EL PENSAMIENTO DE PEDRO DE VALENCIA Escepticismo y modernidad en el humanismo español JUAN LUIS SUAREZ SÁNCHEZ DE LEÓN EL PENSAMIENTO DE PEDRO DE VALENCIA Escepticismo y modernidad en el humanismo español COLECCIÓN MONTANO DIPUTACIÓN DE BADAJOZ Departamento de Publicaciones 1997 Colección Montano n° 7 © JUAN LUÍS SUÁREZ SÁNCHEZ DE LEÓN © De esta edición: Dpt°. de Publicaciones de la DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE BADAJOZ Printed in Spain - Impreso en España ISBN: 84-7796-831-4 Depósito Legal: S. 956-1997 Diseño y Maquetación: ARTURO PORTILLO MERINO Maquetación: AMELIA MOLINA SÁNCHEZ Impresión: Gráficas VARONA Polígono «El Montalvo», parcela 49. Teléf. (923) 190036. Fax (923) 190027 37008 Salamanca índice general Introducción 13 Cap. 1 Entre el Renacimiento y el Barroco 1. De Felipe II a Felipe III 2. Algunas ideas escépticas Fantasía Probabilidad Epokhé 3. La preocupación por el hombre y la situación de España.. 19 19 36 40 44 46 52 Cap. 2 El alcance de las Académica 1. El escepticismo en el siglo XVI 2. Escepticismo, fideísmo y razón práctica Pirronismo epistemológico Escepticismo y fideísmo 3. Las posibilidades del escepticismo ¿Era escéptico Pedro de Valencia? Diferentes escepticismos 61 61 82 85 93 99 99 107 Cap. 3 Escepticismo y humanismo 1. El escepticismo práctico o moral Escepticismo práctico Los aspectos prácticos del pirronismo 2. Neutralidad y subversión La influencia de Dión de Prusa Cinismo, estoicismo y criticismo 3. El humanismo de Pedro de Valencia 123 123 123 131 136 140 152 167 335 Cap. 4 Fe y razón en Pedro de Valencia 1. La teoría del justo medio 2. Filosofía y religión ¿Precursor? El hombre, centro del discurso Razón y religiosidad 3. Humanismo, conocimiento y modernidad Tres problemas: Dios, la comunidad y el sujeto Touraine y la modernidad cartesiana Humanismo y modernidad: la aportación de Pedro de Valencia , 228 Cap. 5 Un problema de identidad 1. El reconocimiento del otro La construcción del yo Los moriscos de España y la idea de trabajo Las mujeres 2. El caso de los pobres La herencia de Vives La novedad de Pedro de Valencia 3. Derecho natural, público bien y justicia social El buen monarca Pública utilidad y derecho natural 241 241 241 250 257 260 260 264 272 273 277 Cap. 6 El 1. 2. 3. 283 283 295 303 humanismo moderno Racionalidad y subjetividad El Arte de la vida humana El humanismo moderno. Conclusiones Bibliografía 181 181 195 195 201 206 216 216 220 311 336 A mis padres Agradecimientos El origen de este trabajo es la investigación que realicé para la obtención del título de Doctor en Filosofía en la Universidad de Salamanca y que concluyó un período de siete años de estudio en aquella universidad. Mi tesis de licenciatura ya había estado dedicada a la obra del humanista extremeño, aunque en aquella ocasión el objeto de estudio fue el pensamiento socioeconómico y, concretamente, su doctrina sobre los pobres y marginados en ¡a España del XVI. En gran medida, las ideas sociales y económicas de Pedro de Valencia habían sido el asunto que mayor atención había suscitado entre los estudiosos de su obra (incluyendo una excelente tesis en la misma Universidad de Salamanca por Jesús Paradinas); la importancia de tales ideas sigue vigente, sobre todo a la luz de los últimos descubrimientos, que han desvelado la situación destacada de nuestro autor en la corte de Felipe III. Sin embargo, había una tarea pendiente en relación con el estudio de nuestro autor y ésta era precisamente poner a la vista las fuentes y los fundamentos de su pensamiento. Es lo que traté de hacer en mi tesis doctoral y lo que he pretendido a partir de las nuevas investigaciones que han dado como resultado este libro. Tales pretensiones -quizás algo arriesgadasse concretan en dos objetivos más modestos: de un lado, he intentado desvelar la importancia del escepticismo en el pensamiento de Valencia, tanto desde un punto de vista exclusivamente interno, como en relación con las principales corrientes de pensamiento que marcan el tránsito desde el Renacimiento hasta la llamada "Modernidad". Por otra parte, el estudio del pensamiento de Pedro de Valencia quiere ser un paso más en la aclaración de lo que el humanismo y sus ideales, sus sueños, significaron para los protagonistas de aquella época tan llena de todo. Los últimos capítulos del libro quieren poner estas ideas en relación con algunas de las propuestas de reforma social y política que el extremeño hizo al rey. 9 En la realización de esta labor ha sido de especial importancia el director de la tesis, el Prof. Laureano Robles, no sólo por su eficaz tarea de acompañamiento, sino sobre todo por su talante abierto, liberal y respetuoso. He de agradecer también la formación y los consejos recibidos por el que fue presidente del tribunal que evaluó la tesis, el Prof. Cirilo Flórez; sus investigaciones sobre la conexión entre el humanismo español y la filosofía moderna fueron de gran importancia para fijar los límites de mi investigación. Por último, he de agradecer sinceramente la labor de los que contribuyeron a mi formación en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Salamanca, especialmente a la Prof. María Teresa López de la Vieja y al Prof. José Luis Molinuevo. Éstas y otras cosas hicieron de los años en la Universidad de Salamanca una época especial y divertida. También he de mencionar a quien más ha contribuido en los últimos tiempos al estudio de la vida y de la obra de Pedro de Valencia y de alguno de los más grades humanistas españoles. Sin la labor del Prof. Gaspar Morocho, de la Universidad de León, director de la edición de las Obras Completas de Pedro de Valencia (entre otros), este libro no sólo no habría sido posible tal y como finalmente ha resultado, sino que habría carecido del contexto adecuado para aportar algo positivo, si es que lo hace, al conocimiento del humanismo de nuestro país. De los años en Salamanca no puedo olvidar a los que más contribuyeron al desarrollo de ésta y otras más productivas investigaciones. Las tertulias y discusiones en "La Biblioteca" han sido fundamentales para ¡luminar este camino y para aclarar los verdaderos sueños de aquel humanismo, que fue de las armas y de las letras. Sirva la enumeración de sus nombres de reconocimiento, aunque será siempre insuficiente: Joserra Alonso de Linaje, José M. Bustos, Luis Lucas, Emilio Beites, Ángel Eguiluz y Carlos Moreno. He de agradecer a la Excelentísima Diputación de Badajoz el interés que mostró desde el primer momento por el manuscrito, así como la labor de impulso de las investigaciones sobre el humanismo en Extremadura que está llevando a cabo desde hace tiempo. Una mención especial merecen, por su eficacia y paciencia, Antonieta y Lucía. Asimismo, he de recordar las facilidades y el apoyo que siempre tuve de quienes dirigen y han dirigido el Centro de Estudios Extremeños, la Revista de Estudios Extremeños y la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz. Sin su colaboración el trabajo habría sido muy difícil de realizar. 10 A Sandra he de agradecerle la revisión de las pruebas. La calidad de su trabajo habla por sí sola y los errores se deben solamente al autor. Lo único que siento es que ésta haya sido la forma de acercarse al humanismo. Pero más vale... A Pepa y a Juan Jesús he de agradecerles su amistad y apoyo en todo momento. Como a Juan Antonio, cuya literatura epistolar marca un tiempo de esperanza en las mañanas en el extranjero. Finalmente, he de decir que la posibilidad de continuar éstas y otras labores es en gran medida posible gracias al apoyo de McGill University (Montreal), que me acogió hace algo más de un año como si siempre hubiera sido miembro de esta comunidad. Además, el hecho de sentirme como en casa tan lejos de Espantaperros sólo ha sido posible porque mis amigos de Montreal se han empeñado en ello. Esta vez, no voy a olvidar a Ana, que desde que empecé a tratar con Pedro de Valencia se interpuso agradablemente entre nosotros. Desde entonces está, dones de la diosa Fortuna, conmigo. Montreal, Indian Summer de 1997. ?? Introducción U n español entre el Renacimiento y el Barroco. Esta frase podría sintetizar adecuadamente un primer postulado orientativo para alguien que nunca hubiese oído hablar de Pedro de Valencia. El interés por este humanista extremeño (Zafra, 1555 - Madrid, 1620) surge iniciaímente debido a las incógnitas y estímulos que sigue provocando esta época de la Historia de España. Cuando el potencial político de la monarquía de los Austrias y su dominio sobre medio mundo estaba llegando a su fin se produce la aparición de este polígrafo que dedicó casi todo el tiempo de su vida a estudiar, solamente a estudiar, y a escribir. La coincidencia de las peculiares características de la situación de España -la necesidad de plantear y proyectar de nuevo el futuro de una nación que vivía por encima de sus posibilidades y con poca, o ninguna, rigurosidadcon el inicio de la Época Moderna de la historia occidental incrementan considerablemente la curiosidad hacia un autor poco conocido a pesar de su inmensa producción intelectual. Pues bien, si el primer acercamiento se debe a lo que rodea esta figura, a su época y a sus coetáneos, al inicio de la modernidad filosófica, no es menos cierto que una vez que se leen ios primeros discursos de Pedro de Valencia son las propias trayectorias intelectuales que se van abriendo las que motivan para descubrir, pensar y relacionar todo lo que aparece ante la vista. Normalmente, el contacto con la obra de Pedro de Valencia se produce gracias a la lectura de la principal de sus obras filosóficas, las famosas Académica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus, y continúa hacia sus textos de carácter social y económico, en ios que analiza la situación de los habitantes del país y la del propio gobierno de España. 13 El paso desde un sector de su producción hasta el otro sorprende por la calidad y rigurosidad conceptual del trabajo desarrollado en ambos, pero ayuda todavía más en el estudio de este autor el hecho de que entre los dos se abren numerosos campos temáticos que el humanista aborda siendo fiel a la imagen que hoy tenemos del verdadero intelectual. Pedro de Valencia hace bueno el calificativo de humanista, ya que es capaz de conseguir un grado de rigurosidad y de lucidez muy elevado en todos los asuntos que afronta, sean éstos religiosos, escrituarios, teológicos, de costumbres, sociales, filosóficos, hacendísticos o literarios. Esta diversidad de temas y el discurso claro, realista y técnicamente correcto que desarrolla nuestro autor son las causas fundamentales de que tantos intelectuales españoles se hayan acercado, en épocas posteriores, hasta este cambio de siglo que vivió Pedro de Valencia, con la intención de desentrañar lo que se escondía detrás de tal abundancia de pensamiento. Menéndez Pelayo, Costa, Maravall, Serrano y Sanz, Viñas y Mey, Pareja Fernández y Román Calderón son algunos de los que ya hace bastantes años se ocuparon con su figura, tratando casi siempre aspectos específicos de su pensamiento. Solamente Serrano y Sanz concibió un librito 1 en el que expone de manera coherente un dibujo concreto de la forma de pensar y de las principales propuestas de nuestro autor. Más recientemente han sido Croché de Acuña, Oroz, Morocho Cayo, Paradinas Fuentes y Gómez Canseco los que han dedicado su atención, con gran acierto casi siempre, al humanista de Zafra. Croché de Acuña se acercó a su paisano para desentrañar hechos y datos incompletos y para exponer nuevos descubrimientos referentes a la biografía de Pedro de Valencia. Oroz, por su parte, editó la moderna versión de las Académica y se preocupó sobre todo por aclarar lo que las relacionaba con el escepticismo renacentista, especialmente, con el academicismo de Cicerón. Paradinas sigue siendo el autor que más rigurosamente ha estudiado el pensamiento socioeconómico de Valencia y ha intentado elaborar un análisis de la influencia que los fundamentos filosóficos de su formación han tenido en el conjunto de su obra. Tanto en su tesis doctoral como en el estu- Serrano y Sanz, 1981. 14 dio introductorio a los volúmenes dedicados al pensamiento social y económico en las Obras Completas, ha sido capaz de articular las diferentes propuestas reformistas del zafrense dando sentido a un discurso económico original y coherente, algo distante de los arbitristas de la época y próximo a algunos de los movimientos de pensamiento económico que abrirán la Época Moderna. Gómez Canseco dedicó su tesis doctoral a Pedro de Valencia, pero lo hizo intentando dar una interpretación de su obra dentro del contexto de lo que él llama el "humanismo tardío", es decir, las últimas manifestaciones de humanismo que se dieron en Europa, concretamente en España, después de la muerte de Francisco Sánchez de las Brozas. También ha sido objeto de su interés la presencia de actitudes escépticas y estoicas en el trasunto de su pensamiento y la relación de estas corrientes de origen helenístico en el conjunto de sus textos. Sin embargo, su tesis adopta también los rasgos propios de una visión global. Por último, hay que destacar los trabajos de Morocho Gayo, que es posiblemente quien mejor conoce la figura y el pensamiento de Pedro de Valencia después que, a principios de siglo, se publicara la monografía de Serrano y Sanz. Las líneas de investigación de Morocho en relación con Pedro de Valencia han seguido tres direcciones bien diferenciadas, que marcan, sin duda, el rumbo de cualquier investigación que se haga en adelante. Por un lado, ha puesto de manifiesto diversos aspectos de la biografía de Pedro de Valencia que no se conocían y que sirven para ir completando un cuadro vital que presentaba numerosas carencias. Los datos relativos a sus nombramientos como cronista del reino y de Indias, aquellos que tienen que ver con la redacción de una historia de Felipe III, la publicación del testamento de Pedro de Valencia y algunos otros, suponen un nuevo caudal de sugerencias para interpretar mejor tanto al hombre como su pensamiento. Por otro lado, Morocho ha mostrado perfectamente la influencia que el cinismo de Dión de Prusa ha tenido en los trabajos sociales, políticos y filosóficos de nuestro intelectual, destacando la presencia de este movimiento filosófico por encima de otras corrientes del pensamiento helenístico que se creían de mayor presencia entre los humanistas españoles. Después de las averiguaciones de Morocho es inevitable destacar la importancia de las corrientes helenísticas en la formación de la cosmovisión de Pedro de Valencia y, especialmente, del cinismo que representa Dión de Prusa. 15 En tercer lugar, la incorporación de Pedro de Valencia al movimiento humanista español que tuvo como maestro a Cipriano de la Huerga y del que formaron parte, entre otros, Arias Montano y El Brócense, no es sólo una prueba definitiva del nivel intelectual de nuestro autor en el contexto de las letras clásicas, las Escrituras y la filología pol ¡gráfica, sino que supone abrir una línea de estudio que aclare las peculiaridades de esta manifestación tardía del humanismo español, sus conexiones con otras formas europeas de humanismo y, en resumen, el auténtico nivel intelectual de sus representantes. Por último, hay que destacar que se debe a Morocho el impulso y la dirección de la edición de las Obras Completas de Pedro de Valencia. La calidad de los volúmenes aparecidos hasta el momento y el mismo plan de la obra son elementos más que suficientes para ensalzar el trabajo que en este sentido se está realizando desde la Universidad de León. Aun a sabiendas de que solamente la finalización de las Obras Completas permitirá dibujar una primera figura que comprenda armónicamente todos los aspectos de su obra, el presente trabajo no quiere ser más que una interpretación parcial y, posiblemente sesgada, de una parte de su pensamiento. Quiere ser una interpretación - y no una exposición-del pensamiento de Pedro de Valencia porque tanto en el aspecto biográfico como en el socioeconómico ya se ha avanzado bastante en la dirección de una exposición articulada. Por otra parte, y una vez puesto en marcha el proyecto de edición de sus textos, toda exposición pecará de incompleta mientras no se cierre la edición de las Obras. Además, creo que era necesario llevar a cabo una interpretación del pensamiento de Pedro de Valencia que se situara en la perspectiva de la filosofía y, a la vez, que tuviera en cuenta el valor y el sentido de sus discursos en relación con la época que le tocó vivir. La altura de los tiempos está marcada a principios del siglo XVII por el inicio de la modernidad filosófica y por la exaltación y posterior fragmentación de la naciente y triunfante racionalidad. La presencia y las formas de la razón en Pedro de Valencia, el peso del discurso racional en el conjunto de su obra, las relaciones de su pensamiento con el escepticismo y las determinaciones de los discursos escéptico y académico en e! uso que hace de la racionalidad, son algunos de los temas que creía necesario aclarar. 16 Al mismo tiempo, me resultaban insuficientes las explicaciones que se habían dado respecto a la presencia del discurso propiamente filosófico en su obra y las afirmaciones sobre el carácter exclusiva y definitivamente religioso de su interpretación del mundo. Creo que no era coherente ensalzar la calidad de un libro como las Académica, reconocer su inmenso valor como historia de la filosofía, maravillarse ante la modernidad de un trabajo como ése e, incluso, reconocer la influencia de las corrientes estoicas y cínicas, para afirmar finalmente que todo quedaba anegado por el peso de la escolástica, el cristianismo o la teología. Tampoco me era adecuado atribuir solamente a la caridad cristiana las teorías que en materia de reforma social y de reforma económica había propuesto Pedro de Valencia en los veinte primeros años del siglo XVII. Por eso, el objeto de este trabajo era más que nada aclararme respecto a todos estos puntos, ya que ios trabajos realizados anteriormente, aunque de gran valor, no me parecían del todo completas desde el punto de vista no de la exposición de su pensamiento, sino de una interpretación coherente y conjunta de la obra de Pedro de Valencia. La interpretación que pretendo hacer debe casi todo a los trabajos que he citado antes, no sólo porque una buena parte de las ideas de Pedro de Valencia las he conocido a través de ellos, sino porque este trabajo está pensado en diálogo con ellas. Un diálogo que ha intentado aclarar la presencia del escepticismo y de sus diferentes formas y que ha pretendido también armonizar la filosofía escèptica con el resto de las preocupaciones de nuestro autor. A la vez, ha querido rastrear la importancia del pensamiento escéptico en la formación y en el uso de una forma de la razón que es eminentemente moderna, la razón crítica, y que en Pedro de Valencia tiene uno de los primeros exponentes. Creo que este uso crítico de la razón posibilita una interpretación de la racionalidad del humanista extremeño que no choca con su religiosidad y que, incluso, se sirve de ésta para hacerle un hueco a la subjetividad en el conjunto de su obra. La influencia del hecho religioso tiene, en mi opinión, un triple sentido en el caso de Valencia. Por un lado, contribuye como elemento cultural fundamental a su idea general de la realidad, a su cosmovisión; por otro, introduce al hombre concreto en el centro de las reflexiones de Pedro de Valencia, haciendo de este hombre concreto el objeto fundamental de sus // preocupaciones intelectuales; por último, con la religión entra plenamente en su pensamiento la subjetividad, la consideración del hombre como sujeto, con lo cual se evitan las tentaciones absolutistas de la racionalidad moderna y el equilibrio se convierte en la mejor virtud de una nueva forma de ejercer el pensamiento. Pedro de Valencia es un humanista y, a la vez, un intelectual, sin embargo también es un hombre moderno. La modernidad se da en él en muchas de las dimensiones que más adelante se desarrollarán de manera independiente, pero es fundamental, sobre todo, considerar que Pedro de Valencia vive la época en que se va a acabar imponiendo una forma determinada de racionalidad y que esta nueva forma es deudora del debate que en el siglo XVI hubo sobre el escepticismo y al que contribuyó nuestro autor. Además, su fe sincera, sus preocupaciones por problemas religiosos y teológicos y su interés por la investigación hermenéutica de los libros sagrados son otros elementos de igual trascendencia en la conformación de un pensamiento que, precisamente por gozar de todas estas influencias y trayectorias, es eminentemente moderno. Por todo ello, creo que la mejor forma de definir lo que desde el último tercio del siglo XVI hasta 1620 hizo Pedro de Valencia es afirmar que no fue más que la práctica cotidiana de una forma de entender el "humanismo moderno". Práctica, y no teoría, de un humanismo que es tanto más moderno cuanto que olvidemos sus raíces renacentistas, su subjetividad de origen cristiano, su talante eminentemente antropológico, la pretensión sintetizadora y la influencia clásica, pero que es tanto más humanista en cuanto deja de ser, en virtud de los elementos anteriores, un pensamiento práctico, crítico, de discursos diferentes y autónomos y de claras pretensiones racionales. W CAPÍTULO 1 Entre el Renacimiento y el Barroco 1. De Felipe II a Felipe III T erminando el siglo XVI, en 1596, nacía en una pequeña ciudad de Turena, en La Haya, el primero de los grandes racionalistas modernos, Rene Descartes. En marzo del año anterior, Henrijk Sibert Dungh, censor de Amberes1, daba su autorización para la publicación del opúsculo de un español que en la década de los setenta había estudiado Leyes en la Universidad de Salamanca. Apenas cuatro años antes de la publicación de este librito, había muerto en el castillo familiar, en Francia, Michel de Montaigne, el primer gran escéptico moderno, sin haber conocido la edición de sus Ensayos. Aquel libro publicado en Amberes se titulaba Académica sive de iuducio erga verum, ex ¡psis primis fontibus y su autor era Pedro de Valencia. Además, el encargado de esa primera edición de 1596 había sido, ¿cómo no?, el impresor Juan Moreto, que se hizo cargo del negocio que tanto prestigio alcanzó con el trabajo de Cristóbal Plantino, su suegro, en las décadas anteriores. Parece que la redacción de las Académica tiene su origen en el encargo que Pedro de Valencia recibe de un amigo. Según refleja la carta introductoria que abre la edición de Oroz 2 , Pedro de Valencia responde al requeri- 1 2 Valencia, Pedro de: Académica, p. 245. Oroz, 1987, p. 6 1 . 19 miento de García de Figueroa, también natural de Zafra3 y por estas fechas ocupado como ayuda de cámara de Felipe III. García de Figueroa quiere un estudio sencillo y claro que le ayude a entender las Cuestiones académicas de Cicerón y que, además, le allane ía entrada en el que era problema de fondo para el ayudante del rey, el problema del criterio de verdad. Por esto recurre a su paisano. Pedro de Valencia, que en estos años vivía en Zafra, acababa de conseguir el grado de Licenciado en Leyes por la Universidad salmantina4 y estaba prácticamente en la mitad de su vida cuando se dispone a cumplir el encargo de Figueroa. Dedicaba sus días por entonces a su recién formada familia y a los trabajos de amanuense que todavía hacía para Arias Montano; asimismo, el estudio y la traducción de los autores griegos y latinos le llevaba la mayor parte del tiempo que podía entregar a la labor intelectual. El hecho de que escribiera las Académica en sólo veinte días sugiere que estaba más que familiarizado con los autores que analiza en el texto. Podemos suponer, pues, que una buena parte de sus estudios, tanto en casa de Arias Montano, cerca de Sevilla, como en su casa de Zafra, los había dirigido -con anterioridad al encargo de García de Figueroa- hacia los principales representantes de la Academia. En cualquier caso, es cierto que una de sus preferencias intelectuales a lo largo de su vida fueron los clásicos, tanto historiadores como poetas y filósofos. Con respecto a estos años de su vida, Morocho se esfuerza por determinar sus verdaderas tareas y algunos de los autores clásicos sobre los que estaba trabajando con la intención de saber si realmente había ejercido alguna labor como profesor de lenguas clásicas en Zafra5. 3 «Había nacido también en Zafra, lo que puede explicar que Pedro de Valencia le dedicara sus Cuestiones académicas.» Oroz, 1987, p. 11. 4 «Luego Pedro de Valencia obtuvo el grado de licenciado en Leyes entre el 21 de febrero de 1592 y el 5 de enero de 1594». Morocho Gayo, C , 1993, p. 29 (nota 32). 5 "En 1587 contrae matrimonio, previa dispensación de Roma, cuya solicitud pidió Arias Montano, con su prima Inés Ballesteros. El matrimonio tiene siete hijos y de ellos sobreviven cinco al humanista. A partir de su matrimonio Pedro de Valencia vive en Zafra durante veinte años, retirado y consagrado al estudio de las Sagradas Escrituras y de los clásicos griegos y latinos, en medio de las solicitudes y cuidados que conlleva una familia numerosa". Morocho Gayo, G., 1989, p. 609. 20 Lo cierto es que hasta entonces sus escritos se habían limitado a cuestiones variadas, principalmente traducciones de autores clásicos (el prólogo a las poesías latinas de Arias Montano, fechado el 13 de junio de 1587), alguna obra moral basada en la recomposición de textos griegos (principalmente en Epicteto y Demóstenes) y, sobre todo, numerosas cartas a sus amigos, especialmente a Fr. José de Sigüenza y a Alonso Ramírez (la famosa carta-discurso a Alonso Ramírez con motivo de su nombramiento como Fiscal de Hacienda). Aunque las Académica serán su única obra publicada en vida, la difusión del resto de sus opiniones y dictámenes será considerable. A partir de la redacción de las Académica su obra tendrá una mayor variedad y versará en muchas ocasiones sobre cuestiones ajenas a la filosofía, especialmente acerca de los problemas sociales y económicos del país. Sin embargo, una buena parte de su esfuerzo lo dedicó siempre al estudio y traducción de la literatura y del pensamiento clásicos y a la investigación bíblica. De este empeño por estudiar las doctrinas antiguas queda constancia en ejemplos como el de la influencia que en su método de trabajo dejó el pensamiento escéptico de pirrónicos y académicos. El rigor analítico y el carácter crítico y exhaustivo de sus estudios socioeconómicos guardan, en mi opinión, una cierta deuda con algunas de las enseñanzas escépticas. Desde luego, la gravedad de los problemas que asolaban España no concedía a las cuestiones relacionadas con la investigación de los autores griegos y latinos un puesto prioritario en el interés social. Más bien, la situación de la economía, las inestables posesiones españolas en el exterior de la península y el carácter intrigante de una Corte en gran medida corrupta y, sobre todo, poco eficaz en las tareas de gobierno, debían ser los asuntos que preocuparan a alguien en el lugar de García de Figueroa. Por eso sorprende aún más la petición del cortesano. En cualquier caso, Pedro de Valencia se congratula por el hecho de que alguien dedicado a labores políticas tenga tiempo e interés por cuestiones filosóficas de tal índole y se dispone a cumplir el encargo con celeridad 6 . 6 « Y mientras tanto las mismas circunstancias proclaman una alabanza muy grande de tu persona, y es que tú, de linaje y prestigio tan nobles, a tu edad y en los tiempos que ahora corren, a pesar de residir en la corte real, te preocupas por el cultivo de las letras». Valencia, Pedro de, o.c, p. 63. 21 A la vez, avisa a su impaciente interlocutor de que lo que ha escrito en esta ocasión no es más que un adelanto, una parte de lo que en el futuro le habría de enviar7. El carácter parcial, como manifiesta el texto citado, del estudio de Pedro de Valencia nos servirá más adelante para concretar algunas afirmaciones que se han hecho acerca de la índole de las Académica y de las pretensiones intelectuales del autor cuando trazó el plan de la obra. Es cierto que el hecho de que nunca se llevara a cabo esa anunciada segunda parte va a dejar en hipótesis lo que se diga sobre este punto, pero sin duda es preciso, por este mismo motivo, hacer estas determinaciones, ya que entre las opiniones mencionadas destacan sesgadamente algunas de las líneas arguméntales del texto de Valencia (la consideran como una obra de carácter meramente histórico), ignorando o aminorando la importancia de las restantes. El argumento de las Académica no es unidimensional ni puede limitarse su estudio a la constatación de la destacada calidad científica que tiene una obra de historia de la filosofía por el hecho de escribirse en el siglo XVI. Claro que éste es un aspecto fundamental, pero, en nuestro caso, no lo es tanto porque lo consideremos desde el punto de vista de la historiografía, sino porque nos permite afirmar con certeza el grado de familiaridad que el autor tenía con los autores académicos. El hecho de organizar temáticamente un discurso como el que publica Pedro de Valencia en 1596, que lo hiciera en tan sólo veinte días8 y que proyectara una segunda parte nos hace pensar que el acercamiento a este problema epistemológico no se produjo de forma ocasional. En realidad, el interés por el criterio de verdad no surgió para Pedro de Valencia con el encargo de García de Figueroa. Este interés está íntimamente relacionado con el debate abierto en Europa a raíz de las críticas de Lutero a la autoridad eclesial y las consiguientes respuestas de Erasmo al reformador de Sajonia. Posiblemente, la publicación del texto latino de Sexto Empírico y la gran difusión que tuvo por toda Europa contribuyeron 7 «Por eso, esclarecido varón, te envío una parte de lo que me habías encargado, como primicias de mi ingenio, mientras va madurando el resto: se me antojaba que tus prisas no iban a admitir una mayor dilación», ¡bid., p. 6 1 . 8 «Carta a fr. José de Sigüenza, fechada en Zafra, a 23 de mayo de 1595», en Serrano y Sanz, 1981, p. 15. 22 de manera decisiva al interés que, en ámbitos tan dispares como la corte de Felipe II y la casa familiar de los Valencia en «los confines de la Bética»9, suscitó el problema del criterio de verdad. Si ei libro de Pedro de Valencia pretendía fundamentalmente servir de propedéutica al texto ciceroniano, si cumple con acierto el objetivo de dar cuenta de la escuela académica desde las enseñanzas de Platón hasta los últimos escolarcas, ¿para qué había de enviarle una segunda parte a su amigo Figueroa cuando los objetivos propiamente históricos se habían logrado? ¿Cuál era el plan de esa segunda parte? ¿Por qué consideraba Pedro de Valencia el texto escrito como un mero avance «mientras va madurando el resto»V°. Estas cuestiones quedan explicadas sólo en parte si atendemos a! carácter histórico de las Académica. Creo que la respuesta a éstos y a otros interrogantes contribuirá a conformar más exactamente el perfil filosófico de nuestro autor. En mi opinión, este libro alcanza un gran nivel como texto de historia de la filosofía, pero su valor no se agota aquí. La organización de la obra, las diferentes perspectivas que utiliza para su análisis y ias opiniones del autor permiten considerar este texto como un trasunto del pensamiento de Pedro de Valencia en lo relacionado con la epistemología, es decir, como base y fundamento de sus ideas filosóficas. Esto no quiere decir que Pedro de Valencia fuera escéptico; el problema es algo más complejo. Lo que sí parece claro es que la rigurosidad del texto como obra histórica no es tampoco argumento suficiente para negar la presencia del pensamiento académico en nuestro autor. Así es que en este punto más vale poner en práctica la discusión in utramque partem; será la mejor manera de ser fieles al espíritu que anima las intenciones de Pedro de Valencia. Pero volvamos a 1596, a Zafra y también a Madrid. En estas fechas estamos ante los últimos años de vida de Felipe II, con toda la nación pendiente del desenlace y con el gobierno paralizado por la situación de su rey. Debido a la cantidad de funciones que el monarca asumía directamente era casi imposible desarrollar la acción de gobierno con eficacia en el momento en que la capacidad física de Felipe II disminuía. 9 De esta forma ilama Pedro de Valencia a Extremadura en la carta introductoria en la que dedica la obra a García de Figueroa. Véase: Valencia, Pedro de, o.c, p. 63. 10 ibid., p. 61. jC *J* La sensación de que una época se estaba acabando y la necesidad de que el heredero asumiese la dirección del país contribuían, junto a la mala situación económica de la población, al general estado de provisionalidad y ansiedad en que vivía la nación. Las esperanzas estaban puestas en el nuevo rey, en Felipe III 11 . La desmoralización se apartó momentáneamente con la coronación de Felipe III y el pueblo consiguió ilusionarse ante la perspectiva del cambio en la cabeza visible del país. Los informes que circulaban en la calle sobre el nuevo rey eran esperanzadores, lo que contribuyó a crear algunas expectativas. Lo cierto es que duraron poco y pronto se comenzó a añorar la sencillez y el tino del anterior monarca. Inmediatamente se puso de manifiesto la incapacidad y la desidia del nuevo rey y los negativos resultados de la progresiva acumulación de poder en manos del favorito Lerma. La inmensa corrupción de la que fue protagonista Lerma se uniría a la incapacidad del gobierno para modernizar la estructura social y económica del país. La falta de productividad de la agricultura, la baja calidad del comercio con las Indias y los excesivos gastos derivados de la mala administración, de las posesiones fuera de la península y de las prebendas reales confluirían con la pretensión de ociosidad de un pueblo pobre e incipientemente urbanizado. Pedro de Valencia vive de lleno esta situación, conoce la pobreza directamente y ve las escasas perspectivas de los agricultores en su villa natal. Esto le impulsará a escribir numerosas cartas y memoriales recomendando un cambio en la acción de gobierno y una sustitución de las estructuras sociales y económicas del país. Finalmente es llamado a la Corte, lo cual le proporcionará un puesto de observación privilegiado para comprobar la situación real de la política española. 11 Una novela reciente, que recrea las andanzas por tierras sevillanas de un hidalgo en los úitimos años de vida de Felipe II, refleja perfectamente el espíritu de la época y el sentir de una gran parte de la población: "Cuando regresó a España pensó merecer algún oficio de servir al rey en las escribanías de la Corte en pago a sus servicios de soldado y en compensación por su cautiverio en Argel, pero halló Madrid hecho un hormiguero de pretendientes, todos tan certificados como él pero muchos de ellos con mejores aldabas, y cada cual con su canuto de lata lleno de cédulas y recomendaciones (...). Fueron pasando los días descorazonadores y, al cabo, desengañado y mal contento, desesperando de hallar acomodo en la Corte y de cohabitar con la pobreza, pensó en pasar a Indias donde, por la mayor incomodidad, los oficios no estaban tan solicitados, pero ni eso le salió concertado". Eslava Galán, 1994, p. 8. .Aw ffl Tanto su formación intelectual como sus vivencias en Zafra y en Madrid pertrechan a Valencia de un conjunto de experiencias excepcionales para ser testigo de las inquietudes y esperanzas de los españoles que vivieron a caballo entre el Renacimiento y el Barroco. Por eso sus escritos son un buen lugar para introducirse en las corrientes espirituales que movieron esta época, así como para identificar su posición ideológica y las medidas que propuso con la intención de consolidar una Monarquía estable y hacer la vida de sus conciudadanos un poco más feliz. Si el origen concreto de la inquietud de nuestro autor por los académicos se debe a García de Figueroa, lo cierto es que el interés general por el movimiento escéptico hay que retrotraerlo unos años más atrás, a medidados del siglo XVI. La recuperación de los textos de Sexto Empírico durante el siglo XVI constituye un hecho fundamental en el desarrollo del debate escéptico que hubo en los comienzos de la modernidad. La coincidencia del descubrimiento de los manuscritos de Sexto con uno de los momentos de mayor fragor en la lucha entre los reformadores protestantes y los católicos ortodoxos colaboró de manera considerable a modificar el curso de los acontecimientos. Mientras que Erasmo había evitado por todos los medios a su alcance caer en las redes de un racionalismo extremo y optaba por una piedad cristiana en la que no era decisivo el aparato intelectual que sostenía tales creencias, Lutero atacaba duramente esta posición indignado ante lo que consideraba una flagrante falta de cristianismo, ya que a cualquier cristiano había de imponérsele la verdad de la Revelación. El problema de fe se aproximó y acabó saltando al campo epistemológico al buscar denodadamente ambos partidos un criterio de verdad religiosa que les permitiera cierta superioridad sobre el rival. Había que encontrar una verdad infalible en religión ya que las devastadoras críticas de Lutero, primero, y de los otros reformadores, después, habían socavado de manera definitiva la autoridad de la Iglesia de Roma. La búsqueda de la verdad se unió al intento de encontrar un criterio que fuera universal y que permitiera la anulación del rival, es decir, que fuera exclusivo12. La justificación del criterio, la regla de fe, el último pilar sobre 12 La universalidad y la exclusividad, en mi opinión, son dos de las notas constituyentes de la razón modernizadora tal y como surgió en el siglo XVII, la cual se ha concretado después en razón técnica, por un lado, y razón de Estado, por otro. 25 el que edificar todo el aparato intelectual que sostenía las creencias, se convirtió en tarea primordial para los más destacados personajes de cada bando. Sin embargo, lo más que pudo conseguir cada uno de ellos fue aseverar con certeza que el otro, el rival, no tenía un fundamento último racionalmente aceptable de lo que sostenía13. Como ha dicho Popkin, Lutero había abierto una caja de Pandora y en el futuro sería difícil cerrarla. La falta de criterio de verdad y la certeza -la única quizás- de que no sería posible conseguirlo trasladó, pues, el debate desde el campo religioso hasta ei intelectual 14 . La coincidencia de este momento con la recuperación de los manuscritos pirrónicos de Sexto y la circulación previa de los textos académicos de Cicerón y Diógenes Laercio -Vidas- introdujo de lleno el escepticismo helenístico en el comienzo de la modernidad. La batería de argumentos que los escépticos utilizaron para destruir los criterios de verdad que proponían los estoicos fue adaptada por los hombres del siglo XVI para aplicarla a la solución de sus propios problemas. De esta forma nace la modernidad preñada de la duda escèptica. El problema del conocimiento se torna en este momento el principal de los problemas para cualquier hombre de letras, ya que la crisis religiosa que provocó la Reforma le obligaba a dar cuenta, si no de su mundo, sí de todo lo que lo sustentaba, de sus creencias. El recurso al escepticismo en cualquiera de sus versiones se vuelve algo habitual. Recordemos que había sido el propio Erasmo el que había recomendado la "suspensión del juicio", es decir, uno de los principales argumentos que Arcesilao y Carnéades habían utilizado para justificar su postura. Quizás esto explique en gran medida el interés de García de Figueroa por estas cuestiones y la familiarización de Pedro de Valencia con un asunto que en el siglo XVI era fundamental y al que no se le ha prestado la debida atención cuando se ha estudiado ia vida del humanista zafrense. 13 «Lutero realmente había abierto una caja de Pandora en Leipzig en 1519, y se necesitaría toda la fortaleza de los hombres más sabios de los dos siglos siguientes para encontrar una manera de cerrarla (o al menos, para que la gente no notara que nunca más podría cerrarse)». Popkin, 1983, p. 41. 14 «El problema del conocimiento, que la reforma colocó en lugar principalísimo, fue resuelto de dos maneras distintas en el siglo XVI: por una parte, la suspensión escèptica del juicio, propuesta por Erasmo, apelando a la fe; por la otra, la solución "razonable" de Castalión, ofrecida después de reconocer que los hombres no podían llegar a la certidumbre completa», ibid., p. 42. 26 El rechazo que sufren algunas mentes por la consideración de Pedro de Valencia como escéptico tiene su origen, en mi opinión, en una estimación demasiado burda de lo que fue el movimiento escéptico. Las dimensiones que encierra el escepticismo helenístico -a lo cual me referiré más adelante- son, además de numerosas, más atractivas de lo que se ha insinuado; el escepticismo no es -al menos, no lo es siempre- sinónimo de incredulidad. Los hombres que, como Pedro de Valencia, vivieron en el espacio crítico comprendido entre el Renacimiento y el Barroco vieron en el escepticimo de la Academia, unos, y en el pirronismo, otros, un abanico de posibilidades suficientemente amplio y, lo que es más importante, suficientemente abierto, para dar mínima cuenta de su fe sin tener que entrar en grave conflicto con la racionalidad moderna que se iba imponiendo. Descartes, fundador de la modernidad triunfante, se tiene que hacer escéptico para poder dar cuenta de su racionalidad -una racionalidad que se vuelve enseguida hacia su metodología escèptica para destruirla- y, sin embargo, se mantiene creyente hasta el final de sus días. En este sentido es curioso comprobar cómo ya aparecían en las Cuestiones académicas ciceronianas conceptos que varios siglos después empleó Descartes para fundamentar el moderno racionalismo; términos como "claridad y distinción", "evidencia" e, incluso, la hipótesis del "genio maligno" ya fueron recogidas por Cicerón al repasar las doctrinas de Arcesilao y de Carnéades. El reto en todos los casos era conjugar la profunda fe de estos hombres con la aprendida y emergente racionalidad moderna. En el caso de Descartes la solución fue rápida y radical; en el caso de otros como Pedro de Valencia la evidencia de la razón no se imponía con la fuerza {enargeia) que tuvo que imprimirle Descartes; por eso, la postura de Pedro de Valencia se presenta compleja y por eso también el error tan extendido de solucionar el problema de adscripción del autor de las Académica con un apresurado «no era moderno», «no era escéptico porque era creyente» o «su obra era un libro de historia de la filosofía». No es casual que en 1596 Pedro de Valencia publicara una historia del antiguo movimiento escéptico. Comprender adecuadamente el comienzo de la modernidad y de la trayectoria triunfante de la razón tal y como la entendió Rene Descartes supone necesariamente pensar el escepticismo tal y como se les presentó a estos hombres del siglo XVI, es decir, en el marco de sus profundas y sinceras -al menos en el caso de Pedro de Valencia- creencias religiosas. 27 Por el contrario, hacer esto no implica afirmar la adscripción de Pedro de Valencia a alguna de las escuelas escépticas antiguas con prioridad sobre las demás, ni siquiera dar por sentado su escepticismo15. Por tanto, el caso de Pedro de Valencia habrá de ser considerado desde una perspectiva más amplia, con la presencia simultánea de las dos directrices que marcan su biografía intelectual, esto es, su fe y la utilización que hace de la razón. Una de las cuestiones en que coinciden todos los que han estudiado alguno de los aspectos de la obra de Pedro de Valencia o de su vida es el carácter profundamente sincero de su religiosidad. Se puede discutir cuál es el sesgo de su cristianismo y su proximidad o distancia de las corrientes de la espiritualidad cristiana en estos años16. Pero sobre lo que no parece haber duda es sobre su sincero cristianismo. Sus numerosos escritos sobre problemas teológicos, su conocida defensa de la edición que hizo Arias Montano de la Biblia Políglota y su intervención en asuntos relacionados con ¡as erróneas prácticas religiosas que tenían lugar en diversos puntos del país parecen confirmar la opinión acerca de su sentir como cristiano. La reconocida religiosidad de Pedro de Valencia se confirma si atendemos a textos como el que cierra su estudio sobre los filósofos académicos. «El que sienta conmigo que le falta la verdadera sabiduría, que no la busque en esta filosofía humana, sino que se la pida a Dios que la da a todos con generosidad, y a nadie echa en cara. Si alguien piensa que es sabio en este mundo, hágase necio para ser sabio, pues Dios, que escondió la verdadera sabiduría a los amantes de la falsa sabiduría, la revela a los pequeños. A Dios, único sabio, toda alabanza por medio de Jesucristo. Amén»u. 15 En este sentido, Popkin extiende los límites del problema al explicar lo que suponía el escepticismo: «ya que escepticismo significaba una visión filosófica que plantea dudas acerca de lo adecuado o fidedigno de las pruebas que puedan ofrecerse para justificar alguna proposición», ibid., p. 1 7. 16 Ver el libro de Ben Rekers sobre Arias Montano, Madrid, Taurus, 1973. 17 Valencia, Pedro de, o.c, p. 243. 28 Este texto y otros similares18 han sido utilizados como ejemplo demostrativo del talante cristiano de nuestro autor y de la separación radical que se aprecia en sus escritos entre la esfera de la fe y la de la razón. Los argumentos de unos van encaminados a destacar la preeminencia del aspecto religioso de su pensamiento, mientras que otros optan por afirmar su escepticismo o su racionalismo19. Lo que importa destacar de estas opiniones es el intento de hacer prevalecer una de las tendencias que presenta la personalidad intelectual de Valencia, anulando en casi todos los casos las otras. Estos análisis parten del hecho de que es contradictorio un cierto grado de racionalismo o la propia instalación en el escepticismo con una sincera creencia y práctica de la religión cristiana. Es decir, que era imposible para un intelectual de finales del siglo XVI ser un auténtico cristiano y a la vez ejercer de racionalista. Pero hemos visto que es precisamente una cuestión religiosa el origen del debate escéptico. Son Lutero y Erasmo los que «abren la caja de Pandora» y obligan a que los intelectuales de la época adopten una posición acerca de la capacidad racional del hombre y, lo que es más importante, acerca de cómo hacer compatible ese incipiente racionalismo con sus profundas creencias religiosas. El desenlace en el plano religioso va a ser nada menos que la escisión de la Iglesia entre protestantes y católicos. Las salidas a la crisis escèptica no fueron fáciles. La diversidad de caminos empleados coincide en el empeño por salvar el elemento religioso. La lucha por hacer compatible la religión practicada y la racionalidad emergente es un argumento esencial para entender a hombres como Pedro de Valencia. Hacer la disección de su pensamiento desde la perspectiva de un intelectual posterior a Descartes es cometer un grave error de perspectiva, no porque se haga desde una época diferente, sino porque el período inmediatamente anterior al del autor del Discurso del método es determinante 18 Las palabras que anteceden al anterior texto de Pedro de Valencia en las Académica son también útiles en este caso. 19 «Es cierto que hay autores, como Menéndez Pelayo, que afirman que Pedro de Valencia fue un pensador escéptico, e incluso quien lo califica de racionalista, como Serrano y Sanz. En nuestra opinión se trata de exageraciones. Valencia es crítico más que escéptico, (...). Tampoco creemos que se pueda calificar de racionalista a quien procuraba siempre buscar en la Sagrada Escritura la fuente primera de sus conocimientos.» Paradinas Fuentes, 1994, p. CXV. 29 para comprender el camino tomado en esta obra. La opción cartesiana y con ella, la opción modernizadora y racionalista que se impuso, responde directamente a la crisis escèptica y religiosa que se desencadena en el siglo XVI. La búsqueda racional del criterio de verdad y la práctica de la fe eran las dos partes de una misma obligación para los intelectuales del XVI como Pedro de Valencia y eso independientemente de la preeminencia que le atribuyeran a cada campo del conocimiento20. Popkin pone el énfasis en una de las salidas de lo que él denomina "crisis pirrónica". En su opinión, el camino de! fideísmo -que inició Erasmo- es el más interesante de los que se abrieron como fruto del choque que supuso el desafío contenido en los textos de Sexto. La acotación semántica de lo que entiende por "fideísmo" cobra importancia para entender la posición de Pedro de Valencia21, ya que -según Popkin- el humanista zafrense está encuadrado dentro de los que optaron por la vía fideísta22. Pedro de Valencia da a la fe prioridad sobre la razón, sí, pero nunca abandona el camino de ia razón. En este sentido podemos hablar del "fideísmo" de Valencia. Lo que ocurre es que desde nuestro punto de vista decir esto es casi lo mismo que decir irracionalismo. Recordemos sin embargo, que la fe a la que hace referencia Popkin cuando habla de la aceptación de alguna proposición no es necesariamente la fe religiosa; se trata simpie- 20 «Luego, los escépticos recomendaron la suspensión del juicio sobre la cuestión de si estas creencias eran ciertas, sin embargo, aún se pueden mantener las creencias pues toda clase de factores persuasivos no deben tomarse como evidencia de que la creencia era cierta. Por tanto, "escéptico" y '"creyente" no son clasificaciones opuestas». Popkin, R. H., o. c.,p. 17. 21 Refiriéndose a las líneas finales de las Académica, Popkin dice lo siguiente: «Por tanto, no a causa de los argumentos escépticos, sino por el estudio de la historia del escepticismo, el lector, presumiblemente, debía descubrir el mensaje fideísta: que la verdad sólo se encuentra por la fe, no por la razón», ibid., p. 73. Esta última idea niega a la razón toda certidumbre completa y absoluta de la verdad anterior a la aceptación de alguna proposición o proposiciones por fe (...), aun cuando la razón pueda desempeñar alguna función relativa o probable en la búsqueda o explicación de la verdad», ibid., p. 18. 22 «El fideísmo abarca un grupo de posibles opiniones, que van desde: 1) la de una fe ciega que niega a la razón toda capacidad de llegar a la verdad, o de hacerla verosímil, y que fundamenta toda certidumbre en una adherencia completa e incondicional a algunas verdades reveladas o aceptadas, basta 2) la que da a la fe prioridad sobre la razón. 30 mente del establecimiento de un punto sobre el que sostener el resto del aparato de creencias. Es decir, para encontrar la verdad lo primero que hay que hacer es decidir cuál va a ser el criterio de verdad que vamos a emplear. Para Descartes será la duda metódica23 y para fideístas como Pedro de Valencia habrá de ser la Sagrada Escritura o la fe cuando así corresponda, pero también serán elementos procedentes del uso crítico de la razón, del conocimiento histórico y de la autolimitación de la razón provocada por el ataque escéptico. El procedimiento en ambos casos es el mismo. Y es que la razón, hasta que se acepta una proposición primera, no ofrece certidumbres completas. Que las Académica es un texto de historia de la filosofía en el sentido moderno del término no lo pone en duda nadie24. Tampoco es cuestionada en ningún caso la calidad de este trabajo. Los elogios hacia esta obra de Pedro de Valencia se han repetido sucesivamente y no tanto por lo interesante del tema sino por la altura científica que alcanzó como libro de historia. En el siglo XVI pocos textos son comparables al de nuestro autor en rigurosidad, en el manejo de las fuentes y en el reflejo fiel de las opiniones de los autores estudiados. Este aspecto es resaltado por todos los que se han acercado al texto de las Académica desde cualquier ángulo 25 . Su talante riguroso ha hecho que se considere el texto como un libro moderno en el sentido en que hoy hablaríamos de un manual de historia de la filosofía. La constatación del carácter histórico de esta obra la podemos encontrar en el testimonio del propio autor, el cual deja claro en numerosas ocasiones cuál es el procedimiento que utilizará en su redacción. «Me voy a limitar a seguir el curso de aquel río que, procedente de Sócrates hasta llegar a la Academia, propagándose al través de diferentes sabios hasta la época de Cicerón, desapareció en tiempos del filósofo romano ...» 26 o también, 23 No hay que olvidar que Descartes se tiene que hacer escéptico y dudar de todo para poder establecer un punto sobre el que apoyarse. 24 Véanse entre otros ios trabajos de Menéndez y Pelayo, Serrano y Sanz, Marcial Solana, Rodríguez Bachiller, Holgado Redondo y Oroz. 25 Solamente Marcial Solana pone algún reparo a la calidad científica de las Académica, aunque enseguida delimita el alcance de su crítica. Véase Solana, 1941, p. 375: «Sin embargo, hay que poner algún reparillo a la obra de Pedro de Valencia ...». 26 Valencia, Pedro de, o.c, p. 69. 31 «Pero ahora no vamos a examinar el problema mismo, ni expondremos nuestro parecer, sino que vamos a referir un hecho, a la manera de los gramáticos, como dice Galeno, esto es, reduciendo nuestro trabajo a repetir y poner de manifiesto las palabras de los antiguos...»27. La posibilidad de considerar a Pedro de Valencia como pensador escéptico o bien como creyente enemigo de la razón condiciona las opiniones de quienes consideran este libro como un mero texto -aunque de gran altura- de historia de la filosofía, el cual debe su gran calidad y prestigio precisamente a la objetividad de que hace gala en todas sus páginas28. La rigurosidad y precisión en el manejo de las fuentes excluiría la posibilidad de asignar a Pedro de Valencia adscripción a algunas de las etapas de !a Academia y considerar siquiera la opción de que fueran ciertas sus simpatías hacia la filosofía académica. Ei nivel científico de la obra y su carácter histórico parecen, en ocasiones, elementos suficientes para deslegitimar cualquier otra interpretación de la obra de Valencia que no sea la de su consideración histórica. Sin embargo, podemos encontrar en las Académica otros párrafos que muestran suficientemente que, en varias ocasiones, el autor expresa sus opiniones acerca de las doctrinas que está exponiendo. Por otra parte, creo que siempre es más acertado considerar lo que hace Pedro de Valencia teniendo presente ei marco intelectual expuesto anteriormente que eliminar de raíz el debate escéptico y las salidas fideístas que se ensayaron durante el siglo XVI. Optar por la segunda opción me parece descontextualizar la obra de Valencia y hacer de la redacción de las Académica un inesperado aunque plausible accidente histórico, pero accidente en cualquier caso. El hecho de considerar -como hace Popkin 29 - esta obra desde la perspectiva de su objetividad histórica no supone eliminar otras consideracio- 27 Ibid., p. 85. «Nuestro autor muestra a lo largo de toda esta obra una extraordinaria habilidad en poner en claro y de una forma crítica la evolución de las doctrinas escépticas en la antigüedad, aunque en general podemos afirmar que le interesa más establecer los hechos históricos que aplicarlos a su propia filosofía. Es decir, se nos manifiesta más como historiador de la filosofía que como filósofo». Oroz, 1987, p. 49. 29 «Existe un interesante obra de Pedro de Valencia que al parecer fue poco conocida en sus días, pero que fue leída con atención en el siglo XVIII. En 1596, este autor 28 ijf Jim* nes. Más aún, en mi opinión, la calidad científica del texto no hace sino resaltar cualquier propuesta de acercamiento a la auténtica postura de Pedro de Valencia, siempre que tales propuestas se lleven a cabo con serenidad y se apoyen en hechos suficientes. El propio Pedro de Valencia toma partido, en varias ocasiones y de modo diferente, p.e., a través de la periodización que hace de la Academia, en su opinión sobre los pirrónicos y en la crítica académica de la teoría estoica del conocimiento. «Pero vamos a presentar de forma resumida qué es lo que pensamos acerca del pensamiento de Filón, y entonces traeremos a colación los testimonios de los antiguos, de los que podremos sacar nuestro pensamiento»3,0. En el caso de la periodización de la Academia, Pedro de Valencia opta en primer lugar por señalar a Sócrates como iniciador del método que después van a utilizar las diferentes escuelas académicas. Más adelante estudia algunas de las aportaciones que hizo Platón a la filosofía en el campo de la teoría del conocimiento31, aclarando que aunque fuese el fundador de la Academia no es correcto atribuirle a él e! origen de la corriente escèptica; más que en los diálogos de Platón es en las enseñanzas de su maestro, de Sócrates, donde hemos de buscar el germen del escepticismo académico. «Sócrates, en cambio, no era de los que emprenden cosa alguna sin su técnica propia, ni de los que piensan que se puede actuar según el capricho de cada uno. En consecuencia, cuando, dejando a un lado el estudio y la especulación caprichosa de la naturaleza y de los fenómenos atmosféricos, decidió utilizar la razón como guía de la vida práctica, al tiempo que modelaba sus costumbres y las de los demás hombres, descubrió la técnica de todo ello, es decir, la dialéctica y la ética»32. Del origen socrático de la escuela académica, o al menos, de su método, Pedro de Valencia toma -según creo- dos elementos que habrá de publicó Académica, una historia totalmente objetiva del escepticismo antiguo.» Popkin, R.H., o.c, p. 73. 30 Valencia, Pedro de, o.c, p. 85. 31 Pedro de Valencia recoge la distinción platónica entre conocimiento sensible o dixa y conocimiento científico o epistéme y establece que esta distinción es el origen de la discusión acerca del criterio de verdad. 32 Ibid., p. 67. 33 incorporar a su aparato filosófico. Por un lado, la utilización de la razón como guía en la vida práctica. Esto se debe a que las diferentes soluciones concretas que deparaba el escepticismo en cualquiera de sus modelos suponía dejar un camino demasiado abierto para la ética, camino que sólo se estrecharía si se aceptaba un código moral estricto y normativamente determinado. La otra posibilidad era hacer de la razón el parámetro de la conducta, sin atenerse de manera específica a un código cerrado, de manera que el sentido común, es decir, lo razonable junto a lo racional, operasen de forma autónoma en el ámbito ético. Lo cierto es que esta posibilidad es la que más fácilmente concuerda con la doctrina académica de la suspensión del juicio y con su vertiente práctica, el probabilismo: hay que actuar pensando que lo que es verosímil o probable es lo verdadero y, por tanto, el criterio de conducta. El otro elemento propiamente socrático que asume Pedro de Valencia es la división de la filosofía en dialéctica y ética. La dialéctica, entendida como el resultado de utilizar la discusión in utramque partem, se constituye en el método de conocimiento por excelencia. La aproximación a la argumentación desde ambos lados y la observación de los hechos o de los razonamientos desde todas las perspectivas es la única forma de disminuir la capacidad de error en el juicio y acercar al investigador a una afirmación probabilística. La ética, por su parte, es el último paso del conocimiento; el desapego que siente el talante intimista de Pedro de Valencia hacia la vida pública y la imposición vital de su facticidad, le obligan a adoptar una decisión acerca de los criterios con los que desenvolverse en la vida cotidiana, criterios que han de ser suficientes, no necesarios. La razón es la guía, aunque no la única, de un camino que tiene como última etapa la verdadera sabiduría, concebida en gran medida como estado beatífico. «Nos dice este autor -se refiere Pedro de Valencia a Sexto Empírico- que Arcesilao mandó que, en la vida práctica, se siguiera lo que se creyera probable, pues el que se conduce con prudencia alcanza la felicidad. Ahora bien, la prudencia se muestra en la rectitud de las acciones, y se considera hecho rectamente todo aquello de que se puede responder de una manera conforme a la razón. Según esto, el que sigue lo probable, se conduce rectamente y alcanza la felicidad. Todos estos principios son muy propios de ¡a doctrina académica»33. 33 Ibid., p. 97. 34 Pero volvamos a las etapas de la Academia. La escuela académica empieza para nosotros con Arcesilao y tiene su continuación con el escolarcado de Carnéades, personaje de gran talla intelectual 34 . Estos dos personajes son los que configuran el entramado intelectual que habría de constituir el escepticismo académico, el cual surge y se desarrolla en constante polémica con los filósofos estoicos. Pero además de estas dos corrientes fundamentales del escepticismo académico apareció otra formada por los seguidores de Pirrón de Elis, a los que se ha denominado escépticos radicales por lo extremado de sus teorías en lo referente a la posibilidad que tiene el hombre de un conocimiento seguro. Estas tres corrientes -la que inicia Arcesilao, la de Carnéades y la pirrónica- son las tres principales variedades del escepticismo antiguo para Pedro de Valencia. Para evitar problemas conceptuales y para no caer en el error de asignar equivocadamente a Valencia a alguna de las escuelas escépticas, lo más adecuado será hacer algunas precisiones terminológicas. De esta forma, llamaré en adelante "académicos" a los pensadores que siguieron en líneas generales las doctrinas de Arcesilao y de Carnéades -especificando en cada caso a cuál de ellos me refiero- y filosofía académica a la que enseñaron estos escolarcas o sus discípulos. Por otra parte, denominaré "pirrónicos" a los que antes me referí como escépticos radicales cuya principal fuente en el siglo XVI es la edición latina de Sexto Empírico. Por último, cuando hable de "escepticismo", en sentido amplio, y especialmente referido a los autores del siglo XVI -aunque la mayoría de estos autores identificaran "escéptico" con "pirrónico"- estaré usando la definición de Popkin cuando dice que «escepticismo significa una visión filosófica que plantea dudas acerca de lo adecuado o fidedigno de las pruebas que puedan ofrecerse para justificar alguna proposición» 35 . Para finalizar, habría que decir que la inclusión de Epicuro en esta historia de las Academias media y nueva y la insistencia de Pedro de Valencia en el criterio de verdad epicúreo, esto es, en la evidencia, son hechos significativos para determinar cuál era la postura de nuestro autor respecto al problema del conocimiento. La evidencia que recomienda Epicuro como criterio de verdad 34 «Es éste aquel Carnéades cuyo nombre es célebre tanto en la oratoria como en filosofía, puesto que es considerado como el verdadero fundador de la Academia nueva». ibid-, p. 145. 35 Popkin, R.H., o.c, p. 17. 35 es importante porque se basa en una distinción previa de gran valor. Epicuro parte de la diferencia entre el mundo de los hechos -de la realidad en sentido lato- y el mundo de las proposiciones, es decir, de aquello que decimos acerca de la realidad. Lo que perciben los sentidos es, según Epicuro, cierto y evidente, sin embargo, las opiniones unas veces son verdaderas y otras son falsas. El problema radica en que no somos capaces de reconocer adecuadamente estas opiniones ni separarlas de las percepciones de los sentidos. «Dice que a cada una de las fantasías se añade inmediatamente una opinión que le sigue de cerca, opinión que se llama dóxa e hypólepsis, en virtud de la cual depositamos en nuestro interior la percepción que ha producido aquel objeto. Añade que esa opinión o dictamen es la que se equivoca; y como no sabemos distinguirla de la evidencia y de la fantasía verdadera que se ha producido, atribuimos su equivocación a la fantasía. Por lo cual es de sabios distinguir la opinión de la evidencia, sin confundirlas entre s/V 6 . Los juicios, por lo tanto, para ser ciertos han de estar apoyados en la evidencia. El recurso de Epicuro a la evidencia es lo que mueve a Pedro de Valencia a darle tal importancia a su teoría del conocimiento, a pesar de que se trata, en gran medida, de una teoría sensualista con algunos matices muy parecidos a la que sostuvieron los estoicos37. 2. Algunas ideas escépticas Una gran parte de las doctrinas académica y pirrónica se conformó a través del debate que Arcesilao inició con el estoico Zenón. Para los académicos, la filosofía estoica constituía el caso más denostable de pensamiento dogmático 38 y por ello se dispusieron a combatirla con todos los medios que tenían a su alcance. 36 Valencia, Pedro de, o.c, p. 227. La evidencia será más adelante uno de los argumentos principales utilizados por Descartes en !a construcción de su método. 38 Recordemos la división de la filosofía que al comienzo de las Académica hace Pedro de Valencia. «Todos ios filósofos, en general, se pueden calificaren dos grupos principales: dogmáticos, que establecen doctrinas y principios dogmáticos; y aporematicos o 37 36 El origen de la disputa está en el debate por ei establecimiento de un criterio de verdad. Mientras que los académicos pusieron sus esfuerzos en limitar su asentimiento a lo meramente probable, los estoicos elaboraron una compleja teoría del conocimiento basada en la distinción entre las partes sensible e inteligible del alma. Para los estoicos el papel de los sentidos era clave en el proceso del conocimiento, ya que lo percibido por los sentidos era cierto en cuanto que ha de ser producido por lo «que es, tal cual es» y nunca podría haber sido producido por lo que no es. Se trata de la «fantasía aprehéndeme», que viene al encuentro de la mente y queda impresa en ella; como la mente goza de la facultad de discernir, «enuncia en su interior lo que le comunica la fantasía» y si el discernimiento no aprecia en tal fantasía nada que se oponga a la naturaleza entonces decimos que se ha producido ia «sensación». «Ahora, bien, si la realidad, cuya visión fue percibida y aceptada por la mente, es juzgada acorde con la naturaleza, se sigue la hormé o apetición o apetencia. Pero si resulta disconforme con la naturaleza, entonces se da la aphormé o éklisis, es decir, el alejamiento y la fuga del alma»iq. Uno de los problemas principales que inclinan a Pedro de Valencia contra la teoría estoica del conocimiento es la conclusión que Zenón y sus discípulos extraían de esta primera parte de su doctrina. De acuerdo con la aceptación por parte de la mente de la sensación que había traído la fantasía aprehensiva, habría de darse necesariamente el asentimiento de la parte racional del alma, de manera que esta necesidad se imponía ontológicamente. De esta forma, ía Stoa -además de mezclar ambas partes del almacometía el error epistemológico de hacer inseparables la dimensión sensible del conocimiento de la dimensión inteligible, lo cual era inaceptable para quien en este punto seguía a Platón40. escépticos, que dudan de todo, que discurren e inquieren en todas direcciones sin afirmar nada, sin prestar su asentimiento a nada». Valencia, Pedro de, o.c, p. 73. 39 Después continúa Pedro de Valencia: «La hormé es "un impulso del alma hacia algo". La logiké hormé o "apetito racional" se define como "un impulso, movimiento o inclinación de la mente hacia algo que existe en la acción"», ibid., p. 129. 40 Para Olaso los académicos no son nada más -y nada menos- que platónicos que no admiten las Ideas. 37 Pedro de Valencia simpatiza, en mi opinión, con la distinción platónica de entendimiento y sentidos que abre el capítulo primero de su libro. Esta distinción ontològica lleva implícita una separación epistemológica que es insuperable y que debe permanecer como tai, ya que si -como hacen los estoicos- relacionamos de tai forma el entendimiento con los sentidos, no es que cometamos un error en el campo de la teoría del conocimiento, es que lo estamos cometiendo en el mismo ámbito de la estructura de la realidad. «La mente o inteligencia humana -la anthrópinos noüs-, juzga de las cosas por medio de la razón. Y dado que las cosas, unas caen dentro del ámbito de la inteligencia y otras dentro del campo de los sentidos, o lo que es lo mismo, las prágmata, unas son noetá o intelligibilia, inteligibles, y otras son aisthetà o sensilia, sensibles. En consecuencia, el logos o razón humana, que de ellas juzga, debe ser también doble. Es decir, la razón que percibe las aisthetà se llama opinante u opinadora -doxastikós lógos-, y las realidades expuestas a los sentidos, las llamamos opinables o doxastà; y la percepción de estas realidades es la dóxa, opinión o parecer. En cambio, las cosas que caen dentro del ámbito de la inteligencia y son captadas por otra razón -el epistemonikòs lógos- constituyen la ciencia o epistéme, que se funda en la inteligencia»41. Valencia expone los argumentos que utilizaron tanto Zenón como Arcesilao y seguidamente, apoyándose en las razones que ofrece San Agustín, se pone del lado de los académicos frente a la teoría del conocimiento de los estoicos. El error de Zenón es -para Pedro de Valencia- haber llevado al extremo materialista su sensualismo epistemológico y «defender que las almas y el mismo Dios no eran sino cuerpos»42. En efecto, para los estoicos era una verdad fundamental la que afirmaba que no sólo el alma, sino todo lo que hay en la naturaleza, es decir, toda la realidad, tenía un cuerpo, era material43. Esta afirmación -de por sí rechazable para Pedro de Valencia- tenía una importante consecuencia gnoseológica. Como hemos visto, la fantasía sensible se producía en el alma, sin que el hombre participara activamente en ella, ya que era la propia alma -su parte principal o hegemonikón- la que 41 42 43 Ibid., p. 73. Ibid., p. 87. Ibid., p. 111. 38 comprobaba de forma automática si la sensación llevaba implícito algo no natural. La conclusión de todo este proceso es que el asentimiento no era algo que el hombre pudiera decidir, sino que se imponía por la fuerza misma de la fantasía aprehensiva convertida en sensación. Mientras Arcesilao rechazaba toda comprehensión así entendida y su conclusión, el asentimiento, Zenón negaba la posibilidad de la opinión que defendían los académicos. El rechazo de la suspensión del juicio por parte de los estoicos llevó a Arcesilao a extremar su posición hasta tal punto que en algunas ocasiones Valencia lo califica como "pirrónico"; esta postura fue corregida posteriormente por Carnéades -pensador de mayor agudeza- quien se convirtió en el «enemigo más poderoso para todos los dogmáticos y, en especial, para los estoicos»44. La teoría estoica del conocimiento, tal y como la expone nuestro autor, supone la negación de la libertad en el proceso del conocimiento, ya que el asentimiento se produce como algo automático para el hombre desde el momento en que se acepta la doctrina de la fantasía aprehensiva y de la sensación. Una teoría del conocimiento que parte de la consideración material del alma, del mundo y de Dios y que, además, niega la libertad del hombre en el ámbito intelectual era inaceptable para un pensador de profundas convicciones cristianas como Pedro de Valencia. Este rechazo de la teoría estoica del conocimiento habría de extremarse necesariamente si tal doctrina había pasado -como es el caso en Pedro de Valencia- por el tamiz de la visión agustiniana del hombre concebido como un ser eminentemente libre. El hecho destacable es que Valencia sigue a San Agustín en la concepción de la libertad como una de las características constitutivas de su naturaleza, lo cual habrá de ser importante a la hora de interpretar las opiniones del zafrense en cuestiones sociales y económicas. La presencia de la Stoa en el debate epistemológico no sólo sirve a los académicos y pirrónicos para criticarla de forma radical, sino que, producto de tal debate, nacen algunas de las ideas positivas de estos filósofos acerca del tema del conocimiento. La teoría epistemológica de los académicos descansa fundamentalmente en las nociones de "fantasía", "probabilidad" y "epokhé", las cuales guardan cierta similitud en las propuestas de los diferentes escolarcas de la Academia. Ibid., p. 145. 39 Fantasía Lo que obliga a los académicos a dudar sobre la realidad es la doctrina estoica de las «fantasías». La división de las fantasías que hizo Zenón suponía que había verdadero conocimiento cuando en el alma se producía una phantasía kataleptiké. Zenón cifró en esta visión comprehensiva el criterio de verdad, ya que una visión de este tipo constituía por sí misma un criterio indubitable de que lo que la había producido era cierto y que además era tal y como había quedado representado en el alma. «En efecto, para que podamos afirmar de una visión que es aprehendida, es preciso que provenga de lo que es y represente el objeto tal cual es, y al mismo tiempo sea tal que no pueda darse ninguna otra visión de la misma e idéntica forma, hasta el punto de que en modo alguno pueda distinguirse de la visión verdadera»4^. La postura de los académicos era ya de por sí contraria a la preeminencia que los estoicos daban a los sentidos en el proceso cognoscitivo y lo que hacen en la mayoría de sus razonamientos es, simplemente, poner de manifiesto las contradicciones arguméntales que se derivaban de la actitud sensualista de la Stoa. La radicalidad del enfrentamiento implicó que los académicos invirtieran los términos del problema e hicieran residir la aprehensión en el asentimiento, es decir, en la aprobación racional como paso previo para la concesión de valor alguno al testimonio de los sentidos. La crítica académica de la teoría estoica de las fantasías se basa en el hecho de que éstos las clasifiquen apriorísticamente en verdaderas y falsas, aprehendidas y no aprehendidas, cuando para el sujeto que las percibe «enriada se diferencian las verdaderas de las falsas, y ninguna de las dos puede ser aprehendida por él»4b. Para los académicos la verdad o falsedad de un hecho pertenece fundamentalmente al campo de la razón, de los razonamientos y, en última instancia, de los juicios, de las proposiciones acerca de la realidad, de manera que la determinación de la verdad o falsedad de una fantasía no puede ser establecida por los sentidos -que son un órgano receptivo, pasivo- sino que ha de ser determinada por la propia razón, que es la única que puede establecer si lo que se afirma se corresponde o no con la realidad que parece representar. 45 46 Ibid., p. 125. Ibid., p. 163. 40 Los académicos no aceptan que las fantasías sean de por sí más que probables, es decir, que para los seguidores de Arcesilao y Carnéades la percepción no tiene más valor que el aproximativo en tanto que la razón no haya juzgado detenidamente si lo percibido guarda relación con la realidad. La postergación de lo sensorial tiene como objetivo evitar e! error, ya que la primera condición necesaria para alcanzar la felicidad es evitar caer en el estado de error. La máxima del escepticismo, la mirada cuidadosa de lo que es objeto de investigación47, se hace patente en esta ocasión. Las sensaciones son válidas siempre que se las considere dentro del ámbito cognoscitivo que les corresponde, porque las pruebas de que los sentidos fallan son numerosas. Además de percibir, hay que juzgar lo percibido y hay que hacerlo de acuerdo con las directrices que marca la razón. De esta forma, la comprobación se convierte en una imposición para el que quiera dar algo por seguro. El académico tiene que cerciorarse de que lo que ha creído experimentar es cierto, tiene que atender a un nivel que está por encima del sensorial y que da cuenta de éste. El nivel de los juicios es la clave de la teoría epistemológica de la Academia. De esta forma establecen dos instancias para no incurrir en error. La primera es la que nos avisa de si las sensaciones que han producido las fantasías son correctas o no, con lo cual han elaborado una especie de teoría de la verdad como correspondencia, pero en el doble plano de las sensaciones y de la realidad. La segunda instancia es la que comprueba que lo juzgado -nivel del lenguaje- se corresponde con lo realmente percibido, es decir, que al juzgar no se han cometido contradicciones internas. Carnéades elabora su propia teoría de las fantasías, criticando la doctrina estoica y concediendo a los sentidos solamente la posibilidad de ser fiables. Todas las fantasías no son, pues, más que probables. Ahora bien, en la división que hace Carnéades hay varios grados de probabilidad, los cuales se establecen según haya sido la profundidad del examen que la razón ha llevado a cabo de las mismas. Así, junto a las fantasías meramente probables, Carnéades establece las que además de ser probables no han producido sospecha alguna en la mente, es decir, su percepción no ha perturbado inicialmente a la mente; por último, las que ofrecen un mayor nivel de Ferrater Mora, 1988, vol. II, p. 972. 41 probabilidad son las que cumplen las condiciones de las dos previas y además han sido revisadas en profundidad y han sufrido un examen completo. «Unas fantasías, dice, son pithanaío, probables; otras pithanaíkaí aperíspastoi, es decir, probables y además no rechazadas por nadie, acerca de las cuales la mente no se distrae, es decir, indistractae, por decirlo con una palabra. Otras son pithana", aperíspastoi ka" periodeuménai o exodeuménai, o lo que es lo mismo, probables, no rechazadas o no distraídas, y revisadas o recorridas,..»48. El objetivo de esta división de las fantasías que hacen los académicos es tener algunos criterios para los casos en los que se impone la necesidad de actuar, criterios que serán más rigurosos según sea el grado de importancia del asunto que estemos tratando. De esta forma consiguen un criterio bastante abierto, es decir, poco comprometido con sus propios principios, ya que siempre dirán que todas las fantasías son probables y, a la vez, evitan el ingenuo dogmatismo estoico. En cualquier caso, Carnéades solamente autorizaba a prestar el asentimiento a una fantasía y decía que podía afirmarse su credibilidad cuando se había llevado a cabo un examen completo y riguroso de «todos los detalles que están en torno al objeto y fuera de él»49 y una vez finalizada esta revisión se comprueba que nada es rechazado por la mente ni por el espíritu. Con esta teoría salvan el problema que suponía la determinación de los criterios de decisión en el ámbito práctico. Si no se establecían unos mínimos criterios -aunque sólo fuera el de la probabilidad-, era fácil combatir la doctrina académica apelando a un caso concreto de la vida normal. Con la división que hace Carnéades de las fantasías y con la condición de probabilidad como mínimo común a todas ellas, fortalecen su crítica a la Stoa y evitan la consiguiente réplica de los seguidores de Zenón y Crisipo. La división de las fantasías es un recurso utilitarista para, sin caer en la contradicción de declararse dogmáticos, salir del paso en el ámbito práctico. Si se producía error en la consideración de las fantasías o en la aplicación práctica de lo juzgado bastaba con recurrir al probabilismo que está en la base de la doctrina - l o que afirmamos era sólo probable- y así quedaba justificado el error y derrotados los adversarios. 46 49 Valencia, Pedro de, o.c, p. 1 73. lbid„ p. 175. 42 «Con toda diligencia enseñan qué clase de examen, qué especie de atención espiritual, qué solícita circunspección conviene aplicar para conseguir una fantasía de este tipo (...). Y ordenan que hay que prestar atención a otros muchos detalles. Y cuando ninguno de estos detalles se opone, entonces autorizan a admitir la representación y a servirse de ella incluso en los asuntos de mayor importancia»50. A pesar del proverbial cuidado académico, !a teoría de las representaciones o fantasías tiene alguna pequeña contradicción que Pedro de Valencia pone de manifiesto al finalizar su estudio de la doctrina de Carnéades. No es que nuestro autor esté en desacuerdo con lo que proponen en materia de fantasías y exámenes cuidadosos los académicos, sino que, siguiendo ios argumentos de los propios académicos, la doctrina presenta una falla en su desarrollo: «Pero se me antoja que a esta clarísima división le falta un elemento, pues puede darse una visión que sea periodeuméne y que no sea aperíspastos »5]. Es decir, que puede darse el caso en que una visión sea rechazada inicialmente por todos y que una posterior revisión en detalle la incorpore al grupo de las aceptadas. Ser rechazada por todos supone un grado de probabilidad diferente e inferior del que se consigue con el examen completo y detallado de todo lo que concurre con la representación. Ser aceptada porque no haya creado rechazo es condición necesaria de su probabilidad -parece querer decir Pedro de Valencia-, pero haber pasado el examen detallado confiere una probabilidad diferente, de mayor calidad, ya que pertenece a la segunda instancia de verosimilitud, a la que proviene del juicio exhaustivo. Por eso Valencia propone una división más exacta: «La división perfecta sería ésta: de las fantasías probables, una será sólo probabilis; otra, probabilis aperíspastos; otra, probabilis periodeuméne; y, finalmente, la cuarta será probabilis aperíspastos y periodeuméne, a la vez»52. 50 51 52 Ibid., p. 177. Ibid., p. 179. Ibid., p. 179. 43 Probabilidad La doctrina de las fantasías sirve a los académicos para salir del paso en el problema de los criterios que hay que seguir en la vida práctica. En el fondo de esa doctrina está la noción de "probabilidad", una de las cuestiones más discutida en el pensamiento de los filósofos académicos. Arcesilao y, sobre todo, Carnéades negaron la posibilidad del conocimiento tal y como la concibieron los filósofos dogmáticos y declararon su rechazo a establecer a priori ningún criterio de verdad que fuera válido umversalmente y cuya legitimidad se viera respaldada por el testimonio de los sentidos. Las pruebas de los errores que nos hacen cometer los sentidos son numerosas y, por lo tanto, el criterio que aportan las representaciones que se dan en los sentidos habrán de ser estimados en su justa medida. No se podrá aceptar que este criterio sea cierto en todos los casos si ya se ha probado suficientemente su incompetencia en varias circunstancias. Sin embargo, los académicos se ven obligados a dar alguna respuesta al problema que suponía la actuación práctica. No se trataba de cómo conseguir hacer lo correcto éticamente, sino que la mirada de Carnéades estaba más bien puesta en la vida práctica entendida en sentido técnico. «Qué hacer para no equivocarse al obrar» era la cuestión. El problema se enfocaba de esta manera porque la posibilidad de alcanzar cierta felicidad era incompatible con la permanencia en el estado de error, ante lo cual sólo cabían dos posibilidades: abstenerse de juzgar -la epokhé- o actuar utilizando un criterio que implicara un margen pequeño en las posibilidades de equivocarse. Y al imponerse eí quehacer como una condición sine quae non de la vida, había que determinar la manera de afrontar con los mínimos riesgos la vida cotidiana 53 . «...las representaciones verdaderas que penetran en nuestra mente no están dotadas de ningún signo especial, de modo que, al percibir ese signo, podamos afirmar al instante: "esta imagen es verdadera"'. A pesar de todo, algunas imágenes nos impresionan tanto, y nos ve- 53 «Como quiera que no conviene que los hombres pasen su vida en ociosidad, sino que deben moverse y obrar algo, y dado que todos los conocimientos y percepciones humanas -estoy hablando como académico y no de acuerdo con mi propio pensamiento- no logran más que la probabilidad, tendremos que servirnos necesariamente de la fantasía probable», ibid., p. 165. 44 mos tan movidos hacia ellas, que aparecen como probables, y nosotros las consideramos más bien como verdaderas. En la manera de obrar de nuestra vida, siempre que carezcamos de fantasías verdaderas y percibidas, deberemos emplear estas obras que no son más que probables, si queremos actuar de alguna manera. De la misma manera podremos hablar también de las ideas y las opiniones, y de todo lo que se sabe o se anuncia de las realidades, de modo que nada pueda darse como percibido o aprehendido, es decir: no hay nada que pase de ser meramente probable»54. Los académicos establecen, pues, un criterio de verdad por el que regirse en la vida práctica, pero con la clara conciencia de que éste es un criterio, no el criterio cierto de verdad. No hay criterio de verdad en sentido riguroso, el hombre no tiene los elementos suficientes para poder determinarlo, pero como aiguno hay que seguir en las decisiones de actuación, pues el de la probabilidad es el que más garantías ofrece dentro del sistema académico55. Lo único que los académicos aceptan es endurecer el criterio de probabilidad en virtud de la consideración que el sujeto le dé al asunto que tiene que decidir. Ya vimos que para justificar esto Carnéades había modificado la división estoica de las fantasías y había elaborado una más coherente con las reticencias académicas; de esta forma, e! cuidado y la atención con que se examine un problema serán mayores si se ha juzgado 56 que éste es de mayor o menor importancia. Así, Carnéades aproxima la noción de probabilidad -en los casos en los que el examen sea riguroso- a la de verosimilitud, dando un paso hacia la criticada zona de la filosofía dogmática. Sin embargo, San Agustín critica el acercamiento de los académicos al campo de lo verosímil, ya que -en su opinión- si los seguidores de Carnéades dicen no conocer la verdad ni nada cercano a ella, ¿cómo pueden 54 Ibid., p. 147. «...Que todo es del dominio de lo opinable y de las costumbres; y, en una palabra, que para la verdad no quedaba lugar alguno y, por el contrario, todo está rodeado de tinieblas», ibid., p. 8 1 . 56 Habría que preguntarle a Carnéades cómo se determina, es decir, cuál es el criterio con el que juzga el grado de importancia de un asunto. El recurso de llevar el tema del criterio hasta el infinito será el causante del miedo que provocó la revisión escèptica en el siglo XVI. 55 ,:> decir que es válido lo que es verosímil? Pedro de Valencia hace uso de sus conocimientos filológicos y pone de manifiesto que la argumentación del santo está viciada porque su punto de partida es la etimología latina de "verosimilitud", es decir, "verisimile", lo que se parece a la verdad. Si no se conoce la verdad cómo van a conocer lo que se parece a ella, critica San Agustín. Valencia, por su parte, advierte que el problema desaparece si se atiende a la lengua en que escribió Carnéades -al griego- y se utiliza el término "pithanón", que derivaría en latín más bien como ''perspicuo simile" que como "vero simile"57. Por último, hay que llamar la atención sobre la diferencia que Pedro de Valencia reconoce en Carnéades entre lo incierto y lo incomprensible. Siguiendo a Eusebio, estima Valencia que Carnéades no afirmaba más que !a incomprensibilidad de todas las cosas, es decir, que eran de por sí oscuras para el hombre, pero que no todas ellas eran inciertas. El problema está en que el hombre no puede percibir adecuadamente las cosas porque los sentidos son incapaces, pero eso no quiere decir que sea imposible la certidumbre en algunos casos; lo cierto y lo incierto se determinan en función de los criterios que artificialmente establezca el que tiene que actuar y esto, como hemos visto, lo ha solucionado Carnéades a través de la noción de probabilidad. Epokhé El otro gran tema de discusión con los estoicos y punto fundamental entre las ideas académicas es el de la "suspensión del juicio" o "epokhé". La suspensión del juicio es la otra posibilidad que se desprende del reconocimiento de la imposibilidad de conocer y es -podríamos decir- la vertiente teórica de aquel principio cuya consecuencia práctica era seguir el criterio de lo probable. Dicen los académicos que si se aceptan los principios fundamentales de la enseñanza socrática, esto es, "El sabio no debe opinar" y "Nada puede ser percibido", la única posibilidad que permite el entendimiento es aceptar y reconocer la necesidad de la epokhé. Reconocer la imposibilidad de 57 Valencia, Pedro de, o.c, p. 171. 46 hacer afirmación alguna es, pues, una obligación para el que dice tener en Sócrates al fundador de su escuela. La aceptación de la autoridad socrática como condición necesaria de la declaración de la suspensión del juicio es, en este caso, un argumento más que se une a los de la imposibilidad que tiene el hombre de conocer y a la discusión en favor y en contra en un mismo asunto para señalar como contradictorios los diversos criterios de verdad que establecen los filósofos dogmáticos. Todos estos argumentos no hacen sino fortalecer la que parece una de las conclusiones más importantes a que llegan los académicos en el plano teórico. Recordemos que en el horizonte está la convicción de que sólo la libertad frente al error hará posible acercarse a una felicidad que depende en gran medida de problemas intelectuales. La forma más segura de no errar es, por tanto, no asentir a nada, no prestar el asentimiento a lo percibido porque lo percibido es causa de graves equivocaciones. Si, como es el caso, lo académicos habían criticado la doctrina estoica de la percepción al estimar que los juicios que se derivaban de ella eran inciertos y que la verdadera percepción era imposible para el hombre 58 , no les quedaba más remedio que negar también todo valor a la opinión y, después, remitirse a la epokhé59. Con este paso, que negaba la opinión y aceptaba la suspensión del juicio, conseguían los académicos una victoria de gran importancia sobre los argumentos de la Stoa. Sobre este punto, Valencia aporta el testimonio de Plutarco: «Ni siquiera ¡os que emplearon gran parte de sus ocupaciones y de su esfuerzo en ese sentido, lograron desterrar y suprimir la epokhé o la suspensión del asentimiento en todas las circunstancias de la vida, y eso pese a haber escrito importantes volúmenes contra ella (...). Y 58 A la conciencia que parecen tener los académicos de que hay algún tipo de percepción verdadera que el hombre no es capaz de conseguir se le puede aplicar lo que dice Ferrater Mora siguiendo a Ortega: «Por ejemplo, Ortega y Gasset ha señalado que todo escéptico mantiene, a modo de supuesto por él inadvertido, que hay una especie de verdad absoluta. Sin la mencionada suposición no podría el escéptico ni siquiera colocarse en la situación de dudar de tal verdad». Ferrater Mora, o.c, p. 974. 59 «Una vez suprimidas la opinión y la percepción, escribe Cicerón, resulta forzoso abstenerse de todo asentimiento. Por tanto, si consigo demostrar que nada se puede percibir, tendrás que reconocer que nunca se debe asentir». Valencia, Pedro de, o.c, p. 183. 47 después de haber experimentado todas las cosas y removido todos los obstáculos, no lograron aducir nunca un caso de apetito que permitiera el asentimiento o donde se viera que el comienzo de su propensión estaba en la sensación. Por el contrario, la epokhé, ella sola y sin necesidad de ninguna otra ayuda, siguió siendo lo suficientemente apta para emprender o para suspender cualquier acción»60. Si con la apuesta por la epokhé conseguían los académicos derrotar fácilmente los esfuerzos de Crisipo y Antípatro por hacer prevalecer la indisolubilidad del vínculo y la secuencia temporal entre la sensación y el asentimiento, no fue tan sencillo afrontar las críticas de los pirrónicos acerca de la suspensión del juicio. Tuvo que recurrir Carnéades a todo su ingenio para dar las claves adecuadas acerca de la utilización que había de hacerse de la epokhé. Para eludir estas críticas Carnéades recurre a una doble significación de la epokhé. La detención del asentimiento puede entenderse como que el sabio «no presta su asentimiento a nada» o también como que el sabio debe abstenerse de responder para no verse obligado a afirmar o negar alguna cosa. Según Cütómaco, Carnéades da prioridad a la primera de las acepciones expuestas ya que desde un punto de vista teórico es la más consecuente con los principios socráticos, pero esto no significa que niegue completamente el valor de la segunda. La necesidad práctica de actuación, que resuelven mediante el criterio de la probabilidad, obliga a una distinción entre el plano teórico de la suspensión del juicio y su vertiente práctica. De este modo, sí seguimos la doctrina tal y como la expone Carnéades habrá que afirmar que concebía la epokhé como un mero instrumento61 para sortear los obstáculos que presentaban los estoicos a la afirmación de que el conocimiento no era posible siguiendo el planteamiento académico y los pirrónicos a las consecuencias que se derivaban de tal afirmación. Estos últimos, evitaban afirmar nada, ni siquiera el valor de la probabilidad, ya que su objetivo no era tanto demostrar la validez de los argumentos en su favor -p.e., la epokhé-, puesto que ello supondría entrar en contradicción con el principio de que no hay criterio de verdad y por tanto 60 Ibid., p. 123. «Carnéades compara siempre la epokhé con el ataque de los púgiles y el freno de los aurigas. Con esa comparación quería indicar que él sujetaba la mente, al suspender el asentimiento, igual que el púgil al adelantar los puños como si fuera a pegar y no pega...» ibid., p. 191. 61 48 estarían pecando de dogmáticos, como abrir un camino hacia sus posiciones éticas. Los pirrónicos cifraban todas sus pretensiones, más bien, en conseguir la aphasia -no negar ni afirmar nada- y, como consecuencia de ella, llegar a la ataraxia. La felicidad era, pues, también para los seguidores de Pirrón, el bien más deseado. Cuando hablábamos de la disputa entre los académicos y los estoicos me referí a la inclinación apreciada en Pedro de Valencia del lado de la teoría académica del conocimiento frente al sensualismo determinista de los seguidores de Zenón. Sin embargo, no toda la doctrina estoica es rechazada frontal mente por nuestro autor. Más simpatía se aprecia por algunas de las aportaciones estoicas en el campo de la ética. Las conexiones que establecen los filósofos estoicos entre la ciencia y la sabiduría son comentadas detenidamente por nuestro autor. Esto se debe a que el motivo de la redacción de las Académica está íntimamente ligado a la búsqueda de la sabiduría, tal y como explica Pedro de Valencia al comienzo y al final de su libro. La concepción de la sabiduría como un elemento fundamental de la biografía intelectual de Valencia será objeto de consideración más adelante; aquí solamente tomaremos nota de este hecho e intentaremos apuntar la relación entre la opción por una teoría del conocimiento determinada y la concepción de la vida ética como un camino cuyo fin es la verdadera sabiduría. Para los estoicos, la ciencia estaba íntimamente relacionada con la sabiduría, ya que sólo el hombre sabio, el hombre virtuoso, era el depositario de la ciencia. «Esta ciencia es el sumo y único bien»62. Este bien máximo se corresponde con «la aprehensión firme e inmutable que se apoya en la razón»63, la cual constituye un conjunto homogéneo de saberes que se aloja de forma permanente en la parte racional del alma del hombre sabio. Términos como "estabilidad", "permanencia" y "homogeneidad" sugieren la concepción que los estoicos tenían de la sabiduría como un estado, íntimamente relacionado con la felicidad y que se concebía como «la meta del camino, la arribada de la travesía e incluso la ciudad de los hombres felices»04. 