memorias concentracionarias españolas en francia: entre los campos metropolitanos y los de las colonias José María Naharro Calderón University of Maryland College Park En la cada vez más reconocida historia de los testimonios de la Retirada de los republicanos españoles de enero-febrero de 1939 a los improvisados campos de concentración franceses cercanos a la frontera española, es interesante recordar algunos relatos equivalentes que relacionan los conflictos entre españoles y franceses en torno a las contradicciones del sistema democrático que puede desembocar en la violencia indiscriminada y el universo concentracionario: signos negativos de la modernidad política que, paradójicamente, como mostró el genial Francisco de Goya y Lucientes en sus Desastres de la guerra, Fusilamientos del 3 de mayo, exportaban reactivamente con la fuerza de sus armas las tropas del Emperador. En particular, me refiero a los terribles recuerdos de los prisioneros franceses durante aquella irónica guerra antinapoleónica de la Independencia (1808-1814) que restauraría el Viva las cadenas de Fernando VII, primer conflicto en el que parecen generalizarse estos perímetros inhóspitos, aunque sin alambradas. En todos ellos, destaca la inhumanidad y la brutalidad del trato dado a los prisioneros franceses. Dice Louis-François Lejeune : Nous traversâmes un village [...] et les paysans voulaient nous égorger. Nos guides eurent une grande peine à les en empêcher. [...] Pendant huit jours nous éprouvâmes souvent les souffrances de la faim, n’ayant de temps à autre que quelques laitues et chicorées que nous trouvâmes dans les champs [...]. Cosme Ramaeckers añade: [La canaille] nous disait qu’elle ne voulait pas que des prisonniers fussent armés. Cela fait, ils nous demandèrent notre argent, en nous mettant nos propres armes sur le cœur pour nous percer en cas de résistance: les officiers perdirent tout ce qu’ils avaient pu cacher en hâte [...] ensuite ils dévalisèrent les soldats.1 Estas citas se podrían confundir perfectamente con el lamento de los soldados republicanos españoles en la frontera francesa en 1939, desarmados y muchas veces 1 despojados de sus bienes más preciosos por las tropas fronterizas vecinas. Forman parte de los episodios de pillaje y ajuste de cuentas habituales, presentes en el final de todos los conflictos bélicos. La lectura de los recuerdos de Martial Joseph Delrœux en la isla de Cabrera nos acerca también a las descripciones de las estancias de los republicanos españoles en algún campo de la playa, ratificado, en particular, por algunas instantáneas escalofriantes por su desnudez del pintor francocolombiano, Manuel Moros, improvisado testigo del pandemonio de la llegada de los españoles al arenal de Argelès-sur-Mer, el 9 de febrero de 1939. Se trata de la improvisada utilización de la naturaleza en su descarnada pureza como paradójica barrera de contención.2 On nous y débarqua comme un troupeau de moutons abandonné de son Pasteur et ce fut en vain que nous y cherchâmes un abri, il n’y en avait point d’autre que le ciel [...] Une des grandes souffrances fut la soif, la fontaine fournissant si peu, de sorte que, pour obtenir un verre d’eau, il fallait en y arrivant se placer le dernier de la file et attendre patiemment son tour, comme à la confesse [...] Les trois quarts étaient étendus par terre dans une extrême défaillance [...] L’infection des cadavres, l’affaiblissement que nous causa cette affreuse disette, jointe aux privations continuelles ne tardèrent pas à nous livrer en proie à de terribles maladies [...] Nos maux allaient toujours croissant et nos forces en diminuant: aussi les mauvaises choses que nous mangions nous donnèrent des maladies qui en mirent un grand nombre aux abois. Il en mourut une si grande quantité qu’on fut obligé de brûler les cadavres, tant l’infection était grande.3 Efectivamente, entre 1808 y 1814, durante la llamada Guerra del gabacho, perecieron por causa del escorbuto, de la disentería, de la oftalmía y del cólera, unos 3.000 hombres de los 19.000 confinados en la isla de Cabrera. Se trata del último conflicto franco-español, si exceptuamos la expedición absolutista de los Cien Mil Hijos de San Luis de 1823, en el que se ratificaron a ambos lados de la frontera imaginarios discriminatorios enraizados en la historia de contactos migratoriodivisivos a ambos lados de los Pirineos. Curiosamente, la etimología geográfica de la palabra gabacho también se sitúa en esa zona fronteriza francesa donde en 1939 se emplazarán la mayor parte de los recintos concentracionarios para españoles. «Gabacho» es un término despectivo español que identifica a los franceses aproximadamente desde 1530. Sebastián de Covarrubias dice: «Gavacho: Ay unos pueblos en Francia, que confinan con la provincia de Narbona; Strabon y Plinio los llaman gabales, Caesar gabalos. A éstos llama Belteforestio gavachus y nosotros gavachos. Esta tierra debe ser mísera, porque muchos de estos gavachos se vienen a España y se ocupan de servicios bajos y viles, y se enfrentan cuando los llaman gavachos. Con todo esso buelven a su tierra con muchos dineros y para ellos son buenas Indias los reynos de España».4 En consecuencia, gabacho pasó a ser un término genérico para referirse a todos 2 los franceses, y la expresión «hablar gabacho» equivalió a «hablar en francés». Así Nicolás Fernández de Moratín le dedicó un epigrama al fenómeno: «Admiróse un portugués/ de ver que, en su tierna infancia,/ todos los niños en Francia/ supiesen hablar francés./ Arte diabólico es/ —dijo torciendo el mostacho—/ que para hablar en gabacho/ un fidalgo en Portugal,/ llega a viejo y lo habla mal,/ y aquí lo parla un muchacho».5 Invertido el sentido de la emigración a principios del XX en que los españoles se desplazaron en gran número a Francia alrededor del primer conflicto mundial, a éstos y a los refugiados de 1939 se les distinguiría con otra coletilla denigratoria y rústica sobre su incapacidad para la lengua gabacha: parler français comme une vache espagnole. Mientras tanto, en algunos lugares del Norte de África, en particular Orán, antigua plaza española (1509-1831) reconvertida en colonia francesa hasta 1962 y receptora del último exilio marítimo salido de los puertos de Alicante y de Cartagena en marzo de 1939, «gabacho» empezó a designar a los refugiados españoles ante su acento con la lengua francesa. La zona original de los «gabachos», el antiguo Languedoc y una extensión colonial norteafricana hispanofrancesa, se convertirán entonces en los receptores de refugiados españoles tras la retirada del frente catalán y el fin de la Guerra Civil en 1939, por lo que en las memorias de dichos campos se filtran los imaginarios de este retorno a la inversa de la emigración francesa que nos remonta a la España de los siglos XVII/XIX. Sin embargo, en el caso de los testimonios de refugiados de raíz catalana, el territorio del Midi se entronca también con las reivindicaciones culturales y territoriales de la antigua Septimania y Occitania, por ejemplo ante la contemplación de la montaña sacralizada por el padre de la Renaixença, Jacinto Verdaguer: «la mole reconfortante del Canigó».6 En este abigarrado espacio lingüístico-geográfico-cultural del exilio de 1939, no podemos. olvidar que para