OPINIÓN / 11 EL PAÍS, domingo 14 de marzo de 2004 Después de la tormenta, no viene la calma. Después del dolor, si no nos ponemos a pensar deprisa, viene el abismo. De lo que digo aquí no estoy seguro y en eso imagino que me acerco a todos los que, en este momento, no estamos seguros de casi nada. No es malo. Al fin y al cabo, alguien que duda no ha matado nunca a nadie. Estaba en Manhattan el 11 de septiembre y también en Madrid en este otro 11 negro. No es más que una coincidencía. Sólo me sirve para comprobar que todas las desgracias se parecen, que todos los horrores son el mismo. Me puedo imaginar, porque lo he vivido, cuál será el camino que a los vivos, a los que no estamos directamente tocados por la muerte, nos espera. Para el resto, los doscientos que ya no son y los miles que ya no serán nunca del todo, el camino es aún más largo y lleva de vuelta al principio, al dolor, al recuerdo del dolor y a seguir viviendo como sea, casi sin sentido. A los otros nos queda pasar del horror a la compasión por la pérdida ajena y luego a la ira y después a la más profunda tristeza y más tarde al miedo. Es extraño cómo el miedo llega siempre al final, cuando la adrenalina del coraje se disuelve, y las lágrimas se secan y no nos queda más que temer cuándo y cómo volverá a suceder lo impensable y si esta vez los números de esta siniestra rifa coincidirán con los que guardamos en el bolsillo. La exaltación de la unidad vivida el viernes, el somos muchos y estamos juntos, la búsqueda desesperada de los héroes, la llama de la esperanza entre los hierros retorcidos, la lógica hambre de humanidad ante el dolor, todo eso lo he vivido en Nueva York entre otra gente que también era la mía. Al fin y al cabo, lo poco y mucho que todos esperamos de la vida no es sino la vida misma. Cuando uno lleva a su hijo al colegio tiene todo el derecho a estar seguro de volver a verlo, pero hay quienes creen que este derecho puede sernos arrebatado, que hay causas que lo justifican. No es así y lo sabemos todos menos ellos. Por eso me da tanta pena ver las CARTAS AL DIRECTOR Los textos destinados a esta sección no deben exceder de 30 líneas mecanografiadas. Es imprescindible que estén firmados y que conste el domicilio, teléfono y número de DNI o pasaporte de sus autores. EL PAÍS se reserva el derecho de publicar tales colaboraciones, así como de resumirlas o extractarlas. No se devolverán los originales no solicitados, ni se dará información sobre ellos. Correo electrónico: CartasDirector@elpais.es Una selección más amplia de cartas puede encontrarse en: www.elpais.es El horror, de cerca A ti, que dejaste la mortal mochila: te escribo al acabar el día más nefasto de mi vida y lo hago porque quiero creer que no eres consciente de tu acción. Esta mañana, mientras tú huías del tren, yo, y conmigo otros muchos ciudada- Después del dolor RAY LORIGA pancartas en las manifestaciones y los gritos dirigidos a unos asesinos que no escuchan, que no pueden escuchar, de la misma manera que entraron y salieron de esos trenes sin ver a nadie. Sin darse cuenta de nada. Gritarle a un asesino es como cantarle al fuego, el fuego se apaga o nos consume, no se le calma ni se le convence ni se negocia con él, al fuego ni siquiera se le insulta. No vale de nada. Hay que entender de una vez por todas que hay cosas que sólo son de una manera y no admiten matices. No hay bandera que valga una vida, la patria es una sopa, un aroma, un recuerdo, un monte, un verso. No hay patria que se refleje en un charco de sangre. La patria no sirve, sólo importan los hombres, las mujeres y los niños. Los que están a un lado y al otro de todas las fronteras, los mismos que el jueves por la mañana cerraron las puertas de un mundo que ya no volverá abrirse nunca. Y sin embargo, hay que hacer algo; qué, contra quién. No podrán con nosotros, nos dicen, pero vamos cayendo. Y el final de cada uno es un final absoluto que no admite remplazo. Me asombra ver la grotesca defensa del metodo de lucha abertzale que hace el señor Otegi, como si matar de dos en dos, de tres en tres, de veinte en veinte, fuera un horror más pequeño que matar a doscientos de un solo golpe. Es mentira. Los muertos se cuentan de uno en uno, no al peso, y el resultado final es siempre el mismo. Un individuo es la medida exacta del universo. Una vida arrancada es siempre un exterminio. La magnitud de esta masacre no minimiza el tamaño de sus crímenes. Ahora bien, hay que hacer algo, y para hacerlo hay que saber de dónde vienen las balas. Y aquí sí hay diferencias. Si es ETA, dudo mucho pero puede ser y Dios lo quiera, que éste sea su último atentado; si es Al Qaeda, puede que