62 63 64 ibid., p. 133. Ibid. Ibid. 49 Pedro de Valencia también repasa las opiniones académicas acerca de la sabiduría y pone al descubierto la conexión que, para estos filósofos, había entre la ética y la epistemología. El hecho de pararse en este punto -en las conexiones entre ambos ámbitos- es indicativo de los intereses íntimos que movían a Valencia. «Según se puede colegir de lo que dice San Agustín, los académicos consideraban sabio y feliz, con la felicidad de que es capaz el hombre en esta vida, al que buscaba la verdad, aunque nunca pudiera darle alcance, siempre que siguiera en su búsqueda el camino de la probabilidad. Dicen que es feliz el que vive libre del error que, según ellos, consiste en el asentimiento a una cosa verdadera cuando, en realidad, es falsa»65. La sabiduría depende, pues, en gran medida, de no estar en error, de no asentir de forma equivocada, por lo que siempre serán de gran utilidad las herramientas que los académicos proponían en su teoría del conocimiento. La suspensión del juicio, la opción por lo probable y la discusión in utramque partem son elementos fundamentales que el hombre debe tener en cuenta en su búsqueda de la sabiduría. La argumentación en favor y en contra de una misma cosa tuvo en Sócrates a su fundador y uno de los pensadores que con mayor nivel la cultivó, como se puede comprobar en los diálogos platónicos. Con este método se consigue llegar a un conocimiento al menos aproximado del hecho que es objeto de la discusión mediante el acercamiento a su realidad desde todas las perspectivas. De esta forma, el sabio puede tener una vía de comportamiento cuando la práctica le obligue a decidir, ya que a través de la discusión in utramque partem se evitará la suspensión de! juicio y se seguirá la senda de lo que la discusión haya mostrado como probable o verosímil. Un estudio detallado del objeto del conocimiento es, en última instancia, el método dialéctico que Sócrates propuso y que Arcesilao recogió posteriormente. La dialéctica y la ética se unen para evitar que el hombre caiga en el error. El camino de la ciencia es, de esta manera, abierto por el procedimiento académico y tiene su correcto complemento en la propuesta pirrónica de método científico. 65 Ibid., p. 97. 50 También para los pirrónicos la buena vida, es decir, la vida feliz, tenía mucho que ver con la capacidad del hombre para juzgar adecuadamente su entorno o, cuando menos, con la posibilidad de no cometer errores en el momento de tomar una decisión. «Pero su discípulo Timón afirma que el que ha de ser feliz debe tener presentes estas tres cosas. Primero, cuál es la naturaleza de las cosas; segundo, por qué nosotros debemos sentirnos afectados o atraídos hacia ellas; y finalmente, qué consiguen los que actúan de esa manera»60. La inclinación pirrónica por la suspensión del juicio queda de manifiesto cuando Pedro de Valencia cita la opinión de éstos en relación a la ciencia, que es ei camino para la sabiduría. «Un seguidor de Pirrón no da su asentimiento a ninguna cosa incierta o discutida, sino que investiga y busca o discute acerca de lo que se afirma de esa cosa, y no de la cosa concreta que aparece (...). Más aún, cuando alguna vez discute abiertamente acerca de lo que aparece, no lo hace como si quisiera echar por tierra el objeto que aparece, sino para atacar la temeridad de los dogmáticos»67. Lo destacable de este escepticismo radical de los pirrónicos es que sus propuestas suponen un límite al dogmatismo sea éste del tipo que sea y, al mismo tiempo, un freno para la «soberbia de la razón», freno que se consigue imponer mediante la crítica, no de lo que hay, sino de lo que se dice acerca de lo que hay, esto es, mediante el examen del lenguaje. Tomando por un lado la discusión in utramque partem de los académicos y por otro la crítica del lenguaje que hacen los pirrónicos, consigue Pedro de Valencia un método cierto para evitar el error, de forma que el comportamiento en la vida práctica quede asegurado con el criterio de lo verosímil. Ya que ni la verdadera sabiduría ni la felicidad se dan en este mundo, la postura escèptica es la que permite de la forma más aproximada posible compatibilizar la búsqueda racional de la verdad con el convencimiento de que la de los griegos no es más que «filosofía humana». 66 67 Ibid., p. 101. Ibid., p. 105. 5? 3. La preocupación por el hombre y la situación de España El texto en que nuestro autor expone estas ideas es de 1596. A partir de este momento, la atención de Pedro de Valencia se dirige hacia problemas que no se pueden caracterizar como propiamente filosóficos. Hay un desarrollo temático en sus textos desde la preocupación técnica por el academicismo hacia el pensamiento práctico y, concretamente, hacia la situación que estaba atravesando el país. Esto hace variar el centro de sus reflexiones desde el discurso propiamente teórico que parecía iniciarse con las Académica hacia los temas de contenido social y económico que ocuparán el bloque principal de sus escritos. Esto no quiere decir que se dedicara exclusivamente a estos asuntos, sino que ocupan un puesto de primordial importancia en el desarrollo de su pensamiento en la etapa de trabajo correspondiente a los años de siglo XVII. Para ser rigurosos habría que decir que el papel que había hecho el texto sobre los académicos en cuanto reflexión propiamente teórica, especializada y técnica, lo representarán en adelante los escritos de exegesis bíblica. Estos serán el complemento de todas esas otras obras que tenían como objeto fundamental al hombre concreto. Es curioso comprobar cómo Pedro de Valencia va adecuando el discurso y la argumentación en todos los campos a su objetivo último, a aclarar la situación real del hombre, orientando hacia ese punto los discursos sobre costumbres religiosas, prácticas de brujería, análisis social, pensamiento hacendístico y, por supuesto, reflexión moral. Por eso se puede decir que el pensamiento de Pedro de Valencia, visto en su conjunto, es un pensamiento antropológico: se trata de una reflexión sobre la situación vital del ciudadano español en el inicio de la modernidad. La crítica humanista de nuestro autor es, por encima de cualquier otra cosa, una antropología del español de principios del setecientos. Sus textos son estudios críticos de la realidad y verdaderos catálogos de propuestas para ubicar conceptuaimente a un sujeto perdido en unas relaciones sociales insuficientes y en una situación económica injusta, desigual y técnicamente incorrecta. Es cierto que la situación de España invitaba a una reflexión de este tipo. La decadencia de la nación más potente de Europa parecía palparse en la 52 vida diaria, las nuevas fuentes de recursos procedentes de ios descubrimientos en las Indias eran mal explotadas y los ingresos de la hacienda española se gestionaban de manera fraudulenta. Esta situación lleva a Pedro de Valencia a un discurso doble, que se preocupa por la situación de los ciudadanos, pero que también se ocupa con la forma de realizar una administración adecuada de la cosa pública. Quizás el mayor problema del país no fuera la pésima administración del gobierno, ni siquiera la previsible crisis política en el exterior. Lo más peligroso era la incapacidad de los gobernantes para pensar el futuro de España, para prever los acontecimientos venideros y la nueva situación del país en el concierto internacional. Lo cierto es que nadie fue capaz de articular una reforma profunda de las instituciones y de las relaciones sociales y económicas, de manera que el pueblo se agrupara en torno a una idea ilusionante, a un proyecto de futuro más esperanzador que el presente que estaba viviendo. Pedro de Valencia llama la atención una infinidad de veces sobre este asunto y reclama a Felipe III la asunción y ejecución de medidas que pusieran a la población de su lado, de manera que, sin cambiar a priori la forma política del Estado, se fueran renovando las estructuras socioeconómicas y los ciudadanos hicieran suyo el destino de la monarquía española. Esta reflexión grave y rigurosa sobre ia cosa pública es uno de los ejes fundamentales desde los que hay que contemplar la obra de Pedro de Valencia. Las suyas no son una serie de medidas aisladas para solucionar algunos problemas concretos que se le presentaban al país, sino un conjunto articulado y coherente de propuestas organizadas en torno a la idea de que la situación de España no era sostenible tai y como se presentaba a menos que se afrontaran reformas muy profundas en casi todos los ámbitos de la vida colectiva. El discurso de Pedro de Valencia sobre los asuntos públicos recuerda el que muchos siglos atrás había llevado a cabo Cicerón ante la disolución de la forma republicana de gobierno y la crisis del modelo que Roma había impuesto al resto del mundo conocido. El paralelismo de aquella situación con la que estaba viviendo España es más que evidente y también lo es el espíritu que mueve las propuestas de Pedro de Valencia. En temas como el de la atención a la agricultura en el conjunto de la economía y la reforma agrícola las medidas de nuestro autor recuerdan las Veninas del abogado romano. También en este ámbito suenan los ecos de las propuestas epistemológicas de la filosofía académica. ¡mi .f j . :J3 En este sentido hay que decir que la posibilidad de que el escepticismo de la Academia -especialmente de su época media- tuviera como uno de sus objetivos prioritarios una preparación de carácter intelectual para la elaboración de una teoría ética no ha sido apenas considerado con seriedad. El supuesto carácter subversivo de sus opiniones y los duros ataques que realizaron contra el dogmatismo epistemológico de la Stoa han resultado inconvenientes excesivos en este sentido. La conclusión de la doctrina académica en época de Arcesilao es fielmente expuesta por Cicerón y desde luego hace recordar propuestas semejantes de otras escuelas helenísticas. En el quebradizo ámbito político y religioso que vive Cicerón, ia mayoría de las corrientes filosóficas se esfuerzan por encontrar un espacio espiritual en el cual el hombre se encuentre a refugio de las inclemencias que la decadencia del mundo conocido estaba sufriendo. El modelo de pensamiento que sostiene el discurso ciceroniano presenta unos rasgos que no disgustan a Pedro de Valencia. Por un lado, Cicerón se declara seguidor de la filosofía académica -vertiente metodológica de sus ideas- y, por tanto, una adecuada reforma de la ética estoica le provee del contenido moral que necesita su pensamiento sin entrar en contradicción con los presupuestos metodológicos del academicismo. Un esquema similar al que utiliza Cicerón para intentar solucionar los problemas de Roma es el que intenta adoptar Pedro de Valencia para estudirá la situación de España. La crisis socioeconómica y la parálisis política de la monarquía de Felipe III tienen en el esquema ciceroniano un buen ejemplo para dar razón de la cosa pública sin faltar a los principios cognoscitivos de la filosofía académica ni a las creencias íntimas de un cristiano convencido. A partir de este esquema, Pedro de Valencia formulará sus ideas sobre el presente y el futuro del reino 68 . Por tanto, es coherente pensar que este ámbito de tranquilidad espiritual fuera lo que Arcesilao andaba buscando cuando propuso la "suspensión del 68 Es inevitable destacar las similitudes de esta situación con el clima espiritual en que vivía e! pueblo español a comienzos del sigío XVII. En nuestro caso, el cristianismo intimista se presentaba como la fuerza espiritual más segura en una época de desesperanza. 54 juicio". Recordemos que para el académico la epokhé era una condición indispensable en el intento de conseguir una de ¡as cualidades fundamentales del sabio. Era, en suma, el único medio para conseguir la "liberación del error", condición necesaria y acaso suficiente para aspirar a esa tranquilitas animi. Probablemente esta inclinación moral de los seguidores académicos de Arcesilao sea una herencia del pirronismo que Timón propagó. El descubrimiento de la liberación del alma como consecuencia de la suspensión del juicio, se presenta así como un método innovador pero efectivo de conseguir el mismo objetivo ético de las restantes escuelas; y eso sin renunciar, además, al resto de principios epistemológicos propios del academicismo. No parece tampoco que fuera otra cosa lo que perseguía Cicerón cuando se dispuso a escribir sus obras filosóficas. La teoría de que los escritos filosóficos ciceronianos no alcancen mayor valor que el de una consolatio ad se ipsum69 refleja con acierto una de las motivaciones subyacentes en su reflexión. Si lo consideramos así, las aportaciones de Arcesilao conservan toda su plenitud y el declarado interés del orador romano por alcanzar la verdad no sería ni mucho menos una traba para aceptar el remedio académico de suspender el juicio. Si el trasfondo es el de la consecución de la apatheia, ningún otro procedimiento será tan eficaz y tan consistente como el propuesto por Arcesilao. Cicerón, como todos los hombres cultos de su tiempo, consideran la filosofía siempre en el más amplio campo de la felicidad 70 . En cierto modo, todo sistema filosófico acaba siendo una reflexión ética, donde el discurso rebasa el estrecho margen de la moral y conjuga sus enunciados con la vista puesta en la consecución de una vida feliz. Cicerón concibe la ética como una reflexión acerca de la sabiduría, cuyo fin es la felicidad 71 . 69 Herrero, V.J.: 1987, p. 10 Véase más adelante la concepción que Pedro de Valencia tiene de la filosofía como arte de la vida humana. Conocimiento y sabiduría son inseparables en el pensamiento de nuestro autor. 71 «Toda la importancia de la filosofía consiste, como dice Teofrasto, en alcanzar la felicidad, pues todos ardemos en el deseo de ser felices. En esto estoy de acuerdo con tu primo. Por consiguiente, lo que hay que considerar es si los sistemas filosóficos pueden darnos la felicidad.» Cicerón: Del supremo bien y del supremo mal, libro V, p. 327. 70 55 En el procedimiento que utiliza para estudiar la ética, Cicerón articula el método aristotélico de delimitar sutilmente lo que es el bien y lo que es el mal con el objetivo de establecer un criterio que distinga en el discurso las teorías que apuntan hacia el bien 72 ; un bien que necesariamente ha de ser el más acorde y armónico con la naturaleza humana. La otra parte de su método será, no !a definición de ese bien buscado, sino el acercamiento sistemático a sus límites a través de ios distintos proyectos filosóficos que convivían en la Roma del siglo 1 a. C. Ya sea en el sistema peripatético, en el estoico o en el epicúreo, existe la conciencia de que la determinación del bien que se muestre acorde con la naturaleza humana será un elemento fundamental para acortar la distancia en la búsqueda de la sabiduría y, desde luego, evitará las inquietudes y desviaciones que provoca la ignorancia73. Esta delimitación del bien, del supremo bien 74 , llevará a Cicerón en el Del supremo bien y del supremo mal a una investigación de los respectivos sistemas filosóficos, investigación que se detiene especialmente en el estoicismo. De las teorías éticas de la Stoa Cicerón admira su elevada consideración de la virtud, pero rechaza tanto su carácter intransigente como la dificultad existente para aplicar los postulados estoicos. El círculo familiar y político de Cicerón invitaba a entrar en contacto con las doctrinas éticas de los estoicos romanos, pero su inclinación hacia e! academicismo impedía un acercamiento mayor del que se podía realizar a través del estoicismo medio de Panecio y de Posidonio75. 72 Herrero, V.J., o.c, p. 27. «Pues, siendo el desconocimiento del bien y del mal lo que más aflige la vida de los hombres, que por esta ignorancia se ven privados, muchas veces, de los mayores placeres y atormentados en el alma por muy crueles dolores, debemos acudir a la sabiduría para que, suprimiendo los temores y las pasiones y destruyendo toda especie de falsas creencias, nos sirva de segurísima guía hacia el placer. La sabiduría es, en efecto, la única que expulsa del ánimo la tristeza y no nos deja sucumbir al miedo; bajo su magisterio podemos vivir tranquilos, extinguiendo el ardor de todas las pasiones.» Cicerón, o.c, libro I, p. 76. 74 "Pero cuando se conocen los fines de las cosas y se sabe cuál es el supremo bien y el supremo mal, se ha hallado el camino de la vida y la forma que deben tomar todos los deberes; se ha hallado, pues, un punto a donde referirlo todo, y, partiendo de aquí, se puede hallar y adquirir el método para vivir felizmente, que es lo que todos desean." Cicerón, o.c, libro V, p. 283. 75 "Ya desde el principio, a través de los Escévolas, Cicerón enlaza con el espíritu dominante en el círculo de los Escipiones, marcadamente estoico, aunque suavizado en el aspecto doctrinal por Panecio y Posidonio". Rodríguez Pantoja, M, 1990, p. 100. 73 56 El estoicismo tenía además otra cualidad que entroncaba con una de las principales ideas ciceronianas. La idea de una Naturaleza armónica, en consonancia con la cual se desarrollaba el orden interior del hombre atrae el pensamiento ciceroniano. De esta forma, el desarrollo del hombre es un proceso de crecimiento continuado desde la infancia hasta la madurez, momento en que se abre la posibilidad de alcanzar el estado de sapiencia que posibilitará la armonía con la Naturaleza universal. La apuesta por una moralidad autónoma 76 , que no agote en su determinismo cósmico la libertad del hombre será la otra cara de la ética ciceroniana. La virtud, por medio de la prudencia -que para Cicerón se convierte en el punto de referencia para la actuación en la vida- ha de estar en consonancia y ser conveniente a la armonía de la naturaleza. La conclusión es que el supremo bien consiste en el propio vivir según la naturaleza del hombre 77 . No es extraño, pues, que esta idea de un orden cósmico universal y armónico, del cual la ética no era sino un trasunto, sirviera al orador romano para proyectar en el campo de la moral 78 su concepción de la labor política al servicio de la República. Los conceptos estoicos de la armonía universal y de la razón que dirige el universo le sirven a Cicerón para conectar la ética con su idea de la vida pública; esta idea del servicio a !a República caerá después en el olvido como fruto del propio desarrollo de Roma y de la decadencia de la forma republicana de gobierno. Cabe destacar, sin embargo, la dificultad de encontrar hasta tiempos recientes una concepción teórica de la política tan coherente y tan actual para nosotros como la que postuló Cicerón. Pedro de Valencia recoge esta idea de la conexión entre ética personal y vida pública y es capaz de articular un dis- 76 ''Entendemos que es moral aquello que prescindiendo de toda utilidad, independientemente de premios o ventajas, puede ser justamente alabado por sí mismo". Cicerón: Del supremo bien y del supremo mal, libro II, p. 124. 77 «Y de aquí debe concluirse que el supremo bien del hombre es vivir según la naturaleza, lo que debe entenderse así: vivir según la naturaleza del hombre, perfecta en todas sus partes y a la que no falte nada", ¡bid., p. 290. 78 «Así, pues, todo esto que he llamado armonía y mutuo acuerdo de las virtudes es propiamente la moralidad; puesto que la moralidad no es otra cosa que la virtud misma o una acción virtuosa; y una vida acorde con estos principios y ajustados a las virtudes puede considerarse como recta, moral, firme y conforme a la naturaleza». Cicerón, o.c, libro V, p. 317. curso en el que se combinan perfectamente la preocupación por el hombre y el buen gobierno de la cosa pública. En este sentido, "El sueño de Escipión"79 representa la culminación de esta doctrina ciceroniana sobra la vida pública, doctrina que enlaza los aspectos pragmáticos de su experiencia política con las pretensiones éticas de su estoicismo. Pedro de Valencia no tenía ambiciones políticas, pero los presupuestos desde los que hace su reflexión moral y política son muy similares a ios que sostenían la posición de Cicerón. Sin embargo, su puesto en la Corte le dotaba de conocimientos suficientes sobre la realidad verdadera del gobierno a la vez que su procedencia de una zona rural le había concedido un contacto directo con la situac ion de mera subsistencia que vivía la mayoría de la población. Desde luego que la situación de España no era buena, pero más graves que la pérdida de posiciones destacadas en el orden internacional eran las dificultades económicas que existían en el interior de la península. A esto se unía la desigualdad que imponía un sistema de relaciones sociales que, en muchas zonas de España, estaba más cerca de las relaciones feudales que de las modernas sociedades burguesas del resto de Europa. Todo esto es lo que mueve una buena parte de los intereses de nuestro autor; no es que tuviera especial vocación por los asuntos políticos, más bien podría ser lo contrario, sino que la situación era tan dura que se imponía a un intelectual como él un estudio de esa realidad. Como después para muchos intelectuales españoles, para Pedro de Valencia la realidad se imponía al pensamiento y España empezaba a ser considerada como un problema que había que resolver antes de dedicarse a cualquier otra cosa. En este sentido, Pedro de Valencia no hace más que seguir la tradición que había iniciado Aristóteles cuando declaró que las cosas de que trataba en la Ética a Nicómaco y en algunos otros libros de pensamiento ético y político no eran más que «anthrópeia philosophía, filosofía de las cosas humanas»80. Cicerón: Sobre la República, Madrid, Gredos, 1984. Lledó, E., 1987, p. 177. 58 En estas cosas humanas, el escepticismo marcaría la pauta metodológica, las corrientes helenísticas -estoicismo y cinismo- y el cristianismo conformarían el contenido de su ética individual y el esquema ciceroniano determinaría el análisis de la vida pública. Las medidas concretas propuestas por Pedro de Valencia en todos estos ámbitos de la sociedad, la economía y la política estarían marcados, sin embargo, por !a originalidad, rigurosidad y el acierto de un pensamiento muy ajustado a la altura de su tiempo y a la realidad de las cosas. 59 CAPÍTULO 2 El alcance de las Académica 1. El escepticismo en el siglo XVI i por algo destacan los escritos de Pedro de Valencia es por la profusión y exactitud de las fuentes que utiliza. Ya se trate de escritos filosóficos o sociales, económicos o bíblicos, la rigurosidad en la elaboración de sus obras es uno de los rasgos que con mayor rapidez destacan tras su lectura y se ha convertido desde el principio en uno de los elementos sobresalientes en toda consideración intelectual del polígrafo zafrense. S Quizás sea ésta -el manejo exacto y abundante de las fuentes- una de las mejores muestras del carácter verdaderamente humanista de Valencia. En él se presentan las dos tradiciones que habían de conformar el comienzo de la investigación humanística en el sentido moderno y científico que hoy consideramos: por un lado, recoge la tradición de los renacentistas italianos y hace del trabajo cuerpo a cuerpo con los autores clásicos el fundamento de sus argumentos principales; por el otro, la herencia de la Reforma y el postulado científico que ordenaba leer los escritos sagrados directamente, en la lengua en que originalmente fueron vertidos y con la contextualización histórica adecuada, se hacen ver de la misma forma tanto en los escritos religiosos como en los que no lo son. A partir de este momento, cualquier trabajo de investigación histórica va a tener como referente el método que los humanistas modernos concillaron al conjuntar las técnicas de sus predecesores. Eí afán de acercarse al origen conceptual de los problemas a través del contacto directo con la lengua en 61 que fueron expuestos y la rigurosidad en el estudio de los textos tal y como los transmitió la tradición alcanzan en el humanista extremeño un nivel al que en el futuro no se podrá renunciar. Especialmente desde la publicación de las Académica, la renuncia a esta metodología supondrá la falta de adecuación científica de cualquier investigación. En este sentido, la obra entera de Pedro de Valencia es modelo de una altísima calidad. A pesar de ello, el estudio que se ha hecho hasta ahora de los autores que más influyeron de forma directa o indirecta en los escritos de Valencia se ha realizado de forma tangencia!, nunca como objetivo prioritario en el análisis de su pensamiento. Esto supone, primeramente, graves dificultades a la hora de situar adecuadamente las pretensiones cognoscitivas de nuestro autor; además, la carencia de un estudio más o menos preciso de las fuentes de su pensamiento implica la falta de un punto de referencia, quizás el primero, para el entendimiento correcto y objetivo de sus puntos de vista. El propio Pedro de Valencia deja entrever sus opiniones a este respecto en el primero de sus escritos importantes. Como ya hemos visto, el título completo de las Académica hace clara referencia a la necesidad de recoger el problema del conocimiento tal y como se planteó en sus orígenes y mediante el repaso de los textos de aquellos autores que se dedicaron a estudiarlo. Por ello las Académica de Valencia se hacen «desde las mismas y primerísimas fuentes», desde su propio origen, en su nacimiento y con las palabras exactas de sus autores, y también por ello, por tener a su alcance solamente la edición latina de los escritos de Sexto Empírico y no el original en griego, renuncia a llevar a cabo un estudio detallado del pensamiento de este autor. Para Pedro de Valencia, las carencias y errores que un estudio tan limitado por los medios acarrearía serían mucho más graves que el posible interés que se desprendiera de dicho trabajo. Las Académica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus constituyen un modelo de trabajo histórico y humanístico de primer nivel, y alcanzan este nivel tanto por el objetivo que mueve la obra desde su misma concepción - y que queda reflejado perfectamente en su título- como por el grado de rigurosidad y de eficiencia con que se lleva a cabo todo el trabajo. En mi opinión, la racionalidad moderna y su manifestación a través de la metodología científica aplicada a esta concreta rama del conocimiento tienen en este texto un testimonio de una importancia fundamental para volver a evaluar la consistencia del humanismo español a finales del siglo XVI. 62 El estudio de las fuentes filosóficas de Pedro de Valencia tiene un primer momento en Cicerón, cuyas Cuestiones académicas son el objeto principal de la obra de Valencia. Cicerón llega a Pedro de Valencia después de haber ejercido una importante influencia tanto en la Edad Media como en el humanismo renacentista, y lo hace de diversas maneras. Por una parte, la formación latina que nuestro autor recibió en la escuela de Zafra debió ser uno de los primeros lugares de encuentro del extremeño con Cicerón, en este caso relacionado con el propio aprendizaje de la lengua latina y con sus primeros pasos en el interés por la filología. Esta vocación por la filología clásica y por los pensadores antiguos la desarrolló inicialmente en Córdoba, en el Colegio de la Compañía, donde siguió estudios en la Facultad de Artes antes de marchar a la Universidad de Salamanca a estudiar leyes. A través de los estudios de Derecho Común y Derecho Regio se encontró con las dimensiones jurídica, retórica y política de la obra de Cicerón, que de otra manera habrían de influir también en la solución del problema del conocimiento y de los criterios de actuación en la vida práctica. Todas estas dimensiones del Cicerón renacentista habían sido puestas a la vista por los humanistas que, con mayor o menor devoción, habían tomado al orador romano como modelo de sus escritos y de la propia cultura renacentista. Esta indiscutible aportación de Cicerón al mundo renacentista tiene su continuidad en la influencia que su discurso filosófico -lleno de contradicciones y de dudas si se quiere, pero real y minucioso en sus debates- ejerció sobre los humanistas del siglo XVI. Hay que recordar que conforme avanzaba el siglo XVI, las nuevas generaciones de humanistas que iban surgiendo tenían cada vez más a sus espaldas el paradigma renacentista y se encaminaban a un modelo de actuación y de pensamiento más próximo a los que en el siglo XVII preocuparían a los primeros filósofos modernos. Al menos en España, estos hombres no son tan renacentistas como propiamente humanistas; se trata de hombres que ya tienen un modelo cultural más o menos estable debido a que lo que han recogido del Renacimiento lo tienen asumido y van poco a poco transformando el punto de vista con que encaran los problemas intelectuales. Los intereses van cambiando y con ellos las posturas acerca del conocimiento y del propio modelo humanista. Este cambio progresivo se refleja en la forma de acercarse a la obra de Cicerón y en las consecuencias que de estas variaciones comienzan a derivarse para el nacimiento de la filosofía moderna. Pedro de Valencia pone al 63 descubierto la obra de Cicerón en su dimensión epistemológica y, dentro de esta tendencia, lleva a cabo su mirada con la intención de poner en claro los problemas que habrían de preocupar en el siglo XVII, cuando ciencia y metafísica se separen por completo y, a la vez, la filosofía se conciba incompatible con el discurso religioso. Sin embargo, esta mirada hacia adelante tiene su fundamento en el tipo de análisis que se lleva acabo de las Cuestiones académicas ciceronianas, análisis que pone de manifiesto la condición eminentemente humanista de nuestro autor. Olaso ha destacado la importancia de la obra de Cicerón en el siglo XVI debido a la importancia de ese texto como fuente para el conocimiento exacto de las terminologías filosóficas griegas y latina1, pero también hay que señalar que, por encima de las posibles adscripciones escolásticas de sus traductores y comentaristas, la lectura de las Académica supuso la introducción en el mundo cultural de una nueva forma de conceptualizar el pensamiento filosófico. Esta innovación del vocabulario y de la misma perspectiva del discurso filosófico marca un punto sin retorno con la aparición de los textos de Sexto Empírico. Es cierto que con la publicación de las obras de Sexto fue disminuyendo la importancia de Cicerón como fuente para estudiar el problema del escepticismo, pero fue sin duda la circulación durante muchos años de la obra de Cicerón la que posibilitó el marco cultural y conceptual de la revolución pirrónica 2 , ya que habían sido los comentarios y ediciones de las Académica los que habían creado el vocabulario filosófico necesario para una adaptación tan rápida y profunda de los tropos de Sexto Empírico. Por otra parte, los estudios que se han hecho sobre la recuperación de la obra de Sexto y las cuestiones que provoca en el debate religioso y epistemológico de finales del siglo XVI olvidan que, además de su importancia como «promotor» de la introducción de la obra pirrónica, el texto ciceroniano tiene en sí mismo la virtud de ser el único que transmitió de forma amplia y rigurosa una postura ante el problema del conocimiento que no será anulada por la posición de los pirrónicos. El oscurecimiento de las doctrinas de los nuevos académicos respecto al criterio de verdad es sólo un «...la significación de las Académica como importante autoridad para la versión del vocabulario filosófico griego al latino». Olaso, E. de- 1975 p 58 2 ibid., p. 59. 64 episodio de la discusión sobre la capacidad de ¡a racionalidad para conocer la realidad, discusión que por otra parte no se ha cerrado aún. En realidad algunas de las ideas que de manera explícita e implícita aparecen, según Pedro de Valencia, en el debate entre académicos y estoicos serán las que desarrollarán los movimientos filosóficos en los siglos XVII y XVIII, una vez que, definitivamente, los problemas religiosos y los propiamente filosóficos se bifurquen. Esta es una de las razones por las que el libro de Pedro de Valencia vuelve a ser tomado como ejemplo en el siglo XVIII, de manera que se incluye como epílogo en la edición que de las obras de Cicerón hace en este siglo José Olivet 3 . El valor hermenéutico que el texto de Valencia pudiera tener para entender el problema del conocimiento queda despejado con este dato histórico, y sitúa -con tas matizaciones que se quiera- la interpretación de nuestro autor al mismo nivel de las que en su tiempo dieron lugar a ia entrada del problema epistemológico en el mundo de la filosofía moderna. Esta presencia académica en el pensamiento moderno no fue !a única huella que dejó el orador romano en nuestro autor. Ya hemos hecho referencia a la diversidad de puntos de vista con que, debido a su formación, Pedro de Valencia entró en contacto con el pensamiento de Cicerón; también hemos comentado la influencia que en el humanismo renacentista tuvieron otros aspectos de su obra. Sin duda que un autor tan leído en el Renacimiento como Cicerón tuvo que dejar su huella en todos los aspectos de la investigación filosófica, por eso es fundamental al estudiar la obra de Pedro de Valencia tener presentes otros aspectos del pensamiento de Cicerón como su concepción de la vida política y del Estado, de la retórica y de la filosofía e incluso de la agricultura4; asimismo, sería imperdonable perder de vista, cuando analicemos la racionalidad del discurso de Valencia, las réplicas que San Agustín hizo al libro de Cicerón y las repercusiones que la posición del autor de los Contra académicos tuvo en la formación del individualismo moderno y en las posiciones intimistas que en ética y en su práctica religiosa adoptó la última generación del movimiento biblista español. Con el tamiz de San Agustín entran en juego elementos cristianos en el deba- 3 Oroz, 1984, p. 6. Ver la influencia de las Veranas en la concepción que tiene Pedro de Valencia de la agricultura como bien de toda la nación y no sólo de los propietarios de las tierras. 4 65 te sobre el conocimiento y, lo que es más importante, se manifiesta el talan* te religioso que Pedro de Valencia adoptará -sin perjuicio de la racionalidad de su discurso- al afrontar los problemas prácticos a principios del siglo XVII. La tradición escèptica tiene, pues, un punto de inflexión en el siglo XVI con la publicación de la obra de Sexto Empírico. Por otra parte, las determinantes circunstancias que envuelven la polémica escèptica de estos años hacen volver la vista a los autores de los que partió dicha polémica siglos atrás. En el caso de Pedro de Valencia, su carácter de historiador le lleva a estudiar el escepticismo tal y como se planteó en los textos originales, como lo reprodujeron los filósofos griegos, de forma que no se enfrasca en las polémicas que los pensadores del XVI tuvieron en Francia. No sólo su talante de historiador, sino el hecho ineludible de que algunos de los problemas que incrementaron la resonancia de Sexto en el país vecino ya estaban solucionados en España -mejor o peor, pero cerrados en todo caso- y otros que aún estaban vivos también aquí, como el religioso, no respondían a la dialéctica de dos formas radicalmente enfrentadas de entender la religión y la vida, sino a formas diferentes, a distintas sensibilidades en la práctica de una misma religión 5 . A pesar de todo ello y como era de esperar, llegaron a España los textos en latín de Sexto Empírico, que había traducido y publicado Estienne en 1562 6 , y con los libros llegaron también los problemas que se habían suscitado más allá de los Pirineos. Probablemente, el eco de este debate es el que provoca la petición que hace García de Figueroa a Valencia para que le escriba un memorial acerca del criterio de verdad; ía tranquilidad espiritual estaba en juego y nuestro autor intenta poner luz sobre el asunto. Sin embargo, Valencia le dedica mayor atención a la escuela académica y deja un tanto de lado la doctrina pirrónica. 5 Esto es así pese al hecho de que alrededor de Pedro de Valencia surgieran problemas de intransigencia tales como los que condujeron a los procesos a Fr. Luis y ios teólogos de Salamanca el mismo año que llegó nuestro autor a la Universidad, el procesamiento del Brócense (uno de sus maestros predilectos, quizás hasta fue privada su enseñanza) también por la Inquisición y el asunto de la paráfrasis caldaica de Arias Montano con el intrépido P. Andrés de León. 6 Estienne publicó en esta fecha una primera edición de los Esbozos a la que se añadió una reimpresión en 1569, esta vez con la edición que Hervet había hecho del Adversus Mathematicus. 66 Creo que hay dos motivos para ello. El primero es que, según anuncia a su paisano en la carta dedicatoria que antecede a la edición de las Académica, Pedro de Valencia le envía estos primeros folios como «primicias de su ingenio»7, a la espera de que, mientras maduraba el resto de la obra, su interlocutor se fuera sosegando con una exposición completa de la doctrina de Arcesilao y Caméades y con una explicación clara del origen de aquella teoría en la Antigüedad clásica. El segundo motivo creo que tiene que ver con las quejas que Valencia emite acerca de la imposibilidad de conseguir un ejemplar del texto griego de Sexto. Aunque esto pudiera parecer un exceso de celo, el carácter de Pedro de Valencia explica sobradamente ía incomodidad del autor al no poder trabajar con los textos, las palabras y las ideas originales. Su trabajo como biblista y su habitual trato con los textos en griego debían resultar elementos infranqueables, ya en esta época, para establecer el criterio de rigor con que se aplicaba a cualquier tipo de trabajo intelectual. Si a esto se añade que los años inmediatamente anteriores al texto de las Académica los dedicó casi exclusivamente al estudio del griego con el Brócense y, después, al aprendizaje de ía exegesis bíblica y del hebreo y arameo con Arias Montano 8 , es fácil suponer que ya tenía fuertemente establecida una rigurosa metodología en el trabajo tanto histórico como interpretativo. Lo cierto es que su atención se centra principalmente en Carnéades y Arcesilao y en sus adversarios, los estoicos. El análisis de la posición pirrónica se lleva a cabo desde una perspectiva general, sin entrar en detalle, por lo que es difícil establecer las ideas de Valencia acerca de esta elaboración del pensamiento escéptico. De todas formas, si tenemos en cuenta que de las tres fuentes del escepticismo antiguo que hubo en el Renacimiento una es Cicerón - y está dedicada a los nuevos académicos-, otra es Diógenes Laercio -Vidas de fi¡ósofos-y la tercera y más tardía en aparecer es el texto de Sexto Empírico, es extraño que la mayor parte del estudio de Valencia esté dedicado a la filosofía académica, a menos que recurramos a la hipótesis de que en la siguiente entrega a Figueroa dedicaría una mayor atención al discurso pirrónico. Los argumentos de Sexto son conocidos y utilizados por el autor de las Académica, pero de forma tangencial, como instrumentos de análisis, sin llegar a exponerlos específicamente. 7 8 Valencia, Pedro de: Académica, p. 6 1 . Morocho, 1993, pp. 32-33. 67 Popkin recoge dos datos importantes que pueden aclarar el panorama sobre la presencia de Sexto en España. Uno de ellos hace referencia al hecho de que Pedro de Valencia diga que el texto de Sexto, en su edición latina, circulaba con relativa facilidad por nuestro país, ya que «casi todo el mundo poseía esta obra»9. El otro elemento importante sin duda -aunque difícil de valorar sin una exhaustiva tarea de rastreo- es el hecho de que uno de los pocos manuscritos de la obra de Sexto cuya fecha de localización es anterior a la edición de Estienne estuviera en España10. En cualquier caso, lo más adecuado es señalar la importancia que la recuperación de la obra de Sexto tuvo para el pensamiento filosófico y el carácter de impulsor que tuvo respecto al problema del conocimiento, tal y como había circulado en la versión académica de Cicerón. En mi opinión, la importancia del debate sobre el conocimiento tal y como se plantea tras la publicación de Sexto radica en que supone la entrada de lleno del problema del conocimiento en el pensamiento moderno. Por una parte, están bien presentes las posibilidades y limitaciones de la capacidad cognoscitiva del ser humano y, por otra, el debate sobre este tema se dilucida en una terminología eminentemente moderna, con conceptos que aún hoy se formulan con el mismo planteamiento que en la segunda mitad del siglo X V I " . Las preguntas acerca de la capacidad humana para conocer la realidad acrecientan la ansiedad de los participantes en el debate por sustituir el viejo modelo gnoseológico del aristotelismo escolástico; creo que el surgimiento de la filosofía cartesiana no es más que una respuesta excelente -pero desesperada- a la ansiedad que la pérdida del horizonte cognoscitivo suscita en el hombre moderno. A la vez, las formulaciones iniciales del moderno paradigma científico constituirán otro punto de referencia al 9 Popkin, 1983, p. 73. «Hasta entonces, sólo se habían encontrado dos manuscritos medievales latinos de ¡as obras de Sexto: uno en París, de finales del siglo XIII, una traducción de la Hipotiposis pirrónicas (extrañamente atribuidas a Aristóteles), y la otra, una versión mejor de la misma traducción, en España, al menos cien años después.» ibid., p. 45. 11 «Two matters oí interest, ¡n view oí this, were considered at length in the colloquium; one, was there a serious and radical difference between ancient Creek scepticism and Renaissance and post-Renaissance scepticism, that might account for why the first disappeared, and why the second aróse when it did...» Popkin y Schmitt, eds., 1987, p. 8. 10 68 que dirigir la petición de ayuda en caso de ser presa de algunos de los argumentos pirrónicos. El problema para los humanistas será que ¡a apuesta por el paradigma científico supone indefectiblemente la inevitabilidad de la ruptura entre la ciencia y la metafísica y la consiguente fragmentación de la razón. En el subsuelo de la concepción moderna del conocimiento que se está elaborando en estos años está la pregunta por la validez del método fideísta tal y como lo ha expuesto Popkin. Quizás en la posición que se adopte respecto al fideísmo - y no me refiero en materia de religión- como método básico del conocimiento humano estén muchas de las claves del pensamiento filosófico posterior. En este sentido creo que se produce la reacción cartesiana y su propuesta de un «acuerdo o pacto epistemológico»; en mi opinión, la exposición cartesiana del método y de la propia filosofía no consiste sino en la proposición de un pacto consistente en negar y hacer olvidar que la apuesta por el método racionalista es el resultado de un acuerdo, de una decisión, es decir, es un acto de la voluntad, de la razón discursiva, que, después de ver todas las posibilidades y de contrastarlas en la historia y en la experiencia, decide que ésta es la mejor forma de emplear las cualidades epistemológicas del hombre. El escepticismo había puesto de manifiesto que la racionalidad sola no era un método infalible, ni siquiera el único, para conocer la realidad. Descartes pretende olvidarlo. En el ámbito de la filosofía europea, el paso de la formulación renacentista del problema epistemológico a la versión moderna lo representa Montaigne, que realiza una adecuada síntesis de los problemas planteados por el pirronismo. Lo hace además en francés, y adaptando la argumentación escèptica a una terminología más cercana a los problemas concretos de la gente de esa época en su país. Sin embargo, en España, concretamente en Zafra, Pedro de Valencia no pierde de vista la formulación del problema epistemológico como se formula en sus orígenes, en los textos de Cicerón y de Sexto, con los problemas prácticos que acompañaron a aquellos pensadores cuando escribieron sus textos. La importancia de la contextualización que hace Pedro de Valencia de todos los autores que estudia no radica solamente en poner de manifiesto la metodología que utilizaba en sus investigaciones un español ya a finales del XVI. Este, sin embargo, ha sido el valor más destacado por los estudiosos de la obra del extremeño. 69 Creo que io destacable de este acercamiento al contexto de Cicerón y de Sexto Empírico estriba en que junto con sus ideas y conceptos acerca del conocimiento se trae Pedro de Valencia de sus textos una visión completa y directa de las causas que provocaron estos mismos debates varios siglos antes, en otro ambiente civil y cultural y, lo que es más importante, una visión de los problemas prácticos que pretendían resolver y de las soluciones que entrevieron. Quizás lo más destacado de este trabajo con las fuentes escépticas sea la diferenciación entre los efectos que el escepticismo antiguo y el moderno causan entre los filósofos, es decir, la diferencia entre el antiguo escéptico o «inquirer» y el moderno o «doubter»u. No creo que sea casual la pronunciada vocación por el discurso práctico y por la razón moral que se descubre en los textos de Pedro de Valencia, ya sean éstos propiamente morales o religiosos, sociales o económicos. Lo que estaba buscando Pedro de Valencia eran criterios de utilización de la razón práctica en un mundo en el que algunas cosas estaban cambiando y en Cicerón especialmente, pero también en Sexto, encuentra unos personajes que siendo como él intelectuales y preocupados por encontrar el criterio de verdad, vivieron una situación social, política y económica todavía más convulsa o, si se quiere, indefinida, que la de España a principios del siglo XVII. Si encontrar un discurso de la razón práctica adecuado a los tiempos que corrían era complicado para Pedro de Valencia, mucho más debió serlo para Cicerón, en un momento en que ni la forma política de convivencia, ni el sistema productivo, ni la estructura social de la Roma republicana eran ciertos o estables. Pedro de Valencia tiene al menos varios elementos a su favor como son la unidad de España en torno a las tierras y gentes de la península ibérica y su concepción y práctica de la religión católica. Tenía que aclararse «solamente» respecto a la nueva identidad del hombre moderno que estaba surgiendo y a los conflictos que esto provocaba; Cicerón, dada la situación de Roma, no podía tener certeza ni respecto a sus propiedades13, y eso que era jurista. Por eso, la figura de Cicerón y su vida pública, sus teorías sobre la política romana y los escritos filosóficos de sus últimos años, todo ello confor- 12 13 Burnyeat, 1987, p. 15. Véase el discurso Sobre la casa a su vuelta del exilio, (en Discursos, IV). 70 ma un núcleo histórico que se muestra de considerable interés si se le echa un vistazo desde el punto de vista de la filosofía. El habitual trato despreciativo hacia todo lo que proviene de la filosofía helenística y hacia la "pobre" capacidad especulativa de ios pragmáticos romanos constituyen un enorme y deformador prisma del pensamiento ciceroniano. Sin embargo, la recuperación filosófica de la obra de Cicerón adquiere relevancia si su estudio se realiza con la vista puesta en el uso que de ella hizo el renacimiento humanista y del carácter eminentemente preparatorio que sus doctrinas tuvieron para el racionalismo moderno. Para nuestro caso, la redacción de la Cuestiones académicas de Cicerón es, en primer lugar, el punto de partida del que se vale Pedro de Valencia para escribir su principal obra filosófica; las relaciones de contenido entre ambos textos y la difusión de la obra ciceroniana -junto con los textos de Sexto Empírico- en los siglos XIV, XV y XVI entre los intelectuales europeos suponen dos hechos de innegable importancia, y conforman así el clima cultural en que Valencia desarrollaría sus primeros pasos en el campo de la filosofía. La posición de Cicerón es en este sentido premonitoria de la que siglos después les tocaría vivir a los humanistas modernos. Cicerón vive un momento de crisis política y social a la que va unida una gran variedad de doctrinas filosóficas. Estas corrientes de pensamiento conviven y disputan en el ámbito romano dando lugar a un panorama desconcertante para los que se acercaban a la filosofía en busca de guías seguras para llevar una vida feliz. Este revoltijo de tendencias y de acontecimientos junto con la curiosidad intelectual del orador romano, le llevan a recorrer los textos y las opiniones de los más destacados pensadores de la época. Sus escritos son buena prueba del profundo conocimiento que tenía Cicerón del pensamiento de los filósofos contemporáneos y de sus predecesores griegos. Sus discursos y diálogos muestran tanto su apuesta por las teorías epistemológicas de académicos y pirrónicos como su cercanía en el pensamiento ético a las posiciones estoicas. Por esto es importante destacar, aparte de valoraciones de otra índole, el carácter profundamente práctico y eficaz del pensamiento filosófico de Cicerón. Además de ser un fiel reflejo del momento cultural y espiritual que vivía el mundo romano, Cicerón es capaz de realizar una síntesis muy adecuada entre las rigurosas y pragmáticas doctrinas cognoscitivas de los nuevos académicos y las más clásicas y tradicionales 71 posiciones éticas de estoicos, epicúreos y cínicos. Recoge de cada una el aspecto más destacado, critica lo exagerado de cada doctrina y lo articula todo en un sistema de pensamiento que pretende estar en paz y armonía con el otro gran ideal del pensamiento ciceroniano, la república romana. La obra de Cicerón va a ser, en este sentido, una muestra del intento de conciliar la retórica dentro del propio discurso filosófico. Esta pretensión de unidad en el pensamiento pone de manifiesto la tendencia hacia una forma de pensar la existencia humana que no renuncia al ámbito de lo público; además, se trata de un pensamiento que parte de la práctica, de las situaciones concretas en que se halla el hombre y de las que realmente se ve obligado a dar razón. Esta recuperación del pensamiento pragmático tiene la peculiaridad de que no renuncia a un discurso global con pretensiones de validez universal; lo destacable es que esta idea de validez tiene que cumplir las condiciones de verdad que imponen los hechos reales de la vida concreta, tal y como los encuentra el hombre cotidianamente. Este pensamiento filosófico en el que la retórica -como vehículo de la filosofía práctica-juega un papel fundamental para la determinación de las formas y contenidos de la verdad que se quiere postular será una de las principales herencias que la obra ciceroniana dejará al humanismo de Pedro de Valencia. Tanto las ideas escépticas acerca del conocimiento como la postura de Cicerón a la hora de construir su discurso ético-político influirán en la concepción humanista acerca de un pensamiento en el que la unión de la retórica y la filosofía constituye un elemento esencial del discurso práctico propuesto. Sin embargo, como ha ocurrido en el caso de Pedro de Valencia, gran parte de la energía se ha gastado en buscar pruebas definitivas de la adscripción de Cicerón a uno de los movimientos filosóficos del momento y a interpretar las opiniones de los actores de los diálogos ciceronianos con el objetivo de encontrar detrás su verdadera opinión. En el caso del abogado romano existe un agravante; las críticas y descalificaciones con que determinados historiadores han obsequiado a Cicerón, especialmente por su actuación durante la crisis republicana que le condujo al exilio y después a la muerte por asesinato, han hecho que su más que probable debilidad de carácter sirviera de excusa para desprestigiar su capacidad filosófica y la calidad de sus escritos. En mi opinión, una vez estudiada la postura epistemológica de Cicerón, el debate ha de traspasar indefectiblemente el momento en que lo impor- 72 tante era la adscripción o no del propio Cicerón - y de Pedro de Valenciaa la corriente escèptica. En el caso del zafrense este debate se vuelve estéril en cuanto el marco histórico del humanismo sirva para situar a Valencia en el caudal de las corrientes espirituales que recorrieron el comienzo de la modernidad. Además, los matices que presentan las obras de ambos autores invitan claramente a abandonar la búsqueda del texto-clave en el que alguno de ellos confirme su identidad filosófica. Como gente leída y participantes en la vida pública de sus comunidades, ambos autores tienen suficiente experiencia y la precisa lucidez para estudiar todas las corrientes, leer a muchos autores y elaborar las doctrinas que sus respectivos intereses intelectuales más les recomendaban. Por lo demás, las doctrinas académicas de Arcesilao y de Carnéades eran poco propicias para que sus seguidores fueran encuadrados de forma estricta en un determinado modelo de pensamiento ético o político. Hacer esto supone pecar de dogmatismo. Respecto al pensamiento ético de Cicerón, creo que es preciso aclarar los matices de su profundo y declarado estoicismo y ponerlo en concordancia con las corrientes morales que siguieron los humanistas españoles. Si tenemos en cuenta que el cristianismo tiene en su propio germen histórico la huella del pensamiento estoico, el hecho de que textos de autores propiamente estoicos -tan manidos en los ámbitos culturales hispanos como los de Epicteto- fueran de uso común para Pedro de Valencia nos ha de mover a reparar en las connotaciones que esta doctrina presentaba para el político romano. Su concepción de la vida pública, su idea de la felicidad y el contexto en que se redactan las Cuestiones académicas ciceronianas han de estar presentes en este estudio14. 14 El autor de las Cuestiones académicas es un Cicerón hundido por las circunstancias políticas que le había tocado vivir en los últimos años y derrotado por la ¡néspera* da muerte de su querida hija Tulia. Se trata de un hombre que se refugia en la escritura y en la filosofía entre los años 45 y 44 a.C. para encontrar algo de reposo espiritual con el que tranquilizar su atormentada existencia. El orador y político romano había quedado apartado de la vida pública y su figura había sido sistemáticamente desprestigiada por los enemigos políticos y por sus propias indecisiones e incoherencias. La decadencia de la vida republicana alcanzaba en estos años su apogeo y los políticos de corte populista se habían hecho con el mando de la política romana ante la inoperancia de las clases privilegiadas. En este contexto, Cicerón apenas si tiene la lucidez suficiente para apartarse de los peligros que para él entrañaba la política y decide retirarse a la villa de Cumas donde va a escribir, según cuenta a Ático, las Cuestiones académicas. Para alguien como Cicerón, 73 La excusa que permite a Cicerón la discusión en las Cuestiones académicas es el cambio de postura que condujo a Antíoco de Ascalón a profesar las ideas de la Stoa después de haber sido uno de los escolarcas destacados de la Academia. Con este motivo Cicerón realiza un viaje por los diversos puntos que sostienen los filósofos académicos, especialmente Arcesilao y Carnéades, y combate las críticas que la doctrina estoica del conocimiento oponía a la epistemología académica. Cabe destacar de este recorrido algunos de los temas que más interés suscitaron tanto en la Roma de Cicerón como en el Renacimiento europeo. La disputa de Antíoco por recoger la herencia de la primera Academia15 lleva a los nuevos académicos, especialmente a Arcesilao, a reconducir la cuestión de los orígenes precisando la vocación socrática de la Academia media que él regía frente a la pretensión estoica de convertirse en los auténticos herederos de Platón. No es que Arcesilao menospreciara a Platón, lo que pasa es que las intenciones estoicas iban íntimamente unidas al deseo de instaurar un dogmatismo del que Platón había sido el mejor representante. De lo que se trataba no era de recoger estas o aquellas doctrinas platónicas y desarrollarlas -de hecho el poco éxito de la epistemología platónica, la teoría de las Formas, en los siglos subsiguientes a la muerte de Platón es algo destacado con unanimidad-, sino de rescatar el espíritu compacto y totalizador que mostraba el pensamiento platónico 16 y conjugarlo con la visión del universo como una totalidad armónica tal y como lo expuso Zenón. que había hecho de la política -como abogado y como gobernante- su vida y que amaba y ensalzaba el sistema de gobierno republicano, la decadencia de la Roma senatorial y la situación personal en que quedó tras los acontecimientos que provocaron su destierro significaron un golpe del que ya no se recuperaría. Las palabras del propio autor romano son suficientemente expresivas: "Mas ahora, por una parte, golpeado por una gravísima herida de la fortuna; por otra parte, liberado de la administración de los asuntos públicos, pido a la filosofía la medicina de mi dolor, y esta delectación del ocio la juzgo honestísima. En efecto, o para mi edad esta ocupación es la más apta, o ella es ante todo coherente con esos actos dignos de alabanza que tal vez reaiicé, o inclusive nada es más útil para instruir a nuestro conciudadanos..." Cicerón: Cuestiones académicas, Méjico, UNAM, 1980; versión de Julio Rodríguez Pimentel, p. 5. En adelante citaré por esta edición. 15 Cicerón: ibid., p. 7. 16 Popper dedica numerosas páginas del libro La sociedad abierta y sus enemigos a demostrar el espíritu dogmático y el carácter de antecedente del fascismo de los escritos platónicos, y no sóio de los políticos. 74 Arcesilao pone su atención en la capacidad dialéctica del método socrático y adopta este método como eí paso inicial de su crítica a! dogmatismo estoico. Lo destacable de Sócrates -aparte de sus cualidades morales- era la capacidad para mostrarse en la conversación siempre dispuesto a poner en claro las contradicciones en las que entraban sus interlocutores cuando intentaban defender una posición determinada. En lugar de esforzarse en argumentar en favor de una idea, Sócrates es presentado en los primeros escritos platónicos, y especialmente en la Apología, como un consumado especialista en el debate y como un perfecto demoledor de todos aquellos discursos que se pretendían perfectos y cerrados. En todos ellos encontraba Sócrates la fisura mediante la cual introducir en la argumentación del oponente !a contradicción en que se sostenía toda la doctrina. El método dialéctico tiene para los académicos un primer punto de referencia en Sócrates, quien da así paso a una de las actitudes más destacables de Arcesilao. En manos de los académicos, el estudio del método dialéctico deja enseguida de ser un instrumento para el mero debate y la discusión pública -aunque Cicerón dará buena muestra de las posibilidades políticas de la dialéctica- para convertirse en el modelo de investigación por el que apuestan los seguidores de Arcesilao. La dialéctica, con la sucesiva contrastación de las ideas que se desprenden de un discurso, supone un método de revisión continua y precisa de cualquier teoría que se exponga y se defienda a través del lenguaje. El objetivo del examen dialéctico no es otro que sacar a la superficie las contradicciones que toda doctrina positiva encierra, de manera que tales contradicciones inviten al ponente a retirar las pretensiones de universalidad y dogmatismo que encierre su propuesta. En el método socrático reconoce Arcesilao otro instrumento de utilidad además de la recuperación de la dialéctica. Se trata de la negación del conocimiento que hace el propio Sócrates. El "sólo sé que no sé nada" de Sócrates se convierte para Arcesilao en una negación de la posibilidad del conocimiento debida a la incompetencia que los órganos sensoriales del hombre tienen para reconocer e identificar la realidad externa17. 17 "Entonces yo: "Con Zenón -dije- como nos fue transmitido, Arcesilao entabló toda su batalla, no por pertinacia o afán de vencer, como en verdad me parece, sino por la oscuridad de aquellas cosas que habían conducido a Sócrates a la confesión de su ignorancia, y ya, antes de Sócrates, a Demócrito, a Anaxágoras, a Empédocles y a casi todos los antiguos que dijeron que nada puede conocerse, nada percibirse, nada saberse". Cicerón: Cuestiones académicas, p. 1 7. / jí Long pone de manifiesto las consecuencias que tanto para el dogmatismo como para el propio escepticismo académico tiene la declaración de Arcesilao sobre este punto 18 , pero se apresta a interpretar el traspaso del problema epistemológico al ámbito del lenguaje19. La crítica al sensualismo estoico deja lugar en la investigación epistemológica de los académicos al estudio del lenguaje y de las relaciones entre la experiencia y lo que se dice acerca de las experiencias que tenemos. La posibilidad de alcanzar el conocimiento y de llegar a la verdad deja de ser algo relacionado exclusivamente con la mera experiencia personal para convertirse en una relación entre más de dos elementos. Además de la aprehensión y de la realidad aprehendida entra ahora en juego un nuevo elemento, el lenguaje, ante cuyo descubrimiento los académicos comprueban la imposibilidad de conjugar los tres componentes de forma satisfactoria y declaran, con Sócrates, la imposibilidad del conocimiento. El único camino para la epistemología pasa ahora por la integración de esta multiplicidad de perspectivas; perspectivas20 que se muestran insuficientes si se toman aisladamente y que, por otra parte, carecen para los académicos de un elemento que destruya la inconmensurabilidad con que se presentan después de la crítica de Arcesilao. Carnéades asumirá las propuestas de su predecesor y continuará su investigación hacia algo similar al empirismo moderno. Hay que decir que la crítica académica a través de la dialéctica es en gran parte fruto de la desintegración que Aristóteles produjo en la concepción platónica de la "epistéme". La propuesta que hace Platón de una ciencia universal y omniabarcante en los libros VI y Vil de la República quedó completamente rebasada por la teoría aristotélica que postulaba una varie- 18 Ver Cicerón: Cuestiones académicas, I, 45. "5/ tomamos en serio la afirmación de Arcesilao, ello entraña que ni la validez del conocimiento ni la del escepticismo pueden ser positivamente establecidas. Esto vale decir, Arcesilao deja abierta la cuestión de si "verdadero" o "falso" sean predicados legítimos de aplicar a ciertas afirmaciones. Niega el conocimiento de cualquier criterio como adecuado para sancionar el uso de verdadero o falso. Mas no se sigue de esto que algunas afirmaciones no sean verdaderas ni otras falsas." Long, A.A., 1988, p. 96. 20 Una de las características más destacadas del pensamiento de Pedro de Valencia es la multiplicidad de puntos de vista desde los cuales estudia la realidad. Por eso su capacidad de integración será un elemento fundamental de su obra y la dispersión temática su mayor problema. 19 76 dad de ciencias concretas y específicas en el sentido moderno. Arcesilao, en sus años de estudio con Teofrasto debió oir la doctrina aristotélica contenida en la Retórica, en donde la dialéctica tal y como la concibió Platón -ciencia universal y perfecta- es dividida en retórica y dialéctica propiamente dicha. Esta separación recogida por los académicos va a quedar después como una constante en el transfondo de la obra de la mayoría de pensadores que se ocuparon de problemas cognoscitivos, desde Cicerón y Dión de Prusa hasta los más destacados humanistas en el Renacimiento. Filosofía y retórica, permanentemente enfrentadas, serán dos caras muy próximas de la misma realidad21. Lo que en los académicos era distinción entre retórica y dialéctica, en Pedro de Valencia se manifiesta como la conexión de dos disciplinas inseparables: dialéctica y ética. La primera marcada por los postulados críticos y metodológicos del escepticismo y la segunda por la reformulación que nuestro autor hace, en clave subjetivista, de las ideas de Epicteto, Dión de Prusa y el propio cristianismo en la expresión de San Pablo. La tendencia empirista de los nuevos académicos queda de manifiesto con las críticas de Arcesilao al concepto estoico de evidencia, el cual había sido rescatado de las propuestas hechas antiguamente por Filón de Larisa para justificar el criterio de actuación en la vida práctica. Para los estoicos la evidencia (enárgeia es el signo característico de la representación verdadera y lleva aparejada el asentimiento automático del alma a lo percibido) se producía cuando, en el proceso epistemológico, tenía lugar una aprehensión cognoscitiva, es decir, una de aquellas impresiones sensoriales que por el hecho de serla -sólo podían ser verdaderas o falsas- era verdadera. La crítica de Arcesilao tiene dos objetivos claramente identificados. Por un lado, hace entrar en contradicción el principio estoico de la evidencia con otros dos principios de esa escuela, aquél que distingue entre "conocimiento" y "creencia" y el que determina que todos los hombres son o "sabios (tienen conocimiento) o "necios" (tienen creencias). Por otro lado, Arcesilao advierte sobre el error del argumento estoico 21 "En la Academia media, la tendencia platónica a menospreciar y desvalorizar el conocimiento empírico -que se reducía simplemente a una opinión, frente al saber auténtico o epistéme, como consecuencia del mundo inteligible- es llevada a la consecuencia de un probabilismo general". Oroz, J, 1984, p. 10. uayt 7/ al declarar que aquello a lo que se asiente en ei caso del conocimiento no es a la propia impresión sensorial, sino a una proposición acerca de tal impresión. La distinción entre la sensación y la proposición correspondiente sirve a Carnéades para desdoblar su teoría y afirmar que, aún en el caso de que aceptemos que se dan impresiones sensoriales, no hay criterio alguno que pueda garantizar que las sensaciones que tiene un particular se corresponden con los hechos tal y como suceden en la realidad. La crítica a la evidencia estoica como criterio de conocimiento queda así apuntalada con la opinión de Carnéades. La imposibilidad de una teoría del conocimiento tal y como era pretendida por los estoicos empujó a Arcesilao a recomendar la "suspensión de! juicio"como regla general del conocimiento con el claro propósito de conseguir la liberación del error, lo cual era, en su opinión, la condición fundamental para conseguir la tranquilidad del alma. Carnéades, por su parte, desarrolla una teoría del conocimiento probable que puede ser considerada un antecedente de los posteriores modelos empiristas22. La pretensión de llegar a un criterio que evite la trampa del dogmatismo y, a la vez, permita dar algunos pasos hacia un mínimo cognoscitivo es hacia donde se dirige Carnéades. Este conocimiento nunca será calificado de "seguro", pero al menos alcanzará un cierto nivel de credibilidad. El hecho de que a veces las impresiones recibidas puedan adecuarse a la realidad exterior lleva a pensar que al menos en ocasiones tenemos un conocimiento fiable; de esta forma, la fiabilidad de los datos recibidos será el objetivo perseguido por los académicos, mientras que el concepto de "probabilidad" será el medio para alcanzar este mínimo criterio 23 . La forma de distinguir entre la certeza de una afirmación y su contradictoria será el grado de probabilidad que presente la impresión sensorial; tal probabilidad se determinará en función de la "claridad" y "distinción" (perspicuitas, para Cicerón) con que se dé la impresión sensorial en cues- 22 Long, A.A., o.c, p. 100. "Como puede verse en sus obras, Cicerón extiende el concepto de probable a todos los ámbitos del conocimiento; es decir, no se trata en él únicamente de representaciones probables y no probables, sino en general de tesis probables y no probables". Rodríguez Pimentel, J., 1980, p. XXXVI. 23 78 tión. Además, a esta primera criba habrán de seguir posteriormente la concurrencia de nuevas impresiones sensoriales igualmente creíbles y la comprobación individual de todos los datos que se presenten al caso. Sin embargo, la contrastación de todos estos elementos no hará más que conceder el grado de probable a aquella afirmación de la que se trate. Una vez rechazada la teoría estoica del conocimiento la certidumbre cognoscitiva es para los académicos un concepto desterrado de su panorama. La epistemología distinguirá desde entonces entre la certidumbre -imposible de alcanzar según los nuevos académicos- y la probabilidad, siendo ésta la posición más cercana posible al conocimiento de la realidad. En cualquier caso, lo importante no es tanto explicar el contenido y desarrollo de las antiguas doctrinas académicas sobre el conocimiento y el estado en que se encuentran en el texto ciceroniano como, en mi opinión, poner de manifiesto las líneas de investigación que su transmisión a través de Cicerón abrió a los humanistas del Renacimiento. En este sentido, hay que destacar la opinión de Oroz acerca de las tendencias que la obra de Cicerón saca a relucir, principalmente su actitud agnóstica y pragmática24. El hecho de que Arcesilao invitara a la suspensión del juicio por la imposibilidad del conocimiento y Carnéades siguiera la línea trazada por el concepto de probabilidad no ha de hacernos perder de vista que el mayor énfasis de sus críticas lo ponen ambos académicos en las teorías filosóficas y en su análisis "científico". El problema de la actuación en la vida cotidiana no invalida en absoluto las tesis académicas, sino que sirve para complementarlas. Hay que decir que en las doctrinas de las Academias media y nueva, el ámbito de la razón práctica queda bajo la sombra de un objetivo ético superior al conocimiento y de ámbito universal25. 24 "Cicerón pone bien de relieve las dos actitudes fundamentales de la escuela académica: la actitud especulativa agnóstica, que renuncia al conocimiento de la verdad por hallarse velada con las apariencias y semejanzas de lo falso, y la actitud pragmática que admite lo probable como norma de conducta". Oroz, o.c, p. 19. 25 "...que, efectivamente, los dos problemas capitales en la filosofía son éstos: el criterio de la verdad y el grado supremo de los bienes, y que no puede ser sabio el que ignore que existe o el principio del conocimiento o el fin último del apetito, de modo que no sepa de dónde partir o a dónde debe llegar". Cicerón: Cuestiones académicas, p. 34. 79 La felicidad y su vehículo -la sabiduría- son lo realmente importante y por eso Arcesilao apuesta por conseguir una ética de mínimos en la que al menos se esté libre del error -fuente de la infelicidad- y se consiga, si no la felicidad, sí la ataraxia. De la misma forma, Cicerón dedica todo un tratado 26 a analizar este tema y recoge elementos de todas las doctrinas filosóficas presentes en su momento en Roma para conformar el cuerpo de su doctrina acerca de la felicidad y del supremo bien. Cicerón desde luego aspiraba a conseguir ía verdad. En varias ocasiones renuncia al escepticismo radical en sus investigaciones y justifica su actitud eminentemente académica argumentando acerca de un hecho insoslayable: la realidad 27 . Cicerón no discute la existencia de la realidad, pero es consciente de las dificultades para conocerla y de la incapacidad del hombre para aprehenderla. No se trata de que -como dice Oroz siguiendo a Capágana 28 - Cicerón se acercara a las doctrinas escépticas por la experiencia práctica que el método dialéctico aportaría a su labor en el foro; lo que realmente importa destacar es el suelo espiritual en que se mueve Cicerón cuando redacta las Cuestiones académicas y las analogías que la situación ciceroniana guarda con la de los humanistas renacentistas y modernos que se acercaron a la epistemología académica a través de la obra del orador romano. Por otra parte, con la doctrina académica y con su recuperación en el Renacimiento la filosofía rescata, además, la función crítica del pensamiento y deja entrever los límites naturales de! conocimiento racional. El agnosticismo y el fideísmo serán algunos de esos límites. En este sentido hay que decir que la búsqueda intelectual de Pedro de Valencia aparece también marcada por la pareja de conceptos de los académicos: sabiduría y felicidad. Esta profunda unión teórica de la epistemología y la ética tiene su origen en la certeza práctica de que sin la una no es posible la otra, esto es, que la felicidad de que es capaz el hombre en esta vida ha de estar marcada por la dirección que le marque la virtud por excelencia del conocimiento práctico, la prudencia, la sabiduría práctica. 26 Cicerón: Del supremo bien y del supremo mal, Madrid, Gredos, 1987. "Además, él no dice lo que nosotros, pues no negamos que exista algo verdadero; negamos que pueda percibirse". Cicerón: Cuestiones académicas, p. 56. 28 Oroz, o.c, p. 20. 27 80 En Pedro de Valencia esta identidad de objetivos filosóficos se muestra ya en ¡as Académica29, donde sitúa la conceptualización de ambas ¡deas bajo el prisma de la religión y de la bienaventuranza en la vida del más allá para dar razón del tipo de felicidad cotidiana y del camino para conseguirla. Creo que el resto de su obra propiamente filosófica se puede leer teniendo en cuenta este motivo fundamental. Lo importante, sin embago, no es tanto la distinción entre dos ámbitos posibles de la felicidad, el de la vida mundana y el del más allá, -esto es lo coherente en un creyentesino en la articulación filosófica que hace del ámbito de la vida mundana. Sus discursos éticos, políticos y socioeconómicos no serán más que nuevos intentos de desarrollar este ideal en otros tantos espacios de la vida cotidiana del hombre. De esta forma, el conocimiento técnico de la economía y de la estructura social, así como la sabiduría histórica aplicada al gobierno de la comunidad serán elementos fundamentales para conseguir la felicidad del ciudadano español en su vida corriente. Este espacio de la felicidad en la vida cotidiana asume todo su sentido en la filosofía de Pedro de Valencia si atendemos a las propuestas de reformas técnicas de la economía como conceptos esenciales de su pensamiento práctico y, por otra parte, nos obliga a recordar que el contenido de la felicidad, tal y como se desprende de las diversas aproximaciones a esta idea que hace el humanista extremeño, tiene mucho que ver con el bienestar material de los ciudadanos. Esta prioridad del aspecto económico en la búsqueda de la felicidad supone la revisión de la idea de sabiduría que propone Valencia, así como de los argumentos sobre los que se construye. 29 «Y ellos se consideran sabios y quieren ser tenidos por tales en este solo aspecto, es decir, en el de la sabiduría que puede darse en los hombres, por más que no sepan ni comprehendan nada, como afirma san Agustín en la obra que escribió contra ellos.» Académica, p. 165. 81 2. Escepticismo, fideísmo y razón práctica Pedro de Valencia se refiere a Sexto Empírico como transmisor de las ideas de Pirrón, no como autor original, aunque reconoce el valor histórico y la calidad de sus Esbozos Pirrónicos. Dichas referencias aparecen al comienzo de las Académica y tienen una doble función 30 : por un lado, Valencia se ve obligado a tratar el tema del escepticismo radical al comienzo de su libro debido a la enorme difusión que el texto de Sexto había alcanzado en España; por otro lado, el criterio de exposición de su propio texto le obliga a plantear cuanto antes las diferencias teóricas existentes entre la escuela académica de Arcesilao y la de los pirrónicos; en realidad, por las palabras y aclaraciones de nuestro autor, parece que hubiera cierta confusión en el ambiente intelectual de la época acerca de las relaciones y analogías entre ios académicos y los pirrónicos. Probablemente, parte de esta confusión se deba a la similitud de algunos de los planteamientos de ambas escuelas, pero sobre todo, el principal foco de equivocación en este tema se debe a la confusa tradición que envuelve al pirronismo. Las dificultades para conseguir determinar completamente el recorrido histórico de la doctrina pirrónica son consecuencia tanto de la carencia de testimonios adecuados como de la propia estructura y proposiciones del movimiento escéptico. En cualquier caso, Valencia recurre tanto al texto de Sexto como a algunos otros autores de la Antigüedad 31 para poner en pie algunas de las ideas del escepticismo, siempre formuladas tal y como se dieron en el origen, sin adaptarlas a los problemas religiosos del momento. Del análisis de Pedro de Valencia creo que merece la pena destacar su afán por poner de manifiesto el método de investigación que seguían los pirrónicos. Según Pedro de Valencia, los escépticos se caracterizaban por un principio fundamental consistente en no dar su asentimiento a ninguna cosa desde el momento en que ésta se presenta con la más mínima sombra 30 Valencia, P. de : Académica, capítulos 3 y 4. ibid., p. 107: «Los escépticos empleaban fórmulas parecidas. Todas ellas así como sus explicaciones pueden verse en el mismo Sexto Empírico, junto con otros detalles relativos a la misma escuela. Más información sobre dicha escuela nos ha conservado Diógenes Laercio en la Vida de Pirrón. Puede verse también acerca de los partidarios de Pirrón el capítulo quinto del libro XI de las Noches Áticas de Celio o Agelio». 31 Cfj£ de duda32. Esto quiere decir, en primer lugar, que las declaraciones que hacían los seguidores de Pirrón en las discusiones no las realizaban con la pretensión de dejar sentado un determinado aspecto de la realidad, sino que cuando intervenían en un debate y la cosa de que se hablaba no estaba clara lo hacían con la intención de poner en evidencia e! dogmatismo de los que hablaban con imprudencia. Lo más importante de este método es que Valencia aclara que lo ponían en práctica para llevar a cabo sus investigaciones y sus búsquedas científicas; en ningún caso se trataba de meras conversaciones sobre asuntos banales o problemas prácticos. La atención de los pirrónicos se centraba en la investigación científica33, en la búsqueda minuciosa y en la prudencia ante las apariencias que la realidad presentaba. En mi opinión, es especialmente significativo que Pedro de Valencia se fije en este aspecto del pensamiento escéptico, ya que esto supone que el objeto de la investigación histórica de nuestro autor no estaba tan alejado de los problemas que el pirronismo había suscitado en Europa. Sin embargo, lo más importante - y esto es lo definitivo- lo representa la actitud del humanista hacia la constitución de un método adecuado de conocimiento -la investigación científica- tal y como a partir de entonces se estableció, es decir, basada en la observación y en la continua búsqueda, en la prudencia para no avanzar resultados aventurados acerca del objeto de investigación y con las bases firmes de una metodología clara y completa. El escepticismo de Pirrón da la clave para iniciar los pasos en la búsqueda de un método de conocimiento seguro. Este método tiene la virtud de no pretender establecerse como fijo, estable y seguro por un tiempo indefinido, error que habían cometido anteriormente los seguidores escolásticos del aristotelismo y que cometerá posteriormente el cartesianismo y, en general, todo racionalismo extremo, sino que la propia metodología será la que marque la necesidad de una continua e ininterrumpida búsqueda de aciertos y errores en el objeto de la investigación, pero también en el propio sistema de conocimiento. Y esto es así porque el humanismo de la segunda mitad del siglo XVI, con la ayuda de Sexto y con los errores de la Iglesia, había tenido ya sufi- 32 33 ibid, p. 105. ibid. 83 cientes pruebas de la insuficiencia de la razón, de sus engaños y de su incapacidad para presentarse como único órgano del conocimiento, universal y absoluto. Por eso dice Pedro de Valencia «...si las imposturas de la razón son tales, que incluso no logra esconder a nuestros ojos las cosas que aparecen, ¿cómo no deberemos considerarla sospechosa en las cosas inciertas, no sea que, por seguirla, caigamos en la irreflexión? Esta advertencia es muy digna de tenerse en cuenta y no olvidar nunca, ...»34. Y es que para él son ya -en 1596- más importante la observación y la reflexión que el seguimiento ciego de procesos exclusivamente racionalistas. No se trata de que Pedro de Valencia apueste por el irracionalismo o sea tan escolástico que no pueda aceptar la primacía de la razón, simplemente, para él, la razón tiene su propio ámbito y sus ¡imitaciones y conocerlas supone emplear esa razón con eficacia y responsabilidad. En este sentido se expresa en numerosas ocasiones, debido a que la opinión de Pedro de Valencia está en la línea de emplear la razón en su dimensión ética, es decir, como razón práctica. En este ámbito, en el de la vida, en el de la política y la sociedad, sí debe ser ancho el camino para la razón. Y es en este punto en el que se separa de la doctrina pirrónica para acercarse a la de los académicos. Para Pedro de Valencia no es aceptable que llegado el momento de establecer un método de conocimiento para guiarse en la vida, una regla práctica, los escépticos digan que no se puede afirmar la verdad o falsedad de nada y que entre lo cierto y lo erróneo no haya ninguna diferencia; y no lo es, no porque pueda provocar la renuncia a criterios de comportamiento en ética o en religión -dimensión subversiva del escepticismo-, sino porque la opción de los pirrónicos y la que utilizarán los contrarreformadores fideístas en Francia será la adecuación del comportamiento a lo que hay, a las costumbres, a los que hace todo el mundo, es decir, a la vida normal; y esto supone aceptar de lleno el «conservadurismo» como criterio de comportamiento, algo que como veremos más adelante tiene poco que ver con las opiniones de Pedro de Valencia respecto a la ética, la política, la sociedad y la economía. Por eso le parece más acertada la opinión de los académicos, que ponen en juego para solucionar los problemas cotidianos, no las costumbres habituales como los pirrónicos, sino el concepto de probabili- 34 ibid. 84 dad; aplicándola al ámbito práctico la probabilidad permite conseguir cierta coherencia con el método científico que Valencia asume en el plano teórico y vuelve a hacer de la reflexión, de la búsqueda a través del error y de lo razonable, los criterios fundamentales para convivir en la comunidad. Pirronismo epistemológico La versión pirrónica de ia teoría del conocimiento, de la que tenemos constancia a través de la obra de Sexto Empírico, ha padecido una suerte desigual desde su redacción inicial hacia la primera mitad del siglo II d.C. y ello se debe tanto a las sucesivas apariciones y desapariciones de los manuscritos como al carácter «subversivo» -así calificado- de sus propuestas. Si la doctrina de Sexto ya era considerada problemática y enemiga de la doctrina cristiana por Gregorio Nacianceno en el siglo IV no iban a ser de menor entidad los problemas que había de deparar su publicación en el siglo XVI y ello a pesar de que ya eran conocidas las teorías académicas a través de la obra de Cicerón, hecho que podía haber ayudado a amortiguar la polémica y la intranquilidad que vinieron con la edición de los Esbozos de 1562. En su origen, los Esbozos Pirrónicos fueron probablemente un manual para los alumnos de la escuela escèptica de Alejandría, cuya dirección recayó en Sexto Empírico alrededor del 110 d.C35. La necesidad de un texto básico que agrupara las principales críticas que el escepticismo radical realizara contra todas las teorías dogmáticas y que sirviese a la vez para diferenciarlo de corrientes cercanas al pirronismo fueron, probablemente, los motivos de su redacción. Aunque el origen del escepticismo antiguo se puede cifrar en la enseñanza de Pirrón (aprox. 365-360 a.C a 275-270 a.C), el hecho es que en los siglos posteriores a su muerte fueron ¡os académicos, y principalmente Arcesilao y Carnéades, los que se ocuparon de los problemas planteados anteriormente por este autor. El peculiar enfoque que del problema del conocimiento hacen los académicos es el que se mantiene en vigor Gallego, A. y Muñoz, T, 1993x p. 39. 85 hasta el establecimiento de la escuela escèptica durante el siglo II d.C, momento en que Sexto Empírico retoma la cuestión adoptando los puntos de vista de Pirrón, pero tal y como habían sido interpretados por Agripa y por Enesidemo. Así, la línea que sigue la tradición escèptica en la Antigüedad tiene su origen en las enseñanzas de Pirrón, quien no dejó nada escrito y cuyo pensamiento es conocido por los testimonios de su discípulo Timón; después fueron los representantes de la Academia los que adoptaron el papel más relevante en la lucha contra el dogmatismo y, finalmente, Sexto Empírico se vale de las doctrinas de Enesidemo36 y de Agripa 37 para reformular el escepticismo radical que varios siglos antes había predicado su fundador, Pirrón de Elis. A pesar de lo complejo del recorrido, una vez que Sexto redacta sus Esbozos este texto se convierte en el referente fundamental del escepticismo radical por delante del pensamiento de cualquier otro autor. La causa de esta concentración se debe en gran medida a la radicalidad de sus propuestas acerca de la posibilidad del conocimiento, pero también de forma considerable a la preocupación del propio autor por diferenciar su posición epistemológica de las que habían sustentado otros autores, presocráticos como Heráclito, Parménides, Empédocles o Demócrito, y otras escuelas, incluida la Academia 38 . 36 «La principal fuente de Sexto Empírico es Enesidemo, filósofo griego de época incierta, cuyas obras no han sobrevivido aparte. Enesidemo es una figura importante. Fue probablemente el primero en fijar, en términos formales, los 'modos' del juicio, tal como los encontramos en Sexto y otros lugares». Long, A.A., 1988, p. 8 1 . 37 «La obra de Sexto debe gran parte de su estructura a esa línea formal marcada por Agripa; de hecho, el esquema empleado por Sexto una y otra vez (hasta llegar a cansar) para echar por tierra una tesis dogmática, parece un fiel calco de los tropos de Agripa ...»: Gallego, A. y Muñoz, T., 1993, p. 34. 38 «Para los que investigan un asunto es natural acogerse o a una solución o al rechazo de cualquier solución y al consiguiente acuerdo sobre su inaprehensibilidad o a una continuación de la investigación. Y por eso seguramente, sobre las cosas que se investigan desde el punto de vista de la Filosofía, unos dijeron haber encontrado la verdad, otros declararon que no era posible que eso se hubiera conseguido y otros aún investigan. Y creen haberla encontrado los llamados propiamente dogmáticos; como por ejemplo los seguidores de Aristóteles y Epicuro, los estoicos y algunos otros. De la misma manera que se manifestaron por lo inaprehensible los seguidores de Clitómaco y Carnéades y otros académicos. E investigan los escépticos. 06 El interés de Sexto por determinar su posición en el ámbito de los sistemas filosóficos tiene poco que ver con una pretensión de exclusividad, sino que más bien tiene relación con la caracterización que de sus propias doctrinas tiene que hacer ante un auditorio dispuesto a otras influencias. En este sentido, lo más destacable para nosotros es la separación que se establece en este momento entre los principios de la filosofía académica y los del pirronismo. El hecho de que se quiera hacer explícita la diferencia que media entre los planteamientos de los dogmáticos y los que sostenían los académicos no hace sino reforzar la imagen del sistema de Sexto como una radicalización de las posiciones que habían mantenido Arcesilao y Carnéades. La pretensión de Sexto es volver a la posición de partida de Pirrón dejando de lado el compromiso intermedio a que habían llegado los académicos en su epistemología. Esta vuelta de tuerca de la posición escèptica se concreta en varios postulados que veremos más adelante y tendrá una importancia fundamental cuando se recupere el problema a lo largo del siglo XVI. Lo cierto es que en la Antigüedad tanto los académicos como los pirrónicos declararon las diferencias esenciales que había entre ambos movimientos y reclamaron distintos maestros a la hora de establecer el fundamento histórico de sus respectivas escuelas. Si para los académicos fueron sobre todo Sócrates y su actitud las que sirvieron de punto de referencia, los seguidores de Sexto vieron en Pirrón al único ascendiente que por primera vez adoptó consecuentemente las posiciones del escepticismo radical. Aparte de problemas surgidos por la mera rivalidad entre ios componentes de ambas escuelas39, lo cierto es que la distancia en las posiciones que establecen ambos sistemas supone principalmente una diferencia de grado, esto es, de radicalidad en el alcance de las consecuencias que se derivan de cada uno, pero se puede decir que gran parte de los objetivos pretendidos por ambos movimientos -p.e., suspensión del juicio, serenidad de espíritu- coinciden desde que ponen las bases de su argumentación entendida como respuesta al dogmatismo estoico. En buena medida esas De donde, con mucha razón, se considera que los sistemas filosóficos son -en líneas generales- tres: dogmático, académico y escéptico.» Sexto Empírico: Esbozos Pirrónicos, Madrid, 1993, p. 5 1 . 39 Véase Long, o.c, pp. 82 y 83. 87 coincidencias finales lo son también metodológicas, ya que, pese a los distintos calificativos, tanto las posiciones que describe Cicerón como aquellas de las que se hace eco Sexto Empírico quedan perfectamente identificadas si se atiende a la actitud que describe este último 40 . Para nosotros quizás tenga más importancia establecer el proceso de distinción entre ambos movimientos al hilo de la recuperación de los textos de Sexto en el siglo XVI. Como hemos visto, hasta que en 1562 salió a la luz la edición en latín que de los Esbozos Pirrónicos realizó H. Estienne la única fuente para estudiar las doctrinas escépticas habían sido las Cuestiones académicas de Cicerón, que ya habían circulado por Europa durante el Renacimiento41. El hecho de que en 1569 se volviera a editar la obra de Sexto y se incluyese entonces una traducción del Adversus mathematicus a cargo de G. Hervet da una idea del interés que el pensamiento pirrónico arrastró en el incipiente mundo moderno. Este inusitado interés tiene en mi opinión dos causas fundamentales: la primera y sólo atendiendo al alcance de la epistemología planteada por cada autor, sería la diferencia cualitativa que la obra de Sexto representa respecto a la de Cicerón en el sentido ya citado de una radicalización del escepticismo que, en el caso de Sexto, parte ya de una negación absoluta del conocimiento de la realidad exterior42; por otro lado, los trabajos de Popkin han puesto de manifiesto la utilización que los ortodoxos católicos hicieron en Francia de los argumentos escépticos -reformulados por Montaigne- para atacar las pretensiones racionalistas del calvinismo. Por tanto, la utilización del pirronismo en un primer momento va a tener interés no ya por lo que pudiera significar para la elaboración de una moder- 40 «La orientación escèptica recibe también el nombre de Zetética por el empeño en investigar y observar, el de Eféctica por la actitud mental que surge en el estudio de lo que se investiga y el de Aporética bien -como dicen algunos- por investigar y dudar de todo, bien por dudar frente a la afirmación y a la negación.» Sexto Empírico, o.c, p. 53. 41 Algunos de los trabajos incluidos en la edición de Popkin y Schmitt, 1987, son una buena muestra del estado en que está la investigación sobre ciertos precedentes medievales de! escepticismo renacentista y moderno. 42 «Lo que Piñón afirma está fundado en su respuesta a la cuestión: "¿cómo son realmente las cosas?". Al contestar "incognoscibles", Pirrón elimina el mundo exterior como tema del discurso filosófico. Si la naturaleza real de las cosas no puede ser conocida ni por los sentidos ni por la razón, entonces no hay nada que sirva de referencia para contrastar la verdad o falsedad de afirmaciones acerca de aquélla». Long, A.A., o.c. , p. 87. 88 na teoría del conocimiento 43 , sino por el uso religioso que se hace de sus argumentos. Para Popkin las causas de esta inesperada unión inicial entre los católicos franceses y los más destacados exponentes de la filosofía de Sexto Empírico se produjo de manera que los escépticos finalmente parecían ejercer el papel de teóricos del pensamiento teológico surgido de Trento44. Probablemente, consigamos darle a las Académica de Pedro de Valencia una ubicación más coherente en el conjunto de su obra y en su propio ámbito histórico si nos atenemos al paisaje que pinta Popkin; lo más natural es que la polémica religiosa desatada en torno al calvinismo francés hubiera llegado en una forma más o menos similar a España y que hombres como García de Figueroa sintiesen interés por las dificultades que el escepticismo presentaba para la religión en general y para los enemigos del catolicismo en particular. Lo cierto es que en esta reaparición del pirronismo a las puertas de la época moderna, el objetivo del antidogmatismo escéptico no iba a ser el estoicismo, por otra parte bien presente en la mayoría de los humanistas cristianos del momento, sino otro dogmatismo de mayor calado, el dogmatismo de la razón que los seguidores de Lutero y Calvino pretendían imponer sobre la autoridad de la Iglesia de Roma. La vuelta al pirronismo supone, pues, una radicalización de la posición escèptica. Si Carnéades estableció finalmente una guía de conocimiento a través del probabilismo y de la distinción entre tres tipos de conocimiento probable según fuera el grado de fiabilidad que presentaban45, Sexto niega el camino emprendido por el académico ya que aceptar la posición de Carnéades suponía admitir implícitamente la distinción entre "verdadero y falso", que a juicio de los pirrónicos era imposible establecer. 43 Aunque esto no ocurre de forma manifiesta hasta que Descartes no elabora su teoría, lo cierto es que algunos autores pudieron ver antes las consecuencias que para el ámbito de la razón tendría la crítica escèptica al conocimiento; la limitación de la razón dentro de su propio ámbito -ámbito que se iría definiendo en los años siguientes- sería una de las principales líneas de trabajo que surgirían de esta crítica, aunque la pretensión de universalización de la razón cartesiana acabara dominando casi todos los ámbitos. 