PONENCIA IVºCONGRESO ADA CIUDAD AGOTAMIENTO DE LA VÍA Por Sabrina Brumatti Ortellado y Leonardo Toia -IPartimos de que el procedimiento administrativo debe constituir una instancia esencial en el ejercicio de la función administrativa. Sin embargo, el punto central en debate es su eficacia y las vallas para el ulterior acceso a la instancia judicial. Por esa razón, en estos párrafos tratamos de abrir debate sobre alguna cuestión que vincula al procedimiento y al proceso administrativo, partiendo naturalmente de la regla de la tutela judicial efectiva, como principio primario del debido proceso en el Estado de derecho. Esa relevancia que atribuimos al agotamiento de la vía, se relaciona la calidad en la gestión administrativa, y no como una sucesión de hechos y actos rituales que pierden su consistencia en orden a tutela del bien común y el respeto de los derechos individuales y colectivos. Desde este esquema, en primer lugar, precisaremos las pautas en el sistema interamericano. Luego las reglas internas que habría, a nuestro parecer, que re-examinar. -IISistema interamericano Aun cuando la Comisión y la Corte Interamericana de DDHH no desconocen la validez convencional del sistema de agotamiento de la vía, lo sujetan a estrictos estándares que procuramos mencionar en lo sucesivo. a.- Informe en el caso Palacio1 Señalamos en otra ocasión2, que en este informe de la Comisión hizo hincapié en el principio de buena fe, como un patrón de análisis no acotado simplemente a relaciones intersubjetivas, sino, en un sentido fundamental, como un estándar al que deben sujetar su conducta los poderes públicos, en el ejercicio de sus atribuciones. 1 CIDH, informe 105/99, caso 10.194, Palacio, Narciso – Argentina, del 29/9/1999, publicado en LL., 2000-F, 594, con nota de BOTASSI, CARLOS, “Habilitación de la instancia contencioso administrativa y derechos humanos”. 2 Toia, Leonardo M. “La Corte, una decisión y la tutela judicial efectiva” Sup. Adm. 2011 (marzo), 29. 1 Es decir, el principio de buena fe aparece ligado al debido proceso, en tanto el ejercicio de las atribuciones constitucionales, legales o reglamentarias de los órganos del Estado ha de seguir un procedimiento determinado para la emanación de normas y decisiones (legalidad adjetiva), y, a su vez, éstas deben cumplir con un módulo o patrón de justicia que determine su razonabilidad3. De esa forma, los presupuestos para acceder a la jurisdicción deben ser claros, coherentes y, por ende, no pueden sorprender al particular sentando principios y reglas, luego “derogados” por “excepciones”, que los desnaturalicen y originen situaciones de incertidumbre y privación de acceso al Poder Judicial4. Es que toda reglamentación (o limitación) de un derecho esencial, impone al Estado, en el marco de una sociedad democrática, el deber de fundar las razones que la justifican o la sustentan. De ahí, que como lo precisó la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el concepto de tutela judicial efectiva “... puede traducirse en la garantía de la libre entrada a los tribunales para la defensa de los derechos e intereses frente al poder público, aun cuando la legalidad ordinaria no haya reconocido un recurso o acción concreto...”. Al punto que agrega que puede darse el caso que “... la incertidumbre o falta de claridad en la consagración de estos requisitos de admisibilidad constituya una violación a dicho derecho fundamental” (del caso Palacio, ap. 57 y 58). Tal es así que considera que la tutela judicial efectiva impide que “... el acceso a la justicia se convierta en un desagradable juego de confusiones en detrimento de los particulares. Las garantías a la tutela judicial efectiva y al debido proceso imponen una interpretación más justa y beneficiosa en el análisis de los requisitos de admisión a la justicia, al punto que por el principio 'pro actione', hay que extremar las posibilidades de interpretación más favorable al acceso a la jurisdicción” (del caso Palacio, ap. 61). b.- Caso Barbani Duarte En fecha reciente, la Corte Interamericana de DD.HH. en el caso “Barbani Duarte5”, en el que se debatió, en lo que interesa, acerca de la validez convencional de un procedimiento administrativo estatuido ante una crisis del sistema financiero en la República Oriental del Uruguay. En ese precedente ese Tribunal, en primer término, precisó que las garantías del art. 8 de la CADH se aplican al ámbito del procedimiento administrativo. 3 LINARES, JUAN FRANCISCO, Razonabilidad de las leyes, cap. III, p. 25 y ss., 2º edición, Astrea. 4 Cabe señalar que, en el ámbito interno y frente a una situación similar, la Corte Suprema en el caso “Sacoar” (Fallos, 311:2082) señaló que la garantía de defensa en juicio contempla la necesidad de que el litigante conozca de antemano las ‘reglas claras de juego’ a las que atenerse en aras de la seguridad jurídica. También dijo que las formas a las que deben ajustarse los procesos han de ser sopesadas en relación con el fin último a que estos se enderezcan, o sea, contribuir a la más efectiva realización del derecho. 5 De fecha 13-10-2011. 