páginas desnudas

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Consejera de Cultura:
Rosa Torres Ruiz
Director General de Museos:
Pablo Suárez Martín
Delegada Provincial de Cultura:
Bibiana Aído Almagro
Director del Museo de Cádiz:
Antonio Álvarez Rojas
Organiza:
Consejería de Cultura
Diseño:
laberinto@ya.com
Imprime:
Gráficas Santa Teresa
páginas desnudas
Manuel Ruiz Ortega
Museo de Cádiz
“Páginas desnudas” es el título de la exposición que presentamos en esta ocasión a la sociedad gaditana, con la esperanza de que sean muchos los que se acerquen a disfrutarla durante estos días al magnifico
espacio que constituye el patio central del Museo de Cádiz.
Manuel Ruiz Ortega, ciudadano del mundo nacido en Jerez, nos propone un tema que ha sido recurrente en la historia del arte. Desde nuestros prehistóricos antepasados que pintaban las paredes de nuestras
cuevas, hasta los egipcios, los griegos, los romanos y las diversas civilizaciones a lo largo de las distintas épocas
han recurrido insistentemente al desnudo como expresión artística. Ahora, como desde hace siglos, es una
temática de plena actualidad que Manuel nos ofrece con una mirada nueva, en un ejercicio de talento, de estilo y de veracidad.
La dilatada obra del pintor Ruiz Ortega ha recorrido distintos escenarios: paisajes, libros, bodegones…todos ellos envueltos en la luz natural que dice necesitar para trabajar. Con estos desnudos, esa luz natural se convierte en una intensa luminosidad que nos traslada a un universo de emociones y pensamientos únicos. Son cuerpos que se suspenden en el espacio, no importan las poses sino lo que sugieren, sobrepasan los
límites de la gravedad, transitan con ellos mismos en un continuo debate de la belleza exterior con la interior.
Son rostros desdibujados, cuerpos anónimos que presentan al hombre y a la mujer más allá de las diferencias
de género. Los personajes de esta exposición abren círculos en el tiempo que nunca se cierran.
El Museo de Cádiz será esta vez el escaparate de los sentidos, donde el público visitante disfrutará de
la espiritualidad convertida en corporeidad. El presente catálogo completa la propuesta con textos de algunos
de nuestros grandes, para convertir esta exposición en una verdadera muestra de desnudos poéticos.
Os invito a que compartamos las miradas para visualizar juntos una selección de pintura rebosante de
sosiego y de energía positiva. Rebosante de Paz, la misma que llena de sentido la obra y la vida del pintor. No
se la pierdan.
Bibiana Aído Almagro
Delegada Provincial de Cultura
LA LUZ DE LOS CUERPOS
La pintura de Ruiz Ortega ha venido acompañando
mi actividad literaria durante los últimos veinticinco
años. O, para ser más justo, la firme trayectoria del
pintor se ha visto incursionada por una serie de visitas puntuales de la que -estoy seguro- ha salido más
beneficiada mi escritura que sus cuadros. Desde que
nos conocimos en Madrid, en 1979, se produjo una
química especial que coincidía en la manera de concebir espacio y tiempo o, lo que es lo mismo, arte y
vida. A partir de ese momento, me atreví a subrayar
varias constantes en el a modo de interpretar la realidad que, a través de los años y la experiencia, se han
ido ramificando en forma de variaciones. Como en
música, el tema principal permanece en pie, diáfano y
creciente, prestando su materia a cada una de las formulaciones secundarias. En este caso, el motivo es la
luz que, al contrario de lo que pudiera parecer a simple vista, adquiere carácter temático y fundamental,
relegando todo lo demás -argumento, color, soporte o
pretexto- a un segundo orden.
Podría decirse que una de las características de los
pintores andaluces ha sido la luminosidad y ese continuo anhelo de convertirla en forma. Nada menos
regional ni chovinista que desear hacer del universo
un cobijo propio. Ruiz Ortega pertenece a esta estirpe,lejana por otra parte de cualquier pretensión escolástica o clasificadora, a cuya huella ha sabido incorporar ciertos vestigios melancólicos y azulados, propios de una larga complicidad con la visión mediterránea, una manera de mirar que convive perfectamente con la luz de su naturaleza originaria: el oro
viejo de los destellos crepusculares, la acerada materia del amanecer o el cenit cegador que inunda los
abiertos paisajes y las privadas estancias de la Baja
Andalucía.
A lo largo de su ya dilatada carrera profesional, el pintor ha recorrido casi todos los escenarios, ha ensayado con múltiples personajes, se ha servido de variados decorados y tramoyas para, al final, dar vida a un
monólogo interior que se repite como luz y, a su vez,
en ella encuentra su razón de ser. Paisajes, bodegones, libros, bibliotecas o figuras humanas conviven y
concuerdan en un mismo centro que vibra desde el
sol y, como el fuego, adquieren dimensiones y formas
infinitas entre sus llamas. Así, toda la representación
es una excusa para aprehender la luminosidad que se
desprende de su propia presencia, de cada uno de
esos elementos que poco a poco van despojándose
de sí mismo hasta mostrar su esencia interior, que no
es otra cosa que su reflejo natural, el contacto de su
sombra con la realidad iluminada o la ingrávida sustancia de su vacío.
Haciendo un recuento del estilo y la trayectoria de
Ruiz Ortega, uno podría pensar que se trata de un
pintor realista, figurativo e inmerso en la tradición
del color como regulador de la expresión plástica.
Pero si nos detenemos en cada uno de sus estadios
y contemplamos detenidamente sus cuadros, percibimos algo más que una intención de traspasar la
apariencia de lo representado. Así, el árbol, la cúpula, el frutero, el libro, la flor o el cuerpo son en sí
mismos invitaciones a un viaje mucho más profundo, tanto en contenido como en formulación.
