COAUTORÍA Y COOPERACIÓN EN LOS DELITOS DE HOMICIDIO Y ASESINATO Julio J. Tasende Calvo Presidente de la Audiencia Prov. de Toledo Profesor Asociado de la Universidad de Castilla-La Mancha I. La autoría. Distinción entre autoría y participación Una sustancial diversidad con la precedente normativa, que se limitaba en este punto a enunciar quienes “se consideraban autores “ (art. 14 C.P. 1973), incluyendo formas que podían ser de verdadera autoría junto a otras que no eran sino meras modalidades de participación asimiladas a aquélla, incluida la participación ejecutiva del art. 14.1º, viene dada por la redacción del art. 28 del Código Penal de 1995, que delimita con nitidez unas y otras, diciendo quienes son autores y quienes serán considerados autores. Entre las auténticas formas de autoría, el párrafo primero del art. 28 incluye, además de la correspondiente al autor ejecutivo individual, la coautoría, y la autoría mediata. En su párrafo segundo, el art. 28, recoge otras modalidades de intervención en el delito conceptualmente distintas a la autoría pero que la ley asimila a ésta a efectos de penalidad, por la especial relevancia de su participación: la inducción y la cooperación necesaria. La distinción entre autoría y participación es fundamental desde el punto de vista dogmático, persistiendo en el Código vigente la necesidad de establecer una delimitación conceptual entre ambas categorías. 1.- Atendiendo a la normativa vigente, podemos decir que, si bien el nuevo Código mantiene un concepto restrictivo de autor, al establecer una clara diferenciación entre autores y cómplices (art. 27), y entre quienes son realmente autores y quienes, no siéndolo, se consideran autores por la importancia de su grado de participación (art. 28), la supresión de la referencia, como una modalidad de autoría o de participación asimilada a ella, JULIO J. TASENDE CALVO a quienes “toman parte directa en la ejecución del hecho “ (art. 14-1º C.P. 1973), que abarcaba los supuestos de coejecución material y de cooperación o participación ejecutiva, permite poner en duda la identificación del concepto legal de autor con las tesis estrictamente objetivo-formales que imperan en gran parte de nuestra doctrina. Cierto es que se sigue defendiendo que la autoría, entendida como conducta que puede ser subsumida en la descripción legal del delito, sin necesidad de acudir a reglas generales, se deriva directamente de cada tipo delictivo1 . Pero no podemos olvidar que esta postura puede ser sometida a fundada crítica desde los propios postulados objetivo-formales, considerando que el art. 28 del C.P., aunque no define directamente la autoría, contiene una normativa completa de la misma, estableciendo el art. 27 y ss. una regulación cerrada de la personas criminalmente responsables, incompatible con la admisión de un concepto de autor extraído directamente de los tipos de la Parte Especial, según se desprende del art. 30.2, lo cual conduce a estimar autor al que realiza el hecho, es decir, al que lleva a cabo aquella conducta a la que, en opinión de algunos autores, cabe atribuir el sentido de la acción que se desprende del injusto tipificado en la Ley2 . Lo que sí cabe afirmar es que la normativa vigente se acomoda mejor a los planteamientos de la teoría material-objetiva. En primer lugar,al adoptar el art. 28 como elemento definitorio de la autoría la “realización” del hecho, término más amplio que el de “ejecución” que empleaba el derogado art. 14-1º, es posible incluir en el concepto legal de autor a los sujetos que, sin ejecutar materialmente el delito, contribuyen al mismo de forma esencial en la fase de ejecución ostentando un dominio funcional del hecho3. Por otro lado, el acogimiento expreso en el párrafo primero del art. 28 de las tres formas de autoría que admite la teoría del dominio del hecho, y en particular la introducción de la autoría mediata, determina que el carácter “directo” de la participación en la ejecución del hecho ya no sea un elemento decisivo o característico de la autoría ni de la coautoría4 . La “realización” del hecho que exige el art. 28 puede y debe, sin duda, entenderse restrictivamente, como realización de la acción típica, siempre que no se reduzca excesivamente el concepto, equiparándolo a la ejecución física, directa y personal del tipo, característica de la autoría en los delitos de propia mano; pero esta interpretación resulta compatible con el criterio del dominio del hecho, entendido como dominio de la realización del tipo y de su curso o desarrollo QUINTERO OLIVARES, Curso de Derecho Penal, P.G., Barcelona 1996, págs. 479; DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO “Autoría y participación”, La Ley núm. 3984, 28 febrero 1996. 2 COBO DEL ROSAL/VIVES ANTÓN Derecho Penal P.G. Valencia 1996, págs. 673 a 675. 3 MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, Derecho Penal-Parte General, Valencia 1996, págs. 449 y 455. 4 BACIGALUPO, “Notas sobre el fundamento de la coautoría en el Derecho Penal”. Poder Judicial núm. 31, pág. 39. 1 – 700 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato en los aspectos esenciales y complementarios de la descripción típica del delito5. Esta tesis supone también una restricción del concepto de autor, toda vez que la realización del hecho no implica necesariamente dominar el curso de los acontecimientos (ROXIN), y en la fundamentación de la autoría late siempre, se quiera o no, un problema de atribución personal de la mayor responsabilidad criminal o relevancia en la comisión del delito, que puede corresponder, no a quienes ejecutan materialmente la acción, sino a quienes la planean, dirigen u organizan. Precisamente una de las críticas formuladas a la teoría objetivo-formal se basa en los defectos que pone de manifiesto su aplicación a los denominados tipos resultativos o delitos puros de resultado, como es el caso del homicidio, caracterizados porque la acción consiste en la causación del resultado y falta una descripción de los medios que lo producen, de manera que el tipo solo requiere esa causación sin medios típicamente determinados, (así, por ejemplo, en la acción de matar que integra la conducta típica descrita en el art. 138 del C.P. queda comprendido cualquier comportamiento susceptible de causar la muerte). En estos delitos la expresada teoría no ofrece ningún criterio que permita distinguir entre la mera causación o participación y la autoría, conduciendo a un concepto extensivo de autor, ya que puede entenderse que todo el que contribuye a la muerte de una persona la mata y con ello realiza el hecho típico6. Desde otro punto de vista, y si nos atenemos a un concepto restringido de autor, también objetiva-formal, pero basado en la realización del acto nuclear del tipo, había que excluir de la autoría conductas que suponen un claro dominio del hecho pero no la ejecución directa y personal de la acción de matar (p.e. quien sujeta a la víctima mientras otro la apuñala y la mata). 2.- El tratamiento que la jurisprudencia ha venido haciendo de esta materia ha recibido frecuentes y generalizadas críticas doctrinales por su falta de precisión terminológica y conceptual, considerando en muchos casos indiferente la calificación de la autoría o de la participación asimilada a ella, con arreglo a los distintos apartados del derogado art. 14, al aplicar el principio de la pena justificada, dada la equiparación punitiva establecida entre ellos7. Ante el amplio rechazo de la doctrina8 hacia la teoría llamada del acuerdo previo, tradicionalmente seguida por nuestra jurisprudencia, y conforme a la GÓMEZ BENÍTEZ, “El dominio del hecho en la autoría (validez y límites)” ADPCP 1984, págs. 105 y 106, citando a ROXIN. 6 JESCHECK, Tratado de Derecho Penal-II Barcelona 1981, pág. 893; MIR PUIG, Derecho Penal, P.G. Barcelona 1996, págs. 362 y 363. 7 Un detallado estudio sobre la evolución jurisprudencial puede verse en DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, La autoría en Derecho Penal Barcelona 1991; y también en MORENO Y BRAVO, Autoría en la doctrina del Tribunal Supremo, Madrid 1997. 8 Así, GIMBERNAT ORDEIG Autor y cómplice en Derecho Penal, Madrid 1966, págs. 63 a 87. 5 – 701 – JULIO J. TASENDE CALVO cual, siempre que varios sujetos concurran a la comisión del delito, teniendo cada uno conciencia y voluntad de que actúa en conjunto con otros, todos ellos son autores con independencia de su aportación concreta al hecho, se ha producido una evolución hacia posiciones que tratan de conciliar la doctrina expresada con los planteamientos objetivo-formales. De acuerdo con la expresada evolución, la reciente jurisprudencia, junto al acuerdo previo, viene exigiendo la concurrencia de un elemento objetivo para definir la autoría, tomando en consideración la aportación material del sujeto a la realización del hecho delictivo. Así se ha dicho que la “coautoría presupone la resolución de varios individuos de llevar a término una concreta empresa o proyecto criminal, seguida de su realización conjunta. Junto al acuerdo previo o resolución común de dar cuerpo a la infracción delictiva, “pactum scaeleris”, con unidad de conocimiento y voluntad entre los intervinientes, se materializa la aportación individual del propio esfuerzo por cada uno de ellos, la dinámica incorporación activa y personal, al objeto de hacer realidad el plan ideado y aceptado” y que la autoría del art. 14.1º C.P. se caracteriza por “el concierto de voluntades entre los copartícipes, ya sea expreso o tácito, previo, simultáneo o sobrevenido, conciencia de ilicitud de lo pactado y realización personal, directa y material”. (S.T.S. 16 julio 1993). Aunque no faltan referencias en algunas resoluciones a la necesidad de “realizar actos propios del núcleo de la acción que constituye el tipo delictivo” (S. 14 enero 1985) o de que la actuación de cada uno dentro de la acción conjunta ha de tener “la entidad y relevancia precisas que definan el delito” (S. 24 