sea el primero. La diferencia estriba en que a ETA este fuego puede aún quemarle las manos. No las manos de los asesinos, pero sí las manos de aquellos que los protegen y alientan y de aquellos que le sacan al dolor un rendimiento político. Si es Al Qaeda, no hay nada de lo nuestro que pueda importarles, porque su guerra no es de este mundo. Aquí habría que pedir no ya explicaciones, sino responsabilidades a aquellos que han sumado al viejo enemigo de nuestra sociedad, ni siquiera digo nuestro país, que no sé muy bien qué es eso, un nuevo enemigo. Considero que el señor Aznar tenía la obligación de prestar ayuda a los Estados Uni- MÁXIMO dos en su lucha contra el terrorismo después del salvaje atentado sobre las Torres Gemelas, al igual que Francia está obligada a ayudarnos a nosotros en nuestra vieja batalla; también lo estaba el resto de Europa, en eso consiste ser aliados, y al fin y al cabo también murieron miles de norteamericanos en las playas de Normandía. Pero tenía asimismo la obligación de saber en qué consistía exactamente esa lucha y en hacer un análisis ético, político y estratégico de las acciones que se pensaban llevar a cabo. Se es aliado en el sacrificio, pero también en la toma de decisiones. De otra forma se convierte uno en comparsa. Hay una distancia esencial entre la defensa y la venganza. No hay crimen que justifique un crimen, sobre todo si como en los días de la soga al cuello se agarra al primero que pasaba por allí —no basta con que Sadam fuera a su vez un asesino, que lo es— y se le cuelga, mientras los verdaderos culpables siguen sueltos. Ahora mismo no sólo los motivos de la invasión de Irak están en duda, sino que también lo está la eficacia de tal acción, por no hablar de la responsabilidad moral sobre las vidas perdidas, hombres, mujeres y niños, una vez más. Si como al parecer puede quedar demostrado, si no lo está ya, que la invasión de Irak, aparte de estar alimentada por mentiras, fue además inútil, el señor Aznar y su Gobierno tendrán que pagar por sus errores como se paga en democracia, primero con el descrédito y después, si procede, ante la ley. Tal vez deban pagar hoy mismo. Nada de esto justifica, en cambio, a Al Qaeda, de igual manera que, por mucho que algunos se empeñen, la situación de Palestina no justificaba el 11 de septiembre neoyorquino. Si al final son ellos quienes están detrás de esta nueva barbarie, el culpable directo será el terrorismo islámico y no el señor Aznar, ni eso que solemos llamar aquí alegremente, y con una falta escandalosa de rigor, los americanos. Como si allí no existiera la línea divisoria entre los gobernantes y la buena gente que aquí nos Pasa a la página siguiente nos anónimos, nos metíamos en ese amasijo de hierros que tú habías dejado para tratar de socorrer a las víctimas de tu bárbara y cobarde acción. Mientras tu miedo era ser apresado y puesto a disposición de un juzgado, nosotros nos desesperábamos clasificando los heridos en vivos o fallecidos; personas a las que tú habías condenado a muerte mientras dejabas tu mochila y que ahora me pregunto si les miraste a los ojos para comunicar tu sentencia. Mientras esperabas que las mochilas que nos habías dejado explotasen, nosotros nos esforzábamos en evacuar a los heridos, sin siquiera imaginar que también compartíamos con las víctimas tu terrible e injusta sentencia. El destino ha querido que luche contra tu acción en todos los escenarios posibles: primero en el vagón, luego en el puesto de campaña y más tarde en el hospital donde trabajo. Acaba el día y estoy extenuado, pero descanso con la satisfacción del deber cumplido como ciudadano, médico y ser humano. Me pregunto si tú sientes la misma satisfacción. La tuya se nutre del dolor y número de víctimas, mientras la mía lo hace de las decenas de miles de personas que hoy he visto ofrecerse ilusionados sin más recompensa que la de ayudar a un ser humano. Esa gente me hace concebir esperanzas de una sociedad unida sobre la que construir un futuro en paz para mis hijos. En ese proyecto gente como tú no tiene cabida. Por mi profesión, como médico de un servicio de urgencias, estoy acostumbrado a ver dolor, sangre, heridas y cuerpos mutilados, pero siempre debidos a la fatalidad, a la imprudencia o a la catástrofe, pero las imágenes del vagón que vi superan con creces todo cuanto había conocido y seguirán conmigo, impregnadas en mi retina, toda la vida. Cuando las luces se apaguen y se haga la oscuridad sé que las visiones, los olores y los gritos de dolor flui- rán para atormentarme y eso me da miedo. Por eso quiero pedirte que la próxima vez que dejes una mochila te quedes cerca, y, tras ponerte a salvo para no salir dañado, te acerques a auxiliar a las víctimas de tu barbarie. No tengas miedo a ser apresado, que en ese caos la gente de bien sólo quiere ayudar y no se van a fijar en ti. Puedes pasar desapercibido con sólo agarrar la mano de alguna de tus víctimas. En ese momento entenderás la sinrazón de tu acción, verás de primera mano el dolor y sufrimiento que habrás causado y encontrarás vidas inocentes segadas por tu asesina acción. El día que veas y sientas todo eso sí serás consciente de tu acción y cuando las luces se apaguen, tendrás los mismos miedos que ahora tengo yo. Tal vez ese día y esos miedos hagan que jamás dejes otra mochila.