Detrás de estas figuras se confirma un universo
abstracto, desde donde el pintor nos habla más allá
de la propia iconografía. El artista pinta encima de
lo que ve -escribía yo mismo en uno de sus catálogos-, crea un mundo a través de otro y llega al convencimiento de lo uno como expresión de lo diverso.î Y en esa pluralidad unificada se confunden
invención y realidad, materia y alma, fondo y relie-
ve, figura y abstracción y, en definitiva, sombras y
luces.
El título de esta exposición es significativo en cuanto explica deliberadamente el propósito del pintor.
Páginas desnudas encierra en sus dos palabras un
doble significado. Por un lado, se trata de dar testimonio ante el blanco papel de la memoria del testimonio de unos cuerpos en movimiento, quizás como la
más libre expresión de la naturaleza humana. Por
otro, consiste en despejar la página de todos los símbolos y signos que perturben su desnudez. Es entonces cuando cuerpo y espíritu se encuentran y se
hacen único e indivisibles: borrar los nombres para
que todo vuelva a suceder en un espacio infinito y
silencioso, algo así parecido al origen donde ya existía
previamente el lugar de nuestras palabras y el esbozo
de nuestra presencia.
Aunque el desnudo ha estado siempre presente en su
pintura, Ruiz Ortega se ha visto abocado a acudir a la
figura humana como vehículo y fin a su vez. En los
cuerpos anónimos, con rostros desdibujados casi a
manera de una máscara, se concentra todo un mundo
de emociones y pensamientos que se diluyen entre sí,
sin dueños ni identidades que frenen su discurso.
Estos desnudos se prestan al trasiego de un pulso que
va trasladándose de cuerpo a cuerpo, como si al final
su latido perteneciera a todos y a ninguno, pues con
su solo compás diera noticia de la humanidad. En su
pérdida del nombre propio, el cuerpo se convierte en
mancha, se insinúa a veces, trazando levemente el
principio del movimiento como paradójica muestra
de su eternidad. Para ello, esos cuerpos deben estar
íntimamente ligados a la vida, a su primer aliento y a
la luz primigenia.Son cuerpos que recogen y transmiten el instante suspendido que les hizo nacer y, quizás
por eso fueron pintados a la misma hora, con la
misma luz natural de cada tarde que no puede ser
suplantada por ninguna otra. La frialdad que les otor-
ga su anonimato contrasta con el cálido argumento
de su existencia, subrayado por el color y el tono vital
de sus formas que, a su vez, les ayudan a liberar una
sutil energía, guardada en la figura cuando posa y
espera convertirse en puro escorzo. Pese a sus rostros
escondidos, los cuerpos muestran la verdad de su
piel, su anacarada superficie como signo de realidad,
producto de un meticuloso proceso que engarza al
pintor con el antiguo oficio del artista barroco.En este
caso, la verosimilitud de la vida se consigue, además
de por la movilidad de la imagen, a través de la preparación del color exacto por medio de aceite de linaza que, mezclado sobre la piedra de mármol, y
machacado todo con el vidrio de la moleta, produce
los más precisos pigmentos: lacas, sienas, cadmios o
bermellones.
La tela es el soporte donde la vida ha de manifestarse y, por tanto, requiere una rigurosa preparación. Con
el fin de asemejarse a las páginas de un libro -el
mismo libro que inspiró en el autor la anterior exposición (Barcelona-Jerez 2004)-,el lino está tratado con
cola de conejo, polvo de grafito y caolín, consiguiendo
así la calidad del papel que, al entrar en contacto con
el pincel, genera un efecto parecido a la caligrafía,
porque pintar un cuerpo es, a la larga, escribir su
nombre, otorgarle memoria en su fusión anónima.
Aunque larga y complicada, esta cocción preparatoria
posibilita una mayor rapidez de ejecución y, por otra
parte, provoca en el pintor la misma actitud frente al
vacío, ante la página y el desnudo.
Visitemos pues esta propuesta como si leyéramos un
libro que nos habla del cuerpo, no simplemente como
apuesta estética, sino como clave y custodia de todo
lo demás. Igual que Séneca, Ruiz Ortega cree en el
cuerpo como universo que encierra todos los secretos. Alma, espíritu, acento o emoción habitan dentro
de esa carcasa desnuda que alcanza su plenitud en el
movimiento. Su energía cinética es la vida y, en defi-
nitiva, es eso lo que se trata de fijar, de escribir en
estos cuadros o pintar en este libro. A veces sólo son
manchas, la leve huella de quien pasa y deja registrada su presencia en el cristal del tiempo. Manchas que
si perdieran todo atisbo anatómico y corporal, seguirían testimoniando humanidad y vida. Manchas que
en vez de cuerpo expresan luz, se mueven, se transforman en otras como un desarrollo celular que pretendiera ser analogía del primer paso de la vida.
Mancha y cuerpo, principio y final de un ciclo que no
acaba, donde el movimiento suple a la muerte.Quizás
las caras permanezcan ocultas también por esta
razón. Es el deseo de imponer la movilidad a la quietud del páramo en una especie de danza colectiva
que vuelve a representar a lo uno.
El trazo del pintor es, pues, fruto de una continua
observación de lo otro; en este caso, de la corporeidad. Desde el desnudo, el pincel surge silencioso, delgado, grácil y dispuesto a decir y a desdecir a un tiempo: marca y borra a la vez, funde lo interno con lo
externo, el corazón con la epidermis, da forma y desbarata la masa que nos cubre como un manto que se
pliega y se extiende. Hay algo en su pintura que
engarza con la larga dinastía del simbolismo: no
desea explicitar sino sólo señalar el murmullo, la luz y
el movimiento, quizás para reconocerse en el otro.Así,
el anónimo cuerpo cobra una dimensión única, transformándose en la propia figura del artista, al margen
del género o las características del modelo.