marzo 1998), muchas de ellas, en una línea mas tradicional y subjetiva, insisten en la existencia, como consecuencia de ese mutuo acuerdo, de “un vínculo de solidaridad tal que los hace responsables igualmente y en el mismo grado, cualquiera que sea la parte que cada uno toma en el hecho, ya que todos coadyuvan con su conjunta y plural aportación, de un modo directo y eficaz a la consecución del fin proyectado con independencia del reparto de papeles y de los actos que realicen cada uno individualmente” (SS.31 mayo 1985, 21 febrero 1990, 5 noviembre 1992 y 29 diciembre 1995), valorándose más, en definitiva, la necesidad y la significación o relevancia “causal” de la aportación individual, que la realización de los actos típicos definitorios de las características propias del delito, la cual en muchos casos se considera irrelevante para delimitar la coautoría. Esta postura, aunque pragmática, incurre en cierta inseguridad a la hora de delimitar la verdadera autoría de la cooperación necesaria, dificultad que reconoce expresamente la citada S. de 29 de diciembre de 1995 en los supuestos de coejecución, esto es de “intervención en el momento de la ejecución cooperando a la misma con conductas que no adoptan la forma típica”, siendo este relativismo doctrinal palpable, entre otras , en las S.S. de 11 de diciembre de 1992, 16 de julio de 1993 y 20 de noviembre de 1995, – 702 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato con la consecuencia de incluir, por un lado, actos de contribución necesaria al hecho realizados durante la ejecución en el antiguo art. 14-1º, o en el art. 28 párrafo primero actual, como una forma de autoría, y, por otro, actos de intervención decisoria y vinculados internamente a la acción típica, pero que no suponen su ejecución directa, en el antiguo art. 14-3º, o en el vigente art. 28 párrafo segundo, como una modalidad de participación, pero sin que se pueda excluir la solución jurisprudencial inversa. Paralelamente, la teoría del dominio del hecho goza cada vez de mayor respaldo jurisprudencial, asentándose como criterio interpretativo a partir de la S.S. de 10 de diciembre de 1986, 5 de octubre de 1987 y 21 de febrero de 1989, resolución esta última objeto de diversos comentarios por la doctrina científica9. En algunas ocasiones el criterio del dominio del hecho es manejado en combinación con los anteriores (así la S. de 24 de marzo de 1998). Pero en muchos casos la jurisprudencia más reciente aplica decididamente esta tesis (S.S. de 8 febrero 1991, 4 noviembre 1992, 7 junio 1993 y 12 mayo 1998), y en particular la idea de dominio funcional o condominio del hecho para fundamentar la coautoría, ya con base en el nuevo Código Penal de 1995 (S.S. de 7 noviembre 1997, 12 junio y 14 diciembre 1998). Con particular carga dogmática, determinadas resoluciones rechazan explícitamente la aplicación de teorías distintas a la del dominio del hecho, y así se viene afirmando, de modo terminante, que la teoría subjetiva de la autoría “choca con la jurisprudencia de esta Sala de una manera frontal”, sosteniendo que “la autoría o participación no dependen de un supuesto “animus auctoris” o “animus socii” respectivamente, sino de si la aportación es objetivamente determinante o no del dominio del hecho” (S.T.S. 4 octubre 1994). En la misma línea, se dice categóricamente que “el previo acuerdo, por sí mismo, no es determinante de la coautoría, como lo consideraba la jurisprudencia más antigua”, y “constituye una condición” necesaria “pero no la única” o suficiente, de la coautoría, ya que “la decisión conjunta de la realización del hecho punible que caracteriza la coautoría debe ir acompañada de una aportación a la ejecución que exteriorice el dominio funcional del hecho o el condominio del mismo”, considerando además que “el criterio del acuerdo previo es, ante todo, incompatible con el propio texto de la Ley Penal”, antes y después de la reforma de 1995, tanto para fundamentar la coautoría como la cooperación necesaria, las cuales requieren”una aportación de determinada significación que no puede ser en ningún caso reemplazada por el acuerdo entre los partícipes” (S.S. 4 y 7 noviembre 1997). Una VARIOS AUTORES, “Autoría o participación en determinados supuestos de “vigilancia”. Poder Judicial, núm. 27, 1992, págs. 189 y ss. 9 – 703 – JULIO J. TASENDE CALVO concreta aplicación del dominio funcional del hecho como fundamento de la coautoría en el delito de homicidio se contiene en la S. de 21 de diciembre de 1992, en la que se rehúsa expresamente la aplicación de los criterios de la teoría formal objetiva de la autoría y con ella “la exigencia de que la acción del autor (en su caso coautor) haya realizado por sí la acción típica o una parte de la misma que caracteriza el comportamiento punible”, pues “la coautoría no es una suma de autores individuales, sino una forma de responsabilidad por la totalidad del hecho” Criterio reiterado en la S. de 24 de septiembre de 1997. También se ha producido aisladamente alguna definición de la autoría que parece aceptar la fórmula del dominio negativo del hecho, identificado con la “posibilidad de dejar correr o interrumpir a voluntad el desarrollo del proceso fáctico”, de manera que cada coautor actúa y deja actuar a los demás (S.S. 25 octubre 1993 y 24 marzo 1998), la cual ha merecido una generalizada crítica doctrinal, por entender que la posibilidad de interrumpir o detener la realización del tipo puede corresponder , no solo al autor, sino a cualquiera de los partícipes10, y prueba de ello es la aplicación jurisprudencial de este mismo criterio para fundamentar la cooperación necesaria (S.S. de 9 octubre 1987, 14 noviembre 1990 y 19 mayo 1995). II. Coautoría 1.- La coautoría, que a su vez puede ser directa o mediata, consiste en el dominio funcional del hecho11. Esta forma de autoría tiene lugar cuando los que intervienen en la realización del delito tienen el codominio del hecho12. Aparece contemplada específicamente en el párrafo primero del art. 28, al hablar de “quienes realizan el hecho...conjuntamente”, siendo ésta una de las novedades del Código de 1995 en la materia, puesto que la legislación anterior no diferenciaba esta categoría de la autoría directa. La coautoría implica la existencia de un mutuo acuerdo o plan común, el cual no ha de ser necesariamente anterior o previo a la realización del delito, ni tampoco expreso, ya que puede ser también coetáneo y tácito, pero en todo caso aparece vinculado al principio de culpabilidad, ya que nadie puede responder Vide, por todos, GONZÁLEZ RUS, “Autoría única inmediata, autoría mediata y coautoría” en “Problemas de autoría”. Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid 1994, pág. 84. 11 Sobre este concepto, puede verse ROXIN, Autoría y dominio del hecho en Derecho Penal. Barcelona 1998, págs. 303 y ss. 12 Vide, GÓMEZ BENÍTEZ, citando la doctrina alemana, op. cit. págs. 109 y ss. Idem, JAEN VALLEJO, Código Penal Comentado. Madrid, 1990, pág. 118; BACIGALUPO, Principios de Derecho Penal P.G. Madrid 1994, pág. 228. 10 – 704 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato de lo que no quiere o no conoce. La mayoría de la doctrina estima preciso que en la coautoría concurran dos clases de presupuestos: uno objetivo, la coejecución; y otro subjetivo, el acuerdo de voluntades13. La coautoría puede ser ejecutiva, cuando el coautor interviene en la ejecución material de la acción típica del delito. Dentro de esta modalidad cabe distinguir, a su vez, entre la plena o directa, en la que todos los coautores realizan todos los actos ejecutivos, y la parcial, en la que se produce una división de las tareas ejecutivas entre los coautores. Junto a las formas de coautoría ejecutiva, ésta puede ser también funcional, cuando se produce una distribución de papeles o asignación de funciones entre los coautores dentro de un plan global, pudiendo suceder que no todos estén presentes en el momento de la ejecución. El fundamento de la coautoría no es solo, pues, el acuerdo previo de voluntades en la realización del delito, como sentaba la antigua jurisprudencia. El simple acuerdo de voluntades no basta para que todos los que lo contraigan sean ya por eso coautores. Además de esta decisión común, es necesaria una contribución objetiva a su realización, la cual puede ser de cualquier manera y no consistir precisamente en la ejecución material o típica del delito, aunque sí durante ella, de tal modo que dicha contribución pueda considerarse un factor esencial o relevante en el acontecer delictivo14. Lo verdaderamente definitorio es que los coautores tengan el dominio del hecho, asumiendo por igual la responsabilidad de su realización, mediante un reparto funcional de roles. Las distintas contribuciones han de considerarse como un todo y el resultado global debe atribuirse a cada coautor, con independencia de la entidad material de su intervención15. Lo decisivo de la coautoría es que exista un codominio o dominio compartido del hecho durante la fase de su realización, en el marco de una división funcional del trabajo, mediante la aportación al plan total de una actividad decisiva y esencial, pero en la que no se incluyen necesariamente actos de ejecución material integradores del tipo delictivo. De esta concepción han de ser excluidos los actos de colaboración meramente preparatorios del delito, que integran conductas de participación y no de coautoría16, supuesta su falta de dominio real sobre el transcurso posterior del hecho17. Por el contrario, permite Por todos, COBO DEL ROSAL/VIVES ANTÓN, op. cit. pág. 680; JAKOBS, Derecho Penal , P.G. Fundamentos y teoría de la imputación, 1995, pág. 746. 14 JESCHECK, op. cit. pág. 899; MIR PUIG, op. cit. pág. 387, habla concretamente de aportar “una parte esencial de la realización del plan durante la fase ejecutiva”. 15 MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, op. cit. pág. 454. 