— Ricardo Larraínzar Garijo. Madrid. Como la mayoría de las personas que tienen corazón, sentimien- tos, que desean vivir en paz, yo tampoco he podido dormir la noche del 11 de marzo. Siempre la misma pregunta: ¿por qué? Ninguna respuesta. ¿Para qué? Tampoco. No puedo entender nada. A las 7.40 horas de ese día, en un intervalo de dos segundos, dos explosiones atronadoras. Aún me encontraba en casa. De repente todo se tornó gris, oscuro, hay humo, mucho humo, huele a goma quemada ¿Qué pasa? En principio no me imaginé que era un atentado. Me asomo a la ventana y veo cómo hombres, mujeres, jóvenes con sus mochilas salen de los vagones, atraviesan las vías, gritan, están desconcertados, desorientados, van sin rumbo, huyendo del horror. Ruidos de ambulancias, muchas ambulancias, el sonido de la muerte. Empiezo a ser consciente de que es un atentado. Me acerco al lugar del suceso por si se podía ayudar: mantas, agua, lo que fuera; lo que podíamos ofrecer era muy poco, poquísimo, ante la Pasa a la página siguiente 12 / OPINIÓN Siempre se dice, en estos casos, que sobran las palabras. Es una convención absurda. Al contrario, una de las labores prioritarias es rescatar las palabras. Hay que ir rebuscando, a las palabras, en las ruinas del lenguaje. Están espantadas, perseguidas por los molares rechinantes de horror y terror. La onda expansiva las ha arrojado muy lejos. Entre hierros retorcidos, las palabras madrugadoras, las onomatopeyas. La hoja del calendario se mueve a bandazos suspensa por el viento acorralado. Hay una palabra que sustituye a oxígeno en la composición del aire. Dolor. En sus orígenes, antes de ser abstracción, no había dolor, sino dolores. Como cuentan los doctores Muriel y Madrid en su monumental Dolor (Editorial Libro del Año), los antiguos griegos usaban por lo menos cinco términos diferentes que significaban dolor. Dolores concretos. Así, Achos era el dolor asociado al miedo. Algos, al frío. Odyne expresaba el intenso dolor de los dientes o el de ser mordido. Ponos, el dolor de la fatiga extrema. Kedos, el dolor por la pérdida de un familiar, de un ser querido. La abstracción puede ser una eleva- Viene de la página anterior parece siempre tan clara. Y conviene decirlo, porque a la izquierda progresista enseguida se nos va la cabeza y acabamos llamando a los terroristas del 11 de septiembre —lo leí en su día con indignación— kamikazes de la miseria y eufemismos similares. Y es que también la izquierda ha, hemos, perdido pie desde hace tiempo, entre la nostalgia de las barricadas, el progresismo de salón, la libertad de expresión ame- CARTAS AL DIRECTOR Viene de la página anterior magnitud de tanta tragedia. Me quedo fría, paralizada. ¿Estaría soñando? ¿Era una película lo que estaba viendo? Desgraciadamente, todo era real, demasiado real. Los vecinos que estábamos allí no hablábamos. Nuestras caras, nuestros ojos, nuestras miradas, esas lágrimas tan amargas, gritaban de dolor, de impotencia. Vagones destrozados, decenas de personas eran sacadas de esa trampa mortal que unos desalmados habían preparado para causar el terror, el pánico, la muerte. Sobraban las palabras. Y me pregunto: ¿por qué? ¿Por qué tenemos que sufrir a la fuerza por culpa de gente con corazón de hielo, de hierro, fríos como témpanos ante la desgracia ajena? ¿Cómo aprender a vivir sin odio hacia los asesinos que, sean quienes sean, disponen libremente de la vida de los demás? Espero y deseo que después de que pase un tiempo de este desgraciado 11 de marzo nunca lo olvidemos y cada acto que se cometa de este tipo nos deje una huella. Una huella imborrable que haga posible que haya paz en el futuro de todos.