algunos refugiados, el desplazamiento forzoso parecía dulcificarse al pisar las tierras de la Cataluyna Nord, en el contexto de las reivindicaciones culturales y nacionalistas que paradójicamente se encuentran en la base de los procesos de destierro del siglo XX cuando los estados-nación de tipo totalitario rechazaron a sus minorías (étnicas, nacionales, regionales, políticas), creando los contextos de partida para migraciones forzosas, desplazamientos, evacuaciones, persecuciones, éxodos, expulsiones, deportaciones y campos de concentración.7 Mientras tanto, en el lado francés, instituciones como el ejército, la escuela o la prensa y los símbolos autóctonos y/o tradicionales ultraconservadores generaron políticas agresivas de exclusión, por lo que se fue delimitando la separación entre ciudadanos nacionales y extranjeros o inmigrantes, en particular ante el imaginario del llamado front crapulard de los republicanos españoles, y la ley del 12 de noviembre de 1938 que permitía el internamiento de los extranjeros indeseables en recintos concentracionarios.8 3 Así es muy problemático establecer una sintomatología modelo para todos los discursos concentracionarios de los republicanos españoles sobre los campos franceses, los cuales destacan por la diversidad de sus manifestaciones en un clima general de penalidades físicas y psíquicas de encierro, carestía y esperanzas de renacimiento a pesar de la derrota. Genéricamente, podemos encontrar memorias serializadas publicadas inicialmente en la prensa mexicana como la de Campo de concentración de Lluís Ferran de Pol o la de Éxodo, de Silvia Mistral; un diario como el de Eulalio Ferrer, Entre alambradas, publicado muchos años más tarde, junto a una serie de impresiones editadas después; un escrito de denuncia que se convertirá en un relato literario (Yo no invento nada, de Max Aub); una ficción autobiográfica en catalán y/o español reelaborada a través de los años, (Els fugitius, Els vençuts, Los vencidos de Xavier Benguerel); poesía (Diario de Djelfa de Aub); ensalada de prosa y poesía como glosa del encierro (Celso Amieva, Poeta en la arena); teatro (Morir por cerrar los ojos de Max Aub); guión cinematográfico (Campo francés del mismo); documental de propaganda y denuncia (Refuge/A People is Waiting de Jean-Claude Dreyfus/Jean-Paul Le Chanois); documental de investigación (Le Vernet d’Ariège: Photographies d’un camp, de Linda Ferrer Roca); película de ficción (La mujer del anarquista de Marie Noëlle y Peter Sehr); manuscrito teóricamente encontrado (Manuscrito cuervo de Max Aub); revista caligrafiada de arte y literatura realizada dentro del propio espacio concentracionario (Barraca o Desde el Rosellón); memorias autobiográficas de mujeres que también vivieron la realidad de los campos: (Trescientos hombres y yo: Estampa de una revolución de Ana Delso o el ya citado Éxodo de Silvia Mistral).9 A su vez, se trata de un corpus cuya urgencia y tragedia muchas veces implican y representan la primera incursión narrativa para sus autores: Manuel Andújar, St Cyprien Plage, campo de concentración; Agustí Centelles, Diari d’un fotògraf, Bram, 1939; Lluís Ferran de Pol, Campos de concentración (1939); Luis Suárez, España comienza en los Pirineos o el propio Éxodo, de Silvia Mistral.10 Otros criterios de clasificación pueden, al contrario, destacar la demora entre el tiempo de la escritura y/o la vivencia y la publicación, al tratarse de obras fundamentalmente marginales hasta el reciente boom del exilio-business.11 Por ejemplo, éste es el caso de los testimonios sobre el largo internamiento (1939-1943), deportación y/o abandono en el campo africano que representan muestras como Memorias de un refugiado español en el Norte de África, de Carlos Jiménez Margalejo, o Por tierras de moros, de José Muñoz Congost.12 Durante el largo y posterior exilio tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando el universo concentracionario francés se difumina en su dureza e importancia en contraste con los ejemplos del nazi y del GULAG, algunos refugiados llegan incluso a dudar sobre la validez de sus testimonios. Así Max Aub, ante la posible publicación de Campo francés, anota en su diario de 1961: «Nunca tan inseguro de mí. Acabo de revisar Campo francés ¿Tiene algún interés?».13 4 También encontramos memorias de españoles exiliados o de sus hijos, publicadas ya en francés, debido a la imposibilidad política de su edición en España o bien al interés circunscrito a una memoria definitivamente de exilio, casi más francesa que española: Casbah d’oubli. ����������������������������������������������� L’exil des réfugiés politiques espagnols en Algérie (1939-1962), de Miguel Martínez López o J’étais deuxième classe dans l’armée républicaine espagnole, de Lluís Montagut.14 Y en esta lista, pueden aparecer hasta relatos propagandísticos revisionistas de cuño franquista como el de Eloy Herrera, Francia, verdugo de españoles: del santuario al calvario, donde el nacionalfascismo sale xenófobamente en defensa del «rojo» español, víctima de la barbarie francesa, extranjera, democrática y colonialista explotadora de tropas senegaleses.15 A su vez, se pueden estudiar la reelaboración de novelas históricas en el contexto del ya mencionado exilio-business, intertextualizados con textos testimoniales o falsos manuscritos y/o egodocumentos inéditos o publicados, conscientes sus autores reales del tamiz de discursos con horizontes concentracionarios totalitarios extremos y la duda teórica sobre la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz. Ejemplos serían Soldados de Salamina, de Javier Cercas, Los rojos de ultramar, de Jordi Soler, o Días y noches, de Andrés Trapiello.16 En estos discursos dominan el abandono y la desesperación ante la vida concentracionaria, el deseo de la muerte, algo que puede subyacer en los documentos testimoniales pero que nunca aflora con todo su impacto, debido al hecho de que son egodocumentos de sobrevivencia y de resistencia. Apenas sabemos nada en los testimonios de las playas o en los archivos sobre los «muchos» que murieron allí. Los llamaban campos de concentración –solía decir Miralles–. Pero no eran más que morideros.17 La reflexión mórbida de Miralles había sido ya evocada de igual forma en el egodocumento ficticio de Justo García, Días y noches, el cual contiene cierto tono intertextual de lager en torno a los musulmanes, o los desahuciados: ¿Quién puede permanecer con el ánimo entero delante de un hombre que va a morir y te mira sin comprender la razón? Un hombre que desprende un olor pestilente porque lleva vistiendo las mismas ropas desde hace tres meses, cuatro meses, sin haberse lavado una sola vez, en las que se ha orinado incluso una noche, una noche que temió morir helado de frío y pensó que podía soltar un poco de orina sobre sus piernas para sentir algo humano sobre sí, aunque sólo fuese orina, algo caliente, y comprendió a tiempo que se estaba volviendo loco, aunque lo comprendió dos segundos después, cuando ya se había meado los pantalones. [...] Allí en aquella playa, frente al mar helado, había no uno, sino miles como él, todos iguales a él, envueltos en mantas, tiritando de frío, dando patadas contra el suelo para evitar la congelación de los pies, todos con el mismo rostro, todos