Pinceladas de la Historia Historias para quienes no les gusta la Historia Roberto Gómez-Portugal M. . Pinceladas de la Historia Historias para quienes no les gusta la Historia Roberto Gómez-Portugal M. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio sin el previo y expreso permiso del autor, quien es propietario de los derechos conforme a la ley. © 2012. Roberto Gómez-Portugal M. No. de registro: 03-2012-050210220400-01 Obra registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor en México, D.F. Derechos reservados para México y el mundo. . Pinceladas de la Historia Índice Página Introducción i De Miramar a Miravalle 1 Piratas 7 ¿El rapto de Helena? 9 La gran muralla 12 Pedro el cruel 14 Artemisa implacable 19 Barbanegra 22 El hechizado 25 Dos hermanas 28 La guerra de los pasteles 33 ¡Oiga... cuñado! 37 ¡Pobre Carlos! 39 Una pareja afortunada 44 Reclutado a la fuerza 48 Mohammed Reza 52 Ifigenia en Áulide 60 a Roberto Gómez-Portugal M. Página b La maldición de los templarios 64 Enrique y Becket 67 Empresario emprendedor 70 La Beltraneja 72 ¿Tenepatl? 75 Rey de corazones 78 ¡Entre abogados te veas! 85 Cien pesos de Matías Romero 87 Un buen caballo 90 Paz conyugal 92 Cátaros o albigenses 96 Juárez presidente 101 Ricardo y Leopoldo 104 De cien pesos a cien millones 106 La sangre de Victoria 109 Ricardo cae prisionero 114 Ahora me toca a mí 117 La muerte de Conrado 119 Por amar a Dios 121 Los asesinos 124 ¡No te sueltes! 127 Pinceladas de la Historia Página Los amores de Ricardo 129 La noche de San Bartolomé 133 De febrero a octubre 136 El fiel Blondel 139 Presidente... ¡a fuerza! 141 Secuestrado 143 Conquistadores 145 París bien vale una misa 149 ¿Cómo te llamas? 151 Vida de santo 154 Una muerte tonta 160 Luis no quería a su papá 163 Noche de muerte 168 Pleito entre amigos 172 El burlador burlado 176 Ramsés y sus mujeres 179 Un presidente XXX 184 El constructor de Italia 189 c Roberto Gómez-Portugal M. d Pinceladas de la Historia Introducción Yo nunca he sido escritor de libros. He escrito artículos que estuvieron apareciendo en el portal electrónico México.com, he escrito columnas de comentarios gastronómicos que usaba yo en el programa de radio que hacía con Eduardo Ruíz Healy, y que le mandaba a las personas que me los pedían por correo-e. Incluso alguna vez se publicaron mis recetas y comentarios en un periódico en español que se edita en Las Vegas, Nevada, pero dejé de mandárselos porque no me pagaban. En mi juventud también me dio alguna vez por escribir versos y aunque no fueran muy buenos, a mis novias o cortejadas no les parecían tan mal. Hasta me sirvieron alguna vez para salir del paso en las tareas que nos dejaba el profesor de literatura en preparatoria. Pero así, lo que se dice escribir un libro, nunca. Éste es el primero. Lo que sí he sido es lector de libros. Devorador de libros. Desde chico desarrollé el gusto por la lectura y leía todo lo que caía en mis manos. Afortunadamente, mi papá tenía una actitud abierta y liberal y no me racionaba ni me escondía los libros. Siempre tuve acceso a su biblioteca para leer lo que fuera, aún cosas que no estaban muy bien para mi edad. Quizá un punto de inflexión lo marcó el día en que mi papá me regaló un libro pequeño, encuadernado muy bonito en piel y escrito sobre papel “biblia”. Era “La Ilíada”. Yo debo haber tenido unos nueve o diez años. Encontré que el librito estaba “en chino”, por más que se supone que era en español. “Entonces habló Atenea, la de los ojos de lechuza y así dijo: ‘Oh, tú, pélade Aquiles, deja que Eolo llene las velas de tus navíos y te lleve más allá de Escila y de Caribdis...” y no sé qué más! Pero a pesar de que era una lectura difícil para un niño como yo, aquel libro despertó mi interés por la historia como ninguna otra cosa lo había hecho. Hasta entonces me gustaban mucho los cuentos de “Calleja”, unos libritos mínimos de pocas hojas que mi mamá había guardado de su infancia en Veracruz y que ya eran raros y difíciles de conseguir cuando yo era niño. Pero después de leer La Ilíada –y aunque no hubiera entendido ni la mitad- comenzó a interesarme más la historia, es decir los cuentos verdaderos, que los cuentos imaginados. Empecé a descubrir que a menudo la realidad supera la ficción y que si se pusiera uno a inventar i Roberto Gómez-Portugal M. historias, de aventuras o de lo que fuera, se encontraría que lo que de verdad ha ocurrido en el mundo supera la imaginación más acelerada. Claro, durante mis años en la universidad tuve que dedicarle mucho tiempo a las lecturas de mis temas de estudio, pero finalmente me daba yo cuenta que cuando leía para mí, por el simple gusto de hacerlo, leía siempre dos cosas: obras de teatro clásicas –griegas, españolas o francesas- o de plano, historia. El teatro ha sido otra de mis aficiones y siempre disfruté –y sigo disfrutando- leer y releer obras de Aristófanes o de Esquilo, de Molière, Shakespeare, Racine, Lope de Vega o Calderón de la Barca. Y creo que la razón por la que me gustaban y me gustan esas obras es porque casi siempre son históricas o al menos se ubican en un lugar y momento históricos. Por otra parte, y mientras mi afición por la historia humana se iba desarrollando, comencé a darme cuenta que la mayor parte de mis amigos no compartían ese gusto. La historia les aburría monumentalmente. Y no es de extrañar, si me acuerdo de una maestra que tuvimos en preparatoria que tenía la soporífera cualidad de llegar a la clase y ponerse a escribir en el pizarrón, en forma de cuadro sinóptico y con numeritos, el análisis de cualquier acontecimiento que iba a cubrir en su materia. “Las causas mediatas de la guerra de cien años fueron: 1, 2, 3, 4 y ....” ¡Para morirse! Creo que “vacunó” a muchos de mis compañeros de por vida contra la historia. Yo, por suerte, ya había aprendido que podía ser de otro modo. Pero el hecho es, en mi opinión, que mucha gente encuentra la historia árida, difícil de leer y de recordar. Nombres, fechas, sucesos, y si te los tienes que aprender de memoria para regurgitarlos en un examen pueden ser un verdadero tormento. Pero si te los cuentan como anécdotas, como actos de personas que actuaban y reaccionaban a estímulos y causas también muy humanas, la historia se vuelve interesante, hasta divertida. Ciertamente, el detonante que me llevó a escribir este libro fueron mis amigos quienes a menudo, cuando nos reuníamos en plan informal, sabiendo de mi afición, me pedían que les contara alguna anécdota o suceso histórico de manera resumida y sencilla. Allí me di cuenta de que la historia, contada así, como pinceladas o como bocadillos, les gustaba casi a todos, incluso a quienes decían que no les gustaba la Historia, así, con mayúscula. De este modo explico el ii Pinceladas de la Historia por qué se me ocurrió escribir este libro. Con la intención de que quien lo lea, pueda abrirlo prácticamente en cualquier página y leer, en unos pocos minutos, un suceso o un pasaje determinado. Igual si lo lees de la primera a la última página, o de la última a la primera, o a la mitad. Algunas historias están ligadas con otras, pero podrían no estarlo, y dejarte tan sólo con una probadita del tema. Tengo que ofrecer mis humildes disculpas a los muchos autores cuyos libros alguna vez leí y de donde saco algún dato para lo que relato, pues no he sabido hacer una bibliografía como se debe; ni siquiera un listado de los libros en los que he conocido y disfrutado las acciones, los personajes y los hechos que me han permitido escribir lo que aquí cuento. A lo largo del tiempo mi avidez por saber los chismes de la historia me ha llevado a recogerlos de donde los hallara. En algunos casos he tenido la enorme fortuna de estar en el lugar mismo en que ocurrieron y leer placas e inscripciones, contemplar monumentos o platicar con gente que me ha compartido su saber, de modo que a estas alturas, imposible ponerme a buscar la referencia exacta. Así que otra vez perdón, no soy un profesional, y al final de cuentas, la historia nos pertenece a todos. No me he puesto fronteras ni en lo geográfico ni en el tiempo; lo mismo México, que Francia o Rusia, lo mismo ayer que hace muchos siglos. Ojalá mi desorden no te desconcierte, lector, sino te invite a descubrir que el paso del hombre por este planeta resulta siempre fascinante. Gracias por leerme; sé magnánimo con mis errores. Roberto Gómez-Portugal M. México, D.F. iii Roberto Gómez-Portugal M. iv Pinceladas de la Historia De Miramar a Miravalle Quien haya tenido la suerte de visitar el castillo de Miramar –más que castillo, un palacio- construido a mediados del siglo XIX, sobre las rocas que dominan las cristalinas aguas del Adriático, a las afueras de la ciudad de Trieste, se preguntará cómo es que al archiduque Maximiliano de Habsburgo pudo haber pensado en abandonar ese privilegiado domicilio e irse a vivir a otro sitio. Pero la realidad es que Maximiliano se aburría. Había nacido en Viena, en otro hermosísimo palacio, el de Schönbrunn, como hijo que era del Archiduque de Austria Francisco Carlos José y de su esposa Sofía Federica de Baviera. El problema de Maximiliano es que tenía un hermano mayor, Francisco José, que era el emperador de Austria y a él, como hermano menor, no le encontraban un puesto adecuado, aunque fuera un reconocido experto en botánica y entomología, actividad que lo apasionaba. Castillo de Miramar, sobre el mar Adriático Cuando Maximiliano se casó en 1857 con la princesa Carlota Amalia, hija del rey Leopoldo de Bélgica, su suegro presionó con insistencia a Francisco José para que nombrara a su hermano virrey del reino Lombardo-Véneto, que Austria controlaba. Carlota y Maximiliano se fueron a vivir a Milán y todos parecían contentos, incluso el suegro Leopoldo, quien se sentía satisfecho de ver a su hija sentada en un 1 Roberto Gómez-Portugal M. trono. Pero todo se descompuso en 1859 cuando Francisco José le quitó el empleo a su hermano; no le gustaban las ideas modernistas de Max, ni tampoco lo consideraba adecuado para encabezar las acciones bélicas que se preveían. De hecho, Austria perdió poco después sus dominios en Italia. Maximiliano no tuvo más remedio que retirarse a Miramar y entretenerse estudiando las plantas y las mariposas. Por otra parte, el México independiente no acertaba en sus pasos. Después de la guerra con Estados Unidos y la enorme pérdida de territorio, seguía desgarrándose en las luchas entre liberales y conservadores. Había un individuo llamado José Manuel Hidalgo Esnaurrízar que, después de haber sido empleado de la aduana en México, había conseguido que lo mandaran a trabajar a la embajada en Madrid. Allí, gracias a sus buenos modales y su habilidad de trepador social, Pepe Hidalgo logró colarse primero y convertirse luego en invitado indispensable de las reuniones que organizaba la condesa de Montijo, una aristócrata viuda que tenía varias hijas. Una de ellas, Eugenia, se casó poco después con Carlos Luis Napoleón Bonaparte, mejor conocido como Napoleón III y así se convirtió la española en emperatriz de Francia. Yo mismo tomé esta foto en el Castillo de Miramar en un esplendoroso día de verano, preguntándome quién podría merecer vivir en un lugar tan hermoso. 2 Pinceladas de la Historia La amistad de Pepe Hidalgo con las Montijo era intensa, y la emperatriz no dejaba de invitarlo a grandes fiestas e incluso a pasar temporadas de vacaciones en los palacios imperiales. El mexicano le daba ocasión a Eugenia de hablar español, de recordar su España y su cultura y de desaburrirse de la corte francesa que la absorbía. Hidalgo logró influir no sólo en Eugenia, sino incluso en el emperador, a quien llegó a convencer de la necesidad de que Francia interviniera en México para acabar con los tramposos liberales que tenían hundido al país y que acababan de provocar a Europa al decretar la suspensión de pagos de la deuda extranjera. Pepe puso a Napoleón en contacto con otros mexicanos: el ex-embajador de México en Francia Juan Nepomuceno Almonte –hijo nada menos que del héroe de la independencia José María Morelos- y con un ricachón de ideas monárquicas llamado José María Gutiérrez Estrada, quien desde hacía años andaba buscando un príncipe europeo dispuesto a irse a gobernar México, convencido de que los mexicanos no podían gobernarse solos. A Napoleón no le disgustaba la idea de intervenir en México y quizá con eso poner un hasta aquí al expansionismo de los Estados Unidos, aunque por el momento los estadounidenses parecían estar muy ocupados con su guerra entre el norte y el sur. Sin embargo, las cuentas alegres que le presentaron los mexicanos sobre los posibles ingresos fiscales del país acabaron por convencerlo. Hicieron memoria de lo que recaudaba la corona en la época de la colonia española y concluyeron que el país podría tener ingresos fiscales por unos cincuenta millones de pesos. Con veinte bastaban para sostener un gobierno eficiente y los treinta sobrantes alcanzarían no sólo para recompensar a Francia por su ayuda y molestias, sino hasta para desarrollar al país y aprovechar sus recursos naturales. Napoleón dejó a José Hidalgo y a la emperatriz Eugenia en libertad para buscar un candidato al trono de México y las voluntades se inclinaron por Maximiliano de Habsburgo, hacia cuya esposa, la belga Carlota Amalia, la emperatriz de Francia sentía mucha simpatía. Los monarquistas mexicanos dirigieron a Maximiliano una rimbombante carta en donde describían las desgracias que México padecía por sus malos gobernantes, subrayaban sus bellezas naturales y sus enormes recursos y terminaban por ofrecer al archiduque el “trono de 3 Roberto Gómez-Portugal M. Moctezuma”. La propuesta entusiasmó, más que a Maximiliano, a su esposa Carlota, quien desde niña sentía que ella había nacido para reinar y que ésta era la oportunidad de sus vidas. Maximiliano, reticente, condicionó su aceptación a ciertos requisitos, entre ellos, el apoyo militar, político y económico que Francia habría de darles, a que su hermano, el emperador de Austria no se opusiera al proyecto y también a que el pueblo mexicano manifestara libremente su voluntad de recibir a Maximiliano como monarca. En las siguientes semanas o meses se fueron cumpliendo las condiciones impuestas: Francia mandó soldados a México e incluso el papá de Carlota, Leopoldo de Bélgica, ofreció a la pareja que les enviaría una guardia personal de dos mil soldados. Los monarquistas mexicanos visitaron en un par de ocasiones a Maximiliano en Miramar y lo encontraron más entusiasmado y ya casi sintiéndose emperador. Le mostraron un plebiscito –naturalmente muy amañado- que habían hecho en la ciudad de México en que supuestamente el pueblo mexicano expresaba su beneplácito y le aseguraron que la sublevación del pueblo en contra de los liberales y a favor de los monarquistas era cosa inminente. Quien ya no estaba tan seguro de la idea era Napoleón III, pues no sólo la esperada rebelión de los mexicanos a favor de la monarquía no se había producido sino que las fuerzas de ocupación francesas habían sufrido una humillante derrota en Puebla el 5 de mayo de 1862. Aún así, Napoleón cambió al comandante de sus fuerzas en México y al nuevo, el general Achille -o Aquiles- Bazaine, le dio órdenes de incrementar el avance territorial. Como Maximiliano seguía en la necia de no aceptar el trono de México hasta que le demostraran que la mayoría de la población lo deseaba, Bazaine se dedicó ingeniosamente a organizar juntas de “notables” por todas partes, para darle a Maximiliano el pretendido apoyo generalizado de los mexicanos que él exigía. Incluso el obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, un nefasto personaje que habría de influir muchas veces – siempre para mal- en la historia mexicana, reiteró al príncipe Maximiliano el beneplácito de la iglesia católica por que viniera a gobernar el país. 4 Pinceladas de la Historia Las dubitaciones de Max quedaban minimizadas por el entusiasmo de Carlota y la presión que ejercía sobre su marido. Se fueron a París, en donde las recepciones, agasajos y felicitaciones no cesaban y allí firmaron Maximiliano y Napoleón el Tratado de Miramar, dejando por escrito los compromisos de cada parte, incluyendo las indemnizaciones que México le pagaría a Francia por los gastos de la intervención y apoyo. Como Maximiliano no tenía claro de dónde iba a salir tanto dinero, lo tranquilizaron explicándole que Francia apoyaría la colocación de los empréstitos necesarios. Más difícil resultó llegar al acuerdo que le imponía su hermano el emperador de Austria. Francisco José exigía que Maximiliano firmara un pacto de familia renunciando, para él y para su posibles herederos, a todos los derechos que pudiera tener en la Casa de Austria. No había acuerdo entre los hermanos y Maximiliano se fue de Viena sin firmar, pensando incluso en decirle a los mexicanos que “siempre no”. Pero Napoleón no iba a dejarlo “rajarse” y presionó implacablemente, a él y a su hermano Francisco José, diciéndoles que a estas alturas Francia consideraría la negativa como motivo de guerra. El propio emperador de Austria se trasladó a Miramar para sacarle la firma a su hermano. También en Miramar firmó Maximiliano, con rostro pálido y desencajado, las actas de aceptación del trono imperial mexicano y Carlota sorprendió a la delegación de mexicanos monarquistas prestando su juramento en un español muy correcto. El Castillo de Chapultepec, que Maximiliano quería llamar Miravalle, pero el nombre no pegó. 5 Roberto Gómez-Portugal M. Por fin se embarcaron en la fragata Novara para la larga singladura hasta Veracruz, no sin antes detenerse en Roma para visitar al Papa y recibir la bendición del pontífice. Desembarcaron finalmente en Veracruz el 28 de mayo de 1864, en donde una multitud de “acarreados” los recibió con flores y muestras de júbilo. En su recorrido desde el puerto hasta la ciudad de México, la pareja imperial pudo ir apreciando algo de su nueva tierra, mientras las carrozas daban tumbos y saltos en los infames caminos. Aunque el país estaba devastado por la guerra, eran hermosos los bosques que veían a su paso, lo mismo que las parvadas de bellos pájaros y las flores que abundaban por todas partes. Por todo el camino fueron encontrando arcos triunfales hechos con flores que festejaban a los recién llegados y en las poblaciones los recibían grupos de indígenas, que habían sido debidamente ataviados con trajes regionales nuevecitos. En los banquetes les dieron a probar enchiladas, moles, sopecitos y pulque, y si no les gustaron, la diplomática pareja fingió que les parecían deliciosos. Cuando llegaron a la ciudad de México fueron protagonistas de un espectacular desfile, en donde los uniformes de los suavos franceses, de los húsares y de los lanceros competían en belleza y elegancia con los trajes de los charros a caballo. Lo más selecto de la sociedad capitalina seguía en sus carrozas a los emperadores mientras sonaban las campanas y llovía el confetti. El castillo de Chapultepec, que corona la colina del mismo nombre habría de ser la nueva residencia que los acogería, y Maximiliano decidió llamarlo Miravalle, en contrastado recuerdo con su amado Miramar. La aventura de México apenas comenzaba. 6 Pinceladas de la Historia Piratas Los mares siempre habían estado plagados de peligros para los que se aventuraban a cruzarlos, pero por allá por 1710 se juntaron algunas circunstancias que los tornaron aún más temibles. Terminaron por esas fechas varias guerras en Europa y con la firma de los tratados de paz vino el licenciamiento de miles de soldados y marinos, sobre todo ingleses y algunos franceses. Por otra parte, el comercio intercontinental estaba en auge: los tratantes de esclavos viajaban a África a capturar o a comprar esclavos que luego llevaban a vender a América y al Caribe. Con las utilidades obtenidas llenaban sus barcos con ron y azúcar que vendían en Europa, o a veces simplemente regresaban cargados de oro. A esto hay que añadir el intenso ir y venir de los navíos españoles llevando a la metrópoli el oro, plata y otras riquezas de sus colonias. ¡Qué mejor oportunidad para los desocupados y bien entrenados marinos y soldados sin empleo que el dedicarse a una nueva profesión: la piratería! Las condiciones de vida y trabajo en la marina inglesa y de otras naciones eran tan duras que la oportunidad de ser libres y autogobernarse no tardó en seducir a muchos marineros para convertirse en piratas. Robar un barco o amotinarse y adueñarse de aquél en que navegaban no era tan difícil, para así iniciar una vida de aventuras. Pero también hubo casos asombrosos como el de Stede Bonnet, quien se ganó el apodo de “el pirata caballero”. El “Flying Cloud” pintado por Efren S. Erese 7 Roberto Gómez-Portugal M. Stede Bonnet era un terrateniente medianamente educado que poseía una plantación de caña de azúcar en la isla de Barbados. Ya era un hombre de mediana edad cuando, por razones que nadie supo, decidió dejar su vida próspera y tranquila y dedicarse a la piratería. A diferencia de lo que era normal, Bonnet no se robó un barco, sino que con su propio dinero compró una goleta de diez cañones que bautizó Revenge (Venganza) y contrató a setenta marineros a sueldo, dejando atónita a la sociedad de la pequeña isla. A pesar de su falta de experiencia, Stede Bonnet capturó varios barcos frente a las costas de Carolina y sus éxitos le granjearon la amistad de otro pirata que también operaba en la zona, el famoso Edward Teach, mejor conocido como Barbanegra. Bonnet pasó unos días como invitado en el barco de Barbanegra, cuya tripulación comentaba con admiración la silueta del caballero que se paseaba por la cubierta mientras leía tranquilamente. Bonnet incluso participó con Barbanegra en el sitio de la ciudad de Charleston, Carolina del Norte. Pero Barbanegra huyó de pronto dejando a Bonnet sin su parte del botín y aunque el “pirata caballero” persiguió a su infiel amigo, nunca logró atraparlo. La carrera de Bonnet como pirata no fue larga pues en 1718 el coronel William Rhett, un líder militar de Carolina del Sur que se había dedicado a combatir a los piratas, se topó con Bonnet casi por accidente y lo capturó. A pesar de que el educado bandolero dirigió al gobernador de Carolina una larga y emotiva carta suplicando clemencia, Stede Bonnet murió en la horca en diciembre de ese año. 8 Pinceladas de la Historia ¿El rapto de Helena? A Menelao no le costó gran trabajo convencer a su hermano, el gran rey Agamenón, que emprendiera una gran campaña para atacar a Troya. La excusa de que Helena, esposa de Menelao y hermana –por cierto- de Clitemnestra, la esposa del propio Agamenón, había sido raptada por Paris el troyano, le venía como anillo al dedo. Pero Agamenón no era tan romántico ni apasionado como para convocar a todos los reyes y príncipes de Grecia simplemente por una mujer, ni siquiera por una con fama de ser la más hermosa de toda la Hélade. Más habían dolido a Menelao los cofres llenos de oro y joyas que la impía se había llevado al huir con el hermoso troyano. De rapto, nada. Pero a los griegos les venía muy bien la excusa para atacar a Troya y obligarla a liberar el comercio a través del Helesponto. Príamo, el rey troyano, llevaba largo tiempo de restringir el paso de mercancías a través de este estrecho, limitando y encareciendo el cobre y el estaño que llegaban a los griegos para convertirse en bronce. Unos cuantos favoritos del rey troyano controlaban el estrecho y se encargaban de traer los preciados metales desde Escitia, más allá del Bósforo y del Ponto Euxino. Tal vez el cobre podría conseguirse en otra parte, pero sin estaño no había bronce que el auge de Grecia requería como elemento vital. Sin bronce no había espadas, ni escudos, ni cabezas de flecha. Ninguna nación podía subsistir sin el estratégico metal. Por eso la restricción comercial impuesta por Troya afectaba tan severamente a los griegos. 9 Roberto Gómez-Portugal M. Además, para buena fortuna de Agamenón, un oportuno consejo de Ulises rendiría ahora óptimos frutos. No en vano le apodaban “el zorro de Ítaca”. En efecto, tiempo atrás cuando Tíndaro había tenido que escoger entre numerosos pretendientes que buscaban la mano de la bellísima Helena, antes de dar a conocer su decisión sobre quién sería el afortunado esposo de su hija, Tíndaro los había hecho jurar a todos que aceptarían la decisión y apoyarían a quien fuera su esposo e incluso irían a la guerra por defender sus derechos. El padre de Helena se había inclinado por Menelao, que no era el más apuesto ni el más brillante, pero tenía la ventaja de ser hermano de Agamenón, rey de Micenas y principal monarca de Grecia. El astuto Ulises había sido el autor de esta hábil recomendación y había apelado al terrible juramento del caballo descuartizado, para dar la máxima solemnidad y fuerza al vínculo. Ahora Agamenón, como gran líder y hermano protector del agraviado Menelao, podía recordar a los principales príncipes y soberanos de Grecia la necesidad de apoyar la campaña contra Troya. Peleo, rey de Yolco y soberano de Tesalia, era ya viejo para sumarse al esfuerzo bélico, pero Aquiles, su hijo, era el guerrero más famoso de toda la Hélade. Su primo Ayax, hijo de Telamón, rey de Salamina, acompañaría a Aquiles y se sumaría a los célebres mirmidones, aquel legendario grupo de guerreros que Aquiles comandaba y que tenían fama de ser invencibles en combate. Ulises, el zorro de Itaca, aunque rey tan sólo de unas rocosas islas en el mar Jónico, era uno de los aliados más apreciados, por su astucia y su buen juicio. El rubio y atlético Filoctetes, e Idomeneo, heredero de la casa de Minos y del trono de Creta, lo mismo que Diomedes, de Argos, se sumarían a la expedición. Y desde luego el agraviado Menelao, rey de Tesalia. Serían más de mil hermosas naves las que cruzarían el Egeo, tripuladas por cerca de cien mil hombres para humillar a la orgullosa Troya. El punto de encuentro para la magna expedición había sido estudiado detenidamente y los estrategas se decidieron por las largas playas de Áulide, donde la flota quedaría resguardada del mal tiempo y las borrascas por la isla de Eubea. Poco a poco fueron agrupándose los navíos, con sus cascos pintados en rojo y negro, alta la popa y decorada la proa con impresionantes e inexpresivos ojos. Tan magnífica lucía la orgullosa 10 Pinceladas de la Historia armada que los príncipes y reyes felicitaban ya al gran Agamenón augurándole el triunfo aun antes de zarpar. Pero quizás los dioses tenían una opinión diferente. ¿Cómo habrá sido el rostro -y el cuerpo- de la mujer por quien se hicieron a la mar un millar de buques? El frío mármol de las estatuas no puede transmitirnos la pasión que despertó esta legendaria mujer. 11 Roberto Gómez-Portugal M. La gran muralla Dicen que la única obra construída por el hombre que se puede observar desde el espacio es la gran muralla china. Ciertamente se trata de una obra colosal pues su longitud es de 7,300 kilómetros y se extiende desde la frontera con Corea, al borde del río Yalú, hasta el desierto de Gobi, cruzando siete extensas provincias. En realidad la gran muralla no es una sola obra integral sino un conjunto de muros fortificados, construidos y reconstruidos por diferentes gobernantes, a lo largo de más de mil años, aunque siempre con el mismo propósito: el de proteger el imperio impidiendo o dificultando las incursiones de los nómadas. Fue el primer emperador de la dinastía Qin, el célebre QinShihuang, quien inició su construcción alrededor del año 220 antes de nuestra era. De hecho, Qin Shi-huang es considerado como una colosal figura, el autócrata unificador y padre de un imperio chino que ha durado más de dos mil años. Este extraño personaje estaba obsesionado con la búsqueda de la inmortalidad y cuando falleció, por andar probando un brebaje mágico que seguramente contenía demasiado mercurio, fue enterrado en un foso de prodigiosas dimensiones acompañado de un ejército de más de 7,000 figuras de soldados y caballos de terracota hechos en tamaño natural, seguramente creyendo que así seguiría teniendo tropas y servidores bajo su mando en el más allá. Durante el siglo I, ya de nuestra era, la dinastía Han continuó construyendo la larga fortificación. Esta dinastía fue notable por el poderío militar que creó, lo mismo que por los logros artísticos, científicos e intelectuales que bajo su gobierno se alcanzaron. Nada menos que el papel, un elemento crucial en el desarrollo de la humanidad, data de la época de los Han. La muralla se siguió construyendo –y reconstruyendo- a lo largo de siglos, durante el período llamado de las cinco dinastías y de los diez reinos. Finalmente, fue la dinastía Ming quien concluyó la construcción, allá por el siglo XIV de nuestra era. 12 Pinceladas de la Historia En realidad, la muralla no es una, sino dos grandes paredes paralelas, separadas unos seis metros entre sí y con ese espacio relleno de piedras y tierra o arcilla, dejando en el medio una especie de avenida elevada que permitía el ir y venir de los soldados que la defendían. De tanto en tanto existen templetes o fortines que servían de habitación o de refugio a los militares. En sus diferentes secciones se fueron usando los materiales más abundantes de cada región por la que atraviesa. Existen partes construidas en piedra caliza, otras con granito e incluso algunas de ladrillo cocido, pero en todos los casos se usaron materiales suficientemente resistentes para soportar el impacto de las armas de asedio, por lo que también se ha defendido del paso del tiempo. Aunque no existen registros, es de suponer que fueron muchos los hombres que murieron a sus faldas, no sólo por el esclavizante trabajo de construirla sino también por los frecuentes ataques de las bandas que intentaban asaltarla. Si bien la muralla cumplió muy bien su objetivo de mantener fuera del territorio chino a los ejércitos invasores, resulta irónico que los manchúes, que gobernaron china desde mediados del siglo XVII hasta 1912, formando la dinastía Qing o Ching, no tuvieron que violar la muralla. Pudieron convencer -¿o quizá comprar?- al general que comandaba las fuerzas defensoras para que les abriera la puerta de Shanhai. Se dice que las fuerzas manchúes que conquistaron china tardaron tres días enteros para cruzar por esa puerta. Una vez dentro, la muralla dejaba de tener utilidad, pues aquéllos a quienes siempre se había buscado detener, eran ahora los gobernantes. 13 Roberto Gómez-Portugal M. Pedro el cruel Alfonso XI fue rey de Castilla y de León desde que tuvo un año de edad y siempre hizo más o menos lo que le dio la gana. Estar casado con la hija del rey de Portugal, María, quien le dio un hijo y heredero, Pedro, no le impidió a Alfonso tener diez hijos ilegítimos con su amante Leonor Núñez de Guzmán, que además, era su parienta. Con tan buen ejemplo paterno, Pedro no tuvo una educación muy cuidada. A la muerte de su padre, Pedro logró hacerse reconocer rey de castilla y León, a pesar de la presión que ejercían todos sus hermanastros y pronto aprendió la regla de que “el que no tiene, arrebata”, por lo que le arrebató el señorío de Vizcaya a Nuño de Lara, aprovechando que el pequeño sólo tenía tres años. Pedro ya tenía 17 años cuando tuvo que enfrentar la rebelión de su hermanastro Enrique, que se había fortificado en Pedro I de Castilla Asturias, y luego la de su otro hermanastro, don Tello. Los venció a ambos. Pero aunque su consejero Juan Alfonso de Alburquerque aconsejaba a Pedro que los encarcelara, él los perdonó. En 1353 Pedro decidió casarse con Blanca de Borbón, una hermosa princesa francesa descendiente del famoso San Luis (Luis IX), para fomentar así la alianza con Francia. Sin embargo, a Pedro no le interesaba en lo más mínimo la desdichada francesita, y como el padre de ésta ponía dificultades para el pago de la dote, apenas dos días después del matrimonio Pedro la abandonó y la mantuvo prisionera en la torre del castillo de Sigüenza y luego en el alcázar de Toledo. ¿Quién no se acuerda de la tonadita infantil? “Doña Blanca está cubierta de paredes de oro y plata” ...pues a ésa doña Blanca se refiere. El corazón de Pedro pertenecía a su amante María de Padilla, y ningún matrimonio del rey iba a enturbiar ese firme vínculo. 14 Pinceladas de la Historia No sólo a la población del reino repugnaba el trato que daba el rey a la reina Blanca, repudiada y presa, sino que el propio papa Inocencio IV tuvo que intervenir. Sólo logró que el rey pasara otros dos días con su esposa Blanca. Poco después se le ocurrió a Pedro casarse con doña Juana de Castro, una viuda de noble prosapia que se resistía al enlace, sabiendo de la existencia de la esposa Blanca y de la amante María. Pero el rey, que no aceptaba un no por respuesta, presionó a los obispos de Ávila y de Salamanca para que declararan nulo el matrimonio con Blanca y así acallaran las objeciones de Juana. Los casó el obispo de Cuéllar. María de Padilla, la amante, consideró que era un buen momento para expiar sus pecados y Los hermanos de Pedro pidió permiso al papa para Pedro era el único hijo legítimo de su padre, pero éste fundar un monasterio en había tenido 10 hijos ilegítimos a quienes Pedro veía Palencia, donde pensaba como espurios pretendientes al trono, y de hecho lo recluirse. Se fundó en eran. Estos eran sus “hermanitos” o, mejor dicho, hermanastros: efecto el monasterio en la población palentina de • Pedro Alfonso de Castilla, Señor de Aguilar; Astudillo, pero, pasado el nacido en 1330 y fallecido en 1338. • Juana Alfonso de Castilla, Señora de furor del rey por Juana, Trastámara; nacida en 1330. fue a ésta a quien obligó a • Sancho Alfonso de Castilla, Señor de recluirse en él, mientras Ledesma; nacido en 1331 y fallecido en 1343. reanudaba su relación con • Enrique II de Castilla, nacido en 1333 (de quien María de Padilla. descienden los Reyes de España). • • • • • • Fadrique Alfonso de Castilla, gemelo del anterior, Maestre de la Orden de Santiago y Señor de Haro; nacido en 1333 (de quien descienden los Almirantes de Castilla-Duques de Medina de Rioseco). Fernando Alfonso de Castilla, Señor de Ledesma. Tello de Castilla, primer Señor de Aguilar de Campoo y Lara, Conde de Vizcaya, nacido en 1337 y fallecido en 1370 (de quien descienden los Marqueses de Aguilar de Campo) Juan Alfonso de Castilla, Señor de Badajoz y de Jerez de la Frontera; nacido en 1341 y fallecido en 1359. Sancho de Castilla, Conde de Alburquerque; nacido en 1342. Pedro de Castilla, nacido en 1345 y fallecido en 1359. Para entonces, Pedro ya se había ganado a pulso el odio de muchos: de su antiguo consejero el señor de Alburquerque, de sus hermanastros y todos los hijos de Leonor de Guzmán, de la poderosa familia de Juana de Castro, de los Núnez de Lara y hasta de su propia madre María de Portugal 15 Roberto Gómez-Portugal M. y de la familia de ésta, los reyes de Portugal. Confrontado con la rebelión, Pedro cedió en apariencia a las demandas que se le hacían, y repartió dádivas y mercedes, pero en cuanto volvió a sentirse fuerte, mandó matar despiadadamente a muchos de quienes se le habían opuesto. A su propio hermanastro, Fadrique, lo invitó a comer en el alcázar de Sevilla, y allí lo apuñaló, según dicen algunos, con sus propias manos, en el patio del alcázar. Hizo matar también a Juan, infante de Aragón, con cuyo padre Pedro tenía dificultades y a otros seis caballeros, cuyas cabezas exigió que le fueran llevadas a Burgos en una bolsa, como comprobación. Ante tanta crueldad y desatino, los partidarios de su hermanastro Enrique, cerraron filas y aumentaron en número. Enrique reclutó un ejército formado mayormente por aventureros franceses de las famosas compañías blancas, pero financiado por el rey de Aragón y por todos aquéllos a quienes Pedro había convertido en sus enemigos. Estas compañías blancas las integraban principalmente soldados desocupados a quienes la tregua entre ingleses y franceses durante la guerra de cien años había dejado momentáneamente ¿Qué era el Condestable? sin empleo y entre ellas resaltaba la figura de El título de condestable corresponde a las Bertrand du Guesclin, un funciones modernas de un Jefe de Estado Mayor. La palabra viene del latín comes stabuli, general francés que había que literalmente quiere decir conde del establo, ocupado nada menos que pero para entonces ya había perdido cualquier el puesto de condestable relación con el cuidado de caballerías y era un de los ejércitos de Francia, título militar de alto honor. y que ahora cabalgaba entre los seguidores de El rey de Francia Carlos V había dado a du Guesclin ese título de honor por sus campañas Enrique de Trastámara, el contra los ingleses durante la guerra que hermanastro bastardo de pasaría a llamarse « guerra de cien años ». Pedro. Enrique tomó Calahorra y sus partidarios El caballero bretón, que era célebre por su lo proclamaron allí rey de fealdad casi tanto como por su vigor y su Castilla y León, y luego talento de estratega militar, no tenía nada qué hacer durante las treguas que el rey francés tomaron Navarrete y firmaba con los ingleses y, junto con sus tropas, Bribiesca. “se alquilaba” como mercenario 16 Pinceladas de la Historia No dejaba de resultar aberrante para algunos que un hermano bastardo disputara el trono al rey legítimo, hijo y heredero legítimo también, como lo era Pedro. La idea era particularmente repugnante para el príncipe de Gales, heredero del trono de Inglaterra y mejor conocido por sus hazañas guerreras como el Príncipe Negro, por el color de su armadura. El inglés viajó a la península con sus huestes y se sumó a la causa de Pedro, quien se comprometió a pagar los gastos. Pero el de Castilla siguió cometiendo atropellos. Hizo matar a Juan Fernández de Tobar, simplemente por ser hermano del gobernador que había rendido Calahorra. También ordenó la muerte de don Suero García, arzobispo de Santiago. Pedro mató personalmente y en el mismo campo de batalla al caballero Iñigo López de Orozco, que se hallaba totalmente desarmado y cuando recuperó las ciudades de Toledo, Córdoba y Sevilla, ordenó la muerte de muchos nobles y caballeros a los que consideró enemigos, sin más causa ni proceso. El Príncipe Negro, a pesar de su predisposición favorable, pronto se asqueó del rey castellano, que era cruel, actuaba sin honor y no cumplía sus promesas. Reunió a su gente y abandonó la península ibérica en agosto de 1367. La causa de Enrique fue avanzando y pronto cada uno de los dos hermanos controlaba más o menos la mitad del reino. Pedro, habiendo recibido un refuerzo de siete mil jinetes y mucha infantería, se decidió a intentar retomar Toledo. En el camino, se encontraron los ejércitos de ambos y trabaron batalla cerca del castillo de Montiel, en Ciudad Real. Pedro, quien llevó la peor parte, se refugió en la fortaleza, sitiado por Enrique. Unos caballeros entraron en negociaciones con Bertrand du Guesclin para facilitar la huída del rey. Du Guesclin llevó a Pedro a una tienda en donde, para su gran sorpresa, se encontró de pronto frente a frente con Enrique. Bertrand du Guesclin, condestable de los ejércitos del rey de Francia y mercenario, cuando no tenía trabajo. 17 Roberto Gómez-Portugal M. Los dos hombres se abalanzaron furiosamente, el uno sobre el otro, luchando por una única daga disponible. Se dice que entonces el militar francés pateó el puñal de manera que Enrique pudiera tomarlo, mientras pronunciaba las famosas palabras: “ni quito ni pongo rey; sólo ayudo a mi señor”. Enrique hundió muchas veces la daga en el cuerpo de su hermano y después le cortó la cabeza, que fue arrojada a la orilla del camino, mientras que el cuerpo era exhibido en las almenas del castillo de Montiel. Así empezó su reinado Enrique de Trastámara, que sería coronado como Enrique II de Castilla. Los cronistas dieron a Pedro el calificativo de cruel, aunque más tarde hubo algunos que quisieron rescatar su memoria apodándolo el justiciero. ¿Quién podría juzgarlo? 18 Pinceladas de la Historia Artemisa implacable Después de haber tenido casi dos meses de un tiempo perfecto, el día mismo en que la flota debía zarpar, las ráfagas del más terrible vendaval calaban hasta los huesos. La lluvia helada parecía no cesar nunca y después de un tiempo Agamenón ordenó a Calcante que efectuara un augurio. El místico sacerdote impresionaba sólo por su aspecto: era albino y sus rojizos ojos bizqueaban de manera terrible. Además, solía rodear sus ceremonias de sacrificio del más impresionante aparato, colocando trípodes con fuego en torno del altar y espolvoreando polvos extraños sobre las llamas, que se traducían en chispas y flamas multicolores, además de desprender abundante humo y aromas exóticos. En medio de ese escenario, Calcante degollaba a la víctima – normalmente un cabrito o un ternero- y recogía hábilmente la sangre en un cuenco de oro. Después destazaba el cadáver con tajos firmes y certeros e interpretaba los pliegues de las entrañas y el color de las vísceras para descifrar la voluntad de los dioses. De pronto el sacerdote se volvió hacia la expectante concurrencia y exclamo: “¡Zeus, el más grande de los dioses, se niega a dar su bendición a esta empresa! No puedo conocer los motivos de su ira, pero es Artemisa la que, postrada a sus pies, ruega a su divino padre no ceder en su negativa.” Calcante se postró teatralmente ante el altar del sacrificio y parecía meditar profundamente, mientras el viento y la lluvia agitaban sus vestiduras. Finalmente se La diosa Artemisa incorporó y extendiendo 19 Roberto Gómez-Portugal M. amenazadoramente su huesuda mano hacia Agamenón, le dijo: “Tú, rey de reyes, tienes una deuda con Artemisa, y la cazadora se obstina en que cumplas lo que le prometiste hace años, ¡antes de permitir que zarpe tu flota ni que Zeus bendiga tu empresa!” Agamenón se cubrió el rostro con las manos y se alejó de la nefasta figura del sacerdote. La llamada “máscara de Agamenón” fué descubierta por el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann en 1876, en Micenas, Grecia. Data del siglo XVI antes de Cristo. Obviamente, nada garantiza que represente, en efecto el rostro del antiguo líder de los griegos. Cuando los ánimos se hubieron calmado, Ulises, siempre el más cerebral y el más reflexivo, se encaró con Agamenón. “¿Qué le ofreciste a la cazadora, rey insensato?”, le preguntó. Agamenón no podía encontrar las palabras. “Fue hace tanto tiempo”, le dijo. “Clitemnestra estaba a punto de dar a luz a nuestra hija más pequeña... pero el parto 20 Pinceladas de la Historia se complicaba. Rogué a todos los dioses, a Hera, la misericordiosa, a Gea, nuestra madre tierra, a las diosas del hogar, ¡pero nadie me escuchaba! Entonces recurrí a Artemisa y le prometí sacrificarle la criatura más hermosa que naciera aquel día en mi reino. Clitemnestra dio a luz a nuestra hija Ifigenia y recuperó la salud. Yo, agradecido, mandé mensajeros por toda Micenas a buscar las más hermosas crías que hubieran nacido ese día: cabritillos, tiernos corderos, terneritos... y los ofrecí a la diosa. Pero ella rechazó las ofrendas y supe que se sentía insatisfecha. Más tarde, un día que Clitemnestra jugaba con la recién nacida, se me ocurrió comentar irreflexivamente, que nuestra hija era la criatura más hermosa que existía en mi reino, quizá la más hermosa de toda Grecia. Pronto me di cuenta que esas horribles palabras habían sido inspiradas por la malvada diosa. ¡La cazadora quería a mi hija! Repetidamente quise alejar ese pensamiento de mi cabeza, y en mis ruegos supliqué a la diosa que comprendiera y me relevara de la terrible promesa. ¡Pero Artemisa es implacable!” Ulises sintió piedad del poderoso Agamenón, ahora reducido a un angustiado y suplicante padre. “¿Qué debo hacer, Ulises? ¿¡Qué debo hacer¡?”, farfulló el atribulado monarca. 