44 «The burden of this study will be to explore the intel·lectual basis of this alliance, and to show that the character of the argument against Calvinism offered by the French counter-reformers indicates the reason for the association of skeptics and Catholic theologians. In terms of the anti-Calvinian developed in France, the skeptics may well have been the theoreticians, or have functioned as the theoreticians, of the theological world in France after the Council of Trent.» Popkin, R.H., 1960, p. 59. 45 Valencia, Pedro de: Académica , pp.165 y ss. 89 Sexto no niega que el hombre tenga percepciones de los objetos externos, de las cosas, lo que categóricamente rechaza es la posibilidad de que [a forma en que se le presentan los objetos al hombre indique algún rasgo de los objetos externos tal y como son en sí mismos. No hay garantía de ningún tipo de que las cosas sean en el mundo exterior de la misma manera que se nos presentan a nosotros, y eso debido a que la sola posibilidad de que la percepción sensorial sea defectuosa elimina, a juicio de los pirrónicos, la fiabilidad de los sentidos como criterio de conocimiento de ese mundo exterior. Los sentidos muestran lo que se nos aparece, lo que aprehendemos involuntariamente, pero en ningún caso aportan indicios suficientes de que esa forma en que aparecen refleje cómo son en su mismidad los objetos aprehendidos. Es decir, el testimonio último de la realidad tal y como es no puede ser en ningún caso la realidad tal y como nos parece que es. A! menos no podemos saberlo46. Esta distinción entre la forma en que nos aparecen los objetos y la forma en que son en realidad lleva el problema a otro ámbito, que es el de la fiabilidad de los datos sensoriales. En este sentido hay que decir que los posibles errores en la percepción sensoria! o la diferente forma en que los mismos objetos son percibidos por hombres distintos no es el tema principal de la crítica. Sexto acepta la capacidad de percepción sensorial del hombre como suficente para llevar una vida normal, alejada del dogmatismo de los sistemas filosóficos. Por otro lado, la vida normal es la que hay que tener como principal punto de referencia, ya que es la única compatible con la pretendida serenidad de espíritu que buscan los escépticos. Lo que ocurre es que con la distinción entre los objetos tal y como se nos presentan y los objetos tai y como son, lo que se pone de relieve es que es imposible entrar en el mundo de las relaciones que hay entre el objeto tal y como lo percibimos y el objeto tal y como es independientemente de que el hombre lo perciba. Se establece y se constata el hecho de una relación existencial que el hombre no tiene capacidad para abordar ni a través 46 «El pirrónico concluye que la misma cosa puede "aparecer" de manera contradictoria, a gente diferente, y por lo tanto, nada de lo que "aparezca" a ningún hombre es suficiente para fundar una creencia acerca de aquello que una cosa es realmente.» tong, A.A.: o.c, p. 87. 90 de los sentidos ni a través de la razón. La incapacidad de la razón para abordar este ámbito supone una de las principales consecuencias que se desprenden de la posición de Sexto. La autolimitación de la razón por esta reconocida incapacidad supone un argumento de gran calibre contra cualquier dogmatismo que establezca su fundamento en las cualidades cognoscitivamente superiores de la razón. En opinión de Sexto, lo único que es fiable congnoscitivamente es el hecho de que los objetos se me presentan de una forma determinada y que este status epistemológico no permite establecer ninguna inferencia sobre las posibilidades del conocimiento racional. Así, el único ámbito al que tenemos acceso es el regido por las aprehensiones que constantemente tenemos de los objetos, que no es otro que el de la vida normal. Este primer paso en las posiciones escépticas nos lleva a dos cuestiones que el propio Sexto se encarga de despejar: una se refiere al hecho de que si el único ámbito cierto es el de la vida normal; ¿qué sentido tiene cualquier teoría con pretensiones de ser completa y por lo tanto dogmática?; la otra tiene que ver, inevitablemente, con el valor y con el rango epistemológico que los escépticos confieren a sus propias doctrinas47. El primero de los problemas lo resuelve Sexto volviendo la vista a la distinción inicial entre el ámbito cognoscitivo del que puede disponer el hombre -el de saber que se le presentan objetos y que deben actuar en función de ese aparecer- y aquel que no alcanza siquiera la razón -el de cómo sean realmente las cosas- S¡ es imposible acceder a este mundo, cualquier afirmación que pretenda establecer cómo son las cosas en realidad carece de sentido; debido a que este tipo de afirmaciones son las que realizan aquellos que pretenden establecer la verdad de una doctrina, la propia pretensión de dogmatizar es inútil 48 . Es decir, no se puede establecer que las cosas son de una determinada forma -de la forma que postule la doctrina en cuestión- y seguidamente afirmar además que es cierto que la cosas son de la forma en que se postu- 47 A este asunto se refiere el artículo de M.F. Burnyeat (1980) titulado «Can the Sceptic Uve his Scepticism?», en Schofield, Burnyeat y Barnes (eds.): «Doubt and Dogmatism, Studies in Helienistic Epistemology, pp. 20-53. Véase también el capítulo titulado «The Sceptic WayofLife», en Hankinson, R.J.(1995), pp.293-308. 48 Sexto Empírico, o.c, p. 136. 91 la. Y no se puede afirmar la verdad de los postulados sostenidos porque la razón carece de la capacidad necesaria para pasar del ámbito de lo que aparece al ámbito de lo que es49. Así queda cortado de raíz y formalmente cualquier tipo de dogmatismo - n o sólo el de los estoicos- de manera que cuando llegue el momento en que haga su aparición el dogmatismo racionalista los escépticos tendrán a punto un buen número de «baterías» para destrozar sin grandes esfuerzos las pretensiones umversalmente válidas del racionalismo. La causa principal de la debilidad de los racionalistas estaba en su propio fundamento, esto es, en la autolimitación de la razón que provocó el pirrronismo, debido a la demostrada incapacidad de aquélla para actuar con garantías en determinados ámbitos. El segundo problema al que antes hacíamos referencia, el tipo de consideración que habría que darle al sistema escéptico50 una vez escuchados los argumentos contra los restantes sistemas filosóficos, lo solventa Sexto aludiendo de nuevo a la autolimitación de la razón. Sexto Empírico se preocupa, después de cada afirmación de cierta magnitud, de recordar que las limitaciones de la razón y del lenguaje también hay que aplicarlas al propio escepticismo y que sus afirmaciones no hay que tomarlas en sentido dogmático, ya que la misma forma con que recubre sus argumentos impide la caída en el equivocado dogmatismo 51 . Por ello dice que las afirmaciones escépticas no hay que considerarlas como verdaderamente ciertas ya que no pretenden llevar aparejadas un predicado del tipo 'es verdad'; mientras que los dogmáticos han de esta- 49 « Y cosas parecidas deben argumentarse en contra de los que se guían por otros sistemas filosóficos, cada vez que desean examinar algo de lo que creen los de distinta opinión que ellos. De forma que nada pueden cuestionarse unos a otros. Y es más, si se quiere no caer en incongruencias, una vez admitido eso de que no puede analizarse aquello que no se haya aprehendido de esa forma, su filosofía dogmática se desmoronará -por así decir- toda entera; mientras que la escèptica quedará firmemente establecida.» ¡bid., p. 137. 50 Sexto Empírico afirma en Esbozos, p. 57, que sus postulados sí constituyen un sistema. 51 El problema de la autorreferencia del discurso escéptico y el consecuente dogmatismo lo solventa Pedro de Valencia haciendo su exposición en estilo indirecto, mediante el género histórico. 92 blecer que el asunto que tratan es real, los escépticos no quieren que sus expresiones se tomen como reales, ya que ellas mismas están sometidas al principio de que la razón no tiene capacidad para entrar en el ámbito de lo que es real, por lo cual las afirmaciones del escepticismo son sólo reflejos de cómo se les aparece la realidad a los escépticos52. Una buena muestra del rango que concede Sexto a los propios postulados de su sistema aparece al final del libro I de los Esbozos y pone de nuevo en relación la epistemología escèptica con un determinado estado de ánimo, estado que llevará a la propuesta de suspender el juicio y preocuparse únicamente de la vida normal 55 . Escepticismo y fideísmo La autolimitación de la razón es uno de los elementos fundamentales para entender el tipo de racionalidad por el que opta Pedro de Valencia, pero también para comprender la utilización que de los textos pirrónicos hicieron en Francia después de la adaptación de Montaigne. Se trata de las relaciones entre el escepticismo y el fideísmo y, en particular, de la explicación acerca de cómo se emplearon los argumentos de Montaigne y del propio Sexto con motivos religiosos en el debate entre reformadores y católicos. 52 Para Sexto Empírico, el escéptico «no establece sus expresiones como si fueran realmente reales; pues supone que del mismo modo que la expresión "todo es falso" dice que junto con las otras cosas, también ella es falsa e igualmente la expresión "nada es verdad": así también la expresión "ninguna cosa es más" dice que, junto con las otras cosas, tampoco ella es más y por ello se autolimita a sí misma junto con las demás cosas. Y lo mismo decimos de las demás expresiones dogmáticas». Sexto Empírico, o.c, p. 56. 53 «Creemos que determinar no es simplemente decir algo, sino expresar en forma de asentimiento una cosa no manifiesta. Porque en ese sentido, seguramente, el escéptico aparecerá como que no determina nada, ni siquiera eso mismo del "nada determino". Y es que esa expresión no es una opinión dogmática -esto es, un asentimiento a algo no manifiesto- sino una expresión indicadora de nuestra forma de sentir. Por descontado, cuando el escéptico dice "nada determino", afirma esto: "Yo en este momento estoy en una situación de ánimo tal que ni establezco dogmáticamente nada de lo que cae bajo este estudio ni ¡o rechazo". Y eso lo afirma para dar a entender explícitamente lo que a él le parece manifiesto en las cosas que se le ofrecen, sin pronunciarse dogmáticamente con seguridad sino relatando lo que siente.» ibid., p. 115. 93 Según Popkin, las relaciones entre el escepticismo y el hecho religioso en la Francia del siglo XVI comenzaron como consecuencia de las reivindicaciones luteranas en favor de la adopción del libre criterio en materia de fe. Este libre criterio se extendía tanto al campo de la propia práctica religiosa, con la consiguiente aparición de múltiples movimientos espiritualistas, como a la interpretación que había de hacerse de las Escrituras y de los mandatos de la autoridad eclesiástica. De lo que se estaba hablando era ni más ni menos que del criterio de verdad, de la verdad religiosa sí, pero en el sentido en que lo habían planteado los académicos y los pirrónicos. Es decir, para los luteranos no era válido, por una serie de razones que no vienen al caso, el criterio de la Iglesia como única interpretadora de la regla de la fe ni, por supuesto, como autoridad última a la que recurrir en caso de conflicto entre diferentes prácticas o aplicaciones de la doctrina cristiana. Había que encontrar otro criterio. Aquí es donde entran en juego los argumentos pirrónicos; hay que recordar que uno de los editores de los Esbozos fue Gentian Hervet, pero también hay que decir que éste personaje era «uno de los más destacados católicos franceses»54, es decir, su intención cuando publicó la obra de Sexto no era neutral y, de hecho, enseguida ia utilizaron los católicos más ortodoxos en el debate contra el criterio de los luteranos. Los tropos de Pirrón se utilizan sistemáticamente para eliminar cualquier posibilidad de establecer un criterio distinto del que imponía la Iglesia, ya que en cualquiera de ellos se podía encontrar un error, se le podía arrastrar a cometer petición de principio o a argumentar mediante razonamientos ad infinitum. Para los católicos la cuestión era llevar a cabo este ataque sin verse ellos mismos envueltos en las mismas trampas pirrónicas. Durante el siglo XVI y principios del XVII lo consigueron gracias a convertir el cristianismo en un movimiento con pocas tesis positivas, de manera que el cristiano -que no tiene capacidad para dilucidar el criterio verdadero- debía dejarse guiar por la tradición de la Iglesia, la cual lleva muchos siglos en marcha, y practicar una fe sencilla, sin ninguna posición que defender55. Al fin y al cabo, lo reformadores no ofrecían más que las 54 55 Popkin, 1983, p. 117. Popkin, ¡bid, 133. 94 opiniones y los razonamientos de sus líderes y, como ya sabemos por Sexto Empírico, las opiniones no son ni mucho menos un criterio; no aportan certeza56. De esta manera se concibió una forma de práctica religiosa que iba a tener bastante influencia en los movimientos espiritualistas de la época, pero, a la vez, la victoria de las tesis fideístas también supuso una nueva forma de pensar el problema del conocimiento. A partir de entonces, el acercamiento a la teoría del conocimiento se realizaría con las precauciones de quien sabe lo inseguro de sus postulados y con la certeza de que antes que nada era preciso hacer un acto de fe acerca de la posibilidad de conocer; por eso dice Popkin que en todas las formas de fideísmo «hay un núcleo común, a saber, que el conocimiento, considerado como información que no puede ser falsa acerca del mundo, es inalcanzable sin aceptar algo por fe, y que independientemente de la fe, pueden plantearse dudas escépticas acerca de toda supuesta afirmación de conocimiento» 57 . Contra este planteamiento fideísta es contra el que se enfrenta Descartes con su hipótesis del genio y con la construcción de un nuevo método, el racionalista; el problema metodológico es cómo explicar que para realizar tal cosa Descartes tuviera que hacerse previamente el más radical de los escépticos. Lo cierto es que anteriormente !a dimensión religiosa del problema escéptico había obligado a Erasmo a intervenir en la polémica acerca del criterio de comportamiento religioso y, no sólo eso, sino que Lutero se esforzaba continuamente en obligarle a tomar una posición, es decir, quería que expusiera sus tesis de forma positiva. Sin embargo, Erasmo se resistió con más ahínco aún a cometer el error de explicarse como su enemigo quería; Erasmo sabía que una exposición completa y definida era el mejor elemento posible para que su 56 «Cerca de setenta y cinco años después del Concilio de Trento, parece haberse efectuado una alianza entre los contrarreformadores y los nouveaux pyrrhoniens, alianza destinada a aniquilar al calvinismo como fuerza intelectual en Francia. El triunfo de esta entente cordiale se debió, sin duda, al hecho de que durante este período las opiniones predominantes en la teología católica de Francia eran básicamente negativas y agustinianas; iban contra el escolasticismo, el racionalismo y el calvinismo, y no en favor de alguna defensa sistemática y coherente de la fe.» ibid, 11 7. 57 ibid, 19. Creo que un planteamiento similar en ciertas cosas es el que lleva a cabo Ortega en su libro Ideas y creencias. 95 opinión fuera pasada por el tamiz de los argumentos pirrónicos y, además, en realidad no estaba completamente en desacuerdo respecto a algunas de las propuestas de los reformadores en lo referente a los criterios de interpretación de la Escritura o a la certeza que se desprendía de los dictámenes eclesiásticos. Su «prudencia» y su fidelidad a Roma le impedían pronunciarse. Ahora bien, esta actitud de Erasmo, que se refleja en otras polémicas del momento, le obligó a decantarse por un modelo eminentemente «antiintelectualista», receloso de las posibilidades de la razón y de los argumentos de la teología. La consecuencia fue la apuesta por un cristianismo sencillo, entre negativo y agustiniano, que dio como resultado la actitud religiosa conocida como «piedad cristiana». En la base de todo ello estaban el escepticismo y el fideísmo, aunque sus presencias fueran poco observadas en el humanismo cristiano. El problema que suscitó esta postura de Erasmo estaba en que lo que se transmitió de su doctrina fuera especialmente y casi con exclusividad la dimensión espiritualista e intimista de su humanismo. Especialmente en nuestro país, la historiografía58 ha prestado atención principalmente a este asunto debido a la extensión del fenómeno a una gran parte de la población y a lo novedoso del hecho; incluso el carácter misterioso y poco conocido de algunos movimientos espiritualistas de ia época ha hecho las veces de imán de la atención de los eruditos, difuminando otros argumentos intelectuales que estaban gestándose a la misma vez59. Incluso los estudios biográficos sobre Pedro de Valencia tienen múltiples referencias acerca de este asunto, cuando en el caso de nuestro autor el problema religioso estaba más que solucionado, tenía sus propias vías y era sólo uno-aunque muy importante-de sus intereses intelectuales. Claro que el erasmismo tuvo influencia en Pedro de Valencia, pero por vía tan indirecta que su presencia se difumina detrás del tamaño de las figuras de Arias Montano y el Brócense. Valencia es miembro de las últimas generaciones de humanistas y sus intereses y objetivos no estaban ligados especialmente al espiritualismo erasmista; otros aspectos de su religiosidad destacan con mayor claridad. 58 59 Véase Bataillon, 1991 y Abellán, 1982. E¡ libro citado de Rekers sobre Arias Montano es un buen ejemplo de esto. 96 En cualquier caso, el problema de la omnipresència de Erasmo en el humanismo español radica en nuestro caso en la ocultación que del debate escéptico y de alguna de sus dimensiones sucede con respecto a la obra de Pedro de Valencia60. El escepticismo surgió en la Antigüedad como producto de la disputa entre los académicos y los estoicos en tiempos de Arcesilao y esta polémica se endureció con Carnéades. Aparte de las concretas discusiones conceptuales que sostenían unos y otros, lo más destacable del origen del escepticismo académico estriba en que hace suya la lucha contra cualquier tipo de dogmatismo, especialmente el que representaban los estoicos. Esto quiere decir que el escepticismo, incluso el académico, tenía prioritariamente una dimensión cognoscitiva y que sólo de forma secundaria, en el siglo XVI, deriva en un fenómeno religioso. La verdad es que la hipótesis de que hubiera un Dios mentiroso o capaz de cambiar el pasado fue posiblemente una de las causas de ese renovado interés por el escepticismo. Sí es importante, sin embargo, dejar claro que en lo que no es propiamente teorización, es decir, en lo que de «actitud» tiene cualquiera de las posturas cercanas al academicismo o al escepticismo pirrónico, lo destacable es su antidogmatismo, su pretensión de no dar validez a ninguna opinión ni doctrina filosófica o ética que se presentara cerrada, completa y cierta a priori. Es decir, la redacción de las Académica tienen para Pedro de Valencia un claro trasfondo epistemológico, que sólo de manera tangencial tiene que ver con las «actitudes» espiritualistas de la época y con éticas blandas que no son rigurosamente filosóficas. Se trata en cualquier caso de no reducir, siguiendo ciegamente la línea del erasmismo, el problema epistemológico de Valencia a un asunto espiritualista o meramente fideísta; Pedro de Valencia no tiene como problema fundamental el de qué tipo de cristianismo practicar; lo tiene asumido debido a su talante, a la formación con Arias Montano y a la relación con Fr. José de Sigüenza. Tampoco teoriza buscando la espiritualidad más adecuada para los tiempos que corrían; sus ensayos sobre espiritualidad son predominantemente pedagógicos, aclaratorios, para los niños que acudían a la escuela en Zafra 61 y la espiritualidad que expo- 60 61 Rico, R, 1987, p. 5 3 1 . Ver el Dictatum Christianum y Morocho, 1989. 97 nen no es «subversiva», ni secreta, ni innovadora. Por otra parte, sus reflexiones teológicas tienen un método eminentemente científico: estudiar las fuentes directamente, conocer y aplicar las técnicas filológicas que dominaba y las enseñanzas de exegesis bíblica que había aprendido con Arias Montano. Por tanto, la argumentación pirrónica podía utilizarse para destrozar el dogmatismo de calvinistas y protestantes y apostar por el fideísmo como único método de conciliar la fe con el conocimiento natural; esto llevará a una línea intimista y de vuelta hacia sí mismo que, en mi opinión, Montaigne representa bastante bien. Pero también eran dogmáticas las pretensiones universalistas y absolutistas de la razón que cristalizarían en el siglo XVII, en Descartes, es decir, que el escepticismo podía ser empleado en la búsqueda de un método intelectual que no fuera sólo intimista y que recuperara lo que en el uso de la razón era válido. Por eso, Francisco Sanches se empeña - n o de forma casual: recordemos las relaciones entre médicos y escépticos en la Antigüedad- en avanzar en su búsqueda de un método de conocimiento en el terreno de la experiencia y de la medicina. Pedro de Valencia, por su parte, dirige su mirada hacia el ámbito de la vida práctica y anda a la búsqueda de un discurso que sea racional -no racionalista- y que dé cuenta de los problemas morales y políticos que el hombre español de principios del siglo XVII había de resolver para saber a qué atenerse. Y esto no entra en conflicto con la idea aceptada por todos de que nuestro autor era un hombre profundamente católico, un gran escriturista y exégeta y un hombre piadoso, o mejor dicho, un hombre bueno, de los que «que defendían la parte de Dios y de Vuestra Majestad y de los pobres»62. Las relaciones entre el discurso teológico y el filosófico -ya fuera ético o epistemológico- no aparecen tan claras para nosotros en la forma en que se dieron en Pedro de Valencia como para aventurar, de manera descuidada, o sin reflexionar que nuestro autor era todavía un escolástico63 o que toda la filosofía que hizo se reduce a la simple redacción de una historia del escepticismo. Valencia, Pedro de: Discurso o memorial sobre el precio del pan, p. 54. Paradinas Fuentes, 1994, pp. cxiv-cxvi. 98 3. Las posibilidades del escepticismo ¿Era escéptico Pedro de Valencia? Todos los que se han acercado a la biografía de Pedro de Valencia o han estudiado su pensamiento han puesto de manifiesto la asombrosa calidad de un libro como las Académica y una buena parte de ellos -entre los que me incluyo- deben su interés hacia este personaje precisamente a la lectura del único de sus libros que publicó en vida 64 . En la mayoría de los casos, tras la admiración por las Académica, el asombro continúa después, cuando se van conociendo nuevos trabajos, la forma que tiene de abordar otros temas o ¡a misma diversidad de asuntos que trata. Pues bien, a pesar de esto, la mayoría de los estudiosos acaba relegando el papel de las Académica dentro de la obra de Valencia a un lugar secundario, a un puesto de segunda clase detrás del conjunto de su obra socioeconómica o de la propia obra de temática bíblica; acaba siendo casi una obra de juventud difícil de casar con el resto de sus escritos más maduros. Parece que, a pesar de la reconocida calidad del libro y de un inmenso valor como manual de historia del escepticismo, su clasificación con los restantes discursos y ensayos no hiciera sino restarle valor. Habitualmente, las repetidas alabanzas a la personalidad del autor derivan en abstenciones sobre la relación intelectual que mantuvo con su obra cuando el tema es el escepticismo e, incluso, se llega a no realizar ninguna valoración sobre este libro, aparte de la consabida constatación de su calidad en el trabajo con las fuentes y de su marcado carácter histórico. Probablemente, una de las causas de esta doble perspectiva con que se evalúa el trabajo de Valencia se deba al considerable desdén -por no decir temor- que la capacidad del escepticismo suscita en aquellos que no conocen con rigor el origen histórico de esta escuela ni su posterior desarrollo. Por otra parte, las verdaderas causas que unieron, desde el siglo XVI, el escepticismo con movimientos cercanos a aquellos que buscaban una salida a la crisis religiosa que había provocado la Reforma no han sido suficientemente conocidas hasta la publicación de los trabajos de Popkin. Esto ha provocado seguramente que se relacionara el escepticismo con Amberes, 1596; en las prensas de Plantino. 99 movimientos subversivos o ateos, cuando lo cierto es que fueron los propios católicos los que pusieron en circulación los argumentos pirrónicos para así asegurar algo de su amenazada fe. De esta forma, podemos encontrar más de un autor que despliega una buena cantidad de argumentos para ensalzar la actividad filosófica como algo bueno y virtuoso en sí mismo y que sustituye esos argumentos por silencio o por descalificaciones cuando se trata de analizar rigurosamente ios fundamentos y consecuencias de la doctrina escèptica. Esta diferencia en el trato llega a extenderse de tal forma que el mismo esquema de análisis expuesto en el párrafo anterior se extrapola a los movimientos académico y pirrónico, siendo el primero salvado de la crítica y el segundo completamente eliminado por su carácter corrosivo. En mi opinión, una buena parte de culpa en estas valoraciones la tiene el desconocimiento de los verdaderos planteamientos de un movimiento tan amplio y diverso como el escéptico e, incluso, el desconocimiento real de los textos de Sexto Empírico. A la vez, ocurre que los historiadores de la filosofía han concedido un lugar lateral en el panorama del pensamiento griego a los pequeños movimientos filosóficos que se desarrollaron plenamente tras la desaparición de Aristóteles y que tuvieron su mayor esplendor en eí período helenístico. Vienen a representar e! declive, la decadencia de la gran capacidad especulativa del pueblo griego y, por tanto, algo desdeñable. La imponente presencia de Platón y de Aristóteles ha llegado a anular la importancia de estos movimientos y a dañar la atención que, durante muchos años, les hemos prestado. Así, cuando algún pensador adscrito a estas escuelas helenísticas aparecía en el panorama filosófico no se hacía más que echarle un rápido vistazo, con lo cual el resultado de tales miradas acababa siendo la mayor parte de las veces un conjunto de ¡deas erróneas o distorsionadas. Solamente el estoicismo, y no siempre, ha gozado de mejor consideración que el epicureismo, el cinismo o el escepticismo. La talla intelectual y política de algunos de sus representantes ha obligado a prestar atención a sus ideas y a rastrear su influencia en épocas y autores posteriores. Por otra parte, sus relaciones con el cristianismo temprano y la influencia evidente de algunas de sus ideas éticas sobre la formulación de la doctrina moral cristiana han acentuado esa distinción favorable que los estoicos siempre han gozado respecto a las otras escuelas de la filosofía griega. 100 Por otra parte, en caso de adoptar la hipótesis de que Pedro de Valencia era realmente un escéptico, además de los problemas citados anteriormente, surgían otros dos que tenían carácter previo y que eliminaban casi radicalmente cualquier pregunta ulterior. Si aceptáramos que el humanista de Zafra era un escéptico habría que concluir que era antes que nada un filósofo, un filósofo en estado puro, y era imposible que esta especie de pensadores apareciera como tal en el católico y español siglo XVI. Por si fuera poco, el paso siguiente -en caso de aceptarse el escepticismo de Valencia- era hacer compatibles la doctrina católica y el discurso teológico con la racionalidad filosófica y esto era - y sigue siendo- algo difícil, independientemente del tipo de movimiento filosófico al que perteneciera nuestro autor. Para llegar a un estado en que ambas cosas pudieran coexistir, la sociedad tendría que estar completamente secularizada, ser laica; aun así, en algunos casos, hoy resulta complicado proceder a una distinción entre ambos tipos de discurso. Finalmente, la aclaración que Pedro de Valencia hace en sus Académica acerca del carácter verdadero de la única sabiduría -la de Dios- y de la banalidad de la sabiduría humana -la filosofía- ha contribuido a que se extendiera esta interpretación de la obra de Pedro de Valencia65, interpretación que, sin dar una explicación consistente de las relaciones intelectuales del autor con su obra, niega sistemáticamente cualquier tipo de conexión entre el humanista y el tema de su libro. «Pero sea de esto lo que fuere, entretanto me doy cuenta de que los griegos y todos los sabios de este mundo, que han buscado afanosamente y se han prometido para sí y los demás una sabiduría, pese a sus esfuerzos nunca fueron capaces de encontrarla ni de comunicarla. El que sienta conmigo que le falta la verdadera sabiduría, que no la busque en esta filosofía humana, sino que se la pida a Dios que la da a todos con generosidad, y a nadie echa en cara. Si alguien piensa que es sabio en este mundo, hágase necio para ser 65 Recordemos que también Platón, en su Apología de Sócrates, pone en boca del protagonista una aseveración similar y no por ello ha perdido la consideración de filósofo: «..., pero en realidad, sólo el dios es sabio, y lo que quiere decir el oráculo es simplemente que la sabiduría humana poco o nada vale ante su sabiduría.» Platón, Apoi. Sócr., 23 b. 101 sabio, pues, Dios, que escondió la verdadera sabiduría a los amantes de la falsa sabiduría, la revela a los pequeños»66. Marcial Solana fue de los primeros que se decantó por esta interpretación, aunque, al seguir en parte la opinión de Menéndez Pelayo, su consideración acerca del trabajo de Pedro de Valencia sobre los académicos no fue del todo negativa. Después de ensalzar las cualidades como historia de la filosofía del libro del polígrafo extremeño, Solana aclara que Pedro de Valencia no era escéptico, sino en todo caso crítico 67 . Pareja Fernández68 llegó más lejos en el intento de eliminar las conexiones entre la filosofía escèptica y la verdadera doctrina de nuestro autor; si, por una parte, es capaz de hacer una aproximación certera al tema del humanismo en Valencia, por otra, su valoración filosófica de las Académica es todavía más extrema que la de Marcial Solana. Más recientemente ha sido el editor y traductor al español de las Académica, José Oroz, quien ha rechazado rotundamente cualquier posibilidad en el sentido de que Pedro de Valencia sintiera siquiera simpatía intelectual por las propuestas de la filosofía académica. Oroz también reconoce el valor como historiador de Valencia, pero para remarcar el carácter de la obra opone al talante crítico del autor su falta de fuerza filosófica y a la originalidad que se ie presupone a todo pensador enfrenta su buena técnica filológica. Llega a decir que este libro no puede ayudarnos a conocer la persona ni el pensamiento del autor69. Por último, entre los reacios a considerar la vertiente filosófica de Pedro de Valencia se encuentra Paradinas Fuentes70. En su tesis doctoral acerca de las ideas socioeconómicas del humanista, cuando llega al punto de analizar las fuentes de su pensamiento -especialmente de! filosófico- también deja claro con rotundidad que en ningún caso se puede hacer de Valencia un escéptico y, eso sí, puntualiza muy bien los excesos racionalistas que Menéndez Pelayo atribuye a nuestro autor. 66 67 68 69 70 Valencia, Pedro de, Académica, p. 241-243. Marcial Solana, 1941, pp. 375-376. Pareja Fernández, 1949, pp. 668-669. Oroz, 1984, pp. 46-47. Paradinas Fuentes, 1987, p. 196. W2 Junto a este documento hay que traer su introducción al volumen IV/1 de las Obras Completas de Pedro de Valencia, en el que no duda en eliminar cualquier atisbo de escepticismo en el pensamiento de nuestro autor para calificar su sistema de pensamiento como criticismo, y resaltar que aunque vive en una época de transición no puede ser considerado como moderno ya que «sus fundamentos filosóficos son casi siempre medievales», condicionados por su formación escolástica71. Así es que, si seguimos los testimonios aducidos hasta ahora, nos encontramos con un excelente libro sobre el escepticismo antiguo y el criterio de verdad y no acabamos de explicarnos muy bien por qué lo escribió Pedro de Valencia ni por qué tenía un conocimiento tal del asunto como para terminar de redactarlo en apenas veinte días72. Por otra parte, tampoco acabamos de comprender qué papel tienen en un hombre con una ideología tan ajena a la sabiduría humana, a la filosofía, elementos como sus excelentes conocimientos de los autores griegos, no sólo de los historiadores o políticos, sino también de los filósofos, o las extensísimas anotaciones referentes a los filósofos griegos y latinos que aparecen en los márgenes de muchos de sus manuscritos. Las citadas descalificaciones del talante filosófico de Pedro de Valencia surgen, en parte, como reacción a la posición extrema en que Menéndez Pelayo había situado el carácter moderno de su obra. Si desacertadas son, en mi opinión, las ideas que rechazan cualquier implicación con el academicismo, más aún lo es decir de Pedro de Valencia que fue un racionalista e, incluso, un precursor, -stricto sensu- de Kant. Sin embargo, sí da de lleno en el blanco Menéndez Pelayo cuando pone de manifiesto el carácter eminentemente crítico de su pensamiento. Con esta afortunada apreciación -que sigue también Serrano Sanz- consiguió alumbrar una de las principales direcciones de la obra de Valencia, no sólo del libro sobre el escepticismo. Si el criticismo que destacó el polígrafo santanderino en Pedro de Valencia ha suscitado la casi completa unanimidad debido a lo acertado de su calificación, no ocurre lo mismo con las consecuencias que saca en rela- Paradinas Fuentes, 1993, p. cx¡v. Oroz, 1987, p. 11. 103 ción con el racionalismo del cronista. Lo cierto es que parece excesivo hacer de nuestro autor un racionalista sin más, al menos con la idea que del racionalismo tenemos hoy día. Mención aparte merece el punto de vista de Gómez Canseco. Este, en su tesis doctoral 73 , evita en principio pronunciarse sobre la adscripción del autor al movimiento escéptico, cosa que sí hace al referirse al estoicismo. Sin embargo, en el caso de académicos y pirrónicos el asunto precisa un tratamiento distinto, una aproximación cuidadosa que evite la caída tanto en el exceso como en la valoración defectuosa. Lo que acaba haciendo Gómez Canseco es referirse al tema hablando de la «actitud escèptica» de Pedro de Valencia, lo cual supone una acertada elusión de la cuestión sin negar el hecho de la redacción misma del tratado sobre los académicos 74 . Esta actitud escèptica significa un posicionamiento crítico respecto a la realidad partiendo de algunas de las premisas que la teoría del conocimiento de los académicos proporciona al pensamiento de nuestro autor. De hecho, Gómez Canseco75 llega a establecer una conexión entre Vives, El Brócense, Francisco Sanches y el propio Valencia en la medida en que los cuatro representan un nuevo talante intelectual en el panorama del humanismo peninsular y europeo. El problema es que, al establecer la misma relación entre el escepticismo y su condición de intelectuales en Pedro de Valencia y en los otros humanistas, está minusvalorando el hecho de que nuestro autor fuera el único que explícitamente se ocupara con el 73 Gómez Canseco, 1991. «Lo original en Pedro de Valencia es el método y la actitud, el espíritu crítico que, a finales del siglo XVI, abre el camino que conduce a la Ilustración.» Gómez Canseco, 1991, pp. 264-265. 75 «Sus escritos, junto con los de Vives y los dos Francisco Sánchez, constituyen lo más significativo del pensamiento moderno en España durante los siglos XVI y XVII. Con notable acierto, Maureen Ihrie, en su atractivo estudio Skepticism in Cervantes, añade a esta nómina los nombres de Huarte de San Juan, los hermanos Valdés y Andrés Laguna, cuya vinculación escèptica provienen del erasmismo que profesan, y más tarde propone el de Quevedo, aunque en términos más moderados. En general todo el espíritu crítico del humanismo español durante el siglo XVI y de los primeros años del XVII tiene una fuerte deuda con el escepticismo, aunque más en la vertiente intelectual que proviene de Erasmo que en su pura forma filosófica, a la que se enfrentan las Académica de Pedro de Valencia.» Gómez Canseco, 1991, pp. 281-282. 74 104 asunto. Lo que resalta Gómez Canseco en su tesis es probablemente cierto, pero deja de lado el hecho de que el trabajo de Pedro de Valencia tuvo como resultado todo un tratado, las Académica, y esto, en mi opinión, es insoslayable. Estoy de acuerdo en que el descubrimiento de la «actitud escèptica» es fundamental para entender el pensamiento de Pedro de Valencia. Sin embargo, no lo es tanto para descubrir la verdaderas implicaciones del escepticismo en su pensamiento, sino que es más iluminador respecto de las otras dimensiones de su obra. Hacer referencia a la actitud escèptica es referirse a la etimología del término mismo, "escepticismo", que es ante todo «mirar con cuidado». Pero esto, mirar cuidadosamente el asunto del que se ocupa, lo hace nuestro autor en cualquiera de sus trabajos y, también lo hacen Vives, Sánchez de las Brozas y el propio Arias Montano; y lo hacen no tanto por compartir los postulados del escepticismo como por tratarse de verdaderos intelectuales en el sentido moderno y actual del término. Es cierto que la «actitud filosófica» es producto más o menos directo del escepticismo, pero lo es especialmente de esa interpretación del escepticismo que sacó a la luz su dimensión criticista. Volveremos sobre ello. En mi opinión, el problema que presentan casi todas las interpretaciones, de un signo y otro, acerca de la auténtica relación entre Pedro de Valencia y el movimiento escéptico es que enfocan el asunto desde la perspectiva de la adscripción del autor a los principios de los pensadores que trata en las Académica. Es decir, los estudiosos de la obra de Valencia se acercan a nuestro autor con la intención de determinar o no su pertenencia a una corriente filosófica que presentan como un todo coherente. Hay que decir que el escepticismo académico no presenta la misma cara si lo estudiamos en Arcesilao que si lo vemos en Carnéades, ni tampoco encontramos las mismas preocupaciones en Pirrón que en Timón o en Menódoto. En cada uno de ellos los problemas son distintos, aunque la perspectiva general coincida y sean iguales muchos de los argumentos que utilizan unos y otros. Más diferencias todavía respecto a los autores originales presenta el movimiento escéptico en la formulación con que aparece en eí siglo XVI y ello es debido tanto a la diferente altura de los tiempos como la distinta preocupación a que respondía su reaparición histórica. 105 Quizás lo mejor, para tratar un problema como éste en el que uno de los términos problemáticos es el propio escepticismo, sea utilizar las técnicas que recomiendan los escépticos. De esta forma, lo que deberíamos hacer a la hora de ver qué relaciones tuvo Pedro de Valencia con este movimiento y las influencias -si las hubo- que recibió el resto de su obra será evitar, en cualquier caso, el método de la adscripción, por más que encontremos argumentos que fortalezcan cualquiera de las posiciones. Así pues, en lugar de adscribir, lo que tendremos que hacer será describir las propias implicaciones que tiene la filosofía escèptica; no se trata de repasar los principios teóricos que sostuvieron cada uno de sus representantes, sino de poner a la vista los supuestos de que partieron, los problemas que querían resolver con su escepticismo y las consecuencias teóricas y prácticas a que conducen cada una de las tendencias escépticas. Es decir, ver las posibles líneas de investigación a que dan lugar los diferentes movimientos escépticos. Creo que esta es la mejor forma de encarar el problema. Tanto desde un punto de vista exclusivamente metodológico como desde la compleja y abundante biografía intelectual del polígrafo, cualquier determinación excesiva pecará siempre de precipitada y poco rigurosa. La personalidad y la obra de Valencia se escapan a un solo calificativo por más que las exigencias de la teoría nos obliguen a buscar el que menos se aleje de la realidad. Una vez visto esto, el siguiente paso es comprobar si algunas de estas líneas de trabajo se ponen de manifiesto en el programa de investigación de Pedro de Valencia, cómo actúan con los principios provenientes de otros movimientos y, por último, ver de qué manera funciona la síntesis humanista de nuestro autor. La verdad es que el único dato incontrovertido que tenemos sobre este asunto es el hecho de que Pedro de Valencia publicó en 1596 un tratado centrado en el problema del criterio de verdad -»una historia totalmente objetiva del escepticismo antiguo» 76 - y que, a pesar de la tan nombrada celeridad con que !o redactó, el trabajo con las fuentes -anterior a la redacción propiamente dicha- debió ser largo y riguroso. Es sabido que Valencia manejaba correctamente el griego y que fundamentaba en gran medida 76 Popkin, 1983, p. 73. 106 sus tratados basándose en las doctrinas y opiniones de antiguos sabios y filósofos. Esto es lo que hizo también en el caso de las Académica. Lo único que se desprende de este hecho es que la elaboración de un libro así, del que además se promete una segunda parte77, tiene necesariamente que ocupar la mente de su autor durante cierto tiempo. Aunque fuera para denostar por completo la doctrina que estudia, Pedro de Valencia tiene que haber hecho del problema del criterio de verdad el asunto intelectual de mayor atención durante el tiempo que tardó en buscar las fuentes y en escribirlo. Esto sitúa a nuestro autor pensando en la organización del trabajo, en la disposición de las citas, en el orden de los capítulos, y para todo ello debe haber pensado en las diferentes consecuencias que para la teoría del conocimiento y para la filosofía moral se desprendían de los opiniones que sostenían los autores tratados. Ahora bien, además de la exposición positiva -ateniéndose a las fuentes- de estos principios, es decir, de su labor como mero historiador, ¿qué partido podía sacar Pedro de Valencia a estas doctrinas? En el peor de los casos, podría haber pensado los asuntos tangenciales del tema para criticarlo y en el mejor para asumir lo que le interesara como teorizador de la moral y de la epistemología. La cuestión sería, pues, ver cuáles de estas líneas están latentes en su pensamiento. Diferentes escepticismos Víctor Brochard, en su libro acerca de Los escépticos griegos, establece una sutil distinción entre las corrientes que surgen de las ideas de los antiguos escépticos. En primer lugar evita seguir exclusivamente la distinción habitual entre las distintas escuelas escépticas, distinción que se basa en la reconstrucción cronológica que podemos hacer partiendo de los escasos datos que tenemos de algunos de los escolarcas. Después, lleva a cabo una clasificación en torno a diferentes aspectos de la doctrina escèptica para, finalmente, comprobar cómo se acomodan los autores más señalados del escepticismo antiguo a las corrientes que ha marcado. Valencia, Pedro de: Académica, p. 6 1 . 107 De esta forma, Brochard cree ver tres líneas fundamentales de pensamiento en el escepticismo antiguo. El medio para distinguirlas no es tanto el de las opiniones de los autores acerca del criterio de verdad como la forma en que conciben la relación del hombre con el mundo externo y, posteriormente, el criterio de verdad práctica que postulan. Para ello, propone evitar un error interpretativo importante y llama la atención sobre la necesidad de no confundir «dos conceptos muy diferentes; se habla de la certeza práctica, aquella de la cual vivimos, como si fuera siempre la certeza teórica, y no lo es»78. Lo importante es que pone al descubierto aspectos separados de la doctrina escèptica, lo cual nos ayuda a eliminar la idea de que el movimiento escéptico se haya comportado siempre de forma uniforme y que la mayor parte de su doctrina corresponde a una teoría del conocimiento de carácter negativo, es decir, una epistemología que está más preocupada por socavar los fundamentos de otros sistemas filosóficos que por poner unas bases firmes para su propio desarrollo. Así, identificando tres períodos diferentes con otros tantos aspectos de la filosofía escèptica, Brochard79 agrupa a Timón de Fliunte y a su maestro Pirrón en el epígrafe de lo que él ¡lama el «escepticismo moral» o «escepticismo práctico»; a Enesidemo lo sitúa al frente del «escepticismo dialéctico»; por último, hace de Menódoto el principal representante del «escepticismo metódico» o «empírico». Si por el escepticismo dialéctico de Enesidemo parece sentir el autor cierto distanciamiento, debido sin duda a ¡a excesiva inclinación de este autor hacia el debate sin más intenciones que la de debatir y de crear duda en los interlocutores, parece apreciarse en la exposición de las otras dos ramas históricas del escepticismo alguna simpatía. Mientras que Enesidemo tenía como fin poner en evidencia la incapacidad de la razón para conocer y recomendaba la indiferencia como actitud ante la vida, del escepticismo de Pirrón y Timón se destacan principalmente dos rasgos: la limitación de su ambición teorética a «encontrar un medio 78 Brochard, 1945, p. 211. El estudio de Brochard es suficientemente amplio para atender a autores menos conocidos que Pirrón y Sexto. 79 108 de vivir felices y tranquilos» y la primacía de la vida práctica en su sistema de pensamiento por encima de cuestiones metafísicas80. Por su parte, el escepticismo empírico -dice el autor- tiene como momento más destacado aquél en que confluyeron la escuela escèptica con la médica en época de Menódoto 81 . Su caracterización de esta síntesis helenística es ciertamente sugestiva82. La experiencia y la observación, elementos que se apagarán con este movimiento en la época helenística y que no volverán a aparecer hasta que los humanistas del Renacimiento pongan en cuestión el modelo científico que la escolástica había construido en torno a las obras de Aristóteles, son los ejes de una nueva forma de guiarse en la realidad. El criterio teórico se construye, en este caso, con la vista puesta en la realidad, en la vida, en la manera más adecuada de establecer un vínculo entre el hombre y su entorno social y natural 83 . Este empeño por hacer de la experiencia y de la observación sistemática el único elemento válido de conocimiento lo recobrará en el siglo XVI el médico portugués Francisco Sanches. Este autor se ve fuertemente influido por la energía de los argumentos escépticos y por el sesgo que el problema del conocimiento toma tras la enorme difusión de los Ensayos de Montaigne. Sin embargo, el escepticismo de Sanches confluye con el hecho de que su principal actividad académica era la enseñanza de la medicina y era esta práctica, por tanto, la que más necesitada estaba de un nuevo método de conocimiento. 80 Brochará, o.c, p. 52. ibid., p. 382. 82 «El carácter propio de los escépticos de esta época es que son al mismo tiempo médicos empíricos; conocen o, más bien, entrevén el método de observación; han advertido que, constatando series de fenómenos, puede preveerse empíricamente su regreso: éste es el método que desean substituir a la dialéctica. (...) Como los primeros escépticos, los filósofos desdeñan, aunque de él se sirven, el razonamiento puro y la dialéctica; pero no es sólo la virtud personal, la fuerza del carácter, ¡a indiferencia del sabio lo que desean substituir a la ciencia: es la experiencia y la observación.» ibid., o.c, p. 52. 83 «Los escépticos de este último período son médicos: si desean también, y de la misma manera, destruir el dogmatismo o la filosofía, es para reemplazarlo con el arte, fundado en la observación, con la medicina, es decir, con una especie de ciencia. Son puramente y en forma franca fenomenistas; pero tienen un método y aun forjan una teoría de éste.» ibid., p. 378. 81 109 Sanches publica su Quod nihil scitur en 1581 -aunque lo escribiera unos años antes- con la vista puesta en ¡a definición aristotélica de ciencia que todavía estaba en uso en aquel tiempo. Su objetivo es acabar con una definición inútil y pretenciosa, que no resiste en modo alguno los embates de los argumentos pirrónicos y académicos. El objetivo de Sanches era encontrar un método científico que se alejara de la actividad especulativa e hiciera de la observación y de la propia experiencia sus herramientas fundamentales. Parece que el hecho de la confluencia de! escepticismo y la medicina vuelve a ser fundamental -como en el caso de los escépticos griegos- en la opción que toma Sanches por esta forma de conocimiento. Ya no vale la definición aristotélica de ciencia porque, además de ineficaz, es producto de una actitud dogmática y acomodaticia que sólo busca conseguir algunas certezas parciales para seguirlas ciegamente. La nueva actitud debe partir del hecho de que la verdad nunca se podrá apresar y de que al hombre sólo le toca acosarla continuamente. La ciencia, que ha de ser «el conocimiento perfecto de una cosa»84, precisa de otro método y de otra actitud; no valen los sofismas y las interminables demostraciones de los escolásticos, sino que hay que cambiar la perspectiva, la actitud ante el conocimiento. Por eso Sanches recomienda al inicio de su libro una nueva forma de teorizar, de pensar, que elimine la fidelidad a las opiniones de los maestros 85 y que haga del juicio libre, del ingenio y de la propia inteligencia los nuevos criterios para desarrollar el saber. Esta exigencia de «juicio libre, que no irracional»86, tiene como finalidad resaltar la diferencia entre el conocimiento por aceptación de la autoridad y el conocimiento raciona!. «La autoridad manda creer; la razón demuestra. Aquélla es más adecuada para la fe; ésta para las ciencias. Por tanto, confirmaré mediante la razón cuanto parezcan haber dicho rectamente los otros; pero cuanto parezcan haber dicho falsamente to rebatiré con la misma razón»87. 84 85 86 87 Sanches, Quod nihil scitur, p. 107. Lo cual le costó un proceso al otro Sánchez, ei Brócense. Sanches, o.c, p. 55. ibid., p. 6 1 . 170 El hecho destacable aquí es, en mi opinión, que las propuestas del médico portugués acerca del conocimiento tienen una fuerte pretensión práctica; el objetivo de Sanches era poner las bases de una técnica que evitara los errores del dogmatismo escolástico y tuviera a la razón como principal criterio. Lo cierto es que el Quod nihil scitur se quedó en mera crítica de la definición aristotélica de ciencia; las promesas de una nueva definición no se cumplieron y su autor se limitó a poner en práctica la dimensión negativa o destructiva del escepticismo. Aunque este libro de Sanches era una propedéutica para otro posterior en el que ya de forma explícita expondría completamente las condiciones y los fundamentos del nuevo método científico, nunca se llegó a escribir este segundo método; en cualquier caso, lo más importante es destacar la nueva intención que movía a! autor88. La inclusión de la teoría sobre el conocimiento médico en la especulación filosófica pone de manifiesto la amplitud que el concepto de filosofía había alcanzado a finales del siglo XVI. También supone confirmar que la propia dimensión de la filosofía iba a ser la que provocara el estallido del discurso racional en múltiples fragmentos independientes. Para Sanches hacer filosofía es hacer lo que él está haciendo, pero esto no es otra cosa que buscar la mejor manera de dotar a la medicina -un arte- de los elementos cognoscitivos precisos para que fuera perfecta. Sin embargo, en un arte como la medicina que tenía tanto de técnica como de ciencia, los mejores criterios prácticos para su utilidad y eficacia son los que proceden de los dos elementos que los escépticos empiristas habían propuesto como alternativa a la vana especulación dialéctica: la observación y la experiencia. De esta forma se confirma, en mi opinión, la presencia del escepticismo empírico en el final del siglo XVI, como consecuencia de las discusiones y dudas que habían surgido a causa de la edición de ios textos de Sexto Empírico y de la necesidad de médicos como Sanches de adecuar el saber recibido a las necesidades prácticas de un arte como la medicina. 88 «Pero no tengo en absoluto intención de detenerme en estos menesteres, puesto que en realidad busco el camino que conduzca al arte de la Medicina, de la que soy profesor y cuyos principios pertenecen en su totalidad a la especulación filosófica.» ibid., p. 59. 111 Sanches teoriza acerca de la posibilidad de utilizar la experiencia y la observación para conseguir eficacia; su importancia radica precisamente en esto, en que intenta sistematizar una forma distinta para articular el saber filosófico y el conocimiento técnico; la búsqueda de fundamentos y principios para esta concepción filosófica no va a ser fructífera hasta varias decenas de años después -a principios del siglo XVIII-, pero la nueva actitud ante el conocimiento va a quedar latente en un buen número de humanistas. La teorización de este asunto no es objeto de la preocupación de Pedro de Valencia. Sin embargo, es indudable su contacto con numerosos médicos sevillanos, médicos que participaban de la concepción de la medicina como arte de la observación y de la experiencia que tenía Sanches. En este sentido hay que señalar que el propio Arias Montano se había dedicado en algunos momentos de su vida a ponerse al día en cuestiones médicas a través de algún amigo médico y que son los propios amigos sevillanos de Valencia -algunos poetas y otros precisamente médicos- los que mandaron el ejemplar de las Académica de nuestro autor a la imprenta de Plantino para su publicación 89 . Probablemente el tema del criterio de verdad estaba muy cerca de la sensibilidad de estos amigos sevillanos, como se muestra en la carta que nuestro autor escribe al Licenciado Ontiveros mostrando sus conocimientos médicos90. A la hora de ver cómo se manifiesta la tendencia epistemológica del escepticismo que representa modernamente Sanches en la obra de Valencia lo más difícil estriba en articular la vocación al retiramiento intimista, que hereda de su forma de practicar el cristianismo sencillo y humilde, con un método que requiere volcarse en el exterior, en la realidad y en la naturaleza. De la misma forma que en su momento Sanches vuelve a sí mismo -a su intimidad, a refugiarse en el yo espiritual- debido al aislamiento que la duda absoluta provoca en los primeros hombres modernos («En consecuencia, retorné a mí mismo, y poniendo todo en duda como si nadie hubiera dicho nada jamás, comencé a examinar las cosas mismas, que es el verdadero modo de saber»9]), Pedro de Valencia se «recoge» en un primer momento, construye éticamente su entorno interior y vuelve de nuevo a la realidad, a la vida práctica, con la pretensión de encontrar un buen criterio para habérselas con ella. Oroz, 1987, p. 11. Carta ai Ledo. Ontiveros.,., BNM, Ms. 11160, fols. 69v-71v. 112 La dicotomía entre el hombre interior y el hombre exterior se pone de manifiesto en su obra en numerosos casos, pero de forma especialmente clara cuando le toca teorizar sobre determinados aspectos «técnicos» de la organización de la sociedad o de la reforma agrícola. En estos momentos explica con gran claridad por qué es preciso dar el salto que lleve al hombre desde el individualismo intimista -fruto de los movimientos espirituales surgidos en torno al reformismo- hasta la vida misma, hasta la realidad, hasta el medio donde el hombre tiene que hacer su vida. «Dos tierras son las que debe labrar el hombre: -Una, su propia carne, que brota apetitos desordenados y da fruto venenoso de pecados; ha de rozar éstos y no dejarlos crecer ni ¡legar a fruto, y en este oficio ha de sudar el rostro del hombre interior, que es la parte superior del alma, (...). Esta es la agricultura interior y vida en penitencia, de la cual todos debemos ser cuidadosos oficiales y buenos labradores, so pena de la ira y castigo de Dios, o, por lo menos, morir de hambre. -Al mismo modo, en la vida exterior y política, y para la conservación y buen govierno de ella, todos debemos, por el tenor de las palabras de la misma ley natural y divina ordenación, labrar esta tierra que pisamos, que Dios nos la dio por herencia o heredad, para que la cultivásemos y nos mantuviésemos de ella»92. Una vez esbozada la distinción entre el hombre interior y el hombre exterior, entre la práctica de la ética individual y la práctica de la ética comunitaria, tiene allanado el camino para aplicar eí escepticismo empírico o metódico en sus aproximaciones al discurso sociopolítico. Esta tendencia a hacer de la experiencia y de la observación los criterios del conocimiento práctico se manifiestan al menos en tres ámbitos de! pensamiento de Valencia. Es decir, el humanista zafrense no teoriza -al menos no escribe tratados sobre ello- sobre esta forma técnica de articular el conocimiento, pero sí hay una presencia inequívoca de este método en el discurso que hace para afrontar determinados problemas concretos de la vida 91 Sanches, o.c, p. 53. Valencia, Pedro de: Discurso sobre el acrecentamiento O.C, vol. IV/1, pp. 141-142. 92 113 de la labor de la tierra; española. Incluso se puede apreciar fácilmente este método empírico -que no empirista- en su labor, como Cronista, al servicio del Estado. Tanto en los análisis críticos acerca de los sucesos de la vida española relacionados con asuntos religiosos -como el auto de fe de Logroño o el de Granada sobre las falsificaciones de las láminas y plomos-, como en una buena parte de sus dicursos económicos sobre temas agrícolas e incluso en la propia metodología que Pedro de Valencia utilizó en la elaboración de las Relaciones de Indias, en todos estos casos, es indudable la presencia de conceptos y técnicas que proceden directamente de la metodología derivada del escepticismo empírico. Y no sólo eso, sino que -en mi opinión- seguir la línea que el escepticismo marcó al «fusionarse» con el empirismo médico es la única forma que tendremos de darle cierto sentido a las diferentes manifestaciones del pensamiento de nuestro autor. La manera en que Pedro de Valencia afronta el tema del auto de fe de Logroño es significativa para aclararnos sobre esta apuesta por la observación del comportamiento y de la naturaleza humana. Mientras que los inquisidores y una buena parte del pueblo habían buscado explicaciones sobrenaturales y soluciones «religiosas» a la celebración de los aquelarres y las fiestas demoníacas que habían tenido lugar hacia 1610 en las villas de Vera y Zugarramurdi, en Navarra93, el humanista de Zafra intenta argumentar en favor de las explicaciones naturales a tales hechos y por la abolición de este tipo de procesos, carentes de garantías legales y esperpénticos en su desarrollo. Escandalizado por el trágico final de los encausados en aquel juicio y por la bajísima calidad de los procedimientos penales que habían seguido los jueces de la Inquisición, Pedro de Valencia se dispone a explicar al Cardenal Arzbispo de Toledo -Inqusidor General de España- la realidad del caso, sin recurrir a otros medios que sus conocimientos históricos, la observación del comportamiento humano y la propia razón. Para Valencia hay tres formas de probar que el asunto de Logroño no responde más que a causas naturales y humanas. «Una manera es del todo humana, no sin suggestion i intervención mui grande de los spiritus de mal- Serrano y Sanz, 1981, p. 52, 114 dad, pero invisible como en todos los pecados, usando i moviendo los apetitos humanos i cegando los entendimientos. Que ruines hombres para cometer fornicaciones, adulterios i sodomías uviesen intentado estas juntas secretas, en que uno el mayor vellaco se fingiese Satanás i se compusiese con aquellos cuernos i trage horrible de suciedad i obcenidad, i ó naturalmente ó con algun miembro hechizo corrompiese las mugeres i toda la demás impuridad fuese también postiza, las idas sin maravilla ni invisivilidad, sino que cada uno fuese i bolviese por sus pies»94. La otra forma de explicar lo sucedido tiene que ver con que fuera realmente cierto que ocurren cosas no naturales en dichas reuniones nocturnas, es decir, «que sea verdad la entrada de las brujas en conjuración inducidas unas por otras apostando i entregándose al demonio por pacto que hazen i prendas que dan á la persona que las indujo, de la cual son enseñadas á hazer venenos, ungüentos i todos lo demás, pero que no ven demonios ni son llevados ni van corporalmente á la junta, ni por su pie, ni por el demonio, sino que con intención de ir i de hazer i padecer todo aquello, se untan con los ungüentos mágicos, que causan poderosísimo sueño, i luego el demonio acudiendo al pacto, representa en sueños uniformes á todos estos sus durmientes la junta y los actos delia, con tan vehemente impresión en la imaginativa que ellos quedan persuadidos de que les aya pasado en verdad, se complacen de ello; i dessean i procuran bolver á lo mismo (...).»95 En este caso Pedro de Valencia llega a invocar la autoridad y los conocimientos de un médico, del doctor Laguna, médico del Papa Julio Mi, para apoyar sus argumentos en torno a la posibilidad de que las supuestas alucinaciones las causaran ciertas sustancias alucinógenas. Por último, nuestro humanista se dispone a criticar las opiniones que algunos escritores habían vertido acerca de la posibilidad de que tales hechos fueran ciertos. Estos habían encontrado tanto en las causas sobrenaturales o demoníacas como en las derivadas de la ingestión de determinadas sustancias la mejor forma de explicarlos. Contra estas explicaciones Pedro de Valencia se muestra contundente, haciendo valer los conocimientos derivados de su práctica como jurista y un excelente manejo de los argumentos que los académicos utilizaron para discutir con la epistemología estoica. 94 95 ibid., pp. 104-105. ibid., 1981, pp. 110-111. S m t,J^ «Adviértase que esta opinión por apretar i no dejar evasión ninguna á los acusados, se vino á hazer argumentum cornutum i concluir también por la parte contraria en absolución de todos los reos. Por la raçon de los Académicos i de todos los filósofos en tales casos. Que si de dos cosas diferentes en sustancia se nos representa visión ó phantasfs simillima i indistinguible que no haya con que averiguar la diferencia, para no ser precipitado y temerario el assenso se ha de retener dudando, i no assentir ni afirmar à que sea esto ni aquello; i si Pedro i Juan fuesen tan totalmente semejantes (como a acontecido en géminos i se representa en comedias) i el uno uviese hecho un delito, no pudiéndose averiguar qual fué de los dos, se deven quedar ambos sin castigo, antes que castigar ai inocente en duda. Esto es sin duda en derecho»96. El uso crítico de la razón, fundamentado en la observación de la naturaleza humana, y el manejo de la experiencia histórica para analizar la realidad presente tienen en los discursos sobre cuestiones mágicas un buen ejemplo. Esta versión empírica del escepticismo se complementa además con la parte metódica del sistema de conocimiento que sigue Valencia. Así pues, si para dictaminar sobre las actividades nocturnas de las «brujas» juzgadas en Logroño procede de ia forma que hemos visto, para pensar la solución al problema que el reino tenía con la economía agraria echa mano de recursos meramente técnicos. El fundamento de estos recursos está en ¡a experiencia del propio cronista -había vivido siempre en un medio rural- y en la aparición de un elemento que se presenta como novedoso en su concepción del sistema económico: de esta forma, la «eficacia» se manifiesta como el criterio principal para afrontar cualquier problema relacionado con la productividad de los agricultores y con la capacidad de la misma tierra para dar sus frutos en el límite de sus posibilidades. En el Discurso o memorial sobre el precio del pan, después de revisar los problemas que, para la mayor parte de la población, suscitaba el acaparamiento del trigo por parte de los revendedores, Valencia enumera una serie de medidas técnicas para favorecer la productividad de las tierras disponibles. Entre ellas destacan las siguientes: ibid., 1981, pp. 114-115. 116 «Ordenar (f. 236v) que en los valles y quebradas de las tierras, donde quiera que se hallare comodidad para ello, sin perjuicio de la salud, los pueblos hagan albuferas grandes o pequeñas, porque, cualesquiera que sean, sirven para regar y fertilizar los campos y sementeras de lo bajo, (...). También conviene hacer que se vean las corrientes de los ríos y arroyos del Reino, que en el dicho tiempo todos los arroyuelos corren todavía, para que se provea como con diligencia y arte, haciendo presas y zanjas (que) rieguen alguna parte de la tierra (...). (...) Conviene con premios y apremios hacer que todo se siembre y cultive, o forzando a los dueños de las tierras a que las siembren, y que, dejándolas holgar tantos o tantos años continuos, y encargando a los jueces, concejos y tenientes del Proveedor General compelan a que se labren, obligando a los (f. 234v bis) vecinos del Reino a que cada uno siembre teniendo tanta posibilidad hasta tanta cantidad, (...) (...) Convendrá dar descanso a esta tierras y hacer que se siembren a veces las holgadas, y aun sería bien que por algún tiempo se adehesasen las tierras de labor que andan cansadas y se les diesen entretanto a los dueños de ellas tierras correspondientes que sembrasen en las dehesas de los concejos, donde esto se pudiese hacer sin mucho daño de los montes y pastos para lo adelante»97. Este conjunto de medidas para mejorar el cultivo de los campos españoles culmina con la advertencia de Pedro de Valencia en relación con lo aconsejable de tratar estos asuntos con los afectados, de manera que se evitaran conflictos sociales y se asegurara, mediante su experiencia, el éxito de las reformas emprendidas98. Por último, me referiré brevemente a la capacidad metódica de Pedro de Valencia para organizar el trabajo científico en un asunto como el de las Relaciones de Indias. 97 Valencia, Pedro de: Discurso o memorial sobre el precio del pan, en O.C., IV/1, pp. 69-70. 96 ibid, p. 70. «Pero todo este intento conviene comunicarlo {f. 235v bis) con los labradores y concejos, para que digan lo útil y hacedero en cada región». 777 Como sabemos, Valencia fue nombrado Cronista del Reino y Cronista de Indias por Felipe II!. Entre las labores que tenían encomendadas por el segundo cargo estaba la de elaborar las llamadas «Relaciones de Indias», que eran informes geográficos, socioeconómicos y antropológicos de los territorios y gentes que en el Nuevo Mundo dependían de la Corona de Castilla. Morocho Gayo ha agrupado los textos de este tema en los volúmenes V/1 y V/2 de las Obras Completas del humanista extremeño. En lo que nos interesa, lo más destacable de estas Relaciones es la propia metodología utilizada para su elaboración. Por un lado, se desmarca del resto de los cronistas que hacían una labor similar y elabora su propio método", de manera que acaba sacando el mayor rendimiento a los datos que enviaban los responsables políticos y judiciales de los nuevos territorios. Por otro lado, la sistematicidad en la organización metodológica y la rigurosidad y objetividad en el tratamiento de los datos relativos a costumbres, prácticas religiosas o descripción de la flora y fauna, son propios de alguien que tenía bastante claro cuál es la manera correcta de realizar un estudio científico en el sentido pleno de la palabra100. Estos tres ejemplos -las brujas, las reformas agrícolas y la organización del trabajo en las Relaciones- son una buena prueba de la adaptación que hace Pedro de Valencia de su trabajo intelectual. La orientación práctica del escepticismo empírico y metódico en ¡os escritos de Valencia constituyen un punto de referencia en la formación de los nuevos métodos de trabajo intelectual que se desarrollarán en los siglos siguientes. Esta influencia metodológica del escepticismo en la obra de Pedro de Valencia supone también la necesidad de replantearse, en términos diferentes a como se ha hecho, la presencia de esta corriente de pensamiento en el humanismo español. El desarrollo de un tipo de trabajo técnico y científico que había ido desplazándose desde las concepciones medievales hacia una cierta interpretación de la doctrina aristotélica tiene en estos casos una buena prueba de las posibilidades que el escepticismo introdujo en el pensamiento de los siglos XVI y XVII. 99 Paniagua Pérez, 1993, p. 65: «Valencia demuestra una verdadera inquietud por la cuestión geográfica y natural, con la que comienzan todas sus Relaciones, como si éstas fueran consideradas el condicionante esencial para comprender todo lo que se manifiesta a continuación, ...». 100 ibid, p. 84 ss. 118 Por estas razones creo que si seguimos el método de analizar el escepticismo que utiliza Brochard estaremos, sin duda, más próximos a io que este sistema filosófico supuso para Pedro de Valencia y, desde luego, explicaremos mucho mejor la conexión de otras dimensiones de su pensamiento con la filosofía de los académicos y pirrónicos. Por eso, me parece conveniente seguir también la llamada de atención que hace el autor de Los escépticos griegos acerca de ia utilización que hizo el escepticismo antiguo de las nociones de historia e inducción como criterios de conocimiento práctico-empírico. Este uso de la doctrina escèptica tiene que ver con la línea de pensamiento que Brochard sitúa entre Pirrón y Timón y que califica de escepticismo práctico o moral por la tendencia de estos autores hacia la investigación ética como medio de consecución de un criterio de comportamiento. En relación al caso de Pedro de Valencia y al uso empírico-práctico de la historia y de la inducción como métodos de conocimiento, hay que decir que testimonios históricos son los utilizados para explicar una buena parte de los sucesos de Logroño; la explicación de cómo surgieron las bacanales en Grecia y en Roma, cómo fueron variando las prácticas de los participantes y las diferentes disposiciones legales de las autoridades antiguas sobre estos asuntos son algunos de los principales argumentos empleados por Valencia para dar una explicación natural e histórica de estos acontecimientos. Por otra parte, Valencia escribió un discurso de temática propiamente ética, concretamente cínica, que no es sino una muestra del inmenso conocimiento que tenía de la historia antigua, de los gentiles, y también de los primeros siglos del cristianismo y de la Edad Media. En la ya citada relación de personajes de la Antigüedad que se retiraron de los asuntos públicos 101 , bien por motivos religiosos y morales, bien por razones políticas, nuestro autor enumera un sinfín de personajes históricos, explica las condiciones sociales y políticas que justifican nuestra atención en ellos y es capaz de guardar siempre la distancia suficiente como para no caer en un error de perspectiva a la hora de juzgarlos bajo los criterios de su época. 101 BNM, Ms. 5586, fots. 1r-17r. 119 Pedro de Valencia cita en este discurso hasta setenta personajes de diferentes épocas históricas; de todos ellos da suficientes datos como para entender su entorno político y su situación personal en relación con el cargo público que ostentaban. El repaso comienza por Laertes, Rey de Ithaca, recorre Grecia y Roma hasta llegar a uno de los más destacados y cercanos personajes de su tiempo, el Emperador Carlos V, que abandonó el trono en favor de su hijo Felipe II y se retiró al monasterio de Yuste; en medio están, entre otros, Timón el filósofo y Timón el misántropo, Marco Antonio, Publio Lentulo Pretor o Pittaco Mytileneo, Rachis Rey de Lombradia, Bamba, Trebelio -Rey de los Búlgaros- o Velpo. Entre los cristianos, S. Antonio Anachoreta, S. Coar y S. Ephren. Toda esta muestra de erudición histórica, en la que se incluyen la mayoría de las veces las fuentes de las que tomó los datos, está puesta al servicio de un tema ético -el del retiramiento cínico en Dión de Prusa102-, pero guarda relación en este caso concreto con una petición que le hacen para mostrar «históricamente» un problema moral. La historia se convierte en un método cierto y adecuado de conocimiento, ya que es útií para orientarnos en la vida práctica. Las experiencias de otros hombres y la certeza de que la sucesión repetitiva de hechos en los que los hombres han reaccionado de una forma determinada ante la vida es válida como criterio de conocimiento queda patente en este caso. «Mándame V.S.I. recoger de las historias los ejemplos de varones señalados que, ocupando grandes lugares y dignidades, Imperios, Reynos, goviernos de las Repúblicas, Pontificados y Prelacias, se retiraron a religión, o a vida philosophica y ocio honesto, y dejaron, juntamente con los cargos y pompa de los oficios, las cargas y molestias de los negocios»™3. De la misma manera que en este texto el objetivo del discurso era propiamente histórico, en otros momentos el conocimiento histórico no sirve más que como apoyo; las historias de los antiguos y las propias historias bíblicas sirven para hacer del método inductivo -en el sentido en que Brochard aplica este término a los escépticos griegos- otra forma de conocimiento. 102 y e r e | e píg r a f e 3,4 d e este trabajo y Morocho, 1988b. 103 BNM, Ms. 5586, fol. Ir. 120 Los mejores ejemplos de este uso del escepticismo empírico los podemos encontrar en los discursos socioeconómicos. Cuando Pedro de Valencia tiene que explicar las condiciones del buen gobierno o lo más conveniente para la solución política de aígún problema concreto, entonces recurre como último argumento a los casos de reyes, gobernantes y pueblos que, en otras épocas históricas o en diferentes contextos culturales, tuvieron que solucionar idénticos problemas prácticos. «Que aquel ò/Ve mas para su biem que mas procura en su vida el hazer bien a los otros. En esto dezia Cyro el grande i primero Rei de Pèrsia que consistía todo el arte del govierno político i real, En multiplicar los subditos i hazerlos mejores i mas ricos, esto es en hazer felices a los reinos í repúblicas»™4. También la inducción funciona, pues, para hacer valer la experiencia de otros hombres como criterio adecuado de conocimiento prácticomoral y empírico en el momento presente. No sólo como criterio para los conflictos éticos, sino también -como hemos visto- a la manera de un modelo para resolución de problemas técnicos, problemas relacionados con artes como la agricultura, la economía del reino o el buen gobierno de la república. 104 Valencia, Pedro de: Borrador al Rey sobre el Gobierno, BNM, Ms. 5585, fol. 1 63v. Más adelante, en el mismo escrito (fol. 163v), se refiere Valencia al pasaje del Gorgias en que Platón califica de malos gobernantes a Perícies, Cimon, Miltriades y Temístocles. CAPÍTULO 3 Escepticismo y Humanismo 1. El escepticismo práctico o moral Escepticismo práctico S i nos separamos del escepticismo metódico o empírico y nos vamos acercando al escepticismo práctico-moral, nos daremos cuenta de que el caso de Pedro de Valencia es uno de esos en los que el pensamiento escéptico no funciona meramente como un fin, sino que es un medio. La búsqueda de un criterio que sirva en la vida práctica será ese fin. Esta posición intelectual supone la aceptación y el reconocimiento de las limitaciones del conocimiento humano, especialmente en la medida en que la capacidad para hacer teoría se considera en términos absolutos. La crisis que implica la conciencia de que el hombre tiene numerosas dificultades para cobrar certeza acerca de lo que le rodea, de la realidad, provoca en los escépticos dos actitudes bien diferenciadas. La primera de ellas consiste en la renuncia al conocimiento de lo externo y en la persistente utilización de las armas escépticas para derrumbar cualesquiera tipos de razonamientos referentes a la posibilidad del conocimiento. El complemento de esta actitud epistemológica está en la actitud moral que adoptan quienes así pensaron respecto al conocimiento. Por consiguiente, su próxima mirada es interior, se dirige a la intimidad, que es el único ámbito en que los escépticos se sienten cómodos y seguros frente 123 a las dobleces y engaños que provocan las deficiencias de la capacidad cognoscitiva del hombre. Quizás sea Montaigne el mejor representante de esta posición en el renacimiento escéptico del siglo XVI. La otra posibilidad de los escépticos cuando se encuentran con la incapacidad del discurso teórico para proporcionar certeza consiste en volver la razón hacia el discurso práctico y hacer del ámbito exterior el objetivo principal de las pretensiones racionales. Esta es la opción que toma Pedro de Valencia. No hay duda respecto a la importancia que los escritos de Montaigne tuvieron en la difusión del escepticismo en el siglo XVI; su calidad como escritor y la reformulación en francés -en lengua romance- de los argumentos de Sexto Empírico fueron determinantes en la importancia que alcanzaron los Ensayos como modelo del escepticismo moderno. Además de estas cuestiones metodológicas es importante subrayar que el carácter moderno de sus escritos tiene relación con la presencia en los Ensayos de la cuestión escèptica unida al tema religioso. El escepticismo presenta, pues, en Montaigne dos dimensiones: la fideísta, puesta al servivio de una religión que se ha de basar en la pura fe, y la pirrónica, derivada de la reformulación de los argumentos de Sexto para dar solución al problema del conocimiento filosófico. La cuestión radica aquí en el hecho de que la duda pirrónica se le presenta a Montaigne con tal fuerza y evidencia que el autor francés queda sumido en ella. De esta forma, renuncia a cualquier posibilidad de llegar al conocimiento cierto y, en lugar de iniciar nuevas líneas de investigación, se remite a un intimismo de marcados caracteres estoicos. Este paso se ve favorecido por los argumentos que, en relación con el criterio que hay que seguir en la vida práctica, utiliza Sexto en algunos pasajes de los Esbozos. Estos argumentos están relacionados con el objetivo escéptico de conseguir la ataraxia a través de la suspensión del juicio en todos aquellos momentos en que se presente un atisbo de duda. La mejor forma de conseguirlo es, según Sexto, seguir los criterios que la gente normal utiliza habitualmente para desenvolverse en la vida cotidiana, esto es, «...un tipo de razonamiento acorde con lo manifiesto, que nos enseña a vivir según las costumbres patrias, las leyes, las enseñanzas recibidas y los sentimientos naturales»^. 1 Sexto Empírico, Esbozos Pirrónicos, p. 57. 124 Si la mejor manera de conseguir la tranquilidad de espíritu es el seguimiento de las costumbres y leyes establecidas, sin enjuiciarlas ni cuestionarlas, lo que ha de hacer un escéptico en el siglo XVI en relación al comportamiento social es seguir los criterios de la gente normal, es decir, de la vida corriente. Esto es lo que hará Montaigne y lo que le diferencia profundamente del discurso social de Pedro de Valencia. Ahora bien, en el ámbito de la ética individual el recurso de los escépticos debe tener como objetivo prioritario el de dotar de contenido material, de postulados morales, el hueco que ha dejado la duda pirrónica. Esto es lo que hará Montaigne en la mayor parte de sus Ensayos; una buena parte del texto está dedicada, no a teorizar sobre el problema del conocimiento, sino a considerar las ventajas que presentan los principios de una doctrina moral -la estoica- como contenido eficaz de una ética que formalmente es escèptica. Montaigne adopta, pues, la ética estoica como guía personal en un mundo que se manifiesta incierto. El problema es que en el autor francés la ética estoica adquiere el papel de último asidero al que se agarra para resistir el empuje de la duda pirrónica. A esto se añade una tendencia -bastante clara, en mi opinión- que evita el «esfuerzo» de intentar construir un sistema positivo a partir de los mínimos que proporciona el estoicismo en el siglo XVI. De esta forma el estoicismo de Montaigne acaba tomando la única apariencia de una «ética mínima» que tiene como sola pretensión la de ser el mejor ámbito para conseguir la suspensión del juicio y la tranquilidad del alma. El estoicismo moderno, tal y como se manifiesta en Montaigne, tiene todos los condicionantes para ser considerado una ética desmoralizada, desesperanzada, sin energía, y entregada al destino que marcan unos acontecimientos incognoscibles para el hombre. Este minimalismo ético supone también una renuncia a actuar sobre la realidad social y política. La justificación de esta postura está de nuevo en el citado argumento pirrónico de Sexto, en el que remite a la vida común, a las costumbres y prácticas de la gente normal, como elemento de guía en la vida social. Estas prácticas habituales de la gente normal tienen consecuencias evidentes en el ámbito comunitario. Si hay que seguir las costumbres establecidas y las leyes en vigor, lo que en última instancia estamos haciendo es 125 asumir tal y como está la situación social y económica que hay, sin críticas ni reformas. Es decir, estamos asumiendo una posición claramente conservadora en lo que a la sociedad se refiere. En este punto se separa claramente Pedro de Valencia del escepticismo moral de Montaigne. Quizás la diferencia entre uno y otro está en que el escepticismo de Pedro de Valencia es «práctico» antes que «moral». Es decir, el extremeño no renuncia a la posibilidad de encontrar un criterio de comportamiento práctico que sea adecuado para guiarse en lo personal y en lo comunitario. De hecho, el escepticismo va a tener en Valencia la función de servir de crítica a los usos erróneos de la razón en su dimensión práctica. Como hemos visto, Pedro de Valencia tiene un momento en el que, como Montaigne, ha de refugiarse en su propia intimidad, en su individualidad, pero una vez establecidos los principios éticos sobre los que fundamenta esa individualidad sale al exterior para ocuparse de la realidad. Este momento de articulación teórica de los dos discursos éticos -el interior y el exterior- tiene como elemento destacado la ética estoica. Pero diferenciemos: mientras que en Montaigne el estoicismo sirve para evitar el derrumbamiento de la propia individualidad, en Pedro de Valencia sirve fundamentalmente para proporcionar un camino de salida a la realidad. En Valencia el ámbito interno está construido, no en torno a principios de la ética estoica, sino alrededor de la ética cínica, concretamente de las oraciones y discursos de Dión de Prusa, y del cristianismo sencillo procedente de sus lecturas bíblicas. Esto quiere decir que la ética estoica tiene en Valencia un pape! radicalmente distinto; por eso también es precisamente Epicteto quien, entre los estoicos, mejor sirve a Valencia para conectar con ideales dioneos como el del retiramiento de la oración n° XX2. Son las máximas del Enquiridión las que mejor simpatizan con la sensibilidad intimista del discurso cínico y las que hacen más completo un sistema ético que tiene como punto de partida la idea del «retiramiento interior». Esta idea ha de servir como punto de apoyo, de manera que permita al individuo ocuparse de la realidad externa sin sentirse perdido en el mundo ni superado por la incapacidad humana para conocer lo que le rodea. 2 Dión de Prusa: Discursos XII-XXXV. 726 Desde luego, el punto de partida no ha de producir el efecto en el individuo de invitarle a permanecer en el ámbito de lo personal, sino que tiene que servir para trascender ese espacio y ocuparse de lo público. De esta forma, Valencia rechaza la suspensión del juicio como elemento proporcionador de tranquilidad, ya que las consecuencias que acarrea la aceptación de ese principio son contradictorias con el elemento social de su pensamiento ético. Si siguiera la línea de Montaigne, Pedro de Valencia se tendría que resignar a asumir el conservadurismo como la clave de su acción social y eso contradice el talante de su pensamiento. El pensamiento del polígrafo zafrense tiene connotaciones muy valiosas si lo miramos desde el interés por una ética personal, pero su valía crece considerablemente si a esta perspectiva unimos la que se observa en sus discursos de carácter social o económico. De otra forma, no tendrían sentido reivindicaciones sociales como las relativas a la repartición de las tierras incultas entre todos los labradores del reino o la que se refiere a una distribución equitativa de las cargas fiscales entre todos los grupos sociales. Esta vocación pública del pensamiento ético de Valencia es fundamental para conocer el alcance de la razón práctica en su uso y su carácter derivado del criticismo escéptico. En este sentido hay que decir que, a tenor de lo que podemos leer en alguno de sus escritos, Pedro de Valencia articula las dos vertientes del discurso práctico en torno al concepto de virtud. En la Relación de la traza de las virtudes fecha por Pedro de Valencia y Juan Bpta. Lavaña3, podemos apreciar la organización de todo el discurso de virtudes que han de constituir la moralidad del hombre alrededor de la virtud de la «prudencia». Precisamente es la phrónesis la virtud principal para nuestro autor; pero se trata de una prudencia concebida claramente en relación con el ideal aristotélico de sabiduría práctica, es decir, como la habilidad y moralidad para conducirse en sociedad; por eso elige en el citado discurso representar a la prudencia rodeada por los dibujos de sus cuatro sabios: Solón -que dio las leyes a los atenienses-, Pericles -que, además de ser un gran gobernante, consiguió vencer "con ardid" a los lacedemonios-, Fabio Máximo -que derrotó a Aníbal gracias a haberse contenido ante sus desafíos- y Cayo 3 BNM, Ms. 5585, fols. 138r-144r. 127 Laelio -que, percatándose de la traición que preparaban los Gracos, se puso del lado de la ley y favoreció el bien de la República- 4 . Más significativo aún es el párrafo en el que describe cómo debe ser la representación de la prudencia. Creo que en esta traza es donde mejor se pone de manifiesto tanto la metodología investigadora de Pedro de Valencia como la representatividad que el discurso de la razón práctica tiene en su humanismo. «Ponerse por símbolos desta virtud, la cabeza del dios Jano con dos caras con que mira, con la una lo passado, y con la otra lo venidero, como conviene hacer para disponer bien lo presente»5. Esta postura en favor de la sabiduría práctica como piedra angular del discurso práctico tiene, como veremos más adelante, su complemento adecuado cuando se refiera estrictamente a! ámbito político. En este caso, y en todo lo relacionado con la vida en común, será la «justicia» la que aglutine la argumentación de Pedro de Valencia. Sin embargo, en el estadio incial de la formulación de su discurso ético presenta Pedro de Valencia un detalle que, en mi opinión, pone a la vista la originalidad que hay en la elaboración de su argumentación. Recordemos que la formulación estoica de las nociones de virtud y felicidad debía bastante a las aportaciones que Aristóteles había hecho anteriormente. Pues bien, Valencia llega a una posición intermedia respecto al pensamiento estoico y el aristotélico. Aristóteles había llamado la atención acerca de la existencia de un fin (o bien primero) que se escogía por sí mismo y que era la felicidad; por su parte, los estoicos habían considerado que la virtud era un bien tal que no podía ser considerado como medio de ningún otro bien. Si Aristóteles y los estoicos diferían acerca del bien último, no lo hacían en cuanto a la idea de virtud; para ambos, la virtud consistía en una disposición permanente del alma. Pues bien, para Pedro de Valencia esta definción de ía virtud es válida, esto es, podríamos decir que la virtud en cuanto actitud vital del hombre coincide con los planteamientos de nuestro autor; 4 5 BNM, Ms. 5585, fol. 138r. BNM, Ms. 5585, fol. 138v. 128 ahora bien, para Valencia la virtud no es un término unívoco, sino que se puede decir de muchas maneras, maneras que describe en la Traza de las virtudes0. Aunque la prudencia y la justicia ocupen los lugares centrales, hay otras formas de actuar virtuosamente para un creyente en e! siglo XVI. Y es que este hecho, el de la fe de Pedro de Valencia, es fundamental para comprender la separación que establece respecto de las concepciones éticas citadas anteriormente. Para Pedro de Valencia la práctica de la virtud no es en sí misma la fuente de felicidad, sino que es la causa de la tranquilidad del alma, del reposo espiritual si se quiere; en este punto estribaría la aportación principal de Epicteto a la ética de Valencia. El distanciamiento del humanista respecto de la concepción estoica tiene lugar como consecuencia de la introducción de su fe en ei discurso ético. Si efectivamente acepta el contenido de la fe que ha leído en la Biblia tiene que partir de que no se puede hablar de la felicidad en este mundo, ni siquiera siguiendo a Aristóteles en su propuesta de evaluar la felicidad una vez que todos los datos están a la vista y ninguna desgracia puede sobrevenir, es decir, en el momento de la muerte. «Según puede colegirse de lo que dice San Agustín, los académicos consideraban sabio y felicidad, con la felicidad de que es capaz el hombre en esta vida, al que buscaba la verdad, aunque nunca pudiera darle alcance, siempre que siguiera en su búsqueda el camino de la probabilidad»7. La única consideración posible para Pedro de Valencia si quiere ser coherente con las consecuencias que se derivan del origen diverso de sus principios éticos -escepticismo, cinismo, estoicismo y cristianismo- es hacer de la felicidad un elemento del que sólo se puede hablar a partir de que el sujeto ha muerto, ya que para un creyente la única felicidad, la beatitud, es producto de la contemplación del rostro de Dios; de ahí proviene la bienaventuranza, que es la felicidad para el auténtico creyente. «(179r:) Los que aman estas cosas i las tienen por bienes, i no las pueden conseguir a la medida de sus deseos, no pueden estar satis- 6 7 BNM, Ms. 5585, fols. 138r-144r. Valencia, Pedro de: Académica, p. 97. 129 fechos ni contentos, sino tristes i quejosos de los que no se las dan o se las estorvan, i assi enojados con Dios i con los hombres. Este descontento i desgusto de que no nos suceden o no se nos conceden todos los gustos de la carne, riquezas, i honras del mundo, que juzgamos por bienes i bienaventurança, o porque nos acontescen las cosas contrarias, desgustos i dolores, pobreza, i affrentas, a que llamamos males i desventuras, es la que san (119v:) Pable llama Tristeza del mundo, i dize que obra muerte. No ai duda sino que obra también la muerte temporal i del cuerpo: a cuya salud no ai cosa que mas daño haga que la tristeza i afflicion, ni que mas desabrida i no vividera haga la vida»&. Esta es la auténtica sabiduría y la única felicidad y, en este contexto, sí tiene sentido la invocación a la sabiduría divina como la única cierta y verdadera, invocación que sirve para cerrar las Académica y que tantos problemas ha presentado a los críticos a la hora de clasificar el escepticismo de Pedro de Valencia. Si pensamos en el papel que la fe y la religión tienen en el conjunto del pensamiento de Valencia, veremos que se adaptan perfectamente al tipo de discurso que el zafrense lleva a cabo porque no se trata más que de manifestaciones singulares de la razón práctica. Las conexiones entre las argumentaciones políticas, morales y religiosas de Valencia se complementan de manera que el objetivo de sus discursos permanezca fiel a lo que pretendía; las preocupaciones de Pedro de Valencia están fundamentalmente en el ámbito de la vida cotidiana y la forma de organizar este ámbito no es otro que el uso de la razón práctica. El discurso religioso, el discurso de contenido moral o el que se refiere a problemas de índole socioeconómico no son más que manifestaciones de esa razón. Las limitaciones metodológicas y de contenido de sus obras tienen que ver más con la época en que vive y con la falta de un discurso filosófico aglutinador -como luego será el cartesiano- que con sus pretensiones. En este sentido, creo que el escepticismo, tanto en su versión metódica como en la práctica o moral, es el resultado de la búsqueda de una filosofía que pudiera sintetizar todas las corrientes que intervienen en la formulación de su pensamiento. 8 Véase Valencia, Pedro de: De la tristeza según Dios y según el mundo: BNM, Ms 5585, fol. 119r-119v. 130 Los efectos prácticos del pirronismo (Vida comente y suspensión del juicio) Entre las dimensiones prácticas del escepticismo es conveniente resaltar las propuestas propiamente éticas que el pirronismo llevó a cabo como uno de los elementos centrales de su doctrina. El hecho de que esta parte del pensamiento pirrónico haya permanecido olvidada en la mayoría de los casos no debe impedir que saquemos a la luz las ideas pirrónicas en materia de ataraxia, ética y costumbres. El desarrollo de estas ideas dentro de la doctrina pirrónica y su condición de conclusión del pensamiento propiamente dialéctico es fundamental para entender la diferencia de fondo entre la práctica que proponían los seguidores de Pirrón y la de los académicos. En este sentido, la exposición de los argumentos pirrónicos es imprescindible para llegar a entender la evolución del pensamiento práctico de Pedro de Valencia. Hemos de recordar que, ante los problemas que creaba la propia posición a los criterios de actuación en el ámbito práctico, los académicos, por medio de Carnéades, responden recurriendo a la "probabilidad". De esta forma, el comportamiento ante los problemas que se plantean a diario lo resolvían analizando cuál de las alternativas que se les presentaba era la más probable y una vez determinado esto, actuaban en consecuencia. Con esto evitaban establecer algo como verdadero -sólo alcanzaban el escalón de la probabilidad- y procuraban una salida coherente a sus planteamientos epistemológicos. Sexto, como hemos visto, había rechazado el criterio de probabilidad de los académicos, pero en ningún caso renuncia por completo a un criterio sobre el que establecer la base del comportamiento. En cierto modo, parece que al principio fuera incluso esa pretensión de tener un criterio para actuar en la vida normal lo que motivara toda la construcción pirrónica. La distinción que establece Sexto9 sobre las diferentes formas de considerar los criterios nos pone sobre la pista de los objetivos últimos del pirronismo, pues es en estas líneas donde afirma la validez que como criterio ha de tener «aquello guiándonos de lo cual vivimos»^0. 