mirábamos nada desde los mismos ojos, todos pedíamos al cielo la muerte.18 5 También habría que contrastar la diferencia, genérica, formal, de punto de vista generacional o profesional de los emisores de estos discursos: escritor polifacético (Aub), periodista (Ferran de Pol), militante político (Muñoz Congost), testigo (Jiménez Margalejo), mujer (Silvia Mistral), niño (Roberto Ruiz), caricatura (Bartolí), fotográfica (Moros) o cinematográfica (Dreyfus / Le Chanois).19 Sería legítimo preguntarse qué tipo de campo de concentración se refleja en los textos y comparar el grado del mal asumido por las diferentes escrituras, ya que puede variar en función de que se trate de los improvisados de la playa: Argelès, Saint-Cyprien (Andújar, Ferran de Pol, Ferré, Pons);20 los improvisados adaptados, como la Caserne Berthézène, o el antiguo cuartel de caballería de Orléansville (Martínez López); campos estables tipo Barcarès, Agde, Septfonds, Gurs, Bram (Centelles, Ferré); represivos metropolitanos como Collioure, Rieucros, Rolland Garros, Le Vernet d’Ariège (Aub, del Castillo, Tuban);21 represivo africano como los de Djelfa o Hadjerat M’Guil (Aub, Jiménez Margalejo, Muñoz Congost) o de transición hacia el Holocausto como el de Angoulème o Rivesaltes (Armengou, Marcos).22 En todo el corpus citado, lo que sí prolifera es el término concentración para referirse a los campos por donde anduvieron los escritores y testigos en lengua o de origen español. Duroux en su estudio preliminar a la traducción del libro de Andújar, señaló la pertinencia del atributo que irónicamente su autor le atribuyó al idílico paraje vacacional y que ha levantado la sospecha en la historiografía francesa, la cual prefiere utilizar el eufemismo administrativo «internamiento» (D. Peschanski), para así apartar los campos franceses de sus vasos comunicantes con el universo del exterminio nazi.23 Duroux nos advierte que el término concentración fue utilizado por el propio ministro del Interior, Albert Sarrault, para distinguirse del más lesivo «penitenciario». Pero nada impidió que aquellos campos, «murs de contention provisoire», donde reinaba el doble fantasma «de la barrière et la planification»,24 se convirtieran en trampolines para otros de mayor represión y muerte: el de Mauthausen por defecto para los prisioneros españoles hechos por los nazis entre la Legión Extranjera, las Compañías de Trabajadores o los Batallones de Marcha en los que se enrolaron para huir de aquel primer purgatorio, o los del Norte de África adonde serían deportados por centenares para realizar trabajos esclavistas en la construcción del ferrocarril transahariano o en el campo de castigo de Djelfa. Podría ser conveniente dividir el corpus de exégesis entre los textos anteriores a la difusión del horror del Holocausto y aquellos posteriores a éste, ya que el mal radical de la solución final puede permear, contaminar, bloquear, u opacar muchos textos concentracionarios sobre Francia, lo que impide verlos en sus aspectos netamente degradantes de la condición humana, equivalentes avant la lettre o avant le discours a campos de concentración por el trabajo del GULAG o nazis y que algunos testimonios, por su crudeza no dejan de manifestar como evidentes. 6 A su vez, los discursos ¿literarios? del complejo entorno de los egodocumentos concentracionarios (autobiografías, diarios, memorias) están marcados por la inframemoria traumática que empuja a muchos de estos escritores primerizos a dar testimonio del trauma vivido.25 En Representing the Holocaust: History, Theory, Trauma (1994), History and Memory After Auschwitz (1998) y Writing History, Writing Trauma (2001), Dominick LaCapra26 se acerca a la memoria gracias al psicoanálisis y opina que historia y memoria neutralizan el problema del trauma y no aportan la solución para considerar otro importante problema: la transferencia por la que la historia y memoria se juntan a través de la emoción y la evaluación. La memoria entonces es fundamental, no como fuente positiva del acontecimiento sino por su carga de ansiedad objetiva compartida por el memorialista y sus receptores. Estas represiones traumáticas son precisamente lo que se observa en algunos textos concentracionarios. A su vez LaCapra estudia la incapacidad para responsabilizarse ante las memorias traumáticas y señala las dificultades para recuperarse de un trauma colectivo. Para superar estos traumas, es preciso reactuarlos y retrabajarlos. Las víctimas de un trauma suelen revivir sus experiencias límite atrapadas en la repetición compulsiva de escenas traumáticas, incapaces de distinguir entre presente y pasado, pues éste les resulta actual, bloquea la actualidad y la hace inútil como le ocurre al suicida de El remate de Aub.27 La víctima de un momento límite vuelve a revivirlo posteriormente pues la mente intenta superar el trauma de la experiencia. En ese proceso, el nivel de ansiedad actúa como protector de la víctima para evitarle reexperimentar el trauma pero también le impide su superación y clausura. En Realidad del sueño, se plasma la obsesión de la pesadilla de un detenido con acento mexicano llamado Aub que intenta leer algo en el «dossier» de Donadieu, un comunista al que se le acusa de esconder en casa. Ante el miedo de la tortura, Aub se vuelve a desdoblar en la celda y reactúa su trauma: «Ya no soy yo, siendo yo, sino mi personaje, que soy yo.» El sueño ahora especula con otras mises en abîme ya que entra en el espacio laberíntico de varias posibles ficciones más, textuales y biográficas, pero sin lograr desvelar el misterio del trauma concentracionario:28 La experiencia traumática del campo recorre la obra de Max Aub, obligado a escribir no solamente para distanciarse de aquellos horrores sino sobre todo imposibilitado de conocer la razón por la cual había llegado a los recintos de las alambradas. En 1951 anota: «¿Quién me denunciaría? Tengo que librarme, de una vez, de ese peso. Escribiendo, escribiendo. ¿Quién sería el hijo de puta? ¿O la hija de puta? Ponerse en la piel del chivato y escribir, escribir, para saber lo que no sé […] hacerlo en tercera persona, impersonalmente».29 Reactuar y retrabajar la memoria, a pesar de todo, ayudan a alejarse de la compulsión repetitiva del trauma, y las teorías de La Capra nos pueden a su vez ayudar a entender la obsesión concentracionaria de estas obras, cuyos autores se sienten incapaces, en particular Aub, de 7 hacer partícipe a una comunidad de lectores españoles del interior de las razones precisas que llevaron a los refugiados al drama del exilio y de los campos. Pero Aub no se sumerge ni en el luto, ni en la melancolía paralizante. Al contrario, pone en funcionamiento una memoria crítica obsesiva reactuando y retrabajando en sus textos los espacios de los campos hasta eliminarlos de su narrativa con la clausura de Campos de los almendros. Su genio literario, su capacidad para estructurar los campos con una multiplicidad de voces, puntos de vistas, discursos le permiten también superar estos traumas. Al reactuar la memoria y así despertar del inconsciente traumado y hacernos partícipe de dicha angustia, Aub es capaz de separar pasado y presente crítico, el cual le reintegra socialmente como en el caso de la escritura de Carlos Jiménez Margalejo en sus Memorias