21 Roberto Gómez-Portugal M. Barbanegra Probablemente el pirata más pintoresco de los que jamás surcaron los mares fuera el temido Barbanegra. Había nacido en Inglaterra y se llamaba Edward Teach, aunque también usó los alias de Edward Thatch y Edward Drummond. Poseía una hirsuta y abundante barba negra y se exhibía teatralmente con gran cantidad de pistolas, puñales y cuchillos colgando de su casaca y asomando de sus bolsillos. Dicen que incluso se ataba pedazos de mecha encendidos a la barba y a los cabellos, desprendiendo una aureola de humo en torno a su cabeza y dándole un aspecto terrorífico. Le encantaban las mujeres y se dice que cuando quería conquistar a una dama, hacía que le trenzaran su larga barba -tan larga que la utilizaba para limpiarse las manos mientras comía- con cintas de seda. Como inveterado mujeriego que era, se supone que tuvo hasta catorce esposas o concubinas, aunque, naturalmente, sobre ese aspecto de su vida no existen muchas pruebas. Capitaneaba dos navíos piratas, con más de 250 marinos bajo sus órdenes. Una de las naves era una fragata francesa que había capturado, de más de doscientas toneladas y equipada con veinte cañones, pero Barbanegra le instaló veinte cañones más, haciéndola más poderosa que algunos navíos de guerra británicos. La llamó Queen Anne’s Revenge. Barbanegra adquirió fama por sus actos de crueldad y de terror no sólo en contra de sus enemigos sino hasta de sus propios hombres. Dice la leyenda que mató de un disparo intempestivamente y sin razón a su primer oficial, explicando que “si no mato a uno o dos de mis hombres de vez en cuando, se les olvidará quien soy”. Después de capturar un barco y de robar todo lo que se le antojaba, asesinaba a toda la tripulación. Cuando quería quitarle el anillo a alguna desdichada víctima, fuera hombre o mujer, simplemente le cortaba el dedo. Más de una vez abandonó a alguno de sus hombres en una isla desierta, sin agua y sin alimentos, simplemente porque desconfiaba de su lealtad 22 Pinceladas de la Historia El éxito de Barbanegra como pirata obedecía principalmente a su costumbre de operar cerca del litoral, en aguas donde los grandes navíos de guerra no podían perseguirlo y el corsario se les escurría, ocultándose en las caletas de la costa que conocía a la perfección. Finalmente, el gobernador Spotswood de Virgina mandó al teniente Robert Maynard de la marina inglesa con dos chalupas –rentadas, y que tuvieron que ser equipadas y formalmente nombradas como naves de la marina inglesa- a perseguir al pirata. Edward Teach, conocido como Maynard bajó por el río James en Barbanegra sus precarias naves y sorprendió a Barbanegra frente a la costa de Carolina del Norte, a un lado de la isla Ocracoke, a bordo de un barco pequeño llamado Adventure. Barbanegra y sus hombres habían estado bebiendo, y muchos de los piratas estaban decididamente borrachos. Aún así, su conocimiento de la geografía costera les daba la ventaja para escapar, mientras los dos capitanes se gritaban insultos y amenazas de barco a barco, a voz en cuello. Una de las chalupas de Maynard encalló en un banco de arena, lo que permitió a Barbanegra cañonearlos y causarle muchas bajas, pero el valiente militar no se arredró y logró reflotarla y perseguir a remo la nave pirata. La suerte parecía estar cambiando, pues la falta de viento impedía que el Adventure desplegara velas y emprendiera la huída. Se produjo el abordaje y la lucha hombre a hombre se generalizó, con espadas, pistolas y puñales, además de los famosos alfanjes, típicos de los piratas. El propio Maynard se enfrentó a Barbanegra en un duelo singular. Casi como en las películas, Maynard se salvó de un golpe de espada del pirata solo porque la hoja dio contra la cartuchera del teniente y apenas lo hirió. Maynard disparó entonces su pistola contra el pirata, con lo que adquirió ventaja, lo cortó luego en el rostro con el filo de su espada y con un segundo y decidido tajo, Maynard decapitó a Barbanegra. 23 Roberto Gómez-Portugal M. Cualquier cantidad de mitos surgieron en torno a la muerte de Barbanegra. Hubo quien dijo que antes de que Maynard pudiera dar el golpe final que cortó la cabeza de Barbanegra, el pirata había recibido cinco disparos y veinte puñaladas sin parar de luchar. También hubo quien afirmó que cuando el cadáver sin cabeza de Barbanegra cayó por la borda, todavía nadó en torno del Adventure antes de sumirse para siempre entre las aguas. La cabeza del pirata fue colocada como trofeo en el bauprés del barco de Maynard y éste regresó victorioso a Virginia a cobrar la recompensa que le había ofrecido el gobernador Spotswood. Era noviembre de 1718. Aparentemente Barbanegra nunca acumuló una gran fortuna. Cuando se vendió el barco capturado y todo su contenido apenas se reunieron 2,500 libras, que, siendo una suma importante, no era, ni con mucho el inmenso tesoro que se asociaba con la fama del legendario pirata. Por eso surgieron infinidad de historias sobre el tesoro que Barbanegra había enterrado en alguna parte. Muchos años después, en los tiempos de la guerra de independencia de los Estados Unidos, todavía era frecuente encontrar a alocados buscadores de tesoros excavando cerca de la costa de las Carolinas. 24 Pinceladas de la Historia El hechizado Cuando murió Felipe IV de España, la gloriosa dinastía de los Austria que se había iniciado siglos atrás cuando Felipe “el hermoso” se casó con Juana, hija de los Reyes Católicos, desembocaba en un ejemplar verdaderamente lamentable: el príncipe Carlos, que habría de reinar como el segundo de ese nombre. Carlos II era un pobre niño raquítico y enfermizo. A menudo era atacado por terribles fiebres que lo postraban en cama durante días; cuando subía a un carruaje, le daban mareos y vómitos que lo obligaban a desistir del viaje; si estaba al aire libre se le inflamaban los ojos e incluso le supuraban. Encima, era de escasa inteligencia y después se aclararía que también era estéril. Tantas calamidades agobiaban al pobre príncipe que el pueblo las atribuía a influencias malignas y por eso le apodaban “el hechizado”. La verdad es que la reiterada endogamia de la familia real, es decir los sucesivos matrimonios entre parientes cercanísimos produjeron tal degeneración genética de la que Carlos fue víctima y ejemplo. Baste decir que su madre, Mariana de Austria era sobrina carnal de su padre Felipe IV. Cuando su padre murió, Carlos tenía apenas cuatro años, por lo que su madre fungió como regente hasta que el niño fue declarado mayor de edad -a los catorce añosy proclamado rey en 1675. Siendo Carlos un rey débil y enfermizo no faltó quien intentara desplazarlo y Carlos II de España, “el hechizado” Retrato pintado por Claudio Coello, que se exhibe en el Museo del Prado, en Madrid. 25 Roberto Gómez-Portugal M. sustituirlo, y eso fue lo que intentó hacer Fernando de Valenzuela, conde de Villasierra, quien habiendo sido el principal ministro de la reina regente durante la minoría de edad del rey niño, se sentía con capacidad y hasta con derecho de asumir el trono. Finalmente el advenedizo Valenzuela fue neutralizado y exiliado, pero todos coincidían en la importancia de que el rey se casara y tuviera descendencia, por lo que se apresuraron a conseguirle esposa. En 1679 se casó con María Luisa de Orleáns, una hermosa sobrina de Luis XIV, el poderoso monarca francés. Carlos II se enamoró apasionadamente de María Luisa desde que la vio por primera vez en un retrato que le llevaron y dicen las crónicas que ya casados, Carlos le tenía un afecto que era admirable. Por el contrario, se dice que María Luisa no se sentía tan atraída por su marido como él por ella. Y no es de extrañar, pues basta ver alguno de los retratos que existen del “hechizado” para constatar que además de enfermizo y tonto, era feísimo. El tiempo pasaba y la reina seguía sin quedar embarazada; la corte entera y el mismo pueblo de España se preocupaban de que el frágil rey pudiera morir sin descendencia, por lo que empezó a circular una coplita que decía así: “Parid, bella flor de lis, que en aflicción tan extraña, si parís, parís a España. Y si no parís, ¡a París!” Por desgracia, ni siquiera una exigencia tan perentoria como la que María Luisa de Orleáns. hacía el pueblo a su reina pudo traer el Retrato de autor desconocido. Museo de Versalles. tan deseado heredero. Resulta, sin embargo, curioso y hasta irónico, que la joven reina, aparentemente sana y llena de vida, muriera antes que su enfermizo marido. Una tarde, después de un paseo a caballo, la reina sintió un fuerte dolor en el vientre que la postró en cama. Esa misma noche fallecía, a los veintisiete años de edad, de lo que aparentemente 26 Pinceladas de la Historia fue una apendicitis aguda. Carlos se vio presionado para volver a casarse y tan sólo un mes después de fallecida la francesa María Luisa, Carlos tenía ya una nueva esposa, la princesa alemana Mariana de Neoburgo. La nueva reina entendió la ansiedad con que España esperaba un heredero y la explotó. Para manipular a la corte entera fingió once embarazos, llegando incluso a conspirar contra el propio rey y a intentar influir sobre la decisión del sucesor. Hay evidencia, incluso, de que robó dinero de las arcas españolas para beneficiar a su familia. En esas intrigas palaciegas por la sucesión, la reina Mariana de Neoburgo favorecía las pretensiones de su primo el Archiduque Carlos de Carlos II hizo Austria, pero Mariana de Neoburgo testamento cediendo el trono de España a Felipe de Anjou, que era hijo de la hermana mayor de Carlos pero también –y esto tenía peso- era nieto de Luis XIV de Francia, el monarca más poderoso de aquel momento. Felipe habría de reinar como Felipe V de España, pero su llegada iba a desatar una sangrienta guerra de sucesión por el trono español, que duraría más de diez años . 27 Roberto Gómez-Portugal M. Dos hermanas Apenas tenía unos catorce años Leonor pero ya sus senos turgentes empujaban sensualmente la tela de su vestido y parecían querer salirse por el generoso escote. Sus ojos verdes y su hermoso cabello rubio enmarcaban su bello rostro de delicadas facciones y su carácter –fuerte pero gracioso y coqueto- sumado a una gran inteligencia, hacían de ella una joven mujer verdaderamente seductora. Su hermana Aelis Petronila, apenas un año menor que Leonor, no le iba muy atrás ni en belleza ni en coquetería. Su padre, Guillermo X de Poitiers, duque de Aquitania, no podía menos que sentirse sumamente orgulloso de sus dos hermosas y seductoras hijas, y sólo el hecho de que su único hijo varón hubiera muerto hacía unos años podía enturbiar su satisfacción. La corte de Poitiers era una corte alegre, llena de trovadores que, aunque usaran un lenguaje poético y refinado, no ocultaban en sus canciones los inflamados sentimientos que despertaban las bellas hijas del duque. Pero lo que en otras latitudes hubiera sido considerado licencioso, en Poitiers no era mal visto. El abuelo mismo de las chicas, el duque Guillermo IX, había sido conocido en su tiempo como “el trovador”, por las canciones que solía componer y entonar él mismo, y mejor conocido aún por su inveterada afición a los placeres del amor. Una tibia tarde de 1137 la bella Leonor estaba sentada en el jardín ensayando una tierna melodía con la que pensaba deleitar a su padre en cuanto el duque regresara del peregrinaje que había emprendido a Santiago de Compostela, hacía ya varias semanas. 28 Leonor de Aquitania, retrato imaginario Pinceladas de la Historia De pronto apareció en el tranquilo jardín la severa figura de Godofredo, el arzobispo de Burdeos, acompañado de dos caballeros. -“Me temo, señora, que tengo una triste noticia para vos”, dijo. Leonor sintió que el corazón le daba un vuelco. –“Mi padre, ¿acaso...? “Enfermó gravemente durante el viaje” –dijo el arzobispo con la cabeza baja –“y no logró siquiera llegar a Compostela”. La bella mujer se cubrió el rostro con las manos. -“Sois ahora duquesa de Aquitania, mi señora, y venimos a rendiros juramento de fidelidad”, con lo cual el prelado se inclinó para besar el ruedo de su vestido. -“Antes de morir vuestro padre”, añadió el religioso, “tomó decisiones que afectarán vuestro futuro, señora”. El prelado explicó entonces a Leonor que el duque, temeroso de que algunos nobles o vasallos menores intentaran adueñarse del ducado, había rogado al rey de Francia que las dos herederas fueran acogidas por el monarca y quedaran bajo su protección. Más aún, como parte de la negociación, la hija mayor, Leonor, habría de casarse con el príncipe de Francia, Luis, el joven. Al rey Luis VI la propuesta del duque de Aquitania le parecía excelente. Los territorios que pertenecían a Leonor, si bien no habrían de sumarse formalmente al reino de Francia, significaban la adición y el control de un territorio enorme que comprendía Auvernia, Poitou, el Limousin, el Perigord, la región de Saintonge, la Gascuña y la Guyena. Con el tiempo, los herederos de la pareja serían, además de reyes de Francia, duques de Aquitania, y la unidad nacional quedaría asegurada. A las pocas semanas, el príncipe heredero llegó a Burdeos. Rubio, con diecisiete años y ojos azules, a Leonor tampoco le pareció mal el asunto. En tan sólo dos días se organizó y se celebró el matrimonio en la iglesia de San Andrés. Pero después de la noche de 29 Roberto Gómez-Portugal M. bodas, Leonor no se veía tan entusiasta como antes. Los rumores decían que el joven Luis había resultado menos hábil en materia amatoria de lo que Leonor esperaba y menos fogoso de lo que la hermosa joven hubiera deseado. De hecho, el joven príncipe era un poco mojigato y tímido. ¿Príncipe o Delfín? No se daba todavía el título de “delfín” al heredero del trono de Francia. La costumbre se adoptó sólo a partir de 1349, después de que Humberto II vendió al rey de Francia Felipe VI sus dominios conocidos precisamente como “el Delfinado”, a condición de que el heredero del trono francés llevara el título de “delfín”. La pareja tenía que llegar cuanto antes a Paris, por lo que se pusieron en marcha de inmediato, aún con ese Leonor y Luis VII rezan para problema no solucionado. Al llegar a tener un hijo. Poitiers les esperaban noticias: el rey Miniatura del S. XIV Luis VI acababa de morir. Su marido era ahora el nuevo monarca y Leonor era reina de Francia. Los acontecimientos se desarrollaban en vertiginosa sucesión: los nuevos soberanos fueron coronados en Bourges durante las fiestas de Navidad y todos los grandes señores, nobles y caballeros de Francia se inclinaron ante la joven pareja para jurarles fidelidad. A medida que desfilaban ante el bello rostro de Leonor, muchos corazones quedaron flechados por los ojos verdes de la nueva reina. Luis VII y Leonor 30 Pinceladas de la Historia Pero si los bellos ojos de la reina pertenecían ya al rey, los de Aelis, su hermana menor no estaban comprometidos y pronto la sangre mediterránea de esta hermosa criatura conquistó el corazón del gran senescal de Francia, Raúl de Vermandois. Toda la corte hablaba de la pasión con que ambos se amaban y el rey, escandalizado, informó a su senescal que el tema lo tenía bastante molesto. Raúl de Vermandois se disculpó ante el monarca diciendo que el escándalo cesaría en cuanto se casara con Aelis. El problema es que el señor de Vermandois ya estaba casado con Gerberta de Champagne.... -“Lo que pasa”- dijo el gran senescal, “es que Gerberta y yo tenemos un grado de consanguinidad que la Santa Iglesia prohíbe. Tendremos que pedir al obispo de Reims que declare nula nuestra unión”. El obispo de Reims comenzaba a reírse de la supuesta consanguinidad que le planteaba el senescal cuando alguien explicó al prelado que a la reina Leonor interesaba mucho la felicidad de su hermana. El religioso captó bien el mensaje y en menos de dos meses el señor de Vermandois y su nueva esposa Aelis recibían la bendición eclesiástica. Vitry-en-Perthois se llama hoy Vitry-le-François. Vista desde el Mont de la Fourche Pero Gerberta no estaba sola; tenía en su tío Teobaldo de Champagne un poderoso defensor. El duque de Champagne declaró la guerra al rey al constatar la mala manera en que había sido tratada su sobrina, además de otros problemas que ya traía con el rey referentes al obispado de Langres. Los ejércitos se enfrentaron y la sangre corrió en las poblaciones de Epernay y de Dormans. Las tropas del rey sitiaron después Vitry-en-Perthois y cuando cayó la plaza, los desesperados 31 Roberto Gómez-Portugal M. pobladores se refugiaron en la iglesia a piedra y lodo. El rey, lleno de ira vengadora, ordenó prender fuego al templo, donde murieron calcinados más de mil trescientas personas, sufriendo la más horrible de las muertes. Tras más de dos años de sangrienta campaña, Teobaldo de Champagne y Luis VII hicieron las paces y firmaron el tratado de Vitry. Para los quemados en la iglesia sólo hubo unas cuantas oraciones. 32 Pinceladas de la Historia La guerra de los pasteles El pobre México, desgarrado por las luchas de poder entre “yorkinos” y “escoceses” se debatía en la anarquía y el desorden y algunos sucesos ocurridos habían tomado dimensiones de incidentes internacionales. Las relaciones con Francia estaban enturbiadas porque en 1832 unos soldados u oficiales del ejército mexicano habían comido y robado pasteles y causado destrozos en un restaurante de Tacubaya, propiedad de un francés, un tal señor Remontel. El afectado pretendía una indemnización de treinta mil pesos, una suma ridículamente alta. Encima, también en 1832 un ciudadano francés de Tampico había sido fusilado, acusándolo de piratería, y una familia francesa de Puebla había sido atacada por la turba que los hacía culpables de envenenar el agua. Todas esas reclamaciones habían sido presentadas por Francia al gobierno mexicano y habían ya pasado años sin que se les diera solución. Además, la firma de un tratado con Francia se venía pospo-niendo desde 1827. Después de la lamentable campaña que fue la Guerra de Texas, Antonio López de Santa Anna se había ido a refugiar a su hacienda Manga de Clavo, muy cerca de Veracruz. El desprestigio que se ganó con la derrota en el asunto texano se había ido olvidando y a los pocos meses ya se había formado un grupo “santanista” que pretendía rehabilitarlo y buscaba llevarlo al poder. Santa Anna, se hacía de rogar y seguía recluido en su hacienda. El presidente era ahora Anastasio Bustamente y se había creado una institución llamada Supremo Poder 33 Roberto Gómez-Portugal M. Conservador, un engendro concebido para dirimir conflictos entre los tres poderes y para interpretar la voluntad de la nación en los momentos difíciles. El representante francés barón Deffaudis desistió de los esfuerzos diplomáticos que había estado conduciendo sin ningún resultado y para marzo de 1938 había 10 barcos de guerra franceses fondeados frente a Veracruz. Las exigencias francesas se planteaban en un ultimátum que vencía el 15 de abril. Se reclamaba a México la celebración de un tratado concediendo a Francia derechos preferentes de comercio y de navegación y el pago de una indemnización de 800 mil pesos. A pesar del bloqueo a Veracruz el gobierno mexicano no hacía nada, así que en noviembre los Desde que México adquirió su independencia la fran-ceses economía estaba por los suelos y los gobernantes sólo se preocupaban por conservar el poder y cañonearon con sus beneficiar sus intereses personales o de grupo. Desde buques el fuerte de antes de la independencia, algunos criollos ricos San Juan de Ulúa. formaron asociaciones secretas llamadas logias Escoceses y yorkinos masónicas, que fueron tomando el papel de partidos políticos. Unas seguían el rito escocés y eran partidarias –ya alcanzada la independencia- de que el país se organizara como una república centralista. Luego, a instancias del embajador de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, se crearon otras que practicaban el rito yorkino y que pretendían hacer del país una república federal. Daba igual qué nombre usaran los dos bandos: yorkinos y escoceses, federalistas y centralistas, o liberales y conservadores, el caso es que sus luchas provocaron un caos político permanente en el país. Las elecciones no se respetaban y las rebeliones eran la forma efectiva de acceder al poder. En sus tres primeras décadas de vida independiente México tuvo mas de 30 cambios de presidentes y tres constituciones, la de 1824, la de 1836 y la de 1843. Luego, en 1847, se regresa a los principios de 1824. Los gobernantes gastaban casi todo el dinero en mantener al ejército y en defenderse de sus enemigos políticos 34 El estruendo de las explosiones llegó hasta Manga de Clavo y entonces Santa Anna decidió salir de su reclusión. ¡Ojalá se hubiera quedado allí el malvado caudillo! Hábilmente, Santa Anna demoró su llegada al puerto para eso de las nueve de la noche, cuando el cañoneo ya había terminado. El ataque había matado a 67 Pinceladas de la Historia mexicanos y herido a 147, sin que se les hiciera ningún daño a los franceses porque los cañones mexicanos no disparaban con suficiente potencia para alcanzar a los barcos enemigos. El comandante del fuerte, un tal general Gaona, había juzgado conveniente evacuar el fuerte y rendirlo al enemigo. Tanta ineptitud militar contrastaba con la actitud patriotera y valentona que tenían los mexicanos. A pesar de la reciente derrota en Texas, la opinión pública sentía que el ejército mexicano era el mejor del mundo y pretendía ahora que el orgullo mexicano se recuperara al humillar a los franceses. Antes del cañoneo, el presidente Bustamante había estado dispuesto a someter el asunto a un arbitraje internacional e incluso a pagar la mayor parte de lo exigido, pero una turba de rufianes –se dice que enviados por el “partido santanista”- habían amenazado a muchos funcionarios públicos con matarlos si cedían ante las exigencias de los franceses y ahora merodeaban por las calles cercanas al Congreso. Al conocerse la rendición del fuerte de San Juan de Ulúa, esa indignada opinión pública exigió que dieran a Santa Anna el mando de las fuerzas nacionales para defender Veracruz. El presidente Bustamante así lo hizo, quizá deseando que el “Napoleón mexicano” repitiera su ridículo de Texas. Los franceses tuvieron piedad de arrasar a cañonazos una ciudad indefensa como Veracruz -lo que habían cañoneado era sólo el fuerte de Ulúa- y decidieron capturar a Santa Anna directamente y así obligarlo a negociar la rendición de la plaza. Bajaron a tierra silenciosamente sin ser detectados y se metieron a la casa donde dormía Santa Anna. La buena fortuna de Santa Anna le permitió salir huyendo por una ventana, pero los franceses apresaron al general Mariano Arista, que casualmente se había quedado a dormir allí, y se lo llevaron, pensando que era a quien habían venido a buscar. Se fueron de regreso a sus barcos y dejaron en el muelle a un medio centenar de hombres con un cañoncito, cuidando la retaguardia. Mientras tanto, Santa Anna reunió unos 300 soldados y atacó con ellos a los franceses que se habían quedado en el muelle. Fue apenas una escaramuza, tras la cual todos se dispersaron; los franceses hacia sus barcos y los mexicanos en todas direcciones, pero Santa Anna 35 Roberto Gómez-Portugal M. había sido herido en la pierna izquierda. Lo llevaron a un hospital en donde su pierna tuvo que ser amputada y cuando se recuperó, se puso a redactar un parte de guerra que parecía una novela, contando cómo las fuerzas mexicanas habían repelido a un fuerte número de soldados invasores a punta de bayoneta hasta hacerlos huir despavoridos y él, como un auténtico patriota, había ofrendado, si no su vida, sí su pierna, en defensa de la Patria. A los franceses no les quedó más remedio que cañonear, ahora sí, a la indefensa Veracruz, causando terribles daños y obligando a la población a huir. Para colmo, el general José Antonio Mejía, opositor del presidente Bustamente y apoyado por los “yorkinos” había tomado los puertos de Tuxpan, Tampico y Soto la Marina y los ofreció a los franceses –y a otras naciones- para que ingresaran por allí sus mercancías, dejando bloqueada Veracruz. Así Mejía cobraba impuestos por esas importaciones y el gobierno de Bustamante perdía ingresos por lo que no podía entrar por la aduana de Veracruz. Bustamante hervía de rabia y pidió licencia para poder encabezar un ejército e ir tras Mejía. Entonces, impresionado por la “hazaña” de Santa Anna, el Supremo Poder Conservador nombró presidente provisional al héroe cojo. En otro golpe de suerte, una avanzada de soldados santanistas capturó nada menos que al general Mejía, que había hecho una incursión en el estado de Puebla. Santa Anna ordenó de inmediato que lo fusilaran y como ya no tenía caso ir a la ciudad de México a asumir la presidencia, que le tendría que devolver a Bustamante, nombró presidente sustituto al general Nicolás Bravo y Santa Anna se fue otra vez a Manga de Clavo, envuelto en un halo de heroísmo y de grandeza. Francia finalmente firmó un tratado con México y retiró el bloqueo, presionada un poco por la flota inglesa que había zarpado de las Indias Occidentales para frenar la agresión francesa. México se comprometió a pagar 600 mil pesos de las indemnizaciones exigidas, y aunque eso constituía una suma enorme para el país en bancarrota, se consideró afortunado el arreglo, pues continuar la guerra hubiera sido un desastre mayor. 36 Pinceladas de la Historia ¡Oiga... cuñado! Hernán Cortés era un adolescente medio debilucho y enfermizo que había nacido en el seno de una familia “hidalga”, es decir, una de esas familias de clase media que tenía más pretensiones que doblones. Había nacido en la población de Medellín, en la provincia de Extremadura (extrema et dura, la habían llamado los romanos, por su aridez y su clima extremoso). Lo mandaron a estudiar leyes a la célebre Universidad de Salamanca, pero estudiar no era lo suyo y sólo aguantó dos años, al cabo de los cuales regresó a Medellín sin oficio ni trabajo fijo. Para un muchacho así la mejor alternativa era enrolarse en el ejército e ir a buscar gloria y fortuna en alguna guerra. Entonces estaba de moda lo del descubrimiento de América y se rumoraban historias fabulosas sobre aquellas tierras, por lo que Cortés decidió embarcarse hacia Santo Domingo. Allí consiguió prosperar un poco gracias a que le dieron tierras e indios para trabajarlas y luego brincó a Cuba sumándose al grupo de capitaneaba Diego Velázquez, quien lo nombró secretario cuando éste fue gobernador de la isla. Pero Cortés se vio involucrado en una conjura contra Velázquez y fue a parar un tiempo a la cárcel, hasta que Velázquez lo perdonó y lo rehabilitó nombrándolo alcalde de la ciudad de Santiago de Baracoa. Hernán Cortés, joven. 37 Roberto Gómez-Portugal M. Como buen trepador social, Cortés se había involucrado en amoríos con Catalina Suárez, una señorita de una próspera familia con cuya hermana el propio Velázquez iba a casarse. Pero Cortés se portó bastante mal, pues sedujo a Catalina y luego la abandonó, por lo que Velázquez lo presionó a que cumpliese la promesa de matrimonio. Mientras tanto, Velázquez estaba organizando una expedición para descubrir y conquistar nuevas tierras. Aunque con muchas dudas sobre su lealtad, Velázquez se decidió a nombrar a Cortés al mando de la expedición, sobre todo cuando éste aceptó hipotecar sus bienes e invertir el dinero en lo necesario para la expedición. Velázquez era aún más ladino y mañoso que Cortés, pues organizaba la expedición sin invertir nada, obligando a Cortés y a los participantes en ella a ser quienes invirtieran lo necesario para llevarla a efecto, además de arriesgar sus propias vidas. Encima, tenían que comprar las cosas en tiendas propiedad de Velázquez y a precios altísimos. Velázquez ni siquiera tenía, como gobernador de Cuba, la autoridad para organizar expediciones de conquista, así que oficialmente la expedición era sólo para actividades de comercio y – claro- para ampliar y extender la fe católica. Diego Velázquez de Cuéllar llegó a América en 1493, en el segundo viaje de Colón. Fue nombrado Gobernador de Cuba en 1511 38 Pinceladas de la Historia ¡Pobre Carlos! ¡Pobre Carlos! De verdad que a sus escasos 17 años, la vida no parecía prometerle nada bueno, por más que fuera Carlos de Valois, hijo del rey de Francia Carlos VI y de su esposa y reina Isabeau llamémosla Isabel, para evitar enredos- de Baviera. Carlos era el quinto –y último- hijo que les quedaba a sus padres, pues ya habían muerto sus cuatro hermanos mayores, y aunque a Carlos le correspondería heredar y por eso llevaba el título de Delfín, sus papás no parecían quererlo mucho ni preocuparse por él. Su mamá tenía una fama de... mujer ligera, y eran tantos sus amantes y sus enredos de alcoba que ella misma decía no estar segura de si Carlos era hijo del rey. Y su papá, Carlos VI, sufría de ataques de locura y delirio que iban y venían, de manera que no se sabía cuándo estaba el rey en sus cabales y cuándo no. Y es que los problemas del rey no eran para menos que volverse loco. Olvidándose de las infidelidades de la reina –peccata minuta- los ingleses eran su mayor dolor de cabeza. Desde 1337 el rey de Inglaterra reclamaba el trono de Francia, argumentando su herencia en su ascendencia por línea materna, en tanto que los franceses rechazaban que el derecho al trono francés pudiera adquirirse por herencia de madre. El caso es que estos enredos de leguleyo habían desembocado en una guerra que ya llevaba más de ochenta años, y en la cual Francia había llevado la peor parte, particularmente en los años más recientes. 39 Roberto Gómez-Portugal M. El rey inglés, Enrique V, un hombre astuto y decidido, había inflingido a los franceses en 1415 una derrota histórica, en la tremenda batalla de Azincourt, donde había muerto la flor y nata de la nobleza guerrera de Francia y el reino había quedado sumamente debilitado. El territorio que controlaba el rey inglés en el continente (Normandía, Aquitania y otras regiones), ya superaba en extensión a los territorios que aún eran fieles al rey francés. La locura del rey se había ido acentuando y no había quedado más remedio que firmar en 1420 el Tratado de Troyes mediante el cual el pobre de Carlos VI concedía a su enemigo y vencedor, el rey inglés, la mano de su hija Catalina, rechazaba a su propio hijo Carlos, declarándolo bastardo, y aceptaba a Enrique como su propio sucesor y a los hijos de él y Catalina como los futuros herederos del trono de Francia. Pero lo que nadie esperaba era que tanto Enrique V, el inglés, como Carlos VI, el demente monarca francés, morirían en 1422, apenas con dos meses de diferencia. Como sucesor de Enrique quedaba un bebé de sólo 9 meses de edad –el futuro Enrique VI- a quien nadie iba a aceptar como rey de Francia. Carlos VII asumió de facto el poder en Francia y a pesar de haber sido declarado bastardo, intentó recuperar su reino. Carlos rechazó el Tratado de Troyes y se refugió con sus pocos seguidores en el castillo de Chinon, mientras los ingleses dominaban casi todo el territorio de Francia. Sus detractores se burlaban de él, llamándolo rey de Vienne –la pequeña comarca en torno a Chinony él mismo no estaba seguro de nada. Fue entonces (1429) cuando Juana de Arco se presentó en el castillo y exhortó a Carlos a hacerse coronar y consagrar rey en la catedral de Reims, con toda la formalidad tradicional. Detalle de un retrato de Carlos VII que se exhibe en el museo del Louvre, pintado por Jean Fouquet ca. 1445 Juana era una sencilla muchacha pueblerina, de tan sólo 17 años, que aseguraba haber recibido apariciones en donde Dios mismo 40 Pinceladas de la Historia le daba instrucciones para ayudar al rey y rescatar a la patria de los invasores ingleses. Se dice que cuando entró al salón donde se hallaba Carlos, éste se escondió entre la concurrencia, mientras otro personaje se hacía pasar por él. Juana, que no lo había visto nunca, sorprendió a todos no cayendo en el engaño e identificando a Carlos a pesar de que se ocultaba. Muchos pensaron que en verdad había en ella una inspiración divina. Después de muchos ruegos y dudas por parte del presunto rey, le dieron a Juana mando de parte de las tropas para rescatar la ciudad de Orleáns de manos de los ingleses. La jovencita se ganó el respeto incluso de los comandantes más veteranos logrando en tan sólo nueve días liberar la sitiada ciudad. Luego tuvo otro triunfo en Patay y más victorias que cambiaron el curso de la guerra, y Carlos recuperó confianza hasta el grado de hacerse coronar y consagrar en Reims, Yo mismo tomé la foto de esta vetusta torre en La-Charité-surLoire. Al intentar tomar la fortaleza, en una de sus primeras batallas contra los burguiñones, Juana estuvo a punto de ser hecha prisionera por Périnet Gressard, un atrevido “capitaine d’armes” al servicio del duque de Borgoña. Juana logró escaparse literalmente de las manos de sus enemigos y huir precipitadamente. Ya vendrían mejores días.... ¡y también peores! 41 Roberto Gómez-Portugal M. como Juana se lo venía diciendo, con lo cual consolidó su posición como verdadero rey. Francia parecía empezar a levantarse de su letargo y de sus derrotas. Juana hizo un denodado intento por recuperar París de manos del invasor, pero no lo logró y cayó herida en batalla. Hubo luego otras escaramuzas sin importancia, pero los ingleses ya se habían dado cuenta del peligro que representaba la inocente campesina que estaba devolviendo a Francia las ganas de vivir. En una batalla en el pueblo de Compiègne lograron hacerla prisionera. En una época llena de prejuicios y de supersticiones era más fácil acusarla de herejía que enfrentarla como patriota. El obispo de Beauvais, Pierre Cauchon, cuya diócesis abarcaba Compiègne, es parcial a los ingleses y se deja comprar, para conducir un juicio religioso contra Juana por herejía. De paso, se le acusa también de ser bruja. La dulce niña es dócil y abjura hasta de pecados que no ha cometido, No existe ni un solo retrato hecho de Juana de Arco en vida, por lo que pero el malvado obispo le tiende una cualquier imagen de ella es trampa y la acusa de haber reincidido imaginaria. al volver a vestir ropas de hombre –y es que no tenía ninguna otra ropa que ponerse. La condenan a una muerte horrible –ser quemada en la hoguera- y la sentencia se ejecuta el 30 de marzo de 1431, sin que el rey Carlos VII interponga siquiera una petición de clemencia. Juana tenía entonces sólo 19 años y su carrera militar había durado menos de dos. Y aunque la guerra va a continuar hasta 1453, es el espíritu patriótico de Juana de Arco la chispa que revive a Francia y la hace resurgir. 42 Pinceladas de la Historia Apenas 24 años después de su martirio, el papa Calixto III reabre el proceso de Juana y rectifica la sentencia, declarándola inocente. Muchos años después, otro papa, pero ya en el siglo XX, habrá de declarar santa a la valiente campesina. En el centro mismo de Paris, a espaldas del Louvre y abrigada en una pequeña plaza (Place des Piramides) está esta estatua de la muchacha campesina que bien puede ser considerada la “madre de la patria”. Tal vez el hecho de que la estatua sea dorada simbolice lo mucho que Francia le debe a “Jeanne, la bonne lorraine”, como la llamó el poeta François Villon. 43 Roberto Gómez-Portugal M. Una pareja afortunada La masacre de Vitry aguijoneaba la conciencia del rey Luis VII de Francia. Ciertamente había sido una mala decisión el prender fuego a la iglesia donde se habían refugiado los asustados pobladores de la villa, a quienes, finalmente, poco importaba si el senescal de Francia repudiaba o no a su esposa para poder casarse con Aelis, la hermana de la reina. El rey descargó su conciencia con su confesor, el piadoso Bernardo de Clairvaux, y éste le recomendó purgar sus culpas empuñando la espada y vistiendo la cruz para luchar contra los infieles en Palestina y reconquistar Jerusalén. El rey decidió ir a la cruzada y la reina, Leonor, tendría que acompañarlo. ¿Tanto la amaba que no podía prescindir de su compañía? Seguramente no, pero el inseguro de Luis no podía perder de vista a una mujer como Leonor. Conociendo su temperamento ardiente, estaba seguro que dejarla sola era peligroso. No hay que olvidar tampoco que Leonor era, por derecho propio, duquesa de Aquitania, y como principal feudataria del monarca francés por esos extensos dominios, su lugar era al lado del rey y entre los principales nobles. Partieron para la cruzada en junio de 1147 y después de varias penosas etapas de viaje llegaron a Antioquía, ciudad que gobernaba el tío de Leonor, Raymundo de Guyena. El tío de la reina los alojó en su lujoso palacio y los acogió afectuosamente, quizá demostrando algo más que afecto hacia su sobrina. Los reyes tenían aposentos separados y el caluroso clima despertaba deseos que Leonor y Enrique II escuchan el había que saciar. El diligente anfitrión relato de Lancelot du Lac visitaba solícito la habitación de Leonor, para asegurarse de que nada le faltara, ni de día, ....ni de noche. En cierto momento, Luis los encontró más unidos de lo que sería recomendable y se hubiera lanzado sobre Raymundo a no ser por Leonor, que se interpuso. “El rey de Francia no puede luchar como un caballerizo”, le dijo Leonor con gran calma. Luis dirigió algunos 44 Pinceladas de la Historia calificativos poco edificantes a la reina y anunció que ambos partirían al día siguiente para Jerusalén. -“Yo me quedo”, dijo Leonor, con una hermosa mirada de sus ojos verdes. -“¡Perra incestuosa!” exclamó el rey por toda respuesta. Leonor, siempre tranquila le dijo: “Si hablas de incesto, te señalo que tú y yo somos parientes en un grado de cercanía que la Santa Madre Iglesia no permite. Nuestro matrimonio es sacrílego”. -“Entonces tendremos que divorciarnos”, respondió Luis con voz grave. Esa misma noche, mientras dormía, el lecho de la reina fue instalado sobre un carro y más tarde, cuando Leonor despertó, ya habían abandonado Antioquía y se hallaban en dirección de Jerusalén. Luis, cuya conciencia religiosa había ido en aumento, escribió al abad Suger, su consejero, a quien había dejado como regente del reino, comunicándole su deseo de anular su matrimonio con Leonor. El hábil político supo de inmediato que una acción así significaba que Francia perdiera el inmenso territorio que Leonor había traído como dote. De modo que recomendó al rey contener sus ansias y regresar a Francia cuanto antes, para poder analizar con calma el problema. Los monarcas emprendieron el viaje de regreso hacia Francia y al pasar por Roma visitaron al papa. El hábil Suger ya se había puesto en Los hijos –hijas- de Leonor y de Luis: contacto con el pontífice y el • María (1145-1198), casada en 1164 con papa aprovechó para decir al Enrique I de Champaña, conde de rey que no había ningún Troyes, llamado “el liberal”. Regente del impedimento de Condado de Champaña (1190-1197). consanguinidad en su • Alix o Alicia (1150-1195) casada con matrimonio, con lo cual el rey Teobaldo V de Blois, llamado “el bueno” adquirió un nuevo entusiasmo (1129-1191), conde de Blois (11521191). y la pareja se reconcilió. Tanto, que a las pocas semanas 45 Roberto Gómez-Portugal M. Leonor anunció que estaba embarazada. Regresaron a Francia y a su debido tiempo la reina trajo al mundo a una hermosa niña a quien llamaron Alix, y que vino a hacer compañía a la primogénita María, nacida un par de años antes de partir a Tierra Santa. Durante algunos años la pareja convivió en armonía y el amor de Luis por Leonor iba en aumento. Pero el temperamento tempestuoso de la reina volvió a ser origen de rumores y comentarios hasta que el rey confirmó que su esposa tenía un amante –o varios. Esta vez no se acercó al abad Suger, conociendo ya su oposición al divorcio, sino que buscó apoyo entre otros nobles y prelados deseosos de contrariar la política del prudente Suger. Para facilitar las cosas, Suger murió, y así un concilio que se reunió en Beaugency declaró la nulidad del matrimonio entre Luis y Leonor. ¡Qué útil resultaba este asunto de la consanguinidad! Ella no opuso ninguna resistencia. La joven y hermosa mujer quedaba ahora libre y soltera, y poseedora de cerca de un tercio del territorio de Francia, de manera que los pretendientes no tardaron en agolparse a las puertas de su castillo de Poitiers, donde ella tranquilamente se instaló. Hasta allí llegó un día el simpático Enrique, conde de Anjou, a quien Leonor había conocido en Paris apenas el verano anterior. Le apodaban plantagenet, porque gustaba de adornar su sombrero con unas florecitas de retama amarilla –la planta ginesta. La simpatía que habían sentido al conocerse creció igual que las flores en primavera para convertirse rápidamente en pasión avasalladora. Apenas dos meses de que el concilio de Beaugency la había liberado de Luis, Leonor se casó con Enrique. Era mayo de 1152. Enrique era bisnieto de Guillermo el conquistador, el legendario duque de Normandía que había cruzado la Mancha para hacerse rey de Inglaterra. Su madre, Matilda, única hija superviviente del rey Enrique I de Inglaterra, había sido desplazada del trono que le correspondía por su primo Esteban de Blois, después de una cruenta lucha y guerra civil. Enrique reclamó siempre sus derechos sucesorios y años después, ya con los ánimos más calmados, entró en negociaciones con Esteban. El rey de Inglaterra, que no tenía descendencia, accedió a reconocer el derecho de Enrique y mediante el tratado de Wallingford, lo nombró su 46 Pinceladas de la Historia heredero al trono del reino inglés. Apenas había transcurrido un año desde que Leonor y Enrique se casaron. ¿Volvería Leonor a ser reina algún día? Entretanto, trajo al mundo a su primer hijo con Enrique y quizás pensando en el legendario bisabuelo a quien deseaban suceder, llamaron Guillermo al bebé. Retrato imaginario de Enrique II Plantagenet, hecho por William H. Worthington en el S. XVIII Apenas dos años después, en 1154, el rey Esteban murió, con lo cual Enrique pasó de simple conde de Anjou a ser rey de Inglaterra. El exmarido de Leonor, Luis, debe haberse dado de topes contra las paredes de su palacio al ver cómo vastas regiones de lo que debiera ser Francia pasaban a dominio del nuevo rey inglés. Enrique y Leonor simplemente sonreían satisfechos. 