9 10 Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, p. 140 y ss. ibid, p. 140. 131 La posibilidad de esta finalidad del escepticismo es coherente con e! contenido que Sexto da a su afirmación de que el escepticismo sí constituye un sistema. La peculiaridad de ese sistema no consistiría en la pretensión de conocer la realidad y describirla, sino en la de dotar al hombre de una "orientación", solamente una orientación, por medio de la cual pudiese seguir unas líneas racionales sobre las que basar su actuación. El sistema de Sexto sería aquel que «obedece a cierto tipo de razonamiento acorde con lo manifiesto»", de manera que sea posible hacerse una imagen adecuada y correcta de la vida y «que se oriente a lo de ser capaces de suspender el juicio...»u. Parece, pues, que la atribuida pretensión polemizadora de los académicos se ve superada en el escepticismo radical por una finalidad que no es epistemológica, sino ética, y que no parece muy distante de los objetivos que en este campo buscaban tanto los epicúreos como los estoicos13. A tenor de lo expuesto por Sexto, parece en este momento algo complicado reivindicar cualquier sesgo subversivo en la forma de pensar escèptica. La vuelta a la vida normal, a lo aprendido por la herencia familiar y social y a las leyes de la comunidad son la alternativa que el programa escéptico aporta como elemento positivo de su sistema. Mientras que no haya amenaza de dogmatismo de cualquier signo, éste será el único contenido del escepticismo radical. Para Long14 fue el fracaso en la búsqueda de un criterio que estableciera la verdad y la falsedad lo que dirigió a los escépticos hacia esta "normalidad", pero hay que precisar que en palabras del propio autor de los Esbozos fue la misma actividad de la búsqueda - y no tanto el fracaso en su objetivo- la que proporcionó la clave pare entender la manera de enfrentarse a una realidad que se mostraba inaprehensible. La sucesivas aporías que presentaba el método de contrastar la realidad con lo que se decía acerca de esa realidad sugirió al pirronismo un estado 11 ibid., p. 57. ibid., p .57 13 «Seguimos en efecto un tipo de razonamiento acorde con lo manifiesto, que nos enseña a vivir según las costumbres patrias, las leyes, las enseñanzas recibidas y ¡os sentimientos naturales.» ibid., p. 57. 14 Long, o.c, p. 8 1 . 12 132 mental que era muy deseado por el resto de sistemas filosóficos: la liberación del espíritu. Parece que fue el propio proceso de interminable contestación -continuo ensayo/error- el que provocó ía necesidad de suspender el juicio acerca de aquello que se estaba investigando y, en lugar de dar paso a la desesperación de la ignorancia, ¡os pirrónicos descubrieron que lo que se abría en sus mentes era un estado beatífico que eliminaba los miedos y las preocupaciones. No es extraño, pues, que en el empeño por distinguirse de los académicos insistan una y otra vez en que ellos, los escépticos, nunca paran de investigar, ya que es la propia actividad investigadora con los sucesivos desencuentros e incapacidades para someter la realidad la que proporciona la liberación del espíritu16. 15 Por otra parte, esta liberación de la inquietud no implica una renuncia formal al desarrollo de un criterio con el que orientarse, es decir, la liberación de la inquietud no supone incapacidad en el ámbito práctico. La orientación viene, como hemos visto, del respeto por las convenciones más habituales y cotidianas de la sociedad en que se vive, orientación que tiene su fundamento epistemológico en la atención a los fenómenos tal y como se presentan17. El sentido común y el autocontrol en el ámbito individual de la ética convierten el sistema escéptico en un conjunto de postulados morales que guarda una íntima relación con el resto de sistemas éticos con los que coexistió, tan mínimo en sus fundamentos como los otros, pero más realista y sencillo que ios demás, incluso, algo más coherente18. 15 Sexto Empírico, o.c.,: «Cap. XXXIII: En qué se diferencia el escepticismo de la filosofía académica». 16 «Y el escepticismo es la capacidad de establecer antítesis en los fenómenos y en las consideraciones teóricas, según cualquiera de los tropos ; gracias a la cual nos encaminamos -en virtud de la equivalencia entre las cosas y proposiciones contrapuestas- primero hacia la suspensión del juicio y después hacia la ataraxia». Sexto Empírico, o.c, p. 53. 17 «Atendiendo, pues, a los fenómenos, vivimos sin dogmatismos, en la observancia de las exigencias vitales, ya que no podemos estar completamente inactivos. Y parece que esa observancia de las leyes vitales es de cuatro clases y que una consiste en ¡a guía natural, otra en el apremio de las pasiones, otra en el legado de las leyes, otra en el aprendizaje de las artes.» ibid., p. 60. 18 «La suspensión del juicio es ese equilibrio de la mente por el que ni rechazamos ni ponemos nada. Y la ataraxia es bienestar y serenidad de espíritu. Y de cómo la ataraxia sigue a la suspensión del juicio trataremos en el capítulo "Sobre los fines".» ibid., p. 55. 133 Así pues, del respeto por los fenómenos surge el criterio de comportamiento para los escépticos quienes de esta forma recurren a la vida normal y a los principios de la vida cotidiana para guiarse en aquello que precise de un criterio. Siendo el objetivo último del sistema escéptico la consecución de la serenidad del espíritu, el método elegido es peculiar por la manera en que relaciona conceptos tan extraños como la suspensión del juicio y la vida de la gente corriente. Mientras que la tendencia general de la filosofía helenística fue la de alejar al hombre de su medio natural, especialmente de la vida en sociedad, para conseguir los objetivos morales que propugnaba, el pirronismo parece invertir la tendencia y acaba haciendo de ia vida cotidiana el espacio natural para la liberación del alma. Lo cierto es que si bien el fin último es próximo al de epicúreos y estoicos, el hecho de construir una doctrina epistemológica como la escèptica había tapado la dimensión ética de su construcción. Por otra parte, la peculiaridad de los medios empleados para conseguir los fines que el pirronismo persigue constituye una sorpresa y, en mi opinión, un acierto de la metodología escèptica. Asimismo, la naturalidad del desenlace ético propuesto es, sin duda, un elemento de accesibilidad para los que llegaron a las teorías de Sexto Empírico en los siglos XVI y XVII. En medio de un panorama espiritualmente confuso como el que se vivía tras los embates reformistas, la remisión a la vida cotidiana, a la vida normal y a las leyes y costumbres habituales debió ser un puerto más que seguro para aquellos que hicieron suya la epistemología escèptica. Posiblemente, en esta mirada a las creencias y principios que guían la vida habitualmente esté uno de los pasos fundamentales en el camino hacia el fideísmo que abrazaron tantos personajes en estos años. El hecho de carecer de una doctrina de la que responder racionalmente es uno de los elementos fundamentales para entender la conexión entre la fe profunda de los humanistas de esta época y la utilización de los principios e! escepticismo como teoría de! conocimiento. Establecido desde el comienzo el objetivo de alcanzar la suspensión del juicio y la serenidad de la mente poco importaba que se mantuviera intacta la capacidad destructiva de los principios cognoscitivos sobre los que se sostenía. En cualquier caso, la referencia final a la autoridad establecida a través de la vida cotidiana evitaba realizar juicios que supusieran la autoe- 134 valuación de la propia posición y de las consecuencias que se desprendían del movimiento pirrónico 19 . Poco importaba que para llegar a la suspensión del juicio hubiera que atravesarse por el entramado de todos los principios religiosos y de sus respectivas negaciones, ya que lo trascendente era llegar al estado en que la suspensión del juicio llevaría a la serenidad completa de la mente. En este momento la costumbre y la ley así como la normalidad de la vida cotidiana serían los únicos criterios de que precisaría el escéptico. Como ía suspensión del juicio evitaba pronunciarse sobre las cosas no manifiestas debido a la imposibilidad de conocerlas, el único ámbito sobre el que era lícito -epistemológicamente- opinar era el de los fenómenos, esto es, el de las cosas tal y como suceden en la vida de cada día. Por otro lado, en determinados momentos de su exposición acerca de la «ética de !a vida cotidiana» parece que Sexto se deja impregnar por algunos de los más conocidos principios de la moral estoica; ni el mandato de preservar la serenidad de espíritu en todo lo que depende de uno ni la necesidad de establecer un control sobre el sufrimiento en aquello que escapa a nuestro alcance20 desentonarían en cualquiera de los textos de Epicteto. La resignación ante la adversidad, la eliminación de la tristeza y el autocontrol están, en mi opinión, ocupando un lugar de primera importancia en ciertos pasajes de los Esbozos2\ La aproximación a la ética estoica no es demasiado extraña si tenemos en cuenta que destacados académicos como Cicerón ya habían abrazado 19 «Con razón decimos que el fundamento del escepticismo es la esperanza de conservar la serenidad de espíritu (...). Por el contrarío el fundamento de la construcción escèptica es ante todo que a cada proposición se le opone otra proposición de igual validez. A partir de eso, en efecto, esperamos llegar a no dogmatizar.» ¡bid., p. 55. 20 ¡bid., p. 6 1 . 21 «...y, al suspender sus juicios, le llegó como por azar la serenidad de espíritu en la cosas que dependen de la opinión. Pues quien opina que algo es por naturaleza bueno o malo se turba por todo, y cuando le falta lo que parece que es bueno cree estar atormentado por cosas malas por naturaleza y corre tras lo -según él piensa- bueno y, habiéndolo conseguido, cae en más preocupaciones al estar excitado fuera de toda razón y sin medida y, temiendo el cambio, hace cualquier cosa para no perder lo que a él le parece bueno. Por el contrario, el que no se define sobre lo bueno o malo por naturaleza no evita ni persigue nada con exasperación, por lo cual mantiene la serenidad de espíritu.» ibid., p. 6 1 . 135 los principios morales de este movimiento con independencia de los duros ataques que llevaron a cabo contra su teoría del conocimiento y su dogmatismo. La verdad es que el estoicismo por entonces ya había inundado con sus principios éticos una buena parte de los restantes discursos morales, quizás por el carácter universa! de sus propuestas, quizás por el grado de adecuación que consiguió respecto a la situación social y política de finales del helenismo. Junto con el incipiente cristianismo y, posteriormente, alimentando también el propio discurso ético del cristianismo primitivo, el estoicismo sirve en nuestro caso para mostrar lo introducido que estaba como sistema ético en la estructura discursiva de los textos escépticos. No en vano, cuando se refiere a la suerte que la doctrina académica corrió en la Antigüedad, Pedro de Valencia dice que Favorino fue, después de la desaparición de Cicerón, uno de los más destacados representantes del pensamiento académico. Favorino, por su parte, se había formado con Dión de Prusa -filósofo cínico y rétor- y con Epicteto, representante eminente del estoicismo22. La amalgama que forman los sistemas de la filosofía helenística en el campo de la ética tiene en esta inclinación de Sexto Empírico hacia el estoicismo una buena prueba. Sin embargo, hay que recordar que los «préstamos» que toma Sexto Empírico se dirigen casi exclusivamente a dar consistencia y a fortalecer el discurso en lo que a las recomendaciones sobre la vida cotidiana se refiere. Con estos préstamos Sexto cierra su discurso ético sin la necesidad de salir de! ámbito de la vida normal y del grupo de gente entregada a la liberación y a la serenidad de sus mentes. Sin dogmatizar, por supuesto23. 2. Neutralidad y subversión Otro problema con que se han encontrado muchos de los que han estudiado la obra de Pedro de Valencia consiste, no en lo problemático de casar 22 Valencia, Pedro de, Académica, p. 69. «Y es que basta -creo yo- con que uno viva de acuerdo con su experiencia y sin dogmatizar, conforme a las indicaciones e intuiciones corrientes, manteniéndose en suspenso sobre lo que se argumenta desde la sutileza dogmática y muy lejos de toda utilidad práctica.» Sexto Empírico, o.c, p. 224. 23 136 el escepticismo con el cristianismo, sino en la propia naturaleza del pensamiento escéptico. La mala fama de que ha gozado históricamente el movimiento escéptico nace casi con su recuperación en el siglo XVI y todavía es hoy objeto de rechazo por parte de muchos críticos. Quizás el origen de este temor a las consecuencias del escepticismo esté en la propia actividad de algunos de los más señalados escépticos de finales del XVI y del siglo XVII. Aquel grupo que Popkin llamó los «libertins erudits» concilio a su alrededor una serie de comentarios y rumores que poco a poco se fueron transformando en calificativos fundamentales a la hora de referirse a todos los que de una forma u otra se relacionaban con el escepticismo de Sexto Empírico. En los escritores que cita Popkin24 se da la coincidencia de que todos ellos alcanzaron puestos de cierta relevancia en la administración o en la propia enseñanza universitaria. Sin embargo, corrió acerca de ellos una serie de noticias en gran parte infundadas, inexactas e incluso en algunos casos erróneas, que vinieron a provocar el rechazo y el temor ante cualquier tipo de manifestación escèptica. Se les calificó como libertinos cuando en realidad se trataba de librepensadores que pretendían acabar con el fanatismo dogmático de su época y socavar las aceptadas creencias tradicionales de la sociedad. A este intento de pensar al margen de los cauces establecidos se unieron los rumores acerca del ateísmo de algunos de los miembros de! grupo, del fingido cristianismo de otros y del agnosticismo de los demás. Junto a estas consideraciones referentes a su condición religiosa se hizo referencia a una «conspiración» dedicada a acabar con el orden tradicional y con la autoridad moral establecida, conspiración que quedaba confirmada a ojos del público por las famosas reuniones que los «libertins» tenían periódicamente y por la malintencionada circulación de algunas ideas atribuidas a ellos. Se trataba más que nada de un grupo de intelectuales que trataban de evitar el dogmatismo que invadía la sociedad francesa con una nueva forma de pensar que tenía en Montaigne y en Sexto sus principales puntos de referencia. La cuestión es que la puesta en práctica de sus ideas suponía socavar la 24 Entre ellos están Gabriel Naudé, Guy Patin, Leonard Marandé, François de La Mothe Le Vayer, Petrus Gassendi, Samuel Sorbiere e Isaac La Peyrére. Ver Popkin, 1983, p. 144. 137 autoridad establecida; por eso, a la denostación que el escepticismo ya provocaba por sí mismo, se añadieron los rumores acerca de la inmoralidad de las vidas que llevaban estos personajes así como la supuesta aprobación que hacían del hedonismo epicúreo como el mejor sistema moral posible. En cualquier caso, no eran tanto teorizadores del escepticismo como pensadores que tenían una «actitud escèptica» ante las pretensiones del dogmatismo en cualquiera de sus manifestaciones. Sin embargo, este rechazo social que provocó el escepticismo y su relación con escuelas morales poco ortodoxas son, en mi opinión, el origen moderno del temor que suscita hoy el pensamiento escéptico. Es cierto que el propio contenido del escepticismo, cuando se toma en su acepción más radical, tiene algo que ver con este rechazo; el carácter destructivo de esta forma de usar el escepticismo es el que movió a Descartes a intentar elaborar un método que lo anulara definitivamente y el que posteriormente ha simbolizado lo negativo de la forma escèptica de ver la realidad. Esta actitud negativa hacia el escepticismo ha supuesto un empobrecimiento de los análisis que se han hecho de aquellos autores que se han acercado a él y han representado la negación de una serie de posibilidades que el pensamiento escéptico contiene en sus mismos principios y que, en gran medida, tienen más fuerza aún que su dimensión meramente destructiva. También sobre la consideración de la posibilidad de que Pedro de Valencia abrazara alguna de las tesis del escepticismo ha recaído esta actitud. Si se asocia el escepticismo con el calificativo de «subversivo» por el resultado que surge al aplicar sus razonamientos a cualquier sistema dogmático de pensamiento, era completamente imposible que un creyente ortodoxo y alejado de cualquier tipo de movimiento peligroso simpatizara siquiera con lo que se escondía tras las proposiciones de pirrónicos y académicos. Hemos visto más arriba cuáles han sido las consecuencias de esta reducción del método de análisis que se aplica al pensamiento de Pedro de Valencia. Ahora es más grave la situación porque al eliminar cualquier posibilidad de conexión entre las motivaciones del pensamiento de Valencia y el escepticismo -a causa del pretendido carácter subversivo de este último-, el resultado acaba siendo que una buena parte de lo que escribió nuestro autor no encuentra acomodo en ninguna explicación coherente que se haga de su obra. 138 La primera cuestión es, pues, aclarar que el escepticismo no se limita a la subversión que algunos han visto en él, y, además, que la aplicación de sus principios no conduce necesariamente a un callejón sin salida25. Ahora bien, sí que supone en cualquier caso una crítica de la ortodoxia establecida, es decir, del sistema de pensamiento vigente o del sistema sociopolítico establecido. En este sentido, la metodología escèptica, la pregunta por la razón de las cosas, sí que puede representar un desafío hacia la autoridad imperante, sea ésta del tipo que sea. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en los problemas que tuvieron los teólogos que utilizaron los nuevos métodos de análisis poligráfico en los textos bíblicos. No se trataba de libertinos ni de peligrosos reformadores sociales, ni siquiera habían tenido deslices morales o religiosos como era el caso de algunos iluminados anteriores; simplemente fueron perseguidos y encarcelados por aplicar un método de estudio, de conocimiento, que socavaba la autoridad de los que tenían la potestad para establecer la verdad y la falsedad en relación con las Escrituras. Pedro de Valencia tuvo que salir en defensa de Arias Montano, una vez muerto éste, debido a las críticas y procesos que se abrieron por su forma de interpretar las Escrituras. En este contexto es más comprensible el ímpetu con que se atacó todo lo que se asemejara al escepticismo o utlizara alguna de las consecuencias que se desprendían de la aplicación de su método. La indiscutible relación entre el conocimiento y ¡a autoridad, ya sea moral o política, quedó claramente de manifiesto en este caso. Ai final, el problema no era más que de autoridad y de credibilidad, esto es, de poder. Al estudiar el significado filosófico de la obra del humanista extremeño, Oroz llega a explicar que en ningún caso Pedro de Valencia estaría de acuerdo con las «desviaciones» que contiene la doctrina de los académicos26. Esta afirmación da idea de la conexión que se establece entre el conocimiento y la moral cuando se habla del escepticismo, ya sea el pirrónico o el académico. El respeto por las consecuencias morales que puede traer la aplicación 25 La consideración del escepticismo como un callejón sin salida pertenece a Copleston. Véase Copleston, 1985, vol. 3, p. 223. 26 «Sin duda alguna Pedro de Valencia con su obra se propuso justificar la postura de los filósofos académicos, aunque no aceptara sus desviaciones.» Oroz, 1984, p. 47, 139 del escepticismo tiene todavía hoy su justificación en el reverso de la moneda. Frente a los que rechazan cualquier expresión del pensamiento escéptico por sus consecuencias inmorales y subversivas están los que utilizan el escepticismo como bandera de la insumisión intelectual ante ía ortodoxia establecida o ante !as pretensiones totalizadoras de la razón27. Sin entrar en la consideración de las desviaciones de que habla Oroz ni en el contenido real del pensamiento de los que se abrazan al escepticismo para desafiar al resto de sistemas filosóficos, lo cierto es que también en este caso la capacidad de síntesis de Pedro de Valencia es lo que mejor sirve para eliminar las dudas sobre un extremo y otro. Hemos hablado ya de la vocación práctica que tiene su pensamiento, pero hay que matizar en este sentido que esta vocación tiene respecto a la autoridad vigente o la ortodoxia establecida dos puntos de referencia fundamentales. Si queremos evaluar con certeza cuáles fueron realmente las posibilidades del escepticismo en nuestro autor, habrá que ver si -una vez que hemos aceptado más arriba que tuvo influencias del movimiento escéptico- tales influencias se manifiestan también en el entorno de este debate acerca de la subversión moral y política del escepticismo. Para ello lo mejor es analizar dos aspectos principales de su pensamiento: por un lado, los fundamentos e influencias de su pensamiento moral y, por el otro, uno de los usos de la racionalidad práctica que mejor se aprecian en Pedro de Valencia, la utilización de la razón como crítica de la realidad. La influencia de Dión de Prusa En el estudio de la ética que subyace al pensamiento de Pedro de Valencia aparecen claramente elementos cristianos con otros de procedencia cínica y estoica. El problema para nosotros es ver la posibilidad de que los elementos procedentes de los sistemas helenísticos citados choquen de alguna forma con la doctrina ética que se desprende de la fe cristiana, de manera que hubiera atisbos de esa «subversión escèptica» que ha conducido a eliminar cualquier influencia escèptica en sus escritos. Si así fuera se 27 Véase Subirats, 1989. 140 explicaría en cierta medida -debido al convencimiento acerca de la siceridad de su fe- que no hubiera tal relación entre el pensamiento escéptico y la dimensión práctica de sus discursos. En caso contrario, habría que poner de manifiesto las conexiones prácticas que hemos visto en el escepticismo con el contenido concreto de los sistemas morales que más influencia ejercieron en nuestro autor. Así pues, la influencia ética le viene a Pedro de Valencia a través del estoicismo, pero también de forma importante a través del cinismo, en concreto a través de la formulación que de este pensamiento hizo Dión de Prusa. El problema es que hasta que Morocho investigó esta relación intelectual no había excesivo conocimiento del tema; además, las acepciones que en el habla ha tomado posteriormente el término "cinismo" impiden acercarse objetivamente a los postulados morales de este movimiento helenístico. Ocurre con el cinismo algo parecido a lo que pasa con los escépticos; es mejor que un autor con buena reputación no se vea mezclado con él, principalmente porque surgen un montón de problemas teóricos que hay que justificar y el cinismo es de por sí incómodo de explicar. En cualquier caso, la influencia de Dión es suficientemente considerable en nuestro autor como para ocuparse de ella. SÍ la redacción de las Cuestiones académicas ciceronianas y su éxito en e! humanismo europeo fueron determinantes en la forma en que Pedro de Valencia pensó la teoría del conocimiento, en los campos de la ética y la filosofía política es el prusense el que deja sentir su mayor influencia. En temas como el del «buen príncipe» esta influencia llega a Pedro de Valencia después de haber recorrido, tanto en oriente como en occidente, las plumas de todos aquellos que después del siglo I intentaron elaborar una doctrina acerca de la forma de ser y de actuar del monarca virtuoso. En el ámbito de la ética es difícil distinguir en un autor de finales del siglo XVI y principios del XVII los matices que las diferentes corrientes de la filosofía helenística han dejado en sus escritos. Esto se debe en gran medida al estado de confusión en que estas corrientes se dan en los propios autores helenísticos. Es muy complicado encontrar después de Aristóteles a un pensador o a un orador griego o latino al que podamos adscribir claramente a una escuela filosófica y del que se pueda decir, a la vez, que no presenta rasgos de las restantes escuelas helenísticas. Lo cierto es que en la «época del imperio» las doctrinas cínicas, epicúreas, estoicas y académicas se hayan tan extendidas y asumidas entre ios ciudadanos que se puede 141 decir, sin miedo a equivocación, que ios miembros de cada una de las principales escuelas habían adoptado elementos de las restantes. Las obras de Dión de Prusa también presentan esta característica. Sin duda, el clima cultural de la época favorecía que en sus discursos se entremezclaran elementos estoicos y cínicos, ya que llegados a este punto las diferencias entre muchos de los ideales de vida que proponían las diversas escuelas no diferían tanto como en su origen. Por eso algunos estudiosos de la obra del prusense se han visto impulsados a defender la existencia de dos épocas diferenciadas en su doctrina ética e, incluso, han afirmado que, coincidiendo con la pena de destierro que Dión sufrió por orden del emperador Domiciano (año 82), aquél sufrió un momento de conversión de una a otra. Sin embargo, aunque en determinadas épocas se pueda apreciar una mayor presencia de las ideas de uno de los dos movimientos, en toda la obra dionea se pueden reconocer elementos de ambas escuelas28. Después de estudiar la obra del prusense y la síntesis que de ella y del estoicismo hizo Epicteto, resulta un grave error la consideración que como "filosofía estoica" se hace de todo aquello que en el humanismo europeo tiene rasgos procedentes del pensamiento helenístico. Excepto en aquellos humanistas que defendieron por convicción o por mera provocación movimientos subversivos como el epicureismo, en el resto de los humanistas se intenta negar o atenuar la presencia de elementos que en su origen eran claramente ajenos al estoicismo. Quizás esto explique la mala fortuna y el ostracismo al que han sido condenados los conceptos escépticos y cínicos en hombres como Pedro de Valencia. Así como el escepticismo está, con todos los matices que se quiera, presente en el pensamiento de Pedro de Valencia, de igual manera con la lectura atenta de algunos de sus textos salen a la superficie un buen número de ideas procedentes del cinismo de Dión. No son conceptos estoicos; se trata de elementos claramente cínicos en lo referente a la vida ética del hombre, que con el paso de los siglos y el tamiz del cristianismo acabaron por ser asimilados en la cosmovisión moderna como "estoicos". 28 «Un error muy corriente entre los antiguos consiste en considerar a los filósofos como tales, no por el estudio de la filosofía, sino por el nombre de la Escuela a ¡a que estaban adscritos. Y aquel que no era seguidor de Zenón, Epicuro, Platón o Aristóteles, no era considerado filósofo ...tal es el caso de Dión y de algunos otros que postulaban un tipo de filosofía que caminaba en la libertad.» Morocho Gayo, 1988b, p. 97. 142 Creo que una de las causas de ello es el calificativo de «subversivo» que enseguida adquirió el movimiento cínico en la época imperial. Junto a cínicos próximos al orden imperante - o simplemente ajenos al modelo de organización política existente- y conscientes del cambio que estaba experimentando el mundo, hubo un importante movimiento de oposición al poder romano que desde muy pronto fue objeto de las persecuciones políticas de los emperadores. Otro elemento importante de este silenciamiento del cinismo en el "humanismo ortodoxo" es el hecho de que, ya en el siglo I, en los textos de Dión es difícil distinguir el origen cínico del estoico en muchas de sus propuestas. Sin embargo, ante esta situación sólo caben en mi opinión dos posturas: o se decide estudiar detenidamente el contenido y el origen de cada una de las propuestas dioneas, o, por el contrario, se opta por calificar al menos como pensamiento "cínico-estoico" todo aquel que provenga de la ética dionea y, por extensión, el de los pensadores que en el inicio de la modernidad europea se vieron influidos por esta doctrina. En este sentido hemos visto ya que Pedro de Valencia tiene en obras como el Discurso contra la ociosidad19, en Egemplos de Príncipes, Prelados i otros varones ilustres, que dejaron oficios i dignidades i se retiraron30 y en la propia traducción del Discurso XX31 de Dión de Prusa una clara influencia de los elementos cínicos, que no estoicos, presentes en el Euboico32 dioneo. La defensa de la vida según la Naturaleza es el objetivo principal del Euboico. La filosofía cínica había hecho de la vida natural una de sus reivindicaciones espirituales; rememorando la polémica sofista entre physis y nomos, los cínicos de esta época cifran la felicidad en una existencia apartada de los vicios inherentes a la vida en la civilización. Este objetivo sólo se consigue mediante el retiramiento de la vida política y la vuelta a una suerte de vida primitiva. Con ello los predicadores cínicos -también D i ó n - quieren ensalzar una serie de virtudes cada vez más difíciles de encontrar en el decadente mundo de las ciudades helenísticas, y se empeñan en predicar que la vida feliz ya sólo se puede conseguir huyendo de los vicios ciudadanos. 29 30 31 32 Serrano y Sanz, M., o.c, pp. 125-145. Biblioteca Nacional, Ms. 5586, fols. lr-17r. Dión de Prusa: «Del retiro», pp. 151-163. Dión de Prusa, «Euboico», pp. 335-396. 143 Dión postula un alejamiento de la ciudad para organizar la vida en ei campo en virtud de unos parámetros ciertamente primitivos, según los cuales los medios de producción se limitan a la pesca, a la caza y, especialmente, a la agricultura. Esta existencia primitiva mantiene, sin embargo, el núcleo social fundamental, la familia, que es para Dión fuente inacabable de alegrías y de concordia 33 . La idealización de la vida de los campesinos tiene como objetivo que el oyente del discurso alcance cierta simpatía por los objetivos de la filosofía cínica en el ámbito de la política: el deseo de concordia y de amistad entre los pueblos y el alejamiento de las «actividades políticas, industriales y comerciales»™ eran la única forma en que se podría alcanzar cierta sencillez, propia del espíritu humano antes de corromperse con los vicios de la vida regalada. En lo político también supone dar vida nuevamente al mito del paraíso perdido o de la Edad de Oro, ideas que, en la forma de proyectos utópicos, tanta importancia tendrán en el desarrollo de la filosofía política moderna y de la práctica contemporánea. Si estos son los perfiles que la vida según la Naturaleza muestra desde la perspectiva de la vida política, no menos destacados son los medios que se pretenden para la adquisición de una buena vida personal. Así, la idealización de la pobreza alcanza en el «Euboico» un nivel que rápidamente nos obliga a dirigir la mente hacia las doctrinas sobre el carácter sagrado de los pobres en la Edad Media 35 . Textos como el citado nos recuerdan la sacralización cristiana de la pobreza y las consecuencias que, no sólo en el ámbito religioso, sino principalmente en el social -marginación e imposibilidad de movilidad socialy en el económico -profesionalización de la pobreza como medio de vida y falta de mano de obra productiva- produjo el resurgir de estas doctrinas 33 «Los hijos aprestaban la carne y tomaban su comida, mientras nos servían; de tal forma que yo estaba lleno de admiración por la felicidad de aquellas gentes y juzgaba su existencia mucho más feliz y dichosa que todas las que yo había conocido» ¡bid., p. 366. 34 Morocho, p. 339. 35 « ...para quien quiera examinar las palabras y las obras, así como los sentimientos de los unos para con los otros, y preguntarse si los pobres a causa de su pobreza son inferiores a los ricos en lo tocante a vivir con dignidad y siguiendo la naturaleza, o si, por el contrario, son ellos los que en todo llevan ventaja», ibid., p. 371. 144 en el período citado. Además hay que destacar la dificultad que supuso, en el inicio de la modernidad, la erradicación de las ideas subyacentes a este pensamiento para humanistas como Vives36, Pérez de Herrera37 o el propio Valencia, que, en e¡ caso de éste último y siguiendo la distinción dionea entre pobreza y miseria, escribió varios discursos y tratados sobre la necesidad de reformar la estructura social de España y la pertinencia de una redistribución de las tierras de cultivo para ocupar a todos estos pobres y ociosos. El recurso a la vida según la Naturaleza tiene en Dión, pues, un doble carácter: por un lado, es una necesidad ontològica ya que según la tradición cínica "nada animado nace en un lugar en que no pueda vivir"38; por otro, es un medio imprescindible para alcanzar el objetivo ético por excelencia, la felicidad. Desde una perspectiva actual, esta doble dimensión del discurso ético que aparece en el Euboico supone, a la vez que una propuesta positiva, una fuerte crítica a diversas formas de utilizar la razón en el mundo helenístico. La tesis del primitivismo lleva implícito un rechazo de los progresos técnicos y económicos que la civilización había conseguido. E! argumento subyacente a esta crítica de la razón técnica no se asemeja, sin embargo, a los actuales -que ven en lo incontrolable de sus resultados el riesgo fundamental de algunas formas de practicar ciencia y de desarrollar la técnicasino que se basan sobre todo en consideraciones que están en el nivel de la ética personal. El desarrollo y lo que proporciona a la vida en las ciudades se identifica, en Dión, con la riqueza y con los vicios y las desviaciones de la vida natura! que aquéllos provocan. Este mismo argumento es el que se utiliza para criticar la forma de vida política. Vida política no en el sentido de la organización que Roma había impuesto a las ciudades asociadas y a los pueblos organizados, sino en el sentido clásico de la polis, de la vida en común, de ¡a vida en sociedad. El recuerdo de las gloriosas épocas en que la vida en las ciudades griegas era considerada el mejor de los medios para hacer una vida feliz sirve a los 36 Vives, L: De subvetione pauperum, Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales, 1991; estudio preliminar de Pedro Carasa Soto. 37 Pérez de Herrera, C : Amparo de pobres, Madrid, 1975. 38 Morocho Gayo, C : «Introducción» a Euboico, en o.c, p. 335. 145 cínicos para predicar las corrupciones y vicios de todo tipo que acompañan a la vida ciudadana de este siglo primero. La crítica de la razón política tiene aquí un referente y, lo que es más importante, un modelo -el del primitivismo, vegetarianismo, nudismo, etc.- que han repetido diversos movimientos sociales y políticos en el siglo XX39. En cualquier caso, más que las diferencias y analogías que hay entre las versiones helenística y contemporánea de las críticas al progreso -razón técnica- y a la vida en comunidad -razón política- conviene destacar el hecho de que en ambas épocas aparecen inseparablemente unidas las dos dimensiones de la crítica. Ni en el siglo I ni a finales de este siglo XX se dan separadas - a pesar de la diferencia en las perspectivas y en la experiencia histórica- la crítica de la razón técnica y las diversas críticas de la razón política. Esta tendencia cínica -la tesis del retorno a la Naturaleza- del pensamiento ético dioneo se complementa de forma coherente con los elementos estoicos que aparecen incluso en el propio Euboico. Lo cierto es que el pensamiento estoico tiene su origen en el magisterio que el cínico Crates ejerció sobre Zenón, fundador de la escuela del pórtico. Ambos movimientos se fijan en Sócrates, pero es a través del cínico Antístenes, discípulo y amigo de Sócrates, de quien surgen las principales ideas de la ética tal y como la conciben los estoicos. No es extraño, pues, que sea difícil distinguir los caracteres propiamente estoicos en Dión de Prusa y en todos aquellos que han llegado a la ética griega a través de la filosofía helenística. Tal es el caso de Pedro de Valencia. La doctrina académica expuesta por Cicerón y sus tendencias estoicas en el ámbito ético, la posición antimetafísica de San Agustín y el escepticismo radical de Sexto Empírico se unirán a la profunda influencia que el autor helenístico Dión de Prusa ejerció sobre Pedro de Valencia en los 39 «Pero la sagacidad del hombre y su aptitud para inventar y descubrir artificios para facilitar la existencia, no siempre han sido provechosas para las generaciones posteriores. Porque, en lugar de utilizar su ingenio en provecho del coraje y de la justicia, los hombres lo han puesto al servicio del placer. En consecuencia, buscan el bienestar a cualquier precio, y su vida, cada vez, resulta menos agradable y más penosa: y, creyendo velar por su vida, perecen de la peor manera a causa de los excesivos cuidados y preocupaciones». Dión de Prusa: «Diógenes» o «De la tiranía», en Discursos ¡-XI, Madrid, Gredos, 1988. "146 ámbitos de la ética y de la política. Todo ello conformará la posición filosófica de nuestro autor y constituirá el punto de partida, junto con su fe católica, para enfrentarse a los problemas intelectuales, principalmente prácticos, que se le plantean. La crisis religiosa e intelectual que provocó la Reforma y la realidad más imponente, España, serán los temas que más concitarán la atención de Pedro de Valencia. Uno de los textos dioneos en que mejor se ve ia influencia que el prusense ha ejercido en el pensamiento de Valencia es el Discurso XX, Del retiro40. En el artículo titulado Dión de Prusa en Pedro de Valencia4\ Morocho analiza los diversos aspectos que influyen directamente en la concepción que Pedro de Valencia tiene sobre este asunto. Además de volver más adelante sobre este aspecto de la obra de Pedro de Valencia, creo que es necesario poner de manifiesto y describir aquellos elementos de la obra del prusense que Morocho ha detectado en los escritos del humanista español, los cuales no dejan lugar a dudas sobre la ingente presencia de Dión en el sustrato filosófico de Pedro de Valencia. Estos son algunos de esos puntos: 1. El tipo de vida que Valencia practica cuando en 1576 vuelve a Zafra después de estudiar en Salamanca se puede calificar como una vida "retirada" en el sentido que Dión le da a este término. Estos años son dedicados por Pedro de Valencia casi exclusivamente al estudio de los autores clásicos griegos y latinos y a la exegesis bíblica bajo la dirección de Arias Montano 42 . 2. Pedro de Valencia traduce el Discurso XX de Dión al castellano, directamente desde el griego tal y como ha demostrado Morocho 43 . Esta traducción se encuentra en el Ms. 5585 de la Biblioteca Nacional. 3. Asimismo, el discurso sobre el retiramiento le sirve al de Zafra como inspiración para la elaboración de su texto Egemplos de Príncipes, Prelados, 40 Dión de Prusa: «Del retiro», en o.c, pp. 151-163. Morocho Gayo, G.: «Dión de Prusa en Pedro de Valencia. El ideal de la vida retirada y el "Discurso del retiramiento (or. 20)"», en Los humanistas españoles y el humanismo europeo. IV Simposio de Filología Clásica, pp. 203-210. 42 Calderón, R., 1927c, p. 360-369. Las primeras páginas de este trabajo reproducen la biografía de Pedro de Valencia que hay en el Ms. 5781, fols. 135r-136v, de la Biblioteca Nacional, de la cua! no se sabe con certeza quién es el autor. 43 Morocho Gayo, o.c, p. 209. 41 147 y otros Varones ilustres, que dejaron oficios i dignidades i se retiraron44; este discurso se halla también en el Ms. 5585 de la Biblioteca Nacional. 4. Esta influencia es la mejor prueba para establecer (os numerosos elementos cínicos, que no sólo estoicos, presentes en e! pensamiento de Pedro de Valencia. El calado de la presencia cínica en la obra de los humanistas cristianos de esta época ha de servir para volver a plantear las relaciones que la doctrina cristiana guarda con las diversas corrientes filosóficas que subyacen al pensamiento de hombres como Pedro de Valencia. 5. Además del cristianismo, son la filosofía cínica y la ética estoica las que más huella han dejado en concepciones modernas como la del respeto a los otros, a los diferentes, latentes en Pedro de Valencia en textos como el referido a la expulsión de los moriscos de España. La "subjetividad" tai y como la entiende Touraine en su crítica de la modernidad tiene en estos autores una referencia que necesariamente ha de modificar el trazado de la línea que el autor francés establece desde el cristianismo hasta Descartes y la defensa de los derechos humanos pasando por San Agustín45. En mi opinión, quedan entre medio algunos escalones de gran importancia para cualquier teoría que pretenda la reconstrucción del sujeto siguiendo esta tradición casi anulada por la modernidad triunfante. 6. Morocho también prueba la influencia del Euboico en el Discurso contra la ociosidad; algunos pasajes están literalmente copiados de la obra dionea 46 . 7. Asimismo, la prioridad que en la economía española concede Valencia a la agricultura, además de los supuestos éticos que conlleva, guardan relación con la lectura que algunos críticos 47 han hecho de! Euboico como un discurso dirigido a defender la política agraria de los emperadores romanos. 8. Según Morocho, el diálogo Sobre el daimón, sirve para la elaboración del discurso Consideración acerca de las enfermedades y salud del reino (en el Ms. 7845 de la Biblioteca Nacional). 44 45 46 47 ibid., p. 204. Touraine, A.: Crítica de la modernidad, Madrid, 1993. Morocho Gayo, C , o.c, p. 207. Morocho Gayo, G.: «introducción», en «Euboico», Discursos I-XI, Madrid, Gredos, 1988. 148 9. Por último, hay que recordar el tinte marcadamente cínico, influido por la concepción prusense del retiramiento que tiene la declaración que Pedro de Valencia hace en su testamento, cuando se refiere a la oportunidad perdida de pasar los últimos años de su vida enseñando en la Universidad de Salamanca en íugar de estar sometido al trasiego de la vida política en la corte de Felipe III 48 . Según sabemos por el propio humanista, éste se sintió obligado a rechazar una oferta de esta Universidad ante la persistencia de sus amigos de Madrid para que se quedara en la capital a ayudar a enderezar la maltrecha situación del país. La coincidencia de influencias estoicas y cínicas en el pensamiento de Dión no es, pues, casual. Ya hemos hablado de la importancia de determinar el estado en que las diversas corrientes helenísticas se encontraban en tiempos de Dión y al grado de difusión y éxito de que gozaban entre el pueblo. Pues bien, en el caso de Dión la presencia de elementos estoicos y cínicos se debe, por una parte, a que su formación se produjo en ambos campos y, por otra, a la decidida apuesta que el prusense hace por fomentar un tipo de educación en el que se mezclasen los elementos oratorios -bien representados en el cinismo- con los más propiamente filosóficos -estoicismo-. Esta necesidad de combinar la elocuencia con la filosofía es fruto del tipo de pensamiento que se estaba difundiendo así como de la forma en que se realizó esta difusión durante la época helenística. La filosofía se transmite ahora en la calle en lugar de en el recinto escolar y los pensadores precisan de una adecuada técnica oratoria con la que llegar al espíritu del pueblo que les escucha. El mensaje también ha cambiado; los debates acádemicistas entre los representantes de las diversas escuelas se sustituyen por una doctrina en gran medida sincrética, que auna elementos de todos los sistemas y que tiene como objetivo prioritario aquél que desea el auditorio: la salvación del alma. Se trata de una filosofía de la vida y de una ética del comportamiento. Inspirándose en estos principios, los oradores buscan un discurso en el que se ponga de manifiesto el camino para encontrar unos criterios morales compatibles con el nuevo e inmenso ámbito político y que satisfaga la necesidad de divinidad que experimentan los habitantes del imperio en este siglo primero. 48 Morocho Gayo, 1988a, pp. 18 y 20. 149 En este contexto, Dión propone una educación que haga compatibles retórica y filosofía49. Asi como la necesidad de la filosofía no precisa de explicación alguna, sí se detiene el prusense en argumentar acerca de la importancia de la elocuencia y de su lugar en la formación del sabio. Si las circunstancias en que se explicaba la filosofía hacían necesarias buenas dotes de oratoria con las que convencer y agradar al público, no menos importantes son estas dotes para la buena formación de los ciudadanos, especialmente de los más destacados: príncipes y sabios. Su ideal del sabio y ¡a concepción de éste como un médico de almas hacían de la elocuencia una herramienta indispensable. El hombre verdaderamente sabio debía tener conocimientos suficientes de filosofía política y estar preparado para su utilización, ya que entre sus labores estaba la de asesorar al príncipe cuando lo pidiera o criticarlo cuando su gobierno se apartara de lo marcado por la ley. El cultivo de la facultad de la oratoria era algo conocido en todos los modelos de la Antigüedad y así lo pone de manifiesto Dión en numerosas ocasiones50. Hay que destacar que el argumento meramente práctico de tener que utilizar la elocuencia en el debate político con el fin de hacer imperar las ¡deas propias se une siempre en los escritos de Dión con la certeza de que la prudencia dirige el comportamiento de aquellos que han tenido una buena formación retórica. Parece que el estudio de los sistemas filosóficos unido al conocimiento de las historias de la Antigüedad y de sus héroes proporcionara al sabio y al político un desarrollo mayor de esta virtud. La prudencia, virtud principal en la vida pública, aparece para el prusense ligada indisolublemente a la facultad de la oratoria y, así, a la educación del sabio. 49 «Desde Isócrates y Platón la retórica y la filosofía iniciaron un agón por la formación de los ciudadanos. Esta polémica iba a durar ocho siglos, tanto casi como la Antigüedad. En los dos primeros siglos del Imperio fue la retórica la que logró imponer la supremacía. Vespasiano, en el año 74, ante la oposición filosófica de que estaba siendo objeto, instituyó en Roma cátedras de retórica, pagadas por el Estado, y concedió privilegios a gramáticos y rotores. Pero, en la centuria siguiente, Marco Aurelio instituyó en Atenas cuatro cátedras de retórica y otras tantas de filosofía para cada una de las cuatro grandes corrientes filosóficas imperantes.» Morocho Cayo, o.c, p. 16. 50 «Yen cuanto a los demás, hace que los mejores y más cualificados en el oficio real estén no menos cultivados en la facultad de oratoria, como Diomedes, Odíseo y Néstor. A éste lo hace sobresaliente en prudencia y en capacidad de persuasión.» Dión de Prusa: «De la Realeza ¡I», p. 1 76. 150 La importancia que pone Dión en la enseñanza de la retórica para aquel que se dedica a la vida pública se manifiesta en el De la Realeza IV, discurso en el que se representa un supuesto diálogo entre el joven Alejandro Magno y el sabio cínico Diógenes. Este último va poco a poco abriendo los ojos del príncipe macedonio y mostrándole la necesidad de una formación en que esté presente la retórica. A lo largo de este discurso, se vale Dión de numerosos elementos retóricos para mostrar al auditorio que mediante un adecuada técnica oratoria se puede convencer al interlocutor por elevado que sea su linaje y, lo que es más importante, que el oyente aprenderá a distinguir entre las opiniones ciertas y las equivocadas y así a comportarse de forma prudente51. La argumentación de Dión en favor de la retórica se cierra con la comparación entre el sabio y el médico. Para nuestro autor, el sabio es como un médico cuya misión es sanar las almas por medio de la palabra. Sabemos que la pretensión de salvación era uno de los deseos del pueblo ante el cambio político y espiritual que estaba sufriendo el mundo antiguo. Dión se vale de la comparación entre el filósofo y el médico para insistir en la importancia que la formación retórica ha de tener en la educación del filósofo. De este modo, adquiere mayor valor aún el programa de formación retórica que propone en el Discurso XVIII, Sobre el ejercicio de la palabra, el cual ha de servir para el político y para el filósofo. Los elementos retóricos se mezclan con la sabiduría estoica para proporcionar una adecuada guía para la vida, una profunda filosofía práctica 52 . El programa de formación del sabio y la síntesis de retórica y filosofía presentan analogías con el movimiento sofista del siglo V a.C. Aunque Dión de Prusa intenta en varias ocasiones desmarcarse de la sofística de su tiem- 51 «Comprendía que Alejandro despreciaba, incluso, el tono con el que hablaba con él, porque no había escuchado jamás a un hombre que, verdaderamente, supiese hablar y no había tenido admiración más que por los discursos de los sofistas que creía sublimes y magníficos.» Dión de Prusa: «De la Realeza IV», en o.c, p. 276. 52 «Pues el que conoce prácticamente todo lo que ha sucedido a otros, pondrá en práctica las cosas que emprende mucho mejor y con la máxima seguridad. Y cuando tenga éxito, no se engreirá en demasía, sino que estará dispuesto a soportar noblemente cualquier fracaso. Porque no es tan insensato como para no pensar, incluso en pleno éxito, que la fortuna podría volverle la espalda.» Dión de Prusa: «Sobre el ejercicio de la palabra», en Discursos XII-XXXV, Madrid, Gredos, 1989. 151 po 53 , lo cierto es que el prusense pertenece al movimiento que los estudiosos han denominado "segunda sofística". Pese a encuadrarse dentro de este movimiento literario de marcados rasgos estilísticos, Dión representa un caso especial por la calidad de su pensamiento y de sus escritos. Como bien dice Morocho, «el mérito de Dión consiste en que supo leer y descifrar los signos de los tiempos nuevos»54 marcando un hito y un punto de referencia para todo el pensamiento político de ios siglos posteriores55. La elaboración de un acertado pensamiento filosófico y su profunda vocación retórica tienen mucho que ver con el acierto que sus propuestas suponen en la configuración del nuevo ámbito político que se estaba formando. Cinismo, estoicismo y criticismo En Dión !a síntesis de cinismo y de estoicismo se decanta de lado de las opiniones de Antístenes en los escritos llamados diogénicos o del destierro. Sin embargo, ambos movimientos tienen presencia en un autor que, junto con el desprecio de las riquezas y la búsqueda de la virtud, predica en favor de una serie de elementos completamente opuestos al alejamiento social de los cínicos. La necesidad de la familia para la consecución de una vida feliz, la enseñanza de la filosofía junto a la retórica y el respeto a la ley y al orden político siempre que éste sea justo, son la otra cara de la moneda de un pensador que es tan cínico como estoico. Un buen ejemplo de esta síntesis es el siguiente pasaje del «Melancomas II» en el que Dión elogia las virtudes personales y sociales que demostró el afamado atleta56. 53 «No hay enfermedad más difícil que ésta, ni en un solo hombre ni en la colectividad, que cuando un cualquiera, a pesar de ser muy ignorante, se considera a sí mismo muy sabio.» Dión de Prusa: «Discurso troyano», p. 486. 54 Morocho Cayo, C , o.c, p. 11. 55 «Para Filóstrato, fue Nicetas quien renovó la sofística en tiempos de Nerón. Pero el hombre que recoge un ideal de síntesis coherente para modificar la vida espiritual fue Dión de Prusa». ibid., p. 16. 56 «Pues no hay motivo para llamarle desgraciado. Por el contrario, debió de ser el más feliz y dichoso, si era tal como dicen. Pues no sólo tuvo una familia ilustre, sino también belleza; y además, valentía, fuerza y sensatez, que son los bienes mayores de la vida. 152 Como Sócrates, Dión pone en la felicidad el mayor de ios bienes de la vida humana. La felicidad se identifica prácticamente con la virtud, que constituye el otro pilar fundamental de la ética dionea. El aspecto individualista de la virtud que propone Dión está claramente marcado por las influencias socráticas y por la formulación que de ellas hizo Antístenes, mientras que el estoicismo se hace presente equilibrando las tendencias asocíales de los primeros y postulando algunas virtudes políticas; se trata con el estoicismo de atenuar el radicalismo que los primeros cínicos pretendían con su ascetismo ético. La virtud se consigue mediante la práctica continua y persistente que, a través de la voluntad, el hombre hace cada día de la vida para fortalecer su carácter. La intención de no verse afectado por los acontecimientos que nos rodean tiene como objetivo conseguir la autosuficiencia del hombre que, para Dión, es la única fuente de la verdadera libertad. Esta autosuficiencia se ha de conseguir a través de la negación de los placeres, la eliminación de todos los deleites y de la voluptuosidad y el entrenamiento constante del espíritu 57 . Tampoco tiene que centrar sus esfuerzos el hombre en la posesión de bienes externos o de poder sobre los otros hombres, sino que la introspección es suficiente para mostrar que cada uno tiene la virtud en su interior. La identificación de la sabiduría con el objetivo socrático de conocerse a sí mismo tiene su reflejo en la ética dionea, para quien no existen hombres «entre los necios y malvados que se conozca a sí mismo»58. Así la virtud se identifica con la sabiduría pero se aleja ciertamente de la dimensión intelectualista que le habían dado Sócrates y Platón. El asce- Y lo más admirable que puede darse en un hombre: que fue invencible no sólo ante sus adversarios, sino también ante la fatiga, el calor, la gula y el sexo. Pues el que ha de ser invencible ante todos los que se enfrentan con él, debe ser antes inaccesible a esas debilidades». Dión de Prusa: «Melancomas II», en Discursos XII-XXXV, Madrid, Gredos, 1989. 57 «Pero mis adversarios son más difíciles en todos los aspectos: pobreza, destierro y desprecio, e incluso la ira, la tristeza, el deseo, el miedo, y la bestia más indomable de todas, sinuosa y zalamera: el placer, a quien ningún griego ni bárbaro se jacta de haber combatido y humillado venciéndolo en su alma». Dión de Prusa: «Discurso ístmico», p. 429. 58 Dión de Prusa: «De la realeza IV», p. 270. 153 tismo ético de Dión contiene una veta voluntarista que hace de él un movimiento espiritual muy cercano a las posteriores concepciones ascéticas que tan bien asume el cristianismo59. Sin embargo, el componente individualista del cinismo dioneo tiene su complemento perfecto en el estoicismo que también influye en Pedro de Valencia. La posibilidad de que el retiramiento de la vida social que proponían los cínicos se concretara en alguna forma de crítica radical a la estructura social de España a principios del XVII tiene su contrapunto en la sociabilidad que el movimiento estoico proporciona, ya desde el momento de confluencia de ambos sistemas, al extremismo cínico. El punto de enlace y de síntesis entre ambos sistemas morales se sitúa en el filósofo romano Epicteto. Al igual que con Séneca, a Epicteto se le buscaron pronto conexiones con el cristianismo y se consideró que su doctrina era una fórmula nueva de asimilación entre el pensamiento moral helenístico y la práctica de los primeros cristianos. Su figura resulta trascendental porque a la vez que hace el papel de bisagra entre el cristianismo y la moral griega, es igualmente importante su labor como sintetizador de las posiciones de cínicos y estoicos. En este sentido, Rist60 se fija en el retroceso histórico en que consiste la posición de Epicteto precisamente por su mirada a algunas de las tesis cínicas, tesis que ya habían sido refinadas desde la perspectiva estoica por sus predecesores. A.A. Long, por su parte, prefiere llamar la atención sobre un punto que es determinante para entender la postura de Pedro de Valencia varios siglos después. Para Long, lo importante de la síntesis de cinismo y estoicismo que formula Epicteto no está tanto en !a eliminación de ciertos conceptos estoicos en favor de otros cínicos, sino en la reducción de cada uno de ios movimientos filosóficos a un ámbito determinado de la moralidad. Es decir, en 59 «El hombre noble no tiene miedo a ninguno de estos adversarios, ni deplora la suerte de sí mismo al designar a otro; al contrario, lanza un reto al adversario, a uno tras otro, rivaliza con el hambre y el frío y soporta la sed, si es necesario, y no muestra debilidad, aunque tenga que soportar el látigo u ofrecer su cuerpo para ser amputado o abrasado. La penuria, el destierro, la pérdida de reputación o cosas semejantes no le parecen terribles, sino meras bagatelas ...» Dión de Prusa: «De la virtud», p. 412. 60 Rist, 1995, p. 64. 154 los escritos de Epicteto, la ética cínica es una ética del yo, pero de un yo enemigo del mundo que le rodea, de la polis, que busca en la intimidad y en la independencia del sabio su refugio natural. En ningún caso adoptará Epicteto el modelo de comportamiento externo del que presumían los primeros cínicos y que tanto extrañaba a sus conciudadanos; sin embargo, nunca renunciará a la libertad personal que le proporciona el retiro interior. En el ámbito de ia realidad social, el seguidor de Epicteto reconoce ía necesidad de un comportamiento acorde con la práctica común, de manera que la incomunicabilidad del yo cínico se transforma en sociabilidad -fingida o no, ese es otro problema- gracias a la adopción de los postulados estoicos en este tema. Además de este punto, la originalidad de la posición de Epicteto y de su reformulación por los moralistas del siglo XVI está en el hecho de que es capaz de concebir al hombre desde dos dimensiones distintas, desde dos ámbitos opuestos, produciendo un desdoblamiento entre la individualidad y la sociabilidad del ser humano que es completamente moderna; la división entre el yo y la comunidad es la distinción entre dos dimensiones del yo antes único, y es además el reconocimiento de la necesidad de dos discursos racionales distintos para las diferentes dimensiones del yo moderno. El texto en que más claramente se manifiesta la aproximación de Pedro de Valencia a las tesis de Epicteto es el Discurso fundado en el Epicteto de Arriano sobre los que pretenden vivir con quietud, que compuso con la intención de poner de relieve la citada distinción de Epicteto entre el yo interior y el yo social. Por otra parte, en este texto se hace eco también de los principios que Epicteto recoge en relación con los consejos que el hombre ha de seguir para evitar que las cosas externas le afecten. Valencia61 se propone dejar sentado que son las opiniones sobre las cosas las que afectan al hombre y le causan perturbación y no la misma realidad de las cosas, que en sí misma no es fuente de ningún problema. Asimismo, según nuestro autor, está en cada hombre la capacidad para evitar que le afecten las cosas del exterior, ya que el bien y el mal no están más que en el entendimiento y en la voluntad, y no en lo que hacen el resto de 61 Estas mismas ideas son las que desarrolla Epicteto en las primeras líneas del Enchiridión. 155 los hombres. Por eso elige como modelo de este comportamiento a Sócrates, ya que éste se caracterizó durante su vida por evitar las rencillas con sus semejantes y por no verse impresionado por las polémicas que los demás sostenían entre sí. Además, Sócrates es presentado en las Académica como el instaurador de un nuevo método de hacer filosofía, dirigido hacia la filosofía práctica y con ¡a dialéctica y la ética como disciplinas fundamentales. Sócrates, en cambio, no era de los que emprenden cosa alguna sin técnica propia, ni de los que piensan que se puede actuar según el capricho de cada uno. En consecuencia, cuando, dejando a un lado el estudio y la especulación caprichosa de la naturaleza y de los fenómenos atmosféricos, decidió utilizar la razón como guía de la vida práctica, al tiempo que modelaba sus costumbres y las de los demás hombres, descubrió la técnica de todo ello, es decir, la dialéctica y la ética»62. La independencia y la autonomía se constituyen así en las características fundamentales de la libertad del hombre. Éstas se unen a la razón para formar el núcleo de las principales funciones del hombre en cuanto sujeto moral, en cuanto ser racional volcado hacia la moralidad por medio del entendimiento y de la voluntad. «(75r:) Pero si en el tener el entendimiento y voluntad, que es razón está (75v:) solamente el bien y el mal en lo contrario ¿qué rencilla puede haver de obras ni de palabras? sobre qué cosas?»63. Esta concepción del hombre en cuanto ser moral merece otras dos consideraciones. Una de ellas es que en este mismo discurso, Pedro de Valencia reconoce que, junto a la idea del hombre como ser libre e independiente gracias a las facultades citadas, hay una idea paralela y es la de que esa misma libertad es la que puede hacer del hombre algo inferior a sí mismo. Es decir, para Valencia no basta con la apariencia de hombre para ser considerado como tal, sino que es la propia acción del hombre, su com- 62 Valencia, Pedro de: Académica, p. 67. Valencia, Pedro de: Discurso fundado en el Epicteto de Arri ano sobre los que quieren vivir con quietud, Ms. 11160, fols. 75r-75v. 63 156 portamiento diario el que determinará su condición en cuanto ser moral 64 . Es decir, es la práctica de sus funciones diferenciadoras -la libertad y la autonomía- 65 las que han de dar a cada sujeto su verdadera dimensión como hombres; en la práctica de la condición racional está el «ethos» del sujeto. Esta vertiente ética -en el sentido que Aranguren 66 le da al término «ethos»- nos vuelve a poner en la pista de la racionalidad práctica. En este caso, el camino nos lleva directamente a la ética estoica. Recordemos que la concepción estoica de la vida moral dependía completamente de su idea acerca de la vitud. La consecución de la felicidad dependía por entero de llevar una vida virtuosa, una vida definida por una disposición permanente del alma, que era precisamente en lo que consistía para los estoicos la virtud. Esta concepción de la virtud como disposición permanente del alma les llevó a afirmar -siguiendo a Aristóteles- que la virtud moral del hombre había de medirse también, por lo tanto, a través del estado de ánimo que éste presentara en relación a su disposición general67. Por otra parte, esta línea de investigación moral confluye en el caso de los estoicos con las aproximaciones de Posidonio y Panecio -los estoicos que más influyeron en Cicerón, por cierto- a una concepción de la virtud que no hiciera del hombre moralmente bueno un ser excesivamente ensimismado y alejado de la realidad. En este sentido, ambos pensadores hicieron coincidir la virtud con la presencia de ciertos «bienes externos», los cuales eran necesarios para que la virtud se diera con propiedad. Da igual que la idea de estos bienes externos esté en relación con la necesidad que el hombre sabio tiene de ellos para ser virtuoso o con la necesidad de un espacio material sobre el que la virtud actúe para concretarse en el hombre histórico. Lo cierto es que las consecuencias de la conexión de este punto del estoicismo medio con las enseñanzas relativas al carácter disposicional de la virtud y del estado de ánimo del sujeto sufren una reformulación en el discurso moral de Pedro de Valencia. 64 ibid, fol. 74r. Recordemos que Epicteto había ido a Roma como esclavo. 66 «El èthos es el suelo firme, el fundamento de la praxis, la raíz de la que brotan los actos humanos.» Aranguren, 1979, p. 2 1 . 67 Rist, 1995, p. 15. 65 157 Evidentemente, Valencia asume la contribución del primer estoicismo en el sentido de que la felicidad del hombre depende de su estado de ánimo, pero choca con la inevitabilidad de hacer esta doctrina extensible a todos los hombres en virtud de su cristianismo. Ahora bien, el estado de ánimo de la mayoría de los conciudadanos de Pedro de Valencia era peor que la desmoralización, ya que la situación social y económica a la que estaban abocados era pésima. La mayoría de los españoles de principios del siglo XVII vivían en la miseria. ¿Cómo pensar en que estos hombres fueran virtuosos si no tenían los mínimos bienes externos -salud, propiedad y fuerza- de los que hablaban Panecio y Posidonio? Por otra parte, Pedro de Valencia seguía fielmente las enseñanzas de Epicteto y éste defendía que el hombre sería feliz en caso de ocuparse sólo de aquellas cosas que realmente dependían de él mismo; en caso contrario sería profundamente infeliz. La cuestión era, pues, determinar el ámbito de aquellas cosas que estaban al alcance del hombre a principios del XVII para mejorar su estado de ánimo y tener al menos alguna posibilidad de alcanzar una disposición moral estable y dirigida a la virtud. Lo que tenía que hacer Pedro de Valencia era, pues, introducir en su discurso práctico determinados temas que no eran habitualmente incluidos entre los problemas morales y, además, hacerlo de forma que el tratamiento de tales temas supusiera que el sujeto tendría el mayor control posible sobre ellos o, lo que es lo mismo, tendría control sobre su vida y su felicidad. Es decir, por un lado tenía que incluir contenidos nuevos entre los propiamente morales y, a la vez, tenía que darles un tratamiento que fuera riguroso y eficaz: lo que más a su alcance tenía Pedro de Valencia era aplicar la metodología empírica del escepticismo metódico y la racionalidad práctica del escepticismo moral; los temas objeto del nuevo tratamiento moral serían la economía -especialmente la agricultura y los impuestos- y la estructura social del país. El problema de fondo no era más que el de eliminar la ¡dea de que los subditos del rey -que, como veremos más adelante, eran además ciudadanos de su República- pudieran ser felices o virtuosos a menos que gozaran de ios mínimos medios materiales para sobrevivir. La postura de Pedro de Valencia en este caso parece ser clara a tenor de las numerosas páginas que dedica a las cuestiones socioeconómicas de España; si, como vimos más arriba, el enfoque de determinados problemas es claramente empírico y técnico, el simultáneo tratamiento moral y reli- 158 gioso que le da en la mayoría de los casos a los problemas socioeconómicos pone de manifiesto la interrrelación que el bienestar personal de los hombres tenía con su salud moral. Para Valencia, la agricultura y la economía son preocupaciones del hombre porque, excepto por imponderables meteorológicos, el hombre tiene medios técnicos para operar sobre ellos; la economía agrícola y la hacienda pública son técnicas que dependen de lo que el hombre haga con ellas, es decir, que debido a esta misma condición de ser controlables por el hombre han de obrar en beneficio de la virtud tal y como postulaba Epicteto de aquellas cosas que dependen de! individuo. Como veremos más adelante, los medios para que estas actividades reviertan en el estado del hombre -es decir, los medios para actuar sobre la realidad con que tiene que habérselas el ciudadano- serán una profunda reforma social -en la que los más pobres tengan acceso a los medios de producción y la mayoría de la población sea productiva económicamentey una reforma fiscal -de manera que el Estado beneficie a los grupos que producen y las cargas fiscales incidan en los que mayor capacidad económica tienen-. De esta forma, entran en el discurso de Pedro de Valencia elementos tan concretos y específicos como los citados arriba, elementos que proceden de lo que hoy son campos científicos diferentes, pero que en un humanista que vive en los comienzos de la modernidad se agrupan en torno al concepto de "hombre"y de su "bienestar", tanto material como espiritual. Si actualmente daríamos un tratamiento teórico distinto a cada uno de los asuntos que Valencia agrupa, lo radicalmente fascinante en el caso de nuestro autor es la capacidad que muestra para sintetizar los discursos que proceden de cada uno de estos ámbitos -el religioso, el político, el social, el estoico o el cínico- y darles sentido por su mera utilización al servicio de una idea que preside todas sus argumentaciones. Esta idea presenta dos caras, y no son otras que la fuerte conciencia de que ia razón del hombre ha de tener al propio sujeto como centro de sus reflexiones -este es el elemento aglutinador de su pensamiento- y la certeza de que la única forma de que el pensamiento racional -en crisis desde el resurgimiento escéptico- sea eficaz es darle un sesgo claramente práctico, es decir, que la razón sea ante todo razón práctica, entendiendo este término en un sentido amplio, en el que estarían incluidas y perfectamente armonizadas las formas de la racionalidad procedentes de los distintos ámbitos antes citados. 159 Las pretensiones del discurso racional -que no racionalista- de Valencia estarán limitadas por sus propios fines y por el desarrollo posterior del racionalismo como un sinfín de discursos independientes, pero el empeño y sus consecuencias son ya destacables por sí mismas. Hay que señalar como último elemento propio del discurso moral de Pedro de Valencia una característisca que lo distancia de las ideas estoicas acerca de la virtud y anuncia la pluralidad de corrientes morales que conocerá el pensamiento moderno. La unicidad del discurso sobre la virtud en la filosofía estoica contrasta -como hemos visto- con el carácter plural y diferenciado que este término adopta en el pensamiento del humanista extremeño. Si para los estoicos el término "virtud" se dice de una sola manera, es decir, tiene un sólo significado y sobre él se apoya toda la construcción moral de su filosofía, para Pedro de Valencia las virtudes son varias, se representan de forma graduada, es decir, que unas tienen más valor que otras dependiendo del punto de vista que adopte el espectador y, en definitiva, que cada virtud representa la adecuación del discurso moral con el discurso racional en un ámbito determinado de la realidad. Este hecho ha influido también, en mi opinión, en la forma que toma la argumentación de Valencia acerca de ios campos intelectuales cercanos al propiamente moral y en el hecho mismo de que haya roto la disciplina teórica de los estoicos en lo referente a la conceptualización de la virtud, para poder así dar cuenta de forma coherente de otras realidades que merecían su atención. En pleno siglo XVII era excesivamente limitado recurrir a un análisis de la realidad que tuviera como único punto de referencia la virtud en el sentido clásico de los estoicos. Había que buscar otras fórmulas argumentativas para evitar que quedaran sin explicación situaciones tan diversas como las ya referidas a la sociedad o a la política interna del reino. No basta ya solamente con decir que la virtud es una disposición permanente del alma que produce la felicidad y pararse ahí; entre otras cosas esto no es posible porque, como hemos visto, la entrada de la fe cristiana supone la eliminación de la felicidad, concebida en términos absolutos, de este mundo -elemento fundamental en el pensamiento estoico- y su remisión a la fecha posterior a la muerte. Por tanto, el discurso felicitario tenía que desplazarse hacia otros contenidos o ser formulado de otra manera. 160 Por eso también, el discurso moral es en gran medida un discurso no ya solamente felicitarlo, sino un discurso sobre el bienestar del hombre, bienestar que ha de darse en lo espiritual y en lo material. Esta diversidad del discurso acerca de la virtud se explica además por el papel que Pedro de Valencia atribuye a las virtudes a la manera de bienes en el sentido estoico, es decir, bienes que hay que poner en práctica para alcanzar los fines realmente deseados. Así, mientras las virtudes son doce -»las quatro cardinales accompañadas de otras ocho subordinadas a ellas»68- y las hay tanto de las que afectan al hombre en cuanto individuo -p.e., la prudencia, que va acompañada por la providencia y la solercia; la templanza, con la frugalidad y la magnanimidad- como de las que son importantes para la ordenación colectiva de la sociedad -la justicia, con la clemencia y la gratitud-, lo destacable de la exposición que hace nuestro autor es que la utilidad de estas virtudes y la obligatoriedad de su misma práctica radica en que su ejercicio es la única forma de proveer de cierto orden la vida comunitaria. Parece decir Pedro de Valencia que la práctica individual de estas virtudes y su ejercicio institucional es la única manera que tienen las sociedades de que determinados valores que tienen la capacidad de vertebrar la vida en común de forma pacífica se consagren como valores de todos los miembros del reino y de la sociedad misma en cuanto tal. «(22r:) Del egercicio de estas virtudes se siguen como frutos deltas en los Reinos i repúblicas Felicidad, Paz, Concordia, Abundancia, Vitoria, Honra, Fama, i Eternidad»69. Así pues, de nuevo ha surgido en el discurso de Pedro de Valencia la preocupación colectiva al ocuparse de un tema ético. Esta preocupación por lo social, por lo colectivo, y los fundamentos éticos que hemos visto anteriormente que causaban tal preocupación, hacen del método de conocimiento de Valencia un problema en el sentido en que al principio de este epígrafe nos referíamos a la subversión escèptica. Para alguien con la experiencia social de nuestro autor y, sobre todo, con ¡a diversidad y amplitud de sus conocimientos históricos era complica- 68 69 Valencia, Pedro de: Descripción de la pintura de las virtudes, Ms. 13348, fol. 22r. ibid, fol. 22r. 161 do permanecer impasible ante la injusticia y desolación en que vivía la mayor parte del pueblo. Si a esto se une que los principios morales que vertebran su discurso práctico difícilmente eran coherentes con !a situación general de indigencia, podemos hablar de que los principios epistemológicos del escepticismo metódico y del escepticismo moral no son propiamente neutrales respecto a la realidad que circunda a un humanista crítico como Valencia. No se trata, como veremos, de un hombre ni de un discurso propiamente subversivos, entre otras cosas porque sus argumentos se construyen siempre sin poner en cuestión el marco político e institucional vigente, pero sí que ejerce con gran agudeza y precisión la función crítica de la razón, haciendo de la reforma social y económica del país las dos principales consecuencias de ese ejercicio. Lo que ocurre es que tales reformas no son más que las consecuencias intelectuales necesarias de un discurso moral que había comenzado con la búsqueda de un método preciso de concocimiento. Esta función crítica de la razón en los discursos de Pedro de Valencia ha sido resaltada casi por unanimidad, sin que haya dado lugar a polémicas del tipo de las que surgieron a causa de su escepticismo. Una de las razones que han provocado este consenso se relaciona con lo adecuado del apelativo -«el criticismo»- con que Menéndez Pelayo y Serrano y Sanz calificaron el método de nuestro autor. Otra razón tan buena como ésta es, no obstante, que la apuesta por una calificación basada «solamente» en la función crítica de la razón evitaba dar el salto cualitativo de calificar a Pedro de Valencia como «racionalista» y era compatible con ¡as ya conocidas reservas acerca del papel del discurso religioso en el conjunto de su pensamiento. Uno de los que más ha contribuido a destacar el carácter crítico de su pensamiento ha sido Menéndez y Pelayo, quien llega a situarlo entre los precursores españoles de Kant70. Lo importante de la aproximación que realiza el polígrafo santanderino es, sin duda, la capacidad para resaltar esa función crítica de la razón en 70 «Porque Pedro de Valencia era teólogo, escriturario, jurisperito, economista, historiador, filólogo y hasta entendido en achaques de Medicina, pero era sobre todo y más que todo crítico. Crítico en filosofía, crítico en antigüedades, crítico en moral y en política, crítico en literatura, crítico en todo.» Menéndez Pelayo, 1918, p. 246. 162 cualquiera de los campos del conocimiento a los que se dedicó nuestro autor. Probablemente, una de las causas de este criticismo tenaz esté en su propia formación como estudioso de los filósofos académicos. Recordemos que mientras el escepticismo pirrónico desemboca en el seguimiento de tas pautas habituales de comportamiento, en la vida normal, es decir, en aceptar la realidad social tal y como se presentaba -éste era el método más seguro para conseguir la ataraxia- ios académicos hicieron de lo razonable el criterio de conocimiento y de lo probable el de comportamiento. De esta forma, siguiendo el criterio academicista, Pedro de Valencia evitaba la subversión y ejercía ía crítica de aquellos aspectos de la realidad que ¡a razón práctica ponía a la vista como incorrectos, irracionales o injustos. La crítica la hizo siempre desde dentro del sistema social y político que había, lo que pasa es que algunas de sus reformas conllevaban efectos tan graves que, en caso de haberse llevado a cabo, habrían provocado unos cambios estructurales de dimensiones insospechadas para nuestro autor. Lo cierto es que el uso de lo razonable llevaba inevitablemente a un uso libre de la razón, el cual a su vez conduciría a seguir lo verosímil y a rechazar las explicaciones irracionales o anti-naturales. En este sentido, la calificación de la filosofía de Pedro de Valencia como «criticismo» es un gran acierto. Efectivamente, la forma en que el humanista extremeño hace uso de la razón, es fundamentalmente, a través de la crítica, lo cual supone poner al descubierto una serie de cualidades de la razón -en cuanto razón práctica- que no serían llevadas a sus últimas consecuencias hasta la aparición de Kant. No se trata de que Pedro de Valencia fuera precursor de Kant, ni de que hubiera una línea de pensadores que partiendo de nuestro autor desembocara en Kant o en Fichte71. Esto es imposible porque ios textos de Valencia han sido poco conocidos siempre; porque no es cierto y, además, porque en ningún momento Pedro de Valencia hace una reflexión sobre la utilización de la razón; es decir, entre sus usos está el criticismo, pero el suyo es 71 Fichte da en el clavo cuando estudia la influencia del escepticismo en la dimensión práctica de la razón tal y como se da en Kant: «5/ es innegable que la razón filosofante debe cada progreso notable, realizado en cualquier tiempo, a las advertencias del escepticismo sobre la inseguridad de los fundamentos en que se iba apoyando; si esto es reconocido en particular por el gran descubridor del uso crítico (de la razón) con respecto al último adelanto importante de la misma gracias a este uso...» Fichte, 1982, p. 59 163 un criticismo dirigido principalmente hacia la realidad misma, no hacia la razón. E! método ya se lo había proporcionado el escepticismo. Y lo que a é! le interesaba era actuar-como un intelectual, claro- sobre la realidad, no escribir una crítica de la razón ni descubrir-en cuanto reflexión metateóric a - un nuevo método para la filosofía. Por otra parte, este uso crítico de la razón sí que supone eliminar la posibilidad de considerar el pensamiento de Pedro de Valencia como algo meramente neutral; desde luego que no puede ser entendido como algo subversivo, pero los motivos que subyacen al criticismo van más allá de la mera reclamación de una libertad de pensamiento y solicitan una revisión de múltiples aspectos de la realidad. Fruto de este criticismo es el informe sobre las cuestiones de brujería y magia que se ventilaron en el citado auto de fe de Logroño. También es fruto de esta misma preocupación la defensa de la metodología hermenéutica de Arias Montano cuando es puesta en duda por el P. Andrés de León. Quizás sea el caso de los filólogos que habían puesto en práctica las enseñanzas de Cipriano de la Huerga, uno de los más claros en relación con el choque que se dio en estos años y en España entre el uso crítico de la razón -aplicado en este ejemplo a una ciencia específica- y las directrices de la ortodoxia intelectual en busca de mantener su autoridad y su poder. Sin embargo, más ásperos que esta utilización de la razón crítica resultaron los consiguientes informes de Pedro de Valencia acerca de la cuestión de las láminas de Granada; era éste otro de los casos en que la superstición popular y el interés de unos cuantos habían confundido a un buen número de creyentes y había provocado una gran tensión social debido al supuesto origen histórico de los plomos encontrados a finales del siglo XVI en el Sacro Monte. Pedro de Valencia, haciendo otra vez uso de sus conocimientos históricos, lo único que hace es seguir también en esta cuestión el criterio de lo razonable y rechazar todo aquello que no presente rasgos suficientes de verosimilitud 72 . Aunque el bajo clero en la mayoría de los casos era partidario de hacer seguir al pueblo en estas supersticiones y en el caso de Granada hubo no Véase el Discurso sobre el Pergamino y Láminas de Granada. BNM., Ms. 2316. 164 sólo el apoyo, sino la orden expresa de Roma de que se siguiera el dictamen de Pedro de Valencia, en otros casos los enfrentamientos, a causa de su manera de enfocar los problemas, le llevaron a problemas directos con el clero. La causa de esto fue el hecho de que Pedro de Valencia considerara a los clérigos como un grupo social más a la hora de analizar la situación socioeconómica del reino. Del mismo modo que hacía con los estudiantes o con los poderosos, en el caso de los clérigos Valencia estudiaba cuál era su número en el país, cuáles sus funciones y, siempre, acababa poniendo estos datos en relación con la productividad que el grupo social representaba para el conjunto de la economía nacional. Como en otros casos, el grupo de los religiosos se caracterizaba por su ociosoidad y eso era objeto de fuertes críticas por parte de nuestro autor. En textos como el Discurso contra la ociosidad se pone de manifiesto esta crítica a la falta de actividad de la mayoría de los religiosos y al excesivo número de ellos que había en España en relación con las funciones que tenían que desempeñar73. En este sentido, sí que podemos hablar -si nos ponemos en el lugar de los que ostentaban el poder económico- de ciertos efectos subversivos en el tipo de análisis que efectúa nuestro autor. No porque ideológicamente atentara contra las enseñanzas de la Iglesia o contra los principios del cristianismo, más bien todo lo contrario. Lo que ocurre es que el uso práctico de la razón había llevado a Pedro de Valencia a contemplar la realidad en todos sus aspectos y a aplicar el criticismo no sólo a cuestiones meramente intelectuales o teoréticas, sino a la propia realidad social de la España de principios del siglo XVII. Así, del mismo modo que tal uso de la razón era problemático para cualquiera que tuviera ciertas posiciones de privilegio -por otro lado injustificadas-, también lo era para quienes recibían críticas por su afán de acaparar los alimentos necesarios o los bienes que eran de primera necesidad para el pueblo -los revendedores de que se ocupa en varios tratados- o de aquéllos que pretendían sustituir algunas de las leyes más justas del reino para hacer de! derecho un mero instrumento al servicio de los poderosos. Véase el Discurso contra la ociosidad, en Obras Completas, vol. IV, 1, p. 167. 165 «Que los tributos i cargas publicas se repartan con igualdad sin agravio del pueblo i de los que pueden poco. A los quales deseare ser favorable quanto baste para que no padezcan oppresion injusta de los poderosos»74. Lo fundamental aquí es que de la misma forma que el criticismo se aplica a problemas religiosos para hacer prevalecer el criterio de lo que ocurre según la naturaleza -eí caso de la magia y la brujería-o para descubrir las falsedades de los que se quieren aprovechar de la ingenuidad del pueblo -láminas de Granada o pronósticos de los astrólogos-, se utiliza también para poner en claro cuál es el método de investigación adecuado en una ciencia concreta -la hermenéutica bíblica- y para descubrir los instrumentos que utilizan los ociosos, los improductivos o los poderosos en la Corte de Felipe III para mantener sus posiciones de ventaja sobre el resto de la población. De la misma forma que el criticismo de Pedro de Valencia es un criticismo religioso o ético, también se aplica la función crítica de la razón a aspectos de la realidad que son tan importantes como los anteriores. Importancia que en el caso de la estructura social y económica del reino tiene su origen, como hemos visto, en principios morales y espirituales, pero también en principios relativos a otros campos del conocimiento como son el derecho -necesidad de leyes justas y de un ordenamiento que protega a todos los ciudadanos de la república, ya que eso es España- la productividad como uno de los criterios de la eficacia económica y la relación que establece entre la propiedad y la agricultura -si el tema es la reforma social y es preciso que los agricultores sean propietarios de los medios de producción-, o la vertebración y organización del Estado cuando el asunto es el buen gobierno del rey. «Que en la publica vengança de los enemigos de la paz de la comunidad deve exercitar su valor el ministro publico i no en quejas ni odios particulares. Porque dissimular con los malos, es faltar i destruir a los buenos que biven quietos i desarmados en confianza del braco de la justicia i de la vigilancia i defensa de los superiores»75. 74 75 Borrador al rey sobre el Gobierno, BNM., Ms. 5585, fol. 163v. Ibid., fol. 164r. 7óó Esta pluralidad de campos a los que se dirige la crítica es buen ejemplo de la diversidad de discursos que la razón moderna utilizará para cada ciencia o técnica, pero también es buena prueba de que hubo un momento, justo en el inicio de la modernidad, en que tales discursos eran sintetizados en un sólo uso coherente y ordenado, sin necesidad de que la racionalidad estallara, ya que el hecho mismo de usar la racionalidad como crítica implicaba hacer de la razón no otra cosa que racionalidad práctica y esta tiene como elemento originario de su discurso al hombre, es decir, una concepción -con contenido diferente según quien la formule- de la subjetividad. Para Pedro de Valencia, el problema originario era el de proporcionar sentido al sujeto en la vida cotidiana. Después de la vida cotidiana, el sentido ya venía dado por la doctrina cristiana. 3. El humanismo de Pedro de Valencia Si hay alguna cosa clara en los estudios acerca del Renacimiento -especialmente del español- y del humanismo es que resulta muy complicado encontrar algún autor cuyas características se adapten bien a los modelos generales que de esta época y de este movimiento intelectual ofrecen las monografías76. Esto se debe en parte al hecho mismo de que las monografías sobre el humanismo renacentista han de abstraer los elementos fundamentales de los personajes más destacados y de sus obras, o simplemente de ios más conocidos, para poder elaborar una síntesis de los modelos sobre los que trabajaban y así entender una época muy larga y demasiado compleja. El resultado para el lector es, en la mayoría de las ocasiones, una cierta sensación de insatisfacción por la imposibilidad de aplicar las construcciones sobre el humanismo y el Renacimiento españoles a un buen número de autores menos conocidos. Sin duda este es el caso de Pedro de Valencia. 76 «En el humanismo tuvieron cabida las doctrinas morales más dispares, y ninguna puede ser considerada definitòria del movimiento. Por el contrario, si algún rasgo esencial caracteriza "la ética del humanismo" en conjunto, es justamente la diversidad. Pero tal diversidad es a su vez la contribución más significativa del humanismo a la filosofía moral de su tiempo.» Rico, R, 1987, p. 509. 167 El problema no es, ni mucho menos, que las monografías estén mal planteadas, sino que la amplitud del movimiento humanista es de tal calibre que cualquier intento de síntesis ha de resultar a la fuerza frustrante o insuficiente. En este sentido, ía recomendación de Heimsoeth77 para prescindir de las hipótesis simplificadoras que intentan explicar todo lo que ocurrió en una época pasada como efecto de una sola causa por importante que ésta fuera, sigue siendo muy actual. Por otra parte, el hecho mismo del Renacimiento implica un fenómeno de difusión de la cultura -en sentido moderno- de una importancia sólo equiparable a la que en la actualidad tiene la velocidad y cantidad de información que circula por el mundo. En el Renacimiento lo que circula no es la información -al menos no sólo ella-, sino que es la propia cultura la que se transmite de ciudad en ciudad y de Estado en Estado mediante los viajes de los humanistas, de los profesores universitarios y de los políticos y, sobre todo, con la difusión del pensamiento a través de los libros. Por ello, lo que ocurre en esta época es una revolución cultural, en el sentido de que es la propia cultura, en el sentido moderno del término, la que aparece y además lo hace de forma revolucionaria, transmitiéndose. A partir del momento en que la cultura aparece es ella misma la que va hacer las veces de transmisora de las costumbres, de los hábitos, de las ideas, de los miedos y de las esperanzas de ios hombres. A la inmensidad de este fenómeno se une el hecho de que el ámbito de la cultura -la propia civilización- se va a extender a casi todas las zonas de Europa, pero también aumentará la intensidad de las relaciones con Oriente y, por supuesto, a los dos continentes americanos. Este intercambio cultural enriquece el ámbito en el que nos estamos moviendo, pero complica de forma considerable el descubrimiento de las conexiones entre las diferentes tradiciones intelectuales y las deudas de unos pensadores con otros. Por eso, la bibliografía actual acerca de los autores llamados «humanistas» se diversifica cada vez más y los estudios sobre asuntos que fueron de interés común para grupos diversos de humanistas van ya siempre acompañados de un calificativo, de un «apellido», que ayude a determinar ios objetivos que les movieron en sus investigaciones y en sus escritos. Heimsoeth, H., 1990, p. 9. 168 La cuestión de calificar el humanismo de Pedro de Valencia es especialmente complicada por la amplitud de los asuntos que trató, así como por la forma que tuvo de acercarse a ellos según fueran sus intereses en cada caso. Incluso podría resultar problemático emplear el término «humanista». Lo cierto es que si atendemos a las periodizaciones que llevaron a cabo tanto Garin 78 como Kristeller79 y que dan por finalizado el período renacentista en el mejor de los casos en 1600, resultaría costoso encuadrar a alguien que escribió la mayor parte de sus memoriales y discursos después de esa fecha y que, en cualquier caso, murió en 1620. Por otra parte, tradicionalmente se ha declarado la muerte del Brócense como el último acto del período humanista en España80. ¿Qué hacer, pues, con Pedro de Valencia? Morocho, al referirse al humanista Cipriano de la Huerga81, establece la necesidad de considerar de una forma especial, y separada del resto de las tendencias humanistas que se dan en España en el siglo XVI, a aquel movimiento que cronológicamente tiene su espacio en la segunda mitad del siglo y que presenta como principal elemento distintivo el hecho de que sus integrantes estuvieran fundamentalmente orientados hacia el estudio serio y técnicamente riguroso de la Biblia. Fue precisamente la implantación de nuevas técnicas y principios de investigación hermenéutica del texto bíblico el desencadenante de la serie de cuestiones que provocaron los procesos de Fr. Luis de León, el Brócense o Fr. José de Sigüenza, así como los del P. Mariana y de Pedro de Valencia con motivo de la paráfrasis caldaica 82 . Aunque en el fondo de los asuntos universitarios de los años 70 en Salamanca -Pedro de Valencia llegó a la Universidad en 1573- tuvieran como desencadenante ciertos problemas de celos y envidias respecto al éxito académico de los innovadores, la excusa fue otra. 78 Garin, 1986 y 1993a. Kristeller, 1988 y 1993. 80 Gómez Canseco, 1991, p. 6. 81 Morocho Gayo, 1990, p. 5. 82 Este asunto está recogido en los Ms. 502 y 503 de la Biblioteca Nacional de Madrid. 79 169 Las técnicas innovadoras de exegesis bíblica fueron cuestionadas por su supuesta separación de la doctrina oficial de la Iglesia, con lo que estamos de nuevo con el problema de las condiciones adecuadas que había de tener un modelo de conocimiento para ser fiable y además no dañase la interpretación de la doctrina de la Iglesia que hacían elementos exacerbados como el P. Andrés de León. El problema del criterio era otra vez fundamental en el panorama intelectual. El método empleado debía ser tal que sus principios no desafiaran la doctrina católica y además alcanzasen el mayor rango científico dentro de las posibilidades del momento. Es dudoso que cualquiera de los autores citados83 pretendiera atacar la fe cristiana o la autoridad católica y de los testimonios que tenemos se deduce más bien que su fe era sincera y arraigada, con determinados matices según la personalidad de cada uno, pero sustentada en una convicción profunda y en una sólida formación. En cualquier caso, hay que significar que la adscripción más adecuada de la obra de Pedro de Valencia hay que hacerla a este movimiento, al «humanismo biblista» de la segunda mitad del siglo XVI, que nuestro autor conoció a su llegada a la Universidad de Salamanca y que profundizó con el magisterio de Arias Montano en la Peña84. Creo que con este testimonio puede quedar claro uno de los temas que recorre de forma imponente tanto el pensamiento como los hábitos de trabajo de Valencia. El «biblismo» determina de tal manera su actividad intelectual que las mismas técnicas y criterios que utiliza con los textos sagrados van a ser empleadas por el extremeño en sus trabajos con los autores «gentiles», con los filósofos e historiadores de la Antigüe- 83 Véase El proceso inquisitorial de Fr. Luis de León, Alcalá, A., ed.(1991) o los testimonios que Rekers (1973) recoge sobre el proceso a Sigüenza, 84 «Él (Cipriano de la Huerga) abre un período y una tendencia nuevos. Sus principios y métodos críticos terminan en la obra de Pedro de Valencia y Juan Moreno Ramírez, discípulos predilectos ambos de Arias Montano. Así pues, consideramos que era fundamental conocer la obra del Huergensis, la cual en gran medida puede iluminar el período que transcurre entre 1550 y 1620. El índice de Rojas y Sandoval, el ostracismo y la ley del silencio impuestos sobre los humanistas del siglo XVI, así como el proceso al Padre Juan de Mariana, la «cuestión» de Pedro de Valencia en dos ruidosos procesos, y el asesinato de Juan Moreno Ramírez, son hechos todos ellos que marcan el final de un período.» Morocho Cayo, G, 1990, p. 5. 