Pinceladas de la historia

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Pinceladas
de la
Historia
Historias para quienes no les
gusta la Historia
Roberto Gómez-Portugal M.
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Pinceladas
de la
Historia
Historias para quienes no les
gusta la Historia
Roberto Gómez-Portugal M.
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© 2012. Roberto Gómez-Portugal M.
No. de registro: 03-2012-050210220400-01
Obra registrada ante el Instituto Nacional del
Derecho de Autor en México, D.F. Derechos
reservados para México y el mundo.
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Pinceladas de la Historia
Índice
Página
Introducción
i
De Miramar a Miravalle
1
Piratas
7
¿El rapto de Helena?
9
La gran muralla
12
Pedro el cruel
14
Artemisa implacable
19
Barbanegra
22
El hechizado
25
Dos hermanas
28
La guerra de los pasteles
33
¡Oiga... cuñado!
37
¡Pobre Carlos!
39
Una pareja afortunada
44
Reclutado a la fuerza
48
Mohammed Reza
52
Ifigenia en Áulide
60
a
Roberto Gómez-Portugal M.
Página
b
La maldición de los templarios
64
Enrique y Becket
67
Empresario emprendedor
70
La Beltraneja
72
¿Tenepatl?
75
Rey de corazones
78
¡Entre abogados te veas!
85
Cien pesos de Matías Romero
87
Un buen caballo
90
Paz conyugal
92
Cátaros o albigenses
96
Juárez presidente
101
Ricardo y Leopoldo
104
De cien pesos a cien millones
106
La sangre de Victoria
109
Ricardo cae prisionero
114
Ahora me toca a mí
117
La muerte de Conrado
119
Por amar a Dios
121
Los asesinos
124
¡No te sueltes!
127
Pinceladas de la Historia
Página
Los amores de Ricardo
129
La noche de San Bartolomé
133
De febrero a octubre
136
El fiel Blondel
139
Presidente... ¡a fuerza!
141
Secuestrado
143
Conquistadores
145
París bien vale una misa
149
¿Cómo te llamas?
151
Vida de santo
154
Una muerte tonta
160
Luis no quería a su papá
163
Noche de muerte
168
Pleito entre amigos
172
El burlador burlado
176
Ramsés y sus mujeres
179
Un presidente XXX
184
El constructor de Italia
189
c
Roberto Gómez-Portugal M.
d
Pinceladas de la Historia
Introducción
Yo nunca he sido escritor de libros. He escrito artículos que estuvieron
apareciendo en el portal electrónico México.com, he escrito columnas de
comentarios gastronómicos que usaba yo en el programa de radio que
hacía con Eduardo Ruíz Healy, y que le mandaba a las personas que me
los pedían por correo-e. Incluso alguna vez se publicaron mis recetas y
comentarios en un periódico en español que se edita en Las Vegas,
Nevada, pero dejé de mandárselos porque no me pagaban. En mi
juventud también me dio alguna vez por escribir versos y aunque no
fueran muy buenos, a mis novias o cortejadas no les parecían tan mal.
Hasta me sirvieron alguna vez para salir del paso en las tareas que nos
dejaba el profesor de literatura en preparatoria. Pero así, lo que se dice
escribir un libro, nunca. Éste es el primero.
Lo que sí he sido es lector de libros. Devorador de libros. Desde chico
desarrollé el gusto por la lectura y leía todo lo que caía en mis manos.
Afortunadamente, mi papá tenía una actitud abierta y liberal y no me
racionaba ni me escondía los libros. Siempre tuve acceso a su biblioteca
para leer lo que fuera, aún cosas que no estaban muy bien para mi edad.
Quizá un punto de inflexión lo marcó el día en que mi papá me regaló un
libro pequeño, encuadernado muy bonito en piel y escrito sobre papel
“biblia”. Era “La Ilíada”. Yo debo haber tenido unos nueve o diez años.
Encontré que el librito estaba “en chino”, por más que se supone que era
en español. “Entonces habló Atenea, la de los ojos de lechuza y así dijo:
‘Oh, tú, pélade Aquiles, deja que Eolo llene las velas de tus navíos y te
lleve más allá de Escila y de Caribdis...” y no sé qué más! Pero a pesar
de que era una lectura difícil para un niño como yo, aquel libro despertó
mi interés por la historia como ninguna otra cosa lo había hecho. Hasta
entonces me gustaban mucho los cuentos de “Calleja”, unos libritos
mínimos de pocas hojas que mi mamá había guardado de su infancia en
Veracruz y que ya eran raros y difíciles de conseguir cuando yo era niño.
Pero después de leer La Ilíada –y aunque no hubiera entendido ni la
mitad- comenzó a interesarme más la historia, es decir los cuentos
verdaderos, que los cuentos imaginados. Empecé a descubrir que a
menudo la realidad supera la ficción y que si se pusiera uno a inventar
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Roberto Gómez-Portugal M.
historias, de aventuras o de lo que fuera, se encontraría que lo que de
verdad ha ocurrido en el mundo supera la imaginación más acelerada.
Claro, durante mis años en la universidad tuve que dedicarle mucho
tiempo a las lecturas de mis temas de estudio, pero finalmente me daba
yo cuenta que cuando leía para mí, por el simple gusto de hacerlo, leía
siempre dos cosas: obras de teatro clásicas –griegas, españolas o
francesas- o de plano, historia. El teatro ha sido otra de mis aficiones y
siempre disfruté –y sigo disfrutando- leer y releer obras de Aristófanes o
de Esquilo, de Molière, Shakespeare, Racine, Lope de Vega o Calderón
de la Barca. Y creo que la razón por la que me gustaban y me gustan
esas obras es porque casi siempre son históricas o al menos se ubican
en un lugar y momento históricos.
Por otra parte, y mientras mi afición por la historia humana se iba
desarrollando, comencé a darme cuenta que la mayor parte de mis
amigos no compartían ese gusto. La historia les aburría
monumentalmente. Y no es de extrañar, si me acuerdo de una maestra
que tuvimos en preparatoria que tenía la soporífera cualidad de llegar a
la clase y ponerse a escribir en el pizarrón, en forma de cuadro sinóptico
y con numeritos, el análisis de cualquier acontecimiento que iba a cubrir
en su materia. “Las causas mediatas de la guerra de cien años fueron: 1,
2, 3, 4 y ....” ¡Para morirse! Creo que “vacunó” a muchos de mis
compañeros de por vida contra la historia. Yo, por suerte, ya había
aprendido que podía ser de otro modo. Pero el hecho es, en mi opinión,
que mucha gente encuentra la historia árida, difícil de leer y de recordar.
Nombres, fechas, sucesos, y si te los tienes que aprender de memoria
para regurgitarlos en un examen pueden ser un verdadero tormento.
Pero si te los cuentan como anécdotas, como actos de personas que
actuaban y reaccionaban a estímulos y causas también muy humanas, la
historia se vuelve interesante, hasta divertida.
Ciertamente, el detonante que me llevó a escribir este libro fueron mis
amigos quienes a menudo, cuando nos reuníamos en plan informal,
sabiendo de mi afición, me pedían que les contara alguna anécdota o
suceso histórico de manera resumida y sencilla.
Allí me di cuenta de que la historia, contada así, como pinceladas o
como bocadillos, les gustaba casi a todos, incluso a quienes decían que
no les gustaba la Historia, así, con mayúscula. De este modo explico el
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Pinceladas de la Historia
por qué se me ocurrió escribir este libro. Con la intención de que quien lo
lea, pueda abrirlo prácticamente en cualquier página y leer, en unos
pocos minutos, un suceso o un pasaje determinado. Igual si lo lees de la
primera a la última página, o de la última a la primera, o a la mitad.
Algunas historias están ligadas con otras, pero podrían no estarlo, y
dejarte tan sólo con una probadita del tema.
Tengo que ofrecer mis humildes disculpas a los muchos autores cuyos
libros alguna vez leí y de donde saco algún dato para lo que relato, pues
no he sabido hacer una bibliografía como se debe; ni siquiera un listado
de los libros en los que he conocido y disfrutado las acciones, los
personajes y los hechos que me han permitido escribir lo que aquí
cuento. A lo largo del tiempo mi avidez por saber los chismes de la
historia me ha llevado a recogerlos de donde los hallara. En algunos
casos he tenido la enorme fortuna de estar en el lugar mismo en que
ocurrieron y leer placas e inscripciones, contemplar monumentos o
platicar con gente que me ha compartido su saber, de modo que a estas
alturas, imposible ponerme a buscar la referencia exacta. Así que otra
vez perdón, no soy un profesional, y al final de cuentas, la historia nos
pertenece a todos.
No me he puesto fronteras ni en lo geográfico ni en el tiempo; lo mismo
México, que Francia o Rusia, lo mismo ayer que hace muchos siglos.
Ojalá mi desorden no te desconcierte, lector, sino te invite a descubrir
que el paso del hombre por este planeta resulta siempre fascinante.
Gracias por leerme; sé magnánimo con mis errores.
Roberto Gómez-Portugal M.
México, D.F.
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Roberto Gómez-Portugal M.
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Pinceladas de la Historia
De Miramar a Miravalle
Quien haya tenido la suerte de visitar el castillo de Miramar –más
que castillo, un palacio- construido a mediados del siglo XIX, sobre las
rocas que dominan las cristalinas aguas del Adriático, a las afueras de
la ciudad de Trieste, se preguntará cómo es que al archiduque
Maximiliano de Habsburgo pudo haber pensado en abandonar ese
privilegiado domicilio e irse a vivir a otro sitio.
Pero la realidad es que Maximiliano se aburría. Había nacido en
Viena, en otro hermosísimo palacio, el de Schönbrunn, como hijo que
era del Archiduque de Austria Francisco Carlos José y de su esposa
Sofía Federica de Baviera. El problema de Maximiliano es que tenía un
hermano mayor, Francisco José, que era el emperador de Austria y a él,
como hermano menor, no le encontraban un puesto adecuado, aunque
fuera un reconocido experto en botánica y entomología, actividad que lo
apasionaba.
Castillo de Miramar, sobre el mar Adriático
Cuando Maximiliano se casó en 1857 con la princesa Carlota
Amalia, hija del rey Leopoldo de Bélgica, su suegro presionó con
insistencia a Francisco José para que nombrara a su hermano virrey del
reino Lombardo-Véneto, que Austria controlaba. Carlota y Maximiliano
se fueron a vivir a Milán y todos parecían contentos, incluso el suegro
Leopoldo, quien se sentía satisfecho de ver a su hija sentada en un
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Roberto Gómez-Portugal M.
trono. Pero todo se descompuso en 1859 cuando Francisco José le
quitó el empleo a su hermano; no le gustaban las ideas modernistas de
Max, ni tampoco lo consideraba adecuado para encabezar las acciones
bélicas que se preveían. De hecho, Austria perdió poco después sus
dominios en Italia. Maximiliano no tuvo más remedio que retirarse a
Miramar y entretenerse estudiando las plantas y las mariposas.
Por otra parte, el México independiente no acertaba en sus
pasos. Después de la guerra con Estados Unidos y la enorme pérdida
de territorio, seguía desgarrándose en las luchas entre liberales y
conservadores. Había un individuo llamado José Manuel Hidalgo
Esnaurrízar que, después de haber sido empleado de la aduana en
México, había conseguido que lo mandaran a trabajar a la embajada en
Madrid. Allí, gracias a sus buenos modales y su habilidad de trepador
social, Pepe Hidalgo logró colarse primero y convertirse luego en
invitado indispensable de las reuniones que organizaba la condesa de
Montijo, una aristócrata viuda que tenía varias hijas. Una de ellas,
Eugenia, se casó poco después con Carlos Luis Napoleón Bonaparte,
mejor conocido como Napoleón III y así se convirtió la española en
emperatriz de Francia.
Yo mismo tomé esta foto en el Castillo de Miramar en un
esplendoroso día de verano, preguntándome quién podría
merecer vivir en un lugar tan hermoso.
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Pinceladas de la Historia
La amistad de Pepe Hidalgo con las Montijo era intensa, y la
emperatriz no dejaba de invitarlo a grandes fiestas e incluso a pasar
temporadas de vacaciones en los palacios imperiales. El mexicano le
daba ocasión a Eugenia de hablar español, de recordar su España y su
cultura y de desaburrirse de la corte francesa que la absorbía. Hidalgo
logró influir no sólo en Eugenia, sino incluso en el emperador, a quien
llegó a convencer de la necesidad de que Francia interviniera en México
para acabar con los tramposos liberales que tenían hundido al país y
que acababan de provocar a Europa al decretar la suspensión de pagos
de la deuda extranjera. Pepe puso a Napoleón en contacto con otros
mexicanos: el ex-embajador de México en Francia Juan Nepomuceno
Almonte –hijo nada menos que del héroe de la independencia José
María Morelos- y con un ricachón de ideas monárquicas llamado José
María Gutiérrez Estrada, quien desde hacía años andaba buscando un
príncipe europeo dispuesto a irse a gobernar México, convencido de
que los mexicanos no podían gobernarse solos.
A Napoleón no le disgustaba la idea de intervenir en México y
quizá con eso poner un hasta aquí al expansionismo de los Estados
Unidos, aunque por el momento los estadounidenses parecían estar
muy ocupados con su guerra entre el norte y el sur. Sin embargo, las
cuentas alegres que le presentaron los mexicanos sobre los posibles
ingresos fiscales del país acabaron por convencerlo. Hicieron memoria
de lo que recaudaba la corona en la época de la colonia española y
concluyeron que el país podría tener ingresos fiscales por unos
cincuenta millones de pesos. Con veinte bastaban para sostener un
gobierno eficiente y los treinta sobrantes alcanzarían no sólo para
recompensar a Francia por su ayuda y molestias, sino hasta para
desarrollar al país y aprovechar sus recursos naturales.
Napoleón dejó a José Hidalgo y a la emperatriz Eugenia en
libertad para buscar un candidato al trono de México y las voluntades se
inclinaron por Maximiliano de Habsburgo, hacia cuya esposa, la belga
Carlota Amalia, la emperatriz de Francia sentía mucha simpatía. Los
monarquistas mexicanos dirigieron a Maximiliano una rimbombante
carta en donde describían las desgracias que México padecía por sus
malos gobernantes, subrayaban sus bellezas naturales y sus enormes
recursos y terminaban por ofrecer al archiduque el “trono de
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Roberto Gómez-Portugal M.
Moctezuma”. La propuesta entusiasmó, más que a Maximiliano, a su
esposa Carlota, quien desde niña sentía que ella había nacido para
reinar y que ésta era la oportunidad de sus vidas. Maximiliano, reticente,
condicionó su aceptación a ciertos requisitos, entre ellos, el apoyo
militar, político y económico que Francia habría de darles, a que su
hermano, el emperador de Austria no se opusiera al proyecto y también
a que el pueblo mexicano manifestara libremente su voluntad de recibir
a Maximiliano como monarca.
En las siguientes semanas o meses se fueron cumpliendo las
condiciones impuestas: Francia mandó soldados a México e incluso el
papá de Carlota, Leopoldo de Bélgica, ofreció a la pareja que les
enviaría una guardia personal de dos mil soldados. Los monarquistas
mexicanos visitaron en un par de ocasiones a Maximiliano en Miramar y
lo encontraron más entusiasmado y ya casi sintiéndose emperador. Le
mostraron un plebiscito –naturalmente muy amañado- que habían hecho
en la ciudad de México en que supuestamente el pueblo mexicano
expresaba su beneplácito y le aseguraron que la sublevación del pueblo
en contra de los liberales y a favor de los monarquistas era cosa
inminente.
Quien ya no estaba tan seguro de la idea era Napoleón III, pues
no sólo la esperada rebelión de los mexicanos a favor de la monarquía
no se había producido sino que las fuerzas de ocupación francesas
habían sufrido una humillante derrota en Puebla el 5 de mayo de 1862.
Aún así, Napoleón cambió al comandante de sus fuerzas en México y al
nuevo, el general Achille -o Aquiles- Bazaine, le dio órdenes de
incrementar el avance territorial. Como Maximiliano seguía en la necia
de no aceptar el trono de México hasta que le demostraran que la
mayoría de la población lo deseaba, Bazaine se dedicó ingeniosamente
a organizar juntas de “notables” por todas partes, para darle a
Maximiliano el pretendido apoyo generalizado de los mexicanos que él
exigía. Incluso el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y
Dávalos, un nefasto personaje que habría de influir muchas veces –
siempre para mal- en la historia mexicana, reiteró al príncipe
Maximiliano el beneplácito de la iglesia católica por que viniera a
gobernar el país.
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Pinceladas de la Historia
Las dubitaciones de Max quedaban minimizadas por el
entusiasmo de Carlota y la presión que ejercía sobre su marido. Se
fueron a París, en donde las recepciones, agasajos y felicitaciones no
cesaban y allí firmaron Maximiliano y Napoleón el Tratado de Miramar,
dejando por escrito los compromisos de cada parte, incluyendo las
indemnizaciones que México le pagaría a Francia por los gastos de la
intervención y apoyo. Como Maximiliano no tenía claro de dónde iba a
salir tanto dinero, lo tranquilizaron explicándole que Francia apoyaría la
colocación de los empréstitos necesarios. Más difícil resultó llegar al
acuerdo que le imponía su hermano el emperador de Austria. Francisco
José exigía que Maximiliano firmara un pacto de familia renunciando,
para él y para su posibles herederos, a todos los derechos que pudiera
tener en la Casa de Austria. No había acuerdo entre los hermanos y
Maximiliano se fue de Viena sin firmar, pensando incluso en decirle a los
mexicanos que “siempre no”. Pero Napoleón no iba a dejarlo “rajarse” y
presionó implacablemente, a él y a su hermano Francisco José,
diciéndoles que a estas alturas Francia consideraría la negativa como
motivo de guerra. El propio emperador de Austria se trasladó a Miramar
para sacarle la firma a su hermano. También en Miramar firmó
Maximiliano, con rostro pálido y desencajado, las actas de aceptación
del trono imperial mexicano y Carlota sorprendió a la delegación de
mexicanos monarquistas prestando su juramento en un español muy
correcto.
El Castillo de Chapultepec, que Maximiliano quería llamar
Miravalle, pero el nombre no pegó.
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Roberto Gómez-Portugal M.
Por fin se embarcaron en la fragata Novara para la larga
singladura hasta Veracruz, no sin antes detenerse en Roma para visitar
al Papa y recibir la bendición del pontífice. Desembarcaron finalmente
en Veracruz el 28 de mayo de 1864, en donde una multitud de
“acarreados” los recibió con flores y muestras de júbilo. En su recorrido
desde el puerto hasta la ciudad de México, la pareja imperial pudo ir
apreciando algo de su nueva tierra, mientras las carrozas daban tumbos
y saltos en los infames caminos. Aunque el país estaba devastado por
la guerra, eran hermosos los bosques que veían a su paso, lo mismo
que las parvadas de bellos pájaros y las flores que abundaban por todas
partes. Por todo el camino fueron encontrando arcos triunfales hechos
con flores que festejaban a los recién llegados y en las poblaciones los
recibían grupos de indígenas, que habían sido debidamente ataviados
con trajes regionales nuevecitos. En los banquetes les dieron a probar
enchiladas, moles, sopecitos y pulque, y si no les gustaron, la
diplomática pareja fingió que les parecían deliciosos.
Cuando llegaron a la ciudad de México fueron protagonistas de
un espectacular desfile, en donde los uniformes de los suavos
franceses, de los húsares y de los lanceros competían en belleza y
elegancia con los trajes de los charros a caballo. Lo más selecto de la
sociedad capitalina seguía en sus carrozas a los emperadores mientras
sonaban las campanas y llovía el confetti. El castillo de Chapultepec,
que corona la colina del mismo nombre habría de ser la nueva
residencia que los acogería, y Maximiliano decidió llamarlo Miravalle, en
contrastado recuerdo con su amado Miramar.
La aventura de México apenas comenzaba.
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Pinceladas de la Historia
Piratas
Los mares siempre habían estado plagados de peligros para los
que se aventuraban a cruzarlos, pero por allá por 1710 se juntaron
algunas circunstancias que los tornaron aún más temibles. Terminaron
por esas fechas varias guerras en Europa y con la firma de los tratados
de paz vino el licenciamiento de miles de soldados y marinos, sobre
todo ingleses y algunos franceses. Por otra parte, el comercio
intercontinental estaba en auge: los tratantes de esclavos viajaban a
África a capturar o a comprar esclavos que luego llevaban a vender a
América y al Caribe. Con las utilidades obtenidas llenaban sus barcos
con ron y azúcar que vendían en Europa, o a veces simplemente
regresaban cargados de oro. A esto hay que añadir el intenso ir y venir
de los navíos españoles llevando a la metrópoli el oro, plata y otras
riquezas de sus colonias.
¡Qué mejor oportunidad para los desocupados y bien entrenados
marinos y soldados sin empleo que el dedicarse a una nueva profesión:
la piratería! Las condiciones de vida y trabajo en la marina inglesa y de
otras naciones eran tan duras que la oportunidad de ser libres y
autogobernarse no tardó en seducir a muchos marineros para
convertirse en piratas. Robar un barco o amotinarse y adueñarse de
aquél en que navegaban no era tan difícil, para así iniciar una vida de
aventuras. Pero también hubo casos asombrosos como el de Stede
Bonnet, quien se ganó el apodo de “el pirata caballero”.
El “Flying Cloud” pintado por Efren S. Erese
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Roberto Gómez-Portugal M.
Stede Bonnet era un terrateniente medianamente educado que
poseía una plantación de caña de azúcar en la isla de Barbados. Ya era
un hombre de mediana edad cuando, por razones que nadie supo,
decidió dejar su vida próspera y tranquila y dedicarse a la piratería. A
diferencia de lo que era normal, Bonnet no se robó un barco, sino que
con su propio dinero compró una goleta de diez cañones que bautizó
Revenge (Venganza) y contrató a setenta marineros a sueldo, dejando
atónita a la sociedad de la pequeña isla. A pesar de su falta de
experiencia, Stede Bonnet capturó varios barcos frente a las costas de
Carolina y sus éxitos le granjearon la amistad de otro pirata que también
operaba en la zona, el famoso Edward Teach, mejor conocido como
Barbanegra.
Bonnet pasó unos días como invitado en el barco de Barbanegra,
cuya tripulación comentaba con admiración la silueta del caballero que
se paseaba por la cubierta mientras leía tranquilamente. Bonnet incluso
participó con Barbanegra en el sitio de la ciudad de Charleston, Carolina
del Norte. Pero Barbanegra huyó de pronto dejando a Bonnet sin su
parte del botín y aunque el “pirata caballero” persiguió a su infiel amigo,
nunca logró atraparlo.
La carrera de Bonnet como pirata no fue larga pues en 1718 el
coronel William Rhett, un líder militar de Carolina del Sur que se había
dedicado a combatir a los piratas, se topó con Bonnet casi por accidente
y lo capturó. A pesar de que el educado bandolero dirigió al gobernador
de Carolina una larga y emotiva carta suplicando clemencia, Stede
Bonnet murió en la horca en diciembre de ese año.
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Pinceladas de la Historia
¿El rapto de Helena?
A Menelao no le costó gran trabajo convencer a su hermano, el
gran rey Agamenón, que emprendiera una gran campaña para atacar a
Troya. La excusa de que Helena, esposa de Menelao y hermana –por
cierto- de Clitemnestra, la esposa del propio Agamenón, había sido
raptada por Paris el troyano, le venía como anillo al dedo. Pero
Agamenón no era tan romántico ni apasionado como para convocar a
todos los reyes y príncipes de Grecia simplemente por una mujer, ni
siquiera por una con fama de ser la más hermosa de toda la Hélade.
Más habían dolido a Menelao los cofres llenos de oro y joyas que la
impía se había llevado al huir con el hermoso troyano. De rapto, nada.
Pero a los griegos les venía muy bien la excusa para atacar a Troya y
obligarla a liberar el comercio a través del Helesponto. Príamo, el rey
troyano, llevaba largo tiempo de restringir el paso de mercancías a
través de este estrecho, limitando y encareciendo el cobre y el estaño
que llegaban a los griegos para convertirse en bronce. Unos cuantos
favoritos del rey troyano controlaban el estrecho y se encargaban de
traer los preciados metales desde Escitia, más allá del Bósforo y del
Ponto Euxino. Tal vez el cobre podría conseguirse en otra parte, pero
sin estaño no había bronce que el auge de Grecia requería como
elemento vital. Sin bronce no había espadas, ni escudos, ni cabezas de
flecha. Ninguna nación podía subsistir sin el estratégico metal. Por eso
la restricción comercial impuesta por Troya afectaba tan severamente a
los griegos.
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Roberto Gómez-Portugal M.
Además, para buena fortuna de Agamenón, un oportuno consejo
de Ulises rendiría ahora óptimos frutos. No en vano le apodaban “el
zorro de Ítaca”. En efecto, tiempo atrás cuando Tíndaro había tenido
que escoger entre numerosos pretendientes que buscaban la mano de
la bellísima Helena, antes de dar a conocer su decisión sobre quién
sería el afortunado esposo de su hija, Tíndaro los había hecho jurar a
todos que aceptarían la decisión y apoyarían a quien fuera su esposo e
incluso irían a la guerra por defender sus derechos. El padre de Helena
se había inclinado por Menelao, que no era el más apuesto ni el más
brillante, pero tenía la ventaja de ser hermano de Agamenón, rey de
Micenas y principal monarca de Grecia. El astuto Ulises había sido el
autor de esta hábil recomendación y había apelado al terrible juramento
del caballo descuartizado, para dar la máxima solemnidad y fuerza al
vínculo. Ahora Agamenón, como gran líder y hermano protector del
agraviado Menelao, podía recordar a los principales príncipes y
soberanos de Grecia la necesidad de apoyar la campaña contra Troya.
Peleo, rey de Yolco y soberano de Tesalia, era ya viejo para
sumarse al esfuerzo bélico, pero Aquiles, su hijo, era el guerrero más
famoso de toda la Hélade. Su primo Ayax, hijo de Telamón, rey de
Salamina, acompañaría a Aquiles y se sumaría a los célebres
mirmidones, aquel legendario grupo de guerreros que Aquiles
comandaba y que tenían fama de ser invencibles en combate. Ulises, el
zorro de Itaca, aunque rey tan sólo de unas rocosas islas en el mar
Jónico, era uno de los aliados más apreciados, por su astucia y su buen
juicio. El rubio y atlético Filoctetes, e Idomeneo, heredero de la casa de
Minos y del trono de Creta, lo mismo que Diomedes, de Argos, se
sumarían a la expedición. Y desde luego el agraviado Menelao, rey de
Tesalia. Serían más de mil hermosas naves las que cruzarían el Egeo,
tripuladas por cerca de cien mil hombres para humillar a la orgullosa
Troya. El punto de encuentro para la magna expedición había sido
estudiado detenidamente y los estrategas se decidieron por las largas
playas de Áulide, donde la flota quedaría resguardada del mal tiempo y
las borrascas por la isla de Eubea.
Poco a poco fueron agrupándose los navíos, con sus cascos
pintados en rojo y negro, alta la popa y decorada la proa con
impresionantes e inexpresivos ojos. Tan magnífica lucía la orgullosa
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Pinceladas de la Historia
armada que los príncipes y reyes felicitaban ya al gran Agamenón
augurándole el triunfo aun antes de zarpar. Pero quizás los dioses
tenían una opinión diferente.
¿Cómo habrá sido el rostro -y el cuerpo- de la mujer por quien se hicieron
a la mar un millar de buques? El frío mármol de las estatuas no puede
transmitirnos la pasión que despertó esta legendaria mujer.
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Roberto Gómez-Portugal M.
La gran muralla
Dicen que la única obra construída por el hombre que se puede
observar desde el espacio es la gran muralla china. Ciertamente se trata
de una obra colosal pues su longitud es de 7,300 kilómetros y se
extiende desde la frontera con Corea, al borde del río Yalú, hasta el
desierto de Gobi, cruzando siete extensas provincias. En realidad la
gran muralla no es una sola obra integral sino un conjunto de muros
fortificados, construidos y reconstruidos por diferentes gobernantes, a lo
largo de más de mil años, aunque siempre con el mismo propósito: el de
proteger el imperio impidiendo o dificultando las incursiones de los
nómadas.
Fue el primer emperador de la dinastía Qin, el célebre QinShihuang, quien inició su construcción alrededor del año 220 antes de
nuestra era. De hecho, Qin Shi-huang es considerado como una colosal
figura, el autócrata unificador y padre de un imperio chino que ha durado
más de dos mil años. Este extraño personaje estaba obsesionado con la
búsqueda de la inmortalidad y cuando falleció, por andar probando un
brebaje mágico que seguramente contenía demasiado mercurio, fue
enterrado en un foso de prodigiosas dimensiones acompañado de un
ejército de más de 7,000 figuras de soldados y caballos de terracota
hechos en tamaño natural, seguramente creyendo que así seguiría
teniendo tropas y servidores bajo su mando en el más allá.
Durante el siglo I, ya de nuestra era, la dinastía Han continuó
construyendo la larga fortificación. Esta dinastía fue notable por el
poderío militar que creó, lo mismo que por los logros artísticos,
científicos e intelectuales que bajo su gobierno se alcanzaron. Nada
menos que el papel, un elemento crucial en el desarrollo de la
humanidad, data de la época de los Han. La muralla se siguió
construyendo –y reconstruyendo- a lo largo de siglos, durante el período
llamado de las cinco dinastías y de los diez reinos. Finalmente, fue la
dinastía Ming quien concluyó la construcción, allá por el siglo XIV de
nuestra era.
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Pinceladas de la Historia
En realidad, la muralla no es una, sino dos grandes paredes
paralelas, separadas unos seis metros entre sí y con ese espacio
relleno de piedras y tierra o arcilla, dejando en el medio una especie de
avenida elevada que permitía el ir y venir de los soldados que la
defendían. De tanto en tanto existen templetes o fortines que servían de
habitación o de refugio a los militares. En sus diferentes secciones se
fueron usando los materiales más abundantes de cada región por la que
atraviesa. Existen partes construidas en piedra caliza, otras con granito
e incluso algunas de ladrillo cocido, pero en todos los casos se usaron
materiales suficientemente resistentes para soportar el impacto de las
armas de asedio, por lo que también se ha defendido del paso del
tiempo.
Aunque no existen registros, es de suponer que fueron muchos
los hombres que murieron a sus faldas, no sólo por el esclavizante
trabajo de construirla sino también por los frecuentes ataques de las
bandas que intentaban asaltarla. Si bien la muralla cumplió muy bien su
objetivo de mantener fuera del territorio chino a los ejércitos invasores,
resulta irónico que los manchúes, que gobernaron china desde
mediados del siglo XVII hasta 1912, formando la dinastía Qing o Ching,
no tuvieron que violar la muralla. Pudieron convencer -¿o quizá
comprar?- al general que comandaba las fuerzas defensoras para que
les abriera la puerta de Shanhai. Se dice que las fuerzas manchúes que
conquistaron china tardaron tres días enteros para cruzar por esa
puerta. Una vez dentro, la muralla dejaba de tener utilidad, pues
aquéllos a quienes siempre se había buscado detener, eran ahora los
gobernantes.
13
Roberto Gómez-Portugal M.
Pedro el cruel
Alfonso XI fue rey de Castilla y de León desde que tuvo un año
de edad y siempre hizo más o menos lo que le dio la gana. Estar casado
con la hija del rey de Portugal, María, quien le dio un hijo y heredero,
Pedro, no le impidió a Alfonso tener diez hijos ilegítimos con su amante
Leonor Núñez de Guzmán, que además, era su parienta. Con tan buen
ejemplo paterno, Pedro no tuvo una educación muy cuidada.
A la muerte de su padre, Pedro
logró hacerse reconocer rey de castilla y
León, a pesar de la presión que ejercían
todos sus hermanastros y pronto aprendió
la regla de que “el que no tiene, arrebata”,
por lo que le arrebató el señorío de
Vizcaya a Nuño de Lara, aprovechando
que el pequeño sólo tenía tres años.
Pedro ya tenía 17 años cuando tuvo que
enfrentar la rebelión de su hermanastro
Enrique, que se había fortificado en
Pedro I de Castilla
Asturias, y luego la de su otro
hermanastro, don Tello. Los venció a ambos. Pero aunque su consejero
Juan Alfonso de Alburquerque aconsejaba a Pedro que los encarcelara,
él los perdonó.
En 1353 Pedro decidió casarse con Blanca de Borbón, una
hermosa princesa francesa descendiente del famoso San Luis (Luis IX),
para fomentar así la alianza con Francia. Sin embargo, a Pedro no le
interesaba en lo más mínimo la desdichada francesita, y como el padre
de ésta ponía dificultades para el pago de la dote, apenas dos días
después del matrimonio Pedro la abandonó y la mantuvo prisionera en
la torre del castillo de Sigüenza y luego en el alcázar de Toledo. ¿Quién
no se acuerda de la tonadita infantil? “Doña Blanca está cubierta de
paredes de oro y plata” ...pues a ésa doña Blanca se refiere. El corazón
de Pedro pertenecía a su amante María de Padilla, y ningún matrimonio
del rey iba a enturbiar ese firme vínculo.
14
Pinceladas de la Historia
No sólo a la población del reino repugnaba el trato que daba el
rey a la reina Blanca, repudiada y presa, sino que el propio papa
Inocencio IV tuvo que intervenir. Sólo logró que el rey pasara otros dos
días con su esposa Blanca. Poco después se le ocurrió a Pedro casarse
con doña Juana de Castro, una viuda de noble prosapia que se resistía
al enlace, sabiendo de la existencia de la esposa Blanca y de la amante
María. Pero el rey, que no aceptaba un no por respuesta, presionó a los
obispos de Ávila y de Salamanca para que declararan nulo el
matrimonio con Blanca y así acallaran las objeciones de Juana. Los
casó el obispo de Cuéllar. María de Padilla, la amante, consideró que
era un buen momento
para expiar sus pecados y
Los hermanos de Pedro
pidió permiso al papa para
Pedro era el único hijo legítimo de su padre, pero éste
fundar un monasterio en
había tenido 10 hijos ilegítimos a quienes Pedro veía
Palencia, donde pensaba
como espurios pretendientes al trono, y de hecho lo
recluirse. Se fundó en
eran. Estos eran sus “hermanitos” o, mejor dicho,
hermanastros:
efecto el monasterio en la
población palentina de
•
Pedro Alfonso de Castilla, Señor de Aguilar;
Astudillo, pero, pasado el
nacido en 1330 y fallecido en 1338.
•
Juana Alfonso de Castilla, Señora de
furor del rey por Juana,
Trastámara; nacida en 1330.
fue a ésta a quien obligó a
•
Sancho Alfonso de Castilla, Señor de
recluirse en él, mientras
Ledesma; nacido en 1331 y fallecido en 1343.
reanudaba su relación con
•
Enrique II de Castilla, nacido en 1333 (de quien
María de Padilla.
descienden los Reyes de España).
•
•
•
•
•
•
Fadrique Alfonso de Castilla, gemelo del
anterior, Maestre de la Orden de Santiago y
Señor de Haro; nacido en 1333 (de quien
descienden los Almirantes de Castilla-Duques
de Medina de Rioseco).
Fernando Alfonso de Castilla, Señor de
Ledesma.
Tello de Castilla, primer Señor de Aguilar de
Campoo y Lara, Conde de Vizcaya, nacido en
1337 y fallecido en 1370 (de quien descienden
los Marqueses de Aguilar de Campo)
Juan Alfonso de Castilla, Señor de Badajoz y
de Jerez de la Frontera; nacido en 1341 y
fallecido en 1359.
Sancho de Castilla, Conde de Alburquerque;
nacido en 1342.
Pedro de Castilla, nacido en 1345 y fallecido en
1359.
Para
entonces,
Pedro ya se había ganado
a pulso el odio de
muchos: de su antiguo
consejero el señor de
Alburquerque, de sus
hermanastros y todos los
hijos de Leonor de
Guzmán, de la poderosa
familia de Juana de
Castro, de los Núnez de
Lara y hasta de su propia
madre María de Portugal
15
Roberto Gómez-Portugal M.
y de la familia de ésta, los reyes de Portugal. Confrontado con la
rebelión, Pedro cedió en apariencia a las demandas que se le hacían, y
repartió dádivas y mercedes, pero en cuanto volvió a sentirse fuerte,
mandó matar despiadadamente a muchos de quienes se le habían
opuesto. A su propio hermanastro, Fadrique, lo invitó a comer en el
alcázar de Sevilla, y allí lo apuñaló, según dicen algunos, con sus
propias manos, en el patio del alcázar. Hizo matar también a Juan,
infante de Aragón, con cuyo padre Pedro tenía dificultades y a otros seis
caballeros, cuyas cabezas exigió que le fueran llevadas a Burgos en
una bolsa, como comprobación.
Ante tanta crueldad y desatino, los partidarios de su hermanastro
Enrique, cerraron filas y aumentaron en número. Enrique reclutó un
ejército formado mayormente por aventureros franceses de las famosas
compañías blancas, pero financiado por el rey de Aragón y por todos
aquéllos a quienes Pedro había convertido en sus enemigos. Estas
compañías blancas las integraban principalmente soldados
desocupados a quienes la tregua entre ingleses y franceses durante la
guerra de cien años había
dejado momentáneamente
¿Qué era el Condestable?
sin empleo y entre ellas
resaltaba la figura de
El título de condestable corresponde a las
Bertrand du Guesclin, un
funciones modernas de un Jefe de Estado
Mayor. La palabra viene del latín comes stabuli,
general francés que había
que literalmente quiere decir conde del establo,
ocupado nada menos que
pero para entonces ya había perdido cualquier
el puesto de condestable
relación con el cuidado de caballerías y era un
de los ejércitos de Francia,
título militar de alto honor.
y que ahora cabalgaba
entre los seguidores de
El rey de Francia Carlos V había dado a du
Guesclin ese título de honor por sus campañas
Enrique de Trastámara, el
contra los ingleses durante la guerra que
hermanastro bastardo de
pasaría a llamarse « guerra de cien años ».
Pedro.
Enrique
tomó
Calahorra
y
sus
partidarios
El caballero bretón, que era célebre por su
lo proclamaron allí rey de
fealdad casi tanto como por su vigor y su
Castilla y León, y luego
talento de estratega militar, no tenía nada qué
hacer durante las treguas que el rey francés
tomaron
Navarrete
y
firmaba con los ingleses y, junto con sus tropas,
Bribiesca.
“se alquilaba” como mercenario
16
Pinceladas de la Historia
No dejaba de resultar aberrante para algunos que un hermano
bastardo disputara el trono al rey legítimo, hijo y heredero legítimo
también, como lo era Pedro. La idea era particularmente repugnante
para el príncipe de Gales, heredero del trono de Inglaterra y mejor
conocido por sus hazañas guerreras como el Príncipe Negro, por el
color de su armadura. El inglés viajó a la península con sus huestes y se
sumó a la causa de Pedro, quien se comprometió a pagar los gastos.
Pero el de Castilla siguió cometiendo atropellos. Hizo matar a Juan
Fernández de Tobar, simplemente por ser hermano del gobernador que
había rendido Calahorra. También ordenó la muerte de don Suero
García, arzobispo de Santiago. Pedro mató personalmente y en el
mismo campo de batalla al caballero Iñigo López de Orozco, que se
hallaba totalmente desarmado y cuando recuperó las ciudades de
Toledo, Córdoba y Sevilla, ordenó la muerte de muchos nobles y
caballeros a los que consideró enemigos, sin más causa ni proceso. El
Príncipe Negro, a pesar de su predisposición favorable, pronto se
asqueó del rey castellano, que era cruel, actuaba sin honor y no cumplía
sus promesas. Reunió a su gente y abandonó la península ibérica en
agosto de 1367.
La
causa
de
Enrique
fue
avanzando y pronto cada uno de los dos
hermanos controlaba más o menos la
mitad del reino. Pedro, habiendo recibido
un refuerzo de siete mil jinetes y mucha
infantería, se decidió a intentar retomar
Toledo. En el camino, se encontraron los
ejércitos de ambos y trabaron batalla
cerca del castillo de Montiel, en Ciudad
Real. Pedro, quien llevó la peor parte, se
refugió en la fortaleza, sitiado por Enrique.
Unos
caballeros
entraron
en
negociaciones con Bertrand du Guesclin
para facilitar la huída del rey. Du Guesclin
llevó a Pedro a una tienda en donde, para
su gran sorpresa, se encontró de pronto
frente a frente con Enrique.
Bertrand du Guesclin,
condestable de los ejércitos del
rey de Francia y mercenario,
cuando no tenía trabajo.
17
Roberto Gómez-Portugal M.
Los dos hombres se abalanzaron furiosamente, el uno sobre el
otro, luchando por una única daga disponible. Se dice que entonces el
militar francés pateó el puñal de manera que Enrique pudiera tomarlo,
mientras pronunciaba las famosas palabras: “ni quito ni pongo rey; sólo
ayudo a mi señor”. Enrique hundió muchas veces la daga en el cuerpo
de su hermano y después le cortó la cabeza, que fue arrojada a la orilla
del camino, mientras que el cuerpo era exhibido en las almenas del
castillo de Montiel. Así empezó su reinado Enrique de Trastámara, que
sería coronado como Enrique II de Castilla.
Los cronistas dieron a Pedro el calificativo de cruel, aunque más
tarde hubo algunos que quisieron rescatar su memoria apodándolo el
justiciero. ¿Quién podría juzgarlo?
18
Pinceladas de la Historia
Artemisa implacable
Después de haber tenido casi dos meses de un tiempo perfecto,
el día mismo en que la flota debía zarpar, las ráfagas del más terrible
vendaval calaban hasta los huesos. La lluvia helada parecía no cesar
nunca y después de un tiempo Agamenón ordenó a Calcante que
efectuara un augurio. El místico sacerdote impresionaba sólo por su
aspecto: era albino y sus rojizos ojos bizqueaban de manera terrible.
Además, solía rodear sus ceremonias de sacrificio del más
impresionante aparato, colocando trípodes con fuego en torno del altar y
espolvoreando polvos extraños sobre las llamas, que se traducían en
chispas y flamas multicolores, además de desprender abundante humo
y aromas exóticos.
En medio de ese escenario, Calcante degollaba a la víctima –
normalmente un cabrito o un ternero- y recogía hábilmente la sangre en
un cuenco de oro. Después destazaba el cadáver con tajos firmes y
certeros e interpretaba los pliegues de las entrañas y el color de las
vísceras para descifrar la
voluntad de los dioses. De
pronto el sacerdote se volvió
hacia
la
expectante
concurrencia
y
exclamo:
“¡Zeus, el más grande de los
dioses, se niega a dar su
bendición a esta empresa! No
puedo conocer los motivos de
su ira, pero es Artemisa la
que, postrada a sus pies,
ruega a su divino padre no
ceder
en
su
negativa.”
Calcante
se
postró
teatralmente ante el altar del
sacrificio y parecía meditar
profundamente, mientras el
viento y la lluvia agitaban sus
vestiduras. Finalmente se
La diosa Artemisa
incorporó
y
extendiendo
19
Roberto Gómez-Portugal M.
amenazadoramente su huesuda mano hacia Agamenón, le dijo: “Tú, rey
de reyes, tienes una deuda con Artemisa, y la cazadora se obstina en
que cumplas lo que le prometiste hace años, ¡antes de permitir que
zarpe tu flota ni que Zeus bendiga tu empresa!” Agamenón se cubrió el
rostro con las manos y se alejó de la nefasta figura del sacerdote.
La llamada “máscara de Agamenón” fué descubierta por el arqueólogo
alemán Heinrich Schliemann en 1876, en Micenas, Grecia. Data del
siglo XVI antes de Cristo. Obviamente, nada garantiza que represente,
en efecto el rostro del antiguo líder de los griegos.
Cuando los ánimos se hubieron calmado, Ulises, siempre el más
cerebral y el más reflexivo, se encaró con Agamenón. “¿Qué le ofreciste
a la cazadora, rey insensato?”, le preguntó. Agamenón no podía
encontrar las palabras. “Fue hace tanto tiempo”, le dijo. “Clitemnestra
estaba a punto de dar a luz a nuestra hija más pequeña... pero el parto
20
Pinceladas de la Historia
se complicaba. Rogué a todos los dioses, a Hera, la misericordiosa, a
Gea, nuestra madre tierra, a las diosas del hogar, ¡pero nadie me
escuchaba!
