In Memoriam. José Ramírez Flores La noticia de la muerte del maestro José Ramírez Flores es de las que, no por esperadas, dejan de causar profunda pena. Intimamente asociado a la vida del Colegio de Michoacán por haber sido amigo y maestro de D. Luis González y gran apo­ yo de la obra de Jean Meyer, don José donó a esta institución el primer cuerpo de libros para formar su biblioteca, la acompañó en sus primeros colo­ quios y a todos nos invitó a la celebración anual de las pitahayas en Techaluta, signos los mejores de su cariño para quienes participaban en el círculo de amistades del maestro. Tuve la suerte de conocerlo y apreciarlo y sentí de él una res­ puesta generosa, cuando me pidieron que recogie­ ra la biblioteca del maestro en Guadalajara. Era don José una persona mayor; murió de 83 años, con espíritu joven; se sentía en mejor sintonía con personas menores que con las de su edad. A lo largo de una amistad que se inició ya tarde, le conocí gran cantidad de amigos de quie­ nes siempre oí comentarios positivos acerca del maestro. Cuando íbamos a Guadalajara era pun­ to obligado la visita a la vieja casona en donde vivía, por la calle de Enrique González Martínez. Don José fue un erudito; él sabía de los suce­ didos de Jalisco, de sus familias, de los libros, de las fuentes; coleccionaba piezas arqueológicas, pinturas, animales disecados, cristalería, máqui­ nas antiguas y libros, siempre libros. A quienes les descubría afición por lo mismo les regalaba un cartel impreso que se veía a la entrada de su bi­ blioteca y que decía: “Busca antigüallas curio­ sa s / y estudia, con fe sobrada,/ para qué sirven las cosas/ que no sirven para nada”. Otro cartel hacía entrar a la familiaridad de su casa, la casa de los libros: “No se prestan libros, evíteme la pena de negárselos”. Don José no hizo de su vida una misantro­ pía; siempre se vio rodeado de jóvenes curiosos a quienes estimulaba facilitándoles el acceso a su biblioteca; muchas de las vocaciones intelectua­ les del occidente de México las descubrió o culti­ vó con gran generosidad. No quiso envejecer, pues se preocupó de estar rodeado por jóvenes que lo hacían sentirse joven, su generosidad le impi­ dió quedarse solo y los jóvenes lo percibían aleja­ do de la avaricia, que es señal de descomposición y de caducidad. La Sociedad Mexicana de Geografía y Esta­ dística le rindió un sentido homenaje hace un par de años y él, con su buen humor, aprovechó la ocasión para dar un testimonio de optimismo. Todavía me parece estar oyendo el principio de su discurso, cuando contemplando al auditorio que había visto su penoso acercarse a la tribuna, con una fina ironía en la mirada empezaba: “¡Qué triste es llegar a v iejo... pero es más triste no llegar!”. El humor y el gusto por la vida fue uno entre los muchos ejemplos que nos deja José Ra­ mírez Flores para recordarlo como gran amigo del Colegio de Michoacán y estimulante ejemplo en la vida intelectual de este rumbo. Francisco Miranda El Colegio de Michoacán