Todo un camino hacia la luz. En este caso, el pasaje de
un largo atardecer sobre el desnudo de la vida, sobre
la página donde todo se escribe, donde el libro que
guarda los nombres en secreto. Una luz que absorbe
cuanto toca y calla.
José Ramón Ripoll
Julio 2005
PARA LA EXPOSICIÓN DE DESNUDOS
DE MANUEL RUIZ ORTEGA
La piel que transparenta un alma fría.
La piel que representa un fuego helado.
La piel que es la frontera de un callado
fluir de sangre herida en la que ardía
el secreto de luz del mediodía
y el enigma nocturno del pecado.
La piel que palidece ante el dorado
labio de sol surgido de la umbría.
La piel acariciada por la aurora.
La arañada de blanco por la luna.
La piel que busca piel en su deriva.
La piel de etérea seda aduladora.
La piel de majestad inoportuna.
La carne tan valiente y fugitiva.
Felipe Benítez Reyes
Julio 2005
SOBRE EL DESNUDO EN EL ARTE
Fueron los antiguos griegos quienes nos
enseñaron que la armonía y el equilibrio entre el cuerpo y el alma son la base y la sustancia de la condición
humana. El cuerpo masculino desnudo fue en Grecia
objeto de estudio proporcional, de admiración pública,
casi de exaltación religiosa. Al descubrir los jóvenes
atletas en los juegos su desnudez heroica y sus habilidades físicas se volvieron un manifiesto vivo de la
superioridad de la Hélade frente a los bárbaros, emblema del ciudadano libre y ocioso frente a los esclavos y
también del hombre y de su mundo social frente al
universo doméstico y familiar de la mujer. El desnudo
femenino nunca fue en Grecia objeto de un acto celebrativo y social.Los atenienses despreciaron por bárbara la costumbre espartana de admitir al ejercicio físico
y militar a sus chicas jóvenes ataviadas con muy escasa indumentaria.La representación artística del desnudo femenino no llegó en Grecia hasta los tiempos de
Praxíteles y fue reservada casi en exclusiva a la representación ideal de Afrodita y de otras diosas.
Los romanos siempre vieron con recelo el
entusiasmo de los griegos por los juegos atléticos y por
la desnudez pública. El rigor y la severidad de las conquistas militares que forjaron el imperio casaba mal
con el espíritu lúdico y el refinamiento intelectual y
sensual de los griegos.En Roma,el ciudadano ejemplar
era un pater familias y su presencia pública exigía una
indumentaria de respeto como es la toga,que reviste el
cuerpo y que exige para su sostén una mano y un
brazo, por lo que queda limitada seriamente la movilidad de quien la lleva.La toga romana impone un andar
pausado y un gesto ceremonioso y retórico. Esta incomodidad, esta falta de aprecio de los romanos por la
desnudez heroica y pública, ha pasado -aumentada a
través de las severas reservas de la cultura judeo-cris-
tiana- a toda la tradición occidental.La desnudez pública sigue siendo al día de hoy una moneda de dos caras:
encarna una de las banderas más visibles de la minoría
naturista y al mismo tiempo participa de algún modo
del torrente de las revueltas aguas del voyeurismo y de
la pornografía. Como en el mito adánico, como en la
Edad de Oro, la desnudez es la imagen perfecta del
hombre en un estadio anterior a la civilización y al conflicto,sinónimo de inocencia original y de primitivismo.
Pero la historia de la desnudez humana
tiene un recorrido muy breve y relativamente poco
interesante.En ningún caso cabe confundirla con la historia del desnudo, que es uno de los motivos más antiguos y fascinantes de la representación artística en casi
todos los períodos históricos y en casi todas las culturas y civilizaciones. Su presencia es tan abrumadora y
tan importante en nuestra tradición que no puede ser
sólo vista como un simple motivo,como lo son el retrato, el bodegón o el paisaje, sino que constituye por sí
misma una forma de arte.La admiración,el gozo,incluso el placer sensual y erótico que experimentamos al
contemplar la fuerza, la armonía y la belleza del cuerpo humano -masculino y femenino- ha encontrado en
su representación artística una de las formas esenciales
para su expresión, para su permanencia en el tiempo,
para su sublimación literaria y estética.
En el mundo antiguo el cuerpo masculino
tuvo en exclusiva el monopolio de la belleza, y la escultura fue el gran instrumento de su representación, con
unos resultados de tan alta perfección que han condicionado de forma determinante toda la tradición posterior. Habrá que esperar a la plena consolidación de la
cultura artística del Renacimiento para que se produzca el descubrimiento del desnudo femenino, cuya
belleza empezó lentamente a ser considerada como
igual o superior a la del cuerpo masculino.Lo vemos ya
en el Nacimiento de Venus de Botticelli, pero sobre
todo en Leonardo con su Leda, y en Rafael con su
Galatea, que fueron los inmediatos precedentes de la
obra en este campo esencial de Tiziano.Éste último,con
su serie de Venus y con otras escenas de tema mitológico, se convirtió en el primer pintor especialista en el
desnudo femenino,en novedoso y perfecto contrapunto a la dedicación de Miguel Angel al desnudo masculino, que tiene en la decoración de la capilla Sixtina un
monumental epílogo al género probablemente insuperable. Los tiempos futuros, con Rubens, Velázquez,
Boucher o Ingres, se inclinarán por el predominio del
desnudo femenino en la pintura.Tendencia que la fotografía y la moderna publicidad van a convertir en un
claro signo de identidad de nuestros tiempos. Sin
embargo, la moderna publicidad sustentada en la imagen fotográfica busca un ideal de belleza genérico y
colectivo, estándar y artificioso, que evoluciona con la
moda y con la aparición de nuevas generaciones y
comportamientos. Por el contrario, el ideal de belleza
corporal que nos propone el lenguaje artístico reside
en un ejercicio de representación que se cumple a través de la mirada cada artista creador. No busca un
estándar mental reconocible, sino que nos propone un
modelo, un fragmento de realidad sensible que debemos reconstruir, o mejor reencontrar, en nuestra propia
experiencia individual de la belleza corporal.
