ASOCIACIÓN CHILENA DE DERECHO CANÓNICO XXVI Jornadas de la Asociación, 17-20 julio de 2012 EL VETO JUDICIAL: CRITERIOS PARA SU IMPOSICIÓN Y LEVANTAMIENTO Carmen Peña García Universidad Pontificia COMILLAS, Madrid (Texto –actualizado con jurisprudencia reciente de la Rota Romana- publicado en: C. PEÑA GARCÍA, El vetitum: su imposición y levantamiento en la Dignitas Connubii y en la praxis de los tribunales eclesiásticos españoles, en: R. RODRÍGUEZ CHACÓN (Ed.), Puntos de especial dificultad en Derecho matrimonial canónico, sustantivo y procesal, y cuestiones actuales de Derecho Eclesiástico y relaciones Iglesia-Estado, Madrid, 2007, pp.71-104) I.- INTERÉS DEL TEMA Pese a la escasa atención doctrinal que en líneas generales se ha prestado a este tema, la cuestión relativa a la imposición y levantamiento del vetitum para acceder a nuevas nupcias constituye, a nuestro juicio, una cuestión sumamente compleja, difícil e interesante, por varias razones: a) Por los relevantes valores que están en juego y que pueden entrar fácilmente en conflicto en las actuaciones relativas a la imposición o levantamiento del veto: por un lado, el ius connubii, el derecho fundamental al matrimonio que hay que presumir en principio a toda personal, y por otro lado, la necesidad de salvaguardar el orden público eclesial y evitar el escándalo que supone que la Iglesia autorice la celebración de matrimonios previsiblemente nulos; b) Por la incompleta, fragmentaria y un tanto confusa regulación de esta materia, que aparece de modo tangencial en el c.1684 del Código y cuyo desarrollo posterior por la Dignitas Connubii suscita más perplejidades y dudas que certezas. 1 c) Por la notable variedad de praxis divergentes en las diversas diócesis –provocada en gran medida por la comentada deficiencia normativa- y la dificultad de conocer éstas con precisión, ante la ausencia de investigaciones sobre esta cuestión. Esto provoca cierta perplejidad respecto a la actuación de las autoridades administrativas y judiciales en materia matrimonial y, en último extremo, podría afectar a la misma seguridad jurídica de los fieles. d) Por la importancia e incidencia de esta cuestión en la pastoral matrimonial de la Iglesia. De hecho, buena muestra de las perplejidades que provoca esta cuestión de la imposición y levantamiento del veto es que, hace ya unos años, durante la celebración de las XXVI Jornadas de Actualidad Canónica, éste fue uno de los temas que más encendidos debates suscitó entre los asistentes, hasta el punto de sugerirse en la Asamblea de la Asociación la conveniencia de dedicar una ponencia específica a esta cuestión en las siguientes Jornadas, celebradas en 2007. Las discusiones habidas pusieron de manifiesto la existencia de praxis administrativas y judiciales muy diversas en las diferentes diócesis españolas, por lo que pareció enriquecedor y necesario hacer una encuesta entre todos los Vicarios judiciales de España, solicitando información sobre el modo en que se abordaba la imposición y levantamiento del veto en los tribunales eclesiásticos diocesanos y metropolitanos. Contestaron 37 Vicarios, a los que quiero muy sinceramente agradecer su amabilidad, la rapidez de su respuesta y los datos aportados, que nos permiten tener una visión global suficientemente representativa de la praxis española en esta materia, conforme se expondrá en la parte final de este trabajo. Previamente, no obstante, parece conveniente hacer algunas consideraciones sobre el concepto y la naturaleza jurídica del vetitum, así como sobre la normativa aplicable a su imposición y levantamiento. II.- EL VETO JUDICIAL: CONCEPTO, NATURALEZA JURÍDICA Y REGULACIÓN POSITIVA El veto es la prohibición para contraer nuevo matrimonio que, a tenor del c.1684,1, puede imponerse en la sentencia declarativa de la nulidad, a una o ambas partes, en aquellos supuestos en que el tribunal tenga la certeza, o incluso dudas, acerca de la validez del ulterior matrimonio 2 que, en su caso, pudiera contraer la persona cuyo matrimonio ha sido declarado nulo1. Aunque el ius connubii es un derecho natural fundamental, reconocido con toda amplitud por el ordenamiento eclesial, no se trata sin embargo de un derecho absoluto, que no admita limitación, como recuerda el c.1058, de modo que podrá ser limitado conforme a derecho, bien a iure (impedimentos matrimoniales), bien ab hominem, mediante un precepto administrativo del Obispo (c.1077) o mediante sentencia judicial (c.1684). El veto judicial es una prohibición para acceder a nuevas nupcias que afecta únicamente a la licitud del nuevo matrimonio, nunca directamente a su validez2, ni siquiera en el caso de que el veto haya sido impuesto por la Rota Romana, puesto que el c.1077,2 reserva expresamente a la autoridad suprema de la Iglesia –no a la Sede Apostólica- el añadir una cláusula irritante a la prohibición ab hominem; por tanto, el veto sólo tendrá eficacia invalidante en el supuesto de que el Romano Pontífice añadiese formal y expresamente una cláusula irritante al mismo3. Por consiguiente, si la parte que tiene un veto consiguiera, del modo que sea -incluso fraudulentocontraer matrimonio canónico, este matrimonio será en principio, pese a su ilicitud, presumiblemente válido, salvo que se demostrase la efectiva existencia de un motivo de nulidad al tiempo de su celebración; no obstante, es indudable que, al menos en el supuesto de incapacidad por causas psíquicas permanentes, el hecho del veto, unido a toda la prueba recogida en los autos de la causa declarativa de la nulidad, constituirá un fuerte indicio de la nulidad del segundo matrimonio. 1 Como se ha indicado, son muy escasos los estudios doctrinales dedicados al veto, entre los que cabe destacar: C. GULLO, Il procedimento di rimozione del divieto di passare a nuove nozze, en: I procedimenti speciali nel diritto canonico, Ciudad del Vaticano 1992, 225-232; S. PANIZO ORALLO, Imposición y levantamiento del 'vetitum' matrimonial, en: Curso de Derecho matrimonial y procesal canónico para profesionales del foro, XII, Salamanca 1996, 285-306; L. ROBITAILLE, The vetitum and monitum: consequences of marriage nullity or pastoral preparation for a new marriage?: Studia Canonica 38 (2004) 37-64; I. ZUANAZZI, Qualche riflessione sul divieto giudiziale di contrarre matrimonio, en: S. GHERRO (a cura di), Studi sulle fonti del diritto matrimoniale canonico, Padua 1988, 190-203. Asimismo, resulta de gran interés el estudio publicado por el Vicario Judicial de Oviedo y que me ha sido amablemente proporcionado por su autor: A. PEREZ DIAZ, El veto en las sentencias de nulidad matrimonial y su remoción en la Archidiócesis de Oviedo. 2 Cfr. Decreto coram Stankiewicz, de 28 de enero de 1988. 3 C. DE DIEGO-LORA, Comentario al c.1684, en: AA.VV., Comentario exegético al CIC, vol.IV/2, Pamplona 1996; S. PANIZO, o.c., 293-294. 3 En contra de lo que pudiera parecer, el instituto del veto es muy reciente en el ordenamiento canónico, no apareciendo en la regulación codicial hasta el Código de 1983. El origen de este instituto es jurisprudencial, encontrándose su antecedente más remoto en los vetita impuestos por la Sagrada Congregación del Concilio, con anterioridad al Código pío-benedictino, en las dispensas sobre matrimonio rato y no consumado en casos de impotencia. Esta praxis de la Congregación pasa, a partir de 1917, a la Rota Romana, que comienza a imponer el veto, inicialmente en causas de impotencia y, sucesivamente, en sentencias por simulación y también, a partir de 1942, en las de incapacidad para prestar un consentimiento válido4. Fruto de esta praxis consolidada, ya la Instrucción Provida Mater, en su art.225, recogía una alusión al veto impuesto en la sentencia de nulidad, frente al silencio del Código de 1917 al respecto; posteriormente, también los cc.495 y 496 del M.P. Sollicitudinem nostram y el art. VIII.3 del M.P. Causas matrimoniales se refieren a esta figura5. Finalmente, el veto adquiere rango legislativo en el Código de 1983, aunque los únicos dos cánones que aluden al vetitum, los cc.1684,1 y 1685, lo hacen de modo tangencial, sin regular propiamente esta figura. Este silencio codicial ha sido recientemente salvado por la Instrucción Dignitas Connubii, cuyo art.251fija una serie de criterios sobre la imposición y levantamiento del veto, con el fin de unificar las diversas praxis forenses existentes en la materia y evitar la excesiva laxitud de algunas autoridades eclesiales a la hora de autorizar la celebración de un nuevo matrimonio a personas cuya capacidad para el matrimonio o cuya aceptación de la doctrina eclesial sobre el matrimonio resulta dudosa, con el consiguiente escándalo de los fieles. Se trata, en este sentido, de una de las novedades más destacables de la Instrucción, aunque, por la ambigüedad del art.251, puede plantear importantes problemas en su interpretación y aplicación por los tribunales, especialmente en lo referente al procedimiento a seguir para el levantamiento del veto que en su caso se imponga en la sentencia declarativa de la nulidad6. 4 Desde un punto de vista histórico, destacan los estudios de Ramón García sobre los vetos judiciales en el periodo anteconciliar, en especial su tesis doctoral Efectos canónicos de las decisiones de la autoridad eclesiástica en materia matrimonial en relación con los cónyuges y los hijos, defendida en la Universidad Pontificia Comillas (Madrid 1976) y publicada posteriormente: R. GARCÍA LOPEZ, Decisiones matrimoniales eclesiástica. Efectos canónicos en los esposos y en los hijos, Pamplona 1979, 251-314. 