— María Luz Martínez Martínez, vecina de la calle Téllez. Madrid. ¿Estás bien? Suena al otro lado la voz de un amigo. No, Carlos, no estoy bien; a decir verdad, estoy a cinco millo- EL PAÍS, domingo 14 de marzo de 2004 Peces que incuban palabras en Madrid MANUEL RIVAS ción de la palabra, pero también un vaciado. Hoy el dolor desanda su camino, baja de las nubes, vuelve con todos. Me parece verlo andar por las traviesas, por el espacio más público, por eso que llaman “derecho de paso”. Esta clase de dolor, el dolor radial de Madrid, significa todos los dolores. Duele en cada vértebra, en cada palabra. Hay peces que incuban sus crías en la boca. Ya sabemos dónde se han escondido las palabras. Dónde han encontrado cobijo. En el duelo, las bocas incuban de nuevo las palabras. Significan lo que significaban antes, pero ahora tienen un significado extra. Las palabras son supervivientes que hablan también en nombre de los muertos. La palabra dolor se ha disuel- to en la atmósfera y forma parte de la respiración colectiva. Hay otro término al que se refieren los doctores Muriel y Madrid, y es el de explorar. En su etimología, tendría el sentido de exteriorizar el llanto, hacer oír el dolor. Hay unas compañeras, una familia de palabras, que han resistido la saña con que las perseguía la onda expansiva del terror. Entre ellas, compasión y comunidad. Y han resistido en las bocas de Madrid, incubando un significado emocionante e inolvidable. El dolor se comparte. No es un territorio de competencia. Competir por el dolor, apropiárselo, utilizarlo para producir un exceso de sospecha o desacreditar a conciudadanos diferentes en el pensar es una manera de negar la esencia del dolor. Los sanitarios, los bomberos, los ferroviarios, los policías, los miembros de protección civil, toda la población solidaria... Nadie de ellos ha perdido su precioso tiempo en arrojar trozos de dolor contra otros. Nadie se ha dedicado a llenar una saca de reproches para luego repartirlos a discreción. A nadie se le ocurrió medir la intensidad del dolor en función del asentimiento o no a la política gubernamental a lo largo de estos años. España, la sociedad española, es una comunidad democrática fuerte. Es también una nación de naciones. Y ojalá recupere su papel más activo en la construcción europea, y sirva de útil y modesto bombero para Después del dolor sus planes y conseguir primero la paz en su casa y en la nuestra, que es su primera e inexcusable obligación, y los demás deberíamos conseguir de una maldita vez presentar un frente común al terrorismo, alejados de políticas electoralistas. Puede que en democracia las grandes ideologías sean menos importantes que los grandes problemas. Puede que el pragmatismo sea el nuevo idealismo, o al revés. No lo sé. Puede que los tiempos, una vez más, estén cambiando. Haya sido o no Al Qaeda, Aznar y los suyos aún tienen que explicarnos muchas cosas. Su España de patriotas no nos lleva a ninguna parte, y si Kerry gana las elecciones en Estados Unidos, a Rajoy no le van a llegar los pies a la mesa americana. Nos habrán enfrentado a Europa, nuestro hábitat natural, para hacernos socios privilegiados del fracaso. Tendremos una bandera muy grande encerrada Acabo de recibir la confirmación de la muerte de la mujer de un tierno amigo de la adolescencia y de siempre. Susana ejercía como madre trabajadora. Deja dos niños de 11 y 5 años. También deja a mi amigo con el corazón destrozado y con la mirada interrogante de sus hijos. Me angustia pensar qué podrá explicarles. Quizá que su madre cumplía con su deber cada minuto de su vida y que un mundo absurdo hizo que pereciera por ello. Sólo con un inmenso amor y con una pertinaz lucha por la paz podremos lograr reconfortar a esos niños y a ese padre tan dolientes en este momento y durante muchos, muchos días... Mi más sincero amor hacia ellos desde estas letras, que son casi lo único que puedo ofrecerles hoy para su dolor. Hasta siempre, Susana Ballesteros.— Gloria García Molina. dote en la atención a los heridos; que muestras discretamente y sin alharacas tu vigor solidario, tu hospitalidad. Y es así como te recordaba, cosmopolita, acogedora, entrañable. Esta tarde del 11-M, viendo la televisión y hablando por teléfono con “mi” gente de Madrid, me he emocionado y, después de muchos años, he llorado.