Entonces recurrí a Artemisa y le prometí sacrificarle la criatura
más hermosa que naciera aquel día en mi reino. Clitemnestra dio a luz a
nuestra hija Ifigenia y recuperó la salud. Yo, agradecido, mandé
mensajeros por toda Micenas a buscar las más hermosas crías que
hubieran nacido ese día: cabritillos, tiernos corderos, terneritos... y los
ofrecí a la diosa. Pero ella rechazó las ofrendas y supe que se sentía
insatisfecha. Más tarde, un día que Clitemnestra jugaba con la recién
nacida, se me ocurrió comentar irreflexivamente, que nuestra hija era la
criatura más hermosa que existía en mi reino, quizá la más hermosa de
toda Grecia. Pronto me di cuenta que esas horribles palabras habían
sido inspiradas por la malvada diosa. ¡La cazadora quería a mi hija!
Repetidamente quise alejar ese pensamiento de mi cabeza, y en mis
ruegos supliqué a la diosa que comprendiera y me relevara de la terrible
promesa. ¡Pero Artemisa es implacable!”
Ulises sintió piedad del poderoso Agamenón, ahora reducido a un
angustiado y suplicante padre. “¿Qué debo hacer, Ulises? ¿¡Qué debo
hacer¡?”, farfulló el atribulado monarca.
21
Roberto Gómez-Portugal M.
Barbanegra
Probablemente el pirata más pintoresco de los que jamás
surcaron los mares fuera el temido Barbanegra. Había nacido en
Inglaterra y se llamaba Edward Teach, aunque también usó los alias de
Edward Thatch y Edward Drummond. Poseía una hirsuta y abundante
barba negra y se exhibía teatralmente con gran cantidad de pistolas,
puñales y cuchillos colgando de su casaca y asomando de sus bolsillos.
Dicen que incluso se ataba pedazos de mecha encendidos a la barba y
a los cabellos, desprendiendo una aureola de humo en torno a su
cabeza y dándole un aspecto terrorífico. Le encantaban las mujeres y se
dice que cuando quería conquistar a una dama, hacía que le trenzaran
su larga barba -tan larga que la utilizaba para limpiarse las manos
mientras comía- con cintas de seda. Como inveterado mujeriego que
era, se supone que tuvo hasta catorce esposas o concubinas, aunque,
naturalmente, sobre ese aspecto de su vida no existen muchas pruebas.
Capitaneaba dos navíos piratas, con más de 250 marinos bajo
sus órdenes. Una de las naves era una fragata francesa que había
capturado, de más de doscientas toneladas y equipada con veinte
cañones, pero Barbanegra le instaló veinte cañones más, haciéndola
más poderosa que algunos navíos de guerra británicos. La llamó Queen
Anne’s Revenge.
Barbanegra adquirió fama por sus actos de crueldad y de terror
no sólo en contra de sus enemigos sino hasta de sus propios hombres.
Dice la leyenda que mató de un disparo intempestivamente y sin razón a
su primer oficial, explicando que “si no mato a uno o dos de mis
hombres de vez en cuando, se les olvidará quien soy”. Después de
capturar un barco y de robar todo lo que se le antojaba, asesinaba a
toda la tripulación. Cuando quería quitarle el anillo a alguna desdichada
víctima, fuera hombre o mujer, simplemente le cortaba el dedo. Más de
una vez abandonó a alguno de sus hombres en una isla desierta, sin
agua y sin alimentos, simplemente porque desconfiaba de su lealtad
22
Pinceladas de la Historia
El éxito de Barbanegra como pirata
obedecía principalmente a su costumbre
de operar cerca del litoral, en aguas donde
los grandes navíos de guerra no podían
perseguirlo y el corsario se les escurría,
ocultándose en las caletas de la costa que
conocía a la perfección. Finalmente, el
gobernador Spotswood de Virgina mandó
al teniente Robert Maynard de la marina
inglesa con dos chalupas –rentadas, y que
tuvieron que ser equipadas y formalmente
nombradas como naves de la marina
inglesa- a perseguir al pirata.
Edward Teach, conocido como
Maynard bajó por el río James en
Barbanegra
sus precarias naves y sorprendió a
Barbanegra frente a la costa de Carolina
del Norte, a un lado de la isla Ocracoke, a bordo de un barco pequeño
llamado Adventure. Barbanegra y sus hombres habían estado bebiendo,
y muchos de los piratas estaban decididamente borrachos. Aún así, su
conocimiento de la geografía costera les daba la ventaja para escapar,
mientras los dos capitanes se gritaban insultos y amenazas de barco a
barco, a voz en cuello. Una de las chalupas de Maynard encalló en un
banco de arena, lo que permitió a Barbanegra cañonearlos y causarle
muchas bajas, pero el valiente militar no se arredró y logró reflotarla y
perseguir a remo la nave pirata. La suerte parecía estar cambiando,
pues la falta de viento impedía que el Adventure desplegara velas y
emprendiera la huída. Se produjo el abordaje y la lucha hombre a
hombre se generalizó, con espadas, pistolas y puñales, además de los
famosos alfanjes, típicos de los piratas. El propio Maynard se enfrentó a
Barbanegra en un duelo singular. Casi como en las películas, Maynard
se salvó de un golpe de espada del pirata solo porque la hoja dio contra
la cartuchera del teniente y apenas lo hirió. Maynard disparó entonces
su pistola contra el pirata, con lo que adquirió ventaja, lo cortó luego en
el rostro con el filo de su espada y con un segundo y decidido tajo,
Maynard decapitó a Barbanegra.
23
Roberto Gómez-Portugal M.
Cualquier cantidad de mitos surgieron en torno a la muerte de
Barbanegra. Hubo quien dijo que antes de que Maynard pudiera dar el
golpe final que cortó la cabeza de Barbanegra, el pirata había recibido
cinco disparos y veinte puñaladas sin parar de luchar. También hubo
quien afirmó que cuando el cadáver sin cabeza de Barbanegra cayó por
la borda, todavía nadó en torno del Adventure antes de sumirse para
siempre entre las aguas. La cabeza del pirata fue colocada como trofeo
en el bauprés del barco de Maynard y éste regresó victorioso a Virginia
a cobrar la recompensa que le había ofrecido el gobernador Spotswood.
Era noviembre de 1718.
Aparentemente Barbanegra nunca acumuló una gran fortuna.
Cuando se vendió el barco capturado y todo su contenido apenas se
reunieron 2,500 libras, que, siendo una suma importante, no era, ni con
mucho el inmenso tesoro que se asociaba con la fama del legendario
pirata. Por eso surgieron infinidad de historias sobre el tesoro que
Barbanegra había enterrado en alguna parte. Muchos años después, en
los tiempos de la guerra de independencia de los Estados Unidos,
todavía era frecuente encontrar a alocados buscadores de tesoros
excavando cerca de la costa de las Carolinas.
24
Pinceladas de la Historia
El hechizado
Cuando murió Felipe IV de España, la gloriosa dinastía de los
Austria que se había iniciado siglos atrás cuando Felipe “el hermoso” se
casó con Juana, hija de los Reyes Católicos, desembocaba en un
ejemplar verdaderamente lamentable: el príncipe Carlos, que habría de
reinar como el segundo de ese nombre.
Carlos II era un pobre niño raquítico y enfermizo. A menudo era
atacado por terribles fiebres que lo postraban en cama durante días;
cuando subía a un carruaje, le daban mareos y vómitos que lo obligaban
a desistir del viaje; si estaba al aire libre se le inflamaban los ojos e
incluso le supuraban. Encima, era de escasa inteligencia y después se
aclararía que también era estéril. Tantas calamidades agobiaban al
pobre príncipe que el pueblo las atribuía a influencias malignas y por
eso le apodaban “el hechizado”.
La verdad es que la
reiterada endogamia de la
familia real, es decir los
sucesivos matrimonios entre
parientes
cercanísimos
produjeron tal degeneración
genética de la que Carlos fue
víctima y ejemplo. Baste decir
que su madre, Mariana de
Austria era sobrina carnal de
su padre Felipe IV. Cuando su
padre murió, Carlos tenía
apenas cuatro años, por lo
que su madre fungió como
regente hasta que el niño fue
declarado mayor de edad -a
los
catorce
añosy
proclamado rey en 1675.
Siendo Carlos un rey débil y
enfermizo no faltó quien
intentara
desplazarlo
y
Carlos II de España, “el hechizado”
Retrato pintado por Claudio Coello, que se
exhibe en el Museo del Prado, en Madrid.
25
Roberto Gómez-Portugal M.
sustituirlo, y eso fue lo que intentó hacer Fernando de Valenzuela,
conde de Villasierra, quien habiendo sido el principal ministro de la reina
regente durante la minoría de edad del rey niño, se sentía con
capacidad y hasta con derecho de asumir el trono. Finalmente el
advenedizo Valenzuela fue neutralizado y exiliado, pero todos coincidían
en la importancia de que el rey se casara y tuviera descendencia, por lo
que se apresuraron a conseguirle esposa.
En 1679 se casó con María Luisa de Orleáns, una hermosa
sobrina de Luis XIV, el poderoso monarca francés. Carlos II se enamoró
apasionadamente de María Luisa desde que la vio por primera vez en
un retrato que le llevaron y dicen las crónicas que ya casados, Carlos le
tenía un afecto que era admirable. Por el contrario, se dice que María
Luisa no se sentía tan atraída por su marido como él por ella. Y no es de
extrañar, pues basta ver alguno de los retratos que existen del
“hechizado” para constatar que además de enfermizo y tonto, era
feísimo.
El tiempo pasaba y la reina seguía
sin quedar embarazada; la corte entera y
el mismo pueblo de España se
preocupaban de que el frágil rey pudiera
morir sin descendencia, por lo que
empezó a circular una coplita que decía
así:
“Parid, bella flor de lis,
que en aflicción tan extraña,
si parís, parís a España.
Y si no parís, ¡a París!”
Por desgracia, ni siquiera una
exigencia
tan perentoria como la que
María Luisa de Orleáns.
hacía el pueblo a su reina pudo traer el
Retrato de autor desconocido.
Museo de Versalles.
tan deseado heredero. Resulta, sin
embargo, curioso y hasta irónico, que la
joven reina, aparentemente sana y llena de vida, muriera antes que su
enfermizo marido. Una tarde, después de un paseo a caballo, la reina
sintió un fuerte dolor en el vientre que la postró en cama. Esa misma
noche fallecía, a los veintisiete años de edad, de lo que aparentemente
26
Pinceladas de la Historia
fue una apendicitis aguda. Carlos se vio presionado para volver a
casarse y tan sólo un mes después de fallecida la francesa María Luisa,
Carlos tenía ya una nueva esposa, la princesa alemana Mariana de
Neoburgo.
La nueva reina entendió la
ansiedad con que España esperaba
un heredero y la explotó. Para
manipular a la corte entera fingió
once embarazos, llegando incluso a
conspirar contra el propio rey y a
intentar influir sobre la decisión del
sucesor. Hay evidencia, incluso, de
que robó dinero de las arcas
españolas para beneficiar a su
familia. En esas intrigas palaciegas
por la sucesión, la reina Mariana de
Neoburgo favorecía las pretensiones
de su primo el Archiduque Carlos de
Carlos
II
hizo
Austria,
pero
Mariana de Neoburgo
testamento cediendo el trono de
España a Felipe de Anjou, que era hijo de la hermana mayor de Carlos
pero también –y esto tenía peso- era nieto de Luis XIV de Francia, el
monarca más poderoso de aquel momento. Felipe habría de reinar
como Felipe V de España, pero su llegada iba a desatar una sangrienta
guerra de sucesión por el trono español, que duraría más de diez años
.
27
Roberto Gómez-Portugal M.
Dos hermanas
Apenas tenía unos catorce años Leonor pero ya sus senos
turgentes empujaban sensualmente la tela de su vestido y parecían
querer salirse por el generoso escote. Sus ojos verdes y su hermoso
cabello rubio enmarcaban su bello rostro de delicadas facciones y su
carácter –fuerte pero gracioso y coqueto- sumado a una gran
inteligencia, hacían de ella una joven mujer verdaderamente seductora.
Su hermana Aelis Petronila, apenas un año menor que Leonor, no le iba
muy atrás ni en belleza ni en coquetería. Su padre, Guillermo X de
Poitiers, duque de Aquitania, no podía menos que sentirse sumamente
orgulloso de sus dos hermosas y seductoras hijas, y sólo el hecho de
que su único hijo varón hubiera muerto hacía unos años podía enturbiar
su satisfacción. La corte de Poitiers
era una corte alegre, llena de
trovadores que, aunque usaran un
lenguaje poético y refinado, no
ocultaban en sus canciones los
inflamados
sentimientos
que
despertaban las bellas hijas del
duque. Pero lo que en otras latitudes
hubiera sido considerado licencioso,
en Poitiers no era mal visto. El abuelo
mismo de las chicas, el duque
Guillermo IX, había sido conocido en
su tiempo como “el trovador”, por las
canciones que solía componer y
entonar él mismo, y mejor conocido
aún por su inveterada afición a los
placeres del amor.
Una tibia tarde de 1137 la bella Leonor
estaba sentada en el jardín ensayando
una tierna melodía con la que
pensaba deleitar a su padre en cuanto
el duque regresara del peregrinaje que
había emprendido a Santiago de
Compostela, hacía ya varias semanas.
28
Leonor de Aquitania, retrato imaginario
Pinceladas de la Historia
De pronto apareció en el tranquilo jardín la severa figura de Godofredo,
el arzobispo de Burdeos, acompañado de dos caballeros.
-“Me temo, señora, que tengo una triste noticia para vos”, dijo.
Leonor sintió que el corazón le daba un vuelco. –“Mi padre, ¿acaso...?
“Enfermó gravemente durante el viaje” –dijo el arzobispo con la cabeza
baja –“y no logró siquiera llegar a Compostela”.
La bella mujer se cubrió el rostro con las manos.
-“Sois ahora duquesa de Aquitania, mi señora, y venimos a rendiros
juramento de fidelidad”, con lo cual el prelado se inclinó para besar el
ruedo de su vestido.
-“Antes de morir vuestro padre”, añadió el religioso, “tomó decisiones
que afectarán vuestro futuro, señora”.
El prelado explicó entonces a Leonor que el duque, temeroso de
que algunos nobles o vasallos menores intentaran adueñarse del
ducado, había rogado al rey de Francia que las dos herederas fueran
acogidas por el monarca y quedaran bajo su protección. Más aún, como
parte de la negociación, la hija mayor, Leonor, habría de casarse con el
príncipe de Francia, Luis, el joven.
Al rey Luis VI la propuesta del duque de Aquitania le parecía
excelente. Los territorios que pertenecían a Leonor, si bien no habrían
de sumarse formalmente al reino de Francia, significaban la adición y el
control de un territorio enorme que comprendía Auvernia, Poitou, el
Limousin, el Perigord, la región de Saintonge, la Gascuña y la Guyena.
Con el tiempo, los herederos de la pareja serían, además de reyes de
Francia, duques de Aquitania, y la unidad nacional quedaría asegurada.
A las pocas semanas, el príncipe heredero llegó a Burdeos.
Rubio, con diecisiete años y ojos azules, a Leonor tampoco le pareció
mal el asunto. En tan sólo dos días se organizó y se celebró el
matrimonio en la iglesia de San Andrés. Pero después de la noche de
29
Roberto Gómez-Portugal M.
bodas, Leonor no se veía tan entusiasta como antes. Los rumores
decían que el joven Luis había resultado menos hábil en materia
amatoria de lo que Leonor esperaba y menos fogoso de lo que la
hermosa joven hubiera deseado. De hecho, el joven príncipe era un
poco mojigato y tímido.
¿Príncipe o Delfín?
No se daba todavía el título de “delfín”
al heredero del trono de Francia. La
costumbre se adoptó sólo a partir de
1349, después de que Humberto II
vendió al rey de Francia Felipe VI sus
dominios conocidos precisamente
como “el Delfinado”, a condición de
que el heredero del trono francés
llevara el título de “delfín”.
La pareja tenía que llegar cuanto
antes a Paris, por lo que se pusieron en
marcha de inmediato, aún con ese
Leonor y Luis VII rezan para
problema no solucionado. Al llegar a
tener un hijo.
Poitiers les esperaban noticias: el rey
Miniatura del S. XIV
Luis VI acababa de morir. Su marido era
ahora el nuevo monarca y Leonor era reina de Francia. Los
acontecimientos se desarrollaban en vertiginosa sucesión: los nuevos
soberanos fueron coronados en
Bourges durante las fiestas de
Navidad y todos los grandes
señores, nobles y caballeros de
Francia se inclinaron ante la joven
pareja para jurarles fidelidad. A
medida que desfilaban ante el
bello rostro de Leonor, muchos
corazones quedaron flechados
por los ojos verdes de la nueva
reina.
Luis VII y Leonor
30
Pinceladas de la Historia
Pero si los bellos ojos de la reina pertenecían ya al rey, los de
Aelis, su hermana menor no estaban comprometidos y pronto la sangre
mediterránea de esta hermosa criatura conquistó el corazón del gran
senescal de Francia, Raúl de Vermandois. Toda la corte hablaba de la
pasión con que ambos se amaban y el rey, escandalizado, informó a su
senescal que el tema lo tenía bastante molesto. Raúl de Vermandois se
disculpó ante el monarca diciendo que el escándalo cesaría en cuanto
se casara con Aelis. El problema es que el señor de Vermandois ya
estaba casado con Gerberta de Champagne....
-“Lo que pasa”- dijo el gran senescal, “es que Gerberta y yo
tenemos un grado de consanguinidad que la Santa Iglesia prohíbe.
Tendremos que pedir al obispo de Reims que declare nula nuestra
unión”.
El obispo de Reims comenzaba a reírse de la supuesta
consanguinidad que le planteaba el senescal cuando alguien explicó al
prelado que a la reina Leonor interesaba mucho la felicidad de su
hermana. El religioso captó bien el mensaje y en menos de dos meses
el señor de Vermandois y su nueva esposa Aelis recibían la bendición
eclesiástica.
Vitry-en-Perthois se llama hoy Vitry-le-François. Vista desde el Mont de la Fourche
Pero Gerberta no estaba sola; tenía en su tío Teobaldo de
Champagne un poderoso defensor. El duque de Champagne declaró la
guerra al rey al constatar la mala manera en que había sido tratada su
sobrina, además de otros problemas que ya traía con el rey referentes al
obispado de Langres. Los ejércitos se enfrentaron y la sangre corrió en
las poblaciones de Epernay y de Dormans. Las tropas del rey sitiaron
después Vitry-en-Perthois y cuando cayó la plaza, los desesperados
31
Roberto Gómez-Portugal M.
pobladores se refugiaron en la iglesia a piedra y lodo. El rey, lleno de ira
vengadora, ordenó prender fuego al templo, donde murieron calcinados
más de mil trescientas personas, sufriendo la más horrible de las
muertes. Tras más de dos años de sangrienta campaña, Teobaldo de
Champagne y Luis VII hicieron las paces y firmaron el tratado de Vitry.
Para los quemados en la iglesia sólo hubo unas cuantas oraciones.
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Pinceladas de la Historia
La guerra de los pasteles
El pobre México, desgarrado por las luchas de poder entre
“yorkinos” y “escoceses” se debatía en la anarquía y el desorden y
algunos sucesos ocurridos habían tomado dimensiones de incidentes
internacionales. Las relaciones con Francia estaban enturbiadas porque
en 1832 unos soldados u oficiales del ejército mexicano habían comido
y robado pasteles y causado destrozos en un restaurante de Tacubaya,
propiedad de un francés, un tal señor Remontel. El afectado pretendía
una indemnización de treinta mil pesos, una suma ridículamente alta.
Encima, también en 1832 un ciudadano francés de Tampico había sido
fusilado, acusándolo de piratería, y una familia francesa de Puebla
había sido atacada por la
turba que los hacía
culpables de envenenar el
agua.
Todas esas reclamaciones habían sido
presentadas por Francia
al gobierno mexicano y
habían ya pasado años
sin que se les diera
solución. Además, la firma
de un tratado con Francia
se venía pospo-niendo
desde 1827.
Después
de
la
lamentable campaña que
fue la Guerra de Texas,
Antonio López de Santa Anna se había ido a refugiar a su hacienda
Manga de Clavo, muy cerca de Veracruz. El desprestigio que se ganó
con la derrota en el asunto texano se había ido olvidando y a los pocos
meses ya se había formado un grupo “santanista” que pretendía
rehabilitarlo y buscaba llevarlo al poder. Santa Anna, se hacía de rogar y
seguía recluido en su hacienda. El presidente era ahora Anastasio
Bustamente y se había creado una institución llamada Supremo Poder
33
Roberto Gómez-Portugal M.
Conservador, un engendro concebido para dirimir conflictos entre los
tres poderes y para interpretar la voluntad de la nación en los momentos
difíciles.
El representante francés barón Deffaudis desistió de los
esfuerzos diplomáticos que había estado conduciendo sin ningún
resultado y para marzo de 1938 había 10 barcos de guerra franceses
fondeados frente a Veracruz. Las exigencias francesas se planteaban
en un ultimátum que vencía el 15 de abril. Se reclamaba a México la
celebración de un tratado concediendo a Francia derechos preferentes
de comercio y de navegación y el pago de una indemnización de 800 mil
pesos. A pesar del
bloqueo a Veracruz
el gobierno mexicano
no hacía nada, así
que en noviembre los
Desde que México adquirió su independencia la
fran-ceses
economía estaba por los suelos y los gobernantes
sólo se preocupaban por conservar el poder y
cañonearon con sus
beneficiar sus intereses personales o de grupo. Desde
buques el fuerte de
antes de la independencia, algunos criollos ricos
San Juan de Ulúa.
formaron asociaciones secretas llamadas logias
Escoceses y yorkinos
masónicas, que fueron tomando el papel de partidos
políticos. Unas seguían el rito escocés y eran
partidarias –ya alcanzada la independencia- de que el
país se organizara como una república centralista.
Luego, a instancias del embajador de Estados Unidos,
Joel R. Poinsett, se crearon otras que practicaban el
rito yorkino y que pretendían hacer del país una
república federal. Daba igual qué nombre usaran los
dos bandos: yorkinos y escoceses, federalistas y
centralistas, o liberales y conservadores, el caso es
que sus luchas provocaron un caos político
permanente en el país. Las elecciones no se
respetaban y las rebeliones eran la forma efectiva de
acceder al poder. En sus tres primeras décadas de
vida independiente México tuvo mas de 30 cambios
de presidentes y tres constituciones, la de 1824, la de
1836 y la de 1843. Luego, en 1847, se regresa a los
principios de 1824. Los gobernantes gastaban casi
todo el dinero en mantener al ejército y en defenderse
de sus enemigos políticos
34
El estruendo
de las explosiones
llegó hasta Manga de
Clavo y entonces
Santa Anna decidió
salir de su reclusión.
¡Ojalá se hubiera
quedado
allí
el
malvado
caudillo!
Hábilmente,
Santa
Anna demoró su
llegada al puerto para
eso de las nueve de
la noche, cuando el
cañoneo ya había
terminado. El ataque
había matado a 67
Pinceladas de la Historia
mexicanos y herido a 147, sin que se les hiciera ningún daño a los
franceses porque los cañones mexicanos no disparaban con suficiente
potencia para alcanzar a los barcos enemigos. El comandante del
fuerte, un tal general Gaona, había juzgado conveniente evacuar el
fuerte y rendirlo al enemigo.
Tanta ineptitud militar contrastaba con la actitud patriotera y
valentona que tenían los mexicanos. A pesar de la reciente derrota en
Texas, la opinión pública sentía que el ejército mexicano era el mejor del
mundo y pretendía ahora que el orgullo mexicano se recuperara al
humillar a los franceses. Antes del cañoneo, el presidente Bustamante
había estado dispuesto a someter el asunto a un arbitraje internacional
e incluso a pagar la mayor parte de lo exigido, pero una turba de
rufianes –se dice que enviados por el “partido santanista”- habían
amenazado a muchos funcionarios públicos con matarlos si cedían ante
las exigencias de los franceses y ahora merodeaban por las calles
cercanas al Congreso. Al conocerse la rendición del fuerte de San Juan
de Ulúa, esa indignada opinión pública exigió que dieran a Santa Anna
el mando de las fuerzas nacionales para defender Veracruz. El
presidente Bustamante así lo hizo, quizá deseando que el “Napoleón
mexicano” repitiera su ridículo de Texas.
Los franceses tuvieron piedad de arrasar a cañonazos una ciudad
indefensa como Veracruz -lo que habían cañoneado era sólo el fuerte
de Ulúa- y decidieron capturar a Santa Anna directamente y así obligarlo
a negociar la rendición de la plaza. Bajaron a tierra silenciosamente sin
ser detectados y se metieron a la casa donde dormía Santa Anna. La
buena fortuna de Santa Anna le permitió salir huyendo por una ventana,
pero los franceses apresaron al general Mariano Arista, que
casualmente se había quedado a dormir allí, y se lo llevaron, pensando
que era a quien habían venido a buscar. Se fueron de regreso a sus
barcos y dejaron en el muelle a un medio centenar de hombres con un
cañoncito, cuidando la retaguardia.
Mientras tanto, Santa Anna reunió unos 300 soldados y atacó con
ellos a los franceses que se habían quedado en el muelle. Fue apenas
una escaramuza, tras la cual todos se dispersaron; los franceses hacia
sus barcos y los mexicanos en todas direcciones, pero Santa Anna
35
Roberto Gómez-Portugal M.
había sido herido en la pierna izquierda. Lo llevaron a un hospital en
donde su pierna tuvo que ser amputada y cuando se recuperó, se puso
a redactar un parte de guerra que parecía una novela, contando cómo
las fuerzas mexicanas habían repelido a un fuerte número de soldados
invasores a punta de bayoneta hasta hacerlos huir despavoridos y él,
como un auténtico patriota, había ofrendado, si no su vida, sí su pierna,
en defensa de la Patria. A los franceses no les quedó más remedio que
cañonear, ahora sí, a la indefensa Veracruz, causando terribles daños y
obligando a la población a huir. Para colmo, el general José Antonio
Mejía, opositor del presidente Bustamente y apoyado por los “yorkinos”
había tomado los puertos de Tuxpan, Tampico y Soto la Marina y los
ofreció a los franceses –y a otras naciones- para que ingresaran por allí
sus mercancías, dejando bloqueada Veracruz. Así Mejía cobraba
impuestos por esas importaciones y el gobierno de Bustamante perdía
ingresos por lo que no podía entrar por la aduana de Veracruz.
Bustamante hervía de rabia y pidió licencia para poder encabezar
un ejército e ir tras Mejía. Entonces, impresionado por la “hazaña” de
Santa Anna, el Supremo Poder Conservador nombró presidente
provisional al héroe cojo. En otro golpe de suerte, una avanzada de
soldados santanistas capturó nada menos que al general Mejía, que
había hecho una incursión en el estado de Puebla. Santa Anna ordenó
de inmediato que lo fusilaran y como ya no tenía caso ir a la ciudad de
México a asumir la presidencia, que le tendría que devolver a
Bustamante, nombró presidente sustituto al general Nicolás Bravo y
Santa Anna se fue otra vez a Manga de Clavo, envuelto en un halo de
heroísmo y de grandeza.
Francia finalmente firmó un tratado con México y retiró el
bloqueo, presionada un poco por la flota inglesa que había zarpado de
las Indias Occidentales para frenar la agresión francesa. México se
comprometió a pagar 600 mil pesos de las indemnizaciones exigidas, y
aunque eso constituía una suma enorme para el país en bancarrota, se
consideró afortunado el arreglo, pues continuar la guerra hubiera sido
un desastre mayor.
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Pinceladas de la Historia
¡Oiga... cuñado!
Hernán Cortés era un adolescente medio debilucho y enfermizo
que había nacido en el seno de una familia “hidalga”, es decir, una de
esas familias de clase media que tenía más pretensiones que doblones.
Había nacido en la población de Medellín, en la provincia de
Extremadura (extrema et dura, la habían llamado los romanos, por su
aridez y su clima extremoso). Lo mandaron a estudiar leyes a la célebre
Universidad de Salamanca, pero estudiar no era lo suyo y sólo aguantó
dos años, al cabo de los cuales regresó a Medellín sin oficio ni trabajo
fijo. Para un muchacho así la mejor alternativa era enrolarse en el
ejército e ir a buscar gloria y fortuna en alguna guerra.
Entonces estaba de moda lo del descubrimiento de América y se
rumoraban historias fabulosas sobre aquellas tierras, por lo que Cortés
decidió embarcarse hacia Santo Domingo. Allí consiguió prosperar un
poco gracias a que le dieron tierras e indios para trabajarlas y luego
brincó a Cuba sumándose al grupo de capitaneaba Diego Velázquez,
quien lo nombró secretario cuando éste fue gobernador de la isla. Pero
Cortés se vio involucrado en una conjura contra Velázquez y fue a parar
un tiempo a la cárcel, hasta que Velázquez lo perdonó y lo rehabilitó
nombrándolo alcalde de la ciudad de Santiago de Baracoa.
Hernán Cortés, joven.
37
Roberto Gómez-Portugal M.
Como buen trepador social, Cortés se había involucrado en
amoríos con Catalina Suárez, una señorita de una próspera familia con
cuya hermana el propio Velázquez iba a casarse. Pero Cortés se portó
bastante mal, pues sedujo a Catalina y luego la abandonó, por lo que
Velázquez lo presionó a que cumpliese la promesa de matrimonio.
Mientras tanto, Velázquez estaba organizando una expedición
para descubrir y conquistar nuevas tierras. Aunque con muchas dudas
sobre su lealtad, Velázquez se decidió a nombrar a Cortés al mando de
la expedición, sobre todo cuando éste aceptó hipotecar sus bienes e
invertir el dinero en lo necesario para la expedición.
Velázquez era aún más ladino y mañoso que Cortés, pues
organizaba la expedición sin invertir nada, obligando a Cortés y a los
participantes en ella a ser quienes invirtieran lo necesario para llevarla a
efecto, además de arriesgar sus propias vidas. Encima, tenían que
comprar las cosas en tiendas propiedad de Velázquez y a precios
altísimos. Velázquez ni siquiera tenía, como gobernador de Cuba, la
autoridad para organizar expediciones de conquista, así que
oficialmente la expedición era sólo para actividades de comercio y –
claro- para ampliar y extender la fe católica.
Diego Velázquez de Cuéllar llegó a América en 1493, en el segundo viaje de Colón.
Fue nombrado Gobernador de Cuba en 1511
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Pinceladas de la Historia
¡Pobre Carlos!
¡Pobre Carlos! De verdad que a sus escasos 17 años, la vida no
parecía prometerle nada bueno, por más que fuera Carlos de Valois,
hijo del rey de Francia Carlos VI y de su esposa y reina Isabeau llamémosla Isabel, para evitar enredos- de Baviera.
Carlos era el quinto –y último- hijo que les quedaba a sus padres,
pues ya habían muerto sus cuatro hermanos mayores, y aunque a
Carlos le correspondería heredar y por eso llevaba el título de Delfín,
sus papás no parecían quererlo mucho ni preocuparse por él. Su mamá
tenía una fama de... mujer ligera, y eran tantos sus amantes y sus
enredos de alcoba que ella misma decía no estar segura de si Carlos
era hijo del rey. Y su papá, Carlos VI, sufría de ataques de locura y
delirio que iban y venían, de manera que no se sabía cuándo estaba el
rey en sus cabales y cuándo no.
Y es que los problemas del rey no eran para menos que volverse
loco. Olvidándose de las infidelidades de la reina –peccata minuta- los
ingleses eran su mayor dolor
de cabeza. Desde 1337 el rey
de Inglaterra reclamaba el
trono
de
Francia,
argumentando su herencia en
su ascendencia por línea
materna, en tanto que los
franceses rechazaban que el
derecho al trono francés
pudiera
adquirirse
por
herencia de madre. El caso
es que estos enredos de
leguleyo
habían
desembocado en una guerra
que ya llevaba más de
ochenta años, y en la cual
Francia había llevado la peor
parte, particularmente en los
años más recientes.
39
Roberto Gómez-Portugal M.
El rey inglés, Enrique V, un hombre astuto y decidido, había
inflingido a los franceses en 1415 una derrota histórica, en la tremenda
batalla de Azincourt, donde había muerto la flor y nata de la nobleza
guerrera de Francia y el reino había quedado sumamente debilitado. El
territorio que controlaba el rey inglés en el continente (Normandía,
Aquitania y otras regiones), ya superaba en extensión a los territorios
que aún eran fieles al rey francés. La locura del rey se había ido
acentuando y no había quedado más remedio que firmar en 1420 el
Tratado de Troyes mediante el cual el pobre de Carlos VI concedía a su
enemigo y vencedor, el rey inglés, la mano de su hija Catalina,
rechazaba a su propio hijo Carlos, declarándolo bastardo, y aceptaba a
Enrique como su propio sucesor y a los hijos de él y Catalina como los
futuros herederos del trono de Francia. Pero lo que nadie esperaba era
que tanto Enrique V, el inglés, como Carlos VI, el demente monarca
francés, morirían en 1422, apenas con dos meses de diferencia. Como
sucesor de Enrique quedaba un bebé de sólo 9 meses de edad –el
futuro Enrique VI- a quien nadie iba a aceptar como rey de Francia.
Carlos VII asumió de facto el poder
en Francia y a pesar de haber sido
declarado bastardo, intentó recuperar su
reino. Carlos rechazó el Tratado de
Troyes y se refugió con sus pocos
seguidores en el castillo de Chinon,
mientras los ingleses dominaban casi todo
el territorio de Francia. Sus detractores se
burlaban de él, llamándolo rey de Vienne
–la pequeña comarca en torno a Chinony él mismo no estaba seguro de nada.
Fue entonces (1429) cuando Juana de
Arco se presentó en el castillo y exhortó a
Carlos a hacerse coronar y consagrar rey
en la catedral de Reims, con toda la
formalidad tradicional.
Detalle de un retrato de Carlos
VII que se exhibe en el museo
del Louvre, pintado por Jean
Fouquet ca. 1445
Juana era una sencilla muchacha pueblerina, de tan sólo 17
años, que aseguraba haber recibido apariciones en donde Dios mismo
40
Pinceladas de la Historia
le daba instrucciones para ayudar al rey y rescatar a la patria de los
invasores ingleses. Se dice que cuando entró al salón donde se hallaba
Carlos, éste se escondió entre la concurrencia, mientras otro personaje
se hacía pasar por él. Juana, que no lo había visto nunca, sorprendió a
todos no cayendo en el engaño e identificando a Carlos a pesar de que
se ocultaba. Muchos pensaron que en verdad había en ella una
inspiración divina.
Después de muchos ruegos y dudas por parte del presunto rey, le
dieron a Juana mando de parte de las tropas para rescatar la ciudad de
Orleáns de manos de los ingleses. La jovencita se ganó el respeto
incluso de los comandantes más veteranos logrando en tan sólo nueve
días liberar la sitiada ciudad. Luego tuvo otro triunfo en Patay y más
victorias que cambiaron el curso de la guerra, y Carlos recuperó
confianza hasta el grado de hacerse coronar y consagrar en Reims,
Yo mismo tomé la foto de esta vetusta torre en La-Charité-surLoire. Al intentar tomar la fortaleza, en una de sus primeras
batallas contra los burguiñones, Juana estuvo a punto de ser
hecha prisionera por Périnet Gressard, un atrevido “capitaine
d’armes” al servicio del duque de Borgoña. Juana logró escaparse
literalmente de las manos de sus enemigos y huir
precipitadamente. Ya vendrían mejores días.... ¡y también peores!
41
Roberto Gómez-Portugal M.
como Juana se lo venía diciendo, con lo cual consolidó su posición
como verdadero rey.
Francia parecía empezar a levantarse de su letargo y de sus
derrotas. Juana hizo un denodado intento por recuperar París de manos
del invasor, pero no lo logró y cayó herida en batalla. Hubo luego otras
escaramuzas sin importancia, pero los
ingleses ya se habían dado cuenta del
peligro que representaba la inocente
campesina que estaba devolviendo a
Francia las ganas de vivir. En una
batalla en el pueblo de Compiègne
lograron hacerla prisionera.
En una época llena de
prejuicios y de supersticiones era más
fácil acusarla de herejía que
enfrentarla como patriota. El obispo de
Beauvais, Pierre Cauchon, cuya
diócesis abarcaba Compiègne, es
parcial a los ingleses y se deja
comprar, para conducir un juicio
religioso contra Juana por herejía. De
paso, se le acusa también de ser
bruja. La dulce niña es dócil y abjura
hasta de pecados que no ha cometido, No existe ni un solo retrato hecho de
Juana de Arco en vida, por lo que
pero el malvado obispo le tiende una
cualquier imagen de ella es
trampa y la acusa de haber reincidido
imaginaria.
al volver a vestir ropas de hombre –y
es que no tenía ninguna otra ropa que ponerse. La condenan a una
muerte horrible –ser quemada en la hoguera- y la sentencia se ejecuta
el 30 de marzo de 1431, sin que el rey Carlos VII interponga siquiera
una petición de clemencia. Juana tenía entonces sólo 19 años y su
carrera militar había durado menos de dos. Y aunque la guerra va a
continuar hasta 1453, es el espíritu patriótico de Juana de Arco la chispa
que revive a Francia y la hace resurgir.
42
Pinceladas de la Historia
Apenas 24 años después de su martirio, el papa Calixto III reabre
el proceso de Juana y rectifica la sentencia, declarándola inocente.
Muchos años después, otro papa, pero ya en el siglo XX, habrá de
declarar santa a la valiente campesina.
En el centro mismo de Paris, a espaldas del Louvre y abrigada
en una pequeña plaza (Place des Piramides) está esta estatua
de la muchacha campesina que bien puede ser considerada la
“madre de la patria”. Tal vez el hecho de que la estatua sea
dorada simbolice lo mucho que Francia le debe a “Jeanne, la
bonne lorraine”, como la llamó el poeta François Villon.
43
Roberto Gómez-Portugal M.
Una pareja afortunada
La masacre de Vitry aguijoneaba la conciencia del rey Luis VII de
Francia. Ciertamente había sido una mala decisión el prender fuego a la
iglesia donde se habían refugiado los asustados pobladores de la villa, a
quienes, finalmente, poco importaba si el senescal de Francia repudiaba
o no a su esposa para poder casarse con Aelis, la hermana de la reina.
El rey descargó su conciencia con su confesor, el piadoso Bernardo de
Clairvaux, y éste le recomendó purgar sus culpas empuñando la espada
y vistiendo la cruz para luchar contra los infieles en Palestina y
reconquistar Jerusalén. El rey decidió ir a la cruzada y la reina, Leonor,
tendría que acompañarlo. ¿Tanto la amaba que no podía prescindir de
su compañía? Seguramente no, pero el inseguro de Luis no podía
perder de vista a una mujer como Leonor. Conociendo su temperamento
ardiente, estaba seguro que dejarla sola era peligroso. No hay que
olvidar tampoco que Leonor era, por derecho propio, duquesa de
Aquitania, y como principal feudataria del monarca francés por esos
extensos dominios, su lugar era al lado del rey y entre los principales
nobles.
Partieron para la cruzada en junio de
1147 y después de varias penosas
etapas de viaje llegaron a Antioquía,
ciudad que gobernaba el tío de Leonor,
Raymundo de Guyena. El tío de la reina
los alojó en su lujoso palacio y los acogió
afectuosamente, quizá demostrando algo
más que afecto hacia su sobrina. Los
reyes tenían aposentos separados y el
caluroso clima despertaba deseos que
Leonor y Enrique II escuchan el
había que saciar. El diligente anfitrión
relato de Lancelot du Lac
visitaba solícito la habitación de Leonor,
para asegurarse de que nada le faltara, ni de día, ....ni de noche. En
cierto momento, Luis los encontró más unidos de lo que sería
recomendable y se hubiera lanzado sobre Raymundo a no ser por
Leonor, que se interpuso. “El rey de Francia no puede luchar como un
caballerizo”, le dijo Leonor con gran calma. Luis dirigió algunos
44
Pinceladas de la Historia
calificativos poco edificantes a la reina y anunció que ambos partirían al
día siguiente para Jerusalén.
-“Yo me quedo”, dijo Leonor, con una hermosa mirada de sus
ojos verdes.
-“¡Perra incestuosa!” exclamó el rey por toda respuesta.
Leonor, siempre tranquila le dijo: “Si hablas de incesto, te señalo
que tú y yo somos parientes en un grado de cercanía que la Santa
Madre Iglesia no permite. Nuestro matrimonio es sacrílego”.
-“Entonces tendremos que divorciarnos”, respondió Luis con voz
grave.
Esa misma noche, mientras dormía, el lecho de la reina fue
instalado sobre un carro y más tarde, cuando Leonor despertó, ya
habían abandonado Antioquía y se hallaban en dirección de Jerusalén.
Luis, cuya conciencia religiosa había ido en aumento, escribió al
abad Suger, su consejero, a quien había dejado como regente del reino,
comunicándole su deseo de anular su matrimonio con Leonor. El hábil
político supo de inmediato que una acción así significaba que Francia
perdiera el inmenso territorio que Leonor había traído como dote. De
modo que recomendó al rey contener sus ansias y regresar a Francia
cuanto antes, para poder analizar con calma el problema. Los monarcas
emprendieron el viaje de regreso hacia Francia y al pasar por Roma
visitaron al papa. El hábil
Suger ya se había puesto en Los hijos –hijas- de Leonor y de Luis:
contacto con el pontífice y el
• María (1145-1198), casada en 1164 con
papa aprovechó para decir al
Enrique I de Champaña, conde de
rey que no había ningún
Troyes, llamado “el liberal”. Regente del
impedimento
de
Condado de Champaña (1190-1197).
consanguinidad
en
su
• Alix o Alicia (1150-1195) casada con
matrimonio, con lo cual el rey
Teobaldo V de Blois, llamado “el bueno”
adquirió un nuevo entusiasmo
(1129-1191), conde de Blois (11521191).
y la pareja se reconcilió. Tanto,
que a las pocas semanas
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Roberto Gómez-Portugal M.
Leonor anunció que estaba embarazada. Regresaron a Francia y a su
debido tiempo la reina trajo al mundo a una hermosa niña a quien
llamaron Alix, y que vino a hacer compañía a la primogénita María,
nacida un par de años antes de partir a Tierra Santa.
Durante algunos años la pareja convivió en armonía y el amor de Luis
por Leonor iba en aumento. Pero el temperamento tempestuoso de la
reina volvió a ser origen de rumores y comentarios hasta que el rey
confirmó que su esposa tenía un amante –o varios. Esta vez no se
acercó al abad Suger, conociendo ya su oposición al divorcio, sino que
buscó apoyo entre otros nobles y prelados deseosos de contrariar la
política del prudente Suger. Para facilitar las cosas, Suger murió, y así
un concilio que se reunió en Beaugency declaró la nulidad del
matrimonio entre Luis y Leonor. ¡Qué útil resultaba este asunto de la
consanguinidad! Ella no opuso ninguna resistencia.
La joven y hermosa mujer quedaba ahora libre y soltera, y
poseedora de cerca de un tercio del territorio de Francia, de manera que
los pretendientes no tardaron en agolparse a las puertas de su castillo
de Poitiers, donde ella tranquilamente se instaló. Hasta allí llegó un día
el simpático Enrique, conde de Anjou, a quien Leonor había conocido en
Paris apenas el verano anterior. Le apodaban plantagenet, porque
gustaba de adornar su sombrero con unas florecitas de retama amarilla
–la planta ginesta. La simpatía que habían sentido al conocerse creció
igual que las flores en primavera para convertirse rápidamente en
pasión avasalladora. Apenas dos meses de que el concilio de
Beaugency la había liberado de Luis, Leonor se casó con Enrique. Era
mayo de 1152.
Enrique era bisnieto de Guillermo el conquistador, el legendario
duque de Normandía que había cruzado la Mancha para hacerse rey de
Inglaterra. Su madre, Matilda, única hija superviviente del rey Enrique I
de Inglaterra, había sido desplazada del trono que le correspondía por
su primo Esteban de Blois, después de una cruenta lucha y guerra civil.