47 Roberto Gómez-Portugal M. Reclutado a la fuerza La era de los piratas ha inspirado novelas y películas y la historia registra con trazos legendarios los nombres de Barbanegra y del Capitán Kidd, e incluso de las mujeres piratas Anne Bonney y Mary Read. De quien nadie ha oído hablar es de un tal Bartholomew Roberts, un oscuro galés que fue sin la menor duda, el pirata más exitoso de todos los tiempos, pues llegó a capturar nada menos que 470 navíos durante su carrera. Había nacido en el condado de Pembroke en Gales y no se sabe muy bien cómo fue a meterse de marino, pero en 1719 ya tenía el puesto de navegante en un barco negrero llamado Princess. Justo cuando el barco estaba anclado frente a las costas de Ghana esperando su carga de esclavos, fue atacado por un grupo de piratas encabezados por Howell Davis, que era también galés. Los corsarios necesitaban alguien con los conocimientos de Roberts como navegante y le propusieron que se les uniera. Se dice que el muchacho no quería irse con los piratas, pero éstos no aceptaban negativas y se lo llevaron. Pronto Roberts se dio cuenta de que su nueva ocupación podría traerle algunas ventajas. Pocas semanas después, el capitán Davis atracó en la isla de Príncipe, (frente a Guinea) y, haciéndose pasar por comerciante, pretendía secuestrar al gobernador y pedir rescate por él. Pero los portugueses ya se habían dado cuenta de que Davis y los suyos eran piratas y les tendieron una emboscada en la que el capitán de los corsarios perdió la vida. Los demás piratas lograron abordar su barco Rover y huyeron, pero ahora estaban sin líder y tenían que elegir a uno. Después del conciliábulo, los piratas decidieron elegir a Bartholomew Roberts como su capitán, tras de apenas seis semanas de haber sido reclutado a la fuerza. Dicen que ante la noticia, Roberts decidió aceptar, pues si ya se había ensuciado las manos como pirata, era mejor mandar La bandera de Bartholomew que tener que obedecer. Roberts 48 Pinceladas de la Historia Su primera acción como capitán fue regresar a la isla Príncipe para vengar la muerte de su antiguo líder el capitán Davis. Los piratas bajaron a tierra al abrigo de la noche y atacaron sin piedad, matando a una gran cantidad de hombres y haciendo un saqueo espectacular. A los pocos días capturaron un navío holandés y luego otro barco inglés. Esta rápida cadena de éxitos, sumada al valor personal que desplegaba, hizo que la tripulación desarrollara una enorme lealtad y aprecio por el nuevo pirata. Fue entonces cuando decidieron probar suerte en otras aguas y navegaron hacia Brasil. Allí encontraron una flota de 42 galeones portugueses en la Bahía de Todos los Santos, que esperaban ser escoltados por dos buques de guerra para emprender su travesía hacia Lisboa. Roberts se adelantó a la escolta y se adueñó del navío más cargado de la flota, del que obtuvo más de 40 mil doblones de oro y joyas que eran enviadas al rey de Portugal. Huyeron Roberts y sus hombres hacia el Caribe y cerca del río Surinam avistaron otra presa. Para perseguirla mejor, Roberts y cuarenta piratas se pasaron a una chalupa, dejando el barco al mando de su colega Walter Kennedy. Cuando terminaron la persecución varios días después, se dieron cuenta de que Kennedy había huido en el Rover con lo que quedaba del botín. Retrato idealizado del pirata Bartholomew Roberts realizado por Sid Meier 49 Roberto Gómez-Portugal M. Fue entonces cuando Roberts y “sus cuarenta ladrones” decidieron empezar de nuevo, rebautizaron su nave como Fortune y redactaron un código de reglas que habría de regir la vida de los piratas del Caribe durante décadas. Roberts y los suyos navegaron al norte, hasta Newfoundland donde capturaron una docena de barcos. Luego, en Trepassey, capturaron 22 navíos más. Algunos sin disparar ni un tiro, pues sus capitanes los habían dejado anclados en la bahía y huído, ante la avasalladora fama de Roberts y su grupo. Capturó luego 10 navíos franceses y escogió el que mejor le pareció para navegar en él, bautizándolo Good Fortune. Con este buque mejor equipado, Roberts continuó su impresionante avance capturando quince barcos más, entre ingleses y franceses, en su camino hacia las Indias Occidentales. Luego, al capturar otro navío francés, se dio cuenta de que en él viajaba el gobernador de la isla de Martinique, así que Roberts lo hizo ahorcar, colgándolo del penol de proa. Para la primavera de 1721 había casi paralizado el tráfico marítimo en el Caribe, pues todos los capitanes temían hacerse a la mar ante la perspectiva de encontrase con Roberts y los suyos. Entonces el galés enfiló la proa del Royal Fortune hacia Africa, dejando al Good Fortune y a otros de sus barcos para seguir sembrando el pánico en las Indias Occidentales. Pasadas las islas de Cabo Verde y cerca del río Senegal, Roberts capturó otros dos barcos franceses y siguió sus correrías por la costa de Africa hasta Sierra Leona y capturó un barco inglés lleno de soldados, muchos de los cuales se rebelaron y se unieron a los piratas. Pero la racha de buena suerte tenía que terminar algún día y el barco de la marina inglesa Swallow, al mando del capitán Chaloner Ogle, persiguió sin descanso a los barcos de Roberts en una cacería que se extendió durante varios días de febrero de 1722. Finalmente, gracias a una hábil maniobra el barco inglés descargó a pleno sus cañones sobre el costado del Royal Fortune, en cuya cubierta Roberts se hallaba gritando sus órdenes con valentía. La metralla mató al pirata haciéndole terribles heridas en el cuello, pero antes de que el capitán inglés pudiera abordarlos y reclamar el cuerpo del buscado delincuente, sus compañeros ya habían cumplido con la última voluntad que el pirata les impuso: la de lastrar su cadáver con cadenas y balas de cañón para que se hundiera inmediatamente entre las aguas. 50 Pinceladas de la Historia Roberts siempre se vestía con sus mejores galas para lucir durante las batallas. En esa ocasión se puso una casaca de damasco roja y vistió pantalones de paño blanco; una pluma roja ondeaba sobre su tricornio mientras que al cuello llevaba una cadena de oro con una cruz de brillantes. Otra de sus características era la de no beber alcohol, y mientras por lo común los piratas se emborrachaban a rabiar con ron y cerveza, Roberts insistía en beber siempre té. 51 Roberto Gómez-Portugal M. Mohammed Reza Mohammed Reza tenía apenas veintidós años de edad y aunque había recibido una cuidada educación en Suiza y después en la academia militar de Teherán, es innegable que escasamente estaba preparado para asumir el reto que le dejaba su padre Reza Shah. Reza Shah había asumido el poder en Persia –ahora se llamaba Irán el país- a través de una serie de hábiles maniobras en los 1920s y en 1925 se había hecho coronar Shah, es decir, rey o emperador, desplazando al último gobernante de la dinastía Qajar. En una época en que no se usaban los apellidos en Irán, Reza fue haciendo evolucionar su nombre de acuerdo con sus títulos y el poder que acumulaba. Había pasado de llamarse Reza Savad-Koohi, por el lugar de su nacimiento, para ser luego Reza Kahn y después Reza Kahn Mirpanj, para convertirse en Reza Shah cuando ascendió al trono y luego hasta Shahanshah (rey de reyes). Una de las medidas de modernización que introdujo fue precisamente el uso de apellidos y adoptó para sí y para su familia el de Pahlevi, siendo conocido en adelante como Reza Shah Pahlevi. Aunque Reza Shah debía su prodigiosa carrera política al apoyo que siempre había recibido de los ingleses, en particular, a los buenos oficios del general británico Edmund Ironside y sus ejércitos, para 1941 los ingleses ya no estaban muy felices con su aliado iraní. Durante sus dieciséis años de gobierno, Reza Shah había modernizado a su país a través de un régimen autoritario y militarista de derecha, pero en los últimos años, su cercanía y buen entendimiento con la Alemania nazi tenía muy nerviosos a los ingleses, quienes, a pesar de la Rezah Shah neutralidad declarada por Irán, pensaban que este exceso de familiaridad permitiría a Alemania tener acceso a las enormes riquezas petroleras de Irán durante la guerra. Por esa razón, 52 Pinceladas de la Historia Inglaterra y la Unión soviética invadieron conjuntamente Irán y obligaron a Reza Shah a abdicar a favor de su hijo Mohammed Reza, quien ascendió oficialmente al trono persa en septiembre de 1941. Reza Shah partió al exilio. Los ingleses y sus aliados estaban seguros de que el joven príncipe sería más dócil que su padre y más abierto a la influencia de Occidente. Con su país invadido, a Mohammed Reza no le quedaba de otra y permitió, en efecto, que durante la guerra se abriera el “corredor persa”, a través del cual Inglaterra y más tarde los Estados Unidos hicieron llegar montañas de suministros a Rusia durante la Segunda Guerra Mundial. Este buen entendimiento de Mohammed Reza con las potencias aliadas traería una fuerte occidentalización de Persia durante todo su reinado y hasta la revolución que lo depuso en 1979. Pero en 1950, el primer ministro, Dr. Mohammed Mossadegh, representando a fuerzas más conservadoras, logró que el parlamento iraní votara la nacionalización de la industria petrolera, arrebatando con ello a los ingleses uno de su negocios más redituables en Irán. Los británicos estaban furiosos y decretaron un embargo a las exportaciones iraníes de petróleo, dando con ello un terrible golpe a la frágil economía persa. Ante la imposibilidad de hacer dar marcha atrás a la nacionalización de Mossadegh, los ingleses propusieron al presidente estadounidense Harry Truman invadir Irán y deshacerse del impertinente doctor, pero como Truman se negó a apoyar el plan, Inglaterra no se atrevió a actuar sola. Cuando Truman dejó el poder al general Dwight Einsenhower, los ingleses volvieron a insistir y lograron convencer a Eisenhower de que Mossadegh tenía peligrosos vínculos con el partido comunista iraní Tudeh y que eso era inadmisible. El Shah pidió a Mossadegh la renuncia pero el doctor se negó a marcharse, alegando que sólo el parlamento podía destituirlo. Entonces, la CIA y el MI6 idearon una especie de golpe de estado en contra del primer ministro con la ayuda de fuerzas leales al Shah, que se llamó Operación Ayax. Curiosamente, y a pesar de la cuidadosa planeación con que había sido concebido, el plan falló en un principio, y el Shah se vio obligado a huir y refugiarse en Roma, pero al poco tiempo un segundo esfuerzo de los ingleses y 53 Roberto Gómez-Portugal M. americanos repuso al Shah en el trono. Mossadegh fue arrestado y condenado a muerte, pero el joven monarca conmutó su condena a tres años de arresto en una prisión militar y luego a un arresto domiciliario permanente. El incidente había producido, sin embargo, tumultos callejeros y choques entre los que apoyaban a uno y a otro bandos, con pérdida de más de trescientas vidas en los disturbios. Pasaron los años y el Shah Mohammed Reza continuó gobernando y modernizando Irán, convirtiéndolo en uno de los países más adelantados de la región, bajo una especie de despotismo ilustrado. Mejoró las relaciones con los países vecinos y estableció con ellos acuerdos beneficiosos de cooperación, a la vez que mantenía con las potencias occidentales intensas relaciones comerciales y de todo tipo. Por otra parte, coqueteaba con la Unión Soviética justo lo suficiente para que sus aliados occidentales no se sintieran demasiado seguros. La enorme riqueza petrolera lo convirtió en el líder preeminente del medio oriente y le permitió elevar sustancialmente el nivel de bienestar de la población de Irán, a la vez que afianzaba su poder de manera indudable a través de su partido Rastakhiz (resurrección), que era el único permitido y de la SAVAK, su policía secreta. Llegó incluso a decretar que todo ciudadano iraní, e incluso algunas tenues asociaciones políticas que quedaban, tenían que afiliarse al Rastakhiz. Mohammed Reza Pahlevi puso a Irán en el mapa político y social del mundo de su momento. De ser un país semi-desconocido e ignorado, el Shah lo llevó a las candilejas. La figura del apuesto monarca y de su bellísima y elegante esposa aparecían regularmente en las portadas de las revistas y diarios de las principales capitales del mundo. Cuando en octubre de 1971 el Shah celebró en Persépolis los 2500 años de la monarquía persa, contados a partir del inicio del reinado de Ciro el Grande, el mundo se enteró de la grandeza y de la historia de Persia, mediante festividades que asombraron al mundo durante cinco días y que reunieron a más de 60 presidentes, reyes y jefes de Estado para el evento. 54 Pinceladas de la Historia Una gran fiesta para el jet-set... ...¡pero no para su pueblo! La celebración asombró al mundo y dejó en claro la grandeza de Persia. Pero el pueblo se sintió rechazado, pues estuvo excluido de las celebraciones y las medidas de seguridad establecidas para proteger a la gran cantidad de dignatarios extranjeros que asistieron dejó a los iranís en calidad de ciudadanos de segunda en su propio país. Fue un error que le costaría caro al Shah. El Shah de Irán, Mohammed Reza Pahlevi Pero no todo era miel sobre hojuelas. En dos ocasiones sufrió atentados contra su vida. La primera vez, en 1949, se libró verdaderamente de milagro, con sólo un rozón de bala sobre una mejilla. El atacante, un tal Fakhr Arai, durante una ceremonia le disparó cinco tiros a menos de tres metros de distancia, sin acertar, antes de caer abatido por los encargados de la seguridad del monarca. La segunda vez, en 1964, un soldado logró entrar al palacio para matar al Shah, pero cayó abatido a tiros mucho antes de que llegara a sus habitaciones. En su proceso de modernización del país, el Shah redujo el poder de algunos grupos de élite al expropiarles grandes extensiones de tierra que repartió entre más de cuatro millones de pequeños agricultores. Al otorgar el voto a las mujeres, se ganó la animadversión del clero musulmán, que era ultra conservador, y se los echó encima aún más cuando estableció exámenes oficiales para poder tener acceso a los puestos de la jerarquía eclesiástica, algo que los mullahs consideraban un añejo privilegio que sólo correspondía a ellos. El Shah no era un gobernante cruel ni extremo, pero tampoco le temblaba la mano cuando se trató de poner en orden a los disidentes, 55 Roberto Gómez-Portugal M. en particular a los extremistas religiosos. Uno de los principales líderes islamitas, el ayatollah Ruhollah Kjomeini, resultaba particularmente molesto para el Shah porque el clérigo islamita se oponía abiertamente a la “Revolución Blanca”, el plan de seis puntos sobre el cual basaba el Shah su esfuerzo de reforma y de modernización del país. Kjomeini y sus seguidores propugnaban también el establecimiento de una república islámica en Irán. Después de tenerlo un par de veces bajo arresto domiciliario, para liberarlo después, el incómodo clérigo islamita fue exiliado en 1964. Kjomeini se refugió en la vecina Irak desde donde continuó su labor proselitista hasta que en 1978, el entonces vicepresidente de Irak, Saddam Hussein, preocupado por que la idea de establecer una república islamita pudiera encontrar acogida en Irak, obligó al ayatollah a marcharse y éste mudó su refugio a Francia. ¿Qué es un ayatollah? El término «ayatollah» significa «signo milagroso de Dios», y se utiliza de una manera respetuosa y no oficial, para referirse a una persona que es percibida como una destacada figura religiosa. Para nosotros sería algo así como reverendo padre. El líder fundamentalista Ayatollah Ruhollah Kjomeini A pesar del fuerte crecimiento económico que logró para el país y la indudable mejora en el nivel de vida de su pueblo, la actitud prooccidental del Shah era considerada excesiva por muchos, además de que a los fundamentalistas molestaba particularmente sus buenas relaciones con Israel y su apoyo a los derechos de las mujeres. El monarca no pudo evitar la llegada del Dr. Shapour Bakhtiar, un tradicional líder de la oposición, al puesto de Primer Ministro, quien desmanteló la SAVAK y liberó a todos los presos políticos. Fue entonces cuando el Shah abandonó el país, en enero de 1979, acompañado de su tercera esposa, la Shahbanu (emperatriz) Farah 56 Pinceladas de la Historia Diba y de sus cuatro hijos, entre ellos el príncipe heredero Reza Pahlevi, que tenía entonces sólo 19 años. Bakhtiar prometió elecciones libres y permitió al radical ayatollah Kjomeini regresar al país de su exilio en Francia, pidiéndole que creara una especie de “estado Vaticano” en la sagrada ciudad de Qom. Tal vez Bakhtiar creía poder controlar a los fundamentalistas y reducirlos a una especie de “feudo” y allí mantenerlos a distancia. Pero Kjomeini rechazó violentamente las propuestas de Bakhtiar y nombró su propio gabinete, poniendo a Mehdi Bazargan como Primer Ministro. Bakhtiar fue hecho a un lado y la revolución de Kjomeini se apoderó de la situación. En febrero de 1979 se declaró extinguida la monarquía en ¡Aplastar la revolución! Persia. Fue lo que propuso al monarca uno de sus jefes militares cuando los desórdenes empezaron a adquirir gravedad. El Shah de Irán pronto constató que un exiliado tiene pocos amigos, “Majestad” –le dijo el comandante al Shah Mohamed Reza Pahlevi. “Dé Ud. la orden y incluso entre quienes antes acabaremos con la revuelta en tan sólo unos lo apoyaban. Inició un días. ¡Tenemos suficientes elementos leales deslucido peregrinar de país en las Fuerzas Armadas para hacerlo!” en país, buscando donde instalar su residencia. El monarca movió lentamente la cabeza y respondió con voz pausada: Primero fue a Egipto, donde “No, general. El trono del Shah de Persia no el presidente Anwar elpuede apoyarse sobre las espaldas de los Sadat lo recibió cadáveres de su pueblo.” cálidamente. Luego vivió por cortas temporadas en Su padre, Reza Savad-Koohi, que no había conocido tales escrúpulos en su ascensión al Marruecos y Bahamas. poder, no hubiera dudado en aplicar la Después llegó a México, represión. donde tenía amigos que lo acogieron afectuosamente en una finca de Cuernavaca. Pero el depuesto monarca no gozaba de buena salud. Sufría de cáncer –un linfoma no-Hodgkins- y pronto tuvo que abandonar la acogedora ciudad morelense para someterse a complicados tratamientos médicos. 57 Roberto Gómez-Portugal M. Sus amigos mexicanos... En marzo de 1979 y proveniente de Nassau llegaron a México el Shah de Irán y su familia. Los recibió una discretísima comisión de la Secretaría de Relaciones Exteriores encabezada por el subsecretario González Sosa. Estaba también Carmen González Ulloa, quien los había invitado a alojarse en su finca de Cuernavaca, la llamada ex Hacienda de Cortés. La idea era que el ex monarca descansara allí sólo unos días mientras buscaba un domicilio propio. La familia González Ulloa había acondicionado varias habitaciones en torno a una pequeña piscina interior y rodeado todo por un bello jardín. Doña Carmen hizo llenar de almohadones y cojines de tisú y finos brocados la suite y cubrió los pisos con tapetes orientales, queriendo dar a sus huéspedes un entorno en el que se sintieran cómodos. Incluso hizo venir a un chef canadiense. Y lo logró, pues la familia Pahlevi se quedó no unos días sino ¡tres meses! Cuando se despidió y agradeció a la Sra. González Ulloa su entrañable hospitalidad, el Shah no pudo dejar de aclararle un detalle. “Esos cojines y alfombras”, le dijo a doña Carmen, “son hermosísimos. Pero no son persas... ¡sino turcos!” El presidente Jimmy Carter le concedió visa para visitar los Estados Unidos con objeto de obtener la atención médica que necesitaba. Ya tendría ocasión Carter de arrepentirse amargamente de haber concedido ese permiso al Shah, pues el gobierno revolucionario de Irán se puso frenético al saber de la hospitalidad estadounidense, y algunos meses después “castigarían” a los Estados Unidos tomando su embajada en Teherán y secuestrando a 66 norteamericanos que se hallaban en la sede diplomática. Aunque excepcionalmente soltaron a algunos de los rehenes, los secuestradores iraníes mantuvieron a sus cautivos en un purgatorio que duró 444 días y el incidente terminó costando a Jimmy Carter la reelección, siendo derrotado abrumadoramente en las urnas por Ronald Reagan. Cuando terminó el tratamiento médico del Shah en los Estados Unidos, el todavía presidente Carter presionó al enfermo a abandonar 58 Pinceladas de la Historia inmediatamente el país, pues las tensiones políticas eran inaguantables. El exmonarca se fue una temporada a la isla Contadora, en Panamá, y poco después regresó a instalarse en Egipto, donde el presidente Anwar el-Sadat parecía ser uno de los pocos amigos que le quedaban. Allí murió el último Shah de Persia el 27 de julio de 1980, con apenas 60 años de edad. Sus restos fueron enterrados con gran pompa en la mezquita AlRifa’i, un templo de gran valor simbólico para los musulmanes. Allí yace, muy cerca de los huesos de otro último monarca de otro gran imperio: el rey Farouk de Egipto, que en algún momento fue justamente cuñado del Shah, pues éste tuvo por primera esposa a la princesa egipcia Fawzia, hija del rey Fuad I de Egipto y, por lo tanto, hermana de Farouk, su compañero de mausoleo. 59 Roberto Gómez-Portugal M. Ifigenia en Áulide ¡Torpe Agamenón! Los reyes a menudo se sienten superiores a otros mortales y exentos de cumplir sus promesas. Si el ser más hermoso nacido aquel día en Micenas hubiera sido el hijo o la hija de alguno de sus súbditos, Agamenón no hubiera dudado en arrancárselo para cumplir el compromiso con la diosa. ¿Por qué no tendría también el rey que pagar su deuda, como cualquier otro hombre? Los consejeros del monarca intercambiaban opiniones en voz baja. Ulises fue el primero en hablar. “Has cometido un terrible pecado, Agamenón”, le dijo. “Durante años has negado a la diosa su justo pago, y ahora te lo exige, inexorable. No tienes más remedio que cumplirlo. Si no lo haces, tu reino y tu casa se vendrán abajo y la gran empresa que ahora acometes contra Troya estará condenada al fracaso. No puedes ir contra la voluntad de los dioses. Ifigenia ya no te pertenece.” El anciano Néstor, sabio consejero, estaba desconsolado, pero cuando habló no pudo sino coincidir con la opinión de Ulises. Los demás consejeros se debatían entre la piedad y el horror, pero todos opinaron igual. Ahora no quedaba más que idear la forma de llevar a cabo la cruel acción. El sacrificio de Ifigenia, de Giovanni Battista Tiépolo 60 Agamenón no podía hacer venir a Ifigenia anunciándole sencillamente que vendría a su martirio. Había que inventar alguna mentira. Una vez más la inteligencia de Ulises entró en juego para urdir el engañoso plan. El propio zorro de Itaca iría a Micenas ante Clitemnestra para anunciarle que el rey su esposo había dispuesto casar a Ifigenia con el joven y noble Aquiles. Clitemnestra encontraría sin duda excelente la alianza con el noble hijo de Peleo, especialmente sabiendo que Aquiles pronto se marcharía con la flota hacia Troya y que Ifigenia regresaría a Micenas Pinceladas de la Historia al lado de su madre hasta que la extraordinaria expedición retornase victoriosa. “Aquiles nunca aceptará involucrarse”, exclamó Agamenón. “No tendrá por qué enterarse”, respondió el ladino Ulises. “Sólo usaremos su nombre para perpetrar el engaño ante la madre de la muchacha y mantendremos su sacrificio envuelto en el secreto. Este es un asunto entre tú y los dioses, Agamenón; ¡Aquiles nunca tendrá que saberlo!” Agamenón, adoptó esa cobarde actitud de quien no quiere saber más nada y lo deja todo en manos de otros, para distanciarse de la terrible realidad. Menelao se dispuso a auxiliar al de Itaca a poner en práctica el engaño. Todo salió a pedir de boca: la madre de Ifigenia quedó complacida con el enlace que supuestamente había convenido Agamenón y la vió partir en una lujosa litera, acompañada de sus mejores galas y joyas para celebrar en Aúlide sus esponsales con el hermoso y gallardo Aquiles. ¿Cómo se habrá sentido el mendaz Ulises al escuchar a la dulce Ifigenia hablar entusiasta e inocentemente del brillante enlace al que la destinaba su noble padre? Por fin llegó la expedición hasta el campamento en las playas de Áulide e Ifigenia fue alojada en una pequeña pero lujosa tienda instalada no lejos de la de su padre el rey. Allí debería permanecer hasta que al siguiente día se perpetrara el terrible crimen del que la hermosa joven sería víctima. Brad Pitt como Aquiles Pero la muchacha no podía estarse quieta y salió de su tienda, cubierta con un manto y envuelta en las sombras de la noche y se dirigió a la tienda de su prometido Aquiles. Al encontrase frente al atlético guerrero, la dulce chica se deshizo en sonrisas en tanto que le decía al sorprendido Aquiles: “Mi padre no ha tenido que forzar mi voluntad para unirme a ti. ¡Ifigenia acepta gustosa convertirse en tu esposa!” El astuto Aquiles sospechó algo extraño y tras devolver a Ifigenia a su tienda con palabras amables, mandó a Patroclo a investigar el por qué de la presencia de la hija de Agamenón en el 61 Roberto Gómez-Portugal M. campamento. Cuando Patroclo regresó, Aquiles no podía creer lo que le relataba su fiel compañero. Patroclo había escuchado conversaciones entre Alcante y Agamenón y había descubierto que se planeaba el macabro sacrificio de la doncella. Aquiles estudió las alternativas. Consideró incluso rescatar a la muchacha para devolverla a su madre pero finalmente se decidió a favor de un complicado plan para recuperar a la doncella del altar mismo del sacrificio y sustituirla allí mismo por un cervatillo atrapado al efecto, aprovechando que Calcante rodeaba siempre sus rituales de penumbra y gran cantidad de humo. Aquiles confiaba que Patroclo y algunos de sus mirmidones rescatarían a Ifigenia de las manos del tenebroso Calcante y expondría allí mismo y ante todos al desnaturalizado Agamenón. Pero el plan de Aquiles falló y cuando el brazo del sacerdote descargó el mortal golpe de su enjoyado puñal en medio de una cortina de humo, lo hizo no sobre el cuello de un cervatillo como Aquiles había previsto, sino sobre la garganta de la infeliz Ifigenia, cuya sangre corría sobre una ranura en la piedra para ir a verterse en el dorado cáliz que sostenía Calcante. Ulises y Néstor voltearon la mirada ante el asqueroso espectáculo y el propio Agamenón fue presa de náuseas. Pero fue de la garganta de Aquiles de donde partió un tremendo aullido de terror y de rabia, sin poder apartar los ojos de la agonizante Ifigenia. Saltó y desenvainó la espada, y de no haber sido por Ulises y Diomedes, Aquiles hubiera decapitado a Agamenón allí mismo. Tuvieron que intervenir también Idomeneo y Menelao para contenerlo, en tanto que el anciano Néstor se inclinaba sobre Agamenón, que se convulsionaba, con la barba y el rostro bañados por el vómito y las lágrimas. “¡Has usado mi nombre para engañar a tu hija y a su madre y perpetrar así esta infamia!”, le gritó Aquiles con todo el odio que le destrozaba el pecho. “¡Eres más vil que un esclavo, y nos has llenado de oprobio a todos!”, añadió. –“Los dioses, los dioses son los culpables”, murmuró Agamenón entre sollozos. El odio de Aquiles contra Agamenón sería profundo y duradero. Sin embargo, en un gesto difícil de comprender, Aquiles no abandonó el sitio de Troya ni dejó las fuerzas que comandaba Agamenón. “Troya 62 Pinceladas de la Historia será mi penitencia”, se dijo. Su madre, Tetis, sacerdotisa de Nereo, había advertido a Aquiles que si emprendía el asedio de Troya, no regresaría de la guerra; así se lo había revelado el oráculo. De manera que Aquiles abrazó su destino sabiendo que en Troya encontraría la muerte. A la mañana siguiente, cuando el cielo se cubría apenas con el arrebol de la aurora, la flota de más de mil navíos inició su singladura. De Ulises no se exalta ni la fuerza ni la fiereza, sino su ingenio y astucia. 63 Roberto Gómez-Portugal M. La maldición de los templarios Las órdenes militares fueron un experimento que autorizó la iglesia católica para elevar los ideales del caballero cristiano y darle a su acción guerrera una justificación mística. La orden de los templarios surgió durante la primera cruzada, allá por el año de 1128 y fue fundada por Hugo de Payens y otros caballeros franceses, con el propósito de asegurar los santos lugares de Palestina y de patrullar las rutas de peregrinaje. Muchos otros guerreros y nobles se sumarían después a este famoso grupo. Como el rey Balduino II les concedió un palacio anexo al templo de Jerusalén, se les conoció como los caballeros de la orden del templo, o los templarios. Junto con sus triunfos militares, los templarios fueron acumulando dinero y riquezas, y después sus negocios financieros incluyeron préstamos concedidos a los reyes y nobles, por lo que a las riquezas de los templarios se añadía un gran poder. Su mágica reputación iba también acompañada de rumores y relatos sobre la conducta de los miembros de la orden y de oscuras prácticas, que podrían considerarse aberrantes y hasta heréticas. Retrato imaginario del último gran maestre de los Templarios, Jacques de Mollay 64 Felipe IV de Francia –a quien apodaban “le bel” (el hermoso o bello), era un monarca decidido y firme que buscaba –allá por 1301consolidar su reino y sanear la hacienda pública. Entró en fuertes conflictos con el Papa Bonifacio VII y a la muerte de éste, Felipe se las ingenió para que fuera electo Clemente V, un papa que era no sólo francés, sino sobre todo dócil a las órdenes y deseos de Felipe. La influencia del rey francés era tanta que hizo cambiar la sede pontificia de Roma a Avignon, a las orillas del Ródano. Felipe codiciaba las riquezas de los templarios, además de que le estorbaban su poder y su influencia, de manera que consiguió Pinceladas de la Historia que el obediente papa enjuiciara a los miembros de la orden del templo por terribles acusaciones, entre ellas la de herejía. Además de la complicidad del papa, el rey Felipe –que se ganó el apelativo de “el rey de hierro” después de éstas y otras implacables accioneshabía contado con los buenos oficios de un incondicional letrado, un abogado que había sabido hurgar en las entretelas de los códigos más enredados, para tipificar los delitos y encontrar los motivos legales que justificaran el condenar a los templarios. Este útil instrumento se llamaba Guillermo de Nogaret. Felipe IV de Francia, apodado “le bel” Después de un largo juicio que duró años y afectó a cerca de quince mil personas, los principales caballeros templarios fueron encontrados culpables y condenados a morir en la hoguera. El personaje más notable era el Gran Maestre de la Orden del Templo, el otrora poderosísimo Jacques de Mollay, reducido ahora a un guiñapo humano después de haber sufrido los estragos de los interrogatorios bajo tortura. Si bien los crueles instrumentos habían roto sus huesos y desgarrado sus carnes, consiguiendo quebrar su espíritu y hacerle aceptar su culpabilidad, Jacques de Mollay sintió renacer su fuerza cuando se vio amarrado al poste de la hoguera y sintió sus pies rodeados por atadijos de leña verde. A pesar del crepitar de las flamas que ya comenzaban a envolver sus desgarradas vestiduras y del humo acre que le quitaba el aliento, de Mollay alzó la voz y se hizo oír. “¡Clemente papa, rey Felipe, letrado de Nogaret! Caiga la vergüenza sobre vosotros y sobre vuestros hijos y descendientes. ¡Os emplazo a que antes de un año comparezcáis ante el tribunal de Dios, para responder de vuestros crímenes y recibir vuestro castigo!” El humo ahogó su voz y las llamas envolvieron su cuerpo que pronto se confundió, como una vara más, con la leña ardiente. Era 65 Roberto Gómez-Portugal M. marzo de 1314. La multitud quedó asombrada y parecía estar paralizada por momentos. Pero el encantamiento se esfumó y la turba empezó a dispersarse, pues el espectáculo había terminado. Dicen que el rey murmuró entre dientes: “He cometido un error”. –“¿Cómo?”, replicó uno de sus allegados “¿Un error?” –“Sí”, masculló el rey. “¡Debí haberle cortado la lengua antes de quemarlo!” La maldición de los templarios parece haberse cumplido. En efecto, tan sólo habían pasado 37 días del suplicio cuando se conoció la muerte del papa Clemente. Ya tenía tiempo enfermo, el pobrecillo. El abogado de Nogaret falleció en el mes de mayo de 1314. En noviembre murió Felipe, a consecuencia de un golpe que sufrió al practicar su deporte favorito, la cacería. Pero quizá la mayor maldición que habría de caer sobre Felipe IV de Francia es que a la muerte de sus tres hijos – Luis, Felipe y Carlos- que reinaron sucesiva y brevemente, no quedaría heredero varón directo al trono del reino francés y que precisamente el hijo de su hija Isabel, Eduardo III de Inglaterra, desataría la terrible guerra que duró cien años, al reclamar para sí el trono de su abuelo. 66 Pinceladas de la Historia Enrique y Becket Otro famoso episodio del que Enrique II fue protagonista es el asesinato de Thomas Becket, arzobispo de Canterbury ¡santo Thomas Becket!, pues habría de ser canonizado apenas tres años después de su muerte. Aunque Becket había sido antes Canciller del reino y era amigo personal del rey, una vez nombrado arzobispo de Canterbury resultó menos manipulable de lo que Enrique hubiera querido. Cuando Enrique quiso imponer las Constituciones de Clarendon, que limitaban de manera importante la autonomía y el poder de la iglesia, reforzando en cambio la autoridad real, se encontró que su antiguo amigo y compañero de parrandas, el ahora arzobispo Thomas Becket, se negaba a aceptarlas. Se desató entonces una lucha en toda forma entre el rey y el arzobispo, en la que ambos usaron todos los recursos y triquiñuelas a su alcance. Becket se exilió incluso voluntariamente a Francia durante un tiempo para alejarse del poder de Enrique y consiguió el apoyo del papa Alejandro III y ¡claro! del rey francés Luis VII, que apoyaría cualquier causa con tal de fastidiar a Enrique. Finalmente Becket regresó a Inglaterra pero el asunto no se había resuelto y las partes parecían irreconciliables. ¿Qué eran las Constituciones de Clarendon? Durante el reino de Esteban, que precedió a Enrique en el trono, había imperado la anarquía. En 1164 Enrique quiso poner un poco de orden y dictó las Constituciones de Clarendon, -un conjunto de disposiciones jurídicas-, en un intento por reducir la influencia de la iglesia en temas administrativos y judiciales. El principal objetivo de la medida era resolver el problema de los sacerdotes o “clérigos delincuentes”, que cometían abusos y delitos pero no eran castigados porque las cortes eclesiásticas, a diferencia de las cortes civiles, solían perdonar al delincuente o aplicarle un castigo leve. Mientras en una corte civil el acusado de homicidio pagaba su crimen con la vida o sufría mutilaciones, en las cortes eclesiásticas se limitaban a impedirle al religioso la celebración de la misa. Enrique pretendía que el religioso acusado de algún crimen grave, fuera primero desaforado por una corte eclesiástica y después juzgado en una corte civil. La mayoría de los obispos ya habían expresado su aceptación a las medidas cuando Becket las rechazó y entonces los demás se sintieron obligados a apoyar la negativa. 67 Roberto Gómez-Portugal M. El asesinato de Thomas Becket, en una miniatura del S. XIII Un día que estaba rodeado por sus principales barones Enrique exclamó exasperado “¿No habrá quien pueda librarme de este cura entrometido?” A buen entendedor, pocas palabras, y cuatro de sus caballeros se pusieron de acuerdo para viajar a Canterbury. Encontraron al arzobispo dentro de la catedral misma y los cuatro hundieron sus espadas en el cuerpo de Becket justo a los pies del altar en Canterbury, según afirman las versiones más románticas, aunque probablemente el asesinato ocurrió al pie de la escalera que lleva al claustro. Una oleada de indignación se desató al conocerse el asesinato y aunque Enrique negó vigorosamente que él hubiera deseado la muerte de Becket, nadie le creyó. El papa lo excomulgó y para lograr ser perdonado tuvo que hacer una peregrinación a la tumba de Becket vestido como penitente en ásperas telas de arpillera, además de comprometerse a dar grandes sumas de dinero para las cruzadas a tierra santa y otras cosas, en desagravio de la iglesia. Y ¡lo peor!, tuvo que humillarse y dejarse azotar, semidesnudo, a las puertas de la catedral de Avranches. 68 Pinceladas de la Historia Becket fue canonizado en 1172 y en muy poco tiempo su santuario en Canterbury se tornó en la meta de innumerables peregrinaciones. La iglesia concedía indulgencia plenaria a quienes visitaran su sepulcro y empezaron a registrarse de manera oficial los milagros atribuidos a santo Tomás Becket. Pronto la capilla se vio bellamente decorada con joyas de oro y plata que los devotos ofrecían como exvotos. Siglos después, el rey Enrique VIII saqueó el santuario de Becket, pues Enrique Tudor rompía con la iglesia de Roma y, además, le profesaba particular antipatía a un obispo que había logrado humillar a un rey de Inglaterra. No obstante, los reformistas ingleses no lograron eliminar del registro santoral romano el nombre de Tomás Becket, en donde aún figura como santo. Hollywood supo aprovechar este dramático episodio haciendo la magnífica película El león en invierno en 1968, con Peter O’Toole y Anthony Hopkins en los papeles protagónicos y a Katharine Hepburn en el papel de Leonor de Aquitania, bajo la dirección de Anthony Harvey. 69 Roberto Gómez-Portugal M. Empresario emprendedor Hernán Cortés se tomó bien en serio lo de la expedición y su nombramiento como Capitán General. Se compró ropa elegante y mandó hacer estandartes de terciopelo rojo bordados de oro y se mudó al puerto de Trinidad para allí organizar la expedición a gusto. Se instaló en una posada y, dándose muchas ínfulas, abrió allí una especie de oficina de reclutamiento a donde acudían los buscafortunas dispuestos a acompañarlo, algunos de los cuales ya habían participado en expediciones anteriores. Pero Diego Velázquez se enteró de lo que pasaba y no le gustó la fuerza que estaba adquiriendo su pupilo, en quien, de inicio, no tenía mucha confianza sobre su lealtad. De modo que Velázquez, como gobernador, giró instrucciones al alcalde de Trinidad para que arrestara a Cortés e impidiera la salida de la expedición. Cuando se enteró Cortés de que el alcalde y un piquete de soldados venían a detenerlo, ni siquiera se inmutó. Con una tranquilidad y una osadía que habrían de caracterizarlo, se encaró con el alcalde rodeado por sus “reclutas” muy bien armados y le hizo ver la imposibilidad de que la autoridad impidiera que aquellos hombres, que ya habían invertido toda su hacienda en preparar la expedición, dejaran que su líder fuera aprehendido y sus planes frustrados, sólo por un capricho del gobernador. El alcalde sensatamente decidió olvidarse del asunto. Pero Cortés se dio cuenta de que el tiempo se le acababa, y se 70 Pinceladas de la Historia fue a La Habana a terminar sus preparativos y a reunir algunos seguidores más. Aunque Velázquez seguía girando órdenes para que detuvieran a Cortés, la expedición zarpó de Cuba el 10 de febrero de 1519 con 10 u 11 barcos, medio millar de soldados, una docena de cañones y otros tantos caballos. Cortés incluso se dio tiempo antes de partir para mandar a Velázquez una irónica carta en donde le anunciaba su partida y se declaraba su fiel servidor, ofreciéndole ganar para él gloria y fortuna. 