170 dad 85 . Por eso Pedro de Valencia es humanista, pero sus escritos no se entienden bien si no se aclara que el suyo era un humanismo biblista y que la aplicación de los principios que configuraron el trabajo de este grupo son empleados en este caso con una calidad excepcionalmente alta. La calidad de su trabajo fue tal que Morocho no duda en calificarlo como «tal vez el mejor representante en España de la llamada Filología Poligráfica»86 y esta clara adscripción al humanismo bibüsta debería bastar para alejar la presencia del erasmismo a la hora de calificar adecuadamente el tipo de humanismo de nuestro autor. La sola propensión de Erasmo y del erasmismo español hacia el antiintelectualismo87 choca frontalmente con cualquier intento de relacionar íntimamente el erasmismo con su figura. Si bien es cierto que podemos encontrar numerosas influencias del humanismo cristiano en los discursos de Valencia, la influencia de este movimiento se plantea ya de forma difusa debido a las sucesivas generaciones de humanistas que se interponen entre un movimiento y otro y, especialmente, a que el cristianismo erasmista debía estar ya en cierta medida incorporado a la «cultura» religiosa de finales del sigío XVI. Aparte del estudio de cada obra, otro método para aproximarnos a una calificación del humanismo de Pedro de Valencia ha de pasar necesariamente por un repaso de su formación académica y de las principales herencias que recibió de sus maestros. En este sentido hay que decir que la primera formación del polígrafo extremeño se debe a las clases de latinidad y de letras que recibió en los centros que el Maestro Ávila había fundado en Zafra y en Córdoba. Esto sugiere, según Morocho, una cierta influencia de la doctrina del Maestro Ávila en la práctica cristiana que va llevar a cabo posteriormente Valencia, práctica condicionada por cierta tendencia al pietismo. Sin embargo, esta tendencia será atenuada por otras influencias y por ios nuevos intereses que en su madurez irá adquiriendo Pedro de Valencia. 95 Véanse los primeros folios (1 r-1 7r) del Ms. 5586 de la Biblioteca Nacional en que se recogen tanto el texto como las anotaciones de Valencia para preparar el discurso titulado Exemplos de Principes, Prelados, y otros varones ilustres, que dexaron Oficios, y Dignidades, y se retiraron. 86 Morocho Gayo, 1993 p. 19. 87 Popkin, 1983, p. 27. 17'í En mi opinión, el intento de reducir gran parte de la producción intelectual de Valencia a un mero resultado del pietismo cristiano que recorre el siglo XVI español es un error de gran calibre. El seguimiento ciego y la búsqueda casi desesperada de restos del movimiento erasmiano por todas partes y para explicar cualquier forma de heterodoxia es un enorme error de visión, error que incluso el propio Bataillon reconoce en su monografía88. Por supuesto que se da el pietismo en Pedro de Valencia, pero no de manera principal -al menos en su madurez- y desde luego solamente como un elemento propio de !a espiritualidad cristiana. En Pedro de Valencia esto quiere decir que ocupaba un lugar accesorio, ya que su espiritualidad es una parte más de su cristianismo, pero sólo una parte determinada -como puede serlo hoy para un creyente de cualquier religión-, con su contenido específico y con sus claves interpretativas, pero ensombrecida por la inmensa presencia de una dimensión bíblica y teológica mucho mayor. Es decir, tenía la exegesis bíblica y los comentarios de los Padres como primer elemento de su religiosidad y después aparecía el intimismo religioso, tan extendido unos años atrás por los seguidores de Erasmo y a causa de las persecuciones de la Inquisición. Por otra parte, el intimismo religioso en el siglo XVI era fruto tanto de las nuevas concepciones teológicas que imponen Erasmo, Moro y Vives como de la recuperación de doctrinas éticas cuya aceptación y práctica tiene la virtud de desarrollar considerablemente el individualismo y la mirada introspectiva del hombre. El estoicismo y el cinismo surgieron en la Antigüedad como un intento de proporcionar nuevos asideros a un hombre que había perdido el referente colectivo al quebrar la ¡dea de la comunidad, de las polis. A finales del siglo XVI y principios del XVII era probablemente la identidad del hombre, del individuo como sujeto, lo que más problemas de definición presentaba a cualquier intelectual. Además, en el caso de Pedro de Valencia las dosis de pietismo estarían tanto más controladas en cuanto que, por influencia del escepticismo, siempre recurría a la razón para solucionar los problemas que se le planteaban, sobre todo si se trataba de problemas relacionados con la actividad inte- 88 Bataillon, 1991, p. 739-740. 172 lectual o con la vida práctica. Probablemente, el pietismo estuviera asumido en Pedro de Valencia como parte de la cultura cristiana que aprendió a practicar desde pequeño y, en ningún caso, ha de servir para calificar definitivamente su persona o su obra. Por otra parte, el intimismo y el pietismo de los humanistas cristianos, en buena medida, bien podía ser fruto en el caso de Pedro de Valencia de su contacto con el pirronismo. Es conocido que este movimiento filosófico postulaba la imposibilidad «de alcanzar los objetos fuera de la percepción sensorial», es decir, establecía una ruptura entre el hombre y el mundo que !e rodeaba. De esta forma se anulaba -como en el caso del erasmismo y de la actitud de Montaigne- la realidad exterior como configuradora del discurso filosófico y del mundo moral. Esto, aparte de otras consecuencias, era asumir, de hecho, el orden ocial y económico tal y como se había conocido sin criticarlo y sin cuestionarlo, ya que no había un instrumento adecuado para ocuparse de él. Era difícil para alguien con un programa intelectual como el de Pedro de Valencia -alguien que llega a pasar graves dificultades económicas y que comprueba diariamente la miseria en que viven sus paisanos- renunciar a construir un discurso sobre la realidad socioeconómica que le rodea, sobre todo si tenemos presente que una buena parte de los argumentos que utiliza los toma de las historias bíblicas y de los autores clásicos. Si en la primera mitad del siglo ios humanistas habían buscado un refugio donde resguardarse ante la avalancha de argumentos y opiniones contradictorias que recibían acerca de un elemento tan importante en sus vidas como la fe -el pietismo en este momento adquirió su máxima vigencia-, a principios del siglo XVII Pedro de Valencia tenía que rebasar el ámbito de lo privado para encontrar un criterio práctico de actuación que tuviera en cuenta los principios éticos que se desprendían del cristianismo -en concreto del Sermón de la Montaña- y que a la vez fuera compatible con los postulados racionales que había establecido con ayuda del escepticismo. Por último, su licenciatura en Leyes -el grado de Bachiller lo consiguió en la Universidad de Salamanca, pero no sabemos dónde fue la Licenciatura 89 - y su práctica como jurista y como hombre de Estado también 89 Morocho Gayo, 1993, p. 25-27. 173 suponen argumentos importantes para fundamentar mejor la vocación eminentemente práctica de su racionalidad. Además, el análisis de su trabajo como intelectual al servicio de la Monarquía 90 -eso es lo que hizo como Cronista del Reino y de Indias- muestra de forma clara que los desvelos por mejorar la situación general del país y de sus ciudadanos fueron al menos tan grandes como los que realizó para conseguir cierta tranquilidad espiritual en un ambiente, como el de la Corte del Duque de Lerma, en que la corrupción era el elemento natural. Creo que Valencia no era un minimalista en el sentido en que lo fue Montaigne. El minimalismo ético de Montaigne no tiene que ver con una ética mínima cuyos principios fundamentales son pocos o que tiene escasos valores que seguir, sino que es mínima porque es una ética sin moral, desmoralizada, pobre en sus aspiraciones y necesitada de energías externas -el escepticismo- para encarar el inicio del mundo moderno. Posiblemente, Montaigne se hizo escéptico para ocultarse de la avalancha de opiniones distintas y contradictorias que corrían sin orden por todos lados y utilizó el estoicismo que destilan todas las páginas de los Ensayos como último recurso para encontrar cierta armonía con su propia individualidad. Montaigne se hizo escéptico para descreer y estoico para sobrevivir. Utilizando como fuentes principales para ía formulación de su discurso práctico casi los mismos documentos -el escepticismo académico y las proposiciones pirrónicas, por un lado, y los discursos de Epicteto, por otro 9 1 -, la diferencia en las propuestas de Pedro de Valencia en relación con el estoicismo del francés es tan grande que no puede sino extrañar. Respecto a los problemas que trata en sus discursos o los mismos temas que afronta en sus memoriales de economía Valencia siempre intenta dar una respuesta coherente y razonada, que tenga en cuenta el bienestar de los afectados -especialmente de los más débiles- y el bien común de grupo social al que afecta. 90 Véase la preocupación por la ordenación y administración del bien común en cualquiera de los tratados contenidos en el vol. iV/1 de las Obras Completas. Morocho Gayo, 1993. 91 Incluso en ¡as Académica se refiere en algunas ocasión Pedro de Valencia al estoico Epicteto: «Epicteto acusa a los académicos de atacar e intentar destruir lo que en los sentidos constituye una ayuda para la comprensión y la ciencia, cuando en realidad convendría ayudar, potenciar y perfeccionar esos sentidos con nuestro interés, poniendo a contribución nuestra diligencia y nuestra habilidad.» p. 117. 174 La cuestión no es que el humanista extremeño fuera un espíritu emprendedor o que tuviera una especial vocación reformadora; en este sentido la mejor prueba de su carácter y de sus necesidades íntimas la constituye su relación profunda con el movimiento cínico, relación que resulta clara a tenor de su Traducción del Discurso del Retiramiento de Dión de Prusa92 o el ya citado discurso acerca de los Exemplos de Principes, Prelados, y otros varones ilustres, que dexaron Oficios, y Dignidades, y se retiraron93; lo que ocurre es que la vida práctica se le imponía a nuestro autor como un problema que tenía que resolver. Y tenía que hacerlo de forma racional, con las limitaciones que el escepticismo había impuesto, pero también con las posibilidades que académicos y pirrónicos habían dejado al descubierto respecto a las formas de desarrollo de la racionalidad. Por su parte, el estoicismo sirve a Valencia para asegurar, si no los contenidos, sí al menos la indefectibilidad del carácter individualista de un hombre que tiene cada vez menos de subdito y más de ciudadano. (72r:) «Porque se acordaba con mucha firmeza y tenía por cierto que ninguno es Señor del entendimiento y arbitrio ageno, y el no quería más de lo que era suyo, y esto que era; y no que el otro se govierne conforme a razón y naturaleza (porque esto es ageno) sino que haciendo los otros lo que a ellos les parece (72v:) el no obstante esso se govierne y proceda según a la naturaleza. Porque esto es lo que está propuesto y encargado al hombre de bien»94. Por eso, porque cada vez es más ciudadano, el hombre de principios del siglo XVII tiene que cuestionarse a sí mismo acerca de las soluciones a los problemas que le plantea la existencia en todos sus ámbitos. Por eso también Pedro de Valencia le dirige memoriales acerca de la economía del país a Felipe NI, le escribe cartas para reivindicar la miseria de los campesinos del reino ante la presión de ias nuevas cargas fiscales o redacta varios tratados sobre la justicia para fundamentar los principios de su discurso práctico. 92 BNM, Ms. 5585, fols. 90r-92v. BNM, Ms. 5586, fols. 1r-17r. 94 Valencia, Pedro de: Discurso fundado en el Epicteto de Arriano sobre los que quieren vivir con quietud. BNM, Ms. 11160, fols. 72r-76r. 93 175 El humanismo de Pedro de Valencia tiene una importante vocación por la razón práctica, vocación que provoca la simultaneidad de un discurso puramente económico con discursos propiamente éticos y religiosos. En todos ellos intervienen argumentos que hoy consideraríamos ajenos al asunto que se está estudiando, pero que en el humanista extremeño no son contradictorios, sino complementarios. El proceso de búsqueda de un discurso de la razón práctica lleva a que presenciemos este fenómeno con admiración, ya que en el caso que estamos estudiando esto no supone ni mucho menos la aparición de contradicciones internas o la falta de armonía entre ámbitos de la racionalidad que hoy tratamos de forma separada. En el humanismo de Pedro de Valencia lo normal es evitar que los diferentes aspectos de la vida práctica funcionen de manera independiente, con criterios distintos y con fines divergentes. ...»SanJuan Crisóstomo y todos los santos y sabios, sin que hubiese tasa política, por sola la ley natural y razón moral y caridad cristiana, condenan con gravísimas palabras a divina indignación y a muerte temporal y eterna a todos los que guardan trigo para venderlo caro. 29. Así que, aunque se quitase la ley que define el coto indivisible, quedaba obligación en conciencia a todos los que hubiesen de vender trigo de no exceder la latitud del precio aequo, que es hasta lo que los trabajadores pudiesen pagar con su sudor, conforme a la ley real de Dios, que hemos declarado. A los trangresores de la cual, amenaza el mismo Dios por sus profetas con tan ásperas palabras, como son las que refiere a la letra el profeta Amos: ut omne os obstruator, et subditus fíat omnis mundus Deo (...)»q5. El fin último de la vida en comunidad es el bien público, «la pública utilidad», y para conseguirlo el sistema de pensamiento ha de estar articulado de tal manera que la prudencia y la justicia consigan eficacia en sus objetivos, es decir, en el reparto de la riqueza entre todos los que forman ía comunidad, la República. Valencia, Pedro de: Discurso o memorial sobre el precio del pan, p. 51 -52. 176 Debido a todos estos aspectos resulta, en mi opinión, erróneo clasificar a Valencia entre los humanistas cristianos por la aparición de la pietas entre los elementos de su religiosidad o darle más importancia de la que tiene ai componente erasmista de sus obras. Creo que Valencia presenta suficientes peculiaridades como para que al tratar con él se eviten el apelativo fácil y la mirada rápida. Si además aceptamos la complejidad inherente al movimiento humanista europeo y la diversidad de manifestaciones que presenta el Renacimiento, coincidiremos en que la mayoría de los autores requiere un tratamiento individualizado, que atienda a las peculiaridades de su lenguaje y de su aparato conceptual, que analice los fines de su actividad literaria y las fuentes que tenía delante cuando escribía. Si lo hacemos de otro modo no pasaremos de poder afirmar de algunos de los autores del siglo XVI español que eran claramente humanistas y de los otros, que no eran más que meros inquisidores, iletrados y conservadores. Las dificultades para las clasificaciones rápidas aumentan si tenemos a la vista el gran número de temas diferentes que estudió Pedro de Valencia, los asuntos tan diversos de los que se ocupó y la multitud de aspectos que presenta una vida tan rica en matices como la suya. Basta con hacer referencia al texto de Morocho que sirve de introducción al primer volumen publicado de las Obras Completas de Pedro de Valencia, en el que detalla una parte de la biografía del humanista extremeño y se pone de manifiesto la diversidad de puntos de vista desde los cuales se puede atender el pensamiento del Cronista del Reino. Morocho, refiriéndose a los temas que no serán objeto de su breve estudio introductorio cita todos aquellos asuntos de los que no puede ocuparse96. yb «...omitiremos aspectos importantes de la biografía y obra de Valencia, tales como su colaboración con Benito Arias Montano en la composición y publicación de la mayor parte de los libros del exégeta de Fregenal de la Sierra. No mencionaremos la actividad que, después de haber muerto este insigne pensador, prosiguió Pedro de Valencia, publicando escritos postumos, defendiéndolo de los ataques de la inquisición romana y española y componiendo diversos tratados de exegesis bíblica ex industria sua, la mayor parte de ellos inéditos. Tampoco me referiré a los numerosos ensayos de contenido político, social y económico, que en cierta medida inspiraron el ideario de Joaquín Costa (...). (...) Pasaré por alto, igualmente, sus trabajos de traducción y comentario de numerosas obras de autores griegos y latinos, sus ensayos de contenido científico y filosófico. 177 Lo destacable, en cualquier caso, es que sea cual sea el tema elegido para iniciar una aproximación a la vida de Valencia, la trama de su pensamiento siempre acaba interrelacionando el tema inicial con los restantes argumentos de su biografía intelectual. Las conexiones entre los distintos aspectos de una obra tan vasta aparecen en cuanto se escarba en la superficie de sus escritos, ya que las motivaciones que le llevaban a escribir de temas tan variados fueron siempre similares. Tanto si empezamos con la cuestión de la paráfrasis caldaica 97 como si lo hacemos con cualquiera de los discursos acerca del problema del pan 98 , o con los que se refieren a los impuestos", bajo los razonamientos que atañen al problema concreto de que versan tales ensayos siempre encontramos los mismos argumentos finales. Además, estos razonamientos tienen los mismos objetivos que hay en los discursos morales 100 o en los discursos críticos 101 o hasta entre los propiamente bíblicos 102 . En unos y otros se intercalan los argumentos éticos con los bíblicos, y éstos con los políticos o con los sacados de la experiencia de pueblos antiguos, de manera que los de un tipo y los de otro, ocupando el rango que les toque en función de la organización del asunto, están presentes, aunque eso sí, siempre con la vista puesta en los dos mismos objetivos últimos. A la manera en que Cicerón expone la importancia de aclararse respecto al supremo bien 103 , Pedro de Valencia organiza sus obras pensando siempre en poner a la vista cuáles han de ser los últimos bienes para un hombre de principios del siglo XVII, un hombre que es profundamente católico y que asiste perturbado al inicio histórico de la modernidad. Pedro de Valencia era un extraordinario conocedor de las corrientes literarias y artísticas de su tiempo, como lo corroboran diversos escritos.» Morocho Gayo, 1993 pp. 1 7 y 18. 97 BNM, Ms. 502 y 503. 98 Morocho Gayo, G., ed. (1994): Obras Completas IV/1. 99 ¡bid. ioo véase, entre otros, Relación de la traza de las virtudes fecha por Pedro de Valencia y Juan Bpta. Lavaña, BNM, Ms. 5585, fols. 138r-144r. 101 Acerca de las brujas y cosas tocantes a magia, BNM, Ms. 13348, fols. 2r-9r. 102 Sobre los autores de los libros sagrados y el tiempo en que vivieron, BNM, Ms. 5585, fols. 134r-137v. 103 Cicerón: Del supremo bien y del supremo mal. 178 Para Pedro de Valencia estos dos bienes no son otros que los de conseguir una vida mejor, social y económica, para toda la población española, es decir, para cada uno de los ciudadanos que forman la República y, a la vez, prepararse y preparar a los cristianos para la vida feliz que han de gozar tras la muerte en este mundo. En los dos casos se trata de hacer de la felicidad el fin último, como si en realidad la vida del hombre hubiera de ser una vida esencialmente feliz, que sólo después del pecado de Adán se desvió de su auténtica condición 104 . La condición felicitaria 105 del hombre va a ser el referente definitivo de sus propuestas en los discursos bíblicos, pero también en los éticos y en los socioeconómicos. La diversidad de temas que trata nuestro autor y los problemas para encontrar un modelo de racionalidad que sirva para cubrir todas las partes de su obra dificultan en cierta manera el estudio de sus textos. Creo, sin embargo, que es insoslayable el talante eminentemente práctico de la racionalidad que propone Valencia; lo que ocurre es que esa misma diversidad -fruto de su formación y de sus intereses, pero también de la época que vive y de su vocación de intelectual- distorsiona el panorama de sus escritos debido a la dificultad que constituye para nosotros hacer la síntesis de sus trabajos. Es complicado, en una época que se caracteriza por la fragmentación de la razón y por la completa especialización de los diferentes discusos, entender esta diversidad de intereses y, sobre todo, comprender que todos estuvieran movidos por el mismo fin: algo tan antiguo como conseguir la felicidad. Lo que no hay que hacer en ningún caso es aplicar sin más nuestros esquemas conceptuales a esta época y sí comprender {y aprender) de hombres como Pedro de Valencia, ya que la principal virtud de su trabajo intelectual no consiste tanto en el acierto o interés actual de sus propuestas socioeconómicas -esto dependerá de la evolución histórica y de los intereses sociales que haya en la época desde la cual el investigador se acerque a su obra- sino en el imponente esfuerzo de síntesis que supone su obra. Valencia asiste al inicio de la época moderna, inicio que en el ámbito filosófico se corresponde, repito, con el estallido de la razón en múltiples 104 Además de las influencias propiamente cristianas, creo que esta ¡dea presenta ciertas reminiscencias estoicas y, especialmente, cínicas. 105 Marías,)., 1988, pp. 103-113 y 129-144, y también, 1982, pp. 195-202. 179 fragmentos y la consiguiente especialización de los discursos racionales. Esta fragmentación tiene mucho que ver, a mi parecer, con las salidas equivocadas que se crearon para el asunto escéptico durante la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII. Por eso, el valor de la obra de nuestro autor está en el esfuerzo de síntesis que realiza para evitar esa fragmentación. Y, lo que es más importante, en haber dado con la clave para conseguirlo; aunque no reflexionara sobre ello, su gran acierto está en la aplicación de la razón práctica como principal órgano de la actividad intelectual; esto - l o veremos más adelante- no es casual, es producto de que su interés, es decir, con lo que tenía que habérselas, era con la vida misma. El inicio del mundo moderno y el estallido de la razón tienen una respuesta en los últimos humanistas españoles. La respuesta requirió un esfuerzo moral de gran tamaño y se concretó en la gran síntesis que llevaron a cabo. El problema para nosotros está en que no se adaptan claramente ni a la categoría del humanista ni a la del hombre moderno. Esto tenía que ser así porque, situados en la época en que vive Pedro de Valencia (1555-1620), todo lo que sea mirar hacia atrás significará encontrarnos de frente con el Renacimiento y con el humanismo - o los humanismos-, pero todo lo que sea levantar la vista hacia el siglo XVII coincidirá con la visión del mundo moderno que estaba naciendo. Por eso, Pedro de Valencia es tanto menos humanista en cuanto lo veamos como hombre moderno y, viceversa, será tanto menos moderno en cuanto lo veamos a la luz de la problemática del humanismo español. Por eso, por sus intereses, por sus escritos y por la época que le tocó vivir, quizás lo mejor sea decir de él que fue un humanista, pero un humanista moderno. 180 CAPÍTULO 4 Fe y razón en Pedro de Valencia 1. La teoría del justo medio a pretensión del tardío humanismo español de conseguir una noción integradora del pensamiento, no sólo depende de las deudas que guarda con el cristianismo, con la forma de entender el hombre, la religiosidad y los sistemas filosóficos helenísticos. A la vez que funciona activamente la concepción de la subjetividad en la conformación del equilibrio de ese discurso, la propia utilización de la razón del criticismo es un elemento fundamental en la síntesis que hace eí humanismo en los albores de la modernidad filosófica. L El pensamiento crítico de Pedro de Valencia tiene en sus fuentes escépticas o académicas un importante componente en lo que a las limitaciones de la razón se refiere. Estas limitaciones de la razón son las que hacen posible un discurso acerca del hombre, con pretensiones de racionalidad, en el marco de una concepción práctica de la filosofía. La consideración práctica de la filosofía es la que articula la referencia al hombre en cuanto sujeto con un uso crítico y riguroso de la razón, creando una forma del pensamiento que parte de las ¡imitaciones cognoscitivas del hombre y vierte su atención hacia el ámbito concreto en que se desenvuelve la actividad de ese hombre. El análisis de esa concepción de la razón y de sus fundamentos epistemológicos eran una de las principales ideas que se pretendían abordar al 181 principio de este estudio. Las líneas de investigación que dentro del propio escepticismo surgieron a raíz de la renovación del interés por esta corriente helenística durante el siglo XVI nos habían llevado a considerar otras posiblidades más allá del mero carácter destructivo del pirronismo radical. Tanto el escepticismo metodológico como el escepticismo práctico o moral eran perfectamente compatibles con las nociones asumidas desde el discurso religioso e, encluso, desde los discursos éticos de la filosofía estoica y del cinismo dioneo. La capacidad de síntesis de este humanismo moderno tiene ciertamente mucho que ver con las limitaciones y con las direcciones que el escepticismo imprimió al discurso racionalista, del mismo modo como también son producto de esas direcciones las carencias que en el entorno de la pura discusión teorética puedan observarse en las conclusiones del pensamiento humanista. A primera vista pudiera parecer extraña esta participación del escepticismo en la construcción del pensamiento moderno. Precisamente la reivindicación del escepticismo había tenido como uno de sus fines primeros la inutilización de una buena parte del discurso racional, por lo que, en gran medida, se había reformulado el pirronismo antiguo para destruir el dogmatismo al que quería llegar la nueva filosofía racionalista. Tanto en las expresiones antiguas del escepticismo como en las que se dieron a partir del siglo XVI la lucha contra el dogmatismo se presenta como una constante del discurso académico y pirrónico. En el caso de los académicos su objetivo había sido permanentemente el dogmatismo sensualista que se desprendía de la teoría estoica del conocimiento; en el caso de ios pirrónicos la diana era más extensa y los ataques se repartían por igual a todos los que de un modo u otro pretendían establecer una verdad absoluta e incuestionable en cualquiera de los ámbitos de la realidad. En ambos casos, el enemigo era el dogmatismo y el hecho fundamental lo constituía la certeza de que la capacidad cognoscitiva del hombre no era precisamente infinita. Sin embargo, las líneas de investigación que surgieron en la filosofía moderna a raíz de las críticas escépticas a esa capacidad humana para conocer abrieron el pensamiento a nuevas formas de tratar cognoscitivamente la realidad. De esta forma, tanto la versión metodológica como la moral del escepticismo hicieron del intercambio directo con la realidad la 182 mejor manera de ir conociendo a través de los fenómenos cómo era ese ámbito externo y extraño1. El problema para quienes vieron en el escepticismo un buen aliado metodológico ante los nuevos tiempos modernos era que !a forma radical que encarnaba el pirronismo llegaba a destruir sus propias conclusiones si se aplicaba rigurosamente sobre sí mismo, con lo cual parecía que el valor de las pruebas que aportaba desaparecía inmediatamente. Por otra parte, la filosofía de los académicos presentaba !a carencia de haber sido tildada de "dogmatismo negativo" en su intento de no caer en el mismo error del que habían sido acusados los seguidores de Pirrón. A esto se unía un error de perspectiva en cuya cuenta era difícil caer. La suerte histórica del pirronismo y, en general del último escepticismo helenístico, había sido muy diferente del éxito que durante todo el Renacimiento habían gozado los textos de Cicerón. Cualquier texto del orador romano, tratara el asunto que tratara, era considerado una joya de la producción cultural de los antiguos; de esta forma, la versión de la filosofía académica que Cicerón recogió en sus Cuestiones académicas fue recibida por el humanismo europeo con antelación a la edición de los Esbozos pitónicos de 1562. Así, la doctrina escèptica de los académicos aparecía como un primer estadio en la evolución de las teorías cognoscitivas de los escépticos antiguos, mientras que el pirronismo -de difícil ubicación histórica por el carácter fragmentario y a veces contradictorio de los datos que tenemos de sus escolarcas- se mostraba como una radicalización posterior de esas mismas ideas, radicalización destructiva sobre todo en el ámbito de la dialéctica. La realidad había sido, sin embargo, muy diferente, ya que los primeros pasos del escepticismo en la filosofía griega provenían precisamente de las ideas de Pirrón y de su discípulo Timón de Fliunte, mientras que la aparición en escena de Arcesilao y Carnéades había sido algo posterior2. 1 'lo importante era mostrar que entre esas dos tendencias que solicitan en esa época al espíritu griego, y quizá en todo tiempo al espíritu humano, la una hacia la observación, la experiencia y los hechos, la otra hacia el análisis psicológico, la dialéctica y la elocuencia (o, como diríamos ahora, la una científica, la otra literaria) el pirronismo se vincula con la primera y ia Academia nueva con la segunda". Brochard, 1945, p. 123. 2 Brochard, 1945, p. 114. 183 Por consiguiente, la cuestión no era que el pirronismo fuese una desviación extremista de lo que habían pensado los representantes de la Academia nueva, sino que, en todo caso, la filosofía académica había de ser considerada como una atenuación de los efectos destructivos del escepticismo radical, esto es, de la aplicación exhaustiva de los famosos tropos a todo tipo de discurso. Quienes han visto la auténtica cronología de este proceso han destacado la importancia que en este sentido alcanzó el academicismo que propugnaron Arcesilao y Carnéades. Si de un lado se situaba la intransigencia dogmática de los estoicos, al otro estaba la intransigencia destructiva de los pirrónicos. Es decir, las alternativas eran el inmovilismo intelectual que proponían los seguidores de Zenón a través de su teoría de la fantasía aprehensiva y la renuncia al proceso epistemológico al que había llegado el escepticismo radical. Evidentemente, ninguna de ellas era suficientemente satisfactoria. Sin embargo, una filosofía y otra se constituyeron en los interlocutores válidos contra los cuales elaboraron sus sistema los representantes de la Academia. De una parte se presentaba la necesidad de combatir la ¡noperancia cognoscitiva que se desprendía de las propuestas estoicas y de otra la inhabilitación del proceso racional que demandaba el pirronismo. Esto situaba a los seguidores de los académicos en una posición privilegiada de cara a presentarse en los inicios de la modernidad como los adalides de un espíritu de investigación que casaba perfectamente con las pretensiones epistemológicas de la racionalidad. Ahora bien, los rivales aquí eran diferentes; en lugar de combatir contra el dogmatismo estoico, los problemas los planteaba el dogmatismo religioso en la medida en que hacía de la sola fe y del principio de autoridad los criterios últimos de verdad religiosa; de otro lado, estaban las consecuencias que para la racionalidad tenía el seguimiento de los argumentos escépticos que reproducían los Esbozos. Seguir el escepticismo hasta esos extremos era hacer incognoscible la realidad y caer en un conformismo social que renunciaba necesariamente a cualquier reivindicación igualitaria. La cuestión era, pues, encontrar un camino intermedio que asegurara los éxitos de la racionalidad científica 3 , que evitara sus excesos y que 3 Utilizo este término en sentido amplio, como sinónimo de lo que hoy entendemos por «investigación». 184 mantuviera como principio la lucha contra el dogmatismo de cualquier tipo, es decir, que hiciera del avance del conocimiento humano su objeto fundamental. «Lo que afirmo es que la doctrina escèptica no admite, tal como algunos la entienden, el asentimiento a alguna cosa dudosa o incierta acerca de lo que constituye el objeto de la investigación o de la búsqueda científica. Un seguidor de Pirrón no da su asentimiento a ninguna cosa incierta o discutida, sino que investiga y busca o discute acerca de lo que se afirma de esa cosa, y no de la cosa concreta que aparece. (...) Más aún, cuando alguna vez discute abiertamente acerca de lo que aparece, no lo hace como si quisiera echar por tierra el objeto que aparece, sino para atacar la temeridad de los dogmáticos»*. La única forma de asegurar el progreso del conocimiento era renunciar a una posición como la dogmática que parte de haber encontrado la verdad completa sobre un asunto y convierte su desarrollo en una filosofía de la inmovilidad. Aunque parezca que el conocimiento en sentido riguroso debiera pasar por el dogmatismo, es decir, por el descubrimiento y establecimiento de verdades indubitables -a la manera en que lo hizo Descartes en el siglo XVII-, lo cierto es que el auténtico espíritu científico está muy cercano de la permanente insatisfacción con los resultados obtenidos y acaba haciendo de la continua búsqueda el primero de sus recursos. Esta continua búsqueda de nuevos aspectos de la realidad, de nuevas verdades que se ponen enseguida en cuestión, no es más que la cosecha de la herencia que dejó Sócrates a los nuevos académicos. De ahí el empeño de los principales escolarcas de la Academia nueva por reivindicar la figura de Sócrates como el fundador del escepticismo académico 5 . El concepto académico de probabilidad es la llave de esta concepción de la investigación científica («...pues nada impide que un escéptico tenga ciertas ideas a las que presta su asentimiento, no como algo percibido, sino utilizadas como probables. Con esta salvedad, cualquiera podrá expresar su 4 5 Valencia, Pedro de: Académica, p. 105. Brochard, 1945, pp. 214-215. 185 opinión incluso acerca del criterio de verdad.»6) Por eso, Pedro de Valencia se para especialmente en el análisis de las consecuencias que la aplicación de esta idea tiene en el desarrollo de una u otra concepción del conocimiento humano. Estas mismas ideas son las que han llevado a Brochard a aceptar la consideración que hace Macoll de la filosofía académica como una "escuela del justo medio'0', es decir, como una filosofía que se mantiene en tensión permanente entre el dogmatismo y el escepticismo y hace de la investigación continuada de la realidad su verdadera finalidad. Esta recuperación de la validez de la filosofía académica es mucho más importante en cuanto que supone el reconocimiento de la metodología investigadora de los académicos como principio que debe inspirar la tarea de la ciencia y el avance de las posibilidades cognoscitivas del hombre. A ía vez, representa la aceptación de las repercusiones que en el ámbito de la filosofía práctica tiene la epistemología académica, empezando por la nota más característica de la Academia nueva frente a las demás escuelas: la posición prioritaria del respeto a la libertad y a la conciencia individual como elementos destacados de un pensamiento que tiene en su seno el germen de la filosofía práctica. Esta elaboración de la filosofía académica en términos de justo medio ha sido también recogida por Popkin para referirse a la posición intelectual que adoptaron algunos de los contendientes en el debate escéptico francés durante el siglo XVII. Lo que Popkin llama "la vía media" de Mersenne no es más que la aplicación de la teoría del justo medio a los términos en que dogmatismo y escepticismo se enfrentaron en el inicio de la Época Moderna. Estos pensadores franceses también andaban buscando un camino intermedio entre el inmovilismo de los sistemas dogmáticos que se sucedían en sus pretensiones de infalibilidad y de universalidad y la destrucción total de la que se jactaban los seguidores modernos de Sexto Empírico. La discusión continuada y la búsqueda ininterrumpida de nuevas certezas que serían inmediatamente puestas en cuestión para seguir avanzando eran las pretensiones conciliadoras de los que optaron por la vía media. La importan- 6 Valencia, Pedro de: Académica, p. 73. "Nos parece que Macoll ha caracterizado con justeza la Academia nueva cuando la llama una escuela de justo medio. Esta aserción es exacta a la vez desde un punto de vista moral y desde un punto de vista lógico". Brochard, 1945, p. 470. 7 186 eia que esta posiblidad del escepticismo tuvo en la formulación de la filosofía moderna y del moderno pensamiento científico ha sido destacada con rotundidad por Popkin8. No sólo» la consideración de la filosofía académica como una escuela de justo medio, sino las mismas consecuencias que en el medio teorético de la filosofía de los siglos XVIII y XIX tuvo esta concepción del academicismo, incita a pensar lo que esta designación significaba como salida práctica a un problema -el del conocimiento- que inicialmente se había planteado en los términos estrictamente teóricos de la epistemología. Lo cierto es que las reminiscencias de la idea de "justo medio" nos llevan a situarnos entre las ideas éticas de Aristóteles. La presencia central de este concepto en ia Etica aristotélica y sus implicaciones en cualquier filosofía moral'posterior hacen de la noción un buen punto dé encuentro para las dimensiones práctica y epistemológica del escepticismo moderno. Recordemos que en Aristóteles la idea de la arete juega un papel fundamental a la hora de pensar el entorno social, el lugar de la convivencia entre los hombres, de la intersubjetividad. La solidaridad tiene como premisa el desarrollo de la arete, ya que la práctica de la justicia, que es en lo que consiste la vida en común, también tiene que ser aprendida9. La vida política tiene que ser aprendida mediante la práctica y la reconstrucción de la memoria, de la experiencia, y esa articulación de conocimiento y realidad sélto se consigue vertebrar mediante una concepción como la que Aristóteles tiene de la virtud 10 . Hay que resaltar, pues, una vez más, la articulación del ámbito teorético del conocimiento con la dimensión práctica del pensamiento en los años que conectan estas dos épocas culturalmente tan diferenciadas. 8 "Este intento de encontrar una vía media entre las tendencias completamente destructivas del Nouveau Pyrrhonisme y un dogmatismo discutible, ha llegado a ser parte decisiva de la filosofía moderna, en los movimientos del pragmatismo y del positivismo. Pero, aun cuando las formulaciones más teóricas de este escepticismo mitigado o constructivo probablemente se elaboraron a comienzos del siglo XVII, hubo que desarrollar y demoler un nuevo dogmatismo antes de que fuese aceptada esta nueva solución a la crise pyrrhonienne. Sólo después de la presentación de esta idea por David Hume, y su aceptación en el siglo XIX por Mill y Comte, se volvió filosóficamente respetable". Popkin, 1983, p. 2 0 1 . 9 Lledó, E., 1987, pp. 152-154. 10 Etica a Nicómaco, II, 1, 1103a 32-1130b 6). 187 En el caso de Pedro de Valencia esta articulación se presentó debido a la necesidad de vertebrar los dos espacios que la individualidad había tomado en su concepción del hombre. Por un lado, Valencia se ve en la necesidad de justificar el ámbito de lo privado que había resultado del intimismo pietista que practicaba; este intimismo pietista se remitía a la propia interioridad y recurría al discurso cínico para fundamentar su postura. El problema era el solipsismo a que conducía esta posición en el campo de la teoría del conocimiento. Esta distancia hasta la realidad exterior quedaba acortada con la construcción de un yo exterior en torno a los principios filosóficos de la ética y de ia participación en la vida pública que habían formulado los estoicos y que había desarrollado magistralmente el propio Cicerón. De esta forma, Valencia podía dar sentido a su concepción del hombre sin caer en un dualismo radical y salvando además las peculiaridades que le habían obligado a considerar de forma independiente los dos espacios de la individualidad. «El que pretende officios públicos buena obra pretende, si los ha de hacer como deuiera; porque ¿qué otra cosa es tener officio que obligarse a servir con cuidaddo y fidelidad y diligencia a la República o al Rey con vn moderadísimo salario y no bastante para sustentar a los desmoderados, quales ordinariamente quieren ser, porque dicen que es aquello ser grandes?»u. Estas peculiaridades tenían mucho que ver con la idea estoica del sabio y ía necesidad de la independencia para llegar al estado de sabiduría en que consistía finalmente la virtud estoica. Recordemos que Epicteto mandaba en la primera de sus máximas cifrar la felicidad del hombre en la preocupación por aquellas cosas que dependían de él. Es decir, el hombre para conseguir la ataraxia, y luego la felicidad, debía renunciar a todo aquello que de una u otra forma estuviera fuera de su alcance o pudiera manifestarse como algo incontrolado. La concepción utilitarista de las relaciones con la realidad tenía su razón de ser en la complejidad de los acontecimientos y de las relaciones que el 11 Valencia, Pedro de: Carta ai Licdo. Alonso Ramírez..., en Obras Completas, vol. IV.1, p. 4. 188 ciudadano del mundo helenístico tuvo que padecer para saber a qué atenerse. Tanto en el ámbito de las relaciones sociales como en el de las formas políticas los últimos años del período helenístico fueron una fuente de incertidumbre y de indeterminación para unos pensadores que se sentían náufragos de una ética que ya no colmaba sus necesidades y huérfanos de una realidad política -la polis- que sólo guardaba de su significado primigenio la identidad del nombre. Esta concepción de la autarquía del sabio tenía su correspondencia en el ámbito del conocimiento con la determinación de aquellos asuntos que fueran controlables intelectualmente y el rechazo de los que, por incapacidad humana o inconmensurabilidad de las incógnitas que presentaba, quedaran fuera de la certeza que aseguraría la independencia del sabio estoico. Además, esa misma preocupación por la independencia del sabio con respecto a las influencias de las opiniones generales constituye el primer paso en una concepción del trabajo intelectual que se recuperará con el inicio de la modernidad y que intentará reconciliar la perspectiva epistemológica de! trabajo intelectual con el supuesto contenido ético que tal trabajo ha de tener por el solo hecho de serlo. La coherencia que los estoicos intentaban conseguir entre conocimiento y ética a través de la noción de "independencia", será cuestionada en innumerables ocasiones desde que la filosofía pusiera de manifiesto la importancia del conocimiento como elemento de control político de la realidad 12 . El problema de la independencia del sabio situaba la reflexión, pues, en el camino de una meditación acerca de la identidad del sujeto y de la determinación del yo como principio de esa identidad. Esta misma intención es la que movió a Pedro de Valencia a amarrarse a esa identidad para quedar a salvo de los embates que sufría como producto de las convulsiones sociales e históricas que estaban sucediendo en la transición hacia el Barroco. Ahora bien, Pedro de Valencia busca siempre el complemento de la ética cínica cuando se trata de problemas relacionados con la intimidad y la individualidad. Más que la religión, que es la base, su recurso para dotar de sentido el individualismo intimista tiene que provenir del campo de la reflexión ética y, en concreto, de la ética cínica. 12 «En efecto, el establecimiento y la conservación de la religión constituye la base más importante y sólida del gobierno.» Valencia, Pedro de: Académica, p. 67. 189 Por otra parte, si los estoicos habían hecho de la independencia la condición indispensable de la felicidad y de la sabiduría, los cínicos habrán de variar algo su punto de vista. En realidad, los cínicos partían de esa independencia y hacían de ella su presupuesto para avanzar por el camino de la autosuficiencia. La independencia no era más que su rechazo a las formas sociales y políticas bajo las que vivían, ya que esas formas eran concebidas por el movimiento cínico como imposiciones ajenas al mundo de la naturaleza en que debía hacer su vida el hombre; de hecho, las más famosas anécdotas de los cínicos en la Antigüedad provenían de las actitudes desafiantes que algunos de ellos habían representado para poner de manifiesto su distancia respecto de las formas establecidas de convivencia social. La independencia no era, entonces, más que el punto de partida. Lo que el cinismo pretendía una vez asumida esa independencia era una concepción completamente nueva de la libertad humana. No se trataba de la libertad entendida como derecho político fundamental, sino de lo que hoy llamaríamos "libertad de conciencia"; es decir, de una manifestación de la libertad del hombre que consiste en poner de manifiesto la individualidad e irrepetibilidad de cada ser humano por el solo hecho de serlo y que, ante la imposiblidad de conseguir la libertad política en un ámbito estructurado en torno a las ideas políticas procedentes de Roma, recurre a inventarse un ámbito nuevo, el de la conciencia personal, en el que las fuerzas políticas y las convenciones sociales no tienen recursos para actuar. En este sentido se manifiesta continuamente Dión de Prusa en sus Discursos, especialmente en aquellos en que fábula encuentros y conversaciones entre Diógenes y Alejandro Magno 13 y en las que el sabio cínico se esfuerza porque el conquistador macedónico entienda lo que esta libertad individual significa a pesar, o precisamente, a causa del contraste entre del poder de Alejandro y del aspecto indigente del filósofo. De esta forma nace la noción de libertad como una manifestación de ¡a conciencia individual del hombre. Esta concepción de la libertad es, por su parte, heredera de otra concepción ética que los cínicos idearon y que causó gran admiración e interés siempre en Pedro de Valencia. Se trata de la idea del retiramiento, de la que ya nos hemos ocupado anteriormente. Lo 13 Dión de Prusa: De la realeza. 190 que se trataba con el retiramiento cínico no era tanto la separación física y ermitaña de cualquier manifestación de la civilización, sino más bien el mantenimiento de esa independencia que era indispensable para alcanzar la idoneidad ética y de esa libertad interior que era fundamental para afirmar la propia individualidad y, así, la identidad. «Resta sólo recordar a v.m. y assegurarle que biviendo desta manera bivirá con mucho sosiego y libertad, y que no devrá temer a nadie, porque quien teme a Dios no tiene qué temer a los hommbres, que no ay mejor manera de confundir a sus enemigos y avergonçallos que hacer siempre el dever y que no hallen ellos occasion de calumnia ni reprehensión verdadera;... »u. En un ámbito sociopolítico como el que se vive en España a finales del siglo XVI y principios del XVII, este retiramiento interior podía servir también para aislarse de las presiones que el poder político o religioso ejercía sobre las conciencias y que llevó a personajes cercanos a Pedro de Valencia ante los tribunales de la Inquisición y al propio humanista extremeño a litigar por la utilización de un método más riguroso y científico de hermenéutica bíblica, en suma, por conocer más y mejor15. En este ambiente, la reclusión en la libertad interior supone una especie de exilio interior y voluntario que todo pensador independiente realizará a partir de entonces cuando quiera evitar las determinaciones dominantes del poder en cualquiera de sus formas. Así pues, la libertad interior que se consigue a través del retiramiento interior supone el descubrimiento de una forma de trabajo intelectual que será reivindicada cientos de veces cuando se quiera llamar la atención sobre ¡a autenticidad del trabajo de un pensador, de un filósofo o de un científico. 14 Carta al Licdo. Alonso Ramírez del Prado..,, en Obras Completas, vol. IV.1, p. 13. La oposición de los poderosos a cualquier medida, por fundada que estuviera, que alterara sus posiciones de privilegio suponían un serio peligro para quien se empeñase en sostenerlas. «También por vía de razón humana y buena filosofía se hallan que no se puede tomar el precio justo del pan de otra parte mejor que de su fin, y aunque el sembrarse y cogerse son medios necesarios, pero el fin para que fue criado el pan es para que lo coman los hombres, y principalmente los que trabajan.» Respuesta a algunas réplicas que se han hecho contra el Discurso del precio del pan,..., en Obras Completas, vol. IV.1, p. 101. 15 191 Esa autenticidad, es decir, esa adecuación a la realidad de la actividad intelectual es fruto de la conexión que los estoicos intentaron establecer entre el conocimiento de la realidad y las normas éticas que habían de distinguir al sabio de una persona normal. Pero lo más importante es que la concepción de la actividad intelectual como un trabajo de libertad interior y de independencia surge precisamente de la fusión de las dos doctrinas morales de la individualidad que el humanismo de Pedro de Valencia obliga a formular para pensar su frágil existencia. La libertad interior a la que recurren los cínicos ante la falta de libertades ciudadanas que permitan la realización de la identidad perdida en la crisis de la polis, es la misma libertad que cualquier intelectual moderno reclama para sí cuando quiere mostrar un rasgo definitorio de su actividad o de su pensamiento. Esto es, la libertad que resulta del retiramiento interior es la libertad última y radical, la autenticidad, que hace de Pedro de Valencia y de otros humanistas como él verdaderos intelectuales en el sentido moderno del término. Es precisamente en su solución a las presiones del poder político y religioso y en el recurso a la libertad interior y a la independencia de criterio en donde tiene su origen esta visión que hace del pensador y del filósofo un intelectual 16 . En la concepción de la libertad17 como determinación de la individualidad está la raíz de la actividad intelectual en sentido moderno. Esta refundación de la actividad intelectual desde la autenticidad y la libertad constituye el puente que va desde el humanista -como arquetipo del hombre que hace del entendimiento con la realidad su signo distintiv o - hasta el intelectual moderno. Este nuevo punto de vista sirve además para separar a Pedro de Valencia del grupo de los arbitristas que tan denostados han sido posteriormente. No sé si Pedro de Valencia reúne algunos de los elementos que distinguen a un arbitrista, pero sí me pare- 16 El Ms. 502 de la BNM, que contiene la defensa de Valencia y Ramírez de la Biblia Políglota de Arias Montano, es una buena muestra de ello. 17 "Se dirá que a veces las dificultades sociales y económicas son tales que impiden el ejercicio de la vida intelectual si se toma una posición libre e independiente. Pero es que sin esa posición no hay vida intelectual. Es que el intelectual conformista y domesticado no es un intelectual, y para eso vale más dedicarse a cualquier otra actividad -sea ¡a agricultura o la burocracia, el comercio o la técnica- que, además de no tener que falsificarse, son más remuneradoras". Marías, J.: 1968, p. 512. 192 ce claro que es mucho más próxima a la realidad de las cosas la estimación del cronista como un intelectual en el sentido en que lo hemos expuesto más arriba. Desde luego, el propio Pedro de Valencia intentó desmarcarse de los arbitristas y distinguir su intenciones como consejero -antes de ser nombrado cronista- de las que podían impulsar los dictámenes de los citados arbitristas. «Si, para que no dañe a la importancia de ¡a cosa que se trata en este discurso y en otro mayor tratado que escribo de esta materia la poca reputación de la persona y la infamia en que está hoy el aconsejar a los Reyes con nombre de arbitrios y arbitristas, gustare a V.P.Rma. de conocerme, dirán de mi en esa Religión los padres maestros fray Alonso de Romero, que fue Provincial, y fray Francisco Romero, que es Vicario Provincial de Andalucía, y en esa Corte y en Salamanca algunas personas dignas de fe»w. Por otra parte, la consideración de Pedro de Valencia como un intelectual a raíz de su concepción de la libertad interior y de su dedicación al estudio durante toda su vida queda complementada con un dato que es tan determinante como los anteriores respecto a la idea que en la actualidad tenemos de la actividad intelectual. El análisis que hace el humanista de Zafra de la realidad ya sea ésta social o económica, filosófica o política, está presidido por un inmenso respeto por esa misma realidad que es su objeto de estudio. Este respeto por la realidad tal y como es, por su estructura auténtica y por los problemas que suscita, es un elemento más en la determinación del tránsito de la figura del humanista a la figura del intelectual moderno. Este respeto por la realidad es fruto de un hecho que ya era incontestable para los primeros humanistas europeos. La conciencia de que la realidad era un ámbito independiente del hombre, con sus propias normas de funcionamiento y con su propia actividad, fue una de las causas que llevaron a la fragmentación de un mundo que hasta entonces se con- 18 Valencia, Pedro de: Carta a Fr. Diego de Mardones, Confesor de Felipe III, remitiéndole para el Rey un discurso sobre la tasa del pan, p. 76. 193 cebía como una unidad. La separación de la naturaleza y del hombre es el comienzo del proceso que lleva al hombre a iniciar su interminable y ambicioso propósito de someter esa naturaleza que se concibe ya como extraña. El objetivo del hombre es desde entonces adecuar su aparato cognoscitivo para ejercer el dominio sobre ese espacio natural, pero para ello reconoce la necesidad de entender la estructura íntima de esa realidad diferente. El reconocimiento de esa alteridad diferente es precisamente lo que lleva al intelectual a hacer ante todo un acto de respeto por la verdadera estructura de la realidad; un conocimiento preciso y exhaustivo, sin engaños y sin maquillajes, es lo único que permitirá ai hombre saber a qué atenerse respecto al mundo que le rodea, mundo que ya no es tanto su ámbito natural de vida como un elemento extraño que presenta escollos y dificultades para el desenvolvimiento del sujeto. La necesidad de hacer un reconocimiento fiable de la realidad es lo que lleva al humanista a poner en práctica una función del escepticismo que se advierte mediante el recurso a la etimología de los términos. Así, Pedro de Valencia ejerce también una manera de entender el escepticismo que consiste principalmente en «una mirada cuidadosa» sobre la realidad. La skepsis o mirada cuidadosa tiene como metodología propia el ensayo, es decir, el ensayo de posibilidades para «probar» la realidad, para encontrar la manera más fidedigna de aprehender su estructura. Este escepticismo que se concibe como un ensayo de las posibilidades de la capacidad humana de conocer se realiza porque la misma inescrutabilidad de la realidad ha puesto de manfiesto la incapacidad de los intentos de la razón todopoderosa por desentrañar el misterio de la naturaleza y poder controlarla. Solamente con una interpretación del escepticismo como la que entiende la filosofía académica en la línea de una escuela del justo medio entre el dogmatismo y el escepticismo y con un reconocimiento de la labor de un humanista de principios del siglo XVII en los términos en que hoy día se concibe la tarea del intelectual, se puede vertebrar la hipótesis de que Pedro de Valencia pueda ser entendido y explicado como precursor de una concepción de la modernidad que quiere armonizar un discurso cierto y equilibrado, cuyos componentes fundamentales son la racionalidad y la subjetividad. 194 2. Filosofía y religión ¿Precursor? Las principales objeciones que se hacen con respecto a la posible modernidad de los escritos de Pedro de Valencia están relacionadas con la abundante presencia en sus obras de argumentos teológicos que se utilizan para fundamentar cuestiones de toda índole, así como por el hecho de que una buena parte de su producción intelectual consistió propiamente en textos bíblicos y teológicos. La presencia de la religiosidad y del discurso teológico anularían, según estas interpretaciones, el posible carácter racionalista que también se atisba en otros lugares. Bajo estas visiones se desenvuelven dos argumentos bien parecidos: uno de ellos sería aquel que afirma que el pensamiento moderno nace y se desarrolla a partir de la separación radical entre los ámbitos de la verdad religiosa y de la verdad natural o racional. El segundo iría en la línea de identificar la modernidad -desde un punto de vista epistemológico- con la filosofía racionalista strictu sensu; en este sentido, la instauración racionalista de la filosofía que hizo Descartes supondría el inicio de una andadura en la que ya no es posible la mirada atrás y que descarta de su ámbito de argumentación -por lo tanto de validez- todo lo que no sea estrictamente racionalista. Este tipo de afirmaciones acerca de ¡a condición del pensamiento del humanista extremeño contrasta, como hemos visto, con el reconocimiento unánime de lo avanzado de sus doctrinas socioeconómicas. Aparte de los análisis detallados sobre este particular, merecen ser tenidas en cuenta aquellas opiniones que califican el conjunto de la obra socieconómica de Valencia como anticipaciones de sistemas de pensamiento económico reconocidos -p.e., la fisiocracia-y al mismo humanista como precursor de esas ideas. El origen de estas caracterizaciones de la obra de Valencia hay que situarlo en un artículo de 1927 publicado por Román Calderón en la Revista de Estudios Extremeños. La idea fundamental del texto era reivindicar el carácter avanzado y técnicamente cualificado de las ideas que sobre la articulación de la sociedad española y sobre la organización de la hacienda pública debían llevarse a cabo en nuestro país19. 19 «Si en otros aspectos, Pedro de Valencia ha tenido también las adivinaciones del genio adelantándose a su época misma, en el terreno económico sus teorías son 195 Conclusiones similares sacó algunos años después, en 1945, Viñas y Mey, quien también llama «precursor» a Pedro de Valencia en el estudio preliminar a la publicación del volumen «Escritos sociales de Pedro de Valencia», aunque en este caso el ámbito al que hacía referencia el apelativo era algo diferente. Para Viñas y Mey, el estilo peculiar y la organización de sus escritos hacen de nuestro autor un destacado precursor del ensayismo y del periodismo posteriores20. En esta línea de caracterizaciones se ha manifestado Paradinas recientemente, quien hace de esta categoría el elemento fundamental de su estudio cuando quiere situar el pensamiento de Valencia en relación con el desarrollo posterior del análisis económico. De esta forma, Paradinas titula algunos de los epígrafes de su estudio haciendo a Pedro de Valencia precursor del colectivismo agrario (p. xli), adelantado de los fisiócratas (p. xliii), y, finalmente, precursor del colectivismo y de los fisiócratas 21 . La coincidencia de tan variados autores y puntos de vista en la determinación de Pedro de Valencia como precursor hace pensar que realmente tienen razón quienes han visto en sus escritos avances y realizaciones de sistemas sociales y económicos posteriores. La falta de una sistematización adecuada, la carencia de un aparato conceptual propio que se hubiera organizado a partir de una dedicación mayor a la filosofía teórica -en detrimento de la práctica- y la decadencia definitiva en que cayó España durante los siglos posteriores impidieron que esta caracterización fuera tenida en cuenta convenientemente y las conclusiones de sus teorías fueran aprovechadas en lo que tenían de positivo. Sin embargo, llama la atención que sea de nuevo el ámbito propiamente filosófico del pensamiento de Valencia el que salga malparado. Así, es importante el contraste que surge de comparar los análisis que hace un autor como Paradinas del pensamiento socieconómico de nuestro autor, sorprendentes y ostentan un sello de modernidad de tal forma que parecen escritas por un autor de nuestros días, ante problemas contemporáneos. Y esta modernidad de apreciación, este juicio crítico realista, la elevación del valor social del individuo, le han prestado todo el carácter de precursor de las doctrinas colectivistas modernas.» Calderón, 1927, a, p. 54. 20 Viñas y Mey, 1945, p. 13. 21 Paradinas Fuentes, 1994, pp. xliv. 196 con el trato que le da a los fundamentos filosóficos -epistemológicos, ontológicos y éticos- de ese mismo pensamiento22. A la vez que destaca lo avanzado de sus propuestas socioeconómicas y el acierto de sus hipótesis sobre la realidad económica que vivía el país, titubea entre lo moderno y lo medieval para situar el pensamiento filosófico y acaba por entregar la parte sustancial de las obras del extremeño a la influencia de su formación escolástica y al peso de la filosofía medieval en sus escritos. En primer lugar, habría que decir que sólo impropiamente se puede calificar como educación escolástica la que recibió Pedro de Valencia. Creo que ni la formación que recibió en el Colego de ¡a Compañía en Córdoba, marcada por la influencia del Maestro Ávila, ni la que recibió como jurista en Salamanca ni, mucho menos, la que le impartieron en cuestiones de autores clásicos y hermenéutica el Brócense y Arias Montano pueden ser tachadas de escolásticas, por más que reconozcamos las deficiencias y arcaísmos de los planes de estudio entonces vigentes. Por otro lado, a pesar de su vocación por los asuntos religiosos no conocemos en su biografía más que un año de estudios específicamente teológicos y fue en Córdoba para conseguir el grado de bachiller en artes23. También desde un punto de vista puramente metodológico es discutible atribuir gran mérito a la modernidad de la parte socioeconómica de sus ideas, afirmar la importancia y determinación de las bases filosóficas en el pensamiento de cualquier autor y, a la vez, deslegitimar la modernidad de esos principios filosóficas. Mi opinión es que para enfocar de manera adecuada el pensamiento de Pedro de Valencia y situarlo en perspectiva con el anterior sistema de pensamiento y con el posterior desarrollo de las ideas filosóficas, hay que hacerlo de manera que la visión abarque el conjunto de su obra, sin que ninguna de sus trayectorias intelectuales quede ajena a las demás, y el análisis se haga partiendo del momento en que vivó nuestro autor (en esto Paradinas acierta plenamente). El hecho de vivir en una época en que había aún numerosos elementos pertenecientes a la estructura social y cultural de la Edad Media no puede ibid., pp. cxiv-cxxü. Morocho Gayo, 1993, p. 23-24. 197 ser pasado por alto, sobre todo, si caemos en la cuenta que el mismo tipo de influencias se dan respecto a los tiempos modernos que Europa estaba comenzando a andar. Por otra parte, lo tardío y por consiguiente breve del renacimiento español, las peculiaridades ya estudiadas del humanismo de Pedro de Valencia, la tibetización de España desde Felipe II y las especiales características del primer movimiento intelectual de la modernidad española -el barroco-, hacen pensar en la dificultad de encuadrar acertadamente el pensamiento de un autor que escribe sus primeros textos importantes hacia 1590 y que muere bien entrado el siglo XVII, en 1620. Creo que lo más importante es poner a la vista todos estos condicionantes y, en función de ellos y de los diferentes tipos de discursos que realiza según el sesgo de sus obras, intentar una caracterización que ha de tener como fundamento la síntesis de todos estos aspectos y la capacidad de comprehensión y articulación de las distintas trayectorias de su biografía intelectual. A partir de este momento, habrá que tener presente qué elemento es aquel en el que todos parecen coincidir cuando se refieren a su pensamiento. El carácter de Pedro de Valencia como «precursor» de ideas y sistemas intelectuales que se dieron en toda Europa posteriormente ha de ser, pues, el punto de partida para cualquier análisis que se pretenda hacer de su figura intelectual. Hemos visto que la coincidencia en este sentido se refería principalmente a sus escritos socioeconómicos. En otros ámbitos de su obra, tenemos el testimonio de Menéndez Pelayo, que no duda en encuadrar a nuestro autor dentro de su lista de precursores españoles de Kant o, lo que es lo mismo, del criticismo filosófico que sistematizó Kant. La aparición del título de precursor referido también a estos otros aspectos de su pensamiento nos tiene que llevar a preguntarnos por la idoneidad de la aplicación de este término a determinados niveles que hasta ahora no han sido considerados. Es decir, la cuestión no es ya mostrar que efectivamente se puede entender el pensamiento de Valencia como un especie de anticipo de algunas formas de análisis económico que se dieron más adelante, sino ver hasta qué punto es adecuado y coherente designar a Pedro de Valencia como un precursor en otros aspectos de la actividad científica. En relación con el criticismo filosófico y con la opinión de Meléndez Pelayo sobre este punto hemos hecho algún acercamiento anteriormente. Es cierto que existen indicios suficientes para la consideración del criticismo 198 como una de las vetas fundamentales del pensamiento de Pedro de Valencia. Habrá que ver entonces si el criticismo está presente como tal en la parte filosófica de su construcción. Una primera aproximación a este asunto nos tiene que llevar a establecer el carácter específicamente filosófico de la forma de pensamiento que recibe el nombre de «criticismo». En efecto, lo que en principio no era más que un uso determinado de la razón, debido en gran medida a sucesivas reacciones frente a las insuficiencias mostradas por la propia razón en sus pretensiones de legitimar el concepto de verdad, se convirtió más tarde en una filosofía propiamente dicha. La aportación de Kant a la reflexión crítica sobre el discurso racional hizo del criticismo una auténtica construcción filosófica, quizás con menos pretensiones de sistematicidad que otros de los sistemas filosóficos que fueron coetáneos, pero filosofía rigurosamente hablando. Pedro de Valencia hizo del criticismo su manera de acercarse a la realidad gracias a las limitaciones que el escepticismo del siglo XVI había impuesto al discurso racional y a las direcciones prácticas que la filosofía había de tomar después de la crítica escèptica24. No era su pretensión sistematizar los usos de la razón ni siquiera teorizar -su obra fue más bien una práctica del criticismo- acerca de las posibilidades del criticismo y de la razón práctica, sin embargo sus escritos son una anticipación de algo que después se verá con mayor claridad en Kant. La crítica escèptica a las pretensiones legitimadoras del criterio de verdad de la razón moderna había marcado diferentes salidas al discurso teórico, salidas que se concretarían durante el siglo XVII en diferentes formas de pensamiento: por un lado el racionalismo de Descartes y, por otra, las filosofías empiristas de los autores británicos. Pedro de Valencia tantea en su andadura criticista los diferentes caminos evitando siempre dar toda la prioridad en sus textos a ninguno de ellos; es decir, el humanista extremeño utiliza de igual forma el procedimiento raciona! cuando así es preciso -organización de la hacienda española-, como también recurre a la experiencia cuando ésta así lo requiere -estudio de lo acaecido con las láminas 24 «Todos ¡os filósofos, en general, se pueden calificar en dos grupos principales: dogmáticos, que establecen doctrinas y principios dogmáticos; y aporemáticos o escépticos, que dudan de todo, que discurren e inquieren en todas direcciones sin afirmar nada, sin prestar su asentimiento a nada.» Valencia, Pedro de: Académica, p. 73. 199 de Granada- En ninguno de los casos teorizará sobre los límites de cada una de estas trayectorias intelectuales -entre otras cosas porque no se desarrollarán como tales hasta después de su muerte-, pero sí será consciente de las dificultades y aportaciones que pueden depararle cada una de ellas. El escepticismo se había anticipado ya a esta labor. Una de las peculiaridades del criticismo kantiano será precisamente su intento de articular las dos tradiciones filosóficas europeas que ya habían cristalizado cuando él se dispone a hacer su filosofía. Tanto el racionalismo cartesiano como el empirismo de las islas son los dos discursos que Kant tiene como puntos de referencia cuando escribe sus críticas y la insuficiencia de uno y otro son las que mueven al filósofo de Kònisberg a buscar un nuevo planteamiento que haga de síntesis de ambos y que, a la vez, no quede atrapado por los límites de la confrontación 25 . Gómez Caffarena es muy explícito respecto al ámbito en que se desarrolla la actividad del criticismo. No se trata de volver de nuevo -al menos no prioritariamente- sobre la determinación del status teórico de la razón humana, de lo que se trata es de buscar una salida cognoscitiva para e! hombre, que es el centro de la reflexión. Es decir, la meditación que había iniciado el escepticismo tras la recuperación de los papeles de Sexto era sólo una discusión teórica en la medida que era una reflexión sobre la capacidad del hombre en cuanto sujeto. La apreciación no carece de importancia. Lo fundamental es que el hombre es el centro de la reflexión intelectual y, en el caso de Pedro de Valencia, lo será de su práctica filosófica 26 . El problema del sujeto será, 25 «...la obra filosófica de Kant significó un intento de mediación y síntesis entre dos tendencias de siempre, que se afrontaban desde comienzos de la Edad Moderna con particular antagonismo: la racionalista (representada por los pensadores "continentales" seguidores de Descartes) y la empirista (cultivada particularmente por los pensadores ingleses). Esto comúnmente admitido, es, sin duda, verdadero. Pero hay que matizarlo añadiendo: Kant intentó tal síntesis, y pudo conseguir avanzar en ella precisamente porque desbordó el planteamiento usual del problema, exclusivamente referido al saber teórico. Retrotrajo todo a la subjetividad humana, buscando en la autoconciencia del sujeto personal (yo, nosotros) la clave de la solución.» Gómez Caffarena, 1984, p. 23. 26 «El nombre más conveniente a los reyes y el título de que más se deben preciar es el de Padre de la República, como de una grande familia que está a su cargo, y por este nombre y oficio les pertenece el cuidaddo de proveer el mantenimiento de sus subditos, principalmente del pan, como más universal y necesario.» Discurso o memorial sobre el precio del pan, en Obras Completas, vol. IV. 1, p. 3 1 . 200 pues, el centro del discurso criticista en el inicio de la modernidad; se está configurando la construcción de una filosofía de la subjetividad, que es cosciente de las limitaciones de la razón, pero que no renuncia a sus procedimientos, y que tiene conciencia de que lo determinante es encontrar el camino adecuado para la configuración de un saber que sea útii y moralmente adecuado para desenvolverse en la vida práctica. La mirada se vuelve otra vez sobre el hombre en la vida práctica; este será el objeto de las reflexiones del criticismo en cuanto que filosofía de la subjetividad. Ahora bien, hay que dejar claro una vez más que en el caso de nuestro autor tales procedimientos de determinación de la realidad moral del sujeto tienen una vía eminentemente práctica. Pedro de Valencia no construye un sistema de filosofía crítica - n i pretende tal cosa-, sino que utiliza los métodos que hemos visto en los capítulos anteriores para justificar teóricamente su orientación hacia lo que podemos denominar una práctica del criticismo en cuanto que filosofía del sujeto. El hombre, centro del discurso Para el cronista de Zafra, los datos y el conocimiento de la Antigüedad, su práctica religiosa, su concepción ética y la teorización del escepticismo que realizó al comienzo de su producción intelectual, constituyen el marco ideológico para practicar el criticismo a través de discursos, cartas y memoriales. Ya en la Carta al Licenciado Alonso Ramírez cuando fue proveído Fiscal de Hacienda (1590) se pone de manifiesto tanto el uso crítico de la razón como su preocupación moral por el hombre, visto éste desde la perspectiva de la comunidad. Sus obras sociales posteriores no harán más que radicalizar este discurso hasta llegar a identificar el hombre -centro de la reflexión- con el indigente, con el pobre y el necesitado, con el que practica otra religión y con el que vive en otro sistema cultural 27 , en definitiva, con el otro. 27 «...pero vencieron el celo de la gloria de Dios y el deseo del servicio de Su Majestad y del público bien y el amor de los pobres para que propusiese y me pusiese a todo riesgo, y son los contrarios que he descubierto los que siempre, en todos los siglos, se opusieron y se oponen a la verdad». Valencia, Pedro de: Respuesta a algunas réplicas que se han hecho contra el "Discurso del precio del pan", para el Rvmo. Confesor de Su Majestad, el Padre Fr. Diego de Mardones, p. 99. 201 El problema no era más que el de dar contenido y límites a una noción que empezaba a ser borrosa y que será el centro de la reflexión cartesiana; de esta forma, la idea del yo, de la propia identidad, se hace la cuestión fundamental en la reflexión que funda la modernidad. Este problema del yo, con sus connotaciones y particularidades, con sus limitaciones y prioridades, también será el problema de Pedro de Valencia. Para Valencia, el problema de la subjetividad tiene un importante ascendente religioso. No es que toda la influencia en el hecho del acercamiento a este problema tenga origen teológico, pero sí es cierto que la preocupación por el hombre en la práctica filosófica de nuestro autor está condicionada por sus lecturas bíblicas y por su fe cristiana. La teología en este sentido es un buen nivelador de las pretensiones absolutistas de la racionalidad moderna y esto con independencia de los contenidos concretos que moral o religiosamente tuviera el cristianismo para un creyente de principios del XVII. El caso es que lejos de fiar todo al conocimiento teológico, la religión sirve a Pedro de Valencia para fundamentar su discurso de la subjetividad y para dirigir su atención primordial hacia la racionalidad práctica. «(75v:) Esto es en mi Oficio, y está à mi cargo (sentir de las cosas, y elegir conforme à razón) y esto como yo quiera ni puede quitármelo ni el Tirano, ni el Amo, ni los muchos à uno, ni el mas recio al más flaco, porque esto le dio Dios a cada uno, de manera que nadie se lo pudiese quitar, ni impedir. Esta Doctrina causa amistad en las Cosas, Concordia en la República, paz en las naciones, hace à los Hombres agradecidos à Dios, confiados y sin temor donde quiera, persuadidos de que arriesgan si (76r:) no cosa agenas y que no valen nada»28. No se trata, como en el caso de Kant, de hacer un hueco a Dios29 entre los conceptos y términos de su filosofía; es que, para Valencia, Dios es un factum con el que se cuenta, desde el que se parte, pero que tiene delimitado -en cuanto base de un discurso explicativo de la realidad- su campo de actuación y de validez. 28 Valencia, Pedro de: Discurso fundado en el Epicteto de Amano sobre los que pretenden vivir con quietud. BNM., Ms. 11160, fols. 75v-76r, 29 Esta es la opinión que sostiene C. Caffarena acerca del problema de Dios en la filosofía moral kantiana. 202 Ahora bien, el hecho fundamental en Pedro de Valencia es la conciencia de la propia individualidad; la distinción entre el hombre interior y el hombre exterior, entre el hombre viejo y el hombre nuevo, y la necesidad de aclararse respecto a este hecho primero: por eso será el suyo un pensamiento marcado por la idea de la subjetividad 30 . Incluso cuando el objeto es la teología o cuando los textos bíblicos se utilizan para apoyar sus argumentaciones -algo muy común en las cartas de contenido socioeconómico que escribe a los confesores de Felipe III- el punto de partida y el referente último es el hombre. Pedro de Valencia piensa desde la finitud y a ella se dirige. El problema de Dios no es tal problema para él, cuenta con él, y esta relación del hombre con Dios -con lo infinito- se hace desde la conciencia de la finitud humana y desde la recién descubierta contingencia de la individualidad. Por eso Pedro de Valencia no tiene que hacerle un hueco a Dios; Dios y la teología tienen su propio hueco, su ámbito de determinación y este ámbito no limita ni ensombrece el resto de espacios desde los cuales se fundamenta la construcción intelectual de nuestro autor; no afecta negativamente al uso crítico y práctico de la racionalidad ni a la base fundamental sobre la que se asienta la subjetividad. Sin embargo, en lo que sí se anticipa a posteriores planteamientos es en la aceptación de las otras dos determinaciones que marcan la preocupación de la filosofía en el comienzo de la Edad Moderna. Tanto la libertad como la inmortalidad son asumidas por Pedro de Valencia, aunque de diferentes maneras. El problema de la libertad había surgido cuando se ocupó del criterio de verdad de los estoicos en las Académica3^. En realidad una de las causas del rechazo hacia la teoría deí conocimiento que proponía Zenón era la 30 Todo el Discurso en materia de Consejo de Estado... (BNM, Ms. 11160, fols. 27r69r) es una reflexión sobre este asunto, sobre el hombre interior y el hombre exterior, sobre ia capacidad cognoscitiva del hombre. Lo peculiar es que esta reflexión se hace en clave teológica, al hilo del comentario de un pasaje del Génesis. 31 «Dicen que las percepciones de las fantasías sensibles se realizan en el alma que percibe y asiente. Y aquí está uno de los principales puntos de la discusión. En efecto, el asentimiento nunca sería libre y jamás podríamos suspender nuestro asentimiento, pues todo el que siente alguna cosa, por el simple hecho de sentir debería decir que apehende y que asiente a algo.» Académica, p. 119. 203 completa falta de libertad que se derivaba de fiar todo a las fantasías y a la reacción mecánica de la mente humana a sus representaciones. Esta incapacidad para el conocimiento libre era incompatible con la categoría de responsabilidad que Pedro de Valencia utilizaba tanto en su condición de jurista como en los ámbitos de la moralidad y la religión. La aceptación de la libertad era, pues, uno de los hechos de los que se partía a la hora de plantear cualquier cuestión práctica o teórica. La inmortalidad era un problema estrictamente religioso, que desplazaba la cuestión de la felicidad humana a la otra vida y que delimitaba por arriba el campo propiamente ético; de esta forma, la ética no habría de preocuparse por la auténtica felicidad porque ésta no se daría en este mundo y sí tendría que hacer del bienestar y de la justicia los objetivos principales de su discurso. La aceptación de estas tres premisas -con las determinaciones que se dan en Pedro de Valencia por el hecho de no ser todavía completamente moderno y sí muy humanista- no supone en modo alguno la interferencia de la religión en el ámbito de la racionalidad. Al contrario, la aceptación de estos supuestos en la forma que lo hace Pedro de Valencia implican la reducción del espacio del pensamiento al sujeto humano y la combinación y armonización de la racionalidad y de la subjetividad en su pretensión de construir un discurso crítico y práctico en el que el hombre es el centro. Por otra parte, los excesos racionalistas de los que habla Paradinas al referirse a las calificaciones que hace Menéndez Pelayo son totalmente acertados. La aparición deí componente subjetivo supone una limitación de las pretensiones racionalistas en caso de que nuestro autor hubiera tenido realmente esas tentaciones. Así y todo, contra el racionalismo había actuado ya la crítica escèptica durante el siglo XVI. Pedro de Valencia había asumido !a forma académica de crítica a la razón, de manera que quedaba desterrada cualquier pretensión racionalista ab initio, por la propia funcionalidad que la razón adopta en el pensamiento de Valencia. El criterio de lo "razonable" -frente a lo puramente racional- como modelo de determinación de lo que es verdad en el plano teórico se complementaba perfectamente con la utilización de lo "probable" como límite mínimo -mínimo porque es la condición indispensable sólo para no errar, no para acertar- de comportamiento práctico, constituyendo un sistema de inspección de la realidad sumamente coherente. 204 La autonomía de la razón, reconocida ya en este momento, estaba perfectamente complementada con la necesaria autolimitación que la misma razón había de imponerse tras la crítica dci escepticismo. En el campo de la filosofía empírica, que se desarrollará por completo en las obras de Hume, las cosas ocurrieron de forma parecida. Para evitar la caída en el mero practicismo casuístico, Pedro de Valencia establece como criterio central del discurso la ¡dea de comunidad, idea que está presente en todos sus discursos socioeconómicos. La conciencia de comunidad es lo que da sentido a la argumentación moral, de manera que -a la inversa que los meros arbitristas y moralistas cristianos del momento- Pedro de Valencia no parte de virtudes individuales y mojigatas para dar sentido a la actuación del hombre en la sociedad, sino que la sociedad es el marco del que parte para hacer de su virtud principal -la justicia- el centro de todas las virtudes del hombre y el canon por el que hay que determinar la moralidad. Las actuaciones y resultados de las acciones individuales en la colectividad es de lo que se tiene que ocupar la filosofía, la ética, ya que «...la justicia es, en realidad, la ética, la virtud propiamente dicha»32. En este ámbito, en el de la comunidad, en la república, es donde únicamente alcanzará el hombre a dotar de sentido su existencia, donde el yo puede iniciar la búsqueda de su identidad. Creo que es mucha la importancia del elemento religioso en el pensamiento de Pedro de Valencia, pero esta importancia no actúa de la misma manera que lo hacía en tiempos medievales, sino que determina su obra primordialmente desde la imposición de la subjetividad como premisa argumental desde la que se parte. En lo que no podré estar de acuerdo es en la atribución de una importancia fundamental a la escolástica ni a la filosofía medieval en su obra. Por otra parte, negar esa presencia no ha de suponer necesariamente reconocer un cierto racionalismo en sus escritos. Mi opinión es que Pedro de Valencia no habría sido racionalista aunque su relación con la religión hubiera sido la de un ateo33. El hecho radical es 32 Camps, 1990, p. 33. Popkin y Schmitt, 1987, p. 8, han resaltado la importancia de un estudio serio de aquellos problemas del escepticismo del siglo XVI que podían haber tenido antecedentes medievales en teólogos como Ockham y Gregorio de Rímini. «Others, including Amos Funkenstein and Nichoias Jardine, have tried to show that there are anticipations 33 205 que la parte teológica de su pensamiento se articula en torno a la presencia del hombre en el centro del discurso, es decir, en torno de la subjetividad como hilo conductor de sus objetivos intelectuales. Esta presencia del hombre y de la subjetividad constituyen la mejor garantía de equilibrio intelectual desde el momento en que, a través de ella, el discurso racional aparece armonizado y se evita en todo caso tanto la tentación racionalista como la vuelta a la escolástica y a la mera religiosidad. Y esto ocurrirá, repito, independientemente del contenido concreto -moral y religioso- que Pedro de Valencia dé a su discurso teológico. Por eso, eí acierto de la postura de Pedro de Valencia está precisamente en su capacidad de síntesis, pero esta capacidad de síntesis y de equilibrio es, a la vez, la mayor de sus limitaciones. Razón y religiosidad Uno de los lugares en los que mejor se ve la presencia simultánea de todos estos componentes es en el análisis de los niveles arguméntales a los que recurre Valencia en sus escritos propiamente prácticos, los de pensamiento social y económico. En este tipo de discursos se mezclan y se superponen los argumentos de una clase y de otra, se sustituyen los marcos referenciales y los criterios de comportamiento moral, se mira a la religión y a los testimonios bíblicos, a los autores clásicos y a la noción de bien común, pero siempre la argumentación permanece firme en el objetivo último. Un caso paradigmático de la presencia del elemento religioso en el pensamiento de Pedro de Valencia lo constituyen las cartas a los confesores de Felipe III. Como es sabido, los confesores reales eran un cargo más de la Corte, con gran peso político y cuya función principal era asesorar al of the concerns of modern scepticism prior to the actual revival of the source texts of Cicero and Sextus. The extreme voluntarist theology of Ockham and his followers raised radical doubts about the possibility of knowledge. And these doubts appear as part of the sceptical scene from which Descartes was trying to scape. The theology of Gregorio of Rimini, and the exploratton of what ¡s involved in the complete omnipotency of Cod, pose basic sceptical problems -can there be any necessary truths that Cod cannot falsify? Can Cod lie? Can Cod change the past?» 206 monarca sobre lo que decía la doctrina católica respecto a la actuación del poder político en todas sus actividades; ia necesidad de hacer coincidir la fe cristiana con la actuación del gobernante era la misión encomendada a los confesores reales. Pedro de Valencia se dirigía a ellos a partir de su relación con Fr. Gaspar de Córdoba, primero de los confesores de Felipe 111, quien le había encomendado la tarea de remitirle periódicamente informes y memoriales sobre la situación real del pueblo y sobre las repercusiones que las distintas políticas regias tenían sobre la población. Cuando Fr. Gaspar de Córdoba fue sustituido por Fr. Diego Mardones, Valencia se dirigió a él en su Carta a Fr. Diego Mardones, confesor de Felipe III, remitiéndole para el Rey un discurso sobre la tasa del pan, presentándose y haciendo referencia a la labor de informador que realizaba para el anterior confesor34. En estos textos la adecuación del contenido y del destinatario dan toda ¡a prioridad en la argumentación a los razonamientos que provienen de textos bíblicos y de postulados teológicos. A la vez, los argumentos propiamente sociológicos y éticos guardan un prudente segundo plano, contribuyendo a reafirmar y apuntalar lo que se justifica desde la doctrina católica o desde las historias bíblicas del Antiguo Testamento. En cualquier caso, el objetivo del discurso o de la carta será describir las consecuencias económicas que se derivan de las medidas tomadas en la Corte y los comportamientos sociales y morales a que dan lugar tales medidas. Es decir, el fin es el de evitar las perturbaciones sociales que estas medidas provocaban y restituir el orden de la justicia que, según nuestro autor, debe presidir la vida de la comunidad. Sin embargo, Pedro de Valencia organiza tales discursos de manera que el peso principal de los argumentos se adecúe al que va a ser el receptor del discurso y éste no pierda así fuerza por razón de una retórica equivocada. En la Carta a Fr. Gaspar de Códoba de 31 de diciembre de 1603 sobre conferir empleos a los poderosos y evitar sus injusticias, el objeto es prevenir a los gobernantes sobre la actuación que los ricos y poderosos tienen en beneficio propio cuando se les encomienda ia administración de asuntos públicos. Es decir, el problema planteado está directamente relacionado 34 Pedro de Valencia, Obras Completas, IV. 1, pp. 73-74. 207 con la organización del poder político y la funcionalidad de los cargos nombrados para representar al gobierno en los distintos territorios. La parte fundamental de ese texto se centra, en cambio, en explicar los conceptos de injusticia e iniquidad, pero lo hace el autor a través del estudio de la etimología del término iniquitas en los textos de la Vulgata y llega hasta la misma etimología hebrea (iniquidad=/-//-//\/VlAZ), «esto es, un vocablo que todas las veces que se halla en la Escritura Sagrada significa la injuria y agravio hecho con mano pública, que, por usado, ya no se reputa por injusticia ni se admite querella de él en los tribunales, ni se piensa en la enmienda, y es así que, aunque Dios permite y sufre muchos daños idolatrías y otros vicios abominables, pero, en habiendo HHAMAZ en una república, aunque sea gentílica, no lo consiente pasar mucho tiempo sin enmienda, sino baja el castigo como al mundo en el diluvio a Sodoma y a N/n/Ve»35. El recurso al mismo origen de la palabra tal y como era usada en el texto bíblico da idea del nivel de argumentación de Valencia en esta carta, aunque al final del texto se haga referencia parcialmente a la necesidad de algunas medidas técnicas para solucionar el problema planteado o aparezcan en el texto referencias a las doctrinas de los sofistas. En cualquier caso, la cantidad de testimonios aportados del Antiguo Testamento y de las mismas historias de los pueblos bíblicos forman el entramado argumental de un texto que pretende aclarar que las causas de los problemas e injusticias de la administración en los territorios de Extremadura y Andalucía se deben a la gestión equivocada, injusta y en provecho propio que realizan los designados por el Rey. La distinción entre las causas naturales y las sobrenaturales de los males humanos está, pues, bien clara y es misión del hombre subsanar las que dependen de su acción, ya que «es impiedad y pertinacia el atribuir estos males penales de las repúblicas a otras causas que a la culpa de las mismas, según aquello si est malum in civitate quod Dominus non fecerit»36. Si en la citada carta a Fr. Gaspar de Córdoba los argumentos eran propiamente religiosos, lo mismo podemos decir de las que posteriormente envió al nuevo confesor de Felipe III. A Fr. Diego de Mardones también le envía cartas y memoriales con el objetivo prioritario de llamar la atención acerca de la delicada situación económica que estaban sufriendo los subditos del Rey. 35 36 ibid., p. 26. ibid, p. 27. 208 Parece que conforme pasaban los años y las cosas no cambiaban, más bien empeoraban para la mayoría de la población, Pedro de Valencia va endureciendo su lenguaje y progresivamente va descubriendo sus argumentos del manto teológico-religioso que los envolvía en sus primeros y respetuosos dictámenes. Esta diferencia va tornando poco a poco en un mayor rigor descriptivo y en una mayor crudeza en el momento de exponer las causas reales de la miseria que vivía el pueblo. Tanto las injusticias de los poderosos y la prevaricación de los jueces, como la misma desigualdad e ineficacia de la política fiscal, son puestas al descubierto en los sucesivos escritos de nuestro autor. Del mismo modo, en sus discursos se puede apreciar una inversión de los diferentes niveles arguméntales, de manera que -manteniendo el objetivo- se van sustituyendo los tipos de razonamiento, y las pruebas históricas que se aportan para llegar al núcleo del problema y las razones que utilizaba nuestro autor en función del lenguaje que le correspondía. Lo que antes eran aportaciones casi exclusivamente teológicas e historias bíblicas se siguen manteniendo, pero ocupan ahoran un nivel lateral en el desarrollo de la argumentación. Las razones de bien público (o pública utilidad), de justicia social 37 , de equidad legal y de igualdad ciudadana 38 son las que a partir de entonces llevarán el mayor peso en las argumentaciones sociales y económicas. Otra cosa bien distinta es que estos conceptos se apoyen en ocasiones en los testimonios bíblicos y en las historias sagradas; esto en ningún caso invalida la modernidad de sus propuestas ni, lo más importante, la actualidad que denota el tratamiento conceptual de los problemas colectivos. En el Discurso o memorial sobre el precio del pan, de 1605, Pedro de Valencia ya ha efectuado esta renovación de su aparato retórico y va acercándose al lenguaje completamente moderno que utiliza en los escritos dedicados a estudiar la incidencia de las relaciones metalistas de la moneda. 37 ''Siendo, pues, forzosa y necesaria esta tasa, bien se sigue que es más que útil lísima a la República, porque esta utilidad se considera para el todo y para la mayor de los miembros, como en un cuerpo, .."., ibid., p. 36. 38 "...que deben procurar que el pan que cada año nos envía alcance y sea para grandes y pequeños, pues que todos son de una república y de una casa y familia mente llamados y convidados de Dios"., ibid., p. 3 1 . 209 y útiparte todos, igual- En este texto se aprecia desde el inicio el reconocimiento que el propio autor hace de la dualidad de sus argumentos39 y la primacía que en su desarrollo alcanzarán los razonamientos que hacen de la "pública utilidad" y del bien de toda la república el objeto de su estructura. Así, al referirse a los revendedores que guardan el trigo y evitan venderlo hasta que el precio es suficientemente alto, Pedro de Valencia los califica de la siguiente forma: "Claro está que los que quitan al hombre el mantenimiento necesario que son homicidas, y, quitándoselo, todos los que no se lo quieren dar a precio moderado y que él pueda alcanzar con su trabajo"40. La progresiva alternancia de argumentos de un tipo y otro queda patente un poco más adelante, en un texto referido a la mejor forma de conseguir el bienestar de los miembros de la República; en este texto los argumentos religiosos se mezclan con los que propiamente provienen de la política social para defender la necesidad de que se cumplan las leyes que se promulgan por parte del Rey, ya que es conveniente tanto para la autoridad del mayor de los magistrados como para la ordenación pacífica y buena convivencia de todos los subditos. "Porque el agradar a Dios y no tenerlo ofendido es lo que más conviene a la República, y porque los particulares, por poderosos que sean, no se pueden salvar en la república que se pierde, como ni los pasajeros en la nao que se hunde, y porque a los grandes les conviene que haya pequeños que les sirvan y de quien sean señores y de quien se sirvan, y porque de no comer el vulgo su ordinario y conveniente mantenimiento se consiguen naturalmente pestes, que prenden y comienzan en las matas bajas, y pasan el incendio y contagio de ellas a los pinos y cedros, y, por juicio de Dios, matan a los que no alcanzaban las hambres, hiriendo el ángel percuciente, desde el primogénito del Rey Faraón, que está sentado en su trono, hasta el de la más vil esclava, que está moliendo en una atahona"^. 