— José Matías Hernández. Barcelona. nazada, el chapapote instrumental, el pensamiento pegatina, las canciones protesta, la arrogante superioridad moral, la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Y ahora seamos pragmáticos. Haya sido o no ETA, el señor Ibarretxe debería aplazar nes de años luz de estar bien. Esta vez la imagen de un cuerpo desgarrado colgado como un fardo, como una ristra de ajos sin cuerda ni ventana, no es sólo la imagen de una página en el periódico que soporta el editorial. El acta final de un analista. No, hoy no estoy bien, y como me encuentro tan lejos en el tiempo y el espacio de estar bien, me permito la licencia de ser primario, y reducir ad infinitum esa cadena convirtiéndola en sólo una grosera y obscena bola de odio. Teresa, mi amiga y compañera, ayer perdió a su marido. Cuatro años compartiendo con ella nuestro gusto por el trabajo bien hecho. Cada día. Cada día... Ayer, Gonzalo, su marido, iba en uno de los trenes que estalló. Fin del trayecto. A él no le conocía, pero a Teresa sí. Cada día hablábamos y discutíamos de lo mismo que hablan y discuten dos compañeros de trabajo. No necesitaba conocer a Gonzalo. Me conozco a mí, y en su vida proyecto perfectamente la mía. Cuando a las seis y media suena el despertador y remoloneo cinco minutos en la cama, cuando me ducho, cuando me tomo un café y cuando con un beso rozado digo a mi mujer mientras corro escaleras abajo “hasta luego”. Ayer no hubo luego, ni mañana, ni futuro. Hoy no estoy bien. Me encuentro aquí, sólo, a cinco millones de años luz de estar bien, sentado en un rincón oscuro y sin saber dónde se coge el tren de vuelta a casa.— Vicente Martínez Nieto. Madrid. Homenaje a Madrid No llores, Madrid. Hoy has conseguido poner en cuarentena tu sambenito de ciudad inhóspita y me has vuelto a mostrar esa faz oculta que sólo se conoce si se habitan durante varios lustros tus entrañas. Por eso, hoy muchos se encontrarán con tu lado más humano; descubrirán que dispones de barrios humildes y ciudades-dormitorio, de gentes que madrugan mucho y, apretujadas, con fiambrera en mano, acuden en trenes y autobuses a trabajar o a estudiar; que eres capaz de actuar con diligencia y prontitud ante una situación de emergencia, volcán- Silencio. Silencio en los medios de transporte, de comunicación, en la calle... Horas depués de la masacre acontecida en Madrid nadie hablaba, y si lo hacía era refiriéndose a este horrible atentado. Tengo 18 años, nunca he vivido en otro lugar que no sea España y en todo este tiempo he crecido azotada, como tantos otros, por el terrorismo injustificado. Porque no existe motivo alguno para hacer comprensibles estos asesinatos. Me horrorizo cuando descubro que estando en el siglo XXI el hombre no ha evolucionado tanto como se cree o se afirma: sigue empleando la muerte como moneda de cambio. Sueño con el día en que el respeto, la tolerancia y el diálogo no sean utopías.— Sandra Sastre Sánchez. Madrid. Madrid es un estudiante que toma el tren de cercanías en la estación de Atocha a las ocho de la mañana para ir a clase en su universidad. Madrid es una señora ecuatoriana que toma el tren de cercanías en la estación de Méndez Alvaro para ir a la casa en la que un mundo más solidario y menos inflamado. El sentimiento de comunidad democrática como principal rasgo de identidad es lo que ha cambiado en la historia de España. Ése es el círculo climático más amplio. La comunidad funciona como un hábitat, como un espacio de deseable fotosíntesis, que permite conjugar unidad y pluralidad. Hay que preservar ese hábitat. No puede llevarse todo —por ejemplo, la disidencia cultural o política— al terreno del ring, del kick boxing. Otra convención falsa es que las manifestaciones no sirven para nada. Al contrario, otra vez. Los peces de que hablamos nadan juntos, como vuelan los estorninos, para protegerse de los depredadores. Esas marchas cívicas conjuran el dolor, son una exploración, y refuerzan el sentimiento de comunidad. Los políticos y dirigentes que de verdad amen a este pueblo tienen que incubar palabras que contrarresten la producción de odio. Ya saben dónde están. En la imprescindible solidaridad democrática. En la boca de los peces de Madrid. Manuel Rivas es escritor. en un rincón muy pequeño. En cuanto a mi colectivo, intelectuales y artistas, como nos llama Savater, deberíamos hacer un esfuerzo por dejar de poner a salvo el alma roja y bajar la mirada hacia el rojo de la sangre. Ya lo decía Evtushenko: A la izquierda, compañeros, siempre a la izquierda, pero nunca más a la izquierda de vuestro propio corazón. Ray Loriga es escritor. limpia. Madrid es un ejecutivo que toma el tren de cercanías en la estación de Alcobendas porque hoy tiene su coche en el taller. Madrid es una señora que toma el tren de cercanías en Parla porque tiene que hacerse unos análisis en un hospital en Madrid. Madrid hoy es una persona que piensa en la casualidad de no haber tomado el tren de cercanías hoy. Madrid hoy es una esposa, un marido, unos padres... llorando porque hoy alguien suyo ha muerto.