Enrique reclamó siempre sus derechos sucesorios y años después, ya
con los ánimos más calmados, entró en negociaciones con Esteban. El
rey de Inglaterra, que no tenía descendencia, accedió a reconocer el
derecho de Enrique y mediante el tratado de Wallingford, lo nombró su
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Pinceladas de la Historia
heredero al trono del reino inglés. Apenas había transcurrido un año
desde que Leonor y Enrique se casaron.
¿Volvería Leonor a ser reina algún día? Entretanto, trajo al
mundo a su primer hijo con Enrique y quizás pensando en el legendario
bisabuelo a quien deseaban suceder, llamaron Guillermo al bebé.
Retrato imaginario de Enrique II
Plantagenet, hecho por William H.
Worthington en el S. XVIII
Apenas dos años después, en 1154, el rey Esteban murió, con lo
cual Enrique pasó de simple conde de Anjou a ser rey de Inglaterra. El
exmarido de Leonor, Luis, debe haberse dado de topes contra las
paredes de su palacio al ver cómo vastas regiones de lo que debiera ser
Francia pasaban a dominio del nuevo rey inglés. Enrique y Leonor
simplemente sonreían satisfechos.
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Roberto Gómez-Portugal M.
Reclutado a la fuerza
La era de los piratas ha inspirado novelas y películas y la historia
registra con trazos legendarios los nombres de Barbanegra y del
Capitán Kidd, e incluso de las mujeres piratas Anne Bonney y Mary
Read. De quien nadie ha oído hablar es de un tal Bartholomew Roberts,
un oscuro galés que fue sin la menor duda, el pirata más exitoso de
todos los tiempos, pues llegó a capturar nada menos que 470 navíos
durante su carrera.
Había nacido en el condado de Pembroke en Gales y no se sabe
muy bien cómo fue a meterse de marino, pero en 1719 ya tenía el
puesto de navegante en un barco negrero llamado Princess. Justo
cuando el barco estaba anclado frente a las costas de Ghana esperando
su carga de esclavos, fue atacado por un grupo de piratas encabezados
por Howell Davis, que era también galés. Los corsarios necesitaban
alguien con los conocimientos de Roberts como navegante y le
propusieron que se les uniera. Se dice que el muchacho no quería irse
con los piratas, pero éstos no aceptaban negativas y se lo llevaron.
Pronto Roberts se dio cuenta de que su nueva ocupación podría traerle
algunas ventajas.
Pocas semanas después, el capitán Davis atracó en la isla de
Príncipe, (frente a Guinea) y, haciéndose pasar por comerciante,
pretendía secuestrar al gobernador y pedir rescate por él. Pero los
portugueses ya se habían dado cuenta de que Davis y los suyos eran
piratas y les tendieron una emboscada en la que el capitán de los
corsarios perdió la vida. Los demás piratas lograron abordar su barco
Rover y huyeron, pero ahora estaban sin
líder y tenían que elegir a uno. Después
del conciliábulo, los piratas decidieron
elegir a Bartholomew Roberts como su
capitán, tras de apenas seis semanas de
haber sido reclutado a la fuerza. Dicen
que ante la noticia, Roberts decidió
aceptar, pues si ya se había ensuciado
las manos como pirata, era mejor mandar
La bandera de Bartholomew
que tener que obedecer.
Roberts
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Pinceladas de la Historia
Su primera acción como capitán fue regresar a la isla Príncipe
para vengar la muerte de su antiguo líder el capitán Davis. Los piratas
bajaron a tierra al abrigo de la noche y atacaron sin piedad, matando a
una gran cantidad de hombres y haciendo un saqueo espectacular. A
los pocos días capturaron un navío holandés y luego otro barco inglés.
Esta rápida cadena de éxitos, sumada al valor personal que
desplegaba, hizo que la tripulación desarrollara una enorme lealtad y
aprecio por el nuevo pirata. Fue entonces cuando decidieron probar
suerte en otras aguas y navegaron hacia Brasil. Allí encontraron una
flota de 42 galeones portugueses en la Bahía de Todos los Santos, que
esperaban ser escoltados por dos buques de guerra para emprender su
travesía hacia Lisboa. Roberts se adelantó a la escolta y se adueñó del
navío más cargado de la flota, del que obtuvo más de 40 mil doblones
de oro y joyas que eran enviadas al rey de Portugal. Huyeron Roberts y
sus hombres hacia el Caribe y cerca del río Surinam avistaron otra
presa. Para perseguirla mejor, Roberts y cuarenta piratas se pasaron a
una chalupa, dejando el barco al mando de su colega Walter Kennedy.
Cuando terminaron la persecución varios días después, se dieron
cuenta de que Kennedy había huido en el Rover con lo que quedaba del
botín.
Retrato idealizado del pirata Bartholomew Roberts realizado por Sid Meier
49
Roberto Gómez-Portugal M.
Fue entonces cuando Roberts y “sus cuarenta ladrones”
decidieron empezar de nuevo, rebautizaron su nave como Fortune y
redactaron un código de reglas que habría de regir la vida de los piratas
del Caribe durante décadas. Roberts y los suyos navegaron al norte,
hasta Newfoundland donde capturaron una docena de barcos. Luego,
en Trepassey, capturaron 22 navíos más. Algunos sin disparar ni un tiro,
pues sus capitanes los habían dejado anclados en la bahía y huído,
ante la avasalladora fama de Roberts y su grupo. Capturó luego 10
navíos franceses y escogió el que mejor le pareció para navegar en él,
bautizándolo Good Fortune. Con este buque mejor equipado, Roberts
continuó su impresionante avance capturando quince barcos más, entre
ingleses y franceses, en su camino hacia las Indias Occidentales.
Luego, al capturar otro navío francés, se dio cuenta de que en él viajaba
el gobernador de la isla de Martinique, así que Roberts lo hizo ahorcar,
colgándolo del penol de proa. Para la primavera de 1721 había casi
paralizado el tráfico marítimo en el Caribe, pues todos los capitanes
temían hacerse a la mar ante la perspectiva de encontrase con Roberts
y los suyos. Entonces el galés enfiló la proa del Royal Fortune hacia
Africa, dejando al Good Fortune y a otros de sus barcos para seguir
sembrando el pánico en las Indias Occidentales. Pasadas las islas de
Cabo Verde y cerca del río Senegal, Roberts capturó otros dos barcos
franceses y siguió sus correrías por la costa de Africa hasta Sierra
Leona y capturó un barco inglés lleno de soldados, muchos de los
cuales se rebelaron y se unieron a los piratas.
Pero la racha de buena suerte tenía que terminar algún día y el
barco de la marina inglesa Swallow, al mando del capitán Chaloner
Ogle, persiguió sin descanso a los barcos de Roberts en una cacería
que se extendió durante varios días de febrero de 1722. Finalmente,
gracias a una hábil maniobra el barco inglés descargó a pleno sus
cañones sobre el costado del Royal Fortune, en cuya cubierta Roberts
se hallaba gritando sus órdenes con valentía. La metralla mató al pirata
haciéndole terribles heridas en el cuello, pero antes de que el capitán
inglés pudiera abordarlos y reclamar el cuerpo del buscado delincuente,
sus compañeros ya habían cumplido con la última voluntad que el pirata
les impuso: la de lastrar su cadáver con cadenas y balas de cañón para
que se hundiera inmediatamente entre las aguas.
50
Pinceladas de la Historia
Roberts siempre se vestía con sus mejores galas para lucir
durante las batallas. En esa ocasión se puso una casaca de damasco
roja y vistió pantalones de paño blanco; una pluma roja ondeaba sobre
su tricornio mientras que al cuello llevaba una cadena de oro con una
cruz de brillantes. Otra de sus características era la de no beber alcohol,
y mientras por lo común los piratas se emborrachaban a rabiar con ron y
cerveza, Roberts insistía en beber siempre té.
51
Roberto Gómez-Portugal M.
Mohammed Reza
Mohammed Reza tenía apenas veintidós años de edad y aunque
había recibido una cuidada educación en Suiza y después en la
academia militar de Teherán, es innegable que escasamente estaba
preparado para asumir el reto que le dejaba su padre Reza Shah.
Reza Shah había asumido el poder en Persia –ahora se llamaba
Irán el país- a través de una serie de hábiles maniobras en los 1920s y
en 1925 se había hecho coronar Shah, es decir, rey o emperador,
desplazando al último gobernante de la dinastía Qajar. En una época en
que no se usaban los apellidos en Irán, Reza fue haciendo evolucionar
su nombre de acuerdo con sus títulos y el poder que acumulaba. Había
pasado de llamarse Reza Savad-Koohi, por el lugar de su nacimiento,
para ser luego Reza Kahn y después Reza Kahn Mirpanj, para
convertirse en Reza Shah cuando ascendió al trono y luego hasta
Shahanshah (rey de reyes). Una de las medidas de modernización que
introdujo fue precisamente el uso de apellidos y adoptó para sí y para su
familia el de Pahlevi, siendo conocido en adelante como Reza Shah
Pahlevi.
Aunque Reza Shah debía su
prodigiosa carrera política al apoyo que
siempre había recibido de los ingleses, en
particular, a los buenos oficios del general
británico Edmund Ironside y sus ejércitos,
para 1941 los ingleses ya no estaban muy
felices con su aliado iraní. Durante sus
dieciséis años de gobierno, Reza Shah
había modernizado a su país a través de
un régimen autoritario y militarista de
derecha, pero en los últimos años, su
cercanía y buen entendimiento con la
Alemania nazi tenía muy nerviosos a los
ingleses, quienes, a pesar de la
Rezah Shah
neutralidad declarada por Irán, pensaban
que este exceso de familiaridad permitiría a Alemania tener acceso a las
enormes riquezas petroleras de Irán durante la guerra. Por esa razón,
52
Pinceladas de la Historia
Inglaterra y la Unión soviética invadieron conjuntamente Irán y obligaron
a Reza Shah a abdicar a favor de su hijo Mohammed Reza, quien
ascendió oficialmente al trono persa en septiembre de 1941. Reza Shah
partió al exilio.
Los ingleses y sus aliados estaban seguros de que el joven
príncipe sería más dócil que su padre y más abierto a la influencia de
Occidente. Con su país invadido, a Mohammed Reza no le quedaba de
otra y permitió, en efecto, que durante la guerra se abriera el “corredor
persa”, a través del cual Inglaterra y más tarde los Estados Unidos
hicieron llegar montañas de suministros a Rusia durante la Segunda
Guerra Mundial. Este buen entendimiento de Mohammed Reza con las
potencias aliadas traería una fuerte occidentalización de Persia durante
todo su reinado y hasta la revolución que lo depuso en 1979.
Pero en 1950, el primer ministro, Dr. Mohammed Mossadegh,
representando a fuerzas más conservadoras, logró que el parlamento
iraní votara la nacionalización de la industria petrolera, arrebatando con
ello a los ingleses uno de su negocios más redituables en Irán. Los
británicos estaban furiosos y decretaron un embargo a las exportaciones
iraníes de petróleo, dando con ello un terrible golpe a la frágil economía
persa. Ante la imposibilidad de hacer dar marcha atrás a la
nacionalización de Mossadegh, los ingleses propusieron al presidente
estadounidense Harry Truman invadir Irán y deshacerse del
impertinente doctor, pero como Truman se negó a apoyar el plan,
Inglaterra no se atrevió a actuar sola.
Cuando Truman dejó el poder al general Dwight Einsenhower, los
ingleses volvieron a insistir y lograron convencer a Eisenhower de que
Mossadegh tenía peligrosos vínculos con el partido comunista iraní
Tudeh y que eso era inadmisible. El Shah pidió a Mossadegh la
renuncia pero el doctor se negó a marcharse, alegando que sólo el
parlamento podía destituirlo. Entonces, la CIA y el MI6 idearon una
especie de golpe de estado en contra del primer ministro con la ayuda
de fuerzas leales al Shah, que se llamó Operación Ayax. Curiosamente,
y a pesar de la cuidadosa planeación con que había sido concebido, el
plan falló en un principio, y el Shah se vio obligado a huir y refugiarse en
Roma, pero al poco tiempo un segundo esfuerzo de los ingleses y
53
Roberto Gómez-Portugal M.
americanos repuso al Shah en el trono. Mossadegh fue arrestado y
condenado a muerte, pero el joven monarca conmutó su condena a tres
años de arresto en una prisión militar y luego a un arresto domiciliario
permanente. El incidente había producido, sin embargo, tumultos
callejeros y choques entre los que apoyaban a uno y a otro bandos, con
pérdida de más de trescientas vidas en los disturbios.
Pasaron los años y el Shah Mohammed Reza continuó
gobernando y modernizando Irán, convirtiéndolo en uno de los países
más adelantados de la región, bajo una especie de despotismo
ilustrado. Mejoró las relaciones con los países vecinos y estableció con
ellos acuerdos beneficiosos de cooperación, a la vez que mantenía con
las potencias occidentales intensas relaciones comerciales y de todo
tipo. Por otra parte, coqueteaba con la Unión Soviética justo lo suficiente
para que sus aliados occidentales no se sintieran demasiado seguros.
La enorme riqueza petrolera lo convirtió en el líder preeminente
del medio oriente y le permitió elevar sustancialmente el nivel de
bienestar de la población de Irán, a la vez que afianzaba su poder de
manera indudable a través de su partido Rastakhiz (resurrección), que
era el único permitido y de la SAVAK, su policía secreta. Llegó incluso a
decretar que todo ciudadano iraní, e incluso algunas tenues
asociaciones políticas que quedaban, tenían que afiliarse al Rastakhiz.
Mohammed Reza Pahlevi puso a Irán en el mapa político y social
del mundo de su momento. De ser un país semi-desconocido e
ignorado, el Shah lo llevó a las candilejas. La figura del apuesto
monarca y de su bellísima y elegante esposa aparecían regularmente
en las portadas de las revistas y diarios de las principales capitales del
mundo. Cuando en octubre de 1971 el Shah celebró en Persépolis los
2500 años de la monarquía persa, contados a partir del inicio del
reinado de Ciro el Grande, el mundo se enteró de la grandeza y de la
historia de Persia, mediante festividades que asombraron al mundo
durante cinco días y que reunieron a más de 60 presidentes, reyes y
jefes de Estado para el evento.
54
Pinceladas de la Historia
Una gran fiesta para el jet-set...
...¡pero no para su pueblo! La
celebración asombró al mundo y dejó en
claro la grandeza de Persia. Pero el
pueblo se sintió rechazado, pues estuvo
excluido de las celebraciones y las
medidas de seguridad establecidas para
proteger a la gran cantidad de
dignatarios extranjeros que asistieron
dejó a los iranís en calidad de
ciudadanos de segunda en su propio
país. Fue un error que le costaría caro al
Shah.
El Shah de Irán, Mohammed Reza Pahlevi
Pero no todo era miel sobre hojuelas. En dos ocasiones sufrió
atentados contra su vida. La primera vez, en 1949, se libró
verdaderamente de milagro, con sólo un rozón de bala sobre una
mejilla. El atacante, un tal Fakhr Arai, durante una ceremonia le disparó
cinco tiros a menos de tres metros de distancia, sin acertar, antes de
caer abatido por los encargados de la seguridad del monarca. La
segunda vez, en 1964, un soldado logró entrar al palacio para matar al
Shah, pero cayó abatido a tiros mucho antes de que llegara a sus
habitaciones.
En su proceso de modernización del país, el Shah redujo el poder
de algunos grupos de élite al expropiarles grandes extensiones de tierra
que repartió entre más de cuatro millones de pequeños agricultores. Al
otorgar el voto a las mujeres, se ganó la animadversión del clero
musulmán, que era ultra conservador, y se los echó encima aún más
cuando estableció exámenes oficiales para poder tener acceso a los
puestos de la jerarquía eclesiástica, algo que los mullahs consideraban
un añejo privilegio que sólo correspondía a ellos.
El Shah no era un gobernante cruel ni extremo, pero tampoco le
temblaba la mano cuando se trató de poner en orden a los disidentes,
55
Roberto Gómez-Portugal M.
en particular a los extremistas religiosos. Uno de los principales líderes
islamitas, el ayatollah Ruhollah Kjomeini, resultaba particularmente
molesto para el Shah porque el clérigo islamita se oponía abiertamente
a la “Revolución Blanca”, el plan de seis puntos sobre el cual basaba el
Shah su esfuerzo de reforma y de modernización del país. Kjomeini y
sus seguidores propugnaban también el establecimiento de una
república islámica en Irán. Después de tenerlo un par de veces bajo
arresto domiciliario, para liberarlo después, el incómodo clérigo islamita
fue exiliado en 1964. Kjomeini se refugió en la vecina Irak desde donde
continuó su labor proselitista hasta que en 1978, el entonces
vicepresidente de Irak, Saddam Hussein, preocupado por que la idea de
establecer una república islamita pudiera encontrar acogida en Irak,
obligó al ayatollah a marcharse y éste mudó su refugio a Francia.
¿Qué es un ayatollah?
El término «ayatollah» significa
«signo milagroso de Dios», y se
utiliza de una manera respetuosa y
no oficial, para referirse a una
persona que es percibida como una
destacada figura religiosa. Para
nosotros sería algo así como
reverendo padre.
El líder fundamentalista
Ayatollah Ruhollah Kjomeini
A pesar del fuerte crecimiento económico que logró para el país y
la indudable mejora en el nivel de vida de su pueblo, la actitud prooccidental del Shah era considerada excesiva por muchos, además de
que a los fundamentalistas molestaba particularmente sus buenas
relaciones con Israel y su apoyo a los derechos de las mujeres. El
monarca no pudo evitar la llegada del Dr. Shapour Bakhtiar, un
tradicional líder de la oposición, al puesto de Primer Ministro, quien
desmanteló la SAVAK y liberó a todos los presos políticos. Fue
entonces cuando el Shah abandonó el país, en enero de 1979,
acompañado de su tercera esposa, la Shahbanu (emperatriz) Farah
56
Pinceladas de la Historia
Diba y de sus cuatro hijos, entre ellos el príncipe heredero Reza Pahlevi,
que tenía entonces sólo 19 años.
Bakhtiar prometió elecciones libres y permitió al radical ayatollah
Kjomeini regresar al país de su exilio en Francia, pidiéndole que creara
una especie de “estado Vaticano” en la sagrada ciudad de Qom. Tal vez
Bakhtiar creía poder controlar a los fundamentalistas y reducirlos a una
especie de “feudo” y allí mantenerlos a distancia. Pero Kjomeini rechazó
violentamente las propuestas de Bakhtiar y nombró su propio gabinete,
poniendo a Mehdi Bazargan como Primer Ministro. Bakhtiar fue hecho a
un lado y la revolución de Kjomeini se apoderó de la situación. En
febrero de 1979 se declaró
extinguida la monarquía en
¡Aplastar la revolución!
Persia.
Fue lo que propuso al monarca uno de sus
jefes militares cuando los desórdenes
empezaron a adquirir gravedad.
El Shah de Irán
pronto constató que un
exiliado tiene pocos amigos,
“Majestad” –le dijo el comandante al Shah
Mohamed Reza Pahlevi. “Dé Ud. la orden y
incluso entre quienes antes
acabaremos con la revuelta en tan sólo unos
lo apoyaban. Inició un
días. ¡Tenemos suficientes elementos leales
deslucido peregrinar de país
en las Fuerzas Armadas para hacerlo!”
en país, buscando donde
instalar
su
residencia.
El monarca movió lentamente la cabeza y
respondió con voz pausada:
Primero fue a Egipto, donde
“No, general. El trono del Shah de Persia no
el presidente Anwar elpuede apoyarse sobre las espaldas de los
Sadat
lo
recibió
cadáveres de su pueblo.”
cálidamente. Luego vivió por
cortas
temporadas
en
Su padre, Reza Savad-Koohi, que no había
conocido tales escrúpulos en su ascensión al
Marruecos
y
Bahamas.
poder, no hubiera dudado en aplicar la
Después llegó a México,
represión.
donde tenía amigos que lo
acogieron afectuosamente
en una finca de Cuernavaca. Pero el depuesto monarca no gozaba de
buena salud. Sufría de cáncer –un linfoma no-Hodgkins- y pronto tuvo
que abandonar la acogedora ciudad morelense para someterse a
complicados tratamientos médicos.
57
Roberto Gómez-Portugal M.
Sus amigos mexicanos...
En marzo de 1979 y proveniente de Nassau llegaron a México el
Shah de Irán y su familia. Los recibió una discretísima comisión de la
Secretaría de Relaciones Exteriores encabezada por el subsecretario
González Sosa. Estaba también Carmen González Ulloa, quien los
había invitado a alojarse en su finca de Cuernavaca, la llamada ex
Hacienda de Cortés. La idea era que el ex monarca descansara allí
sólo unos días mientras buscaba un domicilio propio. La familia
González Ulloa había acondicionado varias habitaciones en torno a
una pequeña piscina interior y rodeado todo por un bello jardín. Doña
Carmen hizo llenar de almohadones y cojines de tisú y finos
brocados la suite y cubrió los pisos con tapetes orientales, queriendo
dar a sus huéspedes un entorno en el que se sintieran cómodos.
Incluso hizo venir a un chef canadiense. Y lo logró, pues la familia
Pahlevi se quedó no unos días sino ¡tres meses!
Cuando se despidió y agradeció a la Sra. González Ulloa su
entrañable hospitalidad, el Shah no pudo dejar de aclararle un
detalle. “Esos cojines y alfombras”, le dijo a doña Carmen, “son
hermosísimos. Pero no son persas... ¡sino turcos!”
El presidente Jimmy Carter le concedió visa para visitar los
Estados Unidos con objeto de obtener la atención médica que
necesitaba. Ya tendría ocasión Carter de arrepentirse amargamente de
haber concedido ese permiso al Shah, pues el gobierno revolucionario
de Irán se puso frenético al saber de la hospitalidad estadounidense, y
algunos meses después “castigarían” a los Estados Unidos tomando su
embajada en Teherán y secuestrando a 66 norteamericanos que se
hallaban en la sede diplomática. Aunque excepcionalmente soltaron a
algunos de los rehenes, los secuestradores iraníes mantuvieron a sus
cautivos en un purgatorio que duró 444 días y el incidente terminó
costando a Jimmy Carter la reelección, siendo derrotado
abrumadoramente en las urnas por Ronald Reagan.
Cuando terminó el tratamiento médico del Shah en los Estados
Unidos, el todavía presidente Carter presionó al enfermo a abandonar
58
Pinceladas de la Historia
inmediatamente el país, pues las tensiones políticas eran inaguantables.
El exmonarca se fue una temporada a la isla Contadora, en Panamá, y
poco después regresó a instalarse en Egipto, donde el presidente Anwar
el-Sadat parecía ser uno de los pocos amigos que le quedaban. Allí
murió el último Shah de Persia el 27 de julio de 1980, con apenas 60
años de edad.
Sus restos fueron enterrados con gran pompa en la mezquita AlRifa’i, un templo de gran valor simbólico para los musulmanes. Allí yace,
muy cerca de los huesos de otro último monarca de otro gran imperio: el
rey Farouk de Egipto, que en algún momento fue justamente cuñado del
Shah, pues éste tuvo por primera esposa a la princesa egipcia Fawzia,
hija del rey Fuad I de Egipto y, por lo tanto, hermana de Farouk, su
compañero de mausoleo.
59
Roberto Gómez-Portugal M.
Ifigenia en Áulide
¡Torpe Agamenón! Los reyes a menudo se sienten superiores a
otros mortales y exentos de cumplir sus promesas. Si el ser más
hermoso nacido aquel día en Micenas hubiera sido el hijo o la hija de
alguno de sus súbditos, Agamenón no hubiera dudado en arrancárselo
para cumplir el compromiso con la diosa. ¿Por qué no tendría también el
rey que pagar su deuda, como cualquier otro hombre? Los consejeros
del monarca intercambiaban opiniones en voz baja. Ulises fue el primero
en hablar. “Has cometido un terrible pecado, Agamenón”, le dijo.
“Durante años has negado a la diosa su justo pago, y ahora te lo exige,
inexorable. No tienes más remedio que cumplirlo. Si no lo haces, tu
reino y tu casa se vendrán abajo y la gran empresa que ahora acometes
contra Troya estará condenada al fracaso. No puedes ir contra la
voluntad de los dioses. Ifigenia ya no te pertenece.” El anciano Néstor,
sabio consejero, estaba desconsolado, pero cuando habló no pudo sino
coincidir con la opinión de Ulises. Los demás consejeros se debatían
entre la piedad y el horror, pero todos opinaron igual. Ahora no quedaba
más que idear la forma de llevar a cabo la cruel acción.
El sacrificio de Ifigenia, de Giovanni
Battista Tiépolo
60
Agamenón no podía hacer
venir a Ifigenia anunciándole
sencillamente que vendría a su
martirio. Había que inventar alguna
mentira.
Una
vez más
la
inteligencia de Ulises entró en
juego para urdir el engañoso plan.
El propio zorro de Itaca iría a
Micenas ante Clitemnestra para
anunciarle que el rey su esposo
había dispuesto casar a Ifigenia
con el joven y noble Aquiles.
Clitemnestra encontraría sin duda
excelente la alianza con el noble
hijo de Peleo, especialmente
sabiendo que Aquiles pronto se
marcharía con la flota hacia Troya
y que Ifigenia regresaría a Micenas
Pinceladas de la Historia
al lado de su madre hasta que la extraordinaria expedición retornase
victoriosa. “Aquiles nunca aceptará involucrarse”, exclamó Agamenón. “No tendrá por qué enterarse”, respondió el ladino Ulises. “Sólo
usaremos su nombre para perpetrar el engaño ante la madre de la
muchacha y mantendremos su sacrificio envuelto en el secreto. Este es
un asunto entre tú y los dioses, Agamenón; ¡Aquiles nunca tendrá que
saberlo!”
Agamenón, adoptó esa cobarde actitud de quien no quiere saber
más nada y lo deja todo en manos de otros, para distanciarse de la
terrible realidad. Menelao se dispuso a auxiliar al de Itaca a poner en
práctica el engaño. Todo salió a pedir de boca: la madre de Ifigenia
quedó complacida con el enlace que supuestamente había convenido
Agamenón y la vió partir en una lujosa litera, acompañada de sus
mejores galas y joyas para celebrar en Aúlide sus esponsales con el
hermoso y gallardo Aquiles. ¿Cómo se habrá sentido el mendaz Ulises
al escuchar a la dulce Ifigenia hablar entusiasta e inocentemente del
brillante enlace al que la destinaba su noble padre? Por fin llegó la
expedición hasta el campamento en las playas de Áulide e Ifigenia fue
alojada en una pequeña pero lujosa tienda instalada no lejos de la de su
padre el rey. Allí debería permanecer hasta que al siguiente día se
perpetrara el terrible crimen del que la hermosa joven sería víctima.
Brad Pitt como Aquiles
Pero la muchacha no podía estarse
quieta y salió de su tienda, cubierta con un
manto y envuelta en las sombras de la
noche y se dirigió a la tienda de su
prometido Aquiles. Al encontrase frente al
atlético guerrero, la dulce chica se deshizo
en sonrisas en tanto que le decía al
sorprendido Aquiles: “Mi padre no ha
tenido que forzar mi voluntad para unirme
a ti. ¡Ifigenia acepta gustosa convertirse en
tu esposa!” El astuto Aquiles sospechó
algo extraño y tras devolver a Ifigenia a su
tienda con palabras amables, mandó a
Patroclo a investigar el por qué de la
presencia de la hija de Agamenón en el
61
Roberto Gómez-Portugal M.
campamento. Cuando Patroclo regresó, Aquiles no podía creer lo que le
relataba su fiel compañero. Patroclo había escuchado conversaciones
entre Alcante y Agamenón y había descubierto que se planeaba el
macabro sacrificio de la doncella.
Aquiles estudió las alternativas. Consideró incluso rescatar a la
muchacha para devolverla a su madre pero finalmente se decidió a
favor de un complicado plan para recuperar a la doncella del altar
mismo del sacrificio y sustituirla allí mismo por un cervatillo atrapado al
efecto, aprovechando que Calcante rodeaba siempre sus rituales de
penumbra y gran cantidad de humo. Aquiles confiaba que Patroclo y
algunos de sus mirmidones rescatarían a Ifigenia de las manos del
tenebroso Calcante y expondría allí mismo y ante todos al
desnaturalizado Agamenón. Pero el plan de Aquiles falló y cuando el
brazo del sacerdote descargó el mortal golpe de su enjoyado puñal en
medio de una cortina de humo, lo hizo no sobre el cuello de un cervatillo
como Aquiles había previsto, sino sobre la garganta de la infeliz Ifigenia,
cuya sangre corría sobre una ranura en la piedra para ir a verterse en el
dorado cáliz que sostenía Calcante.
Ulises y Néstor voltearon la mirada ante el asqueroso
espectáculo y el propio Agamenón fue presa de náuseas. Pero fue de la
garganta de Aquiles de donde partió un tremendo aullido de terror y de
rabia, sin poder apartar los ojos de la agonizante Ifigenia. Saltó y
desenvainó la espada, y de no haber sido por Ulises y Diomedes,
Aquiles hubiera decapitado a Agamenón allí mismo. Tuvieron que
intervenir también Idomeneo y Menelao para contenerlo, en tanto que el
anciano Néstor se inclinaba sobre Agamenón, que se convulsionaba,
con la barba y el rostro bañados por el vómito y las lágrimas. “¡Has
usado mi nombre para engañar a tu hija y a su madre y perpetrar así
esta infamia!”, le gritó Aquiles con todo el odio que le destrozaba el
pecho. “¡Eres más vil que un esclavo, y nos has llenado de oprobio a
todos!”, añadió. –“Los dioses, los dioses son los culpables”, murmuró
Agamenón entre sollozos.
El odio de Aquiles contra Agamenón sería profundo y duradero.
Sin embargo, en un gesto difícil de comprender, Aquiles no abandonó el
sitio de Troya ni dejó las fuerzas que comandaba Agamenón. “Troya
62
Pinceladas de la Historia
será mi penitencia”, se dijo. Su madre, Tetis, sacerdotisa de Nereo,
había advertido a Aquiles que si emprendía el asedio de Troya, no
regresaría de la guerra; así se lo había revelado el oráculo. De manera
que Aquiles abrazó su destino sabiendo que en Troya encontraría la
muerte.
A la mañana siguiente, cuando el cielo se cubría apenas con el
arrebol de la aurora, la flota de más de mil navíos inició su singladura.
De Ulises no se exalta ni la fuerza ni la fiereza, sino su
ingenio y astucia.
63
Roberto Gómez-Portugal M.
La maldición de los templarios
Las órdenes militares fueron un experimento que autorizó la
iglesia católica para elevar los ideales del caballero cristiano y darle a su
acción guerrera una justificación mística. La orden de los templarios
surgió durante la primera cruzada, allá por el año de 1128 y fue fundada
por Hugo de Payens y otros caballeros franceses, con el propósito de
asegurar los santos lugares de Palestina y de patrullar las rutas de
peregrinaje. Muchos otros guerreros y nobles se sumarían después a
este famoso grupo. Como el rey Balduino II les concedió un palacio
anexo al templo de Jerusalén, se les conoció como los caballeros de la
orden del templo, o los templarios. Junto con sus triunfos militares, los
templarios fueron acumulando dinero y riquezas, y después sus
negocios financieros incluyeron préstamos concedidos a los reyes y
nobles, por lo que a las riquezas de los templarios se añadía un gran
poder. Su mágica reputación iba también acompañada de rumores y
relatos sobre la conducta de los miembros de la orden y de oscuras
prácticas, que podrían considerarse aberrantes y hasta heréticas.
Retrato imaginario del último gran
maestre de los Templarios,
Jacques de Mollay
64
Felipe IV de Francia –a quien
apodaban “le bel” (el hermoso o
bello), era un monarca decidido y
firme que buscaba –allá por 1301consolidar su reino y sanear la
hacienda pública. Entró en fuertes
conflictos con el Papa Bonifacio VII y
a la muerte de éste, Felipe se las
ingenió para que fuera electo
Clemente V, un papa que era no sólo
francés, sino sobre todo dócil a las
órdenes y deseos de Felipe. La
influencia del rey francés era tanta
que hizo cambiar la sede pontificia
de Roma a Avignon, a las orillas del
Ródano.
Felipe
codiciaba
las
riquezas de los templarios, además
de que le estorbaban su poder y su
influencia, de manera que consiguió
Pinceladas de la Historia
que el obediente papa enjuiciara a los miembros de la orden del templo
por terribles acusaciones, entre ellas la de herejía.
Además de la complicidad del
papa, el rey Felipe –que se ganó el
apelativo de “el rey de hierro” después
de éstas y otras implacables accioneshabía contado con los buenos oficios
de un incondicional letrado, un
abogado que había sabido hurgar en
las entretelas de los códigos más
enredados, para tipificar los delitos y
encontrar los motivos legales que
justificaran el condenar a los
templarios. Este útil instrumento se
llamaba Guillermo de Nogaret.
Felipe IV de Francia, apodado
“le bel”
Después de un largo juicio que duró años y afectó a cerca de
quince mil personas, los principales caballeros templarios fueron
encontrados culpables y condenados a morir en la hoguera. El
personaje más notable era el Gran Maestre de la Orden del Templo, el
otrora poderosísimo Jacques de Mollay, reducido ahora a un guiñapo
humano después de haber sufrido los estragos de los interrogatorios
bajo tortura. Si bien los crueles instrumentos habían roto sus huesos y
desgarrado sus carnes, consiguiendo quebrar su espíritu y hacerle
aceptar su culpabilidad, Jacques de Mollay sintió renacer su fuerza
cuando se vio amarrado al poste de la hoguera y sintió sus pies
rodeados por atadijos de leña verde. A pesar del crepitar de las flamas
que ya comenzaban a envolver sus desgarradas vestiduras y del humo
acre que le quitaba el aliento, de Mollay alzó la voz y se hizo oír.
“¡Clemente papa, rey Felipe, letrado de Nogaret! Caiga la
vergüenza sobre vosotros y sobre vuestros hijos y descendientes. ¡Os
emplazo a que antes de un año comparezcáis ante el tribunal de Dios,
para responder de vuestros crímenes y recibir vuestro castigo!”
El humo ahogó su voz y las llamas envolvieron su cuerpo que
pronto se confundió, como una vara más, con la leña ardiente. Era
65
Roberto Gómez-Portugal M.
marzo de 1314. La multitud quedó asombrada y parecía estar paralizada
por momentos. Pero el encantamiento se esfumó y la turba empezó a
dispersarse, pues el espectáculo había terminado. Dicen que el rey
murmuró entre dientes:
“He cometido un error”.
–“¿Cómo?”, replicó uno de sus allegados “¿Un error?”
–“Sí”, masculló el rey. “¡Debí haberle cortado la lengua antes de
quemarlo!”
La maldición de los templarios parece haberse cumplido. En
efecto, tan sólo habían pasado 37 días del suplicio cuando se conoció la
muerte del papa Clemente. Ya tenía tiempo enfermo, el pobrecillo. El
abogado de Nogaret falleció en el mes de mayo de 1314. En noviembre
murió Felipe, a consecuencia de un golpe que sufrió al practicar su
deporte favorito, la cacería. Pero quizá la mayor maldición que habría de
caer sobre Felipe IV de Francia es que a la muerte de sus tres hijos –
Luis, Felipe y Carlos- que reinaron sucesiva y brevemente, no quedaría
heredero varón directo al trono del reino francés y que precisamente el
hijo de su hija Isabel, Eduardo III de Inglaterra, desataría la terrible
guerra que duró cien años, al reclamar para sí el trono de su abuelo.
66
Pinceladas de la Historia
Enrique y Becket
Otro famoso episodio del que Enrique
II fue protagonista es el asesinato de
Thomas Becket, arzobispo de Canterbury ¡santo Thomas Becket!, pues habría de ser
canonizado apenas tres años después de su
muerte.
Aunque Becket había sido antes
Canciller del reino y era amigo personal del
rey, una vez nombrado arzobispo de
Canterbury resultó menos manipulable de lo
que Enrique hubiera querido. Cuando
Enrique quiso imponer las Constituciones de
Clarendon, que limitaban de manera
importante la autonomía y el poder de la
iglesia, reforzando en cambio la autoridad
real, se encontró que su antiguo amigo y
compañero de parrandas, el ahora arzobispo
Thomas Becket, se negaba a aceptarlas.
Se desató entonces una lucha en toda
forma entre el rey y el arzobispo, en la que
ambos usaron todos los recursos y
triquiñuelas a su alcance. Becket se exilió
incluso voluntariamente a Francia durante un
tiempo para alejarse del poder de Enrique y
consiguió el apoyo del papa Alejandro III y
¡claro! del rey francés Luis VII, que apoyaría
cualquier causa con tal de fastidiar a
Enrique. Finalmente Becket regresó a
Inglaterra pero el asunto no se había resuelto
y las partes parecían irreconciliables.
¿Qué eran las
Constituciones de
Clarendon?
Durante el reino de
Esteban, que precedió a
Enrique en el trono, había
imperado la anarquía.
En 1164 Enrique quiso
poner un poco de orden y
dictó las Constituciones de
Clarendon, -un conjunto de
disposiciones jurídicas-, en
un intento por reducir la
influencia de la iglesia en
temas
administrativos
y
judiciales.
El principal objetivo de la
medida era resolver el
problema de los sacerdotes o
“clérigos delincuentes”, que
cometían abusos y delitos
pero no eran castigados
porque
las
cortes
eclesiásticas, a diferencia de
las cortes civiles, solían
perdonar al delincuente o
aplicarle un castigo leve.
Mientras en una corte civil el
acusado de homicidio pagaba
su crimen con la vida o sufría
mutilaciones, en las cortes
eclesiásticas se limitaban a
impedirle al religioso la
celebración de la misa.
Enrique pretendía que el
religioso acusado de algún
crimen grave, fuera primero
desaforado por una corte
eclesiástica
y
después
juzgado en una corte civil.
La mayoría de los
obispos ya habían expresado
su aceptación a las medidas
cuando Becket las rechazó y
entonces los demás se
sintieron obligados a apoyar
la negativa.
67
Roberto Gómez-Portugal M.
El asesinato de Thomas Becket, en una miniatura del S. XIII
Un día que estaba rodeado por sus principales barones Enrique
exclamó exasperado “¿No habrá quien pueda librarme de este cura
entrometido?” A buen entendedor, pocas palabras, y cuatro de sus
caballeros se pusieron de acuerdo para viajar a Canterbury.
Encontraron al arzobispo dentro de la catedral misma y los cuatro
hundieron sus espadas en el cuerpo de Becket justo a los pies del altar
en Canterbury, según afirman las versiones más románticas, aunque
probablemente el asesinato ocurrió al pie de la escalera que lleva al
claustro. Una oleada de indignación se desató al conocerse el asesinato
y aunque Enrique negó vigorosamente que él hubiera deseado la
muerte de Becket, nadie le creyó. El papa lo excomulgó y para lograr
ser perdonado tuvo que hacer una peregrinación a la tumba de Becket
vestido como penitente en ásperas telas de arpillera, además de
comprometerse a dar grandes sumas de dinero para las cruzadas a
tierra santa y otras cosas, en desagravio de la iglesia. Y ¡lo peor!, tuvo
que humillarse y dejarse azotar, semidesnudo, a las puertas de la
catedral de Avranches.
68
Pinceladas de la Historia
Becket fue canonizado en 1172 y en muy poco tiempo su
santuario en Canterbury se tornó en la meta de innumerables
peregrinaciones. La iglesia concedía indulgencia plenaria a quienes
visitaran su sepulcro y empezaron a registrarse de manera oficial los
milagros atribuidos a santo Tomás Becket. Pronto la capilla se vio
bellamente decorada con joyas de oro y plata que los devotos ofrecían
como exvotos.
Siglos después, el rey Enrique VIII saqueó el santuario de Becket,
pues Enrique Tudor rompía con la iglesia de Roma y, además, le
profesaba particular antipatía a un obispo que había logrado humillar a
un rey de Inglaterra. No obstante, los reformistas ingleses no lograron
eliminar del registro santoral romano el nombre de Tomás Becket, en
donde aún figura como santo.
Hollywood supo aprovechar este dramático episodio haciendo
la magnífica película El león en invierno en 1968, con Peter
O’Toole y Anthony Hopkins en los papeles protagónicos y a
Katharine Hepburn en el papel de Leonor de Aquitania, bajo la
dirección de Anthony Harvey.
69
Roberto Gómez-Portugal M.
Empresario emprendedor
Hernán Cortés se
tomó bien en serio lo de
la
expedición
y
su
nombramiento
como
Capitán
General.
Se
compró ropa elegante y
mandó hacer estandartes
de
terciopelo
rojo
bordados de oro y se
mudó al puerto de
Trinidad
para
allí
organizar la expedición a
gusto. Se instaló en una
posada
y,
dándose
muchas ínfulas, abrió allí
una especie de oficina de
reclutamiento a donde
acudían los buscafortunas
dispuestos
a
acompañarlo, algunos de
los cuales ya habían participado en expediciones anteriores. Pero Diego
Velázquez se enteró de lo que pasaba y no le gustó la fuerza que
estaba adquiriendo su pupilo, en quien, de inicio, no tenía mucha
confianza sobre su lealtad. De modo que Velázquez, como gobernador,
giró instrucciones al alcalde de Trinidad para que arrestara a Cortés e
impidiera la salida de la expedición.
Cuando se enteró Cortés de que el alcalde y un piquete de
soldados venían a detenerlo, ni siquiera se inmutó. Con una tranquilidad
y una osadía que habrían de caracterizarlo, se encaró con el alcalde
rodeado por sus “reclutas” muy bien armados y le hizo ver la
imposibilidad de que la autoridad impidiera que aquellos hombres, que
ya habían invertido toda su hacienda en preparar la expedición, dejaran
que su líder fuera aprehendido y sus planes frustrados, sólo por un
capricho del gobernador. El alcalde sensatamente decidió olvidarse del
asunto. Pero Cortés se dio cuenta de que el tiempo se le acababa, y se
70
Pinceladas de la Historia
fue a La Habana a terminar sus preparativos y a reunir algunos
seguidores más. Aunque Velázquez seguía girando órdenes para que
detuvieran a Cortés, la expedición zarpó de Cuba el 10 de febrero de
1519 con 10 u 11 barcos, medio millar de soldados, una docena de
cañones y otros tantos caballos. Cortés incluso se dio tiempo antes de
partir para mandar a Velázquez una irónica carta en donde le anunciaba
su partida y se declaraba su fiel servidor, ofreciéndole ganar para él
gloria y fortuna.
71
Roberto Gómez-Portugal M.
La Beltraneja
Las malas lenguas habían atribuido al rey Enrique IV de Castilla
el mote de “el impotente”, y todo porque en su matrimonio con Blanca
de Navarra no tuvo descendencia. ¿Cómo iba a tenerla el pobre
muchacho si a él no le gustaban las mujeres, sino los chicos de su
mismo sexo? Su matrimonio con Blanca fue anulado por el papa Nicolás
V, pero al rato insistieron en casar a Enrique con Juana de Portugal, con
eso de que había que asegurar la estirpe para el trono. En 1462 la reina
trajo por fin al mundo a una niña a la que llamaron Juana, como la reina.
Pero más que el nombre, para la niña pesaba el apodo que le dieron.
Como se dudaba tanto de la virilidad del monarca y había un ministro,
muy cercano al rey -y sobre todo a la reina- que se llamaba don Beltrán
de la Cueva, a la princesa Juana empezaron a llamarla la Beltraneja.
Para colmo, algunos hijos se parecen a sus padres, y la infanta Juana
tenía un notable parecido con el suyo... es decir, con el querido ministro
y mayordomo de palacio, don Beltrán.
¡Pobre Enrique! Su padre el rey
Juan II le había dejado el reino bastante
revuelto y las relaciones con los nobles y
poderosos de Castilla muy deterioradas.
Enrique se esforzó por restablecer la paz,
les entregó tierras y riquezas para
aplacar a algunos, con lo cual solo
consiguió despertar la ira y codicia de
otros. Pero entre los problemas que le
había heredado su padre estaban otros
dos, que eran sus hermanastros, hijos de
Juan II y de su segunda esposa, Isabel,
que también era de Portugal. Esos dos
problemas se llamaban Alfonso e Isabel.