5 Cfr. PONTIFICIO CONSIGLIO PER L’INTERPRETAZIONE DEI TESTI LEGISLATIVI, Codex Iuris Canonici fontium annotatione et indice analítico-alphabetico auctus, Ciudad del Vaticano 1989, 459-460. 6 Recién publicada la Instrucción, ya expuse mi prevención respecto a los problemas que 4 III.- LA IMPOSICIÓN DEL VETO 1.- Fundamento y criterios para su imposición En relación a la imposición del veto, el art.251 de la Dignitas Connubii ofrece dos criterios diferenciados, según el motivo que justifique la imposición del veto: 1º.- Si de lo actuado en el proceso consta que una parte tiene una impotencia absoluta o bien una incapacidad permanente para el matrimonio, el párrafo primero impone al Tribunal la obligación (debe) de añadir un veto a la parte prohibiéndole “contraer nuevo matrimonio sin consultar al mismo tribunal que dictó la sentencia”. 2º.- Si, por el contrario, la nulidad viene provocada por dolo o simulación de una de las partes, el párrafo segundo obliga al Tribunal no a imponer el veto, sino a “considerar si, teniendo en cuenta todas las circunstancias del caso, debe añadirse a la sentencia un veto que prohíba contraer nuevo matrimonio sin consultar al Ordinario del lugar en que haya de celebrarse”. En relación a esta diferencia de criterios para la imposición del veto, la razón es clara: en el primer caso, sea por el carácter permanente de la causa de naturaleza psíquica que causó la incapacidad para prestar el consentimiento, sea por el carácter absoluto (erga omnes) de la impotencia coeundi del sujeto, hay prácticamente un estado de certeza acerca de la nulidad del ulterior matrimonio que en su caso contrajera esa persona, por lo que es propiamente una obligación del tribunal imponerle el veto, veto que, además, tendrá una especial tramitación en el caso de que pretenda ser levantado. Debe destacarse, no obstante, en relación a los causales del c.1095, muy frecuentes en la práctica, que la obligación de imponer el veto se dará únicamente en estos supuestos de previsiblemente suscitaría la interpretación de esta normativa: C. PEÑA GARCÍA, La Instrucción ‘Dignitas Connubii’ y su repercusión en las causas canónicas de nulidad matrimonial: Estudios Eclesiásticos 80 (2005) 645-701. También se muestran críticos con la regulación del veto contenida en la Instrucción, entre otros, C. MORÁN, Título X: De los pronunciamientos del juez, en: C. MORÁN BUSTOS – C. PEÑA GARCÍA, Las causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», en: Base de datos Derecho de Familia: www.elderecho.com, Madrid 2006; S. PANIZO ORALLO, La segunda instancia y los demás recursos o remedios procesales en la Instrucción Dignitas Connubii, en: ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CANONISTAS, Los procesos de nulidad de matrimonio canónico hoy, Madrid 2006, 113-114. 5 permanencia de la causa psíquica incapacitante al tiempo de dictar sentencia, de modo que, si la causa –existente al momento de contraer- hubiese cesado con posterioridad, no sólo no existe tal obligación, sino que constituiría una grave injusticia el imponer el veto a la parte causante de la nulidad. Por este motivo, es fundamental que, en la prueba pericial que en su caso se practique en la causa, no deje de preguntarse al Perito sobre el estado psíquico actual –no sólo pretérito- del contrayente, pues aunque ello no tenga una incidencia directa sobre el fondo del asunto, sí permitirá al tribunal tener más elementos de juicio para pronunciarse sobre la imposición del veto; y, en este sentido, encontramos sorprendente el silencio del art.209 de la Dignitas –que regula con sumo detalle las cuestiones concretas sobre las que debe ser interrogado el perito- sobre esta cuestión. Por el contrario, si la nulidad ha venido provocada por un acto voluntario del sujeto –sea dolo o simulación- no hay en principio nada en su estructura psíquica o personal que impida de suyo que el sujeto contraiga válidamente matrimonio. No obstante, con buen criterio, la Instrucción destaca la especial diligencia que debe tener el tribunal en este caso y su obligación de examinar atentamente todos los elementos de la causa, en orden a valorar si procede o no en este caso imponer el veto. La finalidad de la norma es, a mi juicio, doble: por un lado, y con carácter principal, evitar el escándalo que ciertamente provoca en el pueblo fiel el hecho de que personas que contumazmente rechazan los elementos o propiedades del matrimonio contraigan sucesivos matrimonios canónicos igualmente nulos; y, por otro lado, proteger la buena fe del tercero que quiere contraer matrimonio con el simulante o con quien, ya en una ocasión anterior, engañó dolosamente a otra persona sobre una cualidad que por su misma naturaleza podía perturbar gravemente el consorcio de vida conyugal. En efecto, el veto –en cuanto prohibición temporal de contraer, permite exigir una serie de garantías para la celebración un nuevo matrimonio, no sólo relativas a la comprobación de la desaparición de la causa que motivó la nulidad, sino también relativas al tercero con quien el sujeto pretende contraer, quien, a mi juicio, tiene derecho a conocer la existencia de la nulidad anterior y, al menos en lo que pueda afectarle, los hechos que la motivaron. Personalmente, me he encontrado más de una vez personas que piden una segunda e incluso una tercera nulidad, muchas veces por las mismas causas, y, lo que es más curioso, no pocas veces el nuevo cónyuge desconocía los hechos acaecidos en los matrimonios precedentes y el motivo por el que se había 6 concedido la nulidad. Esto refleja, no sólo cierta desidia, desinterés o incluso inmadurez del nuevo contrayente y quizás una posible mala fe del cónyuge que obtuvo la nulidad, sino también una cierta negligencia –cuya responsabilidad habría que valorar cuidadosamente- de las autoridades eclesiásticas que permitieron y autorizaron sin más la celebración de ese matrimonio, pese a la existencia de una o de varias sentencias de nulidad previas. En definitiva, puede afirmarse que la actual regulación canónica sobre el veto insiste en la necesidad de ser diligentes a la hora de prevenir posibles nulidad futuras de personas que ya tienen un previo matrimonio declarado nulo. A mi juicio, la finalidad de la norma, unida al carácter no irritante de la prohibición y a las amplias posibilidades de remoción, aconsejan que el tribunal, tanto en caso de certeza como incluso de duda fundada sobre la validez del siguiente matrimonio, sea por incapacidad o impotencia de la persona, sea por simulación o error, imponga el veto en la sentencia, sin verse frenado por consideraciones o escrúpulos exagerados relativos al ius connubii del sujeto. Como se ha indicado, el derecho al matrimonio no es absoluto o ilimitado, y, ciertamente, la existencia de una sentencia firme declarativa de la nulidad, basada en hechos objetivos suficientemente probados en al menos dos tribunales eclesiásticos, podrá constituir, en su caso, motivo suficiente para limitar o condicionar de algún modo dicho derecho. Comparto, en este sentido, la consideración de Calvo Tojo relativa a que, sin incurrir en rigorismo, la legislación canónica –y su aplicación por las autoridades administrativas y judiciales de la Iglesia, añadiría yo- “debería ser algo más exigente en el establecimiento y en la comprobación de las condiciones personales y de los requisitos objetivos para acceder al matrimonio canónico”, especialmente en quien desea pasar a nuevas nupcias tras un primer matrimonio declarado nulo7. 7 Pueden verse las interesantes consideraciones del autor sobre el veto en M. CALVO TOJO, El proceso matrimonial canónico: ¿evolución o involución?, en: C. GUZMÁN (coord.), XX Jornadas de la Asociación Española de Canonistas. Sacramentos. Cuestiones matrimoniales, Salamanca 2001, 172-182. No comparto, sin embargo, su sugerencia de que los vetita se impusiesen por tiempo determinado, fijado en la sentencia, en proporción al grado de responsabilidad que la persona tuvo en la formalización del matrimonio declarado nulo; a mi juicio, una vez comprobada la cierta o dudosa capacidad actual de la persona para contraer válido matrimonio, la delimitación temporal del veto no tiene razón de ser, puesto que la mayoría de las causas que fundamentan la imposición del veto no desaparecen automáticamente por el mero transcurso del tiempo. Por tanto, a mi juicio, en estos casos el criterio deberá ser siempre la efectiva comprobación, antes de la autorización del nuevo matrimonio, de la capacidad o aptitud de la persona para contraerlo válidamente. 7 En conclusión, entiendo que, en estos supuestos de duda fundada sobre la validez del siguiente matrimonio, la existencia de un previo matrimonio declarado nulo, unido a la necesidad de prevenir el escándalo y de proteger la buena fe del tercero con quien se vaya a celebrar el nuevo matrimonio, constituye causa suficiente para impedir temporalmente–mientras no se levante el veto- el nuevo matrimonio y para exigir una serie de garantías para su celebración, garantías relativas tanto a la verificación de que ha desaparecido la causa que motivó la nulidad, como relativas al tercero con quien el sujeto pretende contraer. 