de un refugiado de África. Sin embargo, el trauma concentracionario de José Muñoz Congost no parece superarse a través de la distancia de la escritura casi telegráfico-epidérmica del suplicio de su compañero Moreno y otros. La reactuación narrativa de Muñoz Congost nos presenta aquellos asesinatos del campo de Hadjerat, a manos de una estructura represiva de capos extranjeros, marcados en su origen ruso y alemán por el imaginario del Gulag y del Holocausto, en un horror inmediato, con un discurso de grado cero como si lo estuviera experimentando por primera vez hasta el enmudecimiento de la voz del testigo. Las manos nudosas de criminal endurecido de Dourmenoff, el cabo de vara ruso, se hundieron en el cuello de Moreno, vencido, tendido en el suelo, en el pasillo de las celdas, las piernas sujetas por Riepp, el bruto germano [...] Apretaron, apretaron más y más, hasta que el asesino designado, arrodillado sobre su pecho, tuvo la convicción de que había muerto... de ‘muerte natural’. Según el parte administrativo. Así se ejecutaba la sentencia que no dictó ningún tribunal sino la voluntad criminal de Viciot, comandante de la base de Colom Bechar [sic], contra quién, rebelándose frente a la absurda brutalidad, volcó en gesto viril todas sus fuerzas multiplicadas por el furor de [la/sic] noche [y la/sic] desesperación contra el que representaba la Autoridad inmunda del desierto. Al llegar, le llevaron delante del cementerio para decirle que tenían la orden de enterrarle en el término de cuatro días. Cuatro días de torturas, palizas, colgado boca abajo, los brazos atados en la espalda, no pudieron con la resistencia física de Moreno, verdadero coloso. Y le estrangularon, con las manos del crimen, echado en el suelo, cuando apenas le quedaban unos hálitos de vida. Y yo, en la celda de al lado, condenado por no sé qué falta, tuve que verlo sin poder gritar mi horror. Una tumba más30.» 8 Este espeluzanante relato se sitúa en la zona concentracionaria del infierno de Hanah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, en la cual desaparece toda poesía y el testigo es incapaz de distanciarse del trauma y lograr un escudo estético-terapéutico que trascienda aquella tragedia.31 Frente a este calco del horror, el esteticismo caricaturesco de Josep Bartolí introduce la distancia reparadora del trazo exageradamente deformatorio de los verdugos múltiples y hasta excesivos frente a sus víctimas, muchas veces ejemplificados como animales de presa que devoran instintivamente sin conciencia la humanidad de los prisioneros. Así, en Bartolí, el arte jerarquiza a víctimas y verdugos y degrada a éstos a la subespecie carroñera y violenta de los canes o de los monstruos sacados de Bosco o Brueghel, o los deforma en la mejor tradición obesa de las sátiras de Hogarth, el expresionismo de Gros y a través de la negrura contrailustrada de los aguafuertes de Goya. En Bartolí, la proliferación de figuras, el excesivo relleno del espacio concentracionario, la estatificación exagerada del trazo terminan por devaluar el impacto de la denuncia, de velar el sentido del horror. Las víctimas, verdaderos cristos clavados en las alambradas, colonos sufrientes de la antropofagia colonial, imagen muy común de la representación ilustrada del mundo primitivo africano, superan como seres humanos la degradación bestial de sus torturadores, bestias o seres inferiores de otro continente sin civilizar. En esa línea, conocida es la controvertida utilización de las fuerzas mercenarias senegalesas para controlar a las masas de refugiados de los campos. Pero la Segunda República fue incapaz de desarrollar un discurso crítico de la política colonialista que subyacía tras la utilización de tropas moras en el ejército franquista32. Por ello, la crítica a las tropas mercenarias francesas coloniales se tiñe en los textos de los refugiados de paternalismo neocolonialista, de superioridad inconsciente de ilustrados frente al primitivo, con muchos de los mismos registros de discriminación que atribuyen a sus carceleros franceses, y finalmente de imaginario de la epifanía del rey Baltasar. Los senegaleses [...] con un gran cuchillo sobre las espaldas, como si con ellos fueran a darse un momento a otro la tarea de cercenar cabezas. Casi no hablan francés, casi no hablan nada. Sólo obedecen. Con sus tatuajes terribles, con sus labios arrastrados, con lo salvaje bajo el uniforme, nos los imaginamos devorando cristales y engullendo clavos.33 Estamos vigilados por negros. Es natural que nos despidan los mismos que nos recibieran. [...] Los soldados cogen ahora a los niños y los levantan para que sus padres puedan besarlos. Pero los niños se asustan de la cara negra de estos hombres y algunos patalean y lloran y no se dejan coger fácilmente. Los senegaleses ponen ahora tanto empeño en que los niños besen a sus padres que los persiguen por la estación. La gente ríe del temor de los nenes y de la puerilidad de los africanos. Los padres agradecen 9 a estos mismos negros, a quienes hace un momento odiaban de todo corazón que se tomen tanta molestia con sus hijos.34 Sin embargo, en una ficción cuyo título, Francia, verdugo de españoles (Del Santuario al Calvario), de Eloy Herrera, no esconde sus objetivos denigratorios sobre la historia de los republicanos, se produce un giro nacional-étnico favorable a éstos para defenderlos de la explotación de sus guardianes primitivos, entre los que se establece también una jerarquía del bien y del mal del primitivo, en el que se destaca, por ejemplo, la aculturación a la tradición culinaria antimusulmana del consumo de la carne de cerdo. Hasta tal punto llega la impiedad de los negros senegaleses que un grupo de argelinos les amenazan con sus armas cargadas para que dejen de maltratar a los desgraciados [...] En dos ocasiones tienen que soportar los hambrientos refugiados el espectáculo de los gigantes negros, con sus bocazas repletas de pan embadurnado de «foiegrás», con sus manazas empuñando enormes bocadillos por los que asoman amarillentas y apetitosas tortillas que trituran con sus poderosas mandíbulas, al tiempo que mordisquean tripas enteras de salchichón.35 La ruta del progreso ilustrado ha desembocado en el callejón del redil del colonialismo, atrancada en un gran túnel: «Francia es Jauja, él lo ha oído: pan, salchichón, pan, sardinas, pan, mantequilla, pan, pan, pan. Y está entrando en la negra boca del túnel, tropezando en las traviesas en las piedras por las vías. Afuera llovizna, dentro también. Francia es un oscuro túnel donde lloran los niños, maldicen los hombres, gritan perdidas las mujeres».36 Es el mismo pasadizo de Cerbère por el que entra el fotógrafo Centelles a la busca de una remota luz en lo que parece una nueva bajada al Averno, una de las metáforas literarias clásicas del exilio, como la inmortalizó el desterrado genio de Florencia. La clandestinidad de algunas de las imágenes de los campos (Moros) apuntan así a su falta de dignidad humana y a su grado de «ignominie, corruption et laissezfaire» cercano a la infamia de Dachau según lo escribió Koestler y lo corroboran las imágenes de Dreyfus/Le Chanois.37 En contra del Discurso sobre la dignidad humana de Giovanni Picco Della Mirandola, o de acuerdo a la radical soledad y egoísmo de la sobrevivencia de