Enrique logró hacer que las
Cortes reconocieran a Juana, su hija,
como princesa y heredera del reino, pero
como las voces que proclamaban su ilegitimidad no se apagaban, el rey
decidió declarar heredero a su hermanastro Alfonso y que Juana, la
Juana de Castilla, llamada “La
Beltraneja”
72
Pinceladas de la Historia
Beltraneja, se casara con él. Eso tal vez hubiera calmado los ánimos y
conciliado los intereses, de no ser porque en 1468, el bueno de Alfonso
se murió. Los nobles y revoltosos siguieron asediando al débil rey, a
quien no le quedó más remedio que firmar un tratado con los partidarios
de su hermanastra Isabel en el cual la nombra y reconoce como
heredera al trono de Castilla, dejando a su hija Juana fuera de la
sucesión. Ese convenio recibió el curioso nombre de Tratado de los
Toros de Guisando, pues se firmó cerca del cerro de Guisando, en la
provincia de Ávila, donde hay unas antiguas esculturas celtibéricas que
representan a unos toros. El célebre tratado imponía algunas
condiciones a Isabel, como la de casarse solamente con la aprobación
del rey. Pero en 1469, Isabel se casó secretamente con Fernando,
príncipe heredero de la corona de Aragón. Enrique consideró que el
tratado había sido violado por Isabel al casarse, así que lo declaró sin
efecto y proclamó a Juana como su heredera, jurando públicamente que
era su hija legítima.
Cuando muere Enrique en 1474, se desata la guerra civil en
Castilla. El reino se ha fracturado en dos bandos: uno, a favor de Juana
la Beltraneja, en torno a quien se agrupa la alta nobleza, que prefiere
una reina débil controlada por ellos, y apoyado por el rey de Portugal e
incluso el rey de Francia. El otro, a favor de Isabel, a quien secunda la
nobleza media que busca una monarquía fuerte y que se apoya
fundamentalmente en las ciudades y en la burguesía. Los secundan el
reino de Aragón y el duque de Borgoña. La guerra se prolonga hasta
1479 en que, tras la batalla de Albuera, que inclina la balanza a favor de
Isabel. Se firma entonces la Paz de Alcaçovas que pone fin a las
hostilidades y restablece la amistad entre las coronas de Castilla y de
Portugal. Incluso se conviene la boda de la infanta Juana, hija de
Fernando y de Isabel, con el príncipe heredero de Portugal.
A la Beltraneja le ofrecen dos alternativas: o bien casarse con el
hijo varón de Isabel y Fernando, el infante Juan, o bien renunciar a
todos sus títulos y pretensiones sobre Castilla e ingresar a un convento
en Portugal. Herida en su orgullo y en su dignidad, la que casi fue reina
de Castilla decidió ingresar al convento de Santa Clara de Coimbra,
donde pronunció sus votos. No obstante haber ya profesado como
monja, en 1482 el príncipe francés Francisco Febo, hijo de la hermana
73
Roberto Gómez-Portugal M.
del rey de Francia Luis XI, solicitó su mano. En la proposición se
transparentaba cierto interés del rey francés en presionar a Fernando e
Isabel en negociaciones territoriales. Sólo la muerte del joven noble
francés impidió que las cosas siguieran adelante. Después, en 1504,
cuando falleció Isabel y Fernando quedó viudo, el propio rey aragonés
quiso casarse con la Beltraneja para fortalecer su control sobre Castilla,
pues Fernando, como marido de Isabel nunca había sido aceptado
como rey de Castilla, sino sólo como consorte de la reina. Muerta ésta,
en Castilla la reina era Juana, la hija de los reyes católicos, apodada la
loca. Naturalmente, la Beltraneja no quiso aceptar como esposo a su
antiguo enemigo por ningún concepto.
La religiosa de Coimbra salía con frecuencia de esa ciudad y se
iba a Lisboa, donde pasaba temporadas viviendo con gran lujo y
desplantes de gran dama, todo ello favorecido por los reyes de Portugal.
Vivió hasta en año de 1530 y hasta su muerte siguió firmando cualquier
documento con las palabras: Yo, la reina.
74
Pinceladas de la Historia
¿Tenepatl?
Tenépatl era una niña nativa de una población conocida como
Painala, cerca de Coatzacoalcos, en lo que hoy es el estado de
Veracruz. Su padre era cacique de un amplio territorio y ella era lo que
podríamos llamar una princesa. Pero a la muerte de su padre todo
cambió, porque su madre se casó con un nuevo cacique y tuvieron un
hijo varón. Habían decidido que a la niña la harían a un lado para que el
varón heredase, pero para asegurarse que no estorbara, decidieron
mejor regalarla o venderla a unos comerciantes que venían de
Xicalango, que era una región a donde confluían muchas importantes
caravanas de comerciantes para intercambiar sus productos, entre los
que se incluían esclavos o cautivos. Estos comerciantes más tarde la
vendieron a gente de Tabasco, en donde la niña, ahora llamada
Malintzin o Malinalli quedó como fina mercancía, para servir
eventualmente de regalo o de pieza de trueque.
La Malinche
75
Roberto Gómez-Portugal M.
No queda duda de que Malintzin, como princesa, había recibido
una educación refinada y aparte de ser hermosa y desenvuelta, era
culta e inteligente. Como posesión o pieza de cambio, indudablemente
era un bien valioso para sus propietarios.
Cuando Hernán Cortés llegó a Tabasco en 1519, sometió con su
habilidad y astucia a los caciques de esa región. Éstos, a pesar de
poseer fuerzas superiores, cometieron el grave error de negociar y
buscar el favor de los conquistadores, en lugar de aprovechar sus
superiores fuerzas para vencerlos. El señor de Potochtlán, en señal de
sumisión y de amistad, quiso halagar a Cortés con generosos regalos.
Le envió joyas de oro, telas de rico tejido, refinados alimentos y un
grupo de jóvenes y bellas mujeres. Cortés hizo bautizar a las mujeres de
inmediato -sin ello no podía haber unión carnal con las nativas- y luego
las repartió entre sus hombres. Doña Marina –ése era el nombre en
castellano que le pusieron- fue asignada a Alonso Hernández
Portocarrero, que era uno de los capitanes preferidos de Cortés.
Ella tenía como idioma natural el náhuatl, pero conocía y hablaba
fluidamente el maya, que era el idioma de sus captores, y seguramente
conocía otras lenguas indígenas. Cortés pronto se dio cuenta de la
inteligencia y gran utilidad que esta joven mujer podría tener para él y
como Malintzin pronto aprendió castellano, se convirtió en su intérprete,
sustituyendo paulatinamente a Jerónimo de Aguilar, que había venido
desempeñando esta tarea y que conocía el maya pero no el náhuatl.
Pero Malintzin no sólo conocía las lenguas; sobre todo, conocía la forma
de pensar, las creencias y hasta las supersticiones y manías de los
pueblos indígenas, por lo que su asesoría y habilidad diplomática fueron
de crucial importancia para Cortés. Está claro que su ayuda fue clave en
la comunicación con los tlaxcaltecas, con quienes Cortés buscaba
concertar alianzas para enfrentar a los aztecas. Ella supo orientar las
negociaciones de Cortés para capitalizar el odio y resentimiento que los
diferentes grupos indígenas tenían hacia sus opresores por el
sangriento tributo que los obligaban a pagar en la forma de jóvenes
destinados a los sacrificios humanos. Probablemente el punto
culminante de su carrera como intérprete fue el primer encuentro, cara a
cara, que tuvieron Cortés y Moctezuma y que era considerado por todos
76
Pinceladas de la Historia
los pueblos indígenas algo así como un dios viviente, pero no de menor
importancia fueron los innumerables intercambios entre los españoles y
la gran cantidad de personajes con quienes Cortés tenía que tratar y
negociar.
Las crónicas románticas nos la presentan como “la amante” de
Cortés porque tuvo con él un hijo, pero yo creo que en esas gestas de
violencia era poco el amor que pudo haber existido entre conquistador y
cautiva; más bien se trataba de lujuria y de sumisión. No obstante, el
agradecimiento de Cortés hacia doña Marina puede percibirse en el
hecho de casarla bien, es decir, con un hidalgo, como fue Juan
Jaramillo, el esposo que Cortés le escogió. Incluso, en una carta Cortés
escribió: “...después de Dios, le debemos la conquista de la Nueva
España a doña Marina”.
El hijo que tuvo de Cortés, don Martín Cortés, fue el primer
mestizo de importancia histórica, pues ocupó un cargo de cierta altura
en el gobierno de la Nueva España e incluso fue Comendador de la
Orden de Santiago, hasta que, lamentablemente, se vio involucrado en
una conspiración contra el virrey y fue ejecutado. De su esposo, don
Juan Jaramillo, Malintzin tuvo una hija, que recibió el nombre de María.
La historia ha atribuido a la Malinche un amargo papel, como
presunta traidora de su pueblo ante el conquistador, como la
“vendepatrias” que ayudó al extranjero a dominar nuestras tierras. Nada
podría ser más injusto ni más alejado de la verdad. Para Malintzin los
aztecas no eran su pueblo ni representaban su patria, como tampoco lo
eran los caciques de Tabasco que la habían comprado como mercancía
y como tal, regalado a los españoles. Precisamente una de las grandes
habilidades de Cortés para lograr la conquista fue el saber emplear las
fuertes enemistades existentes entre los diferentes pueblos indígenas y
usarlas en su beneficio. La Malinche no fue sino otro de sus
instrumentos. Quizá sería más justo reconocerla como la madre
fundadora de una nueva raza, de ésa que resultaría de la dolorosa
fusión de dos culturas y que daría por resultado el mexicano.
77
Roberto Gómez-Portugal M.
Rey de corazones
Ricardo, quien reinaría como Ricardo I de Inglaterra, fue el tercer
hijo de Enrique II y Leonor de Aquitania y es probablemente el rey más
famoso en la historia de ese país. Pero sobre todo, Ricardo es una
figura romántica, cuya personalidad ha sido idealizada y mitificada,
hasta el grado de asignarle el sobrenombre de “corazón de león”, y
haciendo contrastar su grandeza y generosidad con la mezquindad y
bajeza de su hermano Juan, apodado “sin tierra”.
Retrato imaginario de Ricardo I de Inglaterra
78
Pinceladas de la Historia
Ricardo nació en Oxford, Inglaterra, en el castillo de Beaumont,
pero al igual que toda su familia, era realmente más francés que inglés.
Siempre fue el hijo favorito de su madre, la poderosa duquesa de
Aquitania y de ella fue investido con el título de duque de Aquitania en
1168 y conde de Poitiers en 1172.
Ricardo tuvo una excelente educación y cultivó su inclinación
romántica y literaria escribiendo poesía y componiendo canciones, lo
mismo en francés que en occitano. Se dice que era un hombre muy
apuesto, con el cabello rubio-rojizo, ojos azules y piel muy blanca.
Desde temprana edad, su habilidades militares y políticas le dieron
renombre, lo mismo que su valentía y caballerosidad, y tuvo que
combatir intensa y frecuentemente para controlar las rebeliones de los
nobles en su propio territorio.
Las relaciones de su padre, Enrique II, con Ricardo y con sus
demás hermanos no eran buenas. En 1170, su hermano mayor Enrique
el Joven fue coronado rey de Inglaterra como Enrique III, pero sólo
nominalmente, pues su padre Enrique II no tenía ninguna intención de
dejar el poder.
En 1173, Ricardo y sus hermanos Enrique el Joven y Godofredo,
apoyados por su madre Leonor y por el rey Felipe II de Francia, se
sublevaron contra su padre, planeando destronarlo y dejar a Enrique el
Joven como el único y efectivo rey de Inglaterra. Para agravar aún más
las cosas, su padre había tomado como amante a la prometida de
Ricardo, Adela o Alix de Francia lo que hacía ya imposible su
matrimonio con ella. Es importante añadir que Alix era hermana de
Felipe, el rey francés, y el hecho de que Enrique la hubiera tomado
como amante convertía en insulto lo que debería haber sido una
favorable y honrosa unión si el rey inglés la hubiera, en efecto, casado
con Ricardo. Como es claro, las pasiones estaban exacerbadas. La
lucha entre padre e hijos fue una verdadera campaña militar, con
sangrientas batallas, en la cual Enrique fue triunfando sobre sus hijos.
Aunque sólo tenía 17 años, Ricardo fue el último de sus hermanos en
mantenerse en contra de su padre, pero cuando se encontraron frente a
frente, en 1174, la nobleza de Ricardo le impidió alzar su brazo contra
su padre y señor, se inclinó ante él y le pidió perdón.
79
Roberto Gómez-Portugal M.
Como señor de la Aquitania y del Poitou, Ricardo tenía más
territorio, poder y riqueza que muchos reyes, pero él no estaba
satisfecho. Tras la fracasada rebelión contra su padre, Ricardo se
concentró en sofocar las revueltas internas de sus propios vasallos, los
nobles de Aquitania, y particularmente en la región de Gascuña, donde
el espíritu rebelde e insubordinado de los gascones parecía ser un
rasgo de carácter generalizado. Los nobles rebeldes querían derrocar a
Ricardo y jugaban hábilmente con las desavenencias entre la familia,
despertando la codicia y aprovechando su falta de escrúpulos.
Convencieron a Enrique y a Godofredo a unirse a los insurrectos.
En la primavera de 1179 los rebeldes se habían pertrechado en la
fortaleza de Taillebourg, en el valle de Charente. El castillo estaba muy
bien defendido y se consideraba inexpugnable, pues tres de sus lados
estaban rodeados por un inmenso acantilado y el cuarto costado tenía
una sólida muralla. Nadie creía que hubiera forma de rendir la fortaleza.
Ricardo se dedicó primero a destruir y saquear las granjas y tierras que
rodeaban el castillo, dejando a sus defensores sin posibilidad alguna de
recibir refuerzos ni de comunicarse con el exterior. Entre los sitiados
empezó a cundir la desesperación y tomaron la decisión de dejar la
seguridad de su castillo y atacaron a Ricardo fuera de las murallas. El
gran guerrero se dejó ver entonces: colocándose valientemente al frente
de sus tropas, abatió al ejército defensor y los persiguió a través de las
puertas abiertas, hasta sus propios patios. El castillo cayó en sus manos
poco después. La victoria de Taillebourg disuadió a muchos de los
barones de sus ideas de rebelión y al poco tiempo juraron su lealtad a
Ricardo, quien adquirió una reputación de valeroso y hábil comandante
militar.
Pero las dificultades de Ricardo con sus barones vasallos no
cesaron. Apenas unos años después de Taillebourg, un problema de
sucesión en el condado de Angulema llevó a Ricardo al enfrentamiento
con sus súbditos. Algunos barones se acercaron a Felipe II de Francia
pidiendo su apoyo. Felipe, quien no perdía ninguna oportunidad de
inmiscuirse en los asuntos de Ricardo y su familia, seguro siempre de
obtener algún beneficio personal, los apoyó, por lo que la lucha se
extendió hacia Limousin y Perigord. Ricardo logró sofocar la rebelión,
pero no tuvo pausa ni paz, pues inmediatamente después tuvo otro
80
Pinceladas de la Historia
enfrentamiento con su padre Enrique II, apoyado esta vez por sus
hermanos, Enrique el Joven y Godofredo, y las fuerzas de éste último
incluso invadieron Aquitania, en un intento de someter a Ricardo. La
causa del conflicto era que los dos Enriques, el padre y el hermano de
Ricardo, exigían que éste rindiera homenaje a su hermano como rey
“nominal” de Inglaterra. Ricardo se negaba. Para empeorar las cosas,
algunos barones aquitanos, vasallos de Ricardo, que apenas habían
quedado aplacados años atrás, aprovecharon la invasión de Godofredo
para unirse a él en contra de su duque, Ricardo. No obstante tantas
traiciones y defecciones, el gran guerrero, logró vencerlos y castigó con
crueldad la deslealtad de los suyos, ejecutando a los prisioneros.
Un buen día, en 1183, su hermano Enrique murió de disentería.
Podría pensarse que la muerte de Enrique resolvería las dificultades,
pero entonces su padre dio permiso a Juan, el hermano menor, de
invadir Aquitania y proseguir la campaña contra Ricardo. Con la muerte
de Enrique, Ricardo quedaba como el mayor de los hijos vivos y como
tal, heredero de la corona de Inglaterra, algo que su padre se negaba a
aceptar.
Ante tantas desavenencias familiares, Ricardo buscó apoyo en
Felipe II, el rey de Francia, y nominalmente su señor feudal por las
tierras de Aquitania y Poitou. Además, Felipe era hijo del primer marido
de su madre, Luis VII de Francia y de su tercera mujer, Adela de
Champagne. Pero Ricardo saltaba de la sartén al fuego, pues Felipe era
un intrigante de primera categoría, dispuesto a fingir amistad y a
cambiar alianzas según su conveniencia. Ya tendría Ricardo ocasión de
conocerlo mejor...
Por el momento, la “amistad” con Felipe parece rendir frutos para
Ricardo, pues juntos emprenden una expedición contra Enrique II y lo
vencen en la batalla de Ballans y, ante la derrota, lo convencen de no
nombrar a Juan como heredero al trono de Inglaterra sino respetar el
mayorazgo de Ricardo y reconocerlo como sucesor. Enrique muere
apenas unos días después por lo que se alzan algunas voces de
sospecha sobre si Ricardo tuvo algo que ver en la muerte de su padre.
Ricardo queda de pronto como rey de Inglaterra, además de duque de
Aquitania y Conde de Anjou.
81
Roberto Gómez-Portugal M.
El comportamiento de Ricardo, valeroso y galante a la vez, le ha
ido ganando fama. A diferencia de otros líderes, Ricardo no dirige a sus
hombres a distancia ni a través de intermediarios, sino que se mezcla
con ellos y es el primero en la línea de batalla, arriesgando su vida
como cualquier soldado. Come lo mismo que su tropa y después de la
batalla se preocupa por los heridos antes que por su propio descanso.
Es duro y exigente, pero no pide lo que él mismo no estaría
dispuesto a hacer. Es hombre de palabra y no tolera la deslealtad ni la
traición. El trovador Bertrand de Born lo apodó Ricardo “Óc e Non” (sí y
no) porque sus decisiones eran irrevocables y su palabra siempre
cumplida.
Robin Hood ¿historia o leyenda?
82
Pinceladas de la Historia
El forajido de Sherwood
La historia de Robin Hood, el bandido que robaba a los ricos para dar a los pobres,
ha servido para magnificar la leyenda de Ricardo Corazón de León. Se desarrolla
bajo el odioso reinado de Juan, apodado “sin tierra” precisamente porque se
estimaba que su gobierno y su mandato eran espurios, mientras su grandioso
hermano Ricardo –el legítimo rey de Inglaterra- se había ido a la cruzada o estaba
secuestrado por sus enemigos al venir de regreso a su reino. Peor aún, mientras el
pueblo y los fieles vasallos de Ricardo hacían esfuerzos denodados por reunir el
cuantioso rescate que exigían los captores del “buen rey Ricardo”, Juan no hacía
nada por ayudar a su hermano y rey y procuraba adueñarse de esos dineros,
atesorándolos para sí y para repartirlos con su pandilla de incondicionales traidores.
El imaginario bandido Robin Hood y su banda.
Se supone que Robin Hood y su banda vivían y se escondían en el bosque de
Sherwood, cerca de la ciudad de Nottingham, en el norte de Inglaterra. Robin,
habilísimo arquero y pillo simpático, era el defensor de los pobres y de los oprimidos
a quienes el sheriff de Nottingham, un desalmado esbirro de ese malvado aún mayor
–el príncipe Juan- maltrataba y expoliaba.
Históricamente no está nada claro que haya existido el mítico héroe, aunque
diferentes autores han querido encontrar ávidamente un Robin Hood real, y hallaron
personajes con nombres parecidos, que bien pudieron ser el legendario bandido
83
Roberto Gómez-Portugal M.
Como pasa con todas las leyendas, el tiempo ha contribuído a irlas embelleciendo y
a hacerlas apetecibles. En el caso de Robin Hood, han ido apareciendo como
miembros de su banda simpáticos personajes como Little John, un amable y
valeroso gigantón que acompaña y ayuda a Robin, o el fraile Tuck, un monje
sinvergüenza y bebedor de cerveza que también forma parte de la banda. Incluso
está presente el elemento romántico en la persona de Marian, una enigmática
novicia que reparte su tiempo entre la vida conventual y su amorío con el proscrito
bandido.
Robin Hood y sus hombres eran arqueros habilísimos
En las primeras baladas que se escriben sobre Robin Hood, el personaje es
descrito como un caballero (gentleman), que era el nombre que se daba a los
comerciantes o granjeros independientes. Desde el principio queda claro que Robin
no era un hombre del pueblo, metido a bandolero al no tener nada qué perder, sino
un personaje de cierto nivel que arriesga su vida y su condición a favor de los más
desposeídos, lo cual le da a la historia un tinte romántico desde el principio. Más
tarde, surgen quienes creen haber encontrado a Robin Hood en la figura de Robin
de Locksley, o Robert Fitz Ooth, conde de Huntington, con lo que el bandido
adquiere tintes de nobleza y se le sitúa casi exactamente alrededor de 1190 cuando
el rey Ricardo Corazón de León parte hacia Jerusalén en la Tercera Cruzada.
Aunque nada de esto sea históricamente demostrable, la belleza del relato que
presenta a Robin Hood como un bandido o como un resistente que combate por
una causa justa, es innegable.
84
Pinceladas de la Historia
¡Entre abogados te veas!
Uno de los primeros puntos que tocó Cortés en su expedición a
México fue cerca de la desembocadura del caudaloso torrente que hoy
conocemos como río Grijalva, en la zona de Tabasco, sitio a donde ya
había llegado en una expedición anterior Juan de Grijalva. Cortés
estaba bien consciente de que el implacable y desconfiado Diego
Velázquez lo tenía muy vigilado y bajo escrutinio constante a través de
partidarios que Velázquez, casi en calidad de espías, había plantado
entre su gente. Sabía que tenía que cuidarse de cualquier posible
acusación que lo metiera en problemas con las autoridades españolas.
¡Como si fueran pocos los que ya tenía! Había salido de Cuba casi
como proscrito y siendo buscado y perseguido por Velázquez, quien
utilizaría el más mínimo error de Cortés para detenerlo y castigarlo.
Las formalidades que Cortés tenía que cumplir parecían ridículas
en una guerra de conquista. Antes de enfrentarse en batalla a los
indígenas, Cortés debía conminarlos –y así lo hizo tres veces, a rendirse
sin luchar, a abrazar la fe católica y a jurar obediencia al rey de España.
Los caciques indígenas que ni siquiera entendían los gritos de esos
locos que los miraban desde la playa, enarbolando una cruz y unos
estandartes extraños, se preguntaban de qué se trataba todo eso. Sea
lo que fuere, los indios estaban seguros de que no era nada bueno y
decidieron mandarle, por toda respuesta, una lluvia de flechas y de
piedras. El escribano tomó debida cuenta de los hechos y levantó un
acta circunstanciada. Una vez cumplidas las formalidades, Cortés y sus
hombres atacaron fieramente con espadas y arcabuces, dando
mandobles a diestra y siniestra y haciendo ruidosas explosiones con los
toscos arcabuces que, aunque no dieran en el blanco, hacían un ruido
que sobrecogía a los indígenas hasta la médula. Los indios luchaban
valerosamente, pero poco podían hacer con macanas y flechas ante la
superioridad del armamento español. Terminaron hechos trizas y las
calles sembradas de cadáveres; Cortés y sus hombres se apoderaron
de la población. El escribano no dejaba de asentar todos los detalles.
85
Roberto Gómez-Portugal M.
El caudaloso río Grijalva
Cortés y sus hombres entraron a la pequeña población. En el
centro de una plaza crecía un árbol enorme –una de esas ceibas
monumentales que no son raras en esa región de Tabasco y Cortés,
siempre consciente de que estaba siendo vigilado, se acercó muy
teatralmente, le dio unos cuantos tajos firmes y fuertes con la espada y
proclamó que tomaba posesión de aquellas tierras en nombre del rey de
España don Carlos I.
Cortés no era abogado ni mucho menos. Apenas había cursado
unos meses en la Universidad de Salamanca donde nunca se distinguió
como estudiante. Pero Cortés había sido escribano durante un tiempo
cuando llegó a la isla la Española, que hoy conocemos como Santo
Domingo. Don Hernando era un hombre práctico e inteligente y
ciertamente había adquirido gran habilidad para manejarse en esa
resbaladiza burocracia, de manera que obraba muy cuidadosamente al
declarar que lo que hacía, lo hacía en nombre del rey de España. Con
ello, callada e implícitamente estaba desconociendo a Diego Velázquez
-teóricamente su jefe, y a quien debía el estar al mando de la
expedición- y se ponía bajo la autoridad directa del rey, con lo cual sólo
rendiría cuentas al propio monarca. Mejor que si hubieran existido
videograbaciones, el escribano hacía constar en todo detalle las
acciones y daba fe.
86
Pinceladas de la Historia
Cien pesos de Matías Romero
Por aquella turbulenta época había un oscuro abogado
oaxaqueño que empezó a sobresalir del montón de burócratas. Se
llamaba Benito Juárez. Había sido miembro de Tribunal Supremo de
Justicia de Oaxaca y como gobernador interino de su estado había
tenido los pantalones de impedir que Santa Anna cruzara por sus
territorios cuando andaba fugitivo. Por cierto que cuando el dictador
recuperó el poder, se cobró la ofensa mandando a Juárez a pasar un
tiempo en las terribles “tinajas” de San Juan de Ulúa, de donde luego
fue deportado a la Habana y de allí se exilió a Nueva Orleáns.
Cuando el general Juan Alvarez, junto con Ignacio Comonfort,
lanzó su Plan de Ayutla para derrocar a Santa Anna, Juárez y otros
exiliados de Nueva Orleáns como Ponciano Arriaga y Melchor Ocampo
no se entusiasmaron mucho, pues no esperaban que un puñado de
rústicos guerrerenses lograran gran cosa. Incluso cuando Comonfort los
invitó a unírsele su interés fue tibio. Sin embargo Juárez opinaba que no
había que subestimar la revuelta de los guerrerenses y finalmente se les
unió en Acapulco en 1855. El general Alvarez vió la llegada de Juárez
como oportunista y al principio le dió sólo un puesto modesto, pero al
poco tiempo el indio oaxaqueño mostró cualidades de ser un valioso
asesor político y Alvarez lo incorporó a su gabinete como Ministro de
Justicia.
Peso mexicano de plata ca. 1921
87
Roberto Gómez-Portugal M.
El Plan de Ayutla había llevado al general Juan Álvarez a la
presidencia de la república casi contra su voluntad. El viejo cacique
guerrerense no tenía ni siquiera ganas de venir a la ciudad de México y
cuando finalmente lo hizo se sintió fatal. Extrañaba el clima cálido de su
tierra, detestaba la comida y sobre todo, se sentía – y en realidad era –
despreciado por la estirada sociedad capitalina que lo veía como rústico
y primitivo. No aguantó más que unos cuantos meses y le “heredó” el
cargo a Ignacio Comonfort, quien había participado con Álvarez en la
revolución de Ayutla y ahora era su ministro de Guerra.
Ya presidente, Comonfort, no tenía ganas de mantener a Juárez
en su gabinete, por lo que decidió mandarlo como gobernador a su
estado natal. Se cuenta que cuando se disponía irse a Oaxaca como
gobernador, Juárez andaba tan pobre que el trajecito negro que vestía
relumbraba de luido y de gastado.
Don Benito estaba ya recogiendo y empacando sus escasos
efectos personales para dejar la oficina que ocupaba como Ministro de
Justicia cuando le avisaron que un joven solicitaba ser recibido. Juárez
ordenó que lo hicieran pasar y el muchacho se presentó como Matías
Romero Avendaño, procedente de Oaxaca. Don Benito hizo memoria y
recordó, en efecto, haber tenido trato social con el padre de Matías, un
comerciante de esa región. Matías se
comportaba con atento respeto hacia
don Benito y a Juárez le cayó bien
desde el primer momento. Le explicó
que el motivo de su visita era pedir su
recomendación para entrar al Ministerio
de Relaciones, donde esperaba poder
desarrollarse y hacer carrera. Como
conocía la precaria situación económica
del gobierno mexicano, Matías no
pretendía un empleo remunerado, sino
que lo dejaran ingresar como “meritorio”,
es decir, sin sueldo. Juárez no vio
inconveniente en acceder a la petición
del joven y de paso quedar bien con su
Matías Romero
papá, pues ahora que regresaba a
88
Pinceladas de la Historia
Oaxaca no le vendría mal tener todos los amigos que pudiera, así que
accedió a dar a Matías la recomendación necesaria para lograr su
deseo.
Romero se dio cuenta del triste estado de la ropa de Juárez y se
preguntó cómo podría ofrecer ayuda a don Benito sin que su oferta
resultara ofensiva. El joven Matías hábilmente comentó que su papá lo
había mandado a cobrar unos dineros en la capital y que por ello
disponía de efectivo. Sutilmente mencionó que, con motivo de su viaje a
Oaxaca don Benito tendría seguramente que renovar su guardarropa,
por lo que, si quería, podía prestarle 100 pesos al señor Juárez para ese
propósito y así él no tendría que llevar tanto dinero en su persona.
Juárez aceptó de muy buena gana y a la vez se dio cuenta de la
habilidad del muchacho para plantear las cosas con gentileza. No en
balde el joven Matías habría de convertirse, con el paso del tiempo, en
el mejor diplomático que tendría México y habría de prestar a Juárez, ya
convertido en presidente, sus valiosos servicios.
89
Roberto Gómez-Portugal M.
Un buen caballo
Los españoles habían observado desde sus primeras batallas el
pánico que entre los indígenas causaba el estruendo de los cañones, lo
mismo que los caballos, animal que los indios nunca habían visto y que
de alguna manera consideraban estrechamente vinculado a su jinete,
quizás formando con él una sola unidad.
Caballo español de raza pura
Después de una de esas batallas en Tabasco, en donde los
españoles habían estado a punto de ser vencidos y solo se salvaron por
la oportuna intervención de su caballería, Cortés se reunió con los
caciques para parlamentar. Hábilmente, los españoles metieron una
yegua en celo al recinto donde iban a reunirse, para que se impregnara
bien con el aroma del animal. Luego se llevaron a la yegua. También
cargaron con pólvora uno de los cañones más grandes que tenían y lo
dejaron cerca.
Cuando llegaron los caciques a hablar con Cortés, él se mostró
extraordinariamente enojado y con ademanes de indignación. Durante la
plática, los españoles hicieron tronar el cañón que habían preparado y
los caciques indígenas casi se desmayaron por el estruendo.
90
Pinceladas de la Historia
El caballo español
Cuando los moros invadieron la
península ibérica en el siglo VIII,
llevaron consigo sus famosos
caballos árabes que, al mezclarse
paulatinamente con los caballos
oriundos de España, fueron dando
una nueva variante equina. El
caballo español combina la gracia,
vitalidad e inteligencia del caballo
árabe con la mayor robustez de las
razas nativas, dando por resultado
un caballo de gran temperamento
y elegancia. Durante los siglos
XVII y XVIII los caballos españoles
conocidos
como
–también
andaluces- eran muy solicitados
en las cortes de Europa, pues se
les consideraba los más propios
de la aristocracia.
Al poco rato y escogiendo un
momento oportuno de lo que decía
Cortés, unos soldados acercaron a
un caballo garañón. El animal, en
cuanto percibió el olor que había
dejado la yegua, relinchó y se
encabritó, queriéndose abalanzar
hacia donde había estado la yegua,
que era justamente donde ahora
estaba Cortés parlamentando.
Los caciques temblaban de
terror, Cortés se acercó al caballo
con la seguridad del amo, lo acarició,
susurrándole algunas palabras e hizo
seña a los mozos para que se lo
llevaran del lugar. Luego regresó y
dijo a los caciques que no se
preocuparan, que ya lo había
calmado explicándole que ellos
venían dispuestos a negociar de
buena fe y en son de paz. Sobra decir que los indígenas estuvieron más
que dispuestos a aceptar los términos que Cortés les impuso.
91
Roberto Gómez-Portugal M.
Paz conyugal
El matrimonio de Leonor y Enrique no fue siempre miel sobre
hojuelas. La brumosa y fría Londres le parecía a Leonor un lugar
inhóspito, comparado con
Turbulentos pero amorosos...
la soleada Guyena, y tocar
Leonor y Enrique no fueron un matrimonio
la viola o hilar lana eran
modelo, pero aún así, se las arreglaron para
ocupaciones aburridas que
tener 8 hijos.
contrastaban
con
el
• Guillermo (n. Normandía, 17.8.1152 - m.
ambiente
divertido
y
castillo de Wallingford, Berkshire, IV.1156),
conde de Poitiers.
galante de sus castillos de
• Enrique (n. palacio de Bermondsey, Surrey
Poitiers o de Burdeos.
•
•
•
•
•
•
92
28.2.1155 - m. château de Martel, Turena,
Francia, 11.6.1183), duque de Normandía y
conde de Anjou, nombrado corregente de su
padre en 1170.
Matilde (n. castillo de Windsor, Londres,
VI.1156 m.
Brunswick, Alemania,
28.6.1189), casada con Enrique "el León",
duque de Baviera, Sajonia y de Brunswick.
Ricardo (n. palacio Beaumont, Oxford,
8.9.1157 - m. de heridas recibidas durante el
asedio a Châlus, Francia, 6.4.1199), sucesor
de su padre en el trono, conocido como
"Ricardo Corazón de León".
Godofredo (n. Londres, 23.9.1158 - m.
durante un torneo, París, 19.8.1186), conde
de Anjou y duque de Bretaña por su
matrimonio.
Leonor
(n.
château
de
Domfront,
Normandía, 13.10.1162 - m. monasterio de
las Huelgas, Burgos, 31.10.1214), casada
con Alfonso VIII, rey de Castilla.
Juana (n. château de Angers, Anjou, X.1165
- m. abadía de Fontevrault, 4.9.1199),
casada primero con Guillermo II "el Bueno",
rey de Sicilia, y luego con Raimundo VI,
conde de Tolosa.
Juan (n. palacio Beaumont, Oxford,
24.12.1166 - m. castillo de Newark,
Nottinghamshire 18.10.1216), sucesor de su
hermano Ricardo en el trono, conocido como
"Juan Sin Tierra".
Además, pronto se
enteró de la existencia de
una joven dama de rubios
cabellos y dulce disposición
con quien Enrique se
entendía bien. Se llamaba
Rosemond Clifford.
La infidelidad era un
detalle que a Leonor le
parecía poco importante
cuando ella lo ejercía, pero
le molestaba más cuando
la incurría su marido. Le
hizo una escenita a Enrique
y éste, dócilmente, le
prometió que se desharía
de Rosemond. –“Si la veo,
la mato”, le advirtió Leonor
con su habitual calma.
Enrique se limitó a mandar
a Rosemond a un castillo
no muy lejano, donde
podría visitarla a su antojo
Pinceladas de la Historia
y para que a Leonor se le pasara el mal humor, le propuso hacer un
viaje para visitar sus posesiones en Francia.
Los soberanos fueron recibidos con festejos en Rouen y en
Burdeos, y en Poitiers Leonor se reencontró con Bernardo de
Ventadour, su trovador favorito por el que sentía un afecto más que
platónico. Los versos que le dedicaba el inspirado poeta sacudían las
fibras más sensibles de la bella reina. A pesar de Bernardo, la relación
con su marido mejoró y para cuando regresaron a Inglaterra, el futuro
Ricardo Corazón de León ya se movía en el vientre de su madre. Hay
que decir que, a pesar de sus turbulentas y difíciles relaciones, Enrique
y Leonor se las arreglaron para traer 8 hijos al mundo.
Los viajes entre Inglaterra y sus posesiones en el continente se
repitieron casi sistemáticamente. Tanto, que durante los siguientes diez
años Leonor pasó probablemente más tiempo en Poitiers que en
Londres. Allí, volvió a crear esa corte galante y divertida que había
presidido antes de ser reina de Inglaterra y en donde las damas y los
caballeros escribían poemas y canciones, y analizaban los problemas
del amor y de la cortesía galante. Incluso escribieron un código de amor
de treinta y un artículos, en donde se listaban reglas como “el
matrimonio no constituye una excusa válida contra el amor”, o bien “el
amor que no crece, disminuye”, o incluso “nada impide que una mujer
ame a dos hombres, o que un hombre dé su corazón a dos damas”.
También se planteaban los problemas del amor y se disertaba y se
discutía sobre ellos. Por ejemplo, “El amor verdadero, ¿puede existir
entre esposos?”
Estas inclinaciones de Leonor, y otras cosas fueron haciendo que
su relación con Enrique se tornara cada vez más tormentosa. Los hijos
del rey, Enrique, Ricardo, Godofredo y Juan se rebelaron en un
momento dado contra su padre, descontentos con ciertos repartos de
tierras y nombramientos que él había hecho entre ellos. Leonor había
contribuido activamente a las intrigas familiares, como lo había hecho
también Felipe, el heredero del rey de Francia e hijo de su tercera
esposa, Adela de Champagne. De hecho, las relaciones con el
exmarido de Leonor, Luis VII, no habían dejado de ser intensas. ¿Y
cómo no iban a serlo, si tanto Enrique como Leonor, en su condición de
93
Roberto Gómez-Portugal M.
duques de Normandía él, y de Aquitania ella, eran técnicamente
vasallos del rey de Francia? Además, Enrique, como rey de Inglaterra,
representaba el poder antagónico más fuerte a que tenía que hacer
frente el reino de Francia. Enrique y Luis habían convenido años atrás
que la pequeña hija de Luis se casara con Ricardo de Inglaterra, y como
era habitual en aquellos tiempos, la pequeña princesa se fuera a vivir y
fuese criada en la corte de sus futuros suegros. La pequeña Adèle vivía
con ellos desde los dos años de edad.
Cuando los hijos se
rebelaron contra Enrique, la cosa
fue bastante seria, pues las tropas
de unos y otros se enfrentaron en
sangrientas batallas. Leonor tomó
claro partido a favor de ellos y en
especial de su favorito, Ricardo.
Aquello era el colmo, así que
Enrique
la
mandó
apresar
sorpresivamente mientras ella
Sello utilizado por Leonor de
estaba en el castillo de Chinon y
Aquitania
la hizo traer a Inglaterra para
alrededor del año 1200
recluirla en la torre del castillo de
Salisbury. Esa sería su morada durante los próximos ¡dieciséis años!
Eso sí, de vez en cuando la dejaba salir para celebrar algunos eventos
en familia, en particular, algunas Navidades.
Pero la verdad es que Enrique no se llevaba bien con nadie. Años
atrás había protagonizado el escandaloso incidente que culminó con la
muerte de Tomás Becket y que tanto le costó en prestigio y popularidad.
Además de sus dificultades con Leonor, sus hijos no cesaban de
conspirar contra él -ayudados a veces por Felipe de Francia, primero
como príncipe y luego ya como Felipe II a la muerte de su padre- y
quizá con buenas razones. La pequeña Adèle había crecido y se había
convertido en una bella mujer. En vez de casarla con Ricardo, como
había sido acordado, Enrique la hizo su amante, primero
escondidamente y luego de manera más descarada. Ni a Ricardo ni a
Felipe les gustaba la situación. Enrique confiaba en su hijo menor, Juan,
como su mayor esperanza, pero cuando Juan también lo traicionó, su
94
Pinceladas de la Historia
ánimo comenzó a desmoronarse. Tuvo que pactar una tregua humillante
con el joven rey francés y con su propio hijo Ricardo y finalmente murió,
maldiciendo a sus hijos, a su mujer y hasta el día en que había nacido.
Ricardo liberó a su venerada madre a la muerte de Enrique, y
Leonor, que ya tenía entonces sesenta y ocho años, con su
acostumbrada tranquilidad y elegancia, regresó a instalarse en su
adorado Poitou. Todavía la vida le deparaba misiones importantes,
como fue la de reunir el rescate para la liberación de su amado Ricardo
cuando éste fue hecho prisionero por el alevoso Leopoldo de Austria y,
años después, obtener la mano de su propia nieta, Blanca de Castilla,
para casarla con el futuro Luis IX –san Luis- de Francia. Leonor pasó
sus últimos años en la abadía de Fontevraux, en sus dominios
franceses, y allí murió esta asombrosa señora, a la tierna edad de
ochenta y dos años.
95
Roberto Gómez-Portugal M.
Cátaros o albigenses
En la Francia meridional y en la alta Cataluña, se desarrolló
durante los siglos XII y XIII la llamada herejía de los cátaros o de los
albigenses. Los cátaros eran una secta medieval cuyo objetivo era
lograr una pureza absoluta de costumbres. La palabra misma viene del
griego y transmite la idea de limpios o puros. Tal vez el origen de sus
creencias se encontrara en los bogomilos, una secta que surgió en lo
que hoy es Bulgaria en el siglo X, encabezada por un misterioso monje
llamado Bogomil. Se les consideró herejes porque negaban la Santísima
Trinidad, la divinidad de Cristo y la realidad de su forma humana y
fueron
perseguidos
intensamente,
especialmente por Boris, rey de Serbia,
hasta que se refugiaron en Bosnia.
Las herejías, aunque reprimidas con
mucha fuerza en algunas regiones,
encontraron en cambio cierta tolerancia en
los
países
meridionales,
si
bien
ocasionalmente fueron aprobadas algunas
sentencias de muerte contra los herejes más
significativos.
Esta tolerancia permitió que la La cruz de Occitania, la cruz de
doctrina de los cátaros se propagara con
los cátaros
suma rapidez, y que incluso fuera
adquiriendo nombres diversos con los que se designaban sus adeptos
en las distintas regiones europeas. En el "mediodía" francés se les
conocía como "albigenses", por la ciudad de Albi, donde la secta tuvo
una importante sede alterna, además de su centro en la ciudad de
Tolosa y los distritos vecinos. En el norte de Francia se les llamaba
"publicanos"; en la Dalmacia y en el norte de Italia eran conocidos como
"pataninos", y en la región del Rhin, "ketzer", nombre que se convirtió en
sinónimo de hereje.
Al principio, la Santa Sede no concedió mucha importancia a la
herejía cátara, pero más tarde se alarmó y en 1150, se inició ya la lucha
contra la organización, pereciendo muchos de sus miembros en la
96
Pinceladas de la Historia
hoguera, siendo otros hechos prisioneros por los militantes de una liga
que formó Pedro Lombardo. En 1119 la persecución se tornó aún más
violenta, ya que fue en ese año cuando el papa Calixto II, en un concilio
que presidió en Tolosa, condenó la herejía. En el año 1145, el cardenal
Alberico de Ostia, en su calidad de legado del papa Eugenio III, viajó a
la región del Languedoc con el objetivo de atajar la expansión de la
herejía y la promesa de un retorno a la ortodoxia. En el concilio de
Tours, en 1163, cuya asamblea contó con 17 cardenales, 24 obispos,
más de cien abades y priores, numerosos eclesiásticos e incluso laicos,
se expresó una total unanimidad hacia el horror que inspiraba la herejía
cátara y, adoptando medidas prácticas se ordenó a los obispos que
lanzaran el anatema contra los que autorizaban a los herejes a
permanecer en los territorios bajo su mando. Igualmente, fijaron
sanciones contra quienes tuvieran tratos e incluso comercio con los
cátaros. A los príncipes se les ordenó encarcelar a los herejes,
confiscándoles los bienes. Siguieron diversos concilios, corno el de
Letrán en 1179, el de Verona en 1184, y así sucesivamente. Ninguna de
las medidas tomadas sirvió para nada. Los cátaros permanecían
inquebrantables en su fe.
Entonces el papa Inocencio III decidió activar la represión. Envió
a Pedro de Castelnau, en 1208, como legado suyo, a fin de hacer
cumplir las medidas adoptadas, pero Castelnau fue asesinado.
Inocencio III, convencido de que el instigador del crimen era el conde
Raymundo de Tolosa, ordenó una cruzada contra este noble y contra la
herejía defendida por él.
