ESTRATEGIAS PEDAGÓGICAS Fiel a un estilo que no utiliza los prolegómenos, pongo en seguida algún ejemplo. La estrategia de la indiferencia Uno de los tormentos más difundidos entre las mamás es el de lograr hacer comer a sus niños. Bien. ¿Queremos que coma? ¡No supliquemos para que lo haga! Practiquemos, más bien, la estrategia de la indiferencia. Insistir tanto en el comer significa darle al pequeño un arma con la que chantajearnos, un arma que él sabrá utilizar en todas sus formas, con tal de atraer sobre él nuestra atención. En cambio, mostrándonos indiferentes, seremos nosotros quienes controlamos la situación. “¿No quieres comer? ¡Está bien! ¡Comerás cuando tengas hambre!”. ¡Calma, mamás! ¡No hay peligro de que el niño muera de hambre! ¡Se los garantizo! ¡Es imposible resistir al instinto del hambre! Hasta el momento actual, no existe en el mundo un solo niño que, teniendo alimento a disposición, haya muerto de hambre. Cuando tenga hambre, ¡el niño comerá! La estrategia del método indirecto. ¿Queremos hacer llegar algún mensaje a nuestro hijo adolescente? Todos sabemos que los adolescentes hacen cortocircuito con el método frontal, que los enfrenta en modo directo (¡el desgraciado método de la ‘prédica’). Entonces, si queremos decirle algo a nuestro hijo adolescente (y algo tenemos que decirle, para ser padres verdaderamente ‘educadores’ y no solo ‘entrenadores’) hablémosle sin tocar directamente el tema. Ejemplo: cuando estamos sentados a la mesa, hablamos entre nosotros, mamá y papá, sobre el programa televisivo visto ayer de tarde, y expresamos un juicio negativo respecto a las palabrotas, la violencia, el sexo descarado... Mientras el hijo sigue comiendo su hamburguesa, nos escucha y conoce cuál es nuestro cuadro de valores, que, quizás, no coincide con el de sus profesores o sus amigos. De este modo, hemos hablado a nuestro hijo, sin suscitar la reacción típica del adolescente La estrategia de la charla informal Es muy cercana a la estrategia del método indirecto. Estamos en la plaza, charlando de todo y de nada con un grupo de amigos o conocidos. En un momento, nuestro hijo, que estaba dando vueltas por ahí, se acerca y siente (mejor: escucha) nuestras opiniones sobre política sobre religión, sobre la sociedad actual... ¡Es increíble el influjo que pueden tener sobre el ánimo del hijo nuestras palabras dichas espontáneamente, sin filtro! El semiólogo y escritor Umberto Eco tiene toda la razón, cuando dice: “Creo que llegamos a ser lo que nos ha enseñado nuestro padre en los momentos muertos, mientras no se preocupaba por educarnos”. La estrategia de la reacción suave Es otro ejemplo de estrategia pedagógica. ¿El niño llora y grita estrepitosamente? La madre le responde con toda calma (¡es fácil decirlo!): “¡No entiendo nada! Si no bajas la voz, mis orejas están sordas”. ¿El niño se pone caprichoso? La madre permanece tranquila y serena (también aquí, ¡es fácil decirlo!) mientras acaricia con calma la cabeza de su hijo. Esta es la estrategia de la reacción suave. Dicen que, generalmente, funciona; por cierto, es una estrategia inteligente: responder al capricho del niño poniéndonos incandescentes ¡es como querer apagar el fuego echándole nafta encima! Atención a los tiempos muertos Quizás realmente educamos cuando menos pensamos que estamos educando. Y aquí está la prueba: el padre se encuentra por la calle con un mendigo que pide ayuda, y pone cincuenta pesos en la mano tendida, mientras el hijo observa; la madre está en la iglesia y reza en silencio, concentrada, mientras el hijo observa. Estos son dos ejemplos de espléndida educación que no ha sido buscada directamente, una educación que supera largamente a la que se pretende realizar con una avalancha de palabras sobre el amor al prójimo y sobre la fe en Dios. También forman parte de la estrategia de los ‘tiempos muertos’ las palabras que dejamos caer como casualmente, como la cosa más natural del mundo para nosotros. Mientras estamos almorzando, el papá dice, en un momento: “Las palabrotas son como el rebuzno de un asno en medio de un hermoso concierto”. La madre, viendo el aviso comercial de una peluquera, exclama: “No basta tener el cabello en orden; hay que tener también las ideas ordenadas…”. Hablar de este modo no ofende a nadie, y tampoco al hijo adolescente, siempre (¡y justamente!) alérgico a las ‘prédicas’. No solo: las palabras dichas como al pasar, a menudo tienen un enorme impacto en el hijo, porque revelan nuestros pensamientos más íntimos, nuestras opiniones, los valores que llevamos dentro. Siempre me impresionó la confesión del profesor Leo Buscaglia, quien afirmaba que había construido su moral sobre las palabras que su padre dejaba caer durante la cena familiar. Lo siguiente va en dos recuadros, o círculos, o elipses, o estrellas... o lo que se te ocurra. PARA DECIRLE A TU HIJO “Si estás solamente con quien piensa como tú, da lo mismo que vivas con papagallos”. “No te dejes embotellar por el vino!”. “Es mejor mostrar la cabeza que el ombligo”. “Quien vence a los demás es musculoso. Quien se vence a sí mismo es fuerte”. “Estar triste no es para nada inteligente”. “Si sientes que obraste bien, no te preocupes de los comentarios”. “Decisión y coraje nos ponen en ventaja”. “Donde entra la bebida, sale la sabiduría”. ¿ESTÁS DE ACUERDO? “¡Si los padres se dieran cuenta de cuánto aburren a los hijos!” (Bernard Shaw). “A los 27 años, al máximo, sácalo de tu casa, como hice yo. Un día te lo agradecerá” (Maria Luisa De Rita). “Una sonrisa a tu hijo es mejor que un pañal bien colocado” (Benjamin Spock). “A veces curo a la madre y sana el niño” (Dr. Marcello Bernardi). “Como terapia, indico diez kilómetros en bicicleta junto al padre, cada domingo. ¡El tiempo con el padre es fundamental!” (Giovanni Bollea). Pino Pellegrino