción de lo que propone el Dr. Zaffaroni es la división social y el conflicto como solución del conflicto. Al haber selectividad en el sistema penal, bien podría insinuarse una necesaria reforma de la estructura policial, mas no del discurso del Derecho Penal, ni mucho menos de la teoría del delito. Necesario rescate de la solidaridad A nuestro modo de ver, el problema del delito no debe centrarse en torno a la selectividad del derecho penal, sino que lo que se debe atacar es la causa. Lejos de abolir la pena, o de restarle culpabilidad a quien delinque, la solución estriba en una mirada más profunda, y 17 en un cambio mucho más radical que la reconceptualización del Derecho Penal. Mejor que cambiar conceptos, es cambiar conductas, aunque en rigor de verdad se trate de recuperar conductas propias de la naturaleza humana. Es que cuando se reconoce que el hombre es un ser eminentemente social y que sus metas sólo puede lograrlas en sociedad, se comprende que si al prójimo no se le da la posibilidad de conseguir sus metas humanas, difícilmente pueda uno lograr las suyas. Eso es el Bien Común. El bien de todos. Aquí aparece el fundamental concepto de la solidaridad, no entendida como caridad, sino como la responsabilidad que cada cual tiene dentro de la sociedad. Responsabilidad que de no cumplirse termina arrojando cierto “efecto karma”. Es decir, si el ciudadano común que sale de su trabajo para ir a su casa o al club, en su andar se cruza con un niño arrojado pidiendo monedas y, sin más, lo ignora, se gesta una fuerte probabilidad de que ese niño excluido, en un futuro tome conductas antisociales o delictivas; o si un grupo de personas de inmejorable condición económico social no está dispuesto a ceder parte de sus ingresos para fomentar la educación a sectores relegados, no es de extrañar que estos sectores culminen, en porcentajes relevantes, en la delincuencia. Pero por otro lado, si la sociedad permite abiertamente la comisión reiterada, y en aumento, de delitos sin sanción penal alguna, no es de extrañar que se caiga en un estado de inseguridad absoluto casi irreversible. Es que la sociedad, que se organiza como Estado, tiene una empresa en común. La solidaridad es necesaria desde que se genera la posibilidad de la felicidad a todos los miembros de la comunidad. Cuando falta la solidaridad, no sólo se dificulta el acceso a una vida digna a muchas personas, sino que además esas personas excluidas o ignoradas terminan, por ejemplo, acabando con la vida de un simple ciudadano trabajador por querer robarle la bicicleta. Todos pierden. La felicidad del prójimo, es la felicidad propia y la de toda la sociedad. Pero resulta imperioso aclarar que esta solidaridad no se confunde con la caridad. No es un estado emocional de compasión o misericordia, sino una empresa común. Es una responsabilidad social. “Es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todosx”. 18 Este desafío cultural es el que planteamos aquí, donde la propuesta no es la de Zaffaroni que, como todo relativista propone un anarquismo gnoseológico en virtud del cual nada puede conocerse independientemente de nuestra subjetividad, ni la de Foucault cuya solución la encuentra en la eliminación de toda identidad social, sino que la primer medida para abolir la marginalización y la pobreza es justamente la contraria: comprender al hombre como un ser eminentemente social dirigido por el Derecho Natural que nos comprende por el sólo hecho de ser hombres y que nos brinda principios universales e inmutables, contrariamente a toda concepción individualista y liberal; y entonces retomar la solidaridad como valor indispensable para conseguir la paz social. La “revolución” que se necesita para combatir al delito no es la del “abolicionismo en potencia” o el “funcionalismo conflictivista” de Zaffaroni -cuya interpretación de la realidad resulta un tanto antisocial- sino que estriba en comprender al otro como parte del “yo”, indispensable para el pleno desarrollo humano. Consecuencia de la primera solución es el abolicionismo penal, esto es la eliminación de toda pena por considerarla injusta per se; la consecuencia de la otra, es la