Si esto es un hombre de Primo Levi,38 en los campos franceses, particularmente en los de la playa, se vivieron episodios de la superioridad de las bestias sobre los seres desprovistos de su humanidad, más respetadas por los guardianes, metaforizados ellos mismos como animales. La frontera entre humanidad y animalidad, entre dignidad y humillación (bestias libres y hombres prisioneros hambrientos) se difuminó. Se llevan los caballos que han entrado con nosotros [...] La vista de los animales que pacían a nuestro lado nos hacía sentirnos un poco nómadas. Parecía que descansados hombres y bestias, íbamos a marchar de nuevo campos adelante. Pero la última apa10 riencia de campamento gitano ha desaparecido. No somos más que unos prisioneros y hay que acostumbrarse a la idea.39 Por ello, es constante la reiteración de dicha animalización desesperada: Somos bestias tristes [...] nosotros ya no somos hombres, sino una jauría hambrienta que persigue la comida con las bocas levantadas hacia el cielo y las narices venteando el tostado olor a pan [...] Me siento un animal hambriento. Soy una bestia con capacidad para despreciarse a sí misma [...] Sólo sensaciones primarias: hambre, envidia, frío, sed… Da escalofríos sentirse tan cerca y tan lejos a la vez de la bestia40.» Hasta las asociaciones de beneficencia parecen mostrar más preocupación por el bienestar de los propios animales que por los seres humanos de los recintos: «La Sociedad Protectora de Animales de Francia viene a interesarse por nuestras galerías que con nosotros pasaron la frontera...»41 En ese sentido, no es extraño encontrar duras críticas que entroncan la no intervención con la política concentracionaria de las autoridades francesas y perspicaces vaticinios militares, en particular cuando han transcurrido cinco meses desde la Retirada y los españoles continúan encerrados en julio de 1939 entre las alambradas de un campo «modélico» como el de Bram. Avui fa cinc mesos que vam a passar la frontera per entrar a França. Aquesta França que, a part del seu acolliment, tan malament s’ha portat amb l’Espanya republicana. Primer, li ha valgut tenir una frontera més per vigilar, i alhora defensar, davant la feblesa dels homes que la governen. Més tard, amb l’allau de refugiats, hi van fer els tractes impropis del programa de què tant presumiesen de Llibertat, Igualtat i Fraternitat. Ells, tan joiosos d’aquesta trilogía, permeten que milers d’homes joves capacitats manualment els uns, treballadors de l’intel.lecte d’altres, especialistes, tècnics, etc., restessin empresonats per les alambrades i les baionetes, llançats sobre la palla, vexats per la gendarmeria que ens diu soldats de xocolata, que et claven puntades de peu, empentes, insults, i sense mitjans per tenir cura de les malalties degudes a aquest estat de vida, ferides encara dels fronts de combat d’Espanya, proposicions i imposicions […] Algun dia s’en planyerà, França, d’haver-ho permès en no facilitar-nos les armes que necessitàvem.42 Si en los campos de la playa, el tratamiento arbitrario se impone, sin embargo, se puede también atribuir a las necesidades de la improvisación, de la celeridad de la acogida, a las incompetencias del planeamiento militar, cuyos fallos entran dentro de la lógica de un ejército en retirada, plagado de militares, conocedores ellos mismos de estas carencias. Por ello, en muchos casos, las primeras manifestaciones estéticas que se refugian tras la corteza emocional del lenguaje o de la representación figurativa, tienden a destacar también el agradecimiento por la posibilidad del refugio pacífico ante la alternativa del aniquilamiento por el ejército golpista. 11 Además, entre otros rasgos, los republicanos españoles comparten con Francia los valores de la cultura y del arte que promueven oficialmente en los propios campos como una forma de reivindicar sus necesidades y su estatuto de refugiados rechazados. La organización cultural, idea clave de la Segunda Republica se transporta inmediatamente al campo: es la idea de un libro y un fusil, encarnada por los Milicianos de la Cultura tan cercana, por cierto, a la consigna fascista, moschetto et lettura fascista perfetto. Se produce una rápida proliferación en los recintos de la música, revistas, dibujos, teatro o clases, la recuperación de mitos literarios (Cervantes cautivo, y D. Quijote, manual del idealismo, el libro de cabecera por excelencia en los campos), junto al fallecimiento de Antonio Machado en el cercano Collioure –recordemos el episodio de Eulalio Ferrer como un San Martín que le da su capote en Banyuls-sur-Mer–, o el recuerdo del asesinato de Federico García Lorca.43 Manuel Andújar como la gran mayoría de los republicanos españoles sometidos al ignominioso destierro del no-lugar lucharon con toda su energía para repoblarlo a través de la epístola que les unía al exterior, y gracias a la transmisión de la cultura como plataforma vital, fiel al humanismo que el autor reinvidicó en el prólogo a la primera edición española,44 anteponiendo su crónica a la frialdad de los relatos históricos que borran de los acontecimientos los rasgos de angustia viva y anónima. De ahí la resistencia de Celso Amieva, el cual permaneció encerrado entre alambradas tres años, nueve meses y una semana, a la actividad intelectual pasiva o inútil que tipifica como hipócrita y su vaticinio de una venganza ante ese viejo mundo en línea con la crítica de Adorno y Horkheimer a la ilustración y razón occidental para superar la violencia mítica que ha desembocado en los recintos concentracionarios. Un día saldrán estos hombres Saldremos algún día a obstruir con un puñado de esta arena el motor decrépito de vuestro mundo Y como lo sabéis queréis que salgamos lo más tarde posible. Pero ya saldremos.45 Por ello, la distancia de algunos escritores o artistas profesionales, que logran filtrar aquella degradación a través de la estética permite a emisores, lectores y espectadores asumir relativamente la falta de dignidad de los campos, lo que les sitúa en la frágil frontera concentracionaria del purgatorio por omisión para los de la playa, y del infierno como sistema para los represivos tipo Vernet, Collioure, Djelfa o Hadjerat. 