Paul Valéry dió de lleno en el clavo de la
cuestión al afirmar que el desnudo es para el artista lo
que el amor para el poeta. En efecto, para el poeta, el
amor –correspondido y feliz, o esquivo y doloroso- es
el motivo o tema de su canto,pero no sólo eso,también
es la sustancia misma del hecho poético, el intento,
siempre arduo y a la postre imposible, de convertir en
la tesitura de un lenguaje universal sentimientos en
apariencia individuales de punzante intensidad.Para el
artista plástico el ejercicio del desnudo comporta una
tarea semejante: como explicaba con afán didáctico
Marsilio Ficino en sus comentarios al Banquete de
Platón, el hallazgo de la Belleza con mayúsculas supo-
ne la observación y suma de rasgos de hermosura dispersos, particulares. El buen pintor es aquel que con su
mirada sabe captar y representar el cuerpo del modelo, sus posiciones, sus sumarios gestos, detenerse en las
calidades texturales de la piel, en la sensualidad de la
forma; pero el verdadero artista es aquel que no se
queda ahí, sino que trasciende todas esas partículas de
realidad en busca de la Belleza eterna.
La exposición que nos propone Manuel
Ruiz Ortega constituye sin duda un riguroso y virtuoso
ejercicio con el tema del desnudo. En su más radical
esencia. No hay apenas anécdota en las figuras individuales o en los grupos de figuras. No hay apenas rostros que puedan precisar expresiones concretas de felicidad, plenitud, hastío o angustia. Son sólo cuerpos o
fragmentos de cuerpos que nos exigen apreciar a través de la fuerte gestualidad de la pincelada,en la mancha de color, en el toque rápido de un detalle, la vibración de la luz sobre la piel humana, la calidez y la proximidad de un cuerpo, reconocer, recordar en nuestra
propia experiencia, la sensualidad de la aproximación
amorosa.No se puede ser pintor plenamente sino se es
capaz de representar el cuerpo humano. La pintura es
poesía muda, por eso el sentimiento del artista sólo
puede expresarse por analogía, mediante la forma
plástica, en la emoción que solo él ha sabido descubrir
por un instante en el cuerpo y el gesto del modelo. En
poesía,en arte y en pintura,una de las mayores dificultades consiste siempre en decir muchas cosas con los
más escogidos y depurados elementos: ese es siempre
el mejor estilo. Y esta es la lección que hoy podemos
aprender con esta exposición.
Bonaventura Bassegoda
Julio 2005
Roma, 16 Giugno 2005
Caro Manuel ,
ho fatto il viaggio di ritorno da Barcellona con i tuoi
ultimi dipinti negli occhi. Così ,come me li hai mostrati nel tuo studio, uno dopo l’altro, mentre parlavi
della preparazione della tua prossima mostra.
Bevevamo vino rosso , l’odore forte degli olii e della
trementina nel naso, lasciando che il colore dalle tele
ci entrasse nel cuore…
Altre volte in questi anni è accaduto.
Altre volte ti ho visto girare quadri e metterli sul
cavalletto, affastellarli contro la parete, il divano, la
libreria per fare più spazio.
Altre volte ho ammirato.. e criticato, perdonami se
puoi …
Ma questa volta è stato diverso. L’emozione più forte.
L’impressione profonda è stata quella di una finestra
che si apra d’un colpo di fronte a me , per mostrare un
mondo di luce, nuovo ed inaccessibile.
Sì carissimo Manuel, inaccessibile e misterioso , perché è la terra del Mito che hai evocato !
Una terra nuova, tutta mediterranea , fatta di luci ed
ombre improvvise.
Di sole accecante, di profumi.
Una dimensione dove la bellezza si disvela con tutta
la sua forza per incantare con la sua poesia.
Dove li hai visti questi corpi, queste curve che fanno
attraversare secoli e secoli e travolti dal vento della
classicità antica ci invitano a credere ancora agli Dei?
Dove le hai prese le chiazze casuali che compongono
un ricordo, una nostalgia , un desiderio inespresso?
I nudi sulla tela si spogliano dalla necessità dell’aderenza con il reale, abbandonano le catene della des-
crizione , perdendo ogni carnalità umana , rivelandosi infine essenza del Mito.
C’è un’emergenza tutta nuova nel tratto. Una necessità di trasferire su tela il tuo sentire prima che scompaia la visione di un attimo.
Un’emergenza dell’anima che sta vivendo un sogno e
teme che gli sfugga se non lo fissa all’istante.
E la pennellata si fa larga , si allunga , si scioglie,
mentre il colore si assottiglia e scopre trasparenze
evanescenti , sfumature inaspettate.
Così i modelli reali non sono più importanti e il tuo
cuore batte lì dove si ferma la luce.
Il cromatismo lo estremizzi nei soli riflessi.
Le macchie diventano schiene ed anche e braccia in
un unica curva che con ritmo incalzante fa apparire il
volume.
Tutto questo mi è rimasto come un’impronta negli
occhi e nel sentire.
Una commozione di attesa e di stupore che mi sorprende come sospesa in uno spazio dove non c’è più
il Tempo .
Non ho saputo dirti nulla nel tuo studio, mentre la
luce della sera trascolorando rivelava ancora nuove,
misteriose vibrazioni.
E sono rimasta con il bicchiere in mano, altrove , un
po’confusa per il ritorno da quel viaggio straordinario
… mentre con il tuo caldo sorriso giravi di nuovo le
tele contro il muro , nascondendo il tuo mondo di
colore dietro l’armatura dei telai.
Con tutto il mio affetto Alessandra Ginobbi
Roma, 16 de junio de 2005.