reducción de la comisión de delitos ante una sociedad justa y solidaria. Una postura ataca al Derecho Penal y a la pena; la otra a la causa del delito. Valores jurídicos fundamentales Teniendo en consideración la naturaleza humana como ser social, y comprendiendo a la solidaridad como uno de los pilares de toda sociedad, es dable destacar el círculo virtuoso que se debe generar en torno a los valores jurídicos que le dan coherencia a la vida comunitaria. Este es el primer paso a dar para proponer una interpretación iusnaturalista del derecho, y para ello acudimos a la axiología jurídica de Carlos Cossio. a) El orden y la seguridad La seguridad es un valor que debe primar en toda sociedad. Sin ella, se elimina toda posibilidad de concretar la solidaridad, puesto que la inseguridad consiste en la percepción del otro como una amenaza, como algo hostil, de manera tal que bajo ningún aspecto se emprenda una conducta que tienda a comprender la plenitud de aquél. 19 Claro que cuando el prójimo se nos presenta como una incógnita, como algo impredecible u hostil, sentimos desconfianza, sentimos inseguridad. Naturalmente, el otro debiera presentarse como protección, atento a que, siendo todos los hombres parte de la misma comunidad, perseguimos el mismo Bien Común. Pero para que se concrete ese sentimiento de protección que me brinda el otro, es necesario el orden. El orden se traduce en un plan que, respetando los derechos de todos y reprochando aquellas conductas que impliquen abusar de sus derechos y menoscabar los del otro, otorga un marco de seguridad. Esto es así por cuanto la conducta del otro resulta previsible atento al orden impuesto, en la medida que éste no se desvirtúe en un ritualismo excesivo. Cuando hay desorden, hay caos, no hay reglas y, finalmente, no hay seguridad. b) La paz y el poder Cuando el prójimo no sólo se presenta como impredecible, como una incógnita, sino ya como un enemigo, surge el conflicto. Conflicto este que se da cuando una conducta sobrepasa los límites de la propia autonomía y arrasa contra la autonomía del otro de manera lesiva. Aquí es donde entra en juego el importantísimo rol que cumple el poder. El poder no debe ser visto como algo negativo, ni tampoco como mera imposición de la fuerza. El poder tiene en su esencia el dominio del conflicto. Cuando no existe orden, aumenta la inseguridad; cuando la inseguridad llega a niveles altos y alarmantes, se traduce en conflicto. Luego, es necesario el poder para dominar el conflicto y restaurar la paz. Al parecer, Zaffaroni no lo entiende de esta manera, desde que su propuesta al conflicto – al modelo de sociedad conflictiva que él percibe- es reducir cada vez más todo tipo de poder estatal. El poder punitivo del Estado representa una herramienta fundamental de la vida en sociedad en orden a establecer un marco de paz y seguridad. Es necesario que el Estado recupere su poder punitivo que a raíz de la propagación del pensamiento “garantista”, ha sido deslegitimado. Recuperación ésta que de ninguna manera debe consistir en un poder represivo o violador del Derecho Natural que todo hombre posee por el sólo hecho de ser 20 hombre sin distinción alguna; sino como un poder punitivo que se manifiesta a través de la pena con un sentido pacificador, resocializador y de prevención. Abolicionismo en potencia “Dado que el juicio de reproche es selectivo y discriminatorio, no es ético. Como no es ético, no legitima el ejercicio del poder punitivo”xi. Sin perjuicio de la negativa de Zaffaroni a reconocerse “abolicionista” como sus seguidores, creemos que se trata de un abolicionismo en potencia. Es decir, hoy por hoy no se destapa abiertamente, pero “quitándole las cáscaras” a su discurso, no resulta descabellado señalar esta afirmación. Según la teoría de Zaffaroni, la pena se trata de violencia estatal, de un mal infringido a una persona, siendo como lógica consecuencia, de dudosa legitimación. Advertimos que este pensamiento desembocará inexorablemente en el abolicionismo penal, ya que citando al propio Daniel Erbetta: “como dice Naucke, si fuésemos congruentes hasta el final con los principios constitucionales y con la