2.- Tribunal competente para la imposición del veto Una de las cuestiones que suscita más dudas doctrinales y más divergencias en la práctica forense es la de qué tribunal es el competente para imponer el veto, habida cuenta que de ordinario –excepto en las causas tramitadas por proceso documental- la nulidad deberá ser declarada por dos tribunales para que sea firme y ejecutiva. El Código, en el c.1684, nada aclara al respecto, y tampoco la Instrucción Dignitas Connubii clarifica totalmente esta cuestión, aunque aporta algunas orientaciones significativas que pueden iluminar la praxis a seguir. Algunos autores, como los Auditores dela Rota Española Mons. Panizo y Mons. Morán, se inclinan por considerar, siguiendo a Del Corpo, que, de suyo, la imposición del veto corresponde el tribunal que confirma la sentencia y la hace firme8. Y éste es también el parecer de algunos tribunales eclesiásticos españoles de primera instancia9. 8 C. MORÁN, o.c., Comentario al art.251; S. PANIZO, Imposición...,, o.c., 294. A modo de ejemplo, una sentencia del tribunal de San Sebastián, siendo ponente Garín, justificó -en réplica a los reproches reiteradamente dirigidos por el Tribunal de apelación- su praxis de omitir toda consideración sobre el veto en sus sentencias, en los siguientes términos: “En repetidas ocasiones, ese V.T.M. de Pamplona nos ha llamado al orden por silenciar este apartado (el vetitum) en nuestras sentencias. Más aún, (...) se dice que esta ‘omisión es contraria a derecho’. Sentimos disentir de esta opinión. Y para demostrar que nuestra disensión no es gratuita, reproducimos lo que dice el abogado rotal E. Del Corpo: ‘Ratio, igitur, qua vetitum imponitur, est semper periculum nullitatis novi matrimonii, cum, generatim partes, quae suum matrimonium accuseverunt atque declarationem nullitatis obtinuerunt, paratae sint ad novas nuptias ineundas... Hisce in casibus quodlibet Tribunal ius habet vetitum imponendi in quolibet iudicii gradu. Iudices tamen primae instantiae ab hac potestate abstinere possunt, quia ex prima sententia favorabili partes nullum ius acquirunt novum matrimonium contrahendi nisi talis sententia executiva reddatur ex gratia S. Pontificis”: Sentencia tribunal San Sebastián, de 2 de noviembre de 1987, autos 4/86 (obtenida por cortesía del Vicario Judicial, D. Sebastián Uría Eizaguirre). Obsérvese, en cualquier caso, que la sentencia atestigua las profundas divergencias doctrinales e interpretativas que suscita la cuestión del veto, en cuanto que el tribunal metropolitano consideraba nada menos que “contrario a derecho” el silencio del tribunal primijuzgador sobre la conveniencia de imponer o no el veto. 9 8 El argumento principal aducido por estos autores es que la imposición de veto afecta de suyo directamente a la ejecución de la sentencia, de modo que no puede imponerse mientras la sentencia no alcance firmeza, puesto que de dicha imposición no se derivaría ningún efecto hasta su confirmación por el tribunal superior. En este sentido, sostiene Carlos Morán que “la cuestión del acceso o no a nuevas nupcias no puede plantearse hasta que no se declare la nulidad del matrimonio, y ello no ocurre con la primera sentencia afirmativa (...) No tiene sentido que se imponga una prohibición de acceder a nuevas nupcias a quien no se le ha declarado todavía la nulidad de su matrimonio. Por ello, el veto ha de imponerse en la sentencia que declara la nulidad del matrimonio con carácter firme —no simplemente con carácter definitivo—, y debe imponerlo —en mi opinión— el tribunal que dicta esa sentencia firme (...) El tribunal inferior podrá sugerirlo en la fundamentación fáctica, podrá dejar constancia de la conveniencia de que se imponga un veto, podrá sugerir su necesidad…, pero no puede imponerlo, entre otras cosas porque de esa imposición no se deriva ningún efecto, a menos que sea ratificada o confirmada por el tribunal superior” 10. No comparto totalmente esta postura, por varios motivos. Por un lado, desde una perspectiva técnico-procesal, no cabe excluir que, excepcionalmente, una única sentencia de nulidad dictada en el proceso ordinario pudiera llegar a ser firme y ejecutable, y en este caso el veto impuesto en primera instancia surtiría todos sus efectos. Pienso, p.e., en el caso de la sentencia que declara la nulidad y, al ir a notificarla, se descubre que uno de los cónyuges ha muerto: en este supuesto, conforme a la praxis de la Rota Romana, esta única sentencia se podría considerar ejecutable, siempre que ninguna parte privada presentara la apelación11. En este caso de ausencia de apelación, es claro que el veto impuesto en su caso al cónyuge superstite en la sentencia de primera instancia surtiría plenos efectos. Por otro lado, a mi juicio, el hecho de admitir la firmeza de la sentencia como momento originante, en sentido estricto, de la prohibición de contraer un nuevo matrimonio, no lleva consigo necesariamente la imposibilidad –ni siquiera la inoportunidad o inconveniencia- de que el 10 C. MORÁN, o.c., Comentario al art.251. A ello aluden tanto Del Corpo y Ramón García en sus consideraciones sobre el veto, como el mismo Morán en relación a la prosecución post mortem de la causa: C. MORÁN, Título IV: De las partes en la causa, en: C. MORÁN BUSTOS – C. PEÑA GARCÍA, Las causas canónicas de nulidad matrimonial en la Instrucción «Dignitas connubii», o.c. 11 9 tribunal de primera instancia o, para ser más precisos, aquél que declare por primera vez la nulidad del matrimonio, no sólo se pronuncie sobre el veto y recomiende o aconseje su imposición, sino que, en su caso, lo imponga, sin perjuicio de que el mismo, de ordinario, no surta efecto mientras la declaración de nulidad no sea confirmada por el tribunal superior. A mi juicio, la regulación que hace la Dignitas Connubii de esta materia, pese a su ambigüedad e indeterminación, excluye una voluntad de reservar la imposición del veto al tribunal de apelación, admitiendo claramente la Instrucción la praxis –en muchos sitios mantenida- de que el tribunal de primera instancia imponga el veto, sin perjuicio de la necesaria confirmación del mismo por el tribunal superior. A este respecto, aunque no se trate de un argumento definitivo, cabe señalar que la Instrucción Dignitas Connubii no coloca la cuestión de la imposición del veto en los Títulos referidos a la segunda instancia, a la firmeza de la sentencia, ni a la ejecución de la misma. El art.251 se ubica sistemáticamente en el Título X de la Instrucción (De los pronunciamientos del juez), en el contexto de la primera instancia judicial, aun cuando, por su generalidad, sean obviamente disposiciones aplicables a todas las sentencias. Y esto es aún más claro si se pone en relación el art.251 con el art.250, el cual, al fijar el contenido propio de la sentencia en los procesos de nulidad matrimonial, incluye expresamente en su nº3, la imposición, “si el caso lo requiere, de una prohibición según lo dispuesto en el art.251”, junto a otros elementos pertenecientes a la estructura intrínseca de la sentencia, como la definición de la cuestión discutida ante el tribunal, la motivación de la parte dispositiva y la determinación de lo referente a las costas judiciales, cuestiones todas ellas aplicables tanto a primera como a segunda instancia. La misma inclusión de la imposición del veto en este contexto es una novedad de la Dignitas respecto al c.1611 que sirve de fuente a este art.250, constituyendo un ejemplo de la especificidad de la Instrucción respecto a los cánones codiciales reguladores del proceso contencioso ordinario, y resulta por ello especialmente significativa. En este sentido, puede afirmarse que, aun necesitando –por imperativo de la ley positivade otra sentencia o decreto confirmatorio para ser ejecutiva y sin perjuicio de que pueda ser revocada –total o parcialmente- por el tribunal superior, la resolución del juez de primera instancia es propiamente una sentencia definitiva, que pone fin al proceso en esa instancia y que, 10 no sólo debe necesariamente dar respuesta a todas las cuestiones (dudas) planteadas en el proceso, sino que puede igualmente incluir, dentro de su contenido propio, otras decisiones, como la relativa al veto, o incluso otros pronunciamientos complementarios, no pertenecientes a la estructura esencial de la sentencia, como serían las amonestaciones a las partes sobre las obligaciones morales y civiles respecto a la otra parte y a los hijos, amonestaciones que vienen impuestas como obligatorias en el art.252 (“en la sentencia se ha de amonestar...”). De hecho, es innegable que la misma Instrucción conoce y admite la posibilidad de imposición del veto por el tribunal inferior, puesto que a ello alude expresamente en el párrafo tercero del art.251, por lo que no cabe hablar de inadvertencia al respecto o de imprecisión en la ubicación sistemática de la materia. Igualmente, creo que sigue siendo válida mi afirmación de que las mismas características del desarrollo del proceso convierten en sumamente aconsejable que el tribunal de primera instancia se pronuncie, en su caso, expresamente sobre el veto, bien imponiéndolo –aunque sea con carácter provisional, en espera de la confirmación de la sentencia por el tribunal superior-, bien al menos sugiriendo o recomendando su imposición y explicando los motivos para la misma12. Aunque tanto el tribunal de primera instancia como el de apelación deben estudiar y juzgar la causa en profundidad, valorando con detenimiento todos los medios de prueba para alcanzar la necesaria certeza moral sobre la nulidad, es innegable que la valoración sobre el estado psíquico, la conducta o la actitud actual del sujeto respecto a los elementos y propiedades esenciales del matrimonio podrá ser, en principio, mejor valorada por el tribunal que ha gozado de la inmediación procesal en la recogida de la prueba que por el tribunal que se limita a confirmar la nulidad dictada en la instancia anterior, especialmente en los casos –muy abundantes- en que dicha confirmación se realiza por decreto, sin tener el tribunal contacto ninguno con las partes. Y en el supuesto de que el tribunal superior practique nueva prueba y examine directamente a las partes, siempre tendrá la posibilidad de revocar, en su caso, el veto impuesto por el tribunal inferior. 