El papa reclutó como jefe de esta cruzada al noble francés Simón
de Monfort, quien a su regreso de la cruzada a Tierra Santa, estaba
desocupado. La Iglesia equiparó la importancia de esta guerra contra
los cátaros con las cruzadas a Tierra Santa y prometía a todos los que
en ella se alistaran la misma indulgencia que se concedía a los
cruzados. El ejército de Simón de Montfort aumentaba día a día,
llegando a sumar, según se dice, hasta 500,000 hombres. En lo militar,
el líder era de Montfort, secundado por el duque de Borgoña y los
condes de Nevers, pero los prelados de la iglesia participaban muy de
cerca en la campaña.
97
Roberto Gómez-Portugal M.
¿En qué creían los cátaros?
Los cátaros eran partidarios del dualismo absoluto. Para ellos existían dos
principios: el bueno y el malo, a semejanza de los dos principios chinos: yin y yang.
Según los cátaros, el principio bueno creó los espíritus, el malo, la materia. Una parte
de los espíritus cayeron y se debatían en el lodazal de lo material, expiando sus faltas y
errores, aunque siempre sometidos a la reencarnación iban pasando de un cuerpo a
otro hasta llegar, cumplido el ciclo de expiación, a merecer nuevamente las dichas
celestes. Afirmaban que Dios quiso salvar al género humano y envió a su Hijo, pero no
a un Hijo consustancial con el Padre, sino a un ángel con cuerpo de hombre aparente, y
como este ángel no había pecado tampoco tenía que sufrir su unión con la materia. De
esta creencia se desprendía que Jesús no padeció ni murió y, claro está, tampoco
resucitó. María también era un ángel y de mujer solamente tenía la apariencia. La
redención, por tanto, era tan sólo las enseñanzas que dio Jesús para liberarse de la
adoración al principio malo y de la angustia y la tiranía de la materia.
Los cátaros, grandes defensores al principio de la iglesia primitiva,
consideraban que ésta, a partir de Constantino, estaba completamente corrompida.
Tampoco les merecían crédito algunos los dogmas de la transubstanciación, el
purgatorio, la resurrección de la carne y la utilidad de rezar por los difuntos. También
rechazaban el bautismo por no reconocer santidad ni virtud alguna en el agua bendita.
Los templos, las imágenes, la cruz, también eran condenados por los cátaros, pues
Dios, según ellos, no moraba en los templos ni en los símbolos, sino en el corazón de
sus fieles devotos. Para los cátaros, todo lo relacionado con los bienes materiales era
fundamentalmente perjudicial. El verdadero cátaro debía vivir del trabajo de sus manos,
del sudor de su frente. Rechazaban los honores, la guerra y el poder. Castigaban el
cuerpo con ayunos y mortificaciones, incluyendo las flagelaciones. Además, eran
vegetarianos convencidos y sumamente estrictos. También tenían prohibido el
matrimonio puesto que la carne era algo diabólico y el casamiento, o sea el sexo,
retrasaba el regreso de las almas al cielo. La muerte se consideraba un bien y estaba
autorizado el suicidio, considerando que así adelantaban la hora de su llegada al cielo.
Los cátaros bendecían el pan pero no aceptaban la Eucaristia.
Como esta moral era difícil de seguir en todas sus reglas, los adeptos se
dividieron en dos categorías: creyentes y perfectos. Los creyentes estaban dispensados
de los deberes más penosos. Podían casarse, dedicarse al comercio, poseer bienes,
ser omnívoros, ingresar en un ejército y tener acceso a otras facilidades. Sin embargo,
en peligro de muerte debían recibir el bautismo espiritual, llamado consolamentum.
Dicho bautismo lo podían recibir los hombres y las mujeres pero no los niños. Si el
creyente se recuperaba, debía entonces vivir como perfecto o suicidarse. Los perfectos,
por su parte, observaban con gran rigor la moral cátara. No era posible ser perfecto sin
haber recibido antes el bautismo del espíritu, y luego tenían que romper todo vínculo
familiar y dedicarse a predicar de un país a otro, administrando el bautismo espiritual.
Naturalmente, estas ideas no podían ser aceptadas por la Iglesia Católica
Romana.
98
Pinceladas de la Historia
El legado papal era nada menos que el prior del Cister, el abad
Arnaldo de Almaric y los comandantes militares le preguntaron cómo
podrían distinguir a los buenos católicos para no matarlos. El piadoso
prelado pronunció la siguiente frase: ”Matadlos, matadlos a todos, que
luego Dios reconocerá a los suyos en el cielo.” El 22 de julio de 1209
tomaron por asalto la ciudad de Béziers, asesinando a más de 60,000
de sus habitantes.
Vino después el sitio de la rica ciudad de Carcasona, que
constituía un apetitoso bocado y donde se hallaba refugiado el vizconde
Roger de Trencavel, quien, después de una vigorosa e inútil defensa,
tuvo que capitular. Los vencidos salieron de la ciudad vistiendo
solamente la camisa; al vizconde lo encarcelaron, falleciendo poco
después. A muchos habitantes de Carcasona se les concedió la libertad,
pues confesaron que eran católicos. Sin embargo, más de 400 se
negaron a abjurar y murieron en la hoguera, un espectáculo que
presenció el populacho, entre regocijado y arrepentido.
Terminada esta primera fase
convocó una segunda cruzada y
reanudó la lucha. Los cruzados,
aquella ocasión, penetraron por
Provenza con el fin de exterminar a
herejes recalcitrantes, quemando
asaltando castillos y fortalezas.
se
se
en
la
los
y
El
papa
recomendaba
moderación y envió como legado suyo
al cardenal Pedro de Benavente, con la
misión
de
reconciliar
a
los
excomulgados con la Iglesia de Roma.
Lotario di Conti di Segni, papa
Raymundo se de Tolosa se sometió,
Inocencio III
pero Simón de Montfort exigía las tierras
conquistadas a los albigenses; el rey de Francia apoyaba a Montfort
pues deseaba incorporar a sus dominios las tierras del mediodía cuyos
condes eran vasallos del rey de Aragón Pedro II.
99
Roberto Gómez-Portugal M.
De Montfort ganó la batalla de Muret, adueñándose del titulo de
conde de Tolosa y de los bienes de Raymundo. No hubo conciliación y
prosiguió la guerra, pero ya cansados de tantas luchas, los cátaros
fueron dispersándose. Corría el año 1229. Supuestamente la guerra
terminó con el Tratado de Paris, mediante el cual el rey de Francia
despojó de muchos de sus dominios al conde de Tolosa y a los
Trencavel, condes de Beziers, les quitó todas sus tierras. En ese mismo
año se estableció la Santa Inquisición en esas tierras del mediodía
francés, para erradicar de lleno la herejía.
Pero el catarismo no desapareció del todo y en 1244 el arzobispo
de Narbona se apoyó en las tropas del senescal de Carcasona para
asediar la ciudadela cátara de Montségur, donde los herejes celebraban
el equinoccio de primavera. Inflexibles hasta el final, los cátaros se
resistieron a abjurar y se dejaron llevar, cantando, a la hoguera que
habían preparado los vencedores. Murieron en las llamas más de
doscientos hombres y mujeres. El lugar se conoce hoy como “prat dels
cremats” (prado de los quemados).
100
Pinceladas de la Historia
Juárez presidente
En Oaxaca Juárez se pasó un par de años muy agradables. A
final de cuentas era su tierra natal y el puesto de gobernador le permitió
mejorar su situación económica, sin necesidad de cometer
deshonestidades. Hasta pudo comprarse una casa de las que se
pusieron a la venta con motivo de la Ley de Desamortización, que hizo
que muchos de los bienes de la iglesia se vendieran a precios muy
bajos y él -¿por qué no?- aprovechó la oportunidad.
Benito Juárez García
Mientras tanto, a Comonfort no le iba muy bien. Don Ignacio era
un hombre que se esforzaba por quedar bien con todos y a final de
cuentas terminaba no quedando bien con nadie. La promulgación de la
Constitución de 1857, que entraría en vigor en diciembre, le quitaría al
presidente muchas de las facultades casi dictatoriales de que gozaba y
que le habían permitido mantener en jaque a los diversos caciques que
habían intentado levantarse en armas y el presidente Comonfort ya veía
101
Roberto Gómez-Portugal M.
venir el caos que tanto temía. Como Juárez había dado muestras de ser
hombre juicioso y sensato, Comonfort decidió tráerselo; seguramente
podría ayudarlo a contener las dificultades que preveía. Hizo que
eligieran a don Benito presidente de la Suprema Corte de Justicia y lo
nombró también ministro de Gobernación. Comonfort nombró un
gabinete mixto, tratando de complacer a todos, pero sólo logro que
ambos partidos lo repudiaran y fue depuesto como presidente.
Juárez, como presidente de la Suprema Corte, quedaba
automáticamente investido con el cargo de presidente sustituto de
México. A Juárez se le sumaron algunos de sus antiguos amigos:
Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, su antiguo secretario Manuel Ruíz y
el joven Matías Romero –el de los cien pesos. Al poco tiempo se les
unió Santos Degollado, que había sido lugarteniente de Comonfort
durante algunas batallas de la revolución de Ayutla. El nuevo presidente
no enfrentaba una situación fácil, pues los conservadores, encabezados
por el general Miramón, lo amenazaban por diversos frentes. Aunque
Juárez era por todos conceptos el presidente según lo establecía la ley,
los conservadores nombraron presidente al general Zuloaga y cuando
éste renunció, al general Miramón. ¡Había entonces dos presidentes en
México!
Uno de los carruajes que utilizó el presidente Benito Juárez. Se exhibe hoy en
el Museo Nacional de Historia del castillo de Chapultepec.
A Juárez le fue imposible mantener la sede de su gobierno en la
ciudad de México. Puso unas cuantas cajas de madera con los archivos
y papeles más importante en una carreta mientras él y su grupo se
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Pinceladas de la Historia
trasladaban de ciudad en ciudad en una vieja diligencia negra, con las
ventanillas tapadas con tela oscura. A los que preguntaban, les
respondía el cochero que transportaba a una “familia enferma”. Tuvo
que huir a Guanajuato, luego a Guadalajara, donde estuvo a punto de
ser fusilado por un grupo de soldados conservadores y finalmente se
estableció en Veracruz. Pero, muy a pesar de las dificultades y de estar
en una posición de clara desventaja ante los conservadores, que
gozaban del apoyo económico de la iglesia católica, Juárez tomaba muy
en serio su investidura como Presidente de México, el legítimo y
auténtico. Podría no tener más que unos cuantos soldados y unos
pocos colaboradores, controlar apenas un pedazo del territorio; podrían
las arcas nacionales estar vacías, pero él era el Presidente de la
República y eso no lo iba a desconocer ni ignorar nadie. Había
comenzado la sangrienta Guerra de Reforma, donde durante tres años
se enfrentaron los dos bandos en que se encontraba dividida la
sociedad mexicana: liberales y conservadores.
103
Roberto Gómez-Portugal M.
Ricardo y Leopoldo
La cruzada había sido implacable y el sitio de Acre llevaba ya
cerca de dos años. Las fuerzas cristianas que comandaban
conjuntamente Ricardo I de Inglaterra –el Corazón de León- y Felipe II
de Francia habían inflingido un duro castigo a la población sitiada y
nadie dudaba de que la victoria estaba cerca para los atacantes. Sobre
todo, la reincorporación a la lucha del admirado Ricardo les había
devuelto el ánimo y la esperanza, después de que el rey inglés se había
visto a las puertas de la muerte sufriendo unas terribles fiebres
tercianas. La lucha fue indescriptible, cerca de 30 mil cristianos dejaron
allí sus vidas, pero al fin llegó la victoria y el ejército de Saladino
emprendió la retirada.
Tanto Felipe como Ricardo decidieron que quienes habían
resistido tan gallardamente merecían ser tratados con respeto, por lo
que ordenaron que el pillaje que normalmente era permitido a las tropas
esta vez no ocurriera. Tomarían prisioneros, para hacerlos pagar
rescate o bien intercambiarlos con Saladino por cautivos cristianos.
¡Habían vencido! Ahora el estandarte de los cristianos ondearía
soberano por los aires.
104
Pinceladas de la Historia
Miniatura medieval de las cruzadas
Ricardo se instaló en el palacio real en tanto que Felipe tomó el
palacio de los Templarios por residencia. Pero el inquieto Ricardo no
podía estar mucho tempo entre paredes, por lujosas que éstas fueran;
salió a cabalgar alrededor de las murallas. De pronto observó un
estandarte que no era ni el suyo ni el de Felipe.
“¿A quién pertenece esa bandera?”, preguntó.
–“Es la del duque de Leopoldo de Austria, señor”, le contestaron.
Ordenó que hicieran venir al duque de Austria en el acto. Al
orgulloso Leopoldo no le gustó verse citado de manera tan perentoria,
pero tuvo que obedecer y se acercó a donde esperaba Ricardo.
“¿Quién ordenó poner allí esa bandera?”, preguntó Ricardo.
–“Yo lo ordené”, contestó el de Viena.
–“¿Y por qué?”
–“Es mi estandarte y mis hombres han luchado valerosamente
para tomar la ciudad.”
–“Si cualquier caballero que ha aportado unos cuantos soldados
quiere hacer ondear su bandera”- replicó Ricardo, -“caeríamos en el
ridículo. ¡Deja el tema de las banderas para tus superiores!”
Mandó arriar la tela, y cuando se la trajeron, la pisoteó. Leopoldo
de Viena estaba negro de rabia, pero la figura de Ricardo era imponente
y tuvo que tragarse la humillación. Pero Ricardo Corazón de León ya
tendría ocasión de lamentar el incidente, ¡y de qué forma!
105
Roberto Gómez-Portugal M.
De cien pesos a cien millones
Quizás Matías Romero no tenía idea de en qué se metía cuando
se presentó ante Juárez cuando éste estaba a punto de irse a Oaxaca
como gobernador, todavía bajo la presidencia de Ignacio Comonfort.
Romero le pidió a don Benito una recomendación para entrar como
meritorio sin sueldo en el ministerio de Relaciones, y terminó
prestándole cien pesos al nuevo gobernador para renovar su gastado
guardarropa.
Un par de años después, cuando Juárez se vio, casi
inesperadamente, ocupando la primera magistratura después del fallido
autogolpe de Comonfort, Matías Romero se unió al gobierno legítimo y a
Juárez en un doloroso peregrinar que los llevaría por todo el país. Era
compañero de viajes y de andanzas no sólo del presidente; iban
también Melchor Ocampo, ministro de Relaciones, Guillermo Prieto,
ministro de Hacienda y a veces el “general de las derrotas”, don Santos
Degollado, que como ministro de Guerra era jefe de los lamentables
ejércitos juaristas. También iba en la comitiva Manuel Ruíz, secretario
de Juárez.
Apenas era diciembre de 1858 y ya le tocó a
Matías Romero, como empleado del ministerio de
Relaciones irse a Washington para asumir el cargo
de secretario de la Legación de México ante el
gobierno de los Estados Unidos. Romero, además
de haberse ganado la confianza del presidente
Juárez, había aprendido inglés y trabajaba con
pasión. La principal tarea de Matías Romero durante
aquellos años tan difíciles para el gobierno juarista
Santos Degollado,
fue la de conseguir ayuda –financiera o de cualquier
tipo- de los estadounidenses. No olvidemos que en
esos años, Juárez tenía que huir y defenderse de los ejércitos de los
conservadores que lo acosaban y no lo reconocían como presidente
legítimo y más tarde, de las fuerzas imperialistas de Maximiliano, pues
en 1864 había llegado a México el Habsburgo, convencido por los
conservadores de que los mexicanos lo deseaban.
106
Pinceladas de la Historia
Romero se las arreglaba para
relacionarse con los políticos y empresarios
más importantes de Estados Unidos y no
cesaba de pedir, aunque no tuviera nada que
ofrecer. Incluso en un par de ocasiones y sin
tener autorización de su gobierno, les dijo
que México estaría dispuesto a ceder
territorio a cambio de ayuda. Como ya se
avizoraba el triunfo de los norteños en la
guerra civil que asolaba Estados Unidos y
Guillermo Prieto, ministro
anticipando que hombres y oficiales
de Hacienda
quedarían disponibles, Juárez nombró a
Romero Ministro Plenipotenciario y lo autorizó a gestionar que un
ejército norteamericano viniera a ayudar al gobierno republicano a echar
del país a los franceses. Dicho ejército tendría que traer sus propias
armas y pertrechos y los gastos se le reembolsarían con los bienes que
fueran arrancados al enemigo. Romero estuvo en tratos con el general
norteño J. M. Schonfield que se había quedado sin empleo, pero le pidió
a Romero cien mil pesos de adelanto. El presidente Lincoln había sido
asesinado y su sitio lo ocupaba ahora el presidente
Johnson, pero como secretario de Estado seguía
William Seward, un hombre que contemplaba con
sentimientos ambivalentes todo lo que pasaba en
México.
Johnson y Seward estaban por decidir a
quien respaldar para que se quedara con el poder
en México. En esos días, Seward viajó a la islita de
St. Thomas donde vivía exiliado el exdictador
Melchor Ocampo
Antonio López de Santa Anna, sin duda con el
Ministro de
propósito de evaluar si el caduco cacique era el
Relaciones
candidato que convenía poner en la presidencia de
México. Pero cuando Johnson y Seward ofrecieron en Washington una
rumbosa recepción a la que asistió la esposa de Juárez -que se había
refugiado con su familia en Estados Unidos ante el riesgo que
representaban los ejércitos de Maximiliano- pareció quedar claro que
era Juárez a quien los Estados Unidos iban a apoyar. Incluso
107
Roberto Gómez-Portugal M.
nombraron a un representante diplomático
ante los juaristas. Romero sintió que ahora
sí iban a prosperar sus esfuerzos por
conseguir ayuda y se empeñó en gestionar
un empréstito por cien millones de dólares.
Cuando se rieron de él, Romero redujo sus
pretensiones a cincuenta millones, pero le
dijeron que no le darían ni un millón.
Seward
habló
con
Romero
casi
paternalmente y lo convenció de desistir
de sus propósitos. “Cada dólar que
consiga usted, señor Romero”, le dijo
Seward, “tendrá que pagarlo con territorio;
por cada rifle y cada cartucho le obligarán
William Seward,
a
conceder
onerosas
concesiones
mineras. Tal vez logren ustedes echar a los franceses de su país, pero
si dejan entrara a los estadounidenses, no nos echarán nunca”.
108
Pinceladas de la Historia
La sangre de Victoria
La reina Victoria de Inglaterra tuvo 9 hijos e hijas y una verdadera
multitud de sobrinos y nietos. Pero dicen las crónicas que a nadie le
tenía la vieja reina más afecto que a su nieta Victoria Alix Helena Louise
Beatrice von Hessen und bei Rhein, a quien en familia llamaban
simplemente Alix.
Era una chica alta, de bellos rasgos y carácter fuerte, aunque
tímida y algo retraída. Su poderosa abuela se alegró sinceramente
cuando Alix aceptó la propuesta matrimonial de Nicolás II, quien
acababa de acceder al trono como zar de todas las Rusias, a la muerte
de su padre. Lo que más alegraba a la familia era que la unión, además
de ser buena políticamente, parecía ser un verdadero matrimonio de
amor, pues los jóvenes se habían conocido y desarrollado de inmediato
una intensa relación sentimental. Se casaron en agosto de 1894 y Alix
se convirtió a la ortodoxia rusa y cambió su nombre por el de Alexandra
Fyodorovna, y como apellido, le correspondía Romanova. Nicolás la
llamaba simplemente Sunny.
La reina Victoria de Inglaterra
109
Roberto Gómez-Portugal M.
Pero los buenos presagios no fueron correspondidos por la
antipatía que su llegada despertó en el pueblo ruso. Su timidez era
tomada por arrogancia y su matrimonio, celebrado muy poco después
de la muerte del padre de Nicolás, hacía decir a la gente supersticiosa
que ella había llegado detrás de un ataúd. Pero quizá fuera aún más
triste el regalo que involuntariamente le había dado su amorosa abuela:
la hemofilia, esa traicionera enfermedad que transmiten las mujeres
pero que se manifiesta solamente en los varones. La pareja tuvo cinco
hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia y el único varón, que, como tal,
era el heredero al trono, el zarevich Alexei. El zar Nicolás era un hombre
bueno, pero carecía de formación política y no tenía idea de cómo
gobernar su país, por lo que los cortesanos y, entre ellos, sus tíos,
intentaban manipularlo e influir en sus decisiones. Fue su esposa quien
desde el principio le aconsejó tomar las riendas del poder en sus manos
y adoptar posturas firmes y decididas, pero, por más que se esforzara,
el carácter bondadoso y blando de Nicolás no era lo que exigía la
agitada realidad de Rusia. Peor aún, Nicolás confiaba excesivamente en
su pariente, Guillermo II, kaiser de Alemania -que, por cierto, era, igual
que su adorada Alix, nieto de
Victoria de Inglaterra- cuyos
consejos
en
materia
internacional Nicolás seguía
ciegamente.
En
realidad,
Guillermo II, mucho más
ladino y sagaz que Nicolás, lo
manipulaba a favor de sus
propios intereses y terminaría
alejando a Rusia de su aliada
tradicional, Francia, y llevando
a Nicolás a su ruina.
Nikolai Aleksandrovich, el Zar Nicolas II y su
esposa Alexandra Fyodorovna, ataviados con
antiguos ropajes moscovitas. Obra del artista
Frederic De Haenen
110
En lo interior, Rusia
avanzaba en el proceso de
industrialización,
pero
la
política del zar, autocrática
pero desorientada, hizo que
se acentuaran las enormes
desigualdades existentes en
Pinceladas de la Historia
Rusia y el descontento fue creciendo. El pueblo llevaba siglos de vivir en
la opresión y en la miseria, pero fue precisamente entre los sindicatos
recién surgidos por la industrialización, donde todo el malestar empezó
a producir una mezcla explosiva. Surgieron líderes como Lenin y Trotski
que se encargaron de soliviantar y encabezar a las masas.
En casa, las cosas no iban mejor. La terrible enfermedad de la
hemofilia se expresó cruelmente en el cuerpo del zarevich Alexei, que
no podía jugar ni correr como un chiquilo
normal y para quien cualquier golpe,
raspón o cortada implicaba un peligro de
muerte.
Ambos
padres
sufrían
indeciblemente con la enfermedad del
niño, pero Alix estaba particularmente
devastada. En su afán de buscar médicos
que curaran o aliviaran la enfermedad y
sufrimientos del niño, la zarina cayó en
manos de una especie de monje y
curandero, cuya influencia terminaría por
ser nefasta para la familia y para el país
mismo. Se llamaba Grigori Rasputin y era
Alexandra Fiódorovna
Románova
un místico de origen campesino. Rasputin
era sucio, rústico, borracho y de vida
(nacida Victoria Alix Helena
licenciosa, pero sus intervenciones eran
Louise Beatrice von Hessen
und bei Rhein)
las únicas que producían mejora sobre la
condición de niño. A Nicolás no le
simpatizaba el grosero personaje, pero lo toleraba ante la insistencia de
su esposa, y Alexandra confiaba ciegamente en el curandero. El astuto
Rasputin se dio cuenta de la debilidad de la familia real y de la influencia
que él podía ejercer sobre ella y la aprovechó ampliamente.
Mientras tanto, Nicolás continuaba desbarrando en política. La
intervención de Rusia en la guerra chino-japonesa en 1896 no había
resultado bien y cuando en 1905 Rusia declaró la guerra a Japón para
detener su avance en Indochina, Nicolás se encontró en un berenjenal.
La ineptitud del aparato militar ruso y del zar mismo llevó la guerra a una
sorprendente victoria para Japón. La derrota, sumada al descontento
que ya existía, hizo que Rusia explotara en revolución. Nicolás y sus
111
Roberto Gómez-Portugal M.
ministros siguieron cometiendo errores, primero, reprimiendo con
inusitada violencia una manifestación pacífica –el domingo sangriento
de 1905- y luego, dejando que la Duma o parlamento que había creado
para dar a su gobierno un tono menos autocrático y absolutista, fuera
infiltrada y boicoteada por los radicales. Pasaba el tiempo y las cosas
simplemente iban empeorando hasta llegar a 1914, cuando el asesinato
del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo provocó una
crisis entre las potencias. Nicolás, confrontado con su terrible primo el
kaiser Guillermo, ordenó una torpe movilización que fue el inicio de la
Primera Guerra Mundial y, en un arranque de patriotismo se puso
personalmente al mando de sus ejércitos. Esto fue un desacierto más,
pues dejó como regente a la zarina Alexandra, detestada por el pueblo y
manipulada por Rasputin. El oscuro personaje tomó un papel decisivo
en los nombramientos y decisiones, confirmando la impresión que ya
tenía el país entero: que la zarina era un títere en manos del monje loco.
En diciembre de 1916, un grupo de
nobles decidieron eliminar a Rasputín. Lo
invitaron a cenar y le dieron alimentos y
bebidas cargadas de veneno, lo suficiente
para matar no a uno, sino a cinco o seis
hombres. El impertinente personaje estaba
borracho, pero no se moría. Entonces le
dispararon y como eso tampoco lo mataba, le
dieron de garrotazos y arrojaron su cuerpo al
río Neva. Luego se demostraría que aún
estaba vivo cuando lo echaron al agua y que
terminó muriendo ahogado. Pero ni la muerte
de Rasputín podía ya salvar a Rusia. En la
guerra, Nicolás cosechaba sólo derrotas y las
tropas, desmoralizadas, desertaban en masa,
y al regresar a casa se sumaban a las turbas
Grigori Rasputin
de
descontentos
y
a
los
mítines
revolucionarios. En febrero de 1917 estalló una nueva revolución y la
Duma exigió la abdicación del zar para formar una república. Nicolás
regresó del frente y se encontró ante una situación incontrolable. No
intentó ninguna resistencia y se dejó apresar, cediendo en todo. Se dio
cuenta que no tenía ningún sentido ceder sus derechos al zarevich, su
112
Pinceladas de la Historia
hijo enfermo, y entonces abdicó a favor de su hermano Miguel, de 39
años. Pero Miguel tenía más sentido común que su hermano y además,
ganas de seguir vivo, así que a las pocas horas rechazó el ofrecimiento.
Se extinguió así la famosa dinastía de los Romanov, que había
gobernado a Rusia desde 1613.
113
Roberto Gómez-Portugal M.
Ricardo cae prisionero
En agosto de 1196, el rey francés Felipe II -llamado por muchos
Felipe Augusto- anunció a su aliado inglés Ricardo Plantagenet que
daba por terminada su participación en la cruzada y que tenía que
regresar a Francia. Ricardo debió haber sospechado que su supuesto
amigo francés algo tramaba, pero no dijo nada y continuó como jefe
absoluto de la campaña, desplegando una gran actividad. Fortificó su
base de operación y emprendió diversas acciones bélicas contra los
musulmanes. El 7 de septiembre ganó la batalla de Arsuf, donde realizó
varias acciones personales, afecto como era a luchar en primera fila,
como el soldado más atrevido.
Sin embargo, evaluando sus fuerzas frente a las del enemigo y
sobre todo, consciente de las disensiones entre sus aliados, Ricardo
decidió no avanzar contra Jerusalén. Al contrario, acordó firmar una
tregua con Saladino, su caballeroso enemigo, mediante la cual las
hostilidades quedarían suspendidas durante tres años, tres meses, tres
semanas y tres días. Y justo en esas circunstancias, Ricardo recibió
noticias de que su antiguo aliado, el volátil rey francés Felipe,
aprovechaba su ausencia para intentar apoderarse de sus posesiones
en el continente y que incluso conspiraba con otro traidor, el propio
hermano menor de Ricardo, Juan, apodado “sin tierra”, para causarle
problemas a Ricardo en sus dominios.
Ricardo se embarcó de inmediato, pero corrió con muy mala
suerte. El barco en el que había zarpado de Corfú se accidentó en el
Adriático cerca de Aquileia (Italia) y se vió obligado a proseguir su viaje
por tierra, a través de territorios dominados por soberanos hostiles.
Ricardo tenía muchos enemigos de quien cuidarse: su antiguo
aliado en la cruzada, el rey Felipe de Francia era un traidor
convenenciero; el emperador bizantino Isaac II Angelos estaba
resentido por la conquista de Chipre que Ricardo había hecho; el
emperador alemán Enrique VI no le perdonaba a Ricardo el haber
negociado y haberse aliado con Tancredo de Sicilia a quien Enrique
consideraba usurpador del trono, y Leopoldo de Viena lo acusaba de la
114
Pinceladas de la Historia
muerte de Conrado de Montferrat, pero sobre todo, estaba mortalmente
ofendido por incidentes ocurridos durante la cruzada en que Leopoldo
había participado bajo el mando supremo de Ricardo.
Para cruzar por territorios de sus enemigos declarados Ricardo y
sus acompañantes tuvieron que disfrazarse y tomar todas las
precauciones imaginables, haciéndose pasar a veces por caballeros
templarios e incluso por modestos peregrinos. Pero era difícil ocultar la
presencia señorial del gran rey, cuyas ricas vestiduras, aún disimuladas
bajo una capa de viajero, no dejaban de llamar la atención de posaderos
y gente del pueblo. Para poder pagarse alimentos y hospedaje, Ricardo
y su séquito tenían que vender alguna joya o pieza de oro y cuando uno
de sus sirvientes negoció con algún orfebre la venta de tales objetos, el
comerciante sospechó que se trataba de grandes señores y dio la voz
de alarma. El criado fue capturado y, sometido a tortura, reveló quién
era su amo. Estaban justo cerca de Viena, en tierras dominadas por el
resentido duque Leopoldo cuando una partida de soldados del duque
entraron de pronto a la posada donde se alojaba el rey inglés y su
reducido séquito.
No había defensa posible. El piquete de soldados que mandó el
duque de Viena en contra del rey inglés hubiera sido hecho polvo por el
gran guerrero en sólo segundos en el campo de batalla. Pero inerme y
sentado ante una mesa de taberna, el gran “corazón de león” no tenía
escapatoria. Ricardo se negó a entregar su espada más que a Leopoldo
en persona, obligando así a su traidor exaliado a darle la cara. Leopoldo
y su soberano, Enrique VI de Alemania, de quien era feudatario, no
podían estar más felices de que Ricardo hubiera caído en sus manos y
decidieron sacar el mayor provecho de la situación.
Mandaron a su insigne prisionero al castillo de Dürenstein, una
imponente fortaleza construida sobre enormes riscos a la orilla del
Danubio, en un alejado sitio donde sólo había un pueblecito y por donde
pasaban pocos viajeros. Mantuvieron en secreto el lugar donde
escondían al noble rey y se dispusieron a exigir un jugoso rescate por
su liberación.
115
Roberto Gómez-Portugal M.
Dürenstein es hoy una ciudad barroca muy bonita a orillas del Danubio conocida como
“la perla de Wachau”, una de las regiones más populares y antiguas de Austria. Hoy
hay un gran tránsito de turistas, pero en el siglo XII existía sólo una imponente
fortaleza cuyas ruinas apenas se aprecian hoy en la cumbre de la montaña. Fue allí
donde estuvo prisionero el gran Ricardo Corazón de León.
116
Pinceladas de la Historia
Ahora me toca a mí
La posición de Juárez como presidente de la República no
parecía nada envidiable. Llevaba años de andar prácticamente a salto
de mata, de una población a otra y las noticias de deserciones y de
derrotas militares no le hacían la vida nada agradable. El “gobierno”
juarista se había instalado en Chihuahua porque las tropas imperialistas
no los habían perseguido hasta allá, quizá porque les concedían poco
importancia. Habilitaron como “palacio nacional” una vieja y amplia
casona bastante decrépita, donde el presidente y sus ministros
trabajaban, despachaban, comían, dormían, y sobre todo, hacían
conjeturas y suposiciones sobre los acontecimientos.
Un día se presentó en el recinto el general juarista Jesús
González Ortega, quien pocas semanas atrás y como comandante del
“Ejército de Occidente” había sufrido en Zacatecas una lamentable
derrota ante las tropas imperiales, a pesar de la ventaja numérica de
que gozaban los republicanos. Hubiera podido pensarse que venía a
rendir el parte reglamentario de aquélla batalla, pero no venía a eso. Se
encaró ante Sebastián Lerdo de Tejada, que era el ministro de
Relaciones y jefe del gabinete presidencial y le entregó un documento,
diciéndole: “Hoy termina el período presidencial del señor Juárez. Como
presidente de la Suprema Corte de Justicia me corresponde a mí que
me entregue la presidencia. Dígame si se hará hoy o el día de mañana,
porque la ley no es muy clara al respecto”.
Lerdo de Tejada no pudo ocultar su asombro,
de modo que González Ortega sacó un
ejemplar de la Constitución y señalándole el
artículo 78, le hizo ver que el período de don
Benito terminaba el 30 de noviembre del
cuarto año posterior a la elección, o sea, ese
día. Lerdo de Tejada trató de recuperarse y le
aseguró al general que esa misma tarde daría
respuesta por escrito.
Después de hacer algunos cálculos,
Lerdo comentó con Juárez la visita de
El general juarista
Jesús González Ortega
117
Roberto Gómez-Portugal M.
González Ortega y lo que éste pretendía. Juárez, siendo indio, no podía
ponerse realmente pálido, pero le cambió el color del rostro. “Y que le
dijo usted?”, preguntó a Lerdo. Lerdo le explicó que González Ortega
estaba haciendo mal las cuentas, pues aunque Juárez había asumido la
presidencia en junio, su período constitucional debería contarse a partir
del 1 de diciembre de 1861, por lo que hasta el día en cuestión, habían
transcurrido tres años, no cuatro. En todo caso, González ortega podría
reclamar la presidencia exactamente un año después. Juárez no
encontró ninguna respuesta mejor y ordenó a Lerdo que así le
respondiera al general. González Ortega aceptó, pensando tal vez que
ya tenía asegurado el “premio” para dentro de un año. Después de
agobiar a Juárez con su presencia durante unos días en la casona de
gobierno, González Ortega pidió permiso para ausentarse e ir a algún
punto indefinido del país donde pudiese combatir al enemigo y defender
la independencia de la nación. Lerdo le concedió la autorización
solicitada, mientras Juárez y los suyos se quedaban cavilando lo que
harían cuando llegara el momento de entregarle la presidencia al
general.
118
Pinceladas de la Historia
La muerte de Conrado
El conde Conrado de Montferrat era uno de los principales
caballeros que acompañaban a Felipe II de Francia en aquella terrible
cruzada. Montferrat era un valeroso guerrero que se distinguió
singularmente durante la toma de la ciudad de Tiro, que mantuvo aún
contra los ataques de Saladino, salvando con ello prácticamente el reino
de Jerusalén. Cuando en 1188 Saladino liberó a Guy de Lusignan, rey
de Jerusalén a quien había mantenido prisionero, Lusignan pretendió
reasumir sus funciones y exigió a Montferrat que le entregara Tiro.
Conrado se negó, argumentando que con su derrota Lusignan había
efectivamente perdido sus derechos como rey de Jerusalén. Más aún, al
morir la esposa de Guy de Lusignan, la reina Sibila, el reclamo de
Lusignan se debilitó, pues él sólo era rey a través de su esposa.
El asunto de la sucesión al trono de Jerusalén ya sólo podía ser
decidido por los dos grandes líderes de la cruzada, Ricardo de Inglaterra
y Felipe de Francia. Felipe apoyaba a Conrado de Montferrat, lo mismo
que Leopoldo de Austria, que era su primo, en tanto que Ricardo
favorecía a Guy de Lusignan, apoyado también por Humphrey de Toron.
Después de difíciles negociaciones se acordó que Montferrat asumiría el
reino de Jerusalén y Ricardo de Inglaterra dio a su protegido Guy de
Lusignan el gobierno de la isla de Chipre como premio de consolación.
Conrado de Montferrat
119
Roberto Gómez-Portugal M.
Montferrat se había distinguido como un gran líder y como
guerrero, pero quizá había olvidado algunos detalles... Cuando estaban
en Tiro, ocurrió un naufragio justo frente a esas costas. Montferrat
estimó que a él no le correspondía emprender salvamentos y se negó a
prestarles ayuda. Más aún, decidió apropiarse del cargamento y dejó
que los marineros se ahogaran. El barco accidentado pertenecía al
“viejo de la montaña”, a quien no le hizo gracia la actitud del francés.
Había transcurrido poco tiempo desde la negociación que hizo a
Conrado rey de Jerusalén y ni siquiera se había celebrado aún su
coronación cuando Montferrat fue a cenar con su amigo el obispo de
Beauvais. Ya se retiraba pera regresar a su palacio en compañía de
amigos que habían compartido con él la velada cuando, al entrar a su
propia mansión, dos borrosas sombras surgieron detrás de un pilar y se
precipitaron sobre el conde mientras lo cosían a puñaladas. Sus
guardaespaldas pudieron matar a uno de los atacantes, pero el segundo
huyó y se esfumó en la nada. Momentos después, cuando el cadáver de
Montferrat era llevado a una iglesia cercana, el asesino que había huido
surgió de nuevo de las sombras para apuñalear repetidas veces el
cadáver de la víctima. Esta vez fue capturado y sometido a atroces
torturas para hacerlo confesar quién lo había mandado. Murió sin que
de sus labios saliera palabra alguna. Los entendidos vieron detrás de
este asesinato el sello del “viejo de la montaña” y comprendieron que
Montferrat había pagado el precio de desafiarlo. Otros, sin embargo,
culparon a Ricardo de Inglaterra, acusándolo de haberse opuesto a la
elección de Montferrat. Entre ellos estaba Leopoldo de Viena.
120
Pinceladas de la Historia
Por amar a Dios
La religión que fundara Juan Calvino en Ginebra en 1536 fue la
versión de protestantismo que prosperó en Francia, más que el
luteranismo. Poco a poco se formaron dos
grupos, los católicos, cuyo líder indiscutible
era el carismático duque de Guisa, apoyado
por su hermano, el cardenal de Lorena, y el
de los hugonotes –que así se llamaba en
Francia a los protestantes- liderados, a
medias, por Gaspar de Coligny, notable y
admirado militar, pero sin el arrastre que
tenía el duque de Guisa.
Los hugonotes, buscando un líder de
sangre real, posaron los ojos en Antonio de
Borbón, rey de Navarra, a quien su esposa,
Juana d’Albret había llevado, vehemente, a
Antonio de Borbón
la nueva religión, y también en su hermano,
rey de Navarra
el príncipe de Condé, de carácter más
resuelto que el navarro. Siendo el rey de Francia un muchacho de
carácter débil y tan sólo 16 años –
Francisco II- el tema no era sólo las
convicciones religiosas sino incluso el
quién podría ocupar el trono. La corona,
aunque poco firme sobre la cabeza de
Francisco, tenía como defensora a su
madre, Catalina de Médicis, intrigante,
valerosa y de gran visión.
Juan Calvino
En París, bastión del partido
católico, más que el rey, reinaba el
duque de Guisa a quien la plebe
aclamaba y apodaba “el rey de Paris” y
podía cuando quisiera dar un golpe de
estado y tomar el poder. Por su parte, los
hugonotes buscaban su oportunidad,
121
Roberto Gómez-Portugal M.
conspirando para sentar al Borbón en el trono de Francia. Catalina
buscaba calmar los ánimos, equilibrar, conciliar, protegiendo al rey y
conservando la corona.
El joven rey Francisco fallece repentinamente en 1560 a causa de
una otitis que le produjo un absceso. Le sucede su hermano Carlos IX
de sólo 10 años, de manera que Catalina ahora gobierna como reina
regente. Las posiciones se radicalizan; la tensión es inmensa. El de
Guisa, con la osadía que lo caracteriza, se adueña de la persona del rey
y de su madre en Fontainebleau y, casi secuestrados, los conduce a
Paris. Ambos grupos buscan, y encuentran, aliados fuera de Francia; los
hugonotes apoyados por Inglaterra, que ve el protestantismo con
simpatía, los católicos por el muy piadoso Felipe II de España. Se lucha
en Le Havre, en Rouen, donde perece el Borbón de Navarra, en
Orleáns, donde el duque de Guisa cae en una trampa y muere, para ser
sustituido por su hijo Enrique del mismo nombre y con el mismo carisma
que su padre. Los hugonotes son ahora quienes intentan secuestrar al
joven rey en Meaux, pero Carlos IX logra escapar y se refugia en Paris.
Carlos IX, poco después de subir al trono.
Pintura de François Clouet
Carlos y su madre siguen una política de conciliación, de
pacificación, lo que los hace ser vistos con desconfianza por ambos
122
Pinceladas de la Historia
partidos. Buscando esa pacificación, se habla de casar a Margarita,
hermana del rey francés con el hijo de Antonio de Borbón y Juana
d’Albret, reyes de Navarra y ambos fallecidos. El príncipe –ahora rey de
Navarra, Enrique de Borbón, es el líder simbólico de los hugonotes.
Margarita se opone vehemente al matrimonio, pero la boda es tan
importante para reunir a las dos facciones en pugna que Carlos y
Catalina obligarán a Margarita a aceptar la unión. Repentinamente el
jefe militar de los rebeldes, el almirante Coligny, visita la corte en Blois y
se le ve pasear a la derecha del rey.
123
Roberto Gómez-Portugal M.
Los asesinos
Justo en la época en que Ricardo I de Inglaterra luchaba en
Tierra Santa, en la cruzada corría de boca en boca una leyenda o mito
¿o quizá era simplemente la verdad? sobre la existencia de una secta o
grupo de jóvenes que vivían en algún sitio ignoto de las montañas de
Daylam, más o menos en lo que hoy es Irán, aunque su fuerza cubría
un amplio territorio, llegando incluso a las costas del Mediterráneo, en lo
que hoy es Líbano. Se decía que eran miembros de la secta Nizari, un
sector radical entre los musulmanes ismailitas. Era un grupo envuelto en
el misterio que vivía gobernado por un implacable líder a quien todos se
referían respetuosamente y en baja voz como “el viejo de la montaña”.
Todo hombre prudente y sobre todo los reyes y señores de una
amplísima región sabían que no era conveniente ofender ni
desobedecer al “viejo de la montaña”. Quien lo hiciera, aún de la forma
más leve, quedaba condenado a muerte en un plazo brevísimo. Reyes y
señores pagaban dócilmente al “viejo de la montaña” cualquier tributo
que les fuera insinuado o ejecutaban diligentemente cualquier acción
que les fuera pedida,
sabedores de que de lo
contrario la muerte podría
llegarles de la forma y en
el
momento
más
inesperados, incluso en
el sigilo de la noche y
aún en los recintos más
íntimos y mejor vigilados,
pues
los
mortales
enviados del implacable
viejo
parecían
tener
mágicos poderes para
cruzar paredes y burlar
No se sabe cómo, pero los hasshashin escalaban
guardias y no conocían el
murallas, penetraban por ventanas o claraboyas,
miedo. Se dice que
eludían a los guardias y de la manera más
incluso el gran Saladino,
silenciosa sorprendían a sus víctimas. Nadie podía
el
monarca
más
sentirse a salvo de su alcance
124
Pinceladas de la Historia
poderoso de aquellas regiones en ese tiempo, se despertó una
madrugada y encontró sobre su pecho un cartel en donde estaba escrito
“estás en nuestro poder” significando que ni Saladino, con todas sus
huestes y fuerzas, estaba a salvo del escurridizo brazo del “viejo de la
montaña”.
Afirman que sus fidelísimos seguidores, dispuestos a dejar la
vida en cualquier tarea encomendada, eran reclutados de singular
manera. El “viejo de la montaña” había creado un edén, un maravilloso
jardín replicando el paraíso que Mahoma prometía a los elegidos, en
donde había prados y árboles frutales
en abundancia, palacios y residencias
de gran belleza y sobre todo, hermosas
mujeres que bailaban, tocaban música
y deleitaban de toda y cualquier
manera a los huéspedes. Después de
disfrutar durante algunas semanas de
ese paraíso, los elegidos eran llevados
ante su turbulento líder quien les
encomendaba una peligrosa misión. Si
la cumplían exitosamente podrían
regresar a disfrutar de ese paraíso
terrenal; si no la cumplían, morirían
irremediablemente. Regresar a disfrutar
de ese maravilloso lugar era un gran
incentivo, pero evitar la muerte también
motivaba fuertemente.
No
Para acrecentar su valor y llevar
a buen término sus peligrosas
misiones, los reclutas consumían
hashish en fuertes dosis. Otros afirman
que consumían también opio o heroína,
al igual que alcohol, aunque siendo
musulmanes, el consumo de alcohol
iba en contra de sus convicciones.