16 CEREZO MIR, Problemas fundamentales del Derecho Penal, 1982, pág. 162 y ss.; RUIZ ANTÓN, El agente provocador, Madrid 1982, pág. 175; BACIGALUPO, Principios ... op.cit. pág. 239. 17 GÓMEZ BENÍTEZ, op. cit. pág. 111; en parecido sentido PÉREZ ALONSO argumenta que “en ese estadio todavía no hay hecho (punible) a dominar”, en La coautoría y la causalidad (necesaria) en derecho penal, Granada 1998, págs. 229 a 231, y 236 a 240. 13 – 705 – JULIO J. TASENDE CALVO incluir en tal concepto la responsabilidad de quienes llevan a cabo actos de planificación, organización o dirección, aunque no impliquen su presencia o intervención directa y material en la ejecución del hecho18. El alcance de la decisión común o acuerdo previo de voluntades es decisivo para definir la imputación subjetiva del resultado a los coautores. Así, cada coautor responderá del hecho solo en el caso de que éste permanezca en el ámbito objetivamente delimitado por la decisión común. El exceso cometido por uno de los coautores sobre el plan acordando puede ser imputado de igual forma a los demás, en virtud del mencionado principio de culpabilidad, de manera que mientras unos pueden responder dolosamente otros lo harán a título de imprudencia, o incluso no responder en absoluto del exceso ejecutado. Pero, en general, rige el principio de la imputación recíproca, según el cual lo que haga cualquiera de los coautores es imputable a los demás, respondiendo cada uno de la totalidad del hecho, como si lo hubiera llevado a cabo por sí19. En esta materia se planteaban graves problemas bajo la normativa anterior en relación con el robo con homicidio, a la hora de definir la responsabilidad del partícipe que no intervenía en la ejecución del homicidio cometido con ocasión del robo previamente concertado, y que han desaparecido con la supresión de esta figura compleja en el Código Penal de 1995. 2.- Analizando la jurisprudencia relativa a la coautoría en los delitos de homicidio y asesinato se observa el dispar fundamento que, partiendo de la teoría del acuerdo previo, se le atribuía a la misma con arreglo al derogado art. 14 del C.P.. A. Esta pluralidad de criterios, particularmente referida a calificar la participación de quienes no han tenido intervención personal o directa en los actos de ejecución del tipo, se refleja en la S. del T.S. de 22 de diciembre de 1982, en la cual se reconoce que “necesidades de política criminal y de consecución de la justicia material” han permitido apoyar la “coautoría” de dichos partícipes en las tres figuras que contemplaba el citado precepto, mediante la “aplicación del principio de la pena justificada”, considerando la conducta de quienes, pese a existir un pacto previo o “pactum scaeleris”, no realizan actos de ejecución material, unas veces como coautores directos del art. 14-1º, en virtud de esa resolución conjunta de cometer el hecho y de la participación en su realización objetiva, “aunque su contribución no se haya plasmado en un acto consumativo”; otras veces como inductores, a través del número 2º del mismo artículo, por entender que el concierto de voluntades que engendra la resolución de cometer el delito y la causa determinante En este sentido se ha manifestado recientemente, comentando la interpretación jurisprudencial del art. 28 del C.P. hecha por la S.T.S. de 14 diciembre 1998, SOTO NIETO, en La Ley, 23 marzo 1999. 18 – 706 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato de su realización constituye una forma de inducción, la llamada “inducción recíproca”; y finalmente como cooperadores necesarios, por la ´vía del número 3º del mismo precepto, siempre que su cooperación tenga carácter necesario. Frente a esta postura, se ha ido asentando en la jurisprudencia la opinión de que en estos caso el criterio decisivo para caracterizar la coautoría ha de basarse en el denominado dominio funcional del hecho, que atiende a la división del trabajo o reparto de papeles entre los distintos intervinientes en la fase de realización de la conducta típica, y estima incorrecta o precipitada la asimilación en que se incurre al equiparar “realización del tipo” y “ejecución física” (directa y corporal) del resultado (S. 9 octubre 1987), ya que el coautor asume su posición en la totalidad de lo acaecido a lo que se extiende dicho dominio funcional que, por la división del trabajo, “no requiere la realización personal y material de todas las partes del hecho dentro de esa planificada ejecución conjunta” (S. de 3 marzo 1997), considerando que el “condominio del hecho”, fundamentador de la coautoría significa que “el autor, individual o conjuntamente, domina la dirección de las acciones comunes y necesarias hacia el cumplimiento del tipo penal”, y que la realización conjunta del hecho definida en el art. 28 del Código Penal “aglutina y absorbe todas las distintas maneras de actuar en la dirección y dominio del actor realizado” (S. 12 junio 1998), por lo que dicho condominio debe apreciarse “cuando el aporte realizado en el estadio ejecutivo del delito constituye un presupuesto esencial para el éxito del plan” compartido e ideado en común (S. 4 noviembre 1992). Más concretamente, la S. de 21 de diciembre de 1992 entiende que el criterio del codominio o dominio funcional del hecho es adecuado para explicar la coautoría, no solamente en aquellos delitos en los que el comportamiento punible se puede descomponer en más de un movimiento corporal (como es el caso del robo), sino también en delitos como el homicidio, cuando todos realizan la misma acción, dando lugar a los que se denomina por algunos autores “coautoría aditiva”, puesto que el dominio conjunto del hecho no se determina de igual manera que el dominio del autor individual y del autor mediato, y así “todo el que con su aporte lleva la probabilidad de éxito del plan delictivo tiene una función relevante en la ejecución y deviene, por ello, cotitular del dominio del hecho”20. B. La coautoría, en el ámbito subjetivo, presupone la existencia de un acuerdo de voluntades o decisión conjunta, que no requiere formalidades especiales y puede darse de forma tácita, aceptando todos implícitamente 19 20 MIR PUIG, op. cit. págs. 384 y 389. En idéntico sentido se pronuncian las S.S. de 24 septiembre y 28 noviembre 1997. – 707 – JULIO J. TASENDE CALVO lo que cada uno vaya a hacer y sabiendo cada cual que suma su acción a un propósito que las circunstancias del caso revelan como común a todos ellos, por lo que también puede ser simultáneo a la dinámica comisiva (S.S. 20 noviembre 1981 y 10 y 18 febrero 1992), al igual que ocurre en la coparticipación en general (S.S. 25 junio 1986 y 26 febrero 1987), siendo suficiente que el acuerdo surja durante la ejecución, y no como producto explícito de una previa deliberación y pormenorizada distribución de los papeles a desempeñar. Especialmente en los delitos de agresión homicida, verificados en grupo y mediando una riña o reyerta, en los que la idea criminal es prácticamente coetánea a la ejecución, el mutuo acuerdo entre los coautores se identifica con la mera coincidencia de voluntades, existiendo lo que se ha llamado dolo compartido. La agresión conjunta puede no haber sido planeada pero sí concertada en el acto21. Tampoco cabe excluir la coautoría cuando uno de los coautores haya obrado con dolo eventual (S. 12 junio 1998), ya que no es necesario que el coautor tenga una representación exacta de la acción realizada por los demás para lograr el fin aceptado por todos ellos con mayor o menor elaboración o precisión, de modo que “si el resultado producido era una consecuencia probable del peligro generado por la acción conjunta, su producción por una acción no específicamente acordada no elimina la coautoría” (S. 10 febrero de 1992). La presencia de un dolo homicida compartido de carácter eventual, suele inferirse en aquellos casos en que se produce el resultado como consecuencia de una agresión plural, con armas u otros medios aptos y adecuados para causar la muerte, existiendo un común acuerdo en llevar a cabo actos de violencia física irracional contra las personas, sin excluir el acometimiento letal y siendo todos los sujetos conocedores del tipo de instrumentos peligrosos que cualquiera de ellos portase, al existir una elevada probabilidad de alcanzar dicho resultado aceptada por quienes deciden participar en un ataque verificado en tales condiciones (S.S. 20 noviembre 1981, 9 octubre 1987 y 29 diciembre 1995). La apreciación del dolo de matar o “animus necandi” en la coautoría se había llegado a fundamentar en el criterio de la incomunicabilidad de las circunstancias subjetivas o personales concurrentes en el autor material o directo a los copartícipes, aplicando por analogía “in bonam partem” el art. 60 del C.P. de 1973 (S. 2 mayo 1979). Tras la reforma operada en el Código Penal por la Ley Orgánica 8/1993, 25 junio, predomina en la jurisprudencia, con carácter general, la idea de que la coautoría ha de someterse en todo caso al principio constitucional de culpabilidad (S.S. 14 marzo 1994 y 20 octubre 1995), y, en consecuencia, si la coautoría presupone una común y unitaria resolución delictiva, la apreciación del dolo expresado “exige descubrir el 21 Vide S. T.S. de 24 marzo 1998, voto particular. – 708 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato alcance del acuerdo para no extravasar el principio esencial de la culpabilidad” de forma que la decisión sea tomada con conocimiento de causa y “alcance a sus características y especificidades más esenciales” (S. 4 febrero 1991). También se ha dicho, con arreglo a la doctrina expuesta, que, si bien rige en estos casos la “imputación recíproca de las distintas contribuciones causales, en virtud de lo cual todos los partícipes responden de la totalidad de lo hecho en común”, este criterio “no puede sostenerse cuando uno de los coautores se excede por su cuenta del plan acordado, sin que los demás lo consientan, pues, en tal caso, el exceso no puede imputarse a los demás, porque más allá del acuerdo no hay imputación recíproca” (S. 24 marzo 1998). En esta interesante resolución se estima que la patada propinada en la cabeza de la víctima, y que le causó la muerte en el curso de una agresión en grupo, supone una extralimitación de lo acordado entre los acusados con mero propósito lesivo, y niega la coautoría de éstos en el delito de homicidio con dolo eventual por el que la Audiencia condenó al autor de dicha patada, mientras que en el voto particular formulado a la misma se considera que todos ellos debieron ser condenados como coautores de un único delito de homicidio, y no solo de lesiones, y que, si bien el último golpe expresado fue el que provocó la muerte, los anteriores que descargaron los otros partícipes, en una agresión conjunta no previamente planeada pero sí concertada en el acto, constituyeron un aporte esencial para la producción del resultado, en tanto que dejaron a la ´victima inerme estando todos de acuerdo en agredir a ésta con análoga brutalidad y en una zona sensible como la cabeza, y crearon una clara situación de riesgo intenso y perceptible, cuyas consecuencias aceptaron. 