12 C. PEÑA, La Instrucción ‘Dignitas Connubii’..., o.c. 691. 11 En definitiva, me parece más oportuno, con carácter general, que el tribunal que por primera vez declare la nulidad se pronuncie expresamente sobre la imposición del veto. De hecho, pese a la notable división existente en esta materia- ésta parece ser la praxis mayoritaria en muchos tribunales, p.e., españoles y portugueses. Y, lo que es más significativo, hay incluso sentencias de la misma Rota Romana que han impuesto el vetitum a una de las partes en la sentencia en que declaraba por vez primera la nulidad, a pesar de tratarse de una decisión no firme (p.e., la c. Stankiewicz, de 27 de noviembre de 2003; c.Bottone de 5 de diciembre de 2003; etc.). 3.- Cuestiones abiertas a) Interpretación del silencio del tribunal superior respecto al veto impuesto por el tribunal inferior Se trata de una cuestión sumamente compleja, por estar en juego el ius connubii de los sujetos, que deriva directamente de la exigencia de confirmación, por parte del tribunal superior, del veto impuesto en su caso por el tribunal inferior, recogida en el párrafo tercero del art.251: “si el tribunal inferior hubiera añadido una de estas prohibiciones a la sentencia, corresponde al tribunal de apelación determinar si ha de confirmarla”. En principio, este artículo constituye un recordatorio de la debida diligencia que debe tener el tribunal superior en pronunciarse no sólo sobre el fondo de la causa discutida en la sentencia de instancia, sino también sobre los demás pronunciamientos pertenecientes al contenido de la sentencia señalados en el art.250, y en concreto éste referido al veto. De conformidad con este artículo, el tribunal superior deberá valorar detenidamente lo actuado en la causa y pronunciarse, no sólo sobre los capítulos de nulidad discutidos, sino también sobre la conveniencia de imponer – o, en su caso, mantener- el veto sugerido o impuesto por el tribunal inferior, haciendo que éste, una vez firme la declaración de nulidad, llegue a desarrollar todos sus efectos. Sin embargo, puede plantearse un importante problema interpretativo en el supuesto de que, habiendo impuesto efectivamente el veto el tribunal inferior, el tribunal superior incumpla lo dispuesto en esta norma y omita cualquier referencia al veto impuesto en la primera sentencia. En 12 este caso, ¿debe interpretarse que dicho veto queda sin efecto por el mero silencio del tribunal superior?13. Se trata de una cuestión muy delicada, en cuanto que entra en juego el derecho fundamental al matrimonio, y en este sentido, algún autor considera que el silencio del tribunal superior al respecto debe interpretarse como voluntad de no imponer el veto14. Personalmente, sin embargo, aún reconociendo que se trata de una cuestión ciertamente compleja -por lo que resulta fundamental que se cumpla lo dispuesto en el art.251.3 y el tribunal superior se pronuncie expresamente al respecto- encuentro sumamente discutible que se deba atribuir carácter revocatorio a la mera ausencia de pronunciamiento del tribunal superior. Indudablemente, el tribunal de apelación podrá suprimir el veto impuesto por el tribunal de instancia si lo estima exagerado o injustificado, pero deberá hacerlo mediante un acto decisorio motivado y razonado, sin que sea suficiente el mero silencio; en caso de ausencia de pronunciamiento específico, la presunción deberá ser que se confirma en todos sus extremos la sentencia de primera instancia, lo que incluirá, en su caso, el veto efectivamente impuesto por el tribunal inferior. Si, por el contrario, el tribunal de primera instancia no hubiese impuesto el veto, sino únicamente se hubiese limitado a sugerir su conveniencia, ciertamente primará el derecho del sujeto al matrimonio, puesto que ninguno de los dos tribunales que ha juzgado la causa ha resuelto autoritativamente imponer el veto. b) ¿Puede imponerse el veto a la parte no causante de la declaración de nulidad? Una cuestión especialmente conflictiva15 es la de si puede imponerse el veto a una persona cuando la nulidad no se ha declarado por su causa –por no haberlo solicitado ninguna de las partes 13 A esta dificultad aludí en C. PEÑA, La Instrucción ‘Dignitas Connubii’..., o.c. 691-2. 14 Coherentemente con su planteamiento sobre la necesaria imposición del veto por el tribunal de segunda instancia, sostiene Morán que, si el tribunal superior guarda silencio, “no se puede sostener la confirmación tácita o presunta del vetitum impuesto por el tribunal inferior, sobre todo porque estaríamos ante una disposición que vendría a limitar un derecho fundamental como es el ius connubii, la cual necesitaría de una manifestación expresa, y de una interpretación estricta. Si el tribunal superior quiere imponer un veto debe haberlo indicado expresamente, de modo que si no lo hace, hay que entender que no considera oportuno dicha imposición” (C. MORÁN, o.c., Comentario al art.251). 15 Puede verse un desarrollo completo del problema y de mi postura al respecto en C. PEÑA, Ius Connubii y vetitum judicial.¿Puede imponerse el veto a la parte ‘no causante’ de la nulidad matrimonial?, en LLOBELL, J. – KOVAL, J., Iustitia et iudicium. Studi di diritto matrimoniale e processuale canonico in onore di Antonio Stankiewicz, 4 vol., LEV, Ciudad del Vaticano 2010, 1945-1963. 13 o por no haber podido probar que, al tiempo de contraer, existía dicha causa de nulidad- pero existen en autos indicios vehementes o incluso pruebas ciertas de que, en la actualidad, la persona no está capacitada para contraer válido matrimonio o tiene una voluntad radicalmente contraria al mismo, de modo que el tribunal tiene sospechas fundadas o incluso certeza sobre la probable nulidad del nuevo matrimonio que, en su caso, contrajera. Se trata de un caso ciertamente difícil, que se da con cierta frecuencia en la praxis forense: la parte actora pide la nulidad por un capítulo referido sólo a uno de los cónyuges, o bien lo solicita por ambos, pero no consigue probar, respecto a uno de ellos, que esa causa –ciertamente existente en la actualidad- estaba presente al tiempo de contraer, por lo que la nulidad se declara por un capítulo atribuible únicamente a una de las partes; sin embargo, de las pruebas –a veces, de las mismas declaraciones actuales de las partes o de la prueba pericial practicada- se deduce que el matrimonio que en la actualidad contrajera el cónyuge “no causante” de la primera nulidad sería con toda probabilidad nulo (p.e., porque la parte haga rotundas manifestaciones contrarias a los elementos o propiedades esenciales del matrimonio, o porque del examen pericial se haya detectado que, en la actualidad, el sujeto presenta una personalidad gravemente desequilibrada). En este caso, siempre que se dé la certeza o, al menos, la sospecha fundada de la probable nulidad del siguiente matrimonio, considero que no habría ningún obstáculo jurídico a que el tribunal impusiese el veto a la persona, con independencia de que el capítulo por el que se pidió o consideró probada la nulidad del previo matrimonio le sea atribuible o no. Aunque no sea una práctica, en lo que conocemos, frecuente en nuestros tribunales, lo cierto es que no hay ninguna norma que supedite la imposición del veto a un sujeto a la previa declaración de la nulidad por un capítulo que le sea atribuible, por lo que habrá que acudir para resolver esta cuestión al fundamento de la institución del veto y, en su caso, a los lugares paralelos que puedan existir en la legislación canónica: a) Respecto a la fundamentación de esta praxis, considero que, aunque la imposición del veto, en cuanto limitación del ius connubii, sea siempre algo excepcional, en este caso el motivo que justificaría su imposición sería el mismo que en los supuestos en que se impone el veto al sujeto por el cual se declara la nulidad del primer matrimonio. A este respecto, hay que tener en cuenta que la imposición del veto no mira al primer matrimonio, ni puede ser concebida como un 14 castigo o pena por una conducta culpable del sujeto, sino que busca salvaguardar la validez de un futuro matrimonio y, en su caso, proteger al tercero con el que se pretende contraer. b) Por otro lado, no cabe olvidar que la misma legislación canónica prevé la posibilidad de que pueda el Ordinario, por medio de un acto administrativo singular, prohibir temporalmente y por causa grave el matrimonio a sus súbditos y a los que de hecho se encuentren en su territorio (c.1077). Por consiguiente, si el mismo Código prevé con esta generalidad la posibilidad de imponer una limitación al ius connubii de cualquier fiel, incluso de aquellos que no han contraído todavía matrimonio, sin exigir más requisito que la existencia de una causa grave y sin establecer ningún procedimiento específico para su comprobación, no veo qué objeción puede ponerse a la posibilidad de que sea un tribunal eclesiástico el que, existiendo razones objetivas, probadas en los autos de un proceso, con todas las garantías judiciales, imponga en caso necesario dicho veto al sujeto, aun cuando, por el motivo que sea, la sentencia declare la nulidad por capítulos atribuibles al otro cónyuge. Soy consciente de los problemas que esta afirmación puede plantear en cuanto limitación del ius connubii del sujeto, y, en este sentido, es claro que no sería lícito una praxis judicial abusiva, que impusiese arbitraria o infundadamente el veto en estos supuestos, pero, en definitiva, considero que, en este caso, el fundamento –y las dificultades- de la imposición del veto son sustancialmente los mismos que en cualquier otro supuesto. IV.