Supuestamente el uso de drogas los
calmaba, según ellos, les daba fuerza y
Mapa de los sitios de las
cruzadas, importante área de
operación de los hasshashin.
125
Roberto Gómez-Portugal M.
decisión para cometer sus peligrosas acciones y los convertía en
guerreros invencibles.
El grupo comandado por ese siniestro “viejo de la montaña” era
conocido como los hasshashin, palabra que en árabe significa
“consumidor de hashish”, y de donde se deriva el término asesino.
126
Pinceladas de la Historia
¡No te sueltes!
En 1865 Juárez, más que acosado por los imperialistas se sentía
acosado por la pretensión de González Ortega a la presidencia y por la
casi promesa que Lerdo le había hecho de entregársela el 1 de
diciembre. González Ortega había ido a Nueva York y a Washington,
desde donde el fiel de Matías Romero le escribía a Juárez diciéndole
que no fuera a entregarle el cargo, mientras que, por otra parte, le daba
“atole con el dedo” a González Ortega, ofreciéndole recepciones y
presentándolo con los políticos gringos. Juárez tenía amplias facultades
que había recibido del Congreso, por lo que decretar una prórroga de su
período como presidente no era imposible. Lo que resultaba difícil era
conseguir las suficientes lealtades para que dicha prórroga no fuera
vista como un golpe de Estado y que los generales con poder efectivo
no se agruparan en torno a González Ortega y lo proclamaran
presidente, lo cual podría sumir al país en una violencia aún mayor.
Había que desprestigiar a González Ortega de alguna manera y Juárez
puso en marcha la rumorología para presentar a González Ortega como
desertor y cobarde.
González Ortega algo se olió y anunció su intención de regresar a
México poco después, pero entonces un juez de Nueva York le dictó
orden de arraigo, en razón de una demanda presentada por un tal
coronel William Allen. Casualmente, Allen era el padre de Lulla
(Lucrecia) Allen, una chica a quien Matías Romero cortejaba y con quien
se casaría tiempo después. Para cuando González Ortega se liberó de
los enredos judiciales en Estados Unidos, Lerdo había dictado ya una
orden de aprehender a los generales que se hubieran ausentado del
país sin autorización. A los pocos días Juárez expidió un decreto en
donde prorrogaba las funciones del presidente de la república hasta que
pudieran celebrase elecciones y otro en que declaraba que González
Ortega había abandonado la presidencia de la Suprema Corte por
haberse ido al extranjero sin permiso y sin encomienda del gobierno,
olvidándose del que Lerdo le había dado cuando estaban en Chihuahua.
Como llegó el 1 de diciembre sin que González Ortega se presentara a
reclamar la presidencia, Juárez tuvo un argumento más para justificar la
extensión de su mandato.
127
Roberto Gómez-Portugal M.
La nota discordante la dio Manuel Ruíz, su otrora fiel secretario,
quien desde hacía algún tiempo estaba resentido. Juárez lo había
mandado a Tamaulipas como gobernador para arreglar la pugna que se
traían dos lidercillos locales. Ruíz hizo bastante mal las cosas y acabó
por ser expulsado de Tamaulipas. Cuando se reportó con Juárez en
Monterrey quedó clasificado de manera definitiva como un inepto. Ahora
Manuel Ruíz alegaba que ante la deserción de González Ortega, la
presidencia de la Suprema Corte recaía en él, pues era el único ministro
de la misma que había permanecido con el gobierno. Como Juárez lo
tachó una vez más de estúpido, Ruíz viajó hacia el sur y se entregó a
los franceses, diciendo que abandonaba el gobierno de Juárez por estar
encabezado por un usurpador.
González Ortega intentaba regresar a México y ya tenía algunos
seguidores en Matamoros preparando una revuelta en su favor. Pero
antes de que pudiera cruzar la frontera fue aprehendido por soldados de
un capitán John Paulson, a la vez que el comandante militar de
Brownsville se cruzó hacia México con sus fuerzas y dispersó a las
tropas que el tamaulipeco Servando Canales había reunido en apoyo de
González Ortega. Apareció entonces inesperadamente en el lugar el
juarista Mariano Escobedo y tomó la plaza de Matamoros. Finalmente,
cuando González Ortega pudo cruzar la frontera, llegó sin oposición
hasta Zacatecas. Allí esperaba que el gobernador Miguel Auza lo
apoyara, pero Auza ya había echado sus cartas a favor de Juárez y
tomó prisionero a González Ortega, mandándolo otra vez al norte, a la
cárcel de Monterrey.
Desde la cárcel, González Ortega argumentó en su defensa que
se le tenía preso sin juicio y sin precisión de cargos y reclamaba aún ser
presidente de la Suprema Corte, pues su encargo como tal no teminaba
sino hasta 1868. En cualquier caso, argüía, debía ser juzgado por el
congreso y no por el Poder Ejecutivo. Aunque sus razones eran de
mérito, para entonces el triunfo juarista ya se había consolidado y los
diputados a quienes González Ortega apelaba para juzgarlo ya se había
hecho cómplices de Juárez al permitir que su gobierno se instalara en la
ciudad de México sin exigirle que entregara la presidencia. Ya nada
separaría a Juárez de la presidencia, más que la muerte.
128
Pinceladas de la Historia
Un juarista leal y efectivo
El valiente y leal Mariano Escobedo se ganó los galones de general a lo largo de
una larga y esforzada carrera como militar. Había nacido en Nuevo León, en un
pueblo llamado Galeana, en 1827 y primero fue arriero, comerciante y agricultor.
Sólo en 1846 tomó las armas como soldado raso contra la invasión
estadounidense.
Dejó unos años la milicia, pero regresó al ejército para apoyar el Plan de Ayutla,
que habría de derrocar a Antonio López de Santa Anna. En la Guerra de Reforma
formó parte de las dos expediciones que salieron de Monterrey para apoyar las
campañas de Jalisco y Guanajuato. En Río Verde, fue hecho prisionero por el
general conservador Leonardo Márquez, que tenía fama de cruel, pero Escobedo
supo escaparse hábilmente. Se distinguió varias veces durante la intervención
francesa y su actuación en la batalla de Puebla en 1862 le valió el ascenso a
general brigadier.
Escobedo fue clave en el asedio a la ciudad de Querétaro, en donde se había
hecho fuerte el emperador Maximiliano con sus últimas tropas. Ayudado por la
traición del general imperialista Miguel López, Mariano Escobedo tomó Querétaro
el 15 de mayo de 1867 y fue él quien personalmente hizo preso al emperador. En
una época llena de deserciones y de cambios de bando, Mariano Escobedo fue
siempre leal y firme. Durante el gobierno de Juárez fue gobernador de Nuevo León
y de San Luis Potosí. Murió en la ciudad de México a los 75 años de edad.
129
Roberto Gómez-Portugal M.
Los amores de Ricardo
Resulta difícil creer que el gran Ricardo “corazón de león”,
paradigma de los grandes guerreros de la antigüedad, no fuera un
hombre hecho y derecho. Pues, bien, hay quienes opinan que Ricardo
era homosexual, o más probablemente bisexual. Su relación con su a
veces amigo y a veces enemigo Felipe de Francia ciertamente induce a
pensar en que entre ellos se desarrollaron actos de homosexualidad y
que su relación en algunos momentos, más que de amigos fue de
amantes, con incidentes bien documentados de muchas ocasiones en
donde literalmente pasaron la noche en la misma cama. Se dice
también que su amigo Sancho VII, hermano de Berengaria, con quien
Ricardo se casaría, fue otro de sus amantes.
¿Felipe o Berengaria?
¿A quién prefieres?
En cambio, el interés de Ricardo por Berengaria fue bastante
escaso, pues Ricardo siempre encontró razones para retrasar su
matrimonio aún cuando ya había sido negociado y aprobado por el
padre de la princesa navarra. La madre de Ricardo, Leonor de
Aquitania, fue a buscar a Berengaria a su tierra natal para llevarla a
Sicilia donde se encontraba Ricardo, de camino a su cruzada. Ricardo
encontró razones para retrasar la boda, dando siempre prioridad a la
cruzada. De Sicilia fueron a Chipre, isla que Ricardo conquistó
desplazando al déspota Isaac Komnenos que la gobernaba y convirtió a
130
Pinceladas de la Historia
Chipre en una estupenda base de apoyo y de suministros para su
cruzada.
Isaac Komnenos era un tipo mañoso y violento que se había adueñado de
la isla de Chipre a base de engaños y trampas. Como hijo de un funcionario de la
corte bizantina de Constantinopla recibió algunos encargos del imperio, mismos
que luego aprovechó para presentarse en Chipre con documentos falsificados que
lo ponían al mando del gobierno. Isaac Komnenos dejó que su padrastro
Constantino Makrodoukas y su amigo Andronikos Doukas afrontaran la ira del
emperador bizantino Andronikos por la traición del mañoso Isaac siendo
empalados ambos frente al palacio de Mangana, en Grecia. Andronikos, sin
embargo, no se interesó lo suficiente por castigar a Isaac y éste se consolidó como
gobernante de Chipre, haciéndose incluso coronar por el Patriarca, que él mismo
había nombrado.
Isaac Komnenos sujetó a los chipriotas a un gobierno autoritario y cruel,
despojando a sus súbditos de cualquier bien o riqueza que le viniera en gana,
violando mujeres y aplicando crueles castigos por cualquier ofensa, real o
imaginaria. Incluso mandó cortarle un pie a su viejo profesor Basilio Pentakenos,
acto que a todos pareció un extremo inconcebible de violencia y crueldad
injustificadas.
En 1191 Joanna, hermana de Ricardo Corazón de León y Berengaria,
entonces prometida para casarse con el rey inglés, tuvieron la mala fortuna de
naufragar en las costas de Chipre. El tiránico Isaac las hizo prisioneras y las trató
de mala manera. Poco tiempo tardó Ricardo en desembarcar en Chipre con parte
de las tropas que lo acompañaban a Tiro para la cruzada y en asolar con ellas la
isla del impertinente reyezuelo a quien apresó fácilmente. Sin embargo, la hija del
desagradable personaje, que había hecho buenas relaciones con las damas
cautivas, intercedió ante Ricardo por su despreciable padre y le arrancó al inglés la
promesa de que “no sometería a Isaac con hierros”. Enorme sorpresa se llevó la
“Doncella de Chipre” cuando supo que Ricardo, romántico al extremo y siempre fiel
a sus promesas, ordenó atar al destronado reyecito a las paredes de su calabozo
con ¡cadenas hechas de plata!
Finalmente, antes de abandonar Chipre, Berengaria y Ricardo se
casaron en Limassol. Ricardo siguió con su cruzada y Berengaria,
acompañada de Joanna, hermana de Ricardo y exreina de Sicilia, lo
siguieron a Tierra Santa, compartiendo las inclemencias del interminable
viaje y siendo tratadas más o menos como equipaje. Las acompañaba
la hija adolescente del destronado Isaac Komnenos, quien viajaba en
una indefinida condición de rehén o de huérfana adoptada.
131
Roberto Gómez-Portugal M.
Berengaria de Navarra, recibiendo noticias de Ricardo
Otro de los amores masculinos que se atribuyen a Ricardo
“corazón de león” fue Blondel de Nesle. Se sabe poco de este trovador
que compartió los afectos de Ricardo, hay quienes suponen que se
llamaba Jean de Nesle, pues Blondel es solamente un apodo común en
la zona del canal de la Mancha, por sus cabellos rubios. Otros afirman
que se llamaba Pierre. El rey disfrutaba mucho la música y con “el
güerito” de Nesle Ricardo tuvo gran afinidad, pues pasaron hermosos
momentos entonando canciones, componiendo baladas y “haciendo
música” juntos. El amor que le profesaba Blondel de Nesle a su rey, así
como su habilidad musical, habrían de ser cruciales para el regreso del
monarca a su reino
132
Pinceladas de la Historia
La noche de San Bartolomé
Carlos IX de Francia y su madre, la reina regente Catalina de
Médicis creen poder desactivar la terrible tensión entre católicos y
protestantes que ha sumido a Francia, en la segunda mitad del siglo
XVI, en una cruenta guerra civil, mediante el casamiento de Margarita
de Valois –hermana del rey- con Enrique de Borbón, rey de Navarra y
líder simbólico del partido protestante, además de ser primo del rey
francés. El problema es que muchos se oponen al matrimonio: el papa
se opone, lo mismo que los extremistas de ambos grupos en pugna.
Incluso el muy católico rey de España Felipe II manifestó su
desaprobación. Hasta Margarita, la novia, se resiste con vehemencia,
pues Enrique es célebre por sus modales rústicos y su falta de aseo. Se
dice que la boca le apesta a ajo y los pies a jabalí. El rey obliga a su
hermana a casarse, llegando al extremo de que, frente al sacerdote que
pregunta si acepta a Enrique por esposo, Margarita se queda muda e
inmóvil, pero Carlos le empuja la cabeza hacia abajo en señal de
asentimiento Para la celebración de la boda se reunieron en París gran
cantidad de nobles, caballeros y religiosos de ambos bandos. En la
ciudad se respira un ambiente de gran tensión y particularmente un
sentimiento intenso en contra de los hugonotes. Ya se presentía que el
matrimonio de Margarita y Enrique serían “bodas de sangre”. El rey y su
madre se sienten arrinconados por el efecto de sus propias decisiones:
han otorgado a los protestantes una
fuerza excesiva; he allí a su nuevo
cuñado instalado en el propio Louvre.
Catalina de Medicis
Los católicos están a punto de
explotar y se dice que el golpe de estado
por parte del duque de Guisa es
inminente. El rey y su madre pasan largas
horas encerrados con sus consejeros
estudiando todas las posibilidades.
Finalmente la reina regente decide dar
rienda suelta a los de Lorena –como ella
llama a los partidarios de Guisa- para
decapitar al partido calvinista. La
madrugada del 24 de agosto de 1572
133
Roberto Gómez-Portugal M.
comienzan a sonar las campanas de alarma como a las 3 de la mañana.
Era el día de San Bartolomé. Los hombres habían estado esperando la
señal y venían preparados con espadas, puñales, palos, arcabuces y
todo tipo de armas, llevando como distintivos lazos blancos. Entraban
con violencia en las casa de los hugonotes y sin mediar palabra, les
quitaban la vida a puñaladas o a tiros o incluso a palos.
Los gritos de muerte se escuchaban por todas partes, los heridos salían
a morir a las calles donde eran apuñaleados de nuevo y la sangre corría
por las calles. Incluso dentro del
palacio real del Louvre los
asesinatos se daban por todas
partes, en las escaleras y en los
pasillos, en los salones y en los
patios. Enrique de Guisa en
persona, acompañado de sus
partidarios, irrumpió en la casa
del almirante Coligny, quien se
recuperaba de las heridas
sufridas en un atentado apenas
dos días antes. Asesinaron a
todos los que se hallaban en la
casa y sacando al respetado
anciano del lecho de donde
descansaba, lo apuñalearon y lo
arrojaron por la ventana. Sus
restos son descuartizados por la turba y encajados en picas. Todos los
altos jefes protestantes que habían venido a París para la boda de
Margarita y Enrique fueron asesinados esa noche. El único jefe hugonote
que consiguió salir con vida fue el recién casado Enrique de Navarra y
Borbón, quien se refugió en la cama de su esposa. La masacre se
generaliza en todo París y continúa buena parte del día e incluso al
siguiente día. Los cadáveres son recogidos con carretas y arrojados al
Sena, cuyas aguas se tiñen de rojo. En otras ciudades ocurren
asesinatos que emulan lo que pasa en París y sólo cesan varios días
después. Dos días después de la terrible noche, en una Audiencia de
Justicia, el rey Carlos IX asume toda la responsabilidad por la matanza –
¡como si eso sirviera de algo!
134
Pinceladas de la Historia
Margarita era hija y hermana de reyes y reinas. Tres de sus hermanos fueron
reyes de Francia consecutivamente y su hermana Isabel se convirtió en reina de España al
casarse con Felipe II. Pero a Margarita, más que el poder, el lujo y el dinero –que bien le
interesaban, pero de alguna forma los tenía y estaba acostumbrada a ellos- lo que más le
interesaba, era su amante el duque de Guisa.
Margarita de Valois,
mejor conocida como « la reina Margot »
Enrique de Guisa, además de ser el líder del partido católico era una hombre
ambicioso y guapo. Su popularidad era enorme y las muchedumbres lo aclamaban por
doquiera que iba. Era, sin embargo, un hombre peligroso para la monarquía francesa, es
decir, para la familia de Margarita, pues lo que Guisa y sus aliados buscaban era una
monarquía débil y dócil, manejada efectivamente por las grandes casas nobles de Francia,
encabezadas por los de Guisa.
Por esas razones el matrimonio entre Margarita y Enrique de Guisa era una
imposibilidad política. Como el matrimonio de amor no es conveniente, su madre y su
hermano el rey, deciden casar a Margarita por conveniencia política –que además era lo
habitual para las princesas- con Enrique de Navarra, líder de los hugonotes o protestantes.
El matrimonio no impide, sin embargo, que tanto Margarita como el de Navarra prosigan
cada quien con sus amantes y amoríos, tranquila y civilizadamente, sin escenas de celos ni
esas cosas tan desagradables.
Se dice que Margarita era, en su juventud, una mujer de extraordinaria belleza,
aunque en su edad madura engordó de manera impresionante. Gorda o esbelta, siempre
tuvo un apetito sexual muy desarrollado y ningún escrúpulo para meter en su cama a quien
le apeteciera. En caso de urgencia, dicen que invitaba a compartir su lecho hasta a sus
caballerangos. En cuanto a Enrique, que habría de reinar como Enrique IV y que llegó a ser
uno de los reyes más queridos por el pueblo francés, su sexualidad también era proverbial.
Tanto, que la historia lo recuerda como “el rey galante”.
135
Roberto Gómez-Portugal M.
De febrero a octubre
La revolución que destronó a Nicolás
II en febrero de 1917 pretendía instaurar una
república de tipo liberal. El gobierno
revolucionario fue encabezado, primero por
un aristócrata, el príncipe Georgy Lvov, y un
par de meses después por un socialista,
Alexander
Kerensky.
Tratándose
de
revoluciones,
podríamos decir que
ambos eran “gente
Nicolás II
decente”. Kerensky no
abrigaba sentimientos
de odio hacia el zar, y podríamos decir que en su
trato con la familia real, prisionera en el palacio
de Tsarkoe Seló cerca de San Petersburgo, llegó
a desarrollarles aprecio y empezó calladamente a
hacer trámites para que fueran al exilio. Incluso
en un afán de protegerlos de los radicales,
ordenó que los llevaran a Siberia, para alejarlos
del peligro. Sin embargo, Kerensky estaba bajo
Aleksandr Fiódorovich
fuertes presiones tanto de la derecha como de la
Kérensky
izquierda; el pueblo quería paz y tenía hambre.
La negativa de Kerensky de que Rusia se retirara de la primera Guerra
Mundial fue su error final.
El partido bolchevique, encabezado por Lenin ofrecía justamente
paz, tierra y pan, bajo un sistema comunista y el 25 de octubre tomaron
el poder. Kerensky hizo un débil intento de resistir y luego huyó de los
comunistas, escapándoseles de entre las manos para refugiarse en
Francia. Lenin, que se llamaba en verdad Vladimir Illitch Ulyanov, y sus
bolcheviques, eran una fracción que se había desprendido del Partido
Socialdemócrata Obrero Ruso, oponiéndose a los mencheviques y
adoptando una estrategia radical y de lucha armada. Lenin había
cursado la carrera de derecho y desde sus años de estudiante su
carácter belicoso y su participación en protestas estudiantiles lo habían
136
Pinceladas de la Historia
hecho visitar la cárcel en diversas ocasiones. Años atrás, su hermano
Alexander había sido detenido y fusilado por participar en un complot
para asesinar al zar Alejandro III y el joven Vladimir quedó marcado por
el suceso, abrigando un gran resentimiento. Sus actividades de
agitación terminaron por lograr su expulsión de la universidad de Kazan,
donde estudiaba y donde ya había comenzado a enamorarse de las
ideas de Karl Marx. A pesar de que en 1891 obtuvo su licencia para
practicar la abogacía, Lenin no se dedicó a ejercer como jurista, sino
que se entregó en cuerpo y alma a la agitación y al activismo
revolucionario. Siguió estudiando el marxismo y desarrollando su
propias ideas y se casó con Nadezhna Krupskaya, una activista del
socialismo como él. Estuvo exiliado en Siberia y cuando recuperó la
libertad viajó a Suiza, desde donde publicaba sus encendidos escritos.
Iba y venía entre Rusia y diversos países de Europa, huyendo cuando
creía comprometida su seguridad, regresando para participar en mítines
y acciones políticas para seguir agitando. Regresó en 1917 cuando
presintió cercano el derrocamiento de Nicolás II y lo hizo en un tren
desde Suiza hasta San Petersburgo.
Todo indica que en ese viaje de
regreso Lenin contó con el apoyo de
Alemania, pues el vagón en que viajaba
y el tren mismo venía fuertemente
escoltado por militares alemanes. Es
claro que el kaiser Guillermo encontró
en Lenin una forma de agudizar los
problemas que acosaban a su primo
Nicolás y con ello de derrotar a Rusia en
el frente de batalla. El caso es que el
alzamiento de Lenin en octubre
sustituyó el gobierno de Kerensky por
un Soviet, es decir, una especie de
asamblea o consejo, con Lenin a la
Vladimir Illitch Ulyanov,
llamado Lenin
cabeza. Solo se logró un corto periodo
de paz antes de que en 1918 estallara
una verdadera guerra civil en Rusia, que trajo hambre, sufrimientos,
dolor y muerte a millones de personas independientemente de sus
preferencias políticas. Por un lado luchaban los rojos, es decir,
137
Roberto Gómez-Portugal M.
comunistas, revolucionarios, bolcheviques, leninistas; y por el otro los
blancos: zaristas, conservadores, republicanos, liberales y hasta
socialistas moderados, opuestos todos a la revolución bolchevique. El
amplio territorio de Rusia habría de quedar empapado de sangre.
138
Pinceladas de la Historia
El fiel Blondel
En Inglaterra había tensión. La imponente Leonor de Aquitania
había llegado al reino para regirlo en ausencia del rey Ricardo y para
impedir que su propio hijo menor Juan, el notorio traidor e incompetente
conspirara contra él. Juan intentaba ir a Francia para conspirar “a gusto”
con su cómplice el rey Felipe y lo hubiera logrado de no ser porque unos
nobles leales, el buen Hugh de Lincoln y el gran William de Marshall lo
alcanzaron en Southampton y le impidieron zarpar. Todo era
especulación y conjetura. No se sabía si el rey estaba bien: se rumoraba
que había caído prisionero. Otros aseguraban que había muerto.
Finalmente llegaron mensajeros del rey de Francia: enviaba una copia
de la carta que había recibido del emperador de Alemania donde éste
afirmaba tener prisionero al rey de Inglaterra por quien exigiría un
rescate. Mantenía en secreto el sitio donde ocultaba al prisionero. La
madre de Ricardo se sentía desfallecer en su desesperación cuando
escuchó los lánguidos acordes de un laúd y vio el rostro bañado en
lágrimas del bello trovador que lo empuñaba. Era Blondel de Nesle,
tocando una balada que había compuesto en colaboración con su rey
Ricardo.
Un buen día y sin decir nada a nadie, Blondel abandonó
Inglaterra y atravesó el continente ganándose literalmente el pan con
sus canciones, tocando en los mercados de todos los pueblos y
ciudades hasta llegar a Austria. Era un chico tan dulce que se ganaba a
la gente con facilidad; le daban un plato de sopa y lo dejaban dormir en
el establo. En los castillos, le presencia de trovadores era siempre
bienvenida. Blondel cantaba y abría sus oídos. Un día oyó que en el
cercano castillo de Dürenstein había llegado un gran caballero a
hacerse cargo de la fortaleza. Se trataba de Hadamar von Künring y se
decía que el mismísimo duque Leopoldo había venido un par de veces
al castillo recientemente. Tal vez tengan trabajo para un pobre trovador,
dijo Blondel, y la mujer le recomendó que buscara a un amigo suyo que
era el jefe de las cocinas.
139
Roberto Gómez-Portugal M.
Trovadores y troveros
Este arte nació en la Provenza, antigua provincia del sureste de Aquitania, que hoy
es Francia, en la segunda mitad del siglo XI. Se extendió con gran éxito por toda la
región de la Occitania, (Provenza, Delfinado, Auvernia, Lemosín, Guyena, Gascuña
y Languedoc), un amplio territorio en donde se hablaba el idioma o lengua de Oc,
llamada así por el término utilizado para la afirmación Oc (sí), a diferencia de la
lengua de Oil, (de la cual procede el francés moderno).
Los trovadores (troubadours) eran poetas y cantores miembros de la nobleza feudal
que componían temas líricos o románticos y cantos de amor o trovas en ese
lenguaje provenzal (langue d’ Oc) o en sus variantes (languedociano, lemosín,
auvernés y gascón), representando el primer testimonio de una naciente literatura
poético-musical en idioma popular, más libre del influjo germánico y con marcada
influencia de rasgos moros. Este arte de los cantores y poetas pertenecientes a la
nobleza va adquiriendo cada día mayor relieve e importancia hasta llegar a centrar
en sí buena parte de la dinámica histórica, política y cultural de su época.
Pero mientras en el sureste de Francia los trovadores cantaban en langue d’ Oc, en
el norte los artistas cantan en langue d’ Oil, es decir, en el francés originario o
primitivo, y se llaman a si mismos troveros (trouvères). Seguían la tradición de los
trovadores provenzales pero su música tenía una mayor influencia visigótica y
germánica.
El rey Ricardo “corazón de león” fue quien introdujo el arte de los troubadours
provenzales en el norte de Francia, dando origen a la école des trouvères, en
donde él mismo sobresalió como poeta y músico.
Blondel se acercó al castillo pero no se dirigió a las cocinas.
Rondó en cambio la muralla, mirando siempre hacia las altas ventanas,
hasta descubrir una cruzada con fuertes barras de hierro. Al pie de esa
ventana Blondel se puso a entonar una
hermosa canción, una que había
compuesto en colaboración con su rey y
que sólo ellos dos conocían. De pronto
Blondel oyó una voz que contestaba sus
estrofas desde lo alto. Había encontrado
a su amado rey prisionero. Blondel no
esperó más y emprendió al largo viaje de
Retrato imaginario de Blondel
regreso a Inglaterra para informar dónde
de Nesle
estaba preso el rey Ricardo.
140
Pinceladas de la Historia
Presidente... ¡a fuerza!
Después de la desastrosa guerra contra los Estados Unidos,
Santa Anna abandona la presidencia en 1847 y en 1848 se embarca en
Veracruz para autoexiliarse en la isla de Jamaica. Según la ley,
correspondía asumir el poder al presidente de la Suprema Corte de
Justicia, Manuel de la Peña y Peña, que a las pocas semanas lo cedió
al general Pedro María Anaya, aquél que se había rendido a los
estadounidenses en Churubusco con eso de que “si hubiera parque no
estarían ustedes aquí.” Anaya se había declarado muy herido para
seguir combatiendo, pero no se sintió tan mal a la hora de asumir la
presidencia. Sin embargo, el gusto le duró poco, pues por una serie de
tecnicismos y enredos jurídicos se le obligó a devolverla a Manuel de la
Peña. El país estaba, más que convulsionado, paralizado y postrado en
la más lamentable inacción. A de la Peña le tocó la triste tarea de
negociar y firmar el infame tratado de Guadalupe, mediante el cual
México le cedía a los Estados Unidos nuestros territorios del norte, que
superaban en extensión los dos millones de kilómetros cuadrados. A
cambio, México recibiría 15 millones de dólares y los magnánimos
“gringos” le “perdonaban” otros dos millones de dólares en
reclamaciones que databan de la época de Jackson y la guerra de
Texas. A pesar de todo, de la Peña supo oponerse a la pretensión de
los estadounidenses de que también se les entregara la Baja California
y se les concedieran derechos de libre
tránsito a través del istmo de
Tehuantepec –una concesión importante,
tomando en cuenta que entonces no
existía todavía el canal de Panamá.
José Joaquín de Herrera
Dado que de la Peña era un
presidente sustituto, ya a mediados de
1848, el Congreso buscó nombrar un
presidente constitucional y designó al
general José Joaquín de Herrera, que
antes había ocupado la presidencia
durante unos cuantos meses en 1845,
hasta ser depuesto por el general
Paredes. Aún en ese breve plazo,
141
Roberto Gómez-Portugal M.
Herrera se había distinguido como hombre juicioso y honrado, además
de buen administrador. Para sorpresa de muchos, el general Herrera
rechazó el nombramiento a la presidencia y expuso como pretexto su
débil salud. El congreso, a su vez, rechazó su renuncia y lo nombró por
segunda vez. Herrera volvió a negarse a asumir la presidencia, y el
congreso se vio obligado a ordenarle que se presentara
perentoriamente a asumir el cargo. Al buen hombre no le quedó
alternativa y se convirtió en presidente de México en junio de 1848. Por
primera –y creo que también por única vez- en la historia, un mexicano
tuvo que ser literalmente obligado a asumir la presidencia del país. Hay
que decir, en abono de Herrera que, una vez en el cargo, se distinguió
de nuevo como un administrador prudente y honrado, afrontando la
difícil situación como mejor podía. A pesar de la falta de recursos en el
erario, hizo lo posible por promover la economía y el uso de los recursos
naturales
del
país.
Durante
su
administración, se comenzó a instalar el
telégrafo en México y se comenzaron las
obras para distribuir agua por tuberías en
la capital. Los generales facciosos no
dejaban de organizar revueltas y
alzamientos,
pero
asombrosamente
Herrera pudo aplacarlas todas, teniendo
que gastar en ello los dineros que él
hubiera querido destinar a mejores
propósitos. Se consideró casi un milagro
que el presidente Herrera pudiera llegar al
final de su mandato constitucional y
entregar la presidencia a su sucesor
Mariano Arista
electo, el general Mariano Arista, y todo en
un clima de paz.
142
Pinceladas de la Historia
Secuestrado
Los captores de Ricardo, Enrique de Alemania y su vasallo
Leopoldo de Viena exigieron por su noble prisionero un rescate
inmenso. Se dejaron pedir nada menos que 150 mil marcos de plata,
una cifra equivalente a dos veces el ingreso anual de la corona de
Inglaterra. Leonor de Aquitania, la madre de Ricardo, siempre lo había
considerado su hijo preferido y estaba dispuesta a cualquier esfuerzo
para lograr su liberación. Exigió a todos los terratenientes de Inglaterra,
lo mismo laicos que religiosos un impuesto extraordinario equivalente a
una cuarta parte del valor de sus propiedades. Confiscó todos los
tesoros de oro y plata de las iglesias y destinó todo lo recaudado por el
carrucage y el escuage al rescate de Ricardo.
Estatua de Ricardo Corazón de León
que se alza frente al edificio del
Parlamento en Westminster, en
Londres
El escuage y el carrucage eran dos antiguos impuestos
medievales que se aplicaban en Inglaterra; el primero a los caballeros,
como un pago por liberarse de los deberes militares que tenían que
prestar a su señor. El segundo era un impuesto aplicable a los
campesinos en razón de la tierra cultivable que poseyeran. Mientras
Leonor trataba de reunir fondos para el rescate de Ricardo, su hermano
143
Roberto Gómez-Portugal M.
Juan –el llamado “sin tierra”- que no deseaba el retorno de su hermano
para poder sentarse él en el trono de Inglaterra, se confabuló con Felipe
de Francia, ese amigo-amante-enemigo de Ricardo. Entre los dos
ofrecieron a los secuestradores 80 mil marcos por que mantuvieran
cautivo a Ricardo. Pero -¡faltaría más! Enrique de Alemania era un
secuestrador honrado ¡y se negó! Finalmente en febrero de 1194
Ricardo fue liberado. Felipe de Francia le mandó un mensaje a Juan:
Cuídate, ¡el diablo anda suelto!
144
Pinceladas de la Historia
Conquistadores
La mayor parte de los conquistadores que vinieron a en el siglo
XVI a “hacer la América” eran hombres que tenían poco que perder y
todo por ganar. Uno de ellos fue Francisco Pizarro, un hombre cuya
infancia como hijo bastardo de un hidalgo de Extremadura había sido
sumamente pobre y difícil. El chico no tuvo prácticamente educación, no
fue a la escuela y como no sabía siquiera leer y escribir, el mejor
empleo que pudo conseguir fue el de cuidar cerdos. Por eso, en cuanto
tuvo edad se alistó en el ejército y tomó parte en las guerras de Italia en
los ejércitos del llamado Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba.
Pero mejor aún que hacer la guerra en Italia era hacer la conquista en
América. ¡Noble empresa! Conquistar nuevas tierras para Dios y para la
corona era una elegante manera de llamar a lo que en verdad era
asaltar a sangre y fuego, matar, robar, esclavizar, violar mujeres,
despojar y arrasar el territorio en la búsqueda de oro y poder.
Estatua de Francisco Pizarro, conquistador del Perú, en el Parque
de la Muralla, en Lima. No parecen guardarle mucho cariño los
limeños, pues la pusieron en una ubicación poco favorecida,
semioculta por una rampa y sin pedestal o zoclo. Antes gozaba
de un sitio mucho más principal, justo frente al Palacio de
Gobierno y al Palacio Municipal de Lima.
145
Roberto Gómez-Portugal M.
Pizarro llegó al nuevo mundo en 1502 en la expedición de Nicolás
de Ovando, que llegaba como nuevo Gobernador de la isla La
Española. Pizarro, de carácter fuerte y osado, se fue a explorar la
América central y al cabo de unos años se hizo encomendero –forma
segura de hacerse rico explotando a los indios- e incluso llegó a ser
alcalde de la ciudad de Panamá. Allí conoció Pizarro a Diego de
Almagro, un castellano también bastardo y pobre que había llegado a
América algunos años después que Pizarro.
La infancia de Almagro había sido igual de dura, huyendo de la
tutela de su tío que lo criaba con un exceso de rigor. Cuando fue a
despedirse de su madre, ella le dio un trozo de pan y unas monedas,
diciéndole: “Vete, hijo mío, y no me des más dolor. Que Dios te
acompañe en tu ventura”.
Almagro llegó a América en
1514 y después de algunos éxitos
en incursiones de conquista, se
hizo de algún renombre y se asentó
en Panamá, que era entonces un
hervidero de ansiosos capitanes
buscando fama, poder y riquezas al
precio que fuere. Durante algunos
años, Almagro se ocupó en
Panamá de administrar sus bienes
y los de su amigo Francisco
Pizarro, y los dos capitanes
estrecharon su amistad y confianza
y sumaron a su círculo al sacerdote
Hernando de Luque, que a pesar
de ser eclesiástico compartía con
ambos las ansias de gloria y de
riquezas. La amistad se formalizó
en sociedad y en 1524 les fue dado
el permiso para emprender la
conquista de las tierras que habrían
de ser el Perú.
146
En su ciudad natal de Trujillo, en
Extremadura, España, la estatua
ecuestre de Pizarro es, en cambio,
magnífica, y está situada en la plaza
principal de la población. Claro, los
pobladores de Trujillo no tuvieron que
soportar las acciones de Pizarro, por lo
que están dispuestos a reconocerle más
gloria que los peruanos.
Pinceladas de la Historia
Pizarro y Almagro emprendieron por mar desde Panamá dos
viajes hacia el sur durante los cuales sólo encontraron dificultades y
peligros. Sus incursiones a tierra tampoco fueron exitosas, aunque
seguían escuchando de los indios rumores fabulosos –quizá inventados,
acicateando la codicia de los españoles- sobre tierras donde los árboles
tenían las hojas de oro y por los arroyos corría plata en vez de agua. En
un tercer viaje, que emprendió Pizarro sólo, pues Almagro se dedicó a
conseguir dinero y soldados para equipar otra nave, pudo llegar hasta el
territorio de los incas. Pizarro encabezaba una tropa de 62 andrajosos
caballeros y 106 soldados de a pié, en estado igualmente lamentable.
Los españoles quedaron maravillados ante las obras de ingeniería, los
ropajes y sobre todo las joyas de aquella gente que, a pesar del lujo en
que vivían sus nobles y reyes, no tenían sistema de escritura ni usaban
la rueda. El Inca Atahualpa –un soberano aún joven y de agradables
modales- era el gran monarca de ese imperio. Los desarrapados
españoles se presentaron en son de paz y fueron recibidos igual por los
indígenas, asombrados quizá de igual manera por los barbudos
españoles que parecían mitad bestia y mitad hombre.
Al cabo de unos días y envolviéndolo en melosas promesas de
amistad, Pizarro invitó a Atahualpa a parlamentar y el monarca y su
extensa corte se presentaron sin
armas en la ciudad de Cajamarca,
ignorantes de que el comandante
español les había preparado una
trampa. Los españoles, después de
asesinar a miles de indígenas, que
protegían con sus cuerpos la
sagrada figura del emperador,
hicieron prisionero a Atahualpa. El
Inca, sabiendo que lo que los
violentos extranjeros deseaban era
oro, ofreció entregarles, a cambio
de su libertad, todo el oro y joyas
que cupieran en la estancia en
El Inca Atahualpa
donde se hallaba preso, lo que se
estima en unos 22 pies de largo,
147
Roberto Gómez-Portugal M.
por 17 de ancho y 9 de altura. Pizarro aceptó el acuerdo y lo que sería
el rescate más cuantioso jamás pagado empezó a reunirse en
Cajamarca, procedente de todos los rincones del imperio inca. De nada
le sirvió a Atahualpa reunir esa prodigiosa fortuna, pues Pizarro renegó
de su promesa y mantuvo cautivo al Inca aún después de cobrar el
rescate.
En
aquel
fatídico
momento, Atahualpa libraba
una guerra por el poder con
su hermano Huáscar, por lo
que Pizarro y Almagro, que
llegó al Perú poco después,
pudieron
consolidar
su
control, aprovechando la
división entre los indígenas.
Además, el pueblo detestaba
a sus soberanos y a toda su
La batalla de Cajamarca, 1832
corte, pues vivían sometidos
y explotados por las castas
de nobles y religiosos, de manera que les daba más o menos lo mismo
que sus opresores fueran incas o españoles, por lo que no ofrecieron
una fuerte resistencia a los invasores. Desde su cautiverio, Atahualpa
ordenó la muerte de su hermano y rival Huáscar, lo cual contribuía a
despejar el campo de enemigos para los dos españoles. Ellos, a su vez,
después de tener al Inca preso durante nueve meses, decidieron
acusarlo de sedición, idolatría, poligamia, fratricidio e incesto, por todo lo
cual se le condenaba a morir en la hoguera. Finalmente y para que no
se les acusara de inmisericordes, decidieron conmutarle la sentencia
por muerte al garrote vil –una especie de horca- cuando el Inca aceptó
convertirse al cristianismo antes de morir, el 26 de julio de 1533. La
suerte no dejó de sonreírles tampoco, pues su socio en la empresa, el
religioso Hernando de Luque, que se había quedado en Panamá,
encargado de los temas financieros y administrativos de la expedición,
tuvo la buena ocurrencia de morirse en 1532. Francisco Pizarro y Diego
de Almagro, dos bastardos sin educación ni recursos, pero eso sí,
también sin escrúpulos, son el mejor ejemplo de lo que podía
alcanzarse en el nuevo mundo.
148
Pinceladas de la Historia
París bien vale una misa
Pero la matanza de San Bartolomé, lejos de terminar con las
guerras de religión, no hizo sino atizar la sed de venganza de los
protestantes, que aún existían en grandes números por todo el país. Los
alzamientos y la batallas continuaron por doquier.
Carlos IX concede la libertad de cultos a varias ciudades, pero no
en París, que sigue siendo bastión de los católicos. El rey, siempre débil
física y psicológicamente, se debilita también en lo político. Cae enfermo
y muere de pleuresía en 1574. Le sucedió su hermano menor Enrique III
de Valois, aunque la que seguía gobernando era su madre, Catalina de
Médicis.
El forcejeo entre los dos
grupos religiosos seguía dividiendo
y ensangrentando al país. Los
hilos del poder se entretejen de
complicadas
formas
pues
Margarita, hermana del rey, es
esposa de Enrique de Navarra,
líder de los hugonotes y primo del
rey, y a la vez amante del duque
de Guisa, líder del bando católico.
Enrique III es un joven inteligente
aunque terriblemente afeminado
que se entrega a fiestas y bailes
rodeado
de
sus
“mignons”,
aduladores igualmente afeminados
y decadentes que él.
Se desarrolla entonces la
guerra de los tres Enriques (el
Enrique III de Francia, el último Valois
propio rey de Francia, el duque de
Guisa y el de Navarra y Borbón).
No pudiendo vencer al de Guisa en el campo de batalla, Enrique III le
tiende una emboscada y lo hace asesinar a puñaladas en los pasillos
149
Roberto Gómez-Portugal M.
mismos del castillo de Blois. El destino habría de pagarle con la misma
moneda pues algún tiempo después un monje fanático de la liga católica
llamado Jacques Clément, se acerca al rey pretextando entregarle un
mensaje y lo mata a puñaladas.
No queda más que Enrique de Navarra, el hugonote, quien se
hacía pasar por tonto pero era probablemente el más inteligente de
todos.
Enrique IV de Francia, el
primer Borbón
150
Enrique es lo suficientemente
sensato para darse cuenta de que un
rey protestante no podría sentarse
jamás en el trono de la católica Francia.
Se le atribuye a él la célebre frase de
que “Paris bien vale una misa”, aunque
más probablemente la haya pronunciado
su sabio consejero Cotton al insistir en
que Enrique debe abrazar el catolicismo
y conseguir con ello la paz, la corona y
el poder. Enrique, -ahora Enrique IV, con
quien da principio la dinastía de los
Borbones en el trono de Francia- expidió
en 1589 el famoso Edicto de Nantes
concediendo la libertad religiosa.
Pinceladas de la Historia
¿Cómo te llamas?
Felipe II de Francia –a quien luego apodaron Felipe Augusto- no
sólo tuvo sus dificultades y pleitos con Ricardo I de Inglaterra sino
también con el sucesor de éste, su hermano menor, Juan sin Tierra.
Cuando por fin hicieron las paces y firmaron el tratado de Goulet, parte
del acuerdo fue que el hijo y heredero de Felipe se casara con una
sobrina de Juan, hija de su hermana Leonor Plantagenet.
Era el año 1200, y en la corte castellana se aburrían dos
hermosas adolescentes, de doce y trece años, respectivamente.
Aunque fueran hijas del rey, tenían poco qué hacer en el austero castillo
de Palencia, como no fuera pasar las horas rezando porque la campaña
contra los moros que tenían invadida media península ibérica fuera
exitosa. De vez en cuando llegaba a la corte algún juglar o trovador. Tal
vez entonces las jóvenes princesas recibieran autorización para
presentarse en el gran salón y escuchar el relato de las últimas nuevas
ocurridas en el territorio o en los reinos vecinos, y enterarse de las
hazañas militares, incluyendo la detallada descripción de las masacres
impuestas a los moros o, peor aún, sufridas por los cristianos a manos
de los infieles.
Pero un día recibieron la visita de alguien cuya presencia causó
más conmoción que cualquier juglar. Se trataba de su propia abuela, la
famosísima y turbulenta Leonor de Aquitania, quien a pesar de haber
cumplido ya los ochenta años, viajó hasta Palencia en mitad del
invierno, a la corte de su yerno Alfonso VIII de Castilla, para hablar del
matrimonio que habían concertado los reyes de Inglaterra y de Francia.
Al rey de Castilla le molestó un poco que fueran otros los que
pretendieran decidir con quién habrían de casarse sus hijas, pero
ciertamente no le pareció mal la idea de que una de ellas fuera esposa
del futuro rey de Francia, así que accedió. La pregunta que se le
presentaba de inmediato era ¿con cuál de las dos? La abuela Leonor
dijo que al príncipe francés seguro que le daría igual, pues no conocía a
ninguna y además era sólo un muchachito de doce años. Pero había
que hacer las cosas bien y Alfonso decidió que lo mejor sería
preguntarle al rey francés con cuál de las infantas quería casar a su hijo.