3.- Los problemas que plantea la coautoría pueden examinarse más claramente en relación con determinados grupos de casos, que se dan con frecuencia en la práctica y que han ocupado de manera significada la atención de la doctrina científica y de la jurisprudencia22. A. Las agresiones en grupo. Supuesta la existencia de una actuación conjunta o agresión plural, y de una voluntad compartida de matar o de atacar indiscriminadamente la integridad física de la víctima, con medios idóneos para producir su muerte, concurriendo por ello un común dolo homicida directo o eventual, el hecho de que se desconozca qué sujetos concretos causaron las heridas determinantes del resultado, o de que, por el contrario, se sepa cuales fueron los que produjeron la lesión causante de la muerte, no debe impedir considerar coautores a todos aquellos que con ese mutuo Un particular estudio doctrinal de estos casos puede verse en DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, La autoría..., op. cit. págs. 679 y ss.; y GONZÁLEZ RUS, op. cit. pág. 128 y ss. 22 – 709 – JULIO J. TASENDE CALVO propósito concluyentemente aceptado aportaron durante la ejecución del hecho un elemento esencial para su realización, contribuyendo a la creación de un riesgo concreto para la vida de la víctima, bien se considere, desde una perspectiva formal-objetiva, que la producción de aislados actos lesivos ordenados conjuntamente al resultado letal entraña una realización parcial de la acción típica de matar, bien se estime, desde un enfoque material-objetivo, que el dominio parcial del hecho permite el codominio de la totalidad del mismo, sin que sea necesario que todos los coautores ejecuten todos los elementos del tipo si dominan funcionalmente su desarrollo. Aunque no faltan resoluciones jurisprudenciales que han situado, en estos casos de acción conjunta homicida, y en concreto en aquellos en los que se conoce, entre los concurrentes, los sujetos que produjeron las heridas directamente desencadenantes de la muerte, la participación de los demás agresores en el terreno de la mera coejecución, con arreglo al derogado art. 14.1º del C.P., que extendía la condición de autor a todo aquel que, mediando el acuerdo previo, tomaba parte directa en la ejecución realizando algún acto ejecutivo (S. 30 septiembre 1985), e incluso en el ámbito de la cooperación necesaria, sin duda por exigencias del principio acusatorio y las limitaciones propias del recurso de casación (S.S. 25 junio 1986 y 24 octubre 1990), la jurisprudencia mayoritaria viene orientándose a estimar tales conductas como de verdadera coautoría con base en el dominio funcional del hecho (S. 4 febrero 1980), aunque haya existido una “desigual dinámica comisiva” (S. 9 octubre 1987). De forma explícita, la citada S. de 21 diciembre 1992, seguida en supuestos similares por las S.S. de 24 septiembre y 28 noviembre 1997, rechaza la solución doctrinal favorable a considerar que, cuando se haya podido demostrar cual es la herida causante de la muerte y se conozca la identidad del agresor, solo éste debe ser considerado autor, mientras los restantes sujetos deberían reputarse simples partícipes, ya sean cooperadores necesarios, ya cooperadores ejecutivos, en virtud del antiguo art. 14-1º C.P., de modo que cada uno de los que actúa conjuntamente conforme a una decisión común respondería solo por el resultado individualmente alcanzado por su propia acción. Se argumenta que esta tesis conduciría a apreciar una suerte de contradictoria cooperación “necesaria” no causal, cuando en realidad los partícipes que no produjeron por sí mismos la muerte únicamente podrían ser responsables de un delito frustrado, por lo que, además de no resultar explicable la aplicación de dicha forma participativa sobre la base de aportes innecesarios, so pretexto de restringir el campo de la autoría se amplía el de la cooperación necesaria. La conclusión es que todos los agresores, incluidos los que no dieron el golpe mortal (en el caso una puñalada inferida con arma blanca), “tuvieron una función decisiva en la configuración del hecho que fundamenta el dominio común del mismo”, puesto que “todos actuaron con la – 710 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato conciencia de que si su puñalada no servía para matar, serviría, por lo menos, para que otros tuvieran la posibilidad de continuar con la agresión, si ello resultaba necesario para el plan, o para que otros tuvieran una mayor facilidad para alcanzar a la víctima”, contribuyendo las lesiones menos exitosas a disminuir las posibilidades de defensa e, incluso, de huida de la víctima, debiendo por ello ser considerados responsables principales, por una coautoría aditiva, del homicidio cometido. B. Sujetar, inmovilizar o provocar la indefensión de la víctima. Estas actividades, si bien no suponen23 la realización de la conducta típica del homicidio, implican el desarrollo de una acción ejecutiva principal que facilita el golpe homicida realizado directamente por el autor material. Ante la imposibilidad actual de fundamentar la responsabilidad por tales actos en la cooperación ejecutiva del viejo art. 14 1º C.P., como defendía un sector doctrinal, el hecho de sujetar o agarrar a la víctima, impidiéndole cualquier tipo de movimiento o reacción mientras se realiza el ataque homicida, supone una contribución decisiva y sustancial al desarrollo de la acción y a la producción del resultado que surge en fase de ejecución del hecho, por lo cual, existiendo unidad de propósito o concierto previo con el ejecutor material sobre dicho resultado, rebasa la simple participación secundaria por cooperación necesaria para convertirse en un caso de verdadera coautoría, como ha sido considerado generalmente por la jurisprudencia (SS. 2 mayo 1979 y 20 marzo 1990, entre otras), al existir un claro dominio funcional del hecho por quien asume tan relevante papel en la consumación del delito. A esta conducta pueden asimilarse con mayor razón, a los efectos de la coautoría, otros comportamientos que, como el expresado, pueden servir o estar orientados a crear, propiciar o reforzar una situación de indefensión en la víctima, en cuyo caso, aunque tampoco entrañen la realización de los actos típicos nucleares del homicidio, sí pueden integrar la acción típica que configura la alevosía cualificadora del delito de asesinato. Así es coautor, no sólo de la muerte sino de la manera alevosa de realizarse, quien procura asegurar la ejecución eliminando todo tipo de posible defensa, a través de la inmovilización o amordazamiento de las víctimas (S. 14 febrero 1998), o por cualesquiera otros medios adecuados a tal fin y al logro de un ataque sorpresivo (SS. 15 diciembre 1993, 18 marzo 1996, 3 marzo y 24 septiembre 1997). C. Otras actividades ejecutivas no típicas. Al igual que en los supuestos anteriores, la coautoría con base en el dominio funcional del hecho puede 23 A diferencia de otros delitos que atacan la libertad personal (así la S. 4 octubre 1994). – 711 – JULIO J. TASENDE CALVO apreciarse en todos aquellos que, interviniendo en el acuerdo de voluntades que decide y proyecta la acción homicida, participan activamente en su desarrollo de forma relevante y decisiva, a través de distintos actos, y presencian, aunque sea pasivamente y sin realizar la acción típica de matar, la agresión sin hacer nada por evitarla. Si bien no cabe aceptar, en términos generales, la pura coautoría moral o intelectual24, si a la decisión conjunta ha seguido una contribución dominante y efectiva durante la ejecución podemos estar ante una conducta de verdadera coautoría que merezca un desvalor jurídico superior al de la simple participación. La jurisprudencia lo ha entendido así al apreciar la coautoría en diferentes casos, que van desde la conducta del padre que, lejos de aconsejar a sus hijos una respuesta no violenta frente a la víctima, interviene activamente en la gestación y desarrollo de la acción homicida ejecutada por éstos (S. 19 junio 1997); hasta quienes, además de realizar actividades de colaboración necesarias o esenciales, tales como facilitar el arma homicida o transportar a los sujetos e instrumentos del delito, participan en la planificación del hecho y refuerzan con su presencia activa la ejecución (SS. 11 diciembre 1992 y 12 junio 1998). D. El jefe de la banda. Difícilmente puede sostenerse que quienes asumen funciones de planificación, directivas u organizativas en la realización del delito, llevando así a cabo una aportación causal básica y relevante para el éxito del proyecto criminal sean meros partícipes, según estima cierta opinión doctrinal25, y no coautores, dado su dominio funcional del hecho basado en el acuerdo previo y en la contribución esencial a la concreta realización del delito26, aunque no ejecuten el hecho típico ni acudan al lugar de consumación . El problema de calificar la conducta del organizador del plan delictivo, como jefe o “cerebro” de la banda o grupo de sujetos que cometen el crimen pero que, sin embargo, se reserva una parte no ejecutiva en la realización efectiva del hecho, ha sido objeto de singular tratamiento doctrinal, exigiéndose normalmente, para configurar la coautoría desde el criterio fundamentador del dominio del hecho, que esa función rectora u organizativa se actualice o manifieste en la fase de ejecución, a través de la dirección o aseguramiento de la propia ejecución, con su control y coordinación a distancia o su presencia en la realización del hecho, más allá de la mera labor de preparación que depende de la iniciativa y ulterior DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, última op. cit. pág. 656, nota 386. DÍAZ Y GARCÍA CONLLEDO, op. cit. pág. 683; GONZÁLEZ RUS, op. cit. pág. 132. 