idea de límites no habría forma de legitimar castigo alguno”xii. Es que, lamentablemente, conceder a quien comete un injusto el beneficio de la reducción de la culpabilidad para disminuir o eliminar la pena, haciendo cargar con la culpa del delito a la sociedad, constituye la victoria del individualismo en tanto propone favorecer los intereses del delincuente en desmedro de los intereses de la sociedad. Aquí se presenta, asimismo, el desequilibrio que proponen los Derechos Humanos en tanto otorgan derechos sin contraprestación con deberes: quien delinque tiene el derecho humano de la reducción de culpabilidad, pesando esto sobre toda la sociedad; pero aquél no carga con obligación alguna frente a la misma. Se niega el reconocimiento de que toda persona es deudora de su patria. Es decir, tiene derechos, pero también responsabilidades frente a la comunidad. 21 Derecho Penal Remitiéndonos al Derecho Natural, a la esencia humana y a los valores fundamentales que deben regir la vida comunitaria, el Derecho Penal debe cumplir su función en miras a tales exigencias. El ordenamiento jurídico positivo (siempre debiendo estar fundamentado por el Derecho Natural), a nuestro juicio, se trata un ente complejo: en un primer momento debe consistir en la previsión de un orden para evitar la inseguridad, es decir para lograr un marco de previsibilidad en las relaciones intersubjetivas; por otro lado, el mismo ordenamiento jurídico debe prever sanciones a aquellas conductas conflictivas, que tiendan a generar inseguridad o conflicto. Es decir, el ordenamiento jurídico debe estar investido del poder necesario para dominar el conflicto cuando este aparece. Pero no debe olvidarse que todo Estado de Derecho implica “el gobierno de las leyes” y que éstas no harían otra cosa que representar la voluntad popular, su soberanía. De ahí que el punto focal del Derecho Penal debe situarse en la víctima, es decir en quien sufre un menoscabo o una lesión a un bien jurídico propio, lo que conlleva también una lesión a un bien jurídico en su sentido social, en la medida en que éste contribuye a la coexistencia pacífica. Sin perjuicio de considerar al Derecho Penal como el derecho que protege a los hombres de las conductas lesivas de otros hombres, no debe olvidarse el respeto a los derechos naturales que tiene todo ser humano, sea que delinca o no: pero no se trata aquí de otorgar ciegamente derechos sin obligaciones, ya que, tal como lo dijera Santo Tomás de Aquino, todo hombre es deudor de su patria. En cuanto al delito, reiteramos que deben abarcar esta categoría penal aquellas conductas antisociales que tiendan a violar derechos fundamentales que hacen a la propia naturaleza humana: todo aquello que implique una lesión o atentado a la vida no sólo no puede permitirse, sino que debe acarrear una sanción que tienda a restablecer la paz y la seguridad, a la vez que se consiga rescatar la humanidad de quien delinquió para evitar la reincidencia delictual. 22 En concreto, lo que es delito o no, lo encontramos en el Código Penal y en las leyes penales especiales. Al respecto hay que reconocer, y coincidir con Zaffaroni en que se ha llegado a una inflación legislativa harto considerable. Huelga aclarar que hay delitos que son delitos porque atentan gravemente contra la naturaleza del hombre, no porque se hallen en el Código Penal; pero también hay que admitir que hay delitos que lo son sólo porque se hallan en el Código Penal, y que carecen de alma. Discutir cuáles pertenecen a uno u otro género es una cuestión que excede del presente artículo. Teoría del delito No encontramos admisible la propuesta funcionalista de Zaffaroni de definir al delito de acuerdo a la finalidad que sugiere que debe tener el Derecho Penal, porque se manipula el fenómeno delictual, relativizando su concepto. El delito es el nombre que se le da a las conductas que atentan gravemente contra la naturaleza humana: la vida, la integridad física, el patrimonio, la Nación, etc. De manera que es un concepto que se ubica a priori del Derecho. El Derecho no debe definir lo que es delito, sino que reconociendo que existe, viene a dar un marco de control y