Blancanieves y los siete enanos Cuando murió la madre de Blanquita dijo su padre, el Rey: <<Esto me irrita. ¡Qué cosa tan pesada y tan latosa! Ahora tendré que dar con otra esposa…>> –es, por lo visto, un lío del demonio para un Rey componer su matrimonio–. Mandó anunciar en todos los periódicos: <<Se necesita Reina>> y, muy metódico, recortó las respuestas que en seguida llegaron a millones… <<La elegida ah de mostrar con pruebas convincentes que eclipsa a cualquier otra pretendiente>>. Por fin fue preferida a las demás la señorita Obdulia Carrasclás, que trajo un artefacto extraordinario comprado a algún exótico anticuario: era un ESPEJO MAGICO PARLANTE con marco de latón, limpio y brillante, que contestaba a quien le plateara cualquier cuestión con la verdad más clara. Así, si, por ejemplo, alguien quería saber qué iba a cenar en ese día, el chisme le decía sin tardar: <<Lentejas o te quedas sin cenar>>. El caso es que la Reina, que Dios guarde, le preguntaba al trasto cada tarde: <<Dime Espejito, cuéntame una cosa: de todas, ¿no soy yo la más hermosa?>>. Y el cachivache siempre: <<Mi Señora, vos sois la más hermosa, encantadora y bella de este reino. No hay rival a quien no hayáis comido la moral>>. La Reina repitió diez largos años la estúpida pregunta y sin engaños le contestó el Espejo, hasta que un día Obdulia oyó al cacharro que decía: <<Segunda sois, Señora. Desde el jueves es mucho más hermosa Blancanieves>>.su majestad se puso furibunda, armó una impresionante barahúnda y dijo: <<¡Yo me cargo a esa muchacha! ¡La aplastaré como a una cucaracha! ¡La despellejaré, la haré guisar y me la comeré para almorzar!>>. Llamó a su Cazador al aposento y le gritó: <<¡Cretino, escucha atento! Vas a llevarte al monte a la Princesa diciéndole que vais a buscar fresas y, cuando estéis allí, vas a matarla, desollarla muy bien, descuartizarla y, para terminar, traerme al instante su corazón caliente y palpitante>>. El Cazador llevó a la criatura, mintiéndole vilmente, ala espesura del Bosque. La Princesa, que se olió la torta, dijo: <<¡Espere! ¿Qué he hecho yo para que usted me mate, señor mío? –el brazo y el cuchillo de aquél tío erizaban el pelo al mas pintado– ¡Déjeme, por favor, no sea pesado!>>. El Cazador, que era mala gente, se derritió al mirar a la inocente. <<¡Aléjate corriendo de mi vista, porque, si me lo pienso más, las lista…!>> la chica ya no estaba – ¡qué iba a estar! – cuando el verdugo terminó de hablar. Después fue el hombre a ver al carnicero, pidió que le sacara un buen cordero, compró media docena de costillas amén del corazón y, a pies juntillas, Obdulia tomó aquella casquería por carne de Princesa. <<¡Que mi tía se muera si he faltado vuestro encargo, Señora…! Se hace tarde… Yo me largo…>>. <<Os creo, Cazador. Marchad tranquilo –dijo la Reina–. ¡Y ese medio kilo de chuletillas y ese corazón los quiero bien tostados al carbón!>>, y se los engulló, la muy salvaje, con un par de vasitos de brebaje. ¿Qué hacía la Princesa, mientras tanto? Pues auto-stop para curar su espanto. Volvió a la capital en un boleo y consiguió muy pronto un buen empleo de ama de llaves en el domicilio de siete divertidos hombrecillos. Habían sido jockeys de carreras y eran muy majos todos, si no fuera por un vicio que en sábados y fiestas les devoraba el coco: ¡las apuestas! Así, si en los caballos no atinaban un día, aquella noche no cenaban… Hasta que una mañana dijo Blanca: <<Tengo una idea, chicos, que no es manca. Dejad todo el asunto de mi cuenta, que voy a resolveros vuestra renta, pero hasta que yo vuelva de un paseo no quiero que juguéis ni al veo-veo>>. Se fue Blanquita aquella misma noche de nuevo en auto-stop –y en un buen choche– hasta Palacio y, siendo chica lista, cruzó los aposentos sin ser vista; el Rey estaba absorto haciendo cuentas en el Despacho Real y la sangrienta Obdulia se encontraba en la cocina comiendo pan con miel y margarina. La joven pudo, pues, llegar al fin hasta el dichoso Espejo Parlanchín, echárselo en un saco y, de puntillas, volver sobre sus pasos dos mil millas –que eso le parecieron, pobrecita–. <<¡Muchachos, aquí traigo una cosita que todo lo adivina sin error! ¿Queréis probar?>>. <<¡Sí, sí!>>, dijo el mayor: <<Mira, Espejito, no nos queda un chavo, así que has de acertar en todo el clavo: ¿quién ganará mañana la tercera?>>. <<La yegua Rifífí será primera>>, le contestó el Espejo roncamente… ¡Imaginad la euforia consiguiente! Blanquita fue aclamada, agasajada, despachurrada a besos y estrujada. Luego corrieron todos los Enanos hasta el local de apuestas más cercano y no les quedó un mal maravedí que no fuera a para a Rifífí: vendieron el Volkswagen, empeñaron relojes y colchones, se entramparon con una sucursal de la Gran Banca para apostarlo todo a su potranca. Después, en el hipódromo, se vio que el Espejito no se equivocó, y ya siempre los sábados y fiestas ganaron los muchachos sus apuestas. Blanquita tuvo parte de beneficios por ser la emperatriz del artificio, y, en cuanto corrió un poco el calendario, se hicieron todos super billonarios –de donde se deduce que jugar no es mala cosa… si se va a ganar–.