26 MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, op. cit. pág. 455; y SOTO NIETO, en el comentario citado. Como bien dice MIR PUIG, op. cit. pág. 387, el acto consumativo puede ser el más elemental y menos “importante” en el conjunto del plan. 24 25 – 712 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato decisión de quién actúa directamente27, aunque no faltan posiciones más amplias, en el sentido de que la misma planificación del delito crea su propio transcurso y permite por sí sola el dominio del hecho delictivo28. Este criterio de codominio funcional, como fundamento del reproche penal adecuado a la autoría en estos casos, ha sido aplicado también por la jurisprudencia, sobre todo en delitos cuya comisión conlleva normalmente una estructura o desarrollo organizados29. E. La llamada coautoría alternativa. Se da en aquellos casos en que el previo concierto o acuerdo de voluntades únicamente prevé que ejecute el hecho por sí solo, no un sujeto determinado, sino cualquiera de los intervinientes indistinta o alternativamente, en función de las circunstancias más favorables a la ejecución del delito. Mientras que las opiniones en la doctrina se encuentran divididas, entre quienes aprecian la coautoría y la cooperación necesaria en estos supuestos, en la jurisprudencia pueden verse atisbos favorables, en principio, a la solución de la coautoría, que parece la más acertada, en determinados casos en los que, si bien falta una mayor concreción sobre el contenido y alcance del pacto criminal, concurren varios sujetos, previamente concertados, a la ejecución de un asesinato, todos los cuales portan armas y están preparados para utilizarlas al fin propuesto, pero, llegado el momento, solo la acción de uno de ellos causa materialmente la muerte y es “suficiente” para la realización del hecho típico (S.S. 18 marzo 1996 y 3 marzo 1997). Sin embargo, no falta algún pronunciamiento a favor de la cooperación necesaria, aunque condicionado por ser la calificación adoptada en la instancia y discutirse en casación únicamente la existencia de complicidad, cuando, en un hecho semejante a los anteriores y habiéndose planeado en común que los dos sujetos concurrentes diesen muerte “indistintamente” a las víctimas “según se presentasen las circunstancias”, los actos físicos que produjeron el resultado fueron ejecutados por uno de ellos, considerado por ello autor directo y pasando el otro a ser calificado como cooperador (S. 15 marzo 1993), pese a su innegable codominio y presencia activa en dicha ejecución. III. La participación en el asesinato 1.- Los principios que rigen la participación son esencialmente dos: 1º) la unidad del título de imputación, es decir, que el delito por el que pueden ser GÓMEZ BENITEZ, op. cit. págs. 110 y ss.; vide también ROXIN, op. cit. págs. 328 y 329; y PÉREZ ALONSO, op. cit. págs. 231 a 235 y 239. 28 JESCHECK, op. cit. pág. 944. Postura que resulta claramente admisible cuando solo este sujeto conoce la totalidad del plan (vide MIR PUIG, op. cit. pág. 387). 29 Por todas, la S. de 4 de noviembre de 1997, en materia de tráfico de drogas. 27 – 713 – JULIO J. TASENDE CALVO enjuiciados los distintos intervinientes (autores y partícipes) es el mismo para todos, aunque hayan existido discrepancias doctrinales sobre la necesidad de este requisito; y 2º) la accesoriedad, en virtud de la cual la responsabilidad del partícipe y el hecho realizado por él depende o viene subordinado al hecho cometido por el autor. En relación con el principio de accesoriedad y la comunicabilidad de las circunstancias, plantea singulares problemas la participación en el delito de asesinato, puesto que se trata de una figura cuyo núcleo típico se identifica con un hecho (matar a otro) por sí mismo integrador del delito de homicidio, al cual se agregan determinadas circunstancias, previstas en principio como agravantes genéricas (art. 22-1ª, 3ª y 5ª del C.P.), pero que pasan a ser elementos constitutivos del asesinato, suscitándose en definitiva la cuestión de si tales circunstancias pueden ser imputables o no a los partícipes y en qué supuestos. A. El caso de la circunstancia segunda del art. 139 del C.P. ha merecido singular atención doctrinal, pues, si bien su apreciación supone necesariamente la presencia de, al menos, dos personas: de un lado, la que ofrece o paga el precio, recompensa o promesa; y, de otro, el que lo acepta y decide en base a ella, realizar directamente el hecho; la circunstancia, al ser de naturaleza personal, solo afecta en principio al que mata motivado “por” el precio, recompensa o promesa, siendo evidente el especial desvalor que merece el sicario que vende sus servicios criminales por afán de lucro. Pero también es cierto que ese móvil, particularmente reprobable por su vileza moral,ha surgido precisamente de la intervención del oferente, el cual es siempre partícipe y conocedor del hecho cometido en tales condiciones. Por consiguiente, ambos sujetos han de ser estimados responsables del delito de asesinato, el sicario a título de autor, y el que ofrece la recompensa a título de partícipe, ya sea como inductor, ya sea como cooperador necesario30, señalando la jurisprudencia que, por regla general, la agravante de precio implica la inducción (S. 25 mayo de 1976, 10 marzo 1986 y 25 enero 1993). B. Otro caso interesante es el de la muerte causada por inducción o mandato en el que no media precio, recompensa o promesa. Aunque hay quienes opinan que el mero hecho de inducir a otro a matar implica el deseo de asegurar la acción criminal sin riesgo propio y, por tanto, la presencia de alevosía, siendo inductor de un asesinato, pese a que esta circunstancia no se da en el autor MUÑOZ CONDE, Derecho Penal. P.E. Valencia 1996, págs. 53 y 54; RODRÍGUEZ DEVESA/ SERRANO GÓMEZ, Derecho Penal Español. Parte Especial Madrid 1994, pág. 51, en favor de la inducción. 30 – 714 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato material31, la solución más acorde con los principios de accesoriedad y de unidad del título de imputación es la de entender que el ordenante solo responderá como inductor de un asesinato si conoce la concurrencia de una conducta alevosa añadida al simple mandato (p.e., concertando los medios de ejecución). En este sentido, la jurisprudencia ha declarado la compatibilidad entre la alevosía y la inducción (S.S. de 4 octubre 1960 y 25 enero 1993). C. En el supuesto de que concurran varias circunstancias de las contempladas en el art. 139, sirviendo una de ellas para calificar el asesinato, las demás pasan a cumplir la función de agravantes específicas, y no meramente genéricas como ocurría en la legislación anterior al Código Penal de 1995, puesto que determinan la aplicación del tipo cualificado o agravado del asesinato, previsto en el art. 140. De ahí que ya no sea de aplicación a estas otras circunstancias el régimen general de los arts. 65 y 66 del C.P., según se propugnaba en la doctrina de forma prácticamente unánime bajo la normativa derogada, y, al igual que sucede con las que cualifican el tipo básico de asesinato, deban apreciarse en todos aquellos partícipes que conozcan su concurrencia en el autor del delito32. 2.- La jurisprudencia, pese a considerar el asesinato como un delito autónomo respecto del homicidio, había venido aplicando tradicionalmente el derogado art. 60 del C.P. (actual art. 65) a la participación, con independencia de que las circunstancias operasen como constitutivas del delito o como agravantes genéricas. No obstante, la jurisprudencia más reciente estima que esta doctrina es muy discutible cuando tales circunstancias, en vez de presentarse como accesorias del tipo, han sido incorporadas al mismo en calidad de elementos sustanciales, dando lugar a la creación de un tipo autónomo, como ocurre en el asesinato, ya que en tales casos el criterio básico aplicable es el de la identidad delictiva o unidad del título de imputación, acudiendo para resolver los problemas de comunicabilidad a los principios generales de causalidad y culpabilidad, con exclusión de la citada regla, abstracción hecha del carácter objetivo o subjetivo de las circunstancias (S.S. 16 marzo 1981 y 13 octubre 1992). Concretamente, en el caso de la alevosía que califica el asesinato, una vez declarada su naturaleza mixta, aunque predominantemente objetiva (S.S. 23 abril de 1988 y 19 diciembre 1990), la jurisprudencia ha establecido su comunicabilidad, tanto al inductor, cuando el plan inductivo se proyecta sobre En este sentido, QUINTANO, en su Tratado I, Madrid 1972, pág. 253 y ss.; CARBONELL/GONZÁLEZ CUSSAC, Derecho Penal. P.E. Valencia 1993, págs. 548 y 549. 32 En parecidos términos, MUÑOZ CONDE, op. y loc. últimamente citados. 