Pampedia, No. 4, Julio 2007-Junio 2008 Artículos Liderazgo e inteligencia interpersonal en el aula Miguel Hugo Garizurieta Meza / Jorge Iván Ramírez Sandoval / José Vicente Díaz Méndez Resumen: Los maestros deben ejercer en el aula un liderazgo en el que se tome en consideración el elemento emocional, tanto de ellos como de los estudiantes. La inteligencia emocional se clasifica en intrapersonal e interpersonal. Es la inteligencia interpersonal la que impacta en la relación del maestro como líder con sus estudiantes. La inteligencia interpersonal requiere que los maestros generen empatía con sus estudiantes y desarrollen una serie de habilidades sociales. Abstract: Teachers should exert a leadership in the classroom considering the emotional element. The emotional intelligence is classified in intrapersonal and interpersonal. It is the interpersonal intelligence the one having an impact on the relationship of the teacher as a leader and his/her students. The interpersonal intelligence requires teachers to generate empathy with his/her students and develop a series of social abilities. Palabras clave: liderazgo, inteligencia interpersonal, profesor, alumno, educación superior. Key words: leadership, interpersonal intelligence, teacher, students, higher education Introducción El liderazgo es un fenómeno que a lo largo de la historia reciente ha sido ampliamente estudiado. Las primeras investigaciones partieron de la hipótesis de que contadas personas nacían para ser líderes por poseer una serie de rasgos o características que les facilitaban el ejercer influencia sobre otras; sin embargo, dicha hipótesis tuvo que ser rechazada por no haberse encontrado consistencia en los rasgos de todos los líderes, es decir, no se encontraron evidencias de que, por ejemplo, todos los líderes fueran seres dominantes, extrovertidos, seguros de sí mismos o tuvieran una inteligencia sobresaliente. La hipótesis alternativa de la que partieron las siguientes investigaciones señalaba que las personas podían aprender a ser líderes, por lo que se abocaron a identificar la forma en la que los líderes se comportaban. De esta manera, los estudios de las Universidades de Ohio State y Michigan identificaron dos formas básicas de conducta en los líderes –una orientada a las tareas y la otra orientada a las relaciones con las personas–, que Blake y Mouton (cit. en Robbins y Coulter, 2005) tomaron como punto de partida para el diseño de su «Rejilla Gerencial» en la que es posible identificar 81 estilos o formas de comportamiento en los líderes. Sin embargo, este enfoque, denominado enfoque conductual del liderazgo no tomó en consideración una variable que hace que determinada conducta sea efectiva o no: la situación. Consecuentemente, surge un tercer enfoque en los estudios del liderazgo denominado enfoque situacional, mismo que señala que la conducta de los líderes, para ser buena o efectiva, debe ajustarse a la situación. Lo anterior ha sido explicado en distintas teorías como la de Fiedler (1967) o la de Hershey y Blanchard (1998), quienes han explicado el concepto «situación» de diversas maneras y, aunque difieren en el sentido de si el estilo de liderazgo debe ajustarse a la situación o la situación al estilo, coinciden en que ambos conceptos deben ser tomados en consideración por quienes pretenden ejercer influencia sobre otros. Si partimos de que el docente es un organizador y mediador en el encuentro del estudiante con el 55 Miguel Hugo Garizurieta Meza / Jorge Iván Ramírez Sandoval / José Vicente Díaz Méndez conocimiento, al considerar el proceso de aprendizaje1 como una situación interactiva, o bien de que el papel del docente es el de orientar y guiar la actividad mental constructiva del estudiante, entonces, para lograr este objetivo, el docente se debe convertir en un líder, y dirigir las actividades a través de acciones pertinentes para asegurar el logro de los objetivos del aprendizaje. El estilo de liderazgo que adopte el profesor será determinante para comprender la complejidad de la realidad y de mejorar los modelos mentales compartidos; es decir, son los responsables del aprendizaje del estudiante al permitir que el alumno vea la realidad de modo más preciso, penetrante y, por tanto, potenciador del conocimiento. El docente es el guía, el orientador del estudiante para que éste alcance una nueva perspectiva, donde la realidad constituya un medio para crear y generar conocimiento, y no una limitante, ésta es la función del docente como líder. En este sentido, el propósito del presente texto es identificar la importancia del liderazgo que ejerce el maestro