12 La perspectiva del campo para el receptor depende así de la suerte del internado, de su entorno y de su ostranemie relatora, estética, fotográfica, no siendo ésta última tampoco, realizada en condiciones relativamente permisibles, imagen o plenamente significante del mal o absolutamente inocente, como lo muestran las especulaciones de Linda Ferrer Roca sobre los fotogramas personales alrededor del sistema antropométrico represivo del campo del Vernet d’Ariège que realizaba el fotógrafo oficial para transmitir una imagen de aparente normalidad. Et pourtant le monde concentrationnaire n’est pas aussi loin qu’il le paraît. Quelques détails me le rappellent sournoisement. Il est là, dans le choix du cadrage du visage de cette femme: un profil. Le profil droit, celui qui signale la sale gueule, l’image annoncée du crime. Il est là aussi dans cette accumulation maladroite de quatre clichés sur une seule plaque, ça sent les petites économies administratives et la pénurie. [...] Dans tous le cas ces quelques images me parlent de l’autre versant du camp, celui qui est au-delà des barbelés, celui avec lequel, quand on est enfermé, on vit par procuration, par images interposées. Le besoin de se représenter heureux enfin réuni avec sa famille et peut-être de se regarder comme ça tous les jours, caché au fond de son portefeuille ou cloué de la baraque, au-dessus de sa paillasse.46 Sólo la imagen clandestina, el clisé mal ajustado o desenfocado, la perspectiva a salto de mata de Dreyfus/Le Chanois, el objetivo inestable nos entregan entonces esa realidad dantesca donde el lenguaje se rompe en sus propios andrajos y donde sólo el silencio borroso permite desvelar la caída de la dignidad a los abismos de lo indecible/invisible. Aquí vemos la poesía del dolor y del horror subhumano antes de Auswitchz, allí donde mira el documento que certifica su infamia deshumanizada y en consecuencia reformula la retórica pregunta de Adorno avant la lettre. Por mucho que la administración francesa disfrazara aquellos campos con diversos eufemismos (Centros de Estancia Vigilada, por ejemplo), su desagüe común se encuentra con los vasos comunicantes concentracionarios históricos en diversos grados de mal que totalitariamente poblaron los no lugares acotados en aquella época ante las avalanchas de desplazamientos planetarios de más de cien millones de refugiados, bien como consecuencias de prácticas totalitarias o como resultado del acomodo de los valores democráticos ante éstas. Los campos franceses fueron así percibidos, en los testimonios de los españoles, como una página más en la política de no intervención que terminaría teniendo consecuencias dramáticas para la propia Francia. La improvisación, las circunstancias extraordinarias del hacinamiento en los relatos poco conocidos de las desventuras de los huidos por mar al puerto de Orán en buques como el Stanbrook, Lézardieux, Campillo aportan un nuevo espacio de 13 gestión de los campos: el de los navíos con el mar como alambradas donde los detalles escatológicos y sexuales, los más crudos de los episodios concentracionarios, llegan al lector a través de la crudeza del discurso de relatos memorialistas de grado cero. Dicha especificidad se puede atribuir a varios motivos. Por un lado, la tendencia verídica del relato memorialista. Sin embargo, en muchos de los escritos y publicados con gran cercanía a los acontecimientos de testigos que logran alcanzar los refugios americanos, no figuran muchos detalles de estas muestras primarias y perturbadoras escatológicas de la realidad concentracionaria. Dicha omisión se explica por el contexto histórico de los discursos, marcados por las carencias propias de la Retirada, la guerra y los campos, y unidos por una isotopía de sufrimientos. Además, existe un recato personal y una pulcritud evidente propia de la época, unidos a un reparo personal por desvelar las más profundas de las intimidades que desvalorizarían aún más el egodocumento de sobrevivencia positiva.47 Cuánto más breve sea la estancia en los campos, menos detalles escabrosos o sufrientes encontramos. Existe una mayor amplitud de estos motivos en los relatos vernetianos o africanos, lógica consecuencia de sus características represivas, hipérbole particularmente dolorosa en las memorias traumáticas africanas de largas privaciones, y en aquellas publicadas recientemente en las que la memoria se hipersensibiliza para unos lectores ya vacunados por todo tipo de antídotos de penalidades o exterminios concentracionarios planetarios. El retrete era repugnante. Desbordaba de excrementos: olía a orín y mierda juntos en un grado inverosímil. El suelo y parte de las paredes estaban embadurnadas por una capa viscosa y pegajosa, de donde se desprendía un vapor espeso atenazando la laringe y cortando la respiración. Añadí mis excreciones y mis vómitos a aquel mar de porquería y salí casi corriendo para buscar en el exterior purificar las mucosas irritadas [...]. La gente iba a la borda. Se ataba a la barandilla con su cinturón para evitar caer al mar y durante horas trataba de evacuar. Muchos se marchaban y quedaban medio colgados de sus ataduras. [...] En cuanto anochecía, la fila se hacía imponente. Se oían únicamente esos quejidos entrecortados, producidos por los esfuerzos inhumanos. La mayoría llegaba a transportar hasta el ano, unas bolas duras y sólidas, que no podían salir solas por la abertura natural. Con los dedos se iban, poco a poco, desmenuzando y extrayendo hasta ser lo suficientemente reducidas para pasar normalmente. Con las manos manchadas de mierda y de sangre, las piernas vacilantes y agarrándose a donde podían, volvían a sus sitios a recuperar unas fuerzas agotadas por la operación. [...] El pudor, el sentido de lo limpio o de lo sucio desapareció entre nosotros. Volvíamos a la más pura animalidad.48 Sin embargo Aub denuncia sin pausa la presencia de la sistematización del régimen de lo arbitrario, los entornos planetarios de la concentración. El universo formal aubiano responde a esta falta de garantías sociopolíticas con un entramado basado en el sistemático bricolaje de situaciones y lenguajes, entroncados en 14 la sátira patafísica, en la aparente falta de autoridad intelectual y humana de sus árboles o cuervos denunciantes, o de sus discapacitados testigos tipo El Málaga de «El Limpiabotas del Padre Eterno» o La Liebre de «El cementerio de Djelfa».49 Aub aúna tres estrategias deformadoras de los códigos escondidos, vilipendiados, ignorados o abusados de la realidad y del universo ilustrado del lenguaje, leyes y derechos: la de asumir miméticamente los significantes y significados del propio campo cuya jerga de uso concentracionario en las «Acotaciones al Diccionario» de Nuestra Barraca se glosa y se adapta a la arbitrariedad del bricolaje de los objetos o de las expresiones (alambrada, automóviles, cubos, un tronco, a la playa, arenitis). Esta jerga asume la deformación de los signos reales que «no está claro: ¡Cuadrilátero! Parece que se trate de una figura geométrica, pero... ¡no está claro!... Se sabe, sin embargo, que es donde se aplica el código argelesino. ¡No está claro!: Expresión usada por el speaker cuando lee algún nombre que no sabe exactamente cuál es. Ejemplo: Juan Teniente López o Teniente Juan López... En este caso, aplica siempre un ¡no está claro!». A su vez, el lenguaje concentracionario se combina y actúa poética y arbitrariamente para conformar una nueva ficción en el que denominador común es la arenitis, el bulo y lo imaginario, cuya capacidad de invención es el fundamento de toda creación literaria. El campo emite por lo tanto, no sólo nuevos signos de significados inesperados sino que su nueva combinación arbitraria nos lleva a un nuevo desplazamiento de la realidad fictiva. Aub, en Manuscrito cuervo, extrae causas altamente aleatorias para el análisis de efectos completamente externos a los códigos de reglamentación y de seguridad legales o democráticos en el sistema excluyente y totalitario de concentración cuyo universo de absurdo represivo y patafísico rompen con «De la lógica»: Los internados fueron traídos aquí por una administración. Esta administración ha desaparecido, pero los hombres siguen aquí. A aquella administración sucedió otra, que trae más internados. Como los primeros no pueden reclamar a la administración que aquí los trajo, porque ya no