31 – 715 – JULIO J. TASENDE CALVO los medios y los modos alevosos que han de asegurar la ejecución sin riesgo para los agresores (así, al entregar a los autores materiales las llaves del inmueble ocupado por la víctima e indicarles su horario de trabajo, lo que les facilitó la realización de un ataque proditorio y sorpresivo sin peligro –S. 25 enero 1993–, o cuando, a pesar de no haber dado al instigado instrucciones sobre la forma precisa en la que debía realizar el hecho, el sujeto se preocupó de que el ejecutor fuera una persona desconocida, extraña al propio inductor y no sospechosa de enemistad para la víctima, con la evidente finalidad de que pudiera causarse la muerte sobre seguro, aprovechando la sorpresa y evitando la posible defensa del ofendido, de haber identificado a su agresor como un colaborador de aquél, enemigo suyo –S. 16 marzo 1981), como al cooperador o cómplice, que adopta un decidido y activo papel en la preparación o realización de las circunstancias que colocan a la víctima en situación de indefensión (acompañando al autor en la acción acechante y de ocultación –S. 26 noviembre 1985–, evitando la defensa o auxilio de la víctima por terceras personas –S.S. 5 noviembre 1992 y 29 diciembre 1995–, protegiendo y reforzando, con su mera presencia aprobadora y disponibilidad a intervenir, la acción alevosa frente a la posible reacción defensiva –S.S. 24 octubre 1991 y 12 mayo 1998, o haciendo ingerir a la víctima abundantes bebidas alcohólicas –S. 19 diciembre 1990). Por el contrario, se excluye la comunicabilidad y se aprecia la participación en un simple homicidio cuando el cómplice no tiene conocimiento de la modalidad alevosa de la ejecución en el momento de prestar su colaboración para el delito (S.S. 23 abril 1988 y 13 octubre 1992), debiendo en definitiva ser el carácter alevoso de la acción abarcado por el dolo del partícipe, sea éste directo o eventual (S.S., antes citadas, de 16 marzo 1981, en la que se aprecia el dolo eventual sobre la alevosía en el inductor, y 25 enero 1993). IV. Cooperación necesaria Dada la semejanza o conexión que presenta la cooperación necesaria con otras formas de autoría y de participación, se hace ineludible precisar su concepto frente a la coautoría y a la complicidad. 1. Hay supuestos de cooperación necesaria que son genuinos casos de coautoría. Esto sucede cuando el sujeto, además de contribuir a la realización del delito de manera esencial o simplemente relevante, aunque no ejecute materialmente el hecho típico, interviene en el acuerdo previo o común resolución delictiva, pudiendo decirse que tiene la condición de socio y el dominio funcional del hecho. (p.e. los miembros de una banda que asumen funciones directiva u organizativas y son parte integrante en la realización del delito)33. 33 MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, op. cit. pág. 455. – 716 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato En consecuencia, el cooperador necesario en sentido estricto será aquél que contribuye o colabora a la realización del delito de manera esencial o relevante, pero no forma parte del plan del autor. Contribuye eficaz y decisivamente al plan común, pero no interviene en el acuerdo previo ni ostenta el dominio funcional del hecho. Una de las manifestaciones más evidentes de esta falta de dominio es que la ayuda del cooperador necesario se verifique en la fase no propiamente ejecutiva o nuclear del delito34. A estos casos de cooperación necesaria, que en realidad son supuestos de participación y no de autoría en el delito, son a los que se refiere el art. 28, párrafo segundo b), del C.P. cuando establece que “también serán considerados autores los que cooperan a su ejecución (del hecho) con un acto sin el cual no se habría efectuado”, ya que los de auténtica coautoría se encuentran incluidos en el párrafo primero de dicho precepto. Los limites entre la coautoría y la cooperación necesaria aparecen trazados con claridad en algunas resoluciones de la jurisprudencia, que fundamentan aquella en el “condominio del hecho”, y señalan que la cooperación necesaria “se diferencia de la autoría en que el cooperador a diferencia del coautor, no dirige el proceso de ejecución del delito y no ejerce ese señorío dominical, antes dicho, sino que su acción se desarrolla en la periferia de la acción”, con la consecuencia de que, solo “subsidiariamente”, la aportación de un elemento esencial a la ejecución por quien interviene en una misión compartida y planificada en común (en este caso transportando en un vehículo a los otros miembros de un comando terrorista y al explosivo utilizado para cometer el asesinato previsto), puede ser calificada de cooperación necesaria (S. 12 junio 1998). Por el contrario, en otras resoluciones, bien sea desde una perspectiva tradicional vinculada al acuerdo previo (S. 29 diciembre 1995), bien sea aceptando el dominio del hecho como fundamento de la autoría (SS. 4 noviembre 1992), se ha contemplado la realización de actividades ejecutivas, en principio no típicas, en el seno de un acometimiento homicida al que concurre un grupo de personas portando algún arma y con el inequívoco propósito compartido de atacar la integridad corporal de la víctima, quedando el resultado de muerte abarcado al menos por el dolo eventual del sujeto, como un supuesto de cooperación necesaria, aún reconociendo aquella En este sentido, algunos autores argumentan que la cooperación necesaria debe tener lugar preferentemente en la fase preparatoria o, si es simultánea a la ejecución del delito, no ha de constituir una parte esencial de su plan global, ya que entonces daría lugar a una auténtica coautoría, siendo la cooperación necesaria durante la fase ejecutiva de carácter excepcional (MIR PUIG, op. cit. pág. 406), como cuando se actúa sin acuerdo mutuo o no reuniendo las cualidades personales y especiales típicas del autor (PÉREZ ALONSO, op. cit. págs. 426 y 427); mientras otros matizan que si la contribución necesaria al hecho tiene lugar durante la fase de ejecución determina la coautoría, limitándose la verdadera cooperación a la fase de preparación, al no tener el dominio del hecho (BACIGALUPO, Principios... op. cit. pág. 239). 34 – 717 – JULIO J. TASENDE CALVO sentencia la dificultad de deslindar estos supuestos de la llamada coejecución, al amparo del derogado art. 14-1º del C.P., y pese a afirmar esta segunda resolución que el condominio del hecho, y consiguiente autoría, debe apreciarse “cuando el aporte realizado en el estadio ejecutivo del delito constituye un presupuesto esencial para el éxito del plan”, como sucede precisamente en estos casos. La posibilidad de configurar estas conductas de intervención activa, esencial y necesaria en la ejecución del acto homicida (vide, S.S. 26 noviembre 1985, 26 febrero 1987 y 13 febrero 1989) como de verdadera coautoría, partiendo del dominio funcional del hecho que las mismas implican, se hace todavía más evidente cuando los aportes causales realizados se orientan decisivamente a producir la indefensión de la víctima o a eliminar sus posibilidades defensivas, al evitar, en concreto, el probable auxilio de terceros personas, a las cuales se neutraliza o acomete violentamente (S.S. 5 noviembre 1992, 15 marzo 1993 y 29 diciembre 1995), integrando así un elemento típico y cualificante de la alevosía constitutiva del delito de asesinato cometido, lo cual rebasa el ámbito de la mera participación, por necesaria que esta sea, contemplado en dichas resoluciones. También ha señalado la jurisprudencia que la cooperación necesaria no implica la ejecución del hecho típico, sino la contribución de una actividad ajena o distinta, pero íntima y necesariamente relacionada con aquél (S. 4 noviembre 1992), y que no requiere, por propia naturaleza, la realización de actos ejecutivos de clase alguna, agotándose en una aportación previa a la ejecución (S. 5 noviembre 1992). 2. Otro de los problemas fundamentales que suscita la cooperación necesaria es el de establecer su diferencia y límites con la complicidad. Precisamente porque las diferencias entre ambas no son de carácter estructural35, sino más bien de intensidad en el grado de contribución prestada al hecho principal36, resulta muy complicado delimitar el ámbito de aplicación de cada una. La clave está en determinar cuando la cooperación es necesaria o imprescindible para la realización del hecho. Pero definir este concepto de necesidad suscita dificultades casi insolubles para la doctrina y la jurisprudencia, que se ha mostrado vacilante y no acaba de encontrar un criterio seguro y general de delimitación entre la complicidad y la cooperación A favor de establecer una diferencia cualitativa o sustancial, y no meramente cuantitativa, entre ambas formas de cooperación, QUINTERO OLIVARES, en Comentarios al nuevo Código Penal, Pamplona 1996, pág. 311. 36 RUIZ ANTÓN, “El agente...”, op. cit. pág. 304; DEL ROSAL BLASCO, “La inducción y la complicidad como formas de participación punibles en el Código Penal”, en “Problemas de autoría” Cuadernos de Derecho Judicial, Madrid 1994, págs. 218 y 225. 