2 Sobre el tema, dijo que “… el artículo 8 de la Convención consagra los lineamientos del debido proceso legal, el cual está compuesto de un conjunto de requisitos que deben observarse en las instancias procesales, a efectos de que las personas estén en condiciones de defender adecuadamente sus derechos ante cualquier tipo de acto del Estado que pueda afectarlos”. Añadió que “[d]e acuerdo a lo dispuesto en el artículo 8.1 de la Convención, en la determinación de los derechos y obligaciones de las personas, de orden penal, civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter, se deben observar ‘las debidas garantías’ que aseguren, según el procedimiento de que se trate, el derecho al debido proceso. El incumplimiento de una de esas garantías conlleva una violación de dicha disposición convencional”. Concluyó la idea en sentido de que las garantías que establece el art. 8.1 de la CADH deben ser observadas en los distintos procedimientos en que los órganos estatales adoptan decisiones sobre la determinación de los derechos de las personas, ya que el Estado también otorga a autoridades administrativas, colegiadas o unipersonales, la función de adoptar decisiones que determinan derechos. (párr. 116 – 118). Por otra parte, en lo que resulta esencial, estableció los alcances del derecho a ser oído. Al respecto dijo que “[e]se derecho implica, por un lado, un ámbito formal y procesal de asegurar el acceso al órgano competente para que determine el derecho que se reclama en apego a las debidas garantías procesales (tales como la presentación de alegatos y la aportación de prueba). Por otra parte, ese derecho abarca un ámbito de protección material que implica que el Estado garantice que la decisión que se produzca a través del procedimiento satisfaga el fin para el cual fue concebido. Esto último no significa que siempre deba ser acogido sino que se debe garantizar su capacidad para producir el resultado para el que fue concebido” (párr. 122, el énfasis nos pertenece). Tomando esta última idea, parece una obviedad, pero el debido proceso legal importa que los procedimientos (judiciales, administrativos, etc.), en orden a ajustarse al estándar convencional, no deben exhibirse como una instancia simplemente ritual, que, por lo demás, se transformen en una serie de principios y reglas confusas, frustratorias de la tutela efectiva (tanto en sede administrativa como judicial). Naturalmente que es deber del Estado-parte acreditar que sus procedimientos internos cumplen con la regla del due process con los alcances con que fue definida. c.- Principios Así, en síntesis, las reglas del procedimiento y del proceso, aunque parezca elemental remarcarlo, deben: (1) ser claras y coherentes, (2) no sorprender al administrado en su buena fe, (3) propiciar un ámbito efectivo de debate y participación, (4) adecuarse al ámbito de protección material que comprende el principio del debido proceso; esto es, eficaz para lograr los fines que lo inspira 3 De este esquema, entonces, el Estado se encuentra obligado a demostrar ante la comunidad interamericana que sus procedimientos internos (incluido el administrativo) son eficaces. -IIIPrecisado el estándar interamericano, corresponde entonces ingresar al análisis propuesto, esto es las reglas de la LPA que habría que reexaminar para establecer su congruencia con aquél esquema. Al respecto, cabe señalar que la LPA de la Ciudad presenta algunas reglas que desnaturaliza a los principios que ella misma consagra, y culmina por generar situaciones de indefensión, que lejos se encuentra de cumplir con el estándar que exige el sistema interamericano, de ser un conjunto de principios y reglas coherentes, en orden a respetar el debido proceso. Concretamente, el particular puede actuar sin patrocinio letrado6, el principio es el informalismo y la búsqueda de la verdad material, lo cual justifica un procedimiento de corte oficioso. Asimismo, la pauta genérica es que los plazos son obligatorios y no perentorios. Sin embargo, esta suerte de axiomas que generan la confianza del particular, se recrudecen, generando situaciones de indefensión, cuando los plazos para recurrir resultan perentorios y breves, con la consecuencia de la pérdida de la acción y del derecho. Ahora bien, cabe interrogar: ¿Es coherente sentar esa serie de principios, para luego transformar los aspectos vitales en inamovibles condiciones que perjudican en forma definitiva al particular?. Desde luego, que posibilitar que el particular actúe sin asistencia letrada y con la confianza de que existe un formalismo moderado; no parece después guardar proporción con el modo en que se reglamentó la forma de cuestionar la decisión administrativa7. Lo gravoso de esta última consecuencia, no tiene su razonable correlato en las pautas sentadas en forma previa. Todo ello, claro está, siendo que en la generalidad de los casos quien acude al procedimiento es un lego que puede no conocer de tecnicismos jurídicos. Precisamente este es uno de los problemas capitales que, a nuestro modo de ver, presenta el procedimiento en orden a las reglas del sistema interamericano. Es, por el modo en que se encuentra legislado, una irrazonable conjugación de reglas y principios. Naturalmente que las soluciones que se pueden proponer son variadas. Nuestra idea es que en el procedimiento administrativo se deba actuar con patrocinio letrado, en caso que el particular acuda sin asistencia letrada, no encontramos óbices constitucionales (habría que analizar la incidencia presupuestaria y las reglas de la ley 1903 que habría que ajustar), para que su defensa sea ejercida, para garantizar la tutela efectiva de los derechos, por el 6 7 Art. 22, LPA. Estrictamente nos referimos al recurso jerárquico por ser el medio para agotar la vía administrativa (arts. 108 y ss. de la LPA). 4 Ministerio Público de la Defensa, al ser la administrativa una instancia previa y obligatoria a la judicial. Dejamos, por nuestra parte, abierto el debate a la propuesta de soluciones frente al entuerto constitucional. 5