— Yago Durán. Madrid. Yo lo único que sé es que Madrid ha amanecido hoy lleno de agujeros por todas partes. Sé que ha amanecido lluvioso y sé que al caminar por las calles de siempre uno no sabe por qué, pero se ha ido encontrando con huecos, con una telaraña de ausencias que no comprendía, pues aquella gente que se fue, fue gente que no conocía, personas a las que uno seguramente jamás había visto; pero es lo mismo; las aceras se presentan más espaciosas, en los bancos no hay nadie sentado, hay un silencio de mimo, los pétalos de las flores de los almendros no se enredan en los cabellos y vagan, desconsolados. Y es que quizá en estas aceras alguien hoy me hubiese preguntado por una dirección, o una chica me hubiera regalado su mirada unos segundos, o un niño despistado hubiera chocado contra mis piernas mientras su madre corría detrás de él. Pero en esos lugares, hoy, sólo había aire, gotas de lluvia cayenPasa a la página siguiente OPINIÓN / 13 EL PAÍS, domingo 14 de marzo de 2004 ¿Qué pasa en un periódico cuando al comenzar el día se sabe que, sólo a unos metros, ha habido un salvaje atentado terrorista con cientos de muertos y heridos? ¿Cómo se pone en marcha una maquinaria informativa que entre prisas, desconcierto, contradicciones, falta de datos fiables, nervios y angustia, pretende ofrecer una información rigurosa? ¿Cómo salvar los escollos de una terrorífica realidad que puede conducir con facilidad a la truculencia o sensiblería? Esta Defensora piensa que quizá les interese a ustedes, lectores, saber cómo funciona EL PAÍS en un momento así. Cómo se gestiona, contrarreloj y en medio de la incertidumbre, la información de un acto tan brutal, cómo surge una edición especial en dos horas y cómo se cambian los contenidos varias veces a lo largo del día. Pueden decir que ése es nuestro trabajo, lo mismo que el de los médicos, policías o bomberos en iguales circunstancias. Cierto. No se trata de ponernos estupendos, que diría Valle-Inclán, sino de contarles cómo trabajamos en momentos de confusión en los que son necesarias altas dosis de sangre fría, al tiempo que una fuerte empatía con los que sufren. Porque cuanto más sepan ustedes de nuestro funcionamiento mejor podrán valorar, y criticar, la información que llega a sus manos. Algún lector ha reprochado a esta Defensora la crueldad de las fotos publicadas el pasado viernes, “un sufrimiento extra”, o la dureza de la portada, que provocaba “repulsa”. Lo puedo entender muy bien, pero la realidad es dura y la información no puede cerrar los ojos a los hechos. Y así lo explica la redactora jefe de fotografía, Marisa Flórez. “Son imágenes que no se habían visto porque los autores estaban dentro de la estación cuando aún no se podía pasar. Y, con todos los respetos, había que darlas. Se hablaba de cientos de muertos, de miles de heridos, y teníamos que informar de lo que estaba pasando. Llegaron en el último momento, poco antes del cierre de la primera edición, y se decidió publicarlas, aunque no en portada”. A las doce de la mañana la Redacción era un hervidero. Se preparaba una edición especial. Al margen de aportar una primera versión de los hechos, en estos casos se trata, más que nada, de acompañar a los ciudadanos, de decirles que no están solos en esos momentos difíciles y de desconcierto. Cien mil ejemplares que se venderán sólo en Madrid y Barcelona, porque el complicado proceso industrial del periódico no permite llegar a tiempo al resto de España. Serán 72 páginas, 21 de ellas dedicadas al atentado, con las primeras imágenes de heridos y CARTAS AL DIRECTOR Viene de la página anterior do, burbujas de mimosas desangeladas. Y uno sin saber muy bien cómo, ni dónde, ni por qué, se siente mucho más solo.— Rodrigo Sancho Ferrer. Madrid. Voy andando por la calle y veo en las caras de la gente la tristeza, nadie sonríe, la gente está seria, pensa- LA DEFENSORA DEL LECTOR Informar en medio de la confusión MALÉN AZNÁREZ muertos. Un editorial que arranca en la portada y que, por las prisas, citará en algún momento a “las víctimas mortales de ayer”. Es la fuerza de la costumbre de referirse siempre al día anterior. Los articulistas, Javier Pradera, Josep Ramoneda y Rogelio Alonso, han contado sólo con una hora para escribir su artículo. Llamada del presidente El titular de portada a cinco columnas es contundente: Matanza de ETA en Madrid. ¿En qué se basaba EL PAÍS para afirmar tal cosa si todavía el ministro del Interior no lo había confirmado? Muy sencillo. Al margen de distintas fuentes de Interior que así lo habían asegurado, el presidente del Gobierno, José María Aznar, había llamado al director del periódico, Jesús Ceberio, para confirmar esta autoría. La última página lleva una foto impresionante, firmada por Pablo Torres Guerrero, un fotógrafo profesional que no pertenece a la plantilla de EL PAÍS. Un redactor de Deportes, Carlos Arribas, que vive enfrente de la estación de