35 – 718 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato necesaria, pues, si la necesidad se entiende en sentido absoluto o abstracto ninguna contribución lo sería, ya que el hecho siempre se podría haber cometido de otro modo, y si se considera en sentido relativo o concreto, todas las aportaciones serían imprescindibles para que el hecho se llevase a cabo en la forma precisa en que lo planeó el autor37. En principio, la necesidad de la contribución debe determinarse con arreglo a un criterio objetivo, que tenga en cuenta, con independencia de la voluntad del partícipe, la intensidad y eficacia de la colaboración prestada, contemplada desde una perspectiva concreta matizada, que tome en consideración el caso y el momento concreto en el que se participa38. Se trata, pues, de valorar la gravedad e importancia de una conducta utilizando criterios objetivos, a partir de las circunstancias en las que actúan personas determinadas en el caso concreto. Por ello, se ha identificado también la necesidad con la esencialidad de la contribución desde una perspectiva “ex ante”39. No debemos olvidar que el fundamento de la atenuación punitiva para el cómplice se encuentra en la menor necesidad de pena, vinculada a la menor entidad criminal o desvalor que revista su conducta, considerada una modalidad de participación no esencial, accidental o periférica, con respecto a la autoría y a la cooperación necesaria en particular40. Prueba de estas dificultades prácticas, es la oscilante jurisprudencia existente sobre la configuración legal de los llamados actos de vigilancia o de quien facilita armas para la ejecución del delito, los cuales se han considerado unas veces como supuestos de coautoría, otros de cooperación necesaria y hasta de complicidad. Junto al elemento objetivo de la cooperación necesaria, identificado con esa aportación decisiva e imprescindible, la jurisprudencia ha exigido la presencia de un elemento subjetivo o anímico (S.5 noviembre 1992), que puede basarse en un acuerdo de voluntades tácito y simultaneo a la dinámica comisiva (S. 26 febrero 1987), e identificado como un doble dolo: 1º) el conocimiento y la voluntad de que otro, el verdadero autor, realiza una acción u omisión delictiva; y 2º) el conocimiento y la voluntad de que con la propia acción u omisión se está auxiliando de algún modo a dicho verdadero autor en su realización delictiva, y así, no basta la simple “coincidencia cronológica” entre la conducta del sujeto y la actuación homicida del autor para acreditar la existencia de un concierto de voluntades o del conocimiento por parte de aquél de la intención de matar de éste que permita considerarle partícipe del delito (S. 14 marzo 1997); ni GIMBERNAT, op. cit. págs. 139 a 140; RODRÍGUEZ MOURULLO, Comentarios al Código Penal-I, Barcelona 1972 pág. 872. 38 DEL ROSAL BLASCO, op. cit. pág. 225 39 PÉREZ ALONSO, op. cit. págs. 363 y 430 a 432. 40 MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, op. cit. pág. 465. 37 – 719 – JULIO J. TASENDE CALVO tampoco cabe transformar el previo acuerdo de voluntades en “ajustar cuentas” a la víctima, y el consecuente acto de reclamación, en un acuerdo de voluntades para llevar a cabo un homicidio, al sufrir la dinámica comisiva un “cambio cualitativo” cuando la víctima sacó sorpresivamente un arma y uno de los sujetos se la arrebata y le dispara con ella hasta matarla, por lo que no cabe apreciar la existencia del dolo expresado en los demás intervinientes (S. 17 diciembre 1990). También se ha dicho, con cierto confusionismo respecto a la coautoría, que es precisa la concurrencia de criterios subjetivos, constituídos por el acuerdo previo y la planificación del hecho; objetivos, constituídos por las actividades aportadas a la ejecución; y normativos, integrados por la vinculación de las conductas con los requisitos del tipo básico (vide. por todas, la S. 4 de noviembre de 1992 y las citadas en ella). Ya en el terreno objetivo, la jurisprudencia ha establecido los caracteres de la cooperación necesaria y sus diferencias con la complicidad, al decir que es “aquella conducta decisiva por su eficacia, necesidad y trascendencia objetiva para el resultado finalístico de la acción”, y que presenta las notas de “cualificada aportación y eficiente causalidad en la producción del resultado delictivo que le dotan de especial relevancia y trascendencia para la consecución del objetivo propuesto hasta el punto de superar lo que sería una mera aportación circunstancial de fácil sustitución, propia de las colaboraciones contingentes y secundarias” (S. 23 mayo 1996), criterio mantenido con carácter general, partiendo de una postura ecléctica entre las diferentes teorías doctrinales sobre el concepto y fundamento de la necesidad (S.S. 30 abril 1979, 20 junio 1984, 26 junio 1985, 16 julio 1990, 5 noviembre 1992, 15 marzo 1993, 12 julio 1995 y 26 abril 1999), aunque algunas resoluciones parecen decantarse por la teoría de la “conditio sine qua non” (S. 29 diciembre 1995), por la del dominio del hecho (S.S. 9 octubre 1987, 14 noviembre 1990, 24 octubre 1991 y 19 mayo 1994), o la de los bienes escasos, atendiendo a la difícil sustituibilidad de la colaboración (S.S. 26 febrero 1987, 23 mayo 1996, 12 mayo 1998, y 4 marzo 1999), siendo especialmente criticable la profusión con la que se acude a la teoría del dominio del hecho ante el contrasentido que supone utilizar, como criterio definidor de la cooperación necesaria que en realidad es una forma de participación, un principio elaborado precisamente para caracterizar la autoría41. En el orden casuístico, circunscrito a los delitos contra la vida que nos ocupan, la jurisprudencia ha incluido en la cooperación necesaria actos de estricta colaboración o participación, ya sean previos o coetáneos a la acción delictiva (cuales son las actividades de vigilancia de la víctima e información de sus movimientos –S.S. 20 junio 1984, 25 marzo 1987, 19 diciembre 1990 y 41 Vide, RODRÍGUEZ MOURULLO, op. cit. pág. 877. – 720 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato 30 junio 1992–, traslado y favorecimiento de la huida a los autores materiales –S.S. 20 junio 1984 y 12 junio 1998–, conducción de la víctima al lugar del hecho –S. 15 marzo 1993– y vencer su resistencia a dicho desplazamiento –S. 23 mayo 1996–, así como facilitar o proporcionar al autor el arma o instrumento homicida –S.S. 26 junio 1985, 16 julio 1990, 30 junio y 4 noviembre 1992). Sin embargo, en otras ocasiones, ha contemplado bajo esta modalidad de participación conductas que, por constituir una aportación esencial al plan delictivo en la fase ejecutiva, con inequívoco dominio funcional del hecho, podrían ser de auténtica coautoría, según hemos dicho, en la medida en que convergen decisivamente a la ejecución del ataque homicida (aproximando a la víctima el vehículo en marcha desde el cual el autor descargó el golpe mortal –S. 26 febrero 1987–, acompañando al autor en su actitud acechante y de ocultación e indicándole la identidad de la persona sobre la que debía disparar –S. 26 noviembre 1985–, o impidiendo por la fuerza la huida del sujeto pasivo –S. 13 febrero 1989), y eliminan efectivamente las posibilidades defensivas de las víctimas, previniendo o evitando de forma activa y violenta la ayuda de terceras personas (S.S. 18 marzo 1991, 5 noviembre 1992, 15 marzo 1993 y 29 diciembre 1995), estando, por lo demás, los actos de vigilancia realizados (S. 5 noviembre 1992), o la superioridad numérica de los agresores (S. 29 diciembre 1995), aisladamente considerados como actividades de mera cooperación necesaria, dirigidos, en conjunto con las demás circunstancias concurrentes, a crear esa situación de indefensión constitutiva de la agresión alevosa, pudiendo configurarse en algún caso como una coautoría alternativa (así la S. ya comentada de 15 marzo 1993). También se ha incardinado en la cooperación necesaria, admitiendo asimismo y de forma un tanto contradictoria la posibilidad de la inducción en cadena, la conducta de quien hace de intermediario o enlace entre el inductor y los sicarios en un asesinato mediando precio (S. 30 abril 1979). V. Complicidad La complicidad es una forma de participación expresamente regulada, como tal y diferenciadamente de la autoría, en el art. 29 C.P. 1. La participación del cómplice consiste positivamente en “cooperar” a la ejecución del delito, esto es ayudar o influir de alguna manera significativa en su realización. Incluye todos aquellos comportamientos que, sin implicar o determinar la motivación de la resolución criminal en el autor, contribuyen de forma no necesaria o indispensable a la ejecución del hecho principal42. Goza 42 DEL ROSAL BLASCO, op. cit. pág. 220. – 721 – JULIO J. TASENDE CALVO de general aceptación en la doctrina y la jurisprudencia, con ligeros matices, la exigencia de que la complicidad ha de ser en todo caso relevante para la realización del delito, y tener una eficacia causal, aunque sea mínima, en la conducta del autor, siquiera de modo ideal y a través de la resolución del autor, facilitando, en definitiva, el desarrollo del plan delictivo. El cómplice o cooperador no ejecuta el hecho ni causa materialmente el delito y su resultado, mediante aportaciones propiamente ejecutivas, pero contribuye de forma relevante a la acción del autor principal, quedando excluidos de la esfera de la punibilidad los comportamientos que, aún pareciendo útiles, son en realidad indiferentes o ineficaces en la realización del hecho. La complicidad aparece también delimitada legalmente en el citado art. 29, bajo una formula negativa o excluyente (“los que no hallándose comprendidos en el artículo anterior”), de todas aquellas formas de intervención en el delito que sean constitutivas de autoría o deban ser consideradas como tales. Lo que, en definitiva, distingue a la complicidad de las demás formas de participación, y de ahí la trascendencia que tiene su adecuada delimitación con la cooperación necesaria, es su menor entidad material o gravedad, lo cual hace que se castigue con la pena inferior en grado a la fijada para los autores del delito (art. 63)43. Esta colaboración del cómplice cabe prestarla, no solo mediante “actos anteriores” o de preparación a la comisión del delito, sino también con “actos simultáneos” realizados durante su ejecución, pudiendo incorporarse en cualquier momento a la ya iniciada, siempre que el delito no se encuentre consumado, lo que constituye la denominada “participación adhesiva”, que traslada al adherido la responsabilidad común que por su colaboración se derive de la total consumación delictiva (S.S. 29 marzo 1993 y 15 junio 1994). Entiende la doctrina mayoritaria44 y también la jurisprudencia que la aportación del cómplice puede ser de naturaleza, tanto física o material, como psíquica o moral (S.S. 15 julio 1983, 22 y 24 octubre 1991) mediante aportes que, sin tener naturaleza material, impliquen un apoyo personal a la realización del hecho (S. 16 diciembre 1993), fortaleciendo la voluntad de actuar del autor principal (S.S. 28 septiembre 1989 y 24 octubre 1991). 