Querido Manuel,
He realizado el viaje de regreso de Barcelona con tus
últimas pinturas prendidas en la mirada. Las veía tal
como me las mostraste en tu estudio, una tras otra,
mientras hablabas de la preparación de tu próxima
exposición. Bebimos vino tinto, ambientados con el
fuerte olor del óleo y de la trementina, dejando que el
color de las telas nos tomara el corazón ...
Otras veces en estos últimos años ha sucedido. Otras
veces te he visto mover los cuados y ponerlos en el
caballete, apilarlos contra la pared, contra el sofá, contra la librería, para ganar algo de espacio. Otras veces
te he admirado, ... o criticado, perdóname si puedes ...
Pero esta vez ha sido muy distinto.La emoción ha sido
mucho mayor. Ha sido la impresión profunda de una
ventana que se abre de golpe para mostrar un mundo
de luz, nuevo e inaccesible.
Sí,querido Manuel,inaccesible y misterioso,porque es
el lugar del Mito el que evocas! Una tierra nueva,
mediterránea, hecha de luces y de sombras, imprevisible. De sol cegador, de perfumes. Una dimensión en
donde la belleza se desvela con toda su fuerza para
encantarnos con su poesía.
¿Donde has visto estos cuerpos, estas curvas que nos
hacen atravesar siglos y siglos arrastrados por el viento del clasicismo antiguo, que nos invitan a creer
todavía en los dioses?. ¿De donde has tomado esas
largas manchas casuales que componen un recuerdo,
una nostalgia, un deseo apenas formulado?
Los desnudos de la tela se deshacen de su vinculación
con la realidad, abandonan las cadenas de la descripción, pierden toda su carnalidad humana, se revelan,
en fin, como pura esencia del Mito.Hay un nuevo protoganismo del trazo. Una necesidad de trasferir sobre
la tela un sentimiento antes de que desaparezca la
fugaz visión de un momento. Es la pulsión del alma
que vive un sueño y teme su olvido si no lo define en
ese instante. La pincelada se hace mas ancha y se
alarga, se deshace, mientras el color se adelgaza y
descubre trasparencias evanescentes, veladuras inesperadas. Así los modelos reales de partida dejan de
ser importantes y tu corazón late allí donde se detiene la luz. El cromatismo se exaspera con solo simples
reflejos. Las manchas se convierten en hombros, en
muslos y en brazos con una única curva de ritmo continuo que construye el volumen.
Todo esto lo conservo como una impronta en la mirada y en el corazón. Una conmoción de espera y de
estupor que me hace sentir como suspendida en un
espacio donde no existe ya el Tiempo.
No supe decirte nada en tu estudio, cuando la luz
cambiante del atardecer revelaba nuevas y misteriosas
vibraciones.Permanecí con el vaso en la mano, en otro
lugar, un poco confusa por el retorno de ese viaje
extraordinario .... mientras tú con tu cálida sonrisa
colocabas de nuevo las telas contra la pared, velando
un mundo de color tras la estructura de los bastidores.
Con todo mi afecto. Alessandra Ginobbi
LA REPRESENTACIÓN
DEL CUERPO HUMANO
La representación del cuerpo humano
desnudo ha sido uno de los temas más recurrentes en
la historia de las artes plásticas, tanto en la escultura
como en la pintura desde la antigüedad. Las Venus
prehistóricas, con sus generosos atributos femeninos,
tenían un carácter ritual y mágico pero también un
sentido de exaltación del cuerpo, que va a permanecer a lo largo de la historia del desnudo en casi todas
las épocas.
En el Antiguo Egipto el desnudo adquiere
un carácter más sofisticado y erótico, y aparecen por
primera vez las transparencias de tejidos muy ligeros
que insinúan todas las formas del cuerpo.
En el mundo griego el desnudo adquiere
una perfección insuperable, con cánones de proporciones que han sido repetidamente imitadas con posterioridad, por eso le llamamos clásico. Nos han quedado, lógicamente, por una cuestión de simple conservación, más muestras de desnudos escultóricos
que de pictóricos. Normalmente, el naturalismo del
desnudo se alcanza antes en la escultura que en la
pintura por la dificultad de que está necesita crear
una tercera dimensión imaginaria a través de la perspectiva.
En la Edad Media, con el triunfo del cristianismo y de la Iglesia, el desnudo prácticamente
desaparece, con pequeñas excepciones como la
famosa Eva de Autun, y algunas otras Evas pintadas
en frescos que son antinaturalistas y deforman
intencionadamente el cuerpo humano, en tanto en
cuanto la Iglesia condena toda manifestación de
sensualidad y erotismo que conlleva el desnudo
naturalista. Sólo al final del Medievo reaparece
dicha temática con autores como el Bosco que
incluso llega a representar relaciones sexuales en
sus obras.
El Renacimiento Italiano recupera la
representación de la desnudez, con autores de primera línea como Botticelli, Rafael, Miguel Ángel y, sobre
todo, los autores de la escuela veneciana, como
Giorgione y Ticiano que con una enorme libertad
tanto en su técnica pictórica que se aleja del rígido
dibujo practicado en Florencia y Roma, como por el
atrevido tratamiento erótico de sus desnudos femeninos que muchos reyes y altos personajes poseían en
sus habitaciones privadas cumpliendo, entre otras,
una función de estimulo sexual que hoy podríamos
catalogar de pornográfica.
En el barroco el desnudo adquiere una
gran importancia aunque no en España, por la rígida
etiqueta católica de los monarcas Austrias y Borbones
a partir de Felipe II. Incluso el Ilustrado Carlos III quiso
quemar los desnudos de las colecciones reales, aunque Mengs y Esquilache, afortunadamente, lo hicieron desistir de tan descabellada idea. Cuando
Velázquez pintó la maravillosa Venus del espejo lo
tuvo que hacer en Italia, y la Maja desnuda de Goya
estuvo muchos años oculta en una habitación oscura.