Los mensajeros partieron de inmediato hacia Paris.
151
Roberto Gómez-Portugal M.
El rey de Francia, confrontado con la pregunta, escogió como
embajadores a algunos caballeros de su confianza, cortesanos de buen
gusto y conocedores en materia de mujeres, a quienes mandó a
Palencia con la misión de escoger y traer consigo a la princesa que les
pareciera más adecuada. En Castilla se esperaba con ansiedad y
emoción la llegada de la respuesta y cuando se presentaron los
embajadores del rey, la conmoción fue grande. Las princesas, recluidas
en sus habitaciones, escasamente podían controlar sus nervios. Los
recién llegados fueron recibidos con las formalidades debidas a su
rango y llegado el momento, don Alfonso ordenó que las princesas
fueran invitadas a venir. Cuando las princesas aparecieron, los
franceses notaron de inmediato que la mayor de las hermanas era
decididamente la más bella, y el intercambio de miradas entre ellos fue
suficiente para saber que la opinión era
general. Entonces el rey Alfonso VIII
exclamó con orgullo: “¡Os presento a la
mayor, la infanta Urraca y a su
hermana, la infanta Blanca!”
Urraca no era nada fea, pero el
nombrecito la fastidió y le impidió
ser reina de Francia. Tuvo que
conformarse con ser reina de
Portugal, pues se casó con en
1208 con el heredero portugués,
el infante Alfonso, que en 1211
accedió al trono bajo el nombre
de Alfonso II de Portugal.
Aquí la vemos representada por
Genevieve Page en la película El
Cid, que se filmó en 1961
152
Los embajadores franceses
procuraron ocultar su asombro, pero su
atención giró de pronto hacia la menor
de las hermanas, que aunque menos
agraciada, repentinamente parecía la
mejor selección. “Sería de esperar que
la hija mayor fuera quien se casara
primero, la infanta Urraca”, se atrevió a
opinar el rey don Alfonso. Con toda
cortesía el caballero que encabezaba
el grupo de franceses respondió. “Sin
duda, Sire, pero nos parece que el
nombre de Blanca es más adecuado
para una reina de Francia. Tengo el
honor”, continuó el francés, “de pedir a
su majestad la mano de la infanta
Blanca para el príncipe Luis de
Francia”.
Pinceladas de la Historia
A finales de marzo del año 1200 Blanca de Castilla emprendió el
viaje a Francia, acompañada de su infatigable abuela Leonor de
Aquitania, para conocer a quien habría de ser su marido, el futuro Luis
VIII.
Coronación de Luis VIII y Blanca de Castilla
153
Roberto Gómez-Portugal M.
Vida de santo
Luis tenía solamente doce años cuando murió su padre, el rey
Luis VIII de Francia, pero su madre, Blanca de Castilla, asumió de
inmediato el papel de proteger al joven heredero. La reina Blanca era
una española de fuerte carácter y gran devoción. ¿Cómo no iba a serlo,
si tenía entre sus parientes cercanos a Santo Domingo de Guzmán y al
rey castellano Fernando III el Santo? El joven Luis IX fue proclamado
rey a la muerte de su padre pero los principales nobles, viendo la corta
edad del monarca y creyendo débil a la reina, se rebelaron contra “la
extranjera”. Sin embargo, antes de que los revoltosos se organizaran, la
reina Blanca reunió un ejército y los atacó en Chinon, donde se habían
pertrechado los conspiradores, derrotándolos totalmente. Durante los
años siguientes, la mamá de Luis gobernó el reino con mano de hierro,
a la vez que educaba a su hijo en la devoción y el ascetismo.
El tiempo pasa de prisa y Luis
había ya cumplido 19 años, de manera
que su madre estimó conveniente
buscarle esposa y pensar en asegurar la
descendencia. Recurrió a algunos monjes
de su confianza y les dio la encomienda
de buscar candidatas entre las princesas
de las casas reales. Dos condiciones fijó
El castillo de Chinon
la reina como indispensables: que fueran
doncellas de virtud intachable, y que no
fueran muy bellas, por aquello de que Luis no cayera en la
concupiscencia. La elección recayó en Margarita, hija del Conde de
Provenza Ramón Berenguer V, que acababa de cumplir catorce años y
reunía las condiciones exigidas. La reina envió al obispo de Sens
encabezando la delegación de religiosos a pedir la mano de la infanta y
llevarla a donde se celebraría el enlace. Cuando Luis y su madre
contemplaron por primera vez a Margarita, la reina cayó en la cuenta de
que sus queridos monjes no sabían nada de mujeres y Luis se alegró de
ello, pues Margarita poseía una belleza absolutamente extraordinaria,
además de una gran simpatía que cautivó a Luis inmediatamente.
154
Pinceladas de la Historia
El matrimonio se celebró al día siguiente –12 de mayo de 1234en Sens y durante la fiesta la reina madre se veía un poco molesta. A
cierta hora, la novia se levantó con la debida ceremonia anunciando que
se retiraba a sus aposentos. El rey se disponía al poco rato a seguirla
cuando fue interceptado por su madre. Antes de subir a las habitaciones
de Margarita, Blanca obligó a Luis a pasar a la capilla para meditar
sobre el paso que había dado y lo que el futuro le depararía. Margarita
se durmió sola empapando de lágrimas las almohadas. Toda la noche y
el día siguiente el rey siguió prisionero de su madre en la capilla y no fue
sino hasta la tercera noche en que se le permitió a Luis subir a
consumar su matrimonio. Blanca montó guardia tras de la puerta y
cuando le pareció que el tiempo transcurrido era suficiente, entró a la
cámara nupcial diciendo ¡basta! y obligando a Luis a irse a dormir a otra
habitación.
Cuando la corte regresó a Paris,
Margarita y Luis aprovechaban la
penumbra de los pasillos del palacio de
Louvre para regalarse mutuamente
momentos de amorosas caricias pero
seguían acosados por la vigilancia
constante de la reina Blanca, quien los
seguía obligando a mantener dormitorios
separados. Margarita se consiguió un
perrito faldero muy malhumorado que
gruñía en cuanto oía acercarse a la reina
madre, con lo cual Luis podía esfumarse
apropiadamente, pero a pesar de esta
estratagema, los jóvenes esposos
encontraban la vida imposible. A Luis se
le ocurrió entonces anunciar que la corte
Luis IX de Francia, San Luis
abandonaría el lúgubre palacio del
Louvre para instalarse en el palacio de Pontoise, más luminoso y alegre.
Luis había tenido la precaución de mandar construir una escalera
secreta que unía los aposentos del rey, ubicados en un piso, con los de
su esposa, en el piso de abajo. Así pudo la joven pareja encontrar
finalmente momentos de privacía, al menos durante un tiempo, pues la
reina madre terminó por descubrir el pasadizo y lo mandó clausurar. De
155
Roberto Gómez-Portugal M.
alguna manera la pareja supo arreglárselas, aunque les tomó tiempo,
pues el primer hijo no llegó sino hasta el sexto año de su matrimonio.
Después habrían de adquirir más práctica, pues finalmente fueron once
los vástagos de Luis y Margarita.
De cualquier forma, Luis aspiraba a más libertad de la que
gozaba así que empezó a jugar con la idea de irse a la cruzada y un día
se lo comunicó a su madre. La reina Blanca “puso el grito en el cielo”
diciendo a su hijo que su lugar era en el trono de Francia, y no en los
caminos buscando aventuras y peligros. La idea tuvo que ser olvidada.
Pero poco tiempo después, el rey tuvo que hacer frente a una rebelión
de varios nobles encabezados por Hugo de Lusignan, conde de la
Marche, aunque la verdadera incitadora del conflicto fue la esposa de
Hugo, Isabel de Angulema. Al regresar victorioso de esta campaña Luis
cayó enfermo de fuertes fiebres, que no cedían aún después de
pasados ocho días. Los médicos se declararon impotentes y anunciaron
que el rey moriría en cualquier momento. Sin embargo, Luis se fue
recuperando hasta recobrar la salud. Ya de regreso en el Louvre y
cuando todos daban gracias a Dios por la milagrosa salvación del rey,
Luis anunció que durante lo más profundo de su enfermedad había
hecho a Dios una promesa: la de emprender una cruzada a tierra santa
si recobraba la salud. La reina madre creyó desfallecer, pero incluso los
obispos opinaron que el rey tenía que cumplir la palabra empeñada.
El rey se trasladó a
la población de Aigues
Mortes –en la pintoresca
Camargue- para desde allí
organizar sus huestes y
hacer construir las galeras
que los llevarían al medio
oriente.
Cuando
todo
estuvo listo, Luis reclamó la
compañía de su esposa en
la cruzada, pues ella,
aunque mujer, también
tenía un alma que salvar y
debía acompañarlo. Su
156
Las murallas de Aigues Mortes
Pinceladas de la Historia
madre se quedaría como regente del reino. Antes de partir de Aigues
Mortes, Margarita se supo encinta otra vez. Era 1248.
La flota hizo escala en Chipre y como el sitio les pareció
agradable, se quedaron allí durante seis meses. Podría decirse que fue
una luna de miel. Finalmente fue necesario continuar la expedición y los
cruzados tomaron Damietta, una ciudad en la desembocadura del Nilo.
Se instalaron en una lujosa mansión árabe cuyo patio, lleno de
rumorosas fuentes les daba “la ilusión de estar en el paraíso”. La
campaña continuó y Luis intentó capturar Mansourah, una población
sobre la ruta hacia El Cairo. La batalla fue desastrosa pues los
musulmanes bombardearon a los cristianos con un arma que éstos
desconocían: el fuego griego, sembrando el pánico y haciéndoles
muchas bajas. El ejército de Luis emprendió la retirada pero antes de
poder regresar a Damietta, el rey cayó víctima de la disentería,
provocada por las aguas pestilentes que había tenido que beber. Se
refugiaron en Kiercé, pero los musulmanes no tardaron en rodearlos y
tuvieron que rendirse. Luis, que quiso conocer la libertad y el amor, era
ahora prisionero de los infieles.
Mientras tanto, en Damietta, Margarita trajo al mundo a un
varoncito, que decidió llamar Juan Tristán, a causa de los difíciles
momentos que pasaban. Margarita supo, no obstante, defender
Damietta y usar la ciudad como
moneda de cambio, entregándola a
los sarracenos por la liberación de
su esposo. Después de una derrota
así, lo prudente hubiera sido
regresar a Francia, pero ni Luis ni
Margarita tenían ganas de volver,
así que siguieron hacia Palestina y
permanecieron allí cuatro años más.
En Jaffa nació otro bebé, una hija a
la que pusieron Blanca, por “amor a
la reina madre”.
Las fuerzas de Luis IX atacan
Damietta
Luis había prácticamente perdido su
ejército, por lo que su sueño de
157
Roberto Gómez-Portugal M.
reconquistar Jerusalén quedaba archivado. Luis y los suyos se
contentaban con viajar por la región, visitando los santos lugares,
especialmente Nazareth, para rezar en ellos y pisar los caminos que el
propio Cristo había pisado. Los musulmanes, sabiendo que el grupo de
cristianos no representaba una amenaza, permitía gustosamente su
peregrinaje y se dice que el sultán As-Salih Ayyub, descendiente
dinástico del gran Saladino, que había luchado contra Ricardo “corazón
de león”, más de un siglo atrás, hacía llegar al rey francés cajas de
deliciosas peras empacadas en hielo que traían de las montañas, para
que él y los suyos se refrescaran.
¡No faltaría más! Aunque enemigos e infieles, la caballerosidad y
la cortesía no podían estar ausentes entre nobles y reyes.
El fuego griego
Supuestamente el inventor del fuego griego había sido un cristiano sirio originario
de Heliópolis, llamado Calínico, allá por el año 673, pero como sus señores
cristianos no habían querido comprarle el invento, el hombre, sin ningún escrúpulo
se lo había vendido a los musulmanes. Para la época, se trataba de un arma
formidable: era un líquido espeso y viscoso que se inflamaba y producía
tremendos estragos. Solían poner la sustancia en unas ollas de barro, y lanzarlas,
encendidas con una especie de catapulta. Incluso desarrollaron la forma de
hacerlo fluir en unas mangas de cuero y dirigirlo así al objetivo. Si el chorro de
fluido ardiente caía sobre el agua, flotaba sobre ella y seguía ardiendo, por lo que
podía usarse tanto en tierra como en el mar.
Algunos piensan que Calínico había aprendido los conocimientos que le
permitieron desarrollar el arma de los químicos de Alejandría, pero sólo estudios
relativamente recientes han logrado identificar los siete ingredientes de este
ingenioso invento: petróleo en bruto, o petróleo crudo, para que flotase sobre el
agua, azufre, que al entrar en combustión, emite vapores tóxicos, cal viva, que
reacciona liberando mucho calor y así facilitaba el incendio de todo aquello con lo
que entraba en contacto, principalmente madera, resina bituminosa, para activar la
combustión de los ingredientes, grasas para aglutinar todos los elementos, y
nitrato de potasio, es decir, salitre que desprende oxígeno al inflamarse,
permitiendo de esta forma que el fuego continúe ardiendo incluso bajo el agua.
Un buen día, se presentó en el campamento de los cruzados un
mensajero procedente de Francia. Portaba una terrible noticia: la reina
Blanca había muerto. Luis estaba devastado; durante dos días no pudo
158
Pinceladas de la Historia
articular palabra. Margarita también lloraba intensamente. Alguien de su
confianza se atrevió a preguntar el por qué de su lágrimas, siendo claro
que entre ella y su suegra no había buenos sentimientos. Margarita
respondió: “No lloro por la reina Blanca, sino por la pena que aflige al
rey”. Poco tiempo después, la flota real zarpó de regreso a Francia.
Cuando, después de tres meses de travesía desembarcaron, habían
pasado seis años desde su partida.
Al regresar a Paris, Luis no quiso volver a habitar en el lúgubre
palacio de Louvre sino que se instaló su corte en el castillo de
Vincennes, que le parecía más alegre. Allí vivieron algunos años y
Margarita creyó haber encontrado la felicidad, mimada por su esposo y
rodeada de sus hijos. Hasta que un día Luis le comunicó que,
asesorado por sus sacerdotes, había tomado la decisión de entregar la
corona a su hijo mayor y hacerse monje. Margarita estalló en cólera,
pero pronto se controló e hizo venir a todos sus hijos. Les dijo: “Estos
santos señores han convencido al rey, su padre, de renunciar a la
corona y hacerse monje. ¿Qué prefieren ustedes? ¿Ser conocidos como
hijos de rey, o como hijos de monje?” A una sola voz, los hijos dijeron
que querían ser hijos de rey, y junto con Margarita, rogaron a Luis que
abandonara la idea. Al rey no le quedó más que acceder.
Pasaron los años y el reino de Francia prosperaba bajo la mano
de un rey sabio y bueno. Pero en 1268 Luis IX anunció que emprendería
una nueva cruzada. Esta vez Margarita no lo acompañaría. Al poco
tiempo abandonó Vincennes y ella quedó a cargo del reino y de los
hijos. No volvería a ver a su amado Luis, quien murió ante los muros de
Túnez el 25 de agosto de 1270, víctima, no de las lanzas de los
musulmanes, sino de una epidemia de peste. Margarita vivió veinticinco
años más, recordando tal vez la escalera secreta del palacio de
Pontoise. En 1297 Luis IX fue canonizado por el papa Bonifacio VIII.
159
Roberto Gómez-Portugal M.
Una muerte tonta
Ricardo no lograba imponer paz en Normandía. Felipe, el rey de
Francia del cual Ricardo era técnicamente vasallo por el ducado, no
cesaba de incitar a los barones normandos a crearle problemas a
Ricardo en aquellas tierras. Ricardo decidió construir un castillo
extraordinario en Normandía, un castillo que le ayudara a controlar la
región y que fuera también una expresión de su fuerza, de su
determinación y de su valentía. Construyó una hermosa fortaleza justo
en las fronteras de sus tierras con las del rey de Francia, un castillo
desafiante a las orillas del Sena, cerca de los pueblos de Les Andelys, el grande y el pequeño- y lo llamó Château Gaillard, que puede
traducirse no sólo como gallardo, sino más bien como osado, atrevido,
desafiante. Desde ese castillo, que representaba tan fielmente el
carácter mismo de Ricardo, siguió guerreando contra Felipe hasta que
éste tuvo que pedir paz. Se reunieron a parlamentar en las aguas
mismas del Sena –Felipe a caballo, Ricardo sentado en una barcahasta que llegaron a un acuerdo. Se habló incluso de sellar la paz con
un matrimonio. Luis, el hijo de Felipe, se casaría con una sobrina de
Ricardo. Se separaron para esperar que sus ministros y abogados
resolvieran los detalles y prepararan los documentos que firmarían
ambos monarcas. Pasaron los días y Ricardo se aburría en su querido
Château Gaillard.
Una noche, Ricardo disfrutaba con sus soldados una cena de
jabalí asado y el capitán de su guardia le relató un rumor que había
oído: Achard, el señor de una comarca llamada Chalus había
encontrado un tesoro cuando sus campesinos araban un campo. Decían
que se trataba de una maravillosa estatua de oro puro que representaba
a un rey, probablemente un antiguo monarca de Aquitania. A Ricardo le
brillaron los ojos. Por lógica, el tesoro debía corresponderle al señor de
esas tierras, que desde luego, era él. Además, exhausta como estaba
su tesorería por las guerras contra Felipe, un poco de oro le vendría
muy bien. Mandó un mensajero a decirle a Achard que se preparara
para recibir a su señor y se dirigió a Chalus la mañana siguiente.
160
Pinceladas de la Historia
Cuando estaba ya por llegar a Chalus, un mensajero de Achard
vino a explicarle que la noticia del hallazgo era muy exagerada; no
había ninguna estatua de oro ni nada parecido. Tan sólo habían
encontrado una olla
llena de monedas y
Adamar de Limoges,
de quien Achard era
vasallo directo, ya
había reclamado el
hallazgo y no iba a
a
entregárselo
Ricardo. En todo
caso,
Achard
proponía a Ricardo
buscar la mediación
del rey de Francia,
ya
que
Ricardo,
como
duque
de
Ruinas del castillo de Chalus,
en la región de Limousin
Normandía también
era
vasallo
de
Felipe. Nada podía hacer explotar el carácter indomable de Ricardo
como una desafío así: que un vasallo suyo pretendiera imponerle a él un
arbitraje, ¡y menos el de Felipe de Francia! Achard y Adamar se habían
refugiado en el castillo de Chalus y recordaron a Ricardo que era tiempo
de cuaresma, un mal momento para ponerse a guerrear por un poco de
oro. Pero Ricardo ya había decidido que los haría trizas y la batalla
comenzó.
Entre los sitiados en Chalus estaba Bertrand de Gourdon, un
caballero que guardaba profundo resentimiento contra Ricardo porque
había perdido a su padre y a su hermano en las guerras de Aquitania.
Un gran guerrero como Ricardo “corazón de león” había visto a la
muerte cara a cara muchas veces y ciertamente no le tenía miedo, por
lo que siempre solía compartir con sus soldados la primera fila. En sus
frecuentes guerras y sobre todo en la cruzada que emprendió a Tierra
Santa, Ricardo pudo haber caído víctima de una flecha o de un
mandoble, a manos de algún emir igualmente fiero y noble como él
mismo. La muerte pareció estar a punto de ganarle la partida a Ricardo
161
Roberto Gómez-Portugal M.
varias veces cuando cayó enfermo, víctima del clima inclemente, de la
insalubridad, o de las terribles fiebres tercianas que recurrentemente lo
agobiaban. Aunque la crueldad no era su signo, Ricardo también usó la
muerte como instrumento, como cuando, después de la batalla de Acre,
mandó matar a más de 2,700 prisioneros árabes a los que tenía como
rehenes porque Saladino, que había prometido pagar por su liberación
un fuerte rescate, se tardó más de lo acordado en reunir el dinero.
Ahora se trataba de dar a estos maleducados de Chalus una
lección, sin olvidar el asunto del pequeño tesoro. Ricardo disparó con su
ballesta una flecha que por poco hace blanco en Bertrand y fue a
incrustarse en el muro. Bertrand arrancó la flecha de la pared y la puso
en su propia ballesta para atacar al rey con su misma flecha. Bertand
tuvo mejor puntería y el proyectil alcanzó a Ricardo abajo del cuello, a la
altura de la clavícula. Minutos después las fuerzas del rey de Inglaterra
se adueñaban del insignificante castillo de Chalus, pero Ricardo estaba
herido. Trataron de sacarle la flecha y se rompió. Hubo que hacer la
herida más grande para extraerle los fragmentos de la punta. Pasaron
unos días y la herida se infectó. El dolor era indescriptible. Luego
sobrevino la gangrena. Ricardo era hombre muerto. Hubo todavía
tiempo para que su madre, Leonor, viniera desde Fontevrault, cerca de
Anjou, para ver morir a su hijo favorito.
Ricardo mandó llamar a sus obispos y ministros y nombró a su
hermano Juan heredero del trono de Inglaterra, aun a sabiendas de la
clase de gusano que era su hermano.
Mandó llamar también a Bertand de
Gourdon, quien se mostró altivo y feliz
de verlo moribundo, diciendo que había
vengado a sus familiares. Ricardo
desoyó a quienes le sugerían someter
a Bertrand a las más terribles torturas,
y lo perdonó. También hizo venir a
Berengaria desde Château Gaillard. Se
Restauración imaginaria de
despidió de ella y le pidió perdón:
Château Gaillard, la mansión
favorita de Ricardo.
quisiera –le dijo- haber sido un mejor
marido.
162
Pinceladas de la Historia
Luis no quería a su papá
Luis no quería para nada a su papá. La familia –especialmente
del lado paterno- no había sido en nada modelo de amor ni de buen
entendimiento, pero Luis consideraba que su padre, Carlos VII era un
blandengue y un indeciso, y tenía mucha razón. Luis aspiraba a
controlar el poder de los nobles y a fortalecer la autoridad del rey y
propiciar así la recuperación del país, devastado y empobrecido por la
guerra de cien años.
Desde
joven
había
manifestado su carácter decidido y
hasta cruel, contrastando con la
debilidad de su padre. Con apenas
14 años, Luis había encabezado un
pequeño ejército que tomó la
población de Chateau Landon, en
donde se había refugiado una
guarnición inglesa. Los ingleses se
sorprendieron que el comandante
de la fuerza francesa fuera casi un
niño y más se sorprendieron
cuando, en un ataque relámpago,
los dominaron y los hicieron
prisioneros. Esta rápida victoria
Carlos VII, el padre de Luis
llenó al delfín de un embriagador
orgullo
y,
como
generoso
comandante, organizó para sus oficiales un banquete que debía servirse
en los jardines del castillo recién tomado. Al llegar a los postres, el delfín
levantó su copa y anunció que tenía una diversión que ofrecer a su
hombres. Acto seguido entraron todos los prisioneros ingleses, atados
con cuerdas y rodeados de guardias. Al final venían cinco gigantes
armados con impresionantes mazas de hierro. –“Son los ‘casca
nueces’”, anunció el príncipe y pidió a los cinco colosos que procedieran
a romperles el cráneo a los prisioneros con sus mazas, uno a uno.
El rey obligó al príncipe a casarse con Margarita de Escocia, una
unión que Luis no deseaba, y esto contribuyó a descomponer aún más
163
Roberto Gómez-Portugal M.
las relaciones entre padre e hijo. Se vio, no obstante, obligado a cumplir
sus deberes conyugales y cuentan las malas lenguas que lo hizo con
tanta energía y violencia como había atacado las murallas de Chateau
Landon. La dulce Margarita quedó tan impresionada que tuvo que
guardar cama durante unos días y, algún tiempo después, la joven
escocesa adoptó la costumbre de usar apretados corsés y beber
vinagre, lo mismo que comer manzanas verdes, en un denodado
esfuerzo por evitar quedar embarazada.
En 1440 Luis participó en un complot
llamado “la praguería” que intentaba
deponer al rey y nombrarlo regente a él. La
conspiración fracasó y a pesar de la traición,
su padre lo perdonó, aunque lo “exilió” a la
provincia del Delfinado, que precisamente
correspondía a Luis en su condición de
“delfín” o príncipe heredero. En su territorio,
Luis actuaba como rey y conspiraba
tranquilamente contra su padre, ayudado en
ello por el duque de Borgoña. Para
Margarita, Luis tenía poco tiempo y no le
prodigaba muy buen trato. Incluso, alguna
vez la acusó de infidelidad, prestando oídos
a las calumnias de uno de los sirvientes. La
dulce escocesa se sintió desolada y terminó
Luis XI, apodado “el
muriendo, tal vez de depresión y de tristeza.
prudente”.
Luis, burlándose de la afición por la lectura
que la pobre Margarita cultivaba para llenar
las horas, se limitó a decir: “Mi esposa ha muerto por exceso de poesía”.
Poco después y ya con 27 años, Luis se casó con Carlota de Saboya,
esta vez, sin preocuparse por la autorización del rey.
Finalmente, en 1461, Carlos VII estaba moribundo. Luis se dio
prisa en acudir, no a París, al lecho de muerte de su padre, sino a
Reims, para hacerse coronar antes de que su hermano Carlos, duque
de Berry, pudiera ganarle la corona. Tan sorpresiva fue su partida que
164
Pinceladas de la Historia
Carlota de Saboya tuvo que pedir a su amiga, la condesa de Charolais
un carruaje y caballos, para irse a reunir con Luis.
Después de la coronación, la fiesta habría de recordarse por
años. En la fuente de Ponceau, en Reims, no corría agua sino vino y
una serie de hermosas y jóvenes mujeres, totalmente desnudas, hacían
el papel de cariátides y recitaban por turnos estanzas y rondós. Dice el
cronista Jean de Troyes que después de un rato de poesías y
probablemente inducidas por los vapores del vino, las doncellas se
entregaron a actividades más lúbricas allí mismo en la fuente, ayudadas
por unos muchachos muy entusiastas.
Luis y Carlota se pusieron en camino a la Turena, que Luis
prefería por su clima amable.
-“¿Donde vamos a vivir?”, se atrevió a preguntar Carlota.
–“Tú, en Amboise”, respondió Luis. “Y yo en el castillo de Plessisles-Tours.”
–“Y ¿cuándo nos veremos, señor?” preguntó la reina, temerosa.
–“Cuando mis ardores requieran tu presencia,” le respondió.
Dicen que la pena de Carlota fue tan profunda que todo el resto
del camino hasta Turena no hizo otra cosa que sollozar y gemir
calladamente y que hasta cuando dormía, las lágrimas seguían fluyendo
de sus ojos cerrados. Al llegar a Amboise, Luis se separó aliviado de su
lacrimosa consorte y reiteró que vivir separado de la reina era una
buena idea.
En Plessis-les-Tours a Luis no le faltaba quien calmara sus
ardores, sin necesidad de requerir la presencia de su esposa. Un día se
acercó a él una mujer reclamando que los soldados del rey habían
matado a su marido. El rey fue comprensivo y al poco tiempo era él
quien consolaba a la dama y le ayudaba a sobrellevar su duelo. Como
era del pueblo de Gigon, pasó a ser conocida como la Gigona y pronto
se convirtió en mujer rica gracias a los generosos regalos del rey.
165
Roberto Gómez-Portugal M.
Precisamente para regalar a su amiga, Luis había encargado una
cadena de oro y pedrería. El joyero estaba enfermo y fue su esposa
quien se encargó de llevar la joya al monarca. Luis encontró que la
verdadera “joya” era la mujer del orfebre, quien pronto sustituyó a la
Gigona en los afectos del monarca.
El castillo de Plessis-les-Tours
Instalado firmemente en el trono, Luis comenzó a desarrollar toda
una telaraña de alianzas y de intrigas que le valieron, con el tiempo, el
apodo de “la araña universal”. Por más que el apodo no suene
particularmente elogioso, la verdad es que Luis supo consolidad su
reino, adquiriendo y sumando territorios como la Picardía y Amiens, y
también metiendo en cintura a algunos nobles, en particular al
habilidoso e indomable Carlos “el temerario”, duque de Borgoña, que
pretendía crear su propio reino independiente.
Siempre desconfiado y deseando evitar que nadie lo controlara,
Luis cambiaba de amante a menudo, como quien cambia de camisa, sin
permitir que sus afectos profundizaran. Sin embargo, la bella Margarita
de Sassenage logró ser más que un amor pasajero y cobró arraigo en
los afectos del rey. Por eso, cuando la dama enfermó de un mal que los
médicos no lograban curar, el rey hizo venir a un astrólogo afamado. El
hombre predijo la muerte de Margarita, que ocurrió tan solo unos días
166
Pinceladas de la Historia
después. El rey, adolorido y furioso, condenó a muerte al astrólogo y
éste fue aprehendido.
-“Tú, que te sientes tan sabio, y que predices el destino de los
demás,” le dijo cuando lo trajeron a su presencia, “¡imagina cuál va a ser
el tuyo!”
-“Señor,” respondió el astrólogo. “Lo tengo bien claro. Yo moriré
tres días antes que vuestra Majestad.”
El rey, por aquello de las dudas, ordenó que el buen hombre se
quedara a vivir en la corte para asegurarse de que gozara siempre de
buena salud y nunca le faltara nada.
A pesar de mantener un domicilio separado del de la reina, Luis
XI se acercó a su esposa para calmar sus ardores lo suficiente para
engendrar tres hijos. La mayor fue Ana de Francia, que sería siempre la
favorita de su padre. En 1464 nació Juana, que tenía una malformación
en las piernas y un pié deforme, y finalmente un varón, que reinaría
como Carlos VIII.
Luis XI tenía una personalidad desconcertante. Lujurioso y
mujeriego, se entregaba a los placeres de la carne y a otros vicios con
singular desenfreno. Y después pasaba por períodos de profunda
piedad, atormentado por el temor de Dios y el peso de sus pecados.
Forraba sus ropas de medallas santas y de reliquias, pero estaba
dispuesto a quitárselas en cualquier momento para entregarse a todo
tipo de excesos. Cuando le llegó la muerte en 1483, había dejado en
Francia los cimientos de una monarquía fuerte y firme, bien distinto del
reino caótico y ruinoso que recibió de su padre.
167
Roberto Gómez-Portugal M.
Noche de muerte
Rusia estaba enfrentada consigo misma. Los diferentes intereses
–a veces bastante heterogéneos- se habían reunido en dos grandes
grupos: los rojos y los blancos. Y qué hacer con el abdicado zar y con
su familia era uno de los puntos donde las opiniones estaban divididas;
unos querían mandarlos al exilio, otros querían encarcelarlos y matarlos.
Alexander Kerensky había dado órdenes de que se les trasladara
a Siberia para protegerlos, pero cuando su gobierno provisional fue
derrocado por los bolcheviques de Lenin, los rojos ordenaron que la
familia real fuera llevada a Ekaterimburgo, una ciudad en la zona de los
montes Urales, que estaba ya en manos del ejército rojo. Pero cuando
las brigadas checoslovacas del ejército blanco avanzaron
peligrosamente hacia esa ciudad, los soviéticos tuvieron miedo de que
los Romanov pudieran ser liberados y que se intentase reponerlos en el
trono. Fue entonces cuando el Comité Central Ejecutivo de los Consejos
de Diputados de Obreros, Campesinos, Guardias Rojos y Cosacos,
arguyendo que había tenido noticias de un complot para liberar a la
familia real, decretó que era la voluntad popular que el ex-zar Nicolás II,
culpable de infinidad de sangrientos crímenes contra el pueblo, fuera
fusilado.
Un escuadrón especial al
mando de un tal Jacob Yurovski
relevó a los guardias de la casa
donde se encontraban Nicolás y
su familia para ejecutar la orden
que había recibido en un
telegrama cifrado y que era de
matar a toda la familia. Doce
hombres, armados con revólveres
habían sido seleccionados para la
ejecución
e
hicieron
los
preparativos. Dos de ellos dijeron
que no estaban dispuestos a
disparar contra las mujeres.
168
La familia del último Zar de Rusia.
El Zar Nicolás, la Zarina Alexandra
Fyodorovna, las Grandes Duquesas
Tatiana, Olga, Anastasia y María y el
Zarevich Alexei.
Pinceladas de la Historia
En la noche del 16 al 17 de julio, pasada la medianoche, fueron a
despertar a la familia con el pretexto de que habían recibido órdenes de
trasladarlos a otra residencia. Los Romanov no sospecharon nada y se
vistieron dócilmente, preparándose para salir. Cuando el comandante
fue a buscarlos, les dijo que pasaran primero a una habitación del piso
inferior donde se les iba a tomar una fotografía. Al entrar en la
habitación, que había sido totalmente despejada de muebles y objetos,
la zarina preguntó: ¿Cómo, no hay siquiera dónde sentarnos? El zar
llevaba en brazos a su hijo Alexei. Los soldados trajeron entonces dos
sillas; en una depositó Nicolás cariñosamente a su hijo enfermo y en la
otra se sentó su esposa. A los demás se les dijo que formaran una fila.
Además de la familia, los acompañaban el médico y algunos sirvientes,
que se colocaron atrás. En eso entró el comandante Yurovski y
repentinamente anunció que como los parientes de los Romanov en
Europa seguían atacando a la Rusia soviética, el Comité Ejecutivo de
los Urales había decretado fusilarlos.
El informe oficial que rindió el propio Yurovski indica que Nicolás
estaba en ese momento de espaldas, mirando a su familia y al escuchar
el anuncio se volvió y dijo ¿Qué es esto? Yurovski afirma que repitió la
explicación y ordenó a los soldados que se prepararan. Nicolás se volvió
de nuevo hacia su familia y recibió los disparos que le hizo el propio
Yurovski, a quemarropa. Los demás ya se habían organizado y sabían a
quién debía disparar cada quien. Tenían órdenes de disparar al corazón
para acabar pronto. Pero las hijas y la zarina llevaban mucha ropa de
abrigo, además de corsés ajustados a los que habían cosido joyas por
la parte interior, pensando en que algún día podrían ser rescatadas, por
lo que las balas en muchos casos no penetran y las víctimas no mueren
inmediatamente. Los soldados las rematan con más disparos, y hay
versiones que afirman que incluso a bayonetazos, pero cabe hacerse la
pregunta de si los soldados estaban armados con bayonetas o sólo con
revólveres, como dice el informe del comandante. Una sirvienta que no
fue alcanzada por la primera descarga, corre por la habitación, hasta
que los soldados la rematan. Incluso matan de un disparo al perrito que
había llevado una de las princesas como mascota. En total, fueron
asesinadas doce personas: el zar Nicolás, la zarina Alexandra
Fyodorovna, las grandes duquesas –ése era el título que les
correspondía a las hijas- Tatiana, Olga, María y Anastasia, el zarevich
169
Roberto Gómez-Portugal M.
Alexei, el médico Dr. Botkin, un criado llamado Trupp, el cocinero
Tijomirov, y otro cocinero y una sirvienta, cuyos nombres no figuran en
el reporte de oficial.
Yurovski hacía bien su trabajo, pues incluso tomó la precaución
de que los camiones en que habían llegado sus hombres a la casa,
permanecieran con los motores funcionando, de manera que el ruido
disimulara el fragor de los disparos. Aún así, temiendo que la noticia del
fusilamiento se filtrara y que hubiera intentos de recuperar los cuerpos,
al día siguiente, el comandante ordenó que los cadáveres fueran
llevados a las afueras de la
ciudad y destruidos con fuego y
ácido, para luego ser arrojados
al tiro de una mina abandonada
que se conocía como “de los
cuatro hermanos”.
Como durante décadas
no se supo dónde yacían los
cuerpos de los Romanov, se
suscitaron rumores de que la
hija menor, Anastasia, había
sobrevivido y sido rescatada por
uno de los guardias, llevándola a
Anna Anderson, la célebre impostora que
convenció hasta a los parientes del Zar de
Rumania y casándose con ella.
que ella era la Gran Duquesa Anastasia,
Al menos ésa es la historia que
hasta que, en 1928, el detective alemán
contaba una mujer que fue
Martin Knopf, demostró que no era sino
rescatada años después cuando
una obrera polaca de nombre Franziska
pretendía suicidarse saltando al
Schanzkowski.
río Spree, en Berlín, y que
aseguraba ser la gran duquesa Anastasia. Afirmaba que al hijo de ella y
del guardia que la salvó, lo había dejado abandonado en un orfanato. La
mujer fue llevada a un hospital para enfermos mentales y se hicieron
intentos por precisar si en efecto ella era quien afirmaba ser, cosa que
nunca pudo esclarecerse, y el mundo terminó por decidir que se trataba
de una impostora cuyo nombre era Anna Anderson. Finalmente, a
principios de los 90’s se encontraron los restos de la familia Romanov, y
quedó demostrado por pruebas de ADN que la familia del zar en efecto
170
Pinceladas de la Historia
había muerto aquel día de 1918. Sin embargo, los restos no estaban
completos, de manera que la duda sobre si la gran duquesa Anastasia
sobrevivió o no a la masacre quedó envuelta en el misterio.
171
Roberto Gómez-Portugal M.
Pleito entre amigos
La conquista del imperio de los incas les valió, a Francisco
Pizarro, el título de marqués y a Diego de Almagro, el de adelantado.
Parecería que después de lo que la fortuna les había deparado, sólo les
quedaba disfrutar los placeres de la vida, el dinero y el poder. Pero los
dos socios tenían temperamentos diferentes. Pizarro era desconfiado,
turbulento, envidioso, aunque de una valentía a toda prueba. El de
Almagro era más abierto, franco, igualmente ambicioso que el
extremeño pero más dispuesto a compartir la fortuna y las
oportunidades.
Pronto el Perú empezó a quedarle estrecho a Almagro,
especialmente porque Pizarro había hecho venir a sus hermanos y
éstos cerraban filas en torno a él. Diego de Almagro decidió viajar al sur
del continente, buscando someter las tierras ignotas de Chile. Aunque
ya se decía que aquellas regiones eran pobres y de clima inhóspito, él
se creyó ciertos informes que le daban los incas del Perú, asegurándole
que las tierras del sur estaban también llenas de oro. Esas
informaciones eran totalmente falsas y los quechuas las hacían circular
porque estaban planeando una rebelión y buscaban que se fueran al sur
el mayor número posible de españoles. Almagro invirtió en la empresa
todo o mucho de lo que le había tocado por el rescate de Atahualpa y
reclutó más de 500 españoles para su expedición, además de cerca de
100 negros y unos diez mil indios, que llamaban yanaconas, y servían
como bestias de carga para transportar las armas, los víveres y demás.
La expedición a Chile estuvo llena de
contratiempos, a la ida porque atravesar
la cordillera de los Andes no era cualquier
cosa. Los yanaconas, descalzos y mal
abrigados iban dejando un sendero de
cadáveres a la orilla del camino y a los
propios españoles se les caían los dedos
de los pies, congelados, cuando se
quitaban las botas.
El territorio que Almagro esperaba
encontrar lleno de riquezas, no llenaba ni
172
Diego de Almagro
Pinceladas de la Historia
las más modestas expectativas, de manera que el adelantado sólo
pensaba en regresar a Perú. Y al regreso, para no tener que volver a
Cruzar la cordillera, escogieron atravesar el desierto de Atacama, que
es una de las regiones más áridas e inhóspitas del planeta. El regreso
por Atacama fue tan espantoso o más que cruzar los Andes, sufriendo
días de un sol calcinante y noches gélidas, mojados por la camanchaca,
un rocío helado, más frío que las nieves de la cordillera. Tan
destrozados y andrajosos regresaron al Perú Almagro y sus
expedicionarios que se les puso el mote de “los rotos de Chile”.
Mientras tanto, Pizarro había tenido que enfrentar en Perú una
importante rebelión de los incas a quienes los españoles ya
consideraban sometidos. Pizarro estaba alcanzando la victoria gracias a
haberse aliado con otros indígenas que eran enemigos de los incas y
ahora Almagro llegaba a ayudarle a aplastar la insurrección. Almagro,
ya algo recuperado, contribuyó a que el rebelde Manco Inca levantara el
cerco de Cuzco, y como esa ciudad correspondía a los territorios que el
propio emperador Carlos V le había concedido, aprovechó para apresar
a Hernando y a Gonzalo Pizarro, hermanos de Francisco, que se habían
apoderado de ella. Los Pizarro no estaban satisfechos con los inmensos
territorios ni con las enormes riquezas que ahora poseían, de modo que
fue inevitable que los antiguos amigos y socios se convirtieran en
enemigos. Las tropas de Diego de Almagro y de Francisco Pizarro se
enfrentaron en una breve batalla en Abancay, en la cual don Diego
resultó vencedor. Aunque sus allegados le recomendaban que ejecutara
allí mismo a los traidores Pizarro, Almagro los trató con magnanimidad y
prefirió la reconciliación con su antiguo socio y amigo.
Pero la paz duró bien poco porque Francisco Pizarro era mendaz
y traicionero y a pesar de haber firmado un acuerdo con Almagro, sólo
buscaba la forma de acabar con él definitivamente. Volvieron a
enfrentarse sus tropas en un sitio llamado Las Salinas, aunque,
curiosamente, ni Pizarro ni Almagro participaron personalmente en la
contienda. Almagro había recaído y estaba muy enfermo y Pizarro puso
sus tropas al mando de Pedro de Valdivia, quien gozaba de merecida
fama como comandante militar. Hernando Pizarro, conocido por su
crueldad y arrogancia, se mantuvo al lado de Valdivia, no sabemos si
para compartir la gloria de la esperada victoria o para vigilarlo en
173
Roberto Gómez-Portugal M.
nombre de su hermano. Los de Pizarro estaban mejor armados y eran
más numerosos que los de Almagro, los cuales aún no se reponían del
pavoroso viaje de regreso de Chile.
La batalla de Las Salinas resultaba una absurda contradicción;
dos grupos de experimentados y bien disciplinados soldados españoles,
armados con brillantes armaduras y cotas de malla, matándose unos a
otros. Al poco rato todos estaban cubiertos de polvo del mismo color y
era difícil distinguir quien pertenecía a un bando y quien a otro. Hasta
sus gritos de guerra eran los mismos: ¡Viva España! y ¡Por Santiago!
Varios miles de indios quechuas que presenciaron la batalla desde las
colinas que rodean al valle de Las Salinas seguramente se
desternillaron de risa al ver a los españoles matándose unos a otros
como lobos furiosos. Finalmente la balanza se inclinó a favor de los de
Pizarro, más descansados y mejor equipados como estaban, guiados
además por un hábil comandante como era Pedro de Valdivia. Sin
embargo, fue la crueldad de Hernando Pizarro la que se impuso, pues el
canalla dio la orden ¡A degüello! y sus soldados se entregaron a la
apasionada tarea de matar y rematar a sus compatriotas, con muchos
de los cuales habían luchado, hombro con hombro, para lograr la
conquista del Perú. Y ya desatadas las bajezas, las tropas de Pizarro
entraron a saqueo en la inerme ciudad de Cuzco, violando a las
mujeres, igual si eran españolas, indias o negras, ancianas o niñas,
robando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso.
Diego de Almagro fue hecho prisionero –débil y enfermo como
estaba- y se le sometió a un juicio manipulado en donde escasa
oportunidad le dieron de defenderse. Cuando supo que había sido
condenado a muerte, quiso apelar al rey, pero Hernando Pizarro le negó
ese derecho. Los Pizarro querían ejecutar a Almagro públicamente, en
la plaza y delante de toda la población, pero Valdivia aconsejó
prudentemente no hacerlo, pues eso podría incitar a los soldados a
rebelión, puesto que Almagro siempre había gozado de muchas
simpatías y era considerado un líder valeroso e íntegro. Optaron
entonces por aplicarle el garrote vil –una especie de estrangulamiento
por torniquete- en la celda misma y después, hacer decapitar el cadáver
en la plaza. Era el 8 de julio de 1538.
174
Pinceladas de la Historia
Escena imaginaria de la ejecución de Almagro, de De Bry
Pero el recuerdo de Diego de Almagro no murió aquel día; los
“rotos chilenos” que aún veneraban a su jefe se reunieron calladamente
en torno del hijo del adelantado, llamado también Diego de Almagro,
pero conocido como “el mozo” y esperaron el momento adecuado. En
junio de 1541, cuando la gente de la Ciudad de los Reyes –como se
llamaba entonces Lima, la capital del Perú- estaba ya harta de los
abusos y crueldades de los hermanos Pizarro, un grupo de “rotos”,
comandados por Juan de Rada, irrumpen en el palacio del marquésgobernador y lo matan a puñaladas, proclamando a Diego de Almagro
como su sucesor. En unas cuantas horas, Almagro “el mozo” reemplazó
a Francisco Pizarro como gobernador de un fabuloso y rico territorio.