2. Al igual que en la cooperación necesaria, la jurisprudencia ha exigido en la complicidad la presencia de un elemento subjetivo, basado en un concierto de voluntades previo o por adhesión a la acción, expreso o tácito, e identificado con un doble dolo, integrado por la conciencia de la ilicitud del acto proyectado y realizado por el autor, y por el “animus adiuvandi” MUÑOZ CONDE/GARCÍA ARÁN, op. cit. pág. 464. En contra de admitir la complicidad psíquica, QUINTERO OLIVARES, Comentarios ... op. cit. pág. 311. 43 44 – 722 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato o voluntad de contribuir a la realización del hecho (S.S. 17 enero 1991, 12 julio 1995, 21 marzo 1997, 16 marzo y 12 mayo 1998). Así, no se aprecia la complicidad, en el homicidio o asesinato cometidos, por ausencia de dolo, cuando la conducta del sujeto, aunque lesiva, se produce de manera espontánea y desconectada de la del autor de la acción homicida, (S. 17 enero 1991), o cuando el acto de colaboración, consistente en facilitar el arma homicida, se hizo con fines exclusivamente defensivos y sin conocer lo que iba a suceder después (S. 21 marzo 1997). Como elemento objetivo, verdaderamente característico y diferenciador de la complicidad frente a la cooperación necesaria, la jurisprudencia ha destacado que, si bien la complicidad es una forma de participación periférica, accidental y no condicionante o necesaria, de carácter secundario, subalterno o inferior (S.S. 15 julio 1983, 17 enero 1991, 12 julio 1995 y 12 mayo 1998), supone , en todo caso, una ayuda relevante, útil y operativa para la realización del delito (S. 1 abril 1997), dotada de eficacia objetiva (S.30 enero 1995) para los planes y actos del ejecutor material (S.S. 12 julio 1995 y 16 marzo 1998) y para la obtención del resultado delictivo propuesto por los autores (S. 21 julio 1987), aunque no prestada mediante actos ejecutivos (S.S. 22 y 24 octubre 1991 y 30 enero 1995). Por ello no basta, para apreciar la complicidad en un homicidio, con la simple participación en el enfrentamiento verbal que inicia las hostilidades, e incluso en el forcejeo que da paso a las vías de hecho, dada la carencia de utilidad o eficacia de tales actos por si solos para la consecución del fin propuesto por el autor del hecho (S. 1 abril 1997). En el terreno casuístico, concerniente a los delitos de homicidio y asesinato, la jurisprudencia viene calificando como complicidad, junto a conductas de clara colaboración periférica o secundaria (como las de ayudar a huir a los autores del delito, evitando su detención –S. 2 mayo 1979–, o alquilar el vehículo utilizado por los autores para desplazar a la víctima –S. 13 octubre 1992), otras que podrían incardinarse en la cooperación necesaria (como son los actos de facilitar al autor el arma homicida y trasladarle en vehículo al lugar de la ejecución, además de proporcionarle, con su presencia, protección y seguridad –S. 31 enero 1992–, o los de vigilancia sobre la víctima y posterior información a los autores –S.S. 21 julio 1987, 23 abril 1988, y 12 julio 1995, en la que se afirma expresamente el carácter “imprescindible” de la comprobación informativa realizada por el cómplice para un comando terrorista”), según hemos visto en la jurisprudencia antes citada y reconoce expresamente la S. de 21 de julio de 1987. Algunas resoluciones contemplan supuestos que , por su contribución dominante y efectiva durante la ejecución del homicidio (S. 16 marzo 1998), o por su disponibilidad a intervenir en caso necesario, reforzando la acción y protegiendo a los autores con su presencia frente a la reacción de terceros, y provocar así la indefensión integradora del – 723 – JULIO J. TASENDE CALVO ataque alevoso (S.S. 24 octubre 1991 y 12 mayo 1998), pudieran configurar incluso una auténtica coautoría. Mayor coincidencia y claridad se observa a la hora de considerar actividades propias de la complicidad, por la ayuda espiritual y el refuerzo moral o psicológico que suponen para el autor material, aquellas consistentes en la mera presencia de la secuencia homicida y el acompañamiento a su ejecutor (S.S. 15 julio 1983, 28 septiembre 1989, 22 y 24 octubre 1991, 9 noviembre 1993 y 30 enero 1995). Junto a estos comportamientos “positivos” de auxilio psíquico, se vienen apreciando por la jurisprudencia como constitutivos de complicidad los puramente “omisivos” o pasivos, cuando el partícipe omitente ostenta una posición de garante y con su inactividad coopera eficazmente a incrementar el riesgo para la vida de la víctima y a la consecución del resultado, según veremos más adelante (así las S.S. 10 abril 1981, 21 abril 1989, y 4 marzo 1992). VI. La cooperación omisiva A diferencia de la coautoría por omisión, cuya posibilidad es negada por la mayoría de la doctrina, la cooperación necesaria y la complicidad omisiva en los delitos de acción ha sido admitida con determinados matices, partiendo de que hay comportamientos omisivos que contribuyen a la producción del delito, no ya solo por la falta de intervención del sujeto, al omitir la acción que hubiera impedido el delito (aspecto negativo), sino porque la omisión se resuelve a veces en fuerza o impulso moral para el autor que es, directa o indirectamente, eficiente en la realización del delito (aspecto positivo). La misma indeterminación del concepto de cooperación o complicidad hace que se puedan incluir en ella comportamientos omisivos de favorecimiento físico o psíquico a la ejecución, siempre que tengan una eficacia causal en el comportamiento del autor. En este sentido, la jurisprudencia ha mantenido una reiterada postura favorable a admitir la posibilidad de estas formas de participación (que arranca de las S.S. 30 enero 1945, 12 febrero 1958 y 8 febrero 1964), siempre que en la cooperación omisiva concurran los siguientes requisitos: 1º) el elemento objetivo integrado por la omisión, que ha de suponer un favorecimiento causal y eficaz a la ejecución del hecho; 2º) el elemento subjetivo, o dolo de complicidad, consistente en la voluntad de cooperar o facilitar la comisión del delito; y 3º) el elemento normativo, constituido por el deber jurídico de impedir la realización del hecho, o posición de garante (S.S. 10 abril 1981, 21 abril 1989, 15 septiembre 1992, 26 diciembre 1994, y 9 julio 1997); haciendo especial hincapié en este ultimo requisito, vinculado a un deber específico de actuar, impuesto por la norma jurídica o derivado de una situación de peligro anterior creada por el propio omitente (S.S. 13 diciembre 1988, 3 diciembre – 724 – Coautoría y cooperación en los delitos de homicidio y asesinato 1990, 26 diciembre 1994 y 9 julio 1997) y elemento diferenciador frente al deber genérico de impedir determinados delitos que fundamenta el vigente art. 450 del C.P. –antiguo 338 bis– (S.S. 10 abril 1981 y 21 abril 1989). En el concreto ámbito los delitos de homicidio y asesinato, es abrumadoramente mayoritaria la jurisprudencia que sitúa las conductas omisivas de cooperación dentro de la complicidad, sobre la base de una posición de garante, fundada, bien en específicos y personales deberes de vigilancia y control que incumben al cómplice sobre el autor del homicidio (S. 21 abril 1989, en la que el sujeto se desentiende de la conducta lesiva de su hermano, de menor edad y proclive a las reacciones violentas, pese al ascendiente que tenía sobre él y a que venía asumiendo su tutela y cuidado), bien en la previa creación por el cómplice de una situación de peligro para el bien jurídico o injerencia (así, las S.S. 10 abril 1981, en la cual el sujeto lleva a cabo una inicial tarea de adoctrinamiento y enseñanza militar para la constitución de un grupo terrorista armado de jóvenes que finalmente perpetró un asesinato mediante explosivo de cuya acción era aquél conocedor; 13 diciembre 1988, en la que, tras informar al que después sería autor del homicidio, de que la víctima había mantenido relaciones íntimas con la mujer que convivía con él, el sujeto, a pesar de conocer el carácter violento del primero y que iba siempre provisto de una pistola, propicia el encuentro entre ambos en un lugar solitario para dirimir sus diferencias, asistiendo pasivamente al luctuoso desenlace; y 4 marzo 1992, en la cual, a la conducta de pasividad ante la acción integradora del asesinato, precedió un comportamiento provocador del cómplice que desencadenó el ataque sorpresivo a las víctimas) Por el contrario, no se aprecia la complicidad cuando no concurren los expresados requisitos, y en particular los que determinan una inequívoca posición de garante (S.S. 26 febrero 1987, 15 septiembre 1992 y 9 julio 1997), al no tener el sujeto un deber personal y específico de salvaguardar el bien jurídico lesionado, ni haber asumido voluntariamente una función de protección y un deber de control sobre la fuente de peligro, de modo que no puede afirmarse que su total pasividad viniera inspirada por el propósito de colaborar con el autor principal, o que su actuar pusiera en peligro al sujeto pasivo, estimándose en algunos casos infringido el deber genérico de socorrer a la víctima que fundamenta la apreciación de los delitos propios de omisión, previstos en los arts. 338 bis y 489 ter del viejo Código Penal –actuales arts. 450 y 195– (así las S.S. 15 julio 1983, 4 marzo 1992 y 26 diciembre 1994), aunque no se puedan aplicar por exigencias del principio acusatorio (S. 3 diciembre 1990), considerando, en concreto, que el simple hecho de la antinormatividad de la conducta inicial del sujeto, faltando los mencionados requisitos, no permite extender al ámbito de la complicidad omisiva, con criterios versaristas contrarios al principio de culpabilidad, a actitudes consistentes en un simple comportamiento agresivo, – 725 – JULIO J. TASENDE CALVO amenazante o insultante previo a la ejecución del delito (S. 26 diciembre 1994), o al mero comportamiento expectante o contemplativo de la acción homicida, entre el numeroso público que observaba la reyerta (S. 9 julio 1997). – 726 –