71 Roberto Gómez-Portugal M. La Beltraneja Las malas lenguas habían atribuido al rey Enrique IV de Castilla el mote de “el impotente”, y todo porque en su matrimonio con Blanca de Navarra no tuvo descendencia. ¿Cómo iba a tenerla el pobre muchacho si a él no le gustaban las mujeres, sino los chicos de su mismo sexo? Su matrimonio con Blanca fue anulado por el papa Nicolás V, pero al rato insistieron en casar a Enrique con Juana de Portugal, con eso de que había que asegurar la estirpe para el trono. En 1462 la reina trajo por fin al mundo a una niña a la que llamaron Juana, como la reina. Pero más que el nombre, para la niña pesaba el apodo que le dieron. Como se dudaba tanto de la virilidad del monarca y había un ministro, muy cercano al rey -y sobre todo a la reina- que se llamaba don Beltrán de la Cueva, a la princesa Juana empezaron a llamarla la Beltraneja. Para colmo, algunos hijos se parecen a sus padres, y la infanta Juana tenía un notable parecido con el suyo... es decir, con el querido ministro y mayordomo de palacio, don Beltrán. ¡Pobre Enrique! Su padre el rey Juan II le había dejado el reino bastante revuelto y las relaciones con los nobles y poderosos de Castilla muy deterioradas. Enrique se esforzó por restablecer la paz, les entregó tierras y riquezas para aplacar a algunos, con lo cual solo consiguió despertar la ira y codicia de otros. Pero entre los problemas que le había heredado su padre estaban otros dos, que eran sus hermanastros, hijos de Juan II y de su segunda esposa, Isabel, que también era de Portugal. Esos dos problemas se llamaban Alfonso e Isabel. Enrique logró hacer que las Cortes reconocieran a Juana, su hija, como princesa y heredera del reino, pero como las voces que proclamaban su ilegitimidad no se apagaban, el rey decidió declarar heredero a su hermanastro Alfonso y que Juana, la Juana de Castilla, llamada “La Beltraneja” 72 Pinceladas de la Historia Beltraneja, se casara con él. Eso tal vez hubiera calmado los ánimos y conciliado los intereses, de no ser porque en 1468, el bueno de Alfonso se murió. Los nobles y revoltosos siguieron asediando al débil rey, a quien no le quedó más remedio que firmar un tratado con los partidarios de su hermanastra Isabel en el cual la nombra y reconoce como heredera al trono de Castilla, dejando a su hija Juana fuera de la sucesión. Ese convenio recibió el curioso nombre de Tratado de los Toros de Guisando, pues se firmó cerca del cerro de Guisando, en la provincia de Ávila, donde hay unas antiguas esculturas celtibéricas que representan a unos toros. El célebre tratado imponía algunas condiciones a Isabel, como la de casarse solamente con la aprobación del rey. Pero en 1469, Isabel se casó secretamente con Fernando, príncipe heredero de la corona de Aragón. Enrique consideró que el tratado había sido violado por Isabel al casarse, así que lo declaró sin efecto y proclamó a Juana como su heredera, jurando públicamente que era su hija legítima. Cuando muere Enrique en 1474, se desata la guerra civil en Castilla. El reino se ha fracturado en dos bandos: uno, a favor de Juana la Beltraneja, en torno a quien se agrupa la alta nobleza, que prefiere una reina débil controlada por ellos, y apoyado por el rey de Portugal e incluso el rey de Francia. El otro, a favor de Isabel, a quien secunda la nobleza media que busca una monarquía fuerte y que se apoya fundamentalmente en las ciudades y en la burguesía. Los secundan el reino de Aragón y el duque de Borgoña. La guerra se prolonga hasta 1479 en que, tras la batalla de Albuera, que inclina la balanza a favor de Isabel. Se firma entonces la Paz de Alcaçovas que pone fin a las hostilidades y restablece la amistad entre las coronas de Castilla y de Portugal. Incluso se conviene la boda de la infanta Juana, hija de Fernando y de Isabel, con el príncipe heredero de Portugal. A la Beltraneja le ofrecen dos alternativas: o bien casarse con el hijo varón de Isabel y Fernando, el infante Juan, o bien renunciar a todos sus títulos y pretensiones sobre Castilla e ingresar a un convento en Portugal. Herida en su orgullo y en su dignidad, la que casi fue reina de Castilla decidió ingresar al convento de Santa Clara de Coimbra, donde pronunció sus votos. No obstante haber ya profesado como monja, en 1482 el príncipe francés Francisco Febo, hijo de la hermana 73 Roberto Gómez-Portugal M. del rey de Francia Luis XI, solicitó su mano. En la proposición se transparentaba cierto interés del rey francés en presionar a Fernando e Isabel en negociaciones territoriales. Sólo la muerte del joven noble francés impidió que las cosas siguieran adelante. Después, en 1504, cuando falleció Isabel y Fernando quedó viudo, el propio rey aragonés quiso casarse con la Beltraneja para fortalecer su control sobre Castilla, pues Fernando, como marido de Isabel nunca había sido aceptado como rey de Castilla, sino sólo como consorte de la reina. Muerta ésta, en Castilla la reina era Juana, la hija de los reyes católicos, apodada la loca. Naturalmente, la Beltraneja no quiso aceptar como esposo a su antiguo enemigo por ningún concepto. La religiosa de Coimbra salía con frecuencia de esa ciudad y se iba a Lisboa, donde pasaba temporadas viviendo con gran lujo y desplantes de gran dama, todo ello favorecido por los reyes de Portugal. Vivió hasta en año de 1530 y hasta su muerte siguió firmando cualquier documento con las palabras: Yo, la reina. 74 Pinceladas de la Historia ¿Tenepatl? Tenépatl era una niña nativa de una población conocida como Painala, cerca de Coatzacoalcos, en lo que hoy es el estado de Veracruz. Su padre era cacique de un amplio territorio y ella era lo que podríamos llamar una princesa. Pero a la muerte de su padre todo cambió, porque su madre se casó con un nuevo cacique y tuvieron un hijo varón. Habían decidido que a la niña la harían a un lado para que el varón heredase, pero para asegurarse que no estorbara, decidieron mejor regalarla o venderla a unos comerciantes que venían de Xicalango, que era una región a donde confluían muchas importantes caravanas de comerciantes para intercambiar sus productos, entre los que se incluían esclavos o cautivos. Estos comerciantes más tarde la vendieron a gente de Tabasco, en donde la niña, ahora llamada Malintzin o Malinalli quedó como fina mercancía, para servir eventualmente de regalo o de pieza de trueque. La Malinche 75 Roberto Gómez-Portugal M. No queda duda de que Malintzin, como princesa, había recibido una educación refinada y aparte de ser hermosa y desenvuelta, era culta e inteligente. Como posesión o pieza de cambio, indudablemente era un bien valioso para sus propietarios. Cuando Hernán Cortés llegó a Tabasco en 1519, sometió con su habilidad y astucia a los caciques de esa región. Éstos, a pesar de poseer fuerzas superiores, cometieron el grave error de negociar y buscar el favor de los conquistadores, en lugar de aprovechar sus superiores fuerzas para vencerlos. El señor de Potochtlán, en señal de sumisión y de amistad, quiso halagar a Cortés con generosos regalos. Le envió joyas de oro, telas de rico tejido, refinados alimentos y un grupo de jóvenes y bellas mujeres. Cortés hizo bautizar a las mujeres de inmediato -sin ello no podía haber unión carnal con las nativas- y luego las repartió entre sus hombres. Doña Marina –ése era el nombre en castellano que le pusieron- fue asignada a Alonso Hernández Portocarrero, que era uno de los capitanes preferidos de Cortés. Ella tenía como idioma natural el náhuatl, pero conocía y hablaba fluidamente el maya, que era el idioma de sus captores, y seguramente conocía otras lenguas indígenas. Cortés pronto se dio cuenta de la inteligencia y gran utilidad que esta joven mujer podría tener para él y como Malintzin pronto aprendió castellano, se convirtió en su intérprete, sustituyendo paulatinamente a Jerónimo de Aguilar, que había venido desempeñando esta tarea y que conocía el maya pero no el náhuatl. Pero Malintzin no sólo conocía las lenguas; sobre todo, conocía la forma de pensar, las creencias y hasta las supersticiones y manías de los pueblos indígenas, por lo que su asesoría y habilidad diplomática fueron de crucial importancia para Cortés. Está claro que su ayuda fue clave en la comunicación con los tlaxcaltecas, con quienes Cortés buscaba concertar alianzas para enfrentar a los aztecas. Ella supo orientar las negociaciones de Cortés para capitalizar el odio y resentimiento que los diferentes grupos indígenas tenían hacia sus opresores por el sangriento tributo que los obligaban a pagar en la forma de jóvenes destinados a los sacrificios humanos. Probablemente el punto culminante de su carrera como intérprete fue el primer encuentro, cara a cara, que tuvieron Cortés y Moctezuma y que era considerado por todos 76 Pinceladas de la Historia los pueblos indígenas algo así como un dios viviente, pero no de menor importancia fueron los innumerables intercambios entre los españoles y la gran cantidad de personajes con quienes Cortés tenía que tratar y negociar. Las crónicas románticas nos la presentan como “la amante” de Cortés porque tuvo con él un hijo, pero yo creo que en esas gestas de violencia era poco el amor que pudo haber existido entre conquistador y cautiva; más bien se trataba de lujuria y de sumisión. No obstante, el agradecimiento de Cortés hacia doña Marina puede percibirse en el hecho de casarla bien, es decir, con un hidalgo, como fue Juan Jaramillo, el esposo que Cortés le escogió. Incluso, en una carta Cortés escribió: “...después de Dios, le debemos la conquista de la Nueva España a doña Marina”. El hijo que tuvo de Cortés, don Martín Cortés, fue el primer mestizo de importancia histórica, pues ocupó un cargo de cierta altura en el gobierno de la Nueva España e incluso fue Comendador de la Orden de Santiago, hasta que, lamentablemente, se vio involucrado en una conspiración contra el virrey y fue ejecutado. De su esposo, don Juan Jaramillo, Malintzin tuvo una hija, que recibió el nombre de María. La historia ha atribuido a la Malinche un amargo papel, como presunta traidora de su pueblo ante el conquistador, como la “vendepatrias” que ayudó al extranjero a dominar nuestras tierras. Nada podría ser más injusto ni más alejado de la verdad. Para Malintzin los aztecas no eran su pueblo ni representaban su patria, como tampoco lo eran los caciques de Tabasco que la habían comprado como mercancía y como tal, regalado a los españoles. Precisamente una de las grandes habilidades de Cortés para lograr la conquista fue el saber emplear las fuertes enemistades existentes entre los diferentes pueblos indígenas y usarlas en su beneficio. La Malinche no fue sino otro de sus instrumentos. Quizá sería más justo reconocerla como la madre fundadora de una nueva raza, de ésa que resultaría de la dolorosa fusión de dos culturas y que daría por resultado el mexicano. 77 Roberto Gómez-Portugal M. Rey de corazones Ricardo, quien reinaría como Ricardo I de Inglaterra, fue el tercer hijo de Enrique II y Leonor de Aquitania y es probablemente el rey más famoso en la historia de ese país. Pero sobre todo, Ricardo es una figura romántica, cuya personalidad ha sido idealizada y mitificada, hasta el grado de asignarle el sobrenombre de “corazón de león”, y haciendo contrastar su grandeza y generosidad con la mezquindad y bajeza de su hermano Juan, apodado “sin tierra”. Retrato imaginario de Ricardo I de Inglaterra 78 Pinceladas de la Historia Ricardo nació en Oxford, Inglaterra, en el castillo de Beaumont, pero al igual que toda su familia, era realmente más francés que inglés. Siempre fue el hijo favorito de su madre, la poderosa duquesa de Aquitania y de ella fue investido con el título de duque de Aquitania en 1168 y conde de Poitiers en 1172. Ricardo tuvo una excelente educación y cultivó su inclinación romántica y literaria escribiendo poesía y componiendo canciones, lo mismo en francés que en occitano. Se dice que era un hombre muy apuesto, con el cabello rubio-rojizo, ojos azules y piel muy blanca. Desde temprana edad, su habilidades militares y políticas le dieron renombre, lo mismo que su valentía y caballerosidad, y tuvo que combatir intensa y frecuentemente para controlar las rebeliones de los nobles en su propio territorio. Las relaciones de su padre, Enrique II, con Ricardo y con sus demás hermanos no eran buenas. En 1170, su hermano mayor Enrique el Joven fue coronado rey de Inglaterra como Enrique III, pero sólo nominalmente, pues su padre Enrique II no tenía ninguna intención de dejar el poder. En 1173, Ricardo y sus hermanos Enrique el Joven y Godofredo, apoyados por su madre Leonor y por el rey Felipe II de Francia, se sublevaron contra su padre, planeando destronarlo y dejar a Enrique el Joven como el único y efectivo rey de Inglaterra. Para agravar aún más las cosas, su padre había tomado como amante a la prometida de Ricardo, Adela o Alix de Francia lo que hacía ya imposible su matrimonio con ella. Es importante añadir que Alix era hermana de Felipe, el rey francés, y el hecho de que Enrique la hubiera tomado como amante convertía en insulto lo que debería haber sido una favorable y honrosa unión si el rey inglés la hubiera, en efecto, casado con Ricardo. Como es claro, las pasiones estaban exacerbadas. La lucha entre padre e hijos fue una verdadera campaña militar, con sangrientas batallas, en la cual Enrique fue triunfando sobre sus hijos. Aunque sólo tenía 17 años, Ricardo fue el último de sus hermanos en mantenerse en contra de su padre, pero cuando se encontraron frente a frente, en 1174, la nobleza de Ricardo le impidió alzar su brazo contra su padre y señor, se inclinó ante él y le pidió perdón. 79 Roberto Gómez-Portugal M. Como señor de la Aquitania y del Poitou, Ricardo tenía más territorio, poder y riqueza que muchos reyes, pero él no estaba satisfecho. Tras la fracasada rebelión contra su padre, Ricardo se concentró en sofocar las revueltas internas de sus propios vasallos, los nobles de Aquitania, y particularmente en la región de Gascuña, donde el espíritu rebelde e insubordinado de los gascones parecía ser un rasgo de carácter generalizado. Los nobles rebeldes querían derrocar a Ricardo y jugaban hábilmente con las desavenencias entre la familia, despertando la codicia y aprovechando su falta de escrúpulos. Convencieron a Enrique y a Godofredo a unirse a los insurrectos. En la primavera de 1179 los rebeldes se habían pertrechado en la fortaleza de Taillebourg, en el valle de Charente. El castillo estaba muy bien defendido y se consideraba inexpugnable, pues tres de sus lados estaban rodeados por un inmenso acantilado y el cuarto costado tenía una sólida muralla. Nadie creía que hubiera forma de rendir la fortaleza. Ricardo se dedicó primero a destruir y saquear las granjas y tierras que rodeaban el castillo, dejando a sus defensores sin posibilidad alguna de recibir refuerzos ni de comunicarse con el exterior. Entre los sitiados empezó a cundir la desesperación y tomaron la decisión de dejar la seguridad de su castillo y atacaron a Ricardo fuera de las murallas. El gran guerrero se dejó ver entonces: colocándose valientemente al frente de sus tropas, abatió al ejército defensor y los persiguió a través de las puertas abiertas, hasta sus propios patios. El castillo cayó en sus manos poco después. La victoria de Taillebourg disuadió a muchos de los barones de sus ideas de rebelión y al poco tiempo juraron su lealtad a Ricardo, quien adquirió una reputación de valeroso y hábil comandante militar. Pero las dificultades de Ricardo con sus barones vasallos no cesaron. Apenas unos años después de Taillebourg, un problema de sucesión en el condado de Angulema llevó a Ricardo al enfrentamiento con sus súbditos. Algunos barones se acercaron a Felipe II de Francia pidiendo su apoyo. Felipe, quien no perdía ninguna oportunidad de inmiscuirse en los asuntos de Ricardo y su familia, seguro siempre de obtener algún beneficio personal, los apoyó, por lo que la lucha se extendió hacia Limousin y Perigord. Ricardo logró sofocar la rebelión, pero no tuvo pausa ni paz, pues inmediatamente después tuvo otro 80 Pinceladas de la Historia enfrentamiento con su padre Enrique II, apoyado esta vez por sus hermanos, Enrique el Joven y Godofredo, y las fuerzas de éste último incluso invadieron Aquitania, en un intento de someter a Ricardo. La causa del conflicto era que los dos Enriques, el padre y el hermano de Ricardo, exigían que éste rindiera homenaje a su hermano como rey “nominal” de Inglaterra. Ricardo se negaba. Para empeorar las cosas, algunos barones aquitanos, vasallos de Ricardo, que apenas habían quedado aplacados años atrás, aprovecharon la invasión de Godofredo para unirse a él en contra de su duque, Ricardo. No obstante tantas traiciones y defecciones, el gran guerrero, logró vencerlos y castigó con crueldad la deslealtad de los suyos, ejecutando a los prisioneros. Un buen día, en 1183, su hermano Enrique murió de disentería. Podría pensarse que la muerte de Enrique resolvería las dificultades, pero entonces su padre dio permiso a Juan, el hermano menor, de invadir Aquitania y proseguir la campaña contra Ricardo. Con la muerte de Enrique, Ricardo quedaba como el mayor de los hijos vivos y como tal, heredero de la corona de Inglaterra, algo que su padre se negaba a aceptar. Ante tantas desavenencias familiares, Ricardo buscó apoyo en Felipe II, el rey de Francia, y nominalmente su señor feudal por las tierras de Aquitania y Poitou. Además, Felipe era hijo del primer marido de su madre, Luis VII de Francia y de su tercera mujer, Adela de Champagne. Pero Ricardo saltaba de la sartén al fuego, pues Felipe era un intrigante de primera categoría, dispuesto a fingir amistad y a cambiar alianzas según su conveniencia. Ya tendría Ricardo ocasión de conocerlo mejor... Por el momento, la “amistad” con Felipe parece rendir frutos para Ricardo, pues juntos emprenden una expedición contra Enrique II y lo vencen en la batalla de Ballans y, ante la derrota, lo convencen de no nombrar a Juan como heredero al trono de Inglaterra sino respetar el mayorazgo de Ricardo y reconocerlo como sucesor. Enrique muere apenas unos días después por lo que se alzan algunas voces de sospecha sobre si Ricardo tuvo algo que ver en la muerte de su padre. Ricardo queda de pronto como rey de Inglaterra, además de duque de Aquitania y Conde de Anjou. 81 Roberto Gómez-Portugal M. El comportamiento de Ricardo, valeroso y galante a la vez, le ha ido ganando fama. A diferencia de otros líderes, Ricardo no dirige a sus hombres a distancia ni a través de intermediarios, sino que se mezcla con ellos y es el primero en la línea de batalla, arriesgando su vida como cualquier soldado. Come lo mismo que su tropa y después de la batalla se preocupa por los heridos antes que por su propio descanso. Es duro y exigente, pero no pide lo que él mismo no estaría dispuesto a hacer. Es hombre de palabra y no tolera la deslealtad ni la traición. El trovador Bertrand de Born lo apodó Ricardo “Óc e Non” (sí y no) porque sus decisiones eran irrevocables y su palabra siempre cumplida. Robin Hood ¿historia o leyenda? 82 Pinceladas de la Historia El forajido de Sherwood La historia de Robin Hood, el bandido que robaba a los ricos para dar a los pobres, ha servido para magnificar la leyenda de Ricardo Corazón de León. Se desarrolla bajo el odioso reinado de Juan, apodado “sin tierra” precisamente porque se estimaba que su gobierno y su mandato eran espurios, mientras su grandioso hermano Ricardo –el legítimo rey de Inglaterra- se había ido a la cruzada o estaba secuestrado por sus enemigos al venir de regreso a su reino. Peor aún, mientras el pueblo y los fieles vasallos de Ricardo hacían esfuerzos denodados por reunir el cuantioso rescate que exigían los captores del “buen rey Ricardo”, Juan no hacía nada por ayudar a su hermano y rey y procuraba adueñarse de esos dineros, atesorándolos para sí y para repartirlos con su pandilla de incondicionales traidores. El imaginario bandido Robin Hood y su banda. Se supone que Robin Hood y su banda vivían y se escondían en el bosque de Sherwood, cerca de la ciudad de Nottingham, en el norte de Inglaterra. Robin, habilísimo arquero y pillo simpático, era el defensor de los pobres y de los oprimidos a quienes el sheriff de Nottingham, un desalmado esbirro de ese malvado aún mayor –el príncipe Juan- maltrataba y expoliaba. Históricamente no está nada claro que haya existido el mítico héroe, aunque diferentes autores han querido encontrar ávidamente un Robin Hood real, y hallaron personajes con nombres parecidos, que bien pudieron ser el legendario bandido 83 Roberto Gómez-Portugal M. Como pasa con todas las leyendas, el tiempo ha contribuído a irlas embelleciendo y a hacerlas apetecibles. En el caso de Robin Hood, han ido apareciendo como miembros de su banda simpáticos personajes como Little John, un amable y valeroso gigantón que acompaña y ayuda a Robin, o el fraile Tuck, un monje sinvergüenza y bebedor de cerveza que también forma parte de la banda. Incluso está presente el elemento romántico en la persona de Marian, una enigmática novicia que reparte su tiempo entre la vida conventual y su amorío con el proscrito bandido. Robin Hood y sus hombres eran arqueros habilísimos En las primeras baladas que se escriben sobre Robin Hood, el personaje es descrito como un caballero (gentleman), que era el nombre que se daba a los comerciantes o granjeros independientes. Desde el principio queda claro que Robin no era un hombre del pueblo, metido a bandolero al no tener nada qué perder, sino un personaje de cierto nivel que arriesga su vida y su condición a favor de los más desposeídos, lo cual le da a la historia un tinte romántico desde el principio. Más tarde, surgen quienes creen haber encontrado a Robin Hood en la figura de Robin de Locksley, o Robert Fitz Ooth, conde de Huntington, con lo que el bandido adquiere tintes de nobleza y se le sitúa casi exactamente alrededor de 1190 cuando el rey Ricardo Corazón de León parte hacia Jerusalén en la Tercera Cruzada. Aunque nada de esto sea históricamente demostrable, la belleza del relato que presenta a Robin Hood como un bandido o como un resistente que combate por una causa justa, es innegable. 84 Pinceladas de la Historia ¡Entre abogados te veas! Uno de los primeros puntos que tocó Cortés en su expedición a México fue cerca de la desembocadura del caudaloso torrente que hoy conocemos como río Grijalva, en la zona de Tabasco, sitio a donde ya había llegado en una expedición anterior Juan de Grijalva. Cortés estaba bien consciente de que el implacable y desconfiado Diego Velázquez lo tenía muy vigilado y bajo escrutinio constante a través de partidarios que Velázquez, casi en calidad de espías, había plantado entre su gente. Sabía que tenía que cuidarse de cualquier posible acusación que lo metiera en problemas con las autoridades españolas. ¡Como si fueran pocos los que ya tenía! Había salido de Cuba casi como proscrito y siendo buscado y perseguido por Velázquez, quien utilizaría el más mínimo error de Cortés para detenerlo y castigarlo. Las formalidades que Cortés tenía que cumplir parecían ridículas en una guerra de conquista. Antes de enfrentarse en batalla a los indígenas, Cortés debía conminarlos –y así lo hizo tres veces, a rendirse sin luchar, a abrazar la fe católica y a jurar obediencia al rey de España. Los caciques indígenas que ni siquiera entendían los gritos de esos locos que los miraban desde la playa, enarbolando una cruz y unos estandartes extraños, se preguntaban de qué se trataba todo eso. Sea lo que fuere, los indios estaban seguros de que no era nada bueno y decidieron mandarle, por toda respuesta, una lluvia de flechas y de piedras. El escribano tomó debida cuenta de los hechos y levantó un acta circunstanciada. Una vez cumplidas las formalidades, Cortés y sus hombres atacaron fieramente con espadas y arcabuces, dando mandobles a diestra y siniestra y haciendo ruidosas explosiones con los toscos arcabuces que, aunque no dieran en el blanco, hacían un ruido que sobrecogía a los indígenas hasta la médula. Los indios luchaban valerosamente, pero poco podían hacer con macanas y flechas ante la superioridad del armamento español. Terminaron hechos trizas y las calles sembradas de cadáveres; Cortés y sus hombres se apoderaron de la población. El escribano no dejaba de asentar todos los detalles. 85 Roberto Gómez-Portugal M. El caudaloso río Grijalva Cortés y sus hombres entraron a la pequeña población. En el centro de una plaza crecía un árbol enorme –una de esas ceibas monumentales que no son raras en esa región de Tabasco y Cortés, siempre consciente de que estaba siendo vigilado, se acercó muy teatralmente, le dio unos cuantos tajos firmes y fuertes con la espada y proclamó que tomaba posesión de aquellas tierras en nombre del rey de España don Carlos I. Cortés no era abogado ni mucho menos. Apenas había cursado unos meses en la Universidad de Salamanca donde nunca se distinguió como estudiante. Pero Cortés había sido escribano durante un tiempo cuando llegó a la isla la Española, que hoy conocemos como Santo Domingo. Don Hernando era un hombre práctico e inteligente y ciertamente había adquirido gran habilidad para manejarse en esa resbaladiza burocracia, de manera que obraba muy cuidadosamente al declarar que lo que hacía, lo hacía en nombre del rey de España. Con ello, callada e implícitamente estaba desconociendo a Diego Velázquez -teóricamente su jefe, y a quien debía el estar al mando de la expedición- y se ponía bajo la autoridad directa del rey, con lo cual sólo rendiría cuentas al propio monarca. Mejor que si hubieran existido videograbaciones, el escribano hacía constar en todo detalle las acciones y daba fe. 86 Pinceladas de la Historia Cien pesos de Matías Romero Por aquella turbulenta época había un oscuro abogado oaxaqueño que empezó a sobresalir del montón de burócratas. Se llamaba Benito Juárez. Había sido miembro de Tribunal Supremo de Justicia de Oaxaca y como gobernador interino de su estado había tenido los pantalones de impedir que Santa Anna cruzara por sus territorios cuando andaba fugitivo. Por cierto que cuando el dictador recuperó el poder, se cobró la ofensa mandando a Juárez a pasar un tiempo en las terribles “tinajas” de San Juan de Ulúa, de donde luego fue deportado a la Habana y de allí se exilió a Nueva Orleáns. Cuando el general Juan Alvarez, junto con Ignacio Comonfort, lanzó su Plan de Ayutla para derrocar a Santa Anna, Juárez y otros exiliados de Nueva Orleáns como Ponciano Arriaga y Melchor Ocampo no se entusiasmaron mucho, pues no esperaban que un puñado de rústicos guerrerenses lograran gran cosa. Incluso cuando Comonfort los invitó a unírsele su interés fue tibio. Sin embargo Juárez opinaba que no había que subestimar la revuelta de los guerrerenses y finalmente se les unió en Acapulco en 1855. El general Alvarez vió la llegada de Juárez como oportunista y al principio le dió sólo un puesto modesto, pero al poco tiempo el indio oaxaqueño mostró cualidades de ser un valioso asesor político y Alvarez lo incorporó a su gabinete como Ministro de Justicia. Peso mexicano de plata ca. 1921 87 Roberto Gómez-Portugal M. El Plan de Ayutla había llevado al general Juan Álvarez a la presidencia de la república casi contra su voluntad. El viejo cacique guerrerense no tenía ni siquiera ganas de venir a la ciudad de México y cuando finalmente lo hizo se sintió fatal. Extrañaba el clima cálido de su tierra, detestaba la comida y sobre todo, se sentía – y en realidad era – despreciado por la estirada sociedad capitalina que lo veía como rústico y primitivo. No aguantó más que unos cuantos meses y le “heredó” el cargo a Ignacio Comonfort, quien había participado con Álvarez en la revolución de Ayutla y ahora era su ministro de Guerra. Ya presidente, Comonfort, no tenía ganas de mantener a Juárez en su gabinete, por lo que decidió mandarlo como gobernador a su estado natal. Se cuenta que cuando se disponía irse a Oaxaca como gobernador, Juárez andaba tan pobre que el trajecito negro que vestía relumbraba de luido y de gastado. Don Benito estaba ya recogiendo y empacando sus escasos efectos personales para dejar la oficina que ocupaba como Ministro de Justicia cuando le avisaron que un joven solicitaba ser recibido. Juárez ordenó que lo hicieran pasar y el muchacho se presentó como Matías Romero Avendaño, procedente de Oaxaca. Don Benito hizo memoria y recordó, en efecto, haber tenido trato social con el padre de Matías, un comerciante de esa región. Matías se comportaba con atento respeto hacia don Benito y a Juárez le cayó bien desde el primer momento. Le explicó que el motivo de su visita era pedir su recomendación para entrar al Ministerio de Relaciones, donde esperaba poder desarrollarse y hacer carrera. Como conocía la precaria situación económica del gobierno mexicano, Matías no pretendía un empleo remunerado, sino que lo dejaran ingresar como “meritorio”, es decir, sin sueldo. Juárez no vio inconveniente en acceder a la petición del joven y de paso quedar bien con su Matías Romero papá, pues ahora que regresaba a 88 Pinceladas de la Historia Oaxaca no le vendría mal tener todos los amigos que pudiera, así que accedió a dar a Matías la recomendación necesaria para lograr su deseo. Romero se dio cuenta del triste estado de la ropa de Juárez y se preguntó cómo podría ofrecer ayuda a don Benito sin que su oferta resultara ofensiva. El joven Matías hábilmente comentó que su papá lo había mandado a cobrar unos dineros en la capital y que por ello disponía de efectivo. Sutilmente mencionó que, con motivo de su viaje a Oaxaca don Benito tendría seguramente que renovar su guardarropa, por lo que, si quería, podía prestarle 100 pesos al señor Juárez para ese propósito y así él no tendría que llevar tanto dinero en su persona. Juárez aceptó de muy buena gana y a la vez se dio cuenta de la habilidad del muchacho para plantear las cosas con gentileza. No en balde el joven Matías habría de convertirse, con el paso del tiempo, en el mejor diplomático que tendría México y habría de prestar a Juárez, ya convertido en presidente, sus valiosos servicios. 89 Roberto Gómez-Portugal M. Un buen caballo Los españoles habían observado desde sus primeras batallas el pánico que entre los indígenas causaba el estruendo de los cañones, lo mismo que los caballos, animal que los indios nunca habían visto y que de alguna manera consideraban estrechamente vinculado a su jinete, quizás formando con él una sola unidad. Caballo español de raza pura Después de una de esas batallas en Tabasco, en donde los españoles habían estado a punto de ser vencidos y solo se salvaron por la oportuna intervención de su caballería, Cortés se reunió con los caciques para parlamentar. Hábilmente, los españoles metieron una yegua en celo al recinto donde iban a reunirse, para que se impregnara bien con el aroma del animal. Luego se llevaron a la yegua. También cargaron con pólvora uno de los cañones más grandes que tenían y lo dejaron cerca. Cuando llegaron los caciques a hablar con Cortés, él se mostró extraordinariamente enojado y con ademanes de indignación. Durante la plática, los españoles hicieron tronar el cañón que habían preparado y los caciques indígenas casi se desmayaron por el estruendo. 90 Pinceladas de la Historia El caballo español Cuando los moros invadieron la península ibérica en el siglo VIII, llevaron consigo sus famosos caballos árabes que, al mezclarse paulatinamente con los caballos oriundos de España, fueron dando una nueva variante equina. El caballo español combina la gracia, vitalidad e inteligencia del caballo árabe con la mayor robustez de las razas nativas, dando por resultado un caballo de gran temperamento y elegancia. Durante los siglos XVII y XVIII los caballos españoles conocidos como –también andaluces- eran muy solicitados en las cortes de Europa, pues se les consideraba los más propios de la aristocracia. Al poco rato y escogiendo un momento oportuno de lo que decía Cortés, unos soldados acercaron a un caballo garañón. El animal, en cuanto percibió el olor que había dejado la yegua, relinchó y se encabritó, queriéndose abalanzar hacia donde había estado la yegua, que era justamente donde ahora estaba Cortés parlamentando. Los caciques temblaban de terror, Cortés se acercó al caballo con la seguridad del amo, lo acarició, susurrándole algunas palabras e hizo seña a los mozos para que se lo llevaran del lugar. Luego regresó y dijo a los caciques que no se preocuparan, que ya lo había calmado explicándole que ellos venían dispuestos a negociar de buena fe y en son de paz. Sobra decir que los indígenas estuvieron más que dispuestos a aceptar los términos que Cortés les impuso. 91 Roberto Gómez-Portugal M. Paz conyugal El matrimonio de Leonor y Enrique no fue siempre miel sobre hojuelas. La brumosa y fría Londres le parecía a Leonor un lugar inhóspito, comparado con Turbulentos pero amorosos... la soleada Guyena, y tocar Leonor y Enrique no fueron un matrimonio la viola o hilar lana eran modelo, pero aún así, se las arreglaron para ocupaciones aburridas que tener 8 hijos. contrastaban con el • Guillermo (n. Normandía, 17.8.1152 - m. ambiente divertido y castillo de Wallingford, Berkshire, IV.1156), conde de Poitiers. galante de sus castillos de • Enrique (n. palacio de Bermondsey, Surrey Poitiers o de Burdeos. • • • • • • 92 28.2.1155 - m. château de Martel, Turena, Francia, 11.6.1183), duque de Normandía y conde de Anjou, nombrado corregente de su padre en 1170. Matilde (n. castillo de Windsor, Londres, VI.1156 m. Brunswick, Alemania, 28.6.1189), casada con Enrique "el León", duque de Baviera, Sajonia y de Brunswick. Ricardo (n. palacio Beaumont, Oxford, 8.9.1157 - m. de heridas recibidas durante el asedio a Châlus, Francia, 6.4.1199), sucesor de su padre en el trono, conocido como "Ricardo Corazón de León". Godofredo (n. Londres, 23.9.1158 - m. durante un torneo, París, 19.8.1186), conde de Anjou y duque de Bretaña por su matrimonio. Leonor (n. château de Domfront, Normandía, 13.10.1162 - m. monasterio de las Huelgas, Burgos, 31.10.1214), casada con Alfonso VIII, rey de Castilla. Juana (n. château de Angers, Anjou, X.1165 - m. abadía de Fontevrault, 4.9.1199), casada primero con Guillermo II "el Bueno", rey de Sicilia, y luego con Raimundo VI, conde de Tolosa. Juan (n. palacio Beaumont, Oxford, 24.12.1166 - m. castillo de Newark, Nottinghamshire 18.10.1216), sucesor de su hermano Ricardo en el trono, conocido como "Juan Sin Tierra". Además, pronto se enteró de la existencia de una joven dama de rubios cabellos y dulce disposición con quien Enrique se entendía bien. Se llamaba Rosemond Clifford. La infidelidad era un detalle que a Leonor le parecía poco importante cuando ella lo ejercía, pero le molestaba más cuando la incurría su marido. Le hizo una escenita a Enrique y éste, dócilmente, le prometió que se desharía de Rosemond. –“Si la veo, la mato”, le advirtió Leonor con su habitual calma. Enrique se limitó a mandar a Rosemond a un castillo no muy lejano, donde podría visitarla a su antojo Pinceladas de la Historia y para que a Leonor se le pasara el mal humor, le propuso hacer un viaje para visitar sus posesiones en Francia. Los soberanos fueron recibidos con festejos en Rouen y en Burdeos, y en Poitiers Leonor se reencontró con Bernardo de Ventadour, su trovador favorito por el que sentía un afecto más que platónico. Los versos que le dedicaba el inspirado poeta sacudían las fibras más sensibles de la bella reina. A pesar de Bernardo, la relación con su marido mejoró y para cuando regresaron a Inglaterra, el futuro Ricardo Corazón de León ya se movía en el vientre de su madre. Hay que decir que, a pesar de sus turbulentas y difíciles relaciones, Enrique y Leonor se las arreglaron para traer 8 hijos al mundo. Los viajes entre Inglaterra y sus posesiones en el continente se repitieron casi sistemáticamente. Tanto, que durante los siguientes diez años Leonor pasó probablemente más tiempo en Poitiers que en Londres. Allí, volvió a crear esa corte galante y divertida que había presidido antes de ser reina de Inglaterra y en donde las damas y los caballeros escribían poemas y canciones, y analizaban los problemas del amor y de la cortesía galante. Incluso escribieron un código de amor de treinta y un artículos, en donde se listaban reglas como “el matrimonio no constituye una excusa válida contra el amor”, o bien “el amor que no crece, disminuye”, o incluso “nada impide que una mujer ame a dos hombres, o que un hombre dé su corazón a dos damas”. También se planteaban los problemas del amor y se disertaba y se discutía sobre ellos. Por ejemplo, “El amor verdadero, ¿puede existir entre esposos?” Estas inclinaciones de Leonor, y otras cosas fueron haciendo que su relación con Enrique se tornara cada vez más tormentosa. Los hijos del rey, Enrique, Ricardo, Godofredo y Juan se rebelaron en un momento dado contra su padre, descontentos con ciertos repartos de tierras y nombramientos que él había hecho entre ellos. Leonor había contribuido activamente a las intrigas familiares, como lo había hecho también Felipe, el heredero del rey de Francia e hijo de su tercera esposa, Adela de Champagne. De hecho, las relaciones con el exmarido de Leonor, Luis VII, no habían dejado de ser intensas. ¿Y cómo no iban a serlo, si tanto Enrique como Leonor, en su condición de 93 Roberto Gómez-Portugal M. duques de Normandía él, y de Aquitania ella, eran técnicamente vasallos del rey de Francia? Además, Enrique, como rey de Inglaterra, representaba el poder antagónico más fuerte a que tenía que hacer frente el reino de Francia. Enrique y Luis habían convenido años atrás que la pequeña hija de Luis se casara con Ricardo de Inglaterra, y como era habitual en aquellos tiempos, la pequeña princesa se fuera a vivir y fuese criada en la corte de sus futuros suegros. La pequeña Adèle vivía con ellos desde los dos años de edad. Cuando los hijos se rebelaron contra Enrique, la cosa fue bastante seria, pues las tropas de unos y otros se enfrentaron en sangrientas batallas. Leonor tomó claro partido a favor de ellos y en especial de su favorito, Ricardo. Aquello era el colmo, así que Enrique la mandó apresar sorpresivamente mientras ella Sello utilizado por Leonor de estaba en el castillo de Chinon y Aquitania la hizo traer a Inglaterra para alrededor del año 1200 recluirla en la torre del castillo de Salisbury. Esa sería su morada durante los próximos ¡dieciséis años! Eso sí, de vez en cuando la dejaba salir para celebrar algunos eventos en familia, en particular, algunas Navidades. Pero la verdad es que Enrique no se llevaba bien con nadie. Años atrás había protagonizado el escandaloso incidente que culminó con la muerte de Tomás Becket y que tanto le costó en prestigio y popularidad. Además de sus dificultades con Leonor, sus hijos no cesaban de conspirar contra él -ayudados a veces por Felipe de Francia, primero como príncipe y luego ya como Felipe II a la muerte de su padre- y quizá con buenas razones. La pequeña Adèle había crecido y se había convertido en una bella mujer. En vez de casarla con Ricardo, como había sido acordado, Enrique la hizo su amante, primero escondidamente y luego de manera más descarada. Ni a Ricardo ni a Felipe les gustaba la situación. Enrique confiaba en su hijo menor, Juan, como su mayor esperanza, pero cuando Juan también lo traicionó, su 94 Pinceladas de la Historia ánimo comenzó a desmoronarse. Tuvo que pactar una tregua humillante con el joven rey francés y con su propio hijo Ricardo y finalmente murió, maldiciendo a sus hijos, a su mujer y hasta el día en que había nacido. Ricardo liberó a su venerada madre a la muerte de Enrique, y Leonor, que ya tenía entonces sesenta y ocho años, con su acostumbrada tranquilidad y elegancia, regresó a instalarse en su adorado Poitou. Todavía la vida le deparaba misiones importantes, como fue la de reunir el rescate para la liberación de su amado Ricardo cuando éste fue hecho prisionero por el alevoso Leopoldo de Austria y, años después, obtener la mano de su propia nieta, Blanca de Castilla, para casarla con el futuro Luis IX –san Luis- de Francia. Leonor pasó sus últimos años en la abadía de Fontevraux, en sus dominios franceses, y allí murió esta asombrosa señora, a la tierna edad de ochenta y dos años. 95 Roberto Gómez-Portugal M. Cátaros o albigenses En la Francia meridional y en la alta Cataluña, se desarrolló durante los siglos XII y XIII la llamada herejía de los cátaros o de los albigenses. Los cátaros eran una secta medieval cuyo objetivo era lograr una pureza absoluta de costumbres. La palabra misma viene del griego y transmite la idea de limpios o puros. Tal vez el origen de sus creencias se encontrara en los bogomilos, una secta que surgió en lo que hoy es Bulgaria en el siglo X, encabezada por un misterioso monje llamado Bogomil. Se les consideró herejes porque negaban la Santísima Trinidad, la divinidad de Cristo y la realidad de su forma humana y fueron perseguidos intensamente, especialmente por Boris, rey de Serbia, hasta que se refugiaron en Bosnia. Las herejías, aunque reprimidas con mucha fuerza en algunas regiones, encontraron en cambio cierta tolerancia en los países meridionales, si bien ocasionalmente fueron aprobadas algunas sentencias de muerte contra los herejes más significativos. Esta tolerancia permitió que la La cruz de Occitania, la cruz de doctrina de los cátaros se propagara con los cátaros suma rapidez, y que incluso fuera adquiriendo nombres diversos con los que se designaban sus adeptos en las distintas regiones europeas. En el "mediodía" francés se les conocía como "albigenses", por la ciudad de Albi, donde la secta tuvo una importante sede alterna, además de su centro en la ciudad de Tolosa y los distritos vecinos. En el norte de Francia se les llamaba "publicanos"; en la Dalmacia y en el norte de Italia eran conocidos como "pataninos", y en la región del Rhin, "ketzer", nombre que se convirtió en sinónimo de hereje. Al principio, la Santa Sede no concedió mucha importancia a la herejía cátara, pero más tarde se alarmó y en 1150, se inició ya la lucha contra la organización, pereciendo muchos de sus miembros en la 96 Pinceladas de la Historia hoguera, siendo otros hechos prisioneros por los militantes de una liga que formó Pedro Lombardo. En 1119 la persecución se tornó aún más violenta, ya que fue en ese año cuando el papa Calixto II, en un concilio que presidió en Tolosa, condenó la herejía. En el año 1145, el cardenal Alberico de Ostia, en su calidad de legado del papa Eugenio III, viajó a la región del Languedoc con el objetivo de atajar la expansión de la herejía y la promesa de un retorno a la ortodoxia. En el concilio de Tours, en 1163, cuya asamblea contó con 17 cardenales, 24 obispos, más de cien abades y priores, numerosos eclesiásticos e incluso laicos, se expresó una total unanimidad hacia el horror que inspiraba la herejía cátara y, adoptando medidas prácticas se ordenó a los obispos que lanzaran el anatema contra los que autorizaban a los herejes a permanecer en los territorios bajo su mando. Igualmente, fijaron sanciones contra quienes tuvieran tratos e incluso comercio con los cátaros. A los príncipes se les ordenó encarcelar a los herejes, confiscándoles los bienes. Siguieron diversos concilios, corno el de Letrán en 1179, el de Verona en 1184, y así sucesivamente. Ninguna de las medidas tomadas sirvió para nada. Los cátaros permanecían inquebrantables en su fe. Entonces el papa Inocencio III decidió activar la represión. Envió a Pedro de Castelnau, en 1208, como legado suyo, a fin de hacer cumplir las medidas adoptadas, pero Castelnau fue asesinado. Inocencio III, convencido de que el instigador del crimen era el conde Raymundo de Tolosa, ordenó una cruzada contra este noble y contra la herejía defendida por él. El papa reclutó como jefe de esta cruzada al noble francés Simón de Monfort, quien a su regreso de la cruzada a Tierra Santa, estaba desocupado. La Iglesia equiparó la importancia de esta guerra contra los cátaros con las cruzadas a Tierra Santa y prometía a todos los que en ella se alistaran la misma indulgencia que se concedía a los cruzados. El ejército de Simón de Montfort aumentaba día a día, llegando a sumar, según se dice, hasta 500,000 hombres. En lo militar, el líder era de Montfort, secundado por el duque de Borgoña y los condes de Nevers, pero los prelados de la iglesia participaban muy de cerca en la campaña. 