175
Roberto Gómez-Portugal M.
El burlador burlado
Juan Álvarez, el cacique de Guerrero, estaba entre quienes más
habían aplaudido el regreso de Santa Anna al poder, pero acabó
enemistándose con él. En marzo de 1854 Juan Álvarez publicó su
rebelión en el famoso Plan de Ayutla, exigiendo la caída del gobierno.
Pero Santa Anna seguía endiosado. Dejó
pasar todo un mes desde que Álvarez se sublevó
antes de molestarse en irlo a combatir. Los
rebeldes se habían hecho fuertes en Acapulco y la
plaza estaba al mando de un tal coronel Ignacio
Comonfort, que tenía medio millar de hombres
pertrechados en la fortaleza de San Diego. Santa
Anna ofreció a Comonfort 100,000 pesos a cambio
de que rindiera la plaza y ¡oh, sorpresa! Comonfort
rechazó el ofrecimiento.
Gral. Juan Álvarez
Hubo varios ataques que no concluyeron en nada, pero como
Santa Anna era un experto en hacer que sus derrotas parecieran
victorias, simplemente se regresó a la ciudad de México anunciando que
había vencido a la rebelión y que sólo había dejado algunas fuerzas
para acabar de hacer huir a los que quedaban. En México lo recibieron
con flores y festejos. Se llevó a
cabo una especie de plebiscito
para que el pueblo expresara su
deseo de que Santa Anna siguiera
en el poder o se marchara,
anotando su parecer en uno de
dos libros que se ponían para ello.
Eran muy pocos los que se
atrevían a votar en contra del
caudillo. Pero como los diez
millones que Santa Anna había
Turbaco, Colombia; la adormilada
recibido de Estados Unidos por la
población donde Santa Anna fue a
venta de La Mesilla se habían
exilarse. Su esposa, Dolorita, se
acabado, los partidarios de “su
moría de aburrimiento.
alteza
serenísima”
también
176
Pinceladas de la Historia
empezaban a escasear. Santa Anna encabezó todavía una campaña
por Michoacán para atacar a Comonfort y sus seguidores pero a las
pocas semanas regresó a la capital, sin haber causado ningún daño a
los insurrectos.
A pesar de reiteradas declaraciones de que no iba a renunciar, a
principios de agosto de 1855 Santa Anna se embarcó hacia Colombia y
se exilió en una hacienda que tenia en el pueblecito de Turbaco, quizá a
esperar que el convulsionado país se diera cuenta de la falta que hacía
el caudillo y volviera a llamarlo. Desde allí se enteraba, por las cartas y
periódicos que recibía, de lo que pasaba en México. Supo que
Comonfort había perdido el poder y que el indio Benito Juárez, a quien
Santa Anna tanto despreciaba, había subido a la presidencia. Una
presidencia errante, pues los conservadores dominaba gran parte del
país y el pobre de Juárez huía de un lado a otro. Un par de años
después, con motivo de una revolución que estalló en Colombia, el
exiliado mudó su domicilio a la islita caribeña de San Thomas y desde
allí seguía observado a su país.
Cuando llegó Maximiliano de Habsburgo al trono imperial de
México, Santa Anna creyó que pronto lo llamarían a formar parte del
nuevo gobierno, pues era inconcebible prescindir de la experiencia y
arrastre del gran líder. Incluso escribió alguna
carta al emperador Maximiliano, que nadie se
molestó en contestarle. Decidió alquilar un barco
que lo llevó a Veracruz, pero los franceses lo
consideraron indeseable y lo regresaron a Cuba.
Aunque Santa Anna firmó un documento en
donde manifestaba su adhesión al imperio, ni así
lo dejaron entrar al país. Se regresó a San
Thomas en donde volvió a declararse republicano
furibundo. En 1866 llegó a visitarlo el político
estadounidense William Seward, que a la sazón
era nada menos que Secretario de Estado, pues
habiendo sido nombrado por Abraham Lincoln,
siguió en el cargo aún después del asesinato del
Darío Mazuera
Ladrón que roba a
presidente. Era sólo una visita de cortesía –o
ladrón…
quizá de curiosidad- pero que hizo a Santa Anna
177
Roberto Gómez-Portugal M.
pensar que los estadounidenses tenían algún plan para regresarlo al
poder.
Poco después, un pícaro colombiano de nombre Darío Mazuera –que
merecería párrafos aparte por las notables tracalerías que cometió- hizo
creer a Santa Anna, que, en efecto, los norteamericanos tramaban algo
grande. Convenció al exdictador para que le diera dinero y Mazuera
viajó a los Estados Unidos, dizque a investigar el asunto.
Regresó rebosante de entusiasmo y dijo a Santa Anna que el
gobierno de Estados unidos había aprobado varios millones de dólares
para financiar una expedición que encabezaría el caudillo mexicano.
Santa Anna recibió con gusto la noticia en tanto que Mazuera iba
desgranando el relato: por fin los Estados Unidos se daban cuenta de
que no había en México ningún personaje con la habilidad y liderazgo
de “mi general”. Ese indio zapoteca medio loco que se hacía llamar
presidente de México y que andaba errante por todo el país era
justamente eso, un pobre iluso. También se daban cuenta los gringos de
lo mucho que necesitaban a Santa Anna para contener las ambiciones
territoriales y de influencia en el continente americano que tenía ese
impertinente francés, ese Napoleón III, que no le llegaba “ni a los
talones” a “mi general”. El rostro del héroe mexicano acusaba una
sonrisa digna mientras su pecho se hinchaba de bien ganado orgullo y
su mente corría, pensando ya en desempolvar sus uniformes más
vistosos y sacar las condecoraciones de las vitrinas. Mazuera instó a
Santa Anna a presentarse en Washington, para lo cual el alocado
exdictador se endrogó por varios cientos de miles de dólares y compró
un barco. Dio a Mazuera una buena suma de dinero en pago de gastos
y de sus servicios, sin saber que el colombiano ya había sacado fuertes
sumas de dinero de las cuentas que Santa Anna tenía en bancos de
Estados Unidos, falsificando su firma. Cuando Santa Anna llegó a
Estados Unidos, Mazuera había desaparecido, y se enteró de que el
secretario de Estado Seward ni siquiera conocía al colombiano y se
negaba a recibirlo a él. El burlado cacique mexicano tuvo que devolver
el barco y pagar una fuerte indemnización al armador y llegó al extremo
de tener que empeñar joyas y objetos de valor para saldar sus cuentas.
178
Pinceladas de la Historia
Ramsés y sus mujeres
Ramsés no la tenía nada fácil. Su padre le heredó un imperio
lleno de problemas en donde la pésima y burocrática administración, las
intrigas, los chismes, los funcionarios desleales, las traiciones y sobre
todo la corrupción habían llevado a una situación de verdadera
anarquía. Aquello no se parecía en nada a los días de gloria del antiguo
imperio.
Pero Ramsés se fajó los pantalones y enfrentó la situación con
valentía y trabajo. Aplicó de inmediato una reforma administrativa casi
total y combatió la deshonestidad con mano de hierro. La situación
comenzó a mejorar cuando se encargó efectivamente de cobrar tributos
a las provincias asiáticas y nubias y, sobre todo, al impulso que Ramsés
le dio al comercio exterior, lo que inyectó a la economía egipcia una
nueva vitalidad. Los productos más exóticos y elegantes volvieron a
verse en las tiendas egipcias y la alta
sociedad competía en su fiebre de moda,
elegancia y gasto. La tesorería de
Ramsés iba engordando. El ansia
constructora se manifestó por todas
partes con nuevos templos, mansiones y
palacios, cada uno más lujoso, bello y
elegante que los existentes hasta
entonces.
Ramsés III, que gobernó Egipto
de 1184 a 1153 a. de C.
La buena fortuna también le
sonrió a Ramsés, pues una de sus
grandes amenazas, el imperio Hitita, se
debilitó repentina y misteriosamente
hasta casi desaparecer y, con ello, la
preeminencia de Egipto como una de las
grandes potencias de su tiempo, se
reforzó. Ramsés quiso, sin duda, revivir
épocas más gloriosas en donde Egipto
había dictado prácticamente las normas
en toda la región. Decidido a expulsar de
la provincia egipcia de Palestina a
179
Roberto Gómez-Portugal M.
diferentes grupos que por oleadas la invadían, emprendió campaña y
derrotó a “los pueblos del mar” y a otros grupos invasores que se habían
ido adueñando de partes de Egipto, incluso en la zona del delta del Nilo.
Estos éxitos militares y una economía revitalizada permitieron a Ramsés
seguir limpiando la casa. Recuperó partes de Siria y luego se encaminó
hacia la frontera libia. Los libios codiciaban el fértil territorio egipcio de la
zona de Menfis y se enfrentaron a las tropas del faraón. Ramsés los
derrotó en una terrible batalla y llevó de nuevo el orden de su
administración a la frontera libia, que antes había sobresalido como
zona de peligro y de revueltas. Como había hecho infinidad de
prisioneros, los entregó como esclavos a los templos y los ocupó en ese
“boom inmobiliario” que su reinado había generado. Ordenó construir
grandes ampliaciones a templos ya existentes así como la erección de
otros nuevos y magníficos edificios y palacios, sin olvidar las
fortificaciones, que su experiencia militar le había enseñado a no
desdeñar.
¡La primera huelga que registra la historia!
Tan intensa fue la fiebre de construcción que el faraón desató que surgió la
primera huelga que registra la historia. Fueron los trabajadores de la
construcción, verdaderos esclavos que tenían muy poco que perder, los que se
rebelaron. Esos pobres albañiles llevaban más de veinte días sin recibir su paga.
Tal vez veinte días sin paga no parezcan mucho a los trabajadores modernos,
pero en el Egipto de entonces (1150 antes de Cristo) no se utilizaba aún la
moneda acuñada, de modo que los “sueldos” de los obreros consistían en
raciones de alimentos. Veinte días sin paga eran, literalmente, veinte días sin
comer. El gobernador de Tebas y sus secuaces habían interceptado el envío de
alimentos. Ante las revueltas, estos ladrones funcionarios algo les dieron a los
obreros, pero siguieron robándoles las raciones a los pobres trabajadores,
quienes volvieron a alzarse y a suspender el trabajo, exigiendo que el propio
faraón fuera informado del hambre y la sed que los empujaba a rebelarse. No
está muy claro qué tanto interesaron a Ramsés las quejas de los huelguistas ni
de qué manera castigó a los funcionarios corruptos. Lo que sabemos es que los
sacerdotes, que eran los más interesados en que no se suspendieran los
trabajos de construcción de templos y palacios, fueron quienes se ocuparon de
atender las quejas de los trabajadores y de medio aliviar sus penurias.
180
Pinceladas de la Historia
La casa de las mujeres
Como todo monarca que se respetara Ramsés III, tenía
un harén o harem, es decir, un conjunto de esposas,
concubinas o simplemente mujeres hermosas que
rodeaban al monarca y que residían en una
determinada ala o pabellón del palacio, zona cuyo
acceso estaba generalmente muy restringido. (De
hecho el nombre harïm que los árabes darían después
a esta casa de mujeres significa tabú o prohibido). En
algunas épocas, en Egipto hubo no sólo un harén, sino
varios, pues el faraón no residía exclusivamente en un
palacio, sino que pasaba su tiempo en varios lugares.
En Egipto el harén era llamado Casa Jeneret y entre las
esposas del faraón solían contarse las hijas mayores de
reyes con quien el monarca egipcio había firmado
tratados o alianzas, además de otras que habían
llegado allí como regalo de otros reyes o súbditos; otras
habían sido compradas como esclavas, algunas
simplemente habían captado el ojo del faraón al
presentarse por alguna razón en la corte, ya fuese por
ser artistas, bailarinas o simplemente hijas de nobles o
magistrados. El común denominador era no sólo la
belleza, sino la personalidad y la inteligencia. El harén
no era, como algunas pinturas de mujeres voluptuosas
tiradas semidesnudas sobre un sillón nos lo sugieren,
solamente un lugar de placer y de ocio. Allí se recibía
educación y se cultivaban las artes. Las mujeres del
harén competían intensamente entre sí por la atención
del faraón, porque él derramara su generosidad sobre
ellas y sobre sus familiares, porque las prefiriera. Si
lograban que el rey las embarazara y le daban un hijo,
sus posibilidades de influir sobre el monarca se
amplificaban. Y en ese caso, las pretensiones de las
mujeres ya no se limitaban a obtener dones o
beneficios, sino a hacer todo lo posible por asegurar el
futuro del hijo o hija que habían tenido con el monarca.
Por todo esto, la Casa Jeneret era un hervidero de
chismes, intrigas, alianzas, traiciones, luchas de
Hubiera sido
deseable
que
después de tantos
esfuerzos, después
de tantos trabajos
y batallas y, sobre
todo, después de
haber
traído
prosperidad, orden,
paz y bienestar a
su pueblo, que
Ramsés
pudiera
terminar su reinado
–y su vida- de
manera apacible,
aclamado por sus
súbditos a quienes
había devuelto la
grandeza
del
antiguo
imperio.
Pero no fue así. Su
Gran Visir Atribis,
en quien Ramsés
había depositado
gran confianza y
poder,
intentó
asesinar al faraón
pero, de alguna
manera Ramsés III
logró escapar con
vida del atentado.
Le
esperaban
cosas peores.
poder, rivalidades y conspiraciones.
Ramsés III
tenía un hijo de igual nombre que había engendrado con su primera
esposa real, la reina Isis. Todo indicaba que ese muchacho ocuparía el
trono a la muerte de su padre, si bien el faraón era aún vigoroso y sano.
181
Roberto Gómez-Portugal M.
Pero la segunda esposa real, llamada Tiyi, no veía con buenos ojos ese
panorama, pues ella también le había dado un hijo al faraón y no estaba
dispuesta a presenciar tranquilamente que a su hijo se le apartara de la
sucesión. Cuando el Príncipe Ramsés fue oficialmente nombrado
heredero, Tiyi decidió que había llegado el momento de actuar.
Inteligente, hábil, atrevida y, sobre todo, conocedora del funcionamiento
de la red de intrigas y de intereses, Tiyi comenzó calladamente a urdir
una conspiración para arrebatarle el trono a Ramsés III y, matándolo o
haciéndolo prisionero, poner en él a su hijo, el Príncipe Pentaur.
Tiyi se valió de un gran número de cómplices, desde mujeres del
harén, sirvientas, esclavas, hasta jueces, magistrados y funcionarios
para hacer circular calladamente no sólo dentro de la corte sino también
por diversos puntos del imperio su convocatoria a la rebelión.
Lamentablemente no conocemos muchos detalles del complot, pero la
historia consigna que los conjurados fueron descubiertos en el último
momento. Tiyi esperaba que, aún habiendo sido neutralizados en la
corte, la rebelión sí tuviera eco en otras ciudades a donde ella había
enviado sus inflamados papiros incitando a la revuelta. Sin embargo,
tampoco hubo respuesta. La conspiración había fallado.
Ramsés III creó un tribunal especial y le dio plenos poderes para
juzgar y para sentenciar a todos los acusados, que fueron cerca de
cuarenta. Se trataba, en todos los casos, de personas muy cercanas al
faraón. El escándalo era tremendo: se hablaba del uso de magia, de
figuras de cera y de fórmulas mágicas para hacer daño y poner
maldiciones sobre el faraón e incluso se menciona una fecha fijada para
su asesinato, que habría de ser –ominosamente- durante las
celebraciones del Día de los Muertos. Entonces ocurrió algo inesperado:
el faraón cayó gravemente enfermo y murió, apenas iniciado el terrible
juicio. Nos quedará siempre la duda de si Ramsés fue herido o quizás
envenenado en esos momentos críticos o si alguna de las maldiciones
presuntamente invocadas surtió efecto.
Pero eso no detuvo la tormenta sobre los acusados. Los
veintiocho acusados principales fueron condenados a muerte; otros seis
fueron obligados a suicidarse en público y cuatro más, entre ellos el
182
Pinceladas de la Historia
propio Príncipe Pentaur, quedaban obligados a quitarse la vida en
privado.
Curiosamente, Tiyi, que había iniciado y orquestado toda la
conjura, no figura por ninguna parte ni como acusada ni como
sentenciada. Aunque toda la conspiración fue iniciada y manejada por
esta mujer, de ella casi no se sabe nada.
Algunos suponen que se suicidó al ver que la conspiración había
fracasado. Otros afirman que tal vez el nuevo faraón Ramsés IV se
reservó el derecho de castigarla sin que constara en los expedientes.
Sea como fuere, no existe ningún grabado o escultura que reproduzca
sus facciones, supuestamente muy bellas. Incluso en los grabados en
piedra donde se menciona a Ramsés III y debería aparecer el nombre
de su segunda reina, la piedra ha sido intencionalmente raspada,
eliminando totalmente el jeroglífico del nombre que, se supone, debía
ser el de Tiyi. Tal vez caer en el olvido sea verdaderamente el mejor
castigo que la historia haya podido dar a esta mujer desleal y traidora.
El templo de Ramsés III en Medinet Habu
183
Roberto Gómez-Portugal M.
Un presidente XXX
Félix François Faure había nacido en París en 1841. Su familia
era medianamente acomodada, pues su padre era un pequeño
fabricante de muebles, pero el joven Félix ambicionaba más. Se instaló
en el puerto de Le Havre y abrió allí una curtiduría y al cabo de los años,
siempre trabajando duro, se hizo de una fortuna nada despreciable
gracias a su éxito en los negocios. El entusiasta Félix decidió que la
política ofrecía horizontes aún mejores y se las arregló para ser electo a
la Asamblea Nacional. Era un hombre de ideas liberales y trabajó
siempre en temas relacionados con la economía, los ferrocarriles y la
marina. Faure era competente, hábil y resuelto y así, fue escalando
puestos en el gobierno hasta llegar a Ministro de Marina. Ante la
repentina renuncia del Presidente Casimir-Perier, Faure se vió entre los
favoritos para ocupar la presidencia de Francia. Fue finalmente su
habilidad negociadora y su capacidad de unificar al partido lo que lo
llevó a la Presidencia en 1895.
En una época marcada por la inquietud política y los movimientos
anarquistas, la distinción y caballerosidad de Félix Faure devolvió a
Francia mucho del prestigio de otras
épocas, particularmente cuando en
1896 recibió en París a Zar de Rusia y
poco después se firmó la Alianza
Franco-Rusa, un tratado que vino a
terminar con el aislamiento político en
que Francia había caído.
Félix Faure, 7º
Presidente de la 3ª República
Francesa, portando la banda
tricolor de su cargo.
184
Al presidente Faure le tocó vivir el
espinoso asunto Dreyfuss, un escándalo
que giraba en torno de la acusación de
traición a la patria contra el joven
capitán de artillería Alfred Dreyfuss El
célebre escritor Emile Zola lanzó su
incendiaria carta Yo acuso, denunciando
una
serie
de
irregularidades,
falsificación de pruebas y acusaciones
sin fundamento en contra de Dreyfuss
Pinceladas de la Historia
por el sólo hecho de ser judío. El caso Dreyfuss dividió a Francia en dos
grupos casi irreconciliables durante la década de 1890.
Félix Faure debió haber pasado a la historia como un buen
presidente y excelente diplomático, pero por desgracia quedó en la
memoria francesa como un cachondo. Y no es que los demás políticos
franceses de su época no lo fueran, lo que pasó es que a Félix lo
agarraron con “las manos en la masa” o, mejor dicho, con el rodillo de
amasar en las manos de...
El presidente Faure decidió un día encargarle su retrato oficial al
célebre pintor Adolphe Steinheil y con ese motivo conoció a la esposa
del artista, la bellísima Margarita Steinheil, a quien llamaban
afectuosamente Meg. No sólo era Meg una señora imponente, sino
además poseedora de una gran inteligencia y talento social, por lo que
sus reuniones era frecuentadas por personajes como el compositor
Gounod, el empresario Fernando de Lesseps, el escritor Emile Zola y
muchos otros, a los que pronto se sumó el propio Presidente de la
República Francesa.
Pronto surgió entre Faure y Meg el inevitable “flamazo” –le coup
de foudre, como dicen los franceses, y el presidente se presentaba en la
casa del artista muy a menudo para “revisar el avance” de las pinturas
que le encargaba al célebre pintor. Poco después se las ingenió para
inventarle a la señora Steinheil un empleo en el Palacio del Elíseo –la
residencia presidencial- trabajo que significaba para la distinguida
señora tener que presentarse a diario en la residencia oficial y pasar allí
largas horas archivando papeles, o desempeñando otras tareas
clasificadas como confidenciales.
Por su parte, el famoso pintor Steinheil estaba muy preocupado
por la importancia que en el mundo del arte estaban cobrando unos
advenedizos que pintaban con puntitos y manchones –los
impresionistas. ¿¡Dónde estaba la composición, la armonía, el dominio
de la luz y del volumen!?, se preguntaba Steinheil, si ahora bastaba con
embadurnar el lienzo con manchitas y decir al espectador que había que
verlo “de lejos”. Y al mismo tiempo, un impertinente inglés llamado
William Fox Talbot y un estadounidense de apellido Eastman estaban
185
Roberto Gómez-Portugal M.
perfeccionando el primitivo invento de Louis Daguerre para hacer
imágenes instantáneas con ayuda de apestosos productos químicos. Un
artista así de consternado no podía encontrar tiempo como para andar
fiscalizando las idas y venidas de su señora esposa. Sí claro, circulaban
algunos rumores en torno al presidente y a la bella Meg, pero siempre
había habido comentarios “malintencionados” con respecto al
presidente, un hombre apuesto, inteligente, poderoso y rico que
además, discretamente presumía de portar un “arma” con un “cañón”
¡de 9 pulgadas!
El problema fue que don Félix estaba un poco pasado de peso,
cosa por demás normal en cualquier caballero maduro de aquella
época, en donde un abdomen prominente no sólo era consecuencia
natural e inevitable de los espléndidos manjares y refinados vinos con
que regalaban sus paladares los hombres prósperos y poderosos, sino
incluso un motivo de callado orgullo y evidencia de éxito. La moda de
los clubes deportivos y el jogging, no habían llegado todavía a Francia
en aquellos años, de modo que el señor presidente no practicaba
ejercicios aeróbicos, ni seguía las ideas de W. K. Kellogg en cuanto a
una alimentación balanceada. Más aún, como Félix a veces estaba
cansado, la complaciente Meg se encargaba de hacer la mayor parte
del trabajo, mientras el señor presidente se deshacía en humms y
aaahhs. Ella, desgraciadamente, no podía mantener la amable charla
con su compañero, pues desde niña le habían enseñado lo feo que es
hablar cuando se tiene la boca llena.
Contentos estaban ambos en sus respectivos puestos –él como
generoso empleador y ella cual cumplida y dedicada asistente
personalísima del señor presidente. Un día de febrero de 1899,
ocupados como estaban en sus intensas labores, a Félix le vino un
vahído, ¡ay! y una opresión en el pecho, ¡ay, ay! Meg, sobreponiéndose
a cualquier sentimiento de discreción, buscó ayuda inmediata y llamó a
los edecanes presidenciales que estaban siempre en posición de firmes,
al otro lado de la puerta. Pero Félix, muy celoso de su privacía, había
cerrado por dentro la puerta del íntimo salón azul en donde solía recibir
a Meg. La pobre mujer tuvo que buscar, frenética, encima de los
muebles, y después en los bolsillos de la ropa del presidente, la llavecita
que abriera la implacable puerta. Por fin llegó la ayuda, pero era
186
Pinceladas de la Historia
demasiado tarde: el Presidente Félix Faure estaba muerto, víctima de
una apoplejía fulminante. Meg no había tenido tiempo ni de acomodar
sus propias prendas ni mucho menos de devolver al presidente la
dignidad que le hubieran dado sus ropas. Allí estaba el guerrero,
vencido y con el sable roto.
La noticia se esparció por toda Francia como un reguero de
pólvora y si bien todos lamentaron la muerte del presidente Faure,
muchos lo hicieron con una sonrisa pícara y hasta envidiosa, al conocer
los detalles de su deceso. Si bien el “albur” es un arte muy mexicano, tal
vez los franceses lo copiaron durante las
invasiones que hicieron a México en el
siglo XIX. El caso es que para aquellos
años de fin de siglo, el arte del “double
entendre” o doble sentido, había
alcanzado gran refinamiento. La prensa
reportó el suceso refiriéndose a Mme de
Steinheil y a “las pompas fúnebres”. Y
como en francés pompe, además
significa bomba o bombear, el gran
Georges Clemenceau, enemigo político
de Félix Faure, dijo elogiosamente ,
refiriéndose al finado: “Quiso ser un
César, pero sólo fue Pompée” (que se
puede traducir como Pompeyo, o como
Marguerite Steinheil, llamada
“bombeado”).
afectuosamente Meg
A Meg no le fue tan mal. Siguió viviendo en la casa de su esposo
el pintor, aunque se le adjudicaron amoríos con diferentes personajes.
El artista seguía sin darse cuenta de nada e incluso la ayudó a vender
las perlas de un valioso collar que le había regalado Félix Faure a un
misterioso comprador alemán que se las pagó generosamente. Algunos
años después cayó otro escándalo sobre Meg, pues unos
encapuchados se metieron a su casa y asesinaron por asfixia a su
marido y a la madre de Meg, que vivía con ellos, en tanto que
Marguerite sobrevivió, habiendo sido sólo atada a la cama por los
asaltantes. De inmediato se sospechó de ella y se dijo también que los
ladrones iban en busca de documentos secretos sobre el caso Dreyfuss
187
Roberto Gómez-Portugal M.
que Félix Faure le había confiado a Meg y que ésta guardaba
escondidos en la casa. Nunca se aclaró nada y ella fue declarada
inocente. Después de ese amargo trago, Meg se fue a vivir a Londres y
años después terminó casándose con un Lord Campell, barón de
Abinger, quien más tarde la dejó viuda y rica. La buena señora vivió
tranquilamente hasta 1954.
188
Pinceladas de la Historia
El constructor de Italia
Estaba ya bien entrado el siglo XIX y sin embargo Italia aun no
existía. Los Estados Unidos de América no sólo ya habían obtenido su
independencia sino que incluso ya habían culminado su expansión
llegando su territorio hasta el Pacifico y acrecentándolo con las tierras
que le robaron -perdón- que le compraron a México. Incluso
prácticamente todas las naciones de América Latina habían ya logrado
su independencia de las viejas potencias coloniales e iniciaban su
singladura como nuevas naciones. En cambio Italia no era más que un
concepto geográfico y no existía ni como nación ni como estado. Una
civilización tan añeja que remontaba sus orígenes a la antigua Roma y
que incluso se asentaba sobre los mismos territorios de donde surgieron
aquellos grandes conquistadores y civilizadores del mundo antiguo, no
era sino un mosaico de reinos y principados cuyos habitantes no
estaban ni se sentían unidos sino por débiles lazos e incluso hablaban
un idioma que, aunque parecido, resultaba diferente y casi ininteligible
de una región a otra. Un napolitano difícilmente podía sentirse hermano
de un milanés si malamente podía entender lo que hablaba, y viceversa.
Peor aún, desde principios del siglo XIX Austria se había
adueñado de la Lombardía y el Véneto e incluso el emperador austriaco
Francisco José colocó a varios nobles austriacos en diferentes tronos
italianos. A pesar de todo, era la época del romanticismo y algunos
idealistas sonaban con revivir la cultura latina que les era común a
todos, rechazando el absolutismo y la dominación extranjera. Unos
tenían ideas monárquicas, otros coqueteaban con conceptos liberales
como Giuseppe Mazzini e incluso había quienes soñaban con una
federación de estados italianos bajo la presidencia del papa, como el
sacerdote piamontés Vincenzo Gioberti. Todos los grupos, llámense
como se llamaran, Carbonarios, Italia Nueva o lo que fuese, compartían
el odio a los austriacos y su convicción de que sólo mediante la
violencia iban a lograr algo.
Entre los nobles y las casas principescas la que más se
identificaba con la idea de una Italia unificada era la casa de Saboya.
Sus dominios ocupaban desde tiempo atrás territorios entre Francia e
189
Roberto Gómez-Portugal M.
Italia y gracias a lo estratégico de su ubicación como paso obligado y a
la habilidad de sus diferentes príncipes, a lo largo del tiempo habían ido
ganando territorios y consolidando su influencia, logrando pasar de ser
tan sólo un ducado hasta convertirse en el reino de Piamonte-Cerdeña y
habían embellecido y engrandecido su capital, Turín, convirtiéndola de
una villa de poca importancia en una palaciega ciudad de gran belleza.
Palacio Carignano, parte de las residencias de la Casa
Real de Saboya ubicadas en Turín
Ante ese sentimiento popular que se llamó El Resurgimiento,
Carlos Alberto de Saboya reaccionó declarando la guerra a Austria.
Quizá se sintió envalentonado porque hasta entonces la represión sobre
los Carbonarios, los masones y los otros grupos revoltosos que dirigió el
Archiduque Maximiliano de Habsburgo, a quien su hermano el
Emperador austriaco había nombrado virrey para gobernar el norte de
Italia, no había sido muy dura ni efectiva. Y ¡¿cómo iba a serlo?, si
Maximiliano era mas idealista y más liberal que muchos de esos
románticos insurgentes italianos! Pero Francisco José destituyó a su
hermano, quien se regresó a Miramar a estudiar sus amados insectos y
mariposas y nombró al Mariscal Radetzky, un eficiente militar que
aunque ya había pasado los 80 años, produjo resultados inmediatos,
derrotando humillantemente al buen Carlos Alberto de Saboya en las
batallas de Custozza y Novara. El pobre Carlos Alberto, de por sí un
hombre de carácter débil e indeciso, renunció a la corona en favor de su
190
Pinceladas de la Historia
hijo Vittorio Emanuele y se exilió voluntariamente a Portugal, donde
murió apenas unos meses después.
Johann Joseph Wenzel Graf Radetzky von Radetz y su jefe, el
emperador Francisco José de Austria
Así llegó Vittorio Emanuele al trono de la casa de Saboya. En
español podríamos llamarlo Víctor Manuel, pero creo que eso le quitaría
mucha personalidad al nombre de un individuo que fue muy singular y
hasta pintoresco, y cuya sola mención, así, Vittorio Emanuele II, pues le
correspondió el número dos como Duque de Saboya de ese nombre,
inflama todavía el corazón de los italianos.
A pesar de las derrotas, la voluntad de unificar Italia se volvió
más firme que nunca y Vittorio Emanuele II tuvo suerte de que su
llegada al poder coincidiera con la aparición en la escena política de
Camilo Benso, conde de Cavour, a quien el rey nombró su Primer
Ministro.
La situación no era nada fácil. ¿Cómo hacer frente al imperio
Austríaco, una de las grandes potencias de la época? La visión de
Cavour y el sentido práctico de Vittorio Emanuele fueron hallando el
camino. Al participar el pequeño reino de Piamonte-Cerdeña en la
Guerra de Crimea contra Rusia, aunque sólo fuera de modesta manera,
191
Roberto Gómez-Portugal M.
puso a Vittorio Emanuele en la escena política europea codeándose con
Francia e Inglaterra y al mismo tiempo, logró interesar al emperador de
los franceses, Napoleón III, en la unificación de Italia y la expulsión de
los austríacos. La alianza con Francia mediante los acuerdos de
Plombières permite a Vittorio Emanuele las grandes victorias de San
Martino y Solferino, triunfos con los que hubiera sido imposible siquiera
soñar apenas poco tiempo antes. Pero el volátil Napoleón III padece la
presión de los católicos que apoyan al papa, pues éste siente
amenazados los Estados Pontificios, y violando lo acordado, retira sus
tropas. Napoleón, sin embargo, no se irá con las manos vacías: a pesar
de dejar “colgado” al rey piamontés, Francia se queda con Niza y
Saboya, territorios que habían pertenecido a la familia de Vittorio
Emanuele desde sus más antiguos orígenes. Pero el rey lo acepta,
consciente de sus limitaciones y a pesar de la rabia de Cavour, que
quiere continuar la guerra “a como dé lugar”.
Pero los problemas no acaban allí. Por su parte Giuseppe
Garibaldi, otro nacionalista apasionado y romántico apoyado por los
demócratas liberales, hace tiempo que desembarcó en Sicilia y desde
allí ha ido arrasando con su ejército popular el llamado Reino de las Dos
Sicilias, que comprende la mitad inferior de la bota italiana, incluyendo la
gran isla de Sicilia. Garibaldi derrota finalmente a los Borbones, que han
gobernado esa parte de la península desde el siglo XIII y entra triunfante
a Nápoles.
¡¿Cómo logrará el rey, por más que sea un monarca constitucional de
estilo moderno, conciliar sus intereses con los de Garibaldi, liberal entre
los liberales, que se ha jugado la vida en América luchando por las
causas populares en Brasil, Argentina, Uruguay y Nicaragua?! ¿Qué
clase de zancadillas no le meterán los demás gobernantes europeos con
intereses en el tema? ¿El emperador de Austria? ¿El de los franceses?
¿El papa, que medio ve con gusto la unificación de Italia pero siente
amenazados los Estados Pontificios, donde gobierna como un rey más?
Vittorio Emanuele sigue avanzando hacia el sur sin saber muy bien el
terreno que pisa; entra en los Estados Pontificios y ocupa las Marcas y la
Umbría y sigue, sigue adelante para encontrarse con Garibaldi, al frente
mismo de su ejército, como ya no se acostumbra que lo hagan los reyes.
192
Pinceladas de la Historia
Los dos ejércitos llegan a Teano y se hallan frente a frente, en
vilo entre el abrazo y la guerra civil. Los dos son ejércitos de liberación,
han ido empujando al invasor extranjero de las tierras italianas; ambos
tienen líderes carismáticos y adorados por su gente, pero representan
visiones políticas opuestas.
El encuentro
En un sitio llamado Taverna della Catena Garibaldi y el rey se
aproximan, ambos a caballo. Garibaldi no sabe qué esperar de un
miembro de la añeja realeza, un rey que hace poco cedió a Francia el
territorio de Niza, donde Garibaldi mismo nació. ¿Traición, acaso, o
sacrificio consciente? Él ha sido siempre un luchador por la libertad, un
revolucionario, un líder del pueblo y seguramente se sabe incapaz de
gobernar el país que está creando. Pero ¿el rey sabrá hacerlo mejor
que él, sin olvidar los ideales de libertad por los que luchan los miles de
“camisas rojas” que siguen al líder popular? ¿No los estará traicionando
el mismo Garibaldi, si cede ante este miembro de la casta opresora?
Vittorio Emanuele se acerca decidido y la amplia sonrisa se asoma por
debajo de su enorme bigote. Su rostro no tiene el tinte pálido ni el gesto
adusto de esos nobles de opereta que tanto detesta, sino el rubicundo
color de quien pasa las jornadas bajo el sol de esa noble tierra. Al rey
parece estorbarle tanto el uniforme militar como le estorbaría a
Garibaldi, que por eso lleva ropa suelta y se abriga con una capa
campesina. Garibaldi se decide y tiende la mano al tiempo que saluda,
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todavía con cierto acartonamiento. “Saludo al primer rey de Italia” dice
sincero. La sonrisa de Vittorio Emanuele no es menos franca cuando
responde “¡Saludo a mi mejor amigo!” Las tropas de ambos bandos
perciben de inmediato el relajamiento de la tensión y rompen en gritos y
vítores, lanzando al aire gorras y sombreros.
Garibaldi reconoce la autoridad del rey y le cede el dominio de las
tierras del sur de Italia. A los demás participantes en este difícil ajedrez
político no les queda más que reconocer lo inevitable y Vittorio
Emanuele se reúne en Turín con los representantes y embajadores de
las diversas potencias. Poco después, el 17 de marzo de 1861, el
Parlamento proclama a Vittorio Emanuele rey de Italia “por la gracia de
Dios y por la voluntad de la nación”. Italia habría de gobernarse con
base en una constitución liberal que ya había sido adoptada en el reino
de Cerdeña desde 1848.
Un hombre común y corriente
El rey más querido por los italianos de
todos los tiempos era un hombre muy
“normal”. A pesar de la educación formal
y rígida que recibió desde la infancia en la
corte de Saboya, Vittorio Emanuele era
un hombre sencillo, jovial, amante de la
compañía y del buen humor. La rigidez de
la corte y de los salones aristocráticos no
eran lo suyo; en los retratos oficiales se le
ve tieso, acartonado, como si el uniforme
militar
y las
condecoraciones
le
estorbaran. En cambio las fotografías que
ya comenzaban a ser abundantes en esa
época, lo muestran en su mejor ambiente
cuando iba de cacería, con botas toscas,
la carabina al hombro y un ancho
sombrero adornado con plumas sobre la
cabeza.
Entre
amigos,
derrocha
dimensiones humanas: es bromista,
juguetón y jactancioso. ¡Y mujeriego!
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Pinceladas de la Historia
Vittorio Emanuele se casó con su prima María Adelaida de Habsburgo-Lorena,
prima a su vez del emperador de Austria Francisco José. Ya se sabe que los
matrimonios reales son casi siempre por conveniencia, o como suele decirse, “por
razones de Estado”, por lo que el amor conyugal y la fidelidad son elementos no
siempre presentes. De la esposa se espera, eso sí, una exclusividad sexual, pues
la legitimidad de la descendencia no puede ponerse en entredicho. Pero para el
varón los estándares son mucho más elásticos y el tener amantes o favoritas ha
sido algo común en todas las casa reales, prácticamente sin excepción, viéndose
incluso, en muchos casos como timbre de orgullo y de importancia. Vittorio
Emanuele no tuvo problema en convertirse en un modelo con quien el
temperamento italiano masculino ha podido identificarse fácilmente.
Al rey le gustan las mujeres espontáneas y desenvueltas, sin demasiadas
complicaciones psicológicas. Su primera favorita sería Laura Bon, una encantadora
actriz de teatro a quien conoció en Casale Montferrato. Después vendría Claudina
Cucchi, primera bailarina del Teatro alla Scala, de Milán. Luego, Rosita Mauri, otra
bailarina de origen español. Después, la duquesa de Chaulnes y más tarde la actriz
Emma Allis-Nova. Y también Virginia Rho, que le daría dos hijos, y luego Caterina
Sirtori, y la condesa Morozzo della Rocca, esposa de un cercano colaborador del
rey. Pero todas ellas, ni siquiera fueron importantes....
Concluida la unificación comienza apenas el trabajo de consolidar
Italia como un estado integral e intentar asimilar a la nación, a pesar de
sus enormes diferencias en materia económica, costumbres sociales y
sistemas administrativos. Hay que homogeneizar las leyes, las fuerzas
armadas, el aparato burocrático, todo esto al mismo tiempo que se
busca la cohesión, en un país dominado por fuertes tensiones sociales.
Vittorio Emanuele se confirma poseedor de un gran pragmatismo,
tratando de dar coherencia al compromiso entre la monarquía y las
fuerzas liberales moderadas, que fue la base en que habría de apoyarse
la unificación. A veces se ve obligado a aplicar la dureza de la represión
pues el “bandolerismo” que campea en las regiones del sur amenaza la
construcción del Estado. Al final, el país se consolida, pero sin que se
logre hacer desaparecer profundas diferencias económicas entre el
norte y el sur, diferencias que persisten aún hoy en día, a siglo y medio
de distancia.
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Roberto Gómez-Portugal M.
La Bella Rosina, su verdadero amor
En una partida de caza, el rey conoce en Moncalvo, en la región de Asti, a una sencilla
muchacha de catorce años que no sabe ni leer ni escribir, desconoce el italiano correcto
y se expresa sólo en “dialetto”. No conoce tampoco las reglas del buen trato social. Es
hija de un cochero de la localidad. Pero su carácter alegre, su trato amable y
desenvuelto y sus formas voluptuosas son suficientes. El rey queda fascinado y Rosa
Vercellana –así se llama la chica- se muda al castillo de Stupinigi, donde pronto aprende
a montar a caballo, a expresarse con corrección y las demás cosas que se esperan de
una dama. Pronto nace una hija, Vittoria y tres años más tarde un niño, Emanuele. El
rey encuentra en esta familia ilegítima su verdadero hogar, mucho más entrañable, más
cercano a su corazón que su familia oficial. Al igual que Vittorio Emanuele, la Bella
Rosina, como se le conoce pronto por toda Italia, posee una inteligencia práctica y
concreta, sin pretensiones intelectuales y ofrece al rey un entorno donde éste se siente
verdaderamente a gusto. A cambio, ella pide poco. No busca puestos ni canonjías para
sus parientes ni tampoco intenta meterse en las decisiones de Estado. El rey la nombra
condesa de Mirafiori, pero eso no altera las cosas. Sigue acompañándolo con sencillez
y cariño, alternando sabiamente los silencios con comentarios discretos que él aprende
a valorar. Cuando muere la reina Adelaide, el conde de Cavour teme que el rey quiera
casarse con su amante y elevarla al trono, lo que sería un escándalo de grandes
dimensiones. ¡Tranquilo! Ni ella ni él quieren cambiar las cosas, que seguirán así hasta
la muerte. La única tristeza en esta relación es que cuando Vittorio Emanuele yace con
pulmonía en su lecho de muerte, el protocolo impide que la Bella Rosina lo acompañe
en sus últimos momentos. Las formas exigen que sea el príncipe heredero, Humberto,
quien vele al lado de la cama del rey. Pero junto a él, en silencio, lo acompañan también
Vittoria y Emanuele de Mirafiori, los hijos de Rosina.
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Pinceladas de la Historia
La vida de Vittorio Emanuele llega a un prematuro fin cuando el
monarca tiene sólo cincuenta y siete años y él considera que le resta
mucho por hacer. Como cazador apasionado que es, ya entrado el mes
de diciembre y a pesar del frío que cala, el rey se pasa toda una noche
escondido entre las matas y envuelto por la humedad del lago cercano,
esperando a las aves que intenta cazar. La aventura le cuesta una
infección pulmonar que lo ataca con fuertes temblores y alta fiebre.
Vittorio Emanuele II muere el 9 de enero de 1878. Deja a una Italia
unificada por la aflicción de perder a su rey más amado.
Roma es una ciudad de monumentos impresionantes, casi todos de
una gran antigüedad. Pero hay uno más moderno, aunque no por ello
menos impresionante, ni tampoco menos importante para los italianos.
Es este enorme mausoleo que Italia entera decidió erigir a la memoria
de su amado Vittorio Emanuele II. Los romanos de hoy, siempre
irónicos y bromistas, lo llaman “el pastel de bodas”.
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Pinceladas de la Historia
La presente es una
edición privada realizada
en impresión digital por
COPI-TECA
México, DF, 2012.
Segunda edición, 2014.
Roberto Gómez-Portugal M.
.
Pinceladas de la Historia
Roberto Gómez–Portugal Montenegro
Nació en 1947 en la Ciudad de México y a
muy temprana edad se volvió un ávido lector,
primero de las novelas de aventuras que
leemos todos en nuestra juventud y después de todo lo que tuviera que
ver con la historia: los héroes, las leyendas y las guerras. Descubrió que
las mejores aventuras, intrigas, romances y datos curiosos los
encontraba en la historia misma y se apasionó por ella.
Le costaba trabajo entender que sus amigos encontraran aburrido lo
que él hallaba apasionante y es que a mucha gente no le gusta
perderse en el mar de datos, lugares y fechas que nos hacen
aprendernos de memoria en la escuela y nos llevan a detestar la
materia. De allí, su deseo de compartir con sus amigos lo que tanto le
entusiasma lo llevó a escribir estas Pinceladas.
Roberto nos narra pasajes de la historia, de una manera tan ágil,
accesible, breve y entretenida que parecen anécdotas o chismes, y nos
ayuda a descubrir detalles curiosos e interesantes permitiéndonos
acercar y captar de una manera más humana a personajes que tal vez
hemos sentido aburridos y distantes.
Seguramente la lectura de este libro te resultará, como a mí, muy
agradable y enriquecedora.
AGV.
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