en un aula, así como del manejo de su inteligencia emocional y la de sus estudiantes para el desarrollo eficiente del proceso de enseñaza aprendizaje. Para ello se revisan algunos conceptos esenciales como liderazgo, inteligencia emocional, inteligencia interpersonal, y se establecen sus relaciones. positiva; y la influencia positiva se puede ejercer aún sin poseer un cargo dentro de la estructura de organización de una entidad académica. Un fin u objetivo a alcanzar es considerado valioso siempre que tenga un contenido ético que beneficie al grupo, líderes y colaboradores. En torno a lo anterior, Díaz (2001: 39) coincide con Siliceo al señalar que la influencia o seguimiento se produce porque el líder es un «planteador de cosas que valen la pena» y porque se ve al líder como «alguien que quiere mi bien». En este sentido, se pueden identificar distintas perspectivas acerca del liderazgo. Algunas conciben al líder como alguien capaz de ejercer una influencia positiva tan grande en sus alumnos que logra transformarlos en seres de excepción que ofrecen «rendimientos más allá de las expectativas» (Bass, cit. en Ivancevich et al., 1997: 485). Otra perspectiva es la que explica que el cociente intelectual y las habilidades técnicas son importantes, pero se requiere que el líder tenga un alto coeficiente emocional por lo que «la inteligencia emocional es la condición sine qua non del liderazgo» (Harvard Business Review, cit. en Siliceo, 2001: 74). Esta perspectiva señala que los líderes más efectivos coinciden en un rasgo o factor fundamental: muestran un alto nivel de inteligencia emocional. Inteligencia emocional Liderazgo Existen tantas definiciones de liderazgo como autores explican el tema; sin embargo, en este trabajo retomaremos lo dicho por Siliceo (2001: 19), para quien «ser líder es influir en otros para el logro de un fin valioso». Evidentemente, el tipo de influencia que se ejerce al pretender alcanzar fines valiosos siempre es 1 El aprendizaje consiste en construir interpretaciones personales del mundo basadas en las experiencias e interacciones individuales; se afirma entonces que el conocimiento humano es un proceso dinámico, producto de la interacción entre el profesor y alumno, en la que el profesor favorece la reflexión para que el alumno sea capaz de aprender a aprender. 56 El término inteligencia emocional se refiere a «la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones» (Goleman, 2000: 385); una persona se considera inteligente emocionalmente, en cualquier ámbito, cuando manifiesta conductas en las siguientes cinco dimensiones: a) Autoconciencia y autocrítica. Implica la auto observación (identificada como introspección en el Taller de Habilidades de Pensamiento Crítico y Creativo) y la autoconciencia en el líder acerca de cuál es el impacto de su conducta en los seguidores. Liderazgo e inteligencia interpersonal en el aula b) c) d) e) Implica manifestarse como una persona honesta que reconoce sus fortalezas, debilidades, emociones, necesidades e impulsos. Autocontrol o autorregulación de la conducta. Se refiere a la capacidad del líder para optar, suspender o controlar sus emociones con una dinámica que se sintetiza en la frase pensar antes de actuar. Implica manifestarse como una persona con apertura al cambio y honesta consigo mismo. Motivación. Se refiere a la energía, persistencia y tenacidad para lograr metas trascendentes que van más allá del status o dinero. Se traduce en una auténtica pasión por alcanzar objetivos trascendentes cargados de optimismo, aún en caso de falla o derrota, que implican un alto compromiso personal, grupal, institucional u organizacional. Empatía. Se entiende como «la habilidad de entender el entorno psicológico y emocional del ser humano y de tratarlo de acuerdo con su personalidad y sus reacciones emocionales» (Siliceo, 2001: 76). Habilidad social. Se refiere al talento en el manejo de las relaciones humanas, así como a la construcción de redes de trabajo y a la habilidad de trabajar en equipo. Para que los profesores puedan orientar a los estudiantes e influir en ellos con el fin de que alcancen una nueva perspectiva, requieren de un conocimiento pleno de sus sentimientos y conductas. Inteligencia interpersonal La inteligencia emocional es el conocimiento y control de las emociones, y se puede convertir en un obstáculo en el desarrollo del conocimiento del alumno. La inteligencia emocional puede clasificarse en lo que Gardner (1998: 40-41), creador del concepto inteligencia múltiple, denomina inteligencia intrapersonal e inteligencia interpersonal. De las cinco dimensiones