97 Roberto Gómez-Portugal M. ¿En qué creían los cátaros? Los cátaros eran partidarios del dualismo absoluto. Para ellos existían dos principios: el bueno y el malo, a semejanza de los dos principios chinos: yin y yang. Según los cátaros, el principio bueno creó los espíritus, el malo, la materia. Una parte de los espíritus cayeron y se debatían en el lodazal de lo material, expiando sus faltas y errores, aunque siempre sometidos a la reencarnación iban pasando de un cuerpo a otro hasta llegar, cumplido el ciclo de expiación, a merecer nuevamente las dichas celestes. Afirmaban que Dios quiso salvar al género humano y envió a su Hijo, pero no a un Hijo consustancial con el Padre, sino a un ángel con cuerpo de hombre aparente, y como este ángel no había pecado tampoco tenía que sufrir su unión con la materia. De esta creencia se desprendía que Jesús no padeció ni murió y, claro está, tampoco resucitó. María también era un ángel y de mujer solamente tenía la apariencia. La redención, por tanto, era tan sólo las enseñanzas que dio Jesús para liberarse de la adoración al principio malo y de la angustia y la tiranía de la materia. Los cátaros, grandes defensores al principio de la iglesia primitiva, consideraban que ésta, a partir de Constantino, estaba completamente corrompida. Tampoco les merecían crédito algunos los dogmas de la transubstanciación, el purgatorio, la resurrección de la carne y la utilidad de rezar por los difuntos. También rechazaban el bautismo por no reconocer santidad ni virtud alguna en el agua bendita. Los templos, las imágenes, la cruz, también eran condenados por los cátaros, pues Dios, según ellos, no moraba en los templos ni en los símbolos, sino en el corazón de sus fieles devotos. Para los cátaros, todo lo relacionado con los bienes materiales era fundamentalmente perjudicial. El verdadero cátaro debía vivir del trabajo de sus manos, del sudor de su frente. Rechazaban los honores, la guerra y el poder. Castigaban el cuerpo con ayunos y mortificaciones, incluyendo las flagelaciones. Además, eran vegetarianos convencidos y sumamente estrictos. También tenían prohibido el matrimonio puesto que la carne era algo diabólico y el casamiento, o sea el sexo, retrasaba el regreso de las almas al cielo. La muerte se consideraba un bien y estaba autorizado el suicidio, considerando que así adelantaban la hora de su llegada al cielo. Los cátaros bendecían el pan pero no aceptaban la Eucaristia. Como esta moral era difícil de seguir en todas sus reglas, los adeptos se dividieron en dos categorías: creyentes y perfectos. Los creyentes estaban dispensados de los deberes más penosos. Podían casarse, dedicarse al comercio, poseer bienes, ser omnívoros, ingresar en un ejército y tener acceso a otras facilidades. Sin embargo, en peligro de muerte debían recibir el bautismo espiritual, llamado consolamentum. Dicho bautismo lo podían recibir los hombres y las mujeres pero no los niños. Si el creyente se recuperaba, debía entonces vivir como perfecto o suicidarse. Los perfectos, por su parte, observaban con gran rigor la moral cátara. No era posible ser perfecto sin haber recibido antes el bautismo del espíritu, y luego tenían que romper todo vínculo familiar y dedicarse a predicar de un país a otro, administrando el bautismo espiritual. Naturalmente, estas ideas no podían ser aceptadas por la Iglesia Católica Romana. 98 Pinceladas de la Historia El legado papal era nada menos que el prior del Cister, el abad Arnaldo de Almaric y los comandantes militares le preguntaron cómo podrían distinguir a los buenos católicos para no matarlos. El piadoso prelado pronunció la siguiente frase: ”Matadlos, matadlos a todos, que luego Dios reconocerá a los suyos en el cielo.” El 22 de julio de 1209 tomaron por asalto la ciudad de Béziers, asesinando a más de 60,000 de sus habitantes. Vino después el sitio de la rica ciudad de Carcasona, que constituía un apetitoso bocado y donde se hallaba refugiado el vizconde Roger de Trencavel, quien, después de una vigorosa e inútil defensa, tuvo que capitular. Los vencidos salieron de la ciudad vistiendo solamente la camisa; al vizconde lo encarcelaron, falleciendo poco después. A muchos habitantes de Carcasona se les concedió la libertad, pues confesaron que eran católicos. Sin embargo, más de 400 se negaron a abjurar y murieron en la hoguera, un espectáculo que presenció el populacho, entre regocijado y arrepentido. Terminada esta primera fase convocó una segunda cruzada y reanudó la lucha. Los cruzados, aquella ocasión, penetraron por Provenza con el fin de exterminar a herejes recalcitrantes, quemando asaltando castillos y fortalezas. se se en la los y El papa recomendaba moderación y envió como legado suyo al cardenal Pedro de Benavente, con la misión de reconciliar a los excomulgados con la Iglesia de Roma. Lotario di Conti di Segni, papa Raymundo se de Tolosa se sometió, Inocencio III pero Simón de Montfort exigía las tierras conquistadas a los albigenses; el rey de Francia apoyaba a Montfort pues deseaba incorporar a sus dominios las tierras del mediodía cuyos condes eran vasallos del rey de Aragón Pedro II. 99 Roberto Gómez-Portugal M. De Montfort ganó la batalla de Muret, adueñándose del titulo de conde de Tolosa y de los bienes de Raymundo. No hubo conciliación y prosiguió la guerra, pero ya cansados de tantas luchas, los cátaros fueron dispersándose. Corría el año 1229. Supuestamente la guerra terminó con el Tratado de Paris, mediante el cual el rey de Francia despojó de muchos de sus dominios al conde de Tolosa y a los Trencavel, condes de Beziers, les quitó todas sus tierras. En ese mismo año se estableció la Santa Inquisición en esas tierras del mediodía francés, para erradicar de lleno la herejía. Pero el catarismo no desapareció del todo y en 1244 el arzobispo de Narbona se apoyó en las tropas del senescal de Carcasona para asediar la ciudadela cátara de Montségur, donde los herejes celebraban el equinoccio de primavera. Inflexibles hasta el final, los cátaros se resistieron a abjurar y se dejaron llevar, cantando, a la hoguera que habían preparado los vencedores. Murieron en las llamas más de doscientos hombres y mujeres. El lugar se conoce hoy como “prat dels cremats” (prado de los quemados). 100 Pinceladas de la Historia Juárez presidente En Oaxaca Juárez se pasó un par de años muy agradables. A final de cuentas era su tierra natal y el puesto de gobernador le permitió mejorar su situación económica, sin necesidad de cometer deshonestidades. Hasta pudo comprarse una casa de las que se pusieron a la venta con motivo de la Ley de Desamortización, que hizo que muchos de los bienes de la iglesia se vendieran a precios muy bajos y él -¿por qué no?- aprovechó la oportunidad. Benito Juárez García Mientras tanto, a Comonfort no le iba muy bien. Don Ignacio era un hombre que se esforzaba por quedar bien con todos y a final de cuentas terminaba no quedando bien con nadie. La promulgación de la Constitución de 1857, que entraría en vigor en diciembre, le quitaría al presidente muchas de las facultades casi dictatoriales de que gozaba y que le habían permitido mantener en jaque a los diversos caciques que habían intentado levantarse en armas y el presidente Comonfort ya veía 101 Roberto Gómez-Portugal M. venir el caos que tanto temía. Como Juárez había dado muestras de ser hombre juicioso y sensato, Comonfort decidió tráerselo; seguramente podría ayudarlo a contener las dificultades que preveía. Hizo que eligieran a don Benito presidente de la Suprema Corte de Justicia y lo nombró también ministro de Gobernación. Comonfort nombró un gabinete mixto, tratando de complacer a todos, pero sólo logro que ambos partidos lo repudiaran y fue depuesto como presidente. Juárez, como presidente de la Suprema Corte, quedaba automáticamente investido con el cargo de presidente sustituto de México. A Juárez se le sumaron algunos de sus antiguos amigos: Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, su antiguo secretario Manuel Ruíz y el joven Matías Romero –el de los cien pesos. Al poco tiempo se les unió Santos Degollado, que había sido lugarteniente de Comonfort durante algunas batallas de la revolución de Ayutla. El nuevo presidente no enfrentaba una situación fácil, pues los conservadores, encabezados por el general Miramón, lo amenazaban por diversos frentes. Aunque Juárez era por todos conceptos el presidente según lo establecía la ley, los conservadores nombraron presidente al general Zuloaga y cuando éste renunció, al general Miramón. ¡Había entonces dos presidentes en México! Uno de los carruajes que utilizó el presidente Benito Juárez. Se exhibe hoy en el Museo Nacional de Historia del castillo de Chapultepec. A Juárez le fue imposible mantener la sede de su gobierno en la ciudad de México. Puso unas cuantas cajas de madera con los archivos y papeles más importante en una carreta mientras él y su grupo se 102 Pinceladas de la Historia trasladaban de ciudad en ciudad en una vieja diligencia negra, con las ventanillas tapadas con tela oscura. A los que preguntaban, les respondía el cochero que transportaba a una “familia enferma”. Tuvo que huir a Guanajuato, luego a Guadalajara, donde estuvo a punto de ser fusilado por un grupo de soldados conservadores y finalmente se estableció en Veracruz. Pero, muy a pesar de las dificultades y de estar en una posición de clara desventaja ante los conservadores, que gozaban del apoyo económico de la iglesia católica, Juárez tomaba muy en serio su investidura como Presidente de México, el legítimo y auténtico. Podría no tener más que unos cuantos soldados y unos pocos colaboradores, controlar apenas un pedazo del territorio; podrían las arcas nacionales estar vacías, pero él era el Presidente de la República y eso no lo iba a desconocer ni ignorar nadie. Había comenzado la sangrienta Guerra de Reforma, donde durante tres años se enfrentaron los dos bandos en que se encontraba dividida la sociedad mexicana: liberales y conservadores. 103 Roberto Gómez-Portugal M. Ricardo y Leopoldo La cruzada había sido implacable y el sitio de Acre llevaba ya cerca de dos años. Las fuerzas cristianas que comandaban conjuntamente Ricardo I de Inglaterra –el Corazón de León- y Felipe II de Francia habían inflingido un duro castigo a la población sitiada y nadie dudaba de que la victoria estaba cerca para los atacantes. Sobre todo, la reincorporación a la lucha del admirado Ricardo les había devuelto el ánimo y la esperanza, después de que el rey inglés se había visto a las puertas de la muerte sufriendo unas terribles fiebres tercianas. La lucha fue indescriptible, cerca de 30 mil cristianos dejaron allí sus vidas, pero al fin llegó la victoria y el ejército de Saladino emprendió la retirada. Tanto Felipe como Ricardo decidieron que quienes habían resistido tan gallardamente merecían ser tratados con respeto, por lo que ordenaron que el pillaje que normalmente era permitido a las tropas esta vez no ocurriera. Tomarían prisioneros, para hacerlos pagar rescate o bien intercambiarlos con Saladino por cautivos cristianos. ¡Habían vencido! Ahora el estandarte de los cristianos ondearía soberano por los aires. 104 Pinceladas de la Historia Miniatura medieval de las cruzadas Ricardo se instaló en el palacio real en tanto que Felipe tomó el palacio de los Templarios por residencia. Pero el inquieto Ricardo no podía estar mucho tempo entre paredes, por lujosas que éstas fueran; salió a cabalgar alrededor de las murallas. De pronto observó un estandarte que no era ni el suyo ni el de Felipe. “¿A quién pertenece esa bandera?”, preguntó. –“Es la del duque de Leopoldo de Austria, señor”, le contestaron. Ordenó que hicieran venir al duque de Austria en el acto. Al orgulloso Leopoldo no le gustó verse citado de manera tan perentoria, pero tuvo que obedecer y se acercó a donde esperaba Ricardo. “¿Quién ordenó poner allí esa bandera?”, preguntó Ricardo. –“Yo lo ordené”, contestó el de Viena. –“¿Y por qué?” –“Es mi estandarte y mis hombres han luchado valerosamente para tomar la ciudad.” –“Si cualquier caballero que ha aportado unos cuantos soldados quiere hacer ondear su bandera”- replicó Ricardo, -“caeríamos en el ridículo. ¡Deja el tema de las banderas para tus superiores!” Mandó arriar la tela, y cuando se la trajeron, la pisoteó. Leopoldo de Viena estaba negro de rabia, pero la figura de Ricardo era imponente y tuvo que tragarse la humillación. Pero Ricardo Corazón de León ya tendría ocasión de lamentar el incidente, ¡y de qué forma! 105 Roberto Gómez-Portugal M. De cien pesos a cien millones Quizás Matías Romero no tenía idea de en qué se metía cuando se presentó ante Juárez cuando éste estaba a punto de irse a Oaxaca como gobernador, todavía bajo la presidencia de Ignacio Comonfort. Romero le pidió a don Benito una recomendación para entrar como meritorio sin sueldo en el ministerio de Relaciones, y terminó prestándole cien pesos al nuevo gobernador para renovar su gastado guardarropa. Un par de años después, cuando Juárez se vio, casi inesperadamente, ocupando la primera magistratura después del fallido autogolpe de Comonfort, Matías Romero se unió al gobierno legítimo y a Juárez en un doloroso peregrinar que los llevaría por todo el país. Era compañero de viajes y de andanzas no sólo del presidente; iban también Melchor Ocampo, ministro de Relaciones, Guillermo Prieto, ministro de Hacienda y a veces el “general de las derrotas”, don Santos Degollado, que como ministro de Guerra era jefe de los lamentables ejércitos juaristas. También iba en la comitiva Manuel Ruíz, secretario de Juárez. Apenas era diciembre de 1858 y ya le tocó a Matías Romero, como empleado del ministerio de Relaciones irse a Washington para asumir el cargo de secretario de la Legación de México ante el gobierno de los Estados Unidos. Romero, además de haberse ganado la confianza del presidente Juárez, había aprendido inglés y trabajaba con pasión. La principal tarea de Matías Romero durante aquellos años tan difíciles para el gobierno juarista Santos Degollado, fue la de conseguir ayuda –financiera o de cualquier tipo- de los estadounidenses. No olvidemos que en esos años, Juárez tenía que huir y defenderse de los ejércitos de los conservadores que lo acosaban y no lo reconocían como presidente legítimo y más tarde, de las fuerzas imperialistas de Maximiliano, pues en 1864 había llegado a México el Habsburgo, convencido por los conservadores de que los mexicanos lo deseaban. 106 Pinceladas de la Historia Romero se las arreglaba para relacionarse con los políticos y empresarios más importantes de Estados Unidos y no cesaba de pedir, aunque no tuviera nada que ofrecer. Incluso en un par de ocasiones y sin tener autorización de su gobierno, les dijo que México estaría dispuesto a ceder territorio a cambio de ayuda. Como ya se avizoraba el triunfo de los norteños en la guerra civil que asolaba Estados Unidos y Guillermo Prieto, ministro anticipando que hombres y oficiales de Hacienda quedarían disponibles, Juárez nombró a Romero Ministro Plenipotenciario y lo autorizó a gestionar que un ejército norteamericano viniera a ayudar al gobierno republicano a echar del país a los franceses. Dicho ejército tendría que traer sus propias armas y pertrechos y los gastos se le reembolsarían con los bienes que fueran arrancados al enemigo. Romero estuvo en tratos con el general norteño J. M. Schonfield que se había quedado sin empleo, pero le pidió a Romero cien mil pesos de adelanto. El presidente Lincoln había sido asesinado y su sitio lo ocupaba ahora el presidente Johnson, pero como secretario de Estado seguía William Seward, un hombre que contemplaba con sentimientos ambivalentes todo lo que pasaba en México. Johnson y Seward estaban por decidir a quien respaldar para que se quedara con el poder en México. En esos días, Seward viajó a la islita de St. Thomas donde vivía exiliado el exdictador Melchor Ocampo Antonio López de Santa Anna, sin duda con el Ministro de propósito de evaluar si el caduco cacique era el Relaciones candidato que convenía poner en la presidencia de México. Pero cuando Johnson y Seward ofrecieron en Washington una rumbosa recepción a la que asistió la esposa de Juárez -que se había refugiado con su familia en Estados Unidos ante el riesgo que representaban los ejércitos de Maximiliano- pareció quedar claro que era Juárez a quien los Estados Unidos iban a apoyar. Incluso 107 Roberto Gómez-Portugal M. nombraron a un representante diplomático ante los juaristas. Romero sintió que ahora sí iban a prosperar sus esfuerzos por conseguir ayuda y se empeñó en gestionar un empréstito por cien millones de dólares. Cuando se rieron de él, Romero redujo sus pretensiones a cincuenta millones, pero le dijeron que no le darían ni un millón. Seward habló con Romero casi paternalmente y lo convenció de desistir de sus propósitos. “Cada dólar que consiga usted, señor Romero”, le dijo Seward, “tendrá que pagarlo con territorio; por cada rifle y cada cartucho le obligarán William Seward, a conceder onerosas concesiones mineras. Tal vez logren ustedes echar a los franceses de su país, pero si dejan entrara a los estadounidenses, no nos echarán nunca”. 108 Pinceladas de la Historia La sangre de Victoria La reina Victoria de Inglaterra tuvo 9 hijos e hijas y una verdadera multitud de sobrinos y nietos. Pero dicen las crónicas que a nadie le tenía la vieja reina más afecto que a su nieta Victoria Alix Helena Louise Beatrice von Hessen und bei Rhein, a quien en familia llamaban simplemente Alix. Era una chica alta, de bellos rasgos y carácter fuerte, aunque tímida y algo retraída. Su poderosa abuela se alegró sinceramente cuando Alix aceptó la propuesta matrimonial de Nicolás II, quien acababa de acceder al trono como zar de todas las Rusias, a la muerte de su padre. Lo que más alegraba a la familia era que la unión, además de ser buena políticamente, parecía ser un verdadero matrimonio de amor, pues los jóvenes se habían conocido y desarrollado de inmediato una intensa relación sentimental. Se casaron en agosto de 1894 y Alix se convirtió a la ortodoxia rusa y cambió su nombre por el de Alexandra Fyodorovna, y como apellido, le correspondía Romanova. Nicolás la llamaba simplemente Sunny. La reina Victoria de Inglaterra 109 Roberto Gómez-Portugal M. Pero los buenos presagios no fueron correspondidos por la antipatía que su llegada despertó en el pueblo ruso. Su timidez era tomada por arrogancia y su matrimonio, celebrado muy poco después de la muerte del padre de Nicolás, hacía decir a la gente supersticiosa que ella había llegado detrás de un ataúd. Pero quizá fuera aún más triste el regalo que involuntariamente le había dado su amorosa abuela: la hemofilia, esa traicionera enfermedad que transmiten las mujeres pero que se manifiesta solamente en los varones. La pareja tuvo cinco hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia y el único varón, que, como tal, era el heredero al trono, el zarevich Alexei. El zar Nicolás era un hombre bueno, pero carecía de formación política y no tenía idea de cómo gobernar su país, por lo que los cortesanos y, entre ellos, sus tíos, intentaban manipularlo e influir en sus decisiones. Fue su esposa quien desde el principio le aconsejó tomar las riendas del poder en sus manos y adoptar posturas firmes y decididas, pero, por más que se esforzara, el carácter bondadoso y blando de Nicolás no era lo que exigía la agitada realidad de Rusia. Peor aún, Nicolás confiaba excesivamente en su pariente, Guillermo II, kaiser de Alemania -que, por cierto, era, igual que su adorada Alix, nieto de Victoria de Inglaterra- cuyos consejos en materia internacional Nicolás seguía ciegamente. En realidad, Guillermo II, mucho más ladino y sagaz que Nicolás, lo manipulaba a favor de sus propios intereses y terminaría alejando a Rusia de su aliada tradicional, Francia, y llevando a Nicolás a su ruina. Nikolai Aleksandrovich, el Zar Nicolas II y su esposa Alexandra Fyodorovna, ataviados con antiguos ropajes moscovitas. Obra del artista Frederic De Haenen 110 En lo interior, Rusia avanzaba en el proceso de industrialización, pero la política del zar, autocrática pero desorientada, hizo que se acentuaran las enormes desigualdades existentes en Pinceladas de la Historia Rusia y el descontento fue creciendo. El pueblo llevaba siglos de vivir en la opresión y en la miseria, pero fue precisamente entre los sindicatos recién surgidos por la industrialización, donde todo el malestar empezó a producir una mezcla explosiva. Surgieron líderes como Lenin y Trotski que se encargaron de soliviantar y encabezar a las masas. En casa, las cosas no iban mejor. La terrible enfermedad de la hemofilia se expresó cruelmente en el cuerpo del zarevich Alexei, que no podía jugar ni correr como un chiquilo normal y para quien cualquier golpe, raspón o cortada implicaba un peligro de muerte. Ambos padres sufrían indeciblemente con la enfermedad del niño, pero Alix estaba particularmente devastada. En su afán de buscar médicos que curaran o aliviaran la enfermedad y sufrimientos del niño, la zarina cayó en manos de una especie de monje y curandero, cuya influencia terminaría por ser nefasta para la familia y para el país mismo. Se llamaba Grigori Rasputin y era Alexandra Fiódorovna Románova un místico de origen campesino. Rasputin era sucio, rústico, borracho y de vida (nacida Victoria Alix Helena licenciosa, pero sus intervenciones eran Louise Beatrice von Hessen und bei Rhein) las únicas que producían mejora sobre la condición de niño. A Nicolás no le simpatizaba el grosero personaje, pero lo toleraba ante la insistencia de su esposa, y Alexandra confiaba ciegamente en el curandero. El astuto Rasputin se dio cuenta de la debilidad de la familia real y de la influencia que él podía ejercer sobre ella y la aprovechó ampliamente. Mientras tanto, Nicolás continuaba desbarrando en política. La intervención de Rusia en la guerra chino-japonesa en 1896 no había resultado bien y cuando en 1905 Rusia declaró la guerra a Japón para detener su avance en Indochina, Nicolás se encontró en un berenjenal. La ineptitud del aparato militar ruso y del zar mismo llevó la guerra a una sorprendente victoria para Japón. La derrota, sumada al descontento que ya existía, hizo que Rusia explotara en revolución. Nicolás y sus 111 Roberto Gómez-Portugal M. ministros siguieron cometiendo errores, primero, reprimiendo con inusitada violencia una manifestación pacífica –el domingo sangriento de 1905- y luego, dejando que la Duma o parlamento que había creado para dar a su gobierno un tono menos autocrático y absolutista, fuera infiltrada y boicoteada por los radicales. Pasaba el tiempo y las cosas simplemente iban empeorando hasta llegar a 1914, cuando el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria en Sarajevo provocó una crisis entre las potencias. Nicolás, confrontado con su terrible primo el kaiser Guillermo, ordenó una torpe movilización que fue el inicio de la Primera Guerra Mundial y, en un arranque de patriotismo se puso personalmente al mando de sus ejércitos. Esto fue un desacierto más, pues dejó como regente a la zarina Alexandra, detestada por el pueblo y manipulada por Rasputin. El oscuro personaje tomó un papel decisivo en los nombramientos y decisiones, confirmando la impresión que ya tenía el país entero: que la zarina era un títere en manos del monje loco. En diciembre de 1916, un grupo de nobles decidieron eliminar a Rasputín. Lo invitaron a cenar y le dieron alimentos y bebidas cargadas de veneno, lo suficiente para matar no a uno, sino a cinco o seis hombres. El impertinente personaje estaba borracho, pero no se moría. Entonces le dispararon y como eso tampoco lo mataba, le dieron de garrotazos y arrojaron su cuerpo al río Neva. Luego se demostraría que aún estaba vivo cuando lo echaron al agua y que terminó muriendo ahogado. Pero ni la muerte de Rasputín podía ya salvar a Rusia. En la guerra, Nicolás cosechaba sólo derrotas y las tropas, desmoralizadas, desertaban en masa, y al regresar a casa se sumaban a las turbas Grigori Rasputin de descontentos y a los mítines revolucionarios. En febrero de 1917 estalló una nueva revolución y la Duma exigió la abdicación del zar para formar una república. Nicolás regresó del frente y se encontró ante una situación incontrolable. No intentó ninguna resistencia y se dejó apresar, cediendo en todo. Se dio cuenta que no tenía ningún sentido ceder sus derechos al zarevich, su 112 Pinceladas de la Historia hijo enfermo, y entonces abdicó a favor de su hermano Miguel, de 39 años. Pero Miguel tenía más sentido común que su hermano y además, ganas de seguir vivo, así que a las pocas horas rechazó el ofrecimiento. Se extinguió así la famosa dinastía de los Romanov, que había gobernado a Rusia desde 1613. 113 Roberto Gómez-Portugal M. Ricardo cae prisionero En agosto de 1196, el rey francés Felipe II -llamado por muchos Felipe Augusto- anunció a su aliado inglés Ricardo Plantagenet que daba por terminada su participación en la cruzada y que tenía que regresar a Francia. Ricardo debió haber sospechado que su supuesto amigo francés algo tramaba, pero no dijo nada y continuó como jefe absoluto de la campaña, desplegando una gran actividad. Fortificó su base de operación y emprendió diversas acciones bélicas contra los musulmanes. El 7 de septiembre ganó la batalla de Arsuf, donde realizó varias acciones personales, afecto como era a luchar en primera fila, como el soldado más atrevido. Sin embargo, evaluando sus fuerzas frente a las del enemigo y sobre todo, consciente de las disensiones entre sus aliados, Ricardo decidió no avanzar contra Jerusalén. Al contrario, acordó firmar una tregua con Saladino, su caballeroso enemigo, mediante la cual las hostilidades quedarían suspendidas durante tres años, tres meses, tres semanas y tres días. Y justo en esas circunstancias, Ricardo recibió noticias de que su antiguo aliado, el volátil rey francés Felipe, aprovechaba su ausencia para intentar apoderarse de sus posesiones en el continente y que incluso conspiraba con otro traidor, el propio hermano menor de Ricardo, Juan, apodado “sin tierra”, para causarle problemas a Ricardo en sus dominios. Ricardo se embarcó de inmediato, pero corrió con muy mala suerte. El barco en el que había zarpado de Corfú se accidentó en el Adriático cerca de Aquileia (Italia) y se vió obligado a proseguir su viaje por tierra, a través de territorios dominados por soberanos hostiles. Ricardo tenía muchos enemigos de quien cuidarse: su antiguo aliado en la cruzada, el rey Felipe de Francia era un traidor convenenciero; el emperador bizantino Isaac II Angelos estaba resentido por la conquista de Chipre que Ricardo había hecho; el emperador alemán Enrique VI no le perdonaba a Ricardo el haber negociado y haberse aliado con Tancredo de Sicilia a quien Enrique consideraba usurpador del trono, y Leopoldo de Viena lo acusaba de la 114 Pinceladas de la Historia muerte de Conrado de Montferrat, pero sobre todo, estaba mortalmente ofendido por incidentes ocurridos durante la cruzada en que Leopoldo había participado bajo el mando supremo de Ricardo. Para cruzar por territorios de sus enemigos declarados Ricardo y sus acompañantes tuvieron que disfrazarse y tomar todas las precauciones imaginables, haciéndose pasar a veces por caballeros templarios e incluso por modestos peregrinos. Pero era difícil ocultar la presencia señorial del gran rey, cuyas ricas vestiduras, aún disimuladas bajo una capa de viajero, no dejaban de llamar la atención de posaderos y gente del pueblo. Para poder pagarse alimentos y hospedaje, Ricardo y su séquito tenían que vender alguna joya o pieza de oro y cuando uno de sus sirvientes negoció con algún orfebre la venta de tales objetos, el comerciante sospechó que se trataba de grandes señores y dio la voz de alarma. El criado fue capturado y, sometido a tortura, reveló quién era su amo. Estaban justo cerca de Viena, en tierras dominadas por el resentido duque Leopoldo cuando una partida de soldados del duque entraron de pronto a la posada donde se alojaba el rey inglés y su reducido séquito. No había defensa posible. El piquete de soldados que mandó el duque de Viena en contra del rey inglés hubiera sido hecho polvo por el gran guerrero en sólo segundos en el campo de batalla. Pero inerme y sentado ante una mesa de taberna, el gran “corazón de león” no tenía escapatoria. Ricardo se negó a entregar su espada más que a Leopoldo en persona, obligando así a su traidor exaliado a darle la cara. Leopoldo y su soberano, Enrique VI de Alemania, de quien era feudatario, no podían estar más felices de que Ricardo hubiera caído en sus manos y decidieron sacar el mayor provecho de la situación. Mandaron a su insigne prisionero al castillo de Dürenstein, una imponente fortaleza construida sobre enormes riscos a la orilla del Danubio, en un alejado sitio donde sólo había un pueblecito y por donde pasaban pocos viajeros. Mantuvieron en secreto el lugar donde escondían al noble rey y se dispusieron a exigir un jugoso rescate por su liberación. 115 Roberto Gómez-Portugal M. Dürenstein es hoy una ciudad barroca muy bonita a orillas del Danubio conocida como “la perla de Wachau”, una de las regiones más populares y antiguas de Austria. Hoy hay un gran tránsito de turistas, pero en el siglo XII existía sólo una imponente fortaleza cuyas ruinas apenas se aprecian hoy en la cumbre de la montaña. Fue allí donde estuvo prisionero el gran Ricardo Corazón de León. 116 Pinceladas de la Historia Ahora me toca a mí La posición de Juárez como presidente de la República no parecía nada envidiable. Llevaba años de andar prácticamente a salto de mata, de una población a otra y las noticias de deserciones y de derrotas militares no le hacían la vida nada agradable. El “gobierno” juarista se había instalado en Chihuahua porque las tropas imperialistas no los habían perseguido hasta allá, quizá porque les concedían poco importancia. Habilitaron como “palacio nacional” una vieja y amplia casona bastante decrépita, donde el presidente y sus ministros trabajaban, despachaban, comían, dormían, y sobre todo, hacían conjeturas y suposiciones sobre los acontecimientos. Un día se presentó en el recinto el general juarista Jesús González Ortega, quien pocas semanas atrás y como comandante del “Ejército de Occidente” había sufrido en Zacatecas una lamentable derrota ante las tropas imperiales, a pesar de la ventaja numérica de que gozaban los republicanos. Hubiera podido pensarse que venía a rendir el parte reglamentario de aquélla batalla, pero no venía a eso. Se encaró ante Sebastián Lerdo de Tejada, que era el ministro de Relaciones y jefe del gabinete presidencial y le entregó un documento, diciéndole: “Hoy termina el período presidencial del señor Juárez. Como presidente de la Suprema Corte de Justicia me corresponde a mí que me entregue la presidencia. Dígame si se hará hoy o el día de mañana, porque la ley no es muy clara al respecto”. Lerdo de Tejada no pudo ocultar su asombro, de modo que González Ortega sacó un ejemplar de la Constitución y señalándole el artículo 78, le hizo ver que el período de don Benito terminaba el 30 de noviembre del cuarto año posterior a la elección, o sea, ese día. Lerdo de Tejada trató de recuperarse y le aseguró al general que esa misma tarde daría respuesta por escrito. Después de hacer algunos cálculos, Lerdo comentó con Juárez la visita de El general juarista Jesús González Ortega 117 Roberto Gómez-Portugal M. González Ortega y lo que éste pretendía. Juárez, siendo indio, no podía ponerse realmente pálido, pero le cambió el color del rostro. “Y que le dijo usted?”, preguntó a Lerdo. Lerdo le explicó que González Ortega estaba haciendo mal las cuentas, pues aunque Juárez había asumido la presidencia en junio, su período constitucional debería contarse a partir del 1 de diciembre de 1861, por lo que hasta el día en cuestión, habían transcurrido tres años, no cuatro. En todo caso, González ortega podría reclamar la presidencia exactamente un año después. Juárez no encontró ninguna respuesta mejor y ordenó a Lerdo que así le respondiera al general. González Ortega aceptó, pensando tal vez que ya tenía asegurado el “premio” para dentro de un año. Después de agobiar a Juárez con su presencia durante unos días en la casona de gobierno, González Ortega pidió permiso para ausentarse e ir a algún punto indefinido del país donde pudiese combatir al enemigo y defender la independencia de la nación. Lerdo le concedió la autorización solicitada, mientras Juárez y los suyos se quedaban cavilando lo que harían cuando llegara el momento de entregarle la presidencia al general. 118 Pinceladas de la Historia La muerte de Conrado El conde Conrado de Montferrat era uno de los principales caballeros que acompañaban a Felipe II de Francia en aquella terrible cruzada. Montferrat era un valeroso guerrero que se distinguió singularmente durante la toma de la ciudad de Tiro, que mantuvo aún contra los ataques de Saladino, salvando con ello prácticamente el reino de Jerusalén. Cuando en 1188 Saladino liberó a Guy de Lusignan, rey de Jerusalén a quien había mantenido prisionero, Lusignan pretendió reasumir sus funciones y exigió a Montferrat que le entregara Tiro. Conrado se negó, argumentando que con su derrota Lusignan había efectivamente perdido sus derechos como rey de Jerusalén. Más aún, al morir la esposa de Guy de Lusignan, la reina Sibila, el reclamo de Lusignan se debilitó, pues él sólo era rey a través de su esposa. El asunto de la sucesión al trono de Jerusalén ya sólo podía ser decidido por los dos grandes líderes de la cruzada, Ricardo de Inglaterra y Felipe de Francia. Felipe apoyaba a Conrado de Montferrat, lo mismo que Leopoldo de Austria, que era su primo, en tanto que Ricardo favorecía a Guy de Lusignan, apoyado también por Humphrey de Toron. Después de difíciles negociaciones se acordó que Montferrat asumiría el reino de Jerusalén y Ricardo de Inglaterra dio a su protegido Guy de Lusignan el gobierno de la isla de Chipre como premio de consolación. Conrado de Montferrat 119 Roberto Gómez-Portugal M. Montferrat se había distinguido como un gran líder y como guerrero, pero quizá había olvidado algunos detalles... Cuando estaban en Tiro, ocurrió un naufragio justo frente a esas costas. Montferrat estimó que a él no le correspondía emprender salvamentos y se negó a prestarles ayuda. Más aún, decidió apropiarse del cargamento y dejó que los marineros se ahogaran. El barco accidentado pertenecía al “viejo de la montaña”, a quien no le hizo gracia la actitud del francés. Había transcurrido poco tiempo desde la negociación que hizo a Conrado rey de Jerusalén y ni siquiera se había celebrado aún su coronación cuando Montferrat fue a cenar con su amigo el obispo de Beauvais. Ya se retiraba pera regresar a su palacio en compañía de amigos que habían compartido con él la velada cuando, al entrar a su propia mansión, dos borrosas sombras surgieron detrás de un pilar y se precipitaron sobre el conde mientras lo cosían a puñaladas. Sus guardaespaldas pudieron matar a uno de los atacantes, pero el segundo huyó y se esfumó en la nada. Momentos después, cuando el cadáver de Montferrat era llevado a una iglesia cercana, el asesino que había huido surgió de nuevo de las sombras para apuñalear repetidas veces el cadáver de la víctima. Esta vez fue capturado y sometido a atroces torturas para hacerlo confesar quién lo había mandado. Murió sin que de sus labios saliera palabra alguna. Los entendidos vieron detrás de este asesinato el sello del “viejo de la montaña” y comprendieron que Montferrat había pagado el precio de desafiarlo. Otros, sin embargo, culparon a Ricardo de Inglaterra, acusándolo de haberse opuesto a la elección de Montferrat. Entre ellos estaba Leopoldo de Viena. 120 Pinceladas de la Historia Por amar a Dios La religión que fundara Juan Calvino en Ginebra en 1536 fue la versión de protestantismo que prosperó en Francia, más que el luteranismo. Poco a poco se formaron dos grupos, los católicos, cuyo líder indiscutible era el carismático duque de Guisa, apoyado por su hermano, el cardenal de Lorena, y el de los hugonotes –que así se llamaba en Francia a los protestantes- liderados, a medias, por Gaspar de Coligny, notable y admirado militar, pero sin el arrastre que tenía el duque de Guisa. Los hugonotes, buscando un líder de sangre real, posaron los ojos en Antonio de Borbón, rey de Navarra, a quien su esposa, Juana d’Albret había llevado, vehemente, a Antonio de Borbón la nueva religión, y también en su hermano, rey de Navarra el príncipe de Condé, de carácter más resuelto que el navarro. Siendo el rey de Francia un muchacho de carácter débil y tan sólo 16 años – Francisco II- el tema no era sólo las convicciones religiosas sino incluso el quién podría ocupar el trono. La corona, aunque poco firme sobre la cabeza de Francisco, tenía como defensora a su madre, Catalina de Médicis, intrigante, valerosa y de gran visión. Juan Calvino En París, bastión del partido católico, más que el rey, reinaba el duque de Guisa a quien la plebe aclamaba y apodaba “el rey de Paris” y podía cuando quisiera dar un golpe de estado y tomar el poder. Por su parte, los hugonotes buscaban su oportunidad, 121 Roberto Gómez-Portugal M. conspirando para sentar al Borbón en el trono de Francia. Catalina buscaba calmar los ánimos, equilibrar, conciliar, protegiendo al rey y conservando la corona. El joven rey Francisco fallece repentinamente en 1560 a causa de una otitis que le produjo un absceso. Le sucede su hermano Carlos IX de sólo 10 años, de manera que Catalina ahora gobierna como reina regente. Las posiciones se radicalizan; la tensión es inmensa. El de Guisa, con la osadía que lo caracteriza, se adueña de la persona del rey y de su madre en Fontainebleau y, casi secuestrados, los conduce a Paris. Ambos grupos buscan, y encuentran, aliados fuera de Francia; los hugonotes apoyados por Inglaterra, que ve el protestantismo con simpatía, los católicos por el muy piadoso Felipe II de España. Se lucha en Le Havre, en Rouen, donde perece el Borbón de Navarra, en Orleáns, donde el duque de Guisa cae en una trampa y muere, para ser sustituido por su hijo Enrique del mismo nombre y con el mismo carisma que su padre. Los hugonotes son ahora quienes intentan secuestrar al joven rey en Meaux, pero Carlos IX logra escapar y se refugia en Paris. Carlos IX, poco después de subir al trono. Pintura de François Clouet Carlos y su madre siguen una política de conciliación, de pacificación, lo que los hace ser vistos con desconfianza por ambos 122 Pinceladas de la Historia partidos. Buscando esa pacificación, se habla de casar a Margarita, hermana del rey francés con el hijo de Antonio de Borbón y Juana d’Albret, reyes de Navarra y ambos fallecidos. El príncipe –ahora rey de Navarra, Enrique de Borbón, es el líder simbólico de los hugonotes. Margarita se opone vehemente al matrimonio, pero la boda es tan importante para reunir a las dos facciones en pugna que Carlos y Catalina obligarán a Margarita a aceptar la unión. Repentinamente el jefe militar de los rebeldes, el almirante Coligny, visita la corte en Blois y se le ve pasear a la derecha del rey. 123 Roberto Gómez-Portugal M. Los asesinos Justo en la época en que Ricardo I de Inglaterra luchaba en Tierra Santa, en la cruzada corría de boca en boca una leyenda o mito ¿o quizá era simplemente la verdad? sobre la existencia de una secta o grupo de jóvenes que vivían en algún sitio ignoto de las montañas de Daylam, más o menos en lo que hoy es Irán, aunque su fuerza cubría un amplio territorio, llegando incluso a las costas del Mediterráneo, en lo que hoy es Líbano. Se decía que eran miembros de la secta Nizari, un sector radical entre los musulmanes ismailitas. Era un grupo envuelto en el misterio que vivía gobernado por un implacable líder a quien todos se referían respetuosamente y en baja voz como “el viejo de la montaña”. Todo hombre prudente y sobre todo los reyes y señores de una amplísima región sabían que no era conveniente ofender ni desobedecer al “viejo de la montaña”. Quien lo hiciera, aún de la forma más leve, quedaba condenado a muerte en un plazo brevísimo. Reyes y señores pagaban dócilmente al “viejo de la montaña” cualquier tributo que les fuera insinuado o ejecutaban diligentemente cualquier acción que les fuera pedida, sabedores de que de lo contrario la muerte podría llegarles de la forma y en el momento más inesperados, incluso en el sigilo de la noche y aún en los recintos más íntimos y mejor vigilados, pues los mortales enviados del implacable viejo parecían tener mágicos poderes para cruzar paredes y burlar No se sabe cómo, pero los hasshashin escalaban guardias y no conocían el murallas, penetraban por ventanas o claraboyas, miedo. Se dice que eludían a los guardias y de la manera más incluso el gran Saladino, silenciosa sorprendían a sus víctimas. Nadie podía el monarca más sentirse a salvo de su alcance 124 Pinceladas de la Historia poderoso de aquellas regiones en ese tiempo, se despertó una madrugada y encontró sobre su pecho un cartel en donde estaba escrito “estás en nuestro poder” significando que ni Saladino, con todas sus huestes y fuerzas, estaba a salvo del escurridizo brazo del “viejo de la montaña”. Afirman que sus fidelísimos seguidores, dispuestos a dejar la vida en cualquier tarea encomendada, eran reclutados de singular manera. El “viejo de la montaña” había creado un edén, un maravilloso jardín replicando el paraíso que Mahoma prometía a los elegidos, en donde había prados y árboles frutales en abundancia, palacios y residencias de gran belleza y sobre todo, hermosas mujeres que bailaban, tocaban música y deleitaban de toda y cualquier manera a los huéspedes. Después de disfrutar durante algunas semanas de ese paraíso, los elegidos eran llevados ante su turbulento líder quien les encomendaba una peligrosa misión. Si la cumplían exitosamente podrían regresar a disfrutar de ese paraíso terrenal; si no la cumplían, morirían irremediablemente. Regresar a disfrutar de ese maravilloso lugar era un gran incentivo, pero evitar la muerte también motivaba fuertemente. No Para acrecentar su valor y llevar a buen término sus peligrosas misiones, los reclutas consumían hashish en fuertes dosis. Otros afirman que consumían también opio o heroína, al igual que alcohol, aunque siendo musulmanes, el consumo de alcohol iba en contra de sus convicciones. Supuestamente el uso de drogas los calmaba, según ellos, les daba fuerza y Mapa de los sitios de las cruzadas, importante área de operación de los hasshashin. 125 Roberto Gómez-Portugal M. decisión para cometer sus peligrosas acciones y los convertía en guerreros invencibles. El grupo comandado por ese siniestro “viejo de la montaña” era conocido como los hasshashin, palabra que en árabe significa “consumidor de hashish”, y de donde se deriva el término asesino. 