- PROCEDIMIENTO PARA EL LEVANTAMIENTO DEL VETO En cuanto al procedimiento para levantar el veto, hay que tener en cuenta que, aunque viene a cubrir de algún modo el vacío legal referido a esta cuestión, aportando algún criterio específico sobre algunos requisitos, la Dignitas Connubii no contiene propiamente una regulación del procedimiento para la remoción del veto. Y, de hecho, las disposiciones del art.251 no sólo dejan sin resolver algunas de las cuestiones tradicionalmente existentes en esta materia, sino que plantean no pocos problemas interpretativos respecto a cuál sea la autoridad competente y el procedimiento para levantar, en su caso, el veto así impuesto. 15 En cualquier caso, con independencia de las múltiples variables que podemos encontrar en esta cuestión, sí hay algunos elementos comunes a todo procedimiento de remoción del veto: la necesidad de una petición motivada por parte de la persona que tiene impuesto el veto, ante la autoridad correspondiente, para que pueda iniciarse el procedimiento; la comprobación, por parte de la autoridad, de la persistencia o no de la causa que motivó la imposición del veto y, en definitiva, de la capacidad o aptitud del sujeto para contraer nuevo matrimonio; y la resolución motivada sobre el levantamiento o no del veto impuesto. 1.- La remoción del veto en los supuestos de incapacidad o impotencia Respecto a estos supuestos, el art.251,1 introduce una significativa innovación en la regulación codicial, al establecer que el veto impuesto en casos de impotencia absoluta o de incapacidad permanente prohibirá contraer matrimonio “sin consultar al mismo tribunal que dictó la sentencia”. Se trata, sin embargo, de una redacción un tanto oscura, que provoca varias cuestiones: 1.1.- Sujeto legitimado para hacer la consulta Respecto al sujeto legitimado para hacer la consulta, entiendo que podrá ser tanto el Ordinario del lugar que haya de autorizar el siguiente matrimonio como directamente la parte interesada: a) El Ordinario del lugar Conforme a la regulación codicial –que, evidentemente, no puede considerarse derogada por las disposiciones de la Instrucción- a él corresponde autorizar el siguiente matrimonio y por tanto, en su caso, levantar el veto impuesto. A mi juicio, la Instrucción añade un requisito específico –la consulta al tribunal que dictó la sentencia- para que el Ordinario pueda autorizar el segundo matrimonio de la persona a la que se ha impuesto un veto de este tipo en la sentencia, pero no elimina la competencia propia del Ordinario en esta materia. 16 En este caso, ante el silencio de la Instrucción, el problema será cómo se articula en la práctica, en las diócesis, el procedimiento para el levantamiento del veto y para evacuar dicha consulta al tribunal. En esta materia, se observan praxis muy dispares entre las diversas diócesis españolas: así, mientras que en algunas diócesis se observa todavía una absoluta separación entre la curia administrativa y la curia de justicia en el levantamiento del veto, correspondiendo el levantamiento al Vicario General, con informe, en su caso, del Fiscal General de la Diócesis, pero sin consultar al tribunal, en otras diócesis –bien con anterioridad a la Dignitas Connubii, bien a raíz de ésta- sí es praxis frecuente que el Vicario General pida informe en estos casos al Vicario Judicial. En estos supuestos, la práctica habitual es que, recibida la solicitud de remoción del veto, el Ordinario remita la petición al tribunal, el cual, tras oír al sujeto y ordenar la práctica de la pericia, emite un informe sobre la conveniencia de que el Ordinario levante o no el veto. En general, no es frecuente en estos procesículos la intervención ni del defensor del vínculo, ni del promotor de justicia, ni de los abogados de las partes. Resulta interesante destacar que, aunque en algunas diócesis la parte puede presentar su petición tanto ante el Ordinario como directamente ante el Tribunal, en todos los supuestos el tribunal se limita a informar y remite la solicitud al Vicario General para su decisión definitiva. En no pocos casos, se perciben además notables diferencias de criterio entre los órganos administrativos y los judiciales en el examen del caso concreto, no siendo impensable que el Ordinario levante el veto pese a la oposición expresa del Defensor del vínculo y el Vicario Judicial16. En este sentido, ante las diferencias de criterio observables entre los órganos administrativos y los judiciales respecto al levantamiento del veto en casos concretos, en alguna diócesis se ha llegado a plantear expresamente al Obispo –aunque, de momento, sin éxito- la conveniencia de que delegue con carácter general el levantamiento de los vetita al Vicario Judicial, que tiene más experiencia en estos casos y mayor conocimiento de las consecuencias que para la validez del matrimonio puede tener la condición psíquica del sujeto. A este respecto, considero necesario hacer algunas precisiones relativas a cuestiones que pueden suscitarse en estos supuestos: 16 Así ocurre, de hecho, en alguno de los casos agudamente comentados por el Vicario Judicial de Oviedo, D. Andrés Pérez Díaz, en el artículo citado en la nota 1. 17 1ª.- Órgano a quien corresponde responder la consulta: Aunque no es ésta la práctica habitual en muchas diócesis, donde, como se ha indicado, en el mejor de los casos se consulta al Vicario Judicial, parece, a partir del tenor literal de la Dignitas Connubii, que el informe sobre la procedencia o no de levantar el veto corresponde al tribunal colegial que dictó la sentencia de nulidad, no al Vicario Judicial: así lo exige la referencia expresa que hace el art.251.1 “al mismo tribunal que dictó la sentencia”. En este sentido, pienso que sería conveniente que, en la medida de lo posible, el informe sobre el levantamiento del veto lo hiciesen, en cada caso, los mismos jueces que en su momento estudiaron la causa, declararon la nulidad y consideraron necesaria la imposición al sujeto del veto; o, al menos, si parece excesiva en la práctica la intervención de tres jueces para el procesículo del levantamiento del veto, uno de los jueces que intervino de hecho en la causa (a mi juicio, preferentemente el instructor que recogió la prueba o, en su caso, el ponente). 2ª.- Actuación del tribunal y carácter necesariamente motivado de la resolución: si no se quiere dejar sin contenido la prescripción del art.251.1 y la salvaguarda de la institución matrimonial, la intervención del tribunal en este caso no podrá ser de mero trámite, sino que el tribunal deberá –en base a los datos que le envíe el Ordinario o a los que en su caso pueda recabar, si considera necesario ampliar la prueba- dar un voto motivado sobre la conveniencia o no de levantar dicho veto. 3ª.- Carácter vinculante del voto del tribunal: Aunque en principio, teniendo en cuenta tanto la regulación codicial referida a la validez de los actos jurídicos, como el mismo rango normativo de la Instrucción, no pueda afirmarse que la decisión del tribunal sea vinculante para el Ordinario, entendemos que sólo por motivos muy poderosos sería lícito que el Ordinario resolviese en sentido contrario a dicho voto del tribunal. b) La parte interesada Aunque no existe en el Código un procedimiento específico para el levantamiento del vetitum, y no constituye ciertamente la praxis más frecuente en España, no cabe excluir tampoco que sea la parte interesada la que se dirija directamente al tribunal solicitando el levantamiento del 18 veto impuesto, tal como de hecho se ha venido haciendo en ocasiones –fundamentalmente, cuando el tribunal se reservaba expresamente dicho levantamiento- en la Rota Romana o en la Rota de la Nunciatura Apostólica en España. Se trataría de un expediente, a mi juicio de naturaleza administrativa17, en el que en el que el solicitante deberá aportar las pruebas que justifiquen la desaparición de la causa que motivó la imposición del veto. Dicho expediente concluye con un decreto del juez o del tribunal, decidiendo si, a la vista de lo alegado y probado, levanta o no el veto18. Sin embargo, la ausencia de una regulación específica y de una praxis consolidada suscita no pocas cuestiones respecto al modo de actuar en este procedimiento: 1ª.