anteriormente mencionadas, las primeras tres son intrapersonales porque tienen que ver con el conocimiento y desarrollo personal del líder, mientras que las últimas dos (empatía y habilidad social) son interpersonales porque tienen que ver con la relación del líder con sus colaboradores, a nivel individual o grupal. Efectivamente, el líder al mostrarse empático logra tener una buena relación con los miembros de su grupo. En este sentido, el líder debe tener una alta sensibilidad y una muy importante percepción e intuición. Por otro lado, el líder afianza su relación con los miembros de su grupo cuando encuentra áreas y metas comunes y construye rapport en la relación interpersonal, lograrlo requiere de persuasión y gran experiencia en la construcción y manejo de grupos. Liderazgo e inteligencia interpersonal en el aula En el aula, los maestros debemos asumirnos como líderes el proceso de enseñaza aprendizaje y, en función a ello, tratar de ejercer una influencia positiva en nuestros estudiantes; es decir, ser percibidos por ellos como alguien que quiere su bien. Sin embargo, «querer el bien» de los estudiantes requiere de una verdadera vocación de servicio académico de parte de quienes trabajamos con ellos en el aula. Así mismo, lograr la percepción deseada demanda eliminar de nuestro léxico frases como «echar a perder alumnos», que comúnmente se expresan cuando el maestro habla de la labor que pretende realizar en el aula. Asimismo, se debe encauzar a los estudiantes hacia el logro de fines valiosos; es decir, debemos ser percibidos por ellos como planteadores de cosas que valen la pena. Para poder plantearles cosas que valgan la pena, debemos generar empatía con ellos para poder identificar, desde su óptica y situación, qué es lo que podría moverlos a la acción de estudiar y aprender. Dicha labor podría empezar desde el primer día de clases, cuando en el encuadre se identifiquen y ajusten sus expectativas en torno a la Experiencia Educativa que les habremos de impartir. Lograr lo anterior equivaldría a hacer de su aprendizaje algo significativo, un aprendizaje de por 57 Miguel Hugo Garizurieta Meza / Jorge Iván Ramírez Sandoval / José Vicente Díaz Méndez vida para su vida. Del mismo modo, los maestros debemos desarrollar una serie de habilidades sociales que nos permitan manejar con destreza las emociones de nuestros estudiantes. Dichas habilidades son propuestas por Mark Oler (cit. en Goleman, 2000: 219) y se mencionan a continuación: Habilidad para utilizar tácticas efectivas de persuasión. En muchas ocasiones nos topamos con individuos o grupos que no desean realizar lo que nosotros les planteamos, por lo que desarrollar esta habilidad nos permitiría convencerlos de hacerlo. Al detectar en qué momento nuestros argumentos lógicos se quedan cortos, habremos identificado el momento en que debemos usar apelaciones más emocionales para poder convencer a los alumnos. Los maestros debemos evitar hacer empecinadas defensas de nuestros puntos de vista ante los comentarios u observaciones recibidas en nuestros grupos. En ocasiones, como apoyo a nuestras exposiciones, empleamos recursos didácticos como vistosas presentaciones o complicados análisis estadísticos, lo cual nos puede alejar emocionalmente de nuestros estudiantes si no vamos más allá de una seca «letanía» de datos. Si no interpretamos adecuadamente cómo está impresionando la clase a nuestros grupos corremos el peligro de que generemos oídos sordos, indiferentes y hasta hostiles. • Habilidad para escuchar abiertamente y transmitir mensajes convincentes. A pesar de que todos los días empleamos gran parte del tiempo comunicándonos, no siempre esa comunicación es efectiva. En las aulas los maestros no siempre abrimos canales para que nuestros estudiantes puedan comunicarse con nosotros; la comunicación, en muchos casos, es en un sentido: de arriba hacia abajo. Es recomendable que, además de instrucciones acerca de las tareas a realizar, demos a nuestros estudiantes una cálida y entusiasta retroalimentación cuando su nivel de desempeño lo amerite, así como aliento cuando los objetivos de aprendizaje no sean • 58 alcanzados por ellos. Los maestros debemos desarrollar nuestra habilidad para escuchar –clave de la empatía-, siendo abiertos y comprensivos, no interrumpiendo y buscando sugerencias de parte de nuestros estudiantes, así como para mantener la calma, presentando siempre una actitud serena, compuesta y paciente. En torno a esta habilidad social es pertinente atender la siguiente recomendación: cuando uno mantiene abierta la comunicación, abre la posibilidad de obtener lo mejor de