126 Pinceladas de la Historia ¡No te sueltes! En 1865 Juárez, más que acosado por los imperialistas se sentía acosado por la pretensión de González Ortega a la presidencia y por la casi promesa que Lerdo le había hecho de entregársela el 1 de diciembre. González Ortega había ido a Nueva York y a Washington, desde donde el fiel de Matías Romero le escribía a Juárez diciéndole que no fuera a entregarle el cargo, mientras que, por otra parte, le daba “atole con el dedo” a González Ortega, ofreciéndole recepciones y presentándolo con los políticos gringos. Juárez tenía amplias facultades que había recibido del Congreso, por lo que decretar una prórroga de su período como presidente no era imposible. Lo que resultaba difícil era conseguir las suficientes lealtades para que dicha prórroga no fuera vista como un golpe de Estado y que los generales con poder efectivo no se agruparan en torno a González Ortega y lo proclamaran presidente, lo cual podría sumir al país en una violencia aún mayor. Había que desprestigiar a González Ortega de alguna manera y Juárez puso en marcha la rumorología para presentar a González Ortega como desertor y cobarde. González Ortega algo se olió y anunció su intención de regresar a México poco después, pero entonces un juez de Nueva York le dictó orden de arraigo, en razón de una demanda presentada por un tal coronel William Allen. Casualmente, Allen era el padre de Lulla (Lucrecia) Allen, una chica a quien Matías Romero cortejaba y con quien se casaría tiempo después. Para cuando González Ortega se liberó de los enredos judiciales en Estados Unidos, Lerdo había dictado ya una orden de aprehender a los generales que se hubieran ausentado del país sin autorización. A los pocos días Juárez expidió un decreto en donde prorrogaba las funciones del presidente de la república hasta que pudieran celebrase elecciones y otro en que declaraba que González Ortega había abandonado la presidencia de la Suprema Corte por haberse ido al extranjero sin permiso y sin encomienda del gobierno, olvidándose del que Lerdo le había dado cuando estaban en Chihuahua. Como llegó el 1 de diciembre sin que González Ortega se presentara a reclamar la presidencia, Juárez tuvo un argumento más para justificar la extensión de su mandato. 127 Roberto Gómez-Portugal M. La nota discordante la dio Manuel Ruíz, su otrora fiel secretario, quien desde hacía algún tiempo estaba resentido. Juárez lo había mandado a Tamaulipas como gobernador para arreglar la pugna que se traían dos lidercillos locales. Ruíz hizo bastante mal las cosas y acabó por ser expulsado de Tamaulipas. Cuando se reportó con Juárez en Monterrey quedó clasificado de manera definitiva como un inepto. Ahora Manuel Ruíz alegaba que ante la deserción de González Ortega, la presidencia de la Suprema Corte recaía en él, pues era el único ministro de la misma que había permanecido con el gobierno. Como Juárez lo tachó una vez más de estúpido, Ruíz viajó hacia el sur y se entregó a los franceses, diciendo que abandonaba el gobierno de Juárez por estar encabezado por un usurpador. González Ortega intentaba regresar a México y ya tenía algunos seguidores en Matamoros preparando una revuelta en su favor. Pero antes de que pudiera cruzar la frontera fue aprehendido por soldados de un capitán John Paulson, a la vez que el comandante militar de Brownsville se cruzó hacia México con sus fuerzas y dispersó a las tropas que el tamaulipeco Servando Canales había reunido en apoyo de González Ortega. Apareció entonces inesperadamente en el lugar el juarista Mariano Escobedo y tomó la plaza de Matamoros. Finalmente, cuando González Ortega pudo cruzar la frontera, llegó sin oposición hasta Zacatecas. Allí esperaba que el gobernador Miguel Auza lo apoyara, pero Auza ya había echado sus cartas a favor de Juárez y tomó prisionero a González Ortega, mandándolo otra vez al norte, a la cárcel de Monterrey. Desde la cárcel, González Ortega argumentó en su defensa que se le tenía preso sin juicio y sin precisión de cargos y reclamaba aún ser presidente de la Suprema Corte, pues su encargo como tal no teminaba sino hasta 1868. En cualquier caso, argüía, debía ser juzgado por el congreso y no por el Poder Ejecutivo. Aunque sus razones eran de mérito, para entonces el triunfo juarista ya se había consolidado y los diputados a quienes González Ortega apelaba para juzgarlo ya se había hecho cómplices de Juárez al permitir que su gobierno se instalara en la ciudad de México sin exigirle que entregara la presidencia. Ya nada separaría a Juárez de la presidencia, más que la muerte. 128 Pinceladas de la Historia Un juarista leal y efectivo El valiente y leal Mariano Escobedo se ganó los galones de general a lo largo de una larga y esforzada carrera como militar. Había nacido en Nuevo León, en un pueblo llamado Galeana, en 1827 y primero fue arriero, comerciante y agricultor. Sólo en 1846 tomó las armas como soldado raso contra la invasión estadounidense. Dejó unos años la milicia, pero regresó al ejército para apoyar el Plan de Ayutla, que habría de derrocar a Antonio López de Santa Anna. En la Guerra de Reforma formó parte de las dos expediciones que salieron de Monterrey para apoyar las campañas de Jalisco y Guanajuato. En Río Verde, fue hecho prisionero por el general conservador Leonardo Márquez, que tenía fama de cruel, pero Escobedo supo escaparse hábilmente. Se distinguió varias veces durante la intervención francesa y su actuación en la batalla de Puebla en 1862 le valió el ascenso a general brigadier. Escobedo fue clave en el asedio a la ciudad de Querétaro, en donde se había hecho fuerte el emperador Maximiliano con sus últimas tropas. Ayudado por la traición del general imperialista Miguel López, Mariano Escobedo tomó Querétaro el 15 de mayo de 1867 y fue él quien personalmente hizo preso al emperador. En una época llena de deserciones y de cambios de bando, Mariano Escobedo fue siempre leal y firme. Durante el gobierno de Juárez fue gobernador de Nuevo León y de San Luis Potosí. Murió en la ciudad de México a los 75 años de edad. 129 Roberto Gómez-Portugal M. Los amores de Ricardo Resulta difícil creer que el gran Ricardo “corazón de león”, paradigma de los grandes guerreros de la antigüedad, no fuera un hombre hecho y derecho. Pues, bien, hay quienes opinan que Ricardo era homosexual, o más probablemente bisexual. Su relación con su a veces amigo y a veces enemigo Felipe de Francia ciertamente induce a pensar en que entre ellos se desarrollaron actos de homosexualidad y que su relación en algunos momentos, más que de amigos fue de amantes, con incidentes bien documentados de muchas ocasiones en donde literalmente pasaron la noche en la misma cama. Se dice también que su amigo Sancho VII, hermano de Berengaria, con quien Ricardo se casaría, fue otro de sus amantes. ¿Felipe o Berengaria? ¿A quién prefieres? En cambio, el interés de Ricardo por Berengaria fue bastante escaso, pues Ricardo siempre encontró razones para retrasar su matrimonio aún cuando ya había sido negociado y aprobado por el padre de la princesa navarra. La madre de Ricardo, Leonor de Aquitania, fue a buscar a Berengaria a su tierra natal para llevarla a Sicilia donde se encontraba Ricardo, de camino a su cruzada. Ricardo encontró razones para retrasar la boda, dando siempre prioridad a la cruzada. De Sicilia fueron a Chipre, isla que Ricardo conquistó desplazando al déspota Isaac Komnenos que la gobernaba y convirtió a 130 Pinceladas de la Historia Chipre en una estupenda base de apoyo y de suministros para su cruzada. Isaac Komnenos era un tipo mañoso y violento que se había adueñado de la isla de Chipre a base de engaños y trampas. Como hijo de un funcionario de la corte bizantina de Constantinopla recibió algunos encargos del imperio, mismos que luego aprovechó para presentarse en Chipre con documentos falsificados que lo ponían al mando del gobierno. Isaac Komnenos dejó que su padrastro Constantino Makrodoukas y su amigo Andronikos Doukas afrontaran la ira del emperador bizantino Andronikos por la traición del mañoso Isaac siendo empalados ambos frente al palacio de Mangana, en Grecia. Andronikos, sin embargo, no se interesó lo suficiente por castigar a Isaac y éste se consolidó como gobernante de Chipre, haciéndose incluso coronar por el Patriarca, que él mismo había nombrado. Isaac Komnenos sujetó a los chipriotas a un gobierno autoritario y cruel, despojando a sus súbditos de cualquier bien o riqueza que le viniera en gana, violando mujeres y aplicando crueles castigos por cualquier ofensa, real o imaginaria. Incluso mandó cortarle un pie a su viejo profesor Basilio Pentakenos, acto que a todos pareció un extremo inconcebible de violencia y crueldad injustificadas. En 1191 Joanna, hermana de Ricardo Corazón de León y Berengaria, entonces prometida para casarse con el rey inglés, tuvieron la mala fortuna de naufragar en las costas de Chipre. El tiránico Isaac las hizo prisioneras y las trató de mala manera. Poco tiempo tardó Ricardo en desembarcar en Chipre con parte de las tropas que lo acompañaban a Tiro para la cruzada y en asolar con ellas la isla del impertinente reyezuelo a quien apresó fácilmente. Sin embargo, la hija del desagradable personaje, que había hecho buenas relaciones con las damas cautivas, intercedió ante Ricardo por su despreciable padre y le arrancó al inglés la promesa de que “no sometería a Isaac con hierros”. Enorme sorpresa se llevó la “Doncella de Chipre” cuando supo que Ricardo, romántico al extremo y siempre fiel a sus promesas, ordenó atar al destronado reyecito a las paredes de su calabozo con ¡cadenas hechas de plata! Finalmente, antes de abandonar Chipre, Berengaria y Ricardo se casaron en Limassol. Ricardo siguió con su cruzada y Berengaria, acompañada de Joanna, hermana de Ricardo y exreina de Sicilia, lo siguieron a Tierra Santa, compartiendo las inclemencias del interminable viaje y siendo tratadas más o menos como equipaje. Las acompañaba la hija adolescente del destronado Isaac Komnenos, quien viajaba en una indefinida condición de rehén o de huérfana adoptada. 131 Roberto Gómez-Portugal M. Berengaria de Navarra, recibiendo noticias de Ricardo Otro de los amores masculinos que se atribuyen a Ricardo “corazón de león” fue Blondel de Nesle. Se sabe poco de este trovador que compartió los afectos de Ricardo, hay quienes suponen que se llamaba Jean de Nesle, pues Blondel es solamente un apodo común en la zona del canal de la Mancha, por sus cabellos rubios. Otros afirman que se llamaba Pierre. El rey disfrutaba mucho la música y con “el güerito” de Nesle Ricardo tuvo gran afinidad, pues pasaron hermosos momentos entonando canciones, componiendo baladas y “haciendo música” juntos. El amor que le profesaba Blondel de Nesle a su rey, así como su habilidad musical, habrían de ser cruciales para el regreso del monarca a su reino 132 Pinceladas de la Historia La noche de San Bartolomé Carlos IX de Francia y su madre, la reina regente Catalina de Médicis creen poder desactivar la terrible tensión entre católicos y protestantes que ha sumido a Francia, en la segunda mitad del siglo XVI, en una cruenta guerra civil, mediante el casamiento de Margarita de Valois –hermana del rey- con Enrique de Borbón, rey de Navarra y líder simbólico del partido protestante, además de ser primo del rey francés. El problema es que muchos se oponen al matrimonio: el papa se opone, lo mismo que los extremistas de ambos grupos en pugna. Incluso el muy católico rey de España Felipe II manifestó su desaprobación. Hasta Margarita, la novia, se resiste con vehemencia, pues Enrique es célebre por sus modales rústicos y su falta de aseo. Se dice que la boca le apesta a ajo y los pies a jabalí. El rey obliga a su hermana a casarse, llegando al extremo de que, frente al sacerdote que pregunta si acepta a Enrique por esposo, Margarita se queda muda e inmóvil, pero Carlos le empuja la cabeza hacia abajo en señal de asentimiento Para la celebración de la boda se reunieron en París gran cantidad de nobles, caballeros y religiosos de ambos bandos. En la ciudad se respira un ambiente de gran tensión y particularmente un sentimiento intenso en contra de los hugonotes. Ya se presentía que el matrimonio de Margarita y Enrique serían “bodas de sangre”. El rey y su madre se sienten arrinconados por el efecto de sus propias decisiones: han otorgado a los protestantes una fuerza excesiva; he allí a su nuevo cuñado instalado en el propio Louvre. Catalina de Medicis Los católicos están a punto de explotar y se dice que el golpe de estado por parte del duque de Guisa es inminente. El rey y su madre pasan largas horas encerrados con sus consejeros estudiando todas las posibilidades. Finalmente la reina regente decide dar rienda suelta a los de Lorena –como ella llama a los partidarios de Guisa- para decapitar al partido calvinista. La madrugada del 24 de agosto de 1572 133 Roberto Gómez-Portugal M. comienzan a sonar las campanas de alarma como a las 3 de la mañana. Era el día de San Bartolomé. Los hombres habían estado esperando la señal y venían preparados con espadas, puñales, palos, arcabuces y todo tipo de armas, llevando como distintivos lazos blancos. Entraban con violencia en las casa de los hugonotes y sin mediar palabra, les quitaban la vida a puñaladas o a tiros o incluso a palos. Los gritos de muerte se escuchaban por todas partes, los heridos salían a morir a las calles donde eran apuñaleados de nuevo y la sangre corría por las calles. Incluso dentro del palacio real del Louvre los asesinatos se daban por todas partes, en las escaleras y en los pasillos, en los salones y en los patios. Enrique de Guisa en persona, acompañado de sus partidarios, irrumpió en la casa del almirante Coligny, quien se recuperaba de las heridas sufridas en un atentado apenas dos días antes. Asesinaron a todos los que se hallaban en la casa y sacando al respetado anciano del lecho de donde descansaba, lo apuñalearon y lo arrojaron por la ventana. Sus restos son descuartizados por la turba y encajados en picas. Todos los altos jefes protestantes que habían venido a París para la boda de Margarita y Enrique fueron asesinados esa noche. El único jefe hugonote que consiguió salir con vida fue el recién casado Enrique de Navarra y Borbón, quien se refugió en la cama de su esposa. La masacre se generaliza en todo París y continúa buena parte del día e incluso al siguiente día. Los cadáveres son recogidos con carretas y arrojados al Sena, cuyas aguas se tiñen de rojo. En otras ciudades ocurren asesinatos que emulan lo que pasa en París y sólo cesan varios días después. Dos días después de la terrible noche, en una Audiencia de Justicia, el rey Carlos IX asume toda la responsabilidad por la matanza – ¡como si eso sirviera de algo! 134 Pinceladas de la Historia Margarita era hija y hermana de reyes y reinas. Tres de sus hermanos fueron reyes de Francia consecutivamente y su hermana Isabel se convirtió en reina de España al casarse con Felipe II. Pero a Margarita, más que el poder, el lujo y el dinero –que bien le interesaban, pero de alguna forma los tenía y estaba acostumbrada a ellos- lo que más le interesaba, era su amante el duque de Guisa. Margarita de Valois, mejor conocida como « la reina Margot » Enrique de Guisa, además de ser el líder del partido católico era una hombre ambicioso y guapo. Su popularidad era enorme y las muchedumbres lo aclamaban por doquiera que iba. Era, sin embargo, un hombre peligroso para la monarquía francesa, es decir, para la familia de Margarita, pues lo que Guisa y sus aliados buscaban era una monarquía débil y dócil, manejada efectivamente por las grandes casas nobles de Francia, encabezadas por los de Guisa. Por esas razones el matrimonio entre Margarita y Enrique de Guisa era una imposibilidad política. Como el matrimonio de amor no es conveniente, su madre y su hermano el rey, deciden casar a Margarita por conveniencia política –que además era lo habitual para las princesas- con Enrique de Navarra, líder de los hugonotes o protestantes. El matrimonio no impide, sin embargo, que tanto Margarita como el de Navarra prosigan cada quien con sus amantes y amoríos, tranquila y civilizadamente, sin escenas de celos ni esas cosas tan desagradables. Se dice que Margarita era, en su juventud, una mujer de extraordinaria belleza, aunque en su edad madura engordó de manera impresionante. Gorda o esbelta, siempre tuvo un apetito sexual muy desarrollado y ningún escrúpulo para meter en su cama a quien le apeteciera. En caso de urgencia, dicen que invitaba a compartir su lecho hasta a sus caballerangos. En cuanto a Enrique, que habría de reinar como Enrique IV y que llegó a ser uno de los reyes más queridos por el pueblo francés, su sexualidad también era proverbial. Tanto, que la historia lo recuerda como “el rey galante”. 135 Roberto Gómez-Portugal M. De febrero a octubre La revolución que destronó a Nicolás II en febrero de 1917 pretendía instaurar una república de tipo liberal. El gobierno revolucionario fue encabezado, primero por un aristócrata, el príncipe Georgy Lvov, y un par de meses después por un socialista, Alexander Kerensky. Tratándose de revoluciones, podríamos decir que ambos eran “gente Nicolás II decente”. Kerensky no abrigaba sentimientos de odio hacia el zar, y podríamos decir que en su trato con la familia real, prisionera en el palacio de Tsarkoe Seló cerca de San Petersburgo, llegó a desarrollarles aprecio y empezó calladamente a hacer trámites para que fueran al exilio. Incluso en un afán de protegerlos de los radicales, ordenó que los llevaran a Siberia, para alejarlos del peligro. Sin embargo, Kerensky estaba bajo Aleksandr Fiódorovich fuertes presiones tanto de la derecha como de la Kérensky izquierda; el pueblo quería paz y tenía hambre. La negativa de Kerensky de que Rusia se retirara de la primera Guerra Mundial fue su error final. El partido bolchevique, encabezado por Lenin ofrecía justamente paz, tierra y pan, bajo un sistema comunista y el 25 de octubre tomaron el poder. Kerensky hizo un débil intento de resistir y luego huyó de los comunistas, escapándoseles de entre las manos para refugiarse en Francia. Lenin, que se llamaba en verdad Vladimir Illitch Ulyanov, y sus bolcheviques, eran una fracción que se había desprendido del Partido Socialdemócrata Obrero Ruso, oponiéndose a los mencheviques y adoptando una estrategia radical y de lucha armada. Lenin había cursado la carrera de derecho y desde sus años de estudiante su carácter belicoso y su participación en protestas estudiantiles lo habían 136 Pinceladas de la Historia hecho visitar la cárcel en diversas ocasiones. Años atrás, su hermano Alexander había sido detenido y fusilado por participar en un complot para asesinar al zar Alejandro III y el joven Vladimir quedó marcado por el suceso, abrigando un gran resentimiento. Sus actividades de agitación terminaron por lograr su expulsión de la universidad de Kazan, donde estudiaba y donde ya había comenzado a enamorarse de las ideas de Karl Marx. A pesar de que en 1891 obtuvo su licencia para practicar la abogacía, Lenin no se dedicó a ejercer como jurista, sino que se entregó en cuerpo y alma a la agitación y al activismo revolucionario. Siguió estudiando el marxismo y desarrollando su propias ideas y se casó con Nadezhna Krupskaya, una activista del socialismo como él. Estuvo exiliado en Siberia y cuando recuperó la libertad viajó a Suiza, desde donde publicaba sus encendidos escritos. Iba y venía entre Rusia y diversos países de Europa, huyendo cuando creía comprometida su seguridad, regresando para participar en mítines y acciones políticas para seguir agitando. Regresó en 1917 cuando presintió cercano el derrocamiento de Nicolás II y lo hizo en un tren desde Suiza hasta San Petersburgo. Todo indica que en ese viaje de regreso Lenin contó con el apoyo de Alemania, pues el vagón en que viajaba y el tren mismo venía fuertemente escoltado por militares alemanes. Es claro que el kaiser Guillermo encontró en Lenin una forma de agudizar los problemas que acosaban a su primo Nicolás y con ello de derrotar a Rusia en el frente de batalla. El caso es que el alzamiento de Lenin en octubre sustituyó el gobierno de Kerensky por un Soviet, es decir, una especie de asamblea o consejo, con Lenin a la Vladimir Illitch Ulyanov, llamado Lenin cabeza. Solo se logró un corto periodo de paz antes de que en 1918 estallara una verdadera guerra civil en Rusia, que trajo hambre, sufrimientos, dolor y muerte a millones de personas independientemente de sus preferencias políticas. Por un lado luchaban los rojos, es decir, 137 Roberto Gómez-Portugal M. comunistas, revolucionarios, bolcheviques, leninistas; y por el otro los blancos: zaristas, conservadores, republicanos, liberales y hasta socialistas moderados, opuestos todos a la revolución bolchevique. El amplio territorio de Rusia habría de quedar empapado de sangre. 138 Pinceladas de la Historia El fiel Blondel En Inglaterra había tensión. La imponente Leonor de Aquitania había llegado al reino para regirlo en ausencia del rey Ricardo y para impedir que su propio hijo menor Juan, el notorio traidor e incompetente conspirara contra él. Juan intentaba ir a Francia para conspirar “a gusto” con su cómplice el rey Felipe y lo hubiera logrado de no ser porque unos nobles leales, el buen Hugh de Lincoln y el gran William de Marshall lo alcanzaron en Southampton y le impidieron zarpar. Todo era especulación y conjetura. No se sabía si el rey estaba bien: se rumoraba que había caído prisionero. Otros aseguraban que había muerto. Finalmente llegaron mensajeros del rey de Francia: enviaba una copia de la carta que había recibido del emperador de Alemania donde éste afirmaba tener prisionero al rey de Inglaterra por quien exigiría un rescate. Mantenía en secreto el sitio donde ocultaba al prisionero. La madre de Ricardo se sentía desfallecer en su desesperación cuando escuchó los lánguidos acordes de un laúd y vio el rostro bañado en lágrimas del bello trovador que lo empuñaba. Era Blondel de Nesle, tocando una balada que había compuesto en colaboración con su rey Ricardo. Un buen día y sin decir nada a nadie, Blondel abandonó Inglaterra y atravesó el continente ganándose literalmente el pan con sus canciones, tocando en los mercados de todos los pueblos y ciudades hasta llegar a Austria. Era un chico tan dulce que se ganaba a la gente con facilidad; le daban un plato de sopa y lo dejaban dormir en el establo. En los castillos, le presencia de trovadores era siempre bienvenida. Blondel cantaba y abría sus oídos. Un día oyó que en el cercano castillo de Dürenstein había llegado un gran caballero a hacerse cargo de la fortaleza. Se trataba de Hadamar von Künring y se decía que el mismísimo duque Leopoldo había venido un par de veces al castillo recientemente. Tal vez tengan trabajo para un pobre trovador, dijo Blondel, y la mujer le recomendó que buscara a un amigo suyo que era el jefe de las cocinas. 139 Roberto Gómez-Portugal M. Trovadores y troveros Este arte nació en la Provenza, antigua provincia del sureste de Aquitania, que hoy es Francia, en la segunda mitad del siglo XI. Se extendió con gran éxito por toda la región de la Occitania, (Provenza, Delfinado, Auvernia, Lemosín, Guyena, Gascuña y Languedoc), un amplio territorio en donde se hablaba el idioma o lengua de Oc, llamada así por el término utilizado para la afirmación Oc (sí), a diferencia de la lengua de Oil, (de la cual procede el francés moderno). Los trovadores (troubadours) eran poetas y cantores miembros de la nobleza feudal que componían temas líricos o románticos y cantos de amor o trovas en ese lenguaje provenzal (langue d’ Oc) o en sus variantes (languedociano, lemosín, auvernés y gascón), representando el primer testimonio de una naciente literatura poético-musical en idioma popular, más libre del influjo germánico y con marcada influencia de rasgos moros. Este arte de los cantores y poetas pertenecientes a la nobleza va adquiriendo cada día mayor relieve e importancia hasta llegar a centrar en sí buena parte de la dinámica histórica, política y cultural de su época. Pero mientras en el sureste de Francia los trovadores cantaban en langue d’ Oc, en el norte los artistas cantan en langue d’ Oil, es decir, en el francés originario o primitivo, y se llaman a si mismos troveros (trouvères). Seguían la tradición de los trovadores provenzales pero su música tenía una mayor influencia visigótica y germánica. El rey Ricardo “corazón de león” fue quien introdujo el arte de los troubadours provenzales en el norte de Francia, dando origen a la école des trouvères, en donde él mismo sobresalió como poeta y músico. Blondel se acercó al castillo pero no se dirigió a las cocinas. Rondó en cambio la muralla, mirando siempre hacia las altas ventanas, hasta descubrir una cruzada con fuertes barras de hierro. Al pie de esa ventana Blondel se puso a entonar una hermosa canción, una que había compuesto en colaboración con su rey y que sólo ellos dos conocían. De pronto Blondel oyó una voz que contestaba sus estrofas desde lo alto. Había encontrado a su amado rey prisionero. Blondel no esperó más y emprendió al largo viaje de Retrato imaginario de Blondel regreso a Inglaterra para informar dónde de Nesle estaba preso el rey Ricardo. 140 Pinceladas de la Historia Presidente... ¡a fuerza! Después de la desastrosa guerra contra los Estados Unidos, Santa Anna abandona la presidencia en 1847 y en 1848 se embarca en Veracruz para autoexiliarse en la isla de Jamaica. Según la ley, correspondía asumir el poder al presidente de la Suprema Corte de Justicia, Manuel de la Peña y Peña, que a las pocas semanas lo cedió al general Pedro María Anaya, aquél que se había rendido a los estadounidenses en Churubusco con eso de que “si hubiera parque no estarían ustedes aquí.” Anaya se había declarado muy herido para seguir combatiendo, pero no se sintió tan mal a la hora de asumir la presidencia. Sin embargo, el gusto le duró poco, pues por una serie de tecnicismos y enredos jurídicos se le obligó a devolverla a Manuel de la Peña. El país estaba, más que convulsionado, paralizado y postrado en la más lamentable inacción. A de la Peña le tocó la triste tarea de negociar y firmar el infame tratado de Guadalupe, mediante el cual México le cedía a los Estados Unidos nuestros territorios del norte, que superaban en extensión los dos millones de kilómetros cuadrados. A cambio, México recibiría 15 millones de dólares y los magnánimos “gringos” le “perdonaban” otros dos millones de dólares en reclamaciones que databan de la época de Jackson y la guerra de Texas. A pesar de todo, de la Peña supo oponerse a la pretensión de los estadounidenses de que también se les entregara la Baja California y se les concedieran derechos de libre tránsito a través del istmo de Tehuantepec –una concesión importante, tomando en cuenta que entonces no existía todavía el canal de Panamá. José Joaquín de Herrera Dado que de la Peña era un presidente sustituto, ya a mediados de 1848, el Congreso buscó nombrar un presidente constitucional y designó al general José Joaquín de Herrera, que antes había ocupado la presidencia durante unos cuantos meses en 1845, hasta ser depuesto por el general Paredes. Aún en ese breve plazo, 141 Roberto Gómez-Portugal M. Herrera se había distinguido como hombre juicioso y honrado, además de buen administrador. Para sorpresa de muchos, el general Herrera rechazó el nombramiento a la presidencia y expuso como pretexto su débil salud. El congreso, a su vez, rechazó su renuncia y lo nombró por segunda vez. Herrera volvió a negarse a asumir la presidencia, y el congreso se vio obligado a ordenarle que se presentara perentoriamente a asumir el cargo. Al buen hombre no le quedó alternativa y se convirtió en presidente de México en junio de 1848. Por primera –y creo que también por única vez- en la historia, un mexicano tuvo que ser literalmente obligado a asumir la presidencia del país. Hay que decir, en abono de Herrera que, una vez en el cargo, se distinguió de nuevo como un administrador prudente y honrado, afrontando la difícil situación como mejor podía. A pesar de la falta de recursos en el erario, hizo lo posible por promover la economía y el uso de los recursos naturales del país. Durante su administración, se comenzó a instalar el telégrafo en México y se comenzaron las obras para distribuir agua por tuberías en la capital. Los generales facciosos no dejaban de organizar revueltas y alzamientos, pero asombrosamente Herrera pudo aplacarlas todas, teniendo que gastar en ello los dineros que él hubiera querido destinar a mejores propósitos. Se consideró casi un milagro que el presidente Herrera pudiera llegar al final de su mandato constitucional y entregar la presidencia a su sucesor Mariano Arista electo, el general Mariano Arista, y todo en un clima de paz. 142 Pinceladas de la Historia Secuestrado Los captores de Ricardo, Enrique de Alemania y su vasallo Leopoldo de Viena exigieron por su noble prisionero un rescate inmenso. Se dejaron pedir nada menos que 150 mil marcos de plata, una cifra equivalente a dos veces el ingreso anual de la corona de Inglaterra. Leonor de Aquitania, la madre de Ricardo, siempre lo había considerado su hijo preferido y estaba dispuesta a cualquier esfuerzo para lograr su liberación. Exigió a todos los terratenientes de Inglaterra, lo mismo laicos que religiosos un impuesto extraordinario equivalente a una cuarta parte del valor de sus propiedades. Confiscó todos los tesoros de oro y plata de las iglesias y destinó todo lo recaudado por el carrucage y el escuage al rescate de Ricardo. Estatua de Ricardo Corazón de León que se alza frente al edificio del Parlamento en Westminster, en Londres El escuage y el carrucage eran dos antiguos impuestos medievales que se aplicaban en Inglaterra; el primero a los caballeros, como un pago por liberarse de los deberes militares que tenían que prestar a su señor. El segundo era un impuesto aplicable a los campesinos en razón de la tierra cultivable que poseyeran. Mientras Leonor trataba de reunir fondos para el rescate de Ricardo, su hermano 143 Roberto Gómez-Portugal M. Juan –el llamado “sin tierra”- que no deseaba el retorno de su hermano para poder sentarse él en el trono de Inglaterra, se confabuló con Felipe de Francia, ese amigo-amante-enemigo de Ricardo. Entre los dos ofrecieron a los secuestradores 80 mil marcos por que mantuvieran cautivo a Ricardo. Pero -¡faltaría más! Enrique de Alemania era un secuestrador honrado ¡y se negó! Finalmente en febrero de 1194 Ricardo fue liberado. Felipe de Francia le mandó un mensaje a Juan: Cuídate, ¡el diablo anda suelto! 144 Pinceladas de la Historia Conquistadores La mayor parte de los conquistadores que vinieron a en el siglo XVI a “hacer la América” eran hombres que tenían poco que perder y todo por ganar. Uno de ellos fue Francisco Pizarro, un hombre cuya infancia como hijo bastardo de un hidalgo de Extremadura había sido sumamente pobre y difícil. El chico no tuvo prácticamente educación, no fue a la escuela y como no sabía siquiera leer y escribir, el mejor empleo que pudo conseguir fue el de cuidar cerdos. Por eso, en cuanto tuvo edad se alistó en el ejército y tomó parte en las guerras de Italia en los ejércitos del llamado Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Pero mejor aún que hacer la guerra en Italia era hacer la conquista en América. ¡Noble empresa! Conquistar nuevas tierras para Dios y para la corona era una elegante manera de llamar a lo que en verdad era asaltar a sangre y fuego, matar, robar, esclavizar, violar mujeres, despojar y arrasar el territorio en la búsqueda de oro y poder. Estatua de Francisco Pizarro, conquistador del Perú, en el Parque de la Muralla, en Lima. No parecen guardarle mucho cariño los limeños, pues la pusieron en una ubicación poco favorecida, semioculta por una rampa y sin pedestal o zoclo. Antes gozaba de un sitio mucho más principal, justo frente al Palacio de Gobierno y al Palacio Municipal de Lima. 145 Roberto Gómez-Portugal M. Pizarro llegó al nuevo mundo en 1502 en la expedición de Nicolás de Ovando, que llegaba como nuevo Gobernador de la isla La Española. Pizarro, de carácter fuerte y osado, se fue a explorar la América central y al cabo de unos años se hizo encomendero –forma segura de hacerse rico explotando a los indios- e incluso llegó a ser alcalde de la ciudad de Panamá. Allí conoció Pizarro a Diego de Almagro, un castellano también bastardo y pobre que había llegado a América algunos años después que Pizarro. La infancia de Almagro había sido igual de dura, huyendo de la tutela de su tío que lo criaba con un exceso de rigor. Cuando fue a despedirse de su madre, ella le dio un trozo de pan y unas monedas, diciéndole: “Vete, hijo mío, y no me des más dolor. Que Dios te acompañe en tu ventura”. Almagro llegó a América en 1514 y después de algunos éxitos en incursiones de conquista, se hizo de algún renombre y se asentó en Panamá, que era entonces un hervidero de ansiosos capitanes buscando fama, poder y riquezas al precio que fuere. Durante algunos años, Almagro se ocupó en Panamá de administrar sus bienes y los de su amigo Francisco Pizarro, y los dos capitanes estrecharon su amistad y confianza y sumaron a su círculo al sacerdote Hernando de Luque, que a pesar de ser eclesiástico compartía con ambos las ansias de gloria y de riquezas. La amistad se formalizó en sociedad y en 1524 les fue dado el permiso para emprender la conquista de las tierras que habrían de ser el Perú. 146 En su ciudad natal de Trujillo, en Extremadura, España, la estatua ecuestre de Pizarro es, en cambio, magnífica, y está situada en la plaza principal de la población. Claro, los pobladores de Trujillo no tuvieron que soportar las acciones de Pizarro, por lo que están dispuestos a reconocerle más gloria que los peruanos. Pinceladas de la Historia Pizarro y Almagro emprendieron por mar desde Panamá dos viajes hacia el sur durante los cuales sólo encontraron dificultades y peligros. Sus incursiones a tierra tampoco fueron exitosas, aunque seguían escuchando de los indios rumores fabulosos –quizá inventados, acicateando la codicia de los españoles- sobre tierras donde los árboles tenían las hojas de oro y por los arroyos corría plata en vez de agua. En un tercer viaje, que emprendió Pizarro sólo, pues Almagro se dedicó a conseguir dinero y soldados para equipar otra nave, pudo llegar hasta el territorio de los incas. Pizarro encabezaba una tropa de 62 andrajosos caballeros y 106 soldados de a pié, en estado igualmente lamentable. Los españoles quedaron maravillados ante las obras de ingeniería, los ropajes y sobre todo las joyas de aquella gente que, a pesar del lujo en que vivían sus nobles y reyes, no tenían sistema de escritura ni usaban la rueda. El Inca Atahualpa –un soberano aún joven y de agradables modales- era el gran monarca de ese imperio. Los desarrapados españoles se presentaron en son de paz y fueron recibidos igual por los indígenas, asombrados quizá de igual manera por los barbudos españoles que parecían mitad bestia y mitad hombre. Al cabo de unos días y envolviéndolo en melosas promesas de amistad, Pizarro invitó a Atahualpa a parlamentar y el monarca y su extensa corte se presentaron sin armas en la ciudad de Cajamarca, ignorantes de que el comandante español les había preparado una trampa. Los españoles, después de asesinar a miles de indígenas, que protegían con sus cuerpos la sagrada figura del emperador, hicieron prisionero a Atahualpa. El Inca, sabiendo que lo que los violentos extranjeros deseaban era oro, ofreció entregarles, a cambio de su libertad, todo el oro y joyas que cupieran en la estancia en El Inca Atahualpa donde se hallaba preso, lo que se estima en unos 22 pies de largo, 147 Roberto Gómez-Portugal M. por 17 de ancho y 9 de altura. Pizarro aceptó el acuerdo y lo que sería el rescate más cuantioso jamás pagado empezó a reunirse en Cajamarca, procedente de todos los rincones del imperio inca. De nada le sirvió a Atahualpa reunir esa prodigiosa fortuna, pues Pizarro renegó de su promesa y mantuvo cautivo al Inca aún después de cobrar el rescate. En aquel fatídico momento, Atahualpa libraba una guerra por el poder con su hermano Huáscar, por lo que Pizarro y Almagro, que llegó al Perú poco después, pudieron consolidar su control, aprovechando la división entre los indígenas. Además, el pueblo detestaba a sus soberanos y a toda su La batalla de Cajamarca, 1832 corte, pues vivían sometidos y explotados por las castas de nobles y religiosos, de manera que les daba más o menos lo mismo que sus opresores fueran incas o españoles, por lo que no ofrecieron una fuerte resistencia a los invasores. Desde su cautiverio, Atahualpa ordenó la muerte de su hermano y rival Huáscar, lo cual contribuía a despejar el campo de enemigos para los dos españoles. Ellos, a su vez, después de tener al Inca preso durante nueve meses, decidieron acusarlo de sedición, idolatría, poligamia, fratricidio e incesto, por todo lo cual se le condenaba a morir en la hoguera. Finalmente y para que no se les acusara de inmisericordes, decidieron conmutarle la sentencia por muerte al garrote vil –una especie de horca- cuando el Inca aceptó convertirse al cristianismo antes de morir, el 26 de julio de 1533. La suerte no dejó de sonreírles tampoco, pues su socio en la empresa, el religioso Hernando de Luque, que se había quedado en Panamá, encargado de los temas financieros y administrativos de la expedición, tuvo la buena ocurrencia de morirse en 1532. Francisco Pizarro y Diego de Almagro, dos bastardos sin educación ni recursos, pero eso sí, también sin escrúpulos, son el mejor ejemplo de lo que podía alcanzarse en el nuevo mundo. 148 Pinceladas de la Historia París bien vale una misa Pero la matanza de San Bartolomé, lejos de terminar con las guerras de religión, no hizo sino atizar la sed de venganza de los protestantes, que aún existían en grandes números por todo el país. Los alzamientos y la batallas continuaron por doquier. Carlos IX concede la libertad de cultos a varias ciudades, pero no en París, que sigue siendo bastión de los católicos. El rey, siempre débil física y psicológicamente, se debilita también en lo político. Cae enfermo y muere de pleuresía en 1574. Le sucedió su hermano menor Enrique III de Valois, aunque la que seguía gobernando era su madre, Catalina de Médicis. El forcejeo entre los dos grupos religiosos seguía dividiendo y ensangrentando al país. Los hilos del poder se entretejen de complicadas formas pues Margarita, hermana del rey, es esposa de Enrique de Navarra, líder de los hugonotes y primo del rey, y a la vez amante del duque de Guisa, líder del bando católico. Enrique III es un joven inteligente aunque terriblemente afeminado que se entrega a fiestas y bailes rodeado de sus “mignons”, aduladores igualmente afeminados y decadentes que él. Se desarrolla entonces la guerra de los tres Enriques (el Enrique III de Francia, el último Valois propio rey de Francia, el duque de Guisa y el de Navarra y Borbón). No pudiendo vencer al de Guisa en el campo de batalla, Enrique III le tiende una emboscada y lo hace asesinar a puñaladas en los pasillos 149 Roberto Gómez-Portugal M. mismos del castillo de Blois. El destino habría de pagarle con la misma moneda pues algún tiempo después un monje fanático de la liga católica llamado Jacques Clément, se acerca al rey pretextando entregarle un mensaje y lo mata a puñaladas. No queda más que Enrique de Navarra, el hugonote, quien se hacía pasar por tonto pero era probablemente el más inteligente de todos. Enrique IV de Francia, el primer Borbón 150 Enrique es lo suficientemente sensato para darse cuenta de que un rey protestante no podría sentarse jamás en el trono de la católica Francia. Se le atribuye a él la célebre frase de que “Paris bien vale una misa”, aunque más probablemente la haya pronunciado su sabio consejero Cotton al insistir en que Enrique debe abrazar el catolicismo y conseguir con ello la paz, la corona y el poder. Enrique, -ahora Enrique IV, con quien da principio la dinastía de los Borbones en el trono de Francia- expidió en 1589 el famoso Edicto de Nantes concediendo la libertad religiosa. Pinceladas de la Historia ¿Cómo te llamas? Felipe II de Francia –a quien luego apodaron Felipe Augusto- no sólo tuvo sus dificultades y pleitos con Ricardo I de Inglaterra sino también con el sucesor de éste, su hermano menor, Juan sin Tierra. Cuando por fin hicieron las paces y firmaron el tratado de Goulet, parte del acuerdo fue que el hijo y heredero de Felipe se casara con una sobrina de Juan, hija de su hermana Leonor Plantagenet. Era el año 1200, y en la corte castellana se aburrían dos hermosas adolescentes, de doce y trece años, respectivamente. Aunque fueran hijas del rey, tenían poco qué hacer en el austero castillo de Palencia, como no fuera pasar las horas rezando porque la campaña contra los moros que tenían invadida media península ibérica fuera exitosa. De vez en cuando llegaba a la corte algún juglar o trovador. Tal vez entonces las jóvenes princesas recibieran autorización para presentarse en el gran salón y escuchar el relato de las últimas nuevas ocurridas en el territorio o en los reinos vecinos, y enterarse de las hazañas militares, incluyendo la detallada descripción de las masacres impuestas a los moros o, peor aún, sufridas por los cristianos a manos de los infieles. Pero un día recibieron la visita de alguien cuya presencia causó más conmoción que cualquier juglar. Se trataba de su propia abuela, la famosísima y turbulenta Leonor de Aquitania, quien a pesar de haber cumplido ya los ochenta años, viajó hasta Palencia en mitad del invierno, a la corte de su yerno Alfonso VIII de Castilla, para hablar del matrimonio que habían concertado los reyes de Inglaterra y de Francia. Al rey de Castilla le molestó un poco que fueran otros los que pretendieran decidir con quién habrían de casarse sus hijas, pero ciertamente no le pareció mal la idea de que una de ellas fuera esposa del futuro rey de Francia, así que accedió. La pregunta que se le presentaba de inmediato era ¿con cuál de las dos? La abuela Leonor dijo que al príncipe francés seguro que le daría igual, pues no conocía a ninguna y además era sólo un muchachito de doce años. Pero había que hacer las cosas bien y Alfonso decidió que lo mejor sería preguntarle al rey francés con cuál de las infantas quería casar a su hijo. Los mensajeros partieron de inmediato hacia Paris. 