Pero si bien el desnudo femenino está desterrado del
arte español, el desnudo masculino por ejemplo de
un Cristo o un San Sebastián son frecuentes, con la
única salvedad del paño de pureza que cubre las partes más íntimas Son deliciosos los desnudos alegres
de Rubens y los más sobrios y tiernos de Rembrandt,
con un ideal de belleza femenina exuberante, generosa en carnes, que no se corresponde con la estética
actual.
El Rococó francés y la decadente clientela
aristocrática que lo financiaba le da al desnudo un
aire marcadamente frívolo, con autores como
Boucher.
En el siglo XIX, la puritana moral burguesa hace que
las damas vayan más tapadas que en ninguna otra
época de la historia, lo cual no favorece el desarrollo
del desnudo, y por eso, cuando Manet expone su
Olimpia y su Almuerzo sobre la hierba provoca un
gran escándalo en la sociedad parisina.
En el siglo XX, las vanguardias rompen con
los patrones del arte clásico y con la perspectiva renacentista, pero, no obstante, el desnudo cobra quizá
más fuerza que nunca y es uno de los temas favoritos
entre los artistas. A ello contribuyen el desarrollo de
las libertades individuales en Occidente, la liberación
progresiva de la mujer y el ansia de los artistas de
tener su propio y personal estilo fuera del convencionalismo y dentro de las nuevas tendencias. Son
excepcionales los desnudos frescos y directos de
Modigliani, Bonnard, Matisse, y el desarrollo de la
temática en Picasso es muy amplia y rica erotismo y
voluptuosidad.
En el siglo XXI, la vigencia del tema da
toda la impresión de que va a ir en ascenso con mayor
libertad y atrevimiento, como es el caso del fotógrafo
Spencer Tunik que retrata a miles de personas juntas
desnudas.Y también cabe citar al verdadero protagonista de este catálogo, para el que, a modo de preámbulo, está presente esta brevísima historia del desnudo: Manuel Ruíz Ortega, un excelente experto en esta
temática que ahora, como desde hace milenios, está
plenamente de actualidad.
La imagen de un cuerpo desnudo es pura
armonía porque en él reside el secreto de la proporción misma. En esta muestra de desnudos del pintor
Manuel Ruiz Ortega se representan distintas formas
del cuerpo, preferentemente de mujer, aunque también de hombres, en diferentes posturas relajadas y
manifestando el artista, a través de ella, de manera
sensible y esmerada, la forma exterior del alma. Quizá
como los dioses han creado a los seres humanos a su
imagen y semejanza, así sus criaturas se asemejan al
concepto ideal de belleza inteligente y visible, alcanzando todos los elementos la perfecta unidad de esa
creación. En estos cuadros se exalta lo más hermoso
de unos cuerpos que despiertan adormecidos desde
el Olimpo de la estética clásica.
Pero, ¿qué es el desnudo?, ¿qué es lo que
da cuerpo a una obra?: Ver la desnudez humana, no
un cuerpo desnudo. Es un momento de revelación en
el que finalmente se puede observar el secreto que se
oculta tras él. Después de la desnudez no hay nada
más, es una piel que vibra, una carne que late. La erótica proviene del hecho de ver la desnudez de otra
persona y poseer su secreto, pero esto no se descubre
fácilmente, por eso es enigmático. Suscita deseos,
pero no porque lo podemos poseer sino porque lo
podemos admirar. Un cuerpo es bello y por ende
resulta agradable a la vista, independientemente de
la pasión que cada espectador experimente ante ella.
Para poder sacar los secretos de la pintura de Manuel
Ruiz Ortega y poder emitir un juicio estético debemos
indagar en cada uno de estas obras, admirar la belleza en su más pura desnudez y ver, en definitiva, los
instantes eternos detenidos en el tiempo, su luz y sus
formas. Porque los cuerpos envejecen pero la representación queda.
El pintor da mucha importancia a la sugerencia y ubica a sus personajes en poses recostadas,
de pie, sentadas, en escorzo, de espalda y de forma
individual o en grupo, envolviéndolos en una bruma
que va más allá de la propia realidad, pero sin renunciar al naturalismo. La luz envuelve el interior haciendo resaltar las figuras representadas dentro de un
espacio intimista y expresivo.
A través de líneas marcadas y de pinceladas sueltas e imaginativas, define siluetas y formas
curvas, a veces mostrando el rostro y otras ocultándolo para dejar envuelta en el misterio la universalidad
del ser. La escenografía queda ocupada por tonalida-
des dulces y suaves, pero utiliza como puntos de inflexión azules marinos, rojos sangre y verdes intensos
que contrastan con la calidez de los cuerpos. Junto a
zonas muy matizadas existen pinceladas seguras, ágiles, generosas y definitivas, con fondos neutros y
vaporosos. Son espacios aéreos que envuelven la
escena en un horizonte onírico y mágico.
La mujer, principal protagonista de su
obra, es retratada en toda su plenitud. Se muestran
tranquilas, apasionadas, enigmáticas, expectantes,
sensibles y profundas. Bellos cuerpos de pechos
moderadamente abultados y prietos, caderas voluptuosas y marcadas, y pieles delicadas que exhalan el
aroma imaginario de presumibles caricias escondidas.
A veces sus personajes adoptan posturas tradicionales y a veces posiciones corporales poco convencionales que buscan lo atrevido, lo intrépido y lo descarado.
El resultado queda plasmado en un mundo cuya
expresión es el reflejo universal de lo femenino.
En los desnudos masculinos de esta exposición hay una mezcla de la tradición religiosa y pagana, evocando la iconografía de Cristo y de los santos
mártires con otras de inspiración grecorromana,
uniendo así la moral convencional y la transgresión
idólatra.