su gente: su energía y creatividad. Si no lo hace la gente se siente como el engranaje de una máquina: atrapada e infeliz. Habilidad para negociar y resolver desacuerdos. En las aulas es común que existan desacuerdos que generen en nuestros estudiantes emociones y actitudes no propicias para su aprendizaje. Muchas veces esos sentimientos no se expresan sino de una manera sutil que debemos interpretar. Ante situaciones como esas, los maestros debemos asumir una actitud de tolerancia, surgida de nuestro interés por escucharlos y empatizar con ellos. Para resolver de común acuerdo un problema o para tomar una decisión grupal en el aula, requerimos conocer su carga emocional; es decir, debemos ser capaces de percibir qué puntos son importantes para los estudiantes y ceder allí, mientras obtenemos concesiones en puntos que no tienen tanto peso emotivo para ellos. Debemos tener en consideración que las amenazas o exigencias de nuestra parte son posturas arcaicas que envenenan las aguas de la negociación, por lo que siempre debemos mostrarnos dispuestos a resolver las cosas, evitando emplear un tono de disputa. • Habilidad para inspirar y guiar. Aunque no lo pretendamos, los maestros somos vistos por los estudiantes como un modelo a seguir, por lo que siempre debemos mostrarnos ante ellos como profesionales comprometidos con nuestra labor docente. En el ejercicio de esa labor debemos evocar escenarios futuros que despierten entusiasmo en ellos. Hacer lo anterior les ayudaría a articular su propia • Liderazgo e inteligencia interpersonal en el aula visión; en ese sentido, nuestra responsabilidad es orientar su desempeño, transmitiéndoles energía y haciéndoles asumir su responsabilidad por alcanzarla. Habilidad para provocar, fomentar y manejar el cambio. La implementación del Modelo Educativo Integral y Flexible exige de los maestros un cambio, fundamentalmente de actitud. Sin embargo, dicha exigencia no es satisfecha en muchos de los casos, pues nos mostramos resistentes a un cambio que tiene sentido y que es para bien. Cambiar es imprescindible, pues en nuestro rol como líderes en el aula, inclusive, debemos servir de modelo para el cambio que se espera de los estudiantes. • Habilidad para la formación y trabajo en equipo. Como líderes en el aula no debemos mostrarnos interesados en crear individualmente grandezas, sino en provocar que éstas se realicen a través del potencial humano que se encuentra en todo equipo. Por lo anterior, nuestro primer reto es transformar un ordinario grupo escolar en equipo inspirado por una visión, comprometido con una misión, en el que existan valores en común y una alta orientación al logro que les haga trascender, precisamente eso es algo que hace significativo nuestro trabajo en el aula. • complicada labor a la que hemos decidido dedicarnos, si es que no tomamos en consideración el elemento emocional. Todo lo que se diga o haga, así como lo que no se diga o haga en las aulas, pero que implique la generación y/o manifestación de sentimientos y emociones son factores que los maestros debemos tomar en consideración, porque existe un impacto positivo o negativo en el aprendizaje de nuestros estudiantes y, consecuentemente, en sus vidas futuras. Bibliografía Díaz Mérigo, Ángel. (2001). Liderazgo para los procesos de calidad. México: Panorama/DIME Editores. Fiedler, Fred E. (1967). A theory of leadership effectiveness. Nueva York: McGraw-Hill. Gardner, Howard. (1998). Inteligencias múltiples: la teoría en la práctica. Barcelona: Paidós. Goleman, Daniel. (2000). La inteligencia emocional en la empresa. Argentina: Vergara. Kenneth, Hershey et al. (1998). Administración del comportamiento organizacional: liderazgo situacional. México: Prentice Hall. Ivancevich, John M. et al. (1997). Gestión, calidad y competitividad. España: McGraw-Hill/Irving. Robbins, Stephen y Coulter, Mary. (2005). Administración. México: Prentice Hall. Siliceo Aguilar, Alfonso. (2001). Líderes para el siglo XXI. México: McGraw-Hill. Conclusiones Es necesario que los maestros nos concibamos como líderes en relación con nuestros estudiantes. Ejercer un liderazgo docente efectivo implica, entre otras cosas, mostrar una inteligencia interpersonal que nos permita entenderlos desde el punto de vista de sus sentimientos y emociones. Lograr ese entendimiento es la condición indispensable para ajustar nuestras estrategias didácticas a lo que podríamos definir como la situación del estudiante o del grupo. Ni nuestro grado de escolaridad, ni nuestra experiencia profesional, ni los años de ejercicio de la docencia nos garantizan el éxito en esta noble pero 59