- Intervención del Promotor de Justicia y el Defensor del vínculo: A mi juicio, es preceptiva en este procedimiento la intervención del promotor de justicia, al estar en juego el bien público de la Iglesia y la limitación de un derecho fundamental de la persona19. Más complicada aparece la determinación de la necesidad de intervención del Defensor del vínculo en estos expedientes: por un lado, no se ve su necesidad, puesto que no hay ningún vínculo que defender; pero, por otro lado, el mismo Código prevé su intervención en supuestos en que, como ocurre en las disoluciones del matrimonio, no está en juego la validez del vínculo y, de hecho, en algunas sentencias rotales se ha exigido su participación en aquellos supuestos –como la impotencia perpetua y absoluta- en que el levantamiento del veto podría incluso poner en cuestión la corrección de las dos sentencias anteriores20. No comparto, sin embargo, este argumento, puesto que el levantamiento del veto tiene por objeto una cuestión –la actual habilidad de la persona para contraer- manifiestamente distinta de la cuestión discutida en el inicial proceso de nulidad (la habilidad de la persona al tiempo de prestar el consentimiento). Por consiguiente, si en 17 Aunque la doctrina tradicional se hallaba un tanto dividida en la consideración de la naturaleza judicial o administrativa de este procedimiento, los autores más modernos se inclinan sin duda por la naturaleza administrativa: C. GULLO, Il procedimento..., o.c. , 228-230; S. PANIZO, Imposición..., o.c., 290-292. 18 Aunque, de suyo, el levantamiento del veto no es una causa reservada ad validitatem a un tribunal colegial, ya se ha indicado que la remisión del art.251,1 de la Dignitas al tribunal que dictó la sentencia hace al menos aconsejable una resolución colegiada. 19 C. MORAN, o.c., Comentario al art.251; S. PANIZO, Imposición..., o.c., 303. 20 c. Felici, de 16 de marzo de 1954: SRRD 46. 19 la actualidad consta que la persona, por los medios que sean –lícitos o ilícitos- ha superado de hecho las causas que provocaron en su momento su impotencia coeundi respecto a una persona determinada, deberá autorizársele el matrimonio, sin que ello permita cuestionar la validez de la sentencia que declaró la impotencia por considerar que, al tiempo de contraer, el sujeto careció de los medios lícitos y ordinarios para superar su impotencia y que, por tanto, ésta era jurídicamente perpetua21. Y lo mismo cabría decir respecto a las incapacidades del c.1095, que no exigen ni siquiera como requisito el de la perpetuidad de la causa originante de la incapacidad. A mi juicio, por tanto, la intervención del defensor del vínculo en este procedimiento no resulta necesaria en ningún caso, correspondiendo al promotor de justicia la defensa del bien público eclesial en estos supuestos. 2ª.- Intervención de abogado y procurador: Aunque su participación no sea necesaria en este procedimiento, nada hay que se oponga a que el solicitante, si lo desea, intervenga en el mismo con abogado y procurador. En efecto, el ordenamiento canónico recoge con carácter general el derecho de la parte a servirse de esta ayuda profesional, tanto en los procedimientos administrativos (c.1738) como en los judiciales (c.1481,1), por lo que las limitaciones que en su caso se establezcan a este derecho deberán venir expresamente recogidas en la ley, tal como ocurre, p.e., en el c.1701,2 respecto al procedimiento de disolución del matrimonio rato y no consumado. 3ª.- Posibilidad de solicitar la remoción sin tener en vista la celebración de un nuevo matrimonio: Una cuestión interesante sería la de si cabe que el sujeto a quien se ha impuesto el veto solicite la remoción del mismo no, como es habitual, para contraer un nuevo matrimonio, sino por algún otro motivo legítimo, como podría ser, p.e., por los problemas de conciencia–sean suyos o de la otra persona- de iniciar siquiera una nueva relación sentimental mientras no sepa si podrá estar orientada al matrimonio, o porque el veto esté siendo instrumentalizado por el anterior cónyuge en sede civil para intentar cambios en relación a la prole o al derecho de visitas, o cualquier otra circunstancia en que el veto pueda provocar un perjuicio injusto a la buena fama o a 21 C. PEÑA GARCÍA, El matrimonio. Derecho y praxis de la Iglesia, Bilbao 2004, 115-116. 20 la honra del sujeto22. Aunque no sea lo ordinario, pienso que, en estos casos, siempre que exista efectivamente un interés legítimo y haya desaparecido la causa que motivó la imposición del veto, la persona podría dirigirse directamente al tribunal y solicitar la remoción del mismo, aportando la prueba necesaria23. 1.2.- Determinación del tribunal que ha de ser consultado Se trata de otra cuestión susceptible de provocar dudas y discrepancias doctrinales y posibles conflictos entre los tribunales afectados, teniendo en cuenta que –excepto en las causas tramitadas por proceso documental- de ordinario existirán necesariamente dos sentencias declarativas de la nulidad. A este respecto, resulta especialmente problemática la ambigüedad e indeterminación del art.251.1, que se refiere al mismo tribunal que dicta la sentencia, lo que arroja más sombras que luces a esta cuestión: ¿se refiere al tribunal que por primera vez declara la nulidad, o al que la confirma y convierte en ejecutiva dicha resolución?. A mi juicio, en la interpretación de esta norma no pueden dejarse de lado las consideraciones prácticas, habida cuenta sus importantes consecuencias. En este sentido, dejando siempre a salvo el derecho del tribunal superior a reservarse el informe para el levantamiento del veto, si lo cree conveniente en algún caso concreto, la experiencia muestra la conveniencia de que, con carácter general, sea el tribunal de primera instancia –o el que por primera vez declaró la nulidad- el que informe sobre la procedencia de levantar el veto. Y esto por varios motivos: a) Por un lado, por la necesidad de lograr una mejor y más lógica distribución del trabajo entre los diversos tribunales: la atribución de la competencia para la remoción del veto a los pocos tribunales metropolitanos o a la misma Rota Española supondría la acumulación de numerosos procedimientos administrativos justo en los tribunales que ya tramitan, de hecho, mayor número de causas de nulidad, lo que provocaría previsiblemente retrasos y dilaciones perjudiciales especialmente para los fieles, mientras que los tribunales inferiores continuarían infrautilizados; 22 Estas motivaciones se aducen, p.e., en la c.Serrano, de 23 de febrero de 1990 (Il Diritto Eclesiástico 1990/II, 3-ss), así como en otras sentencias de tribunales regionales italianos citadas en C. GULLO, Il procedimento..., o.c. 231. 23 Más complicada aparece la interposición de la petición ante el Ordinario, pues la intervención de éste parece venir supeditada a la autorización del nuevo matrimonio. 21 b) Por la conveniencia de facilitar el acceso del fiel al tribunal que ha de juzgar sobre la remoción, puesto que, aunque no necesariamente, con carácter general el tribunal de primera instancia resultará más cercano y accesible que el de segunda instancia al sujeto que haya sufrido la imposición del veto; c) Pero, fundamentalmente, la razón principal a tener en cuenta en esta cuestión –y la que puede incluso matizar algunas de las razones expuestas- es la necesidad de garantizar que la decisión o informe sobre la remoción del veto sea elaborado por el tribunal que más medios objetivos tenga para valorar el estado actual del sujeto. Por ello, sostuve en su momento que, con carácter general, y de modo muy especial, en los supuestos en que el tribunal superior se ha limitado a confirmar por decreto la nulidad del matrimonio, sin desarrollar ninguna actividad investigadora propia, debe ser el tribunal inferior -que ha llevado el peso principal de la instrucción, que ha examinado directamente a la parte y que tiene a su favor el principio de inmediación procesal en la práctica de la prueba- el que juzgue sobre la procedencia de remover o no dicho veto24. Y lo mismo cabría decir, a mi juicio, en aquellos supuestos en que no se practica prueba en apelación (p.e., si el tribunal superior ha pasado la causa a trámite ordinario por discrepar de la argumentación jurídica de la sentencia de instancia), o bien incluso cuando la prueba practicada en segunda instancia resulta notablemente irrelevante de cara al veto, como ocurre en no pocas ocasiones (p.e., cuando el motivo de pasar la causa a trámite ordinario es simplemente interrogar a alguna de las partes sobre algún punto oscuro que hubiera impedido al tribunal alcanzar la certeza moral sobre la nulidad, sin cuestionar los resultados de la prueba pericial). Por el contrario, sí será conveniente que la decisión sobre el levantamiento del veto sea elaborada por el tribunal superior cuando éste haya practicado una nueva instrucción verdaderamente relevante de cara a la imposición del veto (fundamentalmente, el examen directo del sujeto y la práctica de nuevas pericias), puesto que, en este caso sólo el tribunal superior conoce tanto las pruebas practicadas en esa instancia como las realizadas por el tribunal inferior. 