39 ibid., p. 32.: ley natural y divina ordenación, p. 33: Dios y toda razón quiere que los hombres coman de su trabajo 40 ibid., p. 35. 41 ibid., p. 36 210 El final de la argumentación tiene que ver con el comienzo del siguiente punto en el que Pedro de Valencia afirma que "Conforme a la regla de justicia, de prudencia y de buen consejo de Estado, a esta pública utilidad se deben posponer cualesquiera daños o pérdidas de los particulares, ..."42. La preponderancia de los argumentos jurídicos se va haciendo notoria en este caso y, por tanto, la desaparición de los argumentos religiosos, excepto en los casos en que la noción teológica de "justicia" sirve para apoyar la misma noción legal y así dar más fuerza a la tesis mantenida. Uno de los casos en que el dominio del lenguaje civil y de las razones legales es más evidente es el siguiente. Pedro de Valencia ya ha dado las razones de caridad y necesidad social que ie impulsan a defender la imposición o mantenimiento de una tasa sobre el precio del pan y pasa a justificar su posición desde la perspectiva del derecho. "Cuando no fuera evidente y notoria, como es, la utilidad y justificación, humanidad y caridad de esta ley, en duda de si es justa se debe estar a ella, y nadie habrá tan desvergonzadamente contencioso y porfiado que lo niegue y que no reconozca y confiese que las razones y autoridades que le han traído hacen, a lo menos, muy probable y verosímil que es conveniente y justa//43. En este párrafo se puede apreciar de forma excepcional la síntesis argumental que vimos anteriormente. Para justificar la credibilidad de los argumentos que ha aportado, Pedro de Valencia recurre a dos conceptos de la teoría del conocimiento de los académicos, es decir, del escepticismo, la probabilidad y la verosimilitud, teniendo en cuenta que estos argumentos funcionan epistemológicamente a la manera de fundamentos últimos de todo el razonamiento, para dar cuenta de las razones y autoridades que el autor ha traído a colación. Simultáneamente, como complemento epistemológico de los dos criterios principales, Valencia aporta la evidencia y la notoriedad como elementos justificativos de las virtudes que contiene dicha ley. Siguiendo el hilo de este proceso, Pedro de Valencia pasa al campo propiamente jurídico y dice que ia validez de la ley procede de dos conceptos: por un lado de su conveniencia, es decir, de su adecuación a la situación de 42 43 ibid. ibid. p. 44. 211 la República y, por otro, de la justicia, virtud máxima de cualquier discurso ético no solipsista y criterio último de verdad en el mundo del derecho. A su vez, la justicia de la ley ha de estar en función del cuerpo social que la demanda, esto es, de los subditos de Felipe III, y de sus necesidades individuales y sociales; por eso los complementos más adecuados para apoyar la validez teórica o formal de la norma tienen que ver con razones puramente humanas: su utilidad y su justificación, al lado de su carácter humano y caritativo, serán estos complementos de referencia social. Este texto se acerca más al estilo y al lenguaje que encontraremos en los discursos sobre temas fiscales y monetarios. En ellos prima por encima de todo la tecnificación de los términos y la adecuación de los conceptos al fin último que perseguía el humanista: poner de manifiesto las dificultades que entrañaba para la hacienda real la alteración continuada de los precios de los productos básicos y de los valores de la moneda. Si en los discursos sociales las consideraciones sobre el bien común se mezclaban con aquellas de contenido ético y ambas podían aparecer flanqueadas por las consecuencias religiosas de comportamientos desviados, en los discursos puramente económicos tanto los fines desde los que se razona como los argumentos que se manejan son prioritariamente económicos; por encima de cualquier otra consideración están aquí la adecuación y validez del sistema monetario y la eficacia y productividad de la economía nacional. "13. SÍ una República o Reino acrecentase a un tiempo el valor de todos tres géneros de una moneda respectivamente en la misma proporción, como si, al modo que se hizo de la de vellón, se ordenase que un real valiese por dos, y un escudo por un doblón, no se hacía nada, y la mudanza no era más que en el nombre, y es de entender que se subirían los precios de todas las cosas respectivamente si no se estorbaba con tasa, y los forasteros, que mirarían al peso y no al nombre ni a la ley, no trocarían sus mercadurías sino por el mismo peso de plata que antes, y, así, o las subirían de precio o no vendrían, y para el reino no sería provechosa esta duplicación del dinero que de suyo había de causar mayor valor en las cosas, conforme a lo dicho en el número 9"44. ibid. p. 115. Este lenguaje técnico y riguroso conceptualmente, recuerda al que utilizaba Pedro de Valencia cuando en 1596 se ocupaba con la doctrina epistemológica de académicos y estoicos. Recordemos que las mayores unanimidades acerca de Pedro de Valencia han resultado a causa de destacar la calidad técnica que como obra de historia de la filosofía, es decir, no por lo adecuado o no de su contenido, sino por la rigurosidad metodológica y conceptual del autor en todo el texto suponen las Académica. A la vez, habíamos visto que el contenido y los razonamientos de otras de sus obras sociales habían merecido que se notara la formación "escolástica" del humanista, lo cual no deja de parecer una considerable paradoja en cuanto que consideremos la obra en su conjunto. En cualquier caso, cabe destacar que el humanista de Zafra maneja perfectamente la argumentación y el lenguaje preciso para cada uno de los registros conceptuales que adopta y que de la misma forma que aporta citas y más citas del Antiguo Testamento para mostrar las nefastas consecuencias sociales, morales o salvíficas de una determinada actividad, del mismo modo puede argumentar páginas y páginas del modo más técnico posible en el campo que esté estudiando y con los conocimientos más avanzados que había en la época. Esta diversidad de registros y de niveles de argumentación es lo que debe retenernos ante la posibilidad de enfocar toda la obra de Valencia desde una sola de las trayectorias intelectuales que la transitan. Precisamente en esta multiplicidad de perspectivas, en la gran calidad con que se enfrenta a todas ellas y en la coherencia última de todos sus textos está el interés de nuestro autor; probablemente, si analizáramos cada una de ellas por separado el resultado sería decepcionante y las conclusiones estarían cercanas a las que califican como arcaísmos algunas de sus fuentes y de sus planteamientos. El problema no será, pues, el de determinar las mutuas influencias entre el dicurso filosófico y el teológico o, lo que es lo mismo, entre el racionalismo y la escolástica. Hacer esto supone situarnos en una posición completamente ajena a la que vivió Pedro de Valencia y, además, enfocar las cosas desde una postura claramente definida que hace de la modernidad un proceso de radicalización del racionalismo cartesiano. Pedro de Valencia era todavía un humanista -tardío, pero humanista- y por lo tanto, este elemento ha de entrar en cualquier consideración que se haga. Por otra parte, lo más determinante de las influencias escolásticas y teológicas no habían de ser ni los métodos de trabajo ni las doctrinas pasa- 213 das de moda; la técnica de estudio y de argumentación, la hermenéutica, la había aprendido con los más destacados exegetas y críticos del momento, y su religiosidad además de especialmente sincera tenía un importante componente ético y social, con una gran influencia de los profetas del Antiguo Testamento y de la doctrina del maestro Ávila. Por lo tanto, si el problema de la ubicación intelectual de Pedro de Valencia ha de plantearse en estos términos habrá que ser riguroso y limitarse a confrontar el uso crítico de la razón - y no el racionalismo- con su fe personal y sincera y con sus técnicas de trabajo bíblico - n o con la supuesta influencia escolástica ni con la teología en cuanto que ciencia de DiosEn este caso volvemos a replantear los términos para volver al discurso que por un lado aparece limitado por la racionalidad - n o por el racionalism o - y por el otro se ve constreñido por la subjetividad. Habrá, pues, que analizar las relaciones entre fe y razón, pero siempre teniendo a la vista que el pensamiento de Pedro de Valencia está formulado desde la finitud del hombre concreto, lo cual significa que es el hombre el elemento central de la reflexión teórica -sus capacidades intelectivas cuando el interlocutor sea el escepticismo- y ese mismo hombre, en tanto que sujeto, se convierte en protagonista de la filosofía práctica. La reflexión del humanista extremeño es, pues, una reflexión hecha desde el hombre y para el hombre; hasta el problema de Dios está considerado desde esa posición, lo cual, antes que a declarar las fuentes medievales de su pensamiento, nos llevaría a un camino que tiene su fin en lo que Gómez Caffarena ha denominado "el teísmo moral de Kant". En esta línea, habría que preguntarse no por el carácter anticipatorio de algunas de las ¡deas de nuestro autor, sino por el talante de su figura y por lo original de su método. La cuestión no sería la determinación parcial de sus doctrinas como precursoras de ideas que se formularon más sistemáticamente en tiempos posteriores, sino la de ensayar la posibilidad de que el conjunto de su pensamiento pueda ser considerado como anticipo de una concepción de la modernidad que nunca fraguó y que, por otra parte, fue incapaz de impedir el estallido de la razón moderna en múltiples fragmentos. La cuestión será, pues, estudiar la posibilidad de encontrar en el criticismo los elementos suficientes para considerarlo como una filosofía del inicio de la modernidad. En este sentido sería una forma de pensamiento articulado en torno al uso crítico de la razón, pero de una razón que todavía no ha iniciado el camino de la dispersión en múltiples dicursos inde- 214 pendientes. El criticismo filosófico, tal y como se da en Pedro de Valencia, con el importante componente subjetivo que aporta el cristianismo, tiene pretensiones de síntesis y de unidad; por eso acepta, como marco general, la cosmovisión que le ofrece el cristianismo, y, por idéntica razón, acepta elementos éticos procedentes de la moral cristiana, especialmente, la preocupación central por la subjetividad y la consideración dei hombre en cuanto sujeto ético. Quizás el criticismo fuera la única posibilidad para un creyente de hacer compatible una fuerte presencia de la religión 45 -su forma de entender el mundo a través de la teología- con una nueva manera de hacer filosofía, filosofía tan racional, por otra parte, como cualquiera de las que se han ideado en la modernidad, pero mucho más preocupada por evitar la ruptura de la imagen del mundo que tenía el hombre y del uso de la razón que, con todas las limitaciones que se apunten, todavía existía. Estos inicios de la filosofía crítica culminarían en la reflexión sobre la filosofía práctica de Kant. Hay que recordar que uno de los mayores logros de este humanismo moderno que encarna Pedro de Valencia es su permanente consideración del hombre en cuanto sujeto que actúa en la realidad para transformarla; la reflexión acerca del hombre es, en nuestro autor, una reflexión sobre las condiciones de la razón para una efectiva ocupación del hombre con la realidad. El hombre es entendido primordialmente como sujeto práctico, cuya actividad primera es hacer más accesible su entorno, ya sea éste moral o social, político o económico. Esta necesidad de hacer más humana la realidad es la que lleva a Pedro de Valencia a volver su pensamiento hacia la filosofía práctica, hacia la ética pública, hacia las condiciones de organización de la sociedad y hacia la estructura económica del país. Por ello hemos de coincidir en que la filosofía de Pedro de Valencia es una filosofía de la práctica, cuyo instrumento esencial es la razón crítica y su objetivo, el hombre. La filosofía que Pedro de Valencia hace en el tránsito del tardío Renacimiento español hacia el Barroco y, por tanto, hacia la modernidad, es un tipo de pensamiento lleno de la tensión derivada de contener ingredientes de dos épocas sumamentes complejas. La voluntad de síntesis intelectual 45 «Aun pasada ya esa oportunidad en lo que pudo tener de histórico, el criticismo puede seguir brindando al creyente que sienta necesidad de filosofar sugerencias de las más valiosas.» Gómez Caffarena, 1984, p. 230. 215 choca radicalmente con la diversidad de líneas de fuerza que pretenden imponer un discurso único, ya fuera éste el de la escolástica arcaica o el del nuevo racionalismo excluyente. Pedro de Valencia se destaca por haber vivido justamente en el límite de una época de transición en la que la ruptura de la visión integradora del hombre en la naturaleza y en la sociedad estaba iniciándose; como humanista intenta salvar la integridad cultural y espiritual de! hombre y como pensador de la era de la razón recurre a aquella de sus formas que más se adaptaba a sus pretensiones, la razón práctica. Los problemas que se le plantearon estaban relacionados preferentemente con la realidad de un sujeto que empezaba a carecer de asideros y que, finalmente, habría de salir al mundo de la experiencia a buscar su identidad. Ese esfuerzo por mantener la unidad es precisamente lo que le lleva a optar por la razón sin desprenderse del sujeto, a costa de renunciar a una reflexión completa sobre las posibilidades de la racionalidad humana y de evitar caer en las limitaciones de un discurso religioso insuficiente. Valencia se ve obligado a pensar desde el hombre, con la conciencia de la presencia de lo Absoluto como algo indiscutible, y con la necesidad de encontrar en la realidad experiencia! una identidad, un contenido, para ese hombre desde el que partió. 3. Humanismo, conocimiento y modernidad Tres problemas: Dios, la comunidad y el sujeto La actividad intelectual es concebida en el tardío humanismo como una forma de reconstrucción de la realidad; la superación de la separación radical entre la naturaleza y el hombre busca en el pensamiento de los humanistas la posibilidad de ser reintegrada en una unidad de manera armónica y atendiendo a las peculiaridades que ha mostrado la pluralidad recién descubierta. Esta actividad intelectual del humanismo moderno tiene en Pedro de Valencia tres direcciones que atender en su intento de alcanzar alguna certeza respecto al mundo que le rodea. La necesidad de conseguir cierta estabilidad intelectual se impone en nuestro caso por encima de cualquier otra pretensión de carácter científico. 216 Los tres espacios en los que actúa el pensamiento de Pedro de Valencia se corresponden de una otra forma con los tres fundamentos que posteriormente intentará asegurar Descartes en la construcción de un mundo racionalista; el tratamiento, sin embargo, es distinto. Por un lado, Valencia tiene siempre a la vista el problema de Dios, pero no se le aparece como algo cuestionable, sino como una realidad indubitable. El problema de lo absolutamente otro está encerrado en nuestro autor en el espacio de la experiencia religiosa y es pensado a través de la fe y de la tradición de la teología católica. La presencia del problema de Dios en el discurso moral y político proviene de esta tradición religiosa, pero en este momento no domina ya ni el objeto último ni la racionalidad de la argumentación ética; sirve fundamentalmente de apoyo para los argumentos fuertes del humanista. Por su parte, los textos propiamente religiosos de Pedro de Valencia tienen dos fines primordiales: puede tratarse de obras escritas para corregir los excesos de los creyentes en sus prácticas religiosas o los de la Inquisición en sus juicios y en ellos apela siempre a la razonabilidad de las experiencias vividas y, sobre todo, a la racionalidad de los juicios y conclusiones que hayan de sacarse de tales experiencias: el combate contra las falsas hechicerías, brujerías, aquelarres y prácticas supersticiosas alentadas por la propia Iglesia Católica, fue una de las reiteraciones en estos escritos. El otro tipo de textos religiosos tiene mucho que ver con sus conocimientos sobre exegesis bíblica y su pretensión de hacer de la teología escrituraria una ciencia más rigurosa, más exacta y más clara en la exposición de la verdadera doctrina cristiana. Ciertamente, el problema de Dios es un problema perfectamente ubicado en el pensamiento de Pedro de Valencia, no supone un obstáculo insalvable en el avance racionalizador y socializador de sus restantes obras ni un obstáculo en la opción epistemológica que elige con su apuesta por la filosofía crítica. Pedro de Valencia no tiene, como hemos visto, la necesidad como Kant de "hacerle un hueco a Dios" en su pensamiento; Dios tiene su propio hueco y su propio ámbito argumental. Junto al problema de Dios, aparece el problema del espacio político y social en que vive el hombre. El debate sobre la polis es extenso y complejo en Pedro de Valencia. Lo he calificado como extenso porque Pedro de Valencia incluye en el ámbito político no sólo los problemas y las conceptualizaciones que derivan directamente de la organización política del 217 poder, sino que los problemas sociales y los económicos que afectan a cada hombre concreto son parte imprescindible de ese ámbito que ha de estar presidido por la pública utilidad. Es complejo porque junto a un espíritu marcado por el impulso hacia la reforma de las estructuras sociales y económicas que regían en España a principios del XVII, se observa un tratamiento respetuoso de la forma política monárquica, que prácticamente es incuestionable como tal. Parece que el marco político ha de permanecer constante y estable mientras que la organización interna de ese marco ha de ser completamente replanteada y sustituida por una nueva vertebración en la que la idea principal que subyace es la de corregir las desigualdades. El respeto por la forma monárquica de organización del gobierno choca, por una parte, con las críticas a la estructura nobiliaria y en gran parte feudal que la sostenía, lo que supone para Pedro de Valencia ponerse del lado de los burgueses que teorizaron a favor de una unión entre el pueblo y su Rey para impedir las desigualdades impuestas por la nobleza; por otra parte, junto al discurso en favor de la monarquía se desarrolla de manera paralela un discurso de la república, es decir, un discurso que considera a los hombres como ciudadanos de la república antes - o a la vez- que como subditos y que hace del respeto por el bien común, por la justicia y por la pública utilidad, los criterios únicos e innegociables para el gobierno y la administración de la cosa pública 46 . El tercer espacio en el que se mueve e! pensamiento de Pedro de Valencia es el que mayores interrogante presenta y el que con más fuerza se impuso en los pensadores del inicio de la modernidad. El problema del yo, de la identidad del sujeto, que aparece sustancialmente quebrada en el tránsito del Renacimiento al Barroco, se muestra como una cuestión difícil de encarar desde las premisas heredadas de anteriores sistemas de pensamiento. Este último y principal interrogante de la filosofía de Valencia presenta signos irrefutables en el fuerte componente estoico y cínico de su ética personal y en la necesidad de configurar esa ética de mínimos desde la propia intimidad para no caer en la desorientación radical. Se trata, eso sí, de una ética de mínimos, nunca de una ética de náufragos, ya que alrededor de ese 46 Carta al Licdo. Alonso Ramírez de Prado cuando fue proveído Fiscal de Hacienda, en Obras Completas, vol. IV.1, pp. 1-13. 218 yo quebrado hay todavía, para nuestro autor algunos datos incontrovertibles. No es para náufragos la ética de Pedro de Valencia porque aún tiene un entorno cultural de cuya tradición histórica tiene memoria y la cual actúa en el seno de su pensamiento; asimismo, el problema religioso está solucionado gracias sobre todo a una importante fe personal; por último, el ámbito político está dado para Pedro de Valencia, aunque pida reformas sociales y económicas y aunque proponga a Felipe III la renuncia progresiva a las posesiones exteriores a la Península Ibérica para preparar el futuro de España desde sus dimensiones reales y adecuadas. Lo cierto es que para el humanista extremeño más importante que cualquier "revolución" es la renovación profunda y la rectificación de los males que afectan al país y de los defectos que surgían constantemente en la acción de gobierno y en la vida pública. En mi opinión, el origen de esta postura ante el problema político hay que buscarlo en algunas de las ideas que sustentan su discurso sobre la república. 1 o . La concepción unitaria, continua e indisoluble de la ética personal y de su práctica a través de las virtudes con la ética pública, entendida ésta tanto en el sentido de una relación de mera convivencia como en la línea de la actuación y gobierno de la comunidad. Esto le lleva en numerosas ocasiones a buscar el origen de la corrupción política, de la desigualdad entre los grupos sociales y de las injusticias habituales en ios defectos personales de los que tienen las responsabilidades públicas tanto como en el análisis estructural de la organización social y económica. 2 o . También es fundamental para sustentar esta posición la primacía de la "sabiduría práctica" (phronesis) en el discurso práctico-racional de Pedro de Valencia y, especialmente, en la determinación de su talante como "intelectual responsable"; prudencia y responsabilidad son, pues, las dos caras de este humanista en su dimensión de intelectual, como crítico de la sociedad y como estudioso de la realidad. 3o. Por último, sus amplísimos y excelentes conocimientos históricos le llevan a relativizar sobremanera el valor que deba tener la forma política del Estado y, así, llega a conceder mucha más importancia a otros aspectos de la realidad social como son la preocupación por el sujeto, el interés por las motivaciones éticas de las acciones públicas del hombre y la certeza de la necesidad de paz social para un desenvolvimiento adecuado del país. Por eso, por el interés en vertebrar el país, sabe de la necesidad de la paz social, pero también es consciente de las necesidades que estaba pasando 219 el pueblo y de la radical desigualdad que presidía la organización socioeconómica de España. Lo prioritario era entonces no la sustitución de la forma política, sino conseguir la estructuración precisa para preparar en el futuro mediante el desarrollo económico -en la forma que entendía esto Pedro de Valencia- y el cambio social. Por tanto, plantea dejar de lado la vocación imperial de los Austrias, que estaba siendo una de las causas principales de la quiebra de la hacienda pública, y centrarse en un desarrollo armónico de los territorios peninsulares. Parece que hasta en esto busca Pedro de Valencia la solución en el pasado y tiene en mente el ejemplo de la Roma decadente que describe Cicerón en las Veninas y las soluciones continuistas del orador romano. Touraine y la modernidad cartesiana Lo que en Pedro de Valencia se transforma en una proyección del yo hacia la exterioridad para encontrar su sentido, en Descartes es una investigación dedicada a buscar cimientos sólidos para el conocimiento científico. El pensador francés aclara al principio del Discurso que había sido una necesidad existencia! la que le había movido a ponerse en marcha para intentar encontrar criterios sólidos mediante los que guiarse en la vida práctica47. Sin embargo, más adelante fía todo a la construcción de un nuevo sistema de pensamiento, hacia una nueva metafísica que superara los ataques que el escepticismo iniciaría contra sus fundamentos. Lo que en principio se encaminaba hacia la reorientación epistemológica y práctica del sujeto acaba orientándose hacia el establecimiento de un sistema de conocimiento, el racionalismo, que excluiría de su ámbito cualquier otro elemento diferente de la pura razón. Esta determinación de Descartes en favor de la vía racionalista provoca una disyunción casi irreparable entre el componente subjetivo y el componente racional del pensamiento y de la praxis. El yo cartesiano renuncia a ser sujeto y se concentra en ¡a objetividad de la racionalidad extrema para perder su identidad y su sentido en cuanto que ser en el mundo. 47 "...y lo que yo deseaba siempre extremadamente era aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver claro en mis acciones y caminar con seguridad en la vida". Discurso del método, p. 50. 220 A pesar de haber una presencia importante del elemento subjetivo en el inicio de la construcción cartesiana a través de la elaboración biográfica de sus tratados, la relación entre la racionalidad y la subjetividad no es ya la de complementariedad y diálogo que se había dado en los inicios de la modernidad. En el caso de Descartes, racionalidad y subjetividad se han dado la espalda y funcionan como dos discursos independientes y autosuficientes. En esta ruptura de la conexión constructiva entre la razón y el sujeto cifra Touraine la causa de la crisis constitutiva que define la modernidad hasta nuestros días48. La propuesta del sociólogo francés para reconstruir la modernidad está en la línea de reconsiderar una teoría del sujeto que equilibre el peso de ambos componentes en la dialéctica modernizadora y posibilite una armonización de racionalidad y subjetividad en un proceso de interacción comunicactiva y complementariedad. La opción por el sujeto supone definir este concepto en relación con su exterioridad49, con un importante componente ético y social, vinculado con su ambiente social y cultural. El sujeto se concibe, pues, como un quehacer que se articula fundamentalmente desde el reino de la razón práctica, es decir, el sujeto es ante todo voluntad. Y es voluntad porque lo distintivo de su constitución es la libertad, libertad para hacerse a sí mismo en la lucha contra los obstáculos que tanto los instrumentos del poderío como las limitaciones de la propia identidad le plantean de manera ineludible. El sujeto es un proyecto de liberación de! individuo que se reconoce como tal en cuanto actor y en el reconocimiento de los otros. Así pues, la acción misma, la voluntad, es lo que mejor define al sujeto que ha de formar el segundo eje de la modernidad equilibrada, pero siempre que esta voluntad esté orientada hacia una liberación que tiene como única pretensión la de reconocer y ser reconocido como actor social, es decir, en su realidad social. Así, para Touraine, la idea de sujeto es inseparable de la categoría de "esfuerzo", de un esfuerzo que recuerda por su intención de subjetividad a Nietzsche y que ha de ser el dinamizador, el impulsor, de la vida personal y su primer argumento. 48 «La modernidad no descansa en un principio único y menos todavía en la simple destrucción de los obstáculos en el reino de la razón; está hecha del diálogo de la Razón y el Sujeto. Sin la Razón, el Sujeto se encierra en la obsesión de la identidad; sin el Sujeto, la Razón se convierte en el instrumento del poderío.» Touraine, 1993, p. 19. 49 «El Sujeto es la voluntad de un individuo de actuar y ser reconocido como actor». Touraine, 1993, p. 266. 221 Para la elaboración de la teoría del sujeto sigue Touraine un camino que inexorablemente conduce hacia referencias sociales. En este sentido, las especificaciones relativas a ese sujeto, además de ser precisas, tienen que conseguir la relación mutua de los dos elementos que conforman la pareja modernizadora: subjetividad y racionalidad. Por eso, el autor francés propone pensar el sujeto de una forma activa, sin perder de vista los componentes éticos y sociales, pensándolo en cuanto individuo en el mundo de las relaciones sociales, en su verdadera situación social. Esto le lleva a evitar los errores de la racionalidad extrema y de la subjetividad empobrecedora, pero también a sortear los límites que presenta la idea de movimiento social. De esta manera, el sujeto solamente existe en cuanto movimiento social, ya que sea del tipo que sea, el movimiento social es siempre contestación a una lógica del orden, a una manifestación del poder sobre la libertad del sujeto. Cuando Touraine tiene que situar históricamente el origen de esta manifestación del individuo en tanto que sujeto recurre a la imagen del burgués de lo que él llama la protomodernidad. El burgués es el personaje histórico que mejor representa esa unión necesaria entre la reorganización vital en torno a un grupo organizado de valores culturales, a una tradición cultural, y también a un proyecto social y ético concreto, cuya actuación supone la reivindicación de una situación social y económica determinada y necesaria para constituirse como tal sujeto50. Quien mejor ha cumplido históricamente estos requisitos ha sido, pues, el burgués de la protomodernidad, porque fue capaz de separar las esferas de la economía de las de la política, la religión y la familia, lo que supuso el «acto fundamental por el que se define '7a gran transformación"que liberó la modernidad» y se erigió en el creador de la sociedad civil, del lugar de la situación social, frente a las presiones incontroladas del Estado. Este burgués, que es anterior y radicalmente opuesto al capitalista que surgió tras la Revolución Francesa y la Industrial, auna de forma equilibrada la racionalización y la subjetivación frente a las pretensiones centralizadoras y ordenadoras que adquiere la producción en el capitalista posterior, pretensiones que en última instancia eran totalizadoras, de poderío. 50 «Un movimiento social es a la vez un conflicto social y un proyecto cultural. Esto es verdad referido tanto a los dirigentes como a los dirigidos. Apunta siempre a la realización de valores culturales al mismo tiempo que a la victoria sobre un adversario social.» ibid., p. 308. 222 La justificación del recurso a un acercamiento a ia sociedad entendida de manera positiva queda aclarada cuando se pone en relación con la tesis de la vuelta al sujeto como único elemento posible para una articulación de la modernidad integradora. Esta vuelta al sujeto, la utilización de la razón en conexión con este sujeto y la referencia al lugar social en que transcurre ¡a existencia constituyen, pues, los tres ejes de la reivindicación que hace Touraine de una modernidad plena y equilibrada. Recordemos que el punto de partida era la consideración de la modernidad como un "espacio" constitutivamente disgregado por la disyunción de sus elementos. Desde esta perspectiva, la separación de la razón y el sujeto constituye el momento fundacional y el hilo conductor de la modernidad; de hecho, la modernidad nace -para Touraine- por la disolución conflictiva de ambos elementos. El choque entre los dos grandes movimientos culturales que precedieron ia Época Moderna -Renacimiento y Reforma- parece ser el causante de esta salida hacia caminos opuestos que emprenden las fuerzas modernizadoras. La presencia recíproca de estos dos elementos contradictorios pero complementarios se hace imposible en cuanto adquieren cierta independencia y esto debido a que los sucesivos niveles de autonomía teórica que adquieren han ¡do siempre acompañados de unas todavía mayores pretensiones de absolutización, de eliminación del elemento opuesto. Además, la plasmación social y política de tales principios no hizo sino acelerar esa separación germinal de la subjetividad y racionalidad, dividiendo progresivamente el mundo entre los seguidores del principio de razón y los adictos al principio de subjetividad. Esta división cristalizó finalmente en separación radical, en lucha fratricida y, en suma, en la necesidad de rechazar el principio contrario para afirmar y dar razón del propio. A juicio de Touraine, el momento clave en esta ruptura lo representa Descartes. El autor del Discurso del método hace emblemática la figura del dualismo como seña inequívoca de una modernidad en la que se separan progresivamente lo subjetivo y lo objetivo. Si en Descartes todavía está presente la subjetividad mediante la tradición cristiana y el genero biográfico de sus libros, es también el pensador de la duda metódica el que abre el camino de la pura racionalidad, poniendo la primera piedra de ese camino mediante el ejercicio figurado de un escepticismo más extremo aun que el de los Esbozos Pirrónicos. Descartes hace de la razón el reino de las seguridades que el hombre necesita para saber a qué atenerse tras el descrédito 223 y desaparición de la cosmovisión que provenía de la Edad Media; la racionalidad cartesiana da paso a las pretensiones absolutistas de una razón que se convierte en único criterio del conocimiento y en el centro ordenador del mundo conocido. De esta forma nace una «teología de la razón» -la razón hace el papel que antes hacía Dios como garante de un conocimiento efectivo del mundo exterior- cuyo rasgo más llamativo es el intento de evitar que la propia racionalidad se sometiera al filtro de sus propios principios; sólo con la recuperación del uso crítico de la razón se conseguirá limitar esa pretensión irracional. En mi opinión, esta teología de la razón tiene su origen en el capítulo cuarto del Discurso del método, en el que se establece el fundamento del racionalismo modernizador en su versión más radica!. La apuesta de Descartes por la razón es fruto del establecimiento objetivo del yo como recurso último de todos los procesos cognoscitivos; esto obliga a la razón a apuntalar su situación de eje del conocimiento con otras instancias que guardan también unas pretensiones similares en lo referente a la universalización y absolutización de sus principios: Dios, yo y razón51 son, pues, los elementos constitutivos de este pensamiento moderno que se abre con la crisis del proyecto humanista del Renacimiento y que aún no se ha cerrado. En cualquier caso, no se trata propiamente de elementos diferentes; son las distintas apariencias que utiliza Descartes para mostrar el nuevo concepto que quiere pensar: la razón moderna. Vimos que Descartes lo había fiado todo a una idea del hombre que se alejaba de su inicial pretensión práctica y que convertía al yo en el fundamento de un nuevo sistema metafísico. Es decir, el yo cartesiano es un yo objetivo y universal, racionalizador, ajeno a las concreciones de la vida real y a las dificultades que el hombre encuentra en la realidad social para configurar una identidad plena y libre, en suma, propia. La limitación cartesiana a una perspectiva epistemológica del problema del yo y la configuración de éste como "yo pensante" fueron las causas de crear una concepción del hombre sesgada e incompleta. Para Descartes, el yo es ante todo una sus- 51 Porque la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de ese modo sea verdadero, sino solamente que todas nuestras ¡deas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, ya que, de lo contrario, no sería posible que Dios, que es perfectísimo y absolutamente veraz, las hubiese puesto en nosotros;...". Discurso del método, p. 78. tancia cuya esencia es pensar, lo que significa no que la cualidad identificatoria del hombre sea ésa, sino que el hombre es primaria y esencialmente sólo yo pensante52. El pensamiento cartesiano, tal y como lo explica el propio Descartes en el Discurso y en las Meditaciones, se inicia en la duda metódica como punto de partida y clave metodológica del desarrollo posterior. La duda es el fundamento epistemológico del pensamiento cartesiano, ya que el primer paso para la razón es "rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la más pequeña duda"; sin embargo, el autor aclara que lo que realmente hace es fingir que duda y no dudar realmente, con lo que el momento fundacional del racionalismo queda marcado por este supuesto acto de la mente cartesiana. Lo destacable de la duda inicial es en este caso que parte de un supuesto metódico similar al que los racionalistas se empeñaron en descalificar cuando criticaban el especticismo. La inconsistencia metodológica del escepticismo fuerte proviene del hecho de que no es justificable adoptar una teoría como válida si su tesis fundamental es que ninguna doctrina es fiable; es decir, la descalificación de la capacidad de la razón que hacen ios escépticos de esta índole no dista mucho de la actitud cartesiana, puesto que ambas pretenden una reducción a la nada de las posibilidades del conocimiento humano -en el caso de Descartes sólo de manera inicialpara evitar los obstáculos que esas posibilidades limitadas presentan a la hora de dar una visión coherente y eficaz del conocimiento. Pero lo más llamativo es que Descartes asegura que ni los más afinados escépticos serían capaces de poner en cuestión la tesis inicial de su construcción y, a la vez, él se tiene que hacer escéptico y dudar de todo, excepto de su propia duda, para poder ser después racionalista. El problema de haber rechazado todo menos la propia duda es que al final el resultado de haber adoptado una posición radical como escéptico le llevará a los mismos extremos en cuanto racionalista; el racionalismo de Descartes, y con él esa vía de la modernidad, rechazará todo lo que no 52 "...conocí por esto que yo era una sustancia cuya completa esencia o naturaleza consiste sólo en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material; de modo que este yo, es decir, el alma, por la que soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que él, y aunque él no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es", ibid., p. 72. A ^fat^ sea su propio racionalismo y dejará fuera de su discurso el camino de la subjetividad que sí estaba presente al comienzo. La objetivación del yo, de la razón y de la idea de Dios, contrastan con los restos de subjetividad que flotan por su obra, principalmente en el Discurso, y que le llevan a plantear el itinerario hacia la claridad y la evidencia de la razón como un relato biográfico en el que el protagonista, como si de un drama se tratara, debía salvar los acontecimientos que obstaculizaban su trayectoria para salvar su identidad. Este contraste, esta paradoja cartesiana, delata el carácter esencialmente moderno del pensamiento de Descartes, de su indiscutible responsabilidad en la constitución de la racionalidad moderna y, con ella, de una modernidad radicalmente escindida. Aunque en Descartes se den todavía tanto la dimensión racionalista como la subjetiva, la presencia de ambos elementos en la obra cartesiana es ya una presencia distante, si no enfrentada; razón y sujeto son en el autor francés dos modos diferentes de entender la modernidad, de una modernidad que es constitutivamente ruptura en sus mismos elementos. Esta concepción de la modernidad entendida como ruptura ha sido adoptada también como el elemento central en la noción de modernidad que ha creado Octavio Paz. Para este autor53 uno de los signos distintivos de la Época Moderna es que consiste fundamentalmente en ambigüedad, en heterogeneidad, lo cual lleva a hacer de la novedad una de sus constantes. La novedad es el criterio de la tradición cultural de la modernidad; lo nuevo es siempre el núcleo del discurso moderno, de manera que la sumisión a la novedad y la consiguiente sustitución permanente del contenido de ese núcleo discursivo convierten lo moderno en objeto del cambio. La modernidad se construye desde lo polémico, ya que la adopción de una tradición propia e identificativa se hace imposible ante la sustitución reiterada de la tradición imperante por nuevas tradiciones culturales que son sencillamente más recientes. Por eso la tradición de la modernidad es siempre diferente de sí misma porque siempre está cambiando, siempre está siendo lo más novedoso y nunca ella misma: la modernidad se convierte así en algo que es permanentemente distinto de su propia identidad, es algo completamente otro. Paz, O., 1990. 226 La heterogeneidad y ambigüedad de lo moderno conducen a una aceptación de lo plural. La diversidad del cambio lleva a reconocer la necesidad de la pluralidad, de sus infinitas variaciones y elementos, de su esencia indefinida y de su constitución como permanente alteridad múltiple. Este reconocimiento de la pluralidad significa, a la vez, hacer de la desunión, de la separación el elemento central de la tradición moderna. Por eso dice Paz que la modernidad "es una separación. Empleo la palabra en su acepción más inmediata: apartarse de algo, desunirse"54. La modernidad es separación de sí misma, desunión de su núcleo y disyunción de sus elementos. Para el poeta mejicano también es el enfrentamiento radical entre dos principios del conocimiento entendidos como contradictorios, lo que originó que la modernidad se constituyera de esta manera al final del Renacimiento. La oposición entre la razón y !a revelación, la conciencia de que esta oposición era insalvable55, fue el momento originario, el principio de esta tradición moderna que será ya siempre ruptura de sí misma56. Lo característico de estas concepciones rupturistas de la modernidad es que ambos autores coinciden en atribuir al humanismo renacentista una probada incapacidad para controlar y limitar, para dirigir, las trayectorias que ya entonces dejaba sentir la Modernidad. Paz57 y Touraine58 coinciden en localizar en esa época de la tradición cultural occidental el origen de los excesos rupturistas de la modernidad triunfante. 34 ibid., p. 5 1 . ibid., p. 48. 56 "...la razón tiene la tendencia a separarse de ella misma: cada vez que se examina, se escinde; cada vez que se contempla, se descubre como otra ella misma. La razón aspira a la unidad pero, a diferencia de la divinidad, no reposa en ella ni se identifica con ella". ibid., p. 48. 57 "La novedad del siglo XVII no era crítica ni entrañaba la negación de la tradición. Al contrario, afirmaba su continuidad; Cracián dice que los modernos son más agudos que los antiguos, no que son distintos. Se entusiasma ante ciertas obras de sus contemporáneos no porque sus autores hayan negado el estilo antiguo, sino porque ofrecen nuevas y sorprendentes combinaciones de los mismos elementos. Ni Góngora ni Gradan fueron revolucionarios, en el sentido que ahora damos a esta palabra; no se propusieron cambiar los ideales de belleza de su época, aunque Góngora los haya efectivamente cambiado: novedad no era para ellos sinónimo de cambio, sino de asombro", ibid., p. 19. 58 "Desde principios del siglo XVI, el humanismo se ha identificado con la búsqueda de un compromiso entre los dioses y la naturaleza, la fe y la Iglesia, el sujeto y la ciencia; 55 227 Humanismo y modernidad: la aportación de Pedro de Valencia Para Touraine, el humanismo fue el intento de reparar los daños que la modernidad estaba causando por su propia escisión, intento que se desveló fallido apenas comenzado y ya nunca recuperado. Mientras que declara impotente el humanismo, Touraine propone en su crítica de la modernidad el establecimiento de un diálogo entre la razón y el sujeto para dirigir el camino de la modernidad en un sentido similar al que llevaron a cabo los humanistas. La diferencia principal entre un método y otro radica en que los humanistas optaron por recurrir en el siglo XVI a un poderoso instrumento intelectual para llevar a cabo tal empresa -el escepticismo- mientras que Touraine mira hacia una nueva teoría de la democracia59 como la categoría más adecuada de hacer efectiva esa labor de integración. Ahora bien, el error fundamental de este planteamiento del autor francés en lo que al humanismo se refiere es su limitación al considerar el humanismo como el humanismo de Montaigne. En mi opinión, el difusor del escepticismo en Francia no es más que un modelo entre otros de las posibilidades que conformaron el gran movimiento humanista. Más aún, el humanismo de Montaigne es un humanismo que se encierra en la propia identidad de un sujeto impotente para predicar desde ese lugar una desmoralizada identidad de supervivencia. El humanismo de Montaigne es impotente para dar cuenta de la escisión de la modernidad porque renuncia a hacerlo, porque su escepticismo se limita a una de las vías que la edición de Sexto Empírico abrió -la del escepticismo moral y con unas pretensiones muy limitadas- y deja las demás sin transitar. Por otra parte, su visión del estoicismo es igualmente parcial y esto le conduce a limitar su idea del sujeto al yo intimista y solitario de sus Ensayos; nunca pretende dar sentido a un Montaigne le dio su expresión más alta. Pero esa lección de prudencia y de sabiduría no puede prevalecer contra las necesarias rupturas ni contra la búsqueda de uno mismo como Sujeto en la que está comprometido el individuo moderno y que le ha llevado a perturbar de modo permanente el orden establecido. El día en que el Sujeto se degrada en introspección y el Sí mismo en papeles sociales completamente impuestos, nuestra vida personal y social pierde toda fuerza de creación y ya no es más que un museo posmoderno donde sutituimos por recuerdos múltiples nuestra impotencia para producir una obra". Touraine, 1993, p. 2 7 1 . 59 Touraine, A.: ¿Qué es la democracia?, Madrid, 1994. En especial los capítulos dedicados a «la cultura democrática». 228 yo que, como consecuencia de su vertiente práctica, tiene también una dimensión volcada hacia el exterior, hacia la vida pública, hacia ía consecución de su sentido a través de la relación con su medio cultural y social. Sólo impropiamente se puede hablar del humanismo como un movimiento intelectual genérico con una serie de características uniformes y con las mismas técnicas en el tratamiento de la realidad. El humanismo es esencialmente una pluralidad de humanismos, múltiples tradiciones humanistas que representan otras tantas formas de pensar el conocimiento. Hay tantas interpretaciones del conocimiento como humanismos podamos encontrar. Además, esta pluralidad de formas de ser humanista y de formular su relación con el conocimiento no se establece solamente por la distancia que guardan con el posterior racionalismo ni con el método científico. Cada tradición humanista reformula su manera de hacer conocimiento, de reconstruir la realidad y esto es precisamente lo que las caracteriza. No se puede concebir toda ¡a amplitud del movimiento humanista en función del grado de racionalismo que se puede encontrar entre sus fundamentos. En este sentido hay que recordar que las propuestas de Toulmin 60 para pensar el origen de la modernidad difieren considerablemente de las realizadas por Touraine. El trabajo de Toulmin va en la línea de diferenciar una doble vía fundacional en el pensamiento moderno: por un lado, la vía científica y filosófica de los racionalistas del siglo XVII y, por otra, ¡a dimensión propiamente literaria que se da en los humanistas del siglo XVI, ya con un carácter eminentemente moderno. Para este autor, también supuso un error filosófico de gran envergadura el olvido de la vía iniciada en los siglos XV y XVI por los humanistas del Renacimiento europeo 61 . La recuperación de este doble origen y la posibilidad de pensar los problemas actuales de la teoría del conocimiento y de la filosofía al hilo de las investigaciones sobre 60 Toulmin, S.: The Hidden Agenda of the Modern ity, Chicago University Press, 1992. ' "...here we may therefore ask if the modern world and modern culture did not have two disctinct origins, rather than one single-origin, the first (literary or humanístic phase) being a century after the second. If we follow this suggestion, and carry the origins of Modernity back to the late Renaissance authors of Northern Europe, we shall find the second, scientific and philosophical phase, from 1630 on, leading many Europeans to turn their backs on the most powerful themes of the first, the literary or humanístic phase. After 1600, the forms of intel·lectual attention turned away from the humane preocupations of the late 16th century, and moved ¡n directions more rigorous, or even dogmàtic, than those the Renaissance writers pursued". Toulmin, S., o.c, p. 23. 6 229 el humanismo europeo y de sus conexiones con el racionalismo posterior son parte importante de su programa de trabajo62. Hay que decir que la figura de Pedro de Valencia ocupa un lugar privilegiado en la interpretación de este doble origen de la modernidad. Tanto por su posición cronológica como por las propias implicaciones de su trabajo en los diversos campos de la investigación, su figura y el valor de su obra adquieren progresivamente mayor relevancia. La coincidencia de su trabajo propiamente filológico y de las aportaciones que el escepticismo implica para el desarrollo de un nuevo tipo de trabajo metodológio y científico son de gran importancia para interpretar bajo un nuevo prisma el inicio de la modernidad. El resultado en el caso de nuestro autor será el de una filosofía eminentemente práctica orientada hacia el sujeto, lo cual supone de por sí una gran diferencia respecto al racionalismo abstracto del siglo XVII y da idea de las repercusiones de este tipo de pensamiento. La aportación de la obra de Pedro de Valencia a una posible reinterpretación del humanismo y de la modernidad son, en mi opinión, fundamentales. Por otra parte, el caso de la identidad cerrada sobre ella misma de Montaigne no tiene nada que ver con la salida que le da Pedro de Valencia a ese mismo problema. Como vimos al tratar sobre las posibilidades del escepticismo, Pedro de Valencia articula una forma de evitar el solipsismo al que quedaba limitado por la influencia cínica en su concepción ética individual; para ello recurría a una dimensión de la tradición estoica que hacía de la preocupación por el espacio público una de las motivaciones prioritarias de su ética. A pesar de las determinaciones a que se veía sometido el estoico de la Antigüedad por razón de la quiebra del concepto de polis, nunca renuncia al elemento político y social para la consecución de la felicidad. De este concepto estoico se vale el humanista extremeño con la intención de dotar teoréticamente al hombre de elementos para actuar con garantías en el espacio que conforma su idea de lo público. Esto es lo radicalmente novedoso en la aportación de Pedro de Valencia a una reconstrucción de la modernidad. bl "...is our need to reappropiate the wisdom of the 16th century humanists, and develop a point of view that combines the abstract rigor and exactitude of the 17th century "new philosophy" with a practica! concern for human Ufe in its detail". Ibid., p. xi. 230 De esta forma se hace difícil encontrar en Pedro de Valencia una determinación obsesiva por la identidad del sujeto como ocurre en el caso de Montaigne. Y es más difícil encontrarla si tenemos en cuenta que la idea del espacio público en nuestro autor no se concibe sin la presencia de un hombre que sólo se realiza si consigue su idoneidad ética y política en ese espacio. La idea del espacio público es ininteligible sin la presencia del hombre y, de la misma forma, el hombre sólo puede aspirar a encontrar su identidad si se libera de las determinaciones que le presenta la estructura social y económica imperante. Recordemos por otra parte, que el análisis que hace Valencia de la estructura ética de la actuación social en la Relación de la traza de las virtudes fecha por Pedro de Valencia y Juan Bautista Lavaña63 está marcada por la dominación de la virtudes de la prudencia y de la justicia por encima de cualesquiera otras. Además, la justificación de esta primacía de virtudes públicas en el discurso ético no sólo tiene que ver con el pensamiento de la realidad concreta de España, sino que se justifica en torno a una tradición del pensamiento ético occidental que, desde Aristóteles, hace de esta virtud la máxima aspiración del hombre, del ciudadano. El concepto de justicia en Pedro de Valencia está marcado por la idea de que, bajo su implantación como clave de la vida comunitaria, se ha de conseguir un equilibrio social entre todos los sectores independientes de la comunidad. Valencia imagina la justicia presidiendo una pirámide de tres caras en cada una de las cuales estaría situado uno de los cuerpos sociales: en una de ellas se situarían los gobernantes, es decir, reyes, príncipes y emperadores; en la segunda, estarían los nobles y senadores; por último, en la tercera estaría el pueblo llano, "gente popular". El motivo de esta escenificación es representar los tres tipos de gobierno que se dan en el mundo, la monarquía, la aristocracia y la democracia y, especialmente, mostrar que por encima de las formas concretas que adquieran los gobiernos está el concepto de la justicia, que es superior a las formas políticas, ya que su verdadero valor proviene de sus funciones en la vida social, en las relaciones entre los hombres y entre las naciones. La justicia es la única fuerza capaz de mantener la paz y la convivencia igualitaria 64 . 63 BNM, Ms. 5585, fols. 138r-144r La formación de Pedro de Valencia como jurista le lleva a hacer un análisis sobre la legislación real en el que se pone como obligación primera establecer la justicia que 64 231 Y es que el valor social de la justicia queda ratificado más adelante cuando Pedro de Valencia reivindica la identificación entre el contenido de la idea de justicia y el concepto de igualdad entre los hombres que forman parte de la misma comunidad. La justicia es ante todo igualdad o, como dice el cronista, equidad. "Otro símbolo es el avestrus que porque sus plumas son iguales, y las unas no sobrepuxan a las otras, lo pintaron los antiguos por símbolo de la igualdad, nombre propio de la Justicia que se llama también Aequitas en latín'*5. El cuadro general de las virtudes que han de presidir la vida práctica del ciudadano queda cerrado si atendemos a las virtudes que han de acompañar en ia traza a la igualdad: «...a los lados (de la gratitud) la están acompañando dos Matronas, que son la raçon; y la memoria; la raçon le da entender las obligaciones, y la memoria le recuerda las deudas»bb. La presencia de estas dos virtudes aleja el humanismo de Pedro de Valencia de posibles tentaciones similares a las que siguió Montaigne y supone un cuestionamiento de la propuesta de Touraine. La desaparición del sujeto social en la anulación de la objetividad de la identidad queda tan lejos del discurso de nuestro humanista como la pasividad ante los obstáculos que las realidades sociales y económicas intentaban imponer al hombre de principios del siglo XVII. El humanismo de Pedro de Valencia está reconciliado con la tradición cultural e histórica de su comunidad a través de la memoria y es capaz de pensar nuevas formas de acometer los desafíos éticos y sociales que le salen al paso. El pensamiento en favor de un sujeto liberado tiene en Valencia un buen ejemplo, aunque sus propuestas concretas se dirigieran al ámbito de las reformas sociales y de la restructuración económica del reino. La reforma política no tiene lugar en sus discursos, aunque no sabemos si la conversión emana de ese ordenamiento jurídico. En la Descripción de la virtud de la justicia con ocasión de querer Arias Montano comentar las leyes del Rey no, (fol. 32v) dice el de Zafra: "...porque la siguen como a reina y como sus criadas todas las virtudes y bienes, la paz, la libertad, la concordia, las riquezas, y dejan la tierra en la tiranía, los vicios y en ia miseria de todos los males". 65 Pedro de V.: Relación de la traza..., fol. 140v. 66 ibid., p. 141r. 232 de pobres y ociosos en propietarios agrícolas y la reforma del sistema impositivo en uno con imposición progresiva o, al menos, proporcional, no habrían significado para el reinado de Felipe III un cambio bastante mayor que cualquier intento de equiparación civil entre los diferentes estados. De esta forma, se puede afirmar que la aportación humanista de Pedro de Valencia rebasa los límites de la descripción que del humanismo hace Touraine, ya que asume que nuestro autor había hecho de la preocupación social y económica el objetivo último de su discurso práctico, pero, a la vez, su vocación de investigador de la Antigüedad, de filólogo y de historiador de la filosofía suponen un acercamiento al humanismo literario del siglo XV del que habla Toulmin. Esta conexión entre humanismo y modernidad presenta además, en el caso de Pedro de Valencia, un nivel de acierto y de calidad intelectual digno de mención. Por otra parte, hay que resaltar que junto a la posición clave de la ¡dea de la justicia en el marco de las relaciones sociales y económicas, Pedro de Valencia se detiene en la conceptualización de la prudencia para significar los criterios de actuación del individuo en la vida pública. Frente a la posible utilización de conceptos morales provinentes del discurso ético individual, lo cual sería más indicado en un autor preocupado por la individualidad intimista y en un pensador religioso, opta por la prudencia para definir las características del criterio de comportamiento del sujeto individual en el reino de la vida práctica. Para Pedro de Valencia la prudencia es la sabiduría práctica, es decir, es indiscutiblemente saber, pero a la vez es prudencia sólo si es capaz de ser saber aplicado a la realidad concreta, a la vida práctica. Por eso una de las imágenes que sugiere es la de Catón -el Mayor- hablando en el Senado, persuadiendo -éste es el término exacto- a los senadores respecto a la resolución de un asunto concreto en el centro de la vida pública romana. Otra vez es el conjunto de la imagen que describe el humanista lo que da las claves interpretativas67. En este caso, a la prudencia la acompañan la "solercia" y la providencia. La "solercia" es más que otra virtud práctica, es la habilidad o astucia para hacer o tratar un asunto práctico. La providencia, por su parte, aparece precisamente "...porque el oficio propio desta virtud, como lo significa 67 ibid., fol. 139v. 233 su nombre es conjeturar, y ver con el entendimiento, y discurso las cosas antes que acontescan para prevenirlas, y ataxar los inconvenientes, y disponer de manera que hagan menos daño..."68. Hay otro caso que también sirve para argumentar en contra de la consideración de Touraine acerca de las limitaciones del humanismo y, a la vez, en favor de la hipótesis de que en buena medida el humanismo aquí expuesto fuera ya precursor de la concepción de la modernidad como unidad de racionalidad y subjetividad. Se trata de la concepción sobre la actividad de los personajes encargados de gestionar la vida pública y sobre el ideal de bien público que hay detrás de ella. En la Carta al Licdo. Alonso Ramírez del Prado cuando fue proveído Fiscal de Hacienda, hay toda una concepción sobre la vida pública que poco tiene que envidiar a las que actualmente se reclaman para hacer de la política y de la administración una actividad ejemplar y limitada a los extremos que un discurso moral propio de ese ámbito prescribe. Sin duda hay en ella una fuerte influencia de las ideas que Cicerón tenía del modelo republicano. En el caso del abogado romano su formación estoica tanto como el ambiente familiar le impulsan a conectar sus pretensiones morales con sus ambiciones políticas. La idea de una razón universal que dirige armónicamente el mundo conecta con el ideal republicano de gobierno que ve peligrar Cicerón. Su idea de la vida pública tiene que recurrir a un ineficaz -en su caso- pragmatismo político para unificar los datos vertidos por su experiencia en asuntos ciudadanos y los imperativos morales de una razón autónoma. Lo más destacable es que pocos autores hasta nuestros días han sido capaces de revivir como Cicerón un apasionamiento y un respeto tales por la presencia de la ética en la acción política. En Pedro de Valencia, en cambio, están bien presentes tres elementos muy destacables. Por un lado, la situación caótica de la administración pública española, así como la ineficacia de ésta en el tratamiento de los asuntos que le eran propios. Además, Pedro de Valencia interpreta la labor de los miembros de la administración como la de administradores de un patrimonio que les es ajeno y que pertenece a todo el pueblo. Por último, la capacidad redistributiva -digámoslo en términos actuales- del gobierno 68 ibid., fol. 139v. 234 y de las recaudaciones en favor de los más necesitados, que por otra parte eran la mayoría, constituía la obligación más importante y precisa de cuantas tuviera asignadas. La forma en que el Fiscal de Hacienda debía organizar su trabajo es buena prueba de ello. "...y en esto deve hacer justicia despachando primeros los negocios más antiguos y retardados, y los de personas pobres y miserables y opprímidos, biudas y huérfanos, y no por favores y ruegos haçer lo que bastava después primero, sino antes ¡os negocios de personas, ..." 69 . Como siempre, tras estas recomendaciones hay toda una teoría sobre el comportamiento del hombre en los asuntos públicos y de la verdadera naturaleza de la vida social así como del papel que deben seguir los encargados de gestionar los cargos de responsabilidad política. Para Pedro de Valencia está claro que la verdadera naturaleza e intenciones de una persona se manifiesta en sus actuaciones públicas 70 y no en la vida privada, ya que "qualquiera es sabio de palabra. El hacer es el saber//7\ Valencia completa su discurso acerca de la función pública recurriendo a la doctrina platónica para señalar que el único fin que ha de mover las actividades del gobierno es el bien público y el bienestar y la felicidad de los ciudadanos de la república. "Platón dice muy bien que ningún arte ay que tenga por fin el provecho particular del artífice, ni aun que en alguna manera lo considere. El fin del arte bien ageno es; de la medicina el provecho de los enfermos, de la administración real el bien de los subditos"72. La idea de que el pensamiento de Pedro de Valencia, con todas sus limitaciones pueda ser considerado como un anticipo de lo que posteriormente se añorará como la forma adecuada de modernidad pasa sin duda por la posibilidad de que encontremos en el pensador de Zafra una teoría sobre la actividad del hombre en la vida social, en el espacio público. Esto es, que 69 Carta al licúo. Alonso Ramírez cuando fue proveído Fiscal de Hacienda, p. 12. "..., y un dicho antiguo y sabio diçe que los off icios o cargos públicos descubren quien es cada uno", ibid., p. 2 71 ibid., p. 2 72 ibid., p. 4. 70 235 además de eludir el solipsismo moral del humanismo que representa Montaigne, consiguiera eludir el solipsismo de la conciencia que tiene en Descartes a su principal creador. Para Descartes, el sujeto pensante, que funda la realidad por medio de la duda metódica y de la certeza de la idea de Dios, no precisa de ningún espacio para construir su identidad maltrecha por la quiebra de su universo cultural. El yo cartesiano es res pensante y como tal no precisa de ningún espacio sobre el que actuar, de obstáculos materiales por medio de cuyo enfrentamiento vaya constituyendo su identidad. El «yo pienso» es autosuficiente en su pensamiento, en su idealidad racional. Sin embargo, el sujeto práctico de Pedro de Valencia, de la modernidad armonizadora, no sólo precisa de un espacio que se le oponga, sino que no puede realizarse como hombre si no es mediante el intercambio dialéctico con el espacio social que le es propio y que le impone relaciones de poderío. El sujeto práctico se hace en su espacio social. Ahora bien, ¿qué papel juega el lugar social en el pensamiento de nuestro humanista? El papel del espacio social en la concepción del hombre que tiene Pedro de Valencia es el del lugar donde únicamente la identidad del sujeto se puede realizar mediante la liberación de las trabas sociales y económicas que la estructura social desigual del país imponía sobre la mayoría de la población. No se puede concebir el sujeto en el humanista extremeño sin una armonización de esas desigualdades en una sociedad más justa y más igualitaria. La situación de extrema pobreza en que vivía casi toda la población, y especialmente la población rural, es un elemento insalvable no para la consecución de un objetivo felicitario o moral, sino ni siquiera para alcanzar unos mínimos de subsistencia material. Pero el humanista no se queda en la mera reclamación de sustento para todos, sino que -como hemos visto- articula una idea de la vida política y de la república en la que el gobierno sólo tiene sentido si es un gobierno cuyas acciones se dirigen a sacar de la indigencia y a atender a los más necesitados, a los pobres, es decir, a todos los ciudadanos por igual. En este sentido hay que entender ios escritos de temática social. Pedro de Valencia no reclama una equiparación de los derechos políticos, pero sí una unificación igualitaria de todo el pueblo; este tratamiento igualitario no conoce más excepción que la figura del monarca y a ella no escapan ni los clérigos ni los nobles. Esta reorganización social pasa por la conversión de 236 una gran mayoría de la población en propietarios, en poseedores de las propias tierras que cultivarán, lo cual supondría una reforma de consecuencias impredccibles. Por otra parte, los discursos económicos van dirigidos a criticar los despropósitos de la política monetaria del gobierno de Lerma, pero tantas páginas como a este tema, dedica a sus ideas acerca de la reforma fiscal. El sistema fiscal que imperaba, en el que la mayoría paupérrima soportaba toda la carga impositiva de la hacienda estatal, pretende ser sustituido en la teoría económica de nuestro autor por un sistema en el que contribuyan más a la hacienda pública los que más riqueza tienen. En verdad, todas las medidas que propone Pedro de Valencia acerca de la reforma de los hábitos en la administración y en el gobierno, las reformas económicas y técnicas que precisa la agricultura, tienen como objeto reivindicar la situación económica de los ciudadanos españoles y reclamar una igualdad social entre ellos. De esta forma, la idea de sujeto que se realiza a través de su identidad en el grupo social, se completa perfectamente con una de las ideas centrales del pensamiento socioeconómico de nuestro humanista, la idea de trabajo. El acercamiento al concepto principal del Discurso contra la ociosidad se ha realizado la mayoría de las veces con la intención de aclarar el papel que esta idea jugaba entre sus ideas económicas73. Es cierto que casi toda la reforma del sistema económico que propone Pedro de Valencia se concentra en una reformulación de la concepción del trabajo que existía en España hacia 1608, pero también se puede comprobar que la idea de trabajo tiene un papel fundamental en la elaboración de la teoría del sujeto. El sujeto sólo es capaz ele apropiarse de su identidad y reconstruir su unidad con el mundo mediante un control sobre su propia vida, control que sólo es posible realizar a través de la actividad, del trabajo. El trabajo es una necesidad existencial y anímica del hombre porque «como dize Aristóteles, el mismo bivir es obrar i hazer algo, que es estar en perpetua acción el ánima i sus spíritus i facultades naturales, i el que no obra se a de tener por muerto, i de el no trabajar no a de escusar cosa ninguna si no es el no poder, ...»74. 73 74 Calderón, 1927b. Valencia, Pedro de: Discurso contra la ociosidad, p. 160. 237 La necesidad del trabajo en una concepción de la vida como quehacer es significativa respecto del contenido que Pedro de Valencia le daba a la idea de sujeto. No se trata solamente de que el trabajo sea beneficioso para la salud física o espiritual del hombre, sino que la definición de vida como quehacer abre una puerta de gran valor a una concepción del hombre en cuanto sujeto práctico, que sólo se apropia de su identidad y de su destino mediante la actividad en que consiste su vida. El trabajo es la manera prioritaria que el hombre tiene de relacionarse con el medio, con su espacio social. Por eso insistirá nuestro autor en la importancia del trabajo como forma de articular esa relación. El trabajo es, pues, el medio que tiene el hombre para constituirse como sujeto, para formar su identidad y dar sentido pleno a su pertenencia a un lugar social y a una comunidad. Pedro de Valencia extiende además su idea del trabajo al campo de la organización social. El trabajo, la actividad de cada hombre, ha de ser el elemento estructurador de la sociedad; primero porque la sociedad que idea el humanista extremeño estará dividida en compartimentos sociales en los cuales los individuos se identificarán por la labor que realicen y, segundo, porque ia obligación del trabajo es universal, se extiende a toda ¡a población y a todas las capas sociales sin excepción. La universalidad del trabajo es otra idea eminentemente moderna, que tiene como finalidad tanto la organización social y económica del país como la integración de todos los grupos sociales en la formación y desarrollo de la comunidad. Por eso, Pedro de Valencia propone que esta universalidad de la actividad laboral se extienda también a las mujeres, a los ancianos y a los inválidos que no estén completamente impedidos por razón de su edad o de su enfermedad. Por último, Valencia utiliza el concepto de trabajo para proponer una reforma del sistema económico nacional. Rechaza completamente la idea de que la riqueza de una nación depende de la cantidad de dinero que circula así como cualquier inclinación hacia la economía monetaria o especulativa y cifra la riqueza de! país en la calidad, cantidad y capacidad del trabajo que sean capaces de llevar a cabo los ciudadanos. El eje de la productividad económica de un reino depende de una buena división de las funciones laborales, de la eficacia con que éstas se desarrollen y del número de gente que esté dedicada a trabajar para aportar algo al desarrollo de la comunidad a la que pertenece. 238 Esta idea del incremento de la laboriosidad del país está también ampliamente recogida en el Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra aunque en este caso la atención se centra en los problemas de productividad que tenía la agricultura española. En cualquier caso, también aquí se unen los conceptos de sujeto y espacio social e incluso se articula todo el tratado sobre la idea de que la riqueza del país está en sus hombres y en las posibilidades que tengan de alcanzar un cierto sentido de la vida en cuanto miembros de pleno derecho de la comunidad; por eso dice Pedro de Valencia que, a pesar de los males que afectaban al reino, «como queden ios hombres y la libertad, la tierra renovará las haciendas»75. Sin duda, el estudio de cualquier forma del humanismo habrá de realizarse llevando a cabo un acercamiento mayor a su realidad y a la de cada uno de sus protagonistas. El hecho de que en cada humanista podamos encontrar una manera diferente de sintetizar sus ideas epistemológicas es una fuente de riqueza que no se puede homogeneizar. A !a vez, esta pluralidad de posibilidades supone un aumento cierto de la dificultad para analizar las líneas maestras del humanismo español. Creo que siempre será más provechoso perderse en la particularidad de los detalles que en la unificación de las características que son comunes a todos los personajes. En el caso de Pedro de Valencia su capacidad para sintetizar armónicamente una gran variedad de corrientes de procedencia tan diversa es una de sus mejores cualidades. El conjunto resultante puede aparecer contradictorio desde nuestra perspectiva, pero quizás el resultado más destacable de esta necesidad de sintetizar elementos tan distantes sea la falta de un elemento central que funcionara como aglutinador de una nueva forma de hacer teoría, de entender e¡ conocimiento y practicar el humanismo. La síntesis de humanismo y conocimiento en Pedro de Valencia no es completamente asimilable a los modelos conocidos del humanismo renacentista -ni siquiera al erasmismo español-, pero tampoco se puede calificar lo que hizo el humanista extremeño como una forma moderna de hacer teoría. Pedro de Valencia vive el comienzo de la modernidad y el final del humanismo, pero quiere evitar los excesos de definición en que han caído uno y otro. El suyo es un humanismo moderno, que hace del hombre el 75 "Valencia, Pedro de: Discurso sobre el acrecentamiento p. 138. 239 de la labor de la tierra, centro de su reflexión y que lucha porque el hombre sea el objeto de todos los discursos racionales -religión, ética, pensamiento social, economía- sin llegar al punto que poco después alcanzarán los pensadores de la Época Moderna. Pedro de Valencia quiere al hombre en ei centro de todas las ciencias, pero sin que estas ciencias logren la escisión radical de sus discursos en busca de una especialización más efectiva. El esfuerzo más importante del pensamiento de Pedro de Valencia no es el conjunto de propuestas sociales y económicas que buscaban la igualación de todos los ciudadanos, sino este afán de síntesis epistemológica, de unidad del conocimiento. Quizás sea esta una de las últimas muestras del intento del hombre por armonizar sus saberes acerca de la realidad. La conciencia de que la mejor forma de saber a qué atenerse, de tratar con la realidad, no es otra que enfrentarse a ella con una gran síntesis del conocimiento, tiene posiblemente en Pedro de Valencia a uno de sus últimos representantes. El mismo afán sintetizador es la mayor de sus limitaciones. 240 CAPÍTULO 5 Un problema de identidad 1. El reconocimiento del otro La construcción del yo l problema principal para Pedro de Valencia era, pues, un problema de identidad. La dificultad para determinar su yo en un mundo que estaba cambiando sus estructuras más elementales a una gran velocidad era el problema del hombre que asistía al comienzo del siglo XVII. Entre los principios que se aparecen con claridad en los textos de nuestro autor está sin duda la necesidad de dar sentido a ese yo en su ámbito social, es decir, que la realidad primera con la que tiene que contar el hombre para aprehender su identidad, y constituirse así como sujeto y no sólo como individuo ni como subdito, es la sociedad. E A partir del reconocimiento de la sociedad como lugar de sentido del sujeto, la cuestión derivaba en la sustitución de las condiciones vigentes en la estructura social para hacer de ese lugar social un mundo capaz de articular la vida del hombre en su vertiente privada y también en la pública. La sociedad se concibe como un medio susceptible de reformas, sujeto a la capacidad técnica del hombre y a su poder de decisión, para hacer de ella un lugar realmente habitable para todos los que forman la comunidad, es decir, un reino de la igualdad y no sólo de la diferencia. Para llevar a cabo esta labor Pedro de Valencia se sirve del criticismo, de una filosofía orientada a la práctica, al hombre concreto en su espacio 241 natural, y siempre mantiene la vista puesta en los obstáculos que su finitud y las determinaciones del poder le imponen como limitaciones a la apropiación de su propia existencia. La filosofía se hace, pues, antropología del sujeto, de un sujeto consciente de su finitud y de las limitaciones que le impone la estructura social, pero consciente también de que esa sociedad es el ámbito adecuado para recuperar el sentido que precisa el hombre en la construcción de su vida. El hecho de hacer del pensamiento una reflexión antropológica supone un proceso complejo debido a las implicaciones éticas y culturales que conlleva. La reflexión antropológica es ante todo una mirada hacia sí mismo que el hombre realiza, en primer lugar, al adquirir consciència de su estado de indigencia ante la realidad que le rodea. Esta mirada introspectiva es la que hacen los humanistas de la segunda mitad del siglo XVI mediante el recurso al solipsismo estoico, con la certeza de que los problemas para determinar su propia identidad los solventarán con el recurso a esa especie de retiramiento interior del que Pedro de Valencia es un buen ejemplo1. Para estos humanistas, la preocupación por la identidad es la cuestión fundamental y, en principio, no encuentran otro recurso para ello que el intimismo, ya sea religioso, místico o meramente moral. Ahora bien, esta preocupación por la identidad no es más que un paso en el proceso de determinación del yo, de un yo que no puede ser solamente pensante, que tiene que construirse a través del lugar social que le es propio, ya que sólo en ese espacio social conseguirá una síntesis adecuada de racionalidad y subjetividad. La determinación del yo en un espacio social específico supone el reconocimiento de la peculiaridad propia como elemento determinante de la identidad del sujeto. Para ello es imprescindible que el sujeto se haga cargo de su memoria histórica y de sus tradiciones culturales más específicas y diferenciadoras con la idea de hacer de esas diferencias el espacio de desarrollo propio de la identidad. 1 Véanse los siguientes tratados de Pedro de Valencia: Discurso fundado en el Epicteto de Amano sobre los que pretenden vivir con quietud (BNM., Ms. 11160, fols. 72r76r), De la tristeza según Dios y según el mundo, consideración sobre un lugar de San Pablo (BNM., Ms. 5585, fols. 118r-123r), Exemplos de Príncipes, Prelados, y otros varones ilustres, que dexaron Oficios, y Dignidades, y se retiraron (BNM., Ms. 5586, fols. 1 r-1 7r). 242 Ame W Ai Sin embargo, el establecimiento de una identidad social, cultural e histórica con la intención de encontrar un referente mediante el cual el sujeto pueda reconocerse, inicia un proceso que ha de Nevar indefectiblemente al reconocimiento como distintos de aquellos sujetos que no tienen esos mismos rasgos de identidad. El reconocimiento de la propia identidad para constituirse como sujeto es automáticamente el reconocimiento de aquél que es diferente como un sujeto radicalmente distinto, esto es, como un sujeto que es otro, que tiene otra identidad. El reconocimiento del otro se convierte de esta forma en un paso imprescindible en la determinación de la propia identidad como ser social. El principal obstáculo en esta búsqueda dramática de la identidad surge a! reconocer la existencia de ese otro, radicalmente distinto, en el mismo lugar social que yo he articulado como determinante en mi necesidad de identidad; es decir, el establecimiento de la propia identidad en el siglo XVII supone la entrada en una contradicción de gran calibre, ya que la constitución como sujeto en el lugar social choca con la constitución diferente de otros grupos que, sin embargo, comparten conmigo ese mismo lugar social. Esto implica una limitación respecto al valor inicial que el sujeto había dado al espacio social como determinante de la identidad y una reformulación del problema social en los términos de la pluralidad de identidades que ya en este momento coexistían en el mismo ámbito, en España. La cuestión ahora es encontrar la identidad propia contando con la presencia de esas diferencias que son reconocidas en el mismo lugar social, de manera que el pensamiento sobre la constitución del sujeto ha de sobrepasar los límites estrechos de la propia identidad y pensar, a la vez, las posibilidades que se abren con el reconocimiento de un yo diferente. No tiene sentido abarcar el problema del espacio social si no es desde la pluralidad antropológica que incorpora la presencia de varios grupos social y culturalmente bien diferenciados. El problema del yo, del sujeto, tiene que ser pensado desde la integración de todas esas nuevas perspectivas; de ninguna otra forma se completará la unidad de sentido precisa para reivindicar la propia identidad, si no es mediante la presencia activa de esos nuevos elementos diferencialmente reconocidos gracias al contraste con mi propio realidad sociocultural. El reconocimiento implica ahora una ampliación de lo que hasta entonces era el espacio social. El reducido y limitado espacio social, en el que destacaba la uniformidad de rasgos históricos y culturales y, a la vez, el contraste debido a las JC *T-Jr diferencias sociales y económicas producidas por la estructura feudal y nobiliaria heredada de tiempos anteriores, es ahora un espacio social ampliado por la diversidad de perspectivas desde las que se afronta la constitución de los distintos sujetos reconocidos. No puede ya encontrarse la identidad propia ni abordar la constitución como sujeto si no se hace a través del pensamiento e integración en sus diferencias de los distintos puntos de vista que se han incorporado al debate ético y social. Ahora el sujeto debe integrar el mundo social y económico que se le opone y, simultáneamente, incorporar a su reflexión las razones de su identidad cultural. Esta apropiación de los rasgos culturales diferenciadores representa la mejor fómula del reconocimento de las peculiaridades culturales de los otros grupos y, lo que es más determinante, obliga a la apertura a esos otros diferentes como condición indispensable para autentificar el proceso de constitución de la propia identidad. El hombre que contempla el comienzo de la modernidad tiene que abrirse hacia el otro y entenderlo para dar razón de su propia identidad, y esto aunque la apertura no implique la aceptación de la igualdad entre ambos. Este reconocimiento del otro y de sus rasgos diferenciadores irá cobrando importancia conforme avance la Época Moderna y el discurso acerca de la libertad del hombre vaya ocupando un lugar central en el pensamiento filosófico. La reflexión sobre la libertad humana se irá haciendo reflexión política en la que la aceptación y universalización de los llamados derechos humanos ocupará el centro de las pretensiones de los ciudadanos; esta reflexión sobre la libertad tendrá, en las anteriores consideraciones sobre las diferencias sociales y culturales de los distintos grupos, un punto de referencia obligado al pretender conseguir la validez universal de sus propuestas. Esta validez universal precisará de una atención a todo lo que de diferenciador haya en la constitución de la identidad de esos grupos, de manera que la intención de constituir la identidad y el sentido en cuanto que grupo no implique una limitación o una renuncia a la libertad2. 2 «La idea de sujeto combina de hecho tres elementos cuya presencia es asimismo indispensable. El primero es la resistencia a la dominación, tal como acabamos de evocarla; el segundo es el amor de sí, por el que el individuo plantea su libertad como condición principal de su felicidad y como un objetivo central; el tercero es el reconocimiento de los demás como sujetos y el apoyo dado a las reglas políticas y jurídicas que otorgan a la mayoría la mayor cantidad de oportunidades posible de vivir como sujetos.» Touraine, 1994, p. 269. 244 Lo cierto es que, como veremos más adelante, los problemas que representaban los grupos sociales diferenciados en la España que vivió Pedro de Valencia no son más que el anticipo de los que hoy sigue viviendo la sociedad occidental con los inmigrantes, los parados y los deshauciados socialmente. Para nuestro autor representaban en primer lugar un problema de integración en el conjunto de la reflexión sobre el hombre y sobre su circunstancia social; suponían también un elemento más a la hora de apropiarse y modificar, en cuanto sujeto, el entorno natural y social que se le oponía en el desarrollo de su libertad. Por eso, las distintas respuestas que se dieron en la época a los problemas de convivencia que en un sentido u otro suponían estos grupos constituyen un catálogo de posturas ante el problema de la integración y de la igualdad en el origen de las sociedades modernas. La racionalidad práctica de Pedro de Valencia chocaba ante esta diferencia cultural con la subjetividad que era identificada en esta época fundamentalmente a través de las formas del cristianismo extendidas a la mayoría de la sociedad. Una sociedad que en gran medida veía con recelo las diferencias sociales y culturales que reconocían en estos grupos y que, apoyados por la labor homogeneizadora de la razón política, trataban de eliminar. La cuestión de la identidad política y cultural era antes un problema de identidad religiosa. Los problemas que se suscitaron tras el descubrimiento de América y el encuentro con otros pueblos fueron la causa principal de que el problema de ía diferencia cultural pasara a ser un tema principal en el debate acerca de la propia identidad. Bien es verdad que este debate había tenido episodios anteriores a causa de los problemas que desembocaron en la expulsión de los judíos y en las pragmáticas de Felipe II acerca de los moriscos de Granada3. Sin embargo, hasta que el contacto con las tierras americanas y la convivencia entre la cultura cristiana que llevaban los españoles y las diferentes culturas nativas no provocaron conflictos -irresolubles mediante el pensamiento establecido- no se procedió a elaborar otra reflexión. Son conocidos episodios sobre este asunto como los que protagonizaron Fr. Bartolomé de las Casas y Sepúlveda; sin duda estos debates son buena 3 Un buen ejemplo de las alteraciones de los moriscos en reinados anteriores son las que se produjeron en Granada (1499-1501) y en Valencia (1526). Véase Avilés, Villas y Cremades, 1988, p. 141. 245 prueba de la conmoción que el choque cultural provocó en la cosmovisión cristiana, ya bastante alterada con la crítica humanista y, después, con la Reforma protestante. Pero es probablemente en Francisco de Vitoria donde encontramos por primera vez un punto de equilibrio y un debate riguroso. Pedro de Valencia asumió en buena parte sus planteamientos. El interés de Vitoria por teorizar acerca de los indios americanos venía derivado de una cuestión religiosa. La concepción del indio como un esclavo o como un bárbaro suscitaba problemas teológicos de gran calibre, ya que si se pensaba que el indio americano tenía unas características similares a ¡as que, según la teoría aristotélica de la esclavitud, se aplicaban a todo aquel que no era griego, entonces, resultaba difícil fundamentar la obligación de extender la doctrina cristiana a seres que estaban a un nivel infrahumano 4 . Castilla Urbano ha puesto de manifiesto que la concepción inicial del indio que tuvieron los europeos era muy similar a la ya citada idea del bárbaro de los griegos. Como sabemos esta doctrina del bárbaro tenía como trasfondo una concepción de la esclavitud que hacía inferiores y sometidos a todos aquellos cuyas culturas y lenguajes fueran diferentes de los del pueblo griego. La inferioridad, podríamos decir, que no era un problema intrínseco a los otros pueblos, sino que se ponía de manifiesto solamente cuando estos pueblos entraban en contacto con el griego. Era de la interrelación, de la presencia mutua, de la confrontación entre las diferencias culturales, de donde nacía esa inferioridad. Para los griegos, todo el que no hablaba su lengua y compartía las mismas pautas culturales era, de por sí, un bárbaro. Y esto ocurría con todos los pueblos por igual, ya que el griego no diferenciaba más que la oposición general de todos los otros pueblos respecto de su propia manera de ser y de concebir el mundo. Todos los que no eran griegos eran bárbaros5. El problema en el siglo XVI aparecía marcado por unas pautas bien distintas, pero siempre haciendo uso de la diferenciación entre el pueblo 4 Castilla, p. 232. «El término bárbaro definía, para los griegos, a todas aquellas tribus y culturas cuya característica común era no ser griegos, no hablar el lenguaje de los griegos. Desde este punto de vista, sus costumbres y lenguajes eran uniformes, porque todos ellos eran opuestos a los de los helenos. El desinterés por entender a otras culturas en un plano de igualdad impidió el reconocimiento individual de cada una de ellas». Castilla, p. 233. 5 .246 dominador, y sus formas culturales, y los pueblos dominados, y sus inferiores culturas. Si para los griegos la cuestión se situaba entre los que poseían sus mismos rasgos culturales y los que eran diferentes, en tiempos de los Austrias el problema se enfocaba desde un punto de vista religioso. Por encima de cualquier otro rasgos diferenciador, en el siglo XV! la clave cultural fundamental era la práctica religiosa, la fe. El esquema dualista griegobárbaro se traslada hacia un dualismo del tipo cristiano-indio en un primer momento y, después, hacia una caracterización general en función de ía identidad religiosa6. Ahora bien, si se optaba por un esquema de este tipo quedaba en entredicho la capacidad de los indios para asumir la doctrina cristiana. Si se marcaba claramente una línea de separación entre ambos mundos culturales se declaraba la superioridad del europeo cristiano, pero también se iniciaba un camino sin retorno en el proceso de evangelización. Al establecer la religión como signo de identidad de los pueblos y determinar la superioridad de los cristianos, se impedía continuar la tarea evangelizadora porque una asunción de! cristianismo por parte de los nuevos pueblos suponía considerarlos en el mismo nivel que a los cristianos procedentes de Europa. La obligación de unlversalizar la evangelización iba a ser, pues, la clave para la estimación de las nuevas culturas en un plano de igualdad. La religión se convierte en el elemento diferenciador fundamental de la identidad cultural, y la capacidad de recepción y adaptación a la nueva doctrina es la pauta que permite considerar a los indios americanos como auténticos seres humanos libres y responsables; de hecho con este paso se «estaba admitiendo la posibilidad de reconocer ia diferencia y la identidad, de reconocer como iguales a todos los hombres a pesar de la existencia de normas culturales diferenciadas»7. Esta aceptación del indio como un ser humano más, aunque en un nivel mucho más bajo que el de los europeos, supone una alteración sustancial de la perspectiva desde la que se afronta el problema. Si al principio el tema de los indios estuvo presidido por una reflexión que ponía el acento en la 6 «Durante el siglo XVI, además de bárbaro, se utilizaron otras categorías para clasificar a los pueblos y a los hombres. Las que derivaban de la práctica religiosa fueron frecuentes. Términos como gentil y pagano jugaron una función no despreciable a la hora de establecer las categorías clasificadoras de los pueblos europeos.» Castilla, p. 2 4 1 . 7 ibid., p. 256. 247 naturaleza de esos nuevos bárbaros, la introducción del punto de vista religioso y ía necesidad de extender la doctrina había desplazado el asunto hasta un problema de índole cultural. Si los indios eran, al igual que el resto de los hombres, posibles receptores de la doctrina cristiana entonces había que eliminar radicalmente cualquier teoría que hiciera de ellos seres infrahumanos. Sin embargo, el contraste que habían producido el conocimiento de sus costumbres, las diferencias lingüísticas y las distintas organizaciones sociales, representaba un hueco muy difícil de llenar incluso aunque se recurriese a una equiparación de los indios con los europeos en cuanto sujetos susceptibles de la evangelización. El problema fue resuelto convirtiendo lo que era un problema de naturaleza en asunto de diferencias culturales. Si indios y europeos estaban en el mismo escalón natural entonces las diferencias no podían ser más que de tipo cultural. Este reconocimiento de organizaciones culturales distintas de aquellas que portaban los colonizadores suponía un cambio radical en la perspectiva, ya que hacía necesario llegar a una relativización del sistema cultural propio y de ¡as costumbres para llegar a comprender la posibilidad de que otros pueblos estuvieran organizados social y culturalmente de manera tan distinta. Este reconocimiento de la diferencia no supone, en cualquier caso, una aceptación de los valores sociales y culturales encontrados en las nuevas tierras, sino más bien un deseo intenso de llegar a sustituir eí sistema cultural de los indios por el más perfecto y desarrollado de los europeos. Lo importante en este paso es que los indios pasan a ser considerados desde la perspectiva de una cultura diferente y no sólo como seres de otra naturaleza. Además, este cambio de perspectiva constituye, con la aceptación de la diferencia cultural, la apertura hacia la teoría antropológica, hacia el punto de vista antropológico 8 . Esta sustitución del antiguo punto de vista, procedente de la adaptación de la teoría aristotélica de la esclavitud, por una perspectiva en la que priman sobre todo las consideraciones culturales y sociales queda de manifiesto en las Relaciones de Indias. 8 «Dentro de una teoría a medio camino entre lo político y lo antropológico, entre lo antiguo y lo nuevo, entre la identidad y la diferencia, tenía lugar el reconocimiento del otro, el nacimiento del punto de vista antropológico.» ibid., p. 268. 