Anatomías clásicas en la línea de Fidias o
Lisipo, venus en la tradición de Ticiano o Velázquez , el
estudio estético del tema mitológico de las tres gracias, el despertad del deseo sexual al estilo de Greuze,
las desafiantes siluetas contenidas de Bonnard, la
interpretación de las figuras a través de las formas
geometrizantes de Cezanne, los trazados, donde se
mezclan lo real y lo fantástico, propios del expresionismo abstracto. Todo ello se mezclan en la obra de
Manuel Ruiz Ortega, que no obstante responde a las
exigencias teóricas de los gustos y costumbres de
nuestra época.
Su pintura expresa una clara intención de
comunicar la sensual plenitud entre el cuerpo y el
alma, entre la veracidad y el sueño. Quizás, la misión
del arte sea esa: poner de manifiesto lo que ofrece la
naturaleza, ennobleciéndola cuando el artista la reinventa, la recrea, la interpreta y, finalmente la inmortaliza, utilizando todos los medios técnicos a su alcance
para evitar el avance del tiempo.
Y lo más importante, el papel que juega
Manuel como creador, dándole su matiz estilístico y
personal, es que es el dueño de las situaciones que
percibe a través de sus sentidos, y la capacidad de
plasmar todas las bellezas posibles para que otros se
enamoren de ellas.
Su talento consiste en captar en un cuerpo desnudo el más allá de la condición humana. Una
mujer o un hombre, sin duda objeto del deseo pero
no sujeto del placer, pues lejos de acercarse a lo meramente sexual intenta recuperar y transmitir el placer
y el goce de los sentidos.
Marisa de las Cuevas Elduque
Julio 2005
CATÁLOGO
Óleo/lino
130 x 80
Óleo/papel
65 x 50
Óleo/papel
55 x 78
Óleo/lino
162 x 114
Óleo/lino
50 x 40
Óleo/papel
50 x 35
Óleo/papel
78 x 56
Óleo/papel
76 x 113
Óleo/lino
60 x 130
Óleo/papel
78 x 56
Óleo/lino
53 x 160
Óleo/papel
50 x 35
Óleo/papel
50 x 35
Óleo/papel
63 x 50
Óleo/lino
195 x 114
Óleo/papel
65 x 50
Óleo/papel
65 x 50
Óleo/lino
150 x 150
Óleo/lino
195 x 114
Óleo/papel
34 x 48
Óleo/lino
90 x 146
Óleo/papel
48 x 34
Óleo/lino
195 x 114
Óleo/papel
46 x 32
BIOGRAFÍA
UNA INFANCIA LLENA DE LUZ
Manuel Ruiz Ortega nació en Jerez de la
Frontera (Cádiz) en 1951. Recuerda que su primer
soporte fue la arena de la playa de La Puntilla, en el
Puerto de Santa María:“como si fuera un gran cuaderno, acogía, mis primeros dibujos (...) con motivo de
unos populares concursos de pinturas que coloreábamos mediante el teñido de la arena con anilinas que
se vendían en las droguerías.
Fue en el Instituto Padre Luis Coloma de
Jerez donde empezó a estudiar dibujo artístico.
De aquellos años recuerda también un
viaje a Madrid y la impresión que le produjo la
inmensidad del museo del Prado,“como si aquello tan
enorme fuera imposible de ver y de entender”, como
una premonición de lo difícil que iba a ser intentar
comprender el mundo por el que se sentía atraído.
FORMACIÓN EN BARCELONA
A los 15 años se trasladó con su familia a
Barcelona. Y al finalizar el bachillerato, tras descartar
otras opciones ingresa en la Escuela de Bellas Artes,
donde descubre su “futuro, con pleno convencimiento y sin vacilaciones”.
Cursó estudios superiores en la Facultad
de Bellas Artes, obteniendo el premio Güell al mejor
expediente académico. De esta etapa, Ruiz recuerda
como descubrió que el dibujo fue el origen indiscuti-
ble de su pintura. El dibujo le permitió descubrir las
formas y a partir de ellas fue emergiendo el color.“El
dibujo te permite conocer; el color viene uno con él
puesto. Se forma con las primeras luces que uno vive.
“Yo me formé íntegramente en Barcelona,
pero tanto la luz como el colorido de mi obra tienen
otros orígenes, provienen de la infancia, de mis sensaciones primeras en Jerez y El Puerto”.
mentar sus intuiciones sobre lo que debe ser y lo que
ha sido la enseñanza del dibujo “ para conocer de
dónde venimos los artistas y cuál es la tradición que
debemos superar, cómo ésta nos condiciona a veces
sin saberlo nosotros mismos”.
Pasó dos años encerrado en una biblioteca, rodeado de libros del siglo XVIII.Durante este período el Ruiz Pintor no crea, pero no cesa. “Acabo la
tesis y al día siguiente de ser doctor, mis piernas me
llevan de nuevo a la biblioteca”… Así nace una
colección de cuadros con el tema de los libros.
DE ALUMNO A PROFESOR
Ingresó como profesor en dicha Facultad
en 1974, doctorándose en 1986. Profesor titular en
1987 i catedrático desde 1991. En 2001 ingresa en la
Academia de les Belles Arts de Sant Jordi (como académico correspondiente)
Hacia 1983, cuando estaba preparando su
tesis doctoral sobre la enseñanza del dibujo, se vio
empujado a llevar a cabo una inmersión en la historia
del dibujo. Este proceso le llevo a reafirmar y docu-
Años más tarde, tras infinidad de visitas,
volvió a El Prado, para la exposición antológica de
Velásquez, que le produjo un impacto casi paralizador. “No me cansaba de verla, no tenía nunca suficiente, descubrí muchas obras “nuevas” que yo no
conocía y que me ayudaron a comprender mejor al
maestro. El impacto que me produjo casi llegó a bloquearme. (…) Para conjurarlo utilicé el mismo sistema que cuando los libros me paralizaron durante la
elaboración de la tesis: recuperé mi pintura ponién-
dome delante de Velázquez, estudiándolo desde dentro. Al estudiar sus obras desde la misma pintura descubría que esta no tenía artificio, pues si la mayoría
de los pintores solemos plantear en el lienzo todo el
proyecto del cuadro, Velázquez pasa dulcemente de
largo sin dejar un rastro matérico del proceso. En esta
época me sirvió de gran ayuda las lecturas que realice sobre Velázquez y muy especialmente la de “
Velázquez pájaro solitario” de un gran pintor, amigo
y maestro Ramón Gaya…. “ La actitud de Velázquez
es siempre una y la misma, ya sea que se encuentre
ante el misterioso espectáculo de lo real o ante el
intrincado problema de lo pictórico, y tiene para con
todo una especie de amorosa desdeñosidad, casi de
olvido”.