24 C. PEÑA, La Instrucción ‘Dignitas Connubii’..., o.c. 691-692. 22 En cualquier caso, sí resulta importante que el tribunal superior, a la hora de imponer o, en su caso, confirmar el veto impuesto por el tribunal inferior, conforme al art.251.3, indique con claridad en la parte dispositiva de la sentencia qué tribunal es el que debe ser consultado para levantar dicho veto, para evitar dudas al respecto a la hora de solicitar dicho levantamiento. Propongo, por consiguiente, que, para facilitar la labor del Ordinario correspondiente y garantizar la seguridad jurídica, las sentencias incluyan expresamente, en caso de imposición del veto, una cláusula de este tenor: “Este veto no podrá ser levantado sin consultar al tribunal de C1 (ciudad del tribunal de primera instancia)” o, en su caso, “sin consultar a este tribunal de segunda instancia”. Esta cláusula deberá ser anotada igualmente en nota marginal en las partidas de bautismo y de matrimonio. 1.3.- Valor jurídico de la remoción otorgada por el Ordinario sin consulta previa al tribunal Por último, cabe plantearse qué consecuencias jurídicas tendría el hecho de que el Ordinario, incumpliendo lo dispuesto en la sentencia de nulidad y en el art.251.1, procediese, por las razones que fuese (urgencia en el planteamiento de la petición, inadvertencia, etc.), a levantar el veto sin elevar siquiera consulta al tribunal correspondiente. Esta conducta contraria a derecho del Ordinario, ¿afectaría a la validez de la autorización a pasar a nuevas nupcias? A nuestro juicio, es claro que debe darse una respuesta negativa a esta cuestión. Como se ha indicado, ni el veto constituye propiamente un impedimento matrimonial, ni su levantamiento equivale a la dispensa de un impedimento, de modo que el incumplimiento de los requisitos para su remoción fijados en la sentencia judicial o en la normativa eclesial, pese a su ilicitud, no afectará en ningún caso a la validez de la decisión del Ordinario ni, menos aún, a la validez del nuevo matrimonio que en su caso se contraiga. No obstante, aunque no afecte a la validez, es claro que se trata de una conducta en principio gravemente ilícita y contraria a derecho, que puede tener importantes consecuencias si, a causa de la misma, se autoriza a contraer matrimonio a personas abiertamente incapaces, por lo que resulta fundamental que el Ordinario cuide al máximo el modo de actuar en estos casos. 23 2.- Remoción del veto en supuestos de error o simulación En estos casos, la Instrucción dispone, con carácter general, que el levantamiento del veto corresponderá al Ordinario del lugar donde vaya a celebrarse el nuevo matrimonio, sin imponer ya la necesidad de consulta al tribunal que dictó la sentencia (art.251,2). Sin embargo, teniendo en cuenta la finalidad de la norma, la prevención del escándalo y la necesidad de velar por la dignidad del matrimonio, se echa de menos en la Instrucción un recordatorio al Ordinario de la necesidad de una especial diligencia y cuidado por su parte a la hora de valorar si procede o no levantar estos vetos, sin incurrir en praxis laxistas que autoricen el nuevo matrimonio sin apenas comprobar si han desaparecido o no las causas que motivaron la imposición del veto. En este sentido, considero que hubiese sido más oportuno que la Instrucción hubiese establecido, también para estos casos, la necesidad de consultar al tribunal que dictó la sentencia antes de levantar el veto25, pues en no pocos casos se constata que la persona que en el proceso alardeó de mantener, incluso en el momento actual, un rechazo total de la sacramentalidad o la indisolubilidad, a los pocos días de obtenida la sentencia, obtiene el levantamiento del veto y contrae nuevo matrimonio canónico, en base a su mera declaración de aceptación de dichas propiedades ante las autoridades administrativas de la Curia, las cuales desconocen los autos del proceso. Por estas razones, considero igualmente que, no obstante lo dispuesto en el art.251,2, nada obsta a que –conforme venían haciendo de hecho, en casos puntuales, tanto la Rota Romana como la de la Matritense- pueda el tribunal reservarse el levantamiento del veto también en estos supuestos, si lo estima necesario en algún caso concreto, sea por las características de la personalidad del sujeto, sea por tratarse ya del segundo, tercer o incluso cuarto matrimonio del sujeto, o por cualquier otro motivo grave. Por otro lado, sorprende y resulta, a mi juicio, sumamente criticable la disposición del art.251.2 de remitir, para el levantamiento del veto, al Ordinario del lugar en que ha de celebrarse 25 En el mismo sentido se pronuncian J.J. GARCÍA FAÍLDE, La instrucción Dignitas Connubii a examen, Salamanca 2006, 221; C. MORAN, o.c., Comentario al art.251. 24 el nuevo matrimonio26. En mi opinión, lo lógico hubiese sido remitir al Ordinario del lugar que ha de tramitar el expediente matrimonial y autorizar la celebración del nuevo matrimonio, el cual, conforme a derecho, será el Ordinario del lugar del domicilio o cuasidomicilio de los contrayentes. Ésta no sólo era la interpretación común en los autores con anterioridad a la Dignitas Connubii27, sino también la que venía expresamente recogida en normativas particulares tan significativas como la de la Conferencia Episcopal Italiana28, por lo que no se entiende el cambio de criterio de la Dignitas Connubii, cambio que puede causar notable confusión en la práctica, en el supuesto de que el nuevo matrimonio se celebre en una diócesis distinta de aquella en la que viven los contrayentes. 3.- Recurribilidad del decreto denegatorio del levantamiento En el caso –bastante infrecuente, hoy por hoy, en la práctica española- de que el Ordinario o el tribunal denegasen el levantamiento del veto, tendrá siempre el solicitante la posibilidad de recurrir contra esa decisión, en cuanto que la misma, justificadamente o no, causa un perjuicio al sujeto, al limitar su derecho al matrimonio. El ordenamiento canónico, como no puede ser de otro modo, establece como criterio general el de recurribilidad de las decisiones de la autoridad –sea ésta judicial o administrativa- de modo que las limitaciones al derecho de impugnación de las mismas deberá venir, en su caso, expresamente establecida en la ley. En cuanto a los recursos concretos que cabe imponer contra el decreto denegatorio dado por el Ordinario, serán los establecidos en los cc.1732-1739: el recurso de reposición contra el acto del Ordinario y, en caso de confirmar la decisión precedente, el recurso jerárquico ante la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, sin excluir, una vez agotada la vía administrativa, el posterior recurso contencioso-administrativo ante la Sección 26 C. MORÁN, o.c., Comentario al art.251. 27 Entre otros, C. GULLO, Il procedimento..., o.c., 230; P.V. PINTO, I processi nel codice di diritto canonico, Ciudad del Vaticano 1993, 523, nota 790; etc. 28 El art.59 de la normativa CEI establecía que “La rimozione del divieto di passare a nuove nozze ‘inconsulto Ordinario’, contenuto in una sentenza di nullità matrimoniale, si intende di competenza dell’Ordinario del luogo nel quale viene instruita la pratica per la celebrazione del matrimonio (cioè l’Ordinario del luogo in cui si trovano la parrochie in cui vivono stabilmente i nubendi, salva diversa precisazione” (citado en: C. GULLO, Il procedimento..., o.c., 230). 25 Segunda del Tribunal de la Signatura Apostólica. Y, a mi juicio, esos serán también –excluido el de reposición, que no parece de aplicación en este caso- los recursos procedentes contra el decreto denegatorio dado directamente por el tribunal que se hubiera reservado el levantamiento del veto: a pesar de tratarse de una cuestión más complicada, por la dificultad que implica que se trate de un acto administrativo emanado de un órgano judicial, considero que, teniendo en cuenta la ya señalada naturaleza administrativa de este procedimiento, el recurso procedente no sería en ningún caso el de apelación, sino los establecidos para los actos administrativos: el recurso jerárquico ante la Congregación y, en su caso, el recurso contencioso-administrativo ante la Signatura. V.- DATOS SOBRE LA ACTUACIÓN DE LOS TRIBUNALES ECLESIÁSTICOS EN LA IMPOSICIÓN Y LEVANTAMIENTO DEL VETO Una vez expuestos los principios generales y la normativa en esta materia, considero de interés analizar cuál es la praxis actual de los tribunales eclesiásticos en relación a la imposición y, en su caso, levantamiento del veto. En relación con la praxis de la Rota Romana, hay que destacar que es difícil constatar si ha habido un cambio en la misma tras la publicación de la Dignitas Connubii, de 2005, dado que el último volumen de sentencias publicadas corresponde al año 2003. No obstante, sí cabe sacar una serie de conclusiones respecto a la praxis de la Rota Romana hasta ese momento: Si se ve necesario, la Rota Romana impone el veto tanto en casos de incapacidad consensual del c.1095, 2º o 3º, como en casos de simulación, sin que –a diferencia de lo que ocurre en otros tribunales- se perciban notables diferencias a favor de uno u otro capítulo (especialmente teniendo en cuenta que el número de sentencias dictadas por capítulos de incapacidad es muy superior al de sentencias dictadas por simulación). Así, p.e., las sentencias c.Bottone de 5 de diciembre de 2003 (dictada en un caso de exclusión del bonum prolis) y la c. Stankiewicz, de 27 de noviembre de 2003 (exclusión del bonum sacramenti y b. prolis) imponen un veto al cónyuge simulante. 