151 Roberto Gómez-Portugal M. El rey de Francia, confrontado con la pregunta, escogió como embajadores a algunos caballeros de su confianza, cortesanos de buen gusto y conocedores en materia de mujeres, a quienes mandó a Palencia con la misión de escoger y traer consigo a la princesa que les pareciera más adecuada. En Castilla se esperaba con ansiedad y emoción la llegada de la respuesta y cuando se presentaron los embajadores del rey, la conmoción fue grande. Las princesas, recluidas en sus habitaciones, escasamente podían controlar sus nervios. Los recién llegados fueron recibidos con las formalidades debidas a su rango y llegado el momento, don Alfonso ordenó que las princesas fueran invitadas a venir. Cuando las princesas aparecieron, los franceses notaron de inmediato que la mayor de las hermanas era decididamente la más bella, y el intercambio de miradas entre ellos fue suficiente para saber que la opinión era general. Entonces el rey Alfonso VIII exclamó con orgullo: “¡Os presento a la mayor, la infanta Urraca y a su hermana, la infanta Blanca!” Urraca no era nada fea, pero el nombrecito la fastidió y le impidió ser reina de Francia. Tuvo que conformarse con ser reina de Portugal, pues se casó con en 1208 con el heredero portugués, el infante Alfonso, que en 1211 accedió al trono bajo el nombre de Alfonso II de Portugal. Aquí la vemos representada por Genevieve Page en la película El Cid, que se filmó en 1961 152 Los embajadores franceses procuraron ocultar su asombro, pero su atención giró de pronto hacia la menor de las hermanas, que aunque menos agraciada, repentinamente parecía la mejor selección. “Sería de esperar que la hija mayor fuera quien se casara primero, la infanta Urraca”, se atrevió a opinar el rey don Alfonso. Con toda cortesía el caballero que encabezaba el grupo de franceses respondió. “Sin duda, Sire, pero nos parece que el nombre de Blanca es más adecuado para una reina de Francia. Tengo el honor”, continuó el francés, “de pedir a su majestad la mano de la infanta Blanca para el príncipe Luis de Francia”. Pinceladas de la Historia A finales de marzo del año 1200 Blanca de Castilla emprendió el viaje a Francia, acompañada de su infatigable abuela Leonor de Aquitania, para conocer a quien habría de ser su marido, el futuro Luis VIII. Coronación de Luis VIII y Blanca de Castilla 153 Roberto Gómez-Portugal M. Vida de santo Luis tenía solamente doce años cuando murió su padre, el rey Luis VIII de Francia, pero su madre, Blanca de Castilla, asumió de inmediato el papel de proteger al joven heredero. La reina Blanca era una española de fuerte carácter y gran devoción. ¿Cómo no iba a serlo, si tenía entre sus parientes cercanos a Santo Domingo de Guzmán y al rey castellano Fernando III el Santo? El joven Luis IX fue proclamado rey a la muerte de su padre pero los principales nobles, viendo la corta edad del monarca y creyendo débil a la reina, se rebelaron contra “la extranjera”. Sin embargo, antes de que los revoltosos se organizaran, la reina Blanca reunió un ejército y los atacó en Chinon, donde se habían pertrechado los conspiradores, derrotándolos totalmente. Durante los años siguientes, la mamá de Luis gobernó el reino con mano de hierro, a la vez que educaba a su hijo en la devoción y el ascetismo. El tiempo pasa de prisa y Luis había ya cumplido 19 años, de manera que su madre estimó conveniente buscarle esposa y pensar en asegurar la descendencia. Recurrió a algunos monjes de su confianza y les dio la encomienda de buscar candidatas entre las princesas de las casas reales. Dos condiciones fijó El castillo de Chinon la reina como indispensables: que fueran doncellas de virtud intachable, y que no fueran muy bellas, por aquello de que Luis no cayera en la concupiscencia. La elección recayó en Margarita, hija del Conde de Provenza Ramón Berenguer V, que acababa de cumplir catorce años y reunía las condiciones exigidas. La reina envió al obispo de Sens encabezando la delegación de religiosos a pedir la mano de la infanta y llevarla a donde se celebraría el enlace. Cuando Luis y su madre contemplaron por primera vez a Margarita, la reina cayó en la cuenta de que sus queridos monjes no sabían nada de mujeres y Luis se alegró de ello, pues Margarita poseía una belleza absolutamente extraordinaria, además de una gran simpatía que cautivó a Luis inmediatamente. 154 Pinceladas de la Historia El matrimonio se celebró al día siguiente –12 de mayo de 1234en Sens y durante la fiesta la reina madre se veía un poco molesta. A cierta hora, la novia se levantó con la debida ceremonia anunciando que se retiraba a sus aposentos. El rey se disponía al poco rato a seguirla cuando fue interceptado por su madre. Antes de subir a las habitaciones de Margarita, Blanca obligó a Luis a pasar a la capilla para meditar sobre el paso que había dado y lo que el futuro le depararía. Margarita se durmió sola empapando de lágrimas las almohadas. Toda la noche y el día siguiente el rey siguió prisionero de su madre en la capilla y no fue sino hasta la tercera noche en que se le permitió a Luis subir a consumar su matrimonio. Blanca montó guardia tras de la puerta y cuando le pareció que el tiempo transcurrido era suficiente, entró a la cámara nupcial diciendo ¡basta! y obligando a Luis a irse a dormir a otra habitación. Cuando la corte regresó a Paris, Margarita y Luis aprovechaban la penumbra de los pasillos del palacio de Louvre para regalarse mutuamente momentos de amorosas caricias pero seguían acosados por la vigilancia constante de la reina Blanca, quien los seguía obligando a mantener dormitorios separados. Margarita se consiguió un perrito faldero muy malhumorado que gruñía en cuanto oía acercarse a la reina madre, con lo cual Luis podía esfumarse apropiadamente, pero a pesar de esta estratagema, los jóvenes esposos encontraban la vida imposible. A Luis se le ocurrió entonces anunciar que la corte Luis IX de Francia, San Luis abandonaría el lúgubre palacio del Louvre para instalarse en el palacio de Pontoise, más luminoso y alegre. Luis había tenido la precaución de mandar construir una escalera secreta que unía los aposentos del rey, ubicados en un piso, con los de su esposa, en el piso de abajo. Así pudo la joven pareja encontrar finalmente momentos de privacía, al menos durante un tiempo, pues la reina madre terminó por descubrir el pasadizo y lo mandó clausurar. De 155 Roberto Gómez-Portugal M. alguna manera la pareja supo arreglárselas, aunque les tomó tiempo, pues el primer hijo no llegó sino hasta el sexto año de su matrimonio. Después habrían de adquirir más práctica, pues finalmente fueron once los vástagos de Luis y Margarita. De cualquier forma, Luis aspiraba a más libertad de la que gozaba así que empezó a jugar con la idea de irse a la cruzada y un día se lo comunicó a su madre. La reina Blanca “puso el grito en el cielo” diciendo a su hijo que su lugar era en el trono de Francia, y no en los caminos buscando aventuras y peligros. La idea tuvo que ser olvidada. Pero poco tiempo después, el rey tuvo que hacer frente a una rebelión de varios nobles encabezados por Hugo de Lusignan, conde de la Marche, aunque la verdadera incitadora del conflicto fue la esposa de Hugo, Isabel de Angulema. Al regresar victorioso de esta campaña Luis cayó enfermo de fuertes fiebres, que no cedían aún después de pasados ocho días. Los médicos se declararon impotentes y anunciaron que el rey moriría en cualquier momento. Sin embargo, Luis se fue recuperando hasta recobrar la salud. Ya de regreso en el Louvre y cuando todos daban gracias a Dios por la milagrosa salvación del rey, Luis anunció que durante lo más profundo de su enfermedad había hecho a Dios una promesa: la de emprender una cruzada a tierra santa si recobraba la salud. La reina madre creyó desfallecer, pero incluso los obispos opinaron que el rey tenía que cumplir la palabra empeñada. El rey se trasladó a la población de Aigues Mortes –en la pintoresca Camargue- para desde allí organizar sus huestes y hacer construir las galeras que los llevarían al medio oriente. Cuando todo estuvo listo, Luis reclamó la compañía de su esposa en la cruzada, pues ella, aunque mujer, también tenía un alma que salvar y debía acompañarlo. Su 156 Las murallas de Aigues Mortes Pinceladas de la Historia madre se quedaría como regente del reino. Antes de partir de Aigues Mortes, Margarita se supo encinta otra vez. Era 1248. La flota hizo escala en Chipre y como el sitio les pareció agradable, se quedaron allí durante seis meses. Podría decirse que fue una luna de miel. Finalmente fue necesario continuar la expedición y los cruzados tomaron Damietta, una ciudad en la desembocadura del Nilo. Se instalaron en una lujosa mansión árabe cuyo patio, lleno de rumorosas fuentes les daba “la ilusión de estar en el paraíso”. La campaña continuó y Luis intentó capturar Mansourah, una población sobre la ruta hacia El Cairo. La batalla fue desastrosa pues los musulmanes bombardearon a los cristianos con un arma que éstos desconocían: el fuego griego, sembrando el pánico y haciéndoles muchas bajas. El ejército de Luis emprendió la retirada pero antes de poder regresar a Damietta, el rey cayó víctima de la disentería, provocada por las aguas pestilentes que había tenido que beber. Se refugiaron en Kiercé, pero los musulmanes no tardaron en rodearlos y tuvieron que rendirse. Luis, que quiso conocer la libertad y el amor, era ahora prisionero de los infieles. Mientras tanto, en Damietta, Margarita trajo al mundo a un varoncito, que decidió llamar Juan Tristán, a causa de los difíciles momentos que pasaban. Margarita supo, no obstante, defender Damietta y usar la ciudad como moneda de cambio, entregándola a los sarracenos por la liberación de su esposo. Después de una derrota así, lo prudente hubiera sido regresar a Francia, pero ni Luis ni Margarita tenían ganas de volver, así que siguieron hacia Palestina y permanecieron allí cuatro años más. En Jaffa nació otro bebé, una hija a la que pusieron Blanca, por “amor a la reina madre”. Las fuerzas de Luis IX atacan Damietta Luis había prácticamente perdido su ejército, por lo que su sueño de 157 Roberto Gómez-Portugal M. reconquistar Jerusalén quedaba archivado. Luis y los suyos se contentaban con viajar por la región, visitando los santos lugares, especialmente Nazareth, para rezar en ellos y pisar los caminos que el propio Cristo había pisado. Los musulmanes, sabiendo que el grupo de cristianos no representaba una amenaza, permitía gustosamente su peregrinaje y se dice que el sultán As-Salih Ayyub, descendiente dinástico del gran Saladino, que había luchado contra Ricardo “corazón de león”, más de un siglo atrás, hacía llegar al rey francés cajas de deliciosas peras empacadas en hielo que traían de las montañas, para que él y los suyos se refrescaran. ¡No faltaría más! Aunque enemigos e infieles, la caballerosidad y la cortesía no podían estar ausentes entre nobles y reyes. El fuego griego Supuestamente el inventor del fuego griego había sido un cristiano sirio originario de Heliópolis, llamado Calínico, allá por el año 673, pero como sus señores cristianos no habían querido comprarle el invento, el hombre, sin ningún escrúpulo se lo había vendido a los musulmanes. Para la época, se trataba de un arma formidable: era un líquido espeso y viscoso que se inflamaba y producía tremendos estragos. Solían poner la sustancia en unas ollas de barro, y lanzarlas, encendidas con una especie de catapulta. Incluso desarrollaron la forma de hacerlo fluir en unas mangas de cuero y dirigirlo así al objetivo. Si el chorro de fluido ardiente caía sobre el agua, flotaba sobre ella y seguía ardiendo, por lo que podía usarse tanto en tierra como en el mar. Algunos piensan que Calínico había aprendido los conocimientos que le permitieron desarrollar el arma de los químicos de Alejandría, pero sólo estudios relativamente recientes han logrado identificar los siete ingredientes de este ingenioso invento: petróleo en bruto, o petróleo crudo, para que flotase sobre el agua, azufre, que al entrar en combustión, emite vapores tóxicos, cal viva, que reacciona liberando mucho calor y así facilitaba el incendio de todo aquello con lo que entraba en contacto, principalmente madera, resina bituminosa, para activar la combustión de los ingredientes, grasas para aglutinar todos los elementos, y nitrato de potasio, es decir, salitre que desprende oxígeno al inflamarse, permitiendo de esta forma que el fuego continúe ardiendo incluso bajo el agua. Un buen día, se presentó en el campamento de los cruzados un mensajero procedente de Francia. Portaba una terrible noticia: la reina Blanca había muerto. Luis estaba devastado; durante dos días no pudo 158 Pinceladas de la Historia articular palabra. Margarita también lloraba intensamente. Alguien de su confianza se atrevió a preguntar el por qué de su lágrimas, siendo claro que entre ella y su suegra no había buenos sentimientos. Margarita respondió: “No lloro por la reina Blanca, sino por la pena que aflige al rey”. Poco tiempo después, la flota real zarpó de regreso a Francia. Cuando, después de tres meses de travesía desembarcaron, habían pasado seis años desde su partida. Al regresar a Paris, Luis no quiso volver a habitar en el lúgubre palacio de Louvre sino que se instaló su corte en el castillo de Vincennes, que le parecía más alegre. Allí vivieron algunos años y Margarita creyó haber encontrado la felicidad, mimada por su esposo y rodeada de sus hijos. Hasta que un día Luis le comunicó que, asesorado por sus sacerdotes, había tomado la decisión de entregar la corona a su hijo mayor y hacerse monje. Margarita estalló en cólera, pero pronto se controló e hizo venir a todos sus hijos. Les dijo: “Estos santos señores han convencido al rey, su padre, de renunciar a la corona y hacerse monje. ¿Qué prefieren ustedes? ¿Ser conocidos como hijos de rey, o como hijos de monje?” A una sola voz, los hijos dijeron que querían ser hijos de rey, y junto con Margarita, rogaron a Luis que abandonara la idea. Al rey no le quedó más que acceder. Pasaron los años y el reino de Francia prosperaba bajo la mano de un rey sabio y bueno. Pero en 1268 Luis IX anunció que emprendería una nueva cruzada. Esta vez Margarita no lo acompañaría. Al poco tiempo abandonó Vincennes y ella quedó a cargo del reino y de los hijos. No volvería a ver a su amado Luis, quien murió ante los muros de Túnez el 25 de agosto de 1270, víctima, no de las lanzas de los musulmanes, sino de una epidemia de peste. Margarita vivió veinticinco años más, recordando tal vez la escalera secreta del palacio de Pontoise. En 1297 Luis IX fue canonizado por el papa Bonifacio VIII. 159 Roberto Gómez-Portugal M. Una muerte tonta Ricardo no lograba imponer paz en Normandía. Felipe, el rey de Francia del cual Ricardo era técnicamente vasallo por el ducado, no cesaba de incitar a los barones normandos a crearle problemas a Ricardo en aquellas tierras. Ricardo decidió construir un castillo extraordinario en Normandía, un castillo que le ayudara a controlar la región y que fuera también una expresión de su fuerza, de su determinación y de su valentía. Construyó una hermosa fortaleza justo en las fronteras de sus tierras con las del rey de Francia, un castillo desafiante a las orillas del Sena, cerca de los pueblos de Les Andelys, el grande y el pequeño- y lo llamó Château Gaillard, que puede traducirse no sólo como gallardo, sino más bien como osado, atrevido, desafiante. Desde ese castillo, que representaba tan fielmente el carácter mismo de Ricardo, siguió guerreando contra Felipe hasta que éste tuvo que pedir paz. Se reunieron a parlamentar en las aguas mismas del Sena –Felipe a caballo, Ricardo sentado en una barcahasta que llegaron a un acuerdo. Se habló incluso de sellar la paz con un matrimonio. Luis, el hijo de Felipe, se casaría con una sobrina de Ricardo. Se separaron para esperar que sus ministros y abogados resolvieran los detalles y prepararan los documentos que firmarían ambos monarcas. Pasaron los días y Ricardo se aburría en su querido Château Gaillard. Una noche, Ricardo disfrutaba con sus soldados una cena de jabalí asado y el capitán de su guardia le relató un rumor que había oído: Achard, el señor de una comarca llamada Chalus había encontrado un tesoro cuando sus campesinos araban un campo. Decían que se trataba de una maravillosa estatua de oro puro que representaba a un rey, probablemente un antiguo monarca de Aquitania. A Ricardo le brillaron los ojos. Por lógica, el tesoro debía corresponderle al señor de esas tierras, que desde luego, era él. Además, exhausta como estaba su tesorería por las guerras contra Felipe, un poco de oro le vendría muy bien. Mandó un mensajero a decirle a Achard que se preparara para recibir a su señor y se dirigió a Chalus la mañana siguiente. 160 Pinceladas de la Historia Cuando estaba ya por llegar a Chalus, un mensajero de Achard vino a explicarle que la noticia del hallazgo era muy exagerada; no había ninguna estatua de oro ni nada parecido. Tan sólo habían encontrado una olla llena de monedas y Adamar de Limoges, de quien Achard era vasallo directo, ya había reclamado el hallazgo y no iba a a entregárselo Ricardo. En todo caso, Achard proponía a Ricardo buscar la mediación del rey de Francia, ya que Ricardo, como duque de Ruinas del castillo de Chalus, en la región de Limousin Normandía también era vasallo de Felipe. Nada podía hacer explotar el carácter indomable de Ricardo como una desafío así: que un vasallo suyo pretendiera imponerle a él un arbitraje, ¡y menos el de Felipe de Francia! Achard y Adamar se habían refugiado en el castillo de Chalus y recordaron a Ricardo que era tiempo de cuaresma, un mal momento para ponerse a guerrear por un poco de oro. Pero Ricardo ya había decidido que los haría trizas y la batalla comenzó. Entre los sitiados en Chalus estaba Bertrand de Gourdon, un caballero que guardaba profundo resentimiento contra Ricardo porque había perdido a su padre y a su hermano en las guerras de Aquitania. Un gran guerrero como Ricardo “corazón de león” había visto a la muerte cara a cara muchas veces y ciertamente no le tenía miedo, por lo que siempre solía compartir con sus soldados la primera fila. En sus frecuentes guerras y sobre todo en la cruzada que emprendió a Tierra Santa, Ricardo pudo haber caído víctima de una flecha o de un mandoble, a manos de algún emir igualmente fiero y noble como él mismo. La muerte pareció estar a punto de ganarle la partida a Ricardo 161 Roberto Gómez-Portugal M. varias veces cuando cayó enfermo, víctima del clima inclemente, de la insalubridad, o de las terribles fiebres tercianas que recurrentemente lo agobiaban. Aunque la crueldad no era su signo, Ricardo también usó la muerte como instrumento, como cuando, después de la batalla de Acre, mandó matar a más de 2,700 prisioneros árabes a los que tenía como rehenes porque Saladino, que había prometido pagar por su liberación un fuerte rescate, se tardó más de lo acordado en reunir el dinero. Ahora se trataba de dar a estos maleducados de Chalus una lección, sin olvidar el asunto del pequeño tesoro. Ricardo disparó con su ballesta una flecha que por poco hace blanco en Bertrand y fue a incrustarse en el muro. Bertrand arrancó la flecha de la pared y la puso en su propia ballesta para atacar al rey con su misma flecha. Bertand tuvo mejor puntería y el proyectil alcanzó a Ricardo abajo del cuello, a la altura de la clavícula. Minutos después las fuerzas del rey de Inglaterra se adueñaban del insignificante castillo de Chalus, pero Ricardo estaba herido. Trataron de sacarle la flecha y se rompió. Hubo que hacer la herida más grande para extraerle los fragmentos de la punta. Pasaron unos días y la herida se infectó. El dolor era indescriptible. Luego sobrevino la gangrena. Ricardo era hombre muerto. Hubo todavía tiempo para que su madre, Leonor, viniera desde Fontevrault, cerca de Anjou, para ver morir a su hijo favorito. Ricardo mandó llamar a sus obispos y ministros y nombró a su hermano Juan heredero del trono de Inglaterra, aun a sabiendas de la clase de gusano que era su hermano. Mandó llamar también a Bertand de Gourdon, quien se mostró altivo y feliz de verlo moribundo, diciendo que había vengado a sus familiares. Ricardo desoyó a quienes le sugerían someter a Bertrand a las más terribles torturas, y lo perdonó. También hizo venir a Berengaria desde Château Gaillard. Se Restauración imaginaria de despidió de ella y le pidió perdón: Château Gaillard, la mansión favorita de Ricardo. quisiera –le dijo- haber sido un mejor marido. 162 Pinceladas de la Historia Luis no quería a su papá Luis no quería para nada a su papá. La familia –especialmente del lado paterno- no había sido en nada modelo de amor ni de buen entendimiento, pero Luis consideraba que su padre, Carlos VII era un blandengue y un indeciso, y tenía mucha razón. Luis aspiraba a controlar el poder de los nobles y a fortalecer la autoridad del rey y propiciar así la recuperación del país, devastado y empobrecido por la guerra de cien años. Desde joven había manifestado su carácter decidido y hasta cruel, contrastando con la debilidad de su padre. Con apenas 14 años, Luis había encabezado un pequeño ejército que tomó la población de Chateau Landon, en donde se había refugiado una guarnición inglesa. Los ingleses se sorprendieron que el comandante de la fuerza francesa fuera casi un niño y más se sorprendieron cuando, en un ataque relámpago, los dominaron y los hicieron prisioneros. Esta rápida victoria Carlos VII, el padre de Luis llenó al delfín de un embriagador orgullo y, como generoso comandante, organizó para sus oficiales un banquete que debía servirse en los jardines del castillo recién tomado. Al llegar a los postres, el delfín levantó su copa y anunció que tenía una diversión que ofrecer a su hombres. Acto seguido entraron todos los prisioneros ingleses, atados con cuerdas y rodeados de guardias. Al final venían cinco gigantes armados con impresionantes mazas de hierro. –“Son los ‘casca nueces’”, anunció el príncipe y pidió a los cinco colosos que procedieran a romperles el cráneo a los prisioneros con sus mazas, uno a uno. El rey obligó al príncipe a casarse con Margarita de Escocia, una unión que Luis no deseaba, y esto contribuyó a descomponer aún más 163 Roberto Gómez-Portugal M. las relaciones entre padre e hijo. Se vio, no obstante, obligado a cumplir sus deberes conyugales y cuentan las malas lenguas que lo hizo con tanta energía y violencia como había atacado las murallas de Chateau Landon. La dulce Margarita quedó tan impresionada que tuvo que guardar cama durante unos días y, algún tiempo después, la joven escocesa adoptó la costumbre de usar apretados corsés y beber vinagre, lo mismo que comer manzanas verdes, en un denodado esfuerzo por evitar quedar embarazada. En 1440 Luis participó en un complot llamado “la praguería” que intentaba deponer al rey y nombrarlo regente a él. La conspiración fracasó y a pesar de la traición, su padre lo perdonó, aunque lo “exilió” a la provincia del Delfinado, que precisamente correspondía a Luis en su condición de “delfín” o príncipe heredero. En su territorio, Luis actuaba como rey y conspiraba tranquilamente contra su padre, ayudado en ello por el duque de Borgoña. Para Margarita, Luis tenía poco tiempo y no le prodigaba muy buen trato. Incluso, alguna vez la acusó de infidelidad, prestando oídos a las calumnias de uno de los sirvientes. La dulce escocesa se sintió desolada y terminó Luis XI, apodado “el muriendo, tal vez de depresión y de tristeza. prudente”. Luis, burlándose de la afición por la lectura que la pobre Margarita cultivaba para llenar las horas, se limitó a decir: “Mi esposa ha muerto por exceso de poesía”. Poco después y ya con 27 años, Luis se casó con Carlota de Saboya, esta vez, sin preocuparse por la autorización del rey. Finalmente, en 1461, Carlos VII estaba moribundo. Luis se dio prisa en acudir, no a París, al lecho de muerte de su padre, sino a Reims, para hacerse coronar antes de que su hermano Carlos, duque de Berry, pudiera ganarle la corona. Tan sorpresiva fue su partida que 164 Pinceladas de la Historia Carlota de Saboya tuvo que pedir a su amiga, la condesa de Charolais un carruaje y caballos, para irse a reunir con Luis. Después de la coronación, la fiesta habría de recordarse por años. En la fuente de Ponceau, en Reims, no corría agua sino vino y una serie de hermosas y jóvenes mujeres, totalmente desnudas, hacían el papel de cariátides y recitaban por turnos estanzas y rondós. Dice el cronista Jean de Troyes que después de un rato de poesías y probablemente inducidas por los vapores del vino, las doncellas se entregaron a actividades más lúbricas allí mismo en la fuente, ayudadas por unos muchachos muy entusiastas. Luis y Carlota se pusieron en camino a la Turena, que Luis prefería por su clima amable. -“¿Donde vamos a vivir?”, se atrevió a preguntar Carlota. –“Tú, en Amboise”, respondió Luis. “Y yo en el castillo de Plessisles-Tours.” –“Y ¿cuándo nos veremos, señor?” preguntó la reina, temerosa. –“Cuando mis ardores requieran tu presencia,” le respondió. Dicen que la pena de Carlota fue tan profunda que todo el resto del camino hasta Turena no hizo otra cosa que sollozar y gemir calladamente y que hasta cuando dormía, las lágrimas seguían fluyendo de sus ojos cerrados. Al llegar a Amboise, Luis se separó aliviado de su lacrimosa consorte y reiteró que vivir separado de la reina era una buena idea. En Plessis-les-Tours a Luis no le faltaba quien calmara sus ardores, sin necesidad de requerir la presencia de su esposa. Un día se acercó a él una mujer reclamando que los soldados del rey habían matado a su marido. El rey fue comprensivo y al poco tiempo era él quien consolaba a la dama y le ayudaba a sobrellevar su duelo. Como era del pueblo de Gigon, pasó a ser conocida como la Gigona y pronto se convirtió en mujer rica gracias a los generosos regalos del rey. 165 Roberto Gómez-Portugal M. Precisamente para regalar a su amiga, Luis había encargado una cadena de oro y pedrería. El joyero estaba enfermo y fue su esposa quien se encargó de llevar la joya al monarca. Luis encontró que la verdadera “joya” era la mujer del orfebre, quien pronto sustituyó a la Gigona en los afectos del monarca. El castillo de Plessis-les-Tours Instalado firmemente en el trono, Luis comenzó a desarrollar toda una telaraña de alianzas y de intrigas que le valieron, con el tiempo, el apodo de “la araña universal”. Por más que el apodo no suene particularmente elogioso, la verdad es que Luis supo consolidad su reino, adquiriendo y sumando territorios como la Picardía y Amiens, y también metiendo en cintura a algunos nobles, en particular al habilidoso e indomable Carlos “el temerario”, duque de Borgoña, que pretendía crear su propio reino independiente. Siempre desconfiado y deseando evitar que nadie lo controlara, Luis cambiaba de amante a menudo, como quien cambia de camisa, sin permitir que sus afectos profundizaran. Sin embargo, la bella Margarita de Sassenage logró ser más que un amor pasajero y cobró arraigo en los afectos del rey. Por eso, cuando la dama enfermó de un mal que los médicos no lograban curar, el rey hizo venir a un astrólogo afamado. El hombre predijo la muerte de Margarita, que ocurrió tan solo unos días 166 Pinceladas de la Historia después. El rey, adolorido y furioso, condenó a muerte al astrólogo y éste fue aprehendido. -“Tú, que te sientes tan sabio, y que predices el destino de los demás,” le dijo cuando lo trajeron a su presencia, “¡imagina cuál va a ser el tuyo!” -“Señor,” respondió el astrólogo. “Lo tengo bien claro. Yo moriré tres días antes que vuestra Majestad.” El rey, por aquello de las dudas, ordenó que el buen hombre se quedara a vivir en la corte para asegurarse de que gozara siempre de buena salud y nunca le faltara nada. A pesar de mantener un domicilio separado del de la reina, Luis XI se acercó a su esposa para calmar sus ardores lo suficiente para engendrar tres hijos. La mayor fue Ana de Francia, que sería siempre la favorita de su padre. En 1464 nació Juana, que tenía una malformación en las piernas y un pié deforme, y finalmente un varón, que reinaría como Carlos VIII. Luis XI tenía una personalidad desconcertante. Lujurioso y mujeriego, se entregaba a los placeres de la carne y a otros vicios con singular desenfreno. Y después pasaba por períodos de profunda piedad, atormentado por el temor de Dios y el peso de sus pecados. Forraba sus ropas de medallas santas y de reliquias, pero estaba dispuesto a quitárselas en cualquier momento para entregarse a todo tipo de excesos. Cuando le llegó la muerte en 1483, había dejado en Francia los cimientos de una monarquía fuerte y firme, bien distinto del reino caótico y ruinoso que recibió de su padre. 167 Roberto Gómez-Portugal M. Noche de muerte Rusia estaba enfrentada consigo misma. Los diferentes intereses –a veces bastante heterogéneos- se habían reunido en dos grandes grupos: los rojos y los blancos. Y qué hacer con el abdicado zar y con su familia era uno de los puntos donde las opiniones estaban divididas; unos querían mandarlos al exilio, otros querían encarcelarlos y matarlos. Alexander Kerensky había dado órdenes de que se les trasladara a Siberia para protegerlos, pero cuando su gobierno provisional fue derrocado por los bolcheviques de Lenin, los rojos ordenaron que la familia real fuera llevada a Ekaterimburgo, una ciudad en la zona de los montes Urales, que estaba ya en manos del ejército rojo. Pero cuando las brigadas checoslovacas del ejército blanco avanzaron peligrosamente hacia esa ciudad, los soviéticos tuvieron miedo de que los Romanov pudieran ser liberados y que se intentase reponerlos en el trono. Fue entonces cuando el Comité Central Ejecutivo de los Consejos de Diputados de Obreros, Campesinos, Guardias Rojos y Cosacos, arguyendo que había tenido noticias de un complot para liberar a la familia real, decretó que era la voluntad popular que el ex-zar Nicolás II, culpable de infinidad de sangrientos crímenes contra el pueblo, fuera fusilado. Un escuadrón especial al mando de un tal Jacob Yurovski relevó a los guardias de la casa donde se encontraban Nicolás y su familia para ejecutar la orden que había recibido en un telegrama cifrado y que era de matar a toda la familia. Doce hombres, armados con revólveres habían sido seleccionados para la ejecución e hicieron los preparativos. Dos de ellos dijeron que no estaban dispuestos a disparar contra las mujeres. 168 La familia del último Zar de Rusia. El Zar Nicolás, la Zarina Alexandra Fyodorovna, las Grandes Duquesas Tatiana, Olga, Anastasia y María y el Zarevich Alexei. Pinceladas de la Historia En la noche del 16 al 17 de julio, pasada la medianoche, fueron a despertar a la familia con el pretexto de que habían recibido órdenes de trasladarlos a otra residencia. Los Romanov no sospecharon nada y se vistieron dócilmente, preparándose para salir. Cuando el comandante fue a buscarlos, les dijo que pasaran primero a una habitación del piso inferior donde se les iba a tomar una fotografía. Al entrar en la habitación, que había sido totalmente despejada de muebles y objetos, la zarina preguntó: ¿Cómo, no hay siquiera dónde sentarnos? El zar llevaba en brazos a su hijo Alexei. Los soldados trajeron entonces dos sillas; en una depositó Nicolás cariñosamente a su hijo enfermo y en la otra se sentó su esposa. A los demás se les dijo que formaran una fila. Además de la familia, los acompañaban el médico y algunos sirvientes, que se colocaron atrás. En eso entró el comandante Yurovski y repentinamente anunció que como los parientes de los Romanov en Europa seguían atacando a la Rusia soviética, el Comité Ejecutivo de los Urales había decretado fusilarlos. El informe oficial que rindió el propio Yurovski indica que Nicolás estaba en ese momento de espaldas, mirando a su familia y al escuchar el anuncio se volvió y dijo ¿Qué es esto? Yurovski afirma que repitió la explicación y ordenó a los soldados que se prepararan. Nicolás se volvió de nuevo hacia su familia y recibió los disparos que le hizo el propio Yurovski, a quemarropa. Los demás ya se habían organizado y sabían a quién debía disparar cada quien. Tenían órdenes de disparar al corazón para acabar pronto. Pero las hijas y la zarina llevaban mucha ropa de abrigo, además de corsés ajustados a los que habían cosido joyas por la parte interior, pensando en que algún día podrían ser rescatadas, por lo que las balas en muchos casos no penetran y las víctimas no mueren inmediatamente. Los soldados las rematan con más disparos, y hay versiones que afirman que incluso a bayonetazos, pero cabe hacerse la pregunta de si los soldados estaban armados con bayonetas o sólo con revólveres, como dice el informe del comandante. Una sirvienta que no fue alcanzada por la primera descarga, corre por la habitación, hasta que los soldados la rematan. Incluso matan de un disparo al perrito que había llevado una de las princesas como mascota. En total, fueron asesinadas doce personas: el zar Nicolás, la zarina Alexandra Fyodorovna, las grandes duquesas –ése era el título que les correspondía a las hijas- Tatiana, Olga, María y Anastasia, el zarevich 169 Roberto Gómez-Portugal M. Alexei, el médico Dr. Botkin, un criado llamado Trupp, el cocinero Tijomirov, y otro cocinero y una sirvienta, cuyos nombres no figuran en el reporte de oficial. Yurovski hacía bien su trabajo, pues incluso tomó la precaución de que los camiones en que habían llegado sus hombres a la casa, permanecieran con los motores funcionando, de manera que el ruido disimulara el fragor de los disparos. Aún así, temiendo que la noticia del fusilamiento se filtrara y que hubiera intentos de recuperar los cuerpos, al día siguiente, el comandante ordenó que los cadáveres fueran llevados a las afueras de la ciudad y destruidos con fuego y ácido, para luego ser arrojados al tiro de una mina abandonada que se conocía como “de los cuatro hermanos”. Como durante décadas no se supo dónde yacían los cuerpos de los Romanov, se suscitaron rumores de que la hija menor, Anastasia, había sobrevivido y sido rescatada por uno de los guardias, llevándola a Anna Anderson, la célebre impostora que convenció hasta a los parientes del Zar de Rumania y casándose con ella. que ella era la Gran Duquesa Anastasia, Al menos ésa es la historia que hasta que, en 1928, el detective alemán contaba una mujer que fue Martin Knopf, demostró que no era sino rescatada años después cuando una obrera polaca de nombre Franziska pretendía suicidarse saltando al Schanzkowski. río Spree, en Berlín, y que aseguraba ser la gran duquesa Anastasia. Afirmaba que al hijo de ella y del guardia que la salvó, lo había dejado abandonado en un orfanato. La mujer fue llevada a un hospital para enfermos mentales y se hicieron intentos por precisar si en efecto ella era quien afirmaba ser, cosa que nunca pudo esclarecerse, y el mundo terminó por decidir que se trataba de una impostora cuyo nombre era Anna Anderson. Finalmente, a principios de los 90’s se encontraron los restos de la familia Romanov, y quedó demostrado por pruebas de ADN que la familia del zar en efecto 170 Pinceladas de la Historia había muerto aquel día de 1918. Sin embargo, los restos no estaban completos, de manera que la duda sobre si la gran duquesa Anastasia sobrevivió o no a la masacre quedó envuelta en el misterio. 171 Roberto Gómez-Portugal M. Pleito entre amigos La conquista del imperio de los incas les valió, a Francisco Pizarro, el título de marqués y a Diego de Almagro, el de adelantado. Parecería que después de lo que la fortuna les había deparado, sólo les quedaba disfrutar los placeres de la vida, el dinero y el poder. Pero los dos socios tenían temperamentos diferentes. Pizarro era desconfiado, turbulento, envidioso, aunque de una valentía a toda prueba. El de Almagro era más abierto, franco, igualmente ambicioso que el extremeño pero más dispuesto a compartir la fortuna y las oportunidades. Pronto el Perú empezó a quedarle estrecho a Almagro, especialmente porque Pizarro había hecho venir a sus hermanos y éstos cerraban filas en torno a él. Diego de Almagro decidió viajar al sur del continente, buscando someter las tierras ignotas de Chile. Aunque ya se decía que aquellas regiones eran pobres y de clima inhóspito, él se creyó ciertos informes que le daban los incas del Perú, asegurándole que las tierras del sur estaban también llenas de oro. Esas informaciones eran totalmente falsas y los quechuas las hacían circular porque estaban planeando una rebelión y buscaban que se fueran al sur el mayor número posible de españoles. Almagro invirtió en la empresa todo o mucho de lo que le había tocado por el rescate de Atahualpa y reclutó más de 500 españoles para su expedición, además de cerca de 100 negros y unos diez mil indios, que llamaban yanaconas, y servían como bestias de carga para transportar las armas, los víveres y demás. La expedición a Chile estuvo llena de contratiempos, a la ida porque atravesar la cordillera de los Andes no era cualquier cosa. Los yanaconas, descalzos y mal abrigados iban dejando un sendero de cadáveres a la orilla del camino y a los propios españoles se les caían los dedos de los pies, congelados, cuando se quitaban las botas. El territorio que Almagro esperaba encontrar lleno de riquezas, no llenaba ni 172 Diego de Almagro Pinceladas de la Historia las más modestas expectativas, de manera que el adelantado sólo pensaba en regresar a Perú. Y al regreso, para no tener que volver a Cruzar la cordillera, escogieron atravesar el desierto de Atacama, que es una de las regiones más áridas e inhóspitas del planeta. El regreso por Atacama fue tan espantoso o más que cruzar los Andes, sufriendo días de un sol calcinante y noches gélidas, mojados por la camanchaca, un rocío helado, más frío que las nieves de la cordillera. Tan destrozados y andrajosos regresaron al Perú Almagro y sus expedicionarios que se les puso el mote de “los rotos de Chile”. Mientras tanto, Pizarro había tenido que enfrentar en Perú una importante rebelión de los incas a quienes los españoles ya consideraban sometidos. Pizarro estaba alcanzando la victoria gracias a haberse aliado con otros indígenas que eran enemigos de los incas y ahora Almagro llegaba a ayudarle a aplastar la insurrección. Almagro, ya algo recuperado, contribuyó a que el rebelde Manco Inca levantara el cerco de Cuzco, y como esa ciudad correspondía a los territorios que el propio emperador Carlos V le había concedido, aprovechó para apresar a Hernando y a Gonzalo Pizarro, hermanos de Francisco, que se habían apoderado de ella. Los Pizarro no estaban satisfechos con los inmensos territorios ni con las enormes riquezas que ahora poseían, de modo que fue inevitable que los antiguos amigos y socios se convirtieran en enemigos. Las tropas de Diego de Almagro y de Francisco Pizarro se enfrentaron en una breve batalla en Abancay, en la cual don Diego resultó vencedor. Aunque sus allegados le recomendaban que ejecutara allí mismo a los traidores Pizarro, Almagro los trató con magnanimidad y prefirió la reconciliación con su antiguo socio y amigo. Pero la paz duró bien poco porque Francisco Pizarro era mendaz y traicionero y a pesar de haber firmado un acuerdo con Almagro, sólo buscaba la forma de acabar con él definitivamente. Volvieron a enfrentarse sus tropas en un sitio llamado Las Salinas, aunque, curiosamente, ni Pizarro ni Almagro participaron personalmente en la contienda. Almagro había recaído y estaba muy enfermo y Pizarro puso sus tropas al mando de Pedro de Valdivia, quien gozaba de merecida fama como comandante militar. Hernando Pizarro, conocido por su crueldad y arrogancia, se mantuvo al lado de Valdivia, no sabemos si para compartir la gloria de la esperada victoria o para vigilarlo en 173 Roberto Gómez-Portugal M. nombre de su hermano. Los de Pizarro estaban mejor armados y eran más numerosos que los de Almagro, los cuales aún no se reponían del pavoroso viaje de regreso de Chile. La batalla de Las Salinas resultaba una absurda contradicción; dos grupos de experimentados y bien disciplinados soldados españoles, armados con brillantes armaduras y cotas de malla, matándose unos a otros. Al poco rato todos estaban cubiertos de polvo del mismo color y era difícil distinguir quien pertenecía a un bando y quien a otro. Hasta sus gritos de guerra eran los mismos: ¡Viva España! y ¡Por Santiago! Varios miles de indios quechuas que presenciaron la batalla desde las colinas que rodean al valle de Las Salinas seguramente se desternillaron de risa al ver a los españoles matándose unos a otros como lobos furiosos. Finalmente la balanza se inclinó a favor de los de Pizarro, más descansados y mejor equipados como estaban, guiados además por un hábil comandante como era Pedro de Valdivia. Sin embargo, fue la crueldad de Hernando Pizarro la que se impuso, pues el canalla dio la orden ¡A degüello! y sus soldados se entregaron a la apasionada tarea de matar y rematar a sus compatriotas, con muchos de los cuales habían luchado, hombro con hombro, para lograr la conquista del Perú. Y ya desatadas las bajezas, las tropas de Pizarro entraron a saqueo en la inerme ciudad de Cuzco, violando a las mujeres, igual si eran españolas, indias o negras, ancianas o niñas, robando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso. Diego de Almagro fue hecho prisionero –débil y enfermo como estaba- y se le sometió a un juicio manipulado en donde escasa oportunidad le dieron de defenderse. Cuando supo que había sido condenado a muerte, quiso apelar al rey, pero Hernando Pizarro le negó ese derecho. Los Pizarro querían ejecutar a Almagro públicamente, en la plaza y delante de toda la población, pero Valdivia aconsejó prudentemente no hacerlo, pues eso podría incitar a los soldados a rebelión, puesto que Almagro siempre había gozado de muchas simpatías y era considerado un líder valeroso e íntegro. Optaron entonces por aplicarle el garrote vil –una especie de estrangulamiento por torniquete- en la celda misma y después, hacer decapitar el cadáver en la plaza. Era el 8 de julio de 1538. 174 Pinceladas de la Historia Escena imaginaria de la ejecución de Almagro, de De Bry Pero el recuerdo de Diego de Almagro no murió aquel día; los “rotos chilenos” que aún veneraban a su jefe se reunieron calladamente en torno del hijo del adelantado, llamado también Diego de Almagro, pero conocido como “el mozo” y esperaron el momento adecuado. En junio de 1541, cuando la gente de la Ciudad de los Reyes –como se llamaba entonces Lima, la capital del Perú- estaba ya harta de los abusos y crueldades de los hermanos Pizarro, un grupo de “rotos”, comandados por Juan de Rada, irrumpen en el palacio del marquésgobernador y lo matan a puñaladas, proclamando a Diego de Almagro como su sucesor. En unas cuantas horas, Almagro “el mozo” reemplazó a Francisco Pizarro como gobernador de un fabuloso y rico territorio. 