existe, no tienen a quién dirigirse para solicitar su libertad, y así seguirán hasta su muerte.50 Este absurdo es el mismo que se refleja primariamente en el texto del perseguido y fugitivo Werner Barasch, detenido en el campo de Argelès-sur-Mer: «Colgaron un aviso para advertirnos de que a partir de ese momento, en virtud de una nueva ley, los intentos de fuga serían considerados delito y penados al menos con dos años de prisión. Nos reímos mucho de semejante tontería: ¿castigar con la cárcel a quien ya está entre rejas? ¿A huidos que habían sido detenidos reiteradamente y que ya habán demostrado que no temían ni siquiera las armas?».51 Podemos así reducir las relaciones humanas a través del funcionamiento arbitrario de un campo de concentración y la interpretación lógica corvina aubiana de este fenómeno. No es el campo el que actúa excepcionalmente sobre el mundo coti15 diano y reglado, sino que es éste el que se ha vuelto excepcional en un universo patafísico-concentracionario. Además, Aub denuncia también la fragilidad de la memoria en «El cementerio de Djelfa», en donde su narrador, Pardiñas, se lamenta de la falta de visibilidad de la historia de los republicanos del sistema concentracionario norteafricano entre los horrores y los héroes del Sáhara argelino, lejos de la metrópoli, en el hiato del no lugar, borrado entre el olvido del postcolonialismo y los horrores del Holocausto. Tenía razón el capitán: ¿Quién se acuerda de ellos?, ¿quién les va a agradecer que murieran aquí, en los confines del Atlas sahariano por defender la libertad española? Nadie, absolutamente nadie. Claro, más murieron en Alemania. Pero no los ví. Estos sí.52 La historia del universo concentracionario francés escasamente contada audiovisualmente para el gran público mediático de hoy, tiene en la reciente cinta de Marie Noëlle y Peter Sehr, La mujer del anarquista (2008), un intento discutible pero interesante de acercarse a aquella memoria. Justo, un intelectual anarquista realiza labores de propaganda durante la Guerra Civil, y su historia recuerda parcialmente la de Antonio Ortiz, histórico militante de la CNT y fundador del grupo «Nosotros», junto a Buenaventura Durruti, Domingo Ascaso o Juan García Oliver, encerrado en Collioure hasta diciembre de 1939 e instigador de un atentado aéreo fallido en San Sebastián contra Franco en 1948.53 Este personaje termina atrapado en las alambradas de Argelès-sur-Mer y desde ahí será también víctima del sistema concentracionario nazi. El deportado cuyo nombre simbólicamente no ofrece dudas respecto a su rectitud ideológica, sin embargo, calla el trauma de su historia entre las alambradas y la clandestinidad de su militancia en Francia, al reunirse allí con su familia a finales de 1940, en particular su hija, Paloma, que sólo lo ha conocido durante los años de separación de la Guerra Civil y el exilio a través de una idealizada fotografía. El trauma se halla alojado profundamente en el cuerpo y en la psiquis del personaje y de ahí su incapacidad para hablar sobre sus horrores y superar el pasado en su círculo más íntimo. La necesidad de aunar la subjetividad indecible del drama personal con la objetividad histórica del periplo concentracionario se plasma en sus continuos episodios de tos traumática, producto de la metralla que lleva alojada en los pulmones. Sólo en el momento en que Justo logra retornar junto a su cónyuge, Manuela, a la boca del infierno de su caída, a la tramontana de la playa de Argelès-sur-Mer, consigue hacer reactuar su memoria y por consiguiente superar los resultados traumáticos de su tos, su incapacidad para tragar aquella historia desestabilizadora e iniciar su curación psíquica. La fotografía de este paseo por la playa desierta de la memoria herida junto a Manuela, conforma acertadamente el cartel de la película, por otro lado 16 melodramáticamente sobreactuada y con inverosímiles fallos de guión, el cual, sin embargo, se cierra con una sentencia sumarial apropiada para sintetizar el diagnóstico de los discursos de los refugiados españoles en los campos de concentración en Francia: «éramos soldados y nos trataron como a delincuentes». notas Bernard, Léonce, Soldats d’Espagne. Récits de guerre 1808-1814, Paris, Bernard Giovanangeli Ed, 2008, pp. 191 y 194. 2 Février 1939: La retirada dans l’objectif de Manuel Moros, Perpignan, Mare Nsotrum, 2008, MUM/E, Memorial Democratic, Generalitat de Catalunya, La Région Languedoc-Rousillon, Conseil General des Pyrénées Orientales, 2009, pp. 76-91. Quizás el mejor pie para aquellas fotos desnudas entre el frío de la Tramontana, la soledad del cielo, la humedad de la arena y la infranqueable barrera del mar sea el de una de las mujeres que en los primeros momentos compartió con los niños y los hombres el calvario de los arenales desnudos del Mediterráneo: «En Argelès es más fácil entrar que salir. Una playa inmensa y nada más. Ni caseta, ni agua, ni comida, ni enfermeros, ni medicinas. Sólo la arena y el mistral. Y los senegaleses. Altos y negros, semejan niños a los que se ha dado un fusil y un uniforme y una orden de matar. Nadie puede imaginar cómo es esta playa con el frío y en la noche. No hay una venda para los heridos ni un poco de agua hervida para los enfermos. NADA. 75.000 o 100.000 hombres duermen bajo el rocío, sin mantas muchos de ellos. Por la mañana algunos amanecen secos, congelados por el frío», Mistral Silvia, Éxodo: Diario de una refugiada española, 1941, Ed. José Colmeiro, Barcelona, Icaria, 2009. 3 Bernard, op. cit., p. 198. 4 Covarrubias, Sebastián de, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, 1611, microreproducción fotográfica, New York, Hispanic Society of America, 1927, 4º fasc., p. 28r. 5 Fernández de Moratín, Nicolás, Saber sin estudiar, «Poesías completas», Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1778, pp. 98-99. 6 Ferran de Pol, Lluís, Campo de concentración, ed. de Josep-Vicent García i Raffi, Areny’s de Mar, Ajuntament d’Areny’s de Mar y Publicacions de l’Abadía de Montserrat, 2003, p. 66. 7 Aunque los campos de concentración en su estado primigenio debieron aparecer en los grandes imperios (Egipto, Roma) como una forma eficaz de gestionar la mano de obra esclava, sólo es en la época de la Revolución francesa cuando con la creación del estado-nación, surge un discurso específico al respecto. En el Artículo 7 de Buonarotti, Conspiration pour l’égalité, dite de Babeuf, fragmento de un decreto de policía de la época de la Convención, se habla de la formación en torno a Toulon, Valence, Grenoble, Mâcon, Metz, Valenciennes, St Omers, Angers, Rennes, Clermont, Angoulême y Toulouse de «camps destinés à maintenir la tranquilité, protéger les républicains et favoriser la réforme», como respuesta a la cuestión de la gestión de masas de la época democrática, colonial y nacional. Kotek, Joël y Rigoulot, Pierre, Le siècle des camps, Paris, J.C. Lattès, 2000, p.24. 8 «Habrá muchos, individuos o pueblos, que piensen, más o menos que ‘todo extranjero es un enemigo’ [...] Pero cuando éste llega, cuando el dogma inexpresado se convierte en la premisa mayor de un silogismo, entonces al final de la cadena está el Lager». Levi Primo, Si esto es un hombre, versión española de Pilar Gómez Bedate, Barcelona, Muchnik Eds., 1995, p. 9. Ver Laborie, Pierre, Les Français des années troubles: de la guerre d’Espagne à la Libération, Paris, Seuil, 2001. 