248 La misma estructuración de los escritos de Pedro de Valencia pone de relieve este contraste cultural. La división de las descripciones de las villas y territorios americanos en epígrafes «en que se trata de lo natural» -con especia! atención siempre a la botánica y a la fauna- de «lo moral y político», de «lo militar» y, por último, aquellos «en que se trata de lo eclesiástico», nos advierte respecto a la conciencia que había ya a principios del siglo XVII acerca de la peculiaridad y riqueza de las diferencias encontradas al otro lado del Atlántico. Estas diferencias se extendían al lenguaje, a la cultura y, especialmente, a la religión. Todos estos aspectos son tratados con profusión en las Relaciones, que constituyen así un verdadero catálogo sobre la vida de los nativos y de los colonizadores en los nuevos terriotorios. Asimismo, cuando ya ha transcurrido más de un siglo desde el descubrimiento y, por tanto, de convivencia, estos textos muestran perfectamente cómo se van mezclando y mestizando las prácticas de los distintos grupos que se encontraron en los nuevos terriotorios. Por otra parte, hay que destacar que las descripciones de Pedro de Valencia suponen un texto de carácter privilegiado para el estudio del punto de vista europeo ante las novedades naturales y antropológicas que el conocimiento de estas nuevas culturas iba proporcionando. «Pudiera estenderme en narraciones de fieras, fuentes, plantas y flores aromáticas, en la superstición y culto bárbaro de las naciones, cosas todas que admiran y diuierten, pero sólo me ha venzido el gusto y la curiosidad en las notables y famosas de aquella provincia, porque no se hallen nueuos los ministros del Consejo quando oyeren hablar en estas marauillas. E considerando juntamente que, a vezes, suele ser más agradable la floréenla de vn jardín entre edificios suntuosos, que la grandeça y fábrica destos edificios. De lo demás e recogido aquello solamente que la esperiencia del officio me a enseñado a notar que es de importancia para la buena espedición de los negocios»9. La diversidad de ritos y de costumbres constituían un elemento de sorpresa para los gobernante de Madrid, pero también un peligro para la estabilidad de los gobiernos en aquellas tierras. Toda esta diferenciación era un 9 Valencia, Pedro de: Relación de la Provincia de Quijos, p. 111, en Obras Completas, vol. V/1. El subrayado es mío. reto para desarrollar una labor de gobierno que se basaba principalmente en la homogeneización social, política y cultural de los terriotorios que formaban parte del Imperio. La manera más sencilla de imponer el poder era homogeneizar todas las prácticas y convertirlas al modelo de la península, ya que esto facilitaba la estabilidad y «tranquilizaba» a los gobernantes, que desconfiaban del peligro que podía provenir de la misma diversidad cultural. De esta forma, se recurre al elemento que más podría contribuir a la deseada estabilidad y uniformidad, la religión. La utilización de la religión como elemento de homogeneización de las nuevas sociedades iba a ser fundamental en la colonización y, en cierta forma, se puede decir que así fue utilizado por los gobernantes españoles. Ya era consciente de ello Valencia a finales del siglo XVI 10 , pero esta conciencia del papel político de la religión quedará todavía más claro cuando surja de nuevo el problema morisco. Los moriscos de España y la idea de trabajo El problema de identidad que había surgido como consecuencia de las diferencias observadas en los pueblos conocidos a raíz del descubirmiento se radicalizó a principios del XVII con la llamada cuestión morisca. Ante la persistencia de los partidarios de acelerar la resolución de este conflicto en el sentido de proceder a la expulsión de los moriscos españoles, Pedro de Valencia escribe un Discurso acerca de los moriscos de España, en el que da muestras de su intento de conciliar las posiciones entre éstos y los cristianos viejos. En mi opinión, aparte de consideraciones de tipo económico y de política exterior, la cuestión morisca deja entrever un problema de índole social y cultural. Lo cierto es que la seguridad y la tranquilidad espiritual de los ,0 «Entre los griegos, aquellos primeros maestros de superstición, que se llamaban a sí mismos teólogos, y los poetas, que cantaban las genealogías de los dioses y transmitían sus misterios y el culto de sus divinidades, fueron honrados con el nombre de sabios, aunque no podemos afirmar que no se dedicaron a ningún aspecto de la verdadera sabiduría, sino que al parecer se ocuparon más bien, de una forma oscura y enmascarada, de lo que podríamos llamar política. En efecto, el establecimiento y la conservación de la religión constituye la base más importante y sólida del gobierno.» Valencia, Pedro de: Académica, pp. 66-67. 250 cristianos pasaban por la unificación social y cultural de todos los habitantes de la península. Por eso, las medidas que se habían tomado contra el pueblo morisco estaban en la línea de anular sus peculiaridades culturales y religiosas y obligarles a asimilar la propias de la cultura cristiana. En este caso, el problema quedaría resuelto solamente mediante la eliminación de una de las dos culturas, esto es, que el reconocimiento de la diferencia cultural había llevado consigo inmediatamente la percepción de la necesidad de anular la menos poderosa, la más reducida numéricamente. La unidad nacional se concebía solamente en virtud del principio de unificación cultural y religiosa, lo cual llevaba a considerar a los que practicaban otra religión no como auténticos subditos del rey, sino como ciudadanos de segunda clase. Como dice Serrano y Sanz, «no se concebía la unidad patria sin la unidad religiosa, política seguida por la casa de Austria que en esto marchaba de acuerdo con el pueblo. Sin embargo, cuantas medidas adoptaban los Reyes, lejos de inculcar la fe cristiana en el corazón de los moriscos, les hacían concebir un aborrecimiento hacia aquélla, efecto de la persecución, más feroz cuanto más lo ocultaban en el fondo de su alma»". La posición de Pedro de Valencia, además de dar muestras de respeto y consideración hacia culturas reconocidas como diferentes supone un paso hacia delante en la consideración de la concepción del Estado moderno y la idea de nación. No se trata solamente de que la nación se conforme en virtud de la identidad cultural dé todos sus miembros, ni de que sea preciso para constituir una nación que todos los ciudadanos profesen la misma religión -entendida como elemento homogeneizador política y culturalmente-. Para nuestro autor, tan importantes como estos elementos son la decidida voluntad de querer convivir juntos y querer hacerlo en paz. Para Pedro de Valencia, la unidad de España no ha de basarse -al menos no exclusivamente- en estos factores, sino en el hecho de que diferentes sectores sociales y diferentes grupos culturales cohabitan en el mismo territorio y en que todos ellos son subditos del mismo rey. De esta forma, la unidad y la determinación territorial 12 alcanzan el nivel de cri- 11 Serrano y Sanz, pp. 41-42. Recordemos las insistencia de Pedro de Valencia ante Felipe III para que España fuera renunciando a las posesiones fuera de la Península ibérica y se limitara a este territorio para plantear el futuro. 12 251 terios imprescindibles para la constitución de la unidad nacional, por encima incluso de consideraciones religiosas. Junto a esto, la unicidad de la relación de todos los subditos del territorio respecto al representante y señor de todos ellos es otro elemento fundamental para la consideración de una comunidad en cuanto nación. El máximo dirigente de todos los subditos es la más alta autoridad del Estado y el hecho mismo de que todos hayan de ser considerados subditos del monarca es lo que -siguiendo los pasos del razonamiento de nuestro autor- lleva a que todos los ciudadanos mantengan una relación de igualdad entre ellos. Es decir, que la condición de subditos del rey hace que todos los españoles deban ser considerados iguales entre sí, desapareciendo las divisiones en clases sociales que provenían del Antiguo Régimen. «Advierta V.R Rma., siempre por amor de Dios, a que ¡as cargas públicas se repartan generalmente y con igualdad a todos, porque si, pongamos caso, Su Majestad hubiese de tomar la plata, que pecaron, o que deben más que otros los que la tienen, convendrá que pagase el valor de ella todo el Reino, y a los que la tienen no les tocase más daño que como a otro ciudadano respecto de su posibilidad»^. La unicidad de la relación respecto al monarca supone la consideración de todos los españoles como ciudadanos en el plano de la relación entre ellos, lo cual implica una equiparación de derechos y de deberes en el mantenimiento y progreso del reino, la desaparición de una estructura social vertical y la implantación de una organización de carácter horizontal en virtud de los oficios realizados. Esto se extiende a la diferencia religiosa de ¡os moriscos, que por encima de sus peculiaridades culturales son también subditos de Felipe III y, por lo tanto, ciudadanos de igual rango que los cristianos viejos. Este paso de la identidad nacional -entendida en términos de homogeneidad religiosa y cultural- a la estimación de la nacionalidad en virtud de los nuevos criterios constituye, a mi parecer, un elemento especialmente moderno y actual en el discurso social y político de Pedro de Valencia. 13 Valencia, Pedro de: Carta a Fr. Diego de Mardones, confesor de Felipe til, sobre la generalidad e igualdad en el repartimiento de las cargas públicas .... en Obras Completas, vol. IV. 1, p. 132. 252 Esta toma de posición respecto al tema de !a ciudadanía le lleva a considerar el tema de los moriscos desde una perspectiva completamente distinta de la que habían adoptado otros comentaristas de la época. Para Pedro de Valencia se trata primordialmente de un problema de diferencia cultural, no de naturaleza religiosa ni política (al menos mientras los moriscos no causaran problemas de política exterior por sus relaciones con los moros de! norte de África)14, por eso considera todas las opciones políticas para resolver el problema y se decide por aquellas que evitaban la colonización cultural de este grupo. Pedro de Valencia estudia las opciones de la muerte, excisión, captivídad, expulsión, translación, dispersión, conversión, permixtión y sujeción o aseguración, y elimina tajantemente la castración y la idea de pasar a cuchillo que había propuesto algún clérigo. El humanista rechaza decididamente la que finalmente se adoptó, la expulsión, porque cree que, como ciudadanos españoles y subditos del rey que son, los moriscos han de tener los mismos derechos y libertades que el resto de los españoles y, además, que el rey ha de cuidar de ellos -debido a su infidelidad- como si se tratara de los más destacados y fieles de sus subditos. La opción por la que siente más simpatía Pedro de Valencia es la de repartir a los moriscos por toda la península, es decir15, la dispersión, de manera que se evite la concentración de los miembros de este grupo en zonas determinadas, la constitución de «guetos» y la consiguiente facilidad para aislarse en sus prácticas culturales y religiosas. La dispersión es, para nuestro autor, la solución que mejor conciliarà los intereses en juego y, sobre todo, la que mejor servirá al que debe ser el objetivo último de unos y otros, la integración progresiva de este grupo en la comunidad. Esta integración no debe ser nunca el producto de la imposición de la cultura cristiana a ios moriscos; puesto que la imposición se había mostrado ya inútil para solucionar este problema, lo mejor era llevar a cabo una integración pacífica que permitiera a los moriscos la mayor parte de sus costumbres, especialmente las que no supusieran un peligro para la seguridad nacional. Incluso en el caso de la religión -signo primero 14 «Únicamente admite Pedro de Valencia ciertas medidas que debían producir el efecto de entibiar el espíritu bélico de los moriscos, cual era sacarlos de las montañas y establecerlos en llanos, donde la resistencia bélica armada es menos fácil,...» Serrano y Sanz, p. 50. 15 nota con texto original de Pedro de V. 253 de la identidad grupal en la España de principios del XVII- Pedro de Valencia se muestra conciliador y pide un cambio de la política catequizadora que se estaba llevando a cabo, cuyos únicos resultados eran el odio del pueblo morisco a la religión cristiana. Pedro de Valencia no duda de la necesidad de evangelizar a los moriscos en la religión verdadera, pero solicita el recurso a la función pedagógica para llevarlo a cabo y el tiempo necesario para que, sin violencias, los moriscos se convirtieran de forma pacífica y voluntaria a la fe cristiana. Aparte del reconocimiento de la diversidad cultural y el respeto por las diferencias) Pedro de Valencia elabora una doctrina sobre el problema morisco que amplía considerablemente los límites de la identidad nacional. Esto es importante no sólo porque se elimina la posición predominante de la religión como elemento fundamental de la identidad, sino porque se hacen múltiples los criterios para considerarla, de manera que tan importante como la fe o el habla comienzan a ser el lugar de nacimiento y la tradición de asentamiento y de convivencia de grupos con características. En mi opinión, tan destacados son estos elementos en el planteamiento de nuestro autor como la mera consideración de la caridad y humanidad demostradas por Pedro de Valencia en su escrito acerca de los moriscos. Lo importante lo constituía, sin duda, el hecho de que los moriscos eran tan españoles como los cristianos viejos o los que se habían convertido recientemente al cristianismo. Junto a estos elementos de integración de las diferencias sociales y culturales, Pedro de Valencia ordena su discurso alrededor de algo que, a mi parecer, es otro rasgo de la modernidad de su discurso. Para nuestro autor, tan importantes como las consideraciones de paz social y religiosidad son las que atañen al trabajo. El trabajo es tan importante como cualquier otro criterio para conseguir la integración de los ciudadanos en el cuerpo social, en la comunidad, y lo es especialmente para aquellos que por diversas causas constituyen una minoría étnica, social o cultural. Es decir, el tema de la laboriosidad de todos los que pertenecen a una comunidad no es solamente un asunto de productividad de la economía, sino antes que nada un medio para integrar a los diferentes en la comunidad. El valor del trabajo como elemento integrador radica en la capacidad que la actividad laboral sugiere al hombre en relación al dominio de la naturaleza que le rodea y de su propio destino. Pues bien, este elemento es uno de los que despuntan unas décadas antes de Pedro de Valencia, cuando Vitoria se plantea la teoría de la verdadera naturaleza de los indios. El 254 hecho de que las sociedades indias tuvieran perfectamente distribuidas las funciones sociales y sus grupos estuvieran organizados en virtud de una destacada división del trabajo es el hecho definitivo que lleva a Vitoria a reformular la teoría aristotélica acerca de la esclavitud de los bárbaros16. El hecho de unir esta consideración de tipo social con otras de carácter únicamente teológico o metafísico es el elemento esencial para la sustitución del paradigma de la identidad del sujeto humano y para la consideración en siglos posteriores del hombre como un sujeto portador de derechos que le son propios por el solo hecho de ser hombre y pertenecer a una comunidad social, cultural y económicamente definida. Una consideración similar a la que hiciera Vitoria lleva a cabo Pedro de Valencia en el caso ya citado de los moriscos de España. A la vez que da prioridad a asuntos tales como el origen, el nacimiento, la religión y la paz social, nuestro autor destaca entre las virtudes del pueblo morisco las relativas a su capacidad de trabajo. Frente a una sociedad española inundada por la tendencia a la ociosidad en todos los niveles sociales, los moriscos eran un buen ejemplo para el resto de los españoles, ya que destacaban por su laboriosidad, por la productividad de las actividades a las que se dedicaban y, además, por la capacidad de ahorro que habían demostrado17. Por otra parte, de los moriscos dependía una parte muy importante de la economía agrícola del país, ya que sus propiedades agrarias representaban importantes extensiones en varias zonas de la península y sus explotaciones eran famosas por su productividad. Además del problema económico, humano y ético que representaba para España la expulsión de ios moriscos, estaba además la enorme pérdida demográfica que supondría en grandes zonas del reino. El problema demográfico de la península durante una buena parte del siglo XV! parecía continuar por la misma senda en el siglo siguiente a raíz de la definitiva expulsión que firmó Felipe MI. 16 «La división del trabajo entre éstos era un signo del orden y buen gobierno del estado. Es la división del trabajo dentro de la república la que contribuye a establecer la armonía imprescindible para su existencia. Sólo en las naciones bárbaras el hombre se veía obligado a hacer de todo. La mayor o menor división del trabajo en la sociedad permitía medir el nivel de civilización de ésta.» Castilla, p. 255. 17 «A los moriscos de España les va bien de hazienda i salud porque todos ganan de comer con su trabajo i se hallan egercitados para la guerra». Discuso contra ¡a ociosidad, en Obras Completas, vol. IV. 1, p. 163. ÀÍ *J KS Este mismo afán por hacer de la laboriosidad y de la productividad elementos personales y sociales destacados en la conformación de una sociedad española articulada en torno a principios diferentes a los que la habían dirigido hasta entonces se pone de manifiesto también en la consideración de Pedro de Valencia hacia los pobres y ociosos del reino. El trabajo no sirve solamente para integrar a grupos culturalmente marginales como los moriscos o para que los juristas-teólogos llegaran a alcanzar cierta estimación por la estructura social de los pueblos americanos. También aplica Pedro de Valencia el esquema conceptual del trabajo a grupos sociales de españoles que además eran cristianos. El Discurso contra la ociosidad es buen ejemplo de las virtudes integradores que nuestro humanista veía en el trabajo. Como veremos más adelante, Pedro de Valencia pone una gran carga en la importancia que para la economía nacional y para un desarrollo social y políticamente armonizado tenía la universalización del trabajo. Por eso denosta la actitud de los ricos y poderosos que hacían de sus rentas y beneficios un medio de vida y contribuían a imponer al resto de la sociedad un estilo de vida que era inicuo moral y económicamente. «Añádase a los males del ocioso, que daña a la salud, que esto tiene del ser contra la naturaleza, i dize Galeno que del todo no egercitarse el cuerpo humano, le es veneno i le acarraea enfermedades incurables i vegez temprana»^8. Pero no solamente critica la ociosidad de los poderosos, sino que también dirige sus argumentos contra los clérigos y contra los estudiantes. Aparte de la baja calidad de las actividades que estos grupos sociales realizaban, su excesivo número respecto a la cantidad global de la población española era sinónimo de ineficacia y de particularismos que no tenían más objetivos que el desarrollo de nuevos privilegios que los equiparase con los ricos y nobles y los distanciara de las clases más desfavorecidas. Esta pretensión de formar grupos sociales cuya única especificidad era la superioridad económica y el intento de deducir desde ahí privilegios sociales y políticos era inaceptable para alguien que consideraba que, a excepción del rey, todos eran iguales en cuanto a su condición de subditos del monarca y ciudadanos de la república. 18 Ibid., p. 162. 256 El trabajo extendido a todas las clases sociales llevaría a la toma de conciencia de los ciudadanos respecto a la marcha del país y pondría el destino de la comunidad en manos de sus habitantes y no de una élite ociosa e ineficaz en la dirección en que estaban conduciendo la entrada de España en el nuevo siglo. No debía haber ricos ociosos, pero tampoco pobres que hicieran de su condición una manera de ganarse la vida. Los pobres y los ociosos tenían la obligación de trabajar para colaborar en la economía nacional y para gozar así de derechos como e! de propiedad, de manera que su trabajo, junto a sus derechos, impidieran que sus vidas quedaran en manos de los propietarios poderosos y de los revendedores, de una política desacertada o, en su caso, de las meras inclemencias del tiempo. La universalización del trabajo y la división social del mismo serán -en el pensamiento de Pedro de Valencia- dos elementos fundamentales en !a integración de grupos sociales diferenciados por su marginación o por sus posibilidades económicas en una comunidad igualitaria y pacífica. Las mujeres Por último me referiré al caso de las mujeres. La igualdad con que concibe Pedro de Valencia las relaciones sociales se extiende también hasta su consideración de las mujeres. Es cierto que en este caso las mayores influencias que recibe la doctrina de nuestro autor provienen de la teoría estoica de la igualdad de los seres humanos y de las referencias paulinas a la igualdad espiritual de todos los discípulos de Cristo. Sin embargo, una vez más el conjunto de la obra de Valencia es lo que proporciona las mejores claves para entender las auténticas dimensiones de su pensamiento. Las consideraciones de Pedro de Valencia acerca de equiparar las obligaciones sociales y los derechos de las mujeres van en dos sentidos. Por un lado, nos encontramos en el Discurso contra la ociosidad referencias explícitas a la incorporación de la mujer al sistema productivo nacional 19 . La mujer tiene las mismas obligaciones económicas que el resto de los ciudadanos y, aunque sus actividades deban estar limitadas en virtud de su condición, eso no ha de ser impedimento para que lleven a cabo su integración real y efectiva en el conjunto social. ,9 o.c, p. 171. 257 Esta integración de las mujeres en el conjunto económico de la sociedad tiene en el trasfondo el mismo argumento que Pedro de Valencia le había dado a la incorporación de los pobres y ociosos al sistema económico y recuerda aquellas referencias a la capacidad de integración de los moriscos a través de su disposición para el trabajo. Es el trabajo el mejor elemento para incorporar a grupos minoritarios y socialmente desplazados en el cuerpo social. Por otra parte, las consideraciones específicas de Pedro de Valencia respecto a la mujer tienen en la espiritualidad la segunda de sus referencias explícitas. Gómez Canseco ha puesto a la vista estas referencias relacionando estas reflexiones con las que tradicionalmente se habían dado en la espiritualidad española. Ya Vives20 había estudiado la especificidad de la espiritualidad femenina en un intento de desarrollar los principios de la reflexión práctica, lo cual había llevado al humanista valenciano a concebir la actividad de cada hombre sólo desde la perspectiva del estado o función que le era propio. Algo así se puede decir de la mujer, para quien Vives escribe algunos textos intentando explicitar las funciones y obligaciones de la fe cristiana en las mujeres, en cuanto sujetos dotados de peculiaridades sociales y naturales. Bataillon, por su parte, recoge abundante información acerca de la difución del espiritualismo erasmista español a través de la devoción de ciertas mujeres muy representativas de este movimientos. Son los casos, entre otros, de la Beata de Piedrahita21, Isabel de la Cruz22 o de María Cazalla23, esta última citada por el propio Pedro de Valencia en relación con la censura de las Guerras de Flandes de Cerónimo Conestaggio*4. Por su parte, también Arias Montano en el Dictatum Christianum -traducido por Pedro de Valencia- se preocupa por especificar la doctrina en el caso de la espiritualidad femenina 25 . 20 Véase la Formación de la mujer cristiana, en Obras Completas, vol. I, pp. 9851175; Madrid, Aguilar, 1947. 21 p. 177. 22 p. 178. 23 especialmente, pp. 204-214 y pp. 470-475. 24 BNM, Ms. 5586, fols. 93r-114r. 25 Véase el capítulo «Las Obligaciones de cada Familia y señaladamente las de las Mugeres»; Arias Montano, Dictatum Christianum, pp. 270-275. 258 Esta tradición de la espiritualidad femenina tiene su lugar en la obra de Pedro de Valencia a través de los discursos que el autor extremeño remite a la Reina Margarita de Austria. En estos textos destaca el interés de Valencia por enmarcar el sentido de una espiritualidad cristiana propiamente femenina, basada en las distinciones bíblicas entre el hombre interior y el exterior y entre la parte masculina y femenina del alma humana26. Gómez Canseco ha dedicado un artículo a explicar el sentido de esta dimensión de la espiritualidad cristiana al final del período humanista27. Para nosotros, lo importante de esta dirección del pensamiento de Pedro de Valencia es una vez más su afán de integrar a todos los grupos sociales que por alguna razón ocupaban un lugar inferior en la comunidad en relación con el resto de la sociedad. También las mujeres formaban un grupo delimitado, con poca intervención directa en los asuntos públicos y retiradas de cualquier tipo de participación en la vida económica o espiritual de la comunidad. Por eso, Pedro de Valencia intenta dotar a la mujer de un lugar coherente con la estructura social imperante y acorde con sus peculiaridades, que en ningún caso han de ser entendidas como rasgos de inferioridad. «I estas dos, varón i hembra, igualmente se hallan en el ánimo de todos los hijos de Adam, tanto en las mugeres como en los hombres, i ansí no ai ventaha ni diferencia, ni mayor capacidad ni incapacidad en unos que en otros por el sexo para las virtudes todas del alma, ni mayores o menores obligaciones (...). Esta es la diversidad i oposición que en todos se halla: fuera de esto i en o de fuera no ai diferencia entre los varones i las hembras»28. El hecho de que Valencia continúe la tradición de los humanistas cristianos de atender la especificidad de la espiritualidad femenina supone reconocer la conexión específica de nuestro autor con las direcciones principales del humanismo europeo. Sin embargo, aquí nos interesa resaltar su inclinación a considerar los grupos sociales que de una u otra manera eran considerados secundarios en su época como realidades llenas de sentido y de matices susceptibles de ser tenidos en cuenta. 26 Véase el Discurso sobre materias del Consejo de Estado dirigido à una Persona que le pidió dictamen, BNM., Ms. 11160, fol. 32v. 27 Véase Gómez Canseco, 1993, artículo inédito. 28 Gómez Canseco, p. 19. BNM, Ms. 5585, fol. 180v. 259 Este reconocimiento explícito de las diferencias que hace Pedro de Valencia se da en el caso de los indios americanos, de los moriscos, de las mujeres y de los pobres. La armonización de su discurso social y económico con este tipo de consideraciones subjetivas es, en mi opinión, uno de los rasgos más actuales y modernizadores de su pensamiento. La reflexión antropológica y social rigurosa, en la que se combinan perfectamente la racionalidad moderna y la subjetividad de origen cristiano, es quizás el acierto más destacable que hoy podemos señalar en su producción intelectual y ello a pesar del alto nivel general de su pensamiento. Esta línea de reflexión en la que se armonizan los dos términos que Touraine reclama para una reconstrucción crítica de la modernidad tiene en Pedro de Valencia y en el humanismo cristiano un primer momento fundacional irrenunciable. Si los derroteros históricos de España hubieran ido por otras direcciones y no se hubieran impuesto en nuestro país la intransigencia y la cerrazón ideológica, probablemente este tipo de pensamiento habría creado otra vía para pensar y hacer !a modernidad. 2. El caso de los pobres La herencia de Vives Un caso especial en la consideración que hace Pedro de Valencia del reconocimiento del otro, el cual se presenta como un punto de vista particular de su perspectiva antropológica, es el de los pobres. El asunto de la pobreza en el comienzo de la economía moderna ha sido estudiado habitualmente desde la perspectiva de la asistencia social. De esta forma, los principios de asistencia social que introdujo Vives a principios del siglo XVI han constituido desde entonces una referencia concreta para situar el inicio de las modernas teorías acerca de la ayuda que los estados debían prestar a ¡os más desfavorecidos. Las reformas sociales y económicas que propone Pedro de Valencia al final del siglo XVI y principios del XVII están profundamente marcadas por las ¡deas que casi un siglo antes había puesto en circulación Luis Vives. En este sentido hay que decir que Pedro de Valencia es deudor de la idea principal del humanista valenciano, esto es, la diferenciación radical en la cues- 260 tión del pauperismo entre el problema de aquella población que estaba necesitada de asistencia social -en el sentido moderno del término: beneficencia, sanidad, mantenimiento económico- y aquel otro problema del incremento de la población ociosa y la consiguiente reducción de la cantidad de población activa, es decir, aquella población que contribuye al crecimiento de la productividad de un país. Además de estas consideraciones de tipo socioeconómico, que veremos más adelante, hay que tener presente que la reflexión de Valencia acerca de los pobres y ociosos plantea además otras líneas de estudio. A mi juicio, el tema de los pobres se encuadra en el pensamiento de Pedro de Valencia en la línea de esa reflexión que he denominado de preocupación y «reconocimiento del otro», que tiene, respecto a este grupo social, una consideración sustancial en sus obras. Junto a los indios americanos, los moriscos y las mujeres son precisamente los pobres, los que no pueden o no quieren trabajar -un grupo social muy amplio que progresivamente iba asumiendo unas características de marginalidad que los colocaba poco a poco fuera de la estructura socialde los que se va a ocupar Pedro de Valencia. Es cierto que la organización social y económica de España ayudaba a esta progresiva polarización de la sociedad en dos grupos, los que tenían recursos económicos y la mayoría, es decir, los que no tenían tierras que cultivar ni otra actividad laboral que desarrollar. Por eso y por el marco de pensamiento relativo a la integración de los grupos diferenciados en el desarrollo de la comunidad, la consideración de Pedro de Valencia acerca de los pobres presenta rasgos que merecen ser destacados. En este sentido, la herencia vivista que distingue el problema de la asistencia social del de la productividad de la economía es digna de ser destacada por lo actual de su planteamiento. Como es sabido, la preocupación por regular la mendicidad había estado presente en las mentes de los más importantes humanistas del Renacimiento como Tomás Moro y Erasmo e, incluso, en los reformadores religiosos -Lutero, Calvino y Zwinglio- que colaboraron a la renovación de !a asistencia en diversos lugares. Durante el siglo XVI se fueron llevando a cabo reformas en algunas ciudades, pero en ninguna se produjeron con la radicaiidad que propuso Vives en De subventione pauperum. Uno de estos casos es el de la ciudad de Ypres que en 1525 publica un reglamento para regular la mendicidad y el pauperismo; el reglamento guarda numerosas 261 analogías con el propuesto por Vives y a pesar de la oposición de las órdenes mendicantes acabaría siendo aprobado por el propio Carlos V 29 . El problema del pauperismo también había alcanzado cotas importantes en los centros comerciales españoles debido al éxodo rural, de manera que algunas ciudades se prestaron a realizar tímidas reformas en Castilla durante el reinado de Carlos V. Se pueden encontrar paralelismos entre los reglamentos de las ciudades castellanas y los de las ciudades de los Países Bajos, aunque el medio social y económico en el que se plantean unos y otros sea completamente distinto. Lo más importante es confirmar que la vía abierta por los humanistas españoles que pretenden la modernización del país en todos sus aspectos se extiende también al ámbito económico. Junto a la nueva posición filosófica desde la que se interpreta el mundo a través de la razón, en todos ellos se manifiesta una tendencia que, a la vez que les impulsa a alejarse de la estéril actividad especuladora que había caracterizado a los escolásticos, les dirige con interés hacia la vida práctica, hacia su reforma y reconstrucción 30 . La reforma de las enseñanzas, de la educación, y las propias reformas sociales y económicas son temas tratados con regularidad por estos humanistas -en el caso de Pedro de Valencia esta reflexión tiene un papel preponderante- con el deseo de cambiar la estructura de una sociedad que se quedaba obsoleta ante los cambios que se estaban produciendo en Europa del Norte. Ejemplo de este intento de renovación socioeconómica son los escritos de Pedro de Valencia, cuyas fuentes se encuentran en gran medida en la obra sobre los pobres de Vives. Esta influencia de Vives le llegó a Pedro de Valencia a través de Arias Montano. El autor de la Biblia Políglota era un incansable lector y se preocupó en numerosas ocasiones de mantener al día y ordenar su copiosa biblioteca personal, a la que Pedro de Valencia tuvo acceso por la amistad con su maestro. Arias Montano lo nombró su albacea literario31 y le legó una buena parte de sus libros -el resto los dejó a la comunidad religiosa de un convento sevillano-. Las noticias que nos ofrece Rodríguez Moñino 32 de 29 Carasa Soto, 1991, p. 64. Gómez Canseco, o . c , p. 27:»Estas tendencias reformadoras, filosóficas y religiosas, coincidieron en dar primacía a la vida práctica como antítesis de la estéril especulación». 31 Rekers, B., 1973, p. 166. 32 Rodríguez Moñino, A.: «La biblioteca de Benito Arias Montano» en Reex., Badajoz, 1929. 30 262 la biblioteca personal de Arias Montano indican la presencia numerosa de obras de Erasmo y Vives y esto a pesar de que la última catalogación que llevó a cabo Arias Montano es anterior en varios años a la fecha de su muerte, con lo que suponemos que el número de libros aumentó considerablemente con posterioridad a esa última catalogación, sobre todo si tenemos en cuenta que sus últimos años los dedicó casi exclusivamente a la actividad intelectual en su retiro de la Peña de Aracena33. En cualquier caso, el alcance y objeto de las reformas planteadas por Pedro de Valencia en su Discurso sobre la ociosidad (Madrid, 1608) coincide, sin embargo, en buena medida con las que un siglo antes había propuesto Vives a los burgomaestres de la ciudad de Brujas. Además de aquellas medidas concretas que recoge Pedro de Valencia para erradicar la 33 Entre los libros de Vives que Rodríguez Moñino localizó al reconstruir la biblioteca de Arias Montano están los siguientes: - D e Doctrina Christiana. /. Ludovici Vives, Valentini De veritate Fidei Christiana libri V, in quibus de Religionis nostrae fundamentis contra Ethnicos, ludaeos, Agarenos sive Mahumetanos et perverse Christianos plurima subtilisime simul atque exactissime disputantur: num denuo in lucem editi... Basilea, 1544, u otra edición cualquiera. - D e Concordia et discordia. De Concordia et discordia in humano genere, libri quator. Anturpiae, 1592, o Lugduni, 1532. - D e subventione pauperum. Subventione pauperum, sive de Humanis necessitatibus libri duo. Paris, 1530, apud Colinaeum. -Exercitatio de Luis Vives con otras obritas suias. - D e Sudore Christi. -Opera Vivis. Parece que si Pedro de Valencia tuvo acceso a esta biblioteca inevitablemente pasaron por sus manos los ejemplares de Vives y, por qué no, la edición del De subventione pauperum que tenía Arias Montano. La prueba concluyente -además de la comparación de los textos- de que el libro de Vives influyó de forma determinante en la obra socioeconómica de Valencia sería la reconstrucción de la biblioteca de Pedro de Valencia, pero no hay documentos que reflejen el contenido de esa biblioteca, que debió ser también de tamaño considerable. Morocho Gayo en su artículo «El testamento de Pedro de Valencia, humanista y cronista de las lndias»s\gue la pista de los libros de Pedro de Valencia a través de los testamentos de sus hijos Melchor y Beatriz; en 1655, cuando ésta hace su testamento, una tercera parte de la «librería» estaba todavía en manos de Juan de Valencia -otro hijo- y las restantes dos terceras partes fueron vendidas ai Licenciado Don Juan del Yerro, amigo de Melchor. Morocho se refiere, finalmente, a la noticia que un siglo después da Nicolás Antonio; según éste los libros de Pedro de Valencia eran parte de la biblioteca privada de Gaspar Iváñez de Segòvia. En ninguno de los documentos hay relación alguna del contenido de la biblioteca del humanista extremeño, con lo que no podemos comprobar si fueron o no de su propiedad los libros de Vives. 263 ociosidad y mejorar la capacidad productiva del país, algunas de las cuales son idénticas a las que había descrito Vives, el espíritu del discurso de Valencia, así como el de otros tantos escritos del extremeño tienen un sesgo de reforma y renovación del tejido social que estudiaremos detenidamente más abajo. Bien es verdad que las diferencias son también numerosas, tanto en contenidos concretos como en el desarrollo y en los objetivos últimos de ambas reformas, pero sí que podemos coincidir en que la reforma de la beneficencia y del mercado laboral que Vives explica en 1527 es el modelo del que se vale Pedro de Valencia para explicar al Rey las medidas con las que erradicar la numerosa población ociosa que había en España y prever su incorporación a la actividad laboral. La novedad de Pedro de Valencia Gómez Canseco ha recalcado la coincidencia que existe en el espíritu que se desprende de los proyectos de ambos autores, especialmente en lo referente a la reforma de la beneficencia34. El programa vivista tenía como pilares fundamentales la organización de la atención social alrededor de los hospitales y la obligatoriedad del trabajo para reducir la población ociosa y, a la vez, impulsar la actividad económica del comercio y de la industria de los Países Bajos. Pedro de Valencia plantea una reforma diferente en cuanto al objetivo final, pero coincidente en algunos de los medios con los de Vives e, incluso, idéntica en los argumentos empleados para defenderla. La obligatoriedad del trabajo es elemento fundamental en la reforma social y económica que propone Valencia a lo largo de sus tratados y discursos. El Discurso contra la ociosidad se inicia con un alegato contra la ociosidad como uno de los mayores pecados del hombre y de los peores hechos que pueden acaecer a una comunidad. «Porque el decir contra los ociosos es fácil, lugar commun tratado de muchos, y contestado de todos que el ocio es de los vicios más 34 «En sus textos se descubren dos modos comunes de interpretar la justicia en el orden de lo social y hasta dos proyectos casi inéditos de remedio para la pobreza». Gómez Canseco, 1991, p. 599. 264 dañosos á la comunidad, yo entiendo que es, no solamente de los más, sino el más dañoso á las repúblicas»35. Como antes hizo Vives, utiliza Pedro de Valencia los textos de San Pablo para declarar la obligatoriedad del trabajo, de la que no están exentos más que los incapaces por la edad y los muy enfermos. «También el Apóstol S. Pablo, con tener grande caridad, i porque la tenia da la misma pena á los que no quieren travajar, porque dize que no se les dé de comer. Quoniam siquis non vuit operad, nec mandúcete. Vives, por su parte, va más allá y llega a afirmar que una vez que aquellos que ahora están ociosos inicien la actividad que se les encomiende aborrecerán el ocio y estarán deseosos de trabajar37. La ociosidad no sólo es la madre de todos ios males, como apunta Pedro de Valencia, sino que es un mal y un lujo que una sociedad en evolución, con la capacidad económica apenas explotada, no puede permitirse. Por ello, además de declarar la obligatoriedad de la actividad laboral, ambos quieren especificar -en el deseo de reducir las bolsas de gente desocupada- cuáles son los grupos que están exentos del trabajo. Para Vives ni ios ciegos pueden evitar el trabajo, ya que se les puede adscribir a determinadas actividades en las que no es preciso tener el don de la vista, y a través de las cuales podrá ser financiada parte de la atención que precisan. Pedro de Valencia propone algo semejante al declarar que incluso las mujeres pueden llevar a cabo determinadas labores que ahora realizan los hombres, pero que son más propias de ellas. 35 Valencia, Pedro de: Discurso contra la ociosidad, en Serrano y Sanz, M.: o.c, p. 125. Un texto similar a éste lo podemos encontrar en la obra de Vives, quien en el libro primero, capítulo segundo, acude al vicio del ocio para explicar el comienzo de la discordia entre los hombres. Vives, J. L: o.c, p. 1358. 36 Serrano y Sanz, M.: o.c, p. 128. 37 «Los que puedan trabajar no estén ociosos, que eso lo prohibe San Pablo, discípulo de Cristo; y la ley de Dios sometió al hombre al trabajo, y el Salmista llama bienaventurado a quien come el pan adquirido con el trabajo de sus manos. Así como ahora nada les sabe mejor que el ocio torpe y perezoso, así tampoco, avezados a hacer algo, nada tes sería más enojoso y aborrecible que la ociosidad, nada más sabroso que el trabajo.» Vives, J. L: o.c, p. 1368. 265 «Entre estas artes útiles se ha de hazer división por ei sexo, i dar algunas deltas á solas las mujeres i prohibirlas del todo á los ombres; que andan muchos, i mui fuertes, que pudieran servir en la guerra i en la agricultura, ocupados en oficios mugeriles, que son todos para los que ellas tienen fuercas i los pueden hacer honestamente i dentro de casa»iB. De esta forma queda clara ía intención de ambos autores de extender a todas las capas de la sociedad la obligación de producir; en el caso de Pedro de Valencia, la propuesta se extiende a los miembros de las capas más elevadas - a quienes critica por vivir de ías rentas-, de manera que siempre recomienda al Rey y también al Fiscal de Hacienda que gasten lo menos posible en conferir rentas y empleos a estos grupos, limitándose a lo estrictamente necesario para el mantenimiento del Estado. También coinciden ambos en otorgar a sus sociedades una organización modélica, con una estructura ordenada e inmovilista, sociedades en las que el estancamiento social constituye una de sus principales características39. El utopismo de Vives es, si cabe, más moderado que el de Valencia, aunque podemos encontrar en el De subventione pauperum las referencias suficientes para percibir influencias de este tipo en su concepción de la necesaria organización social. Probablemente, la influencia de los modos de vida burgueses fueron determinantes frente al ruralismo de las ideas de Valencia. Otro elemento importante en este análisis es la metáfora de la casa bien ordenada y de las distintas funciones que desempeñan los diferentes cuerpos sociales, imagen que es corriente en la literatura de influencia platónica. También se repite esta imagen en Pedro de Valencia, quien de manera más rotunda apuesta por una estructuración social inmovilista, en la que cada cuerpo social asume determinadas funciones para el mantenimiento de la sociedad. Primero cita a Diodoro Sículo para, valiéndose de su testimonio, ejemplificar su proyecto con la división social del antiguo Egipto, donde el reino se dividía en sacerdotes o sabios, en soldados, labradores y pastores, siendo obligatorio servir al reino en la misma profesión que hubiera tenido el padre anteriormente. 38 Serrano y Sanz, M.: o.c, p. 137. Gómez Canseco insiste en numerosas ocasiones en el platonismo de Pedro de Valencia. 39 266 Algo así pretende imponer en la Corona de Castilla nuestro autor, como remedio para la ociosidad y para combatir algunos de los males que acuciaban al reino. Como veremos más adelante, una división social y del trabajo marcada por las diferencias que supondrían la edad, el sexo, la formación y oficio de los familiares, a la hora de determinar la actividad que cada hombre realizaría el resto de su vida es lo que propone Pedro de Valencia. «Las partes de la república son tres. Los sabios, que entienden en la doctrina y en el govierno i se ocupan en el culto de Dios. Los soldados, que están en la defensa de la república i conservación del imperio. El resto todo á de ser de labradores y artífices que busquen y junten y aderecen las cosas necesarias i útiles á ¡a vida, que son comida, vestido y habitación. Esta tercera parte, que es el bulto y el pueblo de la communidad, tiene obligación de sustentar con los frutos de su trabajo las dos partes primeras, los reyes, y superiores magistrados, i jueces, prelados i eclesiásticos, i á los soldados. Para que estas partes se correspondan i se sustenten i se conserven con equidad, sin agravio, i para que sea posible el mantenerse i pasar adelante, es necesario que las dos primeras no sean en número mayor del conviniente i bastante, i que se contenten con lo bueno y conveniente; no hagan gastos excesivos, ni se den á regalo culpable»*®. Además de este problema social, Vives había destacado que el exceso de fe en el dinero en este comienzo de la gran circulación monetaria es un hecho más que contribuye al deterioro de la estructura social, debido a que se empezaba a fiar todo al dinero, sin tener presente que la actividad laboral continua y generalizada es en realidad la que proporciona la riqueza de las naciones. Si Vives es contrario a la sobrevaloración que el dinero estaba teniendo41, Pedro de Valencia se muestra declaradamente antimonetarista42 40 Serrano y Sanz, M.: o.c., p. 130. Vives, J. L: o.c, p. 1370. «Añadido al dinero un valor alto y tan extenso, nadie hay que no piense que por el camino y los medios que fueren se ha de allegar, abrazar y conservar, con razón o sin ella, justa o injustamente, sin distinción de profano y sagrado, lícito o ilícito». 42 Son numerosos los tratados que el cronista dedica a analizar y criticar la política monetarisía de su rey. 41 267 «A* 1 , . ^ . / y en numerosas ocasiones expone que gran parte de los males que sobrevienen a España son producto del exceso de celo puesto en acumular y derrochar el oro procedente de América. La coincidencia que pudo apreciar Valencia entre el momento de masiva llegada de metales preciosos desde América y la situación de empobrecimiento que vivía el país, junto a la desastrosa política monetarista de la corona, le impulsa a declararse profundamente enemigo de los que basan la riqueza del reino en la acumulación de dinero, en lugar de sustentarla sobre el trabajo de todos y cada uno de los subditos. «El daño vino del aver mucha plata i mucho dinero, que es i á sido siempre (como yo lo provaré en otro papel) el veneno que destruye las repúblicas i las ciudades. Piénsase que el dinero mantiene, i no es así: las heredades labradas, i los ganados i perquerías, son lo que dá mantenimiento...»43. Estas coincidencias en las doctrinas de los dos humanistas en aspectos como la obligatoriedad de reformar la beneficencia, la incapacidad de la caridad individual para solucionar los problemas derivados de las desigualdades sociales en el comienzo de la Época Moderna y la necesidad de dotar a cada individuo de una forma -útil y beneficiosa para la comunidad- de ganarse la vida por sus propias medios, se empiezan a convertir en diferencias sustanciales cuando ambos intentan aplicar las reformas a los ámbitos -sociales, políticos y económicos- concretos en los que se desenvuelven. Pedro de Valencia, casi un siglo después que Vives, opta aún por formas de organización arcaicas, alejadas del camino que estaba tomando la economía mundial, pero muy acordes con el desarrollo social y económico que vivía España. El pilar de la reforma de Pedro de Valencia no es otro que la constante intervención del Estado en la reorganización de la sociedad española a través, eso sí, de una reforma del mercado laboral. Para Pedro de Valencia ha de ser el Rey el que ordene y supervise esta reforma, declarando la obligatoriedad de ejercer un oficio a todos los ciudadanos, de manera que se amplíe la base productiva del país. No sólo será obligatorio prestar este servicio, sino que el tipo de ocupación laboral de cada uno será también decidido por e! Estado, siendo la actividad agrícola la que se llevará a cabo con prioridad sobre las demás. Serrano y Sanz, o.c, p. 135. 268 Los ociosos y pobres ocupaban en el programa de Vives un lugar clave en la organización comercial e industrial de la burguesía europea. A través de la formación -quienes no supieran desempeñar un oficio- o del ejercicio de una actividad concreta, los grupos hasta entonces no productivos pasarían a integrarse en la actividad económica de la comunidad. Pedro de Valencia no considera esta posibilidad, ya que su programa de reformas cifra la riqueza de la nación casi exclusivamente en la explotación correcta de los campos. La agricultura se convierte, pues, en la actividad económica principal para el mantenimiento de la población. A la vez, el cronista se muestra contrario al ejercicio del comercio por considerarlo una actividad vil; como otros españoles, Pedro de Valencia se da cuenta de que los años de mayor penuria económica para la población coinciden con la época en que la cantidad de metales que afluía desde América era mayor. El intercambio comercial en lugar de favorecer a los subditos servía para que los más poderosos invirtieran en la adquisición de nuevas propiedades, y no en el fomento de la actividad económica por medio de la creación de empresas. Esta situación de los subditos la comprobó el propio Pedro de Valencia, quien en diversas ocasiones refiere la situación de la familia a fr. José de Sigüenza, en busca de alguna ayuda para salir de los aprietos económicos. Mientras que Vives había fomentado la integración de la población desocupada en las empresas que, necesitadas de mano obra, buscaban la estabilización y el desarrollo de sus actividades, Pedro de Valencia, por su parte, no hace sino promover e! reparto de tierras para los más necesitados, de manera que cada subdito se convierta en un pequeño propietario, que cultiva su parcela y que vive del fruto de su trabajo. «...para todo conviene el acrecentamiento de la labor de las tierras del reino, que e propuesto en otro papel, y que no aya ninguno que no trabaje no siendo ministro público o soldado; que no tuviesen otra acogida, ni á India, ni a otra parte, los que no quisieren arar ó cavar, sino hacerse soldados»44. El conato de reforma agraria de Pedro de Valencia pretende crear un cuerpo social intermedio, una gran clase media, que sostenga la economía del país y que sirva al monarca para mantener la paz social, amenazada por Serrano y Sanz, M.:,o.c, p. 134. 269 el crecimiento de la pobreza en una gran parte de la población. Con la repartición de parcelas para los agricultores y la obligación de mantener la actividad familiar en el resto de los oficios, se consigue crear un cuerpo de pequeños burgueses, propietarios, que formarían el núcleo del tejido social. De esta forma, la obra de Pedro de Valencia es un alegato en favor del monarca, para que éste favorezca a la mayor parte de! cuerpo social y se gane así el apoyo de sus subditos45. Este intento de Pedro de Valencia de crear una pequeña burguesía agraria tiene como razón última la idea del humanista extremeño de hacer del principio de igualdad social y económica el eje fundamental de la nueva sociedad española. Por eso el carácter de su reforma es social y sus pretensiones son globales, no se limitan a solucionar un problema económico, sino que se vale de una tematización moderna del concepto de trabajo para echar las bases de un nuevo modelo de estructuración social. Lo que debe quedar claro es que sus consideraciones acerca de un grupo como el de los pobres, con condicionantes suficientes como para convertirse en un grupo socialmente marginal, están en la línea de integrarlos en la sociedad por completo, es decir, obligándoles a dejar de ser individuos objeto de la caridad o, más adelante, de la asistencia social institucionalizada. La asistencia social no debe ser más que un medio para incorporar a los pobres a la sociedad, de manera que una vez realizada su tarea se insertaran completamente en la estructura de la población mediante su condición de propietarios, la cual sería concedida por el Estado. Este empeño por eliminar la diferencias dentro de la propia sociedad -aparte de los fundamentos religiosos y filosóficos que lo sostienen- es significativo porque entronca con las actuales reflexiones acerca de ¡a pobreza como un elemento de origen cultural en un doble sentido. Por un lado, la conceptualización de la pobreza en cada lugar y en cada época depende sustancialmente del sistema de valores culturales y sociales imperantes en ese lugar y en ese momento determinados, y no de categorías absolutas. 45 «En realidad, la pretensión de Pedro de Valencia es crear y fortalecer una pequeña burguesía de la tierra vinculada indisolublemente ai Estado monárquico y absoluto por la religión y los intereses económicos. Para conseguirlo, como ya había sucedido en otras etapas cercanas de la historia española, el enemigo a batir es la nobleza y la insolidaridad nacional.» Gómez Canseco, L: o.c, p. 535. Por otro lado, la influencia determinante de la educación, la formación cultural y la integración social en el tratamiento y erradicación de la pobreza en las sociedades modernas es algo que está más que constatado y aceptado por todo el mundo. Frente al intento de las autoridades civiles de frenar los flujos de la indigente población social hacia las ciudades 46 durante buena parte del siglo XVI, Pedro de Valencia se decanta una vez más por la integración de todos los miembros de la sociedad española en sus estructuras económicas y comunitarias. Las consecuencias discriminatorias para la llamada "población flotante" durante todos estos años coinciden con la capacidad de nuestro autor para idear una propuesta que significaría una integración completa en la sociedad y, a la vez, una reforma de la misma. Con estas medidas se conseguiría reducir las partidas dedicadas a la asistencia social y aumentar la capacidad económica del país con una incorporación masiva de la población al trabajo agrícola. En cualquier caso, los pobres del inicio de la modernidad, al igual que los de hoy, presentaban un considerable déficit en su formación humana y cultural, proceso que iba ampliándose de generación en generación. La conciencia de que una socialización adecuada mediante la inserción en la nueva estructura social, a través de alcanzar la condición de propietarios y de una buena formación humana y cristiana 47 , impedirían la ruptura definitiva de la mal vertebrada sociedad española son los criterios que guían a Pedro de Valencia. Su fin último era el de hacer desaparecer las diferencias y marginalidades que, en virtud de criterios económicos, sociales, culturales o de mera condición sexual, se empezaban a dar en las modernas sociedades. 46 Woolf, 1989, p. 20. Son significativas las apreciaciones de Ortega y Gasset en La pedagogía social como problema político, p. 517 y 518, cuando intenta pensar la realidad social de España a principios del siglo XX y dice « Si la sociedad es cooperación, los miembros de la sociedad tienen que ser, antes que otra cosa, trabajadores. En la sociedad no puede participar quien no trabaja. Esta es la afirmación radical mediante la cual la democracia se precisa en socialismo. Socializar al hombre es hacer de él un trabajador en la magnífica tarea humana, en la cultura, donde cultura abarca todo, desde cavar la tierra hasta componer versos». Y más adelante, «...lospobres no lo son meramente en hacienda: son también pobres de espíritu». 47 271 La certeza de que la única manera de que progresara el país era conseguir la unidad de todos los grupos sociales por encima de intereses particulares es una constante del pensamiento sociopolítico de Pedro de Valencia. La preeminencia de esta idea de unidad y vertebración por encima de consideraciones acerca del tipo de organización política que adopte el Estado es una buena muestra de la importancia que siempre le concedió a la ¡dea de comunidad y a una actuación social determinada por el principio de integración. 3. Derecho natural, público bien y justicia social No se puede decir que haya en Pedro de Valencia una teoría política en el sentido estricto de la palabra, como un cuerpo completo y organizado de propuestas acerca de la forma y organización del Estado. Sin embargo, sí podemos rastrear entre sus obras algunas pistas acerca de su visión del mundo político y de la situación en que se encontraba este mundo en la Corte de Felipe III. Este proceso de búsqueda, en cambio, nos enfrenta enseguida con una argumentación y unas propuestas tremendamente rigurosas respecto a la organización de la sociedad. Es decir, Valencia sí que piensa de manera específica acerca de la estructura que ha de tener una sociedad como la española y sólo en función de las propuestas de reforma social que hará se pueden entender sus ideas políticas. No sería desacertado, entonces, decir que el discurso político de Pedro de Valencia se da como una parte derivada de la teoría social, como un apoyo a las reformas que en el campo de la sociedad pretendía llevar a cabo el humanista. Parece que nuestro autor daba más importancia a la efectividad de las reformas sociales y estructurales que a la que pudiera alcanzar una nueva organización política o una sustitución del régimen de gobierno. En cualquier caso, para entender el alcance de sus ideas políticas hay que partir de dos hechos fundamentales. Uno de ellos es la determinante influencia que la idea del buen monarca del escritor cínico Dión de Prusa tiene en la elaboración de su concepción política. El otro hecho fundamental es que de la idea de sociedad que tiene Pedro de Valencia se dedu- 272 cen los principios más importantes para su concepción de la vida pública; éstos son el principio de pública utilidad o público bien como criterio rector de la actuación del gobierno y el de justicia social en relación con la dimensión económica de la vida política. El buen monarca La influencia de Dión en diversos aspectos del pensamiento de Pedro de Valencia ha sido resaltada ya en varias ocasiones. Lo cierto es que esta influencia se extiende también hasta el ámbito de la filosofía política, de manera que las ideas de nuestro autor acerca de las cualidades que debe tener un buen Rey proceden del pensamiento cínico. En este sentido, hay que decir que también es importante la influencia dionea en la posición de neutralidad en que se mueve Valencia respecto a la idoneidad política y ética de los diferentes regímenes políticos. Tanto Dión de Prusa como Pedro de Valencia prefieren centrar sus objetivos en otros aspectos de la organización política de un reino. En cualquier caso, la influencia de Dión en este campo no se presenta con los rasgos de exclusividad que había mostrado en otros asuntos, sino que sus ideas políticas tuvieron ya gran interés en su época y fueron después asumidas y reformuladas en el Imperio Bizantino. Se puede afirmar que, probablemente, sea la filosofía política el campo en que la doctrina de Dión de Prusa ejerció mayor influencia durante los siglos posteriores. Los cuatro discursos De la realeza constituyen un conjunto de ideas sobre cómo debe ser el monarca adecuado para cualquier pueblo. El éxito de sus análisis ha demostrado que su perspectiva, aún siendo acorde con la estructura imperial de gobierno que había impuesto Roma, superaba claramente la frontera temporal de los primeros siglos de nuestra era y llegaba hasta las monarquías absolutas de occidente. Sus ideas sirvieron tanto en el siglo I como en el siglo XVII para justificar la organización monárquica del poder, el tipo de formación que debía recibir el buen príncipe y las obligaciones legales del monarca hacia sus subditos. La actualidad de sus propuestas contrasta con el desacierto que el estallido del mundo de la polis había provocado en la mayoría de las escuelas filosóficas, las cuales se ven incapaces de asimilar la universalización de la estructura política en los primeros siglos de nuestra era. Dión es el que da 273 una respuesta más adecuada a esta situación, respetando siempre la estructura establecida, pero dejando la puerta abierta a la crítica del poder cuando éste no respeta la legalidad que une a los subditos con su monarca. Una de las cuestiones que más llaman la atención de la obra política de Dión es la desviación que su pensamiento sufre respecto a los anteriores teorizadores de la república en lo referente a los límites de! poder real. Dión estaba preocupado por la pérdida de derechos y privilegios que un poder imperial absoluto y descontrolado -Nerón y Domiciano- podría acarrear para la clase aristocrática en las ciudades griegas. De esta forma concibe el poder del monarca como un poder que tiene origen divino y que es la representación del orden cósmico en la tierra, pero que a la vez tiene como misión principal la de conseguir el bienestar de sus subditos. Esta obligación de respeto mutuo entre el príncipe y los ciudadanos le sirve al prusense para declarar la misión regia de proteger a sus subditos «no solamente dándoles leyes escritas, sino más aún, apareciendo ante ellos como la personificación misma de la ley»4S. Morocho aclara49 que Dión no hace responsable al rey ante la ley en el sentido en que las constituciones democráticas declaran tal vínculo para los gobernantes actuales, pero aporta una serie de ideas que no están lejos de las que subyacen al espíritu del algunos textos constitucionales actuales. En efecto, el monarca dioneo elude esta responsabilidad directa, pero tiene la obligación -si de un buen príncipe se trata- de asumir espontáneamente esa responsabilidad, porque la consideración de su gobierno como una misión de servicio a su pueblo y de dirección del mismo así se lo impone. El príncipe ha de gobernar una administración que esté sujeta a la legalidad, de la misma forma que la institución monárquica sigue la legalidad que le impone el orden cósmico. La procedencia divina de su mandato, se corresponde con la imagen armónica que Dión quiere transmitir acerca del orden universal. En efecto, para Dión el rey es el representante del poder divino en la tierra, de manera que la solución del prusense ai problema religioso, con la apuesta por un claro monoteísmo, no hará sino consolidar esa imagen de orden universal y armonía que los estoicos intentaban transmitir50. 48 Morocho Gayo, C : «Introducción general», en o.c, p. 69. 49 ibid., p. 74. 50 «Para Dión, los malos reyes no vienen de Dios, sí los buenos. Esta es una tesis que desarrollará, en la Edad Moderna, el Padre Mariana para justificar el magnicidio y derro- 274 En este sentido, el acierto de Dión consiste en la coherencia que toda su construcción política guarda tanto internamente como en lo referente a sus ideas religiosas y a su discurso ético. La elección divina del monarca sirve además como punto de partida para la elaboración del catálogo de cualidades del príncipe y para la descripción de las virtudes propiamente regias, que en cierta medida suponen una armonización muy cuidada del ideal cínico-estoico que vimos anteriormente. El rey ideal ha de asumir que su vida es una vida dedicada al deber de gobernar a sus subditos, ha de estar completamente alejada del placer y de las diversiones y ha de poner todo su esfuerzo en desarrollar la virtud a través de su acción de gobierno51. El cuidado de sus subditos debe ser considerado por el príncipe como labor fundamental de su cargo, como el oficio al que consagrará su vida. De esta forma habrá de expulsar de su existencia cualquier momento de ociosidad y cultivar las virtudes que le hagan un hombre sabio y prudente: será, pues, esforzado, equitativo, cariñoso con lo subditos, poco amante de placeres, moderado y prudente, de ánimo justo y, en suma, capaz de llevar permanentemente unidas en su alma la prudencia y la virtud. Esta virtud no sólo será producto de las alabanzas de ios más próximos sino que habrá de ser proclamada por el pueblo a la vista de sus obras, con la corroboración de los hechos de su gobierno. El buen príncipe será ensalzado por sus subditos y recordado como tal en las generaciones venideras52. camiento de un tirano. Nada impide que el rey nutrido de la sabiduría y de la verdad divina sea hijo de Dios. Dión recurre a ia imagen ya homérica y bíblica del rey como pastor. El pastor es superior a las ovejas como el rey a los gobernados (...)». Morocho Gayo, G, o.c, p. 64. 51 «Es como un padre y un bienhechor, y no como un amo, ya que sus subditos son libres y no esclavos. Estos deben amarle y él está obligado a corresponder a su afecto». ibid., p. 64. 52 «-¡Sí!, replicó Sócrates. He oído referir a muchos lo que tú estás diciendo, tanto a griegos como a extranjeros. Pero lo que me impide tener suficiente conocimiento de causa es el siguiente razonamiento: desconozco, mi buen amigo, si fue constituido como gobernante de todos estos pueblos de una forma legal y con justicia ni si es tal cual he dicho muchas veces: si en efecto es un rey moderado y humano, y si, siendo él en primer lugar dichoso y sabio, como he dicho, comparte también con otros su propia felicidad sin establecer diferencias entre su propio interés y el de sus subditos, sino que en ese momento se regocija más y piensa que está obrando mejor cuando ve que sus subditos están en situación de prosperidad. Este tal es el rey verdadero y el más grande por su poder». Dión de Prusa: «De la realeza III», o.c, p. 219. 275 Textos como el citado no dejan lugar a dudas sobre la claridad con que Dión concebía la acción de gobierno y la labor del monarca; quizás sea por eso por lo que desde muy pronto su pensamiento político se convirtiera en un clásico al que recurrieron todas las cortes europeas renacentistas. El humanismo europeo vuelve sus ojos al prusense para organizar su copiosa doctrina sobre el buen príncipe, muchas de cuyas ideas son tomadas directamente de los escritos De la realeza que nuestro autor dedicó a este asunto. En lo que a Pedro de Valencia se refiere, la influencia se deja sentir en aspectos tan diversos como la descripción de la educación que recibía el príncipe Felipe III y en la admiración por las virtudes personales de su padre, Felipe II. Aunque Pedro de Valencia dirigiera su crítica especialmente a la política económica del monarca y no dejara constancia de ataques a la personalidad de Felipe III, síes cierto que sus descripciones de las enfermedades del reino y la declarada corrupción de la Corte española tienen como sustrato una concepción muy determinada de cómo debía ser el buen príncipe. En el caso del rey Felipe III, las críticas son aún mayores por el contraste con la vida casi ascética de su padre y por la completa y austera dedicación de Felipe II a los asuntos del Estado53. Felipe III deja el gobierno en manos del duque de Lerma y lleva hasta el exceso las prácticas ociosas que tanto criticara Dión de Prusa. Los ejercicios que en Dión debían colaborar a la educación 54 del príncipe se convierten en el caso de España en casi la única actividad de un rey pusilánime y poco amante de su misión 55 . 53 "No es raçon buscar el exemplo de la magnificencia en la antigüedad teniéndolo tan ilustre i cercano en casa en la persona del Rei Don Philippe 2o nuestro señor que se pintara mirando a su obra de la fabrica de San Lorenzo". Valencia, Pedro de: Descripción de la pintura de las virtudes, BNM., Ms. 13348, fol. 25r. 54 Ciertos pasajes del Dictatum Christianum de Arias Montano, que Pedro de Valencia tradujo al castellano y que probablemente fue utilizado en la Escuela de Zafra por el propio Pedro de Valencia, recuerdan indefectiblemente a algunas de las actividades que recomienda Dión para la educación del buen príncipe. 55 «Pero el rey ideal no ha de aficionarse demasiado a estas audiciones. A! contrario, debe considerar la caza como un hallazgo hermosísimo y en ella principalmente ha de recrearse, con cuyo ejercicio el cuerpo se hace más vigoroso y el alma más valerosa y se advierte en todos los entrenamientos militares». Dión de Prusa: «De la realeza III», o.c, p. 2 3 1 . 276 Asimismo, la corrupción de ía Corte española y el estado de constante adulación hacia el rey por parte de los beneficiados por la política de Lerma son otros de los elementos sobre los que había llamado la atención Dión de Prusa. La erradicación de los fieles y eficaces consejeros políticos del anterior Rey e incluso el confinamiento monacal de la madre de Felipe III ponen de manifiesto desviaciones del gobierno monárquico sobre las que ya previno Dión a su emperador Trajano y a los gobernadores de las ciudades bajo dominio romano56. Estas advertencias las repite en numerosas ocasiones Pedro de Valencia a los confesores de Felipe III. Pública utilidad y derecho natural Esta conceptualización de las funciones del Rey sirve a Pedro de Valencia para conectar con su idea igualitaria de la sociedad. La necesidad de organizar la sociedad de manera que todos los ciudadanos fueran iguales respecto al único poder claramente preponderante -el monarca- lleva a nuestro autor a pedir al Rey una especie de pacto con los subditos. Este pacto tendría como objetivo último la igualación social y económica de todos los habitantes del Reino, de manera que la alianza de la población mayoritaria -los desposeídos y los hidalgos pobres- con el Rey serviría para reducir a la pretenciosa y acaparadora clase superior que había vuelto a dominar el Gobierno tras el ostracismo a que se vio sometida durante el reinado de Felipe II. De esta forma sería posible darle otra configuración a toda la sociedad, se evitarían el malestar social existente y las posibles perturbaciones de la paz social. Además, esta alianza allanaría el camino de las profundas reformas sociales y económicas que, según Valencia, había que acometer para modernizar el país. Las reformas que propone Pedro de Valencia están basadas en la concepción ideal de la comunidad política que acompaña los escritos del 56 «Por lo tanto, no confiéis en quienes con sus palabras os halagan y manifiestan admiración, ni aceptéis tampoco a quienes son hábiles en tejer amenazas, ya que son personas que os engañan y os envalentonan inútilmente como a niños pequeños, sino aceptad más bien a aquel que os señale alguno de vuestros errores y, sobre todo, os capacite, si puede, para pensar». Dión de Prusa: «El primero en Tarso de Olida», en Discursos XII-XXV, Madrid, Credos, 1989. 277 extremeño, pero también tienen un sólido fundamento en el análisis concreto de los males que asolaban el proyecto político español. Estos males de los que habla nuestro autor tienen su origen en la expansión imperial de la monarquía, aunque las consecuencias son de diversa índole. Por un lado, Pedro de Valencia señala la imposibilidad de seguir manteniendo un Imperio de tal calibre. El Reino de Castilla no tiene capacidad económica para mantener una expansión de tales dimensiones ni un proyecto político coherente y ajustado a las implicaciones de tal situación. «Los daños que padeze la corona de Castilla i León, que es la cabeza i el corazón desta Monarquia prozeden de dos cosas las mas queridas, i las que mas se defienden i se pretenden conservar, i las que pareze, que sin ellas no puede pasar España, ni Europa. Estas son, la Monarquia imperio que tiene vuestra Magestad sobre Reinos i provinzias fuera di España i las riquezas de plata i oro i espezeria con las dos Indias orientales i oczidentales. Estas dos cosas van infizionando, no solo los Reinos de vustra Magestad, sino al mundo todo, i cortando á gran priesa la cabeza de la Monarquia»37, Por otra parte, el hecho de que el Gobierno estuviera volcado desde hacía años en la política exterior suponía haber dejado desatendida la política interna, provocando gravísimos desequilibrios socioeconómicos entre la población peninsular. Esta dejación había incrementado el poder de los grupos sociales privilegiados y la falta de respeto a las leyes reales en asuntos tan importantes como el abastecimiento de la población rural o las tasas sobre los productos básicos. Pedro de Valencia advierte sobre ello en varias ocasiones. «Tácito concierto o conveniencia tienen hecho los miembros entre sí para que todo corra en comunidad. La República lo hace expreso con las leyes, las cuales son un pacto o casi contrato de los ciudadanos entre sí y con su cabeza, de que vivirán en comunidad concorde y conveniente a todos, con igualdad o equidad, que es de que ninguno querrá demasía para sí, ni llevárselo todo, sino que se contentará con lo bueno y bastante'™. 57 Consideración acerca de las enfermedades y salud del Reino. BNM., Ms. 7845, fol. 128r. 58 Borrador del tratado o libro sobre el precio del pan, en Obras Completas, vol. !V.1, p. 80. i*» y Í.J En cualquier caso, Pedro de Valencia pinta como gravísima la situación en que se encontraba el Gobierno 59 . Según su apreciación, cada miembro del Gobierno no miraba más allá de sus intereses particulares y cada Consejo hacía !a política que más se adecuaba a los objetivos de sus miembros, sin tener en cuenta el bien general. Valencia critica esta situación, pero no deja de decir al monarca que la causa principal de todo ello es la carencia de un jefe de gobierno fuerte y respetado, que además de hacer buenas leyes se preocupara de que se cumplieran y de que el bien general del país estuviera por encima de los intereses partidistas. Esta situación le sirve para enlazar con la doctrina dionea acerca del origen del poder real, de manera que recuerda a Felipe III que su poder depende del ejercicio legítimo que sea capaz de desarrollar, de manera que un olvido o abandono de sus responsabilidades estarían automáticamente deslegitimando su permanencia como «pastor» de todos los españoles. «El rei legitimo natural (digo legitimo por nazimiento) de una Nazion, de un Reino es como padre de una familia, conoze i trata los subditos como hijos, no tiene otro poder mas del que le dan el Reino i las leyes, no se atreve hazer desafuero, ni tiene fuerzas extranjeras, con que ejecutar violenzia contra la República»60. Las ¡deas de Valencia tienen mucho que ver con sus conocidas propuestas de reforma social y económica. Sin embargo, cabe decir aquí que lo más destacable desde el punto de vista político es la certeza de que España debía ir desprendiéndose de sus posesiones ajenas a la península y centrarse en la organización y buen gobierno de estos reinos. La preocupación por la política interna y el «cierre» comercial al exterior servirían para reorganizar espiritualmente las prioridades del pueblo y establecer una nueva estructura social basada en la igualdad de todos los ciudadanos. Por eso, Pedro de Valencia propone una especie de pacto interno para conseguir la unión efectiva de todos los reinos dentro de la península, de manera que no existiesen diferencias en cuanto a las leyes que regían en 59 Consideración acerca de las enfermedades y salud del Reino. BNM., Ms. 7845, fol. 136v. 60 ¡bid., fol. 131V. 279 cada territorio, ni en cuanto a las lenguas que se hablaban, ni, por supuesto, problemas de aduanas entre los diversos territorios de España61. Esta propuesta de unión interna de España mediante un gran pacto culmina con el establecimiento de los principios que han de regir en adelante el Gobierno de España. La disposición de todos ios intereses hacia el bienestar de la mayoría de los ciudadanos es consecuencia del principio de la pública utilidad, que es el único desde el que Pedro de Valencia concibe la vida en comunidad. Por otra parte, este público bien no es sólo un principio programático que refleje las buenas intenciones de los gobernantes, sino que es el principio informador de toda la política social, monetaria y fiscal 62 que diseñará el polígrafo extremeño. La justicia social se convierte así en el reverso de este proyecto de nación española que esboza Pedro de Valencia en los primeros años del siglo XVII. Además, la misión de un rey no consiste más que en eso, en conseguir el mayor bienestar para la mayoría de la población. «Que aquel bive mas para su bien que mas procura en su vida el hazer bien a los otros. En esto dezia Cyro el grande i primero Rei de Pèrsia que consistía todo el arte del gobierno político i real, en multiplicar ios subditos i hazertos mejores i mas ricos, esto es en hazer felices a los reinos i repúblicas. Como el fin del Pastor es hazer mas en numero i mas sano i gordo su ganado, de que se sigue la riqueza del pastor i las fuerças i acrecentamientos, que maltratando i afligiendo i empobreciendo a los vasallos se pretenden, i no se pueden conseguir, sino antes daños i perdición»63. Se puede afirmar que la doctrina política de Pedro de Valencia presenta pocos rasgos de originalidad. Quizás sea la idea acerca de conceder prioridad a la estructura social y a la equidad en la organización de la comunidad lo más sobresaliente. En el campo político Pedro de Valencia sigue casi siempre los parámetro del derecho natural, de manera que no se plantea 61 ibid., fol. 129v. «Que los tributos i cargas publicas se repartan con igualdad sin agravio del pueblo i de los que pueden poco. A los cuales deseare ser favorable quanto baste para que no padezcan oppresion injusta de los poderosos». Borrador al Rey sobre el Gobierno. BNM. 5585, fol. 163v. 63 i b i d , fol. 163v. 62 280 seriamente otra forma de organización política que no sea la monárquica. Al rey, que debe garantizar la creación de leyes justas y de buenos ministros que las ejecuten de acuerdo con los criterios de justicia e igualdad entre todos los cuerpos de la sociedad, le es otrogado su poder por voluntad divina; ahora bien, esa misma voluntad y justicia divinas presenta un rasgo fundamental que es puesto de manifiesto por nuestro autor. El gobierno del monarca ha de ser justo y equitativo, como lo es la ley de Dios. Esto significa que su obligación como rey es la de gobernar para todos los subditos, que son ciudadanos en una relación de igualdad entre ellos, y que deben obediencia a! soberano sólo en tanto que cumpla con las condiciones del pacto que le llevó al poder. Como es sabido, el gran acierto de Pedro de Valencia al interpretar los principios del derecho natural en el caso del pueblo español es el hecho de valorar las condiciones de igualdad y de justicia en términos principalmente económicos. Por eso, el rey no será justo mientras no sea capaz de velar por un régimen socioeconómico que permita a los españoles una vida digna. La ley natural y la divina ordenación así lo prescriben. ® 281 CAPÍTULO 6 El humanismo moderno 1. Racionalidad y subjetividad L a revisión de los criterios de racionalidad presentes en el pensamiento de Pedro de Valencia ha sido una de las razones fundamentales que han motivado la realización de este trabajo. A la vez, éste responde a la necesidad de un acercamiento a la obra del humanista extremeño eludiendo el simple debate entre los partidarios de atribuir un mayor peso a sus discursos teológicos que a los propiamente filosóficos en el conjunto de su producción intelectual y los que sostienen una posición contraria. La demostración de lo improductivo de esta discusión y el carácter radicalmente moderno de muchas propuestas que van apareciendo en diferentes trabajos de Valencia obligan a un replanteamiento de las relaciones entre lo religioso y lo filosófico y a la superación de un dualismo que pretende enfrentar ambas disciplinas. Al menos en el caso de este autor que vive a caballo entre dos épocas tan diferenciadas como el Renacimiento y el Barroco, la armonía y la coherencia son las mejores formas de expresar el estado en que se dan las relaciones entre filosofía y teología en el pensamiento de Pedro de Valencia. El debate hay que trasladarlo, entonces, a otro ámbito. El nuevo espacio será el de las relaciones entre la racionalidad y la subjetividad en el conjunto de su obra. Desde un punto de vista actual, parece más interesante rastrear cómo consiguieron -si es que fueron capaces- ios intelectuales españoles que vivieron ese tránsito hacia la modernidad filosófica un dis- 283 curso completo y coherente acerca de la realidad y del conocimiento. Como siempre que quiebra el sistema de creencias sobre el que se asienta una sociedad, a finales del siglo XVI las dificultades para hacer teoría eran mayores que los medios para elaborarla. Los estímulos, sin embargo, eran más que suficientes: había que construir un nuevo modelo que explicara el mundo. Este nuevo modelo explicativo tenía que superar una serie de obstáculos que le obligaban a dar cuenta de sus propios principios, es decir, antes de eliminar los criterios epistemológicos precedentes había que justificar la renuncia a ellos, ya que, en gran medida, de esos criterios dependía no sólo una determinada visión del mundo, sino la única cosmovisión existente en el mundo europeo: la concepción cristiana del mundo proveniente de la Edad Media. A esta determinación inicial a que tiene que hacer frente Pedro de Valencia se unen otras cuyo origen radica en las aportaciones del humanismo europeo a la idea medieval del mundo. Esto supone una modificación de las concepciones sociales y políticas y, sobre todo, una revisión fundamental de los principios epistemológicos y éticos a la luz de los autores clásicos recuperados. La simbiosis de humanismo y cristianismo tiene en el caso español un modelo ineludible. Las especiales causas históricas y políticas que actuaron en la península ibérica durante el período renacentista junto a la propia inclinación espiritual de un pueblo volcado hacia los modelos explicativos que proporcionaba el cristianismo, son otros datos que hay que tener en cuenta a la hora de analizar la situación de que partía Pedro de Valencia cuando intentaba dar razón del inicio del mundo moderno. Por otra parte, ese mundo moderno que empezaba a andar tenía a la vista la necesidad de sustituir los modelos epistemológicos que había heredado y crear ex novo unos modelos radicalmente distintos, en los que la innovación partiría de la sustitución de los principios metodológicos, de manera que el resultado fuera una construcción diferente, que diera cuenta de los principios de claridad y evidencia por encima de cualesquiera otros y, además, que hiciera de la racionalidad el referente último de la validez cognoscitiva de todos los discursos. De esta forma, podemos afirmar que el panorama intelectual español a finales del siglo XVI presentaba una doble perspectiva. Una línea de pensamiento fuerte procedía del pasado y a través de principios religiosos, de 284 las elaboraciones filosóficas de la escolástica y de los fundamentos de la teología cristiana pretendía mantener una visión del mundo con pocas variaciones respecto a la de épocas anteriores; la validez y perdurabilidad de esta idea del mundo y de su método de conocimiento impedían la autocrítica y hacían de la adaptación a las nuevas circunstancias el único principio novedoso de su discurso. La otra línea de pensamiento estaba integrada fundamentalmente por el reconocimiento de la necesidad de un nuevo método para explicar una realidad que estaba cambiando radicalmente. Las transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas que estaban teniendo lugar en toda Europa no eran meras alteraciones del estado de cosas existentes, sino que eran fruto de una verdadera transformación del paisaje, del horizonte de la vida individual y colectiva. En suma, eran la mejor razón para justificar la pertinencia de un método de conocimiento que se pretendía rupturista, innovador y, a la postre, racionalista. En medio de ambas tendencias aparece el movimiento humanista. La sensación de que el humanismo iba a jugar el papel de bisagra entre las dos líneas de pensamiento citadas es quizás uno de los datos más señalados de este movimiento cultural. El recurso a la cultura clásica como intrumento de mediación entre ambas épocas parecía la mejor manera de articular el cambio preciso. El respeto por los principios configuradores de la realidad en ambas visiones del mundo parecía conseguido mediante la síntesis que aportaba el humanismo a la cultura europea. Sin embargo, esta línea de mediación que, a mi juicio, podría haber representado el movimiento humanista se disolvió ante las pretensiones de la moderna racionalidad y ante la inconsistente cerrazón de los teólogos cristianos -al menos en España- a partir de los últimos años del siglo XVI y una buena parte del siglo siguiente. El resultado fue el tránsito hacia la nueva época con las consecuencias propias de un proceso rupturista, que acabó haciendo del rechazo a todo lo precedente el mejor estandarte para justificar las propias ideas. En el caso de la metodología epistemológica, las premisas de que partió la modernidad a raíz de la aportación cartesiana son bien conocidas. La principal consecuencia fue la introducción de un método que se ha manifestado, a pesar de sus numerosos aciertos, como parcial e inapropiado para justificar los numerosos matices de una realidad tan rica y compleja como la que resultó del proceso de ruptura que culminó ese mismo racionalismo cartesiano. 285 La mayor crítica que se puede hacer al humanismo es la de haber perdido la oportunidad de ejercer ese papel que le parecía reservado en la transformación progresiva de la visión del mundo y de los medios de conocerlo, evitando así la forma en que la modernidad se instaló en la vida intelectual europea. Secuela de esa falta de conducción del proceso moderm'zador fue ¡a imposición de un modelo de conocimiento que hizo de la racionalización el único criterio de validez, dejando de lado elementos fundamentales en la anterior visión del mundo. Principios básicos como la idea de persona sobre la que el cristianismo habían construido su visión de la realidad o la idea de sujeto que el burgués de la «protomodemidad» había empleado para reconstruir su existencia sin caer en las contradicciones del mundo que estaba apareciendo fueron cuestionadas, cuando no puestas en entredicho, en virtud del principio de razón. Esta razón que se pretendía universal y absoluta quiso organizar la nueva configuración de la realidad sin más recursos que la racionalización completa del mundo, racionalización que derivó en razón instrumental y que hizo de la separación de la teoría y de la experiencia subjetiva el mejor sistema para afrontar la necesaria modernización. Así se produjo la polarización de la realidad en dos principios opuestos y enfrentados: la razón y el sujeto, es decir, la modernización frente a la experiencia personal, el individualismo solipsista frente al deseo armonizador de pertenencia a una comunidad. Es precisamente la falta de una intervención activa y armonizadora del movimiento humanista europeo y la constancia de la incapacidad de los humanistas para evitar esa escisión en que consistió la modernidad, lo que más critica Touraine del humanismo. Quizás porque tenían casi todos los medios a su alcance, quizás porque una mayor participación habría cambiado el producto de la racionalización que vivió el siglo XVII, la valoración del sociólogo francés es completamente negativa respecto al desarrollo de las posibilidades intelectuales del humanismo europeo. Hemos visto ya que Touraine centra su atención casi exclusivamente en Montaigne y hace de él el paradigma de las últimas generaciones de humanistas europeos que nunca perdieron de vista Ja unidad conceptual de que venía el mundo europeo y, a la vez, tuvieron a su alcance la posibilidad de intervenir en una fundamentación radicalmente distinta de la modernidad europea. 286 El problema es si este esquema que Touraine aplica a Montaigne es válido para todos los humanistas que coincidieron cronológicamente con el francés y, por lo tanto, gozaron de los mismos privilegios en cuanto a la situación en una época trascendental para la historia europea o si, por el contrario, hubo en ese espacio de tiempo otras maneras de afrontar el proceso modernizador y racionalizador que se impodría durante el siglo XVII. Más aún, ¿estamos en el caso de Pedro de Valencia ante una escisión radical entre los principios de racionalidad y subjetividad a la hora de hacer teoría? La cuestión de la racionalidad en Pedro de Valencia está marcada, en mi opinión, por el problema escéptico que surgió durante el siglo XVi y por ias posibles salidas a este asunto que hemos visto en el conjunto del pensamiento de nuestro autor. Esta adaptación del problema escéptico supone en primer lugar un acierto por cuanto Pedro de Valencia no queda anegado por el planteamiento pirrónico como fue el caso, entre otros, de Montaigne. La salida de las aporías del escepticismo a través de la vía media que ejemplificaban, en parte, los planteamientos académicos constituye el primer acierto de la metodología de Valencia. Esta vía media constituye la entrada en escena de una serie de planteamientos filosóficos que durante los dos siglos siguientes tendrán su desarrollo y mayor repercusión en el pensamiento de los autores británicos. La escisión que se produce entre el racionalismo cartesiano europeo y los planteamientos pragmáticos y utilitaristas de las Islas estaba en la base del problema epistemológico que había planteado el escepticismo durante una buen parte del siglo XVI. Mientras que el racionalismo hace de la razón el único objeto de su discurso y convierte el mismo fundamento de su construcción metódica en el objeto de sus consideraciones, la segunda línea dibujada nunca pierde de vista el principio fundamental de su pensamiento, de manera que el sujeto, el hombre concreto, no deja en ningún momento de ser el objeto principal de atención. La certeza de que la razón es el mejor instrumento para hacer teoría no oculta el hecho de que el primer objeto de esa teoría es hacer una vida mejor para el hombre que la construye. Las pretensiones de racionalidad que derivan del escepticismo académico están determinadas por la conciencia de que la revolución escèptica 287 es, en lo principal, una revolución práctica. La corrección académica de los desajustes pirrónicos no debe hacer perder de vista que el punto fundamental sobre el que giraba el escepticismo, tanto en el helenismo como en el siglo XVI, era un problema práctico, es decir, religioso, ético y político. Por tanto, cualquier desviación de ese referente constituye un error de pespectiva y una salida de los cauces en los que se había comenzado a considerar la cuestión de la racionalidad en el inicio de la modernidad. Esta distorsión de la cuestión racional concluyó en una absolutización de la razón como medio de conocimiento y como criterio de comportamiento práctico. El problema radicaba en que la sustitución del hombre por la razón en el centro de las consideraciones epistemológicas constituyó una deformación de tal calibre, que provocó la ya citada absolutización del principio de razón como principio informador de todos los aspectos de la existencia. En este sentido, el acierto de Pedro de Valencia en relación con la construcción de un método de conocimiento armónico y coherente tiene dos dimensiones bien diferenciadas. Por un lado, hay que resaltar su fidelidad a la idea de que el problema epistemológico era un problema derivado, subsidiario del problema central; es decir, io fundamental era la vida práctica, la necesidad de conseguir mejores criterios para conducirse en la realidad a la vez que elementos nuevos para adaptar el método de conocimiento y las formas de organización social y económica que se estaban imponiendo en el inicio de la modernidad. Por otro lado, hay que destacar que la opción por el academicismo en lugar del pirronismo o del posterior racionalismo es la opción por una epistemología que no cede toda su autonomía a la razón, sino que hace de la limitación de las pretensiones de la racionalidad un principio fundamental de su forma de conocer la realidad. De esta manera, el humanismo de Pedro de Valencia aparecerá simpre como una filosofía práctica, que se sirve de la razón en lugar de servirla, y que, además, tiene como criterio fundamental en el desarrollo de sus principios la consideración del hombre como centro de la reflexión filosófica. Junto a la resolución en esta línea del problema escéptico, la segunda cuestión que se plantea a la hora de determinar las relaciones entre racionalidad y subjetividad en Pedro de Valencia es la de la influencia recíproca de los discursos racional y teológico en la concepción de su pensamiento. 288 Aquí la cuestión ha derivado hacia la determinación de la primacía de una de las dos disciplinas en el conjunto de sus obras, planteamiento que parte de la inconmensurabilidad de ambos discursos y en la crítica que el racionalismo ha venido haciendo a cualquier tipo de manifestación religiosa. Sin embargo, el tema religioso en Pedro de Valencia adquiere una dimensión muy característica en su tiempo, consistente en el hecho de que la reflexión teológica es -como en el caso anterior del escepticismo- una forma de pensar la propia existencia, aunque en este caso con la introducción de una instancia superior al hombre y la aceptación de la realidad religiosa del ser humano como una realidad insoslayable y como una creencia incuestionable. Lo que hace Pedro de Valencia es reflexionar sobre esa realidad y lo hace además poniendo en funcionamiento dos dimensiones de la racionalidad que en adelante serán premisas básicas de cualquier intento de formulación de la racionalidad científica 1 . La racionalidad hermenéutica y la racionalidad ética constituyen en el discurso teológico del humanista extremeño dos elementos fundamentales para la determinación de la realidad humana -en este caso la religiosa- y funcionan además eludiendo la recaída en los modelos explicativos de tipo holista a que habían recurrido la tradición eclesiástica y las elaboraciones escolásticas. Y esto sin renunciar a uno de los sentimientos que con mayor fuerza se aprecian en los escritos de Valencia: el sentimiento religioso. La tesis de que la hermenéutica teológica supone un impedimento en el desarrollo de la racionalidad moderna en Pedro de Valencia tiene otras dos objeciones además de la ya citada primacía del discurso práctico. Se trata, por un lado, de la conciencia que se infiere de numerosos textos de que la verdadera sabiduría, la teológica, sólo se consigue después de la muerte, en la presencia de Dios. Esta certeza evita caer en la trampa de los que pretenden ver una superioridad de la teología sobre la reflexión racional en sus textos, de manera que la filosofía sería de nuevo una especie de esclava de la teología. Creo que la concepción del conocimiento de Pedro de Valencia trata ambos discursos como si pertenecieran a ámbitos distintos, nunca contradictorios y, desde luego, muy conectados en virtud del objetivo último de 1 Cortina, A., 1988, p. 85. 289 los dos: la experiencia humana, es decir, la reflexión práctica sobre la existencia del hombre. Esta dependencia de ambos discursos respecto de un fin superior invalida cualquier intento de jerarquizar las diferentes vertientes del pensamiento de Valencia, ya que se trata de registros distintos, de consideraciones dirigidas todas ellas al mismo fin: la vida práctica. Por otra parte, la calificación más destacada que hace Pedro de Valencia de la reflexión teológica no tiene que ver directamente con la mayor validez del discurso religioso sobre los demás discursos racionales, sino que se refiere a las condiciones de inmutabilidad y estabilidad2 que presenta la sabiduría divina frente a la cambiante y contradictoria sabiduría humana. Esta inclinación hacia la estabilidad y la inmutabilidad tiene que ver, en primer lugar, con las cualidades que como creyente Pedro de Valencia atribuye a la sabiduría divina, pero, en segundo término, tiene -en mi opiniónuna gran relevancia en el conjunto de las circunstancias en que se había desarrollado el debate epistemológico durante el siglo XVI a causa de la aparición del escepticismo en el centro de la reflexión. La articulación de filosofía y teología en el mismo plano de la reflexión práctica es uno de los aciertos notables de Pedro de Valencia. La identificación de caminos diferentes para conseguir un mismo fin en el terreno de la ya citada «filosofía de las cosas humanas» es fruto de la conciencia de que cualquiera de las vías epistemológicas emprendidas por el hombre eran igualmente válidas mientras que sus planteamientos metodológicos fueran correctos y no perdieran de vista el objetivo último que los movía. «y assi dice muy bien Plutarcho que el seguir à la razón es seguir à Dios, y que solos los que siguen à la razón devemos tener por libres, porque solos han aprendido lo que se ha de querer, y viven como quieren...»3. 