seguridad jurídica para combatirlo. Así, la teoría del delito, como construcción dogmática que define al mismo y sus elementos, debe respetar su realidad y determinarlo objetivamente sin contaminarlo con ideologías que sugieran asignarle al Derecho Penal una función distinta a la auténtica, que es la de proteger a los ciudadanos. A nuestro modo de entender, el sistema dogmático que más se adecúa a esta exigencia es el sistema “finalista” de Welzel, remitiéndonos a su estudio para completar lo que aquí proponemos. Sólo haremos un brevísimo comentario acerca de la culpabilidad. Culpabilidad Todo hombre a través de la razón (que es lo que nos diferencia del resto de los seres) puede conocer lo que es bueno o malo, justo o injusto. No es necesario que en la primaria nos enseñen que matar es malo. Eso el hombre ya lo tiene incorporado. Así como está en 23 su naturaleza la auto-conservación, está en su naturaleza entender que toda conducta que implique lesividad al prójimo es injusta. Por ende, comprendemos que todo hombre tiene la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, puesto que es apto para discernir. La culpabilidad, entendida como reproche ético personal que se le hace a quien cometió el injusto para configurar el delito, recae en igual medida para todos porque es parte del concepto universal de delito. La culpabilidad penal zaffaroniana que le agrega la cuestión de la marginalización y la vulnerabilidad, constituye un error desde que no es aconsejable “embarrar” el concepto de delito con apreciaciones ideológicas. Estimamos que, en todo caso, debiera tratarse de una cuestión de análisis dentro del Derecho Procesal Penal. Específicamente, hacemos referencia al instituto de los “criterios de oportunidad”, regulados en el artículo 19 de nuestro Código Procesal Penal de la Provincia de Santa Fe. Es que la teoría del delito debe guardar objetividad y procurar elaborar un concepto de delito universal que no permita variaciones. Dado que cada Nación tiene sus propias creencias, su cultura y sus conflictos, la cuestión de la vulnerabilidad y la selectividad debe tratarse dentro del Derecho Procesal Penal. Aquí la necesaria distinción entre el principio de legalidad con impacto directo en la tipicidad, es decir en la teoría del delito; y la “oportunidad” cuyo ámbito de aplicación se encuentra en el Derecho Procesal Penal y que puede variar de acuerdo a las necesidades políticas. Al efecto, bien lo expone sintéticamente Jorge Baclini: “tanta legalidad como sea posible; tanta oportunidad como (política y económicamente en la actualidad) sea necesario”xiii. Comentarios finales El Estado-Nación somos todos. Es la forma en la que el hombre en sociedad se ha organizado políticamente para cumplir su destino. Pretender que el Estado sea percibido como un ente maligno al que hay que quitarle poder, es desconocer la soberanía popular y, en última medida la soberanía nacional (máxime cuando se cae en la adoración al neoconstitucionalismo y al ciego código positivo de los “Derechos Humanos” que imponen principios cosmopolitas dentro de la vida interna de cada Nación xiv). Claro que el poder 24 que ejerce el Estado debe ser racional y no puede desconocer los límites que le impone el Derecho Natural, o los Derechos Humanos correctamente entendidos, pero no es dable presuponer que el Estado sea un mito extra-humano y que todo poder punitivo que éste ejerce es perverso, asignándole al Derecho Penal la función de frenarlo. El Derecho Penal debe recuperar su mirada en la víctima, siendo ésta, en primera instancia el sujeto pasivo del delito y, en última instancia, la sociedad. Es ineludible la necesidad de poner énfasis en que la mirada de Zaffaroni respecto de la culpabilidad penal no sólo no tiende a disminuir el delito ni a resolver el problema de la marginalización (ni mucho menos la pobreza), sino que por el contrario, genera nuevas injusticias tanto para la vasta clase trabajadora del pueblo como para los mismos sujetos sumidos en la pobreza que, encontrándose en nefastas condiciones de vida, no han optado por la vía del delito. El problema de la pobreza, ya hemos dicho que hay que mirarlo