XXVII Domingo Ordinario "C" 1, 2 de Octubre del año 2016 Recientemente, los medios de comunicación informaban que la ciudad de Chicago alcanzó un hito sombrío, en Agosto la ciudad registró 500 homicidios, un numero que es más, en este año, que el total combinado de la ciudad de ‘Los Angeles’ y ‘Nueva York’. En estos momentos la ciudad de Cincinnati está luchando contra el flagelo de una nueva y mortal forma de una heroína que ya ha cobrado al menos 25 vidas. Las tensiones raciales en un número de ciudades en nuestro país son como polvorines que estallan de la nada. La amenaza del terrorismo que nos acecha diariamente. En Siria una guerra civil que cobra víctimas inocentes, y de entre ellos muchos niños. El profeta hebreo Habacuc vivió en un tiempo similar. Seis siglos antes del nacimiento de Jesús, en que la clase política y religiosa del pueblo hebreo estaba en ruinas. La ciudad de Jerusalén, había sido saqueada y quemada, sus tesoros invaluables y los ciudadanos principales habían sido sacados y llevados en cautividad a Babilonia. "¡Violencia!", clama el profeta. "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la violencia que reina…?" Si miramos a nuestra situación en hoy día, la petición de Habbakuk es como un eco de nosotros contemporaneo. Mientras que Dios no descartó la petición de Habacuc, Dios le asegura que a pesar de la evidencia de lo contrario, "Es todavía una visión de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará; ni se tarda, espéralo, pues llegará sin falta" y que "El malvado sucumbirá sin remedio; el justo, en cambio, vivirá por su fe". Lo que Dios prometió a Habbakuk, Dios lo cumplió en Jesús. En Jesús Dios entró en la quebrada condición del mundo y de su existencia humana. En la cruz, Jesús tomó sobre sí mismo toda la violencia que ha, o alguna vez existirá, el "pecado del mundo". Aunque el pecado hirió a Jesús, pero no pudo matar la vida divina. Al resucitar Jesús de entre los muertos, Dios conquistó el poder del pecado y consecuentemente el agarre de la muerte sobre nosotros. Sin embargo, los efectos del pecado original, los pecados personales y colectivos siguen causando gran injusticia y sufrimiento. Jesús mismo nos recuerda: "Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). Si el justo “vive de la fe", ¿Cómo sería una vida así? Hay tres posibles respuestas: la nostalgia si solo el mundo de la iglesia se volviera como solian ser las cosas sesenta o setenta años atrás, estaríamos bien: la desesperación darse por vencido, como aquellas personas en la popular serie de libros llamados ‘Left Behind’; encerrarse en un mundo privado de Dios-y-yo, y esperar el "éxtasis" de salir fuera de este mundo malvado después de que Dios finalmente destruye todo, y “deja a todos atrás": el compromisode agarrar el tiempo presente, de hacer mi parte para traer del Reino de Dios a su nacimiento, traer una gran conciencia en el lugar donde vivo, y a través de la gente que encuentro diariamente. Los tres de Escrituras de hoy alientan esta respuesta. San Pablo le recuerda a su joven discípulo Timoteo a "te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos", cuando Pablo ordenó a Timoteo para el liderazgo en la Iglesia. A través del bautismo y la confirmación, a todos nosotros se nos ha “impuesto las manos", para recibir el don del “Espíritu Santo”, un espíritu no de cobardía, sino “de poder, y de amor". El mes pasado el Papa Francisco canonizó como Santa a la madre Teresa de Calcuta. En medio de la inmenza pobreza abrumadora, y de injusticia, la madre Teresa podría haber elejido en desesperación levantar sus manos y decir: "¿qué puedo hacer al respecto de esto?", ¿quedarse escondida en su convento? Sin embargo, ella optó por "reavivar el fuego" del don del Espíritu Santo que le dio el ministerio para los moribundos, una persona a la vez. La iglesia y el mundo han sido cambiados por este testimonio de ella. El punto es: ella hizo algo. Ella sirvió al Señor en la mesa, en la persona de su prójimo. A causa de su fe, ella vive para siempre en el amor de Dios. Así como la Santa madre Teresa ha dicho, nuestro llamado no es para hacer grandes cosas, sino para hacer cosas pequeñas con gran amor. El Evangelio nos recuerda que no necesitamos más fe, lo que necesitamos hacer es usar la fe que ya tenemos. La fe del tamaño de un grano de mostaza puede crecer para ser un árbol que debajo de este muchos toman su sombra como la vida y obra de la Madre Teresa y el ejemplo de otros como ella, lo han demostrado. ¿Cómo voy a hacer una diferencia? Dar un vaso de agua al que tiene sed, dar una palabra o un gesto silencioso de bondad y compasión, las otras obras de misericordia corporales como se nos recuerda en este Año Jubilar, dar el primer paso para perdonar a la otra persona, pequeñas semillas, sí, pero a partir de estas la visión del Reino de Dios camina a su cumplimiento. En esto lo hacemos no más y no menos, lo que Dios nos encargó con el don del Espíritu, que se nos dio a nosotros, y para vivir la fe que es justa. Padre Jim Secora