2 Refiriéndose al método que va a seguir en la elaboración del discurso dice Pedro de Valencia lo siguiente: «(28v:)...me pareció no escrivirlo aora tan cumplidamente con sus alegaciones y ornamentos, y como suelen llamar, curiosidades, sino solamente con brevedad (29r:) pondré en suma lo importante en todo el trabajo que contenga todo el discurso, y los fundamentos de el, confirmándolo principalmente con lo verdaderamente firme y estable que es la doctrina sagrada y la palabra de Dios que permanece y dura inmudable, é infalible para siempre». Discurso sobre materias del Consejo de Estado dirigido à una persona que le pidió dictamen. BNM, Ms. 11160, fols. 28v-29r. 3 Ibid., fol. 63r. 290 Este proceso de identificación de vías complementarias es determinante a la hora de evaluar las responsabilidades del humanismo moderno en la fragmentación de la razón que tuvo lugar a partir de la radicalización cartesiana. El proceso de ruptura de que habla Touraine como fundador de la modernidad triunfante tiene una primera etapa en la desviación del principio de razón y del principio de subjetividad, pero tiene otro segundo momento simultáneo en el progresivo estallido de la racionalidad en múltiples fragmentos independientes. La heterogeneidad de discursos racionales fue producto de la especialización que la razón adoptó para acercarse a cada uno de los ámbitos de la realidad que se iban diferenciando. Debido a las pretensiones de exclusión y universalización inherentes a la razón modernizadora, fue la propia razón la que devino en discursos independientes e inconexos cuando trató de organizar la realidad económica, la realidad política y la realidad social, dando así lugar al principio de eficacia en el ámbito de la economía, a la razón de Estado en lo que se refiere a la política, o al principio de identidad socio-cultural como regulador de la pertenencia a colectividades sociales. Este proceso de fragmentación de la razón también queda a salvo en el pensamiento de Pedro de Valencia y por razones parecidas a las anteriores. Como hemos visto, una de las principales características de la obra de nuestro autor es su carácter enciclopédico, es decir, la variedad de campos a los que se dedica y que cultiva con igual profusión y rigurosidad. Esta multiplicidad de discursos independientes se rige por principios únicos alrededor de que se organiza la reflexión y a través de los cuales se imponen una serie de premisas metódicas. Sin embargo, los procesos racionales que dirigen la investigación en filosofía, en economía o en su pensamiento sociopolítico, no adquieren las connotaciones de exclusividad que alcanzarán posteriormente. Ya he dicho que ésta es probablemente una de las causas que explican que tales discursos no presenten avances temáticos espectaculares y de que el pensamiento de Valencia contenga dosis suficientes de arcaísmo como para producir un desconcierto considerable en el lector. Sin embargo, Pedro de Valencia evita la exclusividad de los diferentes discursos racionales con la construcción de un método que es sustancialmente dualista, ya que junto al tipo de racionalidad de que se trate en cada 291 momento introduce el principio que había dirigido todo su pensamiento, es decir, la referencia al hombre como objeto de la reflexión que estaba llevando a cabo. De esta forma, el principio de eficacia económica tiene que dirigirse a la realidad a través de los conceptos de bienestar social y bienestar individual; la idea de una comunidad política fuerte alrededor de un incipiente Estado centralizado e intervencionista juega a la vez con el principio de igualdad de todos los ciudadanos y con el de «pública utilidad» como principio rector de la vida política. Ya hemos visto también que la organización de la vida social está estructurada en función del concepto de identidad cultural y religiosa, pero junto a este concepto surgen con fuerza por primera vez las ideas del respeto por los diferentes y de la integración paulatina y armónica de todos los grupos en un concepto de mayor dimensión como es el de «comunidad». Junto con la remora que supone la detención de la razón que hace este humanismo para el avance en cada una de las ciencias, no haber caído en una dispersión de la racionalidad y haber conseguido rigurosidad y efectividad en las diversas ciencias de que se ocupó es uno de los aciertos más significativos del pensamiento de Pedro de Valencia. Creo que la formación como humanista de Valencia y su vocación de intelectual son otros dos elementos importantes en este proceso de armonización de la racionalidad emergente. Por último, hay que hacer referencia en este análisis de los criterios racionalidad latentes en los escritos de Pedro de Valencia al uso crítico la razón. Como forma fundamental y prioritaria que toma la racionalidad la reflexión de nuestro autor, el criticismo supone también un elemento modernidad que posteriormente llevará a su plenitud el siglo XVIII. de de en de En este sentido habría que decir que el criticismo funciona en dos ámbitos diferentes. Por una parte, tiene una dimensión autorreferencial, ya que la crítica funciona originariamente como crítica de la propia razón, poniéndole límites a su desarrollo espontáneo. Así, la racionalidad se hace fundamentalmente reflexiva y adoptará como criterios fundamentadores de su ejercicio la razonabilidad de su método y de sus objetivos, y la revisión crítica y continuada a esa misma racionalidad. A la vez, la crítica dirige el uso de la razón desde la teoría hacia el pensamiento práctico, consiguiendo un discurso racional situado en un lugar y 292 en un tiempo concretos; es decir, un discurso en el que racionalidad y realidad interactúan mediante esa crítica en la configuración de un panorama social y político más habitable, más humano. Si éstos son, a grandes rasgos, los perfiles que se pueden descubrir en la racionalidad de Pedro de Valencia, podemos decir que el segundo de los elementos constitutivos de la modernidad, la subjetividad, se manifiesta de !a siguiente manera. Recordemos que el principal problema epistemológico del humanismo europeo en el siglo XVI vino de la mano de la edición latina de los Esbozos pirrónicos de Sexto Empírico. La preponderancia de este texto en la segunda mitad del siglo se debió a que reformadores y católicos hicieron derivar un problema originariamente religioso en otro de marcados tintes epistemológicos. La autoridad de la Iglesia de Roma y de los reformadores en cuanto creyentes individuales dotados de juicio y capacidad suficiente para desentrañar el sentido de los textos sagrados era lo que se estaba jugando. Para dilucidar una salida a un problema que era de conocimiento y de autoridad se recurrió a los argumentos pirrónicos, lo que llevó a unos y otros primero al desconcierto y, luego, al fideísmo. Esta tradición teórica del debate epistemológico entre partidarios del positivismo cognoscitivo y del fideísmo se prolongó durante los siglos sucesivos, dejando e¡ problema sin una solución clara todavía hoy. En cualquier caso, en ¡os siglos XVII y XVIII el debate continuó estando recorrido por un transfondo religioso similar al que había dado origen a todo el problema, aunque, después de la división de la Iglesia romana y con el avance del individualismo en las sociedades europeas, los debates y las reflexiones eran de carácter personal. Lo cierto es que tanto en unos casos como en otros la cuestión religiosa resurgía como en el inicio del debate en el siglo XVI. Y en este punto es en el que hay que situar el acercamiento de Pedro de Valencia al tema del escepticismo. No se trata de que fuera determinante la posición que adoptara nuestro autor de cara a replantearse sus convicciones religiosas. Lo que hay que señalar es que el problema que había detrás de este debate religioso era un problema de índole estrictamente personal; se estaba discutiendo y poniendo en duda una visión del mundo y una teoría del conocimiento de las que, entre otras cosas, dependía la salvación personal de los que creían en ella. 293 Es decir, por encima de las posiciones partidistas en el debate entre los teólogos de cada bando, al final lo que estaba en juego era una cuestión personal de tal calibre como la de justificar o cercenar aquellos principios teóricos de los que dependía el futuro eterno de un creyente sincero como Pedro de Valencia. El hecho de que la cuestión personal fuera predominante sobre las demás es io que explica, junto a otras cosas, la introducción equilibrada y coherente de la subjetividad en el pensamiento de nuestro autor y la falta de contradicciones entre sus planteamientos teológicos y los que provenían de la razón natural. Lo cierto es que para Pedro de Valencia había ya una dicotomía ciara entre dos mundos que se conocían diferentes y cuyos únicos puntos conexos eran Dios y el propio hombre. Estos dos mundos, escindidos desde el pecado original, presentaban leyes de comportamiento y de funcionamiento completamente distintas y había que articular teóricamente ambos sistemas de leyes para evitar la contradicción. «Assi que aunque las Naciones perdieron y olvidaron después la doctrina de los Padres, y no recivían la de la razón y de la Doctrina de sus sabios que llamaron Philosofia, que los instruhia y obligaba como Ley y en lugar de ella como enseña San Clemente Alejandrino que la Philosophia se diò à las Naciones en lugar de la Ley para que las governase y amansase, y los preparase para recivir el Evangelio»4. Por eso, mientras el mundo después de ia muerte era el que tenía reservado el cumplimiento del ideal de felicidad, el «mundo actual» estaba regido por una serie de leyes que había que respetar en virtud del principio de la igualdad entre ¡os hombres, entre las cuales destacaba la que hacía de la universalización del bienestar social, económico y personal el criterio rector de la actividad humana. Este bienestar -respecto al cual estaba delegado el monarca para su instauración- era el mejor camino para preparar a los hombres para la felicidad de la otra vida, pero exigía un tipo de consideraciones teóricas muy distintas de las que realizaba la teología. 4 Ibid, fol. 63v. 294 De esta forma, se imponía una reflexión diferente, que fuera eminentemente práctica, que se ocupara de la filosofía política, de la ética y de la economía y, sobre todo, que fuera respetuosa con el referente principal de ambos mundos, esto es, con el hombre. Así, junto a la racionalidad que exigía la realidad sobre la que tenía que pensar y el adecuado desarrollo de unos principios metodológicos que había aprendido de sus maestros filólogos y del escepticismo metódico, Pedro de Valencia consigue articular un discurso filosófico moderno y coherente, sin lugar para las escisiones que más adelante produjo la modernidad triunfante, discurso cuyo alcance está más allá de las meras consideraciones de sus ideas como partes independientes cuyo valor fundamental radicaría en la proximidad de sus propuestas económicas con analistas de siglos posteriores. El pensamiento de Pedro de Valencia se presenta como un todo coherente en el que subyace una manera peculiar de pensar el mundo que estaba naciendo. Del análisis de este pensamiento y de las líneas que abrió para pensar el mundo moderno, se desprenden motivos suficientes para decir que sus propuestas están avaladas por una formulación teórica completa y coherente, en la que las nociones de racionalidad y subjetividad constituyen las dos caras de una misma forma de enfrentarse a la realidad: el pensamiento práctico. Las palabras de Pedro de Valencia son las que mejor resumen el método y la práctica de este humanismo que concebía la filosofía como «el arte de la vida humana»5. 2. El Arte de la vida humana La consideración que hace Pedro de Valencia, en el texto citado del Discurso sobre materias del Consejo de Estado dirigido à una persona que le pidió dictamen, de la filosofía es esclarecedora de su posición respecto a la importancia que la filosofía tiene en su pensamiento. A la vez, !a relación que de manera explícita establece entre la filosofía humana y la filosofía sagrada en este texto nos permite llevar a cabo algunas reflexiones en la línea de articular de manera coherente las distintas formas en que se manifiesta su pensamiento. Creo que la aportación que estas líneas constituyen 5 Ibid., fols. 29r-30r. 295 para la aclaración de la estructura intelectual de Pedro de Valencia es fundamental, ya que supone confirmar algunas de las hipótesis propuestas cuando, al estudiar las Académica, analizamos el papel del escepticismo en el pensamiento del humanista. Veamos, pues, el contenido del texto. «(29r:)EI buen modo de enseñar y dar doctrina para la firmeza y claridad de ella, es comenzándola por sus principios y fundamentos, los quales en cada Arte y Sciencia son propios de (29v:) aquella sciencia, y diferentes de las de los demás, y también en una misma Arte qual es la Philosophia à que llaman Arte de ¡a vida humana, de como han de vivir los hombres según los ingenios, é imaginaciones que fueron en gran manera diferentes y contrarios de los Maestros mas célebres, y cavezas que la enseñaron, se presuponen diferentes principios, y se usan diversos términos y lenguaje. Pero es la ley del methodo de Doctrina que el que es Peripatético, y sigue por Autor à Aristóteles, use de los términos, y principios de él; y el que à Zenon use de lenguage y fundamentos Stoicos; Y el que à Platón, Académicos, y assi a las otras sectas y vias de Philosophia sin confundir ni mezclar los principios ni los términos, so pena de obscuridad, confusión, y de no concluirse nada cierto ni firme. Assi quien profesa y quiere seguir la Philosophia sagrada, y ama, y se agrada de la claridad y firmeza, é infalible certeza de la Doctrina de la Escuela de Dios, y la prefiere à todas otras escuelas y Doctrinas conforme à aquello: Narraverunt mihi iniqui Fabulationes; sed non ut /ex tua: omnia mandata tua veritas, de ella deve tomar los principios y fundamentos, y conformarse también con aquel lenguage (30r:) y manera de hablar, aunque no sea tan elocuente, y afectado como el de los Sabios del Mundo»6. La exposición de Pedro de Valencia en este texto tiene como motivo aclarar las diferencias entre dos tipos de conocimiento radicalmente diferentes, los cuales tienen como finalidad la consecución de otras tantas formas de sabiduría. Valencia aclara que por una cuestión de metodología es propio de los seguidores de cada una de las escuelas filosóficas seguir fielmente los principios y fundamentos establecidos por las escuelas en cues- 6 Ibid, fols. 29r-30r. 296 tión. Esto es así porque lo pide la buena técnica de la enseñanza de las diferentes artes y ciencias; cada una de ellas tiene una estructura de pensamiento que se basa en los principios que establecieron los representantes de tales escuelas y por acuerdo o desacuerdo con estos fundamentos es por los que se decide acercarse a una determinada doctrina. Ahora bien, lo que parece implícito en el texto es que la decisión de seguir a una escuela concreta es inicialmente libre, pero en gran medida vinculante, es decir, que una vez tomada la decisión de seguir ciertas ideas, la misma lógica interna de las ciencias obliga a seguir esas ideas con la rigurosidad con que han sido establecidas en la estructura de pensamiento de la doctrina elegida. En este sentido, los principios y fundamentos de las diferentes escuelas obligan mucho más de lo que pudiera parecer a primera vista, ya que la estructura interna del pensamiento propuesto habrá de dirigir la acción del que haya decidido unirse a tales principios. Y esto es así no sólo porque la lógica interna del sistema filosófico - y en general de cualquier teoría- elegido lo prescriba en virtud de la consistencia interna, sino también - y esto es lo decisivo- por la consideración posterior que hace Pedro de Valencia de la filosofía como el arte de la vida humana, "de como han de vivir los hombres según los ingenios e imaginaciones", que en gran medida fueron distintos en los variados representantes de las escuelas filosóficas de la Antigüedad. La elección de diferentes principios y fundamentos es la primera parte para la configuración de un sistema filosófico, mientras que la segunda consistirá en la elección de lenguajes y términos también distintos. Esto no es más que el producto de la determinación de la filosofía como método de la vida humana, ya que los diferentes caminos para transitarla requieren otras tantas estructuras metodológicas en el nivel teorético de la escuela de pensamiento en cuestión. Ahora bien, en mi opinión, la clave para entender adecuadamente tanto el texto como la configuración completa del pensamiento de Pedro de Valencia reside en la estimación radicalmente clásica de la filosofía como arte. En esta aproximación a la idea de la filosofía como arte está la base de la articulación de los diferentes niveles en que funciona el pensamiento de este humanista; más aún, esta conceptualización de la filosofía comprende una concepción más amplia del pensamiento humano y de la forma de entender las relaciones entre la racionalidad y otros ámbitos propios de la actividad humana, de la subjetividad, como son la religiosidad y la propia 297 teología. Asimismo, la introducción del concepto de arte y su relación con la filosofía constituyen una propuesta para el establecimiento de una forma de trabajo intelectual que es eminentemente humanista y que guarda, a la vez, un gran respeto tanto por las formas clásicas de pensamiento como las modernas estructuras de la razón que se completarán durante el siglo XVII. Esta definición de la filosofía como arte de la vida humana es radicalmente novedosa en su función de articulación de dos formas de pensar la realidad porque le sirve al de Zafra para mantener la consistencia interna de su discurso, al volcar la carga del pensamiento hacia la actividad práctica, hacia la vida. De este ámbito es de donde se sacarán las experiencias sobre las que haya de reflexionar el hombre para dar razón de su vida, para hacerla mejor, más humana, y de ella se ocupará la filosofía práctica. Además, y esto es lo destacable, en este ámbito de la experiencia vital es donde el humanista encuentra el hecho religioso y la experiencia de Dios, y es esta misma experiencia la que le dice que el pensamiento religioso, sin renunciar a la experiencia, ha de encontrar su propio método de reflexión para dar cuenta de la nueva realidad que ha encontrado. El espacio de posibilidades intelectuales que recoge la misma idea de la filosofía como arte radica, sin embargo, en la propia tradición filosófica y Pedro de Valencia saca gran partido de ella gracias a sus profundos conocimientos filológicos y a su vocación por los autores clásicos. Como es sabido, el término "arte" (ars) es la forma que dio el latín a una expresión griega, a techné. Este concepto, la techné tiene una profunda tradición en la pensamiento griego, tanto médico como propiamente filosófico, pero donde alcanza todas las dimensiones de su significación es en la obra aristotélica. Lo importante aquí es destacar que la techné es una de las formas propiamente humanas del conocimiento, junto a la prhónesis, la episteme, el nous y la sophía. Esto nos sitúa ya en una gradación de las formas del conocer, pero lo cardinal es que todas ellas tienen en común el rasgo de partir de la experiencia y de tener esa experiencia organizada por la memoria. La organización selectiva de los datos de la experiencia por parte de la memoria es lo que determina el carácter específicamente humano de la actividad intelectiva. La techné está estrechamente relacionada con la necesidad humana de hacer cosas, de producir, de fabricar, en que consiste su vida. Este hacer 298 del hombre, poiesis, tiene como nota característica que razón de ser, aquello por lo cual el hombre hace la cosa, se encuentra no en las propias cosas, sino en la mente del hombre, en la mente del que hace. Esto supone una primera conclusión, como es la diferenciación entre lo que es solamente naturaleza y lo que es algo más. La naturaleza lleva en sí el principio generador de las cosas, mientras que en la techné es en la mente del artífice donde están los principios que darán razón y origen a la cosa hecha. Sin embargo, hay que aclarar que en la techné lo fundamental no consiste propiamente en hacer la cosa, sino en saber hacerla; es decir, se trata de una forma de conocimiento que actúa directamente sobre la realidad en cuestión, que es por tanto empírico, pero cuya nota esencial es su carácter de saber1, de reflexión, de conocimiento. Y además, esta forma de saber sobre las cosas es la forma básica de estar en la verdad de las cosas7. Por otra parte, Zubiri aclara una nota importantísima del sentido de la techné, nota que servirá de llave para entender la concepción del conocimiento y de la filosofía que tiene Pedro de Valencia. Esta distinción tiene que ver con las características que como forma de conocimiento y en su relación con otras formas de conocer guarda el concepto de techné. Esta distinción respecto al saber de las cosas que proporciona la experiencia se basa en tres datos elementales: 1 o . El saber de la techné es una forma de saber mejor, ya que su propia funcionalidad indica que su forma de saber consiste en saber el porqué de las cosas. Es decir, ¡a techné es algo más que una simple habilidad, porque su estructura implica el conocimiento de las causas de las cosas, de la realidad, sobre la que actúa. Zubiri llega a utilizar una expresión, que él mismo aclara que es poco aristotélica, como la de razón de ser de las cosas8. 2 o . Además, otra ventaja de la techné sobre otras formas de conocimiento es el hecho de que se trata de una forma de conocimiento universal, no particular. Esto supone la posibilidad de ampliar el ámbito de la teoría, lo cual es especialmente importante cuando la teoría versa sobre la vida humana. 7 Zubiri, X.: Cinco lecciones de filosofía, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1963, pp. 16-17. 8 Ibid., p. 18. 299 3 o . Por último, la technées enseñable. Si aplicamos este esquema conceptual a la consideración que hace Pedro de Valencia de la filosofía como arte las conclusiones son esclarecedoras; pero si utilizamos directamente toda la expresión "filosofía como arte de la vida humana" y la sometemos al filtro de la idea de techné pondremos a la vista toda una concepción del pensamiento, de la filosofía y de la propia vida. Esto es, tendremos ante nosotros la concepción de la vida y de la filosofía de un humanista cristiano y moderno que asiste al inicio del siglo XVII. Lo cierto es que al hacer la vida humana el objeto propio de una forma de conocer como es la filosofía {un arte, techné,) estamos estableciendo la posibilidad, quizás la necesidad, de que hay ciertas reglas de comportamiento que sirven para dirigir la vida mejor que otras. El hecho de que se entendiera por techné también el conjunto de reglas por medio de tas cuales se consigue algo nos pone en la pista de una consideración de la vida como algo controlable y manejable, al menos en cierta medida, por el hombre. Esta capacidad del hombre para organizar la estructura de la vida según el saber que proviene de la techné es una idea clara de la profunda vocación humanista de Pedro de Valencia y, además, supone una ¡dea clara de la diferenciación radical -creo que ya se puede afirmar de esta forma- entre los ámbitos de los que el hombre tiene conocimiento gracias al saber filosófico y aquellos otros cuya clave reside en otros tipos de saber (religión y teología). Creo que esta diferenciación supone establecer otro refuerzo a la tesis aquí mantenida respecto a la inexistencia de contradicción entre la filosofía y la fe de Pedro de Valencia y, por supuesto, las ideas vertidas sobre el papel que juegan el escepticismo y la filosofía en el conjunto de su pensamiento. Si aceptamos esta aproximación a la estructura de la vida a través de la techné estamos admitiendo la necesidad de un discurso filosófico que ha de ser eminentemente práctico. Universal, porque el saber de la technées universal, pero práctico; este saber organiza, pues, los datos de la experiencia en función de determinadas reglas que ha descubierto en la propia estructura de la vida y los maneja de manera que sirven de la mejor forma a la configuración poiética de su propio objeto, es decir, de la misma vida singular de cada hombre. 300 Al ser la vida el objeto de conocimiento de la techné y la filosofía su órgano de expresión, la actividad humana se convierte en una reflexión sobre la vida para hacerla mejor, para llevarla a su fin, de acuerdo con las reglas que la filosofía prescribe y con las singularidades que la misma realidad experiencia! muestra en su organización. El hacer la obra es el objeto de la techné, y cuando la obra finaliza también lo hace la actividad que la produce; la filosofía, que es la actividad productiva de la vida humana, tiene su pleno valor y vigencia en la propia vida, en la propia experiencia finita y mientras que la vida continúe la filosofía es el saber adecuado para dar cuenta y razón de ella. Por otra parte, la concepción de la filosofía como arte de la vida humana nos pone en contacto también con otra idea aristotélica de gran importancia para nuestro análisis; se trata de la noción de prudencia, de phrónesis, la sabiduría práctica. La phrónesis es un saber organizado alrededor de la razón de ser de y de lo universal y su objeto son las acciones de la vida, la diferencia respecto a la techné radica en que su objeto no es una poiesis, sino una praxia, es decir, "actividad en acto, pura energía'**. Lo importante en esta aproximación a la idea de phrónesis es el hecho que tiene en común con el la techné. Es la vida, desde dos puntos de vista algo distintos, el objeto último de ambos tipos de conocimiento. Y lo es porque ambas formas de saber son saberes universales -por eso la vida en general puede ser su objeto-, pero además en la phrónesis se da la circunstancia de que su objeto concreto es !a determinación de la forma más adecuada de actuación en la vida concreta de acuerdo con las ideas de bien y de mal de las que se ocupa la reflexión ética. Las implicaciones que vamos extrayendo de la conceptualización que hace Pedro de Valencia en el texto con que empezamos este epígrafe nos han ido llevando a una imagen cerrada y sólida del mundo de! conocimiento. Este análisis de la idea de "filosofía como arte de la vida humana" nos aproxima a una forma de entender la filosofía que se basa en la primacía de la reflexión práctica (en el sentido de la praxis, es decir, sin oposición a la teoría) debido a la constitución misma del objeto de la reflexión -la vida- y de la propia estructura organizativa de las formas de saber que se ocupan de ella. 9 ibid., p. 19. 301 También nos pone en la pista de una concepción de la filosofía que será radicalmente distinta de la que se implantará a raíz de la obra cartesiana. De hecho, la concepción práctica de la filosofía entendida como arte es la idea radicalmente más opuesta a las formas de hacer filosofía del racionalismo cartesiano. La filosofía parte de la vida porque la vida es su objeto y porque, como techné, ia viabilidad de la existencia depende de la utilización técnica y práctica que el hombre haga de las reglas que la propia filosofía, el pensamiento humano, le pone a su alcance para hacer una vida mejor. Creo que también son indudables las conexiones de esta concepción del pensamiento con una idea de la filosofía que se resiste a la ruptura de retórica y filosofía. El método de la retórica, que es la techné, es el método de la filosofía, y la convicción de que a través de la palabra, del discurso, se pone de manifiesto quién es el que habla, qué tipo de hombre es y qué propuestas está haciendo a la comunidad, son instrumentos puestos al servicio de una vida que es originariamente vida hacia la comunidad. La disciplina intelectual que muestra esta idea de la filosofía es la mejor prueba del conjunto completo que es el pensamiento de Pedro de Valencia. Su filosofía es una forma de saber puesta al servicio del hombre para que pueda dar razón de su vida según los instrumentos que éste tiene a su alcance. La introducción de la idea de techné sirve de la misma forma para explicar el papel que determinadas disciplinas como la economía y el análisis social juegan en su obra. La reforma social y la económica son medios fundamentales para la organización de la vida y por eso el humanista ha de ocuparse con ellas; son una técnica para la vida 10 . Del mismo modo, hay que decir que la preocupación por el hombre y la vuelta hacia un modelo de pensamiento práctico es la conclusión necesaria de esta consideración de la filosofía. El modelo de filosofía basado en las ideas de techné y de phrónesis ha de estar centrado en la actividad del hombre porque necesariamente se desprende esta necesidad de los conceptos elegidos y del mismo objeto de la reflexión. En este sentido, se puede afirmar que el escepticismo es una forma de afinar los métodos y Jas formas del pensamiento. Por último, hay que aclarar que esta concepción es perfectamente complementaria con ¡a idea religiosa que subyace en la obra de Pedro de Valen- 10 Véase Aristóteles, Económicos, p. 250. 302 eia. Frente a ia conceptualización formal que hace al comienzo del texto para determinar la "filosofía como arte de la vida humana", el humanista establece la necesidad ontològica de seguir los principios y ias pautas de cualquier doctrina una vez que el hombre ha elegido cuál es la que va a seguir para guiar su vida. Ahora bien, para un creyente no cabe más elección que la de la "filosofía sagrada", la del Dios en el que cree, de la cual "deve tomar los principios y fundamentos, y conformarse también con aquel lenguage y forma de hablar"; es decir, el creyente no tiene más elección que la de la fe y su filosofía es la sagrada; por tanto, los principios que informen el contenido de ia vida y aporten las reglas de comportamiento para construir su objeto según los principios del bien y de mal han de ser los de la doctrina cristiana. Y como hemos visto, esta doctrina, contenida en la Biblia, tiene -según Pedro de Valencia- al menos dos ideas fundamentales para la organización y conformación de la vida del hombre. Estas ideas son las de justicia e igualdad. 3. El humanismo moderno: conclusiones A lo largo de este trabajo me he referido en varias ocasiones al pensamiento de Pedro de Valencia encuadrándolo en !o que he llamado «humanismo moderno». He elegido este calificativo por diversas razones que ahora explicaré, pero principalmente porque me parece la expresión que mejor define al tipo de actividad intelectual que desarrolló nuestro autor sin dejar de lado el espacio cronológico en que se desarrolló esa actividad, justamente en el momento de tránsito de las sociedades europeas hacia la Época Moderna y del pensamiento especulativo hacia la modernidad filosófica. Esta actividad intelectual es heredera directa de la práctica que los humanistas del Renacimiento pusieron en marcha, la cual se puede resumir esencialmente en dos principios: por un lado, la recuperación de los autores clásicos y la ocupación intelectual con ellos como elemento fundacional de este movimiento humanista; junto a esta recuperación, tiene lugar la introducción de una metodología que hace del tratamiento directo de los textos originales y de su lectura y estudio en las lenguas en que se escribieron los criterios básicos de la validez científica. 303 De esta forma, la afición por la lectura y el análisis del pensamiento clásico se convierten en uno de los hechos principales para considerar «humanista» a un autor. Además de esta dedicación al estudio de los clásicos, un humanista debía ser un experto interpretador de los textos, siendo capaz de adaptar las ideas, fábulas e historias elaboradas en otros tiempos a los principios culturales y sociales predominantes en la época en que trabajan. Para ser un buen humanista había que ser a la vez un experto en la hermenéutica de los textos clásicos. Esta vocación por el análisis hermenéutico proviene en el caso de Pedro de Valencia de los años de estudio en Salamanca, de la mano de las lecciones de El Brócense y de las que más adelante recibió en materia de exegesis bíblica de Arias Montano. Ya hemos citado la adscripción que hace Morocho de Pedro de Valencia al movimiento de la Filología Poligráfica que había fundado Cipriano de la Huerga y que continuaron en generaciones sucesivas los maestros de Pedro de Valencia. Morocho califica a nuestro autor como el más destacado representante de este movimiento, debido a sus amplios conocimientos filológicos -en griego, hebreo y latín fundamentalmente, aunque sabía también arameo- y a la excelente aplicación práctica de esos conocimientos en múltiples traducciones, interpretaciones e, incluso, en varias cuestiones judiciales con la Inquisición. A esta vertiente del humanismo tardío se une la profunda influencia que el cristianismo intimista y renovado de años anteriores habría dejado en los humanistas españoles. Este humanismo cristiano aparece en Pedro de Valencia como un elemento de trasfondo, no como algo esencial, es decir, como un elemento que actúa sin ser percibida su presencia directamente. Por un lado, el estado de asunción de los principios del humanismo cristiano a través de Erasmo, Vives, El Brócense y Arias Montano era ya considerable cuando escribe Valencia y, por otra parte, la distancia histórica con los hechos concretos que desencadenaron aquel movimiento era ya suficiente como para que no actuara como argumento fundamental en su pensamiento. Además, en el caso de Pedro de Valencia sus profundos conocimientos teológicos y bíblicos y su sincera fe eran más que suficientes para que el propio autor extremeño configurara su religiosidad en virtud de sus propios criterios. La variedad de temas estudiados -otra de las características del humanismo renacentista- alcanza en Pedro de Valencia una profusión tal que la misma diversidad ha llevado a numerosas dificultades para alcanzar un sentido completo del conjunto de su obra. 304 Estas características propiamente humanistas confluyen con un dato que se presenta con radicalidad. Se trata del momento histórico en que vive Valencia. Una vez consumada la escisión entre reformadores y católicos y confirmada la decadencia del Imperio español, las condiciones biográficas desde las que escribe este autor son tan diferentes de las que vivieron incluso los humanistas españoles de la generación anterior que justifican la sustitución de muchas de las perspectivas propias del humanismo. A las condiciones religiosas y políticas se unieron, en este caso, los primeros desarrollos de una sociedad que se estaba haciendo progresivamente capitalista. La preponderancia del mercado universal y de la economía como ejes de las relaciones entre los hombres y entre las naciones serán otros elementos dignos de tenerse en cuenta a la hora de considerar la especificidad de! humanismo que practica Pedro de Valencia. Por otra parte, el paso desde las ya consolidas estructuras políticas nacionales hacia las nuevas estructuras estatales, con la aparición y desarrollo de los primeros estados centralistas e interventores en la vida de los ciudadanos supone también un cambio en la organización del discurso político. La reflexión acerca de las relaciones entre los subditos y ese aparato estatal serán de una importancia fundamental a la hora de plantear problemas filosóficos de mayor calado. Todas estas causas confluyen en la separación que el humanismo de Pedro de Valencia representa frente a los movimientos anteriores que se habían ido produciendo durante el Renacimiento. Las nuevas realidades exigen nuevas formas teóricas de acercarse a ellas. Incluso la manera de hacer teoría, de conocer la realidad, entra en quiebra a causa de las críticas escépticas a las teorías epistemológicas vigentes. La puesta en cuestión del incipiente principio de razón obliga a replantearse las posiblidades y límites de las facultades racionales del hombre y con ello nace la modernidad filosófica. Estos rasgos propios de la cultura moderna también actúan de forma considerable en la formación del pensamiento de Pedro de Valencia, produciendo una variación del anterior ideal humanista y obligando a una reflexión profunda de los problemas que estaba trayendo la entrada en esa modernidad. Por todo esto, el pensamiento de Pedro de Valencia puede ser considerado, pues, como un humanismo moderno que se caracteriza por el valor 305 que la conjunción concede a ambos términos: es tanto más humanista en cuanto que deja de ser moderno y, viceversa, los rasgos de modernidad que se aprecian en sus ideas lo son a costa de perder cualidades propias del humanismo renacentista. Este humanismo moderno de Pedro de Valencia presenta además las siguientes particularidades: 1. Una especial dedicación al pensamiento económico, con la elaboración de un discurso económico completo y coherente, que es subsidiario de una determinada concepción de las relaciones sociales y de la vida en comunidad. Los criterios propiamente técnicos que vertebran el discurso económico provienen del pensamiento económico de la Escuela de Salamanca, pero son reformulados para utilizarlos ante las nuevas realidades que el avance del sistema capitalista iba presentando. Junto a esta influencia de la última escolástica, los avances introducidos por el propio Valencia consisten en la elaboración de una teoría de la hacienda pública que en buena parte es deudora de su idea de la organización política y que se articula en virtud de los principios de trabajo, propiedad agraria para todos los trabajadores del campo, una regulación moderna -universal y equitativa- de los impuestos y una política de gasto público presidida por las nociones de austeridad y pública utilidad. 2. En el campo del pensamiento filosófico hay que destacar la presencia en la obra de Pedro de Valencia de un buen número de influencias derivadas de los movimientos filosóficos de la época helenística. Esto no tendría mucha importancia si no fuera porque estas influencias alcanzan un grado notable en la conformación de su pensamiento. El hecho indudable de la frecuencia de los movimientos escépticos y del cinismo en este pensamiento supone una llamada de atención respecto al rechazo que estos movimientos han sufrido por provenir del helenismo y ser además considerados subversivos. La importancia del pensamiento cínico de Dión de Prusa en la obra de nuestro autor y las influencias del cinismo en la conformación del pensamiento estoico debían ser suficientes para cambiar la perspectiva a la hora de enfrentarse a estos movimientos. Por otra parte, la combinación resultante de la intervención de elementos académicos, pirrónicos, cínicos, estoicos -principalmente a través de Epicteto- y cristianos es en el caso de 306 Pedro de Valencia de una originalidad y de una coherencia interna nada desdeñables. Creo que de estas influencias y del resultado producido en nuestro caso, ha de surgir una reivindicación para revisar la importancia de estos movimientos en la formación del moderno pensamiento español. 3. En el caso concreto del escepticismo, las consecuencias de su contribución para ía formación de la filosofía moderna son insoslayables. Pedro de Valencia se ocupó con el escepticismo y su preocupación por los problemas derivados de los debates escépticos del siglo XVI alcanza tal nivel que parece insuficiente considerarlo a la luz de su calificación como escéptico. Hay que decir que Pedro de Valencia trató con el escepticismo en sus múltiples variantes y lo hizo a través de los textos y documentos originales, como correspondía a un hombre de su formación y de sus intereses. Probablemente el origen de su preocupación por este asunto estuviera influido por las consecuencias religiosas que finalmente se derivaron del debate. El hecho de que estuviera en juego la visión cristiana del mundo mediante la atribución o denegación de autoridad epistemológica a los textos sagrados y a los intérpretes oficiales de la tradición cristiana eran motivos suficientes para estudiar las objeciones pirrónicas a las posibilidades del conocimiento. Pero además de la cuestión religiosa de fondo, los argumentos pirrónicos eran un desafío a la capacidad humana de conocer y, sobre todo, a la de la razón para proporcionar datos sólidos acerca de la realidad y, por consiguiente, a la posibilidad de elaborar teorías fiables del mundo por medio de las cuales el hombre pudiera saber a qué atenerse. En lugar de recurrir a la primacía y universalización del principio de razón o de limitarse a los infundados criterios de autoridad que pretendían imponer los sectores más retrógrados de la Iglesia católica, Pedro de Valencia busca una vía media, una síntesis que le permita utilizar el criterio de racionalidad y, a la vez, ser capaz de limitar las pretensiones absolutistas de la razón. El recurso a la filosofía práctica y al criticismo serán las dos caras de una misma moneda; a la vocación de intelectual que le lleva a tratar con la realidad concreta, se une la necesidad metodológica que el escepticismo ha impuesto al pensamiento en la dirección de limitarse a aquello que la razón -que ha de ser razón práctica- puede abarcar. 307 La dimensión subjetiva del pensamiento de Valencia hace el resto. El sujeto del conocimiento es el hombre, no la razón, pero su objeto también ha de ser el hombre, porque de las posibilidades del pensamiento crítico dependen las condiciones de bienestar del hombre en este mundo. 4. De forma clara se dan ya en el pensamiento político de Pedro de Valencia los elementos esenciales de lo que luego habría de llamarse «el problema de España». La necesidad de pensar la figura concreta de España de cara al futuro es uno de los problemas fundamentales de esta época. También en este caso la necesidad era la que motivaba la reflexión. Una vez que se ha consumado la unidad nacional en torno a los reinos peninsulares y que se empiezan a valorar los efectos y las consecuencias del descubrimiento y de la coionización de América, se hace preciso decidir cómo va a ser la España del siglo XVII. Para nuestro autor el tema de España es problemático por tres razones fundamentales: a) Porque el Reino de Castilla no puede soportar, ni social, ni económica, ni políticamente, el mantenimiento de una Monarquía del tamaño de la que poseía Felipe III. b) A la vez, se hacía necesario conseguir nuevos elementos culturales y políticos que hicieran definitiva la unión de los diferentes reinos peninsulares en una sola nación española, con identidad de lengua, de cultura y de jurisdicciones. c) Además, era preciso que el Gobierno y el Rey se adaptaran a hacer una política que fuera pacífica en cuanto al exterior y que estuviera volcada en resolver los problemas sociales y económicos de los ciudadanos en lo que se refiere a la política interna. Aparte de las soluciones políticas concretas que plantea Pedro de Valencia es significativo el hecho de que ya la reflexión humanista de finales del XVI se hiciera eco del «problema de España» y lo hiciera en términos muy similares a los que lo ha hecho toda la tradición intelectual española hasta nuestros días. 5. La ya citada síntesis de racionalidad y subjetividad constituye otra de las notas más características del humanismo moderno de Pedro de Valencia. 308 En relación a este punto hay que decir que ¡as consecuencias filosóficas más destacables de este hecho radican en la renuncia a pensar desde la posición que después ostentará Descartes y que representa una especie de contrato o acuerdo epistemológico fundador de la modernidad filosófica, en virtud del cual el conocimiento humano es posible de manera ilimitada y lo es a través del desenvolvimiento de todas las posibilidades -del signo que fueran- de la racionalidad, sin más consideraciones que el propio desarrollo de la razón como característica humana por excelencia. Este acuerdo es anterior epistemológicamente a los posteriores contratos sociales que fundamentan los estados modernos y ios actuales sistemas jurídicos y políticos, y se basa en la eliminación acrítica de las precisiones que el escepticismo hizo a la capacidad cognoscitiva del hombre, de manera que llevando a cabo una especie de fideísmo, se decide y se acuerda que la razón es el único método de conocimiento al alcance del hombre. La posición cartesiana de fingir un escepticismo radical para luego criticarlo y establecer como criterios de conocimiento válidos y universales las nociones de claridad y evidencia es el fundamento de este racionalismo que basa su funcionamiento en la decisión de que la racionalidad es el pilar único, el primer principio, sobre el que se puede asentar la necesidad humana de conocer la realidad. La diferencia de la posición de Pedro de Valencia estriba en que su pensamiento parte de una racionalidad autolimitada y criticada por la propia razón y de que la razón no es el primer principio, sino que su sistema de conocimiento de la realidad es dualista y depende de la interacción práctica y razonable del principio de racionalidad y del principio de subjetividad. Por esto, porque el método de conocimiento es equilibrado y volcado hacia el exterior, hacia la filosofía práctica, en suma, hacia la vida rea! y concreta, se puede decir que el humanismo moderno de Pedro de Valencia es, por encima de todo, una tarea práctica: una buena práctica del humanismo. 309 Bibliografía A) Fuentes 1. Carta al Licenciado Alonso Ramírez del Prado cuando fue proveído Fiscal de Hacienda (Zafra, 1590). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 1-13; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 2. Académica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus, (Amberes, Ex Officina Plantiniana, 1596). Reproducido por j . Oroz Reta en edición bilingüe, con su traducción e introducción; Badajoz, Diputación Provincial, 1987. 3. Carta al duque de Feria, Virrey de Sicilia, sobre la población y aumento de la villa de Zafra (Zafra, probablemente hacia 1602); texto incompleto. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 15-16; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 4. Carta a Fr. Gaspar de Córdoba, confesor de Felipe III, sobre el segundo tributo de la octava del vino y aceite y sus inconvenientes, y sobre los pronósticos de los astrólogos (Zafra, 19 de noviembre de 1603). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 17-23; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 5. Carta a Fr. Gaspar de Córdoba, confesor de Felipe III, sobre conferir empleos a los poderossos y evitar sus injusticias (Zafra, 31 de diciembre de 1603). Repro- 311 elucido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 25-28; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 6. Discurso o memorial sobre el precio del pan (Zafra, 25 de julio de 1605). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 29-71; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 7. Carta a Fr. Diego Mardones, confesor de Felipe III remitiéndole para el Rey un discurso sobre el precio del pan (Zafra, 27 de julio de 1605). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 73-76; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 8. Borrador del tratado o libro sobre el precio del pan (Zafra, 1 605). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 77-97; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 9. Respuesta a algunas réplicas que se han hecho contra el discurso del precio de pan, para el Rmo. confesor de Su Majestad, el Padre Fr. Diego de Mardones (Zafra, noviembre de 1605). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 99-110 ; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 10. Discurso de Pedro de Valencia acerca de la moneda de vellón (Zafra, 1605). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 111-123; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 11. Carta a Fr. Diego de Mardones, confesor de Felipe III, sobre los inconvenientes de la subida de la moneda de plata, el impuesto de los 18 millones, observancia en la tasa del pan y sobre la avaricia de los tratantes y revendedores (Zafra, 27 de octubre de 1606). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 125-130; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. O.J* # A*. 12. Carta a Fr. Diego de Mardones, confesor de Felipe III, sobre la generalidad e igualdad en el repartimiento de cargas públicas, cultivo de las tierras, tributo en la harina y precio del trigo (Zafra, 1606). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 131135; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 13. Discurso sobre el acrecentamiento de la labor de la tierra (Madrid, 1607). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 137-158; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 14. Discurso contra la ociosidad (Madrid, 6 de enero de 1608). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 159-173; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 15. Discurso a su Majestad para que en la reducción de gastos no se suprima parte de las limosnas (posterior a su nombramiento como Cronista oficial del Reino el 22 de mayo de 1607). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. IV/1, pp. 175-188; estudio introductorio de Jesús L. Paradinas Fuentes; edición crítica, texto e introducción filológica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1994. 16. Descripción de la Provincia de los Quixos, con previa Dedicatoria (Madrid, 1608). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vo!. V/1, pp. 109-131; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 17. Descripción de Panamá y de su Provincia, sacada de la Relación que por mandado del Consejo hizo y envió aquella Audiencia (sin fecha). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V / 1 , pp. 146-193; estudios introductorios y notas históricas por jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 18. Descripción de la ciudad de San Felipe de Puerto Belo, sacada de las Relaciones de los años 1606-1607. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V / 1 , pp. 202-236; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 313 19. Descripción de la ciudad de Tunja, sacada de las informaciones hechas por la justicia de aquella ciudad en treinta de mayo de mil seiscientos diez años. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V / 1 , pp. 246-280; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 20. Relación de Santa María de Leiva (sin fecha). Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 287-290; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 21. Descripción de la villa El Villar Don Pardo, sacada de las Relaciones hechas en el año de 1605 por mandado de Su Majestad. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 297-307; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 22. Descripción de los pueblos de la jurisdicción del Corregimiento de la villa El Villar Don Pardo en la Provinvia de los Purgayes. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 315-338; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 23. Descripción de la Gobernación de Guayaquil. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 347-365; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 24. Segunda parte de la descripción de Guayaquil, en que se trata de la ciudad de Puertoviejo y su distrito. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 365-385; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 25. Descripción de la ciudad de Jaén y su distrito, en la Provincia de Quito, sacada de las Relaciones hechas el año 1606 por Guillermo de Martos, Corregidor. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 394-417; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 26. Relaciones de San Leandro de Jaén, Baeza y Guayaquil. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp. 419432; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 314 27. Descripción de la villa de Santiago de la Frontera de Tomina y su distrito, sacada de la Relación que por mandado del Consejo se hizo y se envió de aquella ciudad en el año de 1608. Reproducido por G. Morocho Cayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V / 1 , pp. 439-458; estudios introductorios y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez; edición crítica por Feo. Javier y Jesús Fuente Fernández; León, Universidad de León, 1993. 28. Relación de Miguatlán y su partido, sacada de la que, por mandado del Rey Nuestro Señor, se hizo en el mismo pueblo en febrero de mil seiscientos nueve años. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 135-170; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 29. Descripción de la villa de Panuco, sacada de las Relaciones hechas por Pedro Martínez, capitán y alcalde mayor en aquella provincia. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 171-192; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 30. Descripción de la villa de Tampico, sacada de las Relaciones hechas por Pedro Martínez, capitán y alcalde mayor en aquella provincia. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 193-209; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 31. Descripción de los pueblos de la provincia de Panuco, sacada de las Relaciones hechas por Pedro Martínez, capitán y alcalde mayor de la provincia. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 211-227; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 32. Descripción del pueblo de Guachinango y de otros pueblos de su jurisdicción, sacada de la Relación hecha por el alcalde mayor de aquel pueblo en trece de mayo de mil seiscientos. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 229-245; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 33. Descripción de las minas de Pachuca. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 247-271; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 315 34. Relación de Nuestra Señora de los Zacatecas, sacada de la información que, por mandado del Consejo, en ella se hizo el año de mil seiscientos ocho. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 273-301; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 35. Descripción de la villa de Nombre de Dios, sacada de las informaciones hechas por la justicia de aquella villa en mayo de 1608, por mandado del Consejo. Reproducido por G. Morocho Gayo (dir.) en las Obras Completas de Pedro de Valencia, vol. V/2, pp. 303-325; estudio introductorio y notas históricas por Jesús Paniagua Pérez y edición crítica por Rafael González Cañal; León, Universidad de León, 1995. 36. Acerca de los quentos de las brujas y cosas tocantes á magia, dirigido al limo. Sr. D. Bernardo de Sandoval y Rojas, Cardenal Arzobispo de Toledo, Inquisidor General de España . BNM, Ms. 13348, fots. 2r-9r. Reproducido por M. Serrano y Sanz en Pedro de Valencia. Estudio biográf ico-crítico, pp. 101-124; Badajoz, Diputación Provincial, 1981. 37. Carta de Pedro de Valencia, escrita á D. Luis de Góngora en censura de sus poesías (Madrid, 30 de junio de 1613). BNM., Ms. 5585, fols. 165r-170r. Reproducido por M. Serrano y Sanz en Pedro de Valencia. Estudio biográf ico-crítico, pp. 89-100; Badajoz, Diputación Provincial, 1981. 38. Descripción de la virtud de la justicia con ocasión de querer Arias Montano comentar las leyes del reino. BNM, Ms. 13348, fols. 32v-33v. 39. Discurso fundado en el Epicteto de Arriano sobre los que pretenden vivir con quietud. BNM, Ms. 11160, fols. 72r-76r. 40. Exemplos de Príncipes, prelados, y otros varones ilustres, que dexaron Oficios, y Dignidades, y se retiraron. BNM, Ms. 5586, fols. 1 r-17r. 41. De la tristeza según Dios y según el mundo, consideración sobre un lugar de San Pablo, BNM, Ms. 5585, fols. 118r-l23r. 42. Relación de la traza de las virtudes fecha por Pedro de Valencia, y Juan Bapta. Lavaña. BNM, Ms. 5585, fols. 138r-144r. 43. Segundo discurso acerca de las brujas y sus maleficios. Editado por M. Serrano y Sanz en la Revista de Archivos y Bibliotecas, 1906, XV, pp. 445-454. 44. Traducción del discurso del Retiramiento de Dión de Prusa. BNM, Ms. 5586, fols. 29r-31v. 45. Traducción del De Igne de Teofrasto. BNM, Ms. 6322, fols. 35r-46v (en latín). 46. Sobre las Guerras de Flandes de Gerónimo Conestaggio. BNM, Ms. 5585, fols. 125r-133v; también en BNM, Ms. 5586, fols. 93r-114r. 316 47. Dedicatoria a la Reina Margarita de un libro intitulado «de las enfermedades de los niños. BNM, Ms. 13348, fols. 20r-21r. 48. Tratado en loor de la Reina Margarita. BNM, Ms. 5585, fols. 1 78r-184r. 49. Discurso sobre materias de Consejo de Estado. BNM, Ms. 11160, fo!s. 27r-69r. 50. Borrador al Rey sobre el Gobierno. BNM, Ms. 5585, fols. 163r-164v. Madrid, junio 1613. 51. Nota autógrafa sobre edificios antiguos. BNM, Ms. 5585, foi. 1 75r. 52. Carta a Fr. Diego Mardones, confesor del Rey Nuestro Señor, remitiéndole el «Tratado acerca de los moriscos». Reproducido por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 343-346. 53. Tratado acerca de los moriscos de España. Reproducido por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 347-405. 54. Al Rey Nuestro Señor, consideración de Pedro de Valencia, su cronista, acerca de las enfermedades y salud del Reino. BNM, Ms. 7845, fols. 128r-139v. 55. Prólogo al «Hymni et Saecula» de Arias Montano. Reproducido por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 293-300. 56. Carta a Fr. Gaspar de Córdoba, Confesor de Felipe III, instando a la prohibición de los pronósticos. Reproducido por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 335-337. 57. Comentarios al versículo 66, 1, del Evangelio de S. Lucas. BNM, Ms. 5586, 41 r48r; también en BNM, Ms. 5585, fols. 171 r-173v. 58. Comentarios al Padrenuestro. BNM, Ms. 5585, fols. 107r-11 7r. 59. Discurso sobre el Pergamino y Láminas de Granada. BNM, Ms. 2316 (completo-30 fols.) 26 de noviembre de 1607. 60. Discurso sobre poner cruces en lugares inmundos. BNM, Ms. 11160, fols. 1 r-4r. Agosto de 1609. 61. Memorial de los autores de los libros sagrados. BNM, Ms. 5586, fols. 83r-87r; también en BNM, Ms. 5585, fols. 134r-137v. 62. Tratado teológico de la gracia. BNM, Ms. 5586, fols. 35r-40r. 63. De los libros del Nuevo Testamento. BNM, Ms. 5586, fols. 87v-92r. 64. Biografía anónima de Pedro de Valencia. Reproducida por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 288-292. 65. Carta a Luciano Negrón. Reproducida por J. Paradinas Fuentes en su tesis doctoral, 1986, pp. 301-302. 317 66. Carta al Ledo. Ontiberos, Prior de Santiago de la Espada de la Ciudad de Sevilla, acerca de un lugar de Plineo sobre el que controbertian los Dres. Luna y Guillén, médicos de la Ciudad: Desde Zafra, 12 de Abril de 1605. BNM, Ms. 11160, fols. 69r-71v. 67. Carta al Duque de Feria sobre el enquentro que tuvo con el Cardenal Baron cerca de las cosas de Sicilia; sobre lo que escribió negando la venida de Santiago a España; y otras opiniones que siguió: En Zafra 22 de Junio de 1605. BNM, Ms. 11160, 76v-82v. 68. Cartas inéditas de Pedro de Valencia al P. José de Sigüenza. Reproducidas por Guillermo Antolín (ed.) en «La Ciudad de Dios», El Escorial; - v o l . XLI, 1896, pp. 341-350. - v o l . XLII, 1897, pp. 127-135. - v o l . XLIII, 1897, pp. 354-358. - v o l . XLIII, 1987, pp. 436-441. B) Obras de consulta J.L. (1979): Historia crítica del pensamiento español. La Edad de Oro (Siglo XVI), t. II, Madrid, Espasa Calpe, pp. 237-241. ABELLÁN, - (1982): El erasmismo español, introducción de J.L. Gómez Martínez; Madrid, Espasa Calpe. - (1992): El pensamiento renacentista en España y América, en «Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. B. (1990): Discurso político al rey Felipe III al comienzo de su reinado; introducción y notas de Modesto Santos; Barcelona, Anthropos. ALAMOS DE BARRIENTOS, A., ed. (1991): El proceso inquisitorial de Fray Luis de León, Salamanca, Junta de Castilla y León. ALCALÁ, ANDERSON, P. (1987): El Estado absolutista; traducción de Santos Julia; Madrid, Siglo XXI. M. (1983): Introducción, en Arias Montano, B.: «Dictatum Christianum», Badajoz, Diputación Provincial, 1983. ANDRÉS MARTÍN, J. (1980): Truth and Knowledge, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 84-104. ANNAS, J. y BARNES, J. (1985): The modes of Scepticism. Ancient texts and modern interpretations; Cambridge University Press. ANNAS, 318 B.{1983): Dictatum Christianum; traducción de Pedro de Valencia e introducción de Melquíades Andrés Martín; Badajoz, Diputación Provincial. ARIAS M O N T A N O , - (1984): Humanae Salutis Monumenta. Monumentos de la salud del hombre. Desde la caída de Adán hasta el Juicio Final; versión íntegra del latín en castellano de Benito Feliú de San Pedro; expurgación, corrección y exordium por Barón de Hakeldama&Avantos Swan; Madrid, Swan Avantos&Hakeldama. (1978): Moral, a Nicómaco; traducción de Patricio de Azcárate y prólogo de Luis Castro Nogueira; Madrid, Espasa Calpe. ARISTÓTELES - (1984): Constitución de los atenienses; introducción, traducción y notas de Manuela García Valdés; Madrid, Gredos. - (1988): Poética; edición trilingüe por V. García Yebra; Madrid, Gredos. - (1990): Retórica; introducción, traducción y notas por Quintín Racionero; Madrid, Gredos. - (1994): Política; introducción, traducción y notas de Manuela García Valdés; Madrid, Gredos. ASENSIO, E. (1952): El erasmismo y las corrientes espirituales afines, en «Revista de Filología Española», vol. XXXVI, pp. 31-99. M., VILLAS, S. y CREMADES, C. M a (1988): La crisis del siglo XVII bajo los últimos Austrias (1598-1600), en Historia de España, Madrid, Gredos. AVILÉS, J. (1980): Proof Destroyed, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies ¡n Hellenistic Epistemology», pp. 161-181. BARNES, - (1990): The toils of Scepticism; Cambridge University Press. J. (1985): Un siglo de moral económica en Salamanca (15261629). I. Francisco de Vitoria y Domingo de Soto; Salamanca, Universidad de Salamanca. BARRIENTOS GARCÍA, BATAILLON, M. (1991): Erasmo y España, Madrid, F.C.E., 2 a ed. M. y ASENSIO, E. (1980): En torno a Erasmo y España, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura española», vol. II: Renacimiento; Barcelona, Crítica, pp. 71-84. BATAILLON, BRAVO GARCÍA, A. (1983): Notas sobre el tema de la concordia en Dión de Prusa, «Habis», IV, pp. 81-95. BROCHARD, V. (1945): Los escépticos griegos, Buenos Aires, Losada. J. (1980): Proof Defined, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 125-160. BRUNSCHWIG, BUNGE, M. (1985): Racionalidad y realismo; Madrid, Alianza. 319 M.F. (1980): Can the Sceptic Live his Scepticism?, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 20-53. BURNYEAT, - (1987): The Sceptic in his Place and Time, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment, Otto Harrassowitz, Weisbaden. R. (1927a): Pedro de Valencia, el precursor, «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. I, pp. 53-60. CALDERÓN, - (1927b): El concepto de trabajo en Pedro de Valencia, «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. I, pp. 1 74-1 78. - (1927c): Pedro de Valencia. Noticias para su vida, «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. I, pp. 360-369. V.: (1987), ed.: Historia de la Etica, vol. 1. De ios griegos al Renacimiento; Barcelona, Crítica. - (1990): Virtudes públicas; Madrid, Espasa. CAMPS, V.(1947): Introducción, en San Agustín: «Contra académicos», Obras Completas, t. III, Madrid, BAC. CAPANACA, W.(1981): Historia de la Filosofía Griega; versión española de Emilio Lledó; Madrid, Gredos. CAPELLE, R. (1983): Carlos V y sus banqueros; 2 tomos, edición abreviada; Barcelona, Crítica. CARANDE, P. (1991): Estudio preliminar, en Vives, J.L.: «Tratado del socorro de los pobres», Madrid, M° Asuntos Sociales, 1991. CARASA SOTO, J. (1992): Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España), Barcelona, Seix Barral. CARO BAROJA, F.(1992): El pensamiento de Francisco de Vitoria. Filosofía política e indio americano, Barcelona, Anthropos. CASTILLA URBANO, P. (1984): La voluntad de aventura. Aproximamiento crítico al pensamiento de Ortega y Gasset, Barcelona, Ariel. CEREZO, M., ed., (1987): Historia económica de Europa (2), siglos XVI y XVII; traducción de Alejandro Pérez; Barcelona, Ariel. CIPOLLA, CARLO CÍCERO, M.T.(1966): Académica, The text revised and explained by James S. Reid. Ceorg Olms Verlagsbuchhandlung, Hildesheim. - (1980): Cuestiones académicas; versión de Julio Rodríguez Pimentel; Méjico, UNAM. - (1980): Los oficios,, Madrid, Espasa Calpe. 320 - (1984): Sobre la República; introducción, traducción, apéndice y notas de Alvaro Di ors; Madrid, Gredos. - (1985): La adivinación. El hado; traducción de F. Navarro y Calvo e introducción de F.J. Fortuny; Barcelona, Orbis. - (1987): Del supremo bien y del supremo mal; introducción, traducción y notas de Víctor J. Herrero Llorente; Madrid, Gredos. - (1990): Discursos I; introducción general de Miguel Rodríguez-Pantoja, introducción, traducción y notas de José M a Requejo Nieto; Madrid, Gredos. - (1990): Discursos II; traducción y notas de José M a Requejo Nieto; Madrid, Gredos. - (1991): Discursos III; traducciones, introducciones y notas de Jesús Aspa Cereza; Madrid, Gredos. - (1994): Discursos IV; traducciones, introducciones y notas de José M. Baños Baños; Madrid, Gredos. F. (1983): Historia de la Filosofía, vol. 3: De Ockam a Suárez, Barcelona, Ariel. COPLESTON, P. (1923): Arias Montano y la cuestión bíblica en su tiempo, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. II, pp. 403-498. CONDE RIBALLO, A. (1986): Etica mínima; prólogo de J.L. Aranguren. Madrid, Tecnos. - (1988): Razón comunicativa y responsabilidad solidaria; Salamanca, Sigúeme. CORTINA, - (1990): Etica sin moral; Madrid, Tecnos. J.(1984): Oligarquía y caciquismo; colectivismo agrario y otros escritos; Madrid, Alianza. COSTA, F.(1984): Datos ordenados para una biografía de Pedro de Valencia, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. XL, n° 7, pp.35-99. CROCHÉ DE ACUÑA, M.(1994): Lenguaje y conocimiento en la filosofía moderna, en «Del Renacimiento a la Ilustración I»; E. de Olaso (ed.), Madrid, Trotta. DASCAL, R. (1977): Meditaciones metafísicas, con objeciones y respuestas; introducción, traducción y notas de Vidal Peñas; Madrid, Alfaguara. - (1983): Discurso del método. Reglas para la dirección de la mente; traducciones de A. Rodríguez Huesear y Francisco de P. Samaranch; Barcelona, Orbis. DESCARTES, (1989): Sobre los principios de la filosofía; traducción y notas por E. López y M. Grana; Madrid, Gredos. DESCARTES Y LEIBNIZ F. (1987): Hado y fortuna en la España del siglo XVI; Madrid, Fundación Universitaria Española. DÍAZ JIMENO, (1988): Discursos l-XI; traducciones, introducciones y notas de Gaspar Morocho Gayo; Madrid, Gredos. DION DE PRUSA i^Jf <Am « - (1989): Discursos XII-XXXV; traducciones, introducciones y notas de Gonzalo del Cerro Calderón; Madrid, Gredos. A. (1983): La sociedad española en el siglo XVII, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura Española», vol. III, Barcelona, Crítica, pp. 53-59. DOMÍNGUEZ ORTIZ, DOTTI, J.E. (1994): Pensamiento político moderno, en «Del Renacimiento a la Ilustración I»; E. de Olaso (ed.), Madrid, Trotta. (1991): Enquiridión; estudio introductorio, traducción y notas de J.M. García de la Mora, edición bilingüe; Madrid, Anthropos. - (1993): Disertaciones por Arriano; traducción, introducción y notas de Paloma Ortiz García; Madrid, Gredos. EPICTETO (1979): Elogio de la locura; traducción, prólogo y notas de Pedro Voltes Bou; Madrid, Espasa Calpe. ERASMO ESLAVA GALÁN, J.(1994): El comedido hidalgo, Barcelona, Planeta, 2a ed. R.J.W. (1989): La monarquía de los Habsburgos (1550-1700), traducción de J.L. Gil Aristu, Barcelona, Labor. EVANS, M. y DIZA MEDINA, A. (1987): Los Austrias mayores y la culminación del Imperio (1516-1598), en «Historia de España», vol. 8, Madrid, Gredos. FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, J. (1957): Pedro de Valencia. Comentarios a un versículo de San Lucas, 1, 66 ..., «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. XIV, n° III, pp. 249-260. FERNÁNDEZ Y FERNÁNDEZ, - {1975): Un manuscrito que lleva por título en su portada: 'Una gran parte de la Estoria apostólica en los actos y en la epístola ad Galatas, advertencias de Pedro de Valencia varón doctísimo, y en todo género de letras muy eminente'. (B.N. Ms. 464) hojas 2 a 98; en Badajoz, Diputación Provincial, Institución de Servicios Culturales, separata. J.A. (1990): Juan Luis Vives. Escepticismo y prudencia en el Renacimiento; Salamanca, Universidad de Salamanca. FERNÁNDEZ SANTAMARÍA, FERRATER MORA, J.(1988): Diccionario de Filosofía, Barcelona, Alianza Ed., 6a ed. J.H.(1982): Reseña de 'Enesidemo», prólogo, traducción y notas de V.E. López Domínguez y J. Rivera de Rosales; edición bilingüe, Madrid, Hiperión. FICHTE, E. (1992): Concepciones de la historia, en «Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. FLORESCANO, C.(1992): La ciencia europea antes de 1492, en «Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. - (1994): Mundo técnico y humanismo, Salamanca, Universidad de Salamanca. FLÓREZ MIGUEL, 322 M. (1980): The Original Notion of Cause, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 217-249. FREDE, C.(1992): La visión providenci alista de la historia, en «Filosofia iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. FROST, ELSA A. (1987): Scholasticism, Scepticism and Secular Theology, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. FUNKENSTEIN, J.K. (1987): La sociedad opulenta; introducción de Fabián Estapé y traducción de Carlos Grau Petit; Barcelona, Ariel. (1990): Historia de la Economía; traducción de Hernán Rodríguez-Campoamor; Barcelona, Ariel; 4a ed. (1991): Breve historia de la euforia financiera; traducción de Vicente Viílacampa; Barcelona, Ariel. (1992): La cultura de la satisfacción; traducción de José M. Alvárez Flórez; Barcelona, Ariel. (1994): Una viaje por la economía de nuestro tiempo; traducción de Ramón Tapias Trujillo; Barcelona, Ariel. GALBRAITH, - GALLEGO, A. y MUÑOZ, T.(1993): Introducción en Sexto Empírico: «Esbozos Pirrónicos», Madrid, Gredos. C. e IMAZ, M a J.(1986): La filosofía helenística: éticas y sistemas, Madrid, Cincel. GARCÍA GUAL, E. (1980): De las tinieblas a la luz: la conciencia de una revolución intelectual, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura Española, vol. II: Renacimiento», Barcelona, Crítica, pp. 28-33. (1981): La revolución cultural del Renacimiento; Barcelona, grijalbo. (1986): Medioevo y Renacimiento, Madrid, Taurus. (1993a): Introducción, en «El hombre del renacimiento»; E. Garin y otros, Madrid, Alianza. (1993b): El filósofo y el mago, en «El hombre del renacimiento»; E. Garin y otros, Madrid, Alianza. GARIN, - GÓMEZ CAFFARENA, J. (1984): El teísmo moral de Kant; Burgos, Cristiandad. L. (1991): El humanismo después de 1600: Pedro de Valencia, Sevilla, Universidad de Sevilla, Facultad de Filología (cito por el ejemplar de la tesis doctoral, ya que la edición del libro está agotada). - (1992): Introducción, en Sánchez de las Brozas, F.: Doctrina del filósofo Epicteto que se llama comúnmente Enchiridion, Badajoz, Clásicos Extremeños, 1992. - La espiritualidad femenina en el humanismo tardío: Pedro de Valencia y la Reina Margarita de Austria; art° inédito. GÓMEZ CANSECO, 323 B. (1980a): El criticón, Madrid, Espasa Calpe. - (1980b): El héroe. El discreto, Madrid, Espasa Calpe. GRACIAN, - (1993): El arte de la prudencia. Oráculo manual; edición de J.l. Díez Fernández; Madrid, Temas de Hoy. M.A. (1988): Cosmología, religión y política en el Renacimiento; Barcelona, Anthropos. GRANADA, E.(1993): La filosofía del Humanismo. Preeminencia de la palabra, introducción de E. Hidalgo-Serna; Barcelona, Anthropos. GRASSI, M. (1982): El pensamiento económico en España (1177-1740); traducción de Carlos Rocha y revisión de Joaquim Sempere; Barcelona, Crítica. GRICE-HUTCHINSON, W.K.C.(1988): Historia de la Filosofía Griega, vol. III: Siglo V. Ilustración; versión española de Julio Rodríguez Feo; Madrid, Gredos. - (1992): Historia de la Filosofía Griega, vol. V: Platón. Segunda época y la Academia; versión española de Alberto Medina González; Madrid, Gredos. GUTHRÍE, J. (1987): Teoría y praxis. Estudios de filosofía social; traducción de Salvador Mas Torres y Carlos Moya Espí; Madrid, Tecnos. - (1993): El discurso filosófico de la modernidad; versión castellana de M. Jiménez Redondo; Madrid, Taurus. HABERMAS, (1993): Erasmus. A critical biography, translated by john Tonkin; Cambridge, MA, Blackwell. HALKIN, LEON-E. HANKINSON, R.J. (1995): The Sceptics; London, Routledge. H. (1980): Los seis grandes temas de la metafísica occidental; versión española de José Gaos; Madrid, Alianza. HEIMSOETH, R. (1992): Francisco de Vitoria, en «Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. HERNÁNDEZ, J. (1979): Ranaissance poverty and Lazarilloís Family: the Birth ofthe Picaresque Genre; en «PMLA» 5, 94, PP. 876-886. HERRERO, HOLGADO REDONDO, A. (1986): Algunas precisiones sobre humanistas extremeños, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. XLII, pp. 25-42. - (1986): El humanismo en la Baja Extremadura, en «Historia de la Baja Extremadura»; Badajoz, Real Academia de Extremadura de las Artes y las Letras, pp. 297-341. HUIZINGA, J. (1946): Erasmo, Barcelona, Zodiaco. - (1965): El otoño de la Edad Media. (Estudios sobre las formas de la vida y del espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países Bajos); traducción del alemán de J. Gaos; Madrid, Revista de Occidente. 324 N. (1987): Scepticism in Renaissance Astronomy: A Preliminary Study, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. JARDINE, J. (1989): La vida como azar. Complejidad de lo moderno; Madrid, Mondadori. JIMÉNEZ, J.H. (1978): De mente et electione ad Petrum Valentiam ode trícolon: Una nota sobre Arias Montano, Pedro de Valencia y el fomes peccati, en «Revista de Estudios Extremeños», pp. 487-499; Badajoz, Diputación Provincial. - (1979): Arias Montano y Pedro de Valencia. Three further documents, en Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, t. XXXV, pp. 293-300. - Pedro de Valencia en su correspondencia: carta y relación de unos papeles de Alonso Sánchez, en Boletín de la Real Academia Española, pp. 133-142 JONES, C. (1980): Stoic Logic and Alexandrian Poètics, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatísm. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 182-216. IMBERT, J. (1988): Moralphilosophy, en «The Cambridge History of Renaissance Philosophy»; Schmitt, Ch. B. y Skinner, Q. (eds.), Cambridge University Press. KRAYE, P.O. (1980): El territorio del humanista, en Rico, R, ed., «Historia y Crítica del Renacimiento español», vol. II: Renacimiento, Barcelona, Crítica, pp. 34-43. - (1988): Humanism, en «The Cambridge History of Renaissance Philosophy»; Schmitt, Ch. B. y Skinner, Q. (eds.), Cambridge University Press. - (1993): El pensamiento renacentista y sus fuentes, Madrid, F.C.E. KRISTELLER, P. (1992): The new skepticism. Inquiry and Realiable Knowledge, Buffalo, N.Y., Prometheus Books. KURTZ, E. (1987): Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad; traducción de Daniel E. Gullot; Salamanca, Sigúeme. LEVINAS, A.A.(1978): Sextus Empiricus on the críterion of truth, «Bull. Inst. Class. Stud.», n° 25, pp. 35-49. - (1988): La filosofía helenística, Madrid, Alianza. LONG, C. y ELORZA, A. (1989): El hierro y el oro. Pensamiento político en España, siglos XVI-XVII;; Madrid, Historia 16. LÓPEZ ALONSO, LÓPEZ ARANCUREN, J.L. (1979): Etica; Madrid, Alianza. (1980): Catolicismo y protestantismo como formas de existencia, Madrid, Alianza. (1987): La ética protestante; en Camps, V , (ed.): Historia de la ética, vol. 1. De los griegos al Renacimiento; Barcelona, Crítica. LÓPEZ NAVÍO, P. (1962): Nuevos datos sobre Pedro de Valencia y su familia, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. XVIII, pp. 471-507. 325 LÓPEZ PRUDENCIO, j . (1979): Notas literarias de Extremadura, Badajoz, Diputación Provincial. LUTZ, H. (1992): Reforma y contrarreforma, Madrid, Alianza. E. (1987a): El epicureismo, una sabiduría del cuerpo, del gozo y de la amistad, Barcelona, Montesinos. - (1987b): Aristóteles y la ética de la "polis"; en Camps, V., (ed.): «Historia de la ética, vol. 1. De los griegos al Renacimiento»; Barcelona, Crítica. LLEDO, J.A. (1980): La época del Renacimiento, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura Española», vol. II, Barcelona, Crítica, pp. 44-53. - (1982): Utopía y reformismo en la España de los Austrias; Madrid, Siglo XXI. - (1983): La cultura del Barroco: una estructura histórica, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de ia Literatura Española», Barcelona, Crítica, pp. 49-52. MARAVALL, (1983): Meditaciones, introducción de Carlos García Gual y traducción y notas de Ramón Bach Peciller; Madrid, Gredos. MARCO AURELIO J. (1961): Introducción a la filosofía; Madrid, Revista de Occidente. - (1968): El intelectual y su mundo, en «Obras IV», Madrid, Revista de Occidente. - (1982): Antropología metafísica, en «Obras X», Madrid, Revista de Occidente. - (1988): La felicidad humana, Madrid, Alianza. MARÍAS, M. (1918): Apuntamientos biográficos y bibliográficos de Pedro de Valencia, en «Ensayos de crítica filosófica», Madrid, Librería Gral. de Victoriano Suárez, pp. 243-264. MENÉNDEZ PELAYO, - (1948): De los orígenes del criticismo y del escepticismo y especialmente de los precursores españoles de Kant, en «Ensayos de crítica filosófica», Madrid, Aldus, pp. 117-216. - (1956): Historia de ios heterodoxos españoles, 2 vols., Madrid, BAC. M. de (1992): Ensayos; edición y traducción de Dolores Picazo y Almudena Montejo; tomo I, 2 a ed., 1992; tomo II, 3a ed., 1993; tomo III, 1 a ed., 1987; Madrid, Cátedra. MONTAIGNE, G. (1987): Una historia de Felipe III escrita por Pedro de Valencia, en «Homenaje al Prof. Juan Torres Fuentes», Murcia, Universidad de Murcia. - (1988a): El testamento de Pedro de Valencia, humanista y cronista de las Indias, en «Revista de Estudios Extremeños», XLIV, I, Badajoz, 1988. - (1988b): Introducción general, en Dión de Prusa, «Discursos l-XI», Madrid, Gredos. MOROCHO GAYO, - (1989): Trayectoria humanística de Pedro de Valencia: su actividad en la escuela de Zafra, en «Actas del Vil Congreso Español de Estudios Clásicos (1987)», Madrid, Universidad Complutense. 326 - (1990): Introducción, en Cipriano de la Huerga, «Obras Completas», vol. I, León, Universidad de León. - (1991): Humanismo y Filología poligráfica en Cipriano de la Huerga. Su encuentro con fray Luis de León, en «La Ciudad de Dios», Real Monasterio de El Escorial, vol. CCIV, n° 3-4, pp. 863-913. - (1992): Pedro de Valencia en la historia de la traducción del Pergamino y Láminas de Granada, en «Livius», n° 2, pp. 107-137. - (1993): Introducción a una lectura de Pedro de Valencia, en Valencia, Pedro de: «Obras Completas», V/1, León, Universidad de León. - Dión de Prusa en Pedro de Valencia. El ideal de la vida retirada y el 'Discurso del retiramiento (or. 20)í, en Los humanistas españoles y el humanismo europeo. IV Simposio de Filología Clásica, pp. 203-210. - (????): Arias Montano y la Universidad de Salamanca, en «Salamanca y su proyección en el mundo», Salamanca, Diputación Provincial, pp. 153-179. - (1995a): Presentación, en «Obras Completas» de Pedro de Valencia, vol. V/2, León, Universidad de León, pp. 11-14. - (1995b): Introducción a una lectura de Pedro de Valencia. Segunda parte (15881620), en «Obras Completas» de Pedro de Valencia, vol. V/2, León, Universidad de León, pp. 17-64. MUGUERZA, J. (1986): La razón sin esperanza; Madrid, Taurus. NADAL, J. (1973): La población española (siglos XVI a XX); Barcelona, Ariel. E. de (1975): Las Académica de Cicerón y la filosofía renacentista, en «International Studies of Philosophy», n° 7, pp. 57-68. (1987): Leibniz and Scepticism, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. (1980): La historia del escepticismo y el problema de los escepticismos, en «Revista Latinoamericana de Filosofía», vol. VI, n° 3, pp. 267-276. (1988): The two scepticims ofthe Savoyard vicar, en Watson y Forcé, eds., «The sceptical mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin». (1994): El escepticismo antiguo en la génesis y desarrollo de la filosofía moderna, en «Del Renacimiento a la Ilustración 1»; E. de Olaso (ed.), Madrid, Trotta. OLASO, - J.(1984): Presencia de Cicerón en las Académica de Pedro de Valencia, en «Helmántica», vol. 35, pp. 5-50. - (1987): Introducción en Valencia, Pedro de: Académica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus, Badajoz, Diputación Provincial. OROZ, J. (1981); Origen y epílogo de la filosofía; Madrid, Revista de Occidente en Alianza Editorial. - (1986a): Mirabeau o el político. Contreras o el aventurero. Vives o el intelectual'; Madrid, Revista de Occidente en Alianza Editorial. ORTEGA Y GASSET, 327 - (1986b): Ideas y creencias; Madrid, Revista de Occidente en Alianza Editorial. - (1991): ¿Qué es filosofía?; Madrid, Revista de Occidente en Alianza Editorial. J. (1993): Estudio introductorio, en «Obras Completas» de Pedro de Valencia, vol. V/1, pp.65-97. - (1995): Estudio introductorio, en «Obras Completas» de Pedro de Valencia, vol. V/2, León, Universidad de León, pp. 65-132. PANIAGUA PÉREZ, J.: (1986): El pensamiento socioeconómico de Pedro de Valencia, Universidad de Salamanca, Facultad de Filosofía y CC. de la Educación; tesis doctoral inédita. - (1994): Estudio introductorio en «Obras completas» de Pedro de Valencia, 1V/1, León, Universidad de León. PARADINAS FUENTES, E.M. (1944): La obra de Pedro de Valencia "Sobre el criterio de verdad", en «Revista de Filosofía», n° 8, Madrid, pp. 655-670. PAREJA FERNÁNDEZ, PARKER, A.A. (1980): Dimensiones del Renacimiento español, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura Española», vol. II, Barcelona, Crítica, pp. 54-70. (1990): Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Barcelona, Seix Barra. - (1991): Conjunciones y disyunciones, Barcelona, Seix Barral. PAZ, OCTAVIO PECELLÍN LANCHARRO, M. (1980): Literatura en Extremadura, 1.1, Salamanca, Universitas. A. (1991): Suma de preceptos justos, necesarios y provechosos en Consejo de Estado al Rey Felipe III, siendo Príncipe. Aforismos sacados de la Historia de Publio Cornelio Tácito; introducción y notas de Modesto Santos; Barcelona, Crítica. PÉREZ, C.(1988): La Historia de España 'Menéndez Pidal'. La España de Felipe III, t. XXIV, prólogo de C. Seco Serrano; Madrid, Espasa Cal pe. PÉREZ BUSTAMANTE, C. (1975): Amparo de pobres; edición, introducción y notas de M. Cavillac; Madrid, Espasa Calpe. PÉREZ DE HERRERA, M. (1988): Pedro de Valencia, primer crítico gongorino; Salamanca, Universidad de Salamanca. PÉREZ LÓPEZ, J.P. (1987): Scepticism and Medicine in the Renaissance, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. PITION, (1981): El político; introducción, texto crítico, traducción y notas de A. González Laso; Madrid, Centro de Estudios Constitucionales. - (1983): Diálogos II; traducciones, introducción y notas por J. Calonge Ruiz, E. Acosta Méndez, F.J. Olivieri y J.L. Calvo; Madrid, Gredos. PLATÓN 328 - (1983 y 1984): Las Leyes; edición bilingüe, traducción, notas y estudio preliminar deJ.M. Pabón y M. Fernández Galiano; 2 voís., Madrid, Centro de Estudios Constitucionales. - (1985a): Diálogos I; introducción general por E. Lledó Iñigo; traducción y notas por J. Calonge Ruiz, E. Lledó Iñigo y C. García Gual; Madrid, Gredos. - (1985b): Apología de Sócrates; edición y material didáctico por Llàtzer Bria; Madrid, Alhambra. - (1990): La República o el Estado; introducción de Carlos García Gual; Madrid, Edaf. PLUTARCO: Vidas paralelas, Madrid, Club Internacional del Libro, 1984. A.(1988): Fate, fortune, providence and human freedom, en «The Cambridge History of Renaissance Philosophy»; Schmitt, Ch. B. y Skinner, Q. (eds.), Cambridge University Press. POPPÍ, R.H.(1960): Skepticism and the Counter-Reformation in Franee, en «Archiv für Reformationsgeschichte», n° 51, pp. 58-88. POPKIN, - (1965): The high road to Pyrrhonism, en «American Philosophical Quaterly», University of Pittsburgh Press, i!, pp. 18-32. - (1983): La historia del escepticismo desde Descartes hasta Spinoza; traducción de Juan José Utrilla; Méjico, F.C.E.. - (1987): The 'Incurable Scepticism» of Henry More, Blaise Pascal and Soren Kierkegaard, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. - (1988): The theories of knowledge, en «The Cambridge History of Renaissance Philosophy»; Schmitt, Ch. B. y Skinner, Q. (eds.), Cambridge University Press. R.H. y SCHMITT, Ch. B. (eds.) (1987): Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment;; Otto Harrassowitz, Wiesbaden. POPKIN, K.(1989): La sociedad abierta y sus enemigos; traducción de Eduardo Loedel; Barcelona, Paidós. POPPER, (1984): Económicos; introducción, traducción y notas de Manuela García Valdés. PSEUDO-ARISTOTELES RACIONERO, REÍD, Q.(1990): Introducción, en Aristóteles: «Retórica», Madrid, Gredos. James S.(1966): Introduction, en Cicero: «Académica», Hildesheim. B.(1973): Arias Montano; versión española y epílogo de Ángel Alcalá; Madrid, Taurus. REKERS, Rico, F. (1980a): Temas y problemas del Renacimiento español, en Rico, F., ed., Historia y Crítica de la Literatura Española», vol. II, Barcelona, Crítica, pp. 1-27. 329 - (1980b): Humanismo y dignidad del hombre en la España del Renacimiento, en Rico, R, ed., Historia y Crítica de la Literatura Española», vol. II, Barcelona, Crítica, pp. 85-90. - (1987): Humanismo y ética; en Camps, V., (ed.): «Historia de la ética, vol. 1. De los griegos al Renacimiento»; Barcelona, Crítica. - (1993): El sueño del humanismo. (De Petrarca a Erasmo), Madrid, Alianza. RIST, J.M. (1995): La filosofía estoica; traducción de David Casacuberta; Barcelona, Crítica. J.A. y BENÍTEZ, L.(1994): El camino de las ideas, en Del Renacimiento a la Ilustración I; E. de Olaso (ed.), Madrid, Trotta. ROBLES, L. (1992): El pensamiento filosófico en España, en «Filosofía iberoamericana en la época del Encuentro»; Laureano Robles (ed.), Madrid, Trotta. ROBLES, A.(1971): El filósofo Pedro de Valencia y su estudio sobre la verdad, en «Revista de Estudios Extremeños», t. XXVII, pp. 261-267. RODRÍGUEZ BACHILLER, A.0928): La biblioteca de Benito Arias Montano. Noticias y documentos para su reconstrucción (1548-1598), en «Revista de Estudios Extremeños», II, pp. 5-50. RODRÍGUEZ M O Ñ I N O , RODRÍGUEZ PANTOJA (1990): Introducción general, en Cicerón: «Discursos I»; Madrid, Gredos. RODRÍGUEZ PÍMENTEL, J. (1980): Introducción, en Cicerón: «Cuestiones académicas», Méjico, UNAM. R. (1994): El escepticismo antiguo: posibilidad del conocimiento y búsqueda de la felicidad, Córdoba, Universidad de Córdoba. ROMÁN ALCALÁ, (1969): Pedro de Valencia y Juan Ramírez. La hermandad de ambos humanistas, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. XXV, n° II, pp. 233-245. ROMERALO Row, C. (1979): Introducción a la ética griega; traducción de F. González Aramburo; Méjico, F.C.E. M.(1934): Arias Montano y Barrefelt. Hiél y la teología ortodoxa, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. VIII, pp. 62-92. SABBE, A. (1959): Arias Montano y Pedro de Valencia, en «Revista de Estudios Extremeños», Badajoz, t. Xv, n° 3, pp. 475-493. SALAZAR, (1982): Obras, vol. III: Obras filosóficas; introducciones y notas de Victorino Capanaga. Madrid, BAC, 5a edición. SAN AGUSTÍN SÁNCHES, F. (1955): Tratados filosóficos ; prefacio e notas de A. Moreira de Sá, traducáo de Basilio Vasconcelos e Miguel Pinto de Meneses; vol. I, edición bilingüe latín-portugués; Lisboa, Instituto de Alta Cultura. 330 - (1984): Quod nihil scitur ; edición bilingüe y traducción de S. Rábade, j . M . Artola y M.F. Pérez; Madrid, CSIC. DE LAS BROZAS, F. (1984): Obras I. Escritos retóricos; introducción, traducción y notas por Eustaquio Sánchez Mor y César Chaparro Gómez; Càceres, Diputación Provincial. - (1993): Doctrina del filósofo Epicteto, que se llama comúnmente Enchiridión; edición de Luis Gómez Canseco, Badajoz, Clásicos Extremeños. SÁNCHEZ SAVATER, F. (1982): Invitación a la ética; Barcelona, Anagrama. Ch. B. (1987): The Development of Historiagraphy of Scepticism: from the Renaissance to Brucker, en Popkin y Scmitt, eds., (1987): «Scepticism from the Renaissance to the Enlightenment», Otto Harrassowitz, Weisbaden. - (1988): John Wolley (ca. 1530-1596) and the first Latín transalation of Sextus, en Watson y Forcé, eds., «The sceptica! mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin». SCHMITT, Ch. B. y SKINNER, Q. (1988): The Cambridge History of Renaissance Philosophy, Cambridge University Press. SCHMITT, M. (1980): Preconception, Argument, and Cod, en Schofieid, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 283-308. SCHOFIELD, M., BURNYEAT, M. y BARNES, J„ eds., (1980): Doubt and Dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology Oxford, Clarendon Press. SCHOFIELD, J.A. (1982): Historia del análisis económico; traducción de Manuel Sacristán con la colaboración de J.A. García Duran y N. Serra; Barcelona, Ariel. SCHUMPETER, D. (1980): The Protagonists, en Schofieid, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Hellenistic Epistemology», pp. 1-19. SEDLEY, M.(1981): Pedro de Valencia. Estudio biográfico-crítico, Diputación Provincial. SERRANO Y SANZ, SEXTO EMPÍRICO SIGÜENZA, Badajoz, (1993): Esbozos Pirrónicos; Madrid, Gredos. Fr. José de (1988): La fundación del Monasterio de El Escorial, Madrid, Aguilar. Q. (1988): Political Philosophy, en «The Cambridge History of Renaissance Philosophy»; Schmitt, Ch. B. y Skinner, Q. (eds.), Cambridge University Press. SKINNER, Marcial (1941): Historia de la Filosofía Española, Madrid, Asociación Española para el Progreso de las Ciencias. SOLANA, W. (1984): El burgués. Introducción a la historia espiritual del hombre moderno; versión española de María pilar Lorenzo y revisión de Miguel Paredes; Madrid, Alianza. SOMBART, 331 R. (1980): Causation, Laws, and Necessity, en Schofield, Burnyeaty Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Helienistic Epistemology», pp. 250-282. SORABJI, B.C. (1988): Excluding sceptics; the case of Thomas White, 1593-1676, en Watson y Forcé, eds., «The sceptical mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin». SOUTHGATE, G. (1980): Sceptical Strategies, en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Helienistic Epistemology», pp. 54-83. STRIKER, F.(1989): Filosofía y humanismo crítico en Pedro de Valencia, en Revista de Estudios Extremeños, Badajoz, t. XLV, n° 11, pp. 247-268. SUÁREZ DOBARRIO, H. (1989): El escepticismo feliz y otros ensayos, por supuesto, trágicos, prólogo de Fernando Savater; Madrid, Mondadori. SUBIRATS, TAYLOR, C.C.W. (1980): M / / Perceptions are True", en Schofield, Burnyeat y Barnes, eds., «Doubt and dogmatism. Studies in Helienistic Epistemology», pp. 105-124. A. (1993): El comerciante y el banquero, en «El hombre del renacimiento»; E. Garín y otros, Madrid, Alianza. TENENTI, S. (1992): The Hidden Agenda of the Modernity, Chicago, Chicago University Press. TOULMIN, A.(1993): Crítica de la modernidad; traducción de Mauro Armiño; Madrid, Temas de Hoy. TOURAINE, - (1994): ¿Qué es la democracia?; traducción de Mauro Armiño; Madrid, Temas de Hoy. DE LARA, M., dir., (1982): Historia de España. Vol. V: La frustración de un Imperio (1476-1714); Barcelona, Labor. TUÑON dir., (1972a): Historia de España y América social y económica. Vol.. III: Los Austrias. Imperio español en América; Barcelona, Vicens Vives. - (1972b): Historia económica de España; Barcelona, Vicens Vives. VICENS VIVES, Y MEY, C. (1945): Pedro de Valencia. Escritos sociales; Madrid, Escuela de Trabajo Social. VIÑAS VIVES, J.L. (1947): Obras Completas, 2 vols., Madrid, Aguilar. - (1991): De subventione pauperum; estudio introductorio de Pedro Carasa Soto; Madrid, Ministerio de Asuntos Sociales. VV. AA. (1992): Gran Enciclopedia Extremeña; Vitoria, EdEx. C. (1988): Montaigne on the art of judgment: the trial of Montaigne, en Watson y Forcé, eds., «The sceptical mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin». WALTON, 332 B.W. (1983): Temas y problemas del Barroco español, en Rico, F., ed., «Historia y Crítica de la Literatura Española», Barcelona, Crítica, pp. 5-48. WARDROPPER, R.A. (1988): Foreword: Richard H. Popkin, scepticism and history, en Watson y Forcé, eds., «The sceptical mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin». WATSON, R.A. y FORCÉ, J.E., eds., (1988): The sceptical mode in modern philosophy. Essays in honor of Richard H. Popkin; Martinus Nijhoff PubÜshers. WATSON, WEBER, M.: La ética protestante y el espíritu del capitalismo; traducción de Luis Legaz Lacambra; Barcelona, Península. WOOLF, S. (1989): Los pobres en la Europa moderna; traducción castellana de Teresa Camprodon; Barcelona, Crítica. YNDURAIN, D.(1994): Humanismo y renacimiento en España, Madrid, Cátedra. X. (1963): Cinco lecciones de filosofía, Madrid, Servicio de Esudios y Publicaciones. ZUBIRI, 333 índice general Introducción 13 Cap. 1 Entre el Renacimiento y el Barroco 1. De Felipe II a Felipe III 2. Algunas ideas escépticas Fantasía Probabilidad Epokhé 3. La preocupación por el hombre y la situación de España.. 19 19 36 40 44 46 52 Cap. 2 El alcance de las Académica 1. El escepticismo en el siglo XVI 2. Escepticismo, fideísmo y razón práctica Pirronismo epistemológico Escepticismo y fideísmo 3. Las posibilidades del escepticismo ¿Era escéptico Pedro de Valencia? Diferentes escepticismos 61 61 82 85 93 99 99 107 Cap. 3 Escepticismo y humanismo 1. El escepticismo práctico o moral Escepticismo práctico Los aspectos prácticos del pirronismo 2. Neutralidad y subversión La influencia de Dión de Prusa Cinismo, estoicismo y criticismo 3. El humanismo de Pedro de Valencia 123 123 123 131 136 140 152 167 335 Cap. 4 Fe y razón en Pedro de Valencia 1. La teoría del justo medio 2. Filosofía y religión ¿Precursor? El hombre, centro del discurso Razón y religiosidad 3. Humanismo, conocimiento y modernidad Tres problemas: Dios, la comunidad y el sujeto Touraine y la modernidad cartesiana Humanismo y modernidad: la aportación de Pedro de Valencia , 228 Cap. 5 Un problema de identidad 1. El reconocimiento del otro La construcción del yo Los moriscos de España y la idea de trabajo Las mujeres 2. El caso de los pobres La herencia de Vives La novedad de Pedro de Valencia 3. Derecho natural, público bien y justicia social El buen monarca Pública utilidad y derecho natural 241 241 241 250 257 260 260 264 272 273 277 Cap. 6 El 1. 2. 3. 283 283 295 303 humanismo moderno Racionalidad y subjetividad El Arte de la vida humana El humanismo moderno. Conclusiones Bibliografía 181 181 195 195 201 206 216 216 220 311 336