Atocha, tras oír las explosiones llegó en los primeros momentos a las vías del tren, cuando ni siquiera había policías o bomberos. Le vio haciendo fotos en medio del caos general y le preguntó para quién trabajaba. La respuesta fue: “Para EL PAÍS”. Y Arribas se lo trajo del brazo al periódico. El fotógrafo viajaba, como todos los días, en un tren que se cruzó con el del atentado. Se bajo y comenzó a disparar la cámara, “sin fijarme, sin mirar casi, por la impresión que tenía”, diría luego. Resultado, entre otras, una foto espectacular que ocupó casi toda la contraportada de la edición especial y que, valorada con un poco más de calma, pasaría a la portada del periódico del viernes. Una vista general del tren y los heridos tirados en las vías, atendidos en los primeros momentos por otros pasajeros o vecinos voluntarios, que reflejaba el dramatismo, dolor y caos de la situación. Fotografía que, solicitada al diario, también publicarán en portada periódicos de todo el mundo. tiva y muy triste. Yo contengo mis lágrimas, como lo llevo haciendo a lo largo de toda la mañana, pero cuando llego a casa por fin me derrumbo, necesito derrumbarme para llorar sin silencio, para oírme llorar y no ahogar ese grito; a medida que transcurre la mañana transcurre mi dolor, un dolor que compartimos todos. Madrid está triste, España está triste; no quiero que esto siga así. La rabia y la impotencia es tan fuerte que necesito escribirlo para expulsar la ira por todos los poros A las 13.00, cuando se cierra la edición especial, no hay muchos datos seguros. Sólo se sabe que hay más de 170 muertos y 600 heridos. Se acuerda poner esa cifra y se revisan todos los textos para que no haya disparidades. En esta edición se anuncia el libre acceso a EL PAÍS.es. Algún español residente en el extranjero se ha quejado a esta Defensora, a primeras horas de la mañana, por tener que pagar en un día así. La Redacción es un hervidero. Redactores de distintos suplementos —EPS, El Viajero, Tentaciones— han reforzado la plantilla, que también cuenta con todos los alumnos del master de Periodismo de EL PAÍS. Además de tensión se palpa la emoción. Hay muchas llamadas telefónicas de familiares de desaparecidos que piden datos de hospitales, números de teléfono, y relatan sus casos entre llantos. En esos momentos se decide cambiar todo el suplemento Domingo, que está prácticamente hecho, ya que se cierra los jueves. Son 24 páginas, con 18 de información, que se van a reconvertir en un número especial monográfico dedicado al atentado con un gran despliegue gráfico. El ministro del Interior acaba de anunciar que ETA es la autora del atentado. “A partir de ese anuncio del Gobierno nos pusimos en marcha con especialistas y analistas de ETA”, explica José Miguel Larraya, redactor jefe de Domingo. Pero cuando, sobre las ocho de la tarde, el nuevo número está casi acabado, el Gobierno anuncia la hipótesis de Al Qaeda y hay que cambiarlo de nuevo. “Eliminamos los análisis sobre la autoría de ETA y una doble página con sus mayores atentados de la historia, y cambiamos algunos artículos. Nos centramos en las víctimas y recuperamos parte del material del primer número. Todo contrarreloj”, dice Larraya. Se vuelve a empezar y se cierran las 16 páginas poco después de medianoche. Para entonces el subdirector Miguel Ángel Bastenier, responsable de las relaciones internacionales del periódico, ha contestado por teléfono a 65 medios de comunicación de todo el mundo —radios, televisiones y periódicos— que lleva apunta- dos cuidadosamente por nacionalidades. Han llamado de Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Alemania y Francia, pero también de Turquía o Bulgaria, además de muchos países hispanoamericanos. Al terminar con la edición especial hay una reunión de la dirección con los redactores jefes para coordinar el trabajo del día. Habrá 45 páginas dedicadas a la masacre. El subdirector del periódico Vicente Jiménez, responsable de toda la información del atentado, no recuerda un despliegue similar para una noticia. “Están trabajando en ella casi 100 periodistas, más los alumnos del master. No puedo hablar d el 23-F, era demasiado joven, pero al 11-S le dedicamos bastantes menos páginas”. Tiene razón Jiménez. En el 11-S fueron 26 páginas, y 12 en aquel 23-F que no puede recordar. de mi cuerpo. Ojalá haya algún consuelo para los que han perdido a la gente que quieren, ojalá algún día haya un consuelo para España. Hoy llueve, el cielo de Madrid llora con nosotros; ¡terrorismo no, más lágrimas no!