“Velázquez no cede a nada, pero lo acoge
todo, y no para quedarselo, ni siquiera para dárnoslo,
sino para salvarlo.”
he caminat estances
de la casa perduda. *
Salvador Espriu, Cementiri de Sinera, XXIII
* (Mientras se apaga la luz de abril y cesan las hijas
de canción, en un crepúsculo inmóvil, he andado
estancias de la casa perdida)
EL BODEGÓN: LA LUZ PROPIA
“En el bodegón siento que puedo crear un
mundo a través de esos objetos, que no sé cómo llegan a mi entorno, que buscan el momento de luz preciso en mi estudio (…) lleno de mil luces diversas por
todas partes.
“Hace unos años he podido descubrir que
la pintura de la primera etapa del estudio de Alí-Bey
(un piso enorme en el Eixample barcelonés), con esas
luces misteriosas, era como un mundo nostálgico,
construido a partir del recuerdo de mis luces primeras”.
Mentre s’apaga
la llum d’abril i cessen
les filles de cançó,
en un crepuscle immòbil,
EL VIAJE Y LA VUELTA AL PAISAJE DE LA INFANCIA
Para Ruiz el viaje a Italia es aquel que todo
pintor ha tenido, desde Velásquez, Goya y todos los
pintores del siglo XIX y XX, buscando las obras de los
grandes maestros y descubrir en ellas no sólo la sensualidad más superficial al estudiar el tratamiento y
técnicas, sino profundizar hasta llegar a la esencia
misma de la pintura. “Estos viajes te dejan con ganas
de no volver, de no regresar de Italia. El viaje tiene la
función de limpiar, sirve para que entren nuevos
colores en tu paleta.
“He tardado años en ponerme en diálogo
con (los) paisajes de mi tierra. Pues es muy dificil
fundir los paisajes del recuerdo con los del reencuentro y además, son demasiado austeros, sin árboles,
casi abstractos. Tiene que suceder algo excepcional
en el cielo, como el paso de una nube o una tormenta, para que resulten atractivos y el pintor se de cuenta del espacio inmenso que le rodea.
“El viaje a mi infancia ha liberado la nostalgia que yo había construido en mis primeras obras
de naturaleza muerta”.
“Si voy buscando siempre un paisaje,
aunque sea un objeto, necesito la luz natural, no
puedo trabajar de otra manera, no puedo ver ese
natural con luz artificial. Como dice Tiziano,“el atardecer es la hora de la pintura”. “la buena ocasión que
ofrece esa hora para que la realidad pueda esconder
en lo oscuro todo aquello que no es decisivo en ella,
en cambio empujar hacia la luz todo aquello que si lo
es”. ”.(Ramón Gaya, Diario de un pintor).
“El color, los colores no pueden ser eternamente verdades, sino el extravagante fruto de
nuestra ilusión, un espejismo, pero un espejismo que
se produce dentro de la realidad misma”.(Gaya,
Velázquez, pájaro solitario).
“Mi pintura no “ilustra” mi biografía, pero no puede
separarse de mi vida más íntima, está como cosida a
ella, es el resultado de mi evolución personal y humana”.
”prefiero volver a mi camino, si es que uno
que va de paseo puede tener camino.”
Lessing
EL DESNUDO
“La calidad de la textura de la superficie
del cuerpo la he sentido como una necesidad, como
un reto, que tenía, de algún modo pendiente, aunque
lo trabajé muy especialmente al principio de mi
carrera, cuando me dieron el premio YngladaGuillot.”
La mirada del pintor esta impregnada de
otros elementos que hacen que la observación de la
naturaleza sea mucho mas compleja de lo que a simple vista vemos, pero sobre todo lo que resulta aún
mas particular es cuando la idea o forma del objeto
que ha surgido a partir de esta observación, se traslada a la superficie pictórica. Un poema de Miguel
Ángel lo expresa con la emoción y profundidad que
este maravilloso momento requiere:
«Mentre ce’alla beltá ch’i vidi in prima
Appresso l’alma, che per gli occhi vede,
L’immagin dentro crece, e quelle cede
Quassi vimente e senza alcuna stima»
(«Aunque mi alma por medio de los ojos se acerca a
la belleza tal como primero la vi, la imagen interior y
espiritual de esta belleza crece, y la otra, la imagen
física, desaparece gradualmente, como algo vil e
indigno de estima»)
Cercano al estado que propone el poema
de Miguel Ángel fueron saliendo las óleos que contienen estas “páginas desnudas”, quiero decir que mi
“imagen interior y espiritual” ha podido sobrepasar
las características particulares de cada uno de los
modelos que posaron para este trabajo y trasladarme
al sentimiento mas hondo que siento y nace hacia el
desnudo en abstracto.
El trabajo se desarrolló sin una meta predeterminada como en su día lo hice con la exposición
“el silencio elocuente”
Transcrito por Jaume Badía
En una clara mañana de noviembre de 1999 Bonaventura Bassegoda y Manuel Ruiz Ortega
mantuvieron este apacible coloquio en el estudio del pintor, frente a unos amplios ventanales
tras los que aparecían los tejados y campanarios del barrio antiguo de Barcelona.
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