1 17 Ferran de Pol, op. cit.; Mistral, op. cit.; Ferrer, Eulalio, Entre alambradas, Barcelona, Grijalbo, 1988; Páginas del exilio, México, Aguilar, 1999; Aub, Max, «¡Yo no invento nada! I, II & III» in revista Todo, México D. F., 498, 25 de marzo, p. 32; 499, 1 de abril, p. 35, 500, 8 de abril, p. 35; Aub, Max, «Yo no invento nada», Enero sin nombre, Barcelona, Alba, 1994; Benguerel, Xavier, Els fugitius, Barcelona, Selecta, 1955; Els vençuts, Madrid, Alfaguara, 1972; Los vencidos, versión española de J. F. Vidal Jové, Madrid, Alfaguara, 1972; Aub, Max, Diario de Djelfa; Journal de Djelfa, ed. y trad. Bernard Sicot, Perpignan, Mare Nostrum, 2009; Amieva, Celso, Poeta en la arena, México D.F., Ecuador 0º0’0’’, 1964; Aub, Max, Morir por cerrar los ojos, Barcelona, Aymá, 1967; Aub, Max, «Campo Francés» in Obras Completas, VI, Ed. José María Naharro Calderón, Valencia, Biblioteca Alfons el Magnànim, 2008; Dreyfus, Jean Claude/Le Chanois, Jean-Paul, Refuge-A People is Waiting, 1939; Ferrer Roca, Linda, Le Vernet d’Ariège: Photographies d’un camp, Francia, 52 min., 1996; Noëlle, Marie & Sehr, Peter, La mujer del anarquista, España-Alemania-Francia, 1h 57 mns., 2008; Aub, Max, Manuscrito cuervo, ed. José Antonio Pérez Bowie y epil. José María Naharro Calderón, Segorbe, Fundación Max Aub, 1999; Villegas, Jean-Claude, Écrits d’exil: Barraca et Desde el Rosellón, Perpignan, NPL Éditeur, 2008; Delso, Ana, Trescientos hombres y yo: Estampa de una revolución, Madrid, Anselmo Lorenzo, 1998; Mistral, op. cit. 10 Andújar, Manuel, Saint Cyprien, plage... Campo de concentración..., Cuadernos del Destierro, México, 1942; Centelles, Agustí, Diari d’un fotògraf, Bram, 1939, ed. Teresa Ferré, Barcelona, Destino, 2009; Ferran de Pol, op. cit.; Suárez, Luis, España comienza en los Pirineos, ed. José Ramón López García, Sevilla, Renacimiento, 2008; Mistral, op. cit. 11 Ver Naharro-Calderón, José María, «Los trenes de la memoria» in Journal of Spanish Cultural Studies, 6.1, Londres, pp. 101-121. 12 Jiménez Margalejo, Carlos, Memorias de un refugiado español en el Norte de África, Madrid, Cinca, 2008; Muñoz Congost, José, Por tierras de moros. El exilio español en el Magreb, Móstoles, Ediciones Madre Tierra, 1989. 13 Aub, Max, Nuevos diarios inéditos (1939-1972), ed. de Manuel Aznar Soler, Sevilla, Renacimiento, 2003, p. 339. 14 Martínez López, Miguel, Casbah d’oubli. L’exil des réfugiés politiques espagnols en Algérie (19391962), Paris, L’Harmattan, 2004; Montagut, Lluís, J’étais deuxième classe dans l’armée républicaine espagnole, Paris, Maspero, 1976. 15 Herrera, Eloy, Francia, verdugo de españoles: del santuario al calvario, Madrid, Vasallo de Mumbert, 1983. 16 Cercas, Javier, Soldados de Salamina, Barcelona, Tusquets, 2000; Soler, Jordi, Los rojos de ultramar, Madrid, Alfaguara, 2004; Trapiello, Andrés, Días y noches, Madrid, Espasa-Calpe, 2000. 17 Cercas, op. cit., p. 156. 18 Trapiello, op. cit., p. 166. 19 Ruiz, Roberto, El último oasis, México, Fondo de Cultura Económica, 1964; Bartolí, Josep, La Retirada, Pollina à Luçon, Actes Sud, 2009. 20 Pons, Francisco, Barbelés à Argelès et autour d’autres camps, Paris, L’Harmattan, 1993. 21 Del Castillo, Michel, Rue des archives, Paris, Gallimard, 1984; Tuban, Gregory, Les sequestrés de Collioure, Perpignan, Mare Nostrum, 2003. 22 Armengou, Montse y Belis, Ricart, El convoy de los 927, Barcelona, Plaza y Janés, 2003; Marcos, Violette y Juanito, Les camps de Rivesaltes, une histoire de l’enfermement (1935-2007), Portet-sur-Garonne, Loubatières, 2009. 23 Andújar, Manuel, Saint-Cyprien, plage... camp de concentration, traducción y notas de Rose 9 18 Duroux, Clermond-Ferrand, Université Blaise Pascal, 2005; Peschanski. Denis, La France des camps: l’internement (1938-1946), Paris, Gallimard, 2002. 24 Duroux, in Andújar, op. cit., pp. 16 y 18. 25 Para la inframemoria, ver «Los trenes de la memoria». 26 La Capra, Dominick, Representing the Holocaust: History, Theory, Trauma, Ithaca, New York: Cornell UP, 1994; History and Memory After Auschwitz, Ithaca, New York, Cornell, 1998; Writing History, Writing Trauma, Baltimore, Johns Hopkins UP, 2001. 27 Aub, Max, Enero sin nombre, op. cit., pp. 461-492. 28 Id., [s/f], «Realidad del sueño», Archivo de Max Aub, 2 «Ensayos literarios» (MT/201, Biblioteca Cossío Villegas, ECM, pp. 48-49. 29 Id., Diarios (1939-1972), Barcelona, Alba, p. 185. 30 Muñoz Congost, op. cit., p. 98. 31 Arendt, Hannah, The Origins of Totalitarianism, Chicago, The University of Chicago Press, 1973. 32 Esenwein, George, R, The Spanish Civil War, A Modern Tragedy, New York, Routledge, 2005, pp.153-161. 33 Suárez, op. cit., p. 119-120. 34 Ferran de Pol, op. cit., p. 170-171. 35 Herrera, op. cit., p. 497-498. 36 Aub, «El limpiabotas del Padre Eterno», in Enero sin nombre, op. cit., p. 269. 37 Koestler, Arthur, La lie de la terre, ed. Phil Casoar, Paris, Robert Laffont, 1994, «Oeuvres autobiographiques», p. 1043. Añade que «le traitement des êtres humains ayant atteint un degré effrayant, inouï, toute plainte semblait frivole et déplacée. L’échelle des souffrances et des humiliations était faussée, la mesure de ce qu’un homme pouvait endurer, perdue. Au thermomètre-centigrade du libéralisme, le Vernet était au point zéro de l’infamie; au thermomètre-farenheit de Dachau, il était encore à 32º au-dessus de zéro», p. 1033. 38 «La lucha por la supervivencia no tiene remisión porque cada uno está desesperadamente, ferozmente solo», Levi, op. cit., p. 94 39 Ferran de Pol, op. cit., pp. 51-52. 40 Ibíd., pp. 55-57. 41 Villegas, Barraca, 36, op. cit., p. 82. 42 Centelles, op. cit., p. 118-119. 43 Para todos estos pormenores, ver Naharro-Calderón, José María, «Por los campos de Francia: entre el frío de las alambradas y el calor de la memoria» in Literatura y cultura del exilio español de 1939 en Francia, Salamanca, Varona, 1998, pp. 307-325. 44 Andújar, Manuel, St. Cyprien, plage... Campo de concentración, Huelva, Diputación Provincial de Huelva, 1990, pp. 7-11. 45 Amieva, op. cit., p. 11. Primo Levi señalaba que los prisioneros incultos no gastaban energía en comprender el campo y Jean Améry indicaba que por ello el intelectual se vuelve cómplice de una situación concentracionaria, de la misma forma que Aub denunciaba el acomodo de los escritores a los conflictos bélicos, Anissinov, Myriam, Primo Levi ou la tragédie d’un optimiste: biographie, Paris, Claude Lattès, 1996, p. 581. 46 Ferrer Roca, op. cit. 47 Eulalio Ferrer, en su diario, Entre alambradas –recordemos que se trata de un documento personal que en principio no se redacta para su publicación–, dedica una entrada del 18 de mayo como una parodia metafísica de la trilogía republicana francesa: «¡Merde... Merde... Merde!: olemos a mierda y somos olor de mierda. Nos falta saliva para escupir el asco», op. cit., p. 58, 19 Jiménez Maragalejo, op. cit., p. 47 y 67. Aub, Enero sin nombre, op. cit., pp. 255-316 y 331-338. 50 Aub, Manuscrito cuervo, op. cit., p. 135. 51 Barasch, Werner, Fugitivo: apuntes autobiográficos (1938-1946), versión española de Lidia Alvarez Grifoll, Barcelona, Alba, 2008, p. 84. 52 Aub, Enero sin nombre, op. cit., p. 338. 53 Tuban, op. cit., p. 147. 48 49 20