175 Roberto Gómez-Portugal M. El burlador burlado Juan Álvarez, el cacique de Guerrero, estaba entre quienes más habían aplaudido el regreso de Santa Anna al poder, pero acabó enemistándose con él. En marzo de 1854 Juan Álvarez publicó su rebelión en el famoso Plan de Ayutla, exigiendo la caída del gobierno. Pero Santa Anna seguía endiosado. Dejó pasar todo un mes desde que Álvarez se sublevó antes de molestarse en irlo a combatir. Los rebeldes se habían hecho fuertes en Acapulco y la plaza estaba al mando de un tal coronel Ignacio Comonfort, que tenía medio millar de hombres pertrechados en la fortaleza de San Diego. Santa Anna ofreció a Comonfort 100,000 pesos a cambio de que rindiera la plaza y ¡oh, sorpresa! Comonfort rechazó el ofrecimiento. Gral. Juan Álvarez Hubo varios ataques que no concluyeron en nada, pero como Santa Anna era un experto en hacer que sus derrotas parecieran victorias, simplemente se regresó a la ciudad de México anunciando que había vencido a la rebelión y que sólo había dejado algunas fuerzas para acabar de hacer huir a los que quedaban. En México lo recibieron con flores y festejos. Se llevó a cabo una especie de plebiscito para que el pueblo expresara su deseo de que Santa Anna siguiera en el poder o se marchara, anotando su parecer en uno de dos libros que se ponían para ello. Eran muy pocos los que se atrevían a votar en contra del caudillo. Pero como los diez millones que Santa Anna había Turbaco, Colombia; la adormilada recibido de Estados Unidos por la población donde Santa Anna fue a venta de La Mesilla se habían exilarse. Su esposa, Dolorita, se acabado, los partidarios de “su moría de aburrimiento. alteza serenísima” también 176 Pinceladas de la Historia empezaban a escasear. Santa Anna encabezó todavía una campaña por Michoacán para atacar a Comonfort y sus seguidores pero a las pocas semanas regresó a la capital, sin haber causado ningún daño a los insurrectos. A pesar de reiteradas declaraciones de que no iba a renunciar, a principios de agosto de 1855 Santa Anna se embarcó hacia Colombia y se exilió en una hacienda que tenia en el pueblecito de Turbaco, quizá a esperar que el convulsionado país se diera cuenta de la falta que hacía el caudillo y volviera a llamarlo. Desde allí se enteraba, por las cartas y periódicos que recibía, de lo que pasaba en México. Supo que Comonfort había perdido el poder y que el indio Benito Juárez, a quien Santa Anna tanto despreciaba, había subido a la presidencia. Una presidencia errante, pues los conservadores dominaba gran parte del país y el pobre de Juárez huía de un lado a otro. Un par de años después, con motivo de una revolución que estalló en Colombia, el exiliado mudó su domicilio a la islita caribeña de San Thomas y desde allí seguía observado a su país. Cuando llegó Maximiliano de Habsburgo al trono imperial de México, Santa Anna creyó que pronto lo llamarían a formar parte del nuevo gobierno, pues era inconcebible prescindir de la experiencia y arrastre del gran líder. Incluso escribió alguna carta al emperador Maximiliano, que nadie se molestó en contestarle. Decidió alquilar un barco que lo llevó a Veracruz, pero los franceses lo consideraron indeseable y lo regresaron a Cuba. Aunque Santa Anna firmó un documento en donde manifestaba su adhesión al imperio, ni así lo dejaron entrar al país. Se regresó a San Thomas en donde volvió a declararse republicano furibundo. En 1866 llegó a visitarlo el político estadounidense William Seward, que a la sazón era nada menos que Secretario de Estado, pues habiendo sido nombrado por Abraham Lincoln, siguió en el cargo aún después del asesinato del Darío Mazuera Ladrón que roba a presidente. Era sólo una visita de cortesía –o ladrón… quizá de curiosidad- pero que hizo a Santa Anna 177 Roberto Gómez-Portugal M. pensar que los estadounidenses tenían algún plan para regresarlo al poder. Poco después, un pícaro colombiano de nombre Darío Mazuera –que merecería párrafos aparte por las notables tracalerías que cometió- hizo creer a Santa Anna, que, en efecto, los norteamericanos tramaban algo grande. Convenció al exdictador para que le diera dinero y Mazuera viajó a los Estados Unidos, dizque a investigar el asunto. Regresó rebosante de entusiasmo y dijo a Santa Anna que el gobierno de Estados unidos había aprobado varios millones de dólares para financiar una expedición que encabezaría el caudillo mexicano. Santa Anna recibió con gusto la noticia en tanto que Mazuera iba desgranando el relato: por fin los Estados Unidos se daban cuenta de que no había en México ningún personaje con la habilidad y liderazgo de “mi general”. Ese indio zapoteca medio loco que se hacía llamar presidente de México y que andaba errante por todo el país era justamente eso, un pobre iluso. También se daban cuenta los gringos de lo mucho que necesitaban a Santa Anna para contener las ambiciones territoriales y de influencia en el continente americano que tenía ese impertinente francés, ese Napoleón III, que no le llegaba “ni a los talones” a “mi general”. El rostro del héroe mexicano acusaba una sonrisa digna mientras su pecho se hinchaba de bien ganado orgullo y su mente corría, pensando ya en desempolvar sus uniformes más vistosos y sacar las condecoraciones de las vitrinas. Mazuera instó a Santa Anna a presentarse en Washington, para lo cual el alocado exdictador se endrogó por varios cientos de miles de dólares y compró un barco. Dio a Mazuera una buena suma de dinero en pago de gastos y de sus servicios, sin saber que el colombiano ya había sacado fuertes sumas de dinero de las cuentas que Santa Anna tenía en bancos de Estados Unidos, falsificando su firma. Cuando Santa Anna llegó a Estados Unidos, Mazuera había desaparecido, y se enteró de que el secretario de Estado Seward ni siquiera conocía al colombiano y se negaba a recibirlo a él. El burlado cacique mexicano tuvo que devolver el barco y pagar una fuerte indemnización al armador y llegó al extremo de tener que empeñar joyas y objetos de valor para saldar sus cuentas. 178 Pinceladas de la Historia Ramsés y sus mujeres Ramsés no la tenía nada fácil. Su padre le heredó un imperio lleno de problemas en donde la pésima y burocrática administración, las intrigas, los chismes, los funcionarios desleales, las traiciones y sobre todo la corrupción habían llevado a una situación de verdadera anarquía. Aquello no se parecía en nada a los días de gloria del antiguo imperio. Pero Ramsés se fajó los pantalones y enfrentó la situación con valentía y trabajo. Aplicó de inmediato una reforma administrativa casi total y combatió la deshonestidad con mano de hierro. La situación comenzó a mejorar cuando se encargó efectivamente de cobrar tributos a las provincias asiáticas y nubias y, sobre todo, al impulso que Ramsés le dio al comercio exterior, lo que inyectó a la economía egipcia una nueva vitalidad. Los productos más exóticos y elegantes volvieron a verse en las tiendas egipcias y la alta sociedad competía en su fiebre de moda, elegancia y gasto. La tesorería de Ramsés iba engordando. El ansia constructora se manifestó por todas partes con nuevos templos, mansiones y palacios, cada uno más lujoso, bello y elegante que los existentes hasta entonces. Ramsés III, que gobernó Egipto de 1184 a 1153 a. de C. La buena fortuna también le sonrió a Ramsés, pues una de sus grandes amenazas, el imperio Hitita, se debilitó repentina y misteriosamente hasta casi desaparecer y, con ello, la preeminencia de Egipto como una de las grandes potencias de su tiempo, se reforzó. Ramsés quiso, sin duda, revivir épocas más gloriosas en donde Egipto había dictado prácticamente las normas en toda la región. Decidido a expulsar de la provincia egipcia de Palestina a 179 Roberto Gómez-Portugal M. diferentes grupos que por oleadas la invadían, emprendió campaña y derrotó a “los pueblos del mar” y a otros grupos invasores que se habían ido adueñando de partes de Egipto, incluso en la zona del delta del Nilo. Estos éxitos militares y una economía revitalizada permitieron a Ramsés seguir limpiando la casa. Recuperó partes de Siria y luego se encaminó hacia la frontera libia. Los libios codiciaban el fértil territorio egipcio de la zona de Menfis y se enfrentaron a las tropas del faraón. Ramsés los derrotó en una terrible batalla y llevó de nuevo el orden de su administración a la frontera libia, que antes había sobresalido como zona de peligro y de revueltas. Como había hecho infinidad de prisioneros, los entregó como esclavos a los templos y los ocupó en ese “boom inmobiliario” que su reinado había generado. Ordenó construir grandes ampliaciones a templos ya existentes así como la erección de otros nuevos y magníficos edificios y palacios, sin olvidar las fortificaciones, que su experiencia militar le había enseñado a no desdeñar. ¡La primera huelga que registra la historia! Tan intensa fue la fiebre de construcción que el faraón desató que surgió la primera huelga que registra la historia. Fueron los trabajadores de la construcción, verdaderos esclavos que tenían muy poco que perder, los que se rebelaron. Esos pobres albañiles llevaban más de veinte días sin recibir su paga. Tal vez veinte días sin paga no parezcan mucho a los trabajadores modernos, pero en el Egipto de entonces (1150 antes de Cristo) no se utilizaba aún la moneda acuñada, de modo que los “sueldos” de los obreros consistían en raciones de alimentos. Veinte días sin paga eran, literalmente, veinte días sin comer. El gobernador de Tebas y sus secuaces habían interceptado el envío de alimentos. Ante las revueltas, estos ladrones funcionarios algo les dieron a los obreros, pero siguieron robándoles las raciones a los pobres trabajadores, quienes volvieron a alzarse y a suspender el trabajo, exigiendo que el propio faraón fuera informado del hambre y la sed que los empujaba a rebelarse. No está muy claro qué tanto interesaron a Ramsés las quejas de los huelguistas ni de qué manera castigó a los funcionarios corruptos. Lo que sabemos es que los sacerdotes, que eran los más interesados en que no se suspendieran los trabajos de construcción de templos y palacios, fueron quienes se ocuparon de atender las quejas de los trabajadores y de medio aliviar sus penurias. 180 Pinceladas de la Historia La casa de las mujeres Como todo monarca que se respetara Ramsés III, tenía un harén o harem, es decir, un conjunto de esposas, concubinas o simplemente mujeres hermosas que rodeaban al monarca y que residían en una determinada ala o pabellón del palacio, zona cuyo acceso estaba generalmente muy restringido. (De hecho el nombre harïm que los árabes darían después a esta casa de mujeres significa tabú o prohibido). En algunas épocas, en Egipto hubo no sólo un harén, sino varios, pues el faraón no residía exclusivamente en un palacio, sino que pasaba su tiempo en varios lugares. En Egipto el harén era llamado Casa Jeneret y entre las esposas del faraón solían contarse las hijas mayores de reyes con quien el monarca egipcio había firmado tratados o alianzas, además de otras que habían llegado allí como regalo de otros reyes o súbditos; otras habían sido compradas como esclavas, algunas simplemente habían captado el ojo del faraón al presentarse por alguna razón en la corte, ya fuese por ser artistas, bailarinas o simplemente hijas de nobles o magistrados. El común denominador era no sólo la belleza, sino la personalidad y la inteligencia. El harén no era, como algunas pinturas de mujeres voluptuosas tiradas semidesnudas sobre un sillón nos lo sugieren, solamente un lugar de placer y de ocio. Allí se recibía educación y se cultivaban las artes. Las mujeres del harén competían intensamente entre sí por la atención del faraón, porque él derramara su generosidad sobre ellas y sobre sus familiares, porque las prefiriera. Si lograban que el rey las embarazara y le daban un hijo, sus posibilidades de influir sobre el monarca se amplificaban. Y en ese caso, las pretensiones de las mujeres ya no se limitaban a obtener dones o beneficios, sino a hacer todo lo posible por asegurar el futuro del hijo o hija que habían tenido con el monarca. Por todo esto, la Casa Jeneret era un hervidero de chismes, intrigas, alianzas, traiciones, luchas de Hubiera sido deseable que después de tantos esfuerzos, después de tantos trabajos y batallas y, sobre todo, después de haber traído prosperidad, orden, paz y bienestar a su pueblo, que Ramsés pudiera terminar su reinado –y su vida- de manera apacible, aclamado por sus súbditos a quienes había devuelto la grandeza del antiguo imperio. Pero no fue así. Su Gran Visir Atribis, en quien Ramsés había depositado gran confianza y poder, intentó asesinar al faraón pero, de alguna manera Ramsés III logró escapar con vida del atentado. Le esperaban cosas peores. poder, rivalidades y conspiraciones. Ramsés III tenía un hijo de igual nombre que había engendrado con su primera esposa real, la reina Isis. Todo indicaba que ese muchacho ocuparía el trono a la muerte de su padre, si bien el faraón era aún vigoroso y sano. 181 Roberto Gómez-Portugal M. Pero la segunda esposa real, llamada Tiyi, no veía con buenos ojos ese panorama, pues ella también le había dado un hijo al faraón y no estaba dispuesta a presenciar tranquilamente que a su hijo se le apartara de la sucesión. Cuando el Príncipe Ramsés fue oficialmente nombrado heredero, Tiyi decidió que había llegado el momento de actuar. Inteligente, hábil, atrevida y, sobre todo, conocedora del funcionamiento de la red de intrigas y de intereses, Tiyi comenzó calladamente a urdir una conspiración para arrebatarle el trono a Ramsés III y, matándolo o haciéndolo prisionero, poner en él a su hijo, el Príncipe Pentaur. Tiyi se valió de un gran número de cómplices, desde mujeres del harén, sirvientas, esclavas, hasta jueces, magistrados y funcionarios para hacer circular calladamente no sólo dentro de la corte sino también por diversos puntos del imperio su convocatoria a la rebelión. Lamentablemente no conocemos muchos detalles del complot, pero la historia consigna que los conjurados fueron descubiertos en el último momento. Tiyi esperaba que, aún habiendo sido neutralizados en la corte, la rebelión sí tuviera eco en otras ciudades a donde ella había enviado sus inflamados papiros incitando a la revuelta. Sin embargo, tampoco hubo respuesta. La conspiración había fallado. Ramsés III creó un tribunal especial y le dio plenos poderes para juzgar y para sentenciar a todos los acusados, que fueron cerca de cuarenta. Se trataba, en todos los casos, de personas muy cercanas al faraón. El escándalo era tremendo: se hablaba del uso de magia, de figuras de cera y de fórmulas mágicas para hacer daño y poner maldiciones sobre el faraón e incluso se menciona una fecha fijada para su asesinato, que habría de ser –ominosamente- durante las celebraciones del Día de los Muertos. Entonces ocurrió algo inesperado: el faraón cayó gravemente enfermo y murió, apenas iniciado el terrible juicio. Nos quedará siempre la duda de si Ramsés fue herido o quizás envenenado en esos momentos críticos o si alguna de las maldiciones presuntamente invocadas surtió efecto. Pero eso no detuvo la tormenta sobre los acusados. Los veintiocho acusados principales fueron condenados a muerte; otros seis fueron obligados a suicidarse en público y cuatro más, entre ellos el 182 Pinceladas de la Historia propio Príncipe Pentaur, quedaban obligados a quitarse la vida en privado. Curiosamente, Tiyi, que había iniciado y orquestado toda la conjura, no figura por ninguna parte ni como acusada ni como sentenciada. Aunque toda la conspiración fue iniciada y manejada por esta mujer, de ella casi no se sabe nada. Algunos suponen que se suicidó al ver que la conspiración había fracasado. Otros afirman que tal vez el nuevo faraón Ramsés IV se reservó el derecho de castigarla sin que constara en los expedientes. Sea como fuere, no existe ningún grabado o escultura que reproduzca sus facciones, supuestamente muy bellas. Incluso en los grabados en piedra donde se menciona a Ramsés III y debería aparecer el nombre de su segunda reina, la piedra ha sido intencionalmente raspada, eliminando totalmente el jeroglífico del nombre que, se supone, debía ser el de Tiyi. Tal vez caer en el olvido sea verdaderamente el mejor castigo que la historia haya podido dar a esta mujer desleal y traidora. El templo de Ramsés III en Medinet Habu 183 Roberto Gómez-Portugal M. Un presidente XXX Félix François Faure había nacido en París en 1841. Su familia era medianamente acomodada, pues su padre era un pequeño fabricante de muebles, pero el joven Félix ambicionaba más. Se instaló en el puerto de Le Havre y abrió allí una curtiduría y al cabo de los años, siempre trabajando duro, se hizo de una fortuna nada despreciable gracias a su éxito en los negocios. El entusiasta Félix decidió que la política ofrecía horizontes aún mejores y se las arregló para ser electo a la Asamblea Nacional. Era un hombre de ideas liberales y trabajó siempre en temas relacionados con la economía, los ferrocarriles y la marina. Faure era competente, hábil y resuelto y así, fue escalando puestos en el gobierno hasta llegar a Ministro de Marina. Ante la repentina renuncia del Presidente Casimir-Perier, Faure se vió entre los favoritos para ocupar la presidencia de Francia. Fue finalmente su habilidad negociadora y su capacidad de unificar al partido lo que lo llevó a la Presidencia en 1895. En una época marcada por la inquietud política y los movimientos anarquistas, la distinción y caballerosidad de Félix Faure devolvió a Francia mucho del prestigio de otras épocas, particularmente cuando en 1896 recibió en París a Zar de Rusia y poco después se firmó la Alianza Franco-Rusa, un tratado que vino a terminar con el aislamiento político en que Francia había caído. Félix Faure, 7º Presidente de la 3ª República Francesa, portando la banda tricolor de su cargo. 184 Al presidente Faure le tocó vivir el espinoso asunto Dreyfuss, un escándalo que giraba en torno de la acusación de traición a la patria contra el joven capitán de artillería Alfred Dreyfuss El célebre escritor Emile Zola lanzó su incendiaria carta Yo acuso, denunciando una serie de irregularidades, falsificación de pruebas y acusaciones sin fundamento en contra de Dreyfuss Pinceladas de la Historia por el sólo hecho de ser judío. El caso Dreyfuss dividió a Francia en dos grupos casi irreconciliables durante la década de 1890. Félix Faure debió haber pasado a la historia como un buen presidente y excelente diplomático, pero por desgracia quedó en la memoria francesa como un cachondo. Y no es que los demás políticos franceses de su época no lo fueran, lo que pasó es que a Félix lo agarraron con “las manos en la masa” o, mejor dicho, con el rodillo de amasar en las manos de... El presidente Faure decidió un día encargarle su retrato oficial al célebre pintor Adolphe Steinheil y con ese motivo conoció a la esposa del artista, la bellísima Margarita Steinheil, a quien llamaban afectuosamente Meg. No sólo era Meg una señora imponente, sino además poseedora de una gran inteligencia y talento social, por lo que sus reuniones era frecuentadas por personajes como el compositor Gounod, el empresario Fernando de Lesseps, el escritor Emile Zola y muchos otros, a los que pronto se sumó el propio Presidente de la República Francesa. Pronto surgió entre Faure y Meg el inevitable “flamazo” –le coup de foudre, como dicen los franceses, y el presidente se presentaba en la casa del artista muy a menudo para “revisar el avance” de las pinturas que le encargaba al célebre pintor. Poco después se las ingenió para inventarle a la señora Steinheil un empleo en el Palacio del Elíseo –la residencia presidencial- trabajo que significaba para la distinguida señora tener que presentarse a diario en la residencia oficial y pasar allí largas horas archivando papeles, o desempeñando otras tareas clasificadas como confidenciales. Por su parte, el famoso pintor Steinheil estaba muy preocupado por la importancia que en el mundo del arte estaban cobrando unos advenedizos que pintaban con puntitos y manchones –los impresionistas. ¿¡Dónde estaba la composición, la armonía, el dominio de la luz y del volumen!?, se preguntaba Steinheil, si ahora bastaba con embadurnar el lienzo con manchitas y decir al espectador que había que verlo “de lejos”. Y al mismo tiempo, un impertinente inglés llamado William Fox Talbot y un estadounidense de apellido Eastman estaban 185 Roberto Gómez-Portugal M. perfeccionando el primitivo invento de Louis Daguerre para hacer imágenes instantáneas con ayuda de apestosos productos químicos. Un artista así de consternado no podía encontrar tiempo como para andar fiscalizando las idas y venidas de su señora esposa. Sí claro, circulaban algunos rumores en torno al presidente y a la bella Meg, pero siempre había habido comentarios “malintencionados” con respecto al presidente, un hombre apuesto, inteligente, poderoso y rico que además, discretamente presumía de portar un “arma” con un “cañón” ¡de 9 pulgadas! El problema fue que don Félix estaba un poco pasado de peso, cosa por demás normal en cualquier caballero maduro de aquella época, en donde un abdomen prominente no sólo era consecuencia natural e inevitable de los espléndidos manjares y refinados vinos con que regalaban sus paladares los hombres prósperos y poderosos, sino incluso un motivo de callado orgullo y evidencia de éxito. La moda de los clubes deportivos y el jogging, no habían llegado todavía a Francia en aquellos años, de modo que el señor presidente no practicaba ejercicios aeróbicos, ni seguía las ideas de W. K. Kellogg en cuanto a una alimentación balanceada. Más aún, como Félix a veces estaba cansado, la complaciente Meg se encargaba de hacer la mayor parte del trabajo, mientras el señor presidente se deshacía en humms y aaahhs. Ella, desgraciadamente, no podía mantener la amable charla con su compañero, pues desde niña le habían enseñado lo feo que es hablar cuando se tiene la boca llena. Contentos estaban ambos en sus respectivos puestos –él como generoso empleador y ella cual cumplida y dedicada asistente personalísima del señor presidente. Un día de febrero de 1899, ocupados como estaban en sus intensas labores, a Félix le vino un vahído, ¡ay! y una opresión en el pecho, ¡ay, ay! Meg, sobreponiéndose a cualquier sentimiento de discreción, buscó ayuda inmediata y llamó a los edecanes presidenciales que estaban siempre en posición de firmes, al otro lado de la puerta. Pero Félix, muy celoso de su privacía, había cerrado por dentro la puerta del íntimo salón azul en donde solía recibir a Meg. La pobre mujer tuvo que buscar, frenética, encima de los muebles, y después en los bolsillos de la ropa del presidente, la llavecita que abriera la implacable puerta. Por fin llegó la ayuda, pero era 186 Pinceladas de la Historia demasiado tarde: el Presidente Félix Faure estaba muerto, víctima de una apoplejía fulminante. Meg no había tenido tiempo ni de acomodar sus propias prendas ni mucho menos de devolver al presidente la dignidad que le hubieran dado sus ropas. Allí estaba el guerrero, vencido y con el sable roto. La noticia se esparció por toda Francia como un reguero de pólvora y si bien todos lamentaron la muerte del presidente Faure, muchos lo hicieron con una sonrisa pícara y hasta envidiosa, al conocer los detalles de su deceso. Si bien el “albur” es un arte muy mexicano, tal vez los franceses lo copiaron durante las invasiones que hicieron a México en el siglo XIX. El caso es que para aquellos años de fin de siglo, el arte del “double entendre” o doble sentido, había alcanzado gran refinamiento. La prensa reportó el suceso refiriéndose a Mme de Steinheil y a “las pompas fúnebres”. Y como en francés pompe, además significa bomba o bombear, el gran Georges Clemenceau, enemigo político de Félix Faure, dijo elogiosamente , refiriéndose al finado: “Quiso ser un César, pero sólo fue Pompée” (que se puede traducir como Pompeyo, o como Marguerite Steinheil, llamada “bombeado”). afectuosamente Meg A Meg no le fue tan mal. Siguió viviendo en la casa de su esposo el pintor, aunque se le adjudicaron amoríos con diferentes personajes. El artista seguía sin darse cuenta de nada e incluso la ayudó a vender las perlas de un valioso collar que le había regalado Félix Faure a un misterioso comprador alemán que se las pagó generosamente. Algunos años después cayó otro escándalo sobre Meg, pues unos encapuchados se metieron a su casa y asesinaron por asfixia a su marido y a la madre de Meg, que vivía con ellos, en tanto que Marguerite sobrevivió, habiendo sido sólo atada a la cama por los asaltantes. De inmediato se sospechó de ella y se dijo también que los ladrones iban en busca de documentos secretos sobre el caso Dreyfuss 187 Roberto Gómez-Portugal M. que Félix Faure le había confiado a Meg y que ésta guardaba escondidos en la casa. Nunca se aclaró nada y ella fue declarada inocente. Después de ese amargo trago, Meg se fue a vivir a Londres y años después terminó casándose con un Lord Campell, barón de Abinger, quien más tarde la dejó viuda y rica. La buena señora vivió tranquilamente hasta 1954. 188 Pinceladas de la Historia El constructor de Italia Estaba ya bien entrado el siglo XIX y sin embargo Italia aun no existía. Los Estados Unidos de América no sólo ya habían obtenido su independencia sino que incluso ya habían culminado su expansión llegando su territorio hasta el Pacifico y acrecentándolo con las tierras que le robaron -perdón- que le compraron a México. Incluso prácticamente todas las naciones de América Latina habían ya logrado su independencia de las viejas potencias coloniales e iniciaban su singladura como nuevas naciones. En cambio Italia no era más que un concepto geográfico y no existía ni como nación ni como estado. Una civilización tan añeja que remontaba sus orígenes a la antigua Roma y que incluso se asentaba sobre los mismos territorios de donde surgieron aquellos grandes conquistadores y civilizadores del mundo antiguo, no era sino un mosaico de reinos y principados cuyos habitantes no estaban ni se sentían unidos sino por débiles lazos e incluso hablaban un idioma que, aunque parecido, resultaba diferente y casi ininteligible de una región a otra. Un napolitano difícilmente podía sentirse hermano de un milanés si malamente podía entender lo que hablaba, y viceversa. Peor aún, desde principios del siglo XIX Austria se había adueñado de la Lombardía y el Véneto e incluso el emperador austriaco Francisco José colocó a varios nobles austriacos en diferentes tronos italianos. A pesar de todo, era la época del romanticismo y algunos idealistas sonaban con revivir la cultura latina que les era común a todos, rechazando el absolutismo y la dominación extranjera. Unos tenían ideas monárquicas, otros coqueteaban con conceptos liberales como Giuseppe Mazzini e incluso había quienes soñaban con una federación de estados italianos bajo la presidencia del papa, como el sacerdote piamontés Vincenzo Gioberti. Todos los grupos, llámense como se llamaran, Carbonarios, Italia Nueva o lo que fuese, compartían el odio a los austriacos y su convicción de que sólo mediante la violencia iban a lograr algo. Entre los nobles y las casas principescas la que más se identificaba con la idea de una Italia unificada era la casa de Saboya. Sus dominios ocupaban desde tiempo atrás territorios entre Francia e 189 Roberto Gómez-Portugal M. Italia y gracias a lo estratégico de su ubicación como paso obligado y a la habilidad de sus diferentes príncipes, a lo largo del tiempo habían ido ganando territorios y consolidando su influencia, logrando pasar de ser tan sólo un ducado hasta convertirse en el reino de Piamonte-Cerdeña y habían embellecido y engrandecido su capital, Turín, convirtiéndola de una villa de poca importancia en una palaciega ciudad de gran belleza. Palacio Carignano, parte de las residencias de la Casa Real de Saboya ubicadas en Turín Ante ese sentimiento popular que se llamó El Resurgimiento, Carlos Alberto de Saboya reaccionó declarando la guerra a Austria. Quizá se sintió envalentonado porque hasta entonces la represión sobre los Carbonarios, los masones y los otros grupos revoltosos que dirigió el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, a quien su hermano el Emperador austriaco había nombrado virrey para gobernar el norte de Italia, no había sido muy dura ni efectiva. Y ¡¿cómo iba a serlo?, si Maximiliano era mas idealista y más liberal que muchos de esos románticos insurgentes italianos! Pero Francisco José destituyó a su hermano, quien se regresó a Miramar a estudiar sus amados insectos y mariposas y nombró al Mariscal Radetzky, un eficiente militar que aunque ya había pasado los 80 años, produjo resultados inmediatos, derrotando humillantemente al buen Carlos Alberto de Saboya en las batallas de Custozza y Novara. El pobre Carlos Alberto, de por sí un hombre de carácter débil e indeciso, renunció a la corona en favor de su 190 Pinceladas de la Historia hijo Vittorio Emanuele y se exilió voluntariamente a Portugal, donde murió apenas unos meses después. Johann Joseph Wenzel Graf Radetzky von Radetz y su jefe, el emperador Francisco José de Austria Así llegó Vittorio Emanuele al trono de la casa de Saboya. En español podríamos llamarlo Víctor Manuel, pero creo que eso le quitaría mucha personalidad al nombre de un individuo que fue muy singular y hasta pintoresco, y cuya sola mención, así, Vittorio Emanuele II, pues le correspondió el número dos como Duque de Saboya de ese nombre, inflama todavía el corazón de los italianos. A pesar de las derrotas, la voluntad de unificar Italia se volvió más firme que nunca y Vittorio Emanuele II tuvo suerte de que su llegada al poder coincidiera con la aparición en la escena política de Camilo Benso, conde de Cavour, a quien el rey nombró su Primer Ministro. La situación no era nada fácil. ¿Cómo hacer frente al imperio Austríaco, una de las grandes potencias de la época? La visión de Cavour y el sentido práctico de Vittorio Emanuele fueron hallando el camino. Al participar el pequeño reino de Piamonte-Cerdeña en la Guerra de Crimea contra Rusia, aunque sólo fuera de modesta manera, 191 Roberto Gómez-Portugal M. puso a Vittorio Emanuele en la escena política europea codeándose con Francia e Inglaterra y al mismo tiempo, logró interesar al emperador de los franceses, Napoleón III, en la unificación de Italia y la expulsión de los austríacos. La alianza con Francia mediante los acuerdos de Plombières permite a Vittorio Emanuele las grandes victorias de San Martino y Solferino, triunfos con los que hubiera sido imposible siquiera soñar apenas poco tiempo antes. Pero el volátil Napoleón III padece la presión de los católicos que apoyan al papa, pues éste siente amenazados los Estados Pontificios, y violando lo acordado, retira sus tropas. Napoleón, sin embargo, no se irá con las manos vacías: a pesar de dejar “colgado” al rey piamontés, Francia se queda con Niza y Saboya, territorios que habían pertenecido a la familia de Vittorio Emanuele desde sus más antiguos orígenes. Pero el rey lo acepta, consciente de sus limitaciones y a pesar de la rabia de Cavour, que quiere continuar la guerra “a como dé lugar”. Pero los problemas no acaban allí. Por su parte Giuseppe Garibaldi, otro nacionalista apasionado y romántico apoyado por los demócratas liberales, hace tiempo que desembarcó en Sicilia y desde allí ha ido arrasando con su ejército popular el llamado Reino de las Dos Sicilias, que comprende la mitad inferior de la bota italiana, incluyendo la gran isla de Sicilia. Garibaldi derrota finalmente a los Borbones, que han gobernado esa parte de la península desde el siglo XIII y entra triunfante a Nápoles. ¡¿Cómo logrará el rey, por más que sea un monarca constitucional de estilo moderno, conciliar sus intereses con los de Garibaldi, liberal entre los liberales, que se ha jugado la vida en América luchando por las causas populares en Brasil, Argentina, Uruguay y Nicaragua?! ¿Qué clase de zancadillas no le meterán los demás gobernantes europeos con intereses en el tema? ¿El emperador de Austria? ¿El de los franceses? ¿El papa, que medio ve con gusto la unificación de Italia pero siente amenazados los Estados Pontificios, donde gobierna como un rey más? Vittorio Emanuele sigue avanzando hacia el sur sin saber muy bien el terreno que pisa; entra en los Estados Pontificios y ocupa las Marcas y la Umbría y sigue, sigue adelante para encontrarse con Garibaldi, al frente mismo de su ejército, como ya no se acostumbra que lo hagan los reyes. 192 Pinceladas de la Historia Los dos ejércitos llegan a Teano y se hallan frente a frente, en vilo entre el abrazo y la guerra civil. Los dos son ejércitos de liberación, han ido empujando al invasor extranjero de las tierras italianas; ambos tienen líderes carismáticos y adorados por su gente, pero representan visiones políticas opuestas. El encuentro En un sitio llamado Taverna della Catena Garibaldi y el rey se aproximan, ambos a caballo. Garibaldi no sabe qué esperar de un miembro de la añeja realeza, un rey que hace poco cedió a Francia el territorio de Niza, donde Garibaldi mismo nació. ¿Traición, acaso, o sacrificio consciente? Él ha sido siempre un luchador por la libertad, un revolucionario, un líder del pueblo y seguramente se sabe incapaz de gobernar el país que está creando. Pero ¿el rey sabrá hacerlo mejor que él, sin olvidar los ideales de libertad por los que luchan los miles de “camisas rojas” que siguen al líder popular? ¿No los estará traicionando el mismo Garibaldi, si cede ante este miembro de la casta opresora? Vittorio Emanuele se acerca decidido y la amplia sonrisa se asoma por debajo de su enorme bigote. Su rostro no tiene el tinte pálido ni el gesto adusto de esos nobles de opereta que tanto detesta, sino el rubicundo color de quien pasa las jornadas bajo el sol de esa noble tierra. Al rey parece estorbarle tanto el uniforme militar como le estorbaría a Garibaldi, que por eso lleva ropa suelta y se abriga con una capa campesina. Garibaldi se decide y tiende la mano al tiempo que saluda, 193 Roberto Gómez-Portugal M. todavía con cierto acartonamiento. “Saludo al primer rey de Italia” dice sincero. La sonrisa de Vittorio Emanuele no es menos franca cuando responde “¡Saludo a mi mejor amigo!” Las tropas de ambos bandos perciben de inmediato el relajamiento de la tensión y rompen en gritos y vítores, lanzando al aire gorras y sombreros. Garibaldi reconoce la autoridad del rey y le cede el dominio de las tierras del sur de Italia. A los demás participantes en este difícil ajedrez político no les queda más que reconocer lo inevitable y Vittorio Emanuele se reúne en Turín con los representantes y embajadores de las diversas potencias. Poco después, el 17 de marzo de 1861, el Parlamento proclama a Vittorio Emanuele rey de Italia “por la gracia de Dios y por la voluntad de la nación”. Italia habría de gobernarse con base en una constitución liberal que ya había sido adoptada en el reino de Cerdeña desde 1848. Un hombre común y corriente El rey más querido por los italianos de todos los tiempos era un hombre muy “normal”. A pesar de la educación formal y rígida que recibió desde la infancia en la corte de Saboya, Vittorio Emanuele era un hombre sencillo, jovial, amante de la compañía y del buen humor. La rigidez de la corte y de los salones aristocráticos no eran lo suyo; en los retratos oficiales se le ve tieso, acartonado, como si el uniforme militar y las condecoraciones le estorbaran. En cambio las fotografías que ya comenzaban a ser abundantes en esa época, lo muestran en su mejor ambiente cuando iba de cacería, con botas toscas, la carabina al hombro y un ancho sombrero adornado con plumas sobre la cabeza. Entre amigos, derrocha dimensiones humanas: es bromista, juguetón y jactancioso. ¡Y mujeriego! 194 Pinceladas de la Historia Vittorio Emanuele se casó con su prima María Adelaida de Habsburgo-Lorena, prima a su vez del emperador de Austria Francisco José. Ya se sabe que los matrimonios reales son casi siempre por conveniencia, o como suele decirse, “por razones de Estado”, por lo que el amor conyugal y la fidelidad son elementos no siempre presentes. De la esposa se espera, eso sí, una exclusividad sexual, pues la legitimidad de la descendencia no puede ponerse en entredicho. Pero para el varón los estándares son mucho más elásticos y el tener amantes o favoritas ha sido algo común en todas las casa reales, prácticamente sin excepción, viéndose incluso, en muchos casos como timbre de orgullo y de importancia. Vittorio Emanuele no tuvo problema en convertirse en un modelo con quien el temperamento italiano masculino ha podido identificarse fácilmente. Al rey le gustan las mujeres espontáneas y desenvueltas, sin demasiadas complicaciones psicológicas. Su primera favorita sería Laura Bon, una encantadora actriz de teatro a quien conoció en Casale Montferrato. Después vendría Claudina Cucchi, primera bailarina del Teatro alla Scala, de Milán. Luego, Rosita Mauri, otra bailarina de origen español. Después, la duquesa de Chaulnes y más tarde la actriz Emma Allis-Nova. Y también Virginia Rho, que le daría dos hijos, y luego Caterina Sirtori, y la condesa Morozzo della Rocca, esposa de un cercano colaborador del rey. Pero todas ellas, ni siquiera fueron importantes.... Concluida la unificación comienza apenas el trabajo de consolidar Italia como un estado integral e intentar asimilar a la nación, a pesar de sus enormes diferencias en materia económica, costumbres sociales y sistemas administrativos. Hay que homogeneizar las leyes, las fuerzas armadas, el aparato burocrático, todo esto al mismo tiempo que se busca la cohesión, en un país dominado por fuertes tensiones sociales. Vittorio Emanuele se confirma poseedor de un gran pragmatismo, tratando de dar coherencia al compromiso entre la monarquía y las fuerzas liberales moderadas, que fue la base en que habría de apoyarse la unificación. A veces se ve obligado a aplicar la dureza de la represión pues el “bandolerismo” que campea en las regiones del sur amenaza la construcción del Estado. Al final, el país se consolida, pero sin que se logre hacer desaparecer profundas diferencias económicas entre el norte y el sur, diferencias que persisten aún hoy en día, a siglo y medio de distancia. 195 Roberto Gómez-Portugal M. La Bella Rosina, su verdadero amor En una partida de caza, el rey conoce en Moncalvo, en la región de Asti, a una sencilla muchacha de catorce años que no sabe ni leer ni escribir, desconoce el italiano correcto y se expresa sólo en “dialetto”. No conoce tampoco las reglas del buen trato social. Es hija de un cochero de la localidad. Pero su carácter alegre, su trato amable y desenvuelto y sus formas voluptuosas son suficientes. El rey queda fascinado y Rosa Vercellana –así se llama la chica- se muda al castillo de Stupinigi, donde pronto aprende a montar a caballo, a expresarse con corrección y las demás cosas que se esperan de una dama. Pronto nace una hija, Vittoria y tres años más tarde un niño, Emanuele. El rey encuentra en esta familia ilegítima su verdadero hogar, mucho más entrañable, más cercano a su corazón que su familia oficial. Al igual que Vittorio Emanuele, la Bella Rosina, como se le conoce pronto por toda Italia, posee una inteligencia práctica y concreta, sin pretensiones intelectuales y ofrece al rey un entorno donde éste se siente verdaderamente a gusto. A cambio, ella pide poco. No busca puestos ni canonjías para sus parientes ni tampoco intenta meterse en las decisiones de Estado. El rey la nombra condesa de Mirafiori, pero eso no altera las cosas. Sigue acompañándolo con sencillez y cariño, alternando sabiamente los silencios con comentarios discretos que él aprende a valorar. Cuando muere la reina Adelaide, el conde de Cavour teme que el rey quiera casarse con su amante y elevarla al trono, lo que sería un escándalo de grandes dimensiones. ¡Tranquilo! Ni ella ni él quieren cambiar las cosas, que seguirán así hasta la muerte. La única tristeza en esta relación es que cuando Vittorio Emanuele yace con pulmonía en su lecho de muerte, el protocolo impide que la Bella Rosina lo acompañe en sus últimos momentos. Las formas exigen que sea el príncipe heredero, Humberto, quien vele al lado de la cama del rey. Pero junto a él, en silencio, lo acompañan también Vittoria y Emanuele de Mirafiori, los hijos de Rosina. 196 Pinceladas de la Historia La vida de Vittorio Emanuele llega a un prematuro fin cuando el monarca tiene sólo cincuenta y siete años y él considera que le resta mucho por hacer. Como cazador apasionado que es, ya entrado el mes de diciembre y a pesar del frío que cala, el rey se pasa toda una noche escondido entre las matas y envuelto por la humedad del lago cercano, esperando a las aves que intenta cazar. La aventura le cuesta una infección pulmonar que lo ataca con fuertes temblores y alta fiebre. Vittorio Emanuele II muere el 9 de enero de 1878. Deja a una Italia unificada por la aflicción de perder a su rey más amado. Roma es una ciudad de monumentos impresionantes, casi todos de una gran antigüedad. Pero hay uno más moderno, aunque no por ello menos impresionante, ni tampoco menos importante para los italianos. Es este enorme mausoleo que Italia entera decidió erigir a la memoria de su amado Vittorio Emanuele II. Los romanos de hoy, siempre irónicos y bromistas, lo llaman “el pastel de bodas”. 197 Pinceladas de la Historia La presente es una edición privada realizada en impresión digital por COPI-TECA México, DF, 2012. Segunda edición, 2014. Roberto Gómez-Portugal M. . Pinceladas de la Historia Roberto Gómez–Portugal Montenegro Nació en 1947 en la Ciudad de México y a muy temprana edad se volvió un ávido lector, primero de las novelas de aventuras que leemos todos en nuestra juventud y después de todo lo que tuviera que ver con la historia: los héroes, las leyendas y las guerras. Descubrió que las mejores aventuras, intrigas, romances y datos curiosos los encontraba en la historia misma y se apasionó por ella. Le costaba trabajo entender que sus amigos encontraran aburrido lo que él hallaba apasionante y es que a mucha gente no le gusta perderse en el mar de datos, lugares y fechas que nos hacen aprendernos de memoria en la escuela y nos llevan a detestar la materia. De allí, su deseo de compartir con sus amigos lo que tanto le entusiasma lo llevó a escribir estas Pinceladas. Roberto nos narra pasajes de la historia, de una manera tan ágil, accesible, breve y entretenida que parecen anécdotas o chismes, y nos ayuda a descubrir detalles curiosos e interesantes permitiéndonos acercar y captar de una manera más humana a personajes que tal vez hemos sentido aburridos y distantes. Seguramente la lectura de este libro te resultará, como a mí, muy agradable y enriquecedora. AGV.