26 También en supuestos de incapacidad –sea por el c.1095,2º o 3º- es frecuente la imposición del veto, si se ve que las causas incapacitantes persisten en la actualidad. P.e., la c. Sable de 20 de noviembre de 2003, tras declarar la nulidad por incapacitas assumendi, impone el veto al varón por tratarse de un sujeto inmaduro, egocéntrico, pornoadicto, con un comportamiento parafílico y masturbatorio que le hacía preferir cualquier forma alternativa de relación sexual antes que el acto conyugal consumativo del matrimonio; también en un caso de incapacidad del c.1095, 3º, la c. Alwan de 24 de julio de 2003 impone el veto al varón por tener una personalidad gravemente inmadura, y un notable infantilismo, con eyaculación precoz e insuficiencia sexual, así como incapacidad de comportarse responsablemente en todos los ámbitos de la vida; etc. En este sentido, hay que destacar que, aunque la nulidad se haya declarado por grave defecto de discreción de juicio, frecuentemente el veto se impone, en realidad, porque el tribunal considera que el sujeto era –y sigue siendo en la actualidad- incapaz para asumir las obligaciones esenciales del matrimonio: así ocurre, p.e., en la c. Alwan de 16 de diciembre de 2003, que declara la nulidad por grave defecto de discreción de juicio, se impone el veto al demandado – quien al tiempo de contraer matrimonio tenía una grave inmadurez afectiva que le predisponía a la drogadicción- por considerar que en la actualidad sigue presentando una personalidad narcisista y dependiente, incapaz de asumir la frustración y de entregarse en una comunión conyugal exclusiva; también en una causa por el c.1095,2º, la c. Ferreira Pena, de 14 de noviembre de 2003, impone el veto al varón, que presentaba una personalidad inmadura, con rasgos narcisistas, agresivo, con importantes problemas con el alcohol y con la fidelidad conyugal; igualmente, la c. Erlebach, de 28 de noviembre de 2003, tras declarar la nulidad por grave defecto de ambos cónyuges, impone el veto sólo al esposo actor, tomando en consideración las conclusiones periciales que afirmaban que la inmadurez del esposo persistía al momento presente; etc. No obstante, hay que señalar también que, en ocasiones, se encuentran sentencias en que el ponente omite sorprendentemente la imposición del veto (p.e., c. Verginelli de 2010, en un supuesto de homosexualidad), sin que quede claro si se trata de un descuido, de que se presume – presunción algo ingenua y peligrosa- que el sujeto no va a pretender nunca más contraer por la Iglesia, etc. 27 Al tratarse de sentencias anteriores a la Dignitas Connubii, en la mayoría de los supuestos el levantamiento del veto se remite al Ordinario del lugar, sin hacer alusión ninguna a la consulta del tribunal. No obstante, incluso antes de la Dignitas Connubii algunas sentencias rotales supeditaban el levantamiento del veto a la consulta a algún tribunal, bien a la misma Rota, bien al tribunal designado por ésta: p.e., la c.Erlebach de 27 de noviembre de 2003 remite al Tribunal de apelación local (Colombia). Por otro lado, tomando en consideración los datos de la ya citada encuesta que hice hace algunos años para la Asociación Española de Canonistas, en el que se analizaba la actuación de los tribunales eclesiásticos españoles en esta materia, del mismo podían extraerse algunas conclusiones significativas respecto a las cuestiones tratadas a lo largo de nuestro estudio. Aunque quizás hoy en día, tras varios años de aplicación de la Instrucción Dignitas Connubii, los resultados no sean idénticos, mi percepción personal es que estas conclusiones de entonces siguen siendo en gran medida válidas: 1º.- Se constata una mayor reticencia de los tribunales a imponer el veto en los supuestos de error o simulación, siendo por el contrario más frecuente su imposición en los supuestos de incapacidad. Se trata de una constante en todos los tribunales, tanto de primera como de segunda instancia. 2º.- Aunque se trata de una cuestión que suscita opiniones y praxis radicalmente enfrentadas, encontrándose notablemente divididos los tribunales, puede considerarse mayoritaria en la praxis española la postura que considera que la imposición del veto puede ser hecha por los tribunales de primera instancia. 3º.- Hay todavía un alto porcentaje de tribunales –en aquel momento, superior al 40%que, en la imposición del veto por incapacidad, no cumplen lo dispuesto en el art.251,1 en cuanto a la determinación del tribunal que debe ser consultado para la remoción del mismo, limitándose a remitir al Ordinario del lugar u omitiendo incluso toda referencia a la autoridad a consultar. 4º.- Entre los tribunales de segunda instancia que sí determinan el tribunal que debe ser consultado para la remoción, constituye praxis unánime la remisión al tribunal de primera 28 instancia –o, en su caso, al que por primera vez declaró la nulidad-, siendo significativo que ninguno de los tribunales de segunda instancia que respondió en su momento a la encuesta considere que el tribunal competente para levantar o informar sobre el veto sea el de apelación. CONCLUSIONES A lo largo de este estudio se han ido sacando conclusiones parciales sobre las diversas cuestiones estudiadas, a las que me remito en aras de la brevedad. Sintetizando lo expuesto hasta el momento, puede afirmarse: 1º) Aunque el veto, en cuanto limitación del ius connubii, requiere siempre una interpretación estricta, deberá ser impuesto en todos aquellos casos en que, de lo actuado en el proceso, se deduzca la existencia de una duda fundada sobre la validez del siguiente matrimonio que pudiera contraer cualquiera de las partes, incluso en el supuesto de que la nulidad no hubiera sido declarada por un capítulo atribuible al sujeto. En estos casos de duda, considero que la existencia de un previo matrimonio declarado nulo, unido a la necesidad de prevenir el escándalo y de proteger la buena fe del tercero con quien se vaya a celebrar el nuevo matrimonio, constituye causa suficiente para impedir temporalmente–mientras no se levante el veto- el nuevo matrimonio y para exigir una serie de garantías para su celebración, tanto relativas a la verificación de la desaparición de la causa de nulidad, como al tercero con quien el sujeto pretende contraer. 2º) Aunque se trata de una cuestión controvertida, parece aconsejable que el tribunal que por vez primera declara la nulidad del matrimonio –que es el que tiene la inmediación procesal en la recogida de la prueba- se pronuncie y, en su caso, imponga el veto, sin perjuicio de la potestad del tribunal superior para confirmar o revocar dicho veto. 3º) Aunque el levantamiento del veto corresponde, de suyo, al Ordinario, resulta fundamental que éste consulte previamente al tribunal que dictó la sentencia –no, de suyo, al Vicario Judicial de la diócesis- tanto en los casos en que así lo exige la regulación canónica (vetos impuestos por incapacidad permanente) como en los de simulación o error, en los que el conocimiento de los autos de nulidad puede arrojar mucha luz sobre la sinceridad y disposición de quien pretende contraer. 29 4º) En cuanto a la cuestión de qué tribunal debe ser consultado para el levantamiento del veto en las causas por incapacidad, su determinación corresponde al tribunal que confirma la sentencia y la hace firme, siendo importante, para seguridad jurídica de los fieles y del Ordinario, que el tribunal de apelación determine con claridad en la sentencia cuál es ese tribunal. Con carácter general, excepto en el supuesto de que el tribunal de apelación hubiese practicado una prueba relevante de cara a la imposición del veto, parece aconsejable que se deje al tribunal de primera instancia el procesículo para el levantamiento del veto. Para concluir, me gustaría únicamente insistir en la enorme relevancia de esta cuestión de la imposición y levantamiento del veto en la pastoral matrimonial de la Iglesia, en la vida de los fieles y en el bien público eclesial. A mi juicio, se hace especialmente urgente lograr una mayor interrelación entre los responsables de la pastoral matrimonial, las autoridades administrativas de la diócesis y el tribunal eclesiástico, que permita establecer cauces fluidos de comunicación y acordar criterios conjuntos de actuación en esta materia, evitando de ese modo actuaciones contradictorias por parte de los responsables eclesiales, con el escándalo que ello supone. __________ Relación de sentencias rotales recientes citadas sobre el veto (tomadas del vol.95 de SRRD, correspondiente al año 2003, publicado en 2012): - c. Alwan, de 24 de julio de 2003: SRRD 95 (2012) 537-546 (c.1095,3º) - c. Ferreira Pena, de 14 de noviembre de 2003: SRRD 95 (2012) 650-660 (c.1095,2º y 3º) - c. Sable, de 20 de noviembre de 2003: SRRD 95 (2012) 670-678 (c.1095, 3º) - c. Stankiewicz, de 27 de noviembre de 2003: SRRD 95 (2012) 692-708 (excl. b. sacramenti y b. prolis). - c. Erlebach, de 28 de noviembre de 2003: SRRD 95 (2012) 709-717 (c.1095,2º) - c.Bottone de 5 de diciembre de 2003: SRRD 95 (2012) 753-757 (excl. b. prolis). - c. Alwan, de 16 de diciembre de 2003: SRRD 95 (2012) 814-824 (c.1095, 2º) 30