— Tanya de Francisco Ojeda. De golpe se hizo el mediodía y alguien apretó pause. Debe de haber sido Dios, porque frenó todo. Los coches pararon allí donde estuviesen. Los peatones hicieron lo mismo. Los medios de transporte público también frenaron su marcha. Por quince minutos Madrid se homenajeó a sí misma. En esos quince minutos Madrid se graduó en civismo. El día del atentado había aprobado con notable su primer examen; pero hoy se graduó. Debo de confesar que llevo ocho meses en esta ciudad y que El día después amaneció lluvioso, gris, plomizo. Claro, hubiese sido ilógico e impensable que el sol apareciera después de tanto horror. Todavía el ruido de las bombas parecía poder oírse. Hipótesis Al Qaeda El redactor jefe Luis Matías López, que coordina tres páginas, 10 redactores y 25 alumnos del master, intenta identificar a los muertos y hablar con los familiares. Además de la información del día, han comenzado a trabajar en los perfiles de los fallecidos, que comenzarán a publicarse el sábado. Dos páginas de auténtico escalofrío. “Algunos lectores pueden pensar que es una intromisión inaceptable que en estos momentos de dolor preguntemos datos a los familiares de las víctimas. Pero creemos que el objetivo es noble, un homenaje a sus seres queridos”. A las 20.30, Matías asegura que no van a publicar los nombres completos de los fallecidos, aunque tienen varios confirmados por los propios familiares. “Mientras no haya listas oficiales daremos sólo los nombres de pila, queremos evitar la posibilidad de cualquier error”, dice. En esos momentos el sistema informático del periódico se estropea. Los nervios afloran, la escritura se interrumpe. Se forman corrillos en los que no faltan imprecaciones de todos los gustos. “Esto pasa de vez en cuando, el sistema se ha bloqueado, son sólo unos minutos”, dice un responsable del equipo informático. Pero media hora después el sistema continúa bloqueado. Entonces ya se sabe que un grupo ligado a Al Qaeda ha reivindicado el atentado en el diario Al Quds al Arabi, que se edita en Londres. El ministro del Interior afirma poco después que no se descarta esa hipótesis de trabajo, ya que han encontrado una furgoneta con detonadores y una cinta con versículos del Corán. El presidente del Gobierno vuelve a llamar al director del periódico para ratificarle su convicción de que el atentado es obra de ETA. Pero la autoría del atentado no está ya tan clara y es necesario volver a revisar todos los textos cuando la primera edición está prácticamente lista. Se cambian los titulares. Se eliminan las siglas de ETA y se sustituye la autoría por un más genérico “matanza terrorista en Madrid”. Hay que revisar también las entradillas y las informaciones donde se daba como segura la participación de ETA. El equipo de Infografía sigue retocando la doble página del gráfico que detalla el atentado. A lo largo del día ha hecho ocho versiones diferentes, sin contar el de la edición extraordinaria. Algunos miembros del equipo han ido a las estaciones y hecho fotos personalmente para trabajar sobre seguro. Tienen el recuerdo cercano del 11-S, “pero en esta ocasión nuestros gráficos no pueden tener el menor fallo”, dice el redactor jefe, Tomás Ondarra. Del titular de portada, mucho más descriptivo, también a cinco columnas, ha desaparecido ETA: Infierno terrorista en Madrid: 192 muertos y 1.400 heridos. A las once de la noche se trabaja con los cambios de la edición de Madrid. Algunos familiares que en la anterior todavía no habían encontrado a sus desaparecidos, saben ya que han muerto. Se refuerza la hipótesis de Al Qaeda en la crónica principal, y en la de la página 18, y se mete una página entera nueva, la 19, con las “huellas españolas de Al Qaeda”. El titular de portada no se toca. Un lector de Segovia, Juan Jesús Martín Alonso, critica que el editorial de EL PAÍS del viernes pusiera en duda la autoría de ETA. “Si el Gobierno nos está engañando ya se descubrirá y pagará muy caro su mentira, pero mientras debemos de confiar en nuestras instituciones”. Este periódico creyó al presidente del Gobierno en sus dos afirmaciones al director. Pero la confianza tiene un límite, la realidad. Los lectores pueden escribir a la Defensora del Lector por carta o correo electrónico (defensora@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36. hasta hace dos días me parecía una hermosa ciudad. Pero ahora he visto lo que es capaz de hacer Madrid por sí misma. He visto una solidaridad que jamás había imaginado que pudiera existir. He visto una unión, que tan sólo dos días antes era impensable y menos aún en pleno final de una feroz campaña electoral. Madrid se ha ganado todo mi respeto y no por lástima, no por compasión, sino por la emoción que me causó sentirme con tanta admiración.— Martín Pines.