desde otro lugar, esto es, desde donde se nos permita atacar la causa: desde la concepción de que el valor supremo que debe reinar en la conducta de todo hombre es la solidaridad. Claro que para eso se requiere educación, trabajo y respeto por la vida. Pero más acorde a la lógica nos resulta mantener la función que le corresponde al Derecho Penal y combatir la pobreza desde la educación y desde reales políticas de estado. Quizás, la revolución no se halle en “modificar conceptos”; sino en modificar el rumbo que las naciones están tomando. Quizás, lo que haya que morigerar no sea el poder punitivo del Estado, sino la irrestricta dependencia que el Estado tiene sobre el mercado financiero global que le cierra las puertas a buena parte de la humanidad. Quizás lo que haya que morigerar sea la inagotable injerencia del pensamiento individualista liberal que nos impide comprendernos a cada uno como parte de un todo que compartimos. La pobreza se combate generando trabajo, educación y posibilidades. Eso se logra recuperando los valores, recuperando la soberanía nacional en su concreto sentido político y económico y la verdadera función del Derecho. 25 Que el Derecho Penal sea lo que le corresponde ser por el hecho de pertenecer al ordenamiento jurídico, sin mudar de un derecho del pueblo, es decir de todos, a un derecho a favor de unos pocos. Por influjo del pensamiento de Zaffaroni, al desviar la mirada de la problemática se termina por legitimar las graves faltas que cometen quienes detentan el poder real y el poder formal. El problema está en quienes sucesivamente detentan el poder, no en el poder en sí mismo. El poder en sí es virtuoso, o al menos debiera serlo, desde que su función es dominar el conflicto. Se pervierte cuando quien lo detenta es la corrupción. La solución no estriba en eliminar el poder; sino en lograr que éste sea ejercido por las personas aptas para ello. 26 PALACIOS HARDY, Gerardo, en su prólogo a la obra “El Cerebro del Mundo” de Adrián Salbuchi; editorial DEL COPISTA segunda edición 2010, Córdoba, pág. 21. ii ZAFFARONI, Eugenio Raúl, obra: “Manual de Derecho Penal, Parte General”, Editorial EDIAR año 1986, Buenos Aires; pág. 23. iii ZAFFARONI, Eugenio Raúl, obra: “Manual de Derecho Penal, Parte General”, Editorial EDIAR, segunda edición, año 2006, Buenos Aires; pág. 520. iv ZAFFARONI, Eugenio Raúl, obra: “Manual de Derecho Penal, Parte General”, Editorial EDIAR, segunda edición, año 2006, Buenos Aires; pág. 517. v Conforme lo expresa Zaffaroni en la página 511 de su obra: “Manual de Derecho Penal, Parte General”, Editorial EDIAR, segunda edición, año 2006, Buenos Aires. vi DÁVOLI, Pablo Javier, “Sumarias Reflexiones en torno al Neoconstitucionalismo”, pág. 13: http://www.pablodavoli.com.ar/articulos/Sumarias%20Reflexiones%20en%20torno%20al%20Neoconstitucio nalismo.pdf vii GARDELLA, Lorenzo, obra: “Manual de Introducción al Derecho”, Editorial LUIS RUBEN CASACCIA, segunda edición, año 2007, Argentina; pág. 92. viii Conforme ZAFFARONI, Eugenio Raúl en su obra: “La palabra de los muertos: conferencias de criminología cautelar”, Editorial EDIAR, primera edición, Buenos Aires, año 2011, pág. 178. ix BUNGE, Mario, obra: “Filosofía y Sociedad”, Siglo xxi editores, primera edición año 2008, Buenos Aires; pág. 61. x JUAN PABLO II, “Solllicitudo Rei Socialis”, versión digital: http://w2.vatican.va/content/john-paulii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_30121987_sollicitudo-rei-socialis.html xi ZAFFARONI, Eugenio Raúl, obra: “Manual de Derecho Penal, Parte General”, Editorial EDIAR, segunda edición, año 2006, Buenos Aires; pág. 512. xii ERBETTA, Daniel, obra: “Colección Temas y Problemas de Derecho Penal y Criminología: PROCESO FORMATIVO DE LA TEORIA DEL DELITO”, UNR Editora; pág. 80. xiii BACLINI, Jorge, obra: “Código Procesal Penal de la Provincia de Santa Fe comentado: Ley 12.734”, Tomo 1; Editorial Juris; pág. 94. xiv Conforme lo explica el Dr. Pablo J. Dávoli en su artículo de doctrina “Sumarias Reflexiones en torno al Neoconstitucionalismo”: http://www.pablodavoli